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EX LIBRIS
WALTER MUIR
WHITEHILL JÚNIOR
DÓNATED BY
MRS. W. M. WHITEHILL
1979
¿^-t'wo^^evK. /í'
...ilTEHILL
COLL.
GUIA
PALACIANA
c^ ^. c^. la €^cína Regento
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Z^onto, Out^l!:^'--
FUNDADA POR
Don llaiiiiel «lorrcto Paniag-iia
Y CONTINUADA POR ^'t
^on pedro Soler y Jyfora ^■
CON LA COLABORACIÓN *
DE DISTINGUIDOS ESCRITORES Y ARTISTAS • •^'^"
Tomo I
GUIA PAIA
15. /Of
p. M. I.A p.EINA p.
EGENTE
DE ESPAÑA
(^aniief ¿/carreta.
(Fot. de D, Fernando Debas.
g. ]VI. la I^eina I^egente.
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7
S. M. el Rey D. Alfonso XIII.
FIRMA DE S. M. LA REINA
A^
ESTATVTPTLI.A DE S. M. LA REINA
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JEFES DEiPALACíO
I
Excma. Sra. Condesa de Sástago,
Camarera mavor <1e Palacio.
JEFES DE PALACIO
V
Excmo. Sr. Duque de Medina Sidonia,
Jefe superior de Palacio.
JEFES DE PALACIO
Excmo. Sr. D. Luis Moreno y Gil de Borja,
latcndonte general de la Real Casa y Patrimonio,
JEFES DE PARTIDOS POLÍTICOS DINÁSTICOS
Excmo. Sr. D. Antonio Cánovas del Castillo.
LAVATORIO
COMIDA DE LOS POBRES
A piadosa costumbre observada por nuestros Mo-
narcas todos los años el día de Jueves Santo, co-
nocida con el nombre vulg*ar de El Lavatorio, y el
más clásico de Mandaíum (1) (por ser esta la primer
palabra de la antífona que se canta en tal ceremonia) ,
tiene, como es sabido, divino origen,
«Vino, pues, á Simón Pedro. Y Pedro le dice: «Se-
»ñor, ¿tú me lavas á mí los pies?»
»Respondió Jesús, y le dijo: «Lo que yo hago, tú
»no lo sabes ahora, mas lo sabrás después.»
»Pedro le dice: «No me lavarás los pies jamás.»
(1) «Mandatum novum do vobis: Ut diligatis invicem, sicut di-
lexi vos, ut et vos diligatis invicem.» San Juan, XITI, 34.
«Beati immaculati in via: qui ambulant in lege Domini.» Psalm.
CXVIII, 1.
Con el mismo nombre de Mandatum hubo en lo antiguo una Me-
moria (que se dice instituida por San Ildefonso, ó al menos, que
venia desde los tiempos de este Santo Prelado) y consistia en dar
comida sazonada y además pan y vino diariamente á trece pobres
que, el Arzobispo D. Juan IV, hijo de D. Jaime II de Aragón, au-
mentó hasta treinta, á principios del siglo xiv, prefiriendo á los pe-
regrinos, §i se presentaban. — Parro (D. Sixto Ramón). Toledo en la
mano. Toledo, Severiano López Fando : 1857. — 8.° mlla. 2 tomos. —
T. I, pág. 655 (nota).
— 4 —
»Jesús le respondió: «Si no te lavare, no tendrás parte
»conmig"0.»
»Simón Pedro le dice: «Señor, no solamente mis
»pies, mas las manos también y la cabeza» (1).
El g-ran ejemplo de humildad ofrecido por el Sal-
vador antes de la institución de la Eucaristía, esta-
bleció la costumbre, en todos los ritos, de prescribir
al sacerdote que se lave las manos en el iatroito, ó
después del ofertorio de la misa.
La basílica cristiana, precedida ordinariamente de
un patio rodeado de pórticos, tenía en el centro un
recipiente en donde los fieles se lavaban las manos
antes de entrar en la ig-lesia.
Guérang"uer (2) ve en aquellas fuentes el orig-en de
las modernas pilas de agua bendita.
En los comienzos del Cristianismo, era frecuente
realizar actos de humildad semejantes al del Señor en
la Cena.
San Pablo, cuando enumera las cualidades de la
viuda cristiana, advierte á Timoteo, que observe si
se apresura á lavar los pies á los fieles.
Las actas de los santos de los primeros siglos, las
homilías y los Padres de la Iglesia, aluden con mucha
frecuencia á tan piadosa costumbre.
Después se entibió la caridad, y el Lavatorio quedó
reducido á una práctica monacal.
Doce pobres son los generalmente elegidos para
representar á los Apóstoles en aquel acto; pero el
Papa, por excepción, lava los pies á 13 sacerdotes de
otras tantas naciones católicas.
(1) San Juan, XIII, 6, 7, 8 y 9.
(2) L' Anaée Lituryique, par le R. P. Dom Prosper Góranger
La Passion et la Semaine Sainte, huitiéme ódition. Poitiers. —
Typographie Oudin. 1882.
SANTA ISABEL, REINA DE HUNÜHIA
(Cuadro de Murillo.)
Esta variante en la práctica de la ceremonia, se in-
terpreta de diversos modos; son dos, no obstante, las
versiones más autorizadas.
Creen unos, que el trece viene á representar el nú-
mero exacto del Colegio Apostólico, pues Judas fué
reemplazado por San Matías, y San Pablo, por dispo-
sición extraordinaria de Jesucristo, formó con los
Apóstoles primeramente elegidos.
Otros, con Benedicto XIV, explican el hecho, re-
firiéndose á la vida de San Gregorio el Grande.
Según la tradición. Dios recompensó la caridad del
ilustre Pontífice enviando un ángel que, bajo figura
de hermoso mancebo, se unió á los 12 pobres admi-
tidos diariamente á la mesa del Santo. Y, para consa-
grar el recuerdo de este milagro, son siempre 13 los
sacerdotes á quienes el Pontífice romano lava los
pies y da de comer.
En la mesa, las flores más olorosas y las más ricas
vajillas del Vaticano, recuerdan la grandeza de ¡a
Cena.
La ceremonia del Lavatorio y Comida de los po-
bres (1), practicada en la corte de España el día de
Jueves Santo, fué instituida por Fernando III de
León y de Castilla en 1.° de Abril del año 1242, y ha
sufrido esenciales variaciones en la etiqueta, si bien,
desde entonces, no dejó de celebrarse todos los años
con el lujo y esplendidez característicos en la Casa de
nuestros Reyes.
El Ceremonial de la Real Capilla de S. M. Católi-
ca, 1802 (2), nos habla de un niño pobre que presidía
á sus iguales, en el Lavatorio y Comida.
(1) Trece hombres y doce mujeres.
(2) MS. Bib. de S. M. 2, F. 4.
«Se prevendrá— dice el Art. VII de aquel libro —
en la Sala destinada para la pía Ceremonia una Mesa,
y, en torno de ella estaran sentados hasta doce Po-
bres; entre los cuales, y en medio de ellos ha de po-
nerse un Niño asimismo pobre.»
Y después añade:
«La primera, y mas tierna acción de la Reyna sera
el dar Ag'uamanos al Niño, y lueg-o enjugarlo con la
toalla, que servirá, á S. M., la Camarera mayor.
»En 1760 púsose la Majestad de la Reyna (1) de-
lante del Niño pobre, teniendo á su derecha á la Se-
renísima Infanta D.^ María Josefa, y, mas adelante,
á la Infanta D.^ María Luisa, las cuales sirvieron
á S. M. la bacía, y el Ag-uamanil para el lavatorio
del Niño.»
La verdadera y circunstanciada relación de las
Reinas Santas que realizaron actos semejantes de hu-
mildad y caridad cristiana, es interminable.
La Emperatriz Juana de Albret de Baviera, mujer
del Emperador Wenceslao, servía y cuidaba á los po-
bres con sus propias manos.
Santa Isabel, Reina de Portug'al, hacía en los hos-
pitales la comida y camas de los pobres.
Santa Margarita , Reina de Escocia, servía de rodi-
llas á más de cien mendigos.
Santa Isabel, Reina de Hungría, el Jueves Santo,
lavaba los pies á gran número de leprosos, y, postra-
da ante ellos, les besaba las úlceras.
Matilde, mujer de Enrique I de Inglaterra, la Em-
peratriz Santa del mismo nombre, y Margarita de
Saboya, Marquesa de Monferrat, llegaron á igualar
en abnegación á la Reina de Hungría, que Murillo
(1) Doña María Amalia de Sajonia, mujer de Carlos III.
INTERIOR DE PALACIO
SALÓN DE COLUMNAS, DONDE SE CELEBRA EL LAVATORIO
representó en el admirable lienzo custodiado en la
Academia de San Fernando (1).
De todo lo cual se deduce que, si no puede neg-arse
que en todas las relig*iones anteriores al Cristianismo,
á más de sabios preceptos de moral universal, res-
plandece ya la práctica de la caridad, amor de los
amores, es lo cierto que, á la doctrina del Crucificado
— y sólo á ella— debe el pobre su enaltecimiento, su
emancipación el esclavo, la mujer su trono en la fa-
milia, y sólo por el Cristianismo no son en la tierra
conceptos vanos los de libertad, igualdad y frater-
nidad.
II
Ser español, feligrés de una de las parroquias de
Madrid, mayor de sesenta años, pobre de solemnidad
y no padecer enfermedad contagiosa, son las condi-
ciones que se exigen á los que solicitan ser agracia-
dos por S. M. en el Lavatorio y Comida del Jueves
Santo-
La instancia, en papel de pohres , acompañada de
la cédula de vecindad y del sello de la parroquia,
debe dirigirse á S. M. y presentarse á su Procapellán
mayor.
El Domingo de Pasión, á las once de la mañana,
en la Real Cámara, se verifica el sorteo de las ins-
tancias, previa la redacción exacta de dos listas de
(1) Encuéntranse interesantes datos liistóiúcos acerca de El La-
vatorio en el Dictionnaire des Antiquités Chrétiennes de Martigny, ar-
tículo Ablutions.
nombres de los pobres solicitantes— una por cada
sexo — , numerados aquéllos.
A la hora dicha se presenta el Procapellán mayor,
asistido de su secretario y de un dependiente, que
trae dos bolsas (1), con bolas numeradas, y las listas
antedichas.
La extracción se hace por S. M. el Rey ó la Reina,
Príncipe ó Princesa de Asturias, Infante ó Infanta.
Resultan agraciados aquellos 25 pobres, cuyos nú-
meros, en las listas, correspondan á los de las bolas
extraídas.
El sorteo data del año de 1865; antes se admitían
los pobres por recomendaciones.
Modelo de la credencial que se expide á los ag-ra-
ciados, en papel de oficio, con escudo y membrete:
«Procapellanía mayor de S. M. — Credencial. —
F. de T. es uno de los 13 pobres agraciados en el
sorteo verificado para asistir á la ceremonia del La-
vatorio en el día de Jueves Santo. Por lo tanto, le
expido esta mi credencial para que identifique su
persona ante el Excmo. Sr. Inspector general de los
Reales Palacios.— Madrid de de 189 — Fl
Procapellán mayor de S. M. — Firma.»
A más de los 13 hombres y 12 mujeres favorecidos
por la suerte, se saca, de cada bolsa, otra bola para la
elección de un suplente por sexo que, de no reempla-
zar á cualquiera de los elegidos, imposibilitado para
asistir á la ceremonia, ocupa el primer lugar al si-
guiente año.
A éstos se les expide también la correspondiente
credencial, semejante á la copiada.
(1) Hechas en el Colegio de Nuestra Señora de Loreto, patro-
nato de la Casa Real.
1
— o
Acto seg-uido el Procapellán mayor envía á la Ins-
pección general de los Reales Palacios la relación de
los pobres agraciados.
El Inspector se pone luego de acuerdo con el Mé-
dico de Cámara que ha de reconocer á los pobres, y
oficia al Procapellán, para que se presenten éstos en
el sitio, día y hora que señala el doctor. El reconoci-
miento facultativo se verifica generalmente el Lunes
de Pasión.
Si resulta que alguno délos pobres no puede, ó no
debe asistir á la ceremonia, ocu-
pa su lugar el suplente.
A los que en definitiva han de
asistir al Lavatorio, el sastre co-
misionado al efecto se obliga á
presentarlos el Jueves iSanlo, á
las once de la mañana, limpios
y vestidos con la ropa nueva.
El traje de los hombres se com-
pone de las siguientes prendas:
Capa, pantalón, chaquetón,
chaleco de paño color de café
obscuro, así como los embozos
de aquélla; camisa de hilo, me-
dias blancas, zapatos de becerro
negros, corbata blanca, pañuelo
de bolsillo blanco y sombrero de
copa.
Traje de las mujeres:
Vestido redondo de estameña
negra, mantilla de franela con franja de terciopelo,
camisa de hilo, medias blancas, zapatos de becerro
negros, pañuelo blanco para el cuello, otro para la
mano y mantón de lana negro con cenefa.
Hecha la presentación por el sastre, el Primer Far-
Modelo del traje que visten los
trece pobies agraciados en
la ceremonia del Lavatorio.
— 10 —
macéutico de Cámara^ asistido de mozos dispuestos
para ello, se encarga de que se lave á cada pobre con
ag'ua templada, la pierna de-
recha desde la rodilla al pie
inclusive, y de perfumársela,
asi como la ropa, con esencia
de flores.
III
La ceremonia del «Lavato-
rio y Comida de los Pobres»
se verifica en el Salón de Co-
lumnas, el Jueves Santo, á la
una y media de la tarde.
Constrúyense en aquél cin-
co tribunas sobre un g-ran ta-
blado que se extiende á lo lar-
go de los muros.
Entrando á la izquierda:
1.* Para el Cuerpo diplo-
mático extranjero, pudiendo
•asistir las señoras, que vesti-
rán traje largo, de color, con cuerpo alto, y mantilla
blanca.
2." Para SS. AA., que llevan, como S. M. la Reina,
traje de gala con manto (1) servido por Mayordomos
de semana.
Primer Farmaccutico de Cámara
Dr. Pontes y Rosales.
(1) Prenda del traje de ceremonia que en actos solemnes llevan
sujeta á la cintura, abierta por delante y formando larga cola, las
Damas que asisten á Ja Corte. (Diccionario de la lengua castellana,
por la Real Academia Espaüola. 12." edic.)^ — El manto, tiene de or-
dinario tres metros do largo.
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3/ Para los Ministros de la Corona, que deben
concurrir de gran uniforme.
4/ Para los Grandes de España (1).
La tribuna del público, á la derecha, ocupa por sí
sola el mismo espacio que las otras cuatro. Se ingresa
en ella por la puerta que abre en la galería corres-
pondiente á la fachada principal del Palacio y me-
diante permisos especiales, impresos, suscritos por el
Jefe superior.
^:.
MAYOIIDOMIA MAYOR
DE
De uniforme ó de eti-
queta.
Este permiso se presen-
tará cuando se exija.
La entrada por la Puer-
ta del Príncipe.
^ermUase al portador la entrada
en la sala donde dele verificarse la
piadosa ceremonia del SBavatorio y
Comida de los pohreSj el próximo
hueves Santo.
Palacio, de de ^89...
<§^ Sefc Sn'pczloZ' Se Sh' fació,
(Aquí la firma.)
Las tribunas, alfombradas con tapices de la famosa
(1) Para las Damas de la Reina no hay tribuna, porque están
obligadas á acompañar á S. M. en las solemnes ceremonias del Jue-
ves Santo. Sólo en el caso de que la augusta Señora, por cualquier
naotivo, no concurriese á aquéllas, y ocupara la segunda tribuna con
SS. AA., podrán las Damas asistir á la de los Grandes de España,
juntamente con éstos.
Real Fábrica, se forraron el año de 1894, en los ante-
pechos y paredes laterales, de terciopelo color corin-
to; el altar que bajo dosel se alza este dia en el teste-
ro principal del salón, á rnás del servicio de plata,
luce el rico y hermoso tapiz de la Cena, obra de Pe-
dro Pannemacker.
Tapiz de la Cena.
El primer Introductor de Embajadores cuida de la
colocación del Cuerpo diplomático en su tribuna, y
los Mayordomos de semana de S. M., á quienes co-
rresponde por turno este servicio, del orden antes de
la ceremonia y mientras se verifica.
Cuando [en ella toman parte SS. MM. el Rey y la j
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— 13 —
Reina, hay dos mesas dispuestas delante de las tribu-
nas, con los cubiertos de los 25 pobres.
El Rey y la Reina bvan los pies y sirven la comida
á los pobres: el primero á los hombres y la segunda á
las mujeres, sentados unos y otras en el hemiciclo —
más bajo que las tribunas, entre éstas y el altar — ,
ellos del lado del Evangelio y ellas del de la Epístola.
De no asistir uno de los Monarcas, aquellos pobres
á quienes le corresponde servir, presencian la cere-
monia sentados, pero no se les lava los pies ni se les
sirve la comida, aunque sí seles entrega, terminada
la ceremonia.
A cada mujer pobre asiste una dama de la Reina,
encargada de poner á aquélla la media y el zapato,
después que S. M. le lava y besa el pie, y de acompa-
ñarla al sitio que debe ocupar en la mesa, cuando de
éstas hay dos.
A cada pobre varón sirve un Gentilhombre, Gran-
de de España ó Primogénito, con ejercicio y servi-
dumbre. Estos señores deben vestir, para el acto, ne-
cemriamente el uniforme de gala propio de su eleva-
do cargo palaciano.
Sus Majestades, que se encuentran en la Real Ca-
pilla, asistiendo á los Divinos Oficios, no bien éstos
se concluyen, descienden de líx cortina (1) sin dosel,
al reverente saludo del Maestro de ceremonias.
La regia comitiva sale entonces de la iglesia y se
pone en marcha hacia el Salón de Columnas, por ia
galería déla izquierda, precedida del guión de la ca-
pilla, conducido por un sacristán, entre dos ujieres
(1) Según los Ceremoniales de la Real Capilla que rigen desde
la época de Carlos III: Cortina. Estrado, co7i dosel ó sin él, que ocu-
pan SS. MM. en las Capillas públicas. — La definición que da el Dic-
cionario de la lengua castellana, por la Real Academia Española
•(12.* edic), no es exacta.
— 14 —
con velas encendidas, el diácono y seis Capellanes de
Honor.
Sig-uen á los lados, en dos filas como en las proce-
siones, los Gentileshombres de casa y boca, los Ma-
yordomos de semana y los Grandes de España.
. A derecha é izquierda de SS. MM., detrás, á muy
poca distancia, el Procapellán mayor y el Nuncio de
Su Santidad.
Los Jefes superiores de Palacio, Damas de S. M.,
Cuarto militar, Plana mayor de Alabarderos, etc.. en
sus puestos como cuando concurren á las Capillas.
Los músicos y los cantores van á la cabeza de la co-
mitiva. Entra ésta en el Salón de Columnas por la
gran puerta de ingreso á la Sala de Armas de los Ala-
barderos, en la que, á derecha é izquierda, están dis-
puestas mesas con todos los platos de que se compo-
ne la comida, adornados de ñores naturales.
El guión y los cantores de la Real Capilla van á
colocarse junto al facistol preparado para que el diá-
cono cante el Evangelio.
Sus Majestades y todo su séquito saludan al pasar
por delante de las tribunas diplomáticas y de SS. AA.
Una vez que la comitiva se encuentra en el salón,
el Procapellán mayor pone incienso y bendice al diá-
cono, el cual, hecha la correspondiente incensación
en el libro, empieza á cantar el Evangelio.
Al pronunciar las palabras deponit veüimenta sua,
entrega el Rey el sombrero, el bastón, los guantes y
la espada en manos del Sumiller de Corps.
Al decir precinxit se, ciñen á SS. MM. (el Procape-
llán y el Sumiller, al Rey; y, á la Reina, la Camarera
mayor) con la toalla que presenta dicho Procapellán
en una fuente de plata.
Cí&pií lavare, dice por fin el diácono, y entonces
SS. MM. hincan la rodilla delante del primer pobre.
15
y, asistido del Procapellán que á la derecha lleva el
ag-uamanil, y del Nuncio de S. S., que á la izquierda
sostiene la aljofaina, de plata como aquél, principia
el Lavatorio.
La Reina es asistida por su Mayordomo mayor y
por su Camarera mayor (1),
que desempeñan el cometido
del Patriarca y del Nuncio.
Cuando el Diácono acaba de
cantar el Evangelio, el Proca-
pellán lo da á besar á SS. MM.,
y el g-uión y el clero de la Real
Capilla se retiran.
Los pobres de uno y de otro
sexo, ayudados por los Gran-
des y por las Damas de S. M.,
suben á ocupar sus respecti-
vos asientos en las mesas, y
entonces comienza la ceremo-
nia del servicio de la Comida.
Los platos, por el orden en que
están en la lista, se pasan de
mano en mano de los criados
escalonados al efecto, hasta los
£6 fes de cuarto, y de éstos á los
Gentiles hombres del interior, que, á su vez, los dan
á los Grandes de España o Damas de la Reina.
La Camarera mayor ó el Mayordomo mayor los en-
tregan á S. M., que va colocándolos delante de cada
pobre. En la misma forma, y sin que aquéLlos to-
que, vuelven á sacarse del salón.
Servido el último postre, el cubierto, los vasos, el
1%,
Modelo del traje que visten las
doce pobres agraciadas en la ce-
remonia del Lavatorio.
(1) La ausencia de ésta la suple la Dama de guardia.
— ]6 —
jarro del vino, el salero y los manteles, se retiran
por SS. MM. con la misma ceremonia.
En ella, el Procapellán cede, por piadosa urbani-
dad, la bendición de la mesa y acción de gracias, al
Nuncio de Su Santidad.
A cada uno de los 25 pobres entrega el Procapellán ,
después de la comida, una bolsita que contiene tres
monedas de plata de 50 céntimos cada una.
Todos los manjares que figuran en la lista de la
comida, la vajilla, los cubiertos, los jarros de vino,
los saleros, etc., se colocan en 25 grandes cestos de
mimbre, que los pobres acostumbran á vender, y se
rematan á las puertas de Palacio.
La piadosa, edificante y espléndida ceremonia del
Lavatorio y Comida de los pobres, por su gran signi-
ficación, lo distinguido de la concurrencia, el lujo
que la Corte de España ostenta y el conjunto de tan
magnífico cuadro, es una, tal vez la más interesante,
de las fiestas que se celebran en el Palacio de nues-
tros Reyes.
Durante la menor edad del Rey D. Alfonso XIII,
S. M. la Reina Regente ha establecido la costumbre
de lavar los pies á las pobres y de servir la comida á
los pobres, porque así presta cristiana atención á las
unas y á los otros.
Independientemente de la ceremonia religiosa de
que hemos hablado, las Reinas de España, en la fies-
ta de la Anunciación solían dar de comer á nueve
mujeres pobres, en cuyo acto estaban asistidas por
el Patriarca Limosnero Mayor, el Mayordomo Mayor
de S. M. la Reina, la Camarera Mayor y las Damas
que, con S. M., servían á las pobres.
nVEIKTXJTA.
DE LA
COMIDA. QUE SE SIRVIÓ Á LOS POBRES
EN EL
REAL PALACIO DE MADRID
EL JUEVES SANTO DE 1894
Tortilla de escabeche.
Salmón.
Mero.
Merluza frita.
Bacalao frito.
Congrio con arroz.
Empanadas de sardinas.
Empanadas de anguilas.
Besugo en escabeche.
Ostras en escabeche.
Alcachofas rellenas.
Coliflor frita.
Salmonetes asados.
Pajeles fritos.
Lenguados fritos.
t
Aceitunas.
Torta de hojaldre.
Arroz con leche.
Queso de bola:
uno para cada persona.
Camuesas.
Naranjas.
Cidrados.
Limas.
Orejones.
Ciruelas pasas.
Higos.
Almendras.
Nueces.
Avellanas.
Anises.
Un jarro de Talayera con media arroba de vino tinto, por persona.
0leimpresaj corregida y aumentada,
J'mprenta de la %'mda de d^Cernando y (o."'
f / de Jlarzo de ^896,
IMPOSICIÓN
DE LA
BIRRETA CARDENALICIA
Birreta Cardenalicia.
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Sü SANTIDAD EL PAPA LEÓN XIIL
I
FAMILIA REAL
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S. A. R. LA INFANTA
D/ María Isabel Francisca.
rotografia de D. Fernando Debas.
ExcMO. Sr. Duque de Sotomayor. Marqués de Casa-Irujo.
Mayordomo mayor de SS. MM.
Fotografía de Borkc.
JEFES DE PALACIO
ExcMO. Sr. Obispo de Sión, D. Jaime Cardona y Tur.
Pro-Capellán mayor de S. M. y Vicario General Castrense.
Fotografía de D. Yalentín G ornea.
I
JEFES DE PALACIO
ExcMO. Sr. Duque de Sexto. Marqués de Alcañices.
PriiT'ír Jefe superior, que fué, de Palacio al advenimiento al trono de S. M. el Bey
D. Alfonso XII (q. s. g. h.).
Fotografía del Ezcmo; Sr. Marqués de Berges.
DIGNIDADES ECLESIÁSTICAS DE MADRID
EXCMO. SR. D. JOSÉ MARÍA DE COS
Arzobispo Obispo de Madrid-Alcalá.
Fotografía de Alviach.
JEFES DE PARTIDOS POLÍTICOS DINÁSTICOS
ExcMO. Sr. D. Práxedes Mateo Sagasta.
Fotografía de D. Fernando Debas.
i
Basílica de Sau Pedro en. Roaia.
IMPOSICIÓN DE LA BIRRETA CARDENALICIA,
...„.^
I.
Dice Moroni, en su^izionario di eriidizione storico-
eocleüastica da S. Pietro ai nostri giorni (Venecia,
Tipografía Emiliana, 1840-41), que las insignias del
cardenalato son: el Capelo (1), la Birreta, el Solideo,
(1) Hay cuatro clases: e\ pontifical ^ el grande ó quitasol {il
cappelone ó parasole), el encarnado pequeño y el negro.
— 4 -—
la Púrpura y el Anillo con un zafiro, que denota el
Sumo Sacerdocio. A más, los Cardenales, por su alta
jerarquía, estaban autorizados para que, dentro de sus
palacios, en determinadas solemnes ocasiones, apa-
reciesen precedidos de un doméstico, que sonaba una
campanilla, y de otro portador de una maza de plata:
procedimiento ceremonioso, prerrogativas de autori-
dad que, andando el tiempo, cayeron en desuso por
voluntaria renuncia de los interesados.
Aunque generalmente se dice: El Papa dio el cape-
lo; vacó el capelo y sobrentendiéndose con estas locu-
ciones que el sombrero rojo (1) es por antonomasia
la insignia cardenalicia, lo que, en verdad, establece
la investidura de los Príncipes de la Iglesia Católica,
Apostólica, Romana, es la imposición de la Birreta
roja.
En el Diccionario de la Lengua castellana ,, por la
Real Academia Española (12.'' edición, 1884), se su-
pone, equivocpdamente, que no existe más birreta que
la cardenaliclj(^\2), y, al definirla, se confunde con el
(1) Inocencio IV dio á los Cardenales el sombrero rojo en el
Concilio de León, celebrado el año 1245.
(2) «Berreta. = f. Coperta del capo fatta in varié fog ge e
di varíe materie.T> Fanfani (Píe tro), Vocabolario della lingua
italiana. Firence, 1888, 4.° mayor.
«Barrette {du b. — lat, (¡iibirretumi>, de «birrusT», roux).
Bonnet carré de couleur noire (los hay también morados) et á
trois comes j qui p>ortent les ecclésiastiqkues , surtout en Italie (y
en España ya es costumbre que lo usen todos los Prelados), et
qui se plie en s'aplatissant.
y>On donne plus spécialement ce nom ci un petit bonnet carré de
couleur rouge qui est un des signes des Cardinaux, et qu'il ne
faut pas confondre avec le berettino (sic) ou calotte rouge.y>
Boüillet (M. N.), Dictionnaire universel des sciences, des lettres
et des arts Quatorziéme édition. París, 1884.
Emmo. Su. Cardenal D. MARIANO RAMPOLLA DEL TÍNDARO
Secretario de Estado de S. S. el Papa León XIIL
Retrato hecho cuando fué Nuncio de S. 8. en España.
— o —
solideo rojo {Berrettino ó zuccheto cardinalizio) (1).
Barcia, en su Primer Diccionario general etimoló-
gico^ reproduce la definición académica, y en el enci-
clopédico hispano-americano ^ que publica en Barce-
lona la casa Montaner y Simón, se da á entender que
no hay más birreta que la mencionada.
A esto conduce la falta de examen y la sobra de
negligencia. Dado que abunde el primero en lo de-
finido por Bouillet, y teniendo en cuenta que, en
fotograbados que acompañan á estas líneas, puede
verse la forma del bonete cardenalicio, que sólo por
el color se distingue de las otras birretas, negras, mo-
radas, etc., digamos algo referente á la historia de la
indicada prenda.
No está averiguada con exactitud la época en que
comenzó á usarse, siquiera en el siglo X se encuentre
memoria de que ya la llevaban los Obispos, pues al
degradar á uno de Cahors (2), Juan XII ordenó que,
entre otras insignias, fuese aquél despojado de la Bi-
rreta,
Con este nombre también se menciona, en el si-
glo XI, una prenda, hasta entonces de uso exclusivo
de los Pontífices, con la cual se cubrían la cabeza.
El privilegio de vestir la púrpura, y, después de la
imposición de \2^Birretay el solideo rojo, les fué otor-
gado á los Cardenales de la Iglesia Romana (excepto
(1) iiPiccola Berreta rotonda, gentralmente piu piccola del
Berrettino c/ericale, di color porpora ^ combaciante col capo, ed
usata da Cardinali qual distintivo della loro dignitci: si chiama
puré zucchetto, o zucchetta diminutivo di zueca, cioe qiiella parte
del capo, che coupre e difende il cervello e talora anche per tutto
il capo.h Cf. Moroni.
(2) Obispado del siglo iii, sufragáneo de Alby (Francia).
Emmo. Sr. CAKDENAL arzobispo de TOLEDO,
D. Antolín Monescillo y Viso.
á los Regulares) por Paulo II. Entre los autores que
así lo dicen, se encuentran el franciscano Francisco
Pagi, en su Breviarium historico-chronologico-criti-
8
cum ilustrioixt Pontificum Romanor^im gesta... com-
plectens^ y el Arcediano de Wels, Polidoro Virgilio,
en su curiosa obra De Inventorihus verum.
A propósito de la Birreta encarnada, publicó un
libro el Dr. Antonio Scappo, y dice Bonanni que la
forma de aquélla es semejante á la de todas las usadas
por el clero romano; pero por su color rojo, como el
del capelo, tiene más importancia que las otras. Aquel
color recuerda á los Cardenales, no tanto su elevadí-
sima jerarquía, como el martirio á que deben estar
siempre fáciles en defensa de la fe católica. De aquí
el apego del Cardenal San Carlos Borromeo á su
Birreta] de aquí su costumbre de no abandonarla,
de no destocarse nunca, ni cuando estaba enfermo,
ni aun en su agonía.
La tela que se invierte en la Birreta y el solideo
rojo es de seda ó de camelote, para el estío, y
de paño, para el invier-
no; y la que se emplea
en las de los Cardenales
de las Órdenes monás-
ticas, de sarga ó merino,
para la primera de di-
chas estaciones, y de
paño ó lana, para la se-
gunda.
Dos días después de
haberlos nombrado. Su
Santidad coloca la Bi-
rreta sobre la cabeza de
los Cardenales.
Si el elegido es Nun-
cio Apostólico, Prelado,
ó personaje propuesto
por alguno de los jefes
SAN CARLOS BOEEOMEO.
INTERIOR DE PALACIO
CAPILLA REAL
fotografía del Exorno. Sr. Marqués de Berges.
— 9
de las naciones que gozan
de tal prerrogativa ; si es
Obispo no llamado, ó que
no puede ir á Roma, ó,
por último, si es persona
designada por Motu pro-
prio (1) del Pontífice, y
que reside fuera de la Ciu-
dad Eterna , se le envía la
Bir7^eta por medio de un
Ablegado (2).
Con tal propósito, el mis-
mo día que en el Consis-
torio secreto se hace la
designación, el Cardenal
Hermano de S. S., ó el Se-
cretario de Estado dirige
una carta al nuevo pur-
purado, dándole la noticia
de su exaltación, y al pro-
pio tiempo , todo por con-
ducto de un Guardia No-
ble (3), le envía el solideo
rojo.
í^'V
Ablegado Pontificio.
(1) Especie de rescripto pontificio desprovisto de todo gé-
nero de sellos, pero avalorado con la firma del Papa. Inocen-
cio VIH fué el primero que hizo uso del 3íotu 2»'oprío.
(2) (íAhlegati Pontificii ed Apostolici. Sonó quclli, che ven-
gono spediti dai Papi a recare..,.. la Berretta cardinalizia ai no-
velli Cardenali, creati assenti dal luog'O ove ha sua residenza
il Pontefice.)) Cf. Moroni.
(3) La Guardia Noble Pontificia, así llamada porque nobles
son todos los individuos que la componen, reemplazó á la anti-
gua Compañía de Caballeros, y fué instituida por Pío VII, quien
dispuso que, de allí en adelante, siempre fuese uno de estos
— 10 —
Después, el Papa nombra á un eclesiástico, en cali-
dad de Ablegado apostólico, para que sea portador de
la Birreta, comisión que siempre se confía á un Ca-
marero secreto ó de honor.
Alguna vez, por razones especiales, se dejó de nom-
brar dicho Allegado apostólico, y entonces un Guar-
dia Noble desempeñó el honroso encargo. Asi fué
con la Birreta roja enviada por León XII al Pa-
triarca de Lisboa, Cardenal Silva, siendo comisio-
nado para la entrega el caballero Alvarez.
También ha ocurrido que un solo Ablegado lle-
vase á un mismo tiempo más de una Birreta: en
ocasiones, poco frecuentes, hasta cuatro, como en 1756,
por mandato de Benedicto XIV (1).
guardias el encargado de llevar á los Cardenales la noticia de
su nombramiento, y el solideo rojo á los que no se encontrasen
en Roma.
Antes de tal disposición, el Secretario de Estado, ó el Carde-
nal Hermano enviaba el aviso con un correo pontificio.
Este Cuerpo es el primero y el más distinguido de todos los
que se hallan al servicio del Papa, y es su guardia personal : le
acompaña á pie ó á caballo , en todos los actos públicos y so-
lemnes, dentro y fuera de Roma.
El Estado mayor y oficiales superiores del Cuerpo de la
Guardia Noble Pontificia, según la Gerarchia Caitolica ^;er
Vanno 1894, lo componían:
1 Capitana Comandante.
1 Vessillifero eredítario di Santa Romana Chiesa.
2 Teñen ti.
8 Esenti.
28 Tenenti in Ritiro.
1 Sotto Tenenti.
1 E senté.
(1) En 1877 fué uno solo el Ablegado que trajo las Birretas
para los Eramos. Sres. Cardenales Benavides y Paya y Rico.
^,v,ve of ^^eí/ag-;;^
or.
11 —
Hecho por el Pontífice el
nombramiento del Ablegado
portador de la Birreta roja
para el nuevo Cardenal ausen-
te do Roma, luego que recibe
instrucciones del Prefecto de
las ceremonias pontificias, y
de la Secretaría de Estado,
emprende el viaje. Con tal
motivo, á los gastos que se ori-
ginan subviene la reverenda
Cámara apostólica.
Por lo que respecta al Guar-
dia Noble, su misión termina
no bien hace entrega de la
carta y del solideo rojo al nue-
vo Cardenal , quien acto con-
tinuo se lo pone, como indi-
cando que comienza á disfrutar
de los privilegios de su nueva
jerarquía.
Si después que el Guardia
Noble da cuenta del desempe-
ño de su comisión al Comandante de su cuerpo y al
Secretario de Estado, sigue acompañando al Ablegado
en la ceremonia de la imposición de la Birreta car-
denaliciay es por mera condescendencia, ma non inr
diritto (1).
En las cortes de España y Lisboa (y antes en Fran-
cia y Ñapóles) se acostumbra á conceder una conde-
coración al Guardia Noble.
A su vez el Cardenal agraciado le hace un cuantioso
presente.
Exorno. Señor
D. José Conde de Carpegna,
Coronel exento de la Guardia Noble
Pontificia,
(1) Cf. Moroni.
— 12 —
emmo. sr. d. serafín cretoni,
Arzobispo de Damasco y Nuncio apostólico en España.
También el Ablegado recibe ciertos obsequios en la
corte de España, que equivalen al beneficio ó preben-
da eclesiástica con que antes se le agraciaba.
Es de rúbrica que los Nuncios apostólicos en Ma-
drid, Lisboa, París y Viena, al terminar su misión.
— 13 —
sean creados Cardenales, y que los jefes de aquellos
Estados les impongan la Birreta.
El ceremonial de este acto varía según los países, y
en el nuestro no fué siempre el mismo, atendiéndose
á la calidad de las personas agraciadas y al lugar don-
de se realizaba.
Sr. d. jóse herreea
Notario de la Real Capilla.
II.
De acuerdo con los datos que se custodian en el
Archivo general de la Real Casa, y según el manus-
crito catalogado en la Biblioteca particular de S. M.,
y que lleva el rótulo de Ceremonial de la Real Capi-
u —
i\sc
Emmo. Sr. Cardenal D. BENITO SANZ Y FORES,
Arzobispo de Sevilla.
lia (1802), tres son los que se mencionan en los capí-
tulos VI, VII y VIII, con motivo de las Imposiciones de
la birreta-.
1.*^ Ocasión y modo de conferir á los Sres. Infantes
la prima tonsura y de imponerles en público la birre-
ta y capelo cardenalicio.
— 15 —
2." Ceremonial para cuando S. M. pone á alguno la
birreta en Capilla pública.
S."" Práctica de imponer S. M. la birreta cardenali-
cia en acto privado.
Diferenciándose los tres ceremoniales en pormeno-
res de escasa entidad, damos seguidamente el que hoy
se practica en todos los casos.
CEREMONIAL QUE SE OBSERVA
CUANDO S. M. EL REY IMPONE LA BIRRETA
CARDENALICIA.
Así que el Guardia Noble y el Ablegado apostólico,
revistiendo este último
carácter de Ministro pie- [ " "" '
nipotenciario, llegan con '
las insignias cardenali-
cias á la corte de España,
el Nuncio de Su Santi-
dad, por la vía diplomá-
tica, solicita que dichos
señores sean recibidos
en audiencia privada
por S. M. Concedida
la venia, los acompaña
y presenta en el regio
alcázar el primer In-
troductor de Embaja-
dores.
Si acerca de la misión
que traen nada se ha re-
suelto previamente, el
Ministro de Estado, con Excmo. sr. d. luis conde de pecci,
la oportunidad debida, ^''"""^ ^"^o^ípontlLÍ. "" ''"'"'''
- If) —
dirige una comunicación al Jefe Superior de Palacio,
diciendo que, presentadas las credenciales por los
Ablegados á quienes comisionó el Sumo Pontífice
para traer las BirrHas cardnialicias á , cree lle-
gado el caso de señalar día y hora en que S. M. se
sirva imponer solemnemente á los nuevos purpura-
dos las insignias de su dignidad, y en este concepto,
á fin de tomar las disposiciones convenientes, que Su
Majestad se digne resolver lo que fuere de su sobe-
rano agrado.
De este escrito, el Jefe Superior de Palacio da cuenta
á S. M., quien señala el día y la hora para el solemne
acto religioso.
Por medio de un B. L, J/., ó de una comunicación
con el formulario de rúbrica oficial, el regio acuerdo
llega al Ministro, y éste dispone que á su vez llegue
á los interesados.
Suele también ocurrir que el Ministro, en recibien-
do la orden directamente de S. M. , se la comunique
al Jefe Superior de Palacio, y entonces, por la Mayor-
domía Mayor se dictan las órdenes oportunas para
que, de acuerdo con los precedentes establecidos, se
verifique la ceremonia. Así sucede en Capilla pU-
hlica^ vistiendo el Rey de uniforme.
SS. MM. y AA. salen de la regia cámara precedidos
del acostumbrado acompañamiento: pasan por las ga-
lerías, donde, con uniforme de diario, están formados
los alabarderos: entran en la Capilla y ocupan sus
respectivos sillones.
El Ablegado, que durante la ceremonia tiene su
puesto en el Presbiterio, cerca del Evangelio, después
de los saludos de rúbrica, entrega el Breve de Su
Santidad al Rey, de cuyas manos pasa á las de su Ca-
pellán mayor, y de las de éste á las del Notario de la
Real Capilla, quien, de uniforme, si alguno puede
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17 —
Emmo. Sr. Cardenal D. CIRÍACO MARÍA SANCHA
Arzobispo de Valencia
usar, y si no con traje de etiqueta, lee, frente á la
Cortina y en alta voz, el documento mencionado.
Terminada la lectura, el Ablegado, dirigiéndose á
S. M. , pronuncia en latín un discurso, cuya síntesis,
cuando el Prelado es español, se reduce á manifestar
- 18 —
que el Sumo Pontífice, por el afecto que profesa al
Rey y á la nación que éste rige, y para recompensar
las especiales condiciones que en aquél concurren, lo
eleva á una de las mayores dignidades eclesiásticas,
habiendo sido (quien habla) honrado con la alta mi-
sión que desempeña, como representante de la Sede
Apostólica.
Acto seguido, dicho representante y el Maestro de
ceremonias se dirigen al lado de la Epístola del altar
mayor: de sobre una mesa preparada al efecto, toman
la Birreta y la ponen en una bandeja, que es llevada
por un Secretario detrás de los indicados señores. Se
detienen delante del regio dosel, y el Maestro de ce-
remonias va por el nuevo purpurado, quien, después
de hacer las debidas reverencias, sube las gradas del
trono. El Rey le pone la Birreta que antes le entre-
gara el Ablegado, y hecho esto, le abraza afectuosa-
mente. El Eminentísimo (1) Dignatario de la Santa
Iglesia romana baja las gradas del trono: al pie de las
mismas se descubre y, dirigiéndose á S. M., pronun-
cia en castellano un discurso, en el que manifiesta que
debe la nueva altísima investidura, más que á sus pro-
pios méritos, á la bondad siempre extremada del
Sumo Pontífice, cuya predilección por España es es-
pecialísima, así como su interés porque límites no en-
cuentre la prosperidad y sosiego de la Real familia.
Cuando el discurso termina, el nuevo Cardenal,
precedido del Maestro de ceremonias, se retira á la
sacristía, donde se viste con la sagrada púrpura; vuelve
á la Capilla, ocupa el sillón que se le tiene destinado
y comienza la Misa mayor, que dice ó canta un Cape-
(1) Tratamiento concedido á los Cardenales en el siglo xvii
por el virtuoso y esclarecido Pontífice Urbano VIH.
— 19 —
llán de altar, no ofreciendo otras particularidades
que las de echar todas las bendiciones aquel por quien
se verifica tan solemne acto.
En acabándose la Misa, se pone en marcha la comi-
tiva, yendo la persona enviada por el Papa al lado
Busto del Cardenal Arzobispo de Toledo D. Fr. Francisco Jiménez
de Cisneros. — El original fué encontrado, hecho pedazos, entre los
escombros de una fundación del Cardenal, y reconstituido por
D. Manuel J. Laredo.
— se-
de S. M., seguido del Guardia Noble, quien, mientras
dura toda la ceremonia, vistiendo uniforme de gala,
permanece en pie detrás del sillón del nuevo purpu-
rado.
Así llegan á la Real Cámara, donde SS. MM. y A A.
se despiden de los personaj es de la corte, y así termina
el solemne acto religioso.
Si en una misma Capilla se impone \2i Birreta á dos
ó más Cardenales, el de mayor antigüedad en el Epis-
copado ocupa el primer asiento, ó sea el más próximo
al altar; pronuncia el discurso en nombre de todos
sus compañeros, y da la bendición en las ceremonias.
Cuando es el Capellán mayor de S. M. el agraciado,
toda vez que se le considera como á uno de los jefes
de Palacio, suele concedérsele, para que concurra á
esta función eclesiástica, un coche con tronco de me-
dia gala.
Como el Nuncio apostólico en Madrid, lo mismo
que los que igual representación ostentan en otras
cortes católicas de Europa, tiene necesariamente que
acudir a Roma para ocupar un puesto en el Sacro Co-
legio de Cardenales, desde el punto en que el Padre
universal de todos los fieles lo promueve á aquella
privilegiada dignidad, hasta que designa y llega el que
ha de reemplazarle, toma la denominación de Pro-
Nuncio.
La ceremonia para que S. M. le imponga la Birreta
no varía esencialmente de la reseñada; pero en aten-
ción á que es el representante del Romano Pontífice,
y á su calidad de Decano del Cuerpo Diplomático
extranjero acreditado en la corte de España, se invita
á todo el personal de las Embajadas y Legaciones, que
puede asistir con sus señoras, y á los Ministros de la
— 21 —
Corona. Pueden también asistir las Damas de la Reina,
siendo lo establecido por la etiqueta que las señoras
vistan traje largo de color, cuerpo alto y mantilla
blanca. Si el electo es Prelado español, el traje de di-
chas señoras es el mismo; pero la mantilla negra (1).
El Gobierno de S. M. y el Cuerpo Dipomático ex-
tranjero ocupan dos tribunas que á propósito se cons-
truyen al lado de la Epístola, frente á la Cortina, y
las Damas sus respectivos bancos, de espaldas á las
tribunas de fábrica.
Es consuetudinario que S. M. conceda á los Ablega-
dos la Encomienda de número de la Real y distin-
guida Orden de Carlos III, y á los Guardias Nobles la
cruz de Caballero de dicha Orden. Lo es también que
en la noche del mismo día en que se efectúa la pro-
moción eclesiástica de que hemos hablado, se celebre
un banquete en la Nunciatura, y que, no mucho des-
pués, acuerde S. M. dar otro en Palacio, en honor del
nuevo Príncipe de la Iglesia. A este banquete, á más
de las Reales personas, asisten:
Los Cardenales existentes en Madrid.
El Nuncio de Su Santidad.
El Presidente del Consejo de Ministros.
El Ministro de Estado.
El de Gracia y Justicia.
El Embajador de España cerca de Su Santidad, si se encuen-
tra en Madrid.
El Capellán mayor de S. M.
El Obispo de Madrid- Alcalá.
(1) Cuando le fué impuesta la Birreta á D. Ciríaco María
Sancha, queriendo S. M. la Eeina Regente dar público testimo-
nio do aprecio y distinción al que había sido Obispo de Madrid-
Alcalá, dispuso que todas las Damas de Palacio concurriesen á
tan majestuosa ceremonia.
— 22 -
El Ableo'ado.
El Guardia Noble.
El primer Introductor de Embajadores.
Los jefes de Palacio.
La servidumbre que diariamente toma asiento en la Real
mesa.
í^\i^^^4
Balcón de la casa que habitó en Madrid
el Cardenal Cisneros.
Btisto del Cardenal D. PEDEO GONZÁLEZ DE MENDOZA.
Del moniiniento erigido á D.'^ Isabel la Católica.
(Paseo de la Castellana de Madrid.)
III.
Para terminar este artículo, nada tan oportuno
como la transcripción de las elocuentes palabras que,
en presencia de la corte, pronunció el insigne Car-
denal Mariano Rampolla del Tíndaro , cuando le fué
impuesta la Birreta cardenalicia por S. M. la Reina
Regente, D.^ María Cristina de Hapsburgo-L®rena.
«Señora:
•s>Pocos meses han transcurrido desde el inolvidable y fausto día
en que, por delegación especial del Padre comiin de los fieles , me cupo
la altísima honra de tener aquí en la pila batitismal al recién nacido
Rey de España y augusto vastago de V. M., cuando otro nuevo y muy
señalado honor me trae á este mismo sitio para recibir de las Reales
manos de V. M.^ en nombre y representación del Sumo Pontífice, la
solemne investidura de Príncipe de la Iglesia , con que se ha dignado
eng.ltecer mi humilde persona.
•»Reconociendo que por ningim concepto he merecido dignidad tan
sublime y justo es que rinda piiblico testimojtio de profunda gratitud al
egregio León XIII, al inmortal Pontífice que, en estos azarosos tiempos
en que vivimos, parece colocado por la Providencia en la cumbre de la
sociedad cristiana , para mostrar al mundo cuan hermosamente se her-
manan la sabiduría y la paz. Asimismo, no puedo menos de proclamar
que al honrarme con la sagrada piupura el romajto Pontífice, cuyos
solícitos y paternales desvelos se emplean constantemente en procurar el
bien de esta católica nación^ no tanto ha querido engrandecer la peque-
nez de su representante en ella, como manifestar , una vez más, que
España es el objeto preferente de su benevolencia y de su amor.
»El ser V. M. quien da cumplitniento y realce á este acto, símbolo
de la cordialidad y afecto que unen dichosamente el Trono y el pueblo
español con la silla apostólica , abrillanta más la dignidad que recibo,
dejándome para siempre obligado á la alta merced que V. M. me dis-
pensa. Y no poco se acrecienta mi satisface iÓ7i al considerar que soy el
primero á quien otorga V. M. , como Reina Regente de España , este
inapreciable hoitor ; porque conozco las eminentes prendas que adornayí
á vtiestra augusta persona, é ilustran este regio alcázar, donde la no-
bilísima figura de V. M., eti su doble carácter de madre y de Reina, se
levanta como ángel tutelar de un gran pueblo que, por hidalgo y gene-
roso, sabe respetar y admirar el valor, la nobleza y la virtud.
y>Dígnese V. M. aceptar el homenaje de mi profundo aoradeci-
miento por tan insigne favor^ que grabado en ffii alma, con el recuerdo
de sus bondades , me obligará á dirigir al cielo constantes y fervientes
votos por la felicidad del augusto ahijado de León XIII, de V. M. y de
toda la Real familia, deseando vivamente que llegue el día en que ese
hijo del dolor sea prenda de verdadero consuelo de una madre ejemplar
y glorioso fruto de la sabiduría de una Reina digna del pueblo español.»
LA ROSA DE ORO
í
LAROSA DE ORO
Copia de la que S.S. León XIII dedicó á S.M ja Reina Regente de España
D^Maria Cristina de Hapsburgo-Lorena
lit A Foruny-Siráa Ingraciz S Kairii.
FAIYIILIA REAL
(FütogiiifHi do D. Fernando Debiis.)
S. M. la Reina Doña Isabel II.
DAMAS DE S. lYI. LA REINA REGENTE
(Cuidni úr Niíanund '.— Fot.o.:r;iíia do D. Feniamlo Dcliiiís.
Excma. Sra. Duquesa de Osuna,
Condesa Duquesa de Benavente.
(Fechn del nombramiento: 17 de Octubre de 1880.)
DAIYIAS DE S. M. LA REINA REGENTÉ
(Fotoi;rafia de Olio.
PaEX.X»'^
Excma. Sra. Duquesa de Berwick y de Alba,
Condesa de Siruela.
(Fecha del nombramiento: 17 de Octubre de i88o.
I
LA VIRGEN MILAGROSA
(según san lucas
1
BASÍLICA DE SAN PEDRO
VISTA TOMADA DESDE EL PÓRTICO, AL LADO DE LA SACRISTÍA
(De la magnifica obra titulada Rotna, por Mr. Francis Wey,
propiedad de la acreditada tibreria de Hachette y C.*, de París. De la misma son las reducciones
de los gn''3bados de las vistas del Coro de San Pedro, del Pórtico de San Juan de Letráa
y de Santa María la Mayor.)
PRELIMINAR
s de creer que en los tiempos cuyas me-
morias el tiempo ha iilo borrando, la más
hecliicera de las flores no careciese de
'^'^ sentido emblemático; porque no es de
creer que haya habido país, región ó comarca., pal-
mo de tierra, en que aquella maravilla, cuyas hojas
son versos, y versos divinos, no haya dado, á la re-
ligión, un concepto alegórico; á la poesía, las más
risueñas y delicadas inspiraciones.
Esto, se dirá, es la hipótesis de un entendimien-
to enamorado de la lR.osa. Sí; pero como podemos
razonar nuestra hipótesis, ésta no será entonces
una oblación á los delirios, á la fantasía, sino una
verdad probable.
Se asegura, que la primera huella de la planta del
hombre sobre la tierra apareció en la India, cuna
— 2 —
de todas las tradiciones primitivas, de todas las
ciencias; pero ¿las ruinas, las inscripciones, los ma-
nuscritos de tan extensa región, dieron ya las luces
necesarias para afirmar ó negar, en puntos concre -
tos, sin que sujete la lengua el frenillo de la duda?
Para que la importación científica de los primiti-
vos sistemas filosóficos, de las creencias religiosas,
de las costumbres civiles, hubiese llegado hasta
nosotros indeficiente; sin prejuicios desvelados por
rivalidades étnicas; impuestos por temores supers-
ticiosos, ó aceptados por la nimia credulidad, indis-
pensable era que la ciencia hubiese invertido, con
respecto al país bañado por las sagradas corrientes
que dieron jugo á las flores del Paraíso, las diez y
ocho centurias de lenta reflexión, de sereno estudio
que invirtió, antes de poder exclamar, dando verda-
des macizas: «¡Esta fué Grecia! ¡Este fué Egipto!»
Y porque esto así no ha sido ni es, ¿podrá asegu-
rarse que allí donde se moldearon las primeras ins-
tituciones sociales; donde se vio coronada la natu-
raleza; donde se entonó el primer himno de la tierra
al cielo, la flor á que consagramos estas líneas no
asociaba ninguna idea enaltecedora, no era signo
emblemático en el templo ni en el hogar?
Imposible para nosotros convertir la duda en cer-
tidumbre. En este punto, el santo y seña de los in-
dianistas cuyos libros hemos hojeado, es la palabra
silencio.
Mas, porque CíiUaron, ó porque deficientes fueron
nuestras investigaciones, ¿fuerza es convenir en que
lo desconocido ni existió ni existo? Se dirá: «Tal vez
exista; pero mientras no se conozca, será igual ó lo
mismo que si no existiera.» Estas matemáticas del
raciocinio no son tan absolutamente exactas como
aquellas cuyas operaciones precisan los números.
El silencio es á veces modestia (virtud peregrina):
casi siempre ignorancia; pero nunca jamás prueba
de que no haya habido ó hayc., lo que se busca.
Como el antiguo filósofo á quien traía desasosega-
do el saber de su no saber, así nos vemos nosotros,
después de consultar libros referentes á una civili-
zación que está sepultada entre el polvo de sus
ruinas; después de encontrar en los diseminados
vestigios de su inmenso sepulcro, aquí una letra,
allí otra y algunas más, siempre aisladas, viendo
que, al reunirías, por sorprendente combinación,
daban la pavorosa advertencia, que, muchos siglos
después, trazó la acerada pluma del poeta florenti-
no: Lasciate ogni speranza.
Y, con todo, insistimos en creer, que no desaira-
ron su propio entendimiento los poetas ni los filó-
sofos de la primera edad del mundo, desdeñando
el auxilio encantador, las ideas que engendran las
Rosas, para que de éstas, en los pensamientos re-
presentados por signos convencionales, la preteri-
ción fnese absoluta.
— 4 —
Durante el misterioso génesis de hi vida social de
un pueblo esencialmente contemplativo, absorto
siempre ante el majestuoso espectáculo de la natu-
raleza, ¿en su teología, en sus ritos, liturgias, him-
nos, epopeyas, versos, literatura... nada de sentido
simbólico, ni en ningún otro sentido, para la más
risueña maravilla de la creación? Pocos lo afirma-
rán. Esto dice un pensador, y aunque se le dé res-
puesta, contradictoria, no olvidemos que el pensador
tiene algo de adivino con respecto á lo pasado, como de
p>rofeta con respecto á lo porvenir.
Que el genio asiático recurrió á determinadas ño-
res para expresar su simbolismo teogónico, lo prue-
ba un texto del AgrouchadaParikchai, obra en (^ne
se discurre acerca de las ciencias ocultas, y que con-
tiene numerosos comentarios del Atharva- Veda.
En dicha obra se halla explicado el simbolismo
de la ílor de Loto, ó azucena de los estanques, que
reviste en la India carácter sagrado, no habiendo
sacrificio en las pagodas, ni ceremonia particular,
bien porque se celebre un casamiento, bien porque
nazca una criatura, en (]ue la mencionada planta
deje de tener altísima representación. Como que
fué llamada madre de los dioses y de los hombres.
También á la hierba Darha se tributaba culto
religioso, porque, según los Bracmanes, posee la
virtud de puriticarlo todo.
De la Rosa, no: de su color, origen del adjetivo
o —
róseo, se habla en el Naramedha, ó sacriñcio de la
creación, que también se llama Sarva-ivedha ó sacri-
ficios á todas las fuerzas de la naturaleza.
El Bracma, después de las abluciones matinales,
de cara al sol naciente, ofrece el sacrificio á Nara-
medha, ó sea al germen creador, y entre las oracio-
nes que pronuncia, se encuentra la Adoración á los
ocho puntos del mundo: siendo el séptimo: Adora-
ción á Kouvera al Norte, que lleva el Trissoula (1)
á quien el color róseo ó de rosa está dedicado, y cuyo
emblema es el caballo.
Para encontrar á la Rosa influyendo poderosa-
mente en la evolución lírica y progresiva de las
ideas, hemos tenido que salir de Asia y entrar en
África, en la tierra que destila ámbar y mirra; en la
península más grande del orbe, á la que llaman los
griegos Livia, y los latinos África. Cuando las emi-
graciones orientales le llevaron sus elementos civi-
lizadores, en Egipto, única parte de las tétricas so-
ledades que, como dice un insigne literato, tiene re-
presentación en los anales civiles, la Mosa se vio enal-
tecida por los inspirados autores del prodigioso li-
bro que contiene el Antiguo y el Nuevo Testamento.
(l) El indianista á quien consultamos dice, que todas
las armas que se mencionan en esta invocación perte-
necen á escudos fantásticos, símbolos de astronomía que
no ha podido descifrar.
6 —
Más tarde, Grecia; después, Italia... to'los los pue-
blos, sin escucharse los unos á los otros, y todos por
sincronismos frecuentes en la historia de la huma-
jiid;id, concibiendo á un tiempo ideas similares, lle-
varon la Rosa á sus mitos religiosos, á sus teolo -
giíXtí simbólicas, á sus varias literaturas. Desde la
abstracción del más pudibundo y virginal recato,
hasta lo que debe ignorar la inocencia, todo halla
velo apropiado en la Rosa: tupido, ó de sentido pro-
miscuo, cuado así conviene; transparente y diáfano,
para que el concepto deleite, cuando así bace al so
tádico propósito del escritor cuya pluma no detie-
nen los respetos.
Necesario fué que la naturaleza, triunfante en
Asia, se viese destronada; que el culto al fuego, más
tarde rendido al Sol y á los planetas, dejase de pres-
tar calor á las ideas religiosas de los persas; que la
esñnge, el anubis y los dioses cinocéfalos cayesen
destrozados para sepultarse entre las ardientes are-
nas de África; que la doctrina esotérica de los pri-
vilegiados sacerdotes egipcios, que á más del sabéis -
mo (1) comprendía el fetiquismo (2), perdiera su de-
gradante virtualidad; que en aquella parte del mun-
(1) Antigua religión que profesaban los adoradores
del fuego, del Sol y de los astros.
(2) Culto dado á los objetos materiales, no sensibles,
considerados como dioses.
do bloqueada por las movibles olas que siempre
conservan colores etéreos, bajase el hombre del
áureo pedestal que se había levantado para su pro-
pia adoración; que saltaran las cuerdas de la lira
de Orfeo; que Italia hiciese enmudecer el caramillo
de Pan y arrojase del Capitolio al Júpiter heredero
de los atributos del Bracma de la India; que se pu-
rificasen las aguas del Tíber con las del Jordán..., en
una palabra, que los dioses de la soberbia, según la
feliz expresión de un omniscio literato, fuese reem-
plazado por el Dios de la humildad, por el único, por
el verdadero Dios, sin que pueda tolerarse sobre este
j)unto controversia de ningún género; necesario fué,
repetimos, que todo esto fuese, para que la más ga-
llarda flor con que se engalanan las estaciones del
año, y señaladamente la primavera, alcanzase la
apoteosis con que el Cristianismo la divinizó.
¿Cómo? Dando su nombre, no á un mito más ó
menos fantástico, ingenioso ó poético; sí, á una rea-
lidad, que por ser tan privilegiada, infunde el sen-
timiento de la fe católica, hasta en los ánimos don-
de la ciega rebelión contra el dogmatismo cristiano
sea más fogosa.
¿Cuándo? Cuando en las invocaciones litúrgicas
de nuestra Santa Iglesia, María, la jNIadre amorosa
que en sus virginales entrañas dio inmaculado al-
bergue al Unigénito del Altísimo, fué llamada Rosa
MÍSTICA.
Esta frase es nii poema.
Nunca más bello el simbolismo de la reina de las
flores, que, cuando consagrada por la divina reli-
gión del Crucificado, vio extremarse con insupera-
ble grandeza, la de su natural liermosura.
Terminado este breve Preliminar, de ajenos he-
rrenales, vamos á espigar lo. más sazonado, para
que, sin tedio, nuestros lectores satisfagan su cu-
riosidad, y para que se cumpla el propósito de los
redactores de esta Guía.
<
í¿5
<
N la cuarta Dominica de Cuaresma, que es
cuando la Ig*lesia canta el oficio Lcetare Hie-
j^J^ rusalem..., palabras con que el más elocuen-
/'■^ te de los profetas, Isaías, se dirig-ió á la an-
tig"ua Salem (1). es costumbre inmemorial, que el Pa-
dre común de los fieles concurra á la basílica de San
Pedro, y en la capilla nombrada Sacristía Pontificia,
acompañado de todos los Cardenales y de dos Asis-
tentes Mayores, revestidos, de los cuales uno tiene la
Rosa en la mano y otro el ceremonial de la función,
bendiga la flor, rodándola con ag-ua bendita, mien-
tras pide á Dios, que donde quiera que llegase y estuviese
aquella Rosa, haya paz, tranquilidad y pureza y limpieza de
alma. Después de las oraciones litúrg-icas toma el Pon-
tífice la Rosa y la lleva al altar mayor, sig-uiéndole
{1} Salpm (ciudad de paz). Se le antepuso la palabra griega /tie-
ros fsagrado) y se formó aquella con que se designa á la que fué
capital del pueblo judio: Hierusalem (ciudad sagrada). Jerusalem.
*
— lU —
procesionaliiientc cuantos presencian la ceremonia.
Se dice la Misa, y terminada, manda S. S. que la flor
se guarde, para que sirva de presente, ya eyilas bodas,
ó ya en la toma de hábito de alguna Infanta ó persona real
católica, en cuya corte, si hay Nuncio, éste es quien la
ofrece, y si no, se comisiona á un Ableg-ado para que
la entregue, con un Breve donde se elogian los mere-
cimientos de la persona á quien se distingue con el
valioso donativo.
Primero fué una sola y sencilla flor de oro teñi-
da de color de rosa. Luego, suprimido este color,
ostentaba en su centro un magnifico rubi, y proba-
blemente después del pontificado de Sixto IV (si-
glo xv), se compuso, como hoy se compone, de un
ramo con espinas y varias rosas, entre las que sobre-
sale una de mayor tamaño, en la que el Papa, al ben-
decirla, pone bálsamo y almizcle.
El pedestal, en un principio, era también de oro.
después de plata sobredorada, y su forma triangular,
cuadrada ú octógona. Entre las diferentes labores
que lo embellecen suele grabarse alguna inscripción
y el escudo del Pontífice que lo regala.
Varios son los sucesores de San Pedro en cuyas
Cartas enseñan, que el mencionado ramo, ó, más con
cretamente, la Eosa, significa y declara á nuestro Re-
dentor, el cual ha dicho: «Yo soy la flor del campo
y el lirio de los valles.» El precioso metal de que está
formada, indica que Jesucristo es Rey de los Reyes y
Señor de los Señores, cuyo profundo sentido dieron á
entender los Magos cuando, como á Rey. le ofrecie-
ron el oro. El fulgor y alto precio de este metal y las
piedras que en la Rosa brillan, vienen á ser como la luz
inaccesible en que habita el que es luz de luz y Dios
verdadero. Los perfumes que en ella vierte el Sumo
Sacerdote representan la invisible esencia, la gloria
LA MADONA (Bolonia)
SANTÜABIO DONDE SE VENERA LA VIRGEN DE SAN LUCAS.
(De fotografía remitida por el ¡lustrado Rector del Real Colegio de San Clemente,
D. Antonio Gómez Tortosa.)
de la resuiTcccióii de Jesucristo, que fué de espiri-
tual alegría para todo el mundo, juies con ella termi-
nó el corrompido ambiente de las antigfuíis culpas, y
por todo el universo se esparció el suave nroma de la
divina g-racia.El color rosado de que antes se tenia, re-
presentaba la Pasión de Jesucristo. Las espinas ofre-
cen la santa enseñanza de que en las es})inas di-l dolor
puso el Mártir del Calvario todas sus delicias, y re-
cuerdan aquella corona que ensang-rentó sus sienes.»
Por último, como dice un estimable escritor coetá-
neo (1). si en la Bom purpúrea se personificó el fuego ar-
diente y la celeste antorcha del amor divino del Hijo de Dios,
hecho hombre y Redentor del género humano, en la de péta-
los blanco"^ y nacarados , comí el ampo de la nieve, encarnó
la sublime idea de la ¡pureza inmaculada de su Santísima
Madre y Virgen, desde el primer instante de su concepción
milagrosa.
Las investig-aciones eruditas para ñjar con exacti-
tud la fecha en que se instituyeron la bendición y
entreg"a de la Rosa de oro, siempre resultaron inútiles.
Los escritores franceses no dicen nada que alcance
más allá del 1366. año en que Urbano V envió á Jua-
na I, Reina de Sicilia, la dádiva mencionada.
Hay quien da por cierto que los Sumos Pontífices
vienen bendiciéndola anualmente desde el sig'lo v;
pero en el opúsculo que corre sin nombre de autor (2)
y que lleva por título La Rosa de oro enviada por la San-
tidad de Pío IX á S. M. la Reina Doña Isabel II... encon-
tramos las sig'uientes líneas, inspiradas en lo que
diceMoroni (T. LIX, pág-s. 113-115): «Más allá del
(1) Pérez (le Guzmán (D. JuanK Caticionero de la Rosa... Madrid,
M. TeUo, 1891. Uos tomos en 8."— Tomo I, págs. 29 y 30.
(2) Sabemos positivamente qne fué escrito por D. Severo Cata-
lina, y asi consta en el índice de libros impresos de la Biblioteca
particular de S. M.
— 13 ~
siglo XII, y tratándose de Pontífices anteriores á Ino-
cencio III, no son. en verdad, muy claros y termi-
nantes los datos que se pueden aducir.» [Para fijar la
época en que alg-ún Pontífice estableciera la costum-
bre de bendecir el donativo sag'rado.]
«Josefo Bona-Fides. en sus escritos sobre el ponti-
ficado de Nicolao Mag-no, apunta la idea de que en el
año de 1051, con ocasión de premiar servicios emi-
nentes de Luis Ursino, el Papa San León IK concedió
á aquella ilustre familia una Rosa, y dispuso por un
decreto especial que todos los años en la Pascua Flo-
rida se bendijese, para ella, una rosa, si bien después
fué destinada á otros mag-nates y Reyes; pero como
aquel historiador apoyara sus noticias en la fe y pa-
labra de un paneg-irista de la familia de Ursino, y
como, por otra parte, ni en la vida de San León IX.
ni en los documentos de su tienipo se hace mención
de la Rosa ni del diploma, lícito es poner en duda la
certeza de aquellas aseveraciones, y forzoso el resig*-
narse ano descubrir punto alg-uno de perfecta clari-
dad en la investig'ación de que se trata.»
Dícese por otros eruditos, que lo que en el pontifi-
cado de León IX se vislumbra pertinente ala historia
de la Rosa de oro, es la fundación de insig-ne monaste-
rio en la ciudad de Benevento, con la cláusula de
oblig'ar á las monjas, á cambio de g-randes privile-
gios é inmunidades, á pag^ar todos los años á la Ig'le-
sia Romana, ó la Rosa de oro que había de bendecir el
Pontífice en la Dominica cuarta de Cuaresma, ó bien
la cantidad de oro que en la hechura de la Rosa se
empleara. Pero, aun dado el valor que realmente me-
rezca esta apreciación, que se apoya en la poco defi-
nitiva autoridad de un libro de censos, que al propó-
sito se cita, bien es de notar que en el reinado de
Carlomagmo y de aquellos otros g-randes Reyes que
— 14 —
tanto defendieron los derechos de la Iglesia, que ro-
dearon el poder de la Santa Sede con el prestig-io de
su autoridad y con el valeroso anlparo de sus armas,
no se liag-a mención alg-una de la Rosa bendita, como
premio á la piedad de los Reyes y al heroísmo de los
g*uerreros.
Tiénese por menos imperfectamente averií^-uado
que á fines del sig'lo xi fué cuando la Rosa de oro,
€uya bendición en cada año probablemente se re-
monta á los tiempos más antig*uos. empezó á ser ob-
jeto de señalado obsequio y preciosísimo don de par-
te del Pontífice á los g-randes de la tierra. En el año
de 1096, Urbano II, después de la celebración del
Concilio de Tours, en que confirmó los acuerdos del
do Clermont. relativos á la primera Cruzada, reg*aló
á Fulcón, Conde soberano de Ang-ers (1), la Rosa de
oro. Es. pues, inútil (añade el Sr. Catalina de acuer-
do con Moronii remontarse, como algunos quieren, al si-
glo V, y mucho menos á los ayiteriores, interpretando para
ello palabras de los Romayios Pontífices de aquellos tiempos
primitivos de la Iglesia, que en manera alguna revelan el
origen ni la costumbre del envío de ¡a Rosa, por más que,
á la vez, iam¡)Oco haya motivo para negar la antiquísima
i'ostumbre de la bendición.
La insistencia misma con que uno y otro Pontífi-
ce, á contar desde el sig'lo xii. explican y analizan en
variíis cartas y documentos preciosísimos la sig-nifi-
cación m.ística de la Rosa de oro, y los muy altos sen-
tidos que en sí encierra, inducen á creer que. si era
íintig'uo y de tradición inmemorial el acto de la ben-
dición, no lo era tanto el de la entrega ó remisión á
los Príncipes conquistadores y poderosos de la tierra.
(1) Ciudad me novrt ble por las Cwiferenci ¡s nun ales celebradas
•en los años 1713 y 17U.
— 15 —
Puede aplicarse á este punto interesante de la his-
toria de la Bosa de oro, la muy juiciosa observación
de nuestro insig-ne escritor el P. Siglienza, que. al
dar noticia de la entrega de la espada y el sombrero-
á un Príncipe español en el Real Monasterio de San
Lorenzo, dice, á propósito de esta también antiquí-
sima y veneranda ceremonia: «No hallo el principio
y orig-en della. ni los que tratan destas ceremonias-
lo dicen; donde sospecho que es cosa muy antig-ua,
y que la usaron aquellos santos Pontifíces que se si-
g"uieron después del Concilio Niceno y de San Sil-
vestre.»
Deben, pues, coincidir con el principio de las na-
cionalidades que brotaron á la caída del Imperio; con
el g'eneroso arranque de los Príncipes y g'uerreros.
que en los sig-los medios pelearon por la integridad
de la fe y por la independencia de la Santa Sede, el
impulso de los Pontífices, y después la costumbre de
honrar con la Rosa bendita en el altar por las manos-
del Gran Sacerdote en un día determinado, á aque-
llos varones esclarecidos por el valor y la piedad, ó á
aquellas Princesas, dechado de virtudes, cuyos nom-
bres ha perpetuado la Historia en sus más brillantes-
pág'inas.
También del opúsculo citado transcribimos lo que
sig-ue: «Gloria nuestra es, que el primer monumento
verdaderamente solemne é incuestionable, en que no
ya sólo se dé cuenta de la bendición y entrega de la
Rosa, sino que se explique su sentido, sea dirigido á
un Rey de Castilla, preclaro por sus hazañas, y me-
morable por su gloria; al gran Alfonso YII, el Em-
perador, que mereció del Papa Eugenio III, á la mi-
tad del siglo xn, el honor de la Rosa de oro acompa-
ñada con una carta, que no por tratar en primer tér-
mino de otro asunto, importantísimo también para
10
nuestra historia nacional, deja de ofrecer vivo inte-
rés por lo que se refiere á la Rosa de oro>> (1).
II
Este donativo de los Pontífices no tuvo siempre
una sola aplicación, ni siempre fué necesaria la alte-
za de la estirpe en el sujeto que lo recibiera.
Los Papas, sin determinar cuáles, dice Moroni, en-
viaron dos Rosas de oro á la archibasüica Lateranense;
dos al Santuario de Sancfa Santorum; cuatro ó cinco á
la patriarcal hasüka Vaticana; dos á la patriarcal basíli-
ca Liberiana, y una ala ig'lesia de la Arcliicofradía del
Gonfalone (2), otra á la de Santa María sopra Miner-
va (3) y otra á la de San Antonio de los Portugueses; pero
desgfraciadamente, por las vicisitudes de los tiempos,
ninguna de estas Rosas se conserva.
En la Historia Pontifical y CatJioUca... del Dr. Gonca-
lo de Illescas... Madrid, M.D.LXXVIII.... seg-unda
parte, fol. 67, cois. 3.^ y 4.a, se lee que. por haber la
ciudad de Bohemia vuelto al gremio de la Iglesia ca-
tólica, el Papa Eugeyíio (IV) embió al Emperador (Segis-
mundo) sus Embaxadores co la Rosa de oro...
También se sabe, que Inocencio IV la entregó per-
(1) En el opúsculo se lia publicado el texto íntegro de esta
carta, ea latín y en castellano.
(2) Gonfalonero de la iglesia es el protector que los Papas esta-
blecieron en algunas ciudades de Italia, durante la lacha de la
Santa Sede con los Emperadores.
(3) Minerva : Arclncofradía del Santísimo Sacramento , insti-
tuida por Fr. Tomás Stella, dominico, y fundada en Santa María,
Sobre Minerva, en Roma, el año de 1539. Su objeto principal es cui-
dar del culto exterior que se debe á Jesús sacramentado.
,1*;
V2
— 17 —
sonalmente á la ig"lesia de Lijon (1); que Pío II la re-
mitió á Sena; Sixto IV, á Savona; Julio II, á la basílica
de Santa María la Mayor; Julio III, á la imag-en de la
Virg-en María pintada por San Lucas; Pío IV, á la
ciudad de Luca; Pío V, á la imag-en del Salvador que
se venera en la Scala Santa ;\GvQgoño XIII, á la Re-
pública de Venecia, y á la ig-lesia de Loreto; Sixto V,
también á la ig*lesia de Loreto; Clemente VIII, á San-
ta María Supra-Mínervam ; Paulo V, á la basílica de
San Pedro del Vaticano, y á la Virg^en pintada por San
Lucas, y Urbano VIII, á dicha basílica y, como Pío V,
á la imag-en del Salvador, que se custodia en la Scala
Santa.
Pocas veces, no obstante, han dejado de ser de re-
g-ia estirpe las personas á quienes se hiciera la bendi-
ta ofrenda. Concretándonos á España, en testimonio
de sing-ular estima y paternal afecto, la recibieron:
Alfonso VII, el Emperador (2).— Ofrecida por Eu-
genio III, al mediar el sig-lo xri.
D. Juan II de Castilla. — Por Eug-enio IV (1435).
Alfonso V de Arag-ón. el Magnánimo (3). — ¿Por Ni-
colás V? ¿Por Calixto III?
(1) Esta ciudad es célebre por los dos Concilios generales cele-
brados en ella, y por hiber, también en ella, comenzaio la obra
de la Propagación de la Fe.
(2; El Sr. Pérez de Gnzcnán, en la Introducción de su ya citado
Cancionero, dice fpág. 28) que, «desde Honorio III, vino la conde-
coración mística á enaltecer en España á Alfonso VIII, el de las
iVjvav». El error es evidente. Alfonso VIII, el de tas Navas, murió
el año de 1211, y Cencio Savelli, Canónigo de San Agustín, no fué
elevado á la Sede Apostólica, tomando el nombre de Honorio III,
hasta el de 1216.
(3) El mismo autor (obra y página citadas;: «En 1460, bajo
Pío II (fué enviada la Rosa) á Alfonso V de Aragón, el romántico
con luistador de Ñapóles.» También el error es evidente. Alfonso V
de Aragón murió en Ñapóles el 27 de Junio de 1458. Eneas Silvio
ciñó la tiara, con el nombre de Pío II, el 20 de Agosto de dicho año.
*
— 18 —
D. Iñigo López de Mendoza, primer Marqués de
Mondéjar.— Por Inocencio VIII (1486).
La Reina Católica Doña Isabel I (I).— Por Alejan-
dro VI (1493).
El Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdo-
ba (2).— Por Alejandro VI (¿1497?).
La Duquesa de Alba, Doña María Enríquez, esposa
del Gran Duque de Alba. D. Fernando Álvarez de
Toledo.— Por Paulo IV (1558).
La Infanta de España Doña Marg-arita de Austria,
hija de Carlos V. — Por Gregorio XIII.
La Reina Doña Isabel de Valois, tercera esposa de
D. Felipe II.— Por Pío V (3).
La Reina Doña Ana de Austria, cuarta y última
esposa de D. Felipe 11. — Por Pío V.
La Infanta de España Doña Catalina. — Por Gre-
gorio XIV (1591).
La Infanta de España Doña Isabel. — Por Clemen-
te VIII (1595).
La Reina Doña Margarita de Austria, esposa de
D. Felipe III.— Por Clemente VIII (¿1598?).
La Reina Doña Isabel de Borbón, primera esposa
de D. Felipe IV.— Por Paulo V (1618).
La Infanta de España Doña María, hermana de
(1) otro error de fecha (obra y página citadas): «En 1490, rei-
nando Alejandro VI fel envió de la Rosa enalteció en España) á la
Reina Católica Doña Isabel I.» El ilustre español, natural de Játi-
ba, de la casa de Boija, qtie figura entre los Pontífices romanos
con el nombre de Alejandro VI, no ocupó la Cátedra de San Pedi-o
hasta el 11 de Agosto de 1492.
(2) (Obra y página citadas.) Se llama al Gran Capitán Fernan-
do González de Córdoba. Del apellido se ha formado el nombre, y
viceversa.
(3) El Sr. Pérez de Guzmán (obra y página citadas) dice, que
por Gregorio XIII. Antes de que este Papa lo fuese, había muerto
la Eeina Doña Isabel de Yalois.
SALAMANCA. — Sepulcro del Gran Duque de Alba
Y DE su ESPOSA DoÑA MarÍa EnrÍQUEZ, Á QUIEN PaULO IV OFRECIÓ
LA Rosa de oro. Figura ésta en el monumento.
— 20 —
D. Felipe IV, Reina de Hanf^-ria, después Empera-
triz.—Por Urbano VIII (1630).
La Reina Doña Mariana de Austria, seg-unda es-
posa de D. Felipe IV.— Por Inocencio X (I649J (1).
La Infanta de España Doña María Teresa, hija pri-
mog*énita de D. Felipe IV, casada con el Rey de
Fj-ancia Luis XIV. — Por Clemente IX.
La Reina Doña María Luisa Gabriela de Saboya,
primera esposa del Rey de España D. Felipe V de
Borbón. — Por Clemente XI (1701).
La Reina Doña Isabel de Farnesio, segunda esposa
del Rey de España D. Felipe V de Borbón. —Por Cle-
mente XI (1714) (2).
Y llegamos á nuestra época, y vemos con org-ullo
que, después de sigio y medio, los dones que emanan
del trono sacrosanto de San Pedro, vuelven á deposi-
tarse bajo el dosel augusto del de San Fernando.
Pío IX, cuya memoria siempre será venerada, ob-
sequió con la inestimable joya á S. M. la Reina Doña
Isabel II. bajo cuyo cetro se inauguró en España la
era de las libertades políticas; se fundó la monarquía
constitucional, resolviéndose para siempre la cues-
tión dinástica, y se renovó la vida intelectual y mo-
ral de nuestra nación en los puros manantiales de la
civilización moderna.
Por último, el sapientísimo León XIII, en cuyo
favor debiera la Providencia hacer el milagro de con-
(1) No durante el período de la Regencia de la Reina, conao
deducirse puede, leyendo lo que dice el Sr. Pérez de Guznián (obra
citada, pág. 2d), porque, con diez aüos de antelación á dicho periodo
histórico, había dejado de exista* el piadoso Inocencio X.
(2) D. Antonio de Castro y Casaleiz, en su Guia práctica del Di
plomático español (pág. 583), menciona entre los favorecidos con la
Rosa de oro, á Ai.fokso IX de Castilla y al Archiduque Carlos
(en 1515), que fué después Carlos I de España.
— 21 —
cederle vida eterna, para bien de nuestra divina reli-
gión, envió el precioso donativo ala Aug-usta Dama,
á la actual Reina Reg'ente, Doña María Cristina de
Hapsburg-o-Lorena, cuyos actos se inspiran siempre,
con patrióticos afanes, en todo cuanto pueda conve-
nir á los intereses de la nación que rig'e; que ha pa-
sado por dolorosas pruebas, y que con sus virtudes,
como madre y mujer, y sus talentos, como reg-ula-
dora del equilibrio de los poderes del Estado, se ha
hecho dueña del cariño y de la confianza de los es-
pañoles, consolidando en el poder real todo el ascen-
diente que necesita, para que las discordias civiles no
devoren el corazón de la patria.
III
Se da por cierto, que desde el siglo xvi, la Rosa de
oro se viene ofreciendo únicamente á las Princesas
que se han sentado en los tronos de Europa, y que
en los últimos tiempos y en los actuales «ofrenda es
exclusiva de Reinas».
Como ya hemos dicho, el Papa Clemente VIH en-
vió la Rosa á la Serma. Infanta Doña Isabel, estando
la Corte en Madrid, el año de 1595, y de acuerdo con
un manuscrito, que no suele ser raro en las grandes bi-
bliotecas, y que lleva el rótulo de «Etiqueta ó Cere-
monial del Palacio y Corte de España, dispuesta por
orden del Rey Felipe IV, año de 1647», el acto se rea-
lizó de la siguiente manera:
5 de ]?Iayo de 1595.
En dicho día, que fué cuarta Dominica de Cua-
resma, antes de Misa, fué el Almirante con grande
9 >
acompañamiento de señores á la casa del Nuncio por
Juan Francisco Aldrobandino, sobrino de la Santi-
dad de Clemente VIII, que posaba con él, trujéronle
en medio del Almirante y el Conde de Lemus; venía
delante y inmediato á Juan Francisco Aldrobandino
el Reverendo Rasa (1), que llevaba la Rosa, vestido de
roquete (2), y detrás de Juan Francisco, el Colector:
llegaron á Palacio y subieron á la capilla; habiendo
hecho oración ante el altar, puso la Rosa el Rasa en
medio del altar, donde estuvo hasta el fin de la Misa,
y él se quedó en la capilla sentado al lado ¿el Evan-
g*elio en el banco de los Prelados, después de todos
ellos, y allí aguardó hasta que vino el Príncipe Nues-
tro Señor.
En dejando la Rosa en el altar, Juan Francisco,
con el acompañamiento, fué al aposento de S. A., y
le vino acompañando en el lugar de los Grandes y
el más inmediato á S. A., llevándole en medio el Al-
mirante y el Duque de Medinaceli, y también con-
currió en este día el Cardenal Archiduque Alberto.
En entrando en la capilla, hechas las reverencias
al altar y á S. A., Juan Francisco se fué á sentar al
lado de la Epístola, donde le tenían puesta una silla
rosa, más abajo de las gradas del altar, junto al esca-
ño en que se sienta el Preste y Diáconos que dicen la
Misa, y delante un sitial cubierto de terciopelo car-
mesí, y á las espaldas, debajo de la tapicería, colgada
una alfombrilla de oro más larga que los tapices.
Dijeron la Misa los Capellanes de S. M.. prosi-
guiéndola hasta la oración Placeat, y en el sermón
(1) En otras <;opias, Rata.
(2) Especie de sobi'epelliz que antiguamente usaban tan sólo los
Obispos y Abades mitrados; pero que ahora la usan también los de-
más sacerdotes. Debe ser de tela de lino ó cáñam ) blanco.
— '^9. —
dijo el predicador alg-o de la sig-nificación y ceremo-
nia de la llosa, y dicha la oración Placeaf, se retiró el
que celebraba con el Diácono y Subdiácono al escaño
que está puesto á la parte de la Epístola.
Entretanto se puso un asiento que llaman facistol
(faldistorio) (1) á la parte de la Epístola, para el Nun-
cio Comisario nombrado para este efecto, y se tuvo
prevenido el amito, alba, cruz, peto, pectoral, estola,
pluvial y mitra preciosa: salió de su lug-ar y subió
la g-rada, y hechas las reverencias al altar y al Prín-
cipe, estando cubierto y vuelto al cuerpo de la capi-
lla, dejó el manto y la mitra y la muceta, sin decir
nada, y se sentó y lavó las manos: el Diácono y Sub-
diácono que estaban aparejados, uqo á la mano de-
recha y otro á la izquierda, le vistieron con el amito,
alba y cruz, pectoral, estola, pluvial y mitra precio-
sa, y habiéndose mudado el facistol (faldistorio) á la
mitad del altar, se sentó el Nuncio, vueltas las espal-
das al altar y el rostro al pueblo, y el Diácono y Sub-
diácono se volvieron á su lugar: entonces Juan
Francisco hizo de nuevo presentar el Breve apostóli-
co al Nuncio Comisario, que estaba sentado, como está
dicho, y Rasa pidió que se cumpliese lo contenido en
él, y el Nuncio ordenó á Felipe Nocelli, Capellán de
S. M., leerlo en alta voz, estando todos sentados.
Leído el Breve, quedando los Embajadores en el
asiento ordinario, fué el Príncipe Nuestro Señor,
acompañándole el Cardenal Archiduque, su tío. y
Juan Francisco, al oratorio secreto de S. M., que
está debajo de la tribuna y á la puerta de la capilla,
recibió á la Señora Infanta, que venía acompañada
(i) Asiento bajo, sin respaldo, de que visan los Obispos en algu-
nas funciones. — Almohada donde el Papa se arrodilla durante
ciertas ceremonias.
— 24 —
de las Damos y Dueñas: traía la falda una Dama, que
se llamaba Jacinta Yort (1), y el Príncipe Nuestro Se-
ñor y el Cardenal fueron con la Señora Infanta, un
poco delante, hasta el altar donde estaba el Nuncio,
é inmediatamente delante de Juan Francisco. Entre-
tanto que el Príncipe Nuestro Señor fué por su her-
mana, el tapicero de S. M. y sus oficiales pusieron un
paño de oro tendido en el suelo, que cubría las dos
gradas del altar, y el Nuncio se levantó: dio una al-
mohada el tapicero al Marqués de Velada, Mayordo-
mo Mayor de S. M., el cual la puso á S. A., arrimada
á la primera g-rada por el lado del Evang-elio, y en
ella se arrodilló delante del Nuncio. El Príncipe Nues-
tro Señor se quedó detrás de su hermana, á la mano
derecha: los Embajadores salieron de su banco, alle-
g'ándose un poco más al altar, y allí estuvieron en
pie: al otro lado del Evang-elio estuvo el Cardenal en-
frente del Príncipe. Las damas, que habían salido de
dos en dos detrás de S. A., se arrimaron al banco de
los Capellanes y Embajadores, porque S. M., que es-
taba en el oratorio, pudiese ver mejor, y las Dueñas y
Jacinta Yort, que traía la falda, se arrimaron al lado
de la Cortina; los Grandes se pusieron en sus bancos.
El Diácono, tomando la Rosa del altar, la dio á Rasa,
que estaba al lado de la Epístola, y él á Juan Fran-
cisco, que la puso en manos del Nuncio Comisario, y
el Nuncio la entregó á la Señora Infanta, que estaba
hincada de rodillas , diciendo las palabras acostum-
bradas, que son: Accipe Rosam..., etc. Acabadas estas
palabras y oración, la Señora Infanta tomó la Rosa
y la besó como consagrada y la dio á García Loaisa,
Capellán y limosnero mayor de S. M.: S. A. se volvió
(1) En otras copias, Jacincurt.
por donde había salido, yendo inmediato á las Per-
sonas Reales, García de Loaisa con la Eosa, y acom-
pañada de la misma manera hasta la puerta del ora-
torio, donde estuvieron el Príncipe Nuestro Señor y
su tío, hasta que entraron las Damas, y lueg*o se vol-
vieron á la Cortina. Los Embajadores se estuvieron
en el lug'ar arriba dicho, y entretanto que volvía el
Príncipe Nuestro Señor al suyo, salió García de Loai-
sa con la Eosa por la misma capilla y la llevó al altar
donde dicen Misa rezada á S. M.
Vuelto el Príncipe Nuestro Señor á la Cortina, se
levantó el Nuncio, y apartando el facistol (faldistorio)
y quitada la mitra, el rostro al pueblo, cantó la ben-
dición solemne, teniendo delante la Cruz el Subdiá-
cono que sirvió. El Diácono pronunció las indulgen-
cias del Breve Apostólico, y después el Nuncio se
puso la mitra y se fué á su asiento al lado de la Epís-
tola, y, dejando los ornamentos, se vistió manto y
muceta, y en el ínterin, el que celebró se fué al altar
y acabó la Misa diciendo el Evang-elio de San Juan.
IV
12 de Febrero de 1868.
KOTKIA DEL CEREMONIAL PREVIAMENTE APROBADO, Y HOY FIELMENTE
CUMPLIDO, PARA LA ENTREGA SOLEMNE Á S. M. LA REINA, DE LA
«ROSA DE ORO» QUE LE ENVÍA EL SUMO PONTÍFICE.
A las once y media de la mañana, una compañía
de Infantería, con bandera, de uno de los regimien-
tos de la g-uarnición, pasará á dar la Guardia de Ho-
nor al Palacio de la Nunciatura.
También irá una sección de Caballería y un Jefe
~ 20 —
para servir de escolta en el tránsito de allí á Palacio.
La Casa Real enviará tres coches con tiros de ca-
ballos de g*ala, y un Caballerizo de Campo.
Los coches irán á las órdenes del Gentil-hombre
Grande de España que S. M. ha desig-nado para que,
en su Real nombre, acompañe la conducción de la
Bosa de oro desde la Nunciatura á Palacio.
La comitiva se pondrá en marcha en los términos
sig^uientes:
Cuatro soldados de Caballería con un cabo.
Un coche con el Mayordomo de semana y Gentil-
hombre de casa y boca.
Otro coche con el Señor Nuncio y el Señor Arzo-
bispo de Trajanópolis, comisionado por Su Santidad
para oficiar en la Misa.
* El tercer coche, conduciendo al Gentil-hombre
Grande de España y al Ablegado Apostólico, con la
Rosa de oro.
El Jefe que manda la escolta se colocará al lado de
la portezuela derecha, y eí Caballerizo de Campo al
de la izquierda.
Delante de este coche cuatro batidores.
La escolta.
La comitiva se dirig-irá desde el Palacio de la Nun-
ciatura, por Puerta Cerrada, calle del Sacramento,
plaza de Santa María y Arco de la Armería, al Real
Palacio.
La guardia de Palacio formará y hará los honores,
como cuando S. M. sale en público.
Dos Mayordomos de semana y cuatro Capellanes
de Honor estarán esperando en el descanso de la es-
calera para acompañar desde allí á la Real Capilla.
En cuanto se halle depositada en el altar mayor la
Rosa de oro, el Gentil-hombre Grande de España irá
á ponerlo en noticia de S. M.
Los Guardias Alabarderos estarán formados en la
-escalera y galería principal. La Música tocará la
Marcha Real.
La Real Capilla estará preparada, seg'ún se acos-
tumbra para Capilla pública, con sitiales para las Per-
sonas Reales, banquetas para los Jefes de Palacio y
Damas de g-uardia, bancos cubiertos para los Grandes
de España, banco y bancal para el Nuncio de Su San-
tidad, y bancos para los Mayordomos de semana, Ca-
pellanes de Honor y Gentiles-hombres de casa y boca.
Habrá además tribunas y estradillos para los convi-
dados, según se acostumbra en ocasiones análogas.
Desde que S. M. sale de la Cámara hasta que llega
á la Real Capilla, precederá la Regia Comitiva en el
orden siguiente:
Gentiles-hombres de casa y boca.
Mayordomos de semana.
Grandes de España cubiertos.
SS. AA. RR. y SS. MM. acompañados de los Jefes
"de Palacio y servidumbre de guardia, y seguidos de
la Plana Maj'-or, de la Música y de un piquete del
Cuerpo de Alabarderos.
Después de llegar SS. MM. á la Real Capilla, em-
pezará la Misa solemne, que oficiará el Sr. Arzobispo
Comisario, quien, antes de darla acostumbrada ben-
dición, se sentará, vuelto de espaldas al altar, y te-
niendo delante á S. M. A este tiempo será leído en
alta voz el Breve del Sumo Pontífice, y en seguida,
el Ablegado, tomando del altar en sus manos la Rosa
de oro, la entregará al Sr. Arzobispo Comisario; y
éste lo hará á S. M., que estará ya de rodillas para
recibirla, diciéndole la oración dispuesta por la Igle-
sia para esta ceremonia:
Accípc Iiosam de manibus nostris, qiianí ex speciaJi con-
missionc, etc.
— :2S —
Recibida la Rosa, volverá S. M. á su sitial , y se-
guirán la solemne bendición, la terminación de la
Misa y la lectura de las Indulg-encias concedidas por
Su Santidad con esta ocasión.
S. M. volverá á su Real Cámara con el mismo
acompañamiento antes descrito, llevando en su Real
mano la Bosa de oro, que entreg*ará en seg'uida á su
Capellán Mayor, para que vaya á colocarla en el ora-
torio particular de S. M., preparado para este acto,
seg-ún dispong*a el Sr. Patriarca de las Indias.
En cuanto S. M. entreg^a la Rosa de oro á su Cape-
llán Mayor, se darán por terminadas estas solemnes
ceremonias.
^
^ *
Para la que dio motivo á las anteriores disposicio-
nes, el portador de la Bosa de oro fué D. Salvador de
Torres Ag-uilar-Amat. Ag-reg'ado de número á la Em-
bajada de S. M. en Roma.
V
'Z de Julio de 1886.
El rig^uroso luto que la Corte de España guardó
con motivo de la prematura muerte de S. M. el Rey
D. Alfonso XII (q. s. g*. li.). no permitió que. cuando
la entreg'a de la flor simbólica con que el Sumo Pon-
tífice León XIII enalteció las singulares virtudes de
S. M. la Reina Regente Doña María Cristina, el acto
revistiese la misma solemnidad que se observó en
Febrero de 1868. Sin embargo, aunque no hubo dis-
cursos, ni audiencia para la presentación de los Bre-
— 29 —
ves Apostólicos, no careció por eso. como dice el
ilustrado escritor D. Antonio de Castro y Casaleiz.
«de todo el esplendor que el luto permitía: aunque
no se le dio la publicidad y el aparato que hubiera
sido de desear, para hacer más notorio un acto de la
Santa Sede, que. al confirmar y consolidar el indis-
cutible derecho de S. M. D. Alfonso XIII al trono de
España, hirió de muerte la causa de los que preten-
den ser defensores de la leg"itimidad.»
En el número de la Gaceta Oficial publicado el día
4 de Julio de 1886, se encuentran los siguientes por-
menores:
MINISTERIO DE ESTADO
CANCILLERÍA
El día 26 de Junio próximo pasado, el Excelentí-
simo Sr. D. Ciríaco Sancha, Obispo electo de Madrid-
Alcalá, tuvo la honra de ser recibido en audiencia
privada por S. M. la Reina Regente (q. D. g-.), con
objeto de poner en sus Reales manos los Breves que
Su Santidad se ha dignado expedir, encargándole de
traer á España y entregar á S. M. la Bosa de oro, que
el Papa León XIII le había destinado.
Su Majestad se dignó señalar para la traslación y
entrega de la Bosa de oro el día 2 del corriente, y en
su consecuencia, á las nueve de la mañana del mis-
mo, pasó á dar la guardia de honor al Palacio de la
Nunciatura, donde estaba depositada la Bosa, una
compañía de Infantería con bandera, asi como la sec-
ción de la Escolta Real que, con su Jefe, había de cus-
todiar la Bosa de oro en su traslación á Palacio, yen-
do también tres coches de gala, un Caballerizo y un
— 30 —
Correo de la Real Casa, todos á las órdenes del Señor
Marqués de Molíns, Gentil-hombre de Cámara, Gran-
de de España, designado por S. M. para que acompa-
ñase la conducción de la Rosa.
La comitiva se puso en marcha en esta forma:
Cuatro Guardias civiles de Caballería y un cabo.
Coche en que iban el Mayordomo de semana y un
Gentilhombre de casa y boca.
Coche de respeto.
Cuatro batidores.
Correo de Caballerizas.
Coche en que iba el mencionado Grande de España
y el Excmo. Sr. Obispo, con la Rosa de oro.
A las portezuelas de derecha é izquierda de este
coche marchaban el Jefe de carrera y el Caballeriza
de Campo.
La escolta.
Dirigióse la comitiva desde el Palacio de la Nun-
ciatura, por Puerta Cerrada, calles del Sacramento.
Mayor, Bailen y Arco de la Armería, al Real Palacio,
á cuya puerta se hallaba formada la guardia exte-
rior, que tributó los honores de Ordenanza.
El Real Cuerpo de Guardias Alabarderos, que se
encontraba también formado en la escalera y galería
alta, tributó los mismos honores, tanto al llegar la
Rosa de oro, como al paso de la misma á la Real Ca-
pilla, que se hallaba preparada convenientemente.
Su Majestad la Reina Regente (q. D. g.), acompa-
ñada de S. A. R. la Serma. Señora Infanta Doña Isa-
bel, salió de la Real Cámara para la Real Capilla, en
la forma y con el ceremonial de costumbre.
Luego que S. M. y A- R. ocuparon sus sitiales, em-
pezó una Misa rezada, que celebró el Excmo. Señor
Obispo de Madrid-Alcalá, ocupando sus puestos res-
pectivos el Excmo. Sr. Cardenal Capellán Mayor de
— 31 —
Palacio, el Excmo. Sr. Nuncio de Su Santidad y el
Reverendo Obispo de Murcia.
Asistieron á la Capilla, además de los Jefes de Pa-
lacio, Grandes de España, Damas de g-uardia de S. M.
y funcionarios de la Real Casa, que concurren ordi-
nariamente á las Capillas públicas, los Ministros de
la Corona y el Cuerpo Diplomático extranjero acre-
ditado en Madrid, con sus señoras.
Lleg-ada la Misa al lie Misa esf, el Obispo celebrante
se sentó de espaldas al altar, mientras que el Nota-
rio de la Capilla dio lectura ni Breve Pontificio, por
el cual Su Santidad concedía á S. M. la Rosa de oro.
En seg-uida S. M. se acercó al altar, y. puesta de
rodillas, recibió de manos del Sr. Obispo la Bosa de
oro, que previamente se había colocado en el lado del
Evang-elio, pronunciando S. E. la fórmula dispuesta
por la Ig"lesia para esta ceremonia, y que dice:
Accipe RosAM de manibus
nostris, quam ex speciali com-
missione Santissimi in Chrislo
Patris, et Domini N'ostri, Leo
nis Papce XIII, nobis facta,
Tibi tradimus,p)er qriam desig-
natnr gaudium utriusqiie Jeru-
salem triuynphantis sciiicet, ac
milit antis Ecclesice; per quam
ómnibus fidelibus manifestatur
Jios Ule speciosissimuSj qui est
gaudium et Corona Sanctorum.
Suscipe hanc Tu, dilectissima
Filia, quce secundum seculum
nobilis.potens, et midta virtute
pra'dita es, ut amplius omni
virtute in Christo Domino no
bilitteris, tamquam rosa plan-
tata super rivos aquarum mul-
tarum, quam gratiam ex Sua
uberante clementia Tibi conce-
deré dignetur, qui est Trinus
et Unus in sécula seciUorum.
Recibid de nuestras manos
la Rosa que os entregamos por
especial comisión de Nuestro
Santísimo Padre en Cristo y
Señor el Papa León XIII, por
la cual se significa el gozo de
una y otra Jerusalén, á saber:
de la Iglesia triunfante y de la
militante; y se manifiesta á to-
dos los fieles aquella hermosí-
sima fior, que es alegría y co-
rona de los Santos. Recibidla,
muy amada hija, que, según el
siglo, sois noble, poderosa y de
mucha virtud adornada, á fin
de que os ennoblezcáis más con
todas las virtudes enNuestro Se
ñor Jesucristo, como rosa plan-
tada cerca de los arroyos de
abundantes aguas. Dígnese con-
cederos e<ta gracia por su mu-
cha clemencia el que es Trino y
Uno por los siglos de los siglos.
Acto continuo entonó el celebrante el Te Deuní,
que S. M. oyó teniendo en sus manos la Bosa de oro.
que se dig-nó lueg-o entreg-ar al Marqués de Molíns. al
terminar el Santo Sacrifício.
La ceremonia relig'iosa ha sido presenciada desde
la tribuna Real por SS. A A. RR. las Sermas. Señoras
Princesa de Asturias é Infanta Doña María Teresa,
así como por S. A. I. y R. la Archiduquesa de Aus-
tria María Isabel.
S. M. la Reina, con el ceremonial mismo empleado
al traladarse á la Real Capilla, volvió á la Cámara,
acompañando la Rosa de or-?, que era llevada por el
Marqués de Molíns, el que hizo entreg-a de la misma
al Emmo. Cardenal Capellán Mayor de S. M.. que la
colocó en el Oratorio. (Donde hoy se custodia.)
Mide aquella preciosa alhaja veinticinco centíme-
tros de altura; contiene ocho rosas, catorce Ijptonci-
tos y cerca de cien hojas, sobresaliendo en el centro
la flor del símbolo, la que da nombre á la santa ofren-
da del Sumo Pontífice León XIII.
La jarra que sirve de pedestal, es de plata sobredo-
rada.
En uno de sus lados ha^^ una primorosa imagen de
Santa Cristina, y en el otro la siguiente inscripción:
M A lil .E C H R I S T I N M
ALFFONSI Xni
II I S P A M A R U M regís U A T R 1
ROSAM AUREAM
LEO XIII
P 0 N T I F E X M A X I M U S
D. D. D.
ANNO MDCC'CLXXXVI
TRIBUNA Y CORO DE SAN PEDRO
— 33 —
A la Nunciatura, para el acto de la conducción del
donativo pontificio, fué, en coche de la Real Casa, el
Mayordomo de semana D. Pascual Liñán. Al estribo
del carruaje ocupado por el representante del Papa y
por el Excmo. Sr. Marqués de Molins, marchaba el
Caballerizo de Campo D. Antonio Pineda y Ceballos
Escalera; y, al de la derecha, el Jefe d • Carrera, Se-
ñor D. Luis Ezpeleta y Contreras, entonces Teniente
Coronel, seg-undo Jefe del escuadrón de la Escolta
Real: hoy General de Brig-ada.
Para recibir en la meseta de la escalera principal
de Palacio á la comisión portadora del valioso presen-
te, fué citado el Excmo. Sr. Marqués de Campo Santo;
pero no habiendo podido asistir, lo reemplazaron el
Excmo. Sr. D. Luis Pérez Rico y el Sr. D. Francisco
María de Lezcano y Larreta.
El orden en la Capilla pública estuvo á carg^o del
Excmo. Sr. Conde de Losa y del Sr. D. José María
Ortega Morejón.
A más de los Jefes Superiores de Palacio (1), forma-
ban el brillante séquito de S. M., al dirig-irse á la Ca-
pilla, y al regresar á sus habitaciones, las Damas de
honor Excmas. Sras. Duquesas de Osuna, de Medina
Sidonia, de Fernán-Núñez, de Medina de las Torres,
de San Carlos y la del Infantado; las Marquesas de
Molins, de Guadalest y la de Monistrol, y las Conde-
sas de Superunda, de Heredia-Spínola, de Guaqui, de
Torrejón, de Altamira, de Puñonrostro y la de Villa-
paterna; y los Grandes de España Excmos. Sres. Du-
ques de Fernán-Núñez, de Frías, de Bacna, de Vera-
g-ua, de Tamames, de Granada de Eg-a y el de Medina
(l) No concurrió el Excmo. Sr. Duque de Sest), Marqués do Al-
cafíices, por encontrarse ausente de Madrid.
— Se-
de Ríoseco; los Marqueses de Sotomayor, de la Mina,
de Miravalles, de Corvera, de Ayerbe, de Malpica, de
Barbóles, de Velada, de Roncali, de Torre de la Pre-
sa, de Salamanca y el de Quintanar, y los Condes de
Revillag-igedo, de la Corzana, de Guaqui, de Vía Ma-
nuel, de Casa Valencia, de Altamira, de Pino Hermo-
so y el de Humanes.
En el Presbiterio estaban el Emmo. Sr, Cardenal
Paya y el limo. Sr. Obispo de Málaga.
En las tribunas de los Ministros, la señora de Don
Seg-ismundo Moret, los Ministros de Estado, Gracia
y Justicia, Gobernación, Guerra, Marina, Hacienda
y Ultramar.
En la del Cuerpo Diplomático: Madame Labou-
laye, Madame Curry, y la señora de Mendes Leal, —
Monsieur de Laboulaye, Embajador de la República
Francesa; Sir Clare Ford, Enviado Extraordinario y
Ministro plenipotenciario de Ing-laterra; Monsieur le
Comte de Solms Sonnenwalde. idem de Alemania;
Monsieur le Comte Víctor Dubsky, ídem de Austria-
Hungría; Monsieur la Barón Blanc. ídem de Italia;
Monsieur J. da Silva Mendes Leal, ídem de Portugal;
Monsieur J. C. M. Curry. idem de los Estados Unidos;
Monsieur le Barón Gericke d'Henrynen, ídem de los
Países Bajos; Sermed Effendi, ídem de Turquía; Chu
Ho Chium, Encargado de Negocios de China; Mon-
sieur J. Zenil, ídem de Méjico; Monseñor Segna, Au-
ditor de la Nunciatura; el Marqués Della Valle, Secre-
tario de la Nunciatura, gran número de Agregados y
el primer Introductor de Embajadores, Excmo. Se-
ñor D. Mariano R. Zarco del Valle (1).
(1) Este distinguido diplomático, poi* los muchos servicios que
ha prestado y presta en su larga y brillantisima carrera, obtuvo con
— 35 —
^
# #
S. M. la Reina Regente Doña María Cristina asis-
tió á la Capilla en traje de rig-uroso luto.
S. A. la Serma. Sra. Infanta Doña María Isabel
Francisca y las Damas de g-uardia, con vestido largo
de alivio de luto y mantilla negra.
CARTA DE S. M, AL CARDENAL SECRETARIO DE ESTADO,
EN OCASIÓN DE HABER RECIBIDO LA «ROSA DE ORO»
QUE ENVÍA EL SANTO PADRE
Muy Reverendo en Cristo Padre Cardenal..., muy
caro y muy amado amig-o Nuestro: Con sing*ular
aprecio hemos recibido la carta en que Nos recomen-
dáis al Ableg*ado Apostólico Monseñor N. N., encar-
g-ado de presentar la Bosa de oro, que Su Santidad el
Papa ha tenido á bien destinar movido de su
g-ran bondad. Nos hemos esmerado en atender á
Monseñor en todo cuanto juzgábamos que podía
serle grato, así en consideración á sus prendas, como
por lo que á su favor nos habéis expuesto, procuran-
fecha del 20 de Abril de 1895, el título de Marqués de Zarco. Tan
honrosa distinción, acogida con generales aplausos, enaltece, á nues-
tra Augusta Soberana, por haberla otorgado espontáneamente; al
Sr. Zarco, por haberla merecido.
— se-
do así complaceros. Con lo cual, muy Reverendo en
Cristo Padre Cardenal..., muy caro y muy amado
amig-o Nuestro, rog'amos á Dios Nuestro Señor sea
en vuestra continna guarda. Dado en el Palacio de
Madrid á
OTRA CARTA DE S. M. AL CARDENAL SECRETARIO DE ESTADO,
CON MOTIVO DE HABER RECIBIDO LA «ROSA DE ORO»
QUE ENVÍA SU SANTIDAD
Muy Reverendo en Cristo Padre Cardenal..., muy
caro y muy amado amigo Nuestro: Monseñor ,
Ablegado Apostólico designado por Nuestro Santo
Padre el Papa para presentar á la Bosa de oro,
ha puesto ^en Nuestras manos la carta que con tal
motivo Nos dirigís á su favor. Vuestra recomenda-
ción Nos ha asegurado más y más en la estimación
que profesábamos á Monseñor , y así hemos pro-
curado esmerarnos más en honrarle, para lo cual no
podrá menos de ser también parte el aprecio que de
él ha hecho el Sumo Pontífice al elegirlo para tan
delicado encargo. Rogamos á Dios Todopoderoso.
Muy Reverendo en Cristo Padre Cardenal muy
caro y muy amado amigo Nuestro, os tenga en Su
Santa y continua guarda. Dado en el Palacio de Ma-
drid á
- 37 —
PERSONAS Y CORPORACIONES
QUE FUERON INVITADAS PARA CONCURRIR Á LA CEREMONIA
DE LA ENTREGA DE LA «ROSA DE ORO», QUE EL PONTÍFICE PÍO IX
ENVIÓ Á S. M. LA REINA DOÑA ISABEL II
Para ocupar sus respectivos bancos.
Los Jefes de Palacio.
Grandes de España cubiertos.
Mayordomos de semana.
Capellanes de honor.
Gentiles-hombres de casa y boca.
Para ocupar las tribunas.
Las Damas de S. M.
Los Ministros de la Corona.
El Presidente del Senado y una comisión do doce
Senadores.
El Presidente del Congreso y doce Diputados.
Dos individuos nombrados i)or la Diputación de
la Grandeza.
Los Capitanes g-en erales de Ejército.
Los Caballeros del Toisón de Oro.
Dos Comisionados de la Asamblea de la Orden de
Carlos IIL
Dos por la de Isabel la Católica.
Dos por la de San Juan, de la Lengua de Aragón.
Dos de la Lengua de Castilla.
Dos por las cuatro Órdenes militares.
Presidente del Consejo de Estado.
— 38 —
Presidente del Tribunal Supiemo de Justicia.
Presidente del de Guerra y Marina.
Presidente del Tribunal Mayor de Cuentas.
Decano del Tribunal especial de las Órdenes.
Dos Comisionados por el Tribunal de la Rota.
El Arzobispo de Toledo.
Arzobispo confesor de S. M.
Los Embajadores que han sido de S. M. en las Cor-
tes extranjeras.
El Capitán general de Castilla la Nueva.
El Gobernador de la provincia de Madrid.
El Alcalde Corregidor.
Cuatro individuos del Ayuntamiento.
Presidente de los Cuerpos y Junta Consultiva de
la Armada.
Director general de Estado Mayor.
El de Infantería.
El de Caballería.
El de Artillería.
Ingeniero general.
Director general de la Guardia Civil.
Inspector general de Carabineros.
Director general de Administración Militar.
El de Inválidos.
» El de Sanidad Militar.
Dos Comisionados por el Cuerpo colegiado de la
Nobleza.
El Nuncio.
El Embajador de Francia.
Ministro Plenipotenciario de Inglaterra.
El de Rusia.
El de Prusia.
El de los Estados Unidos.
El de Italia.
Ministro residente de los Países Bajos.
— 39 —
El de Suecia y Noruega.
Encarg-ado de Neg-ocios de Austria.
El de Portugal.
El de Bélgica.
El del Brasil.
Introductor de Embajadores.
Secretario particular de S. M. el Rey.
Secretario de la Maj^ordomía Mayor.
Director de Reales Caballerizas.
Archivero.
Bibliotecario.
Abogado consultor.
Dado caso de que hoy se verificase la ceremonia
que motiva este articulo, la Relación que antecede
habría que modificarla según las variantes introduci-
das en la nomenclatura y en el número de los cargos.
José María NÜGUÉS.
Impreso en 17 de Enero de 1896.
1-3
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cu
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cu
-o
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O
■ívmer
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Espada de fines del siglo xvr.
4áí A Real Armería trae su
principal orig-en de las ar-
mas defensivas y ofensi-
vas, así de justa como de
guerra, que el Emperador
Carlos V poseyó y utilizó
personalmente en sus campañas y en
aquellos varoniles ejercicios.
Nacido al comenzar el sig-lo xvi, en
el período en que la panoplia alcanzó
su mayor g-rado de perfección, y edu-
cado bajo la tutela de su abuelo el Em-
perador Maximiliano I de Alemania, el
más diestro justador de los príncipes
de su tiempo, concíbese fácilmente la
prístina afición de su augusto nieto á
las armas, acrecida después por sus ri-
validades con Francisco I de Francia,
por la necesidad de contener las audaces agresiones
del turco, y por hacer frente á las rebeldías protes-
tantes de Alemania, sucesos que convirtieron su rei-
nado en un perpetuo guerrear.
Así es que en el discurso que pronunció Carlos V
en Bruselas en el acto solemne de su abdicación, de-
claró haber hecho en el curso de cuarenta años nue-
ve viajes á Alemania, seis á España, siete á Italia,
diez á los Países Bajos, cuatro á Francia, dos á In-
glaterra y dos á África.
En casi todos ellos, ya por razón de g-uerra, ya por
tomar parte en los torneos y demás fiestas con que
le agasajaban, la recámara ó equipo del Emperador
debió hallarse ampliamente provista de ricos arneses
de parada y de combate. Esta necesidad, unida á los
regalos de armas que recibía de los pequeños sobe-
ranos de Italia, siempre solícitos en congraciarse con
el César, explica el extraordinario número de adere-
zos ó panoplias que al retirarse á Yuste había recon-
centrado en Valladolid.
Pocos años tardó Felipe II en honrar la memoria
de su padre, organizando en Madrid, á donde había
trasladado la capitalidad de la Monarquía en 1561,
una sala ó cámara de armas, situada en la planta
principal del edificio construido por el arquitecto
Gaspar de Vega para Reales Caballerizas, que ha sub-
sistido hasta el año de 1894.
Allí hizo colocar, con el respeto y decoro debidos,
á la veneración del público, no sólo las armas, arma-
duras, banderas y trajes de guerra de su augusto
progenitor, sino los trofeos personales ganados en
las victorias de éste sobre Francisco I en Pavía, sobre
Barbarroja en Túnez y sobre el Elector de Sajonia
en Mulhberg, añadiendo á los que provenían del mo-
narca francés la espada guarnecida de oro tomada
Arnés de justa del Archiduque CARLOS DE AUSTRIA,
después Emperador CARLOS V.
por el Coronel Aldana en la memorable batalla sobre
el Tesino, y que por mucho tiempo se creyó errónea-
mente ser la espada rendida por el Rey de Francia al
entregarse prisionero.
No limitó Felipe II su empeño al crear la Arme-
ría á enaltecer el recuerdo de los triunfos de su pa-
dre: fué su criterio más levantado y de carácter más
nacional, reuniendo también otras armas de inapre-
ciable valor histórico conservadas por los Reyes Ca-
tólicos en su tesoro del Alcázar de Seg-ovia, entre
ellas las famosas espadas «Colada» y «Tizona» del
Cid Campeador; la «Lobera» de San Fernando y otras
no menos interesantes. Asimismo depositó allí los
trofeos ganados al turco en la batalla naval de Le-
panto, y las banderas de la capitana de la armada
cristiana, que hoy posee la Catedral de Toledo.
En su propósito de seleccionar lo que en este gé-
nero tuviera mayor interés, al fallecimiento de los
Príncipes D. Carlos y D. Juan de Austria se abstuvo
de acumular en el Museo sus respectivas armerías,
que según los inventarios hallados se componían de
ricas y numerosas piezas, mandándolas enajenar y
reservándose tan sólo un arnés de su hijo y otro de
su hermano, á más del referido trofeo de Lepanto, que
fué la parte del ilustre vencedor en aquel memora-
ble día.
Excusado parece afirmar que el mismo Felipe II
depositó en la Armería sus propias armas. Son exce-
lentes, como de quien tuvo en su juventud gran pre-
dilección por justar y tornear. Las cuentas de sus es-
paderos y lanceros revelan la frecuencia con que
desde 1544 á 1548 le suministraban espadas, picas y
aun centenares de lanzas que rompía en estos pasa-
tiempos varoniles en Valladolid , Alcalá y otros
puntos.
— 8 —
Desde la primera de dichas fechas hasta su regre-
so á la Península, se hizo construir las seis hermosas
panopliasexpuestashoy
en la Armería y a]g*una
otra más en Milán que
no ha llegado hasta nos-
otros, y si bien las cir-
cunstancias de su vida
no le permitieron tomar
parte personalmente en
ninguna función de
guerra, refieren sus cro-
nistas que durante su
viaje por Italia, Alema-
nia y estancias en Flan-
des é Inglaterra, dio se-
ñaladas pruebas de dies-
tro justador.
Justo es reconocer la
alteza de miras con que
Felipe II, adelantándose
al espíritu batallador de
su época, supo crear, an-
tes que los demás mo-
narcas de Europa, un
centro donde custodiar,,
venerándolas, las reli-
quias gloriosas de nues-
tro pasado para ense-
ñanza y estímulo de las
generaciones venideras;
faltóle, no obstante,
completar su obra con-
fiando á alguno de sus cronistas la redacción de un
inventario ó catálogo histórico que estableciese sobre
Ballestero de fines del sifflo xv.
bases verídicas é irrecusables la autenticidad de los
objetos.
Nada hemos hallado que acredite haberse practi-
cado este trabajo durante su reinado; pero los docu-
mentos procedentes de la época del Emperador y al-
gunos inventarios parciales extraídos de Simancas,
arrojan la suficiente luz para esclarecer la historia
de las piezas más importantes; sobre todo, un álbum
de dibujos acuarelados que forma parte integrante de
la Armería del Emperador, en que se retrataron con
notable precisión y soltura todas las armas de su uso
personal, á más de otras que por su forma señalan
un período anterior, acaso heredadas de su padre y
de su abuelo paterno el Emperador Maximiliano I.
Este inapreciable códice iluminado ha sido nues-
tra guía para reconocer y coordinar en sus numero-
sas y variadas piezas los arn'eses de Carlos V subsis-
tentes en el Museo; pero como carece de texto, el
trabajo que sobre sus láminas se hiciera habría re-
sultado incompleto á no haber tenido la fortuna de
hallar en Simancas un inventario descriptivo, en el
cual se reseñan gran parte de los efectos pintados en
el álbum. Es la relación notarial de entrega de la
Armería de Carlos V, hecha en Valladolid en 1560 al
guardajoyas de Felipe II, con motivo de haber falle-
cido el armero á cuyo cargo se hallaba. En ella se
hacen indicaciones de gran valor histórico, hasta
aquí desconocidas, acerca de la procedencia de mu-
chas piezas que apuntaremos en el curso de este
bosquejo, reservándonos tratar de ellas con mayor
extensión en el Catálogo histórico de la Real Ar-
mería.
Los sucesores de Felipe II, de la Casa de Austria,
si bien velaron por la conservación de la obra agre-
gando al Museo sus armaduras y banderas ganadas
— 10 —
al enemig"o, no esclarecieron los oríg-enes de los ob-
jetos; antes bien, en su tiempo se redactaron inven-
tarios con atribuciones fantásticas y de todo punto
inverosímiles, muchas de las cuales han prevalecido
hasta nuestros días; y aunque el Catálog'O de 1849
rechazó justificadamente muchas de ellas, mantuvo
otras que juzg-amos de todo punto inadmisibles.
Durante el reinado de la Casa de Borbón ha sufri-
do la Real Armería gTandes peripecias.
Acrecentada la colección por Felipe Y con armas
blancas y de fueg'o y recuerdos de la conquista de
Oran en 1732, depositó en ella también Carlos Hilos
objetos reg-alados por los Sultanes de Turquía y de
Marruecos.
Estalló la guerra de la Independencia, y en 2 de
diciembre de 1808, el pueblo de Madrid, ávido de de-
fenderse contra las abrumadoras fuerzas de Napo-
león, invadió la Armería, apoderándose de más de
trescientas espadas y dos pequeñas piezas de artille-
ría que se perdieron para siempre. Entre aquéllas
debió de desaparecer buen número de las del Empe-
rador Carlos V dibujadas en su álbum. Completóse
el desorden y confusión en 1811 con la dislocada idea
de José Bonaparte de dar un g-ran baile en el salón
antiguo de la Armería, á cuyo fin fueron trasladadas
á las guardillas del edificio en brevísimo plazo y en
el más lastimoso desorden todas las preciosidades allí
encerradas.
Pasados unos años en esta deplorable situación, se
hicieron cargo de aquel desconcertado Museo los co-
nocidos armeros Sres. Zuloaga, que salvaron de la
ruina preciosos objetos gravemente afectados por el
óxido; pero no bastando sus esfuerzos para reorga-
nizarlo, nombróse en 1845 una Comisión que inten-
tó, sin fruto, formalizar un inventario, y poco des^
Arnés de guerra del Emperador CARLOS V
— n —
pues á D. Antodio Martínez del Romero, que redactó
el Catálogo impreso por vez primera en 1849, adi-
cionado con notas históricas y con un glosario que
merecieron el aplauso de los inteligentes.
La Armería atravesó el período de la revolución
de 1868 sin dejar de formar parte del por un mo-
mento extinguido Patrimonio de la Corona, gracias
al empeño del Duque de la Torre, entonces Jefe del
Poder Ejecutivo, en no consentir que fuese traslada-
do al Museo Arqueológico.
Al ocupar S. M. el Rey D. Alfonso XII el trono de
sus mayores, conocía ya, á pesar de sus pocos años,
los progresos alcanzados por la ciencia arqueológica
en los países en que había hecho su educación, y
comprendiendo la necesidad de aplicarlos en España
y practicar un estudio más profundo que los verifi-
cados hasta allí sobre el origen, el carácter artístico
y las vicisitudes de tan preciada colección, dignóse
honrar al que suscribe con este difícil encargo, que
sólo por un vehemente deseo de servir á su país y á
su Rey hubo de aceptar, á condición de desempeñar-
lo gratuitamente.
Adoptando por base de los trabajos las preciosas
indicaciones del álbum y de la relación notarial de
Valladolid, ya citados, y numerosos inventarios,
cuentas y cédulas de pagos sacados á luz por vez
primera por los celosos Jefes del Archivo Nacional
de Simancas, logróse reconstituir la Armería del
Emperador Carlos V y dar á conocer, no sólo la per-
tenencia de las armas, sino también los artífices ita-
lianos y alemanes que las construyeron. Estas reve-
laciones, que facilitamos espontáneamente á su tiem-
po á los hombres más doctos en la materia en Ale-
mania, han servido para acrecer el caudal de noticias
recogido por aquéllos sobre los armeros de Augsbur-
go y completar á la vez el nuestro por medio de sus
recientes publicaciones.
Por otra parte, el joven monarca, solícito siempre
por engrandecer la Armería, no sólo rescató, com-
prándolas, varias piezas procedentes de Carlos V que
habían hallado fácil camino al extranjero, sino que
adquirió de la antig-ua Armería de los Duques del
Infantado tres armaduras completas y una cantidad
considerable de tarjas y otras piezas, lo más impor-
tante de aquella colección.
Tres años duró la obra de transformación del an-
tiguo local, la agrupación de piezas y la nueva ins-
talación basada en un estudio de indumentaria mili-
tar de épocas pasadas que pudiera servir de enseñan-
za á la juventud artística; pero próximo ya el mo-
mento de exhibirse al público, en la noche del 9 de
julio de 1884, estalló un terrible incendio que en po-
cas horas hizo infructuoso tanto sacrificio de dinero,,
de trabajo y de paciencia.
Gracias á la prontitud con que se acudió á sofocar
el fuego en presencia y bajo la dirección de S. M. el
Rey y de la real familia, no fueron tan grandes los
estragos como hacía suponer el siniestro aspecto de
la techumbre entera encendida y su desplome sobre
las armaduras, cayendo felizmente sobre el piso ya
anegado por las mangas de incendios.
Perdiéronse, sin embargo, sesenta y dos banderas
ganadas al enemigo en diferentes épocas; veinte adar-
gas de combatir á la jineta; muchas lanzasy todos los
trajes de las figuras recientemente confeccionados.
Aunque el fuego no tuvo intensidad suficiente
para destruir las obras de damasquinado, lo fué bas-
tante para inutilizar el correaje interior de enlace de
unas piezas con otras, exigiendo la larga y penosa
renovación de todos los roblones.
RESTOS DE UN ARNÉS Á LA LIGERA, DE PRINCIPIOS DEL SIGLO XVIL
'I
Tf..
Partes anterior y posterior de la gola. (En la segunda
está representada la toma de Ostende por el Archi-
duque Alberto.)
Freno para caballo.
Piezas de un jaez de un caballo.
%>^ *
Espuela.
Estribos .
— 14 —
S. M. el Rey no desmayó con este desastre; antes
bien, concibió nuevo y decidido empeño en reparar
los daños ocasionados, y sin detenerse en los sacrifi-
cios que había de costar, reiteró su confianza al que
suscribe, autorizándole para emprender una nueva
restauración más intensa y detenida que la anterior.
Fué parte no pequeña en este feliz acuerdo, como ya
lo había sido en la primera etapa, el ilustrado conse-
jo del Jefe Superior de Palacio, Sr. Marqués de Alca-
ñices, quien sin cesar nos ha alentado en la prosecu-
ción de la obra.
Al fallecimiento de nuestro malogrado Soberano,
S. M. la Reina Regente, fiel cumplidora de los de-
seos de su augusto esposo, facilitó cuantos recursos
fueron necesarios, mediante la celosa intervención
del Intendente general D. Luis Moreno y Gil de Bor-
ja, para llevar los trabajos á feliz término.
Restaurado el antiguo salón en 1887 con carácter
provisional, se instaló en él la Armería hasta el año
de 1893, en que terminado el nuevo local construido
ad lioc en el ala izquierda de la Plaza de Armas del
Real Palacio, fué trasladada definitivamente.
Dicho local se compone, en la planta al nivel de la
referida plaza, de un pequeño vestíbulo, un salón de
40 metros de largo, 16 de ancho y 11 de altura, con
ventanas á tres fachadas y una gran claraboya en el
techo que arroja agradable y suficiente luz, y en la
planta subterránea un pequeño salón, la Real Ba-
llestería y los talleres, el calorífero y demás oficinas
necesarias.
15 —
El salón principal.
Precédele el vestíbulo, cuyas paredes están exorna-
das con medias armaduras; los restos de otras del Ja-
pón reg-aladas á Felipe II por el Soberano de aquel
Imperio, pero que perdieron su decorado de crisan-
temas en el incendio; ballestas, armas oceánicas y
frascos para pólvora con sus cebadores.
Al ing"resar en el salón, antes de ocuparnos de de-
tallar minuciosamente las armas, conviene fijar la
atención en los objetos que decoran las paredes.
La Real tapicería, ese emporio sin rival de obras
textiles flamencas de los sig-los xv al xvii, ha presta-
do su conting*ente á la Armería con cuatro paños de
Bruselas tejidos en oro, seda y lana á primeros del
siglo XVII, colocados en el lienzo de pared más exten-
so, que forman parte de la colección titulada «Bata-
llas del Archiduque Alberto». Representa el más in-
mediato á la puerta de ingTeso, la toma del campo
exterior de Hulst, en Flandes; el siguiente, un com-
bate en las trincheras de la misma plaza; otro, la
sorpresa de Ardres, y el último, la expedición sobre
Calais. Los otros tres paños de la colección guarne-
cen las paredes de un salón del Real Palacio de Ma-
drid.
Ha contribuido, además, con diez paños de bosca-
je y dos de las llamadas «galerías», de grandes di-
mensiones, que adornan eficazmente los muros ex-
tremos del salón.
Las banderas interpuestas entre los tapices y la&
— 16 —
armas agrupadas en los medios puntos sobre las
ventanas, son de escaso interés histórico; en cambio,
merecen mención las medias armaduras, en repisas,
y las colocadas sobre los armarios, porque proceden
de la compañía de archeros de Corps de Felipe II, en
su orig-en la antigua guardia de la Casa de Borgoña,
j en los tiempos modernos la Real guardia de corps.
Borgoñota del Emperador Carlos V.
La catalogación se ha establecido sobre la base de
materias llamadas «series», por orden alfabético y
números, dentro de cada una de éstas, en la forma
siguiente:
Serie A. Armaduras.
» B. Armaduras de niño.
Arnés que llevó el Emperador CARLOS V en la batalla de Mulhberg (1547).
Serie 0.
»
D.
»
E.
»
F.
»
G.
»
H.
»
I.
»
J.
»
K.
»
L.
»
M.
»
N.
»
0.
»
P.
Coracinas ó brillantinas.
Cascos, rodelas, escudos y adarg-as.
Frag-mentos de armaduras.
Sillas, testeras, frenos, estribos y es-
puelas.
Espadas, dag-as y hojas sueltos.
Mozas, hachas y bastones de mando.
Armas de asta.
Ballestas.
Armas portátiles de fueg*o.
Armas de fueg'O, de posición.
Trofeos y banderas.
Objetos varios.
Objetos del Rey D. Alfonso XII.
Armas de salvajes.
Para mayor comodidad del público que desee exa-
minar piezas determinadas, acompañamos un plano
del salón, señalando el lug'ar que ocupan las figuras,
las vitrinas y los armarios.
La letra P sig-nifica puerta; la V, ventana; las ini-
ciales A hasta la H, representan las vitrinas de cris-
tales, y los números 1 al 16. los armarios adosados á
la pared principal.
Cuadro 1.^
Contiene cuatro fig-uras ecuestres, revestidas de
■armaduras españolas, y los caballos de sendas bar-
das de g"uerra de fines del sig'lo xv al xv^i. y ocho á
pie de la misma época: veintidós sillas en su mayor
parte armadas; y en el centro un fanal de nave tur-
ca, g-anado por el célebre Marqués de Santa Cruz en
la batalla de Lepanto.
— 18 —
Frente á dicho cuadro, delante de la ventana nú-
mero 1, la media armadura del Rey D. í'elipc I de-
Castilla, llamado el Hermoso. Lleva en la mano un
montante con su lema Qui vodrá. A continuación
dos g'rupos de piqueros y ballesteros de fines del si-
g^lo XV, armados con coracinas de launas, y, entre-
estos dos g'rupos, varias partesanas y alabardas an-
tig*uas. Delante de las ventanas 3/ y 4.*, dos fig-urns-
con arneses de justa real, cubiertos de brocado de-
oro de extremada rareza, pertenecientes á Felipe I^
con yelmos ó almetes redondos. Los referidos petos
son de dobles platas sobrepuestas, é interiormente
estañadas para evitar el óxido.
Cuadro "¿P
Cercado de veinte sillas armadas para justa y para
guerra, comprende varios de los más notables arne-
ses del Emperador Carlos V.
El de justa y gfuerra, compuesto de tres fig'uras-
con penachos de plumas de pavo real, construido por
Colman en Aug'sburg-o hacia 1516; el que usó en la
justa real de Valladolid en 1518, armado el caballa
de una barda mag-nífica, con la testera de cuernos de
carnero; otro de justa real, con tarja g-rabada; otro
de justa á pie, con falda de tonelete; el arnés que
llevó el César a la conquista de Túnez en 1535, nota-
ble por su sencillez y lig-ereza; y por último, la fíg-u-
ra ecuestre, vestida con piezas del Emperador Ma-
ximiliano 1, y armada de justa alemana á la alta
barda.
En el centro del cuadro otro fanal turco, g'anado-
por el Marqués de Santa Cruz.
— 21 —
Adosadas á la pared y á la ventana contiguas, es-
tán varias armaduras incompletas de Carlos V, y
otra suya de guerra, con rodela.
Cuadro S.^
Contiene cuatro de las panoplias más importantes
del Emperador, tres alemanas y una italiana. La fa-
jeada sobre el eaballo bardado de colgantes y lo ex-
puesto en las tres figuras inmediatas, constituye un
solo arnés labrado por Colman hacia 1525; la del ca-
ballo armado de rica cubierta calada llena de figuras
alusivas á los trabajos de Hércules y Sansón, con los
dos maniquíes de su derecha, comprende los restos
del arnés que Carlos V perdió en la desgraciada ex-
pedición á Argel en 1540; la panoplia de menudas
listas en relieve es asimismo de Colman, y su fecha
aproximada la de 1538. La armadura italiana es ex-
clusivamente para guerra: ocupa dos figuras reves-
tidas de piezas fajeadas de lindos damasquinados de
oro y plata, y á juzgar por su forma debió construir-
se hacia 1543.
Nótense las diez y seis sillas armadas encerradas
en este cuadro, y en particular una toda de acero con
los atributos imperiales.
Antes de pasar adelante conviene fijar la atención
en otro arnés de tonelete ó justa á pie, frente á la
ventana 6.'\ una de las obras más hábilmente com-
binadas por Colman para defensa del cuerpo hu-
mano.
Sigúele la vitrina A, que guarda, además de cinco
celadas de Felipe el Hermoso, tres del Emperador;
unas botas suyas para campaña, cuatro rodelas para
— 22 —
combatir á pie, todas italianas; una tarja de justar
y cuatro platos de hie-
rro estañado proceden-
tes asimismo de este
Monarca.
Delante de la ventana
núm. 7 campea sola la
fig-ura de Carlos V. ves-
tida de una armadura á
la romana, obra sin ri-
val del célebre orífice
italiano Bartolomeo
Campi, que perdió la
vida ante los muros de
Harlem, sirviendo como
ing'eniero militar á las
órdenes del gran Duque
de Alba.
Volvamos la vista ala
derecha para contem-
plar el conjunto de pre-
ciosidades que encierra
la vitrina central letra
G, y ya que los límites
de estos apuntes no per-
miten extendernos, ci-
taremos lo más conspi-
cuo. En el orden histó-
rico, las espadas la «Lo-
bera», de San Fernando,
otra, probablemente su-
ya, cubierta de riquísi-
ma vaina labrada en pla-
ta y con piedras precio-
Restos de un arnés perdido en Arg'el en 1j41 " ^
del Emperador Carlos V. sas, la de D. Femando
Arnés de justa de D. CARLOS I de España, despue's Emperador CARLOS V
de Alemania.
— 23 —
-el Católico, la de D. Juan de Austria, la del Gran Ca-
pitán, la de Hernán Cortés y las de Carlos V y Feli-
pe II. El trofeo de armas tomadas al Rey Francisco I
de Francia en la batalla de Pavía, la cimera del dra-
gón alado procedente de D. Martín de Aragfón, la ce-
lada y la barbuta, piezas incomparables, de Felipe el
Hermoso, y la g-ola hasta aquí llamada de «San Quin-
tín» y que resulta representar el famoso sitio de Os-
len de.
En el orden artístico no es posible reunir núcleo
ig-ual al de Iíts seis rodelas y cuatro borgfoñotas ex-
puestas en este escaparate: la del sitio de Cartag'ena
y la de Medusa sobrepujan á las más bellas obras ita-
lianas de su g'énero conocidas.
Cuadro 4.^
Es la última ag'rupación de arneses de Carlos V: el
■que viste la figura ecuestre con el caballo bardado
de hierro, comprende además la inmediata, y la co-
locada delante de la ventana 8.^, cubiertas sus piezas
•de fajas espesas doradas, lleva la fecha de 1538 y se
íisemeja mucho á los trabajos de Colman.
La figura señalada A 157 es del mismo armero. Se
halla incompleto este arnés, porque Felipe II envió
lo demás al Archiduque Fernando del Tirol, y hoy
forma parte del Museo de Viena: labróse para la cam-
])aña del Emperador contra Francia, en 1543.
Frente á la vitrina central, letra G. aparece la más
suntuosa armadura que nos legó el César.
Es obra de los Negroli. los armeros más afamados
<le Milán. El relevado de la celada y de los codales
acredita á estos artífices como los más hábiles de su
24 —
Espada del siglo xvi.
tiempo, y la combinación de su an-
tig-iio color negro, que ha perdido^
con las delicadas listas de oro da-
masquinado, revelan un gusto ex-
quisito.
Queda por citar el último arnés-
que poseyó el Emperador. El llama-
do de Mulliberg". por ser con el que
le representa Ticiano en su célebre
cuadro del Museo del Prado, llevan-
do las mismas piezas de armadura
que vistió en la me-
morable batalla ga-
nada á la liga protes-
tante en 1547.
Al pie de la figura
ecuestre, que es co-
pia de dicha pintura,
se hallan expuestas
las armas del Elector
de Sajonia, vencido y prisionero en
aquella jornada, de la autenticidad
de las cuales da testimonio su retra-
to en el referido Museo.
Las demás cinco figuras, osten-
tando piezas de idéntico decorado
que el arnés del jinete, demuestran
la variedad y abundancia de las que
componían esta panoplia.
También en este recinto son de
notíir quince sillas armadas, corres-
pondientes algunas á los aderezos
ya descritos y una de carácter orien-
tal procedente de la armería del Em-
perador; más el grupo de siete lan-
zas (le torneo no poco deterioradas por el incendia
de 1884.
Inmediata á este cuadro se halla adosada al muro
la vitrina B, conteniendo: cuatro rodelas relevadas^
dos de Carlos V y dos de la época de Felipe II; un
carcnx morisco para flechas que proviene de los Re-
yes Católicos; el turbante y la coraza de acero de
Barbarroja; celadas, ristres y otras piezas de interés
secundario.
Cuadro ^P
Comprende cinco armaduras de Felipe II. La más
aiitig'ua, cuyo jinete viste un sayo de armas blaso-
nado, es de todas armas; pruébalo la fig'ura con to-
nelete para justar á pie; la de á caballo con yelmo
atornillado al peto, y las otras dos armadas de para-
da y de g-uerra.
Fué construida por Desiderio Colman, en 1544.
Síg-uela otra no menos rica de tres maniquíes, la
que sólo sabemos disting-uir de las demás por ser
exclusivamente para g*uerra y haber sido retratado-
con ella Felipe II por Ticiano.
La blanca del áng-ulo extremo del cuadro es de
justa y g*uerra, sencilla y esbelta como pocas: obra
del armero Wolf, de Landshut, por el año de 1550.
Síg'uela otra del mismo armero decorada á fajas
anchas ondeadas. Ocupa tres fig-uras sosteniendo las
numerosas piezas de justa; otra con las de campaña^
sobre las cuales se colocaban en cada lucha especial
las anteriores, y la montada en el caballo en actitud
de enristrar la lanza en un torneo.
Obsérvese la hermosa barda del corcel, ejecutada
por el armero Lochner. de Nuremberg-.
— 20 —
Arnés de guerra del Archiduque Carlos de
Austria, después Emperador Carlos V.
Este arnés, que ade-
niás comprende cinco si-
llas con sus testeras, sin
contar numerosas pie-
zas reconocidas por nos-
otros en el extranjero,
ostenta el escudo de ar-
mas de Felipe II, y, so-
breel iodo, el de su espo-
sa Doña María de Ing-la-
terra .
La última armadura
que se hizo labrar Feli-
pe II. y con la cual se le
representa en su estatua
orante del mausoleo del
Escorial, es la del ángu-
lo del cuadro que liace
frente á la de su eg-regio
padre en Mulberg*. Des-
tinada para usos de gue-
rra y obra de ^Volf, como
las dos anteriores, está
adornada de fajas relle-
nas de cruces de Borg-o •
fia, al ig-ual de la elegan-
te y ri ca ba rd a q u e e n ga-
lana al caballo, de dos
sillas con sus testeras y
de cuantas piezas ciñe
la figura inmediata.
Todas las sillas que
encierra este cuadro
guardan relación con
sus respectivos arneses.
Rodela repujada y damasquinada ael Emperador CARLOS V.
Obra de Negroli, de Milán.
'Zi
El fanal colocado en el centro es de la capitana de
la armada francesa, ganado por el célebre Marqués
de Santa Cruz en el combate de la isla de San Mi-
g-ucl, en 1582.
Antes de ab.andonar el costado occidental del sa-
lón, fíjese el público en las armaduras de las pare-
des 7 y 8, entre ellas dos neg-ras adquiridas por S. M. el
Rey D. Alfonso XII, del Duque de Osuna difunto; en
los restos, harto incompletos, de otra que perteneció
al Príncipe Alejandro Farnesio y la del Principe Ma-
nuel de Saboya, nieto de Felipe II. Aliado de ésta, y
formando ángulo con ella, se encuentra la del Prín-
cipe Felipe, hermano de aquél, que talleció en Es-
paña á los diez y nueve años de edad.
Sig-ue en la fachada Norte la vitrina que contiene
el trofeo de la batalla naval de Lepanto, ganada
en 1571 á los turcos por D. Juan de Austria. En el
centro se exhiben el traje y las armas del Almirante
Ali Baja, muerto en la lucha; cuatro colas de caba-
llo, emblemas del bajalato; el alfanje de uno de sus
hijos, dos celadas, dos rodelas y banderas del ene-
migo, y, por último, el pendón del Príncipe cristia-
no vencedor, expuestas sus dos caras en distintos
cuadros.
Ante la ventana 12 hay varias curiosas alabardas
y espontones de los siglos xvii al xix, y en la vitrina
siguiente, letra D, dos bellos escudos y un alfanje
guarnecidos de plata y piedras, regalados á Felipe III
por el Duque de Saboya; cuatro rodelas y varios mo-
rriones de la misma época.
Ante la ventana 13, y en dos tableros inmediatos,
se exhiben tres armaduras incompletas del siglo xvii,
cuyo origen desconocemos, por más que su existen-
cia de antiguo en la Real Armería da lugar á sospe-
char si procederán de Felipe IV, de su hermano el
— 28 —
Cardenal Infante D. Fernando o de su liijo natural
D. Juan José de Austria.
Espadas del Emperador
Carlos V.
Cuadro 6.^
Destácase en un áng-ulo la precio-
sa armadura relevada y damasqui-
nada de oro del héroe
de Lepanto el Prínci-
pe D. Juan de Aus-
tria, que aunque in-
completa, constituye
una de las más ricas
,. panoplias de la Ar-
mería. Es obra del cé-
lebre armero milanés Lucio Picini-
no, y hay motivos para creer que
fué regalada al hijo natural de Car-
j los Y por el Pontífice San Pío Y.
I Yéase á su derecha, en dos figu-
I ras, el arnés del Príncipe D. Carlos.
I el malog'rado hijo de Felipe II, aun
I - adolescente. Otra media armadura,
asimismo rica, pero muy pesada,
propia al parecer para ir armado de herreruelo, y va-
rias más en el mismo frente, cuyo orig-en es descono-
cido, hasta llegar á la figura ecuestre exornada con
fajas anchas doradas y placas de plata, conocida por
tradición errónea como de Cristóbal Colón, pero cuya
forma y proporciones dan lugar á considerarla, con
visos de acierto, por del Rey D. Felipe I Y.
Sigúele inmediatamente otro arnés decorado de
oro y plata en lindas y menudas labores procedente
del Duque Manuel de Saboya, esposo que fué de la
— 29 —
Infanta Doña Catalina, y después montado en un ca-
ballo, el del Rey D. Felipe III, pavonado en negro
con adornos de oro.
Las seis fig-uras á pie que hacen frente á los arma-
rios revisten coseletes de fines de los sig-los xvi al
XVII. de ning-ún interés histórico; no así el grupo del
Borgoñoía del Emperador Carlos V. — Obra de Negroli, de Milán.
áng-ulo nordeste, compuesto de panoplias de piezas
sueltas y una fig-ura á pie y otra ecuestre ostentan-
do la armadura del quinto Duque de Escalona, Vi-
rrey en Italia á fines del sig-lo xvi.
También este cuadro lleva en el centro un fanal
ganado á la capitana portuguesa en el combate de
la isla de San Miguel por el esclarecido Almirante
— 30 —
D. Alvaro de Bazán, y diez y nueve sillas de montar
pintadas y doradas al estofado, alg-unas de mérito
sing-ular, por Dieg-o de Arroyo, pintor iluminador al
servicio de í'elipe II, siendo Principe heredero.
Cuadro JP
Contiene armaduras de la época de la decadencia,
en que predominando el temor á los efectos de las
armas de fuego, procuróse reforzar aquéllas con pér-
dida de la lig-ereza y esbeltez que tenían anterior-
mente.
La ag'rupación de piezas, blancas y neg'ras , por
efecto de haber perdido el pavón unas y otras no,
fué un arnés de Felipe IV. La fig'ura inmediata lleva
unas armas enriquecidas con plata: es un puro alar-
de de ornamentación, pues su peso excesivo no con-
siente sea llevada por hombre alg'uno.
Síg-uenla tres fig-uras con un arnés que suponemos
de Felipe IV en sus últimos tiempos.
Ocupa el frente á las vitrinas E y F otra cumplida
panoplia del mismo monarca, construida en Francia
por un armero de Luis XIII, su hermano político, y
acaso reg"alada por éste.
Las cuatro fig'uras que miran hacia los armarios
carecen de importancia.
En el centro, otro g-ran fanal turco cog-ido por el
eximio Marqués de Santa Cruz combatiendo eii Xa-
varino; y, por último, alrededor doce sillas armadas
del sig'lo XVI para g'uerra, tres de las cuales sobresa-
len por la belleza de sus relevados, particularmente
la clasificada A 242, que forma parte del arnés de
ig-ual trabajo colocado en la inmediata vitrina F.
— 31 —
Vitrinas E y p.
Encierran en primer término la armadura más
rica y suntuosa que poseyó Felipe 11; mandóla cons-
truir á Desiderio Colman, ha-
llándose en Aug"sburgo en
1549, y su labor de repujado
y damasquinado de oro com-
pite con los mejores produc-
tos de su género en Milán.
La figura inmediata lleva
una coracina del Emperador
Maximiliano I de Alemania,
guarnecida de raso carmesí,
obra del milanés Bernardino
Cantoni, y una celada descu-
bierto, acaso de la misma épo-
ca de Felipe el Hermoso, y cu-
ya visera representa un dra-
gón alado.
La armadura negra con cla-
vazón dorada, exornada de
figuras y adornos relevados
con una perfección exquisita,
obra del amburgués Peífen-
hauser, perteneció al desgra-
ciado Rey D. Sebastián de
Portugal, muerto á manos
de la morisma en Alcazarqui-
vir.
Las dos coracinas siguien-
tes y las piezas de cabeza de
sus figuras proceden del Em-
perador Carlos Y. al igual del arnés negro italiano
Armadura española de justa, de riñes
del sifflo XV.
tan delicadamente damasquinado de oro, situado en
tre ellas.
Cuadro SP
Encierra diez y seis armaduras de niño que perte-
necieron á los Príncipes de la Casa de Austria.
En la línea frente á las vitrinas E y F, forman
arrancando del centro del salón: una bellísima, pro-
pia de Felipe III, construida por Picinino; sig'uen
tres de ig-ual ornamentación entre sí. originarias de
sus hijos Felipe IV, el Infante D. Carlos, que murió
niño, y el Infante D. Fernando, antes Cardenal y
después vencedor de los suecos en Xorling-en.
Las otras tres alineadas á continuación proceden
<ie los mismos Príncipes. Volviendo al centro halla-
ránse el diminuto arnés neg'ro del sigflo xvii, que
proviene del Infante D. Baltasar, hijo de Felipe IV;
-otro profusamente exornado de tíg'urillas en relieve
y delicadas incrustaciones de oro. labrado en Milán
para Felipe III, y. por último, siete más de orig-en
•desconocido que completan esta fachada.
Cuadro (^P
Este pequeño recinto contiene: la litera en la que
se dice era conducido el Emperador Carlos V en
campaña, cuando su padecimiento de la g'ota no le
permitía montar á caballo; el sillón-litera que nsaba
Felipe II, enfermo del mismo mal que su padre, en
sus paseos por los alrededores y durante la edifica-
ción del Escorial, y una colección de celadas y mo-
rriones colocados en un árbol de hierro.
Borgoñota y rodela de D. JUAN DE AUSTRIA.
%i^
33
Inmediato al referido cuadro se halla, entre dos
grupos de partesanas, picas y alabardas procedentes
déla armería del Empe-
rador, la pequeña vitri-
na H, dividida en dos
compartimientos. En
uno se exhiben las ofren-
das votivas visigodas de
oro y piedras preciosas
del siglo VII halladas en
Guarrazar, provincia de
Toledo, y adquiridas por
la Reina Doña Isabel II,
entre ellas la corona del
Rey Suintila.
Además un trozo del
manto de seda y oro que
envolvió el cuerpo de
San Fernando, y las es-
puelas de este invicto
Rey, extraídos del reli-
cario del Real Palacio
de Madrid.
Un freno de caballo
de la época de los visi-
godos, un cuadro pe-
queño con restos del
pendón ganado á los
moros en la batalla de
las Navas de Tolosa y
dos testeras de caballo
árabes del siglo xv.
En la otra separación
se ven expuestas varias . , , , , , .. , ^
Armadura a la romana dol Emperador Carlos \
moharras de las bande- obra de b. campi.
— 84 —
ras destruidas por el incendio de 1884; el precioso In-
ventario iluminado délas armas, banderas y trajes de
guerra del Emperador Carlos V, á que hacemos refe-
rencia al explicar el orig*en de la Armería, y otros ob-
jetos de interés secundario.
Borgoñota del Roy D. Felipe H. i— Obra de Sigman de AügsburgO.
Los Armarios.
Ceñidos á la pared oriental del salón y ocupando
una extensión lineal de treinta y tres metros, encie-
rran las colecciones de armas blancas, de tiro y de fue-
go portátiles, formadas en el curso de siglos, y otros
objetos que sólo podremos detallar someramente.
Arnés ligero de guerra que llevó el Emperador CARLOS V
á la conquista de Túnez en 1535.
35
yírmario núm. 1.
Contiene los estoques benditos ofrecidos por varios
Pontífices á los Reyes Juan II y Enrique IV de Cas-
tilla, y á los de la monarquía española Carlos I, Fe-
lipe lí, quien recibió cuatro de ellos, Felipe III y Fe-
lipe IV.
El estoque de ceremonia con que los Reyes Católi-
cos armaban Caballeros.
El estoque imperial de Carlos V, cuya primitiva
g-uarnición de plata no existe; una silla de montar
con sus estribos y dos cascabeles de principios del si-
g-lo xv; un venablo de caza de D. Felipe el Hermo-
sOj y otros objetos de menor interés.
yírmario núm. 2.
Contiene dos estoques de arzón de los sig-los xv
y xvi; tres montantes españoles de g-uerra y tres para
justar á pie; dos chuzos de caza; dos espejos de acero
bruñido y una numerosa y variada colección de hie-
rros de lanza para justas, torneos y g-uerra.
yirmario núm. 3.
Contiene, á más de siete espadas de armas del
Emperador, una del Gran Capitán (G. 30) y otn
del célebre conquistador Francisco Pizarro
(G. 35); las pocas hachas que posee la Ar-
mería y catorce mazas de armas del mismo
monarca.
m
armario núm. 4.
Contiene dos espadas de Carlos V, otra de Felipe II,
varias del sig-lo xvii y dos escarcinas del xvi. Debajo
se encuentran quince pistolas, á cual más notables,
procedentes del Emperador.
armario núm. 5-
Continúan las espadas de armas del sig-lo xvii, la
G. 61, cogida al Duque de Weimar en la batalla de
Norling-en, y tres espadas para cazar jabalíes, proce-
dentes las tres de la armería de Carlos Y. Suyas fue-
ron también las nueve ballestas de caza agrupadas
en este armario. En el centro se exhibe el modelo
que sirvió para confeccionarlas cotas de los reyes de
armas del tiempo de Felipe II.
yiraiario núm. 6.
Casi todas las espadas aquí expuestas son propias
del traje civil del siglo xvii, y las hojas sueltas, obra
muchas de ellas de los más afamados espaderos dé
Toledo. Nótense la GG. 10, construida para Felipe II,
y la GG. 14, que perteneció al Príncipe de Conde.
armario núm. 7-
Contiene ballestas de caza de los siglos xvi y xvii
de tornillo y las demás de gafa, á más de gran va-
riedad de flechas, rallones, bodoques , viras y vira-
tones para disparar.
— 37 —
armario núm. S.
Forman panoplia en el fondo diez y nueve espadas
de conchas y de taza, y seis dag'as para mano iz-
quierda, y en el centro una bella adarg-a vacarí bor-
dada en sedas al estilo oriental. Debajo se hallan cua-
tro cerbatanas de caza del sig-lo xvii, y en el frente
dos cañones de mano, lo más rústico y primitivo de
las armas de fueg*o portátiles (K. 1 y 2); alg-unas es-
ping"ardas de mecha, y varios arcabuces y mosquetes
de rueda de los sig-los xvi y xvir.
yirmario núm. 9-
Las espadas de esta panoplia pertenecen casi todas
al sig-lo xvm; la adarg-a del centro, de ig'ual ca-
rácter que la del armario anterior, pero con bla-
sones de los Fernández de Córdoba y Mendoza.
La hilera superior de armas de fueg-o compren-
de, pistolas del sig-lo xvn, y la inferior, en su mayor
parte, arcabucillos procedentes de la armería de Car-
los V.
armario núm. 10.
En el fondo. ag"rupadas detrás de una rodela mo-
risca de com^batir á píe, varias armas blancas euro-
peas y asiáticas del sig-lo presente; entre aquéllas un
sable de S. M. la Reina Doña Isabel H. otro de S. A. el
Conde de Girg-enti, otro de Welling'ton, otro de Don
Carlos de Borbón, y una espada del g-eneral San Mi-
g"uel. Delante se exhiben siete mosquetes y pistolas
del sig-lo XVII.
— 38 —
Espada del
NDE DE CORUiÑA.
(Siglo XVI ).
armario núm. 11.
En primer término, formando dos hilera?,
hay pistolas de los sig-los xvii, xviii y xix, y
en el fondo una curiosa colección de arcos y
carcajes turcos del sig*lo xvi, preciosamente
labrados en sedas, los más, cogidos por Don
Juan de Austria en la batalla de Lepanto.
Armario núm. 12.
Escopetas turcas del siglo xviii. lujo-
samente de-
coradas, pro-
cedentes de
regalos traí-
dos por los
Embajado-
res del Sul-
tán de Tur-
quía al Rey D. Carlos III. amén de varios es-
tribos marroquíes.
yirmario núm. 13.
^-' Continúa la arcabucería turca con varias
espingardas, armas blancas y estribos de pro-
cedencia árabe y marroquí, destacándose en
el fondo un trofeo con las armas, trajes y otros obje-
tos tomados en Oran el año 17132, al renegado espa-
ñol conocido con el apodo de Big Otilios.
Borg'oñota y rodela del Emperador CARLOS V.— Obra milanesa.
— 39 —
armarios núms. I4 y 15.
Contienen las obras maestras de los celebrados ar-
cabuceros madrileños, y otras del resto de España y
extranjeras, en su mayor parte pertenecientes al si-
g-lo xvni. También se ve en el primero una colección
de acicates, espuelas y estribos de diferentes épocas
Celada del siglo xv, pi'ocodente del Emperador Carlos V.
y clases; y en el seg-undo, piezas auxiliares de armas
de fiieg'o, como turquesas para fundir balas, probe-
tas de pólvora y llaves de rueda, chispa y percusión.
./Irmario núm. 16.
Consag'rado á la memoria del malog-rado monarca
I). Alfonso XII, contiene el uniforme que llevó á la
— 40 —
campaña del Norte, la montura de su caballo, las
fornituras de su uniforme de sarg-ento del reg'imien-
to del liey, á que perteneció siendo aún Príncipe de
Asturias; las espadas que ciñó en las ceremonias de
sus casamientos, y otras pertenecientes á sus unifor-
mes y regalos que le hicieron; sus armas de caza y
otros varios objetos que traen á la memoria la sim-
pática fig*ura histórica del Rey Alfonso el Pacifica-
dor, á quien tanto debe este Museo, como ya indica-
mos al hacer la historia de las vicisitudes por que ha
atravesado la rica colección de armas y recuerdos
gloriosos de nuestra historia patria.
u Cande de ^Oa/e/iciíi efe Qfc/i <yiM/v.
NOTAS. Los fotograbados se han distribuido en esta monografía atendiendo
á las exigencias de la composición, por haber sido materialmente imposible colo-
carlos donde el texto cita los objetos que representan.
Las fotografías que han servido para ellos se han hecho por el Exc.mo. Se-
ñor Marqués de Beniel, Caballerizo de campo de S. M., y por la antigua y
acreditada CasaJ. Laurent v C."
Madhiu: 1S9Ü.— Iiup. de la V'uda de Hernando y C.=>, Forraz, lo.
^
M
♦
(Fot. de D, Fernando Debas.)
g. ]VI. la I^eina I^cgente Doña ¡Vlaría Cristina.
La I^eina Regente.
El problema de la felicidad del
país se resuelve por medio del obrero
en su taller con el trabajo, y velan-
do Yo desde mi puesto por el orden
y la justicia.
AUFÜNSO Xü.
ICARIA Cristina de Habsburgo-Loreiia, Archi-
<rNí^yi£>o duquesa de Austria, nació en Gross-Sedowitz
l^Moravia) el día 21 de Julio de 1858; contrajo matri-
monio en Madrid el 29 de Noviembre de 1879 con Al-
fonso XII, Rey de España, siendo fruto de este regio
enlace Doña María de las Mercedes, Princesa de Astu-
rias, la Infanta Doña María Teresa y D. Alfonso, el
cual vio la luz el 17 de Mayo de 1880, seis meses des-
pués del fallecimiento de su augusto y malogrado
padre, y fue proclamada Reina Regente del Reino du-
rante la menor edad de su hijo.
II
La muerte de D. Alfonso XII y el nacimiento del
tierno niño, llamado á heredar la corona, creaban á la
egregia Señora una situación en alto grado difícil, por
no estar cicatrizadas todavía las profundas heridas que
en el seno de nuestra patria abrieron las últimas y
sangrientas contiendas civiles.
Presentábase en nuestra historia un aterrador dile-
ma, cuyos extremos no podían ser más opuestos, y
1
cuya solución espenibíui, contemplándonos impacien-
tes, todas las naciones civilizadas.
¿Continuaría normalizando.se la vida nacional de
España y concilladas las opiniones de los partidos,
ardua empresa que con tanto tino realizara el popular
Monarca, sin que nuevas turbulencias señalasen el
reinado que empezaba...?
¿Estaríamos, por el contrario, predestinados á sufrir
nuevas luchas, que pusieran en inminente peligro las
instituciones, lanzándonos otra vez á períodos de inte-
rinidad, á guerras fratricidas y á ensayos de gobiernos
revolucionarios...?
III
Grandes y generales eran los pesimismos que por
todas partes se levantaban, como fatídicas nubes que
ennegrecían el horizonte de nuestro porvenir; los mo-
mentos no podían ser ni más solemnes ni más críticos;
el ánimo quedóse embargado ante el espanto de que,
desbordándose impetuoso el torrente de las ambicio-
nes políticas, encauzado á tanta costa, extendiesen sus
venenosas aguas los gérmenes del caos y la anarquía;
pero bien pronto, para ventura nuestra, se desvanecie-
ron los temores á la luz esplendorosa de la realidad,
como, al aparecer el luminar del día, se disipan las
sombras de la noche.
Porque, educada nuestra Soberana, como todas las
Princesas de la Casa de Hr.bsburgo, en la juoral más
pura y enriquecida con privilegiadas dotes de bondad
é inteligencia, apenas el Eterno, en sus inexcrutables
designios, quiso arrancar del libro de nuestros anales
patrios la página del Eey D. Alfonso XII, página cor-
ta, pero brillante, en cuyo centro resplandecía la her-
mosa figura de la Paz, irradiando vivíficos destellos
que apagaron el fuego de los cañones, convirtieron los
charcos de lodo y sangre en transparentes ríos, en má-
quinas y arados las destructoras armas, en dilatados
jardines de perfumadas flores y sazonados frutos los
antes pestilentes campos cubiertos de metralla y de
cadáveres, en espléndidos palacios y productoras fá-
bricas los fuertes y las ruinas, en amor el odio, la
muerte en vida, y la pólvora en ligeros voladores que,
hendiendo los estrellados horizontes, los matizaron de
chispas y de luces, alzáronse tres altares dentro del
corazón purísimo de la augusta dama, que para siem-
pre se ceñía los tristes crespones de la viudez.
Uno dedicado al santo culto de su inolvidable espo-
so, altar donde respira el dulce aroma de sus recuer-
dos, evocándolos con tan ardiente anhelo, que no pa-
rece sino que al lado suyo toma forma la imagen de
aquel con quien compartiera las alegrías y las amar-
guras del trono, y todavía con él vive y alienta.
«Amad á las almas y las volveréis á encontrar»,
dice Víctor Hugo, y, convencida María Cristina de este
axioma, guarda su amor puro á la de Alfonso XII con
la ferviente esperanza de, volver á unirse á ella en la
mansión serena de les bienaventurados.
Otro para adorar á su querido pueblo, velando por
su prosperidad y por su dicha, «por el mantenimiento
del orden y de la, justicia», y pidiendo en incesantes
oraciones, ansiosa de regir acertadamente los destinos
de la Monarquía, inspiración al cielo, que el cielo, por
merecérsela, se la concede.
Y otro para consagrarse á la educación y al cuidado
de sus idolatrados hijos, de los tres ángeles que la lle-
nan de consuelo, que endulzan su martirio, que forta-
lecen su espíritu, constituyen sus delicias y tejen para
ella el fuerte lazo de unión entre sus recuerdos y sus
esperanzas.
El bien de ellos es el bien suyo; en ellos se recon-
centra toda su solicitud, toda su ternura; presentir y
realizar sus pensamientos causa sus mayores compla-
cencias; sus dolores son los suyos, sus dichas las su-
yas, la expresión de su semblante es el espejo de las
angelicales criaturas
padecen, triste!
'aleare cuando gozan; cuando
I Rara vez veréis á la Heina de España pin ver al
mismo tiempo á sus tres hijos!
IV
Por eso las hondas y pavorosas preocupaciones que
surgieron en el lecho mortuorio del Pacificador Mo-
narca D. Alfonso fueron injustificadas: la Nación uná-
nime apreció, como debía, la rectitud en que la Reina
Cristina inspiraba todos sus actos; los partidos adver-
sos á la idea que representa se contuvieron; fimdié-
ronse en una sola las encontradas aspii aciones de los
monárquicos, en la-noble y patriótica de sostener á su
Soberana, y, correspondiendo el pueblo español, siem-
pre caballeroso, siempre galante y siempre hidalgo,
á la confianza que en él depositara, agrupóse en torno
del interesante y conmovedor conjunto que formaban
una desvalida viuda y tres inocentes huérfanos, y se
erigió desde luego, con pruebas irrecusables de leal-
tad y simpatía, en su más ardiente defensor.
Por eso los primeros tiempos de la Regencia basta-
ron para que se patentizase la posibilidad del nuevo
reinado, tantas veces discutida, y para conseguir que
el trono del niño Rey arraigase con profundísimas raí-
ces en lo más recóndito del corazón de nuestra patria.
V
Diez y seis años hace que la Reina Cristina ciñe en
sus inmaculadas sienes la gloriosa diadema que Isabel
la Católica ciñera, y diez y seis también que podemos
apreciar el tt soro inestimable de sus relevantes virtu-
des, contra las que, no sólo ni la maledicencia, ni la
calumnia, ni los más irreconciliables enemigos de la
Monarquía, han podido jamás dirigir sus ponzoñosos
dardos, sino que, periódicos tan republicanos como El
Liberal, han llegado hasta pedir que se le otorgue la
4
más envidiable de las coronas, la corona de la piedad.
¡Qué mejor ejecutoria para una mujer, para una
madre y para una Reina!...
Diez años hace que vienen pesando sobre ella los
ímprobos cuidados de la Eegencia, sin que ni una sola
vez se haya prescindido en sus justos actos de la más
exquisita corrección constitucional, á que por la ley
del país viene obligada.
Religiosa sin fanatismo, generosa sin ostentación,
enérgica como Doña Blanca de Castilla, honesta y ca-
riñosa como la Reina Clotilde, valerosa y prudente
como Doña María de Molina, afable y discreta como
la bella Duquesa de Albany, solícita curadora de sus
hijos, responde en un todo á las necesidades de los
tiempos modernos, conquistándose las voluntades de
cuantos tienen la fortuna de conocerla y de tratarla 5^^
habiendo conseguido que, proclamada como modelo
de Reinas por todas las potencias extranjeras, le rin-
dan homenaje de admiración y de respeto.
VI
Cristina de Habsburgo-Lorena, estudiosa y dotada
de clarísimo criterio, resuelve por sí misma con admi-
rable tacto las más difíciles complicaciones que en la
diplomacia y la política se presentan, sorprendiendo
muchas veces á sus consejeros con sus ideas propias,
reveladoras de la inteligencia superior que la distin-
gue; conversa en sus respectivos idiomas con casi to-
dos los representantes de las demás naciones, recuer-
da en su poderosa retentiva las fisonomías y los asun-
tos de cuantas per.-^onas recibe en sus audiencias par-
ticulares, tratando y departiendo amablemente con
ellas las distintas materias de que se ocupan; extiende
con proverbial munificencia al menesteroso sus auxi-
lios y el bálsamo de sus consuelos al que sufre; funda
y sostiene constantemente benéficos establecimientos;
apresúrase á iniciar con mano espléndida cuantas sus-
ciipciones se abren para remediar las no interrumpi-
das calamidades que á nuestra patria afligen; pensiona
multitud de desvalidos huérfanos, de artistas y escri-
tores; no se celebra certamen, ni rifa caritativa, ni con-
curso alguno donde no ñguren en primer término sus
ricas dádivas, y, sin olvidar que «el problema de la
felicidad del país se resuelve por medio del obrero en
su taller con el trabajo», engrandece el Patrimonio de
la Corona y los Reales Patronatos, promoviendo, sin
descanso, importantes y costosísimas obras, en cuya
ej<'cución se mantienen centenares de industriales y
jornaleros, y en cuya interminable lista figuran, como
las más notables, la completa transformación del Cam-
po del Moro en amenísimo parque, la construcción del
nuevo Colegio de Loreto, el arreglo de la Plaza de la
Armería, con el ala derecha concluida, la creación del
Colegio de Estudios superiores en el Real Monasterio
de El Escorial, las grandes plantaciones de la Casa de
Campo, de Aranjuez y de la Granja, la Fábrica é ins-
talación del alumbrado eléctrico, la ampliación del
Asilo de niños de las lavanderas, la creación de la
Escuela de Párvulos en la Carretera de Extremadura,
el proyecto, ya comenzado á realizarse, del monumen
tal templo de Atocha, que será uno de los mejores
edificios de la Corte, la apertura de la calle que ha de
separar el Regio xVlcázar de la suntuosa Catedral de la
Almudena, la conversión de la Armería en el Musco
más rico de cuantos en su género existen en Europa,
la nueva Fábrica de Tapices, la extensísima \erja que
rodea el Parque de Palacio, el Pabellón destinado á
la guardia exterior, los jardines del Real Colegio de
Santa Isabel, las innumerables reformas y mejoras he-
chas en los Reales Alcázares de Sevilla y en todos los
Sitios Reales, la construcción del Real Palacio de Mira-
mar, la restauración constante de las valiosas jo^'as,
tapices, cuadros y objetos de inapreciable valor his-
tórico y artístico que la Real Casa atesora, y otras
muchas, en fin, que acreditan su poderosa iniciativa y
6
el interés con que procura quo su dotación se extien-
da á los liogares del menestral v del artífice.
VII
No cabe retrato más perfecto de María Cristina de
Austria que el hecho por el insiMrado poeta Antonio
Grilo en el siguiente soneto:
La Reina Cristina.
Antes que el rayo do la fausta aurora
anuncien el cañón y la bandera,
ya Cristina con júbilo la espera,
alondra maternal del sol que adora!
Sólo turban su calma bienhechora
y de su amor la dicha verdadera
la ausencia de una madre, ú quien venera,
y el muerto esposo, por quien siempre llora.
Bajo el regio dosel y el áureo techo
no la subyuga el brillo cortesano:
dejan su corazón más satisfecho
una tarde en su quinta de verano,
un ramo de violetas en el pecho
y llevar á sus hijos de la mano!
Antonio Grilo.
No cabe nota más característica que la siguiente, de
la ilustrada escritora Conce'pción Jimeno de Flaquer:
«A los pocos días, dice, de conocerla el malogrado
Alfonso XII, pudo admirar en ella un rasgo digno de
un alma delicada. En vez de aturdirse con la felicidad
7
qne le ofrecía su destino; en vez de pretender borrar
en el alma del lionibrw á quien amaba la imagen que
había dejado otra mujer, unióse á su irometido para
rendir culto á la memoria de la Reina ^lercedes, que
había pasado por esle mundo como grata fragancia,
fulgor de estrella ó eco de melodía.»
vjir
Cristina de Habsburgo realizará, sin duda alguna,
su misión dificilísima de madre y de Regente, puesto
que, valiendo los ejemplos mucho más que todas las
lecciones y todas las enseñanzas de libros y de sa-
bios, podemos prometernos que, imitando nuestro Rey
niño los nobilísimos de su Madre, será seguramente
su reinado uno de los más prósperos y venturosos de
España, como de lo íntimo de nuestro corazón roga-
mos al Altísimo.
S'ILinud ¿Jarreto ¿Píi/uuaíia.
(Fo(. de P.:ii-cÍ3.)
l^ecuerdo de g. ]\1. la I^eina Eoña JVIapía Cristina
y su aug^Tisto Esposo el I^ey D. yilfonco )Cll (c. s. g. h.)
^
ile
(Fot. de D. Valentín Gómez.)
Ultimo retrato de g. ]V[. el IJey D, Alfonso ^lll*
Don Alfonso )í]ll.
Doy siempre á la virtud acatamiento,
Y harapos lleven ó 5;entil corona,
Ni al pueblo adulo ni á los reyes miento.
Ruiz DE Agi'ilera.
JLg-\
UNQTTE graníle y trascendeiiínl la misión délos
'CoJ^'Royofi, por lo qne reproscnlan y los lieneficios
qne pueden reportar á los pueblos que rieren, es penosa
paraqnien la ejerce, por las responsabilidafles qne so-
bre el mismo pesan y las luchas qne dominan su alma,
mucho más en estos tiempos en que todos los actos
de los Monarcas son iluminados por la clara Inz de la
pnblicidad, y en que se hallan expuestos á las acome
tidas tan en uso del arma criminal de la calumnia.
Nunca como ahora necesitan de grandes virtudes y
prestigios para dominar la constante y perjudicial la-
bor del socialismo, de la incredulidad y del positivis-
mo, que sólo se dirigen á satisfacer su apetito, sin
preocuparse para nada del bien general, ni de las más
altas misiones á que está llamado el humano espíritu.
El antiguo respeto de todos los pueblos de Europa
á la religión }'■ al rejs el abnegado entusiasmo que des-
pertó siempre el principio monárquico al amparo de
la cruz, y el profundo acatamiento de las multitndes
hacia los que por la voluntad de Dios y de los pueblos
dirigen los destinos de un país, se ven tan combatidos
que, en instantes dados, se duda si sería preferible
volver la vista al antiguo cesarismo, á estar como es-
tán hoy algunas naciones, jierturbadas y en constante
1
alteración moral, por las fábalas de ambiciosos que
tal vez las circanstancias de momento elevaron, con-
virtiéndolos en tiranuelos, ó por la imposición do gen-
te sin virtud, sin fe y hasta sin hogar, que, con sus
errores de educación y sus deseos insaciables, hacen
tabla rasa de todo, desbordándose por campos y ciu-
dades, dejándolos 3'ermos y convertidos en ruinas.
Afortunadamente para los españoles, no es nuestra
patria de las que en los órdenes social y religioso se
encuentran más perturbadas, pues aun quedan grandes
y preciados restos de la acendrada fe de nuestros ma-
yores y de aquel digno homenaje al rey y al sacerdote,
que tanta fuerza nos dan y tan alto han colocado el
nombre de España como nación civilizadora digna del
aprecio universal.
Tiene también la nación española sobre otros pue-
blos la inmensa ventaja de que aun posee su suelo
ricos gérmenes de vida, que existen vigorosos alientos
en el corazón de sus habitantes y que, por haber cami-
nado despacio durante este siglo, aun pueden las in-
dustrias todas alcanzar un gran desarrollo.
Por eso es indispensable mantener y engrandecer
estos elementos, sin los que acaso fuéramos la primera
víctima de los males sociales que agobian á Europa.
Está hoy el principio monárquico sostenido aquí
por la más sana opinión, libre de imposiciones, torpe-
zas y tiranías; una ilustre dama viene rigiendo el Tro-
no desde hace once años con aplauso general, sin que
nadie se atreva á hacerla responsable de las contrarie-
dades que nos ocurren, nacidas de las iiupurezas de la
política, que la misma augusta Señora ha sido la pri-
mera á contener en sus demasías; y para fecha muy
próxima debe hallarse al frente de la nación un Rey
en quien las enseñanzas recibidas, el talento con que
la Providencia le ha adornado, la hidalguía que íiere-
dó, y la historia de los ascendientes que llevaron su
mismo nombre, son una firme garantía para (d país y
para la Corona.
II
Todos los que conocen íntimamente al joven D. Al-
fonso XII [ hablan de él como de un niño de singular
penetración, enérgico en el carácter, deferente y res-
petuoso para los mayores, sobre todo con su ilustre
madre, cariñoso siempre, aun para aquellos con quie-
nes menos trato tiene, y de grandes aiiciones al estu-
dio, sobresaliendo éstas en lo que se refiere á la reli-
gión y al ejército.
Las eminentes cualidades de Doña María Cristina y
las de su augusto hijo, factores de inmensa importan-
cia que debemos á Dios para la tranquilidad y progre-
so de España, es preciso tenerlos muy en cuenta y
apreciarlos en todo su gran valor, procurando que los
conozcan y estimen en lo muchísimo que importan,
no sólo las clases elevadas y gentes que pueden acer-
carse á las gradas del trono, sino las honradas y hu-
mildes nuiltitudes, que ansian la paz, el bien y el pro-
greso de la patria y quieren ganar el pan con aquella
hermosa tranquilidad de las conciencias rectas, que
poseen los hombres de buen juicio y sano corazón.
Ya en otra ocasión, ocupándonos de S. M. la Reina
Regente, expusimos cuántas son las gratas esperanzas
abrigadas para el reinado de D. Alfonso XIII, contan-
do con el ejemplo de su ilustre padre y las enseñanzas
de la madre, que sirviéndole de directora, maestra y
guía en los años risueños de la infancia, dispone su
alma para que fructifiquen las excelentes prendas que
des le su más tierna edad viene revelando; y tan gra-
tos presentimientos se refuerzan y aumentan cada día,
al ver la buena disposición de todas las naciones para
rodear de mayor prestigio, si cabe, la Corona de Espa-
ña, y al percibir el paternal cariño que profesa á nues-
tros Reyes el virtuoso y sabio varón que dirige los altos
destinos de la Iglesia; todo lo que hace pensar que, si
sucesos extraordinarios pudieran conmover en esta
época el mundo, tendremos un seguro faro á que diri-
3
<¡;¡i' iiiu'stra vista \ iiii inteligente caudillo íjue sosten-
ga firme en sus manos la venerada bandera española.
III
La liistoria de los Reyes Alfonsos sirve ciertamente
de consuelo, pensando que el XIII, al seguir las hue-
llas de los otros, nos dará, como ellos, días de gloria
y de ventura.
Es gratísimo recordar que en el espléndido cielo de
las crónicas de la patria forman los Alfonsos una bri-
llante constelación, destacándose el mérito de cada
uno por rasgos peculiares, propios, característicos,
pero siempre nobles y elevados. Los mismos títulos
con que la posteridad les ha distinguido son la mejor
prueba de nuestra afirmación: el Católico, el Grande,
el Noble, el Bueno, el Casto, el Sabio, el Justiciero, el
Pacificador son calificativos que revelan bien clara-
mente los esfuerzos, las virtudes y los triunfos conse-
guidos por cada uno de aquellos insignes varones.
Son el verdadero tipo del caballero y rey católico,
sobre todo en aquellas épicas luchas de la Recouquis
ta, en que uno solo de ellos bastaría para dar nonibre
á su época.
Ved al primero: la morisma, las desenfrenadas tm-
bas de la invasión agarena han derribado templos y
monasterios, obligando á los ancianos obispos al aban-
dono de sus sillas, i)or no contaminarse con los impu-
ros sectarios de Mahoma, que, cual ola temible, han
iiivaditlo á España; no importa: allá en el diminuto y
pintoresco rincón de Asturias, donde el gran Pelayo
inicia la Reconquista y funda aquel reino, Alfonso, or-
g:iniza lor, con constancia tenaz hace imperar el or-
den, funda iglesias, construye cenovios, restablece la
jerarquía eclesiástica, toma acertadas medidas admi-
nistrativas, y es tanta su piedad y celo, que los siglos
posteriores le dan el glorioso apelativo de el Católico.
Han contribuido los Alfonsos en la Edad Media,
4
tanto como los demás Royos juntos, á la formación de
la nacionalidad española y á la grandeza de la misma,
y aunque cada uno di ellos tiene su carácter singular,
siempre vigoroso y caballeresco exclusivo de la Edad
Media, sobresale en esto Alfonso VIII, tipo de sabor
verdaderamente legendario, al contemplar cómo, des-
pués de haber recorrido triunfante la región andaluza,
reta á batalla campal al Emperador de Marruecos, di-
ciéndole: «Puesto que, según parece, no puedes ve-
nir contra mí ni enviar tus huestes, envíame barcos,
(]uo yo pasaré con mis cristianos donde tú estás y pe-
learé contigo en tu misma tierra; con la condición de
que si me vencieres, seré tu cautivo; mas si salgo ven-
cedor, todo será mío.» Nótase aquí un temple propio
de los Reyes cristianos, sin temor á los peligros, incan-
sables en la lucha y enemigos tenaces de todos los
adversarios al Catolicismo.
No es esto lo bastante: el nonibre de los Alfonsos,
in?nortalizado ya por sus triunfos decisivos con la mo-
risma, por su gran amor á la religión y á la patria, te-
nía que c[uedar grabado en brillantes páginas en las
ciencias y en las leyes, conquistando nuevos timbres
de superioridad, con las obras del décimo y onceno
Don Alfonso X, el Sabio, figura en los anales de la
historia como un Rey distinguidísimo; combatido por
su hijo D. Sancho, abandonado de su familia y ha-
ciendo grandes esfuerzos para sostener la corona, abri-
ga extensos ideales políticos en sus pretensiones al
Imperio de Alemania, y trabaja y estudia tan profun-
damente en todos los ramos del saber, que, si en sus
Tablas astronómicas se nos presenta como matemáti-
co, en sus Cantigas y Trovas aparece el inspirado poeta
que lamenta su triste soledad «con grito doliente y fa-
bla mortal » , y en las Partidas, en el Fuero llcal y en
otras obras jurídicas imperecederas, muéstrase el sabio
profundo y el más grande legislador de la Edad Media.
El undécimo Alfonso, que por su energía y sus con-
diciones políticas de primer orden mereció el título de
5
Justiciero, i)iiso tialnis ú liis iiiipo.siciones de los no
bles, y su victoria del Salado, en cuanto á la guerra, y
la publicación del Ordenamiento de Alcalá, en lo rela-
tivo á hi lej^islación, son títulos sobrados para la esti-
ma y renombre que ha adíjuirido.
Ayer mismo vimos á D. Alfonso Xlí presentarse
en España después de las lloradas ausencias de la
patria, con todas las condiciones de nn rey de su épo-
ca: ¡lustrado, valiente, desprendido, ansioso de la rege-
neración Tlel país, de singular elocuencia y tan iden-
tificado con el pueblo, que era el primero en prestarse
á enjugar todas las lágrimas, á remediar todas las des-
dichas y á sentir grata satisfacción con las alegrías y
triunfos de los españoles.
Su campaña en el Norte, su viaje por Europa, en el
cual demostró nn valor y una perspicacia poco comu-
nes; su visita á los pueblos inundados por la peste y
la activa parte que tomaba siempre en las provechosas
tareas de los centros literarios y científicos, son re-
cuerdos inestimables que la historia no i)uede olvidar.
Debemos á los Alfonsos muchos títulos de gloria y
ciue España ocupe un lugar preennnente entre las de-
más naciones, por su saber intelectual y por su nunca
desmentida caridad, como lo atestiguan los infinitos
asilos y hospitales fundados en su tiempo, y las Uni-
versidades de Salamanca, Sevilla, la que fué de Falen-
cia, y muchos más centros de ilustración, que dieron
multitud de santos á la Iglesia v sabios á las ciencias.
IV
Tiene el actual Rey do España en su agradable fiso-
nomía rasgos muy característicos y salientes de su
noble padre, y gran parecido á la familia de los Habs-
burgos, todo lo que le atrae las simpatías de cuantos
le ven y mucho más de los que le tratan y conocen.
Presintiendo bien la misión que está llamado á des-
empeñar, revela una agudeza impropia de su corta edad,
6
y una energía que pocos niños saben sostener con la
rectitud de intenciones y perseverancia que él.
Paseando un día el joven Monarca por la Casa de
Campo, acompañado del respetable General Sancliiz,
director de sus estudios, se encontraron un anciano
guarda de aquel Parque Real con su fusil al hombro, y
observando que al cruzar, el vigilante permanecía in-
diferente, indicó Don Alfonso al General que le llama-
se: hecho así, y acercándose aquél, inmediatamente le
preguntó si le conocía, y contestando en sentido nega-
tivo, dijo el Rey en seguida: «Ya lo veo, porque si no,
hubierais presentado armas al Rey de España »
Una mañana, en que un pueril accidente suscitado
entre el joven Monarca y sus bellas hermanas, le pro-
(hijo un ligero enojo, se encerró en su habitación; fue-
ron en seguida la Princesa de Asturias y la Infanta
Doña María Teresa en su busca, y dando golpecitos á
la puerta, que él dejó cerrada, llamáronle diferentes
veces, y él les contestó que no dejaría entrar á nadie.
Enterada de lo ocurrido Doña María Cristina, se
aproximó adonde se hallaba el Rey y le indicó cariño-
samente: «Abre, hijo mío...» Entonces dejó la puerta
franca, diciendo: «Mi madre puede entrar siempre.»
Cuando atraviesa las calles ó paseos en coche, el
Rey niño, de las cosas en que más se fija, es en los
militares, á quienes contesta al saludo de ordenanza;
y en cuanto ve pasar la bandera de un batallón, se le-
vanta majestuosamente inclinando la cabeza con gran
respeto; demostrando mucho más sus aficiones al ejér-
cito cuando dirige el batallón formado con los hijos
de los servidores de Palacio.
Sus profesores hablan del egregio discípulo con ver-
dadero entusiasmo, pues en todo revela las aptitudes
más salientes para la majestad, más altas para la cien-
cia y la literatura, y más acomodadas á las necesidades
de un Jefe do Estado en los tiempos que corremos.
Será, por lo Jiiismo, \in rey como lo requiere España
actualmente, celoso y abnegado, de sentido recto y
7
justiciero, para contener el ímpetu de los exccíios del
l)arlamentar¡smo sin mermar para nada las apiracio-
nes del pueblo, convirtiéndose en guardador loal del
libro en que se consignan nuestras santas libertades.
Es de esperar que los discretos é ilustrados maes-
tros del Rey pongan ante sus ojos, cuando lo estimen
oportuno, los consejos dados á los príncipes por Saa-
vedra Fajardo, D. Francisco de Quevedo, el P. Mariana
y D. Diego Enríquez de Villegas, cuyas advertencias
ellos saben nniy bien son siempre de gran utilidad.
Seguramente, al tomar las riendas del gobierno el
último de los Alfonsos, recordará que el pueblo esi)a-
ñol nnnca ba tenido que envidiar en nada á otros en
lo bcroico de sus. grandezas, en su piedad cristiana y
en la resignación para las contrariedades; y tendrá
presente que por misteriosos y divinos arcanos ba sido
España la encargada de difundir las ideas civilizado
ras y la cultura del genio en los más remotos confiues
de la tierra, donde aun no babía llegado el brillante
resplandor del progreso, y que ba creado nuevas é im-
portantes nacionalidades, donde se babla el idioma
castellano y se respira el aroma de la santa religión
de Cristo.
Quizá en día no lejano nos ocupemos en escribir
algo que pueda referirse á la misión de España en la
época actual, no sólo en Europa, sino también en el
mundo legado á los tiempos por el insigne Colón y la
gran Isabel la Católica, y entonces tal vez nos atreva-
mos á recordar al Rey el grandioso programa que su
buen ]mdre trazó en día memorable, y cuya realización
no ba podido iniciarse por su prematura y llorada
muerte.
Hoy sólo bay ocasión y espacio para estos ligerísi-
mos apuntes, trazados más bien por respeto á quien
se dedican, que por suíiciencia de su autor
A\n'iJ //?/// /^ ./ ^l\if¡\\
(Fot. de Barcia.
]^ecuerdo de g. ]VI. la Reina I^egente y su augusto jíijo
el Rey D. Alfonso ;^III.
SAN LORENZO DE EL ESCORIA
Estatua do San Lorenzo colocada en oí Coro.
^'v^•^'/^^'/^•^'^^^^'?^^'^l•<■'^^<''/^<''y^^'é^^'C'/^<''/i's■'/^•^'/^•^'/^^'/^<''4'l•<''/^
gan Lorenzo de El Escorial.
TRIBUYESE á Felipe V la afirmación de que te-
vy nía en tanto el ser Patrono del Monasterio del
^\¿. Escorial, como su propia corona.
La memorable batalla de San Quintín y la
toma de esta plaza prepararon la paz de Cháteau-
Cambrises. Felipe II, cuyo reinado se inaug-uró con
tan brillantes hechos de armas, quiso perpetuar la
memoria de ellos, erig-iendo á konra y gloria de
Dios un Monasterio dedicado al mártir español, San
Lorenzo, por haber sido ganada dicha batalla el
día 10 de Agosto, festividad del santo diácono.
Cinco años más tarde (1562), en el sitio ocupado
por los espesísimos jarales que rodeaban la pobre
villa de El Escorial, se señalaron, en presencia del
mismo Rey, los cimientos de la admirable fábrica
que había de merecer el dictado de octava maravilla
del mundo. El recinto entonces demarcado se llamó
el Real Sitio de San Lorenzo.
Dista este Keal Sitio ol kilómetros de la capital de
España, trayecto que recorren los trenes en hora y
media, partiendo de la estación del Norte. Hállase
situada la villa del Escorial de Arriba sobre la falda
de la estribación que de Norte á Sur lanza, cerca del
pueblo de Guadarrama, la próxima cordillera Curpeto
Vetónica. La población, compuesta de 3.157 habi-
tantes, ocupa una situación muy ag'reste, y su case-
rio es bastante bueno, existiendo alg-unos edificios
bien construidos, entre los cuales merece llamarla
atención la Escuela de Ing-enieros de Montes, esta-
blecimiento perfectamente montado para la ense-
ñanza forestal, con g-abinetes de Química y Topo-
g-rafía que cuenta con un material completo y nu-
meroso arregflado á los últimos adelantos, y que se
halla instalado en una de las antig-uas casas de ofi-
cios, frontera al Real Palacio.
Dada su proximidad á la corte, la bondad de sus
ag*uasy alimentos y la pureza de sus aires, vese esta
villa sumamente concurrida durante la estación ve-
ranieg"a por multitud de familias de Madrid, que fijan
allí su residencia en los calurosos meses del estío.
Contribuyen en g-ran manera á aumentar el número
de visitantes nacionales y extranjeros, en todas las
épocas del año, las innumerables maravillas que con-
tiene el Real Monasterio y el Palacio, así como la ame-
nidad de los jardines y pintorescos contornos. Rodea
al Escorial un hermoso parque, y en él se levantan
dos pequeños edificios, llamados la Casa del Prín-
cipe, de Ahajo y del de Arriba, construido el prime-
ro en 1772 por Juan de Yillanueva, con destino al
Príncipe D. Carlos, y siendo el seg-undo entonces de
la pertenencia del Infante D. Gabriel.
Uno de los sitios más ag-radables para los excur-
sionistas es la silla de Felipe II, tosco asiento de
piedra abierto en una elevada peña, situada como á
tres kilómetros de la población. Cuentan las cróni-
cas que eL severo Monarca solía visitar frecuente-
mente aquellos lug-ares para vigilar las obras del
Monasterio.
Expuestas estas ideas g'enerales , pasemos á ocu-
parnos de la descripción del Real Monasterio de San
Lorenzo, y del Palacio.
El ]V[onasterio.
La fachada principal del primero mira á Occidente;
el segundo corresponde á la que mira al Norte. Dis-
tante de la primera 196 pies, y 130 de la segunda;
hay por la parte exterior un antepecho de piedra. El
recinto, así cercado, se llama la Lonja. Refuerzan el
])avimento de ésta unas fajas de losa que reciente-
mente han tenido que ser renovadas.
El sitio para el emplazamiento del Monasterio fué
designado por una Comisión técnica, y elegido por
su proximidad á la corte, abundancia de aguas y
riqueza de sus canteras de granito.
Ocupa una área de 451.652 pies castellanos. Los
planos primitivos fueron ideados por el arquitecto
Juan Bautista de Toledo, y notablemente reformados
por Herrera, bajo cuya' dirección se ejecutaron todas
las obras, prestando servicios importantísimos, en ca-
lidad de sobrestante, fray Antonio Villacastín. lego
Jerónimo. Se puso la primera piedra el 23 de Abril
de 1563. y la última el 13 de Septiembre de 1584.
Costó toda la obra, con sus dependencias y jardines,
seis millones y medio de pesetas.
Los muchos daños causados por rayos é incendios
PANTEÓN DE INFANTES
Sala 'Je párvulos.
y las devastaciones y dcs])OJos de que fué objeto du-
rante la gfiierra de nnestra Independencia y revolu-
ción de 18G8. amenf,'"uaron notablemente su primi-
tiva importancia. Felizmente, á la espléndida g'ene-
r03idad que desde los últimos años del reinado de
Fernando VII bata el presente, ban atendido nues-
tros Reyes á reparar en lo posible los deterioros por
mi'iltiples causas sufridos, débese que poco á poco
vaya de nuevo adquiriendo el esplendor y mag-nifi-
cencia que corresponde á tan soberbio monumento.
A este mismo fin contribuyó poderosamente el
acierto con que en 18(S.5 nuestro malog*rado rey Alfon-
so XII (d. f. m.) désig'nó á la Corporación de Padres
Ag'ustinos Calzados para que, en substitución de los
exting-uidos monjes Jerónimos, se encarg'ase de le-
vantar las cargas del culto, dar la enseñanza, con-
servar y custodiar las riquezas de todo g'énero allí
existentes; elevada y patriótica misión que desem-
])ena con g-ran éxito y creciente favor del público,
aquella celosa é inteligente comunidad.
Lo primero que se ofrece á la vista del viajero, en-
trando por la puerta principal, es un zagfúan ó ves-
tíbulo de .30 pies de latitud y 84 de long-itud, for-
mado por tres arcos abiertos entre pilastras, que dan
paso al patio de los Reyes. Éste tiene 230 pies de
larg-o por 130 de ancbo; adornan el frontispicio del
templo seis colosales estatuas de piedra berroqueña
con pedestales de mármol blanco é inscripciones la-
tinas, debidas á Arias Montano, ó según otros, al
historiador Santos. Estas estatuas representan á Jo-
safat. Ezequías, David, Salomón, Josías y Manases.
Fué su autor Juan Bautista Moneg-ro, que las
sacó todas, y la estatua de San Lorenzo que existe
en la portada principal, de un enorme peñasco, cu-
yos restos se ven todavía cerca de Peralejos. La
nltura de estas estatuas es de 18 pies cada una, y
costaron las seis cerca de 5(^.000 pesetas. Conforme
se entra en este patio, y á mano izquierda, se colocó
la última piedra del edificio; hay en ella una cruz
neg-ra muy borr;idapor el transcurso del tiempo.
Alrio del templo. — La bóveda de este atrio es la
admiración de los intelig'entes, pues con ser bastan-
te aplanada y estará no poca distancia de los pilares,
en la nave de en medio, supo Juan Herrera trazarla
y calcular de tal suerte la resistencia del material,
que sobre ella descansa la inmensa mole de todo el
coro. En los áng'ulos del atrio hay cuatro capillas, y
los cuadros de los altares son obras de Carvajal.
El templo. — Juan de Herrera fué el encarg*ado de
realizar el nuevo diseño que el italiano Pachote pre-
sentó á Felipe II. Los planos del arquitecto Toledo
no llenaron las aspiraciones- del Rey, pues era su
idea dominante la de levantar una gran Basilica,
sencilla en sus formas é imponente en su conjunto.
Para realizar estos deseos, mandó el Monarca que le
presentasen todos los planos y diseños de los más
hermos templos del mundo, y después de haberlos
examinado, se decidió por el que hoy admiramos.
El Rey, que no había asistido á la colocación de la
])rimera piedra del edificio, quiso presenciar la de la
l)rimera del tem])lo, que tuvo lug'arel20de Ag-osto de
ir)()3. Toda la fábrica del templo descansa sobre cuatro
robustísimos pilares, distantes entre sí 53 pies; las
bases de estos enormes pilares quedaron asentadas el
día 14 de Junio de 1575. Corresponden enfrente de
estos pilares ocho resaltados en las paredes, que dis-
tan 30 pies de los primeros. Sobre unos y otros dan
vuelta 24 arcos, lo que hace que la Basílica represente
tres naves por cualquier punto que se mire. El grue-
so de los machones principales es de 30 pies, forman-
— ]0 —
do entre todos 1(5 nichos que sirven de altares. Los
testeros de Mediodía y Norte contienen capillas cerra-
das con verjas de bronce unas, y otras con verjas de
madera imitando dicho metal. En la mitad de los tes-
teros se ven los dos grandísimos órg'anos contruidos
por el italiano (liuseppe Flecha y los instrumentos
del teclado y reg-istros por Mas Sigiles.
En el crucero de la iglesia, y descansando sobre
los cuatro arcos torales, se eleva el cimborrio, ó
cúpula, de 207 pies de circunferencia interior, 62 de
diámetro y 14 de espesor, terminando en un linter-
nín, sobre cuya clave se eleva una aguja ó pirámide
estriada de piedra, que sirve de sostén á la bola de
bronce, de siete pies de diámetro, rematada por una
cruz que corona todo el edifício. Desde el pavimento
de la iglesia hasta dicha cruz hay 330 pies de altura;
la bola pesa 136 arrobas, y la cruz 73: para mayor
seguridad, tiene metidos quince pies en la pirámide
de piedra. Mide de largo el templo 364 pies, y de
ancho 230. Reducido á lo que forma el cuerpo aisla-
do de la iglesia, es un cuadro perfecto de 180 pies.
Recibe la luz por 38 ventanas, y esto hace que la
iglesia tenga una claridad extraordinaria. La forma
y el orden de la arquitectura son dóricos, elegidos
por el fundador como los más á proposito para el re-
cogimiento, por su severidad y sencillez; por último,
cubren el pavimento mármoles blancos y partidos
de Filabres y de Extremoz. El coste total de este
grandioso templo ascendió, sólo en la parte de can-
tería, á 1.378.036 pesetas.
Frescos de la bóveda del templo. — Las bóvedas del
templo, antesacristía y escalera principal permane-
cieron desde la fundación estucadas en blanco, con
fajas y estrellas azules; viendo Carlos II que esta de-
coración era pobre é indigna de la «octava maravi-
Interior de la Real Basílica.
- 12 —
llu», tuvo la felicísima idea de mandarlos pintar al
fresco alinsig-ne artista Lucas Jordán, quien, seg-ún
dice el historiador P. Santos, «sólo tardó en pin-
tar los doce frescos un año y diez meses, y de este
tiempo se han de descontar los días festivos y de
descanso, cosa que parece prodig-io. Es rara la ag'ili-
(lad y presteza eu su obrar, y no es menos raro jun-
tar con la presteza la perfección.» Estos doce frescos
representan respectivamente los sig^uientes asnntos:
el Misterio del Verbo encarnado; el Viaje de los is-
raelitas y el paso por el Mar Rojo; los retratos de
Bethesehel y Eliab, que construyeron el tabernáculo
y el arca de la alianza; Eliezer y Jersón, sobrinos de
Moisés; los hebreos que recog-en el maná, y Sansón
que contempla el enjambre de las abejas saliendo de
la boca del león que él había matado; el triunfo de
la íg-lesin militante; la resurrección del Señor; Asia,
Europa, África y América; la pureza de la Virg'en;
la Vig'ilancia. circundada de áng-eles; Débora, Esther,
Judit. Raquel, Rebeca y Susana; la victoria de Josué
sobre los Amalecitas; el juicio y la flag-elación de
San Jerónimo; San Ag*ustín, San Ambrosio y San
Greg'orio ; y, por último, la muerte, sepultura y
Asunción de María Santísima.
Aliares. — 1^1 templo tiene, en la planta baja. 42 de
indiscutible mérito; pero la obra que, por decirlo así.
pone el sello á la g-ran Basílica, es el g'randioso reta-
blo del Mayor que. junto con el tabernáculo, forman
la más rica y preciada joya del templo.
Su elevación es de 92 pies por 49 de ancho. Las
materias empleadas para su embellecimiento y orna-
to son jaspes finísimos, metal y bronce dorado á
fueg'o. Su coste ascendió á más de un millón de pe-
setas. El mérito y trabajo de este retablo no se puede
apreciar á primera vista, pues el tono sombrío y mal
Patio de los Evangelistas.
— 14 —
iluminado que presenta, le hacen desmerecer á los
ojos del espectador. Comprende todos los órdenes de
la arquitectura greco-romana, excepto el toscano; el
primer g-rupo es dórico, el seg'undo jónico, el tercero
corintio, y el cuarto compuesto ó mixto.
Coro. — Es una pieza espaciosísima, de 96 pies de
larg-o por 56 de ancho y 84 de alto, hasta la clave de
la bóveda. El pavimento es de mármoles blancos y
pardos. Tiene dos filas de sillas diseñadas por Juan
de Herrera y ejecutadas por Juseppe Flecho, en ma-
dera de ébano, terebinto, cedro, boj y nog'al. Las
sillas bajas son mucho más sencillas que las altas.
Sobre éstas están- colocados dos órg^anos. uno á cada
lado, de orden corintio, hechos con pino de Cuenca,
que se elevan desde la cornisa de la sillería hasta la
g-ran cornisa que da vuelta alrededor de todo el tem-
plo. La bóveda está pintada al fresco por Luqueto;
representa la Gloria.
Entre las primeras sillas del coro bajo está el mag--
nífico facistol que tanto le adorna y eng-randece. co-
locado sobre un pedestal de mármol de medio pie de
alto, en el que descansan cuatro columnas de bronce
dorado.
Panteón de Reyes. — Es una rotonda ochavada de
36 pies de diámetro por 38 de alto y 113 de perí-
metro. Pertenece su arquitectura al orden compues-
to, y está formado de jaspes de Tortosa y mármoles
de Toledo. En una de las ochavas, frente á la puerta,
se halla el altar, cuya mesa sirve de pedestal á dos
columnas de once pies y medio de altura, de jaspe
verde de Genova, con adornos dorados. A los lados
del tiltar hay seis ochavas ig-uales. En cada una se
forman cuatro divisiones, cuyo^ fondos están forra-
dos de mármol neg"ro con molduras de bronce. En
cada una de estas divisiones hay una urna de mar-
mol pardo de San Pablo, de siete pies de largo por
tres de ancho y alto, sostenida sobre cuatro enor-
mes garras de león, de bronce dorado. En el cen-
tro de la urna, por la parte exterior, hay un tar-
jetón de bronce dorado con letras negras de relieve
que indican el nombre del Rey ó Reina cuyos restos
están en ella encerrados. Todas las urnas son igua-
les: hay doce á cada lado del altar, y dos encima de
la puerta. De estas 26 urnas, 19 están ocupadas por
los restos de los Monarcas que á continuación se
expresan: el Emperador Carlos V, Felipe II, Feli-
pe III. Felipe IV, Carlos II, Luis I, Carlos III, Car-
los IV, Fernando VII y Alfonso XII. Corresponden
á la puerta de la epístola: la emperatriz doña Isabel;
doña Ana de Austria, cuarta mujer de Felipe II;
doña Margarita, única mujer de Felipe III; doña
Isabel de Borbón, primera mujer de Felipe IV; doña
Maria Ana de Austria, segunda mujer de Felipe IV;
doña María Luisa de Saboya, primera mujer de Fe-
lipe V; doña María Amalia de Sajonia, única mujer
de Carlos III; doña María Luisa de Borbón, única
esposa de Carlos IV, y doña María Cristina de Bor-
bón. cuarta mujer de Fernando VIL
Panteón de Infantes, — Comenzó á construirse en
7 de Mayo de 1862, por mandato de doña Isabel II, y
bajo la dirección de D. José Segundo Lema, arquitec-
to de Palacio. Ejecutó los trabajos, hasta su muerte,
el afamado escultor D. Ponciano Ponzano. El ser su
forma algún tanto irregular, se debe á que el sitio
elegido para esta obra eran unos grandes sótanos,
lugar poco á propósito para que el arquitecto forma-
se un plan á su capricho, kú y todo, es una verdade-
ra joya de arte.
Los muros, tanto de la galería como de las cáma-
ras, están cubiertos de mármoles de Portor, Cuenca,
— k; —
Florencia y Carrara: las bóvedas son de granito con
fíletcs dorados á temple, y las de los tránsitos, de
mármol de Carrara: el pavimento es de mármoles
blancos y pardos, colocados con mucha simetría.
En la prim.era cámara hay 17 urnas lujosamente
cinceladas con una cruz en la cabecera, y sobre ella
un letrero que expresa el nombre de aquel cuyas ce-
nizas están allí encerradas. Sobre el letrero hay un
escudo que, lo mismo que los adornos de la urna,
expresa la categoría del que allí yace. Están allí se-
pultados los sig'uientes i)ersonajes: doña Isabel de Va-
lois, tercera mujer de Felipe II; el príncipe D. Car-
los, hijo del mismo: doña Leonor, hermana de Car-
los V; doña María, primera mujer de Felipe II; doña
María, reina de Hung-ría, hermana de Carlos Y;
Wenceslao, archiduque de Austria; Fernando, hijo
de Felipe II; Diego, hijo del mismo; doña Margarita,
hija de Felipe III; Manuel, príncipe de Saboya; Fili-
berto. príncipe de Saboya; Carlos, hijo de Felipe III:
Carlos, archiduque de Austria; Fernando, hijo de
Felipe III; Baltasar, hijo de Felipe IV; doña Luisa,
esposa de Carlos II. y doña Ana, esposa del mismo.
En el tránsito de la primera cámara y la segunda,
y de la tercera á la cuarta, hay ocho maceros de
mármol blanco de Carrara, ejcutados por D. Poncia-
no Ponzano.
Los Príncipes sepultados en las cámaras 25 y 35
son los siguientes: Felipe, hijo de Felipe V; Luis,
duque de Vendoma; Francisco, hijo de Carlos III;
doña Ana, mujer del Infante D. Gabriel; Gabriel,
hijo de Carlos III; María, esposa del Infante D. An-
tonio; Luis, hijo de Felipe Y; doña Antonia, esposa
de Fernando YII; Luis I, Rey de Etruria; Isabel, es-
posa de Fernando YII; Antonio, hijo de Carllos III;
Josefa, mujer de Fernano YII; Luisa, Reina de Etru-
•- -i
fcc
c
be
— 18 —
ria; Francisco, hijo de Carlos IV; Fernando, nieto
de Carlos IV; Sebastián, biznieto de Carlos IV.
La cámara 45, ó de párvulos, consta de 64 nichos,
de los cuales sólo están ocupados 32; en el centro se
levanta un precioso sarcófag'o de mármol blanco de
Carrara.
A mano derecha del arco de entrada hay un altar
con la mesa de mármol, y el retablo es un cuadro
pintado al óleo por Lavinia Fontana, que representa
la SagTada Familia. A los costados hay cuatro nichos
en que están encerrados los restos de cuatro hijos de
doña Isabel II.
La cámara quinta forma una capillita, con el sar-
cófag'o de D. Juan de Austria en medio, con esta-
tua yacente preciosísima. A los lados hay dos urnas
que guardan los restos de dos hijos naturales de
Felipe IV.
En la cámara sexta hay 12 urnas, de las cuales
dos están ocupadas por los restos de D. Cayetano
Girg"enti, esposo de la serenísima Infanta doña Isa-
bel de Borbon, y al lado opuesto están los de doña
-María del Pilar, hija de Isabel II.
La cámara séptima es lo mismo que la anterior, y
tiene todas las urnas desocupadas.
La cámara octava es una de las más espaciosas: á
los lados del altar hay dos sarcófagos; el de la parte
del Evangelio contiene los restos de doña María Jo-
sefa, hija de Carlos III, y el de la Epístola, los de
doña Luisa Carlota, madre de D. Francisco de Asís
de Borbón. Todas las obras de arte que adornan esta
cámara son de un mérito y de un valor extraordina-
rio. En el costado de la izquierda están los sepulcros
de los duques de Montpensier y sus hijas doña Ma-
ría Cristina y doña María Amalia Orleans y Borbón.
Los dos del centro están preparados para guardarlos
■«^La Santa I"'onna^>, de V. Coi'Ilo. {V.n la Sacristía.)
o
•-3
zn
— lio —
restos de los dos consortes. En los de los lados des-
cansan los restos de las dos malogradas princesas;
los del Duque reposan aún en e4 pudridero de Infan-
tes. Este panteón, que fué consagrado en el mes de
Mayo de 1889 por el Emmo. Sr. D. Benito Sanz y
Forés, entonces arzobispo de Valladolid. puede fig'u-
rar con honor al lado de los mejores del mundo.
Aniesacr istia. — Esta habitación tiene dos entra-
das, una por la ig-lesia y otra por el claustro princi-
pal bajo. Es de 25 pies en cuadro; el pavimento, de
mármoles como los del templo; las paredes blancas
hasta la cornisa, y la bóveda pintada al fresco por
Fabricio y Gran olio. Representa un pedazo de cielo
abierto, por el cual baja un áng-el con jarro y toalla
en las manos. En el centro del muro de Oriente está
colocada una fuente de mármol pardo de 16 pies de
larg-o por cuatro de ancho, donde se lavan las manos
los sacerdotes al ir á celebrar. Adornan sus paredes
10 cuadros pintados al óleo.
Sacristía. — A continuación de esta última pieza
se entra en la sacristía. Es una sala grande, clara y
hermosísima, adornada por siete espejos repartidos
con simetría, entre los cuales llama la atención el
que está en el centro, de cristal de roca, regalo de
doña María Ana de Austria, madre de Curios II.
El piso es de mármol como los del temj)lo. las pa-
redes están de blanco hasta la cornisa, y en la bóve-
da, pintada al fresco por Fabricio y Granelio primo-
rosamente, se ven bonitos artesonados, grecas, her-
mosos follajes y flores. Esta pieza era una de las más
ricas por sus buenos cuadros, los inimitables borda-
dos y el gran número de vasos sagrados, algunos
con pedrería y otros adornos, que constituían por sí
un inmenso capital; pero en ninguna otra parte se
dejó sentir tanto como en ésta el paso destructor de la
— 21 —
invasión francesa. De los bordados, puede ser admi-
rado el terno de plata con cenefas de oro; están ma-
gistralmente representados alg-unos pasajes de la
vida del Salvador, de modo tan acabado, que no se
persuade uno sea bordado, sino delicada pintura.
Los cuadros fueron trasladados: 26 de los mejores,
al Museo de Madrid en 1827, y otros se lian colocado
después en las Salas Capitulares; sin embargo, toda-
vía conserva 42, entre ellos alg-unos de mucho méri-
to, debidos al Veronés, Greco, Zurbaran, Ribera,
Jordán. Herrera, Guido, Tintoreto y otros célebres
pintores.
El retablo y altar de la Santa Forma ocupa todo el
testero del Sur de la sacristía. Pertenece al orden
compuesto, y está formado de bronces dorados, már-
moles y jaspes. Son notables dos bajo-relieves repre-
sentando respectivamente al emperador Rodolfo II
en el acto de entreg-ar la Santa Forma á los enviados
de Felipe II, y á este mismo Rey en el momento de
recibirla con mucha devoción y respeto. Todo el de-
corado de este soberbio monumento llama poderosa-
mente la atención; pero lo que más resalta y cautiva
el ánimo, es el transparente formado por el admira-
ble cuadro, tal vez el mejor del Escorial, debido al
pincel de Claudio Coello, en el cual se presenta la
sacristía y la procesión hecha cuando se colocó en el
altar la Sag-rada Forma.
Los días 29 de Septiembre, fiesta de San Mig'uel, y
el 28 de Octubre de San Simón y San Judas, se bnja
el cuadro por máquina, y sin arrollarse, dejando en-
tonces ver la Sag-rada Forma. Esta divina Hostia,
con otras también consag-radas, fué ultrajada y piso-
teada en la catedral de Gorcamia por unos soldados
protestantes, partidarios de Zuing-lio. Al notar uno
de ellos que con las roturas que había hecho con los
clavos (le los zapatos brotó sangre, se arrepintió de
su crimen, dio cuenta al deán de la catedral, y éste,
con g-ran veneración, la llevó al convento de Padres
Franciscanos de Malinas, donde por mucho tiemj;o
fué custodiada. Más tarde se veneró en Viena y en
Prag-a, hasta que Rodolfo II la entreg"ó á Felipe II
en 1592.
El claustro principal alto es una g-randiosa g-alería
de g-ranito, con pavimento de mármol pardo y blan-
co; el muro interior esta adornado con pinturas al
fresco, y entre ellas hay 46 pasajes de la vida de la
Virg-en y de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor.
Los dípticos, que reciben también el nombre de es-
ticione^, sólo se abren en los días de procesión ó de
alg-una festividad. Los frescos del lado de Oriente
son de Pereg-rín Tibaldi; los demás son dibujos eje-
cutados por su hija Jerónima y sus discípulos Anto-
nio Rizzi. Bernardino del Aena. Jerónimo de Urbino
y Lázaro Tabarón; el fresco que representa la Asun-
ción es d(> Luqueto.
El centro de esta soberbia g-alería lo forma el magr-
nífico Patio de los Evang-elistas, que mide 166 pies
en cuadro, y se llama así porque en el templete que
existe en el centro hay estatuas de los cuatro Evan-
g-elistas, de siete pies de alto cada una. y construidas
de mármol blanco de Genova.
Salas capitulare'^. — Están situadas en el claustro
principal bajo, y se llaman asi porque en ellas se
reunían los Jerónimos para tratar los asuntos g-ene-
rales referentes al Monasterio. Sus pinturas al fresco
son obra de Fabricio y Granelio.
De la celda prioral baja, hoy destinada á sala de
restauración, sólo diremos que su bóveda está pinta-
da también al fresco por Francisco L'rbino. represen-
tando el «Juicio de Salomón».
Aldabón do una puerta de la Basílica.
— 24 —
Kn esta [habitación, en lus dos salas y en el za-
g-uáii. existen 71 cuadros pintados al óleo, alg-unos
de ellos inimitables producciones que creara el g-enio
en los sig-los xvi y xvn.
Escalera principal. — Kstá en el centro de la banda
del Poniente del claustro principal alto; fué trazada
por .]. B. Castelló Bergamasco. y construida por
L. B. de Toledo. Mide esta escalera 99 pies de ancho.
Los frescos, tanto de las cornisas como de la bóveda,
son de Lucas Jordán, que sólo tardó siete meses en
pintarlos. En el espacio comprendido éntrelas corni-
sas colocó Jordán «El sitio», «La batalla» y «La toma
de San Quintín.» El fresco de Oriente representa los
planos del Escorial: «Felipe II examina los diseños
que le ofrecen los tres arquitectos del edificio, Juan
de Toledo. Herrera y el célebre lego Villacastln», y
en la parte del Norte se admira el famoso rasgón
imitado que pintó un discípulo de Jordán, y que éste
no consintió en borrar. Los lunetos de las ventanas
presentan alg-unos hechos guerreros del Emperador
Carlos V, y en la parte Poniente se finge una galería
desde donde «Carlos II explica á su madre y á su
espolea la historia que representan los frescos». En la
bóveda colococó Jordán la «Gloria», con toda la
gracia y encanto de su rica fantasía.
Camarín llamado de Santa Teresa. — Recibe este
nombre por conservarse allí algunos escritos origi-
nales de la Santa, y el tintero que ella usó. Sobre la
puerta de esta reducida habitación se ve un cuadro:
«La excomunión que el papa Gregorio XIII fulminó
contra los que se atreviesen á sacar algunos de los
objetos que en el citado camarín se custodiaban.»
No obstante tan terrible amenaza, han desaparecido
muchas de las curiosidades que hacían fuese esta
pequeña pieza una de la que con más interés visita-
— 2G —
ba el viajero. No obstante, existen y merecen citarse
los sig-uientes: una de las ánforas de las bodas de
Cana, en que el Señor convirtió el ag*ua en vino, re-
g-alada á Felipe II por el Emperador Maximiliano;
un pedazo de velo de la Yirg-en; una barra de las
parrillas en que padeció San Lorenzo; parte de los
corporales en que dijo misa Santo Tomás Cantua-
riense; el esqueleto de uno de los niños inocentes, y
otros varios que son objeto de veneración. Entre los
libros que allí se conservan son de muchísima esti-
ma los Evang-elios en grieg'O, que llaman de San
Juan Crisóstomo; los autóg-rafos de los libros de
Santa Teresa, que tratan de las fundaciones y modo
de hacer la visita á los conventos, y el Tratado de
Bautismo de San Ag-ustín. Adornan esta habitación
33 cuadros al óleo.
Biblioteca. — Viéndonos en la precisión de reducir
á pocas líneas la descripción de esta preciosa alhaja,
creemos oportuno omitir su parte histórica, muy
poco necesaria para los viajeros que visiten de paso
este suntuoso monumento. El que desee enterarse á
fondo del modo como se fué formando esta Real Bi-
blioteca, y de las múltiples vicisitudes por que ha
pasado en el transcurso de tres sig'los, puede consul-
tar los notables artículos que con el título de La
Biblioteca del Escorial publica en La ciudad de Dios
el erudito Padre Eustaquio Esteban, segundo biblio-
tecario de la misma.
Mide el salón de la Biblioteca 184 pies de largo
por 34 de ancho y 36 hasta lo alto de la bóveda. El
pavimento es de mármoles blancos y pardos, coloca-
dos simétricamente. La preciosa estantería que rodea
todo el salón es de orden dórico, sentada sobre un
zócalo de jaspe sang'uíneo: fué diseñada por Juan de
Herrera y ejecutada admirablemente por Giussepe
Flecha, en maderas preciosas de ébano, caoba, ce-
dro, terebinto, naranjo, boj y nog-al. Está dividida
en 54 estantes, y cada uno de éstos en seis plúteos ó
cajones. En el centro de este mag*nífico salón hay
cinco mesas de mármol pardo, con cercos de bronce,
y dos veladores de pórfido. Sobre las mesas y vela-
dores están colocados en vitrinas riquísimos manus-
critos y un g-lobo celeste.
Unas de las joyas más preciosas de esta biblioteca
es sin duda alg'una el Códice áureo, escrito todo él
en oro por mandato del Emperador Conrado, y con-
cluido en tiempo de su hijo D. Enrique, en el año
1050. Tiene 168 hojas, en que se emplearon 17 libras
de oro. En las demás mesas están los devocionarios
de Carlos V y su esposa doña Isabel; de Felipe 11,
Felipe III y otros: un Capitíilario, el Psalterio de la
Orden de San Agiislln. escrito en el siglo xiii. y pre-
sentado en la Exposición de Barcelona en 1888; la
Biblia en hebreo, manuscrito muy antig-uo; las
Cantigas de D. Alfonso el Sabio; el Apocalipsis de
San Juan; los Códices Vigilado y Emilianense, escri-
tos en el siglo x; un Alcorán, Códice también pre-
ciosísimo por el trabajo que revela, y otros varios
de menor importancia; casi todos ellos están profu-
samente iluminados. Modernamente se ha colocado,
junto al testero opuesto á la puerta, una mesa de
ácana con filetes blancos, y á pocos pasos de distan-
cia se halla el Monetario, que consiste en una caja
lujosa y artísticamente trabajada, de maderas finas,
colocada sobre otra más grande, pero no tan pre-
ciosa.
Lo que más embellece esta Biblioteca son las pin-
turas al fresco, ejecutadas por Peregrín. Tibaldi y
Bartolomé Carducci, según los diseños del Padre Si-
güenza; el primero pintó la bóveda, y el segando las
— 28 —
historias ya reales, ya fabulosas ó mitológ*icas que
rodean la Biblioteca por debajo de la cornisa. Repre-
sentan las pinturas, la Teoloqia^ la Aslrologia, la
Geometriay la Aritmética^ la Dialéctica^ la Retórica,
la Gramática y la Filosofía, con g-rupos aleg-óricos
debajo, alusivos á cada una de estas ciencias, que
están representadas por otras tantas matronas. Estos
frescos, que hacen de la Biblioteca un salón vistosí-
simo y encantador, estaban alg-o deteriorados, efecto
del ag-ua que se introdujo por las ventanas durante
el voracísimo incendio de 1763, y han sido hábil-
mente retocados, sin alterarlos en lo más mínimo,
por el disting-uido restaurador de la Real Casa don
Francisco Vicente.
Además de este salón que dejamos descrito, hay
otro, al nivel del Patio de los Reyes, alg-o más peque-
ño que el anterior, llamado de Manuscritos, por ha-
llarse en él unos 5.000 volúmenes de esta clase, jun-
tamente con otros 5.603 impresos, añadiendo á los
cuales 14.146 del salón principal y 9.157 de otras de-
pendencias, dan un total de 33.906 volúmenes.
Desde el año 1886, en que los ilustrados Padres
Agustinos se hicieron carg'o de esta real Biblioteca,
ha mejorado muchísimo con respecto á su servicio.
El numeroso y escog-ido personal en ella empleado
ha conseg-uido, á fuerza dé trabnjo, ordenarla y cata-
lograrla; y, aunque todavía no se ha comenzado la
impresión del Índice, no se hará- esperar mucho, so-
bre todo el de impresos.
Hállase al frente del Monasterio y de la Comuni-
dad encarg-ada de levantar las carg-as del mismo, el
modesto cuanto simpático P. Víctor Villán. caluroso
entusiasta de las bellas artes, antig-uo profesor de Di-
bujo, intelig-ente en pintura y música, y autor de va-
rios cuadros orig"inales y copias que el viajero puede
— 30 —
ver en este Real Sitio y en las demás casas de la Orden .
Déla Biblioteca y Archivo están encargados, en-
tre otros, el P. Juan Lazcano, uno de nuestros pri-
meros arabistas, y quizás el que más á fondo y sobre
el terreno lia estudiado la leng-ua arábig*a, en que se
escribieron los mejores Códices de esta Biblioteca; el
P. Benigno Fernández, cuya competencia en mate-
ria de manuscritos y antigüedades se halla justifi-
cada por su brillante carrera de Archivero, y el Pa-
dre Félix Pérez Aguado, hebraísta. Los tres son co-
laboradores de La Ciudad de Dios, Revista quincenal
acreditadísima por sus trabajos literarios y científi-
cos, que redactan en el Escorial y publican en Ma-
drid los PP. Agustinos.
El Palacio.
Se halla situado en el ángulo de Este y Xorte de
todo el edificio, y ocupa como una cuarta parte déla
fábrica; tiene su entrada principal por las dos prime-
ras puertas que se encuentran en la fachada del Nor-
te, viniendo de Madrid.
Hahitacíóii del fundador,— Ji^cibQ este nombre el
aposento en que habitaba Felipe II siempre que vi-
sitaba el Monasterio, y fué también el sitio donde
murió, el día 13 de Septiembre de 159(S; celda sencilla
y pobre, más bien que palacio de Rey. Colocada en
la pared, hay una lápida donde se lee lo siguiente,
que demuestra la humildad del albergue en que se
hospedaba el poderoso y temible soberano:
En este estrecho recinto
Murió Felipe segundo,
Cuando era pequeño el mundo
Al hijo de Carlos quinto.
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03
— 31 —
Existen todavía la alcoba que mandó hacer, inme-
diata al oratorio real; el escritorio, alg-una de las si-
llas de su uso y dos taburetillos en que solía reposar
la pierna aquejada de la gota. El techo es llano y sin
adornos; las paredes enlucidas de blanco, y el suelo
de ladrillo. Desde este dormitorio se ve el altar ma-
yor por dos puertas que dan á las tribunas.
Sila de Batallas. — Recibe este nombre de las que
pintaron prolijamente al fresco en sus paredes Gra-
nelio y Fabricio, artífices italianos de feliz memoria.
Tiene esta g-alcría 198 pies de larg*o por 28 de ancho
y 25 de alto hasta la clave de la bóveda. El fresco
principal, de extraordinarias proporciones, represen-
ta la batalla de Hig'ueruela y la victoria conseg'uida
sobre los árabes por D. Juan K en la veg-a misma
de Granada. Los demás frescos se refieren á la bata-
lla ganada el día de San Lore-nzo (año 1557) por el
duque Filiberto, caudillo del ejército español; la pri-
sión del g-eneral francés, el condestable Montmo-
rency, y el asedio y toma de San Quintín. Los teste-
ros de la galería representan dos expediciones he-
chas á las islas Terceras en tiempo de Felipe II. La
bóveda contiene una admirable variedad de figuras
y caprichos, dibujado todo fantástica é ingeniosa-
mente, con gusto y suma habilidad.
En 1882, D. Rudesindo Marín y sus dos jóvenes
hijos D. Manuel y D. Mariano comenzaron la restau-
ración de los frescos de esta sala, obra que terminóse
en 1889. Hace dos años se colocó, para que el públi-
co no se acerque á las pinturas, una valla de hierro,
figurando en los extremos las armas de los Borbo-
nes, según los diseños de D. José Lema.
Como no hemos de enumerar todos los ricos tapi-
ces que adornan el Palacio, solamente diremos que
tiene 338 de aquéllos, de los cuales 152 han sido he-
clios en la antig-ua Real P'ábrica de Madrid ¡con dibu-
jos de Goya, Bayeu, Maella y otros; 163 en Flandes,
por diseños en su mayor parte de David Teniers;
20 en Francia, y cinco en Italia. Representan casi to-
dos escenas de aldea, paisajes, costumbres e&pañolas,
vistas de Madrid y cacerías.
En las habitaciones Reales son de admirar las lla-
madas Piezas de maduras filias. Hay cuatro. Empeza-
das en el reinado de Carlos IV, fueron concluidas
en 1831. Son también notables los herrajes de estas
habitaciones, con embutidos de oro, que fueron he-
chos por D. Ig-nacio Millán. El importe de estas obras
ascendió á 28 millones de reales.
Casa del Principe. — Se edificó el año 1772, por
disposición de Carlos IV, siendo Príncipe de Astu-
rias, de quien toma el nombre. Cuando estalló la
guerra de la Independencia se trasladaron á Madrid
los efectos que la adornaban, y muchos de ellos des-
aparecieron. Volvió á alhajarse y embellecerse esta
casita de recreo en el año 1824. y recientemente ha
sido con todo esmero restaurada. La construcción
es toda de piedra, y se llama Casa de Ahajo, á dife-
rencia de otra que se dice Casa de Arriba, edificada
por el Infante D. Gabriel. Innumerables son las cu-
riosidades y primores de arte que encierra este agTa-
dable edificio. De los techos, hay 20 de g-ran mérito,
pintados por Duque. Gómez, Gerroní. Maella. Driles.
Pérez, Japeti y López. En las 19 habitaciones de que
constan los dos pisos del edificio hay sobre 200 cua-
dros al óleo y estampados, de asuntos en su mayor
parte religiosos, algunos de ellos de verdadero méri-
to, y sentimos que la falta de espacio no nos permita
describirlos. Hay también una preciosa colección de
relieves en marfil, compuesta de 37 cuadros que re-
presentan pasajes mitológicos, y de historia sagrada
Estatuas de bronce del enterramiento de Felipe IJ.
Estatuas do bronce del enterramiento del Emperador Carlos V.
3
— 34 —
y profana. También es dig-ná de ñjar la atención
una bella colección de cuadros de porcelana, traba-
jados en la fábrica del Buen Retiro, compuesta de
226 ejemplares. Los muebles que adornan esta casita
son de mucho g-usto, y alg*unos de estimable valor.
En tiempo de Fernando VII fué valuada en más de
37 millones de pesetas, y hoy constituye un verda-
dero museo de ricas curiosidades.
I^eal Colegio de Alfonso pl.
Ocupa todo el áng-ulo del Noroeste del ediñcio, y
tiene su entrada por la puerta de la izquierda de la
fachada principal. Presa de un voraz incendio en el
año 1872, fué comi)letamente restaurado.
Entre sus muchas y notables dependencias, se re-
comiendan muy particularmente al viajero el amplio
y magnifico paraninfo situado en la planta baja, y
cuyo techo, formado por un lienzo de extraordina-
rias dimensiones, créese pintado por los discípulos
de Jordán: los otros dos lienzos más pequeños, re-
presentando fig'uras simbólicas de diversas ciencias,
están firmados por Llamas. En la misma planta, y
próximos al paraninfo, hállanse los excelentes gabi-
netes de Física é Historia natural, la lucerna ó patio
de luz, y los comedores de los niños, adornados con
una colección de cuadros que representan i)asajes de
la vida de Alejandro; fueron pintados para el palacio
de San Ildefonso por encargo de Felipe V, y están
todos firmados por notables artistas italianos. En el
piso principal, y correspondiendo al paraninfo de la
planta baja, hay otro grandioso salón, cuyo centro
ocupa una hermosa estatua de San Agustín, tallada
— 35 —
en mndern. concebida y ejecutada por el hermano
leg*o Fray S. Cuñado, para conmemorar el décimo-
quinto centenario de la conversión de San Ag-ustín.
En 1878, merced á la munificencia de S. M. el Rey
D. Alfonso XIL se reorg-anizaron con gran acierto
los estudios en este Real Coleg-io. Confiada más tar-
de (1885) la enseñanza á los PP. Ag-ustinos, de tal
modo aumentó su crédito y esplendor, que hoy,
por las condiciones inmejorables del local, la instala-
ción del alumbrado eléctrico, la perfección y copia
del material de enseñanza, y, más aún, por la reco-
nocida competencia y celo que aquella docta corpo-
ración desempeña las delicadas tareas de la educa-
ción moral, fisica y científica de numerosos jóvenes,
el Real Coleg*io del Escorial corresponde admirable-
mente á los elevados propósitos de su reg'io restau-
rador, y fig'ura á la cabeza de los centros de Instruc-
ción en España.
Su Director, el P. Teodoro Rodríg-uez, es autor de
varias obras científicas, entre otras, de la Física y
Química que sirven de texto en alg*unos de nuestros
Institutos y en casi todos nuestros Seminarios; in-
vento del P. Teodoro es el TdecUkto eléctrico ferro-
viario, aparato destinado á evitar los choques de
trenes, del que no ha mucho se ocupó la prensa; á
él deben Li Ciudad de Dios y otras publicaciones
científicas, multitud de trabajos de reconocido mé-
rito; la electridad es su estudio favorito, y con tener
á su cargfo, además de la dirección del Coleg'io. la
cátedra de Física y Química, estudia, escribe y con-
testa á cuantas consultas se le hacen, que no son
pocas, sobre puntos relacionados con su especialidad.
Es. por otra parte, una de las personas mejor rela-
cionadas y tan querido como respetado de los niños
y profesores del coleg'io que dirig-e. Apenas contará
— 36 —
treinta años y lleva diez explicando Física, después
de terminada su carrera universitaria.
Los demás profesores tienen todos sus correspon-
dientes títulos académicos; la mayor parte son re-
dactores de La Ciudad de Dios, y entre ellos fig-u-
ra el P. Eustaquio de Uriarte, iniciador de la restau-
ración del canto g-reg^oriano, autor de un texto nota-
bilísimo sobre dicho canto, y de multitud de escritos
musicales, á cual más valiosos por su fondo y por su
forma.
I^eal Colegio de Estudios superiopes
de JVIaría Cristina.
Las personas que visitaron el Escorial, al mediar
el año 1892, pudieron creer que habían vuelto los
tiempos en que centenares de trabajadores erig-ían
la Basílica Laurentina, bajo la dirección de Bautista
de Toledo y Juan de Herrera, en que se construía el
Panteón de los Reyes con arreg-lo á los planos de
Alonso Carbonell, ó en que Bartolomé Zumbig-o re-
paraba los efectos del horroroso incendio ocurrido
en 1671. En las estribaciones del Guadarrama vol-
vían á repercutir los g'olpes de la piqueta y del mar-
tillo, con el anhelante sonar de azuelas, g-arlopas.
limas y sierras; era que la antig-ua Compaña, el edi-
ficio construido por Juan de Mora para establecer en
él las trojes, la panadería, las bodeg-as, la fábrica de
paños y otras dependencias necesarias para la nu-
merosa Comunidad de San Jerónimo . esperaba á
transformarse en suntuoso «Coleg-io de Estudios su-
periores», que había de ostentar el nombre de su
Patio de los Reyes.
— :í8 —
excelsa fu nd II dora, la Reina Keg-ente de E.-pafui.
doña María Cristina, y que, lo mismo que el «Cole-
g-io de Alfonso XII». había de ser confiado á la di-
rección de los PP. Agustinos.
El Excmo. Sr. Intendente general de la Real
Casa y Píitrimonio, 1). Luis Moreno |y Gil de Borja^
á cuya iniciativa debió también mucho el «Coleg-io
de Alfonso XII», sometió á la aprobación de la au-
g-usta Soberana todo un plan de enseñanza, merced
al cual, y sin pasar muchos años, el «Real Colegio
de María Cristina» había de emular brillantemente
la gloria de aquellas Universidades y Colegnos Ma-
yores, que gozaron vida propia y robusta por la libe-
ralidad de Monarcas, prelados y proceres ilustrados
y esplendidísimos.
El examen de ese plan, hecho por S. M.. no fué
mera fórmula. Asignaturas y estudios indicó la Rei-
na, escribiéndolos de ])ropia mano en el proyecto,
que completarán dignamente el programa de las en-
señanzas, el día, ya no lejano, en que llegue á su
completo desarrollo el pensamiento general.
No reclamaba menor atención la parte material
del proyecto. La Compaña no estaba preparada para
recibir sus nuevos liuéspedes. Era precisa no peque-
ña obra: dar luz. distribución, amplitud, seguridad
y ornato á la capilla, las aulas, el comedor y las cel-
das; envigar de hierro dos crugías de más de setenta
metros de longitud; substituir viejos sillares; poner
una fuente monumental en el patio grande; colocar
en todo el circuito de éste un antepecho de piedra:
hacer una nueva ])ortada que, con su correspon-
diente gradería, diese comodidad al ingreso por los
Alamillos y magnificencia al edificio.
Todo esto, y las consiguientes obras de carpintería^
cerrajería, vidriería, tabicado, guarnecido, forjado.
>
o
o
na
£3
a
— 4U —
solado, blanqueo, pintura, etc., etc., está ya concluí-
do, gracias ala liberalidad de la Ueina Reg*ente.
Demolidas las antig-uas bóvedas de toda una cru-
g'ia; edifícados sendos muros de contención en la
fachada N. y en el áng-ulo NO.; cubiertos los sesenta
huecos de medio punto que hay en el patio princi-
pal; decorado el vestíbulo; sustituido el pavimento
granítico de la g-alería por otro de baldosín de Alha-
ma; erig-ida una nueva sacristía; establecidos los ser.
vicios de fontanería y alumbrado eléctrico, la cocina
traída de Ing-laterra y los retretes sistema Doulton,
con cisterna de chorro automático; colocada una g-ran
escalera de madera, de todo coste; reparada la caba-
lleriza; arreg-ladaslas cátedras, la biblioteca, las pie-
zas de aseo y baño, los patios, el frontón y salas de
jueg-o; en 9 de Octubre de 1893 se inaug-uró en el
«Coleg*io de Estudios Superiores» el curso preparato-
rio de Derecho y de Filosofía y Letras, con 34 alum-
nos internos y tres externos, y el primero de Juris-
prudencia con 23 internos y un externo. En la mis-
ma fecha dieron principio las enseñanzas de música,
dibujo y equitación.
El coste de las obras había sido considerable, sin
incluir en él el valor de muchos materiales suminis-
trados por la Real Casa, lo mismo que "un número
no escaso de libros, muebles y cuadros, la fuente de
mármol para el patio principal, cuatro caloríferos y
doce caballos para el picadero.
En aquellos trabajos, bajo la dirección del arqui-
tecto mayor de la Real Casa, y la incansable y asidua
inspección del Excmo. Sr. Intendente, se ocuparon
durante algunos meses ciento cincuenta obreros, que
g-anaron el pan de sus hijos allí donde los relig-iosos
ag-ustinos, obreros de la inteligencia, distribuyen
ahora el pan de la doctrina.
M
— 42 —
Cuál sea el resultado obtenido en el Coleg-io, dí-
cenlo con sobrada elocuencia el número siempre cre-
ciente de alumnos, los muchísimos sobresalientes y
notnJ)les que fif>-uran en las lislm de exámenes y en
los cuadros de honor ^ y el reconocimiento y apkuiso
de centenares de familias, cuyos hijos reciben sólida
y cristiana educación en el «Coleg'io de María Cristi-
na», realizando el antiguo lema de hig-iene moral y
física: «ílfeus sana in corpore snno.y>
Al frente de este Coleg'io está el P. Fermín Uncilla,
persona ilustradísima y de exquisito trato, á quien
conocen los lectores de La Cuidad de Dios ^ cuya
sección política estuvo mucho tiempo á su carg'o;
suya es una Vida de San Agustín que le valió me-
recidos elog'ios, y el trabajo sobre Urdaneta y la
C'j7tqiiista de Filipinas, con tantísimos otros publi-
cados por la citada Revista, suyos son también.
El profesorado es de lo más selecto, como lo com-
prueba los nombres de los PP. Francisco Blanco,
autor de la Lit'^.ratura español i del siglo XIX y di-
rector de La Ciiidai de Dios, y Ang-el Rodríg'uez.
escritor incansable y peritísimo en la ciencia astro-
nómica.
Fr. Bonifacio Moral,
R. Prov'uiciiil.
l.« de Julio, 1896.
GUARDIA REAL
Ministro de la Guerra, Teniente Ganeral D. MAlíCELO DE AZCÁRRAGA.
A. García, Yaloiicia, fotógrafo.
/A^^'- '>■■''
Comandante General del Real Ci;ei'po de Guardias Alabarderos,
Teniente General de Ejército D. KKDERICO ALAMEDA.
Fernando Debas, fotógrafo.
7á
0 777'^^,'
Jefe del Cuarto militar de S. M. la Reina,
Teniente General D. CAMILO POLAYIEJA.
Edmundo Debas, fotógrafo.
Comandante en Jefe del primer Cuerpo de Ejército,
Capitán General Sr. MARQUÉS DE ESTELLA.
Fernando Debas, fotógrafo.
Segundo Comandante Gencial y Oficiales Mayores del Real Cuerpo
de Guardias Alabarderos.
^Da fotografía hecha por la egregia Sra. Archiduquesa Isabel, Princesa de Croy, y facilitada
por el Sr. Coello y Pérez do Barradas, Secretario del Real Cuerpo
de Guardias Alabarderos.)
7^„.
Vizco>CDE DE Bellver, Oficial Ma-
yor de Alabarderos , Teniente
del Cuerpo, Teniente Coionel de
Ejército.
Fernando Debas, fotógrsfo
Segundo Jefe del Escuadrón de Es-
colta Real, Teniente Coronel Don
Luis Ezpeleta.
Napoleón hijo, fotógrafo.
7A7>
Montero de P^spinosa
D. Rafael Marañün-
Caballerizo de Campo de S. M.
D. Gaspar Via>;a Cárdenas.
Feruaudo Debas, fotógrafo.
^SB^
i... m^ 1
Cualro (lo Coiiiba.
ESC i: A I
H/l'A KKAL
Fcrnaiitlo Dobas, rotÓKrato.
fk©irBHT©Mdi^
S£os Ü'rajes ^militares de los distintos Cuerpos (^u&
han servido d& custodicc d los Soberanos desde Ico
Restauración de la Jíonarcj^uia ^oda^ por el Rey
^. ¿PelayOj se acomodan á apuntes tomados de las
JVIeinonas para la jJistoría de las íropas de la
Casa I^eal de España, por un (oficial de la antigua
Guardia Real. Jíadridj ^mpreJita Real^ ^8^8 ^ y
del ^Ibum de la Caballería Española, por el General
úonde de úlonard.
iiiiiiiiiillllllllliiii lili :iiiiti|íi|||iiiniil iiiiiliiiii||]i||j|iíiiiiiiii!iiiiiiiiiiiil|¡|i|i||ii;iiiiiiii íiiiiiii||1ii|¡|nii!iiiiiiiiii:«ii!I!»' "• •" - > i ■ "-'■" iiiii|iir"ii¡!;;'i 1 1 , /
|p;;:i|; , ;;;l:i;::rj¡|||¡;;;;::;;v;:!:;c !:' :l ■;:;;;;!lll¡: : . ■ ' ^ '"r-iil I "
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<i^- : ^ - — ,^_^;i^:, ,^_ >d>
Quardia I^eal.
ESDE las primeras ^Monarquías hispano-g-odas
nacidas sucesiva y gloriosamente después de
la irrupción sarracena, aparecen ya sirvien-
do de escolta inmediata y g*uardia constante
de los Monarcas españoles los Escuderos á caballo^
quienes substituyeron poco á poco á los Spatha-
rios (1) y tenían cerca de la persona investida con la
(1) Guardia del Príncipe. Pasó de los romanos á los godos,
y éstos le dieron un Jefe denominado el Gardingo (*).
{*) «Uno (le los puntos más discutidos en la historia de las ins-
tituciones godas es la naturaleza de esta clase de individuos, que
tantas veces figuran en los monumentos de aquellas épocas, llama-
dos yardingus (gardigg, en lengua goda). Masdeu, y con él Romey,
que le tradujo casi siempre, al tratar de la historia de los Visigo-
dos, aunque no lo cite más que en este lugar, son de parecer que
el gardinc/ato no era un titulo de nobleza, sino del cargo de susti-
tuto del Duque (gobernador de provincia), como el Vicarias lo era
del Conde (gobernador de ciudad). Aschbach deriva la palabra de
gards, que significa solar con tierras adyacentes, y parece querer
confirmar asi la opinión de Vossio, que pretendía fuesen los admi-
— 4 —
autoridad regia, la misión de defenderle, vestirle las
armas, etc., etc.
Estos Escuderos a ca-
ballo, llamados también
Armigueros, daban en
tiempo de paz guardia
permanente en los pala-
cios reales, y á partir
del siglo XIV figuran
con la denominación de
Guardia Real.
Don Pedro I de Cas-
tilla, que por todos los
medios á su alcance se
había propuesto el acre-
centamiento del ejérci-
to permanente, elevó el
número de sus Escu-
deros a caballo, a dos-
Cohorte de la Guardia.
cientos, con un caldillo ó Capitán.
nistradores ó almojarifes de los palacios reales, opinión que sería
muy difícil sustentar á la vista de varios monumentos hispano-gó-
ticos. He seguido el parecer de Grimm y Lembke, que suponen ser
los gardinyos una clase de curiales (co; tésanos» ó nobles. Ea este
caso, ¿no seria la etimología gards para indicar en el gar'Hngato
una nobleza fundada sobre cierta extensión é importancia de pro-
piedad teri'itorial, formando la tercera (¡lase de nobleza, después de
los Buces y Comités? Rosseew-Saint Hilaire lo cree asi y hace al
gardingo sinónimo de Procer. Pero la palabra procer no indicaba en
especial el yardingo: era denominación genérica de la nobleza.»
Esto dice el insigne Alejandro Herculano en la Nota III
del Monasticón, traducido por el Sr. Rodríguez Bermejo.
A su vez, el Sr. Monreal y Ascaso, en el Curso de Historia
de España (Madrid, Tello, 1884, pág. 77), se expresa así:
«Además de los Duques y Condes, había los Gardingos, ricos
hombres, los nobles verdaderamente hereditarios, quienes,
cuando ejercían el cargo de Gobernadores, se llamaban Con-
des Gardingos.-»
— 5 —
En el siglo xv, Don Alvaro de Luna, favorito de
ü. Juan II, creó, á más de un cuerpo de mil lance-
ros, que las Cortes obligaron á suprimir, una com-
pañía de Cien continos, así llamados por ser de con-
tinua obligación su servicio cerca del Monarca,
siendo Capitanes natos de esta guardia real los des-
cendientes de Don Alvaro. Quedó disuelta el año
de 1618.
En Aragón, Cataluña, Navarra y Ñapóles, hubo
también Co.Uinos pnra guarda de las personas del
Rey, ó de los Virreyes y Generales.
Desde principios del siglo xv figuran igualmente
sesenta halles Uros y vein-
ticuatro monteros, distin-
tos de los de Espinosa, to-
dos como áeGuardia Real.
A fines del mencionado
siglo XV, decayeron mu-
cho los Escuderos á caba-
llo, reinando los Reyes Ca-
tólicos, quienes, antes du
la conquista de Granada,
crearon un cuerpo de mil
caballos, mitad ligeros,
mitad pesados, al cual die-
ron el nombre de Guardia
Real, y servia siempre á su
inmediación. Pocos meses
después de rendirse Grana-
da, con motivo de un conato de regicidio en la per-
sona del Rey D. Fernando V el Católico, se reorga-
nizaron los Escuderos a caballo^ licenciándose, según
se cree, el cuerpo de los mil lanceros de 0-iiardia Real.
La Guardia de ArcJieros de Borgoña es de origen
alemán: fué creada en 1496. por D. Felipe I. á quien
Guardia de los Monteros.
— 6
acompañó, así como á su esposa Dofia Juana, cuan-
do en el año de 1502 vinieron á Plspaña. En ir)04,
para'prestar servicio en el palacio de nuestros Mo-
narcas, se org*aniz() una Compañía, ó Ca])itanía. con
un Capitán, un Alférez, un Teniente, un Sargento, un
Capellán, un Secretario, nueve Cabos de escuadra, dos
trompetas y cien soldados: total: 117 hombres. Estos
archeros iban armados con pistoletes, cota de malla
y una parte de la arma-
dura antií^'ua. y hacían el
servicio ya á pie, ya á ca-
ballo.
Con idénticos fines se
creó en el año de 1004 la
Guardia amarill'i ó Espa-
ñola, que. andando el tiem-
po, se llamó de Alaharde-
ro^.Org-anizóseen un prin-
cipio con el sig'uiente per-
sonal: un Capitán, un Alfé-
rez, dos Compañeros de
bandera, varios Cabos de
escuadra y cincuenta guar-
dias. Pronto se elevó su
número á cien guardias,
y luego á tres compañías,
siendo también su servicio á pie y á caballo.
Su armamento consistía en pica y alabarda, espada
y puñal. Cada guardia tenía de salario ó paga tres
ducados al mes. é igual suma el Alférez y los Cabos,
á más de la gratificación respectiva de mando.
No sería aventurado asegurar que éste fué el insti-
tuto favorito entre los diversos que entonces había
de Guardia Real, puesto que se le dio por Capitán al
famoso cronista Gonzalo de Ayora. quien, después de
Guardia Española (siglo Wl).
haber servido á varios Príncipes italianos, vino á
España, introduciendo el uso táctico del paso simul-
táneo de la tropa al compás regular, y esto lo hizo
al instruir á la Comj^añía que capitaneaba. En dicha
Guardia amarilla se adoptó por primera vez el uso
de las libreas ó uniforme, siendo éstos de color ama-
rillo, y de aquí el que á la Guardia Española se le
■diese después el mote AniariUa. Fué asimismo la
primera que no usóla armadu-
ra, siendo ésta sustituida poco
á poco, desde entonces, por el
uniforme.
Gonzalo de Ayora eligió los
<íincuenta guardias primitivos
para su capitanía española, de
las espuelas ó pajes de caballe-
ros cortesanos, y consta que el.
traje que entonces vistieron fué
-el siguiente: calzas acuchilla-
das de terciopelo escaqueado [es-
<:aqnes se llaman los cuadretes,
cuyos colores alternan, y que
están dispuestos como los que
forman los tableros del juego
de ajedrez y damas), pespun-
teado, y con tafetanes amarillos
dobles, debiendo ser rasos los de los Cabos de escua-
dra; jubón llano de terciopelo amarillo, con pespun-
tes, y en sus bocamangas una guarnición de á tres
extendida; escaqueadas las fajas, y el corazón, en
medio, carmesí; capa con capillo, guarnecida de ter-
ciopelo escaqueado, y corazón carmesí, en medio de
dos fajas; coleto de cuero de cordobán blanco, guar-
necido y largueado con la dicha guarnición . bien
<*umplido hasta cubrir el jubón (el coleto era una
Guardia de Archeros de la cu-
chilla (1557).
— 8
vestidura de ante con faldones, para defensa y abri-
go del cuerpo, y el coleto g-uarnecido y largueado
que aquí se cita, equivale á g-uarnecido y listado ó
adornado con listas); sombrero walón fíno con toqui-
lla y rosa de tafetán escaqueado y tres plumas, ama-
rilla, carmesí y blanca; un par de medias largas de
á vara, de estambre amarillo; aderezos de espada y
daga dorados con las siete piezas (las siete piezas es-
tá ii en el puño, y son: los tres gavi-
lanes que guardan la mano por el
frente, la cruz, el gavilán de ésta,
la empuñadura de madera alam-
breada y una cbapa con que aqué-
lla terminaba por la parte superior
donde se unía con los gavilanes);
tiros y pretina de cordobán bayo,
y hierros dorados (los tiroz y preti-
na son el tahalí ó cinturón de que
pende la espada; los hierros son los
broches con que se sujeta aquél á la
cintura); vainas de espada y daga
de cordobán bayo; y. por último.
un par de zapatos de cordobán de á
tres suelas.
Cada soldado de las tres referidas
guardias tenía 53 reales mensua-
les, cuyo prest se aumentó más tar-
de, como veremos.
El total de la fuerza de la compañía de Archeros
consistía en cien plazas de servicio y diez y ocho re-
servadas, debiendo ser todos de buena talla y cos-
tumbres, y naturales de los Países Bajos y condados
de Borgoña, de donde eran también los Oficiales, es-
tando dicha compañía sujeta al Capitán único que
para las tres guardias se asignó por la Ordenanza del
'■-^imf% —
Guardias viejas de Cas-
tiUa.
— 9
#r.w
año 1560, vigente hasta D. í'elipe IV. Se regían por
las leyes de su país en la parte que no eran contrarias
á las de España. Acompañaban, como los demás
g-uardias, á la Real Persona á todas partes, á pie ó á
caballo, y estaban armados con peto y espaldar, man-
gas de malla, morriones y unas lanzas como jabali-
nas, á manera de venablo largo y ancho; dos pistolas
y cuchilla grande enastada, llamada aguja, debien-
do tener todos caballo, por obligación. Su vestuario
de jornada ó de cami-
no consistía en casaca,
mangas de terciopelo
carmesí con remate de
flecos de colores; la ca-
saca era amarilla, de
paño . guarnecida de
terciopelo escaqueado,
corazón carmesí con
alamares de seda de dos
colores; calzas de paño
atacadas; cada cuchi-
llada con tres ribetes;
morrión con plumas y
en la testera del caba-
llo plumaje de colores.
El uniforme ordinario era: jubón de raso pajizo tren-
cillado; calza atacada de paño, guarnecida de tercio-
pelo de cuadritos; corazón amarillo, rasos pajizos; bo-
hemio de terciopelo amarillo guarnecido de terciope-
lo de cuadritos (el bohemio era una capa corta de uso
exclusivo de los archeros mientras subsistieron); por
último, corazón carmesí. Llamaron de la cuchilla á
esta guardia, por ser aquélla el arma que usaba.
La Guardia Tudesca ó Alemana, traída de Alemania
por Carlos V. estaba compuesta de igual fuerza que
(Guardias viejas de Castilla.
— 10 —
la anterior, y los colores de su traje eran amarillo,
blanco y carmesí, á uso de Alemania. Un solo Furriel
había para las tres g*uardias, y desde el año de 1500,
un solo ('apitán. habiéndose mandado, en el de 1616,
que la Guardia Amarilla ó Española prefiriese á to-
das y formase siempre en el costado derecho ó en ca-
beza.
Por la mucha importancia que adquirió la Guardia
Amarilla, decayó la antig-ua de
los Escuderos d vahallo, hasta el
punto de ser suprimida en el año
de 1506; pero en el siguiente de
1507 se reorg-anizó bnjo el pie de
una capitanía, y fuerza de un
Capitán, un Teniente, un Cape-
Ihín.dos Cabos de escuadra, un
trompeta, un sillero y cuarenta
y cuatro plazas: total: cincuenta
y uno. Estos escuderos volvieron
luego á queíh^r olvidados.
Con los veteranos inhábiles
para el servicio del instituto á
que habían pertenecido y que. al
propio tiempo, eran los más re-
comendables (le las Guardas de
Castilla (caballería permanente
del Keino). se creó en el año de
1522 un depósito de guardias que hacían algún ser-
vicio en el palacio real y se denominaron Guardias
viejas de Castilla. Componían este depósito un Sar-
gento, un Furriel, un tambor y 26 guardias: total. 29.
Como guardia inmediata de la Real Persona, á más
de los mencionados Escuderos á caballo, Archer os de
Borgoña ó de la cucJiilla, Guardia Española ó Ama-
rilla; Guardia Tudesca ó Alemana: Guardias viejas^
Guardia Alemana ó Tu
desea do Alabarderos
(1535).
— 11 —
y la compañía de los Cien continuos de don Alvaro
de Luna, existían también los Antiguos Monteros de
Espinosa, siendo el carácter de su instituto el que en
la actualidad conserva.
La compañía de los Cien continuos de don Alvaro
fué suprimida por Felipe III, el año de 1618.
A los Escuderos a caballo, que por creación de las
Kegimioiito de Guardias de
Infantoría del Rey D. Fe-
lil)o lY.
Regimiento de Guardias de Infantería del
Rev D. Carlos II.
otras g-uardias quedaron muy olvidados, les fué con-
cedido por Felipe IV el uso de la pistola.
Las guardias de Arclieros, la Amarilla y la Tudes-
ca, ya juntas, ya separadas, asistieron, con los Reyes
á la coronación imperial de Carlos V en Alemania
(1520); acompañaron á Felipe II (1555) en su viaje á
Inglaterra, cuando fué á casarse con su prima la
Reina Doña María; á Carlos V. cuando fué sobre
— 12 —
Túnez (1535), y á Felipe II en la jornada de San
Quintín, etc., etc.
Todas estas g-uardias se conservaron durante el
sigflo XVII, formando un total, próximamente, de 400
hombres, lleg-ando, á fines de dicho sig-lo la Guar-
dia Española, á ser la que adquiriera mayor prepon-
derancia, y, seg-ún se cree, se elevó á tres el número
de sus compañías, con el nombre de Alabarderos . en
tiempo de Felipe IV.
Mosqueteros de la Guardia de la Persona (1702)
En el año de 1665, la Reina Doña María de Austria,
Gobernadora mientras la menor edad de su hijo Car-
los II, creó, con los Cabos del ejército que en Madrid
había y alg-unos alistados, un reg-imiento ó coronelía
de Guardias para la g*uarda del niño Rey, siendo éste
el Coronel, y Capitanes de las compañías personas
de esclarecido linaje. Este regimiento se llamó de la
Chamberga, por usar sus ilustres Oficiales y escogidos
soldados las casacas á la chamberg-a, según el traje
— 13 —
que vestía el Mariscal de Chamberg-, francés renom-
brado que sirvió en el ejército de Portugal.
La Reina Gobernadora, en Decreto dirig-ido al Con-
sejo de Castilla (22 de Agosto de 1665), llama á aquel
Regimiento de los Guardias del Rey. Lo creó, á pe-
sar de la oposición que hallaba, destinándolo de pe-
renne guarnición en la corte, para que prestara sus
servicios cerca del Rey,
y luego dióle el mando
al Marqués de Alton a.
Cuando Carlos II cum-
plió catorce años y to-
mó las riendas del Go-
bierno (1675), dispuso
que dicho regimiento
saliese de Madrid , y
poco después fué di-
suelto.
Todas las Guardias
hasta ahora menciona-
das fueron, al empezar
el reinado de Felipe V,
sustituidas por otra
Guardia Real, que sub-
sistió hasta el presente
siglo, compuesta de Guardias de Corps, Alabarderos
(procedentes de la Guardia Amarilla), regimientos de
Guardias de infantería Españolas y Walonas, com-
pañía de Granaderos á caballo y brigada de Carabi-
neros reales.
Mosqueteros de la Guardia de la Persona
(1702).
— 14
guardias de Corps.
Este cuerpo se org-anizó en España por virtud de
Real decreto, firmado en el Campo Real de Castelda-
vide, decreto que lleva la fecha del 12 de Junio de
1704, asi como la primera Ordenanza por que se ri-
gió lleva la del 22 de Fe-
brero de 170Í).
El personal originario
estaba distribuido en cua-
tro corapañias: las dos pri-
meras se llamaron Espa-
ñolas; las otras dos Fla-
menca é Italiana respec-
tivamente. Las exencio-
nes de que g*ozaban todos
sus individuos eran mu--
chas, figurando entre
ellas el fuero, el juzgado
privativo, etc.. etc.
Los soldados recibieron
el nombre de Guardias y
siendo, con preferencia á
los Alabarderos, los que
custodiaban más de cerca á la augusta persona del
Rey.
El año 1710 se adicionó la Ordenanza de que he-
mos hablado, y el 5 de Febrero de 1716. dióse un Real
decreto reduciendo las cuatro compañías á dos: una
Española y otra Italiana, con su correspondiente
Reales Guardias de Corps (1704).
— 15 —
plana mayor. Cada compañía quedó constando de
cuatro brig-adas montadas y dos de á pie.
Los Oficiales y g-uardias poseían en infantería em-
pleos superiores, equivalentes á la importancia de
sus respectivos sueldos. Los guardias eran Tenientes
de caballería, y los Cadetes Capitanes de caballos. La
fuerza total del cuerpo, en un principio, fué de 800
hombres; luego, por la citada Ordenanza, se redujo
á 600.
Reales Guardias de Corps (1704).
La compañía flamenca fué restablecida el O de Ju-
nio de 1720.
Todos los individuos que pertenecían á este cuerpo
eran nobles, y como distintivo llevaban una bando-
lera galoneada de plata, formando cuadretes, sobre
fondo encarnado, para la compañía Española; amari-
llo, para la Flamenca y verde, para la Italiana. La le-
vita, de coloi azul con vueltas grana; azul también el
calzón; la chupa, grana; el sombrero de tres puntas,
— 16 —
con g-alones de plata; botas para montar; medias
amarillas para el servicio á pie. y por arma?, espada,
pistola y carabina.
D. Félix Colón, en su Tratado de Juzgados milita-
res, t. II, párr. 595. dice: «Los Guardias de Corps.
desde su establecimiento, no se reputaron por sim-
ples soldados y fueron considerados como cadetes de
los demás cuerpos del Ejército y criados de la Real
Regimiento de Reales Guar-
dias Españolas de Infante-
ría (1703).
Granaderos á caballo del Rey
(1731).
Casa, y en este concepto se les alojaba siempre en los
tránsitos, seg'ún la Real declaración de 12 de Febre-
ro de 1708 y lo prevenido en su Ordenanza del año
1769. Posteriormente, por el Real decreto de 18 'de
Abril de 1790, les concedió el Rey g-raduación de Ofi-
ciales (Alféreces de Caballería).»
En 5 de Enero de 1723 se creó el empleo de Alcaide
del cuartel de Guardias de Corps.
17 —
Desde 1743 (Real orden de 7 de Marzo) se empezó
á cubrir con españoles las bajas de las dos compa-
ñías de italianos y flamencos.
Los Guardias de Corp^ preferían en formación y
mando, aunque fuesen de inferior g-rado, á los Cara-
Uñeros reales y demás tropa de Casa Real.
Para la instrucción de tan privilegiado cuerpo se
estableció, el año de 1750, una aula de Matemáticas.
Fueron varias las refor-
mas á que se vio por en-
tonces sometido, siempre
con tendencias á la supre-
sión de plazas y á la varia-
ción de los nombres de las
compañías, hasta que Car-
los 111, en 28 de Enero de
1760, lo restableció como
primeramente habla sido,
aumentándole 210 plazas
entre Cadetes, guardias y
trompetas, y denominan-
do á la 1.* compañía. Es-
pañola; á la 2/', Flamen-
ca^ y á la 3.*, Italiana.
Otro aumento tuvo en
7 de Abril de 1793: el de
la cuarta compañía, que se llamó Americana^ en la
que servían los caballeros americanos, distinguién-
dose por los cuarteles de la bandolera, cuyo color era
morado.
En 1796 se redujo el personal á 821 plazas monta-
das, sin contar las de los Oficiales.
Fernando VII, en 1808, dispuso que la organización
del cuerpo volviera á ser conforme á lo prescripto por
la Ordenanza de 1769, para lo. cual anuló la de 1792.
Brigada de Carabineros reales (17 32).
— 18 —
En 18i:i, las Cortes ordenaron, que la Guardia de
Corps constase solamente de dos escuadrones, su-
primiendo las compañías, que en cada uno de aqué-
llos hubiese 3 brig-adas, y en cada una de éstas 2
Exentos, 2 Brigadieres, 2 ►Sub-brigadieres. 8 Cadetes,
48 guardias y un trompeta.
Por acuerdo de S. M. (Reglamento de l.<^ de Julio
de 1814), cambióse el nombre que llevaban por el de
Carabineros Keales (1737).'
Guardias de la persona del Reí/, y por la resolución
adoptada en 28 de Octubre de 1816, quedó el cuerpo
constando de cuatro escuadrones, y cada escuadrón
de tres brigadas, una de éstas de flanqueadores : la
fuerza total ascendió entonces á 698 plazas monta-
das, sin contar las de los Oficiales de los escuadrones,
ni los de la plana mayor.
Esta guardia fué la mejor considerada; la que ejer-
cía sus funciones más cerca del Rey, en cuyas manos
— 19 —
prestaban juramento los Capitanes, todos Grandes
de España.
A consecuencia de los desagradables acontecimien-
tos que sembraron en Madrid la alarma durante los
dias 4 y 5 del mes de Febrero de 1821 (1), el cuerpo
de Guardias de la persona del Rey cesó en todas las
funciones del servicio que le correspondía por la Or-
Carabineros Reales (17 7 5).
Guardias de Corps (17 89).
denanza á que estaba sujeto, y así lo dispuso S. M.,
y se hizo público por Real orden de 7 de Febrero del
mencionado año de 1821.
(1) Para dichos acontecimientos, narrados imparcialmen-
te, consúltese el opúsculo que lleva por título «Exposición
sencilla de los sentimientos y conducta del Cuerpo de Guar-
dias de la persona del Eey, con motivo de los sucesos de los
días 4, 5, 6, 7 y siguientes del mes de Febrero de 1821.» INIa-
drid, MDCCCXXI; imprenta de D. Eduardo Núñez de Var-
gas, 4." mayor.
— 20 —
Varios Reales decretos modificaron posteriormente
la organización de este privileg*iado Instituto.
Por los expedidos el 1.^ de Mayo y 24 de Noviem-
bre de 1824. subsistió bajo la planta de seis escuadro-
nes: cuatro Espaüoles y dos Ejctranjeros.
Por el de 25 de Mayo de 1831, dicha fuerza se au-
mentó con una brig-ada de Tiradores.
"'"ísr^' U'
Brigada de Artillería volante de Rea-
les Gruardias de Corps (1797).
Compañías de Cazadores artilleros de
Reales Gruarditvs Españolas de Infan-
tería (1793).
Por el de 24 de 1833. se quedó reducido á cuatro
escuadrones, que se denominaron, y asi consta en
Real decreto de 1833. 1.° y 2.° de Granaderos y 3." y
4.° de Ligeros.
Y por otro de 28 de Ag-osto de 1838. se redujo á dos
escuadrones, con cuya fuerza subsistió, hasta que
fué extinguido en 3 de Agosto de 1841.
alabarderos.
Esta tropa, única de las varias que había de Casa
Real, conservada por Felipe V, constaba de tres com-
pañías dependientes del Mayordomo Mayor de Pala-
cio, hasta que en 1705 quedó, como todas las demás,
bajo la directa dependencia del Soberano.
Guardia Real de Caballería: Coraceros (1824).
Los nombres que respectivamente llevaban las tres
compañías eran: de Alabarderos amarilla, de la lan-
cilla y vieja. De las tres se formó una, en 6 de Mayo
de 1707, denominada Compartía de Guardias Alabar-
deros; fué la preferida entre las otras de análogo ca-
o o
rácter, y se compuso de un Capitán, un primer Te-
niente, un seg-undo Teniente, un primer Sargento,
un Capellán, un Furriel, 4 Cabos de escuadra, 100
g-uardias, 2 tambores y 2 pífanos. En 17.37 fué au-
mentado su personal con 4 Cabos seg-undos y 12 sol-
dados, y en 30 de Julio de 1746 reducida al cuadro
sig*uiente:
Tropa de la Compañía de Alabarderos en 1746.
Sargentos 2
Primeros cabos á
(Segundos id 4
Alabarderos 106
Tambor 1
Pifano 1
Músicos 6
Para unciales y Cabos se escog'ían personas de
mérito y calidad; para soldados, g-ente de buena dis-
posición y estatura, no pudiendo ocuparse en oficio
ñlo-iinn
alg-uno.
Sueldos de la Compañía de Alabarderos desde 1707.
Escudos vn Escuaos vn.
al mes. al mes.
Un Capitán 500 Un Capellán 15
Un primer Teniente. . . , 250 Un Furriel 20
Un segundo id 150 Cada Cabo de escuadra. 20
Un primer Sargento. ... 40 Cada soldado, tambor ó
Un segundo id 80 [ pífano 12
Cada dos años se les daba una librea nueva, y á
los g-uardias sobrantes, al hacerse la reducción, S. M.
les dejó sueldo y casa mientras viviesen.
El empleo de Furriel se suprimió en 9 de Diciembre
de 1727, y se creó el de Ayudante, dotado con 65 es-
cudos vellón al mes.
Carlos III, en 1760, destinó las plazas de alaba rde-
— 23 —
ros para los Sarg-entos de ejército que habiendo ser-
vido, á lo menos, 15 años, fuesen de irreprochable
conducta, y su edad no bajase de los 45.
Varias resoluciones se adoptaron relativas á la or-
ganización de esta fuerza, sin que ninguna la modi-
ficase radicalmente, llegando á constar en el año de
1817 y siguientes, de un capitán, un Teniente, un Sub-
teniente, un Ayudante. 2 Sargentos, 4 Cabos primeros,
Guardias de la Persona del Rey: Grana-
deros á caballo (1834).
Guardia de Honor del Almirante
(1800).
4 id. segundos, 128 alabarderos, 4 tambores,, (i músi-
cos, un Capellán y un Cirujano; total: 154 hombres.
Este instituto, que siempre ha merecido justísimo
respeto, es el único que hoy subsiste con el carácter
de tropa de Casa Real.
Llegamos al año de 1824.
Los Guardias de Corps ó de la Real Persona se re-
organizan, teniendo por base las Ordenanzas de 17(^9
- 24 —
y 1792, y con la compañía que se forma y la de Ala-
barderos, se habilita la llamada Guardia interior. En
esta última fig-uraban: un Capitán (de la clase de Bri-
g-adier ó Coronel); 3 Tenientes (Tenientes coroneles
efectivos), uno de ellos encargado del detall; 3 Alfé-
reces (Capitanes efectivos), uno como Ayudante; un
Sargento primero (Teniente); 4 id. segundos (Alfére-
ces efectivos); 8 Cabos primeros:
8 id. segundos; 26 alabarderos,
un Capellán y un Cirujano. To-
tal: 56.
El uniforme era: casaca, capa
y pantalón azules, con borceguí
para el servicio diario; pantalón
blanco para los días de gala;
cuello y vuelta azules, solapas,
forro y barras de lo casaca en-
carnados; galón de plata en las
solapas, en el cuello y vueltas;
sombrero con galón ancho de
plata, y del mismo en las capas,
y botón blanco con el letrero de
la compañía.
En 1841 fué disuelta la Guar-
dia de la Real Persona, reduci-
da entonces á dos escuadrones,
y sólo quedó en pie la brillantísima compañía de Ala-
barderos, de los cuales, doce, con su bizarro Oficial
D. Domingo Dulce, los únicos que montaban la
guardia interior del Real Palacio, en la noche del 7
de Octubre del citado año de 1841, salvaron á S. M.
la Reina Doña Isabel II, luchando heroicamente con-
tra dos batallones de la Princesa, capitaneados por el
General León, que fué fusilado, y por otros Gene-
rales, que pudieron huir.
Guardia de Infantería de Ma'
riña (1815).
— 25 —
La org'anización deñnitiva de los Alabarderos data
desde 16 de Noviembre de 1845. Ellos, para la cus-
todia de las Reales Personas y guardia interior del
Real Palacio. Para la exterior, turnan los demás
cuerpos del Ejército.
En virtud de la mencionada organización, quedó
constando de una plana mayor, y ésta de un Coman-
dante general, que debe ser Grande de España y Ca-
Guardia Real de Infantería : Gra-
naderos (1824).
Guardia Real de Caballería : Granade-
ros (1824).
pitan general ó Teniente general; un segundo Co-
mandante general, de la clase de Mariscal de campo;
dos Ayudantes, de la de jefes; un Capellán, un Mé-
dico y un armero. Además, se compuso de dos com-
pañías, cada una de las cuales consta de un Capitán
(brigadier ó coronel), un Teniente (de la clase de
jetes), 2 Alféreces (de id.); un Sargento primero (Ca-
pitán), 4 Sargentos segundos (Tenientes), 10 Cabos
■>C) —
(Subtenientes ó Alféreces), 1'20 g'uardias (Sargentos
primeros), 3 tambores y 2 criados, no pudiendo in-
g-resar de soldados sino los Sarg-entos del ejército ó
armada que, á una intachable conducta, reúnan siete
años de servicios y de 30 á 40 de edad. Tienen, ade-
más, una brillante música. Total de Oficiales y ala-
barderos: 290.
El armamento consiste en una especie de partesa-
na, llamada alabarda, y es-
pada con puño de acero y
cazoleta; pero cuando el
servicio lo exig'e, usan, en
vez de aquélla, una carabi-
na g-rande con bayoneta.
El uniforme consiste en
casaca azul turquí, de lie-
churaantig"ua; cuello, vuel-
tas y solapa de g-rana con
g'alón de plata; chupa, tam-
bién de g-rana; calzón blan-
co de punto, con botín ne-
gro hasta medio muslo, y
sombrero á la antigua, ga-
loneado de plata.
Rígese el Real Cuerpo de
Alabarderos por las anti-
guas Ordenanzas de los
Guardias de Corps, cuyas prerrogativas conserva,
aunque con limitación de las más especiales.
Dicho Real Cuerpo tomó la denominación de
Guardias de la Reina por Real Decreto de 2 de Fe-
brero de 1853, y la mantuvo hasta Julio de 1854, en
cuya época recobró su nombre anterior, por haber
sido entonces, disuelto el Escuadrón de Guardias de
la Reina, que al ser creado por Real Decreto de 27 de
Guardia Real de Caballería: Cora
ceros (1824).
— 27
Enero de 1852, diera lug-ar á la aludida reforma del
Cuerpo de Alabarderos.
Constaba el Escuadrón de Guardias de la Reina de
108 hombres y 107 caballos. Su plana mayor se com-
ponía de un Comandante (Brig-adier), un Ayudante
Mayor (Teniente Coronel) , un Ayudante Seg-undo
(Capitán), un Capellán, Médico -Cirujano, Mariscal
Mayor, Picador, armero, sillero, forjador, 3 herra-
dores y 20 criados.
A la fuerza del Escuadrón
correspondían: un Capitán
(Coronel), 2 Tenientes (Te-
nientes Coroneles), 3 Alfé-
reces (Comandantes), un
Brig-adier (Capitán), 3 Sub
brigadieres primeros (Te-
nientes). 8 Sub-brigadieres
segundos (Alféreces). 84
Guardias (Sargentos prime-
ros), 6 guardias desmonta-
dos y 4 trompetas.
Este Escuadrón se dividía
en tres secciones de treinta
hombres cada una, desti-
nadas al servicio exterior y
escolta de las Reales Perso-
nas.
Al dictarse el Real Decreto de 2 de Febrero de 1853
recibió distinta organización, y unido al Real Cuerpo
de Alabarderos, tomaron el título de Guardias de la
Reina, que resultó formado por dos brigadas, cada
una de ellas de dos compañías, con el nombre de
Brigada de Infantería y Brigada de Caballería.
La Plana Mayor del Cuerpo, así constituido, estaba
representada por un Comandante General. Director,
Guardia Real de Caballería: Caza-
dores (1824).
— 28 —
d
(frande de España, de la clase de Capitán (íeneral ó
Teniente General; un Secretario, de la de Teniente
Coronel ó Comandante; un Auxiliar, de la de Te-
niente, y treinta músicos.
Aun puede citarse otro Reglamento para este Real
Cuerpo, aprobado por S. M. en 26 de Noviembre de
1853, en el cual se detallaba con mayor precisión el
servicio interior y exterior que le correspondía, pero
que no contiene variaciones sig-
nificadas.
^"^^
Durante el breve reinado de
D. Amadeo de Saboya, para cus-
todia del Monarca, hubo Gícar-
dias de S. M. el Rey, y dentro
y fuera del Regio Alcázar pres-
taban el servicio que respectiva-
mente prestan hoy los Alabar-
deros y la Escolta Real.
Dichos Guardias Q^i2ih^xi com-
prendidos en el personal ads-
cripto al Cuarto militar del Rey,
que se organizó por Real Decre-
to de 3 de Febrero de 1871 , y
que se componía de un Jefe del Cuarto, Teniente ge-
neral, y los Ayudantes de Campo y Órdenes necesa-
rios para las atenciones del servicio, que podían ser,
los primeros, Mariscales de Campo. Brigadieres y Co-
roneles, y los segundos. Tenientes Coroneles. Co-
mandantes y Capitanes de las diferentes armas é ins-
titutos del Ejército, pudiendo también pertenecer á
la Armada.
Guardia Real de Caballería:
Lanceros (1824).
— 29
Por otro Real Decreto de 25 del mismo mes de Fe-
brero, se dispuso que al ascender los Ayudantes de
Campo y Órdenes al empleo inmediato, cesasen en
dichos cargos, pasando á prestar servicios al arma ó
instituto de que procediesen, y veriñcándolo de todos
modos los Ayudantes de Órdenes, cuando llevasen
dos años de este servicio.
Por Real Orden de 1.° de Enero de 1872, se aproba-
ron las instrucciones para dar cumplimiento á lo
prescripto en el Real Decre-
to de 3 de Febrero de 1871.
antes citado, determinán-
dose en ellas, que el Cuarto
militar del Rey se compu-
siese de
1 Jefe.
1 Primer Ayudante de
Campo, Seg-undo Jefe.
6 Ayudantes de Campo.
1 Secretario.
12 Oficiales de Ordenes.
6 compañías de Guar-
dias del Rey.
1 Director de la Real Ar-
mería.
1 Comandante de las
Reales falúas.
El cargo de Jefe del Cuar-
to militar había de ser desempeñado por un Capitán
general ó Teniente general del Ejército, el cual era
Director general del Cuerpo de Guardias del Rey.
El primer Ayudante de Campo había de ser un Ofi-
cial general del Ejército, con carácter de segundo
Jefe del Cuarto militar. Subdirector de Guardias; los
seis Ayudantes de Campo de la clase de Oficiales ge-
Guardia Real Provincial: Granade-
ros (1824).
— 30
nerales y los doce; Ofíciales de Ordenes, habían de
pertenecer, por mitad, á las clases de Teniente Coro-
nel ó Comandante. .
Estos últimos desempeñarían sus carg-os durante
dos años, al cabo de los cuales, ó antes, si recibieran
ascenso, volverían al cuerpo de su procedencia. Las
doce plazas de los mismos se habían de distribuir
entre las diferentes Armas
en la sig-uiente proporción:
tres de Teniente Coronel y
tres de Comandante, para
Infantería y Caballería;
una de Teniente Coronel y
una de Comandante, para
Artillería; una de cada cla-
se, para Marina, y una res-
pectivamente, para Inge-
nieros y Estado Mayor,
7j que alternarían en las dos
clases.
Por Orden de 15 de Fe-
brero de 1873 quedó disuel-
to el Cuarto militar del
Rey. pasando á situación
de cuartel los Oficiales ge-
nerales, y á la de reempla-
zo los Jefes y Oficiales que le componían.
En la G%ia de Forasteros , año económico de
1872-73; Imprenta Nacional, 1872. encontramos la
siguiente noticia:
Guardia Real: Artillería (1824).
— 31 —
Compañía á caballo del Cuerpo de Quaiídias
de g. ]V[. el I^ey.
Coronel de Ejército. Capitán en la compañía. D. Joaquín Gon-
zález Manglano.
Teniente Coronel. Teniente. D. Francisco Segura y Bernard.
Comandante. Alférez. D. José Flórez Pritchart.
Comandante. Alférez. D. Francisco Serrano y Fernández.
Aunque no organizados militarmente, citaremos
también á los Monteros de Espi-
nosa, antig*uo cuerpo que aun
existe para la custodia inmedia-
ta de los Reyes. Se creó en el si-
g'lo X, en el reino de Castilla,
con sólo seis Nobles de la villa de
Espinosa, y sig-uió sin interrup-
ción, con muchas alternativas,
hasta el día, en que consta de
12 permanentes con un decano,
y para el servicio se relevan en
la Corte cada tres años.
Visten casaca con solapa y un
alamar en la derecha; calzón cor-
to y media de seda; sombrero g-a-
loneado y espada.
Cada Montero tiene de sueldo
3.000 pesetas cuando presta ser-
vicio, y, cuando no, 1.500.
Por último, pueden considerarse también como de
;SS§S?>ifV;;
Guardia Real Provincial: Ca-
zadores (1824).
'.v>,
Casa Real las tropas de que no hemos hecho men-
ción especial, y que, no obstante, fíg-uran en el si-
gfuiente cuadro, si bien los fines de su instituto no
fueron tan exclusivos como los de las que dejamos
reseñadas.
íropas de Casa I^eal en España,
DESDE LA MAS REMOTA ANTIGÜEDAD HASTA XUESTEOS DÍAS
Durante la dominación goda y restauración española.
Spatharios.
Escuderos á caballo ó armigueros.
Ballesteros á caballo.
Monteros de Espinosa.
Continos ó Continuos de D. Alvaro de Luna, después de
D. Antonio.
Lanceros de Guardia Eeal (por los Reyes Católicos).
Durante la dinastía austríaca.
Escuderos á caballo.
Monteros de Espinosa.
Guardia de Archeros de Borgoña ó de la Cuchilla.
Guardia Española ó Amarilla, después de Alabarderos, di-
vidida en tres compañías, con los nombres de vieja, de Ala-
barderos amarilla y de la lancilla.
Guardia Alemana ó Tudesca.
Continos de Casa Real.
Regimiento de Guardias del Rey ó de la Chamberga.
33 —
Durante la dinastía borbónica, hasta 1822.
Monteros de Espinosa.
Guardia de Alabarderos.
Guardias de Corps, después de la Real Persona.
Guardia de Infantería Española y Walona.
Granaderos á caballo.
Carabineros Reales.
Desde 1824 hasta 1841.
Monteros de Espinosa.
Guardia de Alabarderos.
Guardias de la Real Persona.
Guardia Real permanente y provincial, compuesta de
granaderos, cazadores, tiradores, coraceros, carabineros, ar-
tilleros, obreros, etc., de todas armas.
Desde 1841 hasta la fecha.
Monteros de Espinosa.
Guardia de Alabarderos.
Guardias de la Reina.
Guardias de S. M. el Rey.
Finalmente: Guardia de Alabarderos, suprimida durante
el reinado de D. Amadeo de Saboya, y organizada, como hoy
subsiste, desde el advenimiento al trono de D. Alfonso XII.
Diseminadas en diferentes obras impresas y en va-
rios manuscritos se hallan las noticias que acabamos
de someter al examen de los lectores de la Guía Pa-
34 —
LAciANA. Nuestra labor modestísima lia consistido en
compulsar tan diversos documentos á fin de resta-
blecer la verdad de los sucesos, y por este medio an u-
lar antinomias, bien notorias, entre múltiples dispo-
siciones leg-ales, cuyos textos, por errores de impre-
sión ó descuidos de copia, resultan contradictorios y
])udieran inducirá perpetuar inexactitudes perjudi-
ciales á la preclara historia de la Guardia Real.
¿Áanid/i Otero ¿^¿/'/a¿fo.
Madrid, Octubre de lS9tí.
Imprenta de Hernando y Compañía, Quinana, 33.
1
u
óDicES DE KL Escorial
Carta nuiícupativa.
Enverno. Sr. D. Luis Moreno y Gil de Borja^ Intendente general
de la Real Casa y Patrimonio.
/ Y Xi respetable Jefe y distingiiido'amigo : De importantí-
^ simos Códices de la Librería Esciirialense me propongo
dar aquellas noticias (inéditas hasta hoy), que. fueron el resul-
tado de los estudios de algunos de mis predecesores, y tam-
bién de los que yo pude hacer, mientras estuve al frente de
aquel rico depósito de singulares ediciones de obras escogi-
das y de peregrinos manuscritos, cuya substancia, en muchos
de ellos, aun está por extraer.
Contados serán los que reseñe, porque interminable re-
sultaría la tarea; pero los elegidos son los que alcanzaron
mayor renombre dentro y fuera de España.
Las monografías que á ellos dedique, servirán de comple-
mento á la que, acerca del famoso Monasterio de San Lo-
renzo de El Escorial, ha aparecido en la Guía Palaciana,
suscrita por el Rdo. P. Agustiniano Fr. P)Onifacio INIoral,
A Vd., de quien mucho pudiera decir, si ocasión fuese
esta para enumerar los sobresalientes esmaltes de las pren- .
das que realzan las nobles condiciones de su carácter; á us-
ted, que nuuca olvida que los que mandan no son grandes
más que cuando escuchan y atienden á los pequeños; á us-
— IV —
ted, qiKí con tíin cristiano desvelo secunda, en todo cuanto
se halla dentro de la esfera de sus atribuciones, las altas
miras de nuestra Augusta Soberana, miras encaminadas
siempre al maj^or enaltecimiento del culto, del respeto, del
cariño, de ese sentimiento virtuoso con que debemos honrar
y servir á Dios; á Vd. dedico el trabajo que hoy emprendo, y,
aunque empequeñece lo que doy, la enormidad de lo que
dejo por hacer, confío en que, no por eso, dejará de aceptar-
lo con su sólita benevolencia.
Déme Vd., mi digno Jefe, en qué le sirva, pues sabe el
gusto con que se empleará en ello su afectísimo amigo,
Q. L. B. L. M.,
¿^asc SIL '^ t^YocJUCJ.
' Códices de El Escorial.
INTRODUCCIÓN
ucHos y de suma importancia son los Códi-
ces que se custodian en la famosa Librería
Laurentina. Como espécimen, hoy damos
á conocer uno que contiene preciosas noti-
cias, ya por lo que atañen á alg-unas de las modifi-
caciones introducidas en la liturgia romana, sin al-
terar en lo más mínimo la unidad de doctrina, ya
por lo que informa acerca de la inmaculada Madre
de nuestro divino Redentor.
Como por ser el número crecido (1) es imposible
(1) S^'gún el Inventario hecho por D. Manuel Carnicero y
Weher, Bibliotecario que fué de la particular de S. M , Inven-
tario que sirvió, á quien escribe estas h'neas, para verificar la
entrega de la Regia Librería á los RR. PP. Agustinianos, hay
en ella los siguientes
CÓDICES:
Griegos 583
Arábigos l.'J04
Hebreos T3
Latinos, castellanos y demás lenguas vulgares. 2.04-4
Total 4604
— VI —
(Jar cuenta en esta Guía de todos los manuscritos que
lo merecen, la elección quedará limitada á los que
fig-uren en primer término, á los que más avivan la
curiosidad de los entendidos, y, por lo pronto, alter-
nando con otros artículos de los ya anunciados, nos
proponemos dar á la estampa curiosos datos inéditos.
y alguna observación que se substrajo á la acucia de
los más prolijos investigadores, relacionada con el
antiquísimo Códice Emilianense.
Amplia será nuestra información acerca del de San
Ag-ustín, De haptismo parvtilorum. y amplia y dete-
nida, la que consagremos al que contiene los cuatro
Evangelios; al Áureo, Códice de alta prosapia, que
alta era y mucho, la de la insigne persona que con-
cibió la idea, llevada á término, de revestir con oro,
una vez trazado sobre rico pergamino, lo que dijo
San Mateo, para darnos á conocer el linaje real de
Jesucristo y la vida humana que llevó entre los hom-
bres; lo que escribió San Marcos, que, según San
Agustín, es un compendio del Evangelio de San Ma-
teo; lo que referente á la Santísima Virgen nos ha
legado San Lucas, y las pruebas que San Juan ofre-
ce de la indiscutible divinidad del Mártir del Cal-
vario.
Tal es nuestro intento al ampliar el notable artícu-
lo, (6." cuaderno de esta publicación), que lleva por
epígrafe San Lorenzo de El Escorial^ y que es pro-
ducto de la doctísima pluma del R. P. Bonifacio
Moral.
Comencemos.
iT/
,v
ímm ff
mlS^.
m
ana
I, como suele decirse, la
pintura es poesía rauda .
la poesía, sujeta ó no á
la rima, puede conside-
t.Lemu^ rarse como pintura animada y
/^ elocuente.
Los dos retratos que motivan este ar-
tículo no se hicieron con variados colo-
res, ^ escritas.
AdiiuliÜ! 10 lo más probable,
y en caso o faltarían escrito-
le infundió, al propio tiempo
ublime de Ií^ u el de la escriti
ó sea la facult
■endientes Ioí - v»» ^t- .n'aiiv.iv.u
y existencia s*. .^.^ .. 'th
Jesús y JVIapía,
I, como suele decirse, la
pintura es poesía muda,
la poesía, sujeta ó no á
la rima, puede conside-
rarse como pintura animada y
elocuente.
Los dos retratos que motivan este ar-
tículo no se hicieron con variados colo-
res, sino con palabras escritas.
Admitido está, como lo más probable,
y en caso de duda no faltarían escrito-
res que nos persuadieran, que cuando el
hombre fué creado, la Sabiduría Divina
le infundió, al propio tiempo que el don
sublime de la palabra, el de la escritura,
ó sea la facultad de transmitir á sus des-
cendientes los recuerdos de su aparición
y existencia sobre la tierra.
— 2 —
Aunque parezcan digresi-
vas, permítasenos alg-unas in -
dicaciones que estimarán : por
recordatorias, los desmemo-
riados; por útiles, los curiosos.
La fe religiosa no será lo
único que aquí se aleg*ue para
demostrar que, desde las pri-
mitivas sociedades, existieron
textos debidos á sistemas par-
ticulares de ideog'rafismos;
que aunque reducida la escri-
tura en la infancia de la civi-
lización á imág-enes, jeroglí-
ficos y otros sig-nos simbóli-
cos, no por eso dejaban de ser
visibles y constantes los soni-
dos; no por eso carecían de
eficacia los recursos emplea-
dos para aprisionar el pensa-
miento fug-itivo. La verifica-
ción es fácil, cuando se recu-
rre á la autoridad de las sa-
g-radas letras.
De los escritos y bibliote-
cas antidiluvianos habla Ma-
derus en su obra De bibliotlie-
cis atqíie archwis mroruuL cla-
riss. libelli et commeníatio-
"ríes..., Helmestadii (1), 1702-
'^05.
De Cham, hijo de Noé, se
dice, que salvó en el arca las
láminas de metal en que ha-
bia grabado supersticiosas in-
venciones.
Consta que, en el arca pri-
meramente, después en el ta-
bernáculo, y. por último, en
•el templo de Jerusalén, los he-
breos tuvieron depositadas las
leyes civiles y los convenios
ó pactos que entre sí celebra-
ban los ciudadanos. Duplica-
da resulta la utilidad de esta
€ita, ya por lo que del siste-
ma escriturario permite de-
ducir, ya porque anuncia la
aparición de los archivos.
Josué, á quien los griegos
llaman Jesús, escribió sobre
piedras encostradas con cal
€l Deuteronomio, cuya doctri-
na había explicado á los hijos
de Israel.
(1) Ciudad del Ducado de
Brunswick.
^=*!^^
Job (cap. XIX, vers. 23 y
24) exclama: ¿Qaiénme diera
que mis palabras fuesen escri-
tas? ¿Quién me diera que se
imprimiesen en un libro con
punzón de hierro, ó en plancha
de plomo, ó que con cincel se
grabasen en pedernal? (1).
Nohemías, al reedificar los
muros de Jerusalén, encontró
el censo de empadronamiento
de los primeros j udíos que re-
g-resaron del cautiverio de Ba-
bilonia.
De seguir espig^ando el
frondoso terreno de las San-
tas Escrituras, prolijos resul-
tarían estos apuntes, porque
son muchas las citas que
aquéllos contienen y hacen á
nuestras disquisiciones.
Aunque desacuerden con la
ciencia oficial, no siempre en
(l) Los antiguos, en aquellos
remotísimos tiempos, acostumbra-
ban á escribir sus sentencias en
tablas enceradas, ó en planchas de
plomo.
í^j^r-v
— 5 —
armonía con las verdades cien-
tíficas, son, por lo grave de su
orig"en, muy de tener en cuen-
ta las afirmaciones de Platón
y de Herodoto. El primero,
refiriéndose á un sacerdote
egipcio, dice, que en el archi-
vo de una de las ciudades del
extenso país regado por el Ni-
lo, se guardaban memorias
de ocho mil años de antigüe-
dad. Y el segundo afirma, que
hasta de doble fecha, esto es,
de dieciséis mil años, se con-
servaban entre los egipcios
monumentos escritos. (Bal-
tasar Bonifacio los cita en la
página 82.)
Los soldados de César que-
maron setecientos mil rollos
ó volúmenes en la Biblioteca
de Alejandría. Las llamas de
este fúnebre incendio no se
consumían, como se consu-
men otras materias, dando
generosamente su luz á quien
las enciende, sino para apa-
gar los brillantes resplando-
res de todo cuanto el ingenio
n^.
^^^'^
— r, —
individual ó colectivo, y la
sabiduría y las ciencias hu-
manas habían atesorado, des-
de la aparición del primer
hombre sobre la superficie de
la tierra, hasta medio siglo
antes del nacimiento de Je-
sús. ¡Cuántas mentiras (ópti-
mas para sus autores) se han
eng-endrado al calor de aque-
llas pavesas, con el fin de
aventar las verdades que con-
tuvieron!
Hasta nosotros ha llegado
algo que vive entre la afirma-
ción y la negación; no poco
indiscutible de lo sucedido
durante seis mil años, edad
bíblica de la tierra, y mucho
con falsas etiquetas, com-
prendiendo en tan repobrada
labor á los mantenedores y á
los impugnadores de las civi-
lizaciones preadamitas: filó-
sofos ó historiadores, cuyos
procedimientos no se compa-
decen con las leyes de la im-
parcialidad.
Sin industriosos medios,
"^
^^
más ó menos rudimentarios,
para perpetuar la palabra, es
inconcebible la existencia de
ning-ún estado, de ninguna
civilización. Seg'ún los apun-
tes de mejor nota, puesto que
sirven para la enseñanza en
nuestras Cátedras, los sig-nos
simbólicos, los jerog"líficos -y
las imágenes encontraron lar-
ga vida en los metales, en las
piedras y en las cortezas de
los árboles. Cuando la idea
pudo servirse del maravillo-
so invento de los caracteres
de la escritura, invento que
se achaca, ya á los egipctos.
ya á los fenicios, se emplea-
ron materias más ligeras, de
más fácil transporte, menos
costosas, como el papiro, las
hojas de las palmeras y las de
otros árboles; después las pie-
les de becerro, de cabra, de
cordero y aun las de hombre;
luego el plomo y el lienzo, y,
por último, el papel de algo-
dón ó de hilo.
Auxiliares de singular efi-
.^#^
i^;'-^
— 8 —
cacia, para revelar los progre-
sos civilizadores, fueron siem-
pre la pintura y la escultura,
únicas manifestaciones que
cito del humano entendimien-
to, por ser las más relaciona-
das con mi asunto; pero la
que llena todo lo defíciente,
la que presta ma^^or auxilio
para la resolución de lo dudo-
so, es la escritura.
Inexactitudes puede haber,
por ejemplo, en un retrato
hecho con palabras escritas;
pero los mismos prejuicios
que mueven la pluma, pue-
den mover los pinceles, al-
terar las líneas, distribuir y
combinar los colores y dar
golpes sobre el cincel.
Descartadas las pasiones,
que tanto influyen en el áni-
mo del hombre, fuera de dis-
cusión está, que. por ruda
que sea la palabra, como es el
medio que la naturaleza le
concedió para expresarse, co-
mo es lo que más directamen-
te simboliza el pensamiento.
— 9 —
es menos dificultoso, que por
representaciones mudas, fijar
con ella lo que se desea; so-
bre todo, no se olvide que.
cuando, hablado y escrito, el
eng'uaje, fenómeno social,
como le llama el Conde de la
Vinaza (1), había adquirido
viril desarrollo, á tanto no
llegaba, aunque era mucho,
el de la pintura.
Debe creerse, que en todas
partes y tiempos, las exag-e-
raciones devotas, que á veces
lleg^an hasta la superstición,
prestaron alas á turbas inep-
tas para remontarse á los te-
chos, muros y altares de las
divinidades á quienes las
criaturas rindieron y rinden
culto. No sabemos si en lo an-
tig'uo se escribió algo para
contener á estos verdaderos
iconoclastas del arte; icono-
( 1 ) Biblioteca histórica de la Jilo ■
logia castellana... Madrid, M. Te
ilo, 1893, p. 5 (en b.) Adver-
te >: cía.
^>i^%.
j >i^
j^TJ
— 10 —
clastas, i)ucsto que en vez de
levantar, derribaban los ído-
los que en sus manos caían;
pero sí, que, en vista de las
sacríleg'as profanaciones con
que groseros pinceles y tos-
cos cinceles amortiguaban las
energ-ías déla devoción , y
ahincadamente pretendían
que los entusiasmos religio-
sos huyeran de los templos
entre amotinadas sonrisas,
para las que siempre llega
tarde la reflexión, un piadoso
sacerdote regular, el R. P. M.
Fr. Juan Interián de Ayala,
hizo imprimir un libro que
lleva la siguiente portada:
Pictor christianus emditus,
sive de erroribus qiii passim
admitíunUtr círca pingendas,
algue eífígendas sacras ima-
gines, lib. XIII cum appen-
dice. Matriti ex typographia
Con ven tus B. María? de Mer-
cede. 1730, Fol. (1).
(1) Hay áoa eeliciones más: una
eu castellano con este rótulo: El
— II —
Y eso, que ya en los tem-
plos cristianos habían los Pon-
tífices del arte dig-nificado el
culto á quien es debido, por
la intermediación de imág-e-
■^es de singular estima y fa-
mosas pinturas al fresco, al
temple y al óleo (1). etc.
Pintor cristiano y erudito, traduci
do del latín al castellano por Don
Luis de Duran y de Bastero. Ma-
drid. Imprenta de Ibarra. 1782.
4.0. 2 vols.
Y otra en italiano: Instruzioni al
Pittor cristiano ristretto delV opera
latina di Fra Giovanni Interian de
Ayalüj fatto da Luigi Napoleone
Cittadella, con note storiche ed ar-
tistiche del medesimo. Ferrara coti-
pi deU'editore Domenico Taddei.
1834. 4."
(1) El útilísimo procedimiento
de empapar los colores con aceite
de linaza ó de nueces, fué inven-
tado por el pintor y químico fla-
menco Juan Van-Eyck, (á quien
también llaman Juan de Bruges),
que floreció al principio del si-
glo XV. El primer cuadro pintado
^^V,
Lüs errores y extra v u ¿^-üii-
cias del arte continúan . pi-
diendo oraciones para Dios, y
memoriales páralos hombres,
á fin de que un entendimiento
desembarazado, una voluntad
enérg-ica los liag'a desapare-
cer; que nada más perjudicial
para todo lo serio y respetable,
(jue el celo aguijoneado por
la codicia, ó fanatizado por la
ausencia del buen juicio, por
los desmayos de la razón.
Y, ahora, desato la dificul-
tad de dar con rodeos apa-
riencias de fácil conducta á la
vuelta del tema lig'eramente
indicado, con presentarlos
retratos que en curiosos do-
cumentos se encuentran.
al óleo fué para Alfonso I, rey de
Ñapóles, V de Aragóu, por sobre-
nombre el Magnánimo, (]uien ad-
miró el nuevo secreto.
"^^(^Ñ^^S^
a.
EFIGIE DE JESÚS
según referencia de Públio Léntulo^ de la Era Romana*
II
WEL primero hubo noticia
en España, cuando apareció
en el niim. 63 de la Gaceta
delGoMerno, correspondiente
al miércoles 30 de Agosto de
1820. (Fol. á 2 cois. Madrid, en la Im-
prenta Nacional). En la 4.'^^ plana, pá-
gina 260, col. 2.'\ se lee:
«Manuscrito que envió al Senado de
Roma Publio Léntulo, Presidente de
Judea en el reinado de Tiberio César.
Este precioso documento se halla aho-
ra en poder del Caballero de Massa-
reen, noble de Irlanda, y, traducido en
castellano, dice así: «Ha aparecido en
»nuestros días un hombre de gran vir-
»tud, llamado Jesucristo, el cual vive aún en-
»tre nosotros. Los gentiles le han recibido como
un profeta de la verdad; pero sus discípulos le
»llaman el Hijo de Dios. Resucita los muertos y
»cura todo género de enfermedades. Su estatu-
^>ra es más que mediana; su porte muy atento,
— 14 —
»y su aspecto venerable; de
»modo que, cuantos le ven. le
»aman y le temen. Su cabe-
»llo es de color castaño, espe-
»so y llano hasta las orejas;
»desde ellas abajo es de color
»oriental y ensortijado, ca-
»yéndole en ondas sobre los
»hombros, y en medio de la
»frente se divide ó parte, á ma-
»nera de los nazarenos. Tie-
»ne frente llana y muy fina;
»en su rostro no hay mancha.
»lunar ni arruga alguna, her-
»moseándole un bello color
»sonrosado; en su nariz y bo-
»ca no puede encontrarse de-
»fecto alg-uno; su barba es
»alg'o espesa y del color del
»cabello; pero no es larg-a,
»y tiene la forma de un te-
»nedor; su fisonomía respira
»inocencia y juicio, y sus ojos
»son grises, claros y vivos.
»Cuando condena es terrible,
y cuando reprende ó amo-
»nesta es cortés y moderado
»en las expresiones. En su
»con versación es agradable y
— 15 —
»lleno de gravedad. Nadie le
»lia visto reir jamás; pero mu-
»chos le han visto llorar. Las
»proporciones de su cuerpo
»son excelentes: sus manos y
»brazos de lo más hermoso
»que se puede ver.. En su ha-
»blar es muy templado, mo-
»desto y sabio: hombre de
»singular belleza, que excede
ȇ todos los hijos de los hom-
»bres.»
«Si este documento no es
»apócrifo, debe considerarse
»como uno de los más precio-
»sos para la historia eclesiás-
»tica y para la de nuestra
»santa religión, la cual, sin
Ȏmbarg'o, para nada necesi-
»ta esta nueva prueba. En In-
»g-laterra se ha publicado en
» varias Memorias como un
»documento muy curioso é
»importante (1).»
(1) De las imágenes de Cristo,
habla San Agustín; pero no del do-
cumento copiado, el cual no apa^
rece basta el siglo xv, en uu libro
^S^.
k^^
— ir, —
El seg-iindo retrato periiia-
nccc oculto entre las liojas de
pergamino de uno de los Có-
dices que se custodian en la
sala biija de la renombrada
Librería laurcntina, (en el Es-
corial), y, siguiendo á Pérez
Bayer, contiene un Oficio de
la Presentación de la Biena-
venturada Virgen María, por
mandado del Sumo Pontífice
del fraile francés Maillard. Creo
que, quien antes que nadie lo pu-
blicó en castellano, fué Juan Ruar-
te en su Examen de ingenios para
las sciencias.
En los primeros siglos de nues-
tra era, los padres de la Iglesia
mantuvieron famosa discusión
acerca do la belleza de Jesucristo;
porque mientras unos la defen-
dían, otros, como San Justino y
Tertuliano, y aun los maniqueos,
la contradecían. En Oriente predo-
minó esta líltima opinión.
La controversia llegó hasta la
Edad Media y se prolongó hasta la
Moderna, y los más insignes ar-
queólogos é iconógrafos cristianos
'PS
^^
— 17 —
Sixto ÍV, que de muy antig-uo
se venía celebrando en Espa-
ña, y que difiere notablemen-
te del que hoy se reza: contie-
ne Antífonas propias para las
dos vísperas y para los maiti-
nes, y son también propios el
Invitatorio y las Lecciones,
entre las que la sexta se atri-
buye á Epifanio (1), fami-
la han abordado, gomo Raoul-Ro-
chette, Didron, Rossi, Garrucci, etc.
Nicolás Rigault publicó en Pa
rís, 1649, un tratado especial De
pulcritiidine corporis D. N. Jesu
Christi, y, al mismo tiempo, el je
stiíta Vavasseur su libro De for-
ma Christi liber.
» M. Feuillet de Conches, en uno
de los tomos de sus Causeries (V mi
curieux, habla expresamente de la
carta de Publio Léntulo.
Como última palabra, diremos,
que la crítica moderna no admite
a autenticidad de los supuestos
retratos de Jesucristo, y que la
Iglesia ha dejado libre la cuestión
á todos los debates.
(1) San Epifanio, Arzobispo de
— 18 —
liar (1) de la Virg-en María, y
principia así:
María Del genilrix hebrai-
cas litteras adfiuc vívente pa-
ire ioacJiim didicit: et er alhe-
ñe docilis et amans doctrinam
el laborans et perseverans cir-
ca sacram doctrinam. Et opus
lañe et serici operans: el mira-
bilü erat in sapientia et doc-
trina super omnem generatio-
nem iuvencularum . El mos
suus erat mundus : modice lo-
quete: expedíte obedientie: inun-
de proximatioiiis ; sim auda-
cia: sine risu: sine turbatione:
sine furia. Bene salutans: lio-
norans honorata: mirabantur
omnes scientiam et eloquoi-
liam suam: fuit alta trium
Salamina en Chipre, Doctor de la
Iglesia; nació en el año 310, en el
territorio de Eleuterópolis, en la
Palestina.
(1) Aquí está usado como adje-
tivo y, por consiguiente, significa
que era, que pertenecía á la fami-
lia de la Virgen.
— 19 —
brachioricm: frnmenüni colo-
rís: /lavis ociílis: recti aspectu:
nigri supe/'cülii: mediocrís
naris'- longo vuUu: longa ma-
nu; longis digitis: non fucata
pannis proprii colorís: amans
e¿ perseveraus orationibus et
lectíonibus: jejuniis et laborí-
bus: curn tradldít spirilnm
Mío suo septuaginta trium
annorum erat. Dicennus pie
asceíidü in templum ut ibí
presentaretur deo patrí ibíque
legem del scrutaretnr: et pro
redemptione generis humani
patrem suum in abscondilo et
cubículo cordís oraret.
Para los que no sepan, ó
hayan olvidado el latín, da-
mos la siguiente versión, pa-
rafraseada algunas veces; pe-
ro siempre cuidando de no
borrar el verdadero sentido
del texto:
María, madre de Dios,
aprendió las letras hebraicas
en vida de su padre Joaquín;
y era mity dócil y amante del
saber; y trabajaba y perseie-
¿>»V«44
^¿^^
~ 20 —
rala en el es ludio de la sa-
grada doctrina. Y eran lana
y seda las materias que tlegia
para sus labores', y, por su sa
bidiiria y ensertanzas, era la
que más admiración causaba
entre todas las jóvenes de su
tiempo. Y sus costumbres eran
puras', de hablar moderado:
solicita en obedecer: sincera en
el trato-, llena de mansedum-
bre: muy atenta: honrando a
los demás, refluía en ella el
honor que daba: todos se ma-
ravillaban de su saber y elo-
cuencia: la medida de su talla
fué de tres brazos (Ij: de color
trif/íieüo: de ojos Jlavos ('2): de
(1) No hemos podido averiguar
cual fué la extensión de esta me-
dida. ¿Se llamaría brazo lo que,
para precisarlo más, los romanos
llamaron codo? De ser así, sabido
es que el codo tiene pie y medio y
el pie doce pulgadas.
(2) De color entre amarillo y
rojo . (Diccionario de la lengua cas-
tellana, por la Keal Academia Es-
pañola. ]'2.'^ edic.)
— 21 —
noble aspecto-, de cejas negrar.
de nariz mediana: de rostro
prolongado, y prolongados los
dedos y la mano-, de limpio
color: amante, con verdadera
constancia, de la oración, del
estudio, del ayuno y del traba-
jo: asi fué toda su vida. Citan
do entregó el espíritu á su hi-
jo, era su edad de setenta y
tres años. A los diez ascendió
al templo para ser presentada
d Dios Padre y escudriñar con
diligencia y cuidado la ley di-
vina^ para rogar en su aposen-
to, lejos de la vista de todos,
por la redención del género Jni-
mano .
En este importante Códice
se encuentran también las si-
guientes particularidades.
Después de la Lección no-
vena, en vez del himno Te
Deum laudamus, etc., está el
Responsorio nono. Casi todas
las Antífonas tienen el ritmo
cadencia, ó medida de los bi-
narios yámbicos, á semejanza
de los que la Iglesia, desde
^' "^^
— 22 —
muy antig*uo , lia usado en
los himnos propios del tiem-
po. La Antífona 1.% después
del himno de maitines, prin-
cipia asi:
«In temphim Dei gradibus
ter quiñis erat aditus,
quos compositis gressibus
ascendit fulta ccElitus.»
Traducción.— Z¿í subida al
templo de Dios era por medio
de tres gradas, cada una de
cinco peldaños, por los cuales
ascendió [María] con modera-
do paso y con el auxilio del
cielo.
Hay otras Antífonas, que
no merecen mención parti-
cular.
En el piincipio del Códice
se advierte, que este Oficio se
celebró primeramente en
Francia, de donde pasó á los
ingleses, á los españoles y á
otras varias regiones del
mundo. Todas las hojas son
de pergamino; y por su gran
tamaño, por las muchas le-
— 23 —
tras unciales que tiene, y, más
que nada, por la música para
el canto de las antífonas, vís-
peras y maitines, claro se da á
entender, que fué hecho para
el uso del coro. Es de fines del
siglo XV.
Siendo, según nos parece,
de no muy buena ley el latín
que hemos registrado, es de
lamentar, que el texto griego
de San Epifanio no se en-
cuentre.
Las lecciones pierden mu-
cho de .la integridad de su
sentido y su sello genealógi-
co de versión en versióii,
pues éstas, aunque no me-
dien de unas á otras largos
espacios, se asemejan al tiem-
po, que borra poco á poco,
hasta reducir á nada, lo que
al nacer fué mucho.
Como en el presente caso la
primitiva noticia data del si-
glo IV de nuestra Era, si los
primores de la traducción son
discutibles, indiscutible es su
valía, porque, la doble cir-
?^
f^-j^"^
— 24 —
cunstancia de orig-en y fecha,
induce á creer que los reflejos
que contiene son del orig*inal.
cuyos pormenores, cuyos ras-
gos étnicos, por la tradición,
de pariente en pariente, de-
bieron llegar hasta San Epifa-
nio. Tal vez no haya nada
más antiguo, ni más verídi-
co, de cómo fué en vida la
Santa Virgen. ¿Por qué no
respetarlo?
TU
medida que la fe es más
profunda, el escritor debe ser
más esclavo de la verdad.
Ahora únicamente aludi-
mos á los místicos, á los doc-
tos, á los que, por lo g-rave de sus obli-
gaciones, no deben contribuir á que
se petrifiquen las ideas absurdas.
¿A. qué recoger el espíritu y abis-
marse para crear una imag'en, cuya
hermosura, por lo intachable, esté
fuera de la realidad? Estos laboriosos
partos de calenturientas imaginacio-
nes, entre los indios, entre los persas,
en Egipto, más tarde en (rrecia y lue-
go en Roma, vson disculpables, porque, para
fundamentar sus respectivos estados sobre la
base de una religión, los mitos eran los únicos
que podían prestarles ayuda, y extremando las
hipérboles, hijas de una meditación fecunda.
I /
— 20 —
caldcaban la fantasía de las
mucliediiinbres con simbolis-
mos, cuyo prestigio reposaba
sobre las exageraciones de
una falsa estética y la bondad
negativa de embusteras vir-
tudes morales.
Pero, entre los que comul-
gan en los altares de la ver-
dadera religión, ¿liay tam-
bién necesidad de recurrir á
este sistema?
Xo parece sino que dar li-
bre despliegue á los atrevidos
vuelos de la fantasía en ma-
terias religiosas, es un canon
impuesto á todas las iglesias
que siguen la liturgia roma-
na, ó que figura en el ritual
diocesano donde se contienen
los ritos particulares de cada
diócesis.
¿La Madre de Dios ha me-
nester que de Ella se haga, con
la pluma ó los pinceles, lo que
en Grecia, para divinizar al
hombre, al género humano,
se hizo con el cincel? Esto re-
sulta un paganismo aún más
'¿i
radical que el helénico. Muí
hace quien olvida que, si en
la segfunda revolución en la
historia de las religiones, la
humanidad se adoró por pri-
mera vez á sí propia, su pe-
destal fué pulverizado por el
Cristianismo, cuando la cruz
simbolizó los nuevos, los ver-
daderos ideales. Entonces los
espectros de la más remota
antigüedad se sumergieron
avergonzados en las aguas
del Indo y del Ganges. Mi-
thra, el redentor de los per-
sas, eligió por sepulcro las
revueltas olas del Océano
oriental; las divinidades su-
premas de África desaparecie-
ron entre las ardientes arenas
de la Libia; del cielo desapa-
reció Júpiter, quedando soli-
tarias las feraces umbrías de
la Arcadia; los dioses indíge-
nas huyeron del Pantheón
romano; los augures enmu-
decieron; los terrores supers-
ticiosos, ocasionados por los
fenómenos de la naturaleza,
k^^
dejaron de anonadar al pue-
blo que había dominado á to-
dos los pueblos...; tanto y
tanto prodigio ¿á quién se
debe?
No á Nari, madre univer-
sal; no á Nouah , también
madre universal; no á Cibe-
les, madre de los Dioses: to-
das estas madres son apócri-
fas. Débese á la Virgen Ma-
ría, que ha existido, siendo
con su santa obediencia Ma-
dre purísima del único Dios
verdadero, del que es luz de
las luces y sol de los soles.
No huelgan estos párrafos
dentro de este artículo, por-
que, á fuer de cristiano con-
vencido, abogo por la verdad
en cuanto tiene conexión con
mis creencias religiosas.
Eso de idear vírgenes bus-
cando los modelos en la ima-
ginación, remontando las
ideas á la abstracta de lo di-
vino, podrá ser bello y her-
moso desde el punto de vista
del arte; pero no desde el de la
^ y- -
EFIGIE D£ MARÍA SANTÍSIMA
según San Epifanio, del Siglo IV
— 2'J —
austeridad del Cristianismo.
Todo el que pinta bien ó
mal, y la mayor parte com-
prendida está en el seg'undo
caso, se apodera de los pince-
les y de la paleta, y, sin más
g"uía que su capricho, traza
un retrato y dice: esta es la
Virgen, siendo la colección
tan variada, como las advo-
caciones con que le tributa-
mos religioso culto. Y el in-
crédulo se ríe. Y si es un ma-
marracho lo que le presentan,
á más de reirse, se burla.
¡Qué tolerancia tan perjudi-
cial!
Cierto, que á ello contribu-
ye nopoco, quien debiera evi-
tarlo. Y aquí, otra vez salen
á nuestro encuentro algunos
escritores místicos.
^*¿^N
. ^l^.
ks^f^
IV
L Abate Orsini. en
su libro ZíZ Vierge. His-
toire de la Mere de Dien
et db son cíUte. (París.
A. Rene et C% 1854, I,
pág*. 110), dice: Saint
Fpiphane, cité pao* Ni-
cephore^ noiis a laissé une charmante
peinture de la Vierge; ce por traite
tracé au quatriéme siécle^ sur des
traditions maintenant effacées et
des manuscrits que nous %' o^vons
plus, est le sml qiii nous soit resté.
Es decir, que el Abate Orsini vio
una copia del texto que hemos dado
á conocer. Pues hé aquí, no obstan-
te, cómo lo vierte al idioma en que
él ha escrito:
La Vierge j selon cet évéque (San
Epifanio) n' était pas d'une' liante
s tature, quoiqíie sa taille fütun peii
au-dessus de la moyenne\ son teint,
Ugérement doré^ comme cehi de la
Sulamite, par le soleií de sa
patrie^ avait la riche nuance
des ejñs mars\ ses cheveux
étaieiLt hloiids, ses yenx vifs^
sa prunelle un peic olúdtre,
ses sourcils parfaiUment ar-
ques etdu plus beau noir: son
nez d'une perfection remar-
quable^ étaü aquilin\ ses le-
hres roses, la coupe de son vi-
saje d'ítn bel ovale, ses mains
et ses doigts étaient longs.
En los (ledos y en las ma-
nos es únicamente donde no
pnso las suyas el Abate Orsi-
ni, á quien no debió agradar-
le mucho el rostro de la Yir-
g-en, tal como lo describe San
Epifanio, porque lo retoca,
olvidando que un retrato es
más estimable cuanto más se
asemeja al orig*inal.
Recientemente, en el año
1894, se publicó otra versión
del texto del mencionado San-
to, hecha por el R. P. Maria-
no Ag'uilar.
Veamos lo que este Misio-
nero, hijo del inmaculado Co-
.^3^1^^
— 33 —
razón de María, Cong-reg-ación
que tiene á su carg*o las Mi-
siones del Golfo de Guinea,
dice en las pág's. 255 y 256 de
su obra Harmonías del Cora •
zón de la Virgen Madre. . . (Mu
drid. Imprenta de San Fran-
cisco de Sales, 1894, 8." doble) .
«No podemos dar noticias
muy seg'uras sobre los por -
menores de la hermosura cor-
poral de la Virg-en; citaremos,
no obstante, la descripción de
San Epifanio^ presbilero de
Consíantinopla, muy versado
en las historias g'riega y he-
brea».
-Antes de continuar, una
advertencia. El Epifanio que
está en los altares, nació, co-
mo ya hemos dicho, en los
primeros años del sig-lo iv;
fué Arzobispo de Salamina. y
su fiesta la celebra la Ig'lesia
el día 7 de Abril. El Epifanio
a quien se refiere el erudito
Misionero del Golfo de Gui-
nea, nació afines del sig-lo v,
y no fué simple eclesií^stico
TX;^S^h^^
— 34 —
condecorado con el sacerdo-
cio. Sus bióg-rafos lo mencio-
nan, siendo Patriarca de la
primera silla de Oriente, es
decir, de Constantinopla (a.
520), y aunque paladín tbg-o-
so contra los eutiquianos (1),
no sabemos en qué día cele-
bra su fiesta la Iglesia: pue-
de que sea santo de los ordi-
narios, no de los canoniza-
1) Célebres herejes del siglo v,
discípulos de Eutiques, sacerdote
y abad de un monasterio cerca de
Constantinopla. Combatiendo los
errores de Nestorio, Patriarca de
dicha ciudad, que negaba la divina
maternidad de la Santísima Virgen
y distinguía dos personas en Jesu-
cristo, Eutiques incurrió en otra
heregía, no menos funesta, soste-
niendo, que en nuestro divino Re-
dentor no había más que una sola
naturaleza. Los eutiquianos fueron
condenados en un concilio de
Constantinopla y en el general de
Calcedonia; pero, sin embargo, su
secta subsiste todavía en algunos
j)untos de Oriente.
— 35 -
bles. No hay que confundir á
un Epifanio con otro Epifa-
nio, Rdo. P. Ag-uilar. El re-
trato de la Santísima Virg-en
lo dejó escrito San Epifanio,
el del sig-lo iv; no Epifanio,
el del siglo v.
Ahora, véase la traducción
del respetable Misionero del
Golfo de Guinea: «Era la Vir-
gen, en todas las cosas, ho-
nesta y g-rave; hablaba poco,
y eso en cosas necesarias; era
de mediana estatura, aun-
que hay algunos que afirman
que excedía de la estatura me-
diana; en el hablar con los
hombres usaba de recogi-
miento, sin risa, sin turba-
ción y sin enojo; su color era
trigueño; tenía el cabello ru-
bio, los ojos alegres, cuyas
niñetas eran de un color ver-
de que tiraba á blanco, á ma-
nera de color de oliva; las
cejas arqueadas y decente-
mente negras; la nariz algo
larga, los labios rojos y lle-
nos de suavidad en las pala-
— so-
bras; el rostro no redondo ni
agudo, sino alg-ún tanto lar-
go; las manos y los dedos
también largos. Era enemiga
de todo fausto, el semblante
tenía sencillo; ninguna cosa
fingía en el rostro, y ninguna
traía consigo de blandura, y
en todo estaba adornada de
humildad maravillosa . Los
vestidos que usaba se con-
tentaba que fuesen de color
nativo, y para que lo diga to-
do en pocas palabras, en to-
das sus cosas resplandecía la
divina gracia (1). Con esta
descripción concuerda la de
Cedreño (2). y discrepa muy
poco de ella la de San Ansel-
mo y la que se desprende de
las revelaciones de Santa Brí-
gida».
¿A. que nos dicen, que las
variantes no son hijas de la
fantasía? ¿A que se sostiene
(1) F.piph. apud Niceph., li-
bro II, cap. XXIII.
(2) In compend, histor.
^3:^^^
que no es uno mismo el tex-
to traducido? Reservamos la
respuesta, porque las prolep-
sis sueleu pecar de intempes-
tivas.
No aludimos al Abate Or-
sini, ni al P. Aguilar; pero
eso de esparcir noticias sin
dar carta de seg'uro y amparo
á la exactitud, es contrapro-
ducente.
La imag-inación, alma fué
y será siempre de la poesía;
pero cuando es indispensable
que la verdad resplandezca
con sus propias luces, las fic-
ciones, por hermosas que
sean, resultan perjudiciales
al logro del propósito con que
á ellas se recurre.
Así como el tiempo no res-
peta nada de lo que sin él se
hace, así la verdad aborrece to-
do lo que á ella no se refiere.
En materias relig*iosas hay
que hablar al sentimiento, al
corazón, y leng-ua para esto
es la verdad quien únicamen-
te la tiene.
Empleándola siempre, ha
logrado justo renombre el
moderno historiador del arte
cristiano P. Garrucci. ¿Cuál,
en lo conforme con nuestra
intento, es su sentir? Que
tiene por apócrifas las imá-
genes que se presentan como
retratos de ^N'uestra Señora.
Hay quien asegura que era
parecida á su hijo, de cara
redonda y algo rubia; pero
los Padres del Sínodo Orien-
tal declararon, que era more-
na como el trigo, es decir, tri-
gueña: opinión que ha pre-
valecido. Respecto á las tradi-
ciones que hacen á San Lucas
pintor ó escultor, ó ambas co-
sas á la vez, de la Virgen, la
crítica no encuentra pruebas
favorables, pues sólo se sabe
que dicho Evangelista era
médico. Las imágenes que se
le atribuyen, no pueden ser
suyas, porque viviendo él en
la época florecientísima del
arte romano, este arte hubie-
ra inspirado sus obras, y no
— 39 —
serían, como son, toscas, mal
hechas y de un g-usto bárba-
ro. Debo estas últimas obser-
vaciones á mi eruditísimo
amig-o el Sr. D. Juan Catalina
García, catedrático de Arqueo-
logía y de Historia de las Be-
llas Artes.
V
IOS, en su inmenso álbum cos-
mogónico, ha presentado eternos
modelos para la arquitectura, para
la pintura, para la estatuaria, para la
música, para la poesía. Quien no más
que por su sola voluntad pudo hacerlo
todo. Ese es el que eligió á María para
hallar en sus entrañas noble albergue,
cuando se verificó la unión hipostática
del verbo divino con la naturaleza hu-
mana. Esta última designación debiera
bastar para contener todos los atrevimien
tos del misticismo pagano.
La Virgen, tal como la describe San Ep
fanio, hermosa fué. Las bellezas físicas,
por ley natural, tienen fatales términos,
circunstanciales, de convención. El prin
elemento de la eterna, de la absoluta, rad
en las virtudes morales: flores que jamás se
marchitan; mariposas, de cuyas alas nunca se
desprenden los impalpables átomos del oro más
42 —
ñuo; sonrisas ctng-eiicalesque,
ni por asomo, se convierten
en llanto. Y que la Virg-en
María fué el decliado más su-
blime, %U nihílsupra^ de per-
fecciones morales, ¿quién lo
duda, si es una verdad ma-
ciza?
Por eso, por ser quien fué,
se borraron todas las falsas
liturgias; por eso contribuyó
á que se arrancase á la natu-
raleza la corona con que Asia
la había divinizado , y por
eso, lleg-ando con el fíat mi/ii
seciindum verhum luum, á ser
madre del verdadero Dios, co-
mo éste, al cabo, tendrá un
solo templo: el universo; in-
números altares: los corazo-
nes de todas las criaturas.
José María NOGUÉS.
ii^0^^
úoncluyós& de imprimir este cuaderno
el día 23 de í^ehrero de Í807 ,
en la n^mproita de los Sres. dfC'ernando y (oompañia,
(Quintana j 33 ^ ^íadrid.
-»-
Mayordomos de Palacio
ilii
]\^ayordoinos de Palacio
INFORMACIÓN HISTÓRICA
\vy) I, abierto el libro de la. historiarse investiga
y^) cuál fué el origen de las más ilustres dinas-
tías, muy pocas veces^ ninguna acaso, falta-
ran testimonios para acreditar, que el valor
en las contiendas belicosas y la sabiduría en los
tiempos normales, pusieron los atributos de las más
altas investiduras en manos de los que, con tan sin-
gulares prendas, merecieron tan singulares distin-
ciones. Pero, si en vez de proezas, son torpezas las
que se ejecutan; si la afeminación reemplaza á la
virilidad, entonces la í^ama se enoja, y como águila
hambrienta que sibre la caza se despeiía, conviér-
tese, al cabo, en la mayor enemiga de los que de-
generan en pequeños, por no hacer lo que debie-
ron para ser grandes. Esto aconteció en Francia
con. la dinastía merovingia.
Tuvo por fundamento el entusiasmo que desper-
IV
taban las victorias de sus primitivos Reyes, que ni
un solo punto cejaron en el empeño patriótico de
reconquistar lo que allí, en épocas anteriores, ha-
bían debelado las armas de Julio César. Pero des-
pués de Clodión, Meroveo y Clodoveo el Grande,
aunque de éstos descendían, hubo Keyes que, ni
en actividad supieron igualar á sus progenitores,
ni en valor, ni en aptitud para dirigir la nave del
Estado; Reyes, que sobre algunos de sus subditos
descargaron el peso del Cxobierno; Reyes, cuya au-
toridad vacilante sólo pudo subsistir mientras no
se vio desvanecido el prestigio de su dinastía; mien-
tras las proezas realizadas por los primeros jefes
de los francos, que conquistaron las Gralias, no que-
daron obscurecidas por los grandes hechos de los
últimos Mayordomos de Palacio.
Este elevado cargo se creó en Francia á poco de
haberse establecido la dinastía, y los designados
para su desempeño, al principio no tenían, cerca
de los Reyes, más ocupación que la de presentarles
las peticiones de los subditos. Después recibieron
el encargo de vigilar la conducta de los demás em-
pleados de Palacio. Algo más tarde intervinieron
en los negocios públicos, y poco á poco fueron en-
sanchando el límite de sus facultades, hasta que,
favorecidos por los sucesos y por la debilidad de
los Soberanos á quienes servían, llegaron á ser en
extremo poderosos; á ejercer, á la sombra de aqué-
llos, la soberanía, y, por último, á ocupar el trono
de los francos.
Convienen todos los escritores, en que las tur-
bulencias, los desórdenes y las guerras á que dio
origen la rivalidad entre Brunequilda y Fredegun-
da, fueron la verdadera causa de la aparición dé-
los Mayordomos de Palacio, influyendo poderosa-
mente en los asuntos del Estado.
Clotario II logró reunir bajo sü cetro todo él
país que conquistaron los francos después de medio
siglo de revueltas, crueldades y asesinatos, cuya
mayor parte debióse á la rivalidad de las dos rei-
nas mencionadas. Había heredado de su padre,
Chilperico I, el reino de Neustria, y por la fuerza
de las armas llegó posteriormente á ser dueño de
la Austrasia y la Borgoña, cuyos tronos estaban
ocupados por sus sobrinos Thierry y Tideberto.
Mas, por circunstancias que originaron los sucesos
anteriores, no pudo conseguir que su autoridad
fuese tan respetada como quería en todos sus do-
minios, y la oposición que encontró entre los aus-
trasianos y borgoñones fué, según se cree, lo que
le hizo ceder el reino de Austrasia á su hijo Dago-
berto I. Era á la sazón Mayordomo de este país
Pipino de Landen ó el Viejo, como le llamaban al-
gunos, el cual debía su elevación á Clotario II, con
quien Dagoberto tuvo guerra á poco de haber em-
pezado á reinar, siendo la causa, el no querer que
su padre continúase poseyendo algunos condados
que se había reservado. Mas, como el nuevo Rey
de Austrasia era muy joven, no falta quien atri-
buya el principio de esta guerra á los consejos de
Pipino de Landen, tachándole de ingrato. Este,
como ya se ha dicho, había sido Mayordomo en
Austrasia, antes de que reinara en ella Dagoberto,
y tanto aquél como Radón, su predecesor, liabían
VI
ejercidj autoridad más bien como regentes que
como lugartenientes del Rey, y de acjuí nacieron
en Pipino las pretensiones de mandar, sin sujetar-
se mucho á la voluntad del Soberano, á quien ha-
bía dirigido en los primeros aiios de su reinado.
Así fué que, llegado Dagoberto á edad en que ])udo
conocer la condición de su Mayordomo de Austra-
sia, confió en él menos que antes, destituyéndole
por último. Pipino, sin embargo, conservó la espe-
ranza de no morir sin ser repuesto, para lo cual
mantuvo relaciones con algunos austrasianos prin-
cipales, cuyo auxilio, en su sentir, no le faltaría.
Poco después murió Dagoberto, dejando el reino
de Neustria á Clovis ó Clodoveo II, bajo la tutela
del Mayordomo Ega, y el de Austrasia á Sigeber-
to III, de quien Pipino logró ser tutor, debiéndo-
lo, no al Rey difunto, que no se había acordado de
él para confiarle este cargo, sino á su influencia en
la Austrasia, y a los esfuerzos de Cuniberto, Obis-
po de Colonia, que mucho hizo para que le presta-
ran su apoyo todos los nobles austrasianos. Dueño
otra vez do la autoridad de este reino, trató de te-
ner por amigo á Ega, y si para gobernar no hicie-
ron una alianza fundada en princi])ios comunes, es
indudable que dirigieron los negocios piiblicos.
Como si obraran concertadamente. Cuando empiezo
á reinar Sigeberto III, no tenía más de oclio años;
su hermano Clovis apenas cinco ; sus guardadores,
por lo tanto, siendo á la vez Mayordomos de Pala-
cio, podían considerarse, durante la menor edad,
como regentes, cada cual en su respectivo reino..
Uno y otro, después de haberse apoderado del te-
VII
soro piíblicOj repartieron el oro con profusión, pre-
textando la conveniencia y aun la necesidad de re-
parar usurpaciones cometidas en el reinado ante-
rior; pero en realidad, con el propósito de hacerse
fuertes^ aumentando el número de sus amigos y
partidarios. Con esto, quedando mal parada la me-
moria del Eey Dagoberto, los Mayordomos adqui-
rían títulos para que se les considerase como con-
trarios á los abusos de la potestad real, y así ga-
naban en la estimación de los subditos, séilalada-
mente en la de la nobleza, tanto, cuanto perdía la
raza Merovingia. Pipino murió tres aiios después
do su nueva elevación, amado de los grandes, á
quienes siempre halagaba, y de los pueblos, que
habían experimentado los efectos ele su justicia.
Grrimoaldo, su hijo, le sucedió en el cargo de
Mayordomo de Austrasia , prevaleciendo la volun-
tad de Pipino contra una ley antigua que prohi-
bía á los hijos obtener los empleos que sus padres
habían desempeñado largo tiempo; pero Otón, que
era uno de los señores de Austrasia y codiciaba la
Mayordomía, pretendió que aquél fuese destituido
de tan importante cargo, fundándose en esta ley,
invocada más por su ambición, que por el bien do
los austrasianos. Caro lo costó el intento, porque
Crrimoaldo le hizo asesinar, y una vez libre de su
competidor, puso todo su cuidado en apoderarse
del ánimo del Key. Sigeberto era en extremo de-
voto, y como en aquel tiempo había no pocos estí-
mulos para hacer fundaciones piadosas, quiso que
á él se debieran algunas, para lo cual necesitó gran-
des cantidades, que nunca dejó de suministrarlo su-
VIII
diligente Mayordomo. Satisfechos así los piadosos
deseos de este Monarca, llegó á tener en mucho al
hombre que, tomando sobre sí solo el grave peso
del gobierno, y proporcionándole siempre tesoros,
que parecían inagotables, le dejaba consagrarse en
absoluto á sus devotas aficiones, y tanta fué su gra-
titud, que designó, para que le heredase, á Childe-
berto, hijo de Grimoaldo. Si existió ó no una dis-
posición testamentaria en tal sentido, aun no está
comprobado; pero, bien que la hubiera, ó bien que
el ambicioso Mayordomo la supusiese para dar vi-
sos de justicia á la usurpacóin, es indiscutible que
Childeberto fué coronado en Austrasia, después de
la muerte de aquel Key. diciéndose que éste, en su
testamento, lo había nombrado heredero.
Todo vino á coincidir con la desaparición de un
hijo que aquél tenía, llamado Dagoberto. Más de
una circunstancia favorable hubo entonces, para
que estos acontecimientos se pudieran realizar: sin
embargo, el usurpador fué destronado y su padre
decapitado, por acuerdo de Cloris II, quien no
podía consentir que en la Austrasia reinase una
nueva dinastía, en perjuicio de la Merovingia. Con
la fuerza de las armas se impuso, y castigada la
usurpación con la muerte, quedó vencedor y dueño
de Francia. En todo esto, no fué pequeíia la inter-
vención que tuvo Erchinvaldo ó Archambán, Ma-
yordomo de Neustria, á cuya moderada conducta
consagran elogios algunos historiadores, por creer
que á sus esfuerzos debióse, en esta guerra de su-
cesión, que no vencieran los Grimoaldos, pues aun
cuando no se le ocultaba que el triunfo de éstos
— IX —
podía serle favorable, para elevarse por idénticos
modos, tanto como ellos, prefirió, á que en su alma
arraigasen propósitos ambiciosos, consagrar sus
servicios al mantenimiento de la dinastía Mero-
vingia.
Algunos escritores atribuyen el trágico fin de
Grimoaldo á los Señores poderosos de la Austra-
♦ sia, y no á Erchinvaldo, á quien juzgan más cir-
cunspecto y menos osado que aquél, aunque no
menos ambicioso, creyendo que entonces no aspiró
abiertamente á elevarse, como su colega, por con-
siderar que no eran propicias las circunstancias.
Hay dos razones que, hasta cierto punto, corrobo-
ran la opinión de que Erchinvaldo habilidosamente
ensanchaba los límites de su autoridad. Es una, que
no sabiendo que en Escosa . estaba desterrado el
príncipe Dagoberto, dejó que este asunto, después
de la muerte de Grimoaldo, continuara de igual
manera, sin olvidarse de unir, como lo consiguió,
á la mayordomía de Neustria, la de Austrasia. Es
otra, que por su inñujo en el ánimo del Rey, éste
se casó con Batilde, su esclava.
Valiéndose de todo linaje de astucias, logró man-
tenerse en su elevado puesto mientras el reinado
de Clodoveo II, y aun después de su muerte, hasta
que Ebroín llegó á ocupar su puesto. De este per-
sonaje, dicen unos historiadores, que merece gran-
des elogios; otros ponderan su violencia, su cruel-
dad y su perfidia. Antes de su elevación, la Eeina
Batilde había tenido no escaso predominio en el
gobierno del Estado, y con su tacto prudentísimo
y su característica dulzura, había logrado mante-
ncr la unión entre sus hijos; pero el nuevo Mayor-
domo, aspirando á ejercer su autoridad sin compar-
tirla con nadie, logró alejar á aquélla para siempre
de los negocios públicos. Parece que Ebroín, antes
de realizar esto y mientras aspiró á elevarse, había
aparentado una moderación que estaba muy lejos
de ser la verdadera; pero luego, al)andonando la
máscara que le había servido para hacerse dueño
de la autoridad, comenzó á usar de ella en daño de
algunos de los principales señores de Francia , ya
expulsándolos de la €Orte, a la que sin su permiso
no podían regresar; ya despojándolos de sus bienes
y hasta haciéndoles perder la vida. Todo esto sin
razón que lo justificase, como afirman algunos es-
critores. La mayor parte de los potentados que ha-
bínn sido objeto de aquellas determinaciones eran
austrasianos. El descontento de los unos y el recelo
de los otros, junto con el natural deseo de evitar
los males con que todos se veían amenazados, les
impulsó á separarse de In. Neustria y formar otro
reino de la Austrasia, eligiendo por Rey á Childe-
rico II, que consintió en ponerse al frente de los
que se alznJ)an contra el poderoso Mayordomo.
Muerto Clotario III en 670, sin haber dejado
áücesión, hizo Ebroín que ocupase el trono Thie-
rry II; y esto sin consultar con nadie ."sin duda
con la idea de que, debiéndole exclusivamente la
corona, el Rey se contentara con serlo en el nom-
l!>re. mientras él continuaba gobernando sin estor-
bo, como en el anterior reinado. Este proceder oca-
sionó tal descontento, que de allí á poco estalló
una sublevación, en la que tuvo no pequeña parte
--- XI WT^
■Legerio; Obispo do Autun^ y las consecuencias fue-
ron destronar á Tliierry, encerrarle con Ebroín en
un Monasterio , para que pasaran allí el resto de
sus días, Y proclamar Eey de toda la Francia á
Childerico 11, que por entonces ocupaba el trono
de hv Austrasia. Pero el mencionado Obispo , hom-
bre inflexible y severamente virtuoso, tardó poco
en perder la gracia de Childerico , no obstante que
éste le debía el acrecentamiento de su señorío. La
virtud del prelado no podía avenirse con los vicios
del Monarca débil y corroiupido. Legerio, á quien
acusaron ílilsamente de haber conspirado contra su
Príncipe, fué condenado por éste á vivir en el mis-
mo encierro donde Ebroín se encontraba.
Después de breve reinado, Childerico murió á
manos de un asesino. Su hermano Thierrv, ha-
hiendo conseguido salir del Monasterio, volvió á
-empuñar el cetro, y tomó por Mayordomo á Leu-
des, hijo de Erchinvaldo, que, como ya hemos di-
cho, había ejercido esta autoridad en tiempos an-
-teriores. Ebroín recobró su libertad muy poco des-
pués; mas, por desgracia, permanecía vivo su deseo
de continuar gobernando la Francia, y como en-
contró ocupado su puesto, comenzó á reunir gente
perdida y descontenta, que, bajo su mando, le sir-
vió para elevarse de nuevo. Estalló, pues, la guerra
entre Thierry y su antiguo Mayordomo, quien con
astucia atrajo á Leudes á una conferencia, y lo ase-
sinó. Después, fingiendo que existía un hijo de Cío-,
tario III, llamado Clovis, lo hizo proclamar Rey.
Legerio dejó también la clausura, y no queriendo
reconocer al nuevo Monarca, el ambicioso y, tur-
— XII —
bulento Ebroín lo sitio en Autun, donde al cabo
tuvo que rendirse. El vencedor, lejos de respetar
la virtud de aquel Prelado, mandó que le sacaran
los ojos y que le abandonasen en lo más espeso de
un bosque, para que las fieras ó el hambre pusie-
sen fin á su existencia. Hubo, sin embargo, quien
condoliéndose del infeliz Prelado, acudió en su so-
corro y se lo llevó á un retiro, donde no tardó
mucho en ser descubierto por su implacable ene-
migo, que al fin le hizo dar muerte.
Thierry, viendo que Ebroín avanzaba con sus
tropas hacia París, y no atreviéndose á resistirle,
consintió en hacerle su Mayordomo. Este, así que
tuvo ocasión, dispuso que sacrificasen á Clovis, al
que había hecho proclamar Rey, viendo en él sólo
un instrumento que ya no le servía para llevar á
cabo sus planes ambiciosos. Dueño otra vez Ebroín
de la autoridad suprema, en cuyo ejercicio ningu-
na ó casi ninguna intervención dejaba al Monarca,
se renovaron las persecuciones contra muchas per-
sonas que con él tenían enemistad, ó que se distin-
guían por su inñujo ó sus riquezas. Algunos es-
critores han considerado la conducta de este Ma-
yordomo, sobre todo en el último período de su
mando, más bien como hija del empeño de dar uni-
dad á la nación y fortalecer á la monarquía á costa
del poder de la nobleza, que como nacida única-
mente del deseo de vengarse y de anular á sus ene-
migos. Pero, aunque así fuera, es lo cierto que pro-
vocó nuevas inquietudes en la Austrasia, adonde
acudieron muchos descontentos de la Neustria,
que, unidos á los austrasianos, aumentaron su
— XIII
fuerza y aclamaron por Key á un príncipe, de
nombre Dagoberto, hijo de Sigeberto III.
De día en día iba, pues, siendo más tenaz y por-
fiada aquella lucha, amenazando con mayores ma-
les á la Francia. El nuevo R-ey de Austrasia fué
muerto, segiin se cree, por asesinos cuyos brazos
armó el mismo Ebroín, y los austrasianos enton-
ces depositaron su confianza y dieron el mando a
Martín y á Pipino del Heristal , con el título de
Duques.. El primero de ellos murió asesinado en
Lyón, donde Ebroín consiguió penetrar, burlando
la buena fe de Egiberto, Obispo de París, y la de
Rieul, Obispo de Reims; pero al segundo cupo me-
jor suerte, favoreciéndole no poco la circunstancia
de que Ebroín fuese muerto por un señor llamado
Ermanfroi, á quien aquél amenazó con la pérdida
de la vida, y en venganza, tal vez, de haberle des-
pojado de sus bienes.
Pipino, aunque debía su autoridad á los nobles
descontentos, siguió luchando en favor de sus pre-
tensiones; siempre con la esperanza de que el triun-
fo le llevaría al puesto que la muerte de Ebroín
había dejado vacante.. Thierry rehusaba devolver
á la nobleza los privilegios de que la habían pri-
vado, y era aún mayor su repugnancia á la resti-
tución de los bienes eclesiásticos que se habían
dadora los legos, á condición de servir en la mili-
cia; pero estrechado cada vez más por Pipino, se
dio una batalla en Testry, donde la suerte de las
armas favoreció al Duque de Austrasia. Dirigióse
éste en seguida hacia París con su ejército victo-
rioso , y tuvo la fortuna de hacer -prisionero al
— XIV —
mismo Hoy. ([uc ])ür fuerza hubo de nombrarle
Mayordomo do Neustria y Austrasia. Pipino ejer-
•ció la autoridad durante la vida de Thierry, más
bien como Soberano que como Ministro 7 sirvién-
dolo el liey sólo para que diera fuerza á sus man-
datos con el prestigio do su dinastía, y de igual
manera continuó gobernando en los reinados de
Cío vis III, Childeberto III y Dagoberto III, que
le debieron sentarse en el trono. En su tiempo se
estableció por ley en una Asamblea general, que
al que cometiese un robo se le sacase un ojo; que.
al que fuese por primera vez reincidente, se le cor-
tara la nariz, y que la segunda reincidencia fuese
castigada con la muerte. Gobernó á Francia ])or
espacio de veintisiete ailos, murió en 714, y fué el
último acto do su vida política transmitir su auto-
ridad á sus descendientes. El cargo, pues, de Ma-
yordomo de Palacio, si de derecho no era heredi-
tario como la monarquía, éralo ya de hecho en una
familia a cuyo engrandecimiento contribuía, por
una parte, el mérito de sus individuos, y por otra,
la degeneración de la raza Merovingia.
Destinó Pipino el principado de Austrasia para
Drogón, que era el mayor de sus hijos legítimos,
y la Mayordomía de Neustria y Borgoíla para
(Trimoaldo, que era el menor; pero como éste mu-
rió antes que su padre, recayó la sucesión en su
hijo Theobaldo, que, teniendo apenas seis afios,
quedó bajo la tutela de Plectrude, viuda de Pipí-
no* Dagoberto III tenía entonces doce años, edad
insuficiente para gobernar; pero su ministTO hereV
ditario era incapaz por la misma causa, y por con'
xv —
siíj^uiente. la ref^encia del)ía ser ejercida por Plec-
trude. A más de estos hijos tuvo Pipino á Childe-
brando. cuya madre es desconocida, y á Carlos,
(j^ue nació de Alpaida; pero aml)os eran ilegítimos.
Los primeros actos de Plectrude, como regente,
no ])odían menos de justificar la elección que había
hecho su marido. Eecelosa de que Carlos el Bas-
tardo, cuyo carácter y talento eran notorios. as])i-
rase á ])articipar del podei- de su familia, ordenó
que lo encerraran en luia prisión, en Colonia. Sin
que nadie se opusiese en nombre de su nieto Ar-
noldo. tomó las riendas del gobierno de Austrasia.
porque su hijo Drogón baldía muerto; mas no su-
cedió lo mismo con la Mayordomía de Ncustria y
Borgoña. por([ue Dagoberto, queriendo reco])rar
su autoridad, como le aconsejaban algunos seño-
res, tenía un ejército que se encaminaba á la Aus-
trasia. bajo Lis órdenes de Rainfroi. contra el cual
enviaba otro la regente, ^'iniendo en él su nieto
Theobaldo. La suerte de las armas, en los primeros
encuentros, no favoreció las pretensiones de la viu-
da de PipinO; y la Austrasia, ]3or lo tanto, amena-
zada estaba de una invasión, como que en ella
principalmente era donde convenía atacar el poder
de esta familia. Mas. por fortuna de los austrasia-
nos, las puertas del recinto donde Carlos Martel
vivía condenado á triste cautiverio, no se habían
cerrado de modo (pie jamás ]nidieran abrirse, y
habiendo conseguido burlar la vigilancia de sus
guardianes, no sólo consiguió recolara r la libertad,
sino tener un ejército bajo su mando, con el que
<lió principio á su ])rosperidad y á sus hazañas.
— XVl —
Habiéndolo rocihido Jos austi'asianos como liljcrta-
(lor y como si vieran on él al heredero de los ta-
lentos y de las ^-randes cualidades de su padre,
acudieron todos á ponerse bajo su mando. ])refi-
i-ioiidí) su ^'obierno al de Plectrude; ])0]-o Carlos
Martel no ])or eso ])ensó en vengarse de su perse-
guidora, sino en impedir, con las fuerzas ([ue acau-
dillaba, (pío la Austi-asia fuese invadida, lo cual
consiguió, contribuyendo no poco al próspero su-
ceso de esta su ])riinora om])resa militar, la ayuda
do Robode, Du([Uo do los Frisónos, que no cesaba
de hacer esfuerzos jjara recobrar la parte de sus
Estados usurpada por Pipino. Carlos Martel, á
quien consideraban como el escudo de la Austrasia
por su talento y valor, y, sobre todo, ])or la for-
tuna con ([uo había combatido en aquella guerra,
recibió do los austrasianos el título do Príncipe, y
en seguida movió sus armns contra Plectrude y
sus hijos, que se habían hecho fuertes en Colonia,
donde los sitió, logrando hacerlos prisioneros. Su
moderación en la victoria fué ciertamente digna
de elogio, pues renunciando á la venganza, perdo-
nó á todos los que le habían condenado á vivir en
cautiverio.
La guerra, sin embargo, no cesaba. Chilporico
continuó resistiéndose al poder de Carlos ]\[artol;
pero falto de las cualidades necesarias para luchar
con probabilidades do éxito, al cabo fué vencido y
destronado por el hijo bastardo do Pipino. El ven-
cedor, á pesar de todo, no atreviéndose á poner
sobre sus sienes la corona do los Poyos Morovin-
gios, se contentó con elevar al trono á un Príncipe
— XVII —
(lo esta i-aza llamado Clotario; joues, aunque para
aquella nación era el valor la más sublime de las
virtudes, aunque dueño de la Neustria por la fuer-
za de las armas, y aunque su autoridad estaba bien
asegurada en la Austrasia, hubo, sin duda, de re-
celar que los franceses no querrían tenerle por So-
berano, mientras existiese alguna i'ama de la es-
tirpe de sus primeros Reyes.
Muerto Clotario, cuyo reinado fué muy breve,
hizo Carlos Martel que volviera á ocupar el trono
el débil Chilperico, á quien dio un título sin poder,
Y en CUYO nombre continuó eierciendo la autori-
dad suprema en la Neustria, en la Austi'asia y en
la Borgoña. Entonces dedicó su principal cuidado
á robustecer el cuerpo ])olítico, que había perdido
no ])Oca parte de su fuerza, á consecuencia de los
desói'denes y turbulencias do los reinados anterio-
ras; y cuando lo hubo conseguido, emprendió la
guerra contra algunas provincias germánicas, que
desde algunos siglos antes venían siendo tributa-
rias de la Francia. En esta empresa no fué menos
afortunado que en las anteriores. La Suabia, la
Turingia y la Sajonia quedaron enteramente so-
metidas; los bosques sagrados de los Frisónos fue-
ron quemados; sus ídolos echados por tierra, y
muerto Popón, su caudillo, que había hecho cuan-
to pudo en favor de su independencia.
Con ser tan importantes estas victorias, ninguna
de ellas, sin embargo, dio tanta celebridad á Car-
los Martel como las que más tarde alcanzó pelean-
do contra los sarracenos. Vencedores éstos en Asia
y en África, donde su religión y su ley habían que-
— XVIII —
dado triunfantes. |)onotrai'f)n on Es])aña con inten-
to de extender el Islamismo por toda Eur()])a. y
llegaron liasta el interior de Francia, favorecidos.
se<^ún dicen al<^'unos liistoriadores. ])or Endón. Du-
que de Aquitania. (pie as]ñral)a á ser Rey j)or me-
dio de una alianza con los infieles; poro en los lla-
nos de Tonrs encontraron un ejército acaudillado
por Carlos Martel. (piien después de al<^'unos días
de escaramuzas, les dio una batalla decisiva y lo-
<4ró derrotarlos. Opinan algunos escritores, ([ue el
sobrenombre de Martel se le dio á consecuencia de
los terribles golpos (]ue descargó sobre los musli-
mes en esta memorable jornada: mas. aun(|ue así
no hubiera sido, es indudable que á su valor y pe-
ricia militar debió la Francia el (piedar libre, por
entonces, de la imasión sarracena.
Eazón hay ])ai'a creer, (pie tanta j)rosperidad no
podía menos de despei'tar en el corazón de Carlo>
el deseo de ceñirse la corona, luego (pie murió
Thierry de Chelles. fantasma de Rey. á (piien ha-
bía elevado al trono después de la muerte de Chil-
perico ])ara seguir, como antes, ejerciendo el ])oder
supremo. En realidad él era el soberano de Fran-
cia, no los (pie llevaban el nombre de Eey. desde
(jue fué destronado Chil])erico.
Carlos Martel había hecho (pie los eclesiásticos,
exentos antes de toda especie de tributos, contri-
buyesen al sostenimiento (le las cargas del Estado;
además, había dado á los legos los bienes afectos á
las iglesias, y ])or lo tanto recelaba ([ue la opinión
del clero, cuya inñuencia política no era ])Oca. fue-
se contraria á su engrandecimiento. Así. jnies. con-
XIX
tiniió t^obernaiido con el título que había tenido
hasta entonces; pero dejó ([ue el trono siguiera va-
cante, ó para acostumbrar á la nación á obedecerle
como soberano, ó porque ya le era muy enojoso
tener que mandar, reconociendo de algún modo en
otra persona una superioridad que no existía. En-
tretanto, nuevas incursiones de los sarracenos en
Francia le ofrecieron ocasiones para dar mayor
fuerza á su poder y mayor aumento á su gloria.
Por oti'a ]:)ai'te, los i'omanos, á quienes amenaza-
ban los lombardos y los Emperadores de Oriente,
demandaron más de una vez su auxilio, y hasta
llegó el caso de que los embajadores del Papa Gre-
gorio líl, puestos á sus pies, le ofreciesen la sobe-
ranía de Koma y el título de patricio en recom-
pensa de los auxilios que imploraban; pero de nada
de esto pudo a])rovecharse, estando ya gravemente
enfermo y muy cercano al término de su vida. En
efecto; murió de allí á poco, en 741, á los treintta
y ocho años de edad, y á los veintitrés de su go-
bernación, sin haberse ceñido la corona de Fran-
cia; pei'o dejcxndola casi asegurada para su descen-
dencia.
CarloTnagno. hijo mayor de Carlos Martel, obtu-
vo el pi-incipado de Austrasia; Pipino el Breve, lla-
mado así por la petpieñez de su estatura, aunque
podía llamarse el (íi-ande por su talento y valor,
obtuvo las Mayordoinías de Neustria y Borgoña:
y (Irifón, que era hijo natural, consiguió que su
padre le dejase algunos condados importantes, con
lo cual no quedó satisfecha su ambición. Tales fue-
ron las particione-í que hizo Carlos Mai'tel al mo-
— w —
rir. (lisponioiido dr-' la autoriflad snpi'r^ina como si
fuese sf)))ci'an(). particiones que se confirmaron ])()r
los capitanes ])i*incipales. como si no existiese Prín-
ci[)e al<>"inu) do la i-aza ]\[erovin<^ia (pie tu^'iese de-
reclio á la corona. Sin eml)arg'0. no ei-a nuiy fa\'.)-
i-a])lo la situación en (pie Pipino el Breve se halla-
l)a á la muerte de su padi'c. ])ues le temían l)s
^•randes y el clero, á (piienes aípiél había trata-
do con dureza, y no le amaba el ])ueblo. (\ne to-
davía conservaba cierta adhesi(')n res])etuosa á 1 1
fimilia de sus anti()*uos Eeyes. De la única ^ente
de (piien no tenía motivo al<4"uno para desconfia i\
era la de <>*uerra: i)ero él. ])ersuadido de que su po-
der no estaba asegurado, mientras se fundase sólo
en el tei'ror. ])ensó en hacerse amai* y en adquirii"
partidarios en todas las clases ])or medio de nua
moderacií'ni (pie ocultaba sus ambiciosos ])royectos.
Corrían entre la gente descontenta algunos rumo-
res, que acogía favorablemente la general ignoran-
cia, Y en (|ue iban envueltas las quejas contra el
anterior gobierno. Decíase, entre otras cosas, que
Carlos Martel estaba condenado, y con esto se as-
piraba sin duda á la devolución de los bienes ecle-
siásticos con que se habían formado los beneficios
militares; mas Pipino. lejos de castigar á los mur-
muradores, ni de hacer nada ])ara re])rimirlos, fin-
gió partici])ar de la ^ ulgar creencia, y los halagó
con A'anas promesas. Así los convirtió en instru-
mentos de su prosperidad, y cuando le importuna-
ban ])ara (pie devolviese los bienes eclesiásticos,
eludía las pretensiones, alegando que podía ser fu-
nesto descontentar á la gente de i>'uerra. tan nece-
X\I —
saria para mantener en la sujeción á los pueblos
indóciles y propensos á su])levarse. y que en aque-
llas circunstancias era. por lo menos, una temeri-
dad hacer mudanza alguna respecto á los benefi-
cios militares. Pero no eran estos los únicos moti-
vos de inquietud que tenía el nuevo gobernador de
Francia; pues además, los pueblos tributarios se
sublevaban con frecuencia, diciendo que estal)an
relevados de sus juramentos, si la raza Mero^dn-
gia dejaba de reinar ó se extinguía. Era evidentí-
sima la necesidad de que el trono vacante fuese
ocu2:>ado por alguien, y Pipino hizo que fuese co-
ronado Childerico III.
Carlomagno. sin embargo, no quiso reconocer al
nuevo Rey. y continuó gobernando la Austrasia
con independencia, para lo cual eran muy favora-
bles las circunstancias en que este país se encon-
traba. Asíj pues, viendo Pi])ino cuánto más venta-
josa había venido á ser la situación de su hermanOj
y cuánto le im])ortaba extender su autoridad al
país que se mantenía independiente del Soberano
de Neustria. pensó luego en conseguirlo por medio
de una cesión, teniendo la fortuna de encontrar un
tanto dispuesto á ella el ánimo de Carlomagno. á
quien, por otra parte, no juzgaba muy á ])roi)ósito
para el gobierno de un Estado. Muy hondo íúé el
disgusto que en el ánimo del Príncipe de Austra-
sia causó la idea de la condenación de Carlos Mar-
tel. llegando hasta el punto de entristecerle nni-
cho, y aun de hacerle pensar, á veces, en (pie })o-
dría expiar las culpas de su padre retirándose á
vivir ])iadosamente en un monasterio. Estas ideas,
— Wli —
011 vez de perder fuerzas, las aci-ecentaroii de día
en día con las sugestiones de personas encargadas
])()r Pipino de aJimentarlas, y Carlomagno. al cabo^
renunció en favor de éste el principado de la Aus-
trasia.
(Irifón, cuyo natural era inquieto, y cuya ambi-
ción le impulsaba á las revueltas, sublevó poco des-
pués á los sajones, contra quienes tuvo Pipino que
hacer uso de las armas, y después de halterios ven-
cido y de imponerles nuevos tributos, fué contra
el rebelde hei-mano , que aunque vencido en Sajo-
nia y fugitivo, había logrado apoderarse del duca-
do de Baviera. Medió en esta contienda el Papa
Zacarías, á instancias de Carlomagno; pero, á pesar
de su mediación, la guerra no tuvo fin hasta que
Pipino logró 'destruir las fuerzas de su hermano,
bien que no abusó de la victoria, sino por el con-
trario, se mostró clemente después de ella, perdo-
nando á todos y dando á Grifón la ciudad de Man
con otros doce condados. El ])ueblo. cada vez más
admirado de las gi-andes cualidades del poderoso
Mayordomo de Neustria y Borgoña. le colmaba de
elogios, y los seilores que le habían seguido en es-
tas expediciones, y los Prelados, cuyo mayor mi-
mero le era deudor de sus dignidades, se mostra-
ban favorables á los deseos, (pie dejaba traslucir,
de ceñirse la corona: unos y otros estaban halaga-
dos por él, y la infiuencia (|ue ya tenían en las de-
liberaciones piiblicas, les liacía no temer los abusos
de la autoridad. Por otra parte, ])oco les impiorta-
ba que Pipino reinase con el título de Mayordomo,
como estaba sucediendo, ó con otro cualquiera;
— xxni —
pero les detenía un escrúpulo de conciencia ^ pues
creían, ([ue sin merecer el casti^'o de Dios, no po-
dían quebrantar el juramento prestado á Childe-
rico. Pipino ñngió aprobar esta escrupulosidad, en
vez de censurarla; mas para que no les detuviera
un obstáculo fácil de vencer, pro])uso enviar una
embajada al Pontífice Zacarías, con el objeto de
consultarle sol)re lo que era lícito en aquella cues-
tión, que interesaba á la conciencia. Encar^'áronse
de la embajada Buchard, Olñspo de Yersbourg, y
Fulrade, quienes en presencia del Pastor Supremo
de la cristiandad, hicieron un elogio, no inmereci-
do, aunque ])onq30so, de las grandes cualidades de
Pipino, y hablaron de muy distinta manera de
Childerico, sombra ó fantasma de Rey, cuya vo-
luntad, ni en bien ni en mal del Estado influía.
Consultáronle, después de esto, si debía ocu])ar el
trono el ([ue, adornado con ol título de Eey, des-
cargaba enteramente sobre otro el peso de los ne-
gocios piíblicos, sin cuidar, poco ni mucho, del
bien de sus subditos : ó el que , por el contrario,
en paz y en guerra ejercía una autoridad de to-
dos respetada; y como la respuesta del Pontífice
fué, aunque no nniy terminante, favorable á los
deseos de Pipino, volvieron á toda ])risa con ella
los embajadores, y se acordó, en consecuencia,
destronar á Childerico y proclamar á aquél Rey
de Francia.
Todo esto fué obra de poco tiempo. Pipino, de-
seando que su dinastía estuviese escudada ])or la
religión, se hizo consagrar en Reims. El fué el líl-
timo Mayordomo de Palacio; en él principió la raza
— XXIV —
do los Reyes que después se Ihiin ii'()n (Jai'lovin^ios,
y 011 Childorico acabó la do los .Meiovin.^ios.
No es absolutamente nuestro cuanto dejamos
dicho en la precedente Información JiistOríca: en-
cuéntrase diseminado en las obras que nos han ser-
vido de í^'uía. ])or()^ue en trabajos de esta índole no
basta imaginar ni escribir con recursos propios; es
indispensable com])robar, recurriendo á las autori-
dades que hayan alcanzado mayor respete.
JVEayordomos de Palacio
en la Corte de España
Ss\f^ AY que recurrir á los grandes modelos para
' salir de las g-randes dificultades.
En el principio .. . así comienza el primer li-
bro de la Biblia.
En los tiempos antiguos... así comenzaremos nosotros
para establecer el g-énesis, no aplicando ahora la pa-
labra á ning-ún sistema cosmog-ónico, sino ala g-ene-
ración, al origen ó principio délas Mayordomías en
el Alcázar de nuestros Reyes.
Para esto, ¿en cuál época, de las en que está divi-
dida la Historia de España, nos fijamos?
¿Cuando los fenicios, griegos y cartagineses inva-
dieron nuestro territorio?
¿Cuando dominaron los romanos?
No hay documento alguno del que, ni aun tortu-
rando la suspicacia, se puedan extraer materiales,
por livianos que sean, para dar respuesta afirmativa,
y, si se diera, parecería un delirio.
Que esto suceda no debe sorprender á nadie, si se
tiene presente que el estruendo de Palas turba el re-
— 2G —
poso (le Minerva, y que cuando ésta, fug-itiva ó asus-
tada, abandona la pluma, se cieg-an todos los cami-
nos, anhelosamente buscados por los estudiosos, en
épocas serenas, para lleg'ar al templo de la Verdad. Y
menos aún debe sorprender, si también se tiene pre-
sente que por entonces no se contaba, como tampoco
se contó muchos sig^los después, con el maravilloso
invento de Gutenberg", factor de suma importancia
para preg"onar, con su elocuente silencio, lo que en
todas partes sucede: y si alg-o ó mucho existió, que
ahora hiciera al caso, en nuestro sentir, fué consumi-
do por las llamas de alg-ún incendio, ó sepultado en-
tre las ruinas de alg-ún edificio, ó inutilizado por ma-
nos torpes, ó por dar con intelig-encias meng'uadas.
A más de esto, ¿qué polvo no levantan los sig*los
alrededor de lo que se busca, obscureciendo la vista
de quien busca?
¿Qué no borra el tiempo?
¿Con qué no acaban las brutalidades de la guerra?
Hasta ahora nuestras investigaciones siempre fue-
ron inútiles, quedando vencidos, no cansados.
Y de aquí el socorrido medio, de lo que puede lla-
marse la tangente en la geometría de la lógica, de lo
indeterminado (y no hay nada á mayor distancia de
nuestro pensamiento que aludir á Moisés, al divino
historiador): nos referimos á lo que sucede en la prác-
tica; á lo que estuvo, está y estará siempre en uso
para desatar dificultades; á la frase que dejamos
apuntada.
En los tiempos antiguos... convertida España en fu-
nesto teatro de calamidades, tal vez existiera algún
cargo, si no con igual definición, con los gérmenes
del que, adelantando el tiempo, acabó por llamarse
Mayordomo; pero no hay nadie que lo haya dicho, ni
siquiera de pasada.
— 27 —
Es necesario volver las hojas del confuso prólogo
(le nuestra Historia, hasta dar con la Historia Real
de España, y sólo asi encontraremos las primeras
huellas de la Dig-nidad que orig-ina este escrito, enla-
zada con los orig-enes de nuestra Monarquía.
Cuando la España Goda, el Mayordomo mayor (no-
menclatura relativamente moderna), se llamaba Con-
de del Real Patrimonio.
Greg'orio López dice: ^<Se intitulaba Comes Sacrarü
largilionü, y por ser dig-nidad notable confirmaba con
los Reyes los Concilios, como consta del toledano de-
cimotercio y decimosexto, que los confirmó Vitvlvs
vir illvstris, Comes patrimonii.»
Después de la pérdida de España (sig'lo vni). tuvo
dos nombres: Mayordomo Real (encarg-ado del cobro
de las rentas y derechos reales de mar y tierra) y
Príncipe Real. En cualquiera de los dos sentidos era
carg-o importantísimo y de autoridad suprema.
En virtud de Ley hecha por D. Alfonso el Sabio (si-
g'lo xm), confirmaba los privileg^ios, donaciones y
mercedes que los Reyes concedían.
Nuestra alborotada Historia principia á encontrar
alg'ún sosieg'o en la feliz unión de los ínclitos Reyes,
que fueron los primeros en llamarse Reyes de España;
que aumentaron coronas á sus respectivas coronas,
y que vieron ondear el lábaro santo sobre las alme-
nas del último baluarte de los ag-arenos en España.
Aquel relativo sosieg*o permitía construir el gúg-an-
tesco edificio del Estado y org-anizar el servicio pecu-
liar á la Casa del Rey.
Demuestran lo primero, las disposiciones leg-alcs
de entonces, autorizadas con dos firmas, la de Isabel
y la de Fernando, no sin que antes se hubiese oído el
maduro parecer de personas doctas, prudentes y
llenas de virtud.
Lo seg"un(lo. que no trascendía fácilmente al pú-
blico, lo evidencia, sin ir más lejos, un grueso ma-
nuscrito que ha pasado por nuestras manos, y que
se custodia en la Biblioteca particular de S. M.
En este manuscrito, de los comienzos del sigilo xvi,
deslindadas resultan las atribuciones de los cargaos
palacianos. Estudiándolo, puede deducirse que había
definitiva org*anización. para que cada cual supiera
á qué atenerse en los oficios que desempeñaba, y
que revestían carácter particular dentro del Regfio
Alcázar. Y que el carg-o de Mayordomo no se había
suprimido, quien lo afirme está en lo firme; porque
una suprema jefatura es rueda indispensable en todo
org-anismo, para que funcione con la debida reg'ula--
ridad, y si no hubiese otras razones, porque alg-unos
reinados más tarde, en el de Felipe IV. clara y ter-
minantemente se habla, no de la reposición de un
cargo, sino de un carg-o que aparecía con las venera-
bles canas de muchos siglos, y con una hoja de ser-
vicios tan importantes, que á ellos debe los honrosos
timbres de su particular blasón.
Hemos llegado á un período en que la duda y la
confusión no embarazan el movimiento de nuestra
pluma.
Reina en España el galanteador Monarca, que en
sus trabajos literarios reemplazaba su augusto nom-
bre con el modestísimo de Un ingenio de la Corte.
Fué tan preeminente la dignidad de Mayordomo
mayor en la Real Casa de España, que comprendía
todo el gobierno de ella, y su autoridad tan grande,
que, por ser como era. al crearse, la desempeñaron
Príncipes y herederos de Castilla.
— 29 —
El Rey D. Alfonso el Sabio confió tan altísimo car-
go al Infante D. Fernando, su primo^-énito, quien
confirmó los privileg-ios rodados de su tiempo en esta
forma: El Infante Don Eernando, fijo mayor del
Rey, y su Mayordomo, confirma.
El Infante D. Pedro, hijo seg*undo del Rey D. San-
cho el Bravo, también fué Mayordomo de su hermano
D. Fernando el cuarto.
Han tenido este carg-o (acerca del cual hizo una
ley el sabio autor de las Partidas y de las Tablas As-
tronómicas), muchos Grandes de Castilla. Durante la
dinastía austríaca mandaba el Mayordomo mayor,
sin diferencia ning-una, lo que convenía al servicio
de su Rey.
Todo pasaba por sus manos y se sometía á su
acuerdo.
A sus órdenes estaban : los Mayordomos, los Gen-
tiles-hombres de la Boca, los Alcaldes de Casa y
Corte, el Aposentador, el Acemilero mayor, el Maes-
tro de la Cámara, el Guardajoyas, los Continos de la
Casa de Castilla, el Contralor, el Grañer, los Acroyes,
los Costilleres, el Veedor de la vianda, el Tapicero
mayor, los Ug-ieres de Cámara y Saleta, los Porteros
de Sala y Capilla y los Oficiales de Boca.
Después de informar el Mayordomo mayor de pa-
labra ó por escrito, el Rey daba las anteriores pla-
zas, así como las de ayudas de Cámara y mozos de
Oficio.
Presidía en la Junta que se llamaba Bureo, donde
se trataba de lo más conveniente para la provisión y
cuentas de la Casa Real. Con él estaban los Mayor-
domos, el Contador y el Grafier.
Tenía llave dorada de la Cámara del Rey, para en-
trar hasta donde era permitido.
En la Capilla Real se sentaba en silla rasa, delante
del banco de los Grandes, aunque él no perteneciera
á tan elevada clase.
Firmaba las libranzas de la Hacienda, y salían des-
pacliadas con su acuerdo y el de la Contaduría
Mayor.
Firmaba primero que el Presidente de Hacienda y
en primer lug-ar.
Tocábale la disposición del aposento de la Corte;
la entrada y i)ucstos en la Capilla Real, cuando en
ella estaba el Rey. En estas últimas funciones podía
reemplazarle, por enfermedad ó ausencia, el Mayor-
domo semanero.
Tenía en su poder los libros de los criados de la
Casa Real de Castilla, y firmaba las nómimas para
que el Contador de la Casa de S. M. les pagase sus
respectivos g'ajes.
Era, en una palabra, el Jac totum en la Casa del
Rey, con jurisdicción propia y deleg-ada en la parte
económica y administrativa, y era el jefe nato en lo
referente á la etiqueta, sin que por la virtualidad de
su carg-o tuviera derecho á intervenir en los asuntos
de Estado. Solía quebrantarse esta ley de la conve-
niencia, dándose ó pidiéndose consejo, con carácter
particular siempre; con carácter oficial nunca, aun-
que era muchas veces uno mismo el efecto.
Funciones propias del Estado, y propias, cerca de
la persona del Rey, no se consideraban compatibles.
Pero sabido es que. en España, casi siempre fueron
las mallas de la ley muy estrechas para el pequeño,
y holg*adísimas para el g-rande.
Había otros Mayordomos, que eran como vicarios
del Mayor. Turnaban en el servicio por semanas:
asistían en la Cámara del Rey y en sus comidas y
cenas, y ejecutaban lo acordado en la Junta del
Bureo.
— 31 —
A los Embajadores que de las cortes extrar^jeras
venían á España, los visitaba, y con él iban, la pri-
mera vez. los Gentiles-hombres de la Casa del Rey,
y para que á éste besaran la mano, los acompañaba
á Palacio y los introducía hasta la cámara designada
al efecto. Después volvía á acompañarlos, hasta que
los dejaba en su residencia.
En los primeros años del reinado de D. Felipe IV
(1G23) el personal de la elevada clase á quien consa-
í^ramos este articulo era el sig'uiente:
En el Cuarto de g. ]Vr. el I^ey.
MAYORDOMO MAYOR
D. Juan Hurtado de Mendoza, Duque del Infan-
tado.
MAYORDOMOS SEMANEROS
El Marqués de A uñón.
El Marqués de las Navas.
El Marqués do Orellana»
El Conde de Gondomar.
El Conde de los Arcos.
El Conde de Castro.
El Conde de la Puebla de Montalván.
I). Diego de Meneses, Conde de Visera.
El Conde de Barajas.
D. Rodrigo Enríquez.
El Conde de Alcaudete ( Ayo del Sermo. Infante
D. Carlos), y Mayordomo jubilado.
— '62 —
En el Cuarto de g. ]V[. la I^eina.
MAYORDOMO MAYOR
El Conde do Beuíivcnte.
MAYORDOMOS SEMANEROS
El Marqués de Viiydes.
El Conde de Castrillo.
1). Manuel Manrique.
1). Antonio de Toledo Bolioyo.
J). Dieg'o Brocliero, Baylio de Alora.
D. Gabriel de Velasco.
En el último año del sig-lo xvii acabó de reinar en
España la dinastía austríaca. Con el primero del si-
g-lo xviir. empezó la borbónica.
Para sumar adhesiones y contrabalancear la in-
fluencia de los que miraban con zozobra la solución
política á que había dado marg*en el fallecimiento de
Carlos II, y porque suele ser g-eneroso el reg'ocijo, y
hubo no poco en el reinado que se inaug*uraba, re-
partiéronse con mano pródig*a las mercedes, siendo
muchos españoles y muchos extranjeros los que en-
tonces titularon.
Que esto contribuyó á la decadencia que, desde
los tiempos de Felipe II, venía experimentando \iC
nobleza nacional, porque hasta el dinero pierde su
valor, cuando anda mu}^ abundante, hay escritores
que lo afirman.
— 33 —
Nosotros creemos, que en la Corte es ornato esen-
cialísimo una servidumbre con títulos que la real-
cen, si con acierto se otorg-au, para que dig-namente
se lleven. No es la cantidad, es la calidad la que au-
menta ó disminuye la importancia de las personas y
de las cosas. Nobleza oblig^a, y en un Palacio no de-
ben encontrar alberg^ue ni la incapacidad, ni la indi-
í"erencia, ni la ingratitud.
No hay que dar al olvido, que Felipe V venia de
una nación que, en aquella época, y señaladamente
en el reinado de Luis XIV, era muy amante de la
aristocracia, y siendo así, ¿qué mucho que al ascen-
der al trono español el joven monarca, atendiese á
la clase con quien había de estar en más directa é in-
mediata comunicación?
Dentro de su Palacio hubo, por necesidad, que
transig'ir al principio, con no poco de la severa eti-
queta de los Felipes; pero, andando el tiempo, lo que
regularizaba en Francia his prácticas cortesanas, fué
reemplazando á lo que venía siendo consuetudina-
rio en España.
Las modifícaciones también afectaban á la deno-
minación de los carg-os.
El de Ácroy, antes citado, que era el del Gentil-
hombre, á semejanza de los de la corte de Borg"Oña.
que acompañaba al Soberano en ciertos actos públi-
cos y le seg'üía á la g'uerra, desapareció.
Igual suerte cupo al de Contralor, desempeñado
entonces por D. Juan de Velasco, oñcio de la Casa
Real, según la etiqueta de Borg-oña, equivalente á lo
que, según la de Castilla, llamaban Veedor [\]. Y no
(1) Intervenía las cuentas, los gastos, las libranzas, los cargos
de alhajas y muebles y ejercía otras funciones importantes.
— 34 —
seguimos en este orden de ideas, para no incurrir en
la nota de prolijos.
Empleos que no desaparecieron y aún subsisten,
son: el de Mayordomo Mayor, que venía siendo el de
Jefe principal de Palacio, bajo cuya inspección es-
taba el cuidado y gobierno de la Casa del Rey, y el
de Mayordomo de Semana (antes Mayordomo Semanero).
que era la persona que en la Casa Real servía la se-
mana que le tocaba, bajo las órdenes del Mayordomo
Mayor, y en su ausencia le suplía.
Uno y otro cargo siguieron con las indicadas atri-
buciones; pero, si no antes, mediado el siglo xvni
(en 1750). se ve á una misma persona, al Marqués
de los Ralbases, desempeñando el empleo de Mayor-
domo Mayor de la Reina, al propio tiempo que el de
Caballerizo Mayor.
La autoridad y la iniciativa en sus respectivos
centros eran las mismas, tratándose del Cuarto de
S. M. el Rey que del Cuarto de S. M. la Reina.
Las funciones de Mayordomo Mayor, por lo que
dejainos dicho, se ampliaban, toda vez que no es lo
mismo ser Jefe virtual ó nominalmente. que serlo
efectivo de una dependencia.
El Mayordomo de Semana seguía siendo cargo
honrosísimo, con representación propia, como clase,
y con carácter puramente auxiliar, en las determi-
nadas circunstancias que hemos señalado. Unas ve-
ces j)or conveniencias del servicio, y otras por re-
compensar méritos contraídos, se modifícaron algu-
nas disposiciones reglamentarias; pero siempre sin
lesionar derechos adquiridos. En esto, modelo.de rec-
titud y seriedad fué constantemente la Real Casa de
Españn.
Si, por circunstancias extrañas, algunas veces
pudo ser letra muerta lo escrito y la tradición des-
MAYORDOMOS DE SEMANA.
fs
Vh.em.'-j'- 1^
EXCMO. Sr. D. jóse MARÍA DE LEZO Y VASCO,
Marqués de Ovieco.
MAYORDOMOS DE SEMANA
ExcMo. Se. conde DE LAS NAYAS
lYlAYORDOlVlOS DE SEMANA
ExcMo. Se. D. ISMAEL PElíEZ VIDAL
MAVORDOIVIOS DE SEMANA
"/^a/^rif.'s
ExcMo. Se. D. ISMAEL PÉREZ VIDAL
MAYORDOMOS DE SEMANA
y^^'/nr^ ,
ExcMo. Sr. conde de LAS NAVAS
MAYORDOMOS DE SEMANA
D. JOSÉ DEL PRADO Y PALACIO
yo
airada, asegúrese que esto se hizo callando al Sobe-
rano lo que debieron decirle: de otra suerte la injus-
ticia no hubiera prevalecido.
Hemos apuntado lo indispensable para que el lec-
tor, si no la tenía, empezara á formarse idea de la im-
portancia del cargo de Mayordomo en la casa de
nuestros íleyes.
Con respecto á sus atribuciones, lo último apro-
bado por el último Soberano de la dinastía austríaca
en España sabsistió vigente, en lo más esencial, du-
rante el siglo xviii. La pluma, no; el tiempo tomó á
su cuidado el borrar algunas prácticas embarazosas
que, al desaparecer, disminuían la pensión, en el sen-
tido figurado de la palabra, siu menoscabar las facul-
tades privativas del empleo.
Por no correr impresas, reducido es el número, in-
cluyendo á los interesados, de los que conocen las
indicadas disjjosiciones. Sin esperanzas de hallarlas,
después de incesante busca, dimos al fin con ellas; y
si hoy se estampan, débese á que el manuscrito en
que están insertas, nos lo ha facilitado con su acos-
tumbrada bizarría, el Sr. D. Antonio Pineda y Ceba-
Uos Escalera, estudioso literato y director dignísimo
de las Peales Caballerizas.
De lo que hace á nuestro propósito, damos co})ia
exacta, respetando la ortografía y la puntuación:
«Don Carlos, por la gracia de Dios, á. — Por quan-
to siendo conveniente proveer el cargo de mi Mayor-
domo mayor, que vaca por fallecimiento del Duque
de Alburquerque, y ponerle en persona en quien con-
curran la satisfacción, partes, y j)rudencia, esplendor,
— 36 —
lastre, j grandeza, que corresponde á la autoridad y
lugar que ha tenido siempre en mi Casa; j confiado
de vos el Condestable de (bastilla, del mi Consejo
de Estado, y de la junta del Gobierno universal de
España; y atendiendo á la gran calidad, j particula-
res méritos, j servicios que concurren en vra. persona,
y á la satisfacción con que los habéis tenido; y en
alg.'' enmienda, y remuneración de todo ello, y mues-
tra de la voluntad, que hay en mí de favoreceros, y ha-
ceros merced: Es mi voluntad, que ahora, y de aquí
adelante seas mi Mayordomo mayor; y como tal po-
dáis regir, ordenar, y mandar en mi Casa real á todos
los oficiales, y personas que hubiere, y se recibieren
en ella, de cualquier calidad y condición que sean;
y proveer, y hacer todas las otras cosas que como mi
Mayordomo mayor deberéis hacer, y viéredes, y os
})areciere que conviene, y usar y exercer este cargo,
vos, ó la persona, ó personas que pusiéredes, y nom-
bráredes en el dho. oficio, en todo lo en él anexo y
concerniente, según y de la misma forma y manera,
que le usó, y exerció el dho. Duque de Alburquerque,
y lo usaron y exercieron, pudieron y debieron usar
los otros mayordomos, que antes y después fueron en
la Casa real de Castilla, y Borgoña, y que hayáis y
gozeis, tengáis y llevéis en cada un año los mismos
mrs. de ración, quitación, y ayuda de costa, y sala-
rios de oficiales, dros. biejos, que llaman doblas, que
tuvieron, llevaron, y gozaron el dho. Duque de Al-
burquerque, y los otros Mayordomos mayores, que
han sido de la dha. mi Casa real; y que así mismo
liayais y gozeis para vos, y vuestro oficiales, todos los
dhos. salarios y emolumentos necesarios acostumbra-
dos, y al dho. oficio anexos y pertenecientes, y que ellos
— 37 —
llevaron j gozaron; y que demás de la persona, ó per-
sonas que ansí pusiéredes j nombráredes en el dho.
oficio, podáis poner y nombrar por vro. teniente de
mayordomo mayor en la mi Contaduria mayor de
Hacienda, la persona que os pareciere, en quien con-
curran las partes y calidades que se requieren, la
({ual haya de firmar y firme en todos los privilegios,
y recudimientos, y otras qualesqnier cartas, despa-
chos y provisiones que se dieren , libraren y despa-
charen, en que debiere firmar mi Mayordomo mayor,
y haber y cobrar y llebar los dros. que pertenecen al
dho. oficio de Mayordomo mayor, de los partidos en-
cabezados y por arrendar del reino , y los demás á él
anexos y pertenecientes, según y de la forma y ma-
nera que lo hicieron y llevaron, y pudieron y de-
bieron hacer y llevar los otros- tenientes de Mayor-
domos mayores, que han sido de la dha. mi Casa
real: Y mando á los oBciales, y personas que hubiere
en ella, y en mi servicio, que hagan, cumplan y exe-
cuten vras. órdenes y mandamientos, en lo que por
vos les fuere dicho, ordenado y mandado en sus ofi-
cios, como si Yo lo mandara; y que os tengan, obe-
dezcan, respeten, acaten y honren como á tal mi Ma-
yordomo mayor, y á los presidente, y del mi Consejo
presidente, y oydores de las mis. Audiencias, Alcal-
des, &.'' S."", que 03 hayan y tengan por mi Mayor-
domo mayor, y os dexen y consientan usar y exercer
el dho. cargo, por vos, ó vro. lugarteniente, en la
manera que dicha es, y que os recudan, y hagan re-
cudir con la dha. vra. quitación y ayuda de costa,
dros. y salarios, y lo demás al dho. oficio anexo y per-
teneciente; y que os guarden y hagan guardar todas
las honras, gracias, merzedes, franquezas, libertades,
— 38 —
exenciones, proeminencias, dignidades, prerrogativa»
é inmunidades, y todas las otras cosas, que por razón
de ser mi Mayordomo mayor deberais liaber v gozar, j
os deben ser guardadas todo bien y cumplidam.*% sin
faltaros cosa alguna: Y ansí mismo mando á los del
mi Consejo y (Jontaduria mayor de Hacienda, y ofi-
ciales y ministros de ella; que al teniente que así
nombráredes para lo tocante al dho. Consejo y Con-
taduría mayor, habiendo hecho en él el juram.*^ y
solemnidad que en tal caso se requiere, le admitan
al uso y exercicio del dho. oficio, y lo usen con él en
todos los casos y cosas, á él anexas y concernientes;
y que le libren y recudan y hagan librar y recudir,
con todos los dros. á él anexos y pertenecientes, guar-
dándole las preminencias, prerrogativas, é inmuni-
dades, que por razón de ser teniente de Mayordoma
mayor debe haber y gozar, y le deben ser guardadas;
y que asienten el traslado de esta mi carta en los
mismos libros que ellos tienen, y sobrescrita os la
devuelvan originalm.*®, para que la tengáis por titula
del dho. oficio; y que no os descuenten el diezmo que
pertenece á la Chancilleria, que yo había de haber de
esta merced, según la ordenanza, ni os pidan ni de-
manden dros. de Contadores mayores, ni otros algunos
á mí pertenecientes, porque también os la hago de
todo lo que en ella se monta: y de ésta ha de tomar la
razón D. Juan Jhezan y Mentaraz, mi secretario del
registro de mercedes dentro de quatro meses primeros
siguientes: Y declaro, que de lo que importan los ga-
ges, dros. y emolumentos de este cargo, y correspon-
den de ellos al dro. de la media-anata, habéis dado
satisfacción. Dada en Madrid á 31 de Agosto de 1676.
r=Yo el Rey.=Yo Fran.^^ Carrillo, secretario del
— 39 —
Rey nuestro Señor, le hice escribir por su mandado.
= Marqués de Montealegre: Conde de Villaumbría.
=:Don Garcia de Medrano.=:Don Lope de los Eios.
=En la Secretaría de mercedes queda executado lo
que S. M. manda: Madrid, 20 de Agosto de 1677;
Con orden, dispensando en el tiempo de haberse
pasado los quatro meses.=Luis Antonio Daza.=
Concuerda con el título real original, que volví al
Excmo. Sr. Condestable de Castilla j León, Mayor-
domo mayor del Eey Xtro. Señor, y así lo certifico
-como Secretario y Grefier de S. M., en Madrid á
25 de Junio de 1678.==Pedro de Roxas.»
«Etiquetas generales que han de observar los Cria-
dos de la Casa de S. M., en uso y exercicio de sus
oñcios.
)>1.° El Mayordomo mayor tiene gages, pensión,
libreas y plato, 2 cuentos 226.325 maravedises al
año, ración de pan, vino, cera y sebo, y otros emolu-
mentos, como parece por menor en los libros del Bu-
reo, casa de aposento. Médico y Botica.
))2.° Sirve en virtud de las mercedes de S. M., ha-
biéndole besado la mano por ello, sin que proceda
otro despacho ni ceremonia, porque no jura, cómelos
demás oficios; y desde aquel di a se le cuentan gages
en la Casa de Borgoña; y para la Casa de Castilla se
le despacha título por el Consejo de Cámara.
)) S."* Nombra un teniente para la Casa de Castilla,
que firma todas las libranzas, sobre-cartas, desembar-
gos, y otros despachos del Consejo de Hacienda, en
mejor lugar que el Presidente, diciendo en la firma
Mayordomo mayor, lo cual ha de observar precisa-
anente como se ha estilado siempre, y S. M. lo ha con-
— 40 —
firmado y decidido expresamente, con ocasión de
haberse intentado y empezado á hacer novedad, ])or
el Presidente y Consejo de Haciend?; en el año pasa ! o
de 647, en que S. M. habia condescendido al princi-
pio por el informe del Consejo; mas después, habiendo
oido al Bureo en consulta de 22 de Marzo del mismo
año, ordenó que se guardase la costumbre antigua,
y lo volvió á mandar repetidamente sobre réplicas del
Consejo,y por que, no obstante, se fué disimulando la
execucion, por nueva consulta del Marqués de Castel-
rrubio de 5 de Diciembre de 649, ordenó al Consejo que
guardase las órdenes, y al sello que no sellase ni dejase
pasar ningún despacho, que no llevase la firma de Ma-
yordomo mayor en la forma antigua, y así se executa.
))4.° Si se ofrece alguna cosa tocante á la provisión
de los ordinarios de la Casa, puede llamar al Presi-
dente de Hacienda para tomar las noticias, ó discu-
rrir sobre este punto lo que fuere necesario.
)) 6.'' En el aposento de S. M. tiene silla rasa de ter-
ciopelo de las antiguas de tijera, que se doblan y
y llaman de Mayordomo mayor, para sentarse siem-
pre que quisiere.
D 6.^ En la Capilla toca al Mayordomo mayor y á
los Mayordomos, la disposición y gobierno de lo tem-
poral; y al Capellán mayor lo del Oficio Divino; tiene
allí silla rasa más adelante del Banco de los Grandes,
inmediata á la Cortina de S. M., y está allí cubierto,
aunque no sea Grande, y detrás de la silleta está un
Ugier de Cámara para tomar las órdenes : esto es lo
regular, y del dia de Santiago, y otras ocasiones par-
ticulares, hay capítulo aparte.
^7.° Tiene quarto en Palacio, en la Corte y fnera
de ella, y oficinas para su servicio.
— 41 —
dS.'' Tiene llave de la Cámara, y la misma entrada
que los Gentileshombres de la Cámara en el aposento
de S. M., y no siendo Gentilhombre de ella, la trae
sin cordón.
yyd."" De las Etiquetas antiguas, consta que quando
hablan de tener Audiencia con S. M. la primera vez
los Cardenales, Potentados, Embajadores y Grandes,
que venian á la Corte, acudían al Mayordomo mayor
para que diese cuenta á S. M. de su
llegada, y les embiara la orden para
la audiencia; disponía el acompaña-
miento y lo demás necesario para
aquel acto; y parece que esto se de-
Juan Sigoney en
la relación que es-
cribió de la Casa
del S.oi- Embaxa-
dor por mandado
del S.or Rey don
Felipe 2."
bia observar; pero hoy solo está en uso el dar la orden
al Semanero, para que prevenga la Casa para el
acompañamiento de los Embajadores que se cubren.
))10. En las audiencias ordinarias está arrimado á
la pared en que está la silla de S. M. el más inme-
diato á ella.
))11. De noche, quando se cierran las puertas de
Palacio, le llevan los guardas las llaves á su aposento;
y en habiendo cerrado, no se puede volver á abrir
para entrar ni salir, sino en caso muy preciso y con su
licencia; y quando no duerme en Palacio, se cuelgan
en el Cuerpo de Guarda, á" vista de las tres Naciones.
))12. Si sucede en Palacio alguna novedad, tienen
obligación los guardas, en primer lugar, de ir á su
aposento á darle cuenta de ello; y si no durmiere en
Palacio, ir por la mañana á su casa, y no habiendo
Mayordomo mayor, á la del Semanero.
))13. Están á su orden los Mayordomos, Capitanes
de las tres Guardas, Gentiles hombres de la Casa, los
Costilleres, que tienen el mismo exercicio, y el Barlet
— 42 —
Serbant, que sirve en las comidas loúblicas (como se
dirá donde se trata de ellas), j también los Miros
de la Cámara, Contador y Grefier, á quien trata de
vos por escrito v de palabra, y el estilo de entrar di^
ciendo: Señor Maestro de la (.-amara, haced esto y
esto; el Guarda-joyas, Azemilero, Mayor-veedor de
vianda, Aposentador de Palacio, Tapicero, Médicos
de familia, (trujanos Sangradores, Aposentadores de
Camino, Ugieres, Porteros y todos los oficios de boca,
y el de Comisario de la C^ompañia de los Archeros de
Corj)s ; y por consnlta suya provee S. M. estas plazas
y las de sus ayudas, que todas son de la Casa de
Borgoña, y él, sin consulta, las de mozos de oficios
y las de oficiales de manos de su jurisdicción, en que
se incluyen Herrador y Sillero de la Compañía de
Arcberos, y á todos estos criados trata de vos, 'poY
escrito y de palabra.
))14. En las comidas públicas de Pasquas, casa-
mientos, y otras grandes y extraordinarias, baja por
la vianda la primera vez con los Mayordomos, el bas-
tón al hombro, y en la cocina un ayuda déla furriera
le tiene silla de Mayordomo mayor para sentarse y
cubrirse mientras se saca la vianda, como se dice en
particular en el capítulo de este servicio.
)>15. En subiendo la vianda, deja el bastón, y entra
á avisar de ello á S. M., y quando se laba las manos,
el Mayordomo Semanero le da la toballa i)ara que la
sirva, i)refiriendo á todos; y quando uo hay Mayor-
domo mayor, la sirve uno de los Grandes que está
presente, el que S. M. señala.
)>1C. Llega la silla á S. M., y en sentándose, toma
lugar sobre la tarima, á la mano derecha, y este lu-
gar lo conserva en las comidas ordinarias.
— 43 —
))17. El remanente de la vianda de S. M., quando
come, en público se lleva al Estado de boca, j allí se
asienta el Mayordomo mayor á la cabezera en la si-
lleta; y en su ausencia el Semanero, en un banco en
la cabezera, si quiere, y si no, toma el primer lugar
en los de los lados.
))18. En acabando de comer S. M., entra el inme-
diato detrás, acompañándole á su aposento.
3)19. Toma la órdenes de S. M., y él las da al Ma-
yordomo semanero, el qual las da á los capitanes de las
Guardas y al Contralor, según la calidad de ellas.
))20. El dia de los Reyes sirve á S. M. los cálices
de la ofrenda; y no hallándose presente, lo hace el
Mayordomo semanero, ó algún Gran
Señor, á quien S. M. nombra para
ello.
))21. Siempre que á S. M. se le
haya de poner almoada para incarse
de rodillas, se la pone y quita el
Telliz con qne está cubierto el sitial en los toros y
fiestas; y en la Capilla é Iglesias, quando faltan los
Eclesiásticos á quienes toca.
))22. Ha de dar orden al Guarda-joyas y al Tapicero
para que ninguna cosa de las de su cargo salga de
estos oficios, sin expresa orden de S. M. ó suya, po-
niendo mucho cuidado en el cumplimiento de ello;
y la misma orden ha de dar á todos los oficiales á
CQyo cargo estuviere la hacienda de S. M.
))23. Tiene entrada en la Cámara de la Reyna Nues-
tra Señora, estando S. M. en ella, á quien entra acom-
pañando desde su quarto, por dentro del de la Reyna
nuestra Señora, en la misma conformidad que su Ma-
yordomo mayor, y á las horas convenientes, y tam-
Esto es conforme
á la relación que
escribió Juan Sigo-
ney de la casa del
S.or Emperador,
por mandado del
liey D.ii Felipe "¿^
— 44 —
bien en la de sus Altezas, no estando en la cama; y
se le ha de tener allí silla como en el quarto del liej.
))24. Ha de tener Bureo lunes y viernes de cada se-
mana, donde S. M. estuviese, si hay materia que tra-
tar en ellos; los lunes para ver todos los libros precisos,
cuentas y gastos de la Casa, (Vimara y Caballeriza;
y los viernes algunas cosas para las materias de
gobierno y justicia, y los demás dias que le pareciere
necesarios.
3)25. El Bureo se hace en su quarto, y en él se
asienta en una silla de brazos á la cabezera de la
mesa; y los Mayordomos en silla de la misma manera;
y los maestros de la Cámara, Contralor y Grefier,
en un banco raso cubierto á los pies de la mesa; y si
se ofrece que algún abogado entre á hablar en algún
pleito en el Bureo, se ha de sentar en el banco donde
lo están los oficiales, que todos le han de preceder; y
si fuere Escribano ha de estar en pie, descubierto, y
sin espada.
))26. Todos los memoriales que dan á S. M. dife-
rentes personas sobre pretensiones y negocios de la
casa, se remiten al Mayordomo mayor, aunque sea
por satisfacción de servicios hechos fuera de ella,
excepto los que tocan al Capitán de los Archeros,
como se dirá en su lugar.
))27. Consulta sólo á S. M. todas las cosas de Gracia.
))28. Ordena el Grefier los memoriales qne se han
de ver en Bureo, y propone los demás negocios de que
se ofrecen en él; y las consultas que allí se resuelven,
se escriben y señalan, y cerradas las entrega el Grefier
al Mayordomo mayor, para que las remita á S. M., y
en su ausencia al más antiguo.
- )>29. Todos los decretos de S. M. y consultas res-
-— 45 —
pondidas, se sobre-escriben para el Mayordomo ma-
yor, el qual las abre y lleva al Bureo las que se han
de ver en él , y las entrega al Grefier, para que haga
relación de ellas y las guarde.
3)30. Han de jurar en sus manos el Caballero (sic)
mayor de S. M. y el Sumiller de Corps, ó habiendo
Camarero mayor, y los jefes de la casa del Padre.
))31. También ha de jurar en Bureo á los Mayor-
domos, Capitanes de las Guardas y á los criados que
son de jurisdicción suya , estando el Mayordomo ma-
yor, mayordomos y oficiales sentados y cubiertos, y
quien hace el juramento, descubierto y en pie; pero
no habiendo de tomar juramento más que á una per-
sona, lo puede hacer solo en su casa en presencia del
Grefier; y la forma del juramento es la siguiente:
»32. Juráis de servir bien y fielmente al Rey nues-
tro Señor en el oficio de N.en que S. M. os ha he-
cho merced, procurando en todo lo que fuere su ser-
vicio y provecho, y apartando su daño; y que si
viniere á vuestra noticia alguna cosa que sea contra
el servicio de S. M. ó en daño suyo, daréis aviso de
ello á mí ó á la persona que lo pueda remediar, ¿así
lo juráis? Responde: Así lo juro, — Si así lo hicieres.
Dios os ayude, y haciendo lo contrario, os lo demande.
Responde: Amén.
))33. En el Bureo se puede conocer de todas las di-
ferencias, pleitos, excesos y delitos que así entre los
criados de S. M. dependientes de sus oficios ó come-
tidos dentro de Palacio, por juicio sumario, y remi-
tirlo á Asesor, y todos los criados, de qualquier gre-
mio que sean, pueden apelar al Bureo en la sentencia
de sus Jefes; y de las sentencias dadas por el Bureo,
no hay apelación.
— 46 —
))34. Qnando determinare que dentro ó fuera de
Palacio se prenda á alguna persona, criado de S. M.
ó que no lo sea, pueda llamar al Alcalde que qui-
siere para darle la orden á los alguaciles, que todos
los dias han de estar de Guarda en Palacio: estos al-
guaciles los llevarán á la cárcel que se les ordenare,
y en ella quedarán asentados en los libros que lo es-
tán por orden del Mayordomo mayor: si fuere hora
que no liubiere alguaciles, los soldados los tendrán
en el cuerj)o de Guardia, hasta entregarlos á la Jus-
ticia que se les ordenare; y esta entrega se ha de ha-
cer fuera de las puertas de Palacio ; y cuando la per-
sona sea de calidad, que parezca conveniente el
hacerle prender y llevar por soldados de la Guardia
y no por los alguaciles y justicia ordinaria, lo podrá
disponer así; siendo ésta cosa, irregular que no se pue-
de prevenir sino en el caso, y también cuando son
sobre cosas leves, se suelen hacer estas prisiones i^or
mano del ügier de viandas.
)>35. El Mayordomo puede hacer lo mismo á falta
de Mayordomo mayor, con distinción que el que
este mandare prender, lo puede soltar sin dar cuenta
al Bureo.
))36. Conocen en primera instancia los capitanes de
las causas criminales de los solda-
dos de la guarda de Archeros, espa-
ñoles y alemanes, pero con subor-
dinación al Mayordomo mayor y
Bureo, á donde vienen las apela-
ciones de qualquier determinación
suya, la de sus Asesores, así deñni-
tiva como interlocutoria, con fuerza
de tal ó gravamen reparable : y este
Este y los capítu-
los siguientes son
de las instruccio-
nes que S. M. remi-
tió al Duque del In-
fantado, Mayordo-
mo mayor, para
que las entregase á
los capitanes'de las
guardas. Su fecha
28 de Julio de 162i
reírendada de Pe-
dro de Contreras
su secretario.
— 4:7 —
recurso se entiende para qualquier cosa que prove-
yeren ú ordenaren los Capitanes; y luego que se les
haga notorio el mandato del Bureo, le han de obede-
cer, y en su cumplimiento ha de venir el Escribano
ú oficial á hacer relación ó entregar los autos con-
forme se le ordenare, sin poner excusa ni dilación,
ni acudir á S. M. sobre ello.
))37. El Bureo, vistos los autos, ó con el conoci-
miento de causa que hubiere en el caso ocurrente,
puede determinar con comunicación de su Asesor en
la forma que se acostumbra; revocando ó confirmando
lo que los Capitanes hubiesen provehído, ó mandado
de nuevo, lo que pareciere; y de esta determinación
no hay recurso á otra parte, sino que se ha de execr.-
tar sin que haya apelación ni suplicación.
))38. El Mayordomo mayor y Bureo tienen y les
toca la Superioridad en todo, como está dicho; y así
se tendrá entendido que si en algún caso, por las par-
ticulares circunstancias que en él concurrieren, ó por
otras consideraciones, quisiere advocar así la causa en
primera instancia, habiendo los Capitanes comenzado
ó no á conocer de ella, lo puede hacer, y retenerla en
qualquier estado que tuviere, y mandar que se trai-
gan los autos, y que el Escribano venga á hacer re-
lación, ó que los entregue, y determinarla, y pro-
veer en ella lo que le pareciere; y los Capitanes y
demás oficiales han de obedecer las órdenes que el
Mayordomo mayor y el Bureo enviaren, y con la de-
terminación del Bureo se ha de acabar la causa, aun-
que sea aquélla la primera sentencia, sin que pueda
haber apelación, súplica ni otro recurso.
)>39. Si el delito que cometiere el soldado fuere
dentro de Palacio, ó fuera de él, en parte donde S. M.
— 48 —
estuviere, porque aquello se reputa Casa real, han
de dar cuenta luego los Capitanes al Mayordomo ma-
yor y Bureo de lo sucedido ; pero con atención á que,
no por divertirse á esto particularmente, si no estu-
viere á la mano ó no se hallare, se pierda la disposi-
ción de la causa como seria infragauti, porqiie en-
tonces podrían los Capitanes tratar de la prisión y
averiguación; y en dando ella lugar, dar cuenta de
todo; y no estando allí los Capitanes, el Mayordomo
Semanero comenzará á proceder, prendiendo y ave-
riguando y remitiendo á los Capitanes las causas, si
al Bureo no le pareciere retenerlas, y comenzada una
vez la causa j^or el Mayordomo, no pueden tratar ni
entretenerse en ella los Capitanes, sino es por remi-
sión, como queda dicho.
))40. Ha de tener mucho cuidado de ordenar al
Contralor y al Grefier hagan cargo al Guarda-joyas
de todo lo que se le entregase, y procurar se ponga
cobro en lo que se presentase á S. M. que finiere de
fuera; y que el libro de cargo esté en la custodia ne-
cesaria en arca que hay en el Guarda-joyas, de que
tiene una llave el Contralor y otra el Grefier.
))41. Ha de ordenar al Contralor y Grefier ha-
gan cargo en libros duplicados al Aposentador de
Palacio y al Tapicero y demás oficios de la Casa
de la Hacienda que tienen en su poder para el ser-
vicio de S. M.
))42. Ha de poner particular cuidado en dar orden
para que se observen las que están dadas sobre las
entradas de la sala, saleta, antecámara y antecama-
rilla, conforme van señaladas en las etiquetas de los
Ugieres y porteros.
))43. Puede dar dos meses de licencia con causa ra-
— 49 —
Konable á qualquier criado para ausentarse de la Cor-
te; y siendo en mayor tiempo, lo ha de consultar
con S. M., y en su resolución embiar orden al Grefier
para que lo note en los libros.
))44. Entra en la Junta de obras y bosques con el
título de Mayordomo mayor, sin or-
den nueva de S. M., y tiene lugar
después del Presidente del Consejo
de Castilla.
Orden de S. M. de
24 de Mayo de 161U.
5)45. Siempre que S. M. anda por su aposento ó
sale á funciones públicas en que no concurran detrás
de su persona Rey na, Infantes, Cardenales ó Emba-
jadores, lleva el lugar inmediato á S. M., si ya por
falta de Grandes, siendo él Mayordomo mayor, no
le mandare S. M. pasar delante, y quando va detrás,
precede á qualquier otro Jefe mayor que concurre,
como son: Camarero mayor, Caballerizo mayor (sien-
do á pie) y Sumiller de Corps; y quando el Mayor-
domo mayor no es Grande, es su lugar siempre de-
trás de S. M.; por un lado, si van personas Eeales ó
eminentes, y si no, inmediato á S. M., y siguen
detrás los Consejos de Estado y Gentiles-hombres de
la Cámara.
j)46. En el coche de S. M. tiene lugar después del
Caballerizo mayor, á quien toca el ¡jrimero, siempre
que S. M. va en coche ó caballo y en apeándose del
coche; toma el mejor lugar el Mayordomo mayor,
entrando en cualquier iglesia, convento ó casa.
))47. En el coche de la Cámara tiene mejor lugar
que el Sumiller de Corps.
► ))48. En los acompañamientos y demás ocasiones
públicas tiene siempre el primer lugar, aunque no
3ea Grande; si no es quando S. M. va á caballo ó en
ÜO —
coche, que, como está dicho, si concurre Caballerizo
mayor, prefiere, por ir exerciendo, pero no otro alguno.
))4Ü. Quando se halla en los entierros de los Reyes
y personas Reales, va detrás, inmediato al cuerpo, en
el mejor lugar, y á su lado izquierdo el Prelado, y lo
siguen detrás los Gentiles-hombres de la (Jamara, y
este mismo lugar tiene (quando no hay Mayordomo
mayor) el Mayordomo mayor que nombra para esta
función.
))50. Los días de toros y fiestas públicas en que Su
Majestad se halla, le toca el repartimiento de las
ventanas de la plaza; y hecho, lo manda executar al
Alcalde mas antiguo.
j>51. Ha de ver las consultas que hace la Junta de
Aposento á S. M. de casas ó dinero
que conforme á su naturaleza se de-
ben consultar, las quales le ha de
mostrar la Junta, y con su acuerdo
cerrarlas y embiarlas, para que Su
Majestad las resuelva; y siempre
que se quiere informar ó le pare-
ciere que hay alguna desorden ó
queja de los criados de las casas
de SS. MM. sobre el aposento, po-
drá embiar á llamar la Junta, la
qual tiene obligación de ir á su casa
á satisfacer é informarle; y lo mis-
mo se entiende para cualquiera otra
cosa que se ofrezca del servicio
de S. M., para que ordene lo que
convenga, y en su ausencia el Bu-
reo.
Esto es conforme
á algunas copias de
órdenes y papeles
del tiempo del se-
ñor rey D. Felipe II
y del Rey nuestro
señor D. Felipe IIF,
que estén en gloria,
que el Sr, Marqués
de Castelrrodrigo,
Mayordomo mayor
de S. M., sacó de los
papeles que quedó
del Sr. L)uque del
Infaut a d o . H a s e
suplicado á S. M. se
observe y execute
adelante ; y liasta
ahora no se ha ser-
vido de tomar re-
solución en ello.
. Así se executaba
en ocasiones de do-
nativos, y en utili-
dad, quando se mu-
dó la Corte, que se
hizo la Junta para
el aposento en el
del Marqués de Ve-
lada, Mayordomo.
»52. También están á su orden los Alcaldes de la
ce
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Q.
O
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:Z2
— 51 —
Casa y Corte, en las cosas tocantes á la Casa j nece-
sarias al gobierno de ella, como lo declaró S. M. en
consulta de 15 de Junio de 1649, sobre la disposición
de las procesiones, j los puede llamar de Vos, con-
forme la costumbre antigua, y como S. M. lo declaró
últimamente sobre tres consultas; la una, del Con-
sejo Real de 10 de Enero del dicho año, y otra del
Marqués de Castelrrodrigo en 1.*" del dicho, con oca-
sión de haberlo practicado el Marqués con uno de
ellos; y otra antes de estas de la Junta de Etiquetas
de 8 de Julio de 1647.
))53. El Teniente de Mayordomo mayor de la Casa
de Castilla, los Concinos, Médicos, Aposentadores de
Caminos, Alguaciles de Corte, Cirujanos y Oficiales
de manos de aquella Casa, que á todos llama de
Vos.
))54. El Veedor y Contador de la despensa y racio-
nes, título que se dio al Teniente de Contador mayor
el año de 541, quando se consumió este oficio, que
estaba en la casa de D." Gonzalo Chacón; y habién-
dose querido introducir á Contador mayor D." Fer-
nando de Soto con nuevo título, S. M., informado de
que no le tocaba, y que sólo habia quedado el año
de 541 el Teniente con el Veedor y Contador, y pre-
eminencias de Teniente, en Consulta del Consejo de
Cámara de 6 de Junio de 648, mandó: Que no pa-
sase adelante y que se borrase de los libros, ])orquc
su voluntad era, que no usase de otro título en los
despachos, que el que hasta entonces se le había
dado.
— 52
MAYORDOMOS
d55. Tienen de gages 48 placas al dia, y de libreas,
de íruta y leña G4.410 mrs., que todo monta 239.610
maravedís al año, ración de pan, vino, cera, sebo, y
otros emolumentos, como parece por menor de en los
libros del Bureo, casa de aposento, médico, y Bo-
tica.
))5G. Los Mayordomos se juntan á Bureo con el
Mayordomo mayor en su quarto dos dias cada sema-
na; los lunes, para ver los libros, precios, cuentas y
gastos de la Casa, Cámara y Caballeriza, y los vier-
nes, para las materias de Gobierno y Justicia, y los
demás dias extraordinarios que avisa el Mayordomo
mayor, y en él se asientan el Mayordomo mayor en
silla; y el maestro de la Cámara, Contralor, y Gre-
fier en un banco de raso cubierto; y quando no hay
mayordomo mayor, se hace el Bureo en Palacio en la
Pieza que está señalada para ello, y los mayordomos
se sientan en bancos de respaldo por antigüedad,
por los dos lados, sin que haya cabezera, y el maestre
de la Cámara, Contralor, y Grefier en el banco raso,
como está dicho.
)>57. Han de acompañar á S. M. todos los Mayor-
domos quando sale á la Capilla, y en las demás oca-
siones publicas, y en la Iglesia, ó en la Capilla,
mientras durasen los Oñcios Divinos, han de estar
en pie con sus bastones (que han de llevar á los pe-
chos, y ser de grueso conveniente) enfrente de la cor-
tina, más adelante del banco de los Embaxadores.
— 53 —
))58. No hallándose el Patriarca en la Capilla, ó el
Sumiller de Oratorio, el Mayordomo semanero la
corre, j faltando el Capellán mayor, á quien toca
quitar el telliz del sitial, y el sumiller de Oratorio,
que en su ausencia le substituye, lo hace el Mayor-
domo mayor, y no estando presente el semanero.
))59. Han de servir por semanas á S. M., y el se-
manero toma las ordenanzas (no estando allí el Ma-
yordomo mayor) y las destruye, y executa.
))60. El semanero ha de dar orden, para que avisen
á los Embajadores, grandes, y mayordomos para la
Capilla, y demás ocasiones, en que suelen acompañar
á S. M.
)>01. El semanero ha de visitar la capilla antes que
S. M. salga á Misa, y ordenar que la Cortina, y asien-
tos de prelados, grandes, y embajadores estén preve-
nidos, y la Capilla despejada; los lugares que cada
uno ha de tener, van en la planta de esta función; y
si algún mayordomo, ó mayordomos llegasen después
de estar S. M. en la Cortina, han de entrar por
donde S. M., que es la puerta principal; y la que
está frente á la Cortina, sólo es para el servicio de la
capilla.
)>62. El semanero ha de tener cuidado de reconocer
si las guardas y lo demás necesario está á punto.
))63. El semanero ha de ir cada mañana á Palacio
y visitar los oficios de voca, y por lo menos la coci-
na, é informarse de la vianda que se ha de servir á
S. M. aquel dia, cuya disposición toca al C^ontralor;
y en su ausencia al veedor de vianda.
2)64. Cuando S. M. va á comer fuera de Palacio,
hace jornada, ó hay otra novedad en su servicio, el
mayordomo semanero da la orden al Contralor, para
— 51 —
que la executen, y haga que los oficios j demás ne-
cesario esté á punto.
))65. Quanclo se presentan algunas cosas de comer
á S. M., los oficiales de boca que las reciben, han de
dar cuenta al mayordomo semanero, y éste al ma-
yordomo mayor si le hay, para q.^ lo diga á S. M. y
sepa si se servirán ó no, porque de otra manera no
se puede servir á S. M. ninguna cosa presentada,
y desde el año de 640 mandó S. M. que en los pla-
tos que no llegan á la Cocina donde el gentil-hom-
bre de la Cámara dé la Salva, la haga el semanero en
el cubierto.
))66. Los MayordomxOS no han de faltar en las au-
diencias y actos públicos, y han de guardar su anti-
güedad, excepto en las comidas donde el semanero
está cerca de la mesa, y en todas las funciones en
que S. M. está sentado en ventana, ó tablados, está
á falta de mayordomo mayor detrás de su silla, para
tomar las órdenes que S. M. le diere; y habiendo Ma-
yordomo mayor junto á él, para recibir las órdenes, y
volverle las respuestas; y en las Audiencias se ponen
enfrente de S. M. por sus antigüedades, como está
dicho, sin quedar nadie entre ellos y los Grandes.
))67. Suelen acudir los mayordomos á las comidas
y cenas, y el semanero debe asistir pi-eci sámente: y
habiendo audiencia pública por la tarde, es obligación
de todos los mayordomos hallarse en ella.
))68. El mayordomo que viene sirviendo á S. M.
quando vuelve de alguna jornada, ó bosque, continúa
la semana que ha empezado hasta el sávado que se
acaba, aunque haya hecho otras semanas fuera de
Madrid, como sea del miércoles en adelante, que si es
antes, la toma el que le toca.
- 55 —
2>G9. Si el mayordomo semanero cae malo, y por
esto, ú otro accidente se escusa de continuar la sema-
na, ha de avisar al mayordomo inmediato, el qual, si
es antes del miércoles, cumple con acabarla hasta el
sábado; pero si es del juebes en adelante, ha de servir
aquella y la siguiente que le tocaba.
))70. Q liando hay estado de voca, donde comen los
mayordomos. Gentiles-hombres de la Cámara, y de
la Voca, Caballerizos, y pages, gobierna el semane-
ro, y se asienta en el banco de la cabezera de la mesa
á un lado, tomando el mejor lagar, aunque concurra
con el más antiguo; y faltando mayordomo, gobierna
el Gentil-hombre de la Voca desde su lugar; y á falta
del Gentil-hombre de la Voca , el page más antiguo
de los que allí se hallan.
))71. Cada semana ha de rubricar, con el mayordo-
mo mayor, el gasto semanero y gas-
tos estraordinarios que se hubieren
hecho en ella, dándole tiempo en la
siguiente para verla, sin que por
Nueve Junta=;. y
orden de S. M. de
16 de Junio de 626.
ningún accidente se deje de hacer, ni se pasen en
cuenta de otra manera á los oficios.
))72. En ausencia ó falta de mayordomo mayor, el
más antiguo ha de presidir en el Bureo, tañer la
campanilla, y ordenar al Grefier lo q.® ha de hacer,
y los memoriales que se han de leer primero, y pro-
poner los negocios que se ofreciesen en él.
)>73. Los pliegos que fueren para el Bureo, manda
S. M. que se sobre-escriban al Mayordomo más anti-
guo en Bureo; y los (jue son de esta manera, los ha de
llevar al Bureo cerrados, y ordenar allí al Grefier
que lea; y las consultas que se hicieren, se han de ce-
rrar en el Bureo, habiéndolas señalado losmayordo-
— 50 —
mos que se hallasen presentes, y el Grefier las ha de
entregar al más antiguo para que las lleve, ó embíe
desde allí donde S. M. estuviere, y el sello ha de ser
del Bureo; y quando los pliegos no tienen sobre-
escrito con la nota referida, los puede abrir él solo,
sin que sea en Bureo; y si lo que S. M. ordenase, pide
que se trate en Bureo, puede llamar á Bureo extra-
ordinario, y el mayordomo semanero si S. M. se lo
ordena, puede juntar el Bureo.
))74. Las mercedes que S. M. hace, las ha de publi-
car y decir á las partes el Mayordomo más antiguo,
después de vistas en Bureo.
))75. En el Bureo se lian de recibir los juram.**^^ de
los criados de S. M. que son de esta jurisdicion, y
han de estar los mayordomos y oficiales sentados, y
cubiertos, y la persona que hace el j uramento descu-
bierta y en pie, aunque sea gran señor.
))76. El gobierno de la casa, no habiendo mayor-
domo mayor, toca al Bureo, y al mayordomo sema-
nero, las funciones personales que se han de exerci-
tar por uno solo, y proveer en las cosas repentinas
que no dan lugar á comunicación, y aquellas ordi-
narias y necesarias al servicio.
))77. Quando se ordena algunas cédulas de des-
cargo de la Guarda-joyas, para firmar de S. 31., y no
hubiere mayordomo mayor, las señala el Bureo, ó el
mayordomo á quien S. M. las hubiere encargado , y
él las embia á firmar de S. M. con sola su rúbrica , y
esto mismo se hace:
3)78. En ausencias, enfermedad, ó justo impedim.**^
del mayordomo mayor.
))79. Ha de dar orden muy apretada al guarda-
joyas y al tapizero, para que ninguna cosa de la&
— 57 —
de su cargo salga de estos oficios sin expresa orden
de S. M. , poniendo mucho cnidado
en el cumplimiento de ello; y la
misma orden ha de dar á todos los
oficios, á cuyo cargo estuviere ha-
Orden de S. M. de
10 de Diciembre de
628.
cienda de S. M.
))80. El Bureo puede dar dos meses de licencia con
causa razonable á qualq.^ criado para ausentarse de
la Corte ; y en siendo de más tiempo lo ha de con-
sultar á S. M. y de su resolución dar orden al Gre-
fier, para que lo note en los libros.
))81. Quando S. M. hace alg.^ jornada, nombra el
Bureo los criados que le han de ir sirviendo, y se debe
tener atención á lo que juzgare el semanero q.^ ha
de ir en la jornada, el qual lo continuará, si la jor-
nada no es larga, hasta la vuelta de S. M., y llegando
después del miércoles acabará la semana, quando no
la toma el mayordomo siguiente.
))82. El repartimiento de las ventanas para los to-
ros, y otras fiestas públicas, le hace el mayordomo
mayor, y por falta, ú ausencia suya, se hace en una
Junta que se forma en casa del Presidente de Casti-
lla, en que concurren con el mayordomo más anti-
guo, el Alcalde de la Casa y Corte más antiguo, y el
trazador mayor, y firman las plantas el Presid.*^ y
mayordomo que asiste á la Junta.
))83. Suelen tener los mayordomos tres modos de
comisiones, la prim.^^ dada habiendo mayordomo
may.^ ó por decreto y orden de S. M. para que nom-
bre mayordomo; ó nombrándole él, todas las noticias
que hubiere de dar de lo que obrare, han de ser al
mayordomo mayor, no habiendo mayordomo mayor,
las comisiones que hubiere de exercer qualquier ma-
— 58 —
yordomo por decreto de S. M. ó llesolucion de con-
sulta de Bureo, el mismo mayordomo independien-
tem.*^ ha de dar cuenta, y consultar á S. M. sobre ello ;
otras comisiones se dan en el Bureo, como son de pre-
cisos asientos, ú otros accidentes que se ofrecen, en que
lia de obrar el mayordomo con el Contralor, ó Gre-
üer, y de estos han de dar cuenta en el Bureo, donde
pareciendo que conviene, se consulta á S. M. con in-
tervención del mayordomo que lo tiene á su cargo.
)>84. A los Gefes, Ayudas, y mozos de los oficios,
pueden llamar de vos; pero de forma que ellos no se
ofendan; y particularmente se deben abstener de este
término con los Gefes, no siendo delante de S. M.»
Los minuciosos pormenores del articulado, cuya
copia damos íntegra, evidencian la atención que
siempre se puso para establecer el orden en todos los
actos de la etiqueta palaciana, y para que nadie des-
conociera sus respectivas obligaciones.
Si en todas partes la confusión y las irregulari-
dades merecen censura, mucho más la merecen allí
donde la guardia del respeto y la seriedad debe ser
permanente.
*
Llegamos al siglo xix.
Ocupa el trono de España el rey D. Fernando VII.
Celebrado, en Febrero de 1816, su segundo enlace
con la infanta T>.^ María Isabel de Braganza, en el
régimen y gobierno interior del Real palacio se intro-
dujeron reformas esenciales; para apreciarlas, véa-
se la Ordenanza del 8 de Marzo de 1817.
Pocos años después, y dentro del período de la que
— 59 —
puede llamarse segunda época constitucional de Es-
paña, la mudanza del sistema político en el go-
bierno del Estado hizo necesaria la variación de
algunos artículos del Reglamento de la Real Casa,
así como adicionar ó reformar otros, para el más
conforme proceder en todos los actos que requiriesen
la asistencia oficial, y de aquí el Reglamento que
lleva la fecha del 15 de Noviembre de 1822, cuya
copia, sacada del original, autorizó con su firma
el Marqués de Santa Cruz.
Lo que de dicho Reglamento nos interesa, es lo
siguiente:
«Atribuciones del Mayordomo Mayor.
))Artículo l.'^ El Mayordomo Mayor es el adminis-
trador de las asignaciones señaladas para la dota-
ción de mi Real Casa y Familia, y con él se enten-
derán las acciones activas y pasivas que, por razón
de interés, puedan promoverse.
)>Art. 2.^ Es el primer Jefe nato de mi Real Casa
y Patrimonio, con facultad de disponer cuanto per-
tenezca y pueda convenir á mi Real servidumbre en
el gobierno y dirección de ella.
)) Art. 3."^ Ejercerá todas las funciones que se citan
en la etiqueta actual de Palacio ó en la que se arre-
gle en lo sucesivo, y cuantas le corresponden por los
decretos expedidos hasta ahora ó que en adelante se
expidieren.
))Art. 4."^ Despachará con mi Real persona todos
los negocios de mi Real Casa, Capilla, Cámara , Ca-
ballerizas y Patrimonio, y comunicará mis resolucio-
nes á todos los Jefes principales de Palacio y demás
subalternos de las oficinas de Contaduría, Tesorería,
— 60 —
Veeduría, Archivo y ratrimonio Real. En sus au-
sencias y enfermedades se encargará del despacho el
Secretario de la Mayordomía Mayor.
3)Art. 5.^ Ningún otro Jefe de Palacio podrá librar
por sí cantidad alguna contra la Tesorería. En caso
necesario, y para los efectos de su respectiva atribu-
ción, lo harán presente á su Mayordomo Mayor.
)>Art. 6." Estarán á sus órdenes todos los criados é
individuos de mi Real Casa comprendidos en este
lleglamento, sin excepción de persona ni clase. Lo
estarán también los supernumerarios y cesantes, á
quienes podrá mandar servir, cuando lo juzgue con-
veniente, y obedecerán cuanto les prevenga relativo
al servicio.
))Art. 7." Lo estará igualmente el Consultor ge-
neral de mi Real Casa y Patrimonio para oir su
dictamen en los negocios contenciosos, y en los que
por contener medidas generales ó por razón de su
naturaleza y gravedad lo exijan , no debiendo omi-
tirse su informe cuando se trate de gravar los fondos
de la Tesorería ó de introducir alguna reforma en
los ramos de mi Real Casa, Capilla, Cámara, Caba-
llerizas ó Patrimonio.
3)Art. SS Presidirá las Juntas gubernativas de mi
Real Casa y Patrimonio, que es mi voluntad se ce-
lebren con arreglo al capítulo 3.° de la Ordenanza
de 8 de Marzo de 1817, asistiendo como individuo
el referido Consultor en calidad de Asesor y Fiscal,
por haberse suprimido sus destinos á virtud del nue-
vo sistema.»
Tres circunstancias esenciales se destacan, en primer
término, del cuadro en que están comprendidas las
precedentes disposiciones:
— 61 —
1.* Que fueron confirmadas en esta moderna época
las omnímodas facultades del Mayordomo Mayor,yác-
totum^ único Jefe Superior de la Real Gasa, de acuerdo
con lo que desde un principio consintieron todos los
reyes de España.
2.^ QuCj sin restricciones embarazosas ni distingos
controvertibles, el Secretario de la Mayordomía Ma-
yor es el llamado á reemplazar á su Jefe en ausencias
y enfermedades; disposición acordada, con la que se
reintegró en su cargo oficial á quien se lo venían usur-
pando ingerencias más ó menos capaces, sin otra ra-
zón que la jerarquía.
Y 3.^ Que en este Reglamento no se menciona á
la distinguida clase ,de Mayordomos de Semana.
Omisión involuntaria seguramente, pero que no, i30r
involuntaria, deja de ser omisión, alterando la ley de
la conveniencia.
El 29 de Septiembre de 1833 murió el Rey que
había autorizado los disposiciones transcritas refe-
rentes al Mayordomo Mayor.
Entonces, como es sabido, quedó entablado el
sangriento proceso de la guerra civil, en que el In-
fante D. Carlos disputó el trono á su sobrina la
Reina legítima D.^ Isabel II. Mientras el plomo y el
acero servían de alegatos, promulgóse, reformada, la
Constitución del año 12, pasando, por la feclia de la
reforma, á ser conocida en la historia de España con
el nombre de la Constitución del 1837.
Ya lo hemos indicado. La etiqueta de la Real
Casa tenía por precisión que seguir el movimiento
de la corriente poh'tica. Anulado el antiguo régimen,
— 02 —
fué preciso que con el moderno se compadeciese el
formulario cortesano, y para ello, con práctico sen-
tido, D. Luis Piernas (primer Intendente general del
Palacio de nuestros Reyes) desembarazó las funcio-
nes de los altos dignatarios de lo que se relacionaba
con la parte administrativa; y como era de todo punto
imprescindible establecer reglas para que cada cual
supiera a qué atenerse, sometió al acuerdo de li en-
tonces Regente de España I ) " María Cristina, y fue-
ron aprobadas, las Ordenanzas que llevan la fecha
del 29 de Mayo de 1840. ])e ellas copiamos lo que
aquí conviene:
«Art. 1.^ El servicio de la Real Persona, Casa y
Patrimonio se divide en funciones de etiqueta y de
gobierno y de administración, conforme á lo estable-
cido en mi Real decreto de 10 de Junio de 1838.
))Art. 2.^ Ejercen en Palacio funciones de eti-
queta, bajo la dependencia de mi Mayordomo Ma-
yor^ los Mayordomos de Semana, los Gentiles-hom-
bres de casa y boca, los Monteros de Cámara y los
Ujieres.
))Art. 3.° En la Real Cámara, y bajo la depen-
dencia del Sumiller de Corp3, desempeñan funciones
de igual clase los Gentiles-hombres de Cámara con
ejercicio y con entrada, los Ayudas de Cámara del
Rey (cuando los haya), mi Secretario de Cámara y
Estampilla, con sus subalternos, los Médicos, los
Cirujanos de Cámara, los Boticarios de Cámara y
los Sangradores de Cámara.
))Art. 5.^ Corresponden asimismo al servicio de
etiqueta, bajo la dependencia de mi Caballerizo,
Ballestero y Montero mayor, los Caballerizos de
— 63 —
Campo, los Ballesteros (si los hubiere), los Reyes de
armas, los Picadores, los Correos, los Tronquistas y
Delanteros de Persona, los Tronquistas y Delanteros
de la Cámara , los Lacayos, los Postillones , los Pa-
lafreneros , los Sobrestantes de coches y los Clari-
neros.
5)Art. 6.^ Los empleados de la Secretaría de Eti-
queta corresponden á ésta, bajo la dependencia del
Mayordomo Mayor, del Sumiller de Corps y del Ca-
ballerizo Mayor.»
El razonable acuerdo del nuevo Jefe superior ad-
ministrativo de la Real Casa se tuvo (¿por qué
no decirlo francamente?), se tuvo por atentatorio á la
preponderancia que, dentro del regio Alcázar, tenía
la nobleza, y la obra del Sr. D. Luis Piernas fué
elogiada y criticada, que atan inexorable ley está
subordinado todo lo humano, y hubo su período de
eficacia y también el de relativa ineficacia, porque
la una y la otra la da ó la quita el criterio más ó
menos recto y desapasionado de la persona que, con
autoridad propia, interjoreta lo estatuido. Al pasar
por diferentes juicios, fué una especie de tela de
Penélope. En el tejer y destejer influían los aconte-
cimientos políticos. Las corrientes liberales chocaban
contra las petrificadas ideas de los que no querían
advertir que el medio ambiente en que entonces res •
piraba la Corte legítima, por altas razones de Esta-
do, debía contener los nuevos gérmenes con que
pocos anos después se estableció el orden, consoli-
dando lo que tenía de su parte el derecho, la razón,
las simpatías y el cariño de todos los españoles sen-
satos.
— 04 —
No faltó quien j comprendiendo que el separar los
asuntos referentes ú la etiqueta de. los económicos
facilitaba á todos los «Jefes superiores de Palacio los
procedimientos en sus respectivas funciones, vigo-
rizó la obra del primer Intendente de la lieal Casa.
De no menos conveniencia que lo dicho fué el con-
siderar que un centro autonómico, exclusivamente
consagrado á la parte administrativa, podría contri-
buir, con provechosas facilidades, al desarrollo, pros-
peridad y acrecentamiento de los intereses del Patri-
monio de la Corona. Pero el árbol que sazonados
frutos empezó á dar, tuvo su otoño, y de sus densas
ramas las hojas se fueron desprendiendo. Las Orde-
nanzas del 1840 dejaron de tener virtualidad. ¿Por
otras nuevas? No. Por supresiones y modificaciones.
Las primeras alcanzaron á las dependencias tenidas
por inútiles y costosas; las segundas, por los regla-
mentos parciales de las que aún subsisten.
Esto último aconteció cuando dejó de ser Inten-
dente de la Real Casa (lo fué en dos ocasiones) el se-
ñor D. Agustín de Armendáriz, Marqués de Armen-
dárlz, que es á quien hemos aludido al i)rincipio del
párrafo que antecede. En su tiempo se creó el cargo
de Jefe superior de Palacio, recayendo el nombra-
miento en favor del Conde de Pinohermoso.
¿Quedó por esto anulada la importancia del Ma-
yordomo Mayor? Siguió y sigue siendo la misma de
siempre.
El Jefe superior de Palacio, que al mismo tiempo
es Caballerizo Mayor de S. M., tiene hoy á su cargo
el despacho de todo lo referente á la Cámara; es decir:
de todo lo que antes dependía del Sumiller de Corps.
El Mayordomo Mayor tiene á su cargo el despacho
- G5 —
de todo lo referente á la Casa; es decir: lo que siempre
tuvo. Su intervención directa y exclusiva en los asun-
tos administrativos cesó desde el año de 1840.
Cuando la Corte sale de la Casa Real, el Jefe nato
de la comitiva es el Caballerizo Mayor, título y
cargo que, como dejamos dicho, va unido ahora al de
Jefe superior de Palacio. En la actualidad lo desem-
peña el Excmo. Sr. Duque de Medina Sidonia.
Dentro de la casa, y en cuanto á ella concierne, no
hay más jefe superior que el Mayordomo Mayor.
Título y cargo que en la actualidad lleva y desem-
peña el Excmo. Sr. Duque de Sotomayor.
En uno y otro cargo, ^;á qué se atienen? Ante
todo á lo tradicional, salvando las dificultades si
algunas salen al paso, en el ejercicio de sus delica-
das funciones, con los precedentes establecidos.
Legislar en materia tan delicada es escabroso, lo
reconocemos ; pero no imposible. Si de lo tradicional
aquí no damos copia, es porque, teniendo por base
lo escrito en diferentes épocas, multitud de concau-
sas han hecho litigiosa la genuina expresión de los
textos, y si algunos substancialmente se respetan, al
pie de la letra no se siguen, y, para esto, la razón in-
vocada es razón positiva: las instituciones y cuanto
con ellas se relacionan, no son las mismas que las de
la época en que aquéllos se dictaron.
* *
Vamos á terminar advirtiendo que, por ser tan ne-
cesaria la clase de los Mayordomos de Semana, no
es bien que sólo conserve el recuerdo de lo que fué,
no siendo, en muchos puntos, lo que ha sido. Es
— OG —
decir: que como sus individuos nanea fueron, nunca
lleguen á ser ceros á la izquierda, sino á la derecha de
la importantísima y respetable unidad de jefe del Es-
tado. Que, tejida con los prestigios de la institución
monárquica, sea útil; porque como figura decorativa,
si resultara, es inútil. Y para que la indicada clase
recobre toda su importancia, y porque á ella perte-
nece, quien traza estas líneas, en unión de sus dig-
nísimos compañeros los Sres. Marqués de Valmar,
Conde de Mathián y Marqués de Montalvo, todos de
rica y noble inteligencia, aceptó la honrosa tarea de
auxiliar con sus modestas luces, la redacción del Re-
glamento á que deben atenerse los Mayordomos de
Semana.
Los nombres de los que lo son en la actualidad,
figuran en la siguiente
Lista de los Señores Mayordomos de Semana de S. M.,
existentes en I." de Septiembre de 1898.
* Excmo. Sr. D. Leopoldo Augusto de Cueto, Marqués de
Valmar, Decano de la Clase.
* Excmo. Sr. D. Antonio Remón Zarco del Valle.
^ Excmo, Sr. D. José María de Lezo y Vasco, Marqués de
Ovieco.
* Excmo. Sr. D. Luis Casani y Cron, Conde de Mathián.
* Sr. D. Pedro Pérez de Castro.
■•••' Excmo. Sr. D. Manuel de Aranda y Mesía.
(-■'•) Estos seis Mayordomos, por razón de su antigüedad y de
los servicios prestados, cobran cada uno de ellos la gratificación
de 7.600 pesetas anuales, compatible con los sueldes y emolu-
mentos de la Real Casa.
Cuando ocurre una defunción, los Mayordomos qie tienen nú-
meros iaferiores al del fallecido, pasan á ocupar en la escala el
inmediato superior.
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02
— (;7 —
Excmo. Sr. D. Alonso Coello y Contreras.
Excmo. Sr. D. Mariano Remón Zarco del Valle, Marqués d&
Zarco.
Sr. D. Pascual de Liñán y Fernández.
Sr. D. Carlos Mesía de la Cerda, Marqués de los Ojíjares.
Sr. D. José Arizcun y Flores.
Excmo. Sr. D. Manuel de la Pezuela.
Excmo. Sr. D. Antonio Cabanilles y Federici.
Sr. D. Nicolás Fernández de Córdoba, Marqués de Montalvo.
Sr. D. Carlos Romrée y Paulín, Conde de Komrée.
Sr. D. Rafael Arias de Saavedra, Conde de Gomara.
Excmo. Sr. D. Manuel Remón Zarco del Valle.
Sr. D. Alejandro de Castro y Somera.
Excmo. Sr. D. José Alvarez de Sotomayor y Doménech.
Sr. D. Fernando Rodríguez de la Encina y Balparda, Barón
de Benimuslem.
Excmo. Sr. D. Manuel Flores Calderón.
Sr. D. Marcelo de Corral y Usera.
Sr. D. Manuel Gil Delgado y Pineda, Conde de Berberana.
Sr. D. Juan López Valdemoro de Quesada y Bizarro, Conde
de las Navas.
Excmo. Sr. D. Emilio López de Berges y Merino, Marqués
de Berges.
Sr. D. José de Baeza y Astrandi.
Sr. D. Manuel Abella y Fuertes.
Sr. D. Julio Cañaveral y Piédrola, Conde de Benalúa.
Sr. D. Joaquín Ibáñez Cuevas y Monserrat.
Sr. D. Joaquín Azcona y Meneos.
Sr. D. José Luis de Aguilera y Moreno.
Sr. D. Francisco Rodríguez del Rey.
Sr. D. José María Ortega y Morejón.
Sr. D. Manuel Soler y Alarcón.
Sr. D. Francisco Monleón y Torres.
Sr. D. Francisco Ayguavives y León.
Sr. D. Francisco María de Lezcano y Larreta.
Excmo. Sr. D. Pascual María Massa y Martínez.
Sr. D. Luis Soria y Vilar.
Sr. D. Federico Cobo de Guzmán.
Sr. D. Pedro G. Careaga de la Quintana.
Sr. D. Ricardo Abella y Fuertes.
* * * * *
— es —
Sr. T). Luis de Figuerola y Ferretti.
Sr. I). Alberto Alvarez de Sotomayor y Bassecourt.
Sr. D. Carlos Vela Verdugo é Hidalgo, Conde de Alba Ileaí
de Tajo.
Sr. I). Isidoro ivuata y Sicbar.
Sr. D. Mariano de Cuadra.
Sr. D. Antonio Morenos y García Alesón.
Exorno. Sr. D. Francisco Uhagón y Guardamino.
Sr. D. Julián María de Mendieta y Solís.
Sr. D. José del Palacio y Palacio.
Sr. D. J^amón de Dalmau y Olivart, Marqués de Olivart.
Sr. D. Manuel del Pino y Soler.
Sr. 1). Federico Trénor y Palavicino.
Sr. D. Carlos Costi y ürtasum.
Sr. i). Fernando líamirez de Haro, Conde de Villariezo.
Sr. D. Alvaro Caro de Szechenyi, Marques de Villainayor.
Sr. D. Manuel de Chaves y Beramendi, Conde de Caudilla.
Sr. P. Ismael Pérez Vidal.
Sr. D. Ramón Noguera y Aquavera.
Sr. D. Pamón Valdés y Armada.
Sr. D. Manuel Alvarez de Toledo, Marqués de San Felices de
Aragón.
Sr. D. Fernando Coello y Pérez del Pulgar.
Sr. D. Podrigo de Ugueroa y Torres, Marqués de Tovar.
Sr. D. Francisco de Cubas y Erice.
Sr. IX Alfonso Pérez de Guzmán el Bueno y Gordón, Conde
de Torre- Arias.
Sr. D. Manuel Carvajal y Hurtado de Mendoza.
Sr. D. Francisco Marín y Bertrán de Lis.
Sr. Conde del Moral de Calatrava.
Excmo. Sr. D. Juan Miguel Herrera y Orue.
Sr. IX Antonio \'argas Machuca y Van-IIalen.
Sr. I). Manuel Manglano y Falencia, Barón de Vallvert.
Con reglas ajustadas á las atribuciones de los Ma-
yordomos de (Semana en todos los actos del servicio,
desaparecerá lo indeterminado, lo que se presta á la
duda, y sin confusiones ni enojos, cada cual /estará
— 69 —
en su verdadero puesto, dando la debida brillantez
al solemne conjunto de la etiqueta palaciana.
Un deber, no de cortesía, de justicia. Damos las
más expresivas gracias al Sr. D. Ramón M."^ Bremón,
inteligente y experimentado Secretario de la Mayor-
domía Mayor de Palacio, porque con su sólita bondad
nos ha facilitado las noticias comprendidas en el pe-
riodo coetáneo á que se hace referencia en la presente
monografía. Tan valiosas han sido, como útiles y
atinadas las observaciones que debemos al Sr. don
José M.'^ Nogués, uno de los más ilustrados y labo-
riosos funcionarios que prestan sus servicios en la
Real Casa.
&í ©ÍCataué^ 9e Ovieco.
ürü.
i%>i^
j
PROLOGO DE D. ANTONIO F. GRILO
DESCRIPCIÓN DEL Excmo. Sr. D. ANDRÉS MELLADO
DIBUJOS DE D. MANUEL JORRETO MADRONA
Fotografías de D. Pascual Medina.
MADRID
IMPRENTA Di: LOS HIJOS DE ISl. G. HERNÁNDEZ
Libertad, i6 duplicado, bajo.
1897
arta
61^ r
ro
l^craa.
Ajerido Manuel Jorreto,
compañero de mi infancia
y de fatigas y glorias
consecuente camarada:
t Pagúete Dios el envío
de la primorosa carta
en que mi opinión consultas
y mi consejo demandas
para la elegante Guía
y las pintorescas páginas
que de Los Sitios Reales
pronto darás á la estampa.
No hallé intento más hermoso,
ni labor más delicada,
ni dibujos más completos,
ni libro que haga más falta.
¡Salud á la noble Reina,
á la gentil Soberana,
á la piadosa Cristina,
madre del niño Monarca,
que, sin respiro en la brega
de las luchas de la patria,
lo carcomido embellece,
y lo ruinoso levanta,
y lo olvidado despierta,
y lo caduco restaura!
¡Ayer el Campo del Moro
era un foco de hojas pálidas,
y de estufas macilentas,
y decrepitas estatuas!
¡Hoy, á la voz de Cristina,
como al conjuro de un hada,
el mármol hace prodigios,
juegos y curvas el agua,
canastillas las camelias,
finas alfombras la grama,
tapices hiedras y rosas,
y dosel las enramadas!
¡El moro de ¿a leyenda
absorto y mudo se para,
y su espíritu contempla
de la gran Reina cristiana
el jardín que ocupa el sitio
do se alz-aron las murallas
defendidas al empuje
de su ballesta y su lanza,
cuando era linde la villa
de la fronteriza Marca!
Si aquí lo antiguo embellece
y lo historie ) realza,
junto al Cantábrico eleva
su favorita morada.
¡Allí, en el alejamiento
de la mujer de su casa,
ya no es Reina, es una madre
que á sus hijos se consagra!
¡Desde Miramar al templo,
y desde el templo á la playa,
son sus vasallos los pobres
y las olas sus esclavas!
¡Las violetas son sus joyas,
y de percal y de lana
hace sus trajes de corte,
luce sus mejores galas;
y más que al eco solemne
de las retumbantes salvas
y al rumor de las lisonjas
y de las augustas marchas,
vibra al grito jubiloso
del Rey niño en una barca,
vestido de marinero,
hundiendo el remo en el agua!
Y entre bóvedas de hoftensias
y de amarillas manzanas,
al rayo del sol poniente,
desde un balcón de su estancia
prefiere en las frescas tardes
de la noble tierra vasca,
al desfile pintoresco
de soberbia í^ran parada,
ver á los Príncipes niños,
pedazos de sus entrañas,
jugando por los jardines
como mariposas blancas.
El Alcázar de Sevilla,
los árboles de la Granja,
están de sus ojos lejos...
pero cerca de su alma.
¡Del Pardo, en la alfombra agreste
y en las encinas ancianas,
aún del regio moribundo,
la soml^ra para ella vaga!
Del Escorial á las bóvedas
su pensamiento traslada,
y al Colegio Alfo7tso XH
la Universidad enlaza.
Con su mismo nombre ilustra
el templo de la enseñanza,
y á los Padres Agustinos
encomienda lo que ampara.
¡Ay! También les encomienda
sus recónditas plegarias;
¡que allí duerme el sueño eterno
su esposo, el muerto Monarca,
del pudridero sombrío
en la cripta subterránea!
¡Tal vez los cirios se apaguen
y enmudezcan las campanas.
y las llores se marchiten,
y hasta se agoten las lágrimas;
pero el alma de la Reina,
ante aquella tumba helada,
íiota y brilla eternamente
como la luz de iñía klmpara!
Por eso, Manuel querido,
bendigo las nobles páginas
que de Los Sitios Reales
revelan las filigranas.
Ya, con tu libro en la mano,
irá el viajero á sus anchas,
■ admirando los prodigios
de la Corona de España.
Aranjuez con sus jardines
y con su Tajo de plata
y con el'manto de púrpura
de sus fresas encarnadas;
el Alcázar de Sevilla
con sus históricas palmas,
la blancura de sus nardos
y el oro de sus naranjas;
la Casa de Campo, alegre,
que el Manzanares retrata,
con su coto y con su lago
y con la verde guirnalda
que de los frescos pinares
el nuevo plantel levanta,
convierte en auras de vida
las polvaredas insanas,
y da oxígeno al ambiente
y salud á la comarca,
dentro de tu hermoso libro,
como en urna conservadas,
revelarán el impulso
de la noble augusta dama.
Y verán que no está sola;
porque dentro de su casa,
tiene intérprete admirable
para todo cuanto abarca^
No es solo nuestro Luis
el Intendente que guarda
los tesoros confiados
á su inteligencia honrada:
es el arte, que no duerme,
el celo, que no descana;
que trueca el proyecto en obra
y en realidad la esperanza.
Con que, adiós, Manuel; recibe
plácemes por tu constancia,
y honor á los monumentos
y... ¡viva la Soberana!
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EL CAMPO DEL MORO
NA cuestión profunda y tras-
cendental, de las más graves
que h^n agitado la conciencia
ana y lian cubierto cien
mM^cesáQ sangre los campos
^^ wüpe. batalla, nos hizo
^M^M cótrocer á varios estu-
diantes que cursába-
'mos la facultad de Derecho
en la Universidad Central,
lá por los años de mil ocho
j|os seserfta y..., el paseo y la hondo-
lorida que se extiende por la parte
tiente, desde el Palacio Real hasta
del Puerto, y que de tiempo
mmeíft^iartiene por nombre el Campo
Moro:
ios había tbcado'lsiJs suerte una pléyade
Ce profesores sa})ientísimos, honra de las
nencias españolas. Pero ofrecían la parti-
|cularidad de que uno de ellos era krau-
iista, otro hegeliano, otro católico libe-
;.fral, y el cuarto ultramontano furibundo,
que tenía como dogma primordial de todo
lo CQgnoscible el Syllabus recientemente promul-
gado por la Santidad de Pío IX. Y para colmo de
'^^confusiones de nuestros cerebros vírgenes y már-
la cátedra de Metafísica se había dividido
én dos tandas, por ser muy numerosos los alum-
nos: á la primera mitad daba lección Orti Lara y á la
fsegunda D. Nicolás Salmerón. Ocioso es decir que
10 —
toda aquella juventud, ávida de saber, se hallaba honda-
mente dividida, y las polémicas sobre la fe de nuestros
mayores y la libertad del pensamiento mantenían per-
petua discordia en el mundo escolar, discordia que á ve-
ces revestía el aparato de encarnizada guerra civil, donde
á cachetes y puñetazo limpio zanjaban sus diferencias
doctrinales aquellos ñlósofos embrionarios y literatos in-
cipientes, animados de temperamentos más belicosos de
los que requieren ciencias de tan serenas y plácidas ense-
ñanzas como la literatura y la filosofía.
Cierta mañana, cuando estaban más encendidos los
ánimos respecto á las preferencias de los respectivos
apóstoles y doctrinas, no sé quién tuvo la feliz idea de
proponer una suspensión de hostilidades y un armisticio
filosófico, cuyo primer artículo consistía en no asistir á la
cátedra del neocatólico ni á la del pontífice de la escue-
la germanófila, é irnos en amor y buena compaña á di-
^rimir nuestras dudas á algún sitio ameno de los alrede-
dores de Madrid, no muy distante de nuestro po-
pular barrio latino de la calle de San Bernardo,
por aquello que dice Cervantes: «El sosiego, el
lug^ir apacible, la amenidad de los campos, la se-
renidad de los cielos, el murmurar de las
fuentes y la quietud del espíritu son gran-
.^ie parte para que las musas más estériles
3 ^*^' se muestren fecundas>, tras de
>#'" r.n . cuya fecundidad Íbamos en bus-
.^'^--■¡^jt^. Y ningún lugar nos pareció
C más á propósito que el histó-
,<^l \"f) rico Campo del Moro.
^ ',.-»< ~*
Por lo que pueda interesar
á la posteridad, bueno es que conste que
no luimos descubridores de aquel sitio, tan
^' pobre y descuidado entonces y hoy tan es-
pléndido y floreciente.
Muchas generaciones de estudiantes lo habían ya
convertido en centro de sus novilladas y hMeXgdiS^
en palenque para dirimir cuerpo á cuerpo sus
personales agravios, en estadio del más barato
de los deportes juveniles, vulgarmente llama-
do el marro y de todas las travesuras pro-
pias de la edad juvenil, que distan mucho en
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— II —
Jardines y paseos de merecer aplauso de la
Sociedad Protectora de Plantas y Animales.
Nuestra clase, de la que formaban parte
muchos que son hoy ó han sido go*
bernadores , subsecretarios , magistr
dos, catedráticos eminentes y otros
más que han pasado á mejor vida, de-.^
jando dramas, poesías y libros muy
celebrados , propendía á entreteni-
mientos más serios y reflexivos que
los juegos atléticos, por más que estos
tuvieran en su favor las tradiciones de
Olimpia, de Nemea y de Corinto.
Y como se tomó afición á aquel lugar
y continuaban nuestras dudas y contien-
das sobre lo tradicional y lo innovador,
vinimos á establecer una especie de Aca-
de miaal aire libre, recuberas sub tegmine fagi, ala sombra
de los pinares que aún se conservan, valiéndonos para
disculpar nuestra ausencia de las aulas la memoria de
Aristóteles y de sus discípulos peripatéticos ó paseantes.
Pobre golpe de vista, sin embargo, ofrecía entonces el
antiguo Parque de Palacio; la arboleda era escasa, raquí-
ticos los castillos de flores, descompuestas las rampas.
Valla no había ninguna. Por cualquier parte entraba el
que quería, y por unos desmontes, casi despeñaderos,
solían arrojarse los muchachos de la calle haciendo ejer-
cicios de pintorescos volatines.
La concurrencia era abigarrada y muy varia, según las
horas; allí tenían establecido su campamento fijo multitud
de rapazuelos y mozalbetes que entonces se llamaban ca-
pitalistas y hoy se ilustran con los calificativos de golfos y
RATAS. Además de estos abonados perpetuos, la mañana
servía para los raboneros de la Universidad, la tarde para
meriendas y comilonas, y desde el oscurecer... ¡oh! desde
el oscurecer sólo los guardas saben las cacerías á que te-
nían que entregarse de continuo contra Rinconetes y Re-
polidas. Hubo épocas de rigor en que se tomaba precau-
ciones y sólo se entraba por papeletas; pero luego toda
disciplina se fué relajando, y cuando vino la Revolución
de Septiembre, ya quedó abierto aquel sitio para toda
clase de licencias y aun escándalos, capaces de indignar
al propio inoro que da nombre al campo.
— 12 —
Y sobre este moro^ que debió ser famoso en la histo-
ria, versó una de las deliberaciones más estupendas,
sutiles, inútiles y peliagudas que sostuvo nuestro círculo
estudiantil en el vagar, que era muy frecuente, de la me-
tafísica bifronte y archicontradictoria, respecto á la cual
procurábamos con perseverancia divertida emanciparnos.
Y parodiando el célebre folletín de Jerónimo Paturot,
nos preguntamos un día: <:quién era ese fnoro} ;Por qué
era suyo este campo? ^Cuándo vivió el tal ?Horo y qué
hizo para que se perpetuara entre cristianos su nombre
pagano anejo á este lugar por tantos siglos?
Hé aquí cómo se entabló la polémica y surgió á costa
de la erudición ajena el contraste de opiniones y de cri-
terios.
Se ampararon unos en la autoridad de Fernández de
los Ríos, que en su Giíía de Madrid dice que «en 1109
Tejufin, rey de los almorávides, destruyó los muros de
Majeritum, se hizo dueño de la villa, excepto del Alcá-
zar, y se retiró».
Invocaron otros la opinión de Mesonero Romanos, que
en su Antiguo Madrid habla de la venida de Tejufin á
España en 1109, y de que «los habitantes de la villa, en-
cerrados en el Alcázar, rechazaron el ejército marroquí,
que había llegado á sentar sus reales en el
sitio que aún se llamaba Campo del Moro> ^
Y no faltó quien, alardeando de arabista, tra-
jera á colación el testimonio del cronista Rudh
Alcartás, el cual dice textualmente:
«En 503 (i 109 de nuestra Era), el Emir
Alí Ben Jusuf pasó á España para hacer la gue-
rra santa; se embarcó en Ceuta el
jueves 15 del mes de Muharran,
llevando consigo más de 100.000
caballeros; se encaminó directa-
mente á Córdoba, donde permaneció
un mes antes de entrar en campaña;
comenzó por apoderarse de Talave-
>at,^^^^ ra (?) y hasta 27 plazas fuertes de
la jurisdicción de Toledo; con
^ -quistó igualmente Madrid y Guadalajara,
y.habiendo llegado á Toledo, la sitió y
arrasó sus campos. Después regresó á
Córdoba. V
Resultó, pues, para nosotros probado
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13
de una manera indubitable é inconcusa que el moro de
marras fué el Emir Alí Ben Yusuf (ó Yusefj fBen-Yuxufin
ó Tejufin), ó como decíamos familiarmente, Tachufin.
Más tarde la tradición perpetuó el recuerdo de este intré-
pido conquistador musulmán, dando el nombre de Cam-
po del Moro a\ terreno donde acomparon sus huestes,
debeladoras de Majerit.
Quedamos, pues, los imberbes académicos del celebé-
rrimo campo muy satisfechos y orondos con el resulta-
do de nuestras pesquisas históricas, y picados de la cu-
riosidad, no menos que solicitados del encanto que pro-
duce siempre el conocimiento de los sitios de algún
modo enlazados con nuestros recuerdos y nuestra VKja,
dímonos á buscar y leer cuanto se refería
á nuestro paseo predilecto. Con lo cual,
luego de pasar algunas noches de claro en
claro y algunos días de turbio en turbio, "
allegamos un respetable caudal de " ^~~
datos, no sin tener antes que revolver sin
número de libros y papeles en aquella
sala de la Biblioteca vieja, de feliz memo-
ria. Y de aquellas lecturas de antaño, tal
como las conserva la memoria a tr^véf:>
del tiempo pasado (que no es poco),
sírvome ahora con singular del
ya que la fortuna me depa-
ra ocasión, para mí inespe-
rada, de narrar las vicisitu-
des del histórico campo.
Sepan cuantos esto leye-
ren, y sépanlo merced á
una erudición que no es
mía, pues la encomiendo á
*la buena fe de los muchos^^
que sobre ello S^^^^
han escrito, que " ^
hasta el siglo
XIV Madrid estuvo ro-
deado de espesos bos-
ques y fragosos jarales
por donde discurrían
toda clase de alimañas,
hostigadas de continuo por los
monteros reales. De aquella ve-
— 14 —
getación enmarañada, encomiada grande-
'l mente por los cronistas de la época, no que-
"■•i^Mñsin ni rastros. Calvas llanuras han sustituí-
í'í?;^ do á los antiguos matorrales, y
éstos desaparecieron para siempre
como si sobre ellos hubiera pasado
galopando el caballo de Atila.
Por entonces, y en el sitio com-
prendido entre la Cuesta de la Ve-
ga y el Campo del Moro, se cele-
brarían acaso las justas en que
tanto sobresalían los caballeros
de Castilla, alguna de las cuales tu-
vo un resultado que pudo ser fu-
íiesto para el entonces mancebo
D. Alvaro de Luna, después Con-
destable y valido del Rey D.Juan II.
l*s El antiguo palenque madrileño
ha conservado hasta nuestros días
el nombre de 7a T^la^ y quizá formara parte del Campo
del Moro, pues en la extensión de terreno que hoy lleva
este nombre no esfácil que pudiera acampar el numero-
so ejército de Ali Ben Jusuf.
Carlos V, á quien Madrid debe la corona imperial que
ostenta en su escudo, hizo reedificar el antiguo Alcázar,
arrancado al poder de los sarracenos por Alfonso el
Bravo, á fines del siglo X.
Felipe II continuó el ensanche y mejora del edificio.
Con el fin de embellecer sus cercanías compró (1556)
algunas casas y tierras en término de la Sagra, y des-
de la puerta de Albega (hoy Cuesta de la Vega) has-
ta el puente de Segovia, incorporando además al vínculo
ó mayorazgo de la Corona la Casa de Campo, comprada
á los herederos de D. Fadrique de Vargas (en 1558),
y el Campo del Moro.
Quintana, en su libro Grandezas de Madrid^ y refirién-
dose al Palacio Real en ios tiempos de que hablamos,
dice:
«Encierra dentro de sí la Huerta de la Priora, de fru-
tales y hierbas olorosas, y el bosque^ en el cual para el
ejercicio de la caza hay multitud de venados, conejos y
liebres, de suerte que dentro de sí tiene (sin salir fuera)
todo género de gusto y recreación.»
Todos los escritores de aquella época llaman Parque
02
de Palacio al Campo del Moro. Así le desig-
nan también los poetas del tiempo de los
Felipes III y IV, lo mismo en composicio-
nes de ocasión, como las reunidas por don
José Pellicer de Tovar en su libro Anfitea-
iro de Felipe el Grande^ que en comedias
como la titulada por Calderón Mañanas de
Abril y Mayo.
Las fiestas del Parque hubieron de pade-
cer algún eclipse con motivo de las que se
celebraron en el Buen Retiro, lugar que
debió su prepo nderancia
á la iniciativa poderosa
del Conde Duque de Oli-
vares; pero en el reinado
de Carlos II la Reina doña
María Ana de Austria
diestra cazadora, con-
virtió de nuevo el es-
pacio «entre el Palacio
y el río> en soto abun- ^- . '''''/' \
dantísimo de caza me-
nor «para su solaz y el de
las damas de la corte». Así consta en
las cartas escotasen i666y i667porMuret,quevino agre-
gado á la Embajada francesa del Arzobispo de Embrun.
El Alcázar fué devorado por las llamas en la noche
del 24 de Diciembre de 1734. Felipe V, terminada la
guerra de Sucesión, pudo acometer la empresa de edifi-
car sobre las ruinas del Alcázar la actual morada de
nuestros Reyes. El edificio estuvo habitable en el reinado
de Carlos III (1764); pero los jardines que formaban par-
te del proyecto de Jubera y de las obras encomendadas
á Sachetti no llegaron á realizarse.
Desde 1839 se arrendaron algunas fanegas del Campo
del Moro para sembrar en ellas árboles y verduras.
En 1859 á 60, con objeto de nivelar lo quebrado de
aquel terreno, se permitió que éste fuera convertido en
vertedero público, y allí están enterrados los escombros
de las casas derribadas para ensanchar la Puerta del Sol.
Por disposición del Rey D. Francisco de Asís fueron
plantados en el Campo del Moro robles, moreras, álamos
negros, acacias blancas, pinos y otros árboles que aún
existen; se colocó frente á la gran estufa la elegante
- i6 -
«fuente de los Tritonos>, labrada en mármol blanco, con
esculturas del estilo de Berruguete y mandada construir
por Felipe IV ])ara los jardines de Áranjuez.
También fué emplazada la «fuente de las Conchas»,
hecha según traza de D. Ventura Rodríguez, ejecutada
en mármol por D. Francisco Gutiérrez y D. Manuel Al-
varez, destinada primero al Palacio de Bobadilla, rega-
lada por sus dueños á Fernando VII y dada por éste á
D.^ María Cristina de Borbón para sus jardines de «Vis-
ta Alegre».
De la decadencia á que había llegado el Campo del
Moro por los años de la Revolución ya tienen idea mis
lectores, y ciertamente que no sin pena veíamos los esco-
lares de entonces tamaño abandono y desidia. Un senti-
miento intuitivo de amor á la naturaleza nos hacía
lamentar aquella ruina.
— ¡Qué jardín má^ hermoso podía hacerse en este
sitio! — recuerdo haber oído exclamar á uno de mis com-
pañeros de entonces, poeta ins|)iradísimo después y en
hora infausta arrebatado á la gloria del arte y al cariño
de los suyos.
Al cabo de los años, lo que fué ensueño momentáneo
de aquella fantasía exuberante, es hoy realidad hermo-
sísima.
El jardín ha surgido de aquellos derrumbaderos como
obedeciendo aun conjuro
mágico.
S. M. la Reina Regente
D.® María Cristina, que
con tan inteligente celo
^^ vigila, cuida y fomenta el
real patrimonio que la Pro-
videncia ha puesto en sus
manos, decidió convertir en
(Verdadero Parque de Palacio
el lugar donde toda inmun-
dicia había puesto su asien-
to. Y el Intendente de la Real
Casa, D. Luis Moreno, supo
llevar á breve y cumplido
j término obra tan importan-
i^tísima de embellecimiento y
de higiene, conforme á los
— 17
deseos de nuestra augusta
Soberana.
Y ya que hemos hablado
tanto del pasado, digamos
algo del presente.
El mortal venturoso que, llevan-
do en la memoria el recuerdo de
aquel antiguo Campo del Moro,
agreste y descompuesto, embarran-
cado é inculto, refugio selvático de
toda el hampa andariega de la cortep^^
el mortal venturoso, digo, que con es-
tos recuerdos en la mente visite ahora t
el novísimo Parque de Palacio, queda-
rá maravillado de la metamorfosis que
han experimentado aquellos lugares.
El arte y la naturaleza diríase que
han competido allí para embellecer- ^.
los. Y como dice el Tasso de los jardi-
nes de Armida pudiéramos repetir:
Di natura arte par y che per diletto
L'imitatrice sua scherzando imiti.
/
~'^V^-»a^^g'
7
Apenas si quedan rastros de la antigua topografía; tal
ó cual grupo de gallardos pinos, la mole gentilísima de
alguna fuente monumental, el declive y figura de alguna
senda son los únicos vestigios del pasado que perduran
entre las reformas y mejoras de lo presente.
Todo lo demás ha desaparecido: vegetación pujante y
nueva arraiga y vive en el yermo de ayer; el césped y
las flores tapizan las pendientes erizadas antes con los
escombros acarreados de los derribos; surgen los rosa-
les y las magnolias, los jazmines y las madreselvas, don-
de antes sólo producía la empobrecida y abandonada
tierra cardos, ortigas, jaramagos y heléchos; cubre la
sombra de los árboles que amorosamente enlazan sus
más altas ramas el espacio donde antes sentaba sus rea-
les tropa viciosa y maleante, ó dirimía á pedrada lim-
pia sus disputas la belicosa granujería del Manzana-
res; se ha terraplenado aquella sima de dos bocas por
donde pasaba con trajín y estrépito de terremoto el
— i8 —
tren de circunvalación, y en donde más de un desven-
turado puso fin á sus días despeñándose; no existen
aquellas espesuras de antaño, donde rimó sus églogas el
amor de estudiantinos emprendedores y modistuelas
frágiles; no turba los ecos de las nuevas enramadas el
griterío alborozado de las meriendas domingueras... Lo
que había de feo, desordenado y grosero ha desapareci-
do como arrancado de cuajo. La tierra fué roturada,
movida y «exorcisada» con el sudor y el trabajo de mu-
chos obreros inteligentemente dirigidos, y la vida en
aquellos lugares se renovó al cabo de cierto tiempo pu-
rificada y embellecida.
Parece cosa de sueños, labor de cuento de hadas,
algo, en fin, maravilloso y fantástico, la varia-
ción realizada en el Parque del Regio Alcá-
zar; pero traducida esta impresión de asombro
al lenguaje sencillo y vulgarísimo de
la estadística y
_ ;^r^_^^ de los números,
f^^^i^^^^^S^upone Lo si-
guiente: des-
montar 130.000
metros cúbicos de tierra; arrastrar
20.000; mover para terraplenes unos
144.000; aportar 16.000 de tierra vir-
gen para concluir los rellenos de las hondonadas; inver-
tir en la capa superficial de paseos y senderos 3.000 ca-
rros de arena de almendrilla y 4.000 de arena de miga
y blanca; dar seis cavas á las veinte hectáreas de que se
compone el Parque; enriquecer aquella tierra, en gran
parte esquilmada, con 30.000 carros de abono, mantillo
y tierra de brezo, y dotar pródigamente de agua aque-
llos terrenos, en los cuales se ha establecido una dilatada
y completísima red de cañerías que corren y se combi-
nan como las venas y las arterias en el cuerpo hu-
mano.
Sabido esto, ya se puede admirar sin sorpresa aquella
frondosidad pomposa, aquella profusa variedad de ma-
tices y de aromas, que esmaltan el espacio y embalsa-
man los aires, haciendo buenos los hiperbólicos encomios
con que Calderón describe estos lugares en sus Mañanas
de Abril y Mayo^ cuando pone en boca de D. Hipólito
los siguientes versos;
:0S-
— 19 —
«Esta mañana salí
á ese verde ameno sitio,
á esa divina maleza,
á ese ameno paraíso,
á ese Parque, rica alfombra
del más supremo edificio... >
Y cuenta que por entonces ese supremo edificio no ha-
bía completado el perfil gallardo y la grandeza monu-
mental con que hoy se levanta en la altura do-
minando toda la campiña de los Madriles, desde
el cerrillo de los Angeles hasta los picos del
Guadarrama.
El Parque forma por dentro el más en-
cantador laberinto que puede imaginarse.
Los senderos se cruzan y enlazan á través
de los bosquetes y macizos de flores, sur-
cando la espesura con aparente confusión y
desorden. Y digo aparente, porque en cual-
quiera de estas rústicas vías donde se ^^
aventure la planta se ve justificada la
traza y el objeto.
Así los senderos conducen á las calles de
árboles, las calles á los grandes paseos, los ^
grandes paseos á las fuentes, á las plazoletas,
á los salones. Allí nada huelga, ni desarmoni-^
za, ni estorba. Se siente en todas partes la in-
fluencia de un espíritu superior de grandes intuiciones'
artísticas y singulares prendas de austeridad y de disci-
plina.
No busquéis, donde la fronda es más espesa y más dul-
ce la armonía de las hojas, el banco rústico que incita al
reposo muelle, al coloquio recatado y al plácido aisla-
miento de la confidencia y del ensueño.
No esperéis encontrar tampoco grupos escultóricos de
risueños amorcillos que atisban entre las hojas, ni esta-
tuas que copien las gracias de las más desenvueltas divi-
nidades mitológicas, ni otros motivos de ornamentación
placentera, jovial y deleitosa que tanto abundan en Ver-
salles, en San Ildefonso y, aunque no en tanta abundan-
cia, en Aranjuez.
Toda esta «imaginería» desenfadada y retozona ha
sido desterrada de aquellas arboledas, sobriamente de-
— 20 —
coradas en la parte de puro artificio. Bancos de hierro
de elegante sencillez*, un artístico kiosco para conciertos,
un pabelloncito rústico de planta octógona para el des-
canso íntimo y en familia, dos fuentes monumentales, la
de las «Conchas» y la de los «Tritones», esta última per-
petuada por Velázquez en un lienzo famoso, hé aquí todo
el aliño que el arte y la industria prestan á aquel retiro.
Toda su hermosura queda encomendada á la gallardía
de los árboles, variedad de flores, esmero en el cultivo,
soledad gratísima, silencio augusto, calma bienhechora y
plácida, que llenan de atractivo aquel oasis plantado en-
tre el bullicio de la corte.
Todo paisaje — ha dicho un pensador — recuerda una
persona: Yuste á Carlos V, El Escorial á Felipe II, Aran-
juez á Felipe IV, La Granja á Felipe V...
El Campo del Moro, Parque actual del Regio Alcázar,
es una de tantas muestras de las gallardas iniciativas de
la actual Reina Regente. Lucen allí su voluntad de Reina
y su exquisito gusto de gran dama, y mejor que en nin-
guna otra posesión real se adivina en aquellos lugares la
presencia de la augusta viuda de D. Alfonso XII, que ha
jL£^jQ=£l£LE.arque, transformado y embellecido según sus
ifldicaciones y pensamiento, el paseo
^predilecto donde, en compañía de sus
jos y presenciando sus juegos, busca
algunos momentos de solaz que
ilivien su ánimo de los graves asun-
tos de la gobernación del Estado.
No fué éste, sin embargo, el único
móvil que impulsó á S. M. en la em-
presa de transformar aquellos lugares
sino el deseo de hermosear la entra-
da á la corte en la vecindad de terre-
nos propiedad del Patrimonio y el
afán de proporcionar trabajo á los
íbreros, afligidos en Madrid de agu-
crisis el año de 1890, en que co-
lenzaron las obras de restauración
y embellecimiento en el Parque del
\^^ Regio Alcázar.
^'^''Ws Más de doscientos jornaleros
^mjvieron desde entonces ocupa-
^^lón diaria en los trabajos del
T Campo del Moro; en su conser-
Estufa.
— 21 —
vación se emplea de ordinario buen número de obreros,
y en la época conveniente se añade á esto una cuadrilla
extraordinaria de sesenta peones.
Hablemos ahora con algún detalle del orden y dispo-
sición interior del Parque, pues no dejan de ofrecer cier-
to interés estos pormenores.
La avenida alta, paralela y contigua á la fachada del
Real Palacio, tiene en sus extremos las puertas que co-
munican con el paseo de San Vicente y la Cuesta de la
Vega. Forma una amplísima vía para carruajes y tiene
los paseos laterales, separados entre sí por cuatro líneas
de lozanos orientales plátanos. En las dos líneas del cen-
tro hay también bonitas platabandas de rosales de alto
tronco y otras plantas de flor. En este paseo, y enfrente
de la gran estufa, está colocada la «Fuente de los Trito-
nes», completamente restaurada, lo mismo que la «de
las Conchas >, situada frente á la gran calle que conduce
al Túnel.
De las inmediaciones del sitio en que está
emplazada la primera • arrancan otra";
dos vías que, trazando sendas curvas
por derecha é izquierda del Parquí
conducen al Túnel, que pofe^,^
medio del «Puente del Re>
comunica con la Real Casa d<
Campo. El paseo que descien-
de por la parte inmediata á la
Cuesta de la Vega tiene nue-
ve metros de ancho y está bordead
de plátanos; el próximo á la
cuesta de San Vicente tiem
una anchura de seis metros y*
está flanqueado por dos hileras de cí
taños de Indias. De estos dos paseoi
arrancan otros siete que cruzan el Par-
que en distintas direcciones, tienen cin-
co metros de anchura y están bordea-
dos de álamos blancos, hayas, acacia
decasniana y otros árboles de adorno y
sombra.
Los enumerados paseos son como ati\\
;');'■'
- 227-
terias principales de
una red de senderos, de
dos metros de ancho, á
cuyos lados hay gran
variedad de rosales,
' bosquetes de plantas de
.'flor y de adorno y boni-
tas agrupaciones de ar-
bustos.
En el centro de esa
red hay un vasto salón,
y en los extremos de
éste dos
r. plazascir-
c u 1 a r e s :
una en
que está la «fuente de las Con-
chas», y otra, muy vasta, desti-
n a d a á
concier-
.^^tos, en la
que se le-
*" vantó un
lindo kiosco cuando S. M. la
Reina dispuso celebrar la gar-
den parí}\ que hubo de ser sus-
pendida por un accidente des-
graciado.
A un lado del salón se ha
construido un precioso pabe-
llón rústico, de planta octógo-
na, sobre una base de rocalla y
cercado de una barandilla tam-
I , bien rústica. Este pabellón está
revestido, interior y exterior-
mente, de corcho y otras corte-
zas de árboles. Le adornan ai-
sanos muebles cuyo estilo ar-
moniza con el del kiosco.
Los declives del terreno obli-
garon á construir algunos muros de con-
tención en las laderas de los paseos. Es-
tos muros, lo mismo que la embocadura
del Túnel, están hechos de rocalla guar-
|!¡k^^..,...
09
O
H
M
H
02
O
H
fe
— 23 —
necida con trepadoras, arbustos de varias clases y plan-
tas aromáticas. Dicha embocadura tiene las apariencias
de una gruta y está cubierta de estalactitas hechas de
carbón y cemento.
Parte importantísima de la obra realizada fué la ins-
talación de tuberías para el agua de riego. La red de
cañerías, extendida por debajo de los paseos y senderos,
tiene 5.931 metros de tubería de hierro, 2.835 de la de
plomo y 300 de la de barro. Las bocas de riego son 253.
Cien llaves de paso dividen el Parque en polígonos, con
el fin de que el riego no se interrumpa por alguna rotu-
ra de la cañería. Para recoger las aguas pluviales y para
regar los árboles que bordean los paseos se hicieron,
con piedra de almendrilla gruesa y cemento, cunetas,
cuya total longitud es de 3.642 metros, con los corres-
pondientes sumideros, que vierten el agua sobrante en
alcantarillas construidas en distintos sitios del
Parque y que comunican con el colector ge-
neral, que cruza el Campo del Moro por la
parte baja, á la izquierda del paseo de los
Castaños.
En la construcción de rocallas, alcanta-
rillas, pozos, arquetas, etc., se han inverti-
do 7.200 toneladas de piedra rústica, 87.000
ladrillos recochos, 726 fanegas de cal,
2.300 quintales de cemento y 200 , /
metros cúbicos de piedra almendrilla,^
gruesa.
Además de conservar el arboladíá^^v^^'
antiguo que existía en el Campo dt\ -
Moro, se ha plantado infinidad de
árboles, traídos de los Reales Sitios,
de Barcelona y de Angers, reunien-
do 1.370 ejemplares de variadas
coniferas, 6.152 árboles de sombra,
3.516 arbustos de hoja caduca, 6.g;ZQ-,
de hoja persistente, 538 i^^lmeTas;,
11.000 rosales de alto
tronco y franco de pie,
en los que se incluye lá^
gran colección de 783
variedades regalada á
S. M. por el horticultor
de Barcelona D. Joaquín
— 24 —
Aldrufen, otra colección de dalias compuesta de 500
variedades, 3.000 trei)adüras, 18.000 tubérculos y cebo-
llas de flor y una inmensa cantidad de plantas de ador-
no, para cuyo cultivo se han adquirido más de 47.000
tiestos de diferentes tamaños. Las plantaciones más im-
portantes son de chopos blancos, plátanos orientales,
pinos de Jerusalén y del Canadá, chopos lombardos, ca-
nadenses y péndulas séphoras^
'acacias, fresnos, lauros, magno-
lias, bambúes, tilos, jazmines,
espireas y cedros.
La plantación se ha exten-
dido por las rampas que condu-
cen al Real Palacio; una elegan-
te verja de kilómetro y medio de longitud
rodea el Parque, y construyese actualmen-
te un bonito chalet estilo suizo.
Los planos fueron ideados por el Sr. Moreno en
4 unión del jardinero de Barcelona D. Ramón
Oliva, cuyos trabajos ha secundado con
gran inteligencia el de la Casa de Campo
D. Francisco Amat.
Y aquí pongo fin á estos apuntes, entre
»otras razones muy capitales, porque ni sé
más, ni creo que más pueda decirse sobre
el Ca7npo del Moro.
No cuadraría mal cerrar este peque-
/xio trabajo con alguna cita poética á mo-
,r do de ramillete de pirotecnia literaria y
jj¡ÍjiT|j",<lér el Deus Jiobís Juec otiafecit et sem-
p&^erit^ etc. de la égloga virgiliana, ó
r/sucitar algún fragmento del dulcísimo
Meléndez, ó bien un par de quintillas
^i^de Selgas, el inimitable canior de las flo-
res y de los valles... Pero queriendo ser
sincero más que culto, us o tan sólo el lenguaje sencillo
del pueblo para decir, como nuestros mayores: Dios guar-
de la vida de S. M. la Reina, bendiga sus obras y en pre-
mio á sus virtudes le conceda, al término de una regen-
cia gloriosa, disfrutar por largos años, á la sombra de
aquellos árboles y entre el aroma de aquellas flores, las
prosperidades y venturas de la patria en el reinado de su
augusto hijo D. Alfonso XIII. Y que nosotros lo veamos.
ujnd%éó S7Sellado,
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1^
MARCHA REAL
MARCHA DE INFANTES
JYEarclia I^eal
JVEarcha de Infantes.
PROEMIO
L orig'en de la música es tan antig-uo como el
del primer hombre, quien, maravillado al
contemplar el g-randioso espectáculo de la
naturaleza, entonó cánticos de g-ratitud y ad-
miración con palabras que, más tarde, hallaron eco
en el arpa de David: Qiiam magnificata siint opera
tua, Domine! {Salmo XCI.)
Que los historiadores de la música han querido
referirnos las vicisitudes de ella desde antes del Di-
luvio; que se la encuentra en la cuna de toda civi-
lización; que las naciones más salvajes cantan y
usan alg-ún instrumento, y que los más comunes
son un tambor y una flauta de caña, lo advierte
César Cantú en su célebre Historia Unixersal (1).
Y, con efecto, en las primeras pág-inas de la BiUia,
(1) T. I, cap. IX.
— 4 —
el historiador divino ya dice al^^-o referente al arte
qne los hijos de Noé llevaron á todas las comarcas
donde se establecieron. «... ipse (Túbal) fíiit pater
canentmm cithara et órgano» Túbal fué padre de los
que tañen la cítara y el órg-ano. {Génesis, IV, 21.)
El mismo libro, y otros, cuyas citas muchas veces
omitiremos para no embarazar el discurso, nos lian
servido de g'uía en el laberinto de nuestras investi-
g-aciones. La paciencia para encontrarlo pertinente
al caso, y el acierto ó desacierto al exponerlo, es lo
que nos pertenece, en la tarea emprendida. Esto
dicho, comprobemos el juicio de César Cantú acer-
ca de la música.
De ella se aprovecharon los israelitas para publi-
car las alabanzas de Dios, y para que se añcionasen
las muchedumbres á las doctrinas morales, sin las
que no hay sociedad posible. Sus cánticos erang-ra-
ves, muy eficaces y variados. El sig-lo en que están
comprendidos el reinado de David y el de Salomón,
se puede considerar como el tiempo en que estuvo
más floreciente, enumerándose en él cerca de 300
músicos destinados á cantar en el templo y á ins-
truir á sus discípulos.
Los hebreos marchaban á la g'uerra al son de bé-
licos instrumentos. Libre Israel de la mano de Fa-
raón, entonó, después del paso por el mar R(»jo, un
cántico en que intervenían dos coros, y solemnizó
con música y danzas la derrota de Goliath y de los
filisteos.
Cuando se verificó el transporte del Arca Santa,
iban siete coros inmediatos á David, quien danzaba
al son de las trompetas.
En el Eclesiástico, libro del Antig-uo Testamento,
se compara la unión de la música y de la buena
cara, al eng-aste de una esmeralda en el oro.
Los eí^'ipcios, imitando á los israelitas, consa<>Ta-
ron la música á la reli(^-ión. San Clemente Alejan-
drino dice, que al frente de las pompas sag*radasiba
el cantor, llevando en la mano un Hymholo de la mil-
sica y el libro de los himnos.
Floreciente en Thebas, la música pasó muy lueg'o
de Eg'ipto á Grecia, donde los antig-uos legisladores
le dieron extraordinaria importancia, como sostén
del espíritu y fuerza nacional.
Lino, inventor de los versos líricos y de las can-
ciones, enseñó la música á Hércules.
Orfeo, hermano y discípulo de Lino. Amphión y
Philamón, padre de Thamiris, fueron afamados can-
tores, que fig'uran entre los que se embarcaron en
la nave Ar(/o para emprender la conquista del Ve-
llocino de Oro, y tuvieron por rivales ó sucesores á
Olimpo, á Pierio y á otros muchos, cuyo número,
seofún Plutarco, ascendía á setenta.
Los nombrados, y muóhos que dejamos de nom-
brar, fueron músicos y poetas, y alg-unos de ellos,
tomando lo que era exaltación de su mente por ins-
piración divina, Ueg-aron á vaticinar lo futuro (sin
que se haya sabido que acertaran). Vivieron en
épocas diferentes y á competencia perfeccionaron
la música.
Con sus cantatas melódicas, el poeta gTÍeg'o Ter-
pandro calmó una sedición en Lacedemonia. y en
losjueg-os píticos que se celebraban en Delfos, en
honor de Apolo, como vencedor de la serpiente
Pitón, obtuvo cuatro veces el premio de la mú-
sica, el cual se adjudicaba con g-randísima solem-
nidad.
El célebre Tirteo, cuando se puso al frente del
ejército lacedemonio, al ver que éste había perdido
su fuerza moral, á causa de continuas derrotas, com-
— 6 —
puso varios himnos que entusiasmaron á los solda-
dos, hasta el punto de liacerles ak*anzar los laureles
de la victoria, peleando contra los mésenlos. Tan efi-
caces liimnos se canta])an todavía en el campamen-
to de los espartanos, doscientos años después de la
muerte del autor.
En un extenso y erudito discurso que el inolvida-
ble D. Francisco Asenjo íiarbieri pronunció, hace
años, en el salón de actos del Centro del Ejército
y de la Armada, y (^ue se i)ublicó en La Corresimn-
dencia Musical, decía: «Al^-unos de los toques ac-
tuales de g-uerra son reminiscencias de los cantos
de Grecia.»
Timotheo, poeta y músico, recibió una silba es-
candalosa del público ante el cual se i)resentó por
vez primera. Desanimado, se j)ropuso renunciar al
arte, cuyo cultivo le proporcionaba tan amarg-os fru-
tos. Eurípides, con más intelig^encia é imparcialidad
que la multitud, le hizo desistir de su propósito. De-
muestra el atinado juicio del célebre y fecundo poe-
ta trág'ico, que Timotheo lleg-ó á ser habilísimo to-
cador de cítara, y que fué además quien pusanchó
el círculo de la música, introduciendo en ella el g'é-
nero cromático y mudando la manera de cantar
sencilla, por otra combinada con lyás arte.
Homero, en su Odisea, dio á conocer á Pliemio y
á Demodoco. El primero.. c(m los sones de su lira,
aleg*raba los saraos, en que los pretendientes de la
fidelísima é ing-eniosa Penélope pasaban los días
enteros; el seg'undo, en el palacio de Alcinoo. rey
de los pheacios, cantó dos poesías alusivas á la toma
de Troya y á las bodas de Yenus y Yulcano.
En los tiempos florecientes de la Grecici. los más
ilustres personajes cultivaban la música con amore,
como dirían los italianos. Sócrates tocaba la lira ha-
bilidosamente. Alcibíad^s aprendió á tocar varios
instrumentos. Epaminondas fué muchas veces acla-
mado por el buen g-usto con que tocaba la flauta, y
á Temístocles, en un banquete, se le reputó como
ig-norante é incivil por no saber tocar la lira.
La música no sentó sus reales únicamente en
Grecia; varias colonias gTÍet>-as la llevaron á Italia,
y Pitág'oras la enseñó á los crotoniatos. Créese que
este filósofo se valió de los diferentes tonos musica-
les para explicar las cosas que no siempre están al
alcance de los sentidos, y que ideó una armonía
aplicable al cielo, para reg'lar el curso de los as-
tros.
Roma acog-ió con entusiasmóla música g-rieg'a, y
le dio las mismas aplicaciones que le había dado y
le daba el i)uebl() de donde procedía, señalándose,
entre aquéllas, dos bien sing-ulares. Todo ing-eniero,
todo arquitecto, seg-ún Yitrubio, debía saber músi-
ca. El ing-eniero, para que en las catapultas y en las
otras máquinas de gnierra, en que se empleaban
cuerdas de tripa, observase el tono ó sonido de las
mismas, cuando se estiraban, para formar juicio de
la fuerza ó resistencia de los árboles hechos en for-
ma de arcos y que habían doblado aquellas mismas
cuerdas. Los arquitectos, porque tenían que arre-
g-lar los vasos de acero que se ponían en los teatros,
para que con sus sonidos se aumentase el eco de la
voz de los comediantes.
Este arte floreció en tiempo de los'emperadores.
Dice Lampridio que Alejandro Severo cantaba y to-
caba muy bien diferentes instrumentos. El nuevo
historiador de Juliano Apóstata, refiere que este
príncipe dedicó rentas para que se educasen jóve-
nes músicos, y estableció recomi)ensas para los más
aplicados y sobresalientes.
Suidas enumera inuclios tratados de música d(*
un individuo llamado Dionisio, (jue \ivia vu tiempo
de Adriano, y era descendiente del Dionisio que es-
cribió la liistoria romana.
El tiempo, que nos ha i)nvado de muchas obras
referentes á la historia de la música, ha resi)etadf>
\()^ Elementos armónicos (\^ Aristóxenes, libro el más-
antig'uo que se ccmoce. referente al arte al cual
consa^Tamos estas líneas.
Cuando se a])ag'(') la falsa luz del i)a^-anismo y
después que los teatros se cerraron, desapareció la
música profana, y San Ambrosio, únicamente, con-
servó para el oñcio divino los modos llamados Au—
thenücos.
San (ireg-orio añadió, más tarde, los que se llaman
Pla(/e(mx, ó sea de las ocho ñg-uras, que creemos-
que aun hoy se usan. Entonces se señalaban los
tonos por las siete primeras letras del alfabeto, cos-
tumbre que duró hasta el si^lo xi.
Con respecto á la música marcial entre los roma-
nos, sólo diremos, que representaba papel impor-
tantísimo en los triunfos de sus Generales.
*
La índole del asunto que tratamos, nos oblig^a
á decir también alg'o acerca de los instrumentos.
Empleándose la materia inanimada. ;.cuál fué el
primero? Nadie ha dicho lo definiliro. que será la
misma frase con que cerraremos la presente mono—
<^-rafía.
Los eg'ipcios achacaban á Hermes ó Mercurio Tri-
megisto, es decir, tres reces grande, la invención de
la lira, instrumento formado de una concha de tor—
— 9 —
tug"a con cuerdas de nervios de animales, extendi-
das sobre ella. También usaron la flauta derecha y
la curvay en forma de cuerno; el arpa triang-ular; el
salterio y el sistro, compuesto de láminas metálicas
que sonaban cuando las percutían. Esto dice César
Cantú.
Los instrumentos de viento se comprendían, por
lo común, bajo el nombre de TiM(B ó flauta. Se lla-
maban flautas derechas, si su tono era bajo, é iz-
quierdas ó traveseras, si su tono era ag'udo. La di-
versa config-ura-
cióndelosinstru- ^ sr <^
mentosde cuerda
les daba, á unos,
el nombre de Tes-
ludines ó liras, y,
á otros, el de Ci-
tharm ó arpas.
La lira empezó
por formarse de
tres cuerdas de lino, que un tocador de este nombre
hizo después que
fueran de tripas-
de animales. Lle-
g-ó á tener hasta
cuarenta cuer-
das; pero las de
tres, cuatro y sie-
te son las únicas
que se ven g^raba-
das en las meda-
llas.
Hyanis, seg-ún
alg*unos autores, y, seg-ún otros, su hijo Marsyas,.
inventó la flauta, á la que no dio más que cuatro
— 10 —
íi^ujeros: después se aumentaron para cuando ?e
tocaba una flauta sola.
Ovidio, liablando de los instrumentos ])rimitivos,
<iice que los <^'rieí^-os y los romanos usaron de la
flauta á diestra, ó á siniestra, es decir, se^-ún el lado
■de la boca en que se colocaba, y que su nombre era
^düXÚdü ó flatii, porque su principal ag-ente es el aire,
por cuya razón se la conoce como madre de los ins-
trumentos neumáticos.
El pueblo israelita la utilizó en sus danzas, seg-ún
■consta en el libro de los Reyes.
También el atabal ó timbal, que en la Edad Me-
dia llevaba el nombre de atambor, es uno de los ins-
trumentos músicos de más remota antig-üedad.
El napolitano, poeta é historiador Stacio, en el li-
bro II de su Tebaida, dice:
Twic pltirima bnxus
jEraqiie taurinns sonito mncentia pulstis.
Llámase atabal, ya por el sonido que ocasiona, ya
por su fig'ura semiesférica, y. de ser así, pudiera en-
contrarse el orig-en de su nombre en el hebreo tabal,
que signiñca redondez, ó en el árabe at-talñ, que
sig*nifica tambor.
El uso de los atabales comenzó, entre nosotros, en
la Edad Media, y es debido á los árabes, que los to-
caban en los jueg-os de cañas. De los árabes pasó á
los españoles, fíg*urando en los torneos y demás re-
gocijos públicos, y después encontró acog-ida entre
los instrumentos músicos de la milicia. Hoy, donde
más se utiliza, es en las g-randes orquestas de los
teatros, en las solemnidades palacianas, en la pro-
clamación de las Bulas y en las lidias taurinas.
Los ayuntamientos de alg*una importancia, seña-
11 —
ladamente el de Madrid, van precedidos de atabales
y clarines cuando se presentan en público.
El tamboril, que es un tambor pequeño, casi
siempre compañero inseparable de la dulzaina, de
la chirimía y del pífano y pito, seg*ún la costumbre
de cada provincia, forma parte de la reducida or-
questa animadora de las danzas populares.
La dulzaina, instrumento de boca, más corta que la
chirimía y de tono más alto, cuenta en Valencia y en
Murcia con el mayor número de partidarios. En las
fiestas de los moros españoles era su concurso indis-
pensable, y recibió aquel nombre en la época decaden-
te del imperio romano, por la dulzura de su sonido.
También el cuerno, ó bocina, es instrumento de
remota fecha (1).
Cormí y buccina lo
llamaban los ro-
manos, y, bíicma-
iores, á los que lo
. tocaban. Su uso
era frecuente en
la Edad Media.
De un caracol ó
de un cuerno for-
maron la primiti-
va corneta; más
tarde fué de me-
tal, y, sujeta á un
cordón, pendía de
uno de los costados de quien la usaba. Hay en el
claustro de San Jerónimo de Murtra (Cataluña) un
sescudo esculpido, en el (jue ñj^-uran bocinas seme-
jantes á las que aquí reproducimos.
,(1) Barado (D. Francisco). .Ui/sfo milUar. T. I, pág. 112.
1.a tuba (le los romanos, en latín tnimmeAa, vino á
ser. andando (d tiempo, la tromi)eta reseñada tam-
bién . (*í)mo instru-
mento músico, en la
Kdad Media.
El cronista Alva-
ro Flores, al referir
cómo las huestes de
los Reyes Católicos
avanzaban por los
campos de Toro para
encontrar á los por-
tug'ueses, menciona
trompetas bastardas,
atamlores y jinetes
trompetas italianos;
pero no los describe. Cobarrubias no habla más que
de las bastardas, y sólo dice «que eran las que me-
diaban entre la trompeta y el clarín>^.
Son curiosos los nombres de muchos instrumen-
tos populares, de los que alg'unos han desaparecido:
1). Basilio Sebastián Castellanos, en su Discurso his-
torial sobre Ja Música, alude al fole. á la sinfonía, al
silbo, á la dulzaina, al pandero, á la pandereta, al
tamboril, á la g-uitarra y á los que con ella tienen
alg*una semejanza, como la cítara y la bandurria, al
triáng'ulo y á las castañuelas.
Con poco que se reflexione, ya por la forma, ya
por la aplicación de todos los instrumentos, es fácil
deducir que son (admítase la frase) tres sus pro<re-
nitores. La caracola ó el cuerno, la lira y la pandera,
esto es, los que lle^-an hasta nosotros como de más
remota antit>-üedad.
De la caracola proceden: la trompeta, los clarines,
la trompa, la flauta, el clarinete, la dulzaina, la g'ai-
— 13 —
ta, el órg-ano, el fole. la chirimía, el sacabuche, el
albog-ué, la zampona, el silbo, el añafil. y todos
aquellos eu que el viento es su principal aí^-ente.
De la lira provienen: el arpa, la vihuela ó g-uita-
rra, la bandola, la cítara, el laúd, la bandurria, la
tiorba, el salterio, la sinfonía, el violín. el piano, y
todos los demás que deben su sonido á las cuerdas de
tripas tirantes y á las metálicas, templadas al efecto.
De la pandera ó adufe se derivan: el tambor, los
atabales, el crótalo, las sonajas, el címbalo, las cas-
tañuelas, todos los que son instrumentos útiles por
e\ g'olpeo, y, á más, los pastoriles, como la chicharra,
la zambomba, etc.
El Arcipreste de Hita y alg'unos otros escritores
dicen que, mediado el sig'lo xiv, los instrumentos
que usaban indistintamente los yoglares eran: arpa,
atambor, aj abela, albog-ué, albogón, adedura, añafil.
adufe, atabal, vihuela de tres clases, baldosa, caño-
ventero, chirimía, caramillo, citóla, dulzaina, ban-
durria, pandero, rabel, salterio, sinfonía, sonajas,
tamborete, trompa y zampona.
Los moros, en sus fiestas reales, ileg-aron á ser-
virse de añafiles de plata. Dio nombre á este instru-
mento, seg-ún el P. Guadix, la palabra nafir, que
fíig'nifica trompeta, y, seg-ún Urrea. se deriva de
mmefir, que sig-nifica llamar con alboroto, porque
el añafil servía á los soldados, de ig'ual modo que
á nosotros la trompeta y el clarín. También fig-uró
«n las músicas militares y civiles de los árabes y de
los cristianos españoles.
En la época del Emperador Carlos V, dos eran los
trompeteros y dos los atabaleros. Se utilizaban sus
servicios en las fiestas célebres, en los baufiuetes,
€n las entradas de ciudades, villas, etc.. y en las
juras de Reyes y Príncipes.
— 14 —
Reñere Plutarco, que (-uantas veces los espartanos^
se lialhiban formados en batalla frente al enemigOj
el Rey inmolaba un cabrito, repartía coronas á Ios-
soldados, y cuando daba la señal de ataque, los to-
cadores de flauta ejecutaban el Himno de Castor,
llamado Marcha de ataque, á cuyo compás avanzaba
el ejército con g*ran firmeza y decisión.
Aludiendo á esta costumbre, le preg"untaron un
día á Ag-esilao: «^.Por qué los espartanos van á la pe-
lea al son de las flautas?» A lo cual respondió: «Para
que pueda verse, mientras avanzan á compás, quié-
nes son los cobardes y quiénes los valientes; porque
así como el ritmo anapesto aumenta la energ*ía de
los esforzados, descubre la debilidad de los pusilá-
nimes; pues el pie de éstos vacila y no sigue bien la
cadencia rítmica de la flauta.»
Antes de señalar el punto y aparte, línea diviso-
ria entre el Proemio y lo que, más en concreto, jus-
tifique el título de la presente monogTafía, permiti-
rá el lector que. de nuestra rebusca, no se excep-
túen los maestros compositores.
Hay quien dice, que la Música y el Canto llano
tuvieron el mismo orig-en, y que. no obstante, se
parecen muy poco. Para ello se fundan los partida-
rios de esta opinión, en que la Música expresa más
ó menos acentuadamente, seg'ún la habilidad del
compositor, cuantos sentimientos son susce])tibles
de agitar el alma del ser racional; mientras que el
Canto llano aborrece toda afectación y deseclia todo
ornato superfino, siendo siempre su carácter priva-
tivo y singularísimo, lo sencillo, lo natural, lo no-
ble, lo elevado, lo majestuoso. La música profana
— 15 —
para lialag'ar los sentidos: la relig-iosa para dar idea
de la grandeza de Dios.
En la primera, cada cual puede obedecer á sus
propios sentimientos, á su g*usto particular; y en la
seg'unda, fuerza es respetar la pauta que trazó la an-
tig'üedad, y sig*uiéndola fué como compuso el Abad
Chastelain su Antifonario.
Es evidente que, en las funciones relig*iosas, el
Canto llano precedió á la Música, que acabó por lla-
marse de capilla; que él solo tenía el nombre de mú-
sica entre los antig*uos, y que él dio la ocasión y
abrió el camino á los compositores.
Débiles fueron los principios de la Música en el
recto sentido de su sig'nificado; apartándose del ob-
jetivo para que fué inventada, esto es, para aumen-
tar la pompa de los actos religiosos, lleg'ó, por el si-
g*lo XII, á ser un recurso que explotaban los charla-
tanes.
, En el Canto llano se tuvo presente la distribución
de las pausas, las cadencias, las subidas y bajadas
de la voz, y el compaseamiento se hacía sin alterar
la buena colocación de las palabras, cuidándose
mucho de no falsear el sentimiento que simboliza-
ban, ya fuese aleg'ría, ya tristeza, ya timidez, ya
audacia, etc.
Carlomag'iio introdujo el Canto llano en sus do-
minios, y, para facilitar su uso, fundó escuelas en
Metz y en Orleans.
El monje benedictino Guydo de Arezzo sustituyó
las seis letras del alfabeto romano, que entonces se
empleaban para el Canto g-reg'oriano, con las seis-
sílabas ni, re, mi, fa, sol, la, tomándolas de los tres-
primeros versos del himno Ut qneant laxis, etc.
Señalados los tonos y las voces con puntos distri-
buidos sobre diferentes líneas, el sitio que á cada
— 16 —
uno (le M({iu''ll()S (*()riTSi)()n(lía. denotaba la respecti-
va entonación. I^.l Papa Juan XIX consideró el in-
vento como una maravilla, y. con efecto, así era,
])uesto que en doce meses podía un niño aprender
lo que un hombre antes ni en doce años.
El método era natural; pero la duración, el valor
respectivo de cada nota para exi)resar una mekxlía,
yicuál era? Andando el tiempo, el parisiense Juan de
Mours tuvo la fortuna de solucionar el i)roblema.
señalando á cada punto el valor correspondiente.
se<i'iin las diversas íig*uras ó sig^nos que le acompa-
ña])an.
Débiles fueron, como hemos dicho, los principios
•<le la Música propiamente llamada así. Alejándose
■<le sus primeros ñnes, que la consag^raban á los ac-
tos religiosos, lleg'ó á ser. por el sig'lo xii, todo lo
<[ue constituía el mérito de los charlatanes, y una
de las diversiones que los Reyes de Francia daban á
•sus pueblos, cuando tenían sus Cortes plenas, y esto
•solía ser en la noche de Xavidad y en las subsi-
^g'uientes Pascuas. Los charlatanes, juntándose con
los trovadores, iban á las provincias á divertir á los
Príncipes, unos con el canto, y otros con instrumen-
tos como la viola, la flauta y la guitarra, cuya moda
procedía de España.
Martín Franco, en su poema el Campeón de las
Damas, habla del estado de la Música en su tiempo
(sig'lo xv), y dice que Tapissier y otros llenaron de
admiración á París; pero que aun los sobrepujaron
■Guillermo Fay y Finchois. añadiendo que estos úl-
timos tomaron lo mejor de la música inglesa. Tam-
bién elogia á Verdelet, por su habilidad en tocar el
pito, que él llama dulzaina.
En el reinado de Francisco I la Música ])rogresó
mucho, aplicán(h)se á ella las gentes de distinción.
— 17 —
El ejemplo de í'rancisfo I fué seg'uido por Car-
los V. Este Emperador aprecio la Música y favore-
ció á los que en ella sobresalieron.
Un autor de allende los Pirineos, arrimando siem-
pre, como vulg'armente se dice, el ascua á su sar-
dina, proclama con sing-ular desenfado, que los mú-
sicos más célebres de Europa fueron todos ó france-
ses, ó flamencos. No terminaremos sin la réplica
necesaria.
Producto de la intelig'encia de privilegiados com-
positores, que florecieron en diferentes épocas, se-
ñaladamente desde el sig'lo xvi al xix, es la perfec-
ta labor, que ha lleg*ado hasta nosotros, de aquel
arte. que. á más de ser honesto y civilizador, sir-
vió siempre y en todas partes para tributar el de-
bido respeto al Ser Supremo, para enaltecer las
hazañas de los héroes y para solemnizar los garandes
hechos de las naciones. ■
Mediado el sig"lo xvi, Palestrina es de los que más
contribuyeron á una de las evoluciones notables de
la Música, siendo el resultado, que se establecieran
dos corrientes: una religiosa, sirviendo de modelo
para el culto sag-rado las obras que había escrito tan
fecundo é inspirado maestro, y otra dramática, á
cuyo frente, ya á fínes del sig'lo xvn. fig-ura Ale-
jandro Scarlatti.
Sus discípulos, Leo, Durante y Perg'olese, perfec-
cionaron la ciencia de la armonía para servir al
acompañamiento; dieron la forma del dúo y del
terceto, y sobre todos, el napolitano Perg-olese, ins-
pirándose de continuo en la naturaleza, habló con
sus ideas melódicas á la ¡ntelig'encia. al corazón, á
las pasiones.
YA mayor desarrollo del conjunto se (le])e á Pi-
<cini y á Jomelli. así como el que la parte instru—
— 18 —
mental fiieíse menos va^a. menos obscura, y más
variada y pintoresca.
Gluck imprimió el sello de su noble y patética
inspiración á cuanto brotó de su pluma, y Mozart,
iluminando el arte con su inteligencia poderosa^
mente música, ensanchó el círculo de las combina-
ciones armónicas, de los g'iros melódicos, y, por úl-
timo, robusteció la forma y proporciones de la obra
de Gluck, que si bien éste, como compositor, era no-
ble y gTande, no tenía la ciencia suprema, la g-racia
infinita, la frescura, la ñexibilidad del autor de
Don Juan.
Rossini encontró el drama lírico casi como lo ha-
bía dejado Mozart, y sig-uiendo los impulsos de su
feliz ing-enio, inspirándose además en el buen g-us-
to por el arte del país en que naciera, dio á cono-
cer, con una espontaneidad que sorprende, sin que
nunca parecieran laboriosos los partos de su inte-
lig*encia, más de treinta obras maestras, que cau-
saron una revolución en la música dramática de
nuestro sig'lo. Su instrumentación es tan vig-orosa y
nutrida como la de Haydn y Mozart: sus melodías,
alma de la Música, testimonio de la inspiración del
verdadero artista, nunca cedieron en g-racia y ver-
dad á las de Cimarosa.
Donizetti y Bellini, continuadores y mantenedo-
res de la buena escuela italiana, contribuyeron muy
mucho al enaltecimiento del arte, si bien el caudal
de ciencia fué siempre mayor en el primero que en
el seg'undo. Esto no obstante, el autor de Xonna,
con su gTan instinto músico, con su exquisita sen-
sibilidad,'con sus originales melodías log-ró formar-
se una corona, cuyas frescas hojas nunca se verán
jnarchitas.
• ¡Rossini, Donizetti, Bellini, Verdi, Auber, He-
— 19 —
r()ld,'y Halewy en Francia, y casi al mismo tiempo
Beetlioven, Weber, Schubert, Mendelsonn, Chopin,
Haydn, Mozart, Bach, Haendel, y alg*iinos más en
Alemania! ¡Cuánta abeja de oro para labrar el ri-
quísimo panal, del que más tarde se apoderaron es-
tériles imitadores, avispas del arte que no dieron ni
miel, ni cera! ¡Y los delirios lleg-an á nuestros días!
Meyerbeer, si pusiste, no ya la última piedra, el
último cuerpo del g-randioso monumento del drama
lírico, superando á tus predecesores, complemen-
tándolos, por decirlo así, con los atrevidos rasg'os de
tu pereg'rino ingenio; Wagner, si rompiste con las
tradiciones, realizando tu célebre y discutida revo-
lución en el arte, ¿por qué habréis tenido imita-
dores?
Para que las luces de vuestra intelig*encia brillen
permanentemente en el cielo del arte divino, no ne-
cesitabais del contraste de las sombras.
Si los escritores extranjeros escriben pretiriendo
á las celebridades españolas, cualquiera que sea el
ramo del saber humano en que sobresalieron, y esto
lo hacen por ig'uorancia, en el pecado llevan la pe-
nitencia. Si en el que fué arte y hoy se pretende
convertir en ciencia musical, el desdén es sistemá-
tico, no por eso lo que es deja de ser.
Bajo la intelig-ente dirección del insig*ne Eslava
se ha g-rabado en planchas de cobre, hace alg-unos
años, lo que en sentido relig-ioso será siempre títu-
lo de gloria para los compositores españoles. La pu-
blicación á que me refíero lleva el titulo de La Lira
Sacro-hispana.
Barajando fechas y nombres, sin más 'g-uía que
nuestra memoria, citaremos como instrumentistas
notables á Herrando y á Bautista, que con singular
primor manejaron el arco del violín; á Pía, Missón
— 20 —
y Cabaza. (¡nv sobresalieron tocando el oboe: en-
tre los or^-anistas compositores, al que pocos i^^-ua-
lan, al famoso Nebra, cuyas obras ai)lau(lieron y
solicitaron en Italia. Jín el manejo del órf.^ano. á
los que no tuvieron rivales, Jarava. Elias. Ojina-
g-a, el ag'ustiniano Estrada y el franciscano Coll. y
entre los que dieron cánones para la composición,
si buscamos nombres de verdadero respeto, pode-
mos citar á Durón. Ag-uilera de Heredia. Bernardo
Clavijo, Comes, Cabezón, al maestro San Juan y á
Torres, cuyas obras sirvieron de modelo })ara mu-
cho de lo que se celebraba como excelente. Picañol
y Ripa merecen también particular aju'ecio. lo mis-
mo que Roel y Romero, Racionero este último de
la Metropolitana de Toledo: Soler, monje de El Es-
corial: Bello de Torices. Fr. Juan de Alaexos. el in-
si<i-ne D. Pascual Pérez. Gomis, Gorriti, y muchos
más que citariamos, sin recurrir á los que en el pre-
sente sig-lo han dejado abundantes muestras de so-
bresaliente mérito.
RESENTADA taii á Ici Üg'cra. único modo aquí
admisible, la historia de la MVisica, es lleg'a-
do el momento de concretarnos al objeto es-
pecial de este trabajo.
Difícilísimo resulta enc(mtrar liuella apreciable
de ori<^'en y procedencia de la Marcha Real y de la
Marcha ó Llamada de Infantes, por ser muy escaso
lo escrito sobre ambos particulares, y, aun eso, de
modo vag-o, indeterminado, sin aquella obstinada
investig-ación que, si no da todo lo que se busca,
al 0*0 descubre de lo que se necesita.
Como destinada al doble fín de tributar los más
solemnes respetos á la Majestad Divina y de contri-
buir al enaltecimiento de la Majestad humana, ha-
blaremos, en primer término, á^^ \<\ Marcha Real es-
pañola.
Decía J. Jacol)o Rousseau, expresando un con-
cepto g-eneral: «La Marche a qnelqne chosse qn avive
mes idees: je ne pnis presque penser, quand je suis en
place.»
Marcha es el toque de caja ó clarín que se eje-
— 22 —
cuta para que marche la tropa y para hacer los ho-
nores supremos militares. «Marcha Real, la desií^--
uada para tocarla cuando i)asa el Santísimo Sacra-
mento ó el Rey.» Tomamos esta deñnición, aunque
no del todo feliz, del Diccionario Etimológico de Don
Roque Barcia.
«Marcha es un aire compuesto para arre<>*lar hi
»marcha de las troi)as; Marcha armónica, una suce-
»sión de diferentes acordes, en que la modulación
»pasa de un tono á otro. Antig-uamente. la Marcha
»era más del dominio de la música militar que de la
»()rquesta sinfónica: pero como su efecto es muy
»poderoso y eminentemente dramático en ciertos
»casos, no tardó en introducirse en el Teatro para
»el drama lírico, y aun se hace uso de ella en la
»sinfonía.
»Brillante y llena de fueg-o en lo que al arte se
»reñere; majestuosa y solemne en sentido religioso:
»sombría y g-rave con carácter fúnebre, la Marcha
»debe participar siempre de las condiciones de la
»situación á que se aplica. La Marcha ordinaria es
»habitualmente rítmica, á dos tiempos, y su coni-
»pás ó movimiento se marca Allegro marcial: las
»Marchas solemnes se escriben casi siempre á cua-
»tro tiempos, sobre un movimiento moderado. Maes-
» tosso » . (Dicción ario Fncicloj) édiro de L a r o u se . )
Prescindiendo de otros tecnicismos para deñnir la
Marcha, daremos sucinta noticia de las que se des-
tinaron, desde tiempo remoto, á tributar honores á
las personas Reales en España, á cuyo efecto nos
someteremos á la respetable autoridad de aquellos
historióg'rafos que alg'o expusieron soln-e esta ma-
teria.
La más antig-ua que se conoce parece ser la deno-
minada Marcha de D. Jaime el Conquistador, pues
— 23 —
SU orig-en, de ser cierto lo que se viene diciendo, se
remonta á fines del sigdo xii, ó principios del si-
guiente. Reproducimos, y por separado acompaña
al presente cuaderno tan notable composición mu-
sical, en la forma que la publicó D. Mariano Soriano
Fuertes en su Historia de la Música espaítola desde
los Fenicios hasta el año 1850.
Aunque este escritor la considera auténtica, y
añade que, como tal, la recibió del ilustre profesor
músico de Barcelona D. Ramón Pairot, bueno es que
se conozca el parecer del maestro Maimó, expresado
■en nota que hemos visto en el Archivo del Ministe-
rio de la Guerra, en la cual se dice que, ^<de ser
realmente de la época de D. Jaime el Conquistador la
idea melódica de la marcha aludida, debe haberse
retocado y armonizado bastantes sio"los después».
Semejante ó idéntico juicio formula el inolvida-
ble Barbieri, en carta que también se g-uarda en el
mencionado Archivo, expresándose así: «Su compo-
sición es de formas harto modernas: tiene carácter
de pertenecer al sig'lo xviii y no á época tan remo-
ta, puesto que de seg-uir la tradición vulg*arizada,
debiera haber sido escrita antes del año 1276, en
que acaeció la muerte del Rey I). Jaime el Conquis-
tador y>.
T). Felipe Pedrell, Profesor de la Escuela Nacio-
nal de Música y Declamación, cree que la Marcha
de que se trata es la que g-eneralmente se conoce
^n alg^una provincia de Cataluña por la Marcha de
los violines de los Ciegos, calificando su composición
como exenta de toda importancia musical.
Indudablemente la Marcha de D. Jaime, tal como
ha lleg-ado hasta nosotros, no pudo ser ejecutada
con los imperfectos instrumentos tubulares que co-
rresponden á aquella época. Por lo que hace al orí-
— 24 —
^en que se le atribuye, a^Te^'aremos á lo expuesto
que. reí>*istrada cou el mayor escrú])ul() la historia del
reinado de aquel Monarca, y varias Crónicas de su
tiem|)o (1), nada hemos visto referente á la Marcha,
durante la vida del famoso autor de los Coineularios,
di<>'no émulo de su coetáneo I). Alfonso el Sadio de
Castilla, hijo del Rey Trorador, amante decidido de
las letras y perfecci(mador del lenf>-uaje catalán.
Dejamos, por lo tanto, al Sr. Soriano Fuertes la
responsabilidad de lo que hemos copiado de su cita-
da obra, acerca de la Marcha de D. Jaime.
Estudio especial merece otra Marcha, á cuyos bé-
licos sones, seg'ún el decir de varios eruditos, entra-
ron en Granada-Ios Reyes Católicos D. Fernando y
Doña Isabel, el día <>-lorioso de la toma de aquel pre-
ciado baluarte del Islamismo en España.
Existe muy divul<>*ada la creencia de que la Mar-
cha de clarines de la Caballería y de la Artillería
españolas, es la misma á que nos referimos.
A este propósito dice el i)recitado Maestro Sr. Pe-
drell, en su Diccionario técnico de la Música, Barce-
kma. 1894:
«Marcha de Clarines. — Es opinión común, que la
»marcha que tocan los clarines de Caballería y de
»Artillería es la misma á cuyos sonidos entró en
>^Granada Isabel la Católica. Difícil sería contestar
»á la pre<>"unta: ¿Qué ori<^"en tiene esta añrmación?
»Y más todavía, contestar á la sig-uiente: ¿Quién fué
»el compositor de esta Marcha de carácter tan «i-ran-
»dioso?
(1) Zurita, Anales de Aragón. — Flotats y Bofarull, Traducción de
la Historia de D. Jaime I. — Chronica de En Jacme. — Muntauer (Ra-
món), Crónica de D. Jaime. — Mariana (P.), Historia de Espaáa. — La-
fuente (Modesto), Historia de España.
— 25 --
»En antig-uas Cartas de examen de Trompetas, de
»principios del sig'lo xviii, se niencionau siete to-
>^ques de í»-ueiTa de la Caballería española, de los
>>sig"los xvr y xvii, entre ellos el denominado de Bo-
»tasUtas. ¿Pertenecía la Marcha de Clarines á uno de
cestos siete toques?
»Creemos que sí, y que la composición de ella se
»obtuvo, más ó menos espontáneamente, combinan-
»do sus dos únicos acordes de sot mayor y re menor
»(éste sin tercera) con las únicas notas que pueden
^producir los instrumentos no dotados de pistones,
»ó sea los armónicos de tubo sonoro, afinados en sol
»mayor.
»LagTandi()sidad de la Marcha de Clarines consis-
»te, á nuestro entender, en su misma sobriedad ar-
»mónica y en la curiosa ausencia de ritmo, pues no
»pueden llamarse ritmo aquellos g^olpes repetidos y
^distanciados, que parecen obedecer á la fantasía
»del encarg-ado de tocar el clarín ag'udo, á quien
»obedecen todos los clarineros, repitiendo y distan-
»ciando los g'olpes, tan admirablemente combinados
>;en su sencilla g'randiosidad.»
En El ÁTeriguador (correspondencia entre curio-
sos, literatos, anticuarios, etc. Seg-unda época) (1),
que se publicaba en Madrid hace años, encuéntrase
acerca de la referida Marcha de Clarines la preg-un-
tasig"uiente:
«¿Es opinión común que la marcha que tocan los
»clarines de Caballería y de Artillería es la misma
»á cuyos sonidos entró en Granada Isabel la Católi-
»ca? ¿Qué orig-en tiene esta opinión?»
Esta pregunta ha quedado, hasta el día, sin res-
(1) Número correspondiente al 15 de Enero de 18~1. Madrid, im-
prenta de Rivadeneira.
-- 26 —
puesta, no obstante haberla repetido, con lií>-era va-
riante, ln misnin ])ubl¡í'}u-i(')n nl<í-ún tiein])o des-
j)ués (1).
En resumen, nada puede afirmarse en concreto y
autorizadamente, respecto al extremo enunciado,
que tami)()co hemos lof»-rado esclarecer consultan-
do, con sumo detenimiento, la Historia de la Con-
quista (le Granada por Prescott. y el Museo Militar
de 1). Francisco Barado (2).
Fuera de desear, que otro iuvestig-ador más afor-
tunado vertiese luz sobre este asunto, ya que el éxi-
to no coronó nuestros intentos. Añadiremos tan sólo,
que el popular y eminente Profesor D. Jesús de Mo-
nasterio, á quien, como á otros muchos, hemos
consultado, no posee datos más ciertos respecto al
particular, confesando á la vez con noble y g-enial
franqueza, que no puede oir la ^í^Xxq'ü Marcha de Cla-
rines sin sentir el escalofrío del entusiasmo, y que
en cuantas ocasiones presencia el desfile de la Ca-
ballería, quédase absorto y embelesado al escuchar
aquel toque inapreciable.
Como curiosidad dig-na de estimación ofrecemos
á nuestros lectores una copia grabada de la Marcha
de Clarines de la Caballería española, que también
acompaña al presente cuaderno.
(1) El Averiguador. Número 38, correspondiente al 31 de Julio de
1872, página 210. Imprenta de Rivadeneira, Madrid.
(2) El reputado compositor de música D. Andrés Vidal y Llimo-
na, en carta con que nos favoreció, dice: «Q.ie la Marcha que toca la
Caballería fué compuesta por un maestro de trompetas español, y
ejecutada cuando entró Carlos V en Amberes.» Desconocemos el fun-
damento de esta noticia, que ninguna prueba ó documento corrobora,
é ignoramos si habrá alguna confusión con la Marcha llamada Aus-
íriaca.
27 —
Todavía resultan más vag*os é incompletos los
antecedentes que nos hemos procurado sobre la
Marcha Austrmca, ó sea la que se ejecutaba duran-
te el reinado, en España, de los Monarcas de la casa
de Austria.
Soriano Fuertes, en su precitada Historia de Ja
Música española, tomo III, cap. XXI. dice:
«San I<>-naci() de Loyola, seg'ún Pérez, fué el
»autor de la Marcha Real llamada Atistriaca, que
>>desde Carlos Y duró hasta la dinastía de Borbón.»
Nació San Ig*nacio en el año de 1491, en el Seño-
río de Oñez y de Loyola, ocupando su padre D. Bel-
trán uno de los primeros lug*ares entre la Nobleza
de aquel país, como primog-énito y cabeza de uno
de los linajes más antig*uos. y por no menos ilustre
reputóse su madre Doña María Sáez de Balda.
Ig'uacio lleyó, hasta los treinta años, vida g*ue-
rrera y desordenada; pero arrepentido de ella, se
entreg'ó á la contemplación de los Divinos Misterios,
y como esto no impidiera que se consag'rase al estu-
dio, lleg-ó á ser maestro en artes, seg-ún sus bióg-ra-
fos relatan, y por tal obtuvo el ]) re ciado título de
Rector de la Sorbona, de París, siendo después fun-
dador de la influyente Compama de Jesús.
Cabe, por lo tanto, en lo posible, que San Ig-nacio
fuera autor de la Marcha Áus/riaca; pero ni en las
Crónicas que tratan de su vida v excepcionales mé-
ritos, ni en las de la época del Emperador ('arlos V,
ni más tarde, hemos hallado la más lig-era noticia
de una composición musical que. i)or la importan-
cia civil y relig'iosa del autor á quien se atribuye, v
la au^-iista persona á (|uieii se dice dedicada, de se-
<4-nr() habría fí^j^-nrado en al^-ún manuscrito, en al-
í^'ún impreso, en al<^'una parte.
Kl Sr. Soriano Fuertes no la })u})licaen su aludi-
da Historia de la Música: y en cuanto á la añrma-
ción de Pérez, no creemos que baste, mientras no
aparezcan datos que la comprueben.
11
]VI archa I^eal Española.
Conócese por ios nombres de Marcha Granadera y
Marcha Real la usada actualmente para rendir ho-
nores al Santísimo Sacramento y á las Reales Per-
semas, en los dominios de España.
Músicos é historiadores discuten dos versiones,
ambas interesantes, respecto alorig*ende la Marcha
Real, y cada una de ellas puede prevalecer, seg'ún el
aspecto bajo el cual haya de ser apreciada.
Dice Soriano Fuertes en su libro repetidamente
mencionado, tomo III, cap. XXI:
«Educado Felipe Y en la Corte de su abuelo
Luis XIV, á la sazón la más brillante de íluropa, y
en la que las letras eran respetadas, no sólo como
parte integ'rante de la educación, sino como honra
del imperio, dio años más tarde, al venir á ocupar
el trono de España, una Real cédula en que al tra-
tar de la fundación de la Real Academia Española
se lee: «Este desig*nio, dice el Rey, ha sido uno de
los principales que concebí en mi Real ánimo. lueg-O'
que Dios, la razón y la justicia me llamaron á la
— 29 —
Ooroiia de esta Monarquía, no habiínido sido posible
ponerlo en ejecución entre las continuas inquietu-
des de la ^'uerra » ^<La experiencia universal lia
demostrado ser señales ciertas de la entera felicidad
de una Monarquía, cuando en ella florecen las cien-
<;ias y las artes.»
Después añade: «La larg-ay sang-rienta g-uerrade
sucesión que sintió la Península en el reinado del
primer Borbón, fué poco favorable á la Música: sin
embarg-o, se libró del anatema del anterior al reci-
bir las influencias francesas que le proporcionaron
los músicos de Versalles, ysobre todo, la protección
de la seg'unda mujer de Felipe II. Doña Isabel de
Farnesio, que. seg'ún el Sr. Flores, fué muy amante
y conocedora del arte.»
La Marcha Granadera que publicamos, tomada de
la obra del Sr. Soriano Fuertes, es evidentemente la
Marcha Real que ejecutan en el exterior de Palacio
las músicas militares, cuando se presentan las Rea-
les Personas, así como al rendir honores al Santísi-
mo Sacramento, con arreg'lo á las Ordenanzas del
Ejército y disposiciones superiores, que reseñare-
mos lig-eramente.
La Marcha Real suele hacerse oir también en los
teatros y en las solemnidades que lo reíjuieren. al
lleg'ar y al retirarse las Personas Reales. Ig-ualmen-
te la ejecutan las bandas militares cuando la tropa
asiste al Santo Sacriñcio de la Misa.
Fácilmente puede apreciarse la casi identidad que
existe entre la Marcha Granadera y la Marcha Reah
comparándolas entre sí. Ya\ un mordente ascenden-
te directo de tres notas, puesto antes de la primera
oon que empieza la frase musical y repetido, cuan-
do ésta termina, consiste lo que diferencia á hi pri-
mera de la segnmda. y esto ])uede que sea.ócorrup-
— 30 —
tela por la costumbre establecida, ó el deseo de })res-
tar mayor efecto á la composición, ccm menoscabo
de su primitiva sencillez.
El autor de la Marcha Granadera ó Marcha Real,
es completamente desconocido.
La otra versión relativa al origen liistórico de la
Marcha Real, á todas luces extranjera, y calificada
de española, sólo por ejecutarse en honor de la ma-
jestad de los Reyes de España, la da D. Manuel
López Calvo en la forma anecdótica sig-uiente:
La Marcha ReaL — «Era Rey de Prusia Federico,
»llamado el Grande.
»Este Monarca fué el primer g-uerrero de su épo-
»ca, administrador hábil y decidido protector de las
»leyes y de las ciencias, que cultivó también. EI80-
»berano que primero se declaró contra María Teresa
ȇ la muerte del Emperador Carlos VL invadiendo
»la Bohemia en 1744 y oblig-ando al Austria á pedir
»la paz, á consecuencia de cuatro batallas g-anadas
»contra ella: aquel Rey. en ñn, que supo poner su
»nombre tan á salvo del olvido.
»Era también á la sazón el bueno de Carlos III
»Rey modelo de Reyes, que inauguró y terminó su
»reinado en nuestra patria con el fomento de la Ma-
»rina, abrió carreteras g*enerales y canales de rieg"o,
»fundó Sociedades económicas. Academias y Cole-
»g'ios militares, recobró la Luisiana. colonizó Sierra
»Morena, auxilió la Ag-ricultura y la Industria fa-
»bril, y proteg'ió las Ciencias y las Artes.
»I). Pedro Abarca de Balea, Conde de Aranda. Mi-
»nistro del Rey de España (1), fué enviado á Prusia
(1) Según afirma D. Antonio Ferrer del Río en su Historia del rei-
nado de Carlos III, el Conde de Aranda sólo ejerció, en el Consejo de
Ministros, el cargo de Presidente.
— 31 —
»para estudiar, por encarg-o de su Rey, la táctica mi-
»litar de aquel país, á ñn de aplicarla al Ejército es-
»pañol.
»E1 Soberano de Prusia, después de haber acog-ido
»cordialmente al respetable Ministro español, yen-
»terado del motivo de su visita, manifestó al enviado
»de Carlos III, que la táctica de que dotara á su ejér-
»cito era española y la había aprendido en un libro
»titulado Consideraciones militares, escrito por el Viz-
»conde del Puerto, Marqués de Santa Cruz de Mar-
»cenado.
»Entre admiración y despecho encubrió Aranda su
»ira, á causa del papel ridículo que había desempe-
»ñado en la corte de Prusia, y manifestó al Rey, que
»reg-resaba prontamente á España, en cuyo acto se
»despedía, y para suavizar el sing-ular resultado de
»su cometido, le dijo el Monarca: «Tomad, señor Mi-
nistro, esa Marcha militar que tenía destinada para
honrar mi persona». — «Con mucho g-usto la entre-
g-aré al Rey mi señor D. Carlos III — le contestó — el
día que lleg-ue á sus Reales pies, á darle cuenta de
mi comisión.»
«Presentada por Aranda esta Marcha á Carlos III,
»mereció ser aprobada, declarándola como Marcha
»de honor española por Real decreto dado en San
»Ildefonso á 3 de Septiembre de 1770.
»Tal es la historia de la Marcha Real, con que se
»tributan honores á los Reyes, Príncipes y Princesas
»de Asturias de España» (I).
D. Antonio Vallecillo, tratadista militar de g-ran
(1) Poul-pourri de Aires nacionales y extranjeros, por D. Manuel
López Calvo, pág-s. 20 y 21. Madrid, imprenta de Guillermo Osler,
Espíritu Santo, 18, año 1884.
9 9
oZ
crédito y merecida fama, reñere otra versión en una
(le sus mejores obras, del modo si^'uiente (1):
^<Por último íy éste es un caso en que de ira (> \ er-
<»'üenza tiemblan las carnes), el Marqués de Santa
('ruz d(^ Marcenado, muerto en África, de Mariscal
de CamiH). á los 32 años, escribió en la se<^-unda dé-
cada de su vida sn «íTandiosa ol)ra. en cinco tomos,
titulada Rp/Iexiones ¡nUiidres, obra (jue sólo sirvió
para utilidad y <>*loria de Federico II de Prusia. y no
para ])ro\'eclio al^'uno de Esi)aña, donde no fué co-
nocida, ni bajo ninfí'ún conce])t() apreciada, como lo
prueba la bochornosa escena ocurrida en Berlín en-
tre dicho >h)narca y nuestro (reneral I). Juan Mar-
tín Álvarez Sotcanayor. más adelante Conde de Co-
lomera y Capitán (leneral de Ejército. El caso fué
como sií»*ue: A la fama de la nueva táctica inventa-
da por Federico, con la (jue c()nsi<¿'uió tan señala-
das ventajas en sus <í'loriosas campañas de mediados
del ])asa(lo si<í"lo. se apresuró toda Europa á man-
dar á Prusia comisionados para que del mejor modo
])osible se enterasen de ella, en sus principios y en
sus aplicaciones, y con ellos se manifestó siempre
fácil y proi)icio aquel ilustrado Soberano. Al presen-
társele el General español con la manifestación de
su deseo, le c(mtestó el Key que extrañaba mucho
su viaje á Prusia para aprender la táctica que ha])ía
él aprendido en Es])aña. Confuso Álvarez Sotoma-
yor con esta réplica, misteriosa ó sarcástica, se a])re-
suró á preg'untarle el Monarca si conocía las fíefle-
:riones militares del exi)resado autor, á lo que. mor-
diéndose los labios, replicó el (leneral español (|ue.
(1) Apología de Villamarún, por el Coronel D. Antonio Vallecillo.
1880. Se encuentra esta obra en las Bibliotecas del Ministerio de la-
Guerra v del Ateneo de Madrid.
— 33 —
aunque tenía alg-una idea de 1^ existencia de la
obra, no la había leído. El Rey le dijo entonces, con
la modestia propia de su elevado mérito, que la
táctica de que todos en Europa le creían autor, la
había él deducido de la lectura de la expresada
obra, y que por eso decía haberla aprendido en Es-
paña; porque si bien nunca había estado en la Pe-
nínsula, debía su conocimiento á un autor español.
Pero nada de esto fué óbice para que el Rey diese
á Álvarez Sotomayor todos los reg-lamentos tácticos
hasta entonces })ublicados, más una preciosa Mar-
<*ha militar que, recibida y aceptada por Carlos III,
■es la que hoy usamos con el nombre de Marcha
Real.yy
Esta versión, como se ve, difiere sólo de la ante-
rior, en que el comisionado para estudiar la táctica
en Prusia fuese el General L). Juan Martín Álvarez
Sotomayor, y no el Conde- de Aranda.
De ser cierto, pues, que la Marcha Real fué im-
portada de Prusia, creemos más bien que la trajera
Álvarez Sotomayor, y no el Conde de Aranda, por-
que éste no estuvo jamás de Embajador ni comisio-
nado militar en la Corte de Federico II.
Pruébalo á las claras, el estudio que hemos hecho
en la Historia del reinado de Carlos III, por L). An-
tonio Ferrer del Río, de los servicios militares y po-
líticos que prestó Aranda en la época á que se refie-
re el Sr. López Calvo.
En 25 de Ag'osto de 1702 fué traído Aranda de
Polonia para que se pusiera al frente del ejército que
operaba contra Portug-al. Después ocupó el alto car-
^g-o de Presidente del Consejo de g'uerra que juzg*ó
los actos de los Jefes de la Capitanía de la Isla de
€uba; y en Marzo de 1766, tras el motín de Squila-
ce, fué llamado por el Rey para que, dejando la
— 34 —
Capitanía general de Valencia. (|ue á la sazón des-
empeñaba, tuviera á su rai'íio la de Castilla la Nue-
va, y el primer lu^-ar en el (.'onsejo de Ministros,
bajo la denominación de Presidente (1).
En la época en que el Sr. Lójjez Calvo dice traía
Aranda de Prusia la Marcha Real, andaba éste muy
ocupado con el famoso asunto de las Maluinas y los
planes de ^-uerra contra In^^laterra, estudiando ade-
más su notable Dictamen al Rey, de 16 de Noviem-
bre de 1770, sin que conste desempeñara comisión
al<^'una en Prusia, que le apartase un momento de
la Presidencia del Consejo, hasta que, por sus des-
avenencias con el Ministro Grimaldi, solicitó y ob-
tuvo, en 1773, ir" de Embajadora París, en reempla-
zo del Conde de Fuentes, en cuya honrosa misión
continuó, viniendo solamente á Madrid en Diciem-
bre de 1783 con licencia por breve tiempo, y cesan-
do en su embajada, á petición propia, en Octubre
de 1787.
Queda, por lo tanto, demostrado, que no fué Aran-
da quien trajo á España la Marcha Real; y tampoco
somos de la opinión del Sr. Vallecillo, porque, si
bien consta que en 1787 dispuso Carlos III se estu-
diasen las reformas militares en los Ejércitos ex-
tranjeros (2), no aparece en ning*uno de los libros
que hemos registrado que fuese el General Álvarez
Sotomayor el encarg-ado de conocer é informar
acerca de la táctica de Prusia.
Además, ni en las Gacetas oficiales del tiempo de
Carlos III, ni en el Diario noticioso universal, curio-
{]) Torao II, capítulo II de la Historia del reinado de Carlos III en
España, por D. Antonio Ferrer del Río.
(2) Página 181, tomo VI, libro VI, capítulo IV de la Historia det
reinado de Carlos III, por D, Antonio Ferrer del Río.
— 35 —
SO, erudito y comercial, público y económico, que se
fundó en 1758 y dio orig*en después á nuestro Z>Mno
de Avisos; ni en el Mercurio Histórico-polUico, que
empezó en 1738 y hemos visto hasta fin del reinado
de Carlos IV (1), nos fué posible encontrar la más
pequeña referencia del reg-alo de la Marcha, hecho
á nuestro ilustre Monarca, ni del Real decreto, dado,
seg'ún el Sr. López Calvc^, en el Real Sitio de San Il-
defonso á 3 de Septiembre de 1770. Cuando en las
publicaciones aludidas se trata, á veces, de asun-
tos de muy escaso interés y ning-una importancia,
¿cómo no habían de hacer mención del aconteci-
miento que suponía, en aquella época, el aceptar y
adoptar Carlos III como Marcha Real española la
que se afirma le envió Federico II de Prusia, auto-
céfalo, ala sazón, de la Europa militar y política?
No cabe, en consecuencia, admitir lo que sobre el
particular refieren el Sr. Vallecillo, con su ag*udo
ing-enio, y el Sr. López Calvo, con tanto desenfado
como novelesca forma.
Además, D. Manuel Espinosa de los Monteros,
primer oboe de la Real Capilla, músico de Cámara
de Carlos III y Director de sus Reales Academias, á
quien menciona D. Baltasar Saldoni en su Diccio-
nario Mogrdfico hihliogrdfico de efemérides de músicos
españoles, recibió de aquel Monarca el encarg-o «de
concertar, al estilo prusiano, los toques militares»,
y lo ejecutó cumplidamente, seg'ún aparece en su
libro Toc/ues de guerra (2) , cuyo examen debemos á
(1) Pueden verse dichas Gacetas y Diarios en la Biblioteca Na-
cional.
(2) Toques de guerra que deberán observar úniformememte los Pi'
fallos, Clarinetes y Tambores de la Infantería de S. M., concertados por
D. Man.' do Espinosa, Músico de la Capilla r.' (De orden de S. M.)-
Gravados por Juan Moreno Tejada. A.» d HtO.— Existe en la Biblio-
— 30 —
la benevolencia (!(» I). Míinuel Tamayo y Baus, Di-
rector (le la líiblioteca Xaeionnl. Kn (lidia obra se
I)ublica la M a relia Granadera tal como la inserta-
mos, y como ésta no es otra, se^-i'in puede verse y
queda dicho, que la Marcha Real que en el día se
ejecuta con li<í-eras variantes, es de inferir que,
publicado el libro de referencia en el año de 1769.
existía ya aquélla en España.
Por último, dice 1). Mariano Soriano Fuertes, en
la pág. 150. tomo IV de su Historia de ¡a Música,
hablando de las disi)osici()nes adoptadas por Car-
los III, á causa del motín que, contra el Ministro
que trajo de Ñapóles, estalló en Madrid el 23 de
Marzo de 175(): ^<Huye el italiano Squilace y í^Taii
parte de su comparsa del furor })()pular; el Gobier-
no dicta órdenes rif^-urosas contra los amotinados
y el orden queda restal)lecido. Pero eng-añado el
Rey por sus consejeros de que la existencia de su
trono la debía á las armas, aumenta y mejora el
ejército en todos sus ramos; se completan los eco-
nómicos batallones de milicias provinciales; plan-
téanse las escuelas y cole<»"i()s de Artillería é Inge-
nieros; se perfecciona la fundición de cañones en
Barcelona y Sevilla: i)ónese la Xación en pie de g*ue-
rra; comisiónase á varios militares para (jue estu-
dien en el ejército i)rusiano. mandado por Federi-
co II, la sublime táctica: plantéase en España el
mecanismo de Infantería conocido con el nombre de
ejercicio prusiano, tan inservible en campaña;
en 1769 se publican, de Real orden, los toques de
4>-uerra que deben usar uniformemente los pífanos,
clarinetes y tambores de la Infantería de S. M., con-
teca nacional, procedente de la que en depósito se conserva en la
misma por lega lo de D. Francisco Asenjo Barbieri.
— 37 —
certados al estilo prusiano por el músico de la Real
Capilla I). Manuel Espinosa, introduciendo en el
Ejército español la marcha, también prusiana, co-
nocida con el nombre de Marcha Fusilera (1), etc.»
Publicamos además la citada Marcha Fusilera, la
cual, por costumbre, cuyo orig"en se desconoce, es la
que comúnmente ejecuta la Música de Alabarderos
en los actos oficiales y en las solemnidades del in-
terior del Palacio Real, así como en los g-randes
banquetes que se celebran en el mismo.
La Marcha Fusilera, que alg'unos confunden con
\^ Marcha Real Española, como composición musical,
aventaja en mérito á ésta, ajuicio del maestro Pe-
drell y del P. Sbarbi, maestro de Capilla de la Ig-lesia
y Convento de la Encarnación, en esta Corte; y tie-
ne por su aire g-rave y eleg-antes formas armónicas,
carácter alemán. Esto induce á creer, que la Fusilera
será \a Marcha á que alude el Sr. Vallecillo, la cual
fué entreg-ada por Federico II al g-eneral Álvarez 8o-
tomayor, cuando se despidió de la Corte de Prusia.
Mas como ni en la Biblioteca, ni en el Archivo de
Palacio, ni en la Real Capilla, ni en la Biblioteca y
Archivo del Ministerio de la Guerra, ni en la del Es-
corial, ni en los Archivos de Alcalá de Henares y de
Simancas hemos encontrado datos que esclarezcan
el asunto, no poseyéndolos tampoco la Escuela Na-
(1) Carlos ni, por las inspiraciones que debió recibir en Ñapóles,
país clásico del arte de la música, la prestó si?mprc decidido apoyo,
á pesar de sus altas y nobles preocupaciones políticas y guerreras,
que, con el placer de la caza, ocupaban sus ratos de expansión y solaz.
— 38 —
cional de Música y Declamación, precisa Ueg-ar á
una conclusión que, á nuestro juicio, se desprende
de cuanto queda expuesto.
Entre los músicos, es más g-eneralmente admitida
la creencia de que la Marcha Keal fué importada de
Prusia, y así lo sui)onía también el maestro Barbie-
ri, ó á lo menos así se lo manifestó en conversación
particular á su ami^^'o el disting-uido profesor y di-
rector en la actualidad de la mencionada Escuela
Nacional de Música y Declamación. D. Ildefonso Ji-
meno de Lerma, seg'ún él mismo nos lia ase¿^*ura-
do. Pero, siendo muy dudosa dicha tradición, tal
como los Sres. Vallecillo y López Calvo la cuentan,
sin datos auténticos ni documento alg'uno que la
confirme, habremos de atribuir mayor crédito á lo
que dice, en su tantas veces repetida Historia de la
Música, el maestro D. Mariano Soriano Fuertes, ó sea,
que Felipe V trajo de Francia la Marcha Granadera,
y que, concertada ésta, de orden de Carlos III,
en 1769, por el Sr. Espinosa, al estilo prusiano, es.
con lig'eras variaciones, la que conocemos y hc)y se
ejecuta con el nombre de Marcha Real: pues si bien
dicho maestro desconoce su autor y no da pruebas
fehacientes sobre su procedencia, tampoco en con-
tra de su aseveración podemos aleg-arlas.
D. José Muñiz y Terrones, Coronel de Infantería,
disting-uido tratadista militar, nos ha indicado, que
tiene idea de que las pequeñas variantes ó adornos
que se advierten en la Marcha Eeal, fueron ejecu-
tados por primera vez. al efectuarse, en 10 de Octu-
bre de 1846, las bodas de Doña Isabel II.
Codiciando descubrir la verdad histórica sobre la
Marcha Real, hemos visto varias ediciones de las Or-
denanzas g'enerales, desde las llamadas de Flandes,
por el Príncipe Alejandro Farnesio, Duque de Par-
— 39 —
ma, que se cree sean las primitivas, hasta las vi-
^-entes, y con mayor escrupulosidad todavía, las de
los años 1718, 1720, 1721 y 1724, así como Vd Recopi-
lación, en cinco tomos, hecha en 1768 por el Oficial
Mayor de la Secretaría de Guerra, D. José Antonio
Portugalés.
En todas ellas, y muy particularmente en las Or-
denanzas de S. M. jidTa el Régimen, discijüina, sudor-
dinación y servicio de sus Exércitos, del citado año
de 1768 (1), dice el tratado III, titulo I, al hablar
de «Honores militares»:
«Al Santísimo Sacramento.
»1. Por la Infantería se presentarán las Armas,
y batirá la Marcha desde que se aviste, hasta que se
pierda de ojo, etc.. y los Drag'ones desmontados, y
en ig'ual caso la Cavallería, executará lo mismo que
por la Infantería queda prevenido: quedando éstos
desmontados unos, y otros, tanto los Oficiales, co-
mo los Soldados, pondrán espada en mano; los
trompetas y tambores tocarán la Marcha, etc.
» Personas Reales.
»II. A Nos, la Reyna, el Príncipe y Princesa de
Asturias, se presentarán las Armas, batirá la Mar-
cha, etc.. siempre que pasemos por nuestras tropas
en cualquier formación, etc.
»XXII. Cuando alg-ún Infante se hallase separa-
do de mi presencia, etc.. tocarán la Marcha las
Guardias.
(1) Editada en Madrid: eu la Oticina de Antonio Marín, Impresor
de la Secretaría del despacho Universal de Gaerra. Año do 11(38.
— 40 —
>>XXV. Las (jiuirdias de los Infantes sólo toma-
rán las Armas, y liarán honor ])ara Xos, la Keynay.
Príncipe ó Princesa con la distinción explicada, y á
los demás Infantes í])resentes ó ausentes. Nos. la
Heyna ó Príncipes) harán el i)ropio honor que á la
Persona Real que ^"uardan.
»XXVII. Donde Yo. la Reyna. Príncipe ó Prince-
sa residiéremos, sólo se harán honores á mi Perso-
na y Real P'amilia» (1).
Tratan después dichas Ordenanzas de los hono-
res que deben tributarse á Capitanes Generales:
General del Ejército en campaña; Capitán General
de Distrito; honores por Cuerpos enteros; y el títu-
lo TV, al hablar de las «Guardias y Honores con que
por sus dig'nidades han de distinguirse alg'unas
personas, que no son del cuerpo militar del Ejérci-
to y Armada», dedica el artículo primero á los que
corresponden «á los Grandes de España que no sir-
van en mis tropas, y, por accidente pasaren por las^
Plazas ó País donde haya Guarnición» (2); los que
deben rendirse á los Cardenales, á las mujeres de
los Grandes y á los Embajadores; y, por último, los-
«Honores fúnebres que se hacen á las Reales Per-
sonas, ejecutándose la Marcha con sordinas por los^
Tambores», con las demás ceremonias que se de-
tallan.
Por Real orden de 8 de Enero de 1871 quedó con-
firmado que, para tributar honores en los casos co-
(1) Dicho artículo XXVIí ha sido confirmado repetidamente; pero
se ha hecho excepción á favor de los Capitanes Genéralos d? Ejérci-
to, Ministro de la Guerra y Capitán General del distrito, en ciertos-
casos y circunstancias que sería muy larg-o enumerar.
(2) «A los Grandes de España les cabe el derecho de guardia y
toque de M'ire/ia por una sola vez.» (Art. 1.°, trat. III, tít. IV, pági-
na 414 de las Ordenanzas anotadas^ por D. José Muniz y Terrones.
— 41 —
rrespondientes, continúe usándose la Marcha Gra-
nadera.
Para los Embajadores de Naciones extranjeras^
en el acto oficial de presentación, suele ejecutar la
música de Alabarderos la Marcha ó Himno Nacional
de cada país.
Es de notar, que cuantas Ordenanzas del Ejército
hemos reg'istrado dicen siempre, al tratar de hono-
res militares, «batirá la Marcha», y no la Marcha
Real, loque, á nuestro juicio, constituye otra prue-
ba de que se hace referencia á la Marcha Granade-
ra, consag-rada desde Felipe V, á rendir aquéllos al
Santísimo Sacramento y á las Personas Reales en
España (1).
La anamorfosis que se observa en los escritores
que, en reducido número, han hecho investig-acio-
nes para la historia de la Marcha Real es tan ex-
traordinaria, como mudables son los pareceres que
no se asientan sobre bailes fijas, por lo cual cree-
mos haber apuntado cuanto es posible, hoy, en la
materia.
Réstanos sólo decir alg*o acerca del expediente
que existe en'el Archivo de Guerra, por el cual, du-
rante el período revolucionario, siendo Ministro del
ramo el General D. Juan Prim y Prats, se trató de
sustituir la Marcha Real, considerada como uno de
los distintivos de la aug"usta casa de Borbón, por otra
Marcha de Honor, convocando al efecto un certamen
ó concurso musical.
El Director g-eneral de Infantería remitió, antes-
de anunciarse el referido concurso, una marcha de
(1) Además , en Real orden de 5 de Septiembre de 1853 se dispu-
so se tocase la antigua Marcha Granadera al compás de 101 pasos por
minuto, por las bandas militares.
— 42 —
honor, dedicada al General Prini por el músico de
contrata del Rendimiento de América, D. Jíísé Ara-
gón y Peraíí-ón. que el Ministro manifestó había re-
cibido con a^'rado.
Por Orden de 31 de Ag-osto de 1870, se mandó á
los Cai)itanes Generales de los Distritos, que dejara
de tocarse la Marcha Real, y que en su lug*ar se eje-
cutara, con arre<^'lo á Ordenanza, la compuesta por
el músico mayor del 2." lieg'imiento de Ing-enieros,
D. José Escuadranit; En 4 de Septiembre del mis-
mo año se abrió el certamen, publicándose en la
Gaceta de Madrid de 12 del mismo mes y año, la
Orden del Ministerio de la Guerra á los Capitanes
g-enerales de los Distritos, en la forma sig'uiente:
«Excmo. Sr.: Habiendo dejado de tocarse por las
músicas militares después de la Reyolución de 1868,
la Marcha Granadera, la cual fué adoptada en Espa-
fia para rendir honores al Santísimo Sacramento,
personas Reales y altas Dig*nidades militares y ciyi-
les á quienes, por Ordenanza, está marcado el toque
de marcha, y deseando S. X. el Regente del Reino
que se adopte una nueya marcha de honor, en susti-
tución de aquélla, que sea cual corresponde al objeto,
ha tenido á bien resoher lo sig'uiente: — I.'* Se abre
un certamen en esta capital entre los compositores
españoles para la com])osición de una Marcha Xacio-
nal. — 2.'' Esta marcha habrá de ser á paso regular,
en compás de compasillo; de estilo brillante y ma-
jestuoso, y habrá de constar de dos ó tres partes, de
á ocho compases cada una. escritas en partitura
para los instrumentos sig'uientes: flautín, requinto,
clarinetes primeros y segundos, saxofones primero
y segundo, ñscornos primero y segundo, cornetines
primero y segundo, trompas primera y segunda,
trombas primera y segunda, bombardinos primero
— 43 —
y segundo, barítonos primero y segundo, trombones
primero, segundo y tercero, bajos, bombo, platillos
y tambores. Pero con el fin de que á este certamen
puedan concurrir muchos distinguidos composito-
res españoles, que hasta ahora no se han dedicado á
la escritura especial de banda militar, se admitirán
también las marchas escritas sólo para piano; y si,
•entre éstas, apareciere alguna de un mérito superior,
á juicio del Jurado, éste hará queuse transcriba con-
venientemente por un maestro práctico en la mate-
ria, para que sea ejecutada por una banda en la au-
dición pública y pueda entrar en concurso. — 3.*^ Se
concederá premio por este Ministerio de la Gue-
rra al autor de la marcha elegida, consistente en
una distinción honorífica y en dos mil pesetas. —
4.*^ Se nombrará un Jurado de maestros composito-
res, que deberá examinar las composiciones que se
presenten, separando aquellas que no reúnan todas
las condiciones artísticas y las que se exigen en este
programa, y dispondrá que se ensayen y ejecuten,
por las bandas militares de los Cuerpos del Ejército,
existentes en esta Capital, todas las demás composi-
ciones, con el fin de proponer después la que creye-
re digna del premio: si acaso hubiere algunas más,
igualmente merecedoras de él, entonces el Jurado
podrá proponer hasta el máximum de tres, para
que por este Ministerio se elija, entre ellas, la que
haya de ser premiada. La ejecución de las mar-
chas que merezcan ser ensayadas y tocadas tendía
lugar en público, en el día más inmediato que per-
mitan los trabajos del Jurado, y en el local á propó-
sito, que se designarán oportunamente. — 5.*^ Se se-
ñala de plazo hasta el 31 de Octubre próximo ])ara
la admisión de las composiciones; y los C()m])osito-
res españoles que quieran optar al premio, deberán
— 44 —
enviarlas á este Ministerio, en ])lie^-í) dirií^ido al Ge-
neral Subsecretario del mismo, sin expresaren ellas
el nombre del autor, i)ero conteniendo al propio
tiempo otroplief>*o cerrado y lacrado, en el que cons-
te claramente la firma y residencia del autor, y un
lema en el sobre. (|ue deberá i^^-ualmente estar es-
crito en la portada ó encabezamiento de la partitura
respectiva, i)ara la debida distinción entre las que se
presenten. — r).*" Concluido el certamen, se elevará
por el Jurado la oportuna propuesta, y hecha que
sea la elección, se abrirá elplie^-o correspondiente á
la marcha ele<,n(bi, y se adjudicarán los premios á su
autor, en junta pública, inutilizándose los demás
plietifí^s respectivos á las obras no premiacbas, las-
cuales quedarán archivadas en este Ministerio. —
7.^' La edición de la Marcha que fuere adoptada y
los g-astos de papeles para los ensayos serán de
cuenta de este Ministerio. — Lo que de orden de
S. A. dig'o á V. E. para su conocimiento y á fin de
que se le dé la publicidad conveniente. — Dios g'uar-
de á V. E. muchos años. — Madrid 4 de Septiembre
de 1870.— Prim.»
Para constituir el Jurado de maestros composito-
res de música que, como consecuencia de la Orden
que antecede, habla de examinar las composiciones
que se presentaran para la adopción de una Marcha
nacional, la Reg-encia del Poder Ejecutivo desig-nó
á D. Hilarión Eslava, D. Emilio Arrieta y D. Fran-
cisco Asenjo Barbieri.
D. Hilarión Eslava se excusó de desempeñar el
carg-o de Jurado por razones de salud, nombrándo-
se en su lug-ar á I). Baltasar Saldoni.
Examinadas por el Jurado las 476 MarcJios nacio-
nales (\\ie^Q presentaron por 447 compositores, emi-
tió dictamen en 8 de Diciembre del referido afu^
— 45 —
de 1870, en forma tan intencionada y curiosa, que no
podemos resistir al deseo de copiar al<»-unos de sus
párrafos más substanciales:
«Nuestro primer sentimiento — habla el Jurado —
ha sido de satisfacción al considerar elg-ran núme-
ro de composiciones que han concurrido al certa-
men, lo cual prueba el desarrollo que en nuestro
país van tomando los estudios de la música, y prue-
ba además el entusiasmo de los artistas; pero, des-
gTaciadamente, el asunto del certamen es de los
más difíciles, porque en los cantos nacionales, apar-
te de su mayor ó menor l)ondad artística, entra por
mucho la sig'nificación que les presta la costumbre
ó el capricho de los i)ueblos; y como en España su-
cede, todos estábamos acostumbrados á considerar
€omo símbolo de las majestades divina y humana
los nobles y sencillos acordes de nuestra antig-ua
Marcha Real (que, dicho sea de paso, es artística-
mente de lo mejor y más apropiado que puede in-
ventarse), no hay que extrañar que tales condicio-
nes hayan podido contribuir á que el g'enio de nues-
tros compositores se haya visto coartado. De aquí,
tal vez, que la Marcha Nacional \\i^ conteng*a rasg-os
de inspiración, hallándose alg'unos trabajos apre-
ciables, no obstante, que no dispuso el Jurado que se
ensayaran en sitios públicos, pc^rque los g-astos no
€orresponderían al mérito de las obras, entre las que
no hay ning-una dig-na de reemplazar á la Marcha
Be al.»
Presentáronse alg'unas composiciones con lemas
tan pereg-rinos como: «Más vale maña que fuerza».
«El rey ha muerto, ¡viva el rey I» (que tan mal se
avenía con las circunstancias), «Allá va eso. valg'a
lo que valiere», «Soy, teng'o y quiero», «Guiar el
ojo á los pianistas», «Vístete como te llamas», y
— 4G —
otros lio menos chuscos que acusubuii, cuando me-
nos, poca seriedad.
Como consecuencia del fallo del Jurado, en 15 de
Diciembre del mismo año se declaró sin efecto
el concurso; y en 8 de Enero de 1871 se mandó fue-
se reconocida por Marcha Nacional Espaü ola la anti-
g-ua Granadera, por no haberse presentado en el cer-
tamen nin^»-una dig-na de premio. También se dejó
sin efecto la Orden de 31 de Ag-osto anterior, que
mandaba se ejecutase interinamente la marcha del
músico mayor Sr. Escuadranit. á que antes hemos-
hecho referencia.
En el expediente de que hablamos existe una cu-
riosa carta dirig-idapor el maestro Barbieri al señor
Maimó, en la que, entreoíros particulares, dice que
«la Marcha ReaL como música adecuada al objeto,
es de lo mejor y más notable que se conoce, después-
del Himno Inglés, de Haendel, y del Ri nino Austria-
co, de Haydn. »
Por último, impug"nando el fallo del Jurado que
acabamos de mencionar, el presbítero D. José Ma-
ría Sbarbi publicó, el 21 de Diciembre de 1870, una
refutación de aquél, con razones atendibles, en cier-
to modo. El título de este opúsculo es: Una página
del arte miisico español en el siglo XIX.
El Sr. Sbarbi opina «que el fraseo y modulación
de la Marcha Real son de lo más vulg-ares, pobres y
destituidos de arte, si bien lo repetido de sus frasea
y su monotonía, la constituyen apta para ser inme-
diatamente cogida por el pueblo.» El mismo folletis-
ta censura, además, que se considerase á la profesión
artístico -musical española de nuestros días tan li-
mitada en sus conocimientos y tan destituida de ins-
piración, que no supo escribir una marcha que ex-
cediese en mérito á la antig'ua Real, lamentando y
— 47 —
originándole sorpresa, que ning'una de las 476 que
se presentaron á concurso hubiese merecido el pre-
mio anunciado.
No hemos de entrar en análisis ni disquisiciones
sobre un punto que nos llevaría más lejos de lo
que permite la índole de este trabajo; pero es g-ran
verdad que, al fin, hubo de restablecerse, y durará
siempre, como Marcha Real española la antig-ua Gra-
nadera, cuyos sencillos y majestuosos acordes serán
muy difíciles, si no imposibles, de sustituir dig^na-
mente, porque en toda composición música es más
importante que el mérito artístico el carácter, la
idea que se debe expresar, bajo cuyo concepto es
irreemplazable la que se ejecuta en España, para
rendir honores al Santísimo Sacramento y á nues-
tros Aug'ustos Monarcas.
III
]V[apcíia de Infantes.
Mucho más escasos, obscuros é indeterminados
que los de la Marcha Real, aparecen los oríg-enes é
historia de la, impropiamente denominada. Mar-
cha de Infantes.
Sabido es que, en España, se conoce con el alto
título de Infante á cualquiera de los hijos leg-íti-
mos del Soberano, nacidos después del primog'éni-
to (1).
Hasta los tiempos de D. Juan I se llamó también
(1) Barcia. Diccionario Etimológico. (Pág. 91.)
— 48 —
•fisí al hijo priino^í'énito del Rey. y se .solía añadirlos
caliñcativos de heredero ó primogénito heredero. Tam-
bién se decía en estilo anticuado: ^<E1 descendiente
de Casa ó sangre Real, como los Infantes de Lara^.
Seí^-iin CovaiTubias, el primer hijo del Rey que en
Castilla llevó el título de Infanie, fué el primoí^-énito
de D. Fernando II de León, llamado D. Sancho III:
aquella denominación era usada en Ingdaterra, y la
introdujo en España su madre Doña Leonor. El
mismo titule» de Infante dieron á su hermano Don
Fernando, que está enterrado en las Huelg"as de
Bur<»'os. (Monlau.)
Hemos re¿^-istrado detenidamente la Historia de
España, desde los años 1085 de nuestra Era. hasta
el día, con afán de conocer el ori<j;-en de la denomi-
nada Marcha de Infantes; y este estudio nos induce
á inferir, que la composición musical que inserta-
mos, conforme la ejecuta la banda del Real Cuer])o
de Guardias Alabarderos, debe proceder, á lo sumo,
de la última década del pasado siglo ó de los co-
mienzos del corriente. Por desg-racia. esta deduc-
ción es imposible comprobarla con datos positivos.
Los maestros D. Jesús de Monasterio. 1). Felipe
Pedrell y I). Ildefonso Jimeno de Lerma opinan
€omo nosotros, es decir, que la composición musi-
cal de que se trata, más bien tiene aire de Mimié
que de Marcha, que es de carácter alemán, y que su
débil factura, desprovista por completo de valor ar-
tístico, revela no proceder de autor disting-uido.
Está fuera de duda, que la llamada de honor de
Infantes (tal debe ser su verdadero nombre, como
nos proponemos demostrar) existía ya en la época
de Carlos III, pues entre los mencionados ^< Toques
de g'uerra que deberán observar uniformemente
los Pífanos. Clarinetes y Taml)ores de la Infantería
-^ 49 —
de S. M., concertados (al estilo prusiano) por D. Ma-
nuel de Espinosa. Músico de la Capilla Real (de or-
den de S. M.), fí-rahados por Juan Moreno Tejada,
año 1769» (1), se encuentra con el indicado título y
es ig'ual á la que acompaña á este cuaderno. Como
puede advertirse, muy leves son las diferencias,
comparada con la que hoy ejecuta la' banda de
Alabarderos.
Á nuestro modo de ver, la Llamada de Infante,
es muy posible que fuera traída á España cuando
el nieto de Luis XIV. el animoso Felipe de Anjou,
vino á ocupar el solio de San Fernando.
Siempre con la idea de que nuestras noticias lle-
ven el sello de la comprobación, también ahora re-
currimos á los Archivos, á las Bibliotecas y á cuan-
tas personas de erudición ó competencia pudieran
auxiliar nuestras investig-aciones. Tarea inútil. Si
las noticias buscadas y rebuscadas por nosotros
existen, respondieron con ing^ratitud al cariño con
que procuramos dar con ellas.
Nuestro buen amig-o I). José Muñiz y Terrones,
en el punto que añóranos entretiene, es de nuestro
parecer. Cree que la Llamada que publica el Sr. Es-
pinosa en su citado libro, es la Llamada de Infante,
nombre que siempre le dan las Ordenanzas del ejér-
cito al tratar de «Honores militares». Cree también
que dicha Llamada debía ser una ami)liación de la
llamada de la corneta de Infantería, porque en la
l)rimera hay notas idénticas á las de la seg'unda.
Respetando el parecer de nuestro ilustrado ami-
(1) Al hablar de la Marcha Real, ya liemos diclio que e^i? curio-
so é interesante libro so encuentra en 1a P.ib'iotoca Nacional, pro-
cedente de la (jue i'ué Ir-gada ala misma por D. Francisco Asenjo
Uarbieri.
— 50
g*o. lio i)()(leiii()S fslai' de ¡icucrdo ron él ])or las i'a-
zoiies sif>'ui('n1(\s:
El Ifxjiie (le conictn basa sus tres ])ri meros coiii-
pases en la tónica, y el ciiarío en la (loniinante; y
la impropiamente llamada M a relia de Infantes, qne
ejecuta la Música de Ala])ar(leros. fundamenta sus
(los primeros compases en la tónica, el tercero en la
dominante, y vuelve á la tónica en el cuarto.
Lne<^'o. en nu(\stro conce])to. no ])uede estar fun-
damentada la Marcha en el loque de la corneta de
Infantería. i)or(jue no Ih^va el mismo movimiento
el bajo armónico.
Estas razones, que sometemos al juicio de las
personas com])et'eiites en armonía y com])osición
musical, coníirman. á nuestro modo de ver, que,
hoy por hoy. no cabe discernir con acierto sobre
cuanto esté rtdacionado con la Llamada de Infantes.
Esta composición musical, lo mismo que la Mar-
cha Granadera, están escritas, en el libro tantas
veces citado de Es])inosa. ])ara Clarinetes I."" y 2.".
Pífanos 1.^ y 2.*". y Tambor. El pífano, que hoy sólo
se usa en la Música dtd Keal Cuerpo de (iuardias
Alabarderos, tiene un noble y curioso al)olen<i'o.
Por el dibujo que publicamos, puede verse que ya
en la época de Carlos V se em])leaba i^X pífano en el
ejército (1).
(1) Pífano (del árabe phcifc silbato): in.— Instrumealo militar
que sirve en la Infantería acompañado con la caja. Es una pequeña
flauta, de muy aguda voz, quo se toca atravesada.
«...Lo cual hizo con sus soldados, banderas tendidas, y á son de sus
cajas y pífanos para muestra do bravura.» — Mariana.
Pífano militar. — Esta voz tuvo origen en la Ordenanza de 1768.
Antes de esta época se denominaba pífano al instrumento vulgar-
mente llamado p?7o, que desde 1505 acompañaba á la caja. En los si-
glos XVI y xvii, y más de la mitad del xviii, los pífanos eran en nú-
51
^':^::::^^^^-----'"^ ^
Respecto á los varios casos en que corresponde
tributar honores á los Infantes por medio de la Lla-
nicro de dos á cuatro, formando parte de las compañía^, ote... Indis-
tintamente se llama pífano al iuslrumcnto y al individuo que lo
toca, etc.. Era su oficio acompañar al tambor siempre que cualquie-
ra Capitán (y no Oficial subalterno) se ponía á la cabeza de alguna
tropa, al modo que ahora lleva tambor batiente la mandada por Ofi-
ciales sin distinción de grados y no por Sargentos, razón por la cual
se dice, desde entonces, para dar á entender que una persona tiene
poca significación, ó no llega al grado de Capitán: «Ese no toca pito. >
Los pífanos fueron suprimidos en los Cuerpos de Infantería por
Real decreto de 31 de Mayo de 1828: la Guardia Real de Infantería
los conservó, sin embargo, hasta su extinción en 1841, y á partir de
esta focha conservó solamente los pílanos el Real Cuerpo de Alabar-
— 52 —
mada, dicen las ()rdenfiji:ns anoladas por I). José
Mufíiz y Terrones, Tratado IIL Título I, Artículo 27:
«Los Infantes que sirvan en los Ejércitos no g-ozan
otros honores y consideraciones que los correspon-
dientes al empleo que desempeñen, pero conservan
el tratamiento personal de Alteza.»
deros. (Extractado ¿qX Diccionario Mililar, porD. Josa Almirante. Ma-
drid, 18G9, pág. 906.— üe la Biblioteca del Ateneo.)
Pífaro, m. ant. — Pífano.
cDijera mí.s, sino que un gran ruido
De^jj/aros, clarines y tambores
Me azoró el alma y alegró el oído.»
(Cervantes.)
El pífano era conocido en el siglo xiii. (Cuadro de los instrumen-
tos músicos del siglo y.iu.)— Historia de la Música, por H. Lavoix (hijo).
Madrid, pág. 80.
El maestro Barbieri, en el discurso que pronunció en el Centro del
Ejército y de la Armada sobre Músicas militares, dijo lo siguiente:
«Los ejércitos españoles, á principios del siglo xvi, ya contaban con
un nuevo instrumento músico militar, no tomado de los moros, como
el tambor ó los timbales, sino de los soldados suizos que habían ser-
vido en la guerra de Granada, y á la sazón servían en Italia á las ór-
denes del Gran Capitán. Dicho instrumento se llamaba originaria-
mente Schoveizerpheife ó FeldpJieife, es decir, pito de Suiza, ó pito de
camparía, }- pasó á nuestra lengua con los nombres de pífaro, pífano
6 simplemente pito, sirviendo desde entonces á nuestra Infantería,
hasta que desapareció de ella, usándose hoy tan sólo en el Real
Cuerpo de Alabarderos.»
A propósito del dibujo del Tambor y Pífano que publicamos, citare-
mos lo que dice D. Francisco Barado en el Museo Militar, refirién-
dose al Sr. Conde de Clonard, al hablar de los trajes militares del
siglo xvi: «Los trajes militares del reinado de Carlos I no fueron me-
nos vistosos que los del anterior, si bien no tan nacionales, lo que no
deja de ser natural, hasta cierto punto, porque la mayor parte del sé-
quito del Emperador se componía de extranjeros.»
Visten las dos figuras que reproducimos un airoso jubón y calzas
de dos colores acuchilladas, llevan gorra con plumas y ninguna
arma.
- 53 —
En las Ordenanzas de 1768 aparecen determina-
dos los honores que deben tributarse á los Infantes,
en los artículos que sig'uen:
«Art. 19. Cuando los Infantes se hallasen donde
Nos, la Reina, Príncipe ó Princesa de Asturias, y
pasasen por nuestras tropas formadas ó apostadas
de g-uardia, se les tocará solamente la Llamada, et-
cétera.»
«Art. 20. A los Infantes que, hallándonos presen-
tes Yo, la Reina, Príncipe ó Princesa, alojasen sepa-
rados de mi Palacio, se pondrá una compañía de
g-uardia con bandera sencilla, la cual tomará las
armas á su persona, poniéndolas al hombro, con
el toque de Llamada, siempre que entraren y sa-
lieren.»
«Art. 22. Cuando alg'ún Infante se hallase sepa-
rado de mi presencia, etc., tocarán la Marcha los
guardias.»
«Art. 25. Las g-uardias de los Infantes sólo toma-
rán las armas y harán honor para Nos, la Reina,
Príncipe ó Princesa con la distinción explicada, y á
los demás Infantes (presentes ó ausentes, Nos, la
Reina, Principe ó Princesa) harán el propio honor
que á la persona Real que guardan.»
Por último, según la Real Orden de 24 de Sej)-
tiembre de 1858 (también está en las Ordenanzas
anotadas por el Sr. Muñiz y Terrones), se previene
que, á fín de que á las Reales personas se tributen
los honores militares correspondientes en caso de
marcha, vayan precedidas de palafrenero que las
anuncie, llevando en sus carruajes la servidumbre,
con librea de hi Real Casa. (Colección Legislativa. Re-
guera, tomo IV, pág. 918, año 1868, Madrid.)
— 54 —
Indefínidas resultan estas pá¿^*i ñas y pobre el fru-
tf) (le nuestras averi^-uaciones. Si es lo primero,
porque nuestro entendimiento á más no alcanza; k)
se^nmdo, ciertamente no es porque hayamos rega-
teado al t¡em})() y al estudio nada de lo que necesi-
taron. Consulta con literatos, no de los que á diario
se exhiben sin dejar una línea de provecho, sino de
los que consag-ran ^.u intelig-encia á labores útiles
y son, como hemos indicado, abejas y no abispas de
la literatura patria. Entre los que más han extre-
mado sus atenciones fig'uran los Sres. Tamayo,
Conde de Morpliy, Nog'ués, Otero, Sbarbi y Barado.
Consulta con los maestros compositores Monasterio,
Conde de Morphy (1), Pedrell, Fernándel Grajal
(D. Manuel). Jimeno de Lerma y Sbarbi (2). Y risi-
ta frecuente y detenida allí donde acaso pudiera
encontrarse alg"una huella de lo que se perseg'uía.
Estas pág'inas no serán, tal vez, sino una compi-
lación de datos, la primera eta})a. los primeros jalo-
nes para encontrar los verdaderos oríg-enes. punto
de arranque de la historia de la Marcha Keal y de la
de Infantes; mas no tendremos por inútiles nues-
tros esfuerzos, si pudimos coadyuvar en alg-o á que
otros investig-adores, con mayor ilustración ó fortu-
na, lleg'uen un día al fin deseado, puesto que, hasta
ahora, por nadie, y menos i)or nosotros, se ha dklio
lo definitivo sobre ambos particulares, no obstante
los justos títulos con que se brindan á la curiosi-
dad de los eruditos.
Luis B0>'AFÓS.
31 Mayo, 1897.
(1) Sabido es que en el concurre la doble circunstancia de ser li-
terato y músico, notable en uno y otro concepto.
(2) Se encuentra en igual caso que el Sr. Conde de Morpby.
(Doncluyése d& imprimir este cuaderno
el día oí de t^^gosto de íSO'J j
en la J^mprejita de los Sres. d^^^ernando y Compañía,
0uÍ7itana, S3^ -Madrid.
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Marcha llamada
DE
DON JAIME EL CONQUISTADOR
ViOLIN lí
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Contrabajo.
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Marcha de fusileros
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Marcha Real
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TOMA DE ALMOHADA
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ANTECÁMARA
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EXCMA. SRA. D. JUANA ARAXA Y SAAVEDRA,
Marquesa Viuda de Ayerbe.
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TOMA DE ALMOHADA
I.
Dar almohada. — En Palacio, recibir la Reina ó
Princesa por primera vez d la mujer de algún Gran-
de, d la que se pone una almohada para que se siente,
con lo cual se le da posesión de grandeza de España,
Tan clara y concreta definición es la que da la
Real Academia Española.
En las etiquetas del Real Palacio, la frase se em-
plea en sentido inverso. Se dice: Tomar almohada.
11.
Trae su origen la palabra Almohada (1) del vocablo
árabe Almosalla, qne significa: Tapete pequeño para
arrodillarse mientras dura la oración. De donde pro-
cede en el idioma castellano el sustantivo Almohada
6 Almohadón, prenda ú objeto que, con el indicado
propósito, se usa en nuestros días, y que no es más
que un tapete ó funda llena de lana, plumón ó
cerda.
De la costumbre que, durante su dominación en
nuestro territorio, tenían los árabes de sentarse sobre
almohadones colocados en el pavimento de los edifi-
cios donde habitaban, tomaron los españoles la de
adornar sus estrados de idéntico modo, y de aquí que
la Almohada ó Almohadón, á la usanza árabe, que-
dase convertido en adorno en las suntuosas moradas
(1) De JA-dr-^ ahnihadda , según el Diccionario de la len-
gua castellana por la Keal Academia Española.
Barcia (Roque). Árabe clásico, al-mikhadda ; árabe del
Oeste, al-mokhadda. (Primer Diccionario general etimológico
de la lengua española.)
— o —
de los magnates; en las modestas de los hidalgos de
todas condiciones, desde el de ejecutoria hasta el de
pobre cnna, y aun en la de los plebeyos de más hu-
milde condición: costumbre que, según D. Alonso
(Jarrillo, en su obra Origen de la dignidad de Gran-
des de Castilla, continuaba en España á través de
los reinados de la Casa de Austria.
El solemne acto de Tomar almohada, ó tomar asien-
to, es una preeminencia que las Reinas otorgan á las
esposas de los Grandes, porque el matrimonio en
tiempos lejanos, como ahora, por hábito y por derecho
tiene la virtud de- hacerlas partícipes de todas las
distinciones, honores y privilegios de que gozan sus
legítimos consortes, y el de tomar almohada las
Señoras en presencia de la Reina, equivale á la honra
que el Rey dispensa á aquéllos cuando les manda
que se cubran.
III.
Así como no se tiene noticia exacta de la fecha en
que se estableció por vez primera la alta prerrogativa
de cubrirse los Grandes de España, tampoco se sabe
cuando sucedió lo mismo respecto á la de tomar al-
mohada^ las señoras de los Grandes, en presencia de
la Reina ; pero es probable que, reconociendo idéntico
origen, fuese la misma ó seguida, mediando corto es-
pacio entre la una y la otra; porque habiéndose conce-
dido á la Grandeza, en tiempo de los Reyes Católicos,
el privilegio de sentarse en la Capilla Real, y el de
cubrirse en presencia de Su Majestad, se infiere, con
razonable criterio, que siendo el acto de tomar almo-
hada un privilegio creado en favor de las esposas de
los Grandes para elevarlas á la altura de la preemi-
nencia que éstos alcanzan después de cubrirse, hubo
de preceder la causa al efecto, ó sea la institución de
la cobertura (acerca de la que, como acabamos de in-
dicar, no hay noticia alguna hasta el reinado de los
Reyes Católicos), á la institución de la investidura
de la toma de almohada.
Esta distinción no se limitó durante el reinado de
la Casa de Austria a las esposas de los Grandes, sino
que se hizo extensiva á las de sus primogénitos, y
hasta á las de los Embajadores de testas coronadas
que tenían asiento en la Capilla Real, y á las muje-
res de los Marqueses de Portugal, cuando este reino
formaba parte de los dominios españoles; pero pre-
cediendo siempre la cohertura del marido.
Estados hubo, y algunos territorios, sujetos á la
dominación española, en que no llegó á tomar carta
de naturaleza tan señalado privilegio, por estar en
oposición con las costumbres del país la de sentarse
hombres y mujeres al estilo de los árabes.
Las esposas de los Virreyes y Gobernadores, ejer-
ciendo en sus respectivos dominios las funciones de
Reinas, recibían y daban silla á las de los Grandes
sobre la misma tarima, y bajo el mismo dosel que
ocupaban por su carácter de virreinas ó gobernado-
ras; demostración que equivalía á la de toma de al-
mohada en el estrado de la Reina.
. Largo tiempo duró en Sicilia y Ñapóles esta cos-
tumbre, que fué preciso derogar en virtud de Real
orden expedida por el rey D. Felipe IV, en 6 de
Noviembre de 1637, á causa de las frecuentes recla-
maciones y quejas de los Títulos de aquellos Virrei-
natos.
Aun cuando la gracia que se otorga concediendo
asiento á las esposas de los Grandes en presencia de
la Reina tiene, como se ha dicho, por objeto hacerlaa
— 9 —
partícipes de un privilegio análogo al que aquéllos
disfrutan cubriéndose en presencia del Rey, lleva en
sí la condición esencial de imprimir carácter intrín-
seco, es decir, que sea cualquiera el fundamento para
la concesión de la prerrogativa, bien por la dignidad
propia de quien la obtiene, bien por la ajena, no
pueden retirarla ó anularla ni aun los que la con-
cedieron, aunque cesen los motivos en que se fundó
la gracia.
Desde este punto de vista, la toma de almohada
en las Señoras tiene el mismo carácter que la cober-
tura en los Caballeros. Así es que tan especial privi-
legio lo conservan después de viudas, y aun en el
caso de contraer nuevos esponsales con persona de
inferior categoría. Y como la concesión de esta gra-
cia no lleva en sí carácter obligatorio , porque de-
pende sólo de la libre voluntad de los Monarcas, es
lo cierto que no puede considerarse como procedente
de las condiciones ó calidad del marido, sino como
una gracia que emana de la liberalidad de los Reres,
y que sólo puede efectuarse cuando en el marido con-
curre la indispensable circunstancia de haberse cu-
bierto (1).
Más de un caso pudiéramos citar en que así quedó
(1) Á D. Duarte de Portugal, Marqués de Frechilla, le negó
el rey D. Felipe III la cobertura, y á su mujer, la Marquesa
de Malagón, la toma de almohada. (Cabrera de Córdova. Suce-
sos de la Corte de España, Pág. 306.)
— 10 -
establecido, durante la dominación austríaca, por
resoluciones expresas de S.- M., fundadas en que el
uso común de Castilla conserva títulos y honores á
los que una vez llegaron á poseerlos,'aun cuando cese
el motivo ó causa en virtud del cual los obtuvieron.
De estas observaciones resulta que la toma de al-
mohada imprime carácter esencial, como la cohertu-
ra de los Grandes, es decir, que por el hecho mismo
de otorgarse á una Dama el privilegio de sentarse en
presencia de la Reina queda declarada Grande de
España, como los Caballeros que obtienen la prerro-
gativa de cubrirse, en presencia del Rey.
IV.
La almohada en (-[ue toman asiento las Damas no
ha experimentado, en su forma, alteración notable
hasta ahora, desde que se creó este privilegio en fa-
vor de las Señoras de los Grandes cubiertos , á ex-
cepción de las mayores ó menores dimensiones que
le han dado.
En la actualidad tiene, J)róximamente , 120 cen-
tímetros de longitud por 50 de latitud; va cubierta
de terciopelo carmesí con franjas de oro : y aun cuan-
do se ha proyectado darle la mayor altura j^osible,
aumentando el relleno para facilitar á las Damas la
acción de sentarse y levantarse , es lo cierto que en
estas solemnidades se tocan los inconvenientes de
una costumbre que suele ocasionar á las Damas difi-
cultades por sus condiciones físicas, y á veces por
las tiranas exigencias de la moda.
Para evitarlas convendría introducir una ligera
modificación (|ue, sin alterar esencialmente lo regla-
mentario, proporcionara mayores facilidades, evitán-
dose asi la hilaridad, reprimida en no pocas ocasio-
— 12 —
nes por respeto á la Majestad, y originada por las
dificultades que algunas Señoras experimentan al
sentarse y levantarse, y que son contrarias á la serie-
dad de la ceremonia.
Puesta la almohada sobre una banqueta , sin me-
noscabarse en lo más mínimo la virtualidad del
acto, las Señoras se levantarían fácilmente no lia-
biendo j)recisión de recurrir al auxilio mutuo que
hoy se prestan, tal vez con algún detrimento de su
propia dignidad y del respeto que siempre y en todas
ocasiones debe inspirar la presencia de S. M. la Rei-
na. Lo que sucede, á juicio nuestro, es por rendir
culto indebido á lo tradicional, ó por inadvertencia,
y esto lo decimos sin que á nadie alcance la censura;
pero sí para que en ello se fije la atención de quien
corresponda.
V.
Dadas las anteriores noticias históricas, habla-
remos de la diferencia esencial que la costumbre
ha establecido entre lo que en tales casos se hacía
por la Casa de Austria, j luego se hizo por la de
Borbón.
La diferencia consiste en que antes , al tiempo de
recibir S. M. á la agraciada, se levantaba la Reina
de su estrado, y después de ligero coloquio, per-
maneciendo en pie, S. M. ofrecía á la Dama la
almohada para que se sentase, quedando por este
acto en posesión de una prerrogativa idéntica á la
que su marido disfrutaba delante de las Reales per-
sonas.
La demostración de levantarse ]a Reina de su es-
trado era un acto de deferencia y consideración tan
singulares, que sólo tiene igual al de permanecer el
Rey en pie cuando recibe á los Grandes de España
que han de cubrirse. Pero sin que pueda asegurarse
cuál fué el verdadero motivo de la variación, es lo
cierto que, en la actualidad, recibe S. M. la Reina,
— 14
permaneciendo sentada, á las Señoras que han de
tomar almohada , con lo cnal resulta algo menosca-
bada la importancia que, en su principio, revestía
tan solemne ceremonia.
EXCMA. SRA. 1).' CARMEN AGUIlíliE SOLARTE,
Marquesa Viiida de Molías.
./
EXCMA. SRA. D. FIíRNANDA SALAVKKT V AIITEAGA,
Condesa de Villasronzalo.
VI.
La necesidad de modificar las etiquetas de la Casa
Keal de España para armonizarlas con el nuevo ré-
gimen político que se estableció al fallecimiento del
rey D. Fernando VII, movió á la reina gobernadora
D.^ María Cristina de Borbón á nombrar, en 1839,
una comisión de Jefes de Palacio para que formu-
lase un proyecto de etiqueta general ; y entre los que
propuso, aun cuando no llegaron á obtener la san-
ción regia por los acontecimientos de Septiembre
de 1840, se eligió uno para que se observase en la
ceremonia de la toma ele almohada por las Señoras
de los Grandes, el cual estaba concebido en los
términos siguientes:
«Esta ceremonia se celebra en el cuarto de la
Reina, en la Sala de Damas, la que está preparada
por la Furriera con sillón, almohada, tapete y bufete
á la derecha.
3) Se coloca detrás del sillón el Mayordomo mayor
de la Reina, á la derecha de S. M.; á su lado, según
costumbre, el de semana que esté de guardia, y en
— 16 —
ala las Damas que ya han tomado almohada, te-
niendo á sus pies cada una la suya.
» Después que ha entrado S. M. y (^ue se ha sentado
en el sillón, dice: Sentaos: lo que hacen los circuns-
tantes.
))En seguida el ujier annncia la llegada de la agra-
ciada, diciendo: Señora^ la Duquesa, Marquesa, etc,
))Teniendo el permiso de S. M., el ujier corre la
cortina y se presenta la agraciada con su madrina,
que debe ser otra Grande que ha recibido almohada:
hacen, juntas, dos reverencias, saludan á S. M. y
luego á las Señoras: se retira la madrina: la agra-
ciada se adelanta y hace, sola, la tercera cortesía. Si
es de primera clase, la manda S. M. sentarse antes
de hablar, y si es de segunda, después de haber ha-
blado ; pero en ambos casos es obligación de la Dama
de guardia ponerle la almohada enfrente de S. M.,
con quien habla de materias indiferentes ; pero nada
de arenga. Al retirarse S. M., todas se ponen en pie.»
La simple lectura de este lacónico ceremonial , da
á conocer la escasa importancia que en él se concede
al Secretario de la Camarería, invistiendo á un ujier
de facultades que son peculiares de aquél por su em-
pleo, y también demuestra la situación, en cierto
modo desairada, en que, por falta de explicación, se
deja á la Dama agraciada, por no designarse el sitio
que debe ocupar después de terminada la ceremonia,
como se previene en la cobertura de los Grandes,
Por último, refiriéndose este proyecto de ceremonial
— 17 ~
solamente á las Grandes de primera y segunda clase,
parece que las de tercera quedan excluidas de la so-
berana gracia.
No sabemos si estas omisiones fueron casuales ó
intencionadas; pero nos inclinamos á creer que son
hijas, cuando menos, de la falta de meditación que
requieren tan importantes proyectos.
Algunas dificultades debieron tocarse en la prác-
tica, cuando la Excma. Sra. Duquesa de Berwick y
de Alba, Camarera mayor de Palacio, se decidió,
en 1856, á someter á la aprobación de S. M. la reina
D.'^ Isabel II el siguiente Decreto, fijando las atribu-
ciones del Secretario de la Camarería, y concretando
mejor algunos detalles del ceremonial inserto, asimi-
lándole al que regía en la cobertura de los Grandes.
El citado Decreto dice así:
«Teniendo en consideración las razones^ que ver-
balmente me ha expuesto mi Camarera mayor, sobre
la necesidad de remover los obstáculos que se ofre-
cen para dejar consignados con la debida formalidad
los antecedentes relativos al acto solemne de tomar
la almohada las Grandes de España, y deseando Yo
que éste se regularice en completa armonía con lo
que se practica en el de cubrirse los Grandes, con
arreglo al ceremonial de costumbre. Vengo en man-
dar, primero: el Secretario de la Camarería mayor
de Palacio asistirá á los actos en que las Grandes de
España tomen la almohada. Segundo: se colocará
dentro de la ( 'amara al lado derecho de la cortina
— 18 —
por donde deben entrar las asj)irantes á tomar la
almohada, en la misma forma y manera que lo veri-
fica el SecTetario de (Jamara y Real Estampilla en
la ceremonia para cubrirse los Grandes, y, como
aquél, anunciará desde su puesto á la agraciada, para
que entre á tomar la almohada, del modo que esta-
blece el mismo ceremonial; y tercero: abrirá en su
Secretaría un libro de actas, en que extenderá, con la
debida expresión y formalidad, la realización de estos
actos, Y librará, con referencia á él, la competente
certificación á las agraciadas, para su satisfacción y
testimonio. Está firmado de la Real mano. Palacio
13 de Diciembre de 1856. — A la Duquesa de Berwick
y de Alba, Camarera mayor de Palacio.»
En el mismo libro de. donde hemos copiado este
Real decreto, libro que lleva el título de Actas de
la solemne ceremonia en que las Señoras Grandes de
España toman la almohada, y en el folio (pie á este
título sigue, está el Orden de esta solemnidad con la
siguiente advertencia: A falta de ceremonial escrito
para la toma de almohada^se consigna aquí el orden
de esta solemnidad, según lo ha demostrado la 'práctica
hasta el d'ta,
Y con efecto, durante el reinado de D."^ Isabel II
la práctica fué la única norma en todos los asuntos
de etiqueta, aun cuando en varias ocasiones se intentó
encauzarlos, sobre todo en 1840, por medio de for-
mularios generales, que no llegaron á regir por la
dificultad de hermanar las exigencias de los Gobier-
— 11) —
nos, cuyo régimen político ha llegado á nuestros días,
con las severas prescripciones de la etiíjueta vigente
en el reinado de D. Fernando VII.
De aquí, sin duda, la anterior advertencia de la
falta de un ceremonial escrito, (¿ue la Excelentísima
Sra. Duquesa viuda de Berwick y de Alba, Camarera
mayor de la reina D."" Isabel II, quiso suplir con un
trabajo que lleva la modesta denominación de Orden
ó Práctica (par.i la solemnidad á que nos referimos),
al proponer á S. M. la aprobación del Real decreto
de 13 de Diciembre de 1856.
El mencionado Orden figura en el primer libro de
las actas de la toma de almohada, concebida en estos
términos: «En la pieza destinada al efecto, que re-
gularmente es la antecámara, se colocan una mesa y
un sillón: todas las puertas están cerradas con mam-
para y cortina. Los convidados, que son las Damas
que hayan tomado la almohada, y los Grandes cu-
biertos, con los Mayordomos de semana, esperan ;i
S. M., y luego que sale y toma asiento en el sillón
preparado, se colocan las Damas á la derecha y tienen
la almohada delante para sentarse, cuando así se les
prevenga.
))Los Grandes se colocan á la izquierda de ÍS. M.,
y los Mayordomos de semana en seguida de los Gran-
des y frente á S. M. Las agraciadas se hallan con
sus madrinas en la saleta, ó sea la pieza anterior
adonde se verifica la ceremonia. El Secretario de la
Camarería mayor se coloca dentro de la Chámara, al
— 20 —
lado derecho de la cortina por donde han de entrar
las agraciadas, y el ujier de Cámara ó Sumiller de
cortina de guardia, á*la izí^uierda. Tan luego como
se presente S. M., j colocados todos en la forma enun-
ciada, dice á las Damas: Sentaos; á los Grandes:
Cubrios, y verificado, el Secretario de la Camarería,
desde la cortina, ó sea desde su puesto, anuncia á la
agraciada, diciendo: «Señora, ó Señor: la Duquesa de
«tal. Condesa ó Marquesa de cual.» Entonces el ujier
descorre la cortina y entra la que ha de tomar la
almohada, llevando á su derecha la madrina, que la
conduce por la mano. A los dos pasos de haber en-
trado, hacen una cortesía á S. M.; al medio del salón
otra, y luego otra, saludando después á las Damas y
á los Grandes, quienes se han levantado de la al-
mohada, y quitándose el sombrero desde que apare-
cen en la puerta los que se presentan á la ceremonia.
Su Majestad dice á la agraciada: Sentaos, quien lo
hace al instante; da las gracias á S. M. como agrade-
cida á la Real munificencia, y concluido, besa la
mano y se retira, haciendo otra cortesía para colo-
carse á la derecha de las Damas.
»Si en un mismo día toman la almohada dos ó más,
se ejecuta con cada una de ellas lo mismo que se ha
manifestado: concluida la ceremonia de la última, se
levanta S. M., y saludando á todos, se retira á su
'cuarto.
)) Cuando hay más de una que tiene que ser admi-
tida á tomar la almohada, puede ofrecer duda res-
pecto al orden con que han de entrar al acto, y para
que no se susciten querellas en cuanto al particular,
el Secretario de la Camarería mayor, consultando
con la Camarera mayor, hace una lista según la an-
tigüedad de las Grandezas, da conocimiento de ella
á las interesadas, por si es necesario rectificarla en
vista de lo que cada interesada manifieste. — Hay
una rúbrica del Secretario de la Camarería, que á la
sazón era D. José María Dovitua.»
Sin embargo de ser este Orden mucho más com-
pleto, explícito y claro que el ceremonial formulado
por la Junta de Jefes de Palacio, nombrada en 1839,
adolece de alguna imprevisión, porque, ordenándose
en el Real decreto de 13 de Diciembre de 1856 que
el acto de la toma de almohada se regularice en com-
pleta armonía con el que se practica en el de cubrir-
se los Grandes, con arreglo al ceremonial de costum-
bre^ no se concibe que en el formulario escrito por la
Camarera mayor para aquella solemnidad, sin em-
bargo de ser co])ia del de las coberturas^ con las
variaciones (pie requiere la diferencia de sexos, se
ordene (|ue la agraciada, después de besar la mano
á S. M., se retire haciendo una cortesía para colo-
carse á la derecha de las Damas,
Halhíndose éstas, según el ceremonial, á la dere-
cha de S. M., al situarse la agraciada á la derecha
de las Damas, tiene por necesidad (jue ocupar el úl-
timo puesto: práctica enteramente contraria á la
que se ejecuta en la cobertura de los (rrandes^ en cuya
— 22 —
solemnidad, el que por jn-imera vez se cubre, se re-
tira colocándose á la cabeza de los (r rancies cubiertos^
como una manifestación de galantería y deferencia,
que sólo se efectúa en aquella ceremonia.
Siendo una de las prescripciones del Real decreto
de 13 de Diciembre de 1856 que el Secretario de la
Camarería abra un libro de actas para extender con
la debida expresión y formalidad la realización de es-
tos actos, no parecerá excusado insertar íntegra una
de las actas que el libro contiene, y es en esta forma:
«En el Real Palacio de Madrid, á veintiséis de
Diciembre de mil ochocientos sesenta y siete, previa
la instrucción de los expedientes, y habiéndose ser-
vido señalar S. M. la Reina Ntra. Señora la hora
de las dos de la tarde, para que pudieran tener la
lionra de tomar la almohada y sentarse en su pre-
sencia las Excmas. Señoras D."" Isabel Alvarez y
Montes, Condesa de Placencia, Grande de España;
D."" María del Carmen Fernández de l'órdova Al-
varez Bohorques y Giráldez, Condesa de Toreno,
Grande de España, Dama de S. M. y de la Orden de
Damas Nobles de María Luisa; D."" María del Car-
men Vaca Diosdado y Barco de la Cerda de Estrada,
Marquesa de Villapanés, Grande de España, de la
Orden de Damas Nobles de María Luisa; y D.* Isa-
bel ( 'ristina Queipo de Llano y Gayoso, Condesa de
Superunda, Marquesa de Bermudo, Grande de Es-
paña, Dama de S. M. y de la Orden de Damas No-
bles de María Luisa; y sentada S. M. en la antecá-
— 23 —
mará, acompañada de los Jefes de Palacio y con
asistencia de los Grandes de España cubiertos y de
las Señoras Grandes qne tienen tomada la almohada,
previa la venia de S. M., fué anunciada por mí, el
Secretario que suscribe, la Excma. Sra. D."^ Isabel
Alvarez y Montes, Condesa de Placencia, Marquesa de
Cerdañola y Condesa de Kevilla, Grande de España,
primera de las referidas Señoras, que entró acompa-
ñada de su madrina para este acto, que lo fué la Ex-
celentísima Sra. D.'^ María de la Cruz Alvarez, Du-
quesa de Castro-Enríquez, Marquesa viuda de Gaviria,
Condesa de Buena Esperanza, Grande de España,
Dama de S. M. y de la Orden de Damas Nobles de
la reina D.'^ María Luisa. Acto continuo fué anun-
ciada por mí, la Excma. Sra. D.'^ María del Carmen
Fernández de C ordo va Alvarez Bohorques y Girál-
dez, Condesa de Toreno, Grande de España, de la
Orden de Damas Nobles de la reina D.'"" María Luisa
y Dama de S. M., segunda de las agraciadas, que,
acompañada de su madrina, la Excma. Sra. D.'^ Ma-
ría del Carmen Alvarez de las Asturias Bolior(j[ties y
Giráldez, Marquesa de Novaliches, Condesa de Santa
Isabel, Grande de España, Camarera mayor de Pa-
lacio, de la Orden de Damas Nobles de María Luisa
y de la de Santa Isabel de Portugal, y precedidas
las formalidades de estilo, tomó la almohada la
expresada Condesa de Toreno.
)) Igualmente tomó la almohada la Excma. Señora
D.'^ María del Carmen Vaca Diosdado y Barco de la
— 24: —
(.erda de Estrada, Marquesa de Villapanés de (Jasa-
Estrada y de Torreblanca de Alfarafe, Grande de
España y de la Orden de Damas Nobles de la reina
D.* María Luisa , presentada por sn madrina, que lo
fué la Exorna. Sra. D.* Jacoba González de Aguilar
Torres de Navarra y la Cerda, Marquesa de las To-
rres de la Presa y de Campoverde, Dama de S. M. y
de la Orden de Damas Nobles de la reina D."^ María
Luisa.
))Finalmente tomó la almohada la Exorna. Señora
D.^ Isabel Cristina Queipo de Llano y Gayoso, Con-
desa de Superunda, Marqnesa de Bermndo, Dama
de S. M. y de la Orden de Damas Nobles de la reina
D.^ María Luisa, acompañada de su madrina la Ex-
celentísima Sra. D."" María de la Encarnación Fer-
nández de Córdova Alvarez de las Asturias y Bo-
horques, Marqnesa de Santa Crtiz y de Yillator,
Condesa de Monte Santo y de Pie de Concha, Dama
de S. M. y de la Orden de Damas Nobles de la reina
D."^ María Luisa.
))Como Secretario general de la Mayordomía ma-
yor de S. M., y cumpliendo con lo dispuesto en el
Real decreto de 13 de Diciembre de 1856, asistí y
presencié el acto^olemne que queda referido, deqne
certifico; y para que así conste, firmo este Acta á
veintiséis de Diciembre de mil ochocientos sesenta y
siete. — Fernando Cos-Gayón.»
llesta sólo añadir que hasta la fecha del mencio-
nado Real decreto se verificaron, según resulta del
>
>
í^
EXCMA. SRA. D. EULALIA OSSOKIO DE MÓSCOSO,
Duquesa de Medina de las Torres f.
EXCMA. SEA. D.'' CARMEN ARAGÓN AZLOR,
Condesa de Guaqvii.
PALACIO REAL — MADRID
SALETA DE GASPARIÍÍI
— 25 —
mismo libro, primero de las AcUxs de la solemne cere-
monia en que las Señoras Grandes de España toman
la almohada^ siete solemnidades de este género en la
forma siguiente :
La primera en 15 de Diciembre de 1856.
La segunda en 18 de Marzo de 1858.
La tercera en 16 de Abril de 1859.
La cuarta en 20 de Enero de 1861.
La quinta en 14 de Noviembre de 1864.
La sexta en 15 de Abril de 1866.
La séptima en 26 de Diciembre de 1867.
TRAMITES QUE SE SIGUEN
y ceremonial que hoy se practica en el acto solemne
de tomar almohada las Excmas. Sras. Grandes de
Esparfa.
Para obtener tan honrosa distinción, las Damas
que están en condiciones de merecerla dirigen, por
conducto de la Camarera mayor de Palacio, una
instancia á S. M. el l\ey para que se les otorgue
dicha gracia, alegando su calidad de Grande por
derecho propio ó en virtud de su matrimonio.
Por el señor Secretario de la (^amarería se instru-
— 2() —
yeri los oportunos expedientes, y cuando no hay «jue
oponer ningún reparo, la (Camarera mayor señala, si
hay más de una peticionaria, el orden de preceden-
cia, según la antigüedad de las respectivas grande-
zas, y con estos antecedentes y con los nombres de
las Señoras que han de acompañarlas con el carácter
de madrinas , da cuenta al Jefe superior de Palacio,
para que lo ponga en conocimiento de S. M., quien
designa el día y la hora para la ceremonia. Esta, por
lo regular, se efectúa de noche en la Antecámara,
donde, á la derecha de la puerta (si para entrar se
viene de la Cámara), se coloca un sillón, una mesa
con tapete y una almohada.
Invitadas oficialmente por la Camarera mayor,
asisten á este acto las Señoras Grandes de España y
esperan la salida de S. M. la Reina, ocupando, á uno
y otro lado de la Antecámara , sus respectivos pues-
tos, según las fechas en que tomaron almohada: esto
es, la Dama que lleve más tiempo en el disfrute de
tan singular prerrogativa, se situará más próxima á
la Augusta Persona, y sin (|ue se altere este orden,
todas las Damas.
Luego que S. M. entra y ocupa el sillón de que
antes hemos hablado, dice, dirigiéndose á las Seño-
ras que están presentes: Sentaos , y el mandato se
ejecuta.
La Camarera mayor toma asiento en la almohada
que con tal propósito se ha colocado detrás de S. M.
la lieina. El Mayordomo mayor permanece en pie
r — 27 —
detrás del sillón, é inmediato á diclio Jefe superior,
el Mayordomo de semana.
Cada cual en su puesto, y el Secretario de la Ca-
marería en el suyo (á la derecha de la puerta que
da paso á la salida, donde esperan las Señoras ([ue
hem de tomar almohada), después que S. M. otorga
la venia, anuncia á la primera de las Damas que, en
el orden preájado, debe obtenerla insigne distinción,
diciendo: dSeñora: la Duquesa, ó Marquesa, etc.»
Llevada de la mano de su madrina, que con opor-
tunidad sale para acompañarla, se presenta la Señora
cuyo nombre se ha anunciado, y aquélla y ésta hacen
una reverencia á S. M., dan algunos pasos, repiten la
reverencia, y luego saludan á uno y otro lado á todas
las circunstantes, (|ue se levantan para devolver el
saludo , é inmediatamente vuelven á sentarse. Acer-
cándose otro poco á S. M., hacen la tercera reverencia,
y entonces la madrina se retira á su asiento.
Sentaos, dice S. M. la Reina, y la favorecida se
sienta sobre la almohada (j[ue, á conveniente distan-
cia, está en frente del sillón ocupado por la Au-
gusta Señora, ({uien se digna liablar particularmente
con la que acaba de obtener la privilegiada distin-
ción. Iniciado por S. M. el término de la (pe, en
estos casos, es breve conferencia, se levanta la agra-
ciada, besa la Real mano , y otra vez, en compañía de
su madrina, que viene de nuevo á buscarla, saluda
á S. i\I., luego á las demás Señoras, como cuando
apareció en la Anteaímara, y, por último, toma
— 28 —
asiento en el primero de los (¿ue están ílesocui)a(loí».
De igual modo se procede, sea cnal sea el número
de las Señoras que hayan de tomar almohada,
Al finalizar el acto, las Damas se ponen de pie, y
8. M. recorre el círculo, saludando y conversando con
todas: después se retira á sus habitaciones.
Las Señoras que acaban de obtener la prerrogativa
deque venimos hablando, maniftestan á la (Cama-
rera mayor el deseo de ofrecer sus respetos á S. M. el
Rey, y obtenida la venia, cumplen con este deber de
cortesía acompañadas de sus respectivas madrinas,
con lo que se da por terminada la ceremonia.
El Secretario de la Camarería mayor expide y en-
trega á cada una de las interesadas una Certificación
que acredite cuanto ha presenciado, extiende el acta
que debe archivarse, y en la lista correspondiente
inscribe los nombres de las agraciadas.
Terminamos con la conocida frase latina ynifpii-
qiie suitm, Y así lo hacemos para advertir que lo más
esencial de la presente monografía nos lo ha facili-
tado un erudito amigo nuestro, prohibiéndonos poner
su nombre al pie de estas líneas.
Diciendo aquí, puesto que no es el lugar acotado,
que se llama D. José de Güemes y Willame, queda
satisfecho su deseo.
Para que conste quien da esta noticia , firma
José M.=' XOaUKS.
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Acabóse de impriviir en Madrid y
en el Estahleciniiento tipográfico
«Sucesores de Rivadeneyra'»,
el 20 de Enero
de 1898.
LOS SAGRARIOS
LOS REYES DE ESPAÑA
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MUSEO NACIONAL DE PINTURAS —MADRID.
EL SALVADOR DEL MUNDO Y LA EUCARISTÍA.
Juan de Juanes.
LOS SAGRARIOS Y LOS RLYLS DE ESPAÑA
Dixit ergo eis Jesús: Amen, amen
dico vohis: Non Moyses dedit vohis panem
decáelo. Sed, Pater meus, dat vobis pa-
nem de cmlo verum.
Pañis enim Dei est, qui de cmlo des-
cendit, et dnt vitam mundo.
Ego sum pañis vitit; qui venit ad me,
non esuriet, et qui credit in me, non
sítiet unquam,
(Evangelio de San Juan, vi,
32-33-35.)
Cuando la Serenísima Princesa de Astnrias doña
María de las Mercedes hizo su primera comunión en
la cajDital guipuzcoana, no sin el santo temor que
infunde la Sagrada Eucaristía, aunque llenos de la
indestructible confianza que Jesucristo pone y con-
serva y aumenta en los que sinceramente á El se
entregan con manos, voluntad y entendimiento ata-
dos, expresamos nuestros sentimientos cristianos en
una publicación que dirigía un escritor de sanas
ideas religiosas y de conocimientos no vulgares en
las ciencias filosóficas y teológicas. Jesucristo, es-
condido en las especies sacramentales en el tiempo
— por quien el mundo llegó á la realidad y por quien
la humanidad será salva, si en el orden de la g'racia
voluntariamente no se arranca del camino marcado
por las leyes eterna, natural y redentora,— había
pasado de manos del sacerdote á tomar posesión es-
pecial del pecho de la que actualmente es inmediata
sucesora de nuestros reyes.
Hoy, con mayor temor, si cabe, pero no dismi-
nuida la confianza, entramos en el mismo dominio
de lo desconocido á las solas fuerzas intelectuales de
la naturaleza humana pura , al exponer lo que , to-
mando principio en la fe, compone el conjunto esen-
cial de nuestras creencias é informa nuestros senti-
mientos católicos. La Eucaristía es toda la realidad
completa, perfecta y simultánea de la gracia en Je-
sucristo y por Jesucristo, para los que dignamente
la reciben y , en lo que humanamente se alcanza,
adecuadamente la adoran.
Por Jesucristo, en cuanto Dios, fueron hechas to-
das las cosas: Omnia per ipsum /acta sunt et sine
ipso factum est nihil quocl factitm est; y por Jesu-
cristo, en cuanto Dios y Hombre, quedó sellada y
cumplida nuestra justificación, y por El fué abierto
y trillado , y también con dolorosas labores, el ca-
mino de la santidad, para que, cuando lleguemos al
término de nuestra carrera, obtengamos el premio en
la mansión que nos corresponda, según las obras que
contemos por compañeras.
Y no pudiendo los ángeles penetrar en lo pro-
fundo de los misterios divinos, los hombres se han
de quedar á flor de los mismos, ya que por un efecto
especial de la gracia crean en la existencia de ellos.
Prcestet fides supplementum
Sensuum defectui.
Al señalar lo que es propio pai'a la Eucaristía con
relación á los reyes de la tierra, que no por serlo
viven con independencia del Rey de reyes y Señor
de los dominantes, lo primero que cae en nuestra
mente es preguntar: ¿Qué señales de ella se dieron
entre los paganos? ¿Qué signos tuvieron los ante-
cesores é hijos de la Ley Antigua? ¿Cómo Jesu-
cristo encarnó y vivió entre nosotros y se quedó en
el mundo, mediante la consagración sacramental,
hasta la consumación de los siglos? ¿Qué adoración
le corresponde, y cuál debe ser la que le ofrezcan los
reyes de la tierra? Cuestiones son de las que cada
una por sí sola agota la vida, no ya de un hombre
solo, sino de generaciones y generaciones. El orden
sobrenatural no puede agotarse.
* *
Y puesto que en los días que corremos aparece ol-
vidado y como preterido, no sólo el asunto, sino tam-
bién el conocimiento de la Divinidad, bueno será co-
locar á vanguardia lo que varios autores profanos
y no católicos, por ser hijos del paganismo, han en-
señado á los pueblos.
«No hay entre los hombres gente alguna tan salvaje
que no se dé cuenta de la existencia de Dios, aunque
ignore qué sea.»
ínter homines gens nulla est tam fera, qiice non
sciat Deum esse habendum etiamsi ignoret qualem
hahere deceat, (Cicerón, i TuscuL, núm. 30.)
«La costumbre de disputar contra los dioses es mala
é impía , ya se trate de ello en serio, ya simulada-
mente.»
Consuetudo dispiitandi contra Déos est mala et
— 6 —
impía ^ síve idjít serlo, sí ce simúlate, (Cicerón, De
Natura Deorum, ii, núm. 68.)
Mal se vio Protágoras, sofista famoso, i)or consig-
nar en el principio de uno de sus escritos su duda
acerca de la existencia de los dioses. Fué lanzado de
la ciudad y del campo por orden de los atenienses,
y sus escritos los consumió el fuego á la vista del
público, al que entregados fueron por orden de la au-
toridad.
Las siguientes palabras de Yamblico son muy no-
tables, y por cierto que las debíamos estampar en
nuestro corazón y perpetuar en nuestra inteligencia:
«No se puede liablar acertadamente del numen
divino á no ser mediante su luz, porque el numen
divino es fuente de luz como de bondad.»
Non possumus loquí recte de numíne divino, nisi
símus illustratí lumíne ejus, Nam numem divinum est
fons luminis sícid et honitatís. — (Jamblicus, De
Myst.^ XVIII.)
Este autor confiesa claramente la necesidad de la
Eevelación.
Además, el mismo Cicerón (i De Natura Deo-
rum^ 43-44) nos enseña que:
In re omni consentio firma gentíum omníum, est
vox naturce^ et argumentmn veritatís.
Sirva lo precedente como síntesis de todas las li-
teraturas paganas para creer en la necesidad de una
manifestación de orden sobrenatural 23ara la con-
ducta de los hombres y de las sociedades.
Ahora bien: al omitir toda autoridad religiosa or-
todoxa y basarnos en los pocos textos que arriba
apuntados quedan, sacaremos las consecuencias que
se desprenden.
— 7 —
Es un hecho indudable y admitido por todos los
liistoriadores el referente á las encarnaciones de la
Divinidad en seres naturales. Aquellas supuestas
encarnaciones manifiestan que no sólo no era im-
posible, sino que además consideraban conveniente
el que de algún modo y á alguna criatura se co-
municara la Divinidad de una manera especial,
con distinción absoluta de las representaciones sim-
bólicas.
Muchos orientalistas han querido sacar partido de
todo esto para quebrantar los fundamentos del Ca-
tolicismo, sin caer en la cuenta de que combatían y
combaten en las sombras, y que aparecen en medio
de una contradicción enorme, tomando por buenas
las primeras y rechazando la segunda, única real,
única verdadera.
Más todavía. De los mismos seres tenidos y toma-
dos como tales encarnaciones divinas participaban
sus adoradores de cuando en cuando, á modo de ali-
mentos, en la creencia de que acto de tal religiosidad
los hacía partícipes de su Dios.
Erraron en lo substancial. Para ellos la Divinidad
no fué personal, ni separable de la naturaleza. For-
maba parte de la entidad total de la misma.
Y dándose tal hecho como constante y general, lo
mismo en el paganismo europeo que en el asiático,
en el americano que en el oceánico y africano, según
lo atestiguan las historias de aquellas religiones,
dedúcese que dentro de la naturaleza humana se dio
un presentimiento universal de que la Divinidad si-
cuti est^ según es en sí, podía unirse al hombre para
que con la humanidad, y mediante la personalidad
divina , obrara y pudiera después , bajo las especies
— 8 —
sacramentales, quedarse entre nosotros, siendo pan
vivo bajado del cielo, l^ox populi, tox iJei,
*
* *
Entre todas las religiones anteriores á la estable-
cida por Jesucristo, dióse la que desde Adán hasta
Noé Y desde Noé á Moisés conservóse bajo cierta re-
velación esj^ecial entre los Patriarcas que .iruardaron
fidelidad á Dios. Y desde Moisés, legislador, hasta
la Redención, se encuentra, ya en figura, ya repeti-
dísimas veces en manifestaciones inmediatas y claras,
todo cuanto se necesitaba que precediera á lo dicho y
publicado, para que al llegar el momento de la venida
del Mesías éste fuese conocido y su doctrina aceptada.
Y no sólo en lo dicho, sino que también en los li-
bros del Antiguo Testamento abundan riquísimas en-
señanzas acerca de los principales misterios, y vense
en ellos, aunque entre sombras, pero no del todo im-
penetrables, signadas la Encarnación y la Eucaristía.
Antes de la caída del hombre, el árbol cíe la rida
daba un fruto que producía la inmortalidad en el
Paraíso.
Lignum etiam titee in medio Paradisi, (Géne-
sis, II, 9.)
San Agustín explicó la virtud del árbol admi-
tiendo en él una eficacia sobrenatural y concedida.
Muchos teólogos se apartan de su opinión al exponer
el sentido literal.
Las ideas que señala el eminente orientalista Fran-
cisco Lenormant en su libro Los Orígenes de la His-
toria^ están indicadas ya en los mismos. El árbol
sagrado de los asirios conserva algunas reminiscen-
cias del primero.
— y —
Estudíense acerca de este particular las mitologías
que después se han desarrollado en pueblos y nacio-
nes ignorantes de la religión patriarcal y de la Anti-
gua Ley, j se alcanzará fácilmente que, á través de
los siglos, aun el culto de algunos árboles, especial-
mente en Asia, predecía lo que Jesucristo había de
hacer antes de su Pasión, para quedarse siempre en-
tre nosotros j pudiéramos recibirle y conyertirnos
en templos y sagrarios suyos.
Después de la caída, y sujeto el género humano á
la culpa original, Abel dedicará al Señor, en sacrifi-
cio, las primicias de su rebaño. Abel quoqiice obtulit
de primogenitis gregis sui et obtulit de adipibiis
eorum. (Génesis, iv, 4.)
Y Abel sucnmbió á manos de su hermano, como
sucumbió Jesucristo al odio de los judíos. Abel fué
también sacrificador y víctima.
Terminado el diluvio y fuera Noé del arca, edifi-
có un altar al Señor, y sobre él ofreció holocaustos
de víctimas puras, holocaustos qne agradaron á Dios-
A^jdificavit autem Noe altare Domino et tollens de
cunctis pecoribiis et voliicribus mundis obtidit holo^
causta siiper altare, — Odoratii^ue est Dominus odo~
rem suavitatis, (Génesis, xiii, 20, 21.)
Dios mandó á Abraham que sacrificara á su hijo,
y tan obediente fué que, á no impedirlo la mano del
ángel que el Señor le mandó, conocida ya su fe ciega,
consumara el sacrificio. El mismo Abraham re-
cibió la bendición de Melquisedec después de la
victoria que obtuvo de los reyes enemigos suyos y de
su familia, al presenciar el sacrificio del pan y el
vino.
At vero Melchisedech, rex Salem, proferens panem
— 10 —
et vinuMj erat enim Sacerdos Dei altissimi, — Benedi-
xit ei et ait (Génesis, xiv, 18, 19.)
Y dentro ya de la Ley mosaica, la inmolación del
cordero fijaba definitivamente en ella el signo de la
futura Eucaristía. El capítulo xii del Éxodo con-
tiene las prescripciones dadas por el mismo Dios á
Moisés acerca de este punto.
El maná, alimento del pueblo escogido y que se
recogía á los primeros albores del día, bien represen-
taba al que después de las sombras de la Antigua
Ley liabía de entregarse á sí mismo al nacer la Ley
Nueva bajo las especies de pan y vino en el Sacra-
mento.
íío dejaremos .preteridas las admirables palabras
de Tobías, capítulo xii: Videbar quidem vobiscum
manducare et híhei^e: sed ego cibo invisibili et potu qui
ab hominibus zideri non potest, iitor, «Parecía, en ver-
dad, que con vosotros comía y bebía; pero yo (el án-
gel Rafael) me valgo de una comida invisible y de
una bebida (j^ue no está al alcance de la vista de los
hombres.»
Kcce pavis anfjelorum^
Facius cibus viatornm^
y
Pañis angelicus fit pañis homin'im.
A tan sencillos recuerdos no está de más el no pa-
sar por alto cuanto en los Evangelios ha quedado
indeleble y dicho por el mismo Jesucristo á sus oyen-
tes y discípulos antes de la institución del Santísimo
Sacramento, y que no es más que la aclaración di-
vina y humana de tan profundo misterio, explicada
al mundo por el Sacerdote Sumo y víctima inmacu-
lada al mismo tiempo.
La concordancia, como no podía menos, brilla
— 11 —
admirablemente. El cai)ítnlo vi del Evangelio de
San Jnan, él por sí sólo basta, entendido hasta donde
las fuerzas intelectuales liumanas pueden penetrar
con el auxilio de la gracia, para una relativa com-
prensión de tan recóndita materia.
Permítasenos una consideración antes de seguir
más adelante, en la que j^odrá descubrirse nuestra
ignorancia y que al mismo tiempo testifique acerca
de nuestra buena fe. Siempre que recorremos los es-
critos egipcios, caldeos, asirlos, persas, indios, heléni-
cos y romanos de tiempos superiores á los orígenes
del Cristianismo, hallamos en ellos una confirmación
plena de lo que, como en figuras, quedó indeleble en
el Antiguo Testamento. Más aún. Las indicaciones
históricas de la Biblia de día en día reciben mayor
corroboración de lo que para muchos es fuente de
impiedad. Examinados los textos cuneiformes en sus
diferentes ramas, analizadas las literaturas indias,
desenvueltos los jeroglíficos africanos y desentraña-
das las inscripciones helénicas primitivas y las leyen-
das romanas, no se ve más que al Logos, separándose
y separándose de cuanto de material iniáo servirle de
envoltura mientras la inteligencia humana se esfor-
zara en personificarle, merced á las solas energías de
la razón del hombre. Del esplritualismo egipcio na-
ció la filosofía platónica, la del Logos impersonal,
tomada también por Filón. La Escuela de Alejandría
no pudo saltar tales linderos, y fué preciso, bajo el
solo punto histórico, prescindiendo por un momento
de su Divinidad, que Jesucristo, históricamente con-
siderado, hablara para que los Evangelistas, y sobre
todo San Juan y los Apóstoles, y en especial San
Pablo, lanzaran las sombras del entendimiento del
— 12 —
hombre y nos enseñaran el destino del mundo. El
autor del libro De JJivinis Xominibus , el famoso del
de los Stromata, y el inmortal y sapientísimo Oríg-e-
nes, mny traído y llevado, pero poco estudiado y
acaso menos entendido, son lioy las necesarias fuentes
para caer en la cuenta de la relación existente entre las
ideas de los ¡nieblos orientales pag'anos, ideas que en
parte encierran una revelación natural de la verdad,
y la aclaración y complemento de las mismas, mer-
ced á la revelación evangélica. Y todo es, no la in-
manencia de Dios en el mundo y en la historia, sino
la Providencia que al mundo conserva y rige, reco-
nocida y aceptada por los humildes, los cristianos, y
puesta al público- desprecio por los soberbios que no
tienen otro dios que su persona. Los escritos de las
antiguas civilizaciones, al que puede oírlos sin intér-
pretes, le dicen que el Antiguo y el Xuevo Tes-
tamento son las únicas fuentes de verdad puras y
cristalinas.
Renán, poeta, si quiso historiar con impío criterio,
se vio en el triste compromiso de tomar por un mito
á Abraham, y truncar textos, y cambiar la naturaleza
de las palabras del Antiguo y Xuevo Testamento
para engañar á los que, sin podérselas haber con los
textos originales, no usan otro criterio de verdad que
el Juego de su virgen inteligencia.
Al punto que hemos llegado, toca la exposición de
lo que es la persona de Jesucristo.
Convenía la Encarnación del Yerbo. Cuanto entra
en la noción del bien es propio de Dios, siendo uno
de sus hermosos ornamentos la bondad. Señálase ésta
— 13 —
siendo expansiva, comunicándose á los demás: ¿j de
qué modo podía comunicarse el Verbo á las criaturas
sino mediante uno propio suyo, uniéndose á la natu-
raleza humana, para que del Verbo, del alma j de la
carne resultara una persona, Jesucristo?
Pero lleva además la nota de necesaria, no de un
modo absoluto (Dios pudo redimir el mundo de otra
manera), sino bajo el punto de vista relativo, por ser
el más apto para llegar al fin sobrenatural. Cristo es
el fundamento de la Fe. No podemos dudar de la
Esperanza cuando el Padre nos ofrece al Hijo. Esto
nos facilita el exponer si, á pesar de no haber pecado
el hombre en el Paraíso, hubiérase dado la Encarna-
ción del Verbo. Si ésta tuvo por fin principal j único
la Redención humana, claro es que, no existiendo el
pecado, pudo no darse la Encarnación. Y conside-
rando la infinita bondad de Dios, ¿el Verbo se nega-
ría á tomar forma humana en el estado de la ino-
cencia? ¿Existe alguna repugnancia para el primer
estado cuando no existió en el segundo, y que fué el
de la cul^^a; no la culpa actual, no el pecado actual,
que lleva más intensidad, sino el original , de mayor
extensión?
A no intervenir el pecado para nada en la Encar-
nación, ésta pudo haberse dado al principio del
mundo ó en el fin del mismo; pero una vez que lugar
tan importante en ella tiene la caída de nuestros pa-
dres, debió dilatarse y no esperarse hasta la consuma-
ción de los siglos. No hasta el fin, porque entonces es
cuando llega la naturaleza humana á la plenitud de
su merecida y propia perfección, al ver cara á cara á
la Divinidad; no al principio: entonces los hombres
no se hubieran conocido á fondo á sí mismos. Ni bastó
— u —
la ejernplaridad de Abraliam, ni la legislación de
Moisés. Después de tantas caídas, Dios envió á su
Hijo á poner en salvo j en camino de salvación á
los mortales.
En la unión del Verbo j de la Humanidad no se
confundieron las naturalezas. El Unigénito del Padre
está inconfuso, inmutable, indiviso, inseparable, sin
que por la unión haya desaparecido la diferencia entre
íimbas. La unión es en la Persona, ya que al tener el
Verbo unida así la naturaleza humana no pertenece
dicha naturaleza á la naturaleza divina. Es hipostá-
tica, no accidental, y que figura entre lo creado, en
cuanto relación que se fundamenta en la criatura, no
por lo que á Dios se refiere.
La naturaleza humana para ser elevada á Dios no
23uede prescindir de la graciosa voluntad divina, por-
que para tal elevación camina fuera de lo natural.
Aquí resulta la elevación mediante el modo del ser
personal, modo singular en Cristo, pues su humani-
dad hízose Cristo uniéndose á la naturaleza divina.
No pudo sobrevenir la Encarnación porque los
hombres hubieran acaudalado méritos para ella: en
Cristo la Encarnación fué para reformar todo el gé-
nero humano, y por lo mismo está por encima de
todo mérito personal j^uramente humano, ya que el
bien de toda la naturaleza no encuentra capacidad
para ser contenido en un puro hombre.
La gracia de la unión fué natural en Cristo: desde
«u nacimiento la poseyó, puesto que, al ser concebido,
la naturaleza humana unióse á la persona del Verbo
y su alma se vio llena de gracia.
¿Y por qué la virtud divina hizo que, cuando el
Padre y el Espíritu Santo pudieron haberse encar-
— 15 —
nado, sólo la persona del Hijo lo veriñcara? Pecó el
padre Adam anhelando ser poseedor de la ciencia
del bien y del mal, y por lo mismo procedía que por
el Verbo, la verdadera sabiduría, el hombre fuera de-
vuelto á Dios.
¿Qué hubiera resultado si el Yerbo tomara la hu-
mana naturaleza abstracta? Entonces se daría una
verdadera decepción. Lo abstracto sólo tiene existen-
cia en la mente, y si Cristo hubiese sido un fantas-
ma en cuanto al cuerpo, Cristo engañara al mundo
y no sería la Verdad, y no fué su cuerpo sino de
carne; de otro modo la humana naturaleza no fuera
salvada, sin que por esto se crea que no recibió alma
alguna: la carne sola no es la naturaleza humana.
Tampoco fué creada el alma antes de ser unida
al cuerpo; en tal caso sucediera que sin el Verbo go-
zase de subsistencia; ni éste, se unió á la carne antes
que al alma; no es carne humana sin su forma
propia.
Todo lo anterior no entra en la ciencia del racio-
nalista. Tampoco se podrá poner de manifiesto que
envuelva alguna imposibilidad. Son misterios, no
cabe dudarlo, y no matan; al contrario, vivifican la
razón. Todos y cada uno de los hombres no entende-
mos todas las verdades del orden natural, y por ello
seríamos imprudentes al negar la existencia de las no
comprendidas por nuestra inteligencia.
Sigamos: la unión del alma con el Verbo, y la no-
bleza de la misma, y al ser Jesucristo, en cuanto
hombre, mediador entre Dios y los mortales, piden
en el mismo Jesucristo la gracia habitual ; de aquí se
desprende que en El dominaban las virtudes; perfec-
tísima en El la gracia, de ésta procedían las virtudes
— 16 —
morales para que no se diera imperfección alguna en
las potencias del alma. No así la fe ni la esperanza.
Desde el primer instante de su concepción vio ple-
namente á Dios en su esencia y tuvo plena fruición
divina. El Espíritu Santo movía el alma de Cristo,
y por ello se trasluce que poseyó todos sus dones, aun
el de Temor de Dios, no porque el temor naciera de
verse separado de El y arrancara del mal del castigo,
sino porque el Espíritu Santo le llevaba hacia Dios
en cuanto que en El contemplaba su divina emi-
nencia.
Por lo que á su ciencia mira, tuvo además de la di-
vina la propia de los hombres. Su alma perfectísima
no podía carecer de lo que á las demás perfecciona,
y menos cuando se da una ciencia que á las almas
corresponde: y ¿cómo el Hombre-Dios habría de ca-
recer de la ciencia de los bienaventurados, consistente
en la visión de Dios, si El mismo era el Redentor del
mundo? Esto no se opone á que, además de poseer,
en cuanto perfectísimo y una ciencia infusa, contase
con una ciencia adquirida. Y se le atribuye en
cuanto luz del entendimiento agente, que, según
la sabia teoría de Santo Tomás, es connatural al
alma, así como la infusa se concede en cuanto luz de
arriba derramada.
Sin embargo, no se crea que el alma de Jesús com-
prendiese y comprenda la divina esencia. En la unión
del Yerbo y del ser humano no resultó confusión de
naturalezas, y es imposible que algo creado pueda
comprender la divina esencia; y siendo creada el
alma de Jesucristo, no pudo, en cuanto finita, abarcar
lo que es infinito. Conoce, sí, todas las cosas del
Yerbo, y ve con mayor perfección la esencia divina.
MUSEO NACIONAL DE PINTURAS,
SAN JUAN BAUTISTA.
Pintura atribuida á Juan Van Eyck.
— 17 —
Por la ciencia infusa y con la ciencia adquirida sabe
todo cuanto cae dentro del dominio del saber. Nada
ignoraba: no se le obscurecerá ni aun el pensamiento
por fino y recóndito.
No fué el alma de Cristo omnipotente. No cabe
tal atributo en lo creado; ni, en cuanto á tal, pudo
causar mutaciones y cambios en los seres, aunque lo
conseguía mediante el Verbo.
También recibió en su carne las enfermedades pro-
cedentes del pecado. Venía á remediarlas. Su alma
fué pasible; fué mortal su cuerpo. Sintió dolor, sin-
tió tristeza y sintió temor, pero no en el concepto de
la incertidumbre de lo que había de suceder.
En Jesucristo hay dos voluntades, divina una, hu-
mana otra; y respecto de la humana tuvo facultad
de elegir, ó sea que en El se dio libre albedrío.
Dedúcese de aquí que algo operaba por sí misma
la Divinidad y algo la humana naturaleza.
Sumiso al Padre Eterno, fué Sacerdote y Víctima,
y Sacerdote eterno y imico mediador para salvar los
hombres.
¿Todo cuanto procede no es un portento de miste-
rios? Pues de ellos mismos se originan ó proceden los
que corresponden á la preciosa vida de Jesucristo.
Su cuerpo fué formado en el instante mismo de su
concepción, y al mismo tiempo fué carne tomada por
el Verbo y carne informada por el alma racional é
intelectual, y acerca de esto propone San Agustín:
Firmisimamente sostén y de ninguna manera eludes
acerca de que la carne de Cristo fué tomada por el
Verbo en el instante mismo de la concepción, concep-
ción milagrosa. Santificado en aquel mismo momento
por la gracia, tuvo desde luego el uso pleno, en
— 18 —
cnanto hombre, del libre albedrío, y, por lo tanto,
pudo merecer, j así disfrutó en seguida, de la visión
de Dios, viendo su esencia con mavor claridad que la
ven otras criaturas.
Nació Cristo, y tuvo dos nacimientos: uno en la
eternidad en cuanto Verbo, otro en el tiempo en
cuanto hombre. María fué su madre y Madre de
Dios, y nació en Bethleem.
Fué circuncidado, y recibió el nombre de Jesús y
presentado en el templo.
Bautizado por Juan, dejó santificadas las aguas
para los que después habrían de recibir el bautismo.
Viviendo apartado de los hombres, no se manifes-
tara la Verdad para separarlos del pecado; y viviendo
en la riqueza ó en la opulencia, el deber de la pre-
dicación no se cumpliera en todas sus partes.
Quiso que el diablo le acometiera con tentaciones,
para que de El manaran luego auxilios contra las
mismas en favor nuestro.
Su predicación fijóse en los judíos j)rincipalmente,
porque ellos esperaban el cumplimiento de las pro-
fecías, y para que, como más unidos á Dios por la fe
y el culto de un solo Dios, recibieran al Mesías y
después le manifestaran á los otros pueblos.
Como sus acciones y su predicación fueron públi-
cas á ^fin de que nadie se excusara con la ignoran-
cia, quiso además corroborarse con sus milagros,
hechos por virtud divina, los que patentizan clarísi-
mamente su divinidad, sin dejar lugar á la duda
negativa.
Milagros en su humanidad; milagros en los de-
más seres, ya de naturaleza viviente, ya de natura-
leza inerte. Quien no crea, ciego existe.
— 19 —
Luego Jesucristo es portentoso en su vida.
Lo portentoso de su Pasión, ya no es más que un
sencillo corolario de todo lo expuesto anteriormente.
La Pasión de Jesucristo fué necesaria, no respecto
de Dios, no respecto del Hombre, sino por lo tocante
si fin, y esto para que nosotros llegáramos á ser sal-
vos y Jesucristo fuese exaltado; y por lo que á Dios
se refiere, á fin de que sus profecías se realizaran; y
la Pasión fué el modo más conveniente para poner-
nos en libertad del pecado, ya que así vemos cuánto
nos ama Dios al entregar su Hijo por nosotros.
Además nos enseñó, con la paciencia, humildad,
constancia y justicia de su mismo Hijo en medio de
los tormentos, hasta dónde debemos llegar nosotros;
por la Pasión alcanzamos la gracia justificante, y
mereció para nosotros la gloria de la felicidad.
Y debió padecer en la cruz: Mortem autem crucis.
Asi brotaba en un madero la flor de la virtud. Que-
daba tambié:i convenientemente deshecho el pecado
del primer hombre, que faltó, arrancando de otro ár-
bol, del árbol del Paraíso, la fruta vedada. El dolor
que Jesucristo tuvo en su Pasión, fué mayor que to-
dos los demás dolores. La muerte en cruz es muy
acerba, es una muerte cruelísima y continuada; y ese
dolor físico, unido al dolor interno resultante de los
pecados del género humano , acumulaba intensidad
sobre intensidad.
Llegado el momento de su Pasión, quiso antes de-
jarnos un precioso y divino recuerdo para los que
caminamos por las asperezas del mundo; y á fin de
que no decaiga nuestra fuerza y nuestra gracia, quiso
El quedarse entre nosotros, y después de dejar lim-
pios á los Apóstoles lavándoles los pies, instituyó el
— 20 —
Santísimo Sacramento del Altar. Entre sus discípu-
los, lino había no creyente en la divinidad del Maes-
tro: Judas.
Llegado el momento de prender á Jesucristo en el
huerto, después de recibido el beso del traidor, de-
tiene por un instante el Salvador á los perseguido-
res, y luego les permite que pongan en El las manos.
Antes habían caído asustados. ¿Qué fuerza los echó á
tierra? ¿Una fuerza natural, humana solamente?
¿Explica el racionalista el hecho por ser un fenómeno
contenido en la Naturaleza?
La placidez , la serenidad , el espíritu elevadísimo
que conservó siempre entre la soldadesca y ante Anás^
Caifas y Pilatos, y el especial despejo de sus faculta-
des mentales, ¿todos no son indicios de que entre los
tormentos brillaba una luz que sólo á las vistas en-
fermas, por culpa de éstas, voluntariamente cegaba?
Quia se a forma servi Dei forma non dirimit^ diim
etiam ínter ij^sa supplitia proprietatem iinitatemque
suam servavit et Deltas inviolabilis, et natura passi-
bilis.
Lleva Jesucristo su cruz, en la que es crucificado.
Filiiís datus est nohis cujus imperium super humeros
ejus. Lleva sobre sus hombros el cetro real, lo cual 2)a-
recía á los impíos un ludibrio, mientras que los fieles
veían un gran misterio , j)orque Jesucristo ostentaba
el trofeo de su victoria.
¡Oh cruz I Todo lo arrastraste hacia ti, para que
las antiguas figuras se convirtieran en la verdad, las
profecías en manifestaciones y la Ley en el Evange-
lio. Tú eres la fuente de toda bendición y causa de
toda gracia, la cual saca fortaleza de la debilidad^
gloria del oprobio y vida de la muerte.
_ 21 —
Tú eres la muerte de la muerte; de eterna la has
convertido en temporal.
Antes de morir Jesucristo, eternizó su testamento
en siete cláusulas. Abrió después el libro de los siete
sellos; quedaron permanentes los dones del Espíritu
Santo, j los Sacramentos empezaron á derramar la
gracia (1).
*
Conocido , en lo que humanamente se alcanza , lo
que es propio de Jesucristo en cuanto Dios y en
cuanto Hombre, j especialmente lo que concierne al
(1) La doctrina relativa á Jesucristo, en un todo calcada en
la doctrina de Santo Tomás, lleva por objeto secundario el ha-
cer ver cómo de antemano dejó deshechas las falsas enseñanzas
de los que hablan del Dios inman^ente en el mundo y en la his-
toria el Ángel de las Escuelas.
De sentir es que las hermosas y profundas oraciones sagra-
das acerca de la divinidad de Jesucristo que oímos al sapientí-
simo prelado Sanz y Forés no hayan sido impresas, y de sen-
tir sería que corrieran la misma suerte las de los Excmos. Seño-
res Obispos de Salamanca y Sion, padres Cámara y Cardona.
¿Por qué se han de quedar en el olvido obras de tanta ciencia,
de tanta profundidad y de tnnta unción y elocuencia?
El ilustre Caminero, obispo electo de León, llevado al cielo
antes de ocupar la silla episcopal, nos ha dejado un hermoso li-
bro acerca de la Divinidad de Jesucristo, y en él deshechos que-
dan los errores racionalistas.
Por el mismo sendero ha seguido combatiendo también á los
sectarios de la Escuela de Tubinga, con unos artículos que lla-
maron mucho la atención, hace próximamente cuatro años, en
un periódico religioso de esta corte, y en los días de Semana
Santa, D. Mariano Calvo Martín, cura párroco actualmente en
el pueblo de Griñón, diócesis de Madrid- Alcalá, y licenciado
en Derecho civil y canónico.
— 22 —
oficio de Redentor, entramos ahora á considerar el
misterio de los misterios, la institución del Santí-
simo Sacramento, el efecto sobrenatural de la con-
sagración eucarística.
Ardua empresa para inteligencias que no llegan á
comprender ni aun todas las verdades del orden pu-
ramente natural.
Para que al menos en el plan y método expositivos
no falten ni luz ni orden, reduciremos la cuestión á
cuatro puntos principales. Los dos primeros se rela-
cionan con el lugar j tiempo del hecho; los dos se-
gundos desentrañan lo que desentrañarse puede del
mismo, considerándole en su propia realidad.
Seguiremos paso á paso á los Evangelistas, ¡Dorque
ellos encierran toda la doctrina. La exposición, ó me-
jor dicho el aclaramiento de las ideas que nos han
dejado perennes en sus sagrados escritos, consistirá en
indicar el valor y alcance de las palabras.
¿En dónde se celebraba la Pascua? En Jerusalén.
No siempre la fiesta tuvo en esta ciudad su cumpli-
miento. La primera se realizó en Egipto; las siguientes
en el desierto y en Jericó; y constituido que fué el
pueblo de Dios y tuvo su capital en Jerusalén , quedó
terminantemente mandado que sólo en la ciudad que
poseía el templo del Señor podía ser llevado al sacri-
ficio el cordero pascual.
De lo primero están las pruebas en el Antiguo Tes-
tamento, y de lo segundo en los Evangelistas. (San
Mateo, XXVI, 18 y 19; San Marcos, xiv, 13, 14, 15
7 16.)
San Lucas puntualizó más, y ello nos obliga á tras-
ladar su texto:
— 23 —
TE '/jjjiw xí» nájj^a, iva «páYCüjjiev c'ooi el^s^GóvTtov ujiuiv ei; xr^r>
TtóXw. (xxii, 8 y 10.) Et misit Petrum et Joannem,
dicens: Euntes ¡zarate nobis pascha, nt mancluce-
mus Ecce euntibus vobis in civitatem,
Y envió á Pedro y á Juan, diciendo: Idos á pre^
pararnos la pascua para que comamos, Hed ahí que
entrando vosotros en la ciudad,,,.. i>
No puede ofrecerse mayor claridad al usar los Evan-
gelistas los vocablos £'•? itóXtv. La pr02)0sición et;
denota dentro, lo mismo que la latina in.
En esto no hay dificultad alguna, y sobre todo
cuando ningún escritor tampoco lo ba dudado, ni en
la tradición se conserva nada en contrario.
Que no siempre se celebró en Jerusalén fácilmente
se prueba, pues el precepto y la celebración tuvieron
realidad antes de la existencia de la ciudad y del
templo, é incontestables son las pruebas señaladas en
el Éxodo, XII, XIII, 6: xxiii, 15: xxxiv, 18; Leví-
tico, XXIII, 5; Números, ix, 2, 10, 11, 12, 13 y 14:
XX VIII, 17; Deuteronomio , xvi, 1; Josué, v, 10.
(Esta es la primera Pascua celebrada en tierra de
Canaan, y la tercera entre todas las anteriores,
siendo la segunda al pie del Sinaí, ya indicada en la
cita de los Números, xi, 2. (Libro primero de los Re-
yes, I, 3.)
Y ya dentro de Jerusalén , ¿ qué local tema desti-
nado el Redentor para celebrar en él la Pascua? Aun-
que no faltan comentaristas que entiendan darse en
Jesucristo intención preconcebida acerca del dueño
de la casa en la que hospitalaria, y además gustosísi-
mamente, se le había de recibir tan pronto como se
presentase con sus discípulos, y antes á Pedro y á
Juan para que arreglaran todo lo necesario, los Evan-
— 24 —
gelistas se expresan siempre de un modo indetermina-
do. Jesucristo no individualizó, á pesar de concretarse
algo en los textos de San Marcos y de San Lucas. Co-
mo Dios, como Verbo, como Sabiduría eterna, sabe
de antemano cuanto tenía y tiene que ocurrir; como
hombre, apareció acomodándose admirablemente á lo
que en aquellos día sucedía j se daba en Jerusalén.
La ciudad entonces no pertenecía á los propietarios
de los edificios. Como ciudad santa, era del pueldo
escogido ; así que sobre todo ciudadano hierosolimitano
pesaba la obligación de recibir á sus hermanos, sin
que mediara retribución alguna, si bien se le cedía la
piel del cordero sacrificado, un cacharro de arcilla t
restos de los alimentos del banquete ó de los ban-
quetes.
Tanto en la Tliora como en la Mischna, en los Tal-
mudes babilónico y hierosolimita, pueden encon-
trarse los datos que nos enseñan lo que vamos con-
signando, y por los que el sentido de lo dicho por los
Evangelistas no queda ni puede quedar obscuro, sino
que por sí mismo aparece muy claro.
San Mateo dice: Ad qmmdam. (xxvi, 18.)
San Marcos añade más: aEt occurret vobis homo
lagenam aquce bajidans — sequiminieum — et quocum-
QUE intuiret » (xiv, 13 y 14.)
San Lucas conviene en lo dicho por San Marcos:
'TiJ-w avOpwTTo; xepájxtov uoaTO<; j3afftá^cüv* á/.oXouOirTaTE auxtp
£?; T'^^v ou{av o'j elaTropsóetai. — Ka\ spaT-ze tw olxoSíffTtóxí) xtJ;
olvltc,
Conviene fijarse en la manera de hablar de San
Mateo, más concisa, pero referente al dueño de la
casa. Ite in cimtatem ad quemdam (idos dentro de la
ciudad) (y dirigios) á cualquiera, pues añade inme-
— 25 —
diatamente et dicite ei (y decidle). San Marcos y San
Lucas denotan un precedente, el de nn criado, al que
Jesucristo no llama ni siervo, ni esclavo, sino hoinbre,
que llevaría agua, ó bien para preparar la masa de
los ázimos, según estaba prescrito, que debía hacerse
con determinadas horas de antelación á fin de que se
posara y quedase lo más pura posible, ó también
para el baño y abluciones que debían preceder á la
celebración de la cena pascual.
Así como al nacer Jesucristo no encontró su San-
tísima Madre posada alguna, y así había de acontecer
porque nacía para todos, lo mismo para los judíos
que para los gentiles, y no podía encerrarse tal naci-
miento en determinado recinto de la población judía,
la cena legal, propia y exclusiva de un solo pueblo,
se verificaba dentro de los hogares de Jerusalén; y
como la hospitalidad era obligatoria, Jesucristo, por
cumplir la ley y acomodándose á lo tradicional, no
manifestó preferencia determinada en favor de algu-
no, aunque bien se le alcanzaba quién había de poner
á su disposición el sitio, para que en él, después
de cumplir con el mandato de Moisés, quebrara la
figura, arrancara las sombras y apareciesen la reali-
dad y la luz.
Señal alguna topográfica no hallamos en los libros
sagrados de la Ley Nueva. ¿Qué sitio ocupaba la casa
en donde se hizo la cena? No se puede contestar de
un modo categórico, al igual que nos ocurre respecto
del nombre del dueño.
Se supone, siguiendo una tradición, que estaba no
lejos del último lienzo de muralla al Sudoeste, por
supuesto dentro de su circunvalación, al Sud del pa-
lacio de Caifas, y mirando por el Oeste al valle de
— 26 ~
Hinnón, y al Sur al Monte del Mal Consejo , ambos
fuera de muros (1).
Y acerca del tiempo de su celebración, ¿qué puede
decirse?
Confesamos que, boy por hoy, no entra en el cálculo
de un solo hombre el poder puntualizar, precisando,
el relativamente inmenso caudal bibliográfico que
existe, sin contar lo muchísimo perdido, y que forma
un argumento por sí solo acerca de la divinidad de
nuestra santa religión, aun por el solo carácter de su
universalidad.
A pesar de una dificultad, al parecer insuperable
para nosotros, en una división general se encierríi
todo: en la de escritores ortodoxos y heterodoxos.
De entre los segundos, convienen muchísimos con
los primeros, no en su significación católica, ]3ero sí
en su valor histórico; y se han dado divergencias por
lo tocante al momento, mejor dicho, no respecto del
mes, sino en cuanto al día, entre unos y otros. Aliora
no hemos de tocar la mies racionalista, cubierta de
niebla y neguilla. La dedicamos sección aparte.
A manera de principio fundamental establecemos
el siguiente. Jesucristo cumplió siempre todos los
preceptos ceremoniales establecidos por Moisés. Luego
no se separó nunca de sus prescripciones y prácti-
cas (2). La doctrina evangelista no enseña otra cosa
(1) Escrito esto, leemos que, según los últimos datos, se ha
encontrado una piedra en la que se supone estuvo sentado
Jesucristo durante la cena. Semejante detalle no responde al
modo de estar echados conforme al cual se celebró la Pascua.
(2) ccNolite putare quoniam veni solvere legem, aut Prophe-
tas: non veni solvere, sed adimplere.» (San Mateo, cap. v^ 17.)
— 27 —
que lo expuesto y hecho por El. De donde no puede
negarse que entre lo encerrado en los Evangelios y en
el Antiguo Testamento, y que se refiere á la cena,
exista y existe una admirable conformidad y armo-
nía. Veámoslo.
La cena se celebró el día 14 del mes de Nisán, que
comprendía 2)arte de nuestros meses Marzo y Abril.
En efecto. El Éxodo manda: «Servabitis eüm
(agnum) usque ad quartam decimam diem.:í) (Le cus-
todiaréis hasta el día catorce.) Immolabitque eum
UNIVERSA MULTITUDO FILIORUM ISRAEL AD VESPERAM.
(Y todos los hijos de Isfxtel inmolarán el cordero hacia
la tarde,)
No dice el texto in vesperam^ sino ad vesperam^
ó sea que el sacrificarle era antee de la segunda vís-
pera. El texto hebreo claramente lo encierra, que, tra-
ducido, así dice: Entre las dos tardes ó vísperas.
D^i")7 fii (cap. XII, 6). El versículo 8 esjíccifica lo
siguiente: Y comerán carnes en aquella noche asadas
al fuego. Carnes no es lo mismo que el cordero.
Se refiere el texto al Khagigah, otra clase de víctimas
que podían comerse antes del cordero; y como se con-
signa que en aquella noche ^ se deduce que antes de
ella era comido el cordero, pues ya de noche era nuevo
día, según los hebreos, y por ende el día 15 de Nisán,
y la cena propia del cordero precedía al día de la
fiesta.
En el libro de los Números, cap. ix, 2, 3, hállase
lo siguiente: Facient jilii Israel phase in tempore
suo quator decima die mensis hujus (Nisán) ad ves-
peram juxta omnes cceremonias Los Setenta tra-
ducen la designación del tiempo del siguiente modo:
Ilpó? lüTtlpav xixá xaipóv áuxoü, xaxat x6v v¿(jlov
— 28 —
Hacia la tarde según su tiempo (momento), según
su ley , habiendo trasladado las palabras xa-ca xatpáv
áuxou al versículo siguiente, siendo del segundo en el
texto hebreo, que termina así :'t;"C2 ríDsn.
El sentido no puede estar más claro, pues al pre-
ceptuar que la Pascua (phase) se haga á su tiempo,
le determina en el versículo tercero, al señalar el mes
y el día y en la tarde, debiendo entenderse aquí el
significado de ad vesperam ])0v la segunda víspera,
de tres á seis. La trasi^osición del indicado inciso en
la versión de los Setenta no deja de ser digna de
observación, cuando no está así en el texto original y
cambia el sentido que en él se encierra.
Confírmase esto mismo con el texto que nos ofrece
el Deuteronomio , cap. xvi, 6:
«ImMOLABIS (1) PHASE, VESPERE AD SOLIS OCCASUM,
QUANDO EGRESSUS EST DE EgYPTO.5)
Inmolarás la pascua en la tarde la (de) la postura
del sol, quiere decir, en la segunda víspera.
El libro de Josué está terminante: ccMaxseruxtque
FiLii Israel in Galgalis et feceruxt phase qua-
tuordecima die mensis (Xisán) ad vesperam in cam-
PESTRiBUS Jerico.» (Celebraron la Pascua el día ca-
torce en la víspera (última.) Y Esdras, lib. i, cap. vi,
19, 21, refiere completamente lo mismo en cuanto al
día. Se calla la hora; y el profeta Ezequiel, cap. xlv,
21, ordena lo mismo en nombre del Señor para el
primer mes (del año sagrado), el mes de Xisán, y para
el día 14, pudiéndose agregar lo contenido en el libro
tercero (no canónico) de Esdras, capítulo y versículo
primeros.
(1) Á las tres empezaba el sacrificio de los corderos.
m
— 29 —
Si alguna duda levantase la cabeza porque no
suena lo mismo sacrificar la pascua que comer la
pascua^ y que por ello bien se pudo dar que el sacri-
ficio se consumase en la segunda víspera del día 14,
pero que el cordero pascual fuese comido al empezar
el día 15, con toda seguridad que no había de pros-
perar su intento, ya que el Éxodo echa por tierra
buantas suposiciones en contrario se busquen. El
mismo Moisés rebate de antemano cuantos argumen-
tos en contrario se hayan podido y se puedan presen-
tar. Véase cómo:
«Primo mense (el que entonces empezó á figurar
como tal en el año religioso, el mes de Nisán),
QUARTA DECIMA DIE MENSIS (el CatorCC) , AD VESPERAM
(la segunda víspera, hora de la salida del Egipto)
coMEDETis azymaI usquc ad diem vigesimam ejus-
dem mensis »
No puede pedirse decisión más terminante: j^rinier
mes, día 14 y en la (segunda) víspera.
Recorrido tan largo y peligroso camino en el orden
de investigación y análisis por lo tocante al conte-
nido del Antiguo Testamento, veamos qué nos ense-
ñan los Evangelistas, y aparecerá la admirable con-
cordancia existente entre todos ellos.
Y sea lo primero. Los Evangelios no hablan sino
de un mismo acto. Según San Mateo: caVespere
autem Jacto, discumbebat cum duodecim (Christus)
discipulis suis,yy Llegada la tarde, estaba puesto á la
mesa (echado) (Cristo) en compañía de sus discípulos.
San Marcos se expresa del mismo modo.
San Lucas dice: (íEt cum Jacta esset hora discuhuít
et duodécima, etc. Y llegada la hora, se puso á la
mesa con sus doce discípulos.
— 30 —
El evangelista San Jnan indica: <f.Et ccena facta
cum diaholusD^ etc. Preparada la cena. Llegada la
hora de la Cena, etc.
Obsérvese en los mismos textos que todos ellos con-
tienen lo referente á la intención de Judas, y que
Cristo afirma á sus discípulos que uno de ellos le
haría traición.
Además, como fin de la fiesta, señalan lo mismo
los cuatro Evangelistas: la ida al Huerto de Getse-
-maní. Las palabras del último Evangelista expresan
que Cristo se fué más allá del Torrente Cedrón; San
Mateo, San Marcos y San Lucas nos dicen el lugar de-
terminándole el Monte Olívete, aj^areciendo un inciso
en el Evangelio de San Lucas, inciso que nos da á
conocer la costumbre del Salvador de buscar allí en
donde retirarse: aEt ihat, secundum consuetudinem,
in Montem Olivarum.i>
' Explicado así el primer punto, es decir, el que los
Evangelistas concordes tratan de una misma cena,
señalaremos el día del mes de Xisán en el que se ce-
lebró, no habiendo sido otro que el día 14. Y en esto
tampoco hay diversidad de pareceres entre los escri-
tores sagrados á pesar de lo mucho que se ha traba-
jado y escrito, y en especial por los de la Escuela de
Tubinga, con la idea de introducir la duda acerca del
mérito del Evangelio del Águila de Patmos.
Llegado el primer día de los ázimos, se acercaron
los discípulos á Jesús, diciéndole: «¿En dónde quieres
que te preparemos (lo necesario) para comer la
pascua?»
Oída la respuesta, hicieron lo que les había man-
dado, y llegada la tarde (v espere autem facto), ya
estaba con sus discípulos d la viesa, en la víspera.
— Si-
san Marcos señala también el primer día de los
ázimos.
Las palabras de San Lucas, cap. xxii, no pueden
ser más terminantes: aLlegó el día de los ázimos^ en
el que era necesario (occidi pascha) que fuese muerta
la pascual)^ es decir, que el cordero fuese sacrificado,
Jesús encargó á San Pedro y á San Juan que lo dis-
pusieran todo, los que le preguntaron: «¿En donde?»
Cristo les manifestó que en la ciudad hallarían á un
hombre portador de una ánfora con agua, que le si-
guiesen, y que al dueño de la casa le manifestaran lo
siguiente: c(El Maestro dice: ¿en dónde está el apo-
sento en el que he de comer la pascua con mis discí-
pulos?, y destinará un cenáculo grande y bien amue-
blado, y en él preparadlo todo»; y así dispusieron lo
necesario para la pascua, y llegada la hora y acom-
pañado de sus discípulos, se puso á la mesa.
^HX6; Se ^ -^^alpa twv á^újL(üv,£v •^ eíet OúíoGai xh Tzk^y'ct
)ÍY£t aot ó 8t5áj)caXo5* Ilou ¿att xh xaxiXoaa, o:tou xh •ná.d'/OL
jxexa TCüv [xaG/jXWv |j.ou cpáyw; xocxswOí; 'jjjlÜ* 0£Í;£i áviÓY£OV \i.iyx
ETTpwjJilvov £/£"í i-zrjiíkÓLjOLxe. — '^AteXOÓvte; C£ £opov xaSo); £l'pr//£v
auxoT^' xal -^zolikatjx^ xó Trád^^a. — Ka\ ox£ £v|v£xo '^¡ ^p^,
áv¿::£C7e, xa\ ol ca)0£xa ázósxoXot (nótese Apóstoles) ouv ouxw.
Para los que no distinguen el modo de contar los
días entre los hebreos y los romanos, encierra una
dificultad muy fuerte el texto de San Juan: np6 II xr^?
lopxr^? xou náa^^a (xiii, 1). (1) No hay tal. Calcúlese á
la romana, pues San Juan escribía para los no judíos
principalmente, y la dificultad no resulta más que
para quienes no han caído en la cuenta ó no quie-
ren caer en ella; y otro tanto sucede con la palabra
(1) Anotación paduana.
— 32 —
parasceve, empleada exclusivamente siempre para
la víspera del sábado. San Marcos nos lo ensena (xv,
42, Ilflfpaffxeu:^ o eati ttjío (Tá|33axov, y con él también
San, Juan, xix, 14.
Consta, pues, que lo mismo el Antiguo que el
Nuevo Testamento se refieren á una misma Pascua,
celebradas en un mismo mes y en un mismo día y en
una misma hora: mes de Nisán, día 14 y al fin de la
hora nona, dentro de la segunda tarde ó víspera, al fin.
Así se comprenderá que la Pascua precedió á los
ázimos, aunque mediando muy poco tiempo, quizás
la sola sucesión de los actos. Téngase en cuenta que
en determinada época, ya muy avanzada, el día de
la pascua fué teñido por el día de los ázimos, y es-
pecialmente en Galilea.
Los Evangelistas se acomodaron á tal designación,
cuando escribieron : Prima autem die azymorum (San
Mateo); Primo die azymorum (San Marcos); Venit
autem dies azymorum (San Lucas).
Y ¿en qué consistía la Pascua? ¿Qué significa y
qué entraña comedere pascha, comer la j^^-^^^^ua?
¿Qué va incluido en las palabras parayerunt pas-
cha, prepararon la pascua?
Ante todo, mediando unos días, desde el diez del
mismo mes era escogido el cordero, nu, macho, de
un año y sin defecto alguno D'>^n.
Aceptan muchos el que le podía sustituir un ca-
brito; y no vemos razón fundamental ni seria para
ello. La nunca interrumpida práctica de echarse mano
de un cordero, dice mucho en favor de nuestra opi-
nión, y del texto no se deduce licencia alguna para
ello. De la expresión Juxta quem ritum, tolletis
ET hcedum, según el cual rito escogeréis^ y un cabrito y
MUSEO NACIONAL DE PINTURAS. - MADRID.
EL TRIUNFO DE LA IGLESIA SOBRE LA SINAGOGA.
Pintura atribuida á Huberto Van Eyck.
H
no se desprende significación alguna disyuntiva, sino
continuativa, y significa también.
Se corrobora esto de que no podía darse la susti-
tución del cordero por un cabrito, por una disposi-
ción que prescribe: <lSí 7io hubiese más que el cordero
(en la Pascua), el esclavo comerá también de él; pero
si hubiese también un cabrito , comerá del cabrito so-
lamente»; y que se servía en el khagtgak del día 14
y antes del cordero, que era la verdadera pascua.
Los Setenta tradujeron al pie de la letra el texto
hebreo del versículo 3, diciendo: Tipópa-cov xat' ¿íxou?
Tratpicüv , Tipó^axtóv xax' oWav.
un cordero para cada casa de los padres^ un cordero
para cada casa» Ya explicaremos más adelante el
sentido. Y en el texto hebreo correspondiente á tol-
LETis ET H(EDUM uo liallamos equivalencia com-
pleta en el latino, puesto que en él se dice ovejas,
cabras. No quiere decir esto que la traducción resulte
hecha sin el debido conocimiento del hebreo. No;
está trasladada libremente, pero salvando lo esencial
precisamente con la conjunción et continuativa, sig-
nificando además. Los Setenta y las Pentaplas j
Exaplas y otras poliglotas nos dan con exactitud
completa la idea del hebreo. ¡Como que el segundo
inciso se refiere, no á la pascua, sino á otras víctimas
que podían sacrificarse en el mismo dial
Una vez elegido el cordero según las ceremonias
prescritas para el caso, se le guardaba en sitio aparte
hasta el día 14, en el que, llevado sobre los hombros
del dueño de la casa ó representante de la familia, era
sacrificado por él mismo en el atrio del templo des-
3
— 34 —
tinado á tal fin. Los sacerdotes recogían la sangre y
la echaban al pie del altar. Allí mismo, y por el jefe
ó representante de la familia, quedaba desollado, y
cada cual se volvía á su casa, no sin dejar antes so-
bre el altar la cola, los ríñones, el hígado y la grasa
de los intestinos, únicas fracciones del cordero que
en el templo se consumían en holocausto. Y se ha-
cía todo esto á contar desde el principio de la hora
nona (tres de la tarde). Una vez asado, se esperaba el
momento xaipó; de comer la pascua antes de la hora
'prima de la noche (ó sea las seis).
Que otras víctimas quedaban también sacrificadas,
colígese de lo dicho antes y de lo contenido en el
Deuteronomio (xvi, 2), y que se destinaban al kha-
gigah. Entiéndase que el khagtgah era doble: uno
para el día 14, y no obligatorio, y otro j)ara el día 15.
Aun entraba más en la preparación.
Los panes ázimos y las hierbas amargas. Se ha in-
dicado antes que el agua con antelación queda dis-
puesta. Con harina, no sólo de trigo, sino también
de cebada j avena, se disponía la masa (al decir
ázimo, claro que no entraba la levadura), y se la
moldeaba en forma circular ú ovoidea, muy aplas-
tada y de un diámetro que no bajaba de tres ni pa-
saba de seis centímetros en los de uso corriente. La
cochura se obtenía sobre planchas de hierro ó car-
bones.
Las achicorias, acelo'as, lechuo-as y otras hortali-
zas componían el conjunto de las hierbas amargas; j
con pasas, higos, dátiles, almendras y canela, y her-
vido todo en vinagre, obteníase el kharoset^ equiva-
lente á una salsa especial.
Resultando, pues, para la cena pascual, como
— 35 —
elementos componentes, el cordero asado, los ázimos,
las hierbas j la salsa, vino j agua.
El día anterior al de la Pascua, con ceremonias
muy solemnes, no se dejaba rincón alguno de la casa
sin mirar, á fin de retirar todo objeto fermentado,
limpiándose también antes cuantos recipientes y ca-
charros hubiesen contenido ó tocado levadura. A la
luz de una lámpara con aceite ó de vela de cera tam-
bién (1), llevábase á ejecución el acto, y lo que fer-
mentado se encontraba el fuego lo destruía, menos
lo que se reservaba para comer hasta el mismo día
de la Pascua, y hora de nuestras doce de la mañana.
Del sobrante, el fuego daba también cuenta.
Diez personas componían el número menor para
cada reunión, y no se podía pasar de veinte. Ahora
se comprenderá el sentido del texto traducido por los
Setenta: •rrpópaTOv xxt' óÍx'^u^ TtaxpttüVj Trpópaxov xax' oCxíav;
un cordero para cada casa- de los padres , un cordero
para cada casa. Si el número de individuos en una
sola casa no alcanzaba la decena, reuníanse los de
la familia hasta completar el total, j^udiendo agre-
garse hasta veinte. Podía suceder el que, á veces, ni
diez se dieran. Entonces se permitía llenar el nú-
mero con los vecinos. Esto corresponde á la primera
parte del texto: rpópatov xai' ¿(xou^ TtoccptíSv. ^La casa
contenía diez ó más indi\dduos hasta veinte? La casa
por sí sola tendría un cordero. Ttpópaxov xax' o(xtav, ó sea
uno para las casas (reunidas); uno para la casa (sola).
(1) Lo de la candela de cera consta también en los escritos
de un judío español, que en lengua castellana v escritura he-
brea, como las lápidas de la Coruña, dice: aEn entrada di ca-
torze del mex de Nisan con candela di ceraj)
— 36 —
Sigamos. ¿La Pascua se celebraba estando los co-
mensales de pie, sentados ó echados? La que inició
en Egipto el pueblo hebreo por mandado de Moisés,
figura como única en forma de comensales estantes.
Las sucesivas Pascuas, lo mismo la del Desierto que
la de Jericó, y acaso las de Jerusalén, entre familias
poco acomodadas, en actitud sedentaria, en el suelo,
y con las piernas cruzadas , á la manera de los orien-
tales de nuestros tiempos. Entre las personas pudien-
tes prevaleció el modo de estar recostados los perso-
najes, pudiendo contener los lechos desde tres hasta
cinco personas (1).
El texto del Evangelio categóricamente testifica
que el cenáculo era grande y con lechos:
'AvwyEov {xiya £CTxp(ü|A£vóv. (San LucaS, XXII, 12.)
Eesulta de todo lo anterior que Pedro y Juan cum-
plirían con el encargo de elegir y comprar y sacri-
ficar el cordero, y prepararle á su debido tiempo, lo
mismo que los otros elementos necesarios. Acerca de
esto, el Evangelio guarda silencio, pero se deduce.
Quizás el mismo dueño de la casa, ya que la ley le
autorizaba, llenara tan indispensables requisitos; pero
Jesucristo les dijo: Preparad,..,. exot;a.áffa'ce Pedro
y Juan contestaron: ¿En dónde quieíxs que dispon-
gamos? Tíoíi OéXet; eTO[tJiájaj{j.£v; y después de reponer
el Maestro: Preparad allí £>t£^ Ixotuájate, San Lu-
cas concluye con las siguientes palabras: <lY prepa-
raron (Pedro y Juan) la pascua\ •/.a'i itof^xaíjav to iráj^a
(xxii, 8, 12, 13).
(1) Los artistas notables por el mérito de la ejecución, se han
apartado, en la representación de la Cena, casi siempre de la
verdad real é histórica.
6Í
Los evangelistas San Mateo y San Marcos em-
plean los mismos conceptos.
Ahora entramos á describir el acto mismo de la
pascua, 7 no damos rienda suelta al deseo de expo-
ner la significación de cada uno de sus elementos
porque nos llevaría muy lejos. ■
Sabido es que los hebreos para comer se lavaban
antes las manos, y que no tocaban los manjares sin
preceder las oraciones correspondientes. Dichas éstas,
el que presidía presentaba á cada uno de los asisten-
tes una copa llena de vino y con la qxnnta parte de
agua. Bendecida que fuera por él mismo, ninguno
podía negarse á beber de ella. La bendición consistía
en las siguientes palabras: Alabado seas, Serio?',
nuestro Dios, Tú eres el Rey del mundo y el Creador
del fruto de la viña (1). Cuando todos habían be-
bido, el que presidía se lavaba las manos, y acto con-
tinuo era traída la mesa-, baja, circular, elíptica ó
trapezoidal y puesta sobre una especie de cubreal-
fombra impermeable, mesa que ocupaba el centro de
los triclinios, los qae dejaban un hueco para el manejo
y facilidad del servicio. TpájiE^a es la palabra emplea-
da por San Lucas. Así queda determinada su forma.
Indicamos estas particularidades por ser necesa-
rias para la inteligencia del texto de los Evangelistas.
Y así empezaba la pascua. El principal ó jefe co-
gía una pequeña porción de hierbas amargas, no
llegaba el volumen aparente al de una nuez, como
el de una aceituna, y las untaba en la salsa kharo-
seh y se las comía, precediendo cierta acción de gra-
(l) Benedictas sis tu, Domine^ Djus noster, Rex mundi, qui
creas fructum vitis.
— 38 —
cias, y á cada compañero le alargaba después una
porción igual.
Entonces se recitaba el cántico que dice así:
(íEt clamazimu8 ad Dominum Deum patrum nos-
trorum^ qui excmdivit nos et respexit humilitatem
nostram et labor em atque angustiara.
'»Et eduxit 710S de yEyt/pto in manufortí et brachio
extento, in ingenti pavore, in signis atque porterdis.
i>Et introduxit in locum istum et tradidit nobis ter-
ram lacte et melle mananternD (Deuteronomio, xxvi,
7, 8 7 9)^ después de retirada la mesa para la prepa-
ración de la segunda copa de vino.
Puesta otra vez la mesa en su sitio, el dueño de la
casa ó el que presidía pedía la razón de ser comidos
el cordero, las hierbas y los ázimos, y á cada pre-
gunta los asistentes daban las respuestas por sepa-
rado. Orábase de nuevo, y después de decirse el salmo
Laúdate^ pueril Dominum y parte del In exitu Israel,
más la acción de gracias por los beneficios recibidos,
más otra oración por haber sido creada la viña, era
el momento de ser bebida la segunda copa, llegán-
dose á otro momento solemne del acto: al de los
ázimos. Previo el lavarse otra vez las manos el dueño
de la casa ó el jefe de la familia ó de la reunión, to-
maba dos panes, rompiendo el uno en dos pedazos,
uno de los cuales colocaba sobre los otros panes api-
lados, diciendo: a Alabado seas^ Dios nuestro. Rey del
mundo, Vos que habóis producido el pan de la tie-
rra (1); y después de la bendición cogía un poco de
ázimo, el que agregaba á algunas hierbas amargas
(1) Benedictas sis tu, Domine, Deus noster, Rex mundi, qui
pro/ers j)anem ex térra.
— 39 —
impregnadas de salsa, diciendo: <í Alabado seáis ^ Se-
ñor, Dios ?iuest?v, que con tu mandato nos has san-
tificado^ y prescrito comer pan ázimo con hierbas
amar g as. D Después de las cuales palabras comía él,
y corría de mano en mano entre todos para que á su
vez comiesen.
Y por fin llegaba el instante para el cordero, prin-
cipal alimento de la cena. Ya se ha dicho algo res-
pecto del khag'igah. Pues bien; uno se celebraba el
día 14, precediendo á la Pascua, después de la co-
mida de los ázimos , á continuación no interrumpida.
La oración que le precedía así dice: aAlabado seáis,
oh Señor, Dios nuestro, Rey del mundo, que nos
habéis mandado comer las victimase; y comido que se
hnbiera de éstas, se llegaba al momento mismo de
la pascua. Cumplida la acción de gracias por el pre-
cepto de comer el cordero, desde el punto en que el
jefe de la familia le tocaba, gustándole, brotaba la
alegría entre todos. Era castigado el que le rompiese
algún hueso. Durante algún tiempo todos se despa-
chaban comiendo y bebiendo á su gusto. Del cordero
nada de carne podía quedar sobrante.
Cuando el presidente llevaba á la boca el último
pedazo del cordero, ninguno podía echar ya mano á
los manjares. Lavábase las manos, y seguían la ac-
ción de gracias y otra oración preparatoria de la ter-
cera copa, que era bebida á continuación: después
seguía el cántico del Hallel, ó sea de los salmos cxiii,
cxiv, cxv, cxvi, cxvii y cxviii, y con ello se daba
tiempo á la preparación de la cuarta copa, la que j)re-
parada y precedida de la bendición, y concluida y
conclnído el cántico, era bebida también obligatoria-
mente; y, por último, llegaba el turno al Hallel
— 40 —
mayor, compuesto de varios salmos, y entre ellos
el xxxvii, Super jiiimina Babjlords, salmos que
podían cantarse al salir del banquete, que no podía
durar más allá de nuestras doce de la noche, dándose
una quinta copa, no de precepto.
Lo sobrante se quemaba antes de las mismas no-
ches, á no caer el primer día de los ázimos en sá1)ado?
pues en tal caso se dejaba 2)ara el siguiente día.
*
Conocido, por lo expuesto anteriormente, qué ritos
y ceremonias daban el ser á la cena 23ascual y la com-
pletaban, con suma facilidad ha de ¡Donerse á la con-
sideración de nuestros lectores cómo Jesucristo cum-
plió en ella íntegra j exactamente todas las prescrip-
ciones judaicas.
No es que desconozcamos la gran dificultad que
encierra la cuestión bajo el punto de vista documen-
tal; al contrario, la hemos mirado, visto, distinguido
y analizado, sumergiéndonos en ella antes del intento
de querer notificar su contenido á nuestros lectores,
y en especial cuando Lightoof categóricamente con-
signa en el cap. xiii, núm, 5, y en sus últimas pala-
bras (ministeriiim temjplí)^ lo siguiente: Afirmatur
Christum coenam fecisse^ sed nunquam 2)rohatum,
«Que aun cuando se afirme que Cristo celebró la cena,
no se ha probado.»
Los Evangelistas, con sus narraciones, no dejan
lugar alguno á la duda. Preguntaron los Apóstoles
al Salvador en dónde le prepararían la pascua.
Les contestó que \2^ prepararan ^ y en dónde; y luego
de reunidos todos en el cenáculo, exclamó: Deside-
rio desideravi hoc pascha manducare vobiscum. «Viví-
— 41 —
simamente he deseado comer eMa pascua en compa-
ñía vuestra» — la ^'^'^<¿\\s\>pre 'parada^ la que celebraban
todos los judíos, pues de tal pascua — Jesucristo no
distinguió — ordenóles la preparación; y sobre todo,
que no se había de singularizar en contra de la Ley
y en momento tan solemne y de grandísima concu-
rrencia en la ciudad, y menos bajo un techo hospi-
talario, cuando nada en las ceremonias encerraba
contrario á la nueva doctrina, y al ser la j)ascua,
figura del nuevo Sacramento, que dentro de poco,
siendo El, Jesucristo, la realidad y la luz, quitaría
el velo y las sombras. Acéptese como probable que
Jesucristo variara el concepto de algunas oracio-
nes que el ceremonial exigía: no sólo no puede
haber dificultad en ello, sino que ciertas palabras de
las mismas y algunos conceptos, en cuanto Mesías,
no podía pronunciarlas en ignal sentido que los de-
más judíos. Cristo es hijo del Eterno en cuanto
Verbo. Pero acto tan íntimo en Jesucristo no des-
tierra el valor del acto externo y ceremonial judaico.
Y como nunca se singularizó en su modo de obrar
en cuanto hombre, menos se singularizaría no co-
miendo la pascua ó en practicarla de otro modo; y
al no realizarse la celebración secretamente, muy
pronto fuera del dominio de sus enemigos, y segura-
mente éstos le hubieran lanzado la acusación de que
para él ningún valor encerraba el precepto impuesto
al pueblo de Israel, y mediante el mandato de Dios,
por Moisés.
La certidumbre acerca de la celebración mana de
los mismos Evangelistas. San Juan, en el cap. xxiii,
versículo 2, dice: Kal Seíttvoo ysvoalvoo — y preparada
la cena; — San Mateo, San Marcos y San Lucas, en
— 42 —
sus expresiones preparar y comer la pascua, encie-
rran el mismo sentido, el de la cena legal. Y si nin-
guno de los cuatro consigna todo cuanto para la
misma el ceremonial exigiera , sin embargo , ciertas
notas dadas en los textos eminentemente aouncian
el completo y exacto cumplimiento de la Ley por Je-
sucristo.
Noticiosos del mueblaje en el cenáculo, tendría-
mos que cerrar los ojos á la evidencia no admitiendo
la actitud recumbente de Jesucristo y de los Após-
toles. Comieron echados en los predispuestos lechos.
Mal pudo haber allí preparada 7ma piedra para que
en ella el Salvador tomase asiento. Si tal se dio,
para otra cosa sería su empleo.
Los términos 'Avaiíueiv, 'AvaxeíSat, 'Avay.XcO^voít y
Katá/sbOat llevan en sí la idea de recwnhere.
Para estar en los triclinios, precedían el descalzarse y
el lavatorio de los pies siempre en las fiestas solemnes
hebreas. En el comedor (KaTá>u¡j.a^ — 'Avwyiov y avaíysov)
los criados ú otras personas de la clase baja cumplían
para con sus amos y señores con este imprescindible
requisito. El recipiente del agua se llamaba «oSóviTiTpov.
Esto nos lleva de la mano al Evangelio de San Juan.
Preparada ya la cena y cada uno en su puesto,
dejó Jesús el suyo, y del mismo modo que los sier-
vos, se puso á lavar los pies de los Apóstoles. El
hecho en sí mismo lleva tres significados: el propio
del banquete ceremonial j)ascal , el de una humildad
nunca esperada y el de preparación penitencial á la
comunión eucarística, la que los discípulos no prevían
á pesar de los anuncios hechos antes por el Salvador
(San Juan, cap. vi), si bien nunca Jesucristo había
puntualizado niel día, ni la hora, ni la ocasión, ni
— 43 —
el mocloj ni el sitio. No quebrantó, pues, Jesucristo,
la costumbre hebrea del lavatorio al iniciarse el ban-
quete ó celebrar la pascua. El mismo San Juan con
sus palabras prueba que el acto humildísimo del Sal-
vador no fué al fin de la cena, como algunos suponen
al hacernos saber que después volvió á tomar sus vesti-
duras j se recostó (iterum) otra vez (cap. xii, 12),
recomendándoles á imitar el ejemplo recibido (ca-
pitulo xii, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20 j 21).
Las palabras qui manducat mecum panem — el que
come el pan en mi compañía (vers. 18), — dejan
traslucir la posterioridad de tiempo respecto de el
haber lavado los pies á los discípulos, y, simultánea-
mente, que antes de la consagración Jesucristo co-
miera de los ázimos; es decir, que cumplía con las
mosaicas disposiciones. Y se confirma la anterioridad
del lavatorio con el versículo 21: Cum hcec dixisset
Jesús Quia unus ex vohis tradet me»
. Habiendo dicho esto Jesús — el contenido de los
versículos antariores, subsiguiente al lavatorio — que
uno de vosotros me entregará (á los enemigos) ¿no
aparece aquí clarísimamente la noticia de la traición
después? Si el lavatorio hubiera tenido lugar al fin
de la pascua, ¿se explicaría el orden de la narración
de San Juan? No; San Mateo y San Marcos aseguran
que mientras el Apostolado comía, Edentibus illis..,
Mandiicavtibus illis (San Mateo, xvi, 21; San Mar-
cos, XIV, 18), fué cuando Jesús manifestó el pésimo
proyecto de Judas, y que, según San Juan, viene des-
pués del lavatorio. Por lo tanto, éste antecedió al mo-
mento de comer los Apóstoles, y el acto de comer ellos
corrobora que la cena seguía el orden señalado cere-
monialmente. Pero antes de comer dábanse otros actos.
_ 44 —
Tan pronto como Jesuci-isto volvió á su puesto,
cumpliría con lo prescrito ])ara la ablución de las
manos. A continuación tomó una copa, la bendijo,
Y haciéndola ir de mano en mano , todos bebieron de
ella. Así nos lo enseña San Lucas, cap. xxii, ver-
sículo 11. Et accepto cálice grafías egit et dixif: Ar-
cip'te, et dixidite ínter vos, K^'^ Ii\í\ivkí- -rrotrlptov,
«Y habiendo cogido el cáliz con vino, dando gra-
cias, dijo: «Tomad esto y distribuirlo entre vosotros.»
Llevaba la quinta parte de agua.
Lo practicado aquí por Jesús corresponde á la
primera copa, obligatoria entre los judíos. Se cum-
plía, pues, rigurosamente en la cena el reglamento
ceremonial , sin ser olvidadas las oraciones.
A continuación hubo una segunda ablución de
manos, y de seguida, los que servían colocaron la
mesa — Tpárcc^a — en medio de los triclinios (1).
Tomando Jesucristo una pequeña cantidad de las
hierbas amargas, cantidad de las que el volumen no
podía exceder al de una aceituna, y mojándola en
la salsa — el kharoset — comióla. Que tal salsa figuró
entre los elementos de la cena lo prueba el texto de
San Juan: Cui ego intinctum panem p)orrexero, Et
ciim intinxisset ¡mnem^ dedit Judce Si monis Iscariote
(xiii, 26).
La salsa en la que el Salvador mojó el pan — antes
de la consagración — no fué más que el kharoset. Xo
se daba otra. Y el cordero se comía asado; de esto
mismo se alcanza que allí no faltaron las hierbas
(1) El arqueólogo y el artista entendido en historia del arte,
por el solo nombre griego de la mesa deducen la disposición de
Jesús y de sus discípulos en aquel acto.
— 45 —
amargas. Ei kharoset era para ellas, j con ellas los
ázimos también se comían.
Era llegado el momento de la segunda copa y de
apartar la mesa para la ^preparación de aqnélla. En el
entretanto, algún discípulo, ó Jesucristo mismo, haría
las preguntas de ritnal. La respuesta resultaba cantán-
dose el Hagadaj himno mencionado anteriormente.
Así se iban sucediendo , unos después de otros , los
momentos de la fiesta. Ocupando otra vez la mesa el
centro de los comensales, el divino Maestro formuló las
siguientes preguntas, á las que seguían las respuestas
dadas por separado y por todos los concurrentes :
«¿Por qué comemos este cordero pascual? ¿Por
qué estas hierbas amargas?», teniéndolas en alto,
«¿Por qué este pan ázimo?», alzándole.
Inmediatamente se recitaba la oración propia, y en
alta voz, cantado el salmo Laúdate^ puer i , Dominum
y parte del In exitit Israel, en consonancia con lo se-
ñalado en el ritual. Otra oración cerraba esta ceremo-
nia. Maimónides nos ha conservado todas las prescrip-
ciones paséales, y otros judíos españoles le siguen.
Hecho todo lo anterior, la copa de vino — ya la
segunda, y antes pre2)ai'ada con la quinta parte de
agua, — y dada la bendición, la copa fué consumida.
Estamos ya en los instantes más solemnes de la
cena. Habiéndose lavado Jesucristo otra vez las ma-
nos, no porque lo necesitara, sino por ser exacto
cumplidor de lo prescrito, cogió los panes ázimos,
señaló uno , partiéndole después en dos pedazos. Ben-
díjole, y con hierbas amargas mojadas en el kharo-
set comió del todo é hizo que corriera en tal forma
y de mano en -mano, para (¿ue los demás comiesen
también.
— 46 —
Antes de llegar á lo esencial de la pascua, á la
pascua misma, al cordero, las víctimas del sacrificio
pacífico, entre las cuales se contenía la del texto ex-
plicado antes: Juxta quem ritu7n tolletís et hcedum^
componían el khayigah del día 14. Santificadas por
la oración que las pertenecía, concurrían á formar
parte del banquete. (íBendito seas, Señor ^ Dios nues-
tro, Rey del mundo, que nos has mandado comer las
víctimas. D De (pie, sin ser obligatorias, tales víctimas
fueron presentadas antes del cordero, hallamos la
prueba en el Evangelio de San Juan. Este Evange-
lista, con San Pedro, recibió el encargo de disponer
j preparar todo lo necesario. Como ambos estaban al
corriente de lo hecho, y nada sabían de la prepara-
ción del khagigah del día 15, obligatorio (y al qne
los judíos se referían para no entrar en casa de Pila-
tos, en tramitación ya la cansa de Jesucristo, en iiu
todo apartada de las jurisprudencias judaica y ro-
mana, habiendo sido ambas legislaciones completa-
mente burladas), de ello procedía el que, excepción
hecha de ambos Apóstoles, los mismos precisamente
que prepararon la pascua, los demás creyesen que
Jndas, al salirse del cenáculo, iba á preparar el
khagigah para el siguiente día.
Quidain enimputahant, quia lóculos habebat Judas,
quod dixisset ei Jesús: Eme ea quce opus sunt nobis
ad díemfestum, aut egenis ut aliquid daret (Evangelio
San Juan, xiii, 30). Porque algunos se imaginaban
(al verle salir) que, siendo — Jndas — el tesorero, iría
á comprar (ílo necesario para nosotros en el día de la
JíestaD — el siguiente, que empezó á las seis de la tarde,
después de la Pascua. *
Lo necesario — quce opus sunt nobis — se refiere indu-
— 47 —
dablemente al hhagtgak del día 15. San Pedro y San
Juan prepararon lo necesario para el día 14; j aun
cuando, según arriba queda manifestado, la obliga-
ción no caía sobre el khaglgah de la Pascua, Jesu-
cristo no omitiría ni aun lo no obligatorio, y espe-
cialmente tratándose del sacrificio pacífico y con la
circunstancia de estar hospedado en una casa de
cenáculo no pobre. Cristo, pues, celebró también el
khagigah del día 14.
Otro dato importantísimo que no queremos dejar
pasar desapercibido , y que prueba la mala fe ó poco
estudio de la escuela racionalista de Tubinga. El día
de la fiesta era el día siguiente al de la Pascua.
Todos los castillos levantados sobre el versículo pri-
mero del capítulo XIII: upó l\ lopxíj? tou Tiáa^^a, úl^c, ó
'lr](Tou; oxi sXyjXuGsv aúxou -^ aipa... . xa\ SóÍttvou y£VO[JLcvóo
caen por tierra.
Luego, según lo contenido en Típ¿ oe eopx?^? xou
tíÍQyjx xat SetKvou Yevo{j.£vóo y en 'A^ópaJov, el? xvjv lopxrjv
ó sea «Compra (lo que nos es necesario) para el día
de la fiesta», resulta que en la víspera de dicha fiesta
se celebró la Pascua , cualquiera sea el cómputo que
se tome.
Para nosotros es llegado el momento culminante
de lo trascendental que los Evangelios nos lian de-
jado como perenne enseñanza y como historia del
Sacramento de los Sacramentos. En este momento se
realizó el modo de quedarse en el mimdo, y entre
nosotros todos los días, hasta la consumación de los
siglos (1), aquel de quien San Juan nos refiere: In
(1) Ecce vobiscum sum , omnihus diehiis , usqne ad consum-
— 48 —
princijno erat Verhum^ et Verbum erat apud Deum^
et Deus erat Verbum,.. Et Verbum carofactum esty et
habítavit in nobis.
El Cordero era la Pascua. Predicha la oración,
Jesucristo le probó en la forma preceptuada. Enton-
ces se permitía un rato de libertad entre todos los co-
mensales. Cada cual comía y bebía á su placer. Y el
Cordero no podía estar sino en una sola fuente. Todos,
por necesidad, llevaban su mano á la misma. Corres-
ponden, pues, á estas circunstancias de tiempo los
textos Qui intingit mecum manum in paropside hic
me tradet (San Mateo, xxvi, 23). Qui intingit me*
cum manum in catino (San Marcos, xiv, 20). c^El
traidor está entre nosotros. Come en el mismo plato,
en una misma fuente.» San Lucas no disiente de
mationem smculi (San Mateo, cap. xviii y último de su Evan-
gelio, versículo 20 y último también).
El domingo de Quine Liagésima, día 20 de Febrero del año
corriente, pronunció una admirable (ración sagrada, en la
capilla Real, el Excmo. Sr. Obispo de Síóq acerca del texto
reproducido. En ella señaló, no sólo con una ciencia de muchos
vuelos, mucho alcance y mucha profundidad, sino también
con una unción exquisita, la presencia real é individual de
Cristo en el Sagrario y la presencia social en el soberano Pon-
tífice. Cuando desenvolvía y desentrañaba el concepto del
Evangelista encerrado en el verbo sum con indicación de pre-
sente, poniendo en la inteligencia de los que puedan seguir á
tan poderoso orador cómo Dios siempre es en presente por lo
muy poco que podemos traslucir, le veíamos moverse en las
alturas de filósofos y teólogos como Lepsius y el autor de la
obra de Ente Supernaturali , P. Ixipalda. Con una extraordinaria
elocuencia desenvolvía entonces, y de un modo implícito, la
celebérrima definición de la eternidad. Interminahilis vita'y
tota simul et perfecta possessio,
¡Lástima que tan magistral oración quede inédita!
MUSEO- NACIONAL DE PINTURAS. — MADRID.
SAN JUAN EVANGELISTA ESCRIBIENDO EL APOCALIPSIS.
De Alonso Cano.
•— 49 —
ello, puesto que usa la expresión Conmigo está á la
mesa. Nótese que el Salvador, gradualmente, iba
señalando la traición y al traidor. Al principio hizo
la enunciación general; después ya señala al traidor
entre los Apóstoles, y, por último, le individualizó,
señalando á San Juan la persona, y que San Pedro
también llegó á conocerla. El Evangelio nos enseña
que, cuando salió Judas del cenáculo, algunos enten-
dieron que obedecía su ausencia á la necesidad de
preparar lo indispensable para la fiesta. Luego había
otros que no pensaban lo mismo , y fueron San Juan
y San Pedro (Evangelio de San Juan, xiii, 29).
Más todavía: Judas no pudo salir sin cumplir el
precepto pascual , ó sea que hasta comer del cordero
no abandonó el apostolado; y como mientras era
comido el cordero, á manera de distinción, podía el
cabeza de familia, ó quien hiciera sus veces en el
banquete, obsequiar á alguno ofreciéndole algún pe-
dazo de lo presentado, se trasluce que entonces fué
cuando Jesucristo dio á Judas el pan untado en el
kharoset, sin que el hecho pareciera extraño. Inme-
diatamente abandonó Judas el local. Exicit conti-
nuo (San Juan, xiii, 30).
Desde el instante mismo en que el presidente cogía
el último pedacito del cordero , ninguno podía tocar
ya los manjares. Esto nos enseña que la consagración
del pan, con virtiéndole en su Cuerpo, por Jesucristo,
tuvo lugar antes de terminarse la comida de la pas-
cua y después de la salida de Judas.
Eli efecto, los Evangelistas dicen: Ccenantihus
autem eis accepit Jesús panem ^ et henedixit et fregit
deditque discipulis suis et ait: Accipite et comedíte:
hoc est Corpus meum (San Mateo, xxvi, 26). San
4
— 5U —
Marcos conviene con San Mateo (xiv, 22). San Lu-
cas (xxii, 19) añade: Quod pro vobis datur: hoc
facite in rneam commemorationem: palabras las últi-
mas que prueban la no asistencia ya de Judas. La
Cena representada en un antiguo mosaico de San
Apolinar el Nuevo en Ravena, no tiene sino doce
personajes, y todos reclinados en sus lechos. Pun-
tualicemos más todavía. Ya era de noche al salir
Judas, 7, por lo tanto, la institución del Santísimo
ocurrió entre las últimas tinieblas de la Pascua y las
primeras de la fiesta: Erat autem nox (San Juan,
XIII, 30). Cuando Jesucristo tomó el último pedazo
del cordero, quedó cerrada la Pascua, diciendo:
Dico enim vobis , quia ex hoc non manducabo illud,
doñee iinjpleatur in regno Dei (San Lucas, xxii, 16);
manifestación trascendentalísima que encierra emi-
nentemente la doctrina del Cordero expuesta de un
modo tan sublime por el Águila de Patmos en su
Apocalipsis. Doñee impleatur in regno Dei: eco; otou
irXr^ptüO^ £v XTÍ pa^iXeíqt tou 0£ou (San Lucas). La huida
del traidor puso á las claras el incumplimiento de
parte del mismo del coronamiento de la Pascua. No
podía ya beber las dos copas que j)or obligación aún
había de tomar. Para desvanecer las últimas sombras
de la Ley Antigua, Jesucristo, una vez tomado el
último pedazo del cordero , se lavó las manos, y dis-
puso y cumplió lo propio de la copa llamada de la
bendición. Con el cántico Hallel (salmos cxiv, cxv,
cxvi, ex VII y cxviii) disponíase la cuarta, corres-
pondiendo la quinta al Hallel mayor, y siempre
cantada; desde este instante ya no se podía beber
más vino en la noche.
Ahora bien : las copas tercera y cuarta eran com-
— 51 —
plementarias del banquete. La quinta no llevaba en
sí carácter obligatorio.
Jesucristo, cumpliendo rigurosamente el ceremo-
nial, no omitió ni la tercera ni la cuarta, dejándolas
pasar según el rito propio, j consagró la quinta, ó
sea la segunda que señala San Lu^as , j que fué des-
pués de la cena: {jLsxá xb SetTcvr^aat. Fostqiiam ccenamt^
según traduce la Vulgata; el griego dice: aDespucs
de haber cenadoD, La cena se finalizaba con la cuarta
copa. Y se corrobora con palabras del mismo Jesu-
cristo, contenidas en el Evangelio de San Mateo,
(xxvi, 29), y en el de San Marcos (xiv, 25), y espe-
cialmente al mandarles que bebiesen todos: Bibite
ex hoc omnes (San Mateo, xxvi, 27). Et biberunt ex
illo omnes (^?in Marcos, xiv, 23). «Bebed todos ;»
y bebieron todos los Apóstoles. Judas, según se ba
consignado ya, salió durante la cena. íí'o podía ser
para él tampoco la facultad "de consagrar. Hoc facite
iu meam cowmemorationem. Quien vendiera el Cuerpo
y la Sangre de Jesucristo no podía recibir ni el uno
ni la otra, y menos aún operar la transubstan elación.
Solos los discÍ2iulos comulgaron, y se confirma con
las versiones etiópica, arábiga y siriaca, que añaden:
<lVos: Bibite ex hoc omnesy> Yes, vosotros.
No sin mucho trabajo hemos podido componer el
cuadro de la cena según los datos que nos dan los
Evangelios. Más extenso pudiera ser todavía; pues
si presentáramos el paralelismo que existe entre las
palabras de las oraciones rituales judaicas y las que
durante la cena y desjjués de ella, pero sin haberla
abandonado, dijo el Salvador, se halla el paso que
se iba asegurando al salir de las figuras y entrar en
la realidad. ¿Qué significa, si no. Yo soy la viña, vos-
— 52 —
otros los sarmientos y mi Padre el que la cultiva?
¿Qué significan las mansiones , palabras que pronun-
ció Jesucristo después de la salida de Judas, v que
tomaron origen de la disputa entre los Apóstoles
acerca de quién sería el primero de ellos? ¿Qué signi-
fica Clarifica filium tuum ut filius tuus clarificat te,
según el testimonio de San Juan (xvii, 1), etc., sino
que, caminando ya hacia el torrente Cedrón, y acaso
frente á frente del templo, pedía la verdadera gloria
para El al ser el camino, la verdad y la vida para
llegar al Padre, según poco antes enseñara á sus
discípulos, sino que la oración subsiguiente al himno
del Hallel,- antes de ser bebida la cuarta copa, no
era más que una sombra, una manifestación externa,
sin fuerza propia?
Hemos visto qué era la Pascua judía, y además
que Nuestro Señor Jesucristo se acomodó en un todo
á la Ley. Si por lo que á los católicos atañe aun du-
dara alguno, la doctrina del P. Suárez, la de Bene-
dicto XIV, la de Pío V y el Concilio de Trento ser-
viránle de lección y norma.
Statuendum primo est j Christum ante Passionem
suam LEGALEM Coenaní cum discipulis celehrasse, Ag-
numqiie Paschalem, ritu jcdaico, immolasse et coiné-
disse: quce res tan aperta est in Evangelistis ut miruní
sit non de/uisse, /toe tempore hcereticos qui eam nega-
rent. Hcec sententia (la -de los herejes) est plañe hcei^e-
tica, (Suárez, in 3.^"^ p. D. Th., q. 50 , art. 9, sect. 3.^)
Defiende el celebérrimo teólogo español que Cristo,
en compañía de sus discípulos, celebró la Pascua; que
inmoló el cordero y comió del mismo, y siempre se-
gún el rito judaico, y da como parecer abiertamente
herético el parecer contrario.
— 53 —
Concludendum nobis videtur Ecclessiam docere
Christum Jesum postremo suce vitce anno^ />awZ(9 ante
mortem^ légale Pascha celebrasse et priusquam no-
vum Eucharistice Pascha instituerety ex precepto le-
Gis PASCHALEM AGNUM comedisse.
O sea, que antes de la institución de la Sagrada
Eucaristía, Jesucristo celebró la Pascua legal co-
miendo de ella. (Benedictus XIV, De Festis, pág. 82.
Patavii, 1758.)
San Pío Y y el Concilio Tridentino se expresan
del mismo modo:
In Coena novissima, qua nocle tradehatur cele-
BRATO VETERI PaSCHA (SCSS. 22, C. I.) (1).
Una tradición, no interrumpida, firmísimamente
aclara el concepto de los Evangelistas.
. * *
Ahora dejemos á un lado lo nebuloso de los argu-
mentos humanos, y apartemos con el indomable
viento de la fe todo humo de mortal sabiduría. Nos-
otros en manos de la autoridad divina nos entre-
gamos, y divinas son las enseñanzas que seguimos.
Expresándose de este modo San León, ¿qué nos co-
rresponde á nosotros? Creer, creer y creer.
Nemo enim ad cognitionem veritatis magis pro-
pinquat quam qui intelligit, in rebus divinis, etiam si
multum prqficiat, semper sibi superesse quod qucerat.
Mucho podrá adelantarse en el conocimiento de los
asuntos divinos, pero siempre hay un más allá, en las
infinitas perfecciones de la Divinidad.
(1) Santo Toi.iás enseña que la institución del Santísimo Sa-
cramento fué de noche.
— 54 —
Pudo Dios crear el mnndO; j puede estar t está en
él, por esencia, presencia y potencia. Pudo el Acerbo
hacerse carne y formar la .persona de Cristo, unién-
dose á la naturaleza liumana sustancial é liipostáti-
camente; ¿j no había de poder convertir el pan y el
vino en su Cuerpo y Sangre?
Escóndese á los sentidos en el Sacramento. La fe
le reconoce. En la Encarnación ocultó la forma de
Dios bajo la del siervo, y en la Eucaristía aun la de
siervo aparece oculta también. Porque nosotros no
podamos penetrar en lo que hace y en el modo de
hacerlo, ¿quién se ha de atrever á S3ñalar límites á la
divina omnipotencia?
Jesucristo tenía que volver al Padre, y, sin em-
bargo, ardía en deseos de permanecer entre nosotros
hasta la muerte del tiempo.
Dios, como que se comunicó al mundo al crearle y
conservarle iioy un acto de su inquebrantable libertad,
comunicación en cierto modo natural, de una ma-
nera más elevada se dio á las criaturas intelectuales,
elevándolas y realzándolas hasta la compañía divina
por la gracia: y no se contentó con esto: liizo que la
criatura racional humana fuese elevada á la persona-
lidad divina.
Al encarnarse el Verbo se unió á nuestra natura-
leza, sublimándola; pero no contento con que la sola
naturaleza humana individual suya participase sola
de tanto bien, quiso dejar, y le dejó, un modo de
unirse á todos los hombres singularmente.
La fe cree en esto, y debe creer. En la hostia y en
el cáliz está Cristo real, verdadera y sustancialmente.
El pan y el vino, por las palabras de la consagración,
convertidos quedan en el Cuerpo y Sangre del mismo:
— 55 —
color, sabor y forma existen sin el propio sujeto. La
fe nos introduce en donde los sentidos no entran, y
ve que, en el Sagrario, Jesucristo está con igual mag-
nitud que con la que en el cielo posee y en la cruz
tuvo; porque allí, en el Sacramento, no hay extensión
local, pues á la cuantidad no la corresponde esen-
cialmente más que la extensión aptitudinal.
Y está Cristo en toda la hostia y en todo el vino,
y en cada parte de la hostia y en cada parte del vino,
así como todas y cada una de las fracciones, por muy
pequeñas que se hagan, son pan y vino antes de la
consagración, es decir, sustancialmente; y con presen-
cia sacramental, bajo las especies, en los Sagrarios, en
el altar, ó en manos del sacerdote ó en quien le reciba:
y todo Cristo está en el pan; su Cuerpo, por el poder de
las palabras propias de la consagración: hoc est Cor-
pus meum; y su Sangre, su alma y la divinidad, por
concomitancia ; y todo Cristo está en el vino; su
Sangre, por la fuerza de lá forma sacramental hic est
CÁLix Sanguinis mei , y su Cuerpo y su alma y la
divinidad, por concomitancia también.
La Eucaristía atiende á la vida espiritual. Con él se
mantiene la unidad del Cuerpo místico de Cristo, la
Iglesia, fuera de la cual no se vive espiritualmente.
Sacramento de caridad, realiza nuestra perfección si,
después de llamados, merecemos la justificación ó la
santidad, obteniéndola correspondiente glorificación.
Adoro te devote, laten s deltas,
Quce sub liis figurín veré latifnsi:
Tihi se cor meum toium suhjicü,
Quia te contemplans totum déficit.
In Cruce latehat sola deltas:
At hic latef simul et humanitai
*
* *
— 56 —
Adorémosle interna y externamente. Nuestro espí-
ritu y nuestro cuerpo de El dependen. Xos ha elevado
al orden de la gracia: tomó nuestra naturaleza. El
mismo en el Sacramento se nos entrega j^ara que
nuestra fe no desfallezca, nuestra esperanza no se di-
sipe y nuestra caridad se encienda, arda y nos abrase
en El y por El.
Adorar quiere decir hacer actos de sumisión y ho-
nor: sumisión, indica superioridad; y honor, mani-
fiesta excelencia. Dios es, pues, el Vmico á quien se
debe la verdadera y propia adoración.
Y á Cristo, subsistente en la natura divina y hu-
mana, ¿qué adoración le alcanza y corresponde?
La más elevada, la propia para la Santísima Tri-
nidad y cada una de las Personas.
Sostener lo contrario lleva á la herejía. JEn el nom-
bre de Jesús todos doblen su rodilla^ en el cielo, en la
tierra y en los infiernos.
En Cristo, el Verbo unióse hipostáticamente á la
naturaleza humana. Luego le es debida la adoración
de perfecta, de absoluta latría, adoración propia para
Dios. También esto es de fe. .
¿Y en cuanto hombre? Siendo la humana natura-
leza creada, prescindiendo nosotros de lo divino, inte-
telectual, no realmente, pues la personalidad del Ver-
bo no puede ser separada del Verbo, la excelencia de
la gracia sobre todos los mortales exige una adora-
ción sobre la adoración llamada dulla, aun cuando,
por mucho que se apure y aquilate la abstracción,
no se puede llegar á precisar de tal modo al hombre
que pueda ser tal hombre sin personalidad, al menos
potencial; y aquí la potencialidad hace relación á un
orden más alto que el de la potencialidad humana
pura, si bien en virtud de una fuerza sobrenatural,
dimanando de esto mismo que la sola humanidad de
Cristo, si es considerada con independencia de la
unión, puede obtener adoración de secundaria latria;
j descartada intelectualmente la unión, la adoración
de dulía superior: kiperdulía.
Los actos de Fe, Esperanza y Caridad forman el
modo interno de adoración: el externo se marca por
los ritos, ceremonias y otros signos prescritos en lo
esencial por la Iglesia, y por el uso en las costumbres
regionales, con tal que no desdigan de la dignidad
del culto.
Modo deceant.
No hay ser humano que se halle libre de prestarle,
y debe prestarle según su condición. Individualmente,
en cuanto persona singular. Con carácter doméstico,
como miembro ó jefe de la familia. En comunidad,
en cuanto parte integrante de asociaciones religiosas;
y con carácter público, si tiene confiado el gobierno
del pueblo, ó de la provincia, ó de la nación. Las
entidades morales no se escapan ni del dominio ni
de la dependencia del Ser Supremo. Y, por lo mis-
mo, las manifestaciones externas también han de ir
en consonancia con la altura é importancia del cargo.
Alfonso X, en el prólogo de Las Partidas, y en
el título primero de la segunda, legisló admirable-
mente acerca de los deberes de los reyes para con
Dios, y niuy expresivo se franquea en la ley 62^ de
la primera.
El monarca, en cuanto monarca, en determinadas
festividades lleva la representación del pueblo que
gobierna, y entonces la grandiosidad del culto ha
de responder al poder y grandeza de cada una de las
— 58 —
naciones. El rey, consagrado siempre por la divini-
dad, aun cuando manos consagradas no le impongan
el óleo santo, humillándose ante el Key de los reyes,
Vmico dispensador de las coronas terrenas, eleva su
pueblo hasta el pie de quien encierra en su mano al
mundo, como la inocente paloma encierra en su pico
un grano de trigo.
Establecida la Pascua cristiana de tradición apos-
tólica, corroborada y reglamentada después por dis-
posiciones conciliares y otros preceptos eclesiásticos,
la fiesta de la institución del Santísimo Sacramento
lia sido para los católicos, en todo tiempo, la de ma-
yor importancia (1).
En los primeros siglos del Cristianismo , hasta la
libertad de la Iglesia por Constantino, ¿en medio de
cuántos peligros, y al mismo tiempo con cuánto
fervor, los cristianos la celebraban entre las sombras
naturales de las Catacumbas y al resplandor de los
cirios y de las lámparas, y al fulgor de la santa fe
de los fieles? Las galerías y cubículos sacramentales
en Roma las inscripciones y símbolos que el arte
cristiano incipiente dejaba entre los sepulcros de los
mártires y confesores, y especialmente en los lienzos
de los departamentos papales; las criptas alejandri-
nas, napolitanas, de Siracusa, Cartago, Zaragoza,
Compostela, Braga; las admirables manifestaciones,
hoy arqueológicas, de Jerusalén, Cesárea, Antio-
quía, Sardes, Laodicea, Esmirna, Efeso, en una
palabra, de todas las regiones del Asia Menor, las
(1) Una cosa es la institución del Santísimo Sacramento, y
otra la fiesta del Santísimo Corpus Christi.
— 59 —
de las islas y Grecia, son hoy el irrebatible testimonio
de las visitas de nuestros hermanos, hoy triunfantes,
á Jesucristo en el Sacramento y en la santísima
quinta feria de la Semana Mayor. Cuando Constan-
tino se declaró en favor de Jesucristo y el culto
externo cristiano apareció á la luz del sol, todo lo
esencial ya se hallaba establecido.
Los concilios del siglo ii — después de los hierosoli-
mitanos del primero, presididos por San Pedro, —
concilios celebrados en Roma bajo Sotero y Víctor,
decretan, como de carácter general, lo propio de la
Pascua, y en las ceremonias y costumbres se mar-
caba la asistencia de los cristianos al pie del altar,
á adorar á Jesús sacramentado, el día de Jueves
Santo.
Por lo tocante á España, sólo el Concilio de Ilibe-
ris — año 305 — nos abre un horizonte extenso para
creer que, á ejemplo de los prelados, se acudiría á
adorar á Cristo sacraníentado en forma pública y
solemne.
No decimos esto porque los prelados que acudieron
de las Sillas de la Bética, de la Lusitania y de la
Tarraconense, en número de 19, expresamente pre-
.captuaran alguna cosa acerca de este particular, sino
porque, cuando en él se tomaron las disposiciones que
en sus cánones se contienen, no puede dudarse que,
al ser mucha la frecuencia en los cementerios, tam-
bién lo sería en el día de Jueves Santo al pie de lo
que llamamos Monumento.
. Y ¡cómo se robustecería la costumbre después que
Constantino elevó á culto público el culto del Cruci-
ficado!
- Regístrense también las obras de los escritores ca-
— 60 —
tólicos, desde las misas llamadas de los Apóstoles y
los trabajos atribuidos á Heniies, hasta los que escri-
bieron después del traslado de la capital del Imperio
romano á Bizancio; léanse los ceremoniales de los
emperadores, las liturgias de las igiesias asiáticas;
compárense con las del Norte del África y la Copta,
y se vendrá en conocimiento de que no hubo solución
de continuidad en tan santa práctica, ni ann durante
la descomposición del mayor Imperio del mundo á
manos de los bárbaros. Y como la fuerza del Cristia-
nismo adquiría mayores energías á medida que las
nacionalidades tomaban vida y robustez, iba que-
dando indeleble acto tan piadoso. Los escritos de los
Padres en cada una de las naciones, im2)lícitamente
al menos, lo testifican; los concilios generales y par-
ticulares lo enseñan , y las crónicas y anales lo per-
petúan. El pontifical romano, los ceremoniales de la
corte bizantina y el inmenso tesoro que hoy van
desenterrando los sabios extranjeros, y que le for-
man las enormes colecciones de documentos inéditos,
en los que se dan á conocer, en los Inventarios^ no
solamente los objetos del culto, sino el destino de
ellos, llevan al estudioso que sepa leerlos y com-
prender su contenido, el convencimiento pleno de la
no interrumpida santa costumbre de visitar los Sa-
grarios aun las personas de mayor categoría en el
orden civil y político, en todas las naciones católicas.
Más aún: la riqueza de los padres benedictinos en
sus monumentales publicaciones agobian aun al más
incrédulo.
Limitándonos á España, desde luego distinguimos
tres jalones principales dentro de la extensión que
termina en la desaparición de los godos y que cerra-
— Gi-
rón los árabes: el concilio de Iliberis, los de Jaca y
Tarragona, y el décimoséj^timo de Toledo. Las basí-
licas de Colonia Augusta, Hispalis, Emérita j To-
letum, antes j después de Recaredo, al celebrarse la
Pascua y la Semana Mayor recogerían en sus recin-
tos á los valientes cristianos que , en medio de las
tormentas arrianas, irían á adorar á Cristo en el
altar destinado al Monumento, altar adornado pro-
* Tusamente y rico en luces. Los reyes , que desde Re-
caredo acudían á los concilios de la histórica ciudad
del Tajo, no dejarían de cumplir, en cuanto monar-
cas, con tan hermosa y purísima costumbre, tradi-
cional ya en la Iglesia.
Al amparo de la cruz empezó Pelayo la Recon-
quista, y á su lado se agruparon algunos prelados.
El privilegio de Lugo (1) acerca del Santísimo, mu-
chos de los escudos de las regiones galaicas, el fondo
de las costumbres aun j)ersistentes , costumbres pro-
pias del Jueves, Viernes y Sábado Santo, encierran
un fondo tan antiguo acerca de este particular, que
se caería en temeridad al dudar ni por un momento.
Y si aun con esto la duda se endureciera, los admira-
bles documentos de la España Sagrada, de las Cen-
(1) El ilustradísimo y modesto prebendado de la catedral
de Lugo, hoy en la metropolitana de Burgos, Sr. Peláez, ha
publicado un hermoso trabajo acerca del privilegio Incensé.
Esperamos que los Congresos Eucaristicos, tan admirablemente
iniciados por el que también inició en España los Congresos
católicos, el Eminentísimo Cardenal, hoy Primado, Sr. Sancha,
poco á poco formen un cuerpo de doctrina con el inagotabb
caudal que se guarda al menos en los archivos catedralicios y
que hace referencia al asunto presente.
— 62 —
turias Benedictinas (1), de las Memorias dc4 arzobis-
pado de Braga, y, si se quiere, con carácter general,
los Anales del cardenal Baronio, la pulverizan por
completo. Los reyes españoles, lo mismo entre los
visigodos después de Recaredo, que entre los de As-
turias, León, Castilla, Aragón, Navarra y Valencia,
siempre que las necesidades de la" guerra no se lo
impidieran, harían manifestación pública ante el
Sagrario, en la solemnísima feria quinta de la Semana
Mayor, de reconocer el dominio y la excelencia del
Rey de los reyes y Señor de los señores.
Alfonso IX, que tan admirablemente escribió
acerca del Sacramento de la Eucaristía en su obra
inmortal Las Fartidas^ ¿haría preterición en su con-
ducta de católico de practicar tan hermoso acto?
Si así legislara, ¿no obedecía ya á la devoción
general que entonces existiría? ¿Qué debe extrañar-
nos que San Fernando tan devota y santamente la-
vara, á imitación de Jesucristo, los pies de los Após-
toles, cumpliendo con el famoso canon, que así lo
recuerda y prescribe, del concilio ^^ii toledano?
De unos hechos se deduce la existencia de los otros,
aun cuando en los documentos históricos no se haga
mención expresa de ellos. Las ordenanzas antiguas
de muchas de nuestras villas y ciudades contienen
el modo de acudir á visitar las Estaciones las cor-
poraciones que las gobernaban. Los reglamentos de
las cofradías y los de varios gremios preceptúan lo
mismo. Cuando tan general era para tantas sociedades
(1) El P. Yepes, en lo referente á Sahagún, describe el
excesivo y delicado proceder de los padres de aquella casa en
preparar la oblata.
— 63 —
j corporaciones, los reyes, ¿no darían el ejemplo á
sus subditos, antes j después de constituida la nacio-
nalidad española? Las hermosas basílicas románicas
j góticas de todo el pueblo español publican lo mis-
mo con sus incipientes Sacramentales y Minervas, etc.
Aun cuando desde los Alfonsos, y principalmente
antes de San Fernando, puede bien asegurarse que se
reanudó lo puesto en planta por los visigodos desde
Recaredo, tomaría mucha fuerza de regia visita des-
pués de San Fernando. Los Reyes Católicos ya repre-
sentaban toda la unidad española. La Casa de Austria
organizó tan imponente ceremonia.
A darse en nosotros la facilidad de examinar los
archivos de Olite, Tafalla, Pamplona, Nájera, Bar-
celona, Valencia, Burgos, Zamora, Toro, Medina del
Campo y Valladolid, seguramente hubiéramos tro-
pezado con manifestaciones claras y concretas, y que
nos dejaran conocer todo el alcance de algunas ex-
presiones relativas á este particular, que en las Cró-
nicas generales de los Reinos y Principados y en las
particulares de los reyes se conservan. Pero es tra-
bajo superior á un solo hombre, falto de todo encargo
oficial, aunque no desnudo de carácter legal y aca-
démico.
*
La Casa de Austria debe el origen de su gran-
deza á la devoción al Santísimo Sacramento, y por
notabilísima coincidencia á partir de la rama de
Hapsburgo, en España nos ha dejado signos indubita-
bles de haber visitado sus reyes los Sagrarios en
forma propia de la majestad ReaL
Nada indica el autor del librito Etiqueta de la
— (U —
Casa de Austria en España, distinguido bibliote-
cario en la Real Academia de la Historia, y aca-
démico de mimero en la misma Corporación, señor
Rodríguez Villa.
A pesar de ello, en las cartas de Andrés de Men-
doza [Colección de libros españoles raros ó curiosos,
tomo XVII. Cartas de AndiV'S de Almansay Mendoza^
publicadas por F. del V. y S(ancho) R(ayon)] lee-
mos en la página 185 lo siguiente:
(íDesde este dia asistieron sus Majestades á los
Oficios Divinos de la Semana Santa^ en la forma que
siempre se suele hacer ^ lavando los pies á los pobres,
y dándoles de comer, y vestido y limosna, y andando
sus ESTACIONES Á" PIE, y vicndo las procesiones de dis-
ciplina, y en particular las de las Ordenes Descalzas,
como en otra relación de la entrada del Principe lo
avisé ct vuestra merced.D
Al expresarse diciendo: en la forma que siempre se
suele hacer, bien claramente se deduce la antigüedad
de la usanza. Esta visita á los Sagrarios ó á las Es-
taciones fué la del año 1623, reinando Felipe IV.
Los ceremoniales para las visitas en Madrid, des-
pués que Felipe II trasladó la corte desde Vallado-
lid, serían los mismos que se usaron en la antigua
capital del Pisnerga. ¿Se han perdido? ¿Están entre
los papeles de los Archivos del Patrimonio Real, aun
no examinados? ¿Desaparecerían cuando el incendio
de la morada regia anterior á la actual? En los Ar-
chivos de Chancillería y del Municipio en Vallado-
lid, ¿no se podrían encontrar? En la misma iglesia
de San Pablo de aquella ciudad, y en la Antigua, ¿no
habrá de conservarse dato alguno? Tal vez Felipe V,
el primero de los Borbones, prescindiera de la etiqueta
MUSEO NACIONAL DE PINTURAS. — MADRID
SAN ANTONIO DE PADUA
CONVIERTE Á UN HEREJE ALBIGENSE (Tolosa-Francia).
Milagro de la muía hambrienta, que arrodillada adora la Sagrada Eucaristía sobre
ua canasto de cebada. — Cuadro de Autor desconocido.
sacristía dzl templo del monasterio del escorial.
ADORACIÓN DE LA SAGRADA FORMA POR EL REY CARLOS II.
C. COELLO.
— 05 --
austríaca, sobreponiendo la borbónica. Otros más
afortunados podrán descifrar las dificultades apunta-
das y llenar los claros que señalamos.
Felipe IV no visitó todos los años las Estaciones.
En el de la defunción de Felipe III, j en otro pos-
terior á la visita indicada, estuvo recogido en San
Jerónimo el Real, y en otra ocasión, un viaje á An-
dalucía le obligó á estar lejos de la corte.
Confesamos ingenuamente que no podemos añadir
más acerca de la Casa de Austria, y respecto de la de
Borbón, la fortuna nos ha sido adversa hasta llegar á
los tiempos de Carlos III. No obstante, de los datos
que ponemos ante la vista, y la consideración de
nuestros lectores, se sacará la consecuencia de que tan
hermosa práctica no ha sido jamás interrumpida.
Aquí nuestras pruebas son documentales, sacadas
del Archivo Municipal de Madrid, aunque ignorando
si antes han sido publicadas. No tenemos tiempo j)ara
cerciorarnos de ello.
El primer documento dice así:
aHaviendo resuelto S, Af, andar las estaciones la
próxima Semana Santa Helando la Carrera desde el
R} Paludo del B:"^ Retiro á la Iglesia de los Italia-
nos, por la Calle del Baño, salir á la del Prado, por
la de León, á la de Cantarranas, bajar ce J/¿s, Naza-
reno, holhiendo á subir por la de Francos á la de los
Capuchinos p)ara restituirse por la Plazuela del
Spiritus SJ'^ al Retiro, ha mandado reconozcan desde
luego las Casas de la expresada Carrera haciendo
quitar los tejadillos y canelones que hubiese en ella, á
fin de asegurar el que no aya la más remota contin-
gencia, como assi mismo el que se componga el empe-
drado de las Calles y ponga el mayor esmero en su
— CG —
limpJ^ y comodidad^ y que aquel dia no se bierta ni
arroje inmundicia ni otra cosa alguna en ellas. Y lo
participo á V. S. jjara que con el Alarife de Su Cuar-
tel reconozca luego la expresoxla Carrera^ el que ha,
de declarar las obras que necesiten su suelo y edificios
para el entero cumplimiento de quanto se manda^ y
después de notificar ct los dueños^ Adm/^^ ó Asentista-^
la prontitud con que las deben egecutar^ ha de remi-
tir V. S. d los S/' Correx.'' las declara.' del Alarife
sin pérdida de tjj*^ para 2^cisarlas á S, 21, y dar las
demás provid.^^ q.^ conbengan,
i>Diosg. á V. S. m. a. como dP Madrid!^ de Marzo
de 1760.
))El duque de Medinaceli.
))^/ Z).»^ Julián Moróte j>
Véase el contenido del segundo:
(íHauiéndose comunicado por el Excm.^ S.^^ duque,
de Medinaceli^ Caballerizo mayor de S. M,, la real
orden siguiente:
y>Señor mio: de orden del Rey prevengo á V. S. que
respecto de cuanto S, M. tiene resuelto acidar las es-
taciones laprox,^"- Semana S.*'^ lleba^ido lo. Caldera
desde el Real Palacio del Buen Retiro á la Iglesia
de los Italianos, por la calle del Baño salir á la del
Prado ^ por la de León á la de Cantarranas^ baxar d
Jesús Nazareno^ bolbiendo tí subir por la de Francos
á la de los Capuchinos, para restituirse por la Pía-
zuela del Espiritu Santo al Retiro, dé V, S, las pro-
videncias correspondientes para que se j^econozcan
desde luego las Casas de la expresada Carrera y ha-
ciendo quitar á su tpTo los texadillos y canelones que
— 67 —
hubiese en ella para que se asegure evitar la mas re-
mota contingencia^ disponiendo asi mismo que se com"
ponga el empedrado de las calles y ponga el mayor
esmero en su limpieza y comodidad y que aquel día
no se vierta ni arroje inmundicia^ ni otra cosa alguna
en ellas, remitiéndome V. S. d su tiempo testimonio ó
declaración de quedar executado todo á satisjaccion,
para que pueda dar cuenta d S. M, Lo que espero del
celo de V, S. al Real servicio, renovando á V, S, igual
diligencia los primeros dias de la Semana Santa para
mayor seguridad, no obstante q,^ desde luego eva-
que V, S. la expresada Real mW. Y como sprel me
repito cí la obed,^ de V. S. con seguro afecto, de-
seando le guarde Dios muchos años.
^Madrid 19 de Marzo de 1760. =5. L m,
de V. S. su mayor serv,^^ =El duque de Medinaceli,=
■S. i>.« Juan FranJ^^ de Lujan y Arze,
i>Se lo pai^ticipo á vm. para que la pase á los Ca-
v/^^ Capitulo /-es Cuarteleros á ^."** corresponda, á
fin de que con sus Alarifes reconozcan luego la Ca-
rrera j declaren las obras que necesiten su suelo y
edificios para el entero cumplimJ^ de quanto se
manda, previniéndoles que desp.^ de notificar á los
dueños^ Adm.^^^ ó Asentistas, la prontitud con que las
deven executar, se me pasen las declara.^ de los ex-
pres.^^ Alarifes, sin perd.^ de tp.^, p,^ dar las demás
providj^^ que convengan,
y>Dios güe. á vm. mJ añ.^ M.^ 20 de Marzo c/^ 1760.
)>D.N Juan Fran.^^ de Lujan y Arze.
))-S'/ i)." Felipe de la LLuertay> (1).
(1) Archivo Municipal de Madrid, 1. "-24-17.
— G8 —
Por otros manuscritos consta que hubo visita Real
ú las Estaciones: se hizo en los años 1767 (el de la
expulsión de la Compañía de Jesús) y 1768. Se
enarenaban las calles de la carrera. Costó el hacerlo
el iiltimo citado 1.149 reales y 10 maravedís, y el pri-
mero 638 reales y 8 maravedís. Fué la visita el día 31
de Marzo. Firman las cuentas Juan de San Juan
Berrahondo, Joaquín de Goya, Joachin (stc) Cuervo
y Figueroa. El libramiento se hizo el día 27 de
Abril (1). Añádase la visita del año 1769. El coste
del enarenado subió á 1.711 reales y 8 maravedís.
Firman Berrahondo y Goya (2).
Eran los días del año 1821 próximos á Semana
Santa, y el Ayuntamiento de Madrid tomaba opor-
tunamente las decisiones propias para las fiestas. Era
Alcalde el Sr. Conde de Clavijo, y se votó para que
la procesión del día de Viernes Santo recorriese la
carrera de costumbre.
También el Sr. Alcalde había preguntado si Sus
Majestades visitarían las Estaciones, no dándosele la
contestación más que en sentido hipotético, á causa
de la salud de S. M. D. Fernando VII.
El día 16 de Abril, en otra sesión, se dio cuenta
deque el Capitán general te?i¡a tomadas todas las
providencias para que las tropas de la guarnición y
la Policía Nacional local estuviesen dispuestas en sus
cuarteles para cualquier novedad que ocurra. Es de
añadir que por aquel entonces estaba prohibido el
entrar en la plaza de Palacio.
Obedecía esto á la siguiente comunicación:
(1) Archivo Municipal de Madrid, l.''-26-2.
(2) Archivo Municipal de Madrid, 1.^-26-9.
— 69 —
GOBIERNO POLÍTICO Y SÜPílRIOR
DE LA
PROVINCIA DE MADRID
Excmo. Sr.:
Mediante haber dispuesto V. E. se celebre en el
presente año la procesión del Viernes Santo en igual
forma que se hizo en el año próximo pasado, espero se
sirba tomar por su parte todas las medidas que juzgue
conducentes á conserbar el buen orden y tranquilidad
pública de esta capital, manifestándome con anticipa-
ción en qué puntos considera necesaria la fuerza ar-
mada para oficiar sobre ello al Excmo. Sr. Capitán ge-
neral.
Dios guarde á V. E. muchos años.
Madrid 14 de Abril de 1821.
Excmo. Ayuntamiento Constitiícional de Madrid.
A la misma sesión habían acudido ambas autori-
dades, es decir, el Capitán general y el Jefe político,
quienes encargaron también que, á toda costa, se tra-
tase de evitar, y de sofocar si se alzase, todo movi-
miento sedicioso, y para ello que los Regidores, Co-
misarios de cuartel, rondaran con sus vecinos en los
tres días de Miércoles, Jueves y Viernes Santo por
sus respectivos cuarteles.
Sigan hablando los documentos, que dan más luz
que nuestro buen deseo:
— 70 —
SOBIEMO político SUPERIOR
DE LA.
PROVINCIA DE MADRID
Sección de Gobierno Político
Tomada razón.
Madrid, 7 de Abril de 1821.—
El Ayuntamiento Constitu-
cional. — Cúmplase lo que
S. M. manda y noticíese al
Sr. Vicario eclesiástico para
su conocimiento.
Exento. Sr.:
Con fecha de ayer me dice
el Excmo. Sr. Secretario del
Despacho de la Gobernación de
la Península, de Real orden, lo
siguiente:
«Excmo, Sr. : Enterado Su
Majestad del oficio de V. E. nú-
mero 267, fecha 14 de este mes^
acerca del anuncio que debe
darse al público para los próxi-
mos días de Jueves y Viernes
Santo, se ha servido mandar
diga" á V. E. que S. M., si su
salud se lo permite, saldrá, se-
gMín costumbre, á andar las Es-
taciones el Jueves Santo, y que
apruebe el señalamiento de la
procesión del Viernes, siendo
la que llebó el año próximo-
pasado.))
Y lo traslado á V. E, para su
conocimiento y que se sirva to-
mar por su parte las medida»
que juzgue convenientes á fin
de conservar el orden y la tran-
quilidad pública, tan atendible
en semejantes dias.
Dios guarde á V. E. mucho»
años.
Madrid 17 de Abril de 1821.
Excmo. Ayunta niento Constitucional de Madrid.
Inminente el Viernes Santo, en sesión pública j
con asistencia (extraordinaria) del Jefe político j
— 71 —
decidido por él el empate, se votó la no salida de la
procesión del Viernes Santo, á pesar de estar ya avi-
sado por oficio, y en contrario, el Sr. Vicario.
Sin embargo de todo ello, se mandó la siguiente
comunicación:
GOBIERNO SUPERIOR POLÍTICO
DE LA
PROVINCIA DE MADRID
Sección de Gobierno Político
Excnio. Sr.:
Ea este momento me dice el Sr. Secretario del
Despacho de la Gobernación de la Península lo que
copio :
«Excmo. Sr.: El Sr. Mayordomo mayor de Su
Majestad me dice, con fechado oy, lo que copio:
((Al Sr. Secretario del Despacho de la Guerra
))digo con fecha lo que sigue:
))E1 Rey ha señalado la hora de las cuatro y media
y)áe la tarde de mañana, Jueves, para salir á visitar
))la8 Estaciones en las iglesias de la parroquia de Santa
3)Maria, Monjas de Constan tinopla, Parroquia de Santa
))Cruz, convento de Santo Tomás, y siguiendo por la
acalle de Atocha/ la de Carretas, Puerta del Sol, calle
»Mayor á San Felipe Xeri, y por las Platerías y calle
))de Santiago á la parroquia de este nombre, conclu-
))yendo en la Real Capilla de Palacio. Todo en la forma
>)acostumbrada.V)
Lo que traslado á V. E. para su inteligencia y cum-
plimiento en la parte que le corresponda.
Dios guarde á V. E. muchos años.
Madrid 18 de Abril de 1821.
Excmo. Ayuntamiento Constitucional de esta villa (1).
(1) Este documento y el siguiente parecen ser íntegros, de
puño y letra del Marqués. A lo que se desprende, no imperaba
en tales momentos la mayor conñanza en los auxiliares ofici-
nescos.
No se hizo esperar mucho la contraorden. Léase:
GOBIERNO SUPERIOR POLÍTICO
DE LA
PROVINCIA DE MADRID
Sección de Gobierno Político
Excmo. Sr.:
En este momento me dice el Excmo, Sr. Secretario
del Despacho de la Gobernación de la Península lo
siguiente:
«Excmo. Sr.: Hallándose el Eey algo indispuesto,
no saldrá á visitar las Estaciones en la tarde de oy,
según dije á V. E. en mi oficio de fecha de aj^er.»
Lo traslado á V. E. para su inteligencia y efectos
consiguientes.
Dios g'uarde á V. E. muchos años.
Madrid 19 de Abril de 1821.
61 'ÜllLatauéy 2c (Bcízat^o.
Excmo. Ayuntamiento Constitucional de esta villa (1).
Así llegamos al año 1826. (Archivo Mnnicipal de
Madrid, 2.^-275-98.)
Leemos en los escritos conservados que, hasta el
año 1819, unos años se liabía sacado á subasta v otros
corriera de cuenta de la Comisión de empedrado, el
enarenar las calles para la visita de SS. MM. á las
Estaciones, lo que prueba que lo mismo antes del
año 1821 que después de él, no se interrumpió el
acudir á los Sagrarios el día de Jueves Santo; r
(1) Archivo Municipal.
consta que en el de 1819 el enarenado costó 5.700
reales, j después 3.680.
El año 1824 se hallaron los Re jes en el Sitio; j
en el 1825, habiéndolo dispuesto el Corregidor, fué
la Administración de limpiezas la encargada de la
arena ; valiéndose de sus carros j ganando^ estando á
la vista y auxiliando el Teniente Visitador de Policía,
según disposición del primero. Era Visitador de Po-
licía D. Cipriano Alejandro.
Y llegamos á 1830, segundo período del Gobier-
no absoluto y año del nacimiento de S. M. Doña
Isabel II.
Véanse los documentos. (Archivo Municipal, 2.^-
275-22.)
En la Real orden anunciando el Rey la visita, se
indica que no pasará por la calle de Santiago.
«Por el Sr. Encargado de la Mayordomía mayor
de Palacio se me ha coniunicado, con fecha 27 del
mes último, la Real orden siguiente:
«El Rey N. S. ha resuelto salir á visitar las esta-
:!>ciones el próximo Jueves Santo á las cuatro de la
3)tarde, en compañía de la Reyna su augusta esposa y
))de los Señores Infantes, dirigiéndose desde el Real
))Palacio á la Iglesia parroquial de Sta. María de la
)>Almudena y Monjas de Constantinopla, siguiendo
))por las Platerías á la calle de la Amargura, al Arco
2)Nuevo de la Plaza, á la Parroquia de Sta. Cruz y
5) Convento de Sto. Tomás, desde donde continuará á
)>la calle de Carretas, Puerta del Sol á la Iglesia de
))San Felipe el Real, en donde hará estación; desde
)>aquí seguirá por la calle Mayor á la Iglesia de San
)) Felipe Neri, de aquí á las Platerías, calle de la
))Almudena, Arco de Palacio á la Real Capilla,
— 7-i —
))donde conclnirí'in las estaciones. De lleal orden lo
Dcomiinico á V. S. para su inteligencia y gobierno.^)
»Lo traslado á V. S. para su inteligencia en la de
que con esta misma feelia doy también aviso de esta
soberana determinación al Visitador general de Poli-
cía urbana para que poniéndose de acuerdo con Y. S.
convengan en los puntos en que debe amontonarse la
arena de que ha de cubrirse la carrera, á fin de que
este servicio se haga con el acierto y oportunidad que
exige.
))Dios guarde á V S. muchos años. — Madrid 2 de
Abril de 1830. — Tadeo Ignacio Gil. — Sr. Secretario
del Excmo. Ayuntamiento de esta villa.»
Hay otra comunicación que empieza lo mismo>
añadiendo:
«Por el Excmo. Sr. Secretario de Estado y del
Despacho de Gracia y Justicia, con esta fecha se me
ha comunidado la Real orden siguiente:
))Ilmo. Sr.: El Encargado de la Mayordomía Ma-
yor de S. M., con fecha 24 de Marzo último, me dice
lo que sigue:
«El Rey N. S. ha tenido á bien resolver que haya
))capilla pública el domingo próximo de Ramos á las
))diez de su mañana, y el Jueves Santo á las nueve, y
í>á las cuatro de su tarde saldrá S. M. á visitar las
testaciones en compañía de su augusta esposa la
)>Reyna N."" S."" y los Señores Infantes.» (Sigue como
))antes hasta:) Que la capilla pública del Viernes sea á
»las diez y á la misma hora la del Domingo de Pascua
»de Resurrección. De Real orden lo comunico á V. S.
5)para su inteligencia y efectos convenientes, en el con-
))cepto de que las personas que deben concurrir á di-
))cha función del Jueves Santo será de gala con uni-
— /o —
»forme, y á la del 'Viernes con centro negro, según
»práctica, siendo de este modo la asistencia á la del
)) Domingo de Pascua, v de gala la del Domingo de
5>Hamos. Y lo traslado á V. S. de la Real orden para
))su inteligencia y fines correspondientes.»
»Cuya Real orden inserto á V. S. para noticia del
!ÉScm5o. Ayuntamiento y efectos que convengan.
))Dios guarde á V. S. muchos años. — Madrid 3 de
Abril de 1830. — Tadeo Ignacio Gil. — Sr. Secreta-
rio del Excmo. Ayuntamiento.»
Los datos que existen en el Archivo Municipal, y
que corresponden al año 1844 (4.^-21-8), son los si-
guientes, que pertenecen ya al reinado de S. M. Doña
Isabel II:
c(Excmo. Sr.: El Sr. Subsecretario del Ministerio
de la Gobernación de la Península, con fecha de
ayer, me dice lo siguiente:
»Excmo. Sr.: El Sr. Ministro de Estado, con esta
»-fecha, dice á este Ministerio lo que sigue: El señor
» Mayordomo Mayor de S. M. me dice con esta fecha
))lo que sigue: S. M. la Reina nuestra Señora, acom-
))pañada de su augusta madre y hermana, saldrán de
»este Real Palacio á las tres de la tarde del Jueves 4
»del corriente para visitar varias iglesias: lo que de
»orden de S. M. comunico á V. E. á fin de que con los
»demás Ministros, principales corporaciones y altos
»funcionarios se sirvan acompañar, si gustan, á las
»Reales personas á este solemne y religioso acto, sir-
» viéndose hacer á todos ellos la correspondiente invi-
»tacion de asistencia. De Real orden lo traslado á V. E.
»con inclusión de una lista de las personas y cori3ora-
»ciones que deben acompañar á S. M. en el expresado
»dia, para que V. E. se sirva invitar á las que depen-
»den de ese Ministerio de su digno cargo, poniendo
5)igualmente en su conocimiento que los Mayordo-
))mos de S. M. están encargados del orden y coloca-
))cion de todos los concurrentes. De lleal orden, comu-
))nicada por el Excmo. Sr. Ministro de la Gobernación
y>de la Península, lo traslado á Y. E. para su conoci-
5)miento, el de la Diputación provincial, Ayunta-
)>miento y Corporaciones dependientes de ese Go-
^bierno político, adoptándolas disposiciones que crea
)) conven lentes y sean de costumbre.»
:!)Lo que trascribo á V. E. para los efectos expre-
sados en la preinserta lleal orden, esperando se ser-
virá concurrir esa Corporación con la debida antici-
pación al sitio señalado á tan solemne acto.
))Dios guarde á V. E. muchos años. — Madrid 3 de
Abril de 1844. — Antonio Benavides. — Excelentísi-
mo Ayuntamiento Constitucional de esta villa.»
Se advierte que habiendo preguntado antes, en se-
sión municipal, el Sr. Cereceda si el Ayuntamiento
acndiría á la visita con los Reyes, el Sr. Presidente
contestó QUE no, d 710 sei" que se ordenase ¡^or alguna
expresa comunicación, en cuyo caso daría segui-
damente aviso á los señores capitulares. No se
expresa después si. el Sr. Presidente presentó la di-
misión.
«Siguen los Reyes la siguiente carrera:
»Arco de Palacio á Santa María, convento del Sa-
cramento, calle del Sacramento á San Justo, calle
del Cordón, plazuela de la Villa, Platerías, calle de
Milaneses, calle de Santiago á la parroquia de este
nombre, 23laza de Oriente, subida de Santo Domingo al
convento de este nombre, bajada de Santo Domingo,
calle de la Biblioteca á la Real capilla de la Encar-
//
nación, á la del Palacio. — Es copia. — Benavides. —
Madrid 20 de Abril de 1844.— Es copia.»
Su Majestad D. Alfonso XII no dejó de atenerse
á tan piadosa costumbre, cumpliendo como monarca
con Jesucristo Sacramentado, visitando las Estaciones
el año 1884.
Con los datos aprontados se prueba evidentísima-
mente la no interrupción de tan hermosa práctica, lo
mismo de parte de la Casa de Austria que de la Casa
de Borbón. Desde las publicaciones El Mercurio j el
Diario de Avisos , se puede seguir el estudio de esta
materia año tras año. No ha sido nuestro intento des-
cender á tanta minuciosidad.
La Biblioteca de la Real Casa conserva , entre otros
manuscritos , los que componen los ceremoniales para
los actos religiosos. Están los dos dedicados á Sus
Majestades : el de texto latino á S. M. el Rey, j el de
texto castellano á S. M. la Reina, y ambos dan la
fecha del año 1802. Parece que contienen lo ordenado
en tiempo de Carlos III. Tal vez entre los documen-
tos del Archivo yazcan los primitivos de la Casa de
Borbón, á lo menos.
Dando el contenido del ceremonial castellano — tra-
duce fielmente el latino — en la parte que nos corres-
ponde servimos al lector mucho mejor que con fru-
tos de nuestra propia cosecha:
— 78 —
«Ceremonial de la Real Capilla de S. M. Católica,
formado de orden superior, y dedicado á la muy
excelsa y benéñca señora D."" María Luisa de
Borbon, Reyna Católica de las Españas. Año
de 1802.
)) ARTÍCULO Yin (1).
:S) ACOMPAÑAMIENTO Y ORDEN EN QUE VISITAN SUS
MAJESTADES LAS ESTACIONES EL DÍA DE JUEVES
SANTO.
))A las cinco ó cinco j media de la tarde suele salir
«1 Rej de su Cámara para andar las Estaciones, lle-
vando el mismo acompañamiento que suele quando
va á asistir en público en su Real Capilla. Ha de es-
tar tendida por toda la carrera la Tropa, pero liaran
la escolta á la Magestad las Reales Guardias de
Corps Mas si quisiere la Magestad de la Rejna
andar también las Estaciones, suele ir ordinaria-
mente en compañía del Rej, llevando la servidum-
bre de señoras y tren de caballeriza que vamos á de-
clarar: Toma, pues, la Reyna la Silla de manos en la
Pieza de las Columnas, y la llevan ocho Silleteros:
todavía ha de estar prevenida y puesta la otra Silla
de respeto, con otros tantos Silleteros, en la meseta de
la escalera principal, para ir detrás de S. M. A esta
imilla ha de acompañar y seguir la de la Camarera
Mayor, que es de la Real Caballeriza, y será condu-
cida por seis Silleteros; pero que no deberá tomarla
(1) Páginas 132, 133 y 134
— 79 —
sino en la última meseta de la ya dicha escalera. Tras
de esta Silla de la Camarera Mayor han de ir forma-
dos los Escuadrones de Guardias de Corps, por tren
y obsequio de SS. MM., que van delante. Siguen des-
pués de esta Tropa las Damas de S. M. y Señoras de
Honor en sus Sillas propias, las que han de tomar al
pie de la escalera principal, que es el modo con que
se practicó este acto el dia 9 de Abril de 1789 (1).»
«IGLESIAS QUE VISITAN SS. MM. EN EL ANDAR
LAS ESTACIONES.
))La primera de estas iglesias es la Parroquia de
Santa María, en cuya entrada y salida ha de servir
el Agua bendita á SS. MM. el Cardenal Patriarca (2).
Llegados, se arrodillan los Reyes delante del Monu-
mento en las Almohadas, que les deberán haber
puesto sus respectivos Mayordomos Mayores , y hacen
oración al Santísimo: y ha de estar junto á SS. MM. y
de rodillas el dicho Patriarca, el qual dará á los Reyes,
envuelto entre una cinta encarnada aquel escudo (3)
de oro que ellos han de ofrecer. La otra segunda Igle-
sia es la de las Monjas de Constantinopla , donde
executan lo mismo que en la primera, y lo mismo
harán en las restantes Iglesias, que son las de San
Salvador, Santiago, San Juan y San Gil, y iiltima-
mente la Real Capilla, en la que rematan SS. MM. las
(1) En tiempo de Carlos IV.
(2) Le corresponderá ahora al Excmo. é limo. Sr. Obispo de
Sión.
(3) En nuestros días se da una onza de oro, moneda sin
entredicho.
— 80 —
Estaciones y desde donde se retiran á sus Quartos
con el mismo acompañamiento. En este triduo de
Miércoles, Jueves y Viernes Santo asisten 88. MM.
y AA. en las Tribunas á los Oficios vespertinos de las
Tinieblas, que se celebran con la mayor solemnidad.»
*
ORDEN DE LA REAL COMITIVA
EN LA VISITA DE ESTACIONES DEL JUEVES SANTO,
EN ABRIL DE 1884 (1).
1 Una sección de la Guardia civil á caballo, con
trompeta, al mando de un Oficial.
2 Timbalero y clarineros á caballo, de la Real Ca-
balleriza, y dos Palafraneros-Carreristas á pie,
llevando de mano el caballo del Timbalero.
3 Diez y ocho Postillones con trajes á la Daumont.
4 Cuatro ídem con trajes á la Napoleón a.
5 Diez ídem con chaquetas encarnadas ó azules
bordadas de oro.
6 Trece ídem con trajes de gala.
7 Catorce Palafraneros-Carreristas, de gala.
8 Cincuenta y dos Cocheros y Lacayos con libreas
á la Federica.
9 Porteros de la Real Caballeriza con sus trajes
de gala.
10 Un Portero y dos Ordenanzas de la Dirección
general de Caballerizas, de gala.
(1) Estos datos Ioh debemos á la amabilidnd del distinguido
escritor y caballero limo. Sr. D Antoo'O Pineda, Jefe Superior
de If.s Keales Caballerizas. Muchas gracias.
— 81 —
1 1 Un oficial de coches.
12 Cuatro Herradores.
1 3 Dos oficiales de guarnicionero.
14 Dos celadores.
15 Portero de la Armería, Mozo de restauración,
Armero ordinario, Teniente de Armero.
16 Real Picadero, que lo constituyen: cuatro Des-
bravadores, cuatro Domadores, dos ayudas de
Picador, un segundo Picador Mayor y Pica-
dor Mayor.
1 7 Capataz de limpieza.
18 Ayudante del Oficio.
19 Dos Mariscales.
20 Cuatro Ayudantes de Cuarteles.
21 Cuatro Correos.
22 Un Conserje- Aposentador.
23 Jefe de Cuarteles.
Todo este personal iba en dos filas , dirigido
por un Caballerizo de Campo de S. M.
A continuación, y también en dos filas, el
personal de la Real Casa, dirigido por un Ma-
yordomo de Semana de S. M., y organizado
en esta forma:
24 Barrenderos de Palacio.
25 Porteros de Vidrieras.
26 Porteros de Banda.
27 Celadores del Real Palacio.
28 Mozos de Oficios.
29 Jefes de Oficios.
30 Ujieres de Saleta.
31 Ujieres de Cámara.
32 Gentiles hombres de Casa y Boca.
33 Mayordomos de Semana.
6
— 82 —
34 Dos reyes de armas.
35 Grandes de España, cubiertos.
SS. MM. y AA. RR.
36 Dos reyes de armas.
Los Ministros de la Corona.
El Jefe Superior de Palacio, Mayordomo y
Caballerizo Mayor de S. M. el Rey, Mayor-
domo Mayor de S. M. la Reina, Patrian a de
las Indias, Comandante general de Alabar-
deros, General primer Ayudante de S. M.,
Camarera Mayor de Palacio, Camarera Mayor
de S. A. R., Damas, Gentiles hombres del
Interior, Ayudantes de S. M., Caballerizos de
Campo de. S. M.
Todos éstos en grupo, sin formar filas, ex-
ceptuando las Damas.
Desde que empiezan los Grandes de España
basta aquí, va en dos filas el zaguanete de
Reales Guardias Alabarderos.
37 El Real Cuerpo de Guardias Alabarderos con su
música á la cabeza, al mando del segundo
Comandante general y los Oficiales Mayores.
38 Dos sillas de manos, y con ellas el Jefe del Gua-
darnés, con el Escribiente y tres mozos del
mismo, cuatro lacayos y veinticuatro mance-
bos con libreas á la Federica.
39 El escuadrón de Escolta Real, al mando de
su Coronel primer Jefe, y la banda de trom-
petas.
Para el paso de esta regia comitiva estaban for-
madas todas las tropas de la guarnición de Madrid
en la carrera , que empezaba en el orden siguiente:
Plaza de Armas.
— 83 —
Calle de Bailen.
Calle Mayor: aquí la primera visita, á la iglesia del
Sacramento.
Calle del Sacramento: aquí la segunda visita, á la
parroquia de San Justo.
Puerta Cerrada.
Calle de los Tintes.
Calle de Toledo: aquí la tercera visita, á la iglesia
de San Isidro.
CalJe de Toledo.
Plaza Mayor.
Calle del Siete de Jalio.
Calle de Bordadores: aquí la cuarta visita, á la pa-
rroquia de San Ginés.
Calle del Arenal.
Plaza de Isabel II.
Calle de Carlos III.
Calle de Vergara.
Calle de Santa Clara: aquí la quinta visita, á la
parroquia de Santiago.
Plaza de Santiago.
Calle de Lepanto.
Plaza de Oriente.
Calle de Pavía.
Plaza de la Encarnación: aquí la sexta visita, á la
parroquia de la Encarnación.
Calle de San Quintín.
Calle de Bailen.,
Arco Nuevo.
Plaza de Armas: aquí la séptima visita, á la Real
Capilla.
* *
— 84 —
Habiendo llegado á este punto , pondremos un he-
cho histórico que no deja de reunir circunstancias ex-
cepcionales con relación al asunto que vamos desarro-
llando.
La devoción al Santísimo Sacramento ha sido
siempre fuente de cuantiosos bienes, no solamente
espirituales, sino también materiales, para los indivi-
duos j para las sociedades.
Para las sociedades, ¿qué mejor argumento histó-
rico que la conquista de Galicia, en cuyas armas
eclesiásticas campean los signos representativos de la
Santísima Eucaristía? ¿Qué prueba más palmaria que
las heráldicas manifestaciones de otras diócesis espa-
ñolas? ¿Qué más se puede desear que la perpetua ex-
posición lucense? Daroca con sus Corporales, Alcalá
de Henares con sus Formas, Frómista (Falencia) con
su Santísimo Milagro, ¿no influyen poderosamente
en el ánimo de los j)ueblos creyentes, que saben que
Jesucristo los protege de un modo especial? Si hu-
biéramos de hacer alto exponiendo todo lo que se sabe
acerca de los milagros de la Sagrada Eucaristía, no
sería fácil encerrar tan inmenso tesoro en tan reducido
continente como es nuestra labor; pues si los conoci-
dos en España hallarían escaso este trabajo, los res-
tantes del orbe cristiano, ¿cómo encerrarlos en pare-
cido lugar?
Intentamos ahora solamente exponer un hecho que
no deja de ser providencial, de una manera evidentí-
sima, con relación á las Casas Reales de Austria y de
España, actualmente reinantes.
Sabido es lo que la Historia nos enseña por lo tocante
á las pretensiones de Alfonso X al imperio de x\lema-
nia después de la muerte del emperador Guillermo.
— 85 —
Como D. Alfonso no pudiera tomar posesión y
el Papa no se inclinase en su favor, y, sobre todo,
no pudiendo continuar j)Or más tiempo tan largo
interregno, que pasaba ya de catorce años, los elec-
tores, reunidos en Francfort, nombraron compro-
misario á Luis el Severo, y entonces éste votó en
favor de Rodulfo, conde de Hapsburgo, no muy po-
deroso, pero hombre de mucho talento y de recono-
cido valor.
Había sido oficial al servicio del rey de Bohemia
Otocaro, y contaba con algunas posesiones en Suabia
y en la Alsacia, además de su castillo de Hapsburgo
en Suiza.
Alfonso X protestó de la elección, pero acudió ya
tarde, pues Rodulfo había sido coronado en Aix-la-
Chapelle.
Hasta aquí las historias generales; pero en la Cró-.
nica Suiza y en los escritos de Alberto Vidmanstadio,
por lo menos, se lee lo siguiente:
«Hubo un Conde de Hapsburgo, llamado Rodul-
pho, que por adorar humilde y piadosamente al San-
tísimo Sacramento, mereció que la dignidad imperial
recayese en la Casa de Austria. Yendo, antes de ser
Emperador, con un pariente suyo, regulo (sic) de Ky-
burgo , á ver á una santa mujer que hacia vida ere-
mítica encerrada en una ermita, se encontró con un
sacerdote que llevaba el Viático á un enfermo. El
sacerdote y el sacristán (con una campanilla y un
cirio encendido) iban á pie. Entonces Rodulpho,
apeándose inmediatamente, hizo que el sacerdote
montara sobre su caballo, imitando tal ejemplo su
pariente con el sacristán. Entonces ellos mismos lle-
varon los caballos de las bridas, primero hasta la casa
— se-
de! enfermo, y luego, de vuelta, hasta la iglesia, en
la que, después de haber adorado á Dios y oído las
súplicas del sacerdote, que para él y toda su familia
pedia á Dios grandes bienes, ambos á dos' se dirigie-
ron de nuevo á la celda de la mujer santa que bus-
caban.
))No bien la hubieron saludado, llena de una santa
inspiración, se dirigió al du(jue Rodulpho, dicién-
dole: aPor el deber y el culto que has prestado á JJios^
))y á Dios en su sacerdote no hace mucho. Dios te
))ofrece, no sólo para ti, sino para tus descendientes,
))una gracia, y por cierto, en grado muy amplio. Y
í>para que no te figures que yo te engaño con una
)) esperanza vana", signo segurísimo es que la obtendrás
)) después que pase un tiempo que lleva en si el nú-
»niero nueve» (novenaríum témpora iiumerum, dice el
texto). Ya hablan pasado nueve dias, y aun nueve
meses, y Eodnlpho nada especial habia obtenido, y
su esperanza también se amortiguaba, cuando al año
noveno fué elegido y coronado por Emperador de
Alemania y de Romanos: Et Imperialis dignitas in
Austriacam domum jyrojecta^ exinde certis pietatis
rationihiis conservata hactenus fuit.D
Hermoso origen de la autoridad imperial de la Casa
de Austria por el condado de Hapsburgo. Y ¡coinci-
dencia extraña en nuestros tiemposl Una Reina pro-
cedente de la Casa Real austríaca por el ducado de
Hapsburgo, y unida á la familia de los Borbones por
su matrimonio con S. M. D. Alfonso XII, es madre
de un Rey de Castilla , sucesor de Alfonso X , que
también fué elegido Emperador de Alemania y Ro-
manos.
España, la nación de las más suntuosas manifesta-
— 87 —
ciones de adoración al Santísimo en el día de. Jueves
Santo j en las procesiones del Coyyus, andando los
tiempos, por una especial providencia, de las que
Dios guarda en las hojas de la ley eterna, había de
unir en la serie de sus Reyes á quienes hubiesen lle-
gado al trono por gracia especial de Cristo Sacra-
mentado.
No peca de inoportuno el añadir los siguientes re-
cuerdos:
({Sumario de las nuevas de la Corte, y principios
del nuevo gobierno de la Católica Majestad del
Key D. Felipe IV, Nuestro Señor.
)) Tratemos agora del Rey nuevo, del cual digo que
en menos de ocho dias ha hecho y dicho cosas extra-
ñas de gran pecho : están todos contentísimos. Luego
que murió su padre, envió á la Reina, y á la Infan-
ta, y el Cardenal, sus hermanos, á las Descalzas, y
él, con D. Carlos, su hermano, se fué á San Geró-
nimo á estar la Semana Santa. Yendo en el coche le
sucedió un caso verdaderamente cristiano , y fué que
llevaban el Santísimo Sacramento á un enfermo:
apeóse con su hermano, haciendo lo mismo los Gran-
des que le acompañaban, y todos fueron y vinieron
acompañando al Señor, hasta dejarle en la yglesia de
Santa Cruz, y mandó dar doscientos ducados para la
cera, y ciento al enfermo, que por ser pobre, y, aca-
bado esto , le dieron un memorial cerrado en la misma
yglesia, y luego le abrió, y pidiendo luz, le leyó y
— 88 —
le metió en el pecho , cosa que á todos causó admira-
ción y contento (!).)>
Muchísimo antes había escrito el Rey de Castilla,
autor de Las Partidas, lo siguiente, obligándose á sí
mismo, pues legisla j^ara los cristianos (prácticos):
«PRIMERA PARTIDA.— TÍTULO IIII, LEY LXII
J)COMO SE DEBEN HUMILLAR LOS CHRISTIAN08
AL CORPUS CHRI8TI QÜANDO LO LLEUAN L LOS ENFERMOS.
3)E demás desto nos don Alfonso Rey, por honrra
del cuerpo ñTb señor Jesu Chfo mádamos q los chfia-
nos q se encótrare co el q vayan con el a lo menos
fasta en cabo de la calle do se fallaren , e esso mismo
deuen facer los otros que estuuiere en la calle: fasta
llegue el clérigo ala casa do es aql a quien van á
comulgar. E si algunos vinieren caualgando, deuen
desceder de las bestias e si tal lugar fuere en que no
lo puedan facer deue se tirar de la carrera, porque
pueda el clérigo passar por la calle sin embargo nin-
guno.»
CONCLUSIÓN.
Al poner fin á esta labor, intensamente pedimos á
Cristo Sacramentado difunda sobre nosotros su gra-
cia, y de ella nos empape para continuar defendiendo
(1) Colección de libros raros ó curiosos, tomo xvii. Qartas
de Andrés de Almansa y Mendoza. — Apéndice, pág. 341.
Es de añadir que el primer caso de ceder el coche los Reyes
para el Santo Viático, cuando se han encontrado con el Santísimo
en la calle, no fué, por lo expuesto, el de Carlos II.
— 89 —
con tenacidad y constancia lo preceptuado en el Con-
cilio III de Toledo. Los que tales principios traicio-
nen , siendo responsables , caerán sus nombres dentro
del catálogo del libro De Mojete Persecutorum^ em-
pezando por cegar (Apocalipsis de San Juan, iii. 3,
17 y 18). Las traiciones de los católicos teoréticos re-
cibirán el 'premio con el famosísimo WaijAÍov^ término
que San Juan emplea en su Evangelio, xiii, 26,
27 y 30:
Kai (jLexá To ^Fcojjiíov, £1(j8^X6£V e'^ exsivov ó Saxavóé^* Kat
Xlyet áuToj 'Isdou^ 6 iiotEt,;, itoC/jyov táj^tov.
Pedimos fuerza y valor para continuar defendiendo
la justicia, el derecho y la ley contra los enemigos
del Señor. El fuerte infiel á la verdad, se desvanece
como los colores al ponerse el sol.
i Bernardino Martín Minguez,
Arcliivero, bibliotecario y arqueólogo legal,
Cronista de la provincia de Falencia.
APÉNDICE
Hecha, y compuesta ya en la imprenta nuestra la-
bor, hemos consultado las Crónicas de los Congresos
Eucarísticos de Valencia y Lugo. Gracias al generoso
desprendimiento de nuestro amigo el virtuoso y sabio
canónigo de la catedral madrileña D. Juan Fernán-
dez Loredo, poseemos un ejemplar de la primera. Y
por la amabilidad del distinguido y muy conocido
farmacéutico de esta corte Sr. Murúa, hermano del
Excmo. é limo. Sr. Obispo de Lugo, hemos podido
examinar la segunda.
Ambas Crónicas conservan producciones de primer
orden, sobresaliendo las de los prelados, y entre ellas
las admirabilísimas Oraciones sagradas del cardenal
Casañas, cuyas pastorales figuran entre las primeras
de los obispos en el orbe católico.
La ciencia, la elocuencia y la unción del eminen-
tísimo Sr. Sauz y Forés, del arzobispo Sr. Aguirre,
del malogrado Sr. Caparros, Obispo de Sigüenza, han
quedado también permanentes en las Crónicas de
ambos Conjíresos.
— 92 —
Entre las obras presentadas en el Congreso valen-
ciano, hay tres que se destacan de un modo extraor-
dinario: Tina escrita por Sor Felisa Girantaj dominica
terciaria del convento de Santa Rosa de Zaragoza^
acerca del Santísimo Misterio de Daroca. ¡Qué pre-
ciosidad!
Otra que pertenece a D. Ignacio Yalenti Forteza,
elaboración de un teólogo macizo.
La Eucaristía es el hermoso y brillante compendio
de todas la grandezas del catolicismo: siendo la ter-
cera el estudio hecho por el Sr. Peláez, ex magistral
de Lugo y hoy canónigo en la metroi^ohtana de Bur-
gos, acerca del privilegio de la catedral túcense.
La importancia del seírundo Congreso Eucarístico
en Lugo se alcanza por los notables trabajos que en
él se realizaron, y son: la notable pastoral del exce-
lentísimo é limo. Sr. Obispo de aquella ciudad, lo
mismo que la carta dirigida a los reverendos prela-
dos con el mismo intento; la profunda Oración sa-
grada del Excmo. é limo. Sr. Arzobispo de Burgos,
más las restantes preciosas producciones , y entre ellas
la del sabio obispo salmanticense P. Cámara, tra-
tando el delicadísimo asunto de la unión de las igle-
sias orientales con la romana; la del elocuentísimo
canónigo zaragozano Sr. Jardiel, tocante á la en-
traña del cristianismo y la cuestión obrera , mediando
la Sagrada Eucaristía; la del malogrado Sr. Caparros,
Obispo de Sigüenza; la del Sr. Adanza, hoy deán,
antes magistral cesaraugustano, y la de los Rdos. Pa-
dres Keneln, Waughan y Vinuesa, con la soberana
coronación hecha por el Emmo. Cardenal Casañas.
NOTAS.
Expresamos nuestro agradecimiento al Excmo. Sr. D. Luis
Moreno y Gil de Borja, Intendente general de la Real Casa y
Patrimonio, por su nobilísima actitud y condescendencia al per-
mitirnos consultarlos manuscritos de la Bibl oteca de SS. MM.,
así como t«mbién á nuestro respetable compañero de carrera y
profesión, el Sr. Conde de las Navas, Bibliotecario mayor de la
Real Casa, t^u amabilidad al facilitarnos los documentos y sus
atinadas observaciones, hannos sido muy valiosas.
Los datoü del Archivo Municipal de Madrid los hemos ad-
quirido gracias á la busca de nuestro amigo I). Higinio Ci-
ria, Jefe del Archivo, persona de muchísima competencia y
de excepcionales conocimientos escritor de favorable nota
y autor do los preciosos artículos Dios en la casa de todos y
San Isidro en la suya ^ publicados en La Semana Católica de
esta villa y corte. Süüm cüiqüe.
Acabóse de imprimir en Madrid,
en el Establecimiento tipográjico
«Sucesores de Rivadeneyra» ,
el 2)0 de Abril
de 1898.
G^tiíci rálkéikr|á,
ÍNDICE Y CATÁLOGO DE GRABADOS
TOMO I (cuaderno I al 15) *.
Cuaderno 1.°
LAVATORIO Y COMIDA DE LOS POBRES
(Por el Excmo. Sr. D. Manuel R. Zarzo del Valle.)
Grabados:
S. M. la Reina Regente D.* María Cristina.
S. M. el Rey D. Alfonso XIII.
Firma y estampilla de S. M. la Reina.
Excma. Sra. Condesa de Sástago , Camarera mayor de Palacio.
Excmo. Sr. Duque de Medina Sidonia, Jefe superior de Pa-
lacio.
Excmo. Sr. D. Luis Moreno y Gil de Borja, Intendente gene-
ral de la Real Casa y Patrimonio.
-J- Excmo, Sr. D. Antonio Cánovas del Castillo.
Santa Isabel, Reina de Hungría. (Cuadro de Murillo.)
Salón de Columnas, donde se celebra el Lavatorio.
Modelo dal traje que visten los pobres.
Primer farmacéutico de Cámara, Dr. Pontes y Rosales.
Ceremonia celebrada al año siguiente de haber contraído ma-
* AI encuadernarse el tomo se tendrá presente que el cuaderno 15 es continua-
ción del 9.° — Mayordomos de Palacio , así como los cuadernos 13 y 14 forman un
solo artículo con el nombre Los Sagrarios y los Reyes de España.
— 2 —
trimonio S. M. el Rey D. Alfonso (Q. E. P. D.), con S. M. la
Reina Regente D.* María Cristina. (Cuadro de Comba.)
Escudo (Mayordomía Mayor).
Tapiz de la cena.
Comida de los pobres (cuadro de Pradilla), dedicado al doc-
tor D. Francisco Huertas.
Modelo del traje que visten las pobres.
Su Santidad el Papa León XIII.
Cuaderno 2."
IMPOSICIÓN DE LA BIRRETA CARDENALICIA
(Por D. José María Nogués y D, Juan López Valdemoro, Conde de las Navas.)
Grabados:
S. A. R. la Infanta D.* María Isabel Francisca.
Excmo. Sr. Duque de Sotomayor, Marqués de Casa Irujo,
Mayordomo mayor de SS. MM.
Excmo. Sr. Obispo de Sión, D. Jaime Cardona y Tur, Pro-
capellán mayor de S. M. y Vicario General Castrense.
Excmo. Sr. Duque de Sexto, Marqués de Alcañices, primer
Jefe superior que fué de Palacio al advenimiento al trono
de S. M. el Rey D. Alfonso XII (Q. S. G. H.).
Excmo. Sr. D. José María de Cos, Arzobispo -Obispo de Ma-
drid-Alcalá.
Excmo. Sr. D. Práxedes Mateo Sagasta.
Birreta cardenalicia.
Basílica de San Pedro en Roma.
Emmo. Sr. Cardenal D. Mariano Rampolla del Tíndaro, Se-
cretario de Estado de S. S. el Papa León XIII.
•f Emmo. Sr. Cardenal Arzobispo de Toledo, D. Antolín
Monescillo y Viso.
San Carlos Borromeo.
Capilla Real.
Ablegado Pontificio.
Excmo. Sr. D. José Conde de Carpena , Coronel exento de la
Guardia Noble Pontificia.
Emmo. Sr. D. Serafín Cretoni, Arzobispo de Damasco y
Nuncio apostólico de España.
Sr. D. José Herrera , Notario de la Real Capilla.
Emmo. Sr. Cardenal D. Benito Sanz y Forés, Arzobispo de
Sevilla
Excmo. Sr. D. Luis Conde de Pecci , Coronel exento honora-
rio de la Guardia noble Pontificia.
^ — 3 —
Emmo. Sr. Cardenal D. Ciríaco María Sancha, Arzobispo de
Valencia.
Busto del Cardenal Arzobispo de Toledo D. Francisco Jimé-
nez de Cisneros.
Balcón de la casa que habitó en Madrid el Cardenal Cisneros
Busto del Cardenal D. Pedro González de Mendoza
Capilla Sixtina.
Cuaderno 3."
LA ROSA DE ORO
(Por D. José María Nogués.)
Rosa de Oro. Copia de la que S. S. León XIII dedicó á S. M. la
Reina Regente de España, D.* María Cristina de Haps-
burgo-Lorena.
S. M. la Reina D.* Isabel II.
Excma. Sra. Duquesa de Osuna, Condesa -Duquesa de Bena-
vente.
Excma Sra. Duquesa de Berwick y de Alba , Condesa de Sí-
mela.
La Virgen Milagrosa, según San Lucas.
Basílica de San Pedro; vista tomada desde el pórtico, al lado
de la Sacristía.
Santa María la Mayor.
Santuario donde se venera la Virgen de San Lucas.
Pórtico de San Juan de Letrán.
Sepulcro del gran Duque de Alba y de su esposa D.* María
Enríquez (Salamanca).
Tribuna y coro de San Pedro.
Cuaderno 4."
ARMERÍA REAL
(Por el Conde de Valencia de Don Juan.)
Plano de la Real Armería. Salón principal.
Espada de fines del siglo xvi.
Arnés de justa del Archiduque Carlos de Austria, después
Emperador Carlos V.
Ballestero de ñnes del siglo xv.
Arnés de guerra del Emperador Carlos V.
— 4 —
Restos de un arnés á la ligera, principios del siglo xvii; parte
anterior y posterior de la gola, freno para caballo, piezas de
un jaez de un caballo (3). Espuela y estribos (2),
Borgoñota del Emperador Carlos V.
Arnés que llevó el Emperador Carlos V en la batalla de
Mulhberg (1547).
Armaduras de Príncipes de la Casa de Austria.
Restos de un arnés perdido en Argel, en 1541, del Emperador
Carlos V.
Arnés de justa de D. Carlos T de España, después Emperador
Carlos V de Alemania.
Espada del siglo xvi.
Arnés de guerra del Archiduque Carlos de Austria, después
Emperador Carlos V.
Rodela repujada y damasquinada del Emperador Carlos V,
obra de Negroli, de Milán.
Espadas del Emperador Carlos V.
Borgoñota del Emperador Carlos V, obra de Negroli , de
Milán.
Armadura española de justa de fines del siglo xv.
Borgoñota y rodela de D. Juan de Austria.
Armadura á la romana del Emperador Carlos V, obra de
B. Campi.
Borgoñota del rey D. Felipe II, obra de Sigman de Augs-
burgo.
Arnés ligero de guerra que llevó el Emperador Carlos V á la
conquista de Túnez, en 1535.
35. Arma de fuego de la conquista de Oran.
37. Armas blancas.
Espada del Conde de Coruña (siglo xvi).
Borgoñota y rodela del Emperador Carlos V, obra milanesa.
Celada del siglo xv, procedente del Emperador Carlos V.
Cuaderno 5."
BIOGRAFÍA DE S. M. LA REINA Y S- M. EL REY ALFOXSO XIII
(Por D. Manuel Jorreto Panlagua y D. Jesús Pando y Valle.)
S. M. la Reina D." María Cristina.
Recuerdo de S. M. la Reina D.^ María Cristina y su augusto
, Esposo el Rey D. Alfonso XII (O. S. G. H.).
Último retrato de S. M. el Rey D. Alfonso XIII.
Recuerdo de S. M. la Reina Regente v su augusto Hijo el
Rey D. Alfonso XIII.
— 5 — .
Cuaderno 6."
SAN LORENZO DE EL ESCORIAL
(Por Fr. Bonifacio Moral.)
Estatua de San Lorenzo colocada en el coro.
Vista general del Palacio y Monasterio del Real Sitio de El
Escorial.
Sala de párvulos.
Interior de la Real Basílica.
Patio de Evangelistas.
Habitación de Felipe 11 (cuadro de Sant -Arcos).
Códice griego de la Biblioteca.
La Santa Forma, de F. Coello. (En la sacristía).
Sacristía de la Real Basílica.
Aldabón de una puerta de la Basílica.
Coro de la Real Basílica.
Salón del Piano.
La silla de Felipe II, cuadro de D. Luis Alvarez.
Estatuas de bronce del enterramiento de Felipe II.
Estatuas de bronce del enterramiento del Emperador Carlos V.
Patio de los Reyes.
Momia del Emperador Carlos V.
Biblioteca del Real Monasterio.
Cuaderno 7.°
GUARDIA REAL
(Por D. Román Otero Pillado.)
Ministro de la Guerra, Teniente general D. Marcelo de Azcá-
rraga.
Comandante general del Real Cuerpo de Guardias Alabarderos,
Teniente general D. Federico Alameda.
Jefe del Cuarto militar de S. M. la Rpina, Teniente general
D. Camilo Polavieja.
Comandante en Jefe del primer Cuerpo de Ejército, Capitán
general Sr. Marqués de Estella.
Segundo Comandante general y Oficiales Mayores del Real
Cuerpo de Guardias Alabarderos.
Vizconde de Bellver, Oficial Mayor de Alabarderos.
Segundo Jefe del Escuadrón de Escolta Real.
Montero de Espinosa, D. Rafael Marañón.
— 6 —
Caballerizo de Campo de S. M., D. Gaspar Viana Cárdenas.
Escuadrón de Escolta Real.
Cohorte de la Guardia.
Guardia de los Monteros.
Guardia española (siglo xvi).
Guardia de Archeros de la Cuchilla (1557).
Guardias viejas de Castilla (infantería).
Guardias viejas de Castilla (caballería).
Guardia Alemana ó Tudesca de Alabarderos (1535).
Regimiento de Guardias de infantería del Rey D. Felipe IV.
Regimiento de Guardias de infantería del Rey D. Carlos II.
Mosqueteros de la Guardia de la Persona (1702).
Mosqueteros de la Guardia de la Persona (1702).
Reales Guardias de Corps (1704).
Reales Guardias de Corps (1704).
Regimiento de Reales Guardias Españolas de Infantería (1703).
Granaderos á caballo del Rey (1731).
Brigada de Carabineros Reales (1732).
Carabineros Reales (1737).
Carabineros Reales (1775).
Guardias de Corps (1789).
Brigada de Artillería volante de Reales Guardias de Corps
(1797).
Compañías de Cazadores Artilleros de Reales Guardias Espa-
ñolas de Infantería (1793).
Guardia Real de Caballería, Coraceros (1824).
Guardias de la persona del Rey, Granaderos á caballo (1834).
Guardia de honor del Almirante (1800).
Guardia de Infantería de Marina (18 15).
Guardia Real de Infantería, Granaderos (1824).
Guardia Real de Caballería, Granaderos (1824).
Guardia Real de Caballería, Coraceros (1824).
Guardia Real de Caballería, Cazadores (1824).
Guardia Real de Caballería, Lanceros (1824).
Guardia Real Provincial, Granaderos (1824).
Guardia Real de Artillería (1824).
Guardia Real Provincial, Cazadores (1824).
Caaderno 8°
CÓDICES DE EL ESCORIAL
(Por D. José María Nogués.)
San Carlos Borromeo^ primera y única copia hecha expresa-
mente para la Guía Palaciana.
La Virgen (S.).
Efigie de Jesús. Según referencia de Publio Léntulo, de la
era romana.
Efigie de María Santísima. Según San Epifanio, del siglo iv.
Cuadernos 9.° y 15.
MAYORDOMOS DE PAIACIO
(Por el Marqués de Ovieco.)
Excmo. Sr. Conde de las Navas.
Excmo. Sr. D. Ismael Pérez Vidal.
Excmo. Sr. D. Ismael Pérez Vidal.
Excmo. Sr. Conde de las Navas.
Excmo. Sr. D. José María de Lezo y Vasco, Marqués de Ovieco.
D. José del Prado y Palacio.
Salón del Trono.
Salón de Espejos.
Cuaderno 10.
CAMPO DEL MORO
(Por D. Andrés Mellado.)
Entrada á los jardines por el Paseo de San Vicente.
Salón de juegos de S. M. el Rey.
Fuente de las Conchas.
Excmo. Sr. D. Alejandro Pidal y Mon,
Kiosco y gimnasio de S. M. el Rey.
Paseo principal de los jardines.
Estufa.
Fuente de los Tritones.
Entrada del túnel desde el Campo del Moro á la Casa de
Campo.
Cuaderno 11.
MARCHA REAL Y MARCHA DE INFANTES
(Por D. Luis Bonafós.)
Primitivos instrumentos (8), págs. 9, 11 y 12.
Tambor y Pífano, pág. 51.
Marcha llamada de D. Jaime el Conquistador^ pág. i.
Marcha de Fusileros (por otro nombre Prusiana), pág. 6.
Marcha Granadera, pág. 9.
Marcha Real, pág. 11.
Marcha de Infantes, pág. 11.
La Llamada, pág. 12.
Marcha de Infantes, pág. 15.
Marcha Real española, pág. 16.
Puntos de marcha de la Caballería española, pág. 17.
Cuaderno 12.
TOMA DE ALMOHADA
(Por D. Jx)sé María Nogués.)
Antecámara (Palacio Real).
Excma. Sra. D.^ Juana Arana y Saavedra, Marquesa viuda de
Ayerbe.
Excma. Sra. D.^ Carmen Aguirre Solaste, Marquesa viuda de
Molíns.
Excma. Sra. D.^ Fernanda Salavert y Arteaga, Condesa de Vi-
llagonzalo.
Salón Gasparini (Palacio Real).
Excma. Sra. D.^ Eulalia Ossorio de Moscoso, Duquesa de Me-
dina de las Torres -j-.
Excma. Sra. D.^ Carmen Aragón Azlor, Condesa de Guaqui.
Saleta de Gasparini (Palacio Real).
Cuadernos 13 y 14.
LOS SAGRARIOS Y LOS REYES DE ESPAÑA
(Por D. Bernaidino Martín Mínguez.)
San Juan Bautista. (Pintura atribuida á Juan Van Eyck )
El triunfo de la Iglesia sobre la Sinagoga. (Pintura atribuida
á Huberto Van Eyck.)
La Sagrada Cena. (Juan de Juanes.)
El Salvador del mundo y la Eucaristía. (Juan de Juanes.)
San Juan Evangelista escribiendo el Apocalipsis (de Alonso
Cano).
San Antonio de Padua convierte á un hereje albigense. (To-
losa, Francia.)
Adoración de la Sagrada Forma por el Rey Carlos TI. (C. Coe-
11o.)
Acto religioso del Duque Rodulfo I. (Cuadro de Rubens y
Wildens.)
ESTABLECIMIENTOS
DE
Enseñanza, Crédito, Comercio, inínstpia f Arte
SUSCRITOS Á LA «GUÍA PALACIANA».
REAI. COLEGIO DE ALFONSO XII g'^fS^r
Fuó fundado por S. M. el Rey D. Alfonso XII (q. s. g. h.), se halla á hora y media de Madrid
por la línea del Norte y se cursan en él la primera enseñanza y la segunda hasta el grado de
Bachiller; los estudios de Ampliación, Adorno, Francés, Inglés, Italiano, Miisica, Dibujo,
Pintura y Gimnasia.
Para informes, peticiones de ingreso y Reglamentos, dirigirse al R. P. Director.
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Estudios superiores. —
A cargo de los Padres
Agustinos Filipinos en
El üscorial. Fué fundado por S. M. la Reina Regente D."^ María Cristina, y se cursan en ellas
carreras do Derecho y de Filosofía y Letras, la preparación para i as Academias militares. Cien-
cias, Medicina y Farmacia, principios de Religión y Moral, Idiomas, Música, Dibujo y
Eqiiitacion.
Para informes y peticiones de ingreso y Reglamentos, dirigirse al R. P. Director.
REALES COLÉgToS DE SANTA ISABEL
calle de Santa Isabel, 46, Míidrid, y de NUESTRA SEIVOKA DE LORETO, calle de
O'Dónnell, — En estos Establecimientos, pertenecientes al Real Patronato, se facilitáis á los
padres los medios de dar á sus hijas una educación profundamente esmerada, unida á la ins-
trucción y conocimientos que hoy exige la buena sociedad.
Pídanse Reglamentos á las Reverendas Madres Superioras de los mismos.
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jores que se presentan en los mercados. Prem,iados con 50 medallas en las principales Exposi-
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anuales , saliendo de Barcelona cada cuatro viernes, á partir del 5 de Enero de 1894, y de Ma-
nila cada cuatro jueves, á partir del 12 de Enero de 1894.
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con escala en Santa Cruz de Tenerife, saliendo de Cádiz y efectuando antes las escalas de
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en las Palmas, puertos de la Costa Occidental de África y Golío de Guinea.
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Oonipañía da alojamiento muy cómodo y trato muy esmerado, como lia acreditado en su di-
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por pasajes de ida y vuelta. Hay pasajes para Manila á precios especiales para emigrantes de
clase artesana ó jornalera, con facultad de regresar gratis dentro de un año si no encuentran
trabajo.— La íímpresa puede asegurar las mercancías en sus buques.
AVISO IMPORTAIXTE.— La tZlonipañía previene á los señores comer-
ciantes, af^ricnltores é industriales qUe admitirá y encaminará á los desti-
nos que los mismos des¡g:nen las muestras y notas de precios que con este
objeto se le entrej^uen.
Ésta Compañía admite carga y expide pasajes para todos los piiertos del mundo servidos
por lineas regulares.— Para más informes: En Barcelona: la Compañía Trasatlántica y los seño-
res Ripoll y Compañía, Plaza de Palacio. — Cádiz: la Delegación de la Compañía Trasatlántica.—
Madrid: Agencia de la Comiiania Trasatlántica, ~Pnerta. del Sol, 13.— Santander: Sres. Ángel B. Pé-
rez y C^— Coruua:
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tos: calle de San Bernardino, 3. — Talleres: calle
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