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Full text of "Guía palaciana, dedicada á S.M. la Reina Regente de España"

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EX  LIBRIS 

WALTER  MUIR 

WHITEHILL  JÚNIOR 

DÓNATED  BY 

MRS.  W.  M.  WHITEHILL 

1979 


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...ilTEHILL 
COLL. 


GUIA 


PALACIANA 


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FUNDADA    POR 

Don  llaiiiiel  «lorrcto  Paniag-iia 

Y    CONTINUADA    POR  ^'t 

^on  pedro  Soler  y  Jyfora  ^■ 

CON  LA   COLABORACIÓN  * 

DE    DISTINGUIDOS    ESCRITORES    Y    ARTISTAS  •  •^'^" 


Tomo  I 


GUIA  PAIA 


15.    /Of 


p.      M.      I.A     p.EINA      p. 


EGENTE 


DE    ESPAÑA 


(^aniief  ¿/carreta. 


(Fot.  de  D,  Fernando  Debas. 


g.  ]VI.  la  I^eina  I^egente. 


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S.  M.  el  Rey  D.  Alfonso  XIII. 


FIRMA   DE  S.   M.  LA  REINA 


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ESTATVTPTLI.A   DE  S.   M.   LA    REINA 


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JEFES   DEiPALACíO 


I 


Excma.  Sra.  Condesa  de  Sástago, 


Camarera  mavor  <1e  Palacio. 


JEFES   DE   PALACIO 

V 


Excmo.  Sr.  Duque  de  Medina  Sidonia, 

Jefe  superior  de  Palacio. 


JEFES   DE    PALACIO 


Excmo.  Sr.  D.  Luis  Moreno  y  Gil  de  Borja, 

latcndonte  general  de  la  Real  Casa  y  Patrimonio, 


JEFES  DE  PARTIDOS  POLÍTICOS  DINÁSTICOS 


Excmo.  Sr.  D.  Antonio  Cánovas  del  Castillo. 


LAVATORIO 


COMIDA  DE  LOS  POBRES 


A  piadosa  costumbre  observada  por  nuestros  Mo- 
narcas todos  los  años  el  día  de  Jueves  Santo,  co- 
nocida con  el  nombre  vulg*ar  de  El  Lavatorio,  y  el 
más  clásico  de  Mandaíum  (1)  (por  ser  esta  la  primer 
palabra  de  la  antífona  que  se  canta  en  tal  ceremonia) , 
tiene,  como  es  sabido,  divino  origen, 

«Vino,  pues,  á  Simón  Pedro.  Y  Pedro  le  dice:  «Se- 
»ñor,  ¿tú  me  lavas  á  mí  los  pies?» 

»Respondió  Jesús,  y  le  dijo:  «Lo  que  yo  hago,  tú 
»no  lo  sabes  ahora,  mas  lo  sabrás  después.» 
»Pedro  le  dice:  «No  me  lavarás  los  pies  jamás.» 


(1)  «Mandatum  novum  do  vobis:  Ut  diligatis  invicem,  sicut  di- 
lexi  vos,  ut  et  vos  diligatis  invicem.»  San  Juan,  XITI,  34. 

«Beati  immaculati  in  via:  qui  ambulant  in  lege  Domini.»  Psalm. 
CXVIII,  1. 

Con  el  mismo  nombre  de  Mandatum  hubo  en  lo  antiguo  una  Me- 
moria (que  se  dice  instituida  por  San  Ildefonso,  ó  al  menos,  que 
venia  desde  los  tiempos  de  este  Santo  Prelado)  y  consistia  en  dar 
comida  sazonada  y  además  pan  y  vino  diariamente  á  trece  pobres 
que,  el  Arzobispo  D.  Juan  IV,  hijo  de  D.  Jaime  II  de  Aragón,  au- 
mentó hasta  treinta,  á  principios  del  siglo  xiv,  prefiriendo  á  los  pe- 
regrinos, §i  se  presentaban. — Parro  (D.  Sixto  Ramón).  Toledo  en  la 
mano.  Toledo,  Severiano  López  Fando :  1857. — 8.°  mlla.  2  tomos. — 
T.  I,  pág.  655  (nota). 


—  4   — 

»Jesús  le  respondió:  «Si  no  te  lavare,  no  tendrás  parte 
»conmig"0.» 

»Simón  Pedro  le  dice:  «Señor,  no  solamente  mis 
»pies,  mas  las  manos  también  y  la  cabeza»  (1). 

El  g-ran  ejemplo  de  humildad  ofrecido  por  el  Sal- 
vador antes  de  la  institución  de  la  Eucaristía,  esta- 
bleció la  costumbre,  en  todos  los  ritos,  de  prescribir 
al  sacerdote  que  se  lave  las  manos  en  el  iatroito,  ó 
después  del  ofertorio  de  la  misa. 

La  basílica  cristiana,  precedida  ordinariamente  de 
un  patio  rodeado  de  pórticos,  tenía  en  el  centro  un 
recipiente  en  donde  los  fieles  se  lavaban  las  manos 
antes  de  entrar  en  la  ig-lesia. 

Guérang"uer  (2)  ve  en  aquellas  fuentes  el  orig-en  de 
las  modernas  pilas  de  agua  bendita. 

En  los  comienzos  del  Cristianismo,  era  frecuente 
realizar  actos  de  humildad  semejantes  al  del  Señor  en 
la  Cena. 

San  Pablo,  cuando  enumera  las  cualidades  de  la 
viuda  cristiana,  advierte  á  Timoteo,  que  observe  si 
se  apresura  á  lavar  los  pies  á  los  fieles. 

Las  actas  de  los  santos  de  los  primeros  siglos,  las 
homilías  y  los  Padres  de  la  Iglesia,  aluden  con  mucha 
frecuencia  á  tan  piadosa  costumbre. 

Después  se  entibió  la  caridad,  y  el  Lavatorio  quedó 
reducido  á  una  práctica  monacal. 

Doce  pobres  son  los  generalmente  elegidos  para 
representar  á  los  Apóstoles  en  aquel  acto;  pero  el 
Papa,  por  excepción,  lava  los  pies  á  13  sacerdotes  de 
otras  tantas  naciones  católicas. 


(1)  San  Juan,  XIII,  6,  7,  8  y  9. 

(2)  L' Anaée  Lituryique,  par  le  R.  P.  Dom  Prosper  Góranger 

La    Passion  et  la   Semaine  Sainte,    huitiéme    ódition.    Poitiers. — 
Typographie  Oudin.  1882. 


SANTA  ISABEL,  REINA  DE  HUNÜHIA 

(Cuadro  de  Murillo.) 


Esta  variante  en  la  práctica  de  la  ceremonia,  se  in- 
terpreta de  diversos  modos;  son  dos,  no  obstante,  las 
versiones  más  autorizadas. 

Creen  unos,  que  el  trece  viene  á  representar  el  nú- 
mero exacto  del  Colegio  Apostólico,  pues  Judas  fué 
reemplazado  por  San  Matías,  y  San  Pablo,  por  dispo- 
sición extraordinaria  de  Jesucristo,  formó  con  los 
Apóstoles  primeramente  elegidos. 

Otros,  con  Benedicto  XIV,  explican  el  hecho,  re- 
firiéndose á  la  vida  de  San  Gregorio  el  Grande. 

Según  la  tradición.  Dios  recompensó  la  caridad  del 
ilustre  Pontífice  enviando  un  ángel  que,  bajo  figura 
de  hermoso  mancebo,  se  unió  á  los  12  pobres  admi- 
tidos diariamente  á  la  mesa  del  Santo.  Y,  para  consa- 
grar el  recuerdo  de  este  milagro,  son  siempre  13  los 
sacerdotes  á  quienes  el  Pontífice  romano  lava  los 
pies  y  da  de  comer. 

En  la  mesa,  las  flores  más  olorosas  y  las  más  ricas 
vajillas  del  Vaticano,  recuerdan  la  grandeza  de  ¡a 
Cena. 

La  ceremonia  del  Lavatorio  y  Comida  de  los  po- 
bres (1),  practicada  en  la  corte  de  España  el  día  de 
Jueves  Santo,  fué  instituida  por  Fernando  III  de 
León  y  de  Castilla  en  1.°  de  Abril  del  año  1242,  y  ha 
sufrido  esenciales  variaciones  en  la  etiqueta,  si  bien, 
desde  entonces,  no  dejó  de  celebrarse  todos  los  años 
con  el  lujo  y  esplendidez  característicos  en  la  Casa  de 
nuestros  Reyes. 

El  Ceremonial  de  la  Real  Capilla  de  S.  M.  Católi- 
ca, 1802  (2),  nos  habla  de  un  niño  pobre  que  presidía 
á  sus  iguales,  en  el  Lavatorio  y  Comida. 


(1)  Trece  hombres  y  doce  mujeres. 

(2)  MS.  Bib.  de  S.  M.  2,  F.  4. 


«Se  prevendrá— dice  el  Art.  VII  de  aquel  libro  — 
en  la  Sala  destinada  para  la  pía  Ceremonia  una  Mesa, 
y,  en  torno  de  ella  estaran  sentados  hasta  doce  Po- 
bres; entre  los  cuales,  y  en  medio  de  ellos  ha  de  po- 
nerse un  Niño  asimismo  pobre.» 

Y  después  añade: 

«La  primera,  y  mas  tierna  acción  de  la  Reyna  sera 
el  dar  Ag'uamanos  al  Niño,  y  lueg-o  enjugarlo  con  la 
toalla,  que  servirá,  á  S.  M.,  la  Camarera  mayor. 

»En  1760  púsose  la  Majestad  de  la  Reyna  (1)  de- 
lante del  Niño  pobre,  teniendo  á  su  derecha  á  la  Se- 
renísima Infanta  D.^  María  Josefa,  y,  mas  adelante, 
á  la  Infanta  D.^  María  Luisa,  las  cuales  sirvieron 
á  S.  M.  la  bacía,  y  el  Ag-uamanil  para  el  lavatorio 
del  Niño.» 

La  verdadera  y  circunstanciada  relación  de  las 
Reinas  Santas  que  realizaron  actos  semejantes  de  hu- 
mildad y  caridad  cristiana,  es  interminable. 

La  Emperatriz  Juana  de  Albret  de  Baviera,  mujer 
del  Emperador  Wenceslao,  servía  y  cuidaba  á  los  po- 
bres con  sus  propias  manos. 

Santa  Isabel,  Reina  de  Portug'al,  hacía  en  los  hos- 
pitales la  comida  y  camas  de  los  pobres. 

Santa  Margarita ,  Reina  de  Escocia,  servía  de  rodi- 
llas á  más  de  cien  mendigos. 

Santa  Isabel,  Reina  de  Hungría,  el  Jueves  Santo, 
lavaba  los  pies  á  gran  número  de  leprosos,  y,  postra- 
da ante  ellos,  les  besaba  las  úlceras. 

Matilde,  mujer  de  Enrique  I  de  Inglaterra,  la  Em- 
peratriz Santa  del  mismo  nombre,  y  Margarita  de 
Saboya,  Marquesa  de  Monferrat,  llegaron  á  igualar 
en  abnegación  á  la  Reina  de  Hungría,  que  Murillo 


(1)     Doña  María  Amalia  de  Sajonia,  mujer  de  Carlos  III. 


INTERIOR    DE    PALACIO 


SALÓN  DE  COLUMNAS,  DONDE  SE  CELEBRA  EL  LAVATORIO 


representó  en  el  admirable  lienzo  custodiado  en  la 
Academia  de  San  Fernando  (1). 

De  todo  lo  cual  se  deduce  que,  si  no  puede  neg-arse 
que  en  todas  las  relig*iones  anteriores  al  Cristianismo, 
á  más  de  sabios  preceptos  de  moral  universal,  res- 
plandece ya  la  práctica  de  la  caridad,  amor  de  los 
amores,  es  lo  cierto  que,  á  la  doctrina  del  Crucificado 
— y  sólo  á  ella— debe  el  pobre  su  enaltecimiento,  su 
emancipación  el  esclavo,  la  mujer  su  trono  en  la  fa- 
milia, y  sólo  por  el  Cristianismo  no  son  en  la  tierra 
conceptos  vanos  los  de  libertad,  igualdad  y  frater- 
nidad. 


II 


Ser  español,  feligrés  de  una  de  las  parroquias  de 
Madrid,  mayor  de  sesenta  años,  pobre  de  solemnidad 
y  no  padecer  enfermedad  contagiosa,  son  las  condi- 
ciones que  se  exigen  á  los  que  solicitan  ser  agracia- 
dos por  S.  M.  en  el  Lavatorio  y  Comida  del  Jueves 
Santo- 

La  instancia,  en  papel  de  pohres ,  acompañada  de 
la  cédula  de  vecindad  y  del  sello  de  la  parroquia, 
debe  dirigirse  á  S.  M.  y  presentarse  á  su  Procapellán 
mayor. 

El  Domingo  de  Pasión,  á  las  once  de  la  mañana, 
en  la  Real  Cámara,  se  verifica  el  sorteo  de  las  ins- 
tancias, previa  la  redacción  exacta  de  dos  listas  de 


(1)  Encuéntranse  interesantes  datos  liistóiúcos  acerca  de  El  La- 
vatorio en  el  Dictionnaire  des  Antiquités  Chrétiennes  de  Martigny,  ar- 
tículo Ablutions. 


nombres  de  los  pobres  solicitantes— una  por  cada 
sexo — ,  numerados  aquéllos. 

A  la  hora  dicha  se  presenta  el  Procapellán  mayor, 
asistido  de  su  secretario  y  de  un  dependiente,  que 
trae  dos  bolsas  (1),  con  bolas  numeradas,  y  las  listas 
antedichas. 

La  extracción  se  hace  por  S.  M.  el  Rey  ó  la  Reina, 
Príncipe  ó  Princesa  de  Asturias,  Infante  ó  Infanta. 

Resultan  agraciados  aquellos  25  pobres,  cuyos  nú- 
meros, en  las  listas,  correspondan  á  los  de  las  bolas 
extraídas. 

El  sorteo  data  del  año  de  1865;  antes  se  admitían 
los  pobres  por  recomendaciones. 

Modelo  de  la  credencial  que  se  expide  á  los  ag-ra- 
ciados,  en  papel  de  oficio,  con  escudo  y  membrete: 

«Procapellanía  mayor  de  S.  M. — Credencial. — 
F.  de  T.  es  uno  de  los  13  pobres  agraciados  en  el 
sorteo  verificado  para  asistir  á  la  ceremonia  del  La- 
vatorio en  el  día  de  Jueves  Santo.  Por  lo  tanto,  le 
expido  esta  mi  credencial  para  que  identifique  su 
persona  ante  el  Excmo.  Sr.  Inspector  general  de  los 

Reales  Palacios.— Madrid de de  189 —  Fl 

Procapellán  mayor  de  S.  M. — Firma.» 

A  más  de  los  13  hombres  y  12  mujeres  favorecidos 
por  la  suerte,  se  saca,  de  cada  bolsa,  otra  bola  para  la 
elección  de  un  suplente  por  sexo  que,  de  no  reempla- 
zar á  cualquiera  de  los  elegidos,  imposibilitado  para 
asistir  á  la  ceremonia,  ocupa  el  primer  lugar  al  si- 
guiente año. 

A  éstos  se  les  expide  también  la  correspondiente 
credencial,  semejante  á  la  copiada. 


(1)     Hechas  en  el  Colegio  de  Nuestra  Señora  de  Loreto,  patro- 
nato de  la  Casa  Real. 


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Acto  seg-uido  el  Procapellán  mayor  envía  á  la  Ins- 
pección general  de  los  Reales  Palacios  la  relación  de 
los  pobres  agraciados. 

El  Inspector  se  pone  luego  de  acuerdo  con  el  Mé- 
dico de  Cámara  que  ha  de  reconocer  á  los  pobres,  y 
oficia  al  Procapellán,  para  que  se  presenten  éstos  en 
el  sitio,  día  y  hora  que  señala  el  doctor.  El  reconoci- 
miento facultativo  se  verifica  generalmente  el  Lunes 
de  Pasión. 

Si  resulta  que  alguno  délos  pobres  no  puede,  ó  no 
debe  asistir  á  la  ceremonia,  ocu- 
pa su  lugar  el  suplente. 

A  los  que  en  definitiva  han  de 
asistir  al  Lavatorio,  el  sastre  co- 
misionado al  efecto  se  obliga  á 
presentarlos  el  Jueves  iSanlo,  á 
las  once  de  la  mañana,  limpios 
y  vestidos  con  la  ropa  nueva. 

El  traje  de  los  hombres  se  com- 
pone de  las  siguientes  prendas: 

Capa,  pantalón,  chaquetón, 
chaleco  de  paño  color  de  café 
obscuro,  así  como  los  embozos 
de  aquélla;  camisa  de  hilo,  me- 
dias blancas,  zapatos  de  becerro 
negros,  corbata  blanca,  pañuelo 
de  bolsillo  blanco  y  sombrero  de 
copa. 

Traje  de  las  mujeres: 

Vestido  redondo  de  estameña 
negra, mantilla  de  franela  con  franja  de  terciopelo, 
camisa  de  hilo,  medias  blancas,  zapatos  de  becerro 
negros,  pañuelo  blanco  para  el  cuello,  otro  para  la 
mano  y  mantón  de  lana  negro  con  cenefa. 

Hecha  la  presentación  por  el  sastre,  el  Primer  Far- 


Modelo  del  traje  que  visten  los 
trece  pobies  agraciados  en 
la  ceremonia  del  Lavatorio. 


—  10  — 


macéutico  de  Cámara^  asistido  de  mozos  dispuestos 
para  ello,  se  encarga  de  que  se  lave  á  cada  pobre  con 

ag'ua  templada,  la  pierna  de- 
recha desde  la  rodilla  al  pie 
inclusive,  y  de  perfumársela, 
asi  como  la  ropa,  con  esencia 
de  flores. 


III 


La  ceremonia  del  «Lavato- 
rio y  Comida  de  los  Pobres» 
se  verifica  en  el  Salón  de  Co- 
lumnas, el  Jueves  Santo,  á  la 
una  y  media  de  la  tarde. 

Constrúyense  en  aquél  cin- 
co tribunas  sobre  un  g-ran  ta- 
blado que  se  extiende  á  lo  lar- 
go de  los  muros. 
Entrando  á  la  izquierda: 
1.*    Para  el  Cuerpo  diplo- 
mático extranjero,  pudiendo 
•asistir  las  señoras,  que  vesti- 
rán traje  largo,  de  color,  con  cuerpo  alto,  y  mantilla 
blanca. 

2."  Para  SS.  AA.,  que  llevan,  como  S.  M.  la  Reina, 
traje  de  gala  con  manto  (1)  servido  por  Mayordomos 
de  semana. 


Primer  Farmaccutico  de  Cámara 
Dr.  Pontes  y  Rosales. 


(1)  Prenda  del  traje  de  ceremonia  que  en  actos  solemnes  llevan 
sujeta  á  la  cintura,  abierta  por  delante  y  formando  larga  cola,  las 
Damas  que  asisten  á  Ja  Corte.  (Diccionario  de  la  lengua  castellana, 
por  la  Real  Academia  Espaüola.  12."  edic.)^ — El  manto,  tiene  de  or- 
dinario tres  metros  do  largo. 


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3/  Para  los  Ministros  de  la  Corona,  que  deben 
concurrir  de  gran  uniforme. 

4/    Para  los  Grandes  de  España  (1). 

La  tribuna  del  público,  á  la  derecha,  ocupa  por  sí 
sola  el  mismo  espacio  que  las  otras  cuatro.  Se  ingresa 
en  ella  por  la  puerta  que  abre  en  la  galería  corres- 
pondiente á  la  fachada  principal  del  Palacio  y  me- 
diante permisos  especiales,  impresos,  suscritos  por  el 
Jefe  superior. 


^:. 


MAYOIIDOMIA  MAYOR 

DE 


De  uniforme  ó  de  eti- 
queta. 

Este  permiso  se  presen- 
tará cuando  se  exija. 

La  entrada  por  la  Puer- 
ta del  Príncipe. 


^ermUase  al  portador  la  entrada 
en  la  sala  donde  dele  verificarse  la 
piadosa  ceremonia  del  SBavatorio  y 
Comida  de  los  pohreSj  el  próximo 
hueves  Santo. 

Palacio,        de  de  ^89... 

<§^  Sefc  Sn'pczloZ'  Se  Sh' fació, 

(Aquí  la  firma.) 


Las  tribunas,  alfombradas  con  tapices  de  la  famosa 


(1)  Para  las  Damas  de  la  Reina  no  hay  tribuna,  porque  están 
obligadas  á  acompañar  á  S.  M.  en  las  solemnes  ceremonias  del  Jue- 
ves Santo.  Sólo  en  el  caso  de  que  la  augusta  Señora,  por  cualquier 
naotivo,  no  concurriese  á  aquéllas,  y  ocupara  la  segunda  tribuna  con 
SS.  AA.,  podrán  las  Damas  asistir  á  la  de  los  Grandes  de  España, 
juntamente  con  éstos. 


Real  Fábrica,  se  forraron  el  año  de  1894,  en  los  ante- 
pechos y  paredes  laterales,  de  terciopelo  color  corin- 
to;  el  altar  que  bajo  dosel  se  alza  este  dia  en  el  teste- 
ro principal  del  salón,  á  rnás  del  servicio  de  plata, 
luce  el  rico  y  hermoso  tapiz  de  la  Cena,  obra  de  Pe- 
dro Pannemacker. 


Tapiz  de  la  Cena. 


El  primer  Introductor  de  Embajadores  cuida  de  la 
colocación  del  Cuerpo  diplomático  en  su  tribuna,  y 
los  Mayordomos  de  semana  de  S.  M.,  á  quienes  co- 
rresponde por  turno  este  servicio,  del  orden  antes  de 
la  ceremonia  y  mientras  se  verifica. 

Cuando  [en  ella  toman  parte  SS.  MM.  el  Rey  y  la  j 


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—   13  — 

Reina,  hay  dos  mesas  dispuestas  delante  de  las  tribu- 
nas, con  los  cubiertos  de  los  25  pobres. 

El  Rey  y  la  Reina  bvan  los  pies  y  sirven  la  comida 
á  los  pobres:  el  primero  á  los  hombres  y  la  segunda  á 
las  mujeres,  sentados  unos  y  otras  en  el  hemiciclo — 
más  bajo  que  las  tribunas,  entre  éstas  y  el  altar — , 
ellos  del  lado  del  Evangelio  y  ellas  del  de  la  Epístola. 

De  no  asistir  uno  de  los  Monarcas,  aquellos  pobres 
á  quienes  le  corresponde  servir,  presencian  la  cere- 
monia sentados,  pero  no  se  les  lava  los  pies  ni  se  les 
sirve  la  comida,  aunque  sí  seles  entrega,  terminada 
la  ceremonia. 

A  cada  mujer  pobre  asiste  una  dama  de  la  Reina, 
encargada  de  poner  á  aquélla  la  media  y  el  zapato, 
después  que  S.  M.  le  lava  y  besa  el  pie,  y  de  acompa- 
ñarla al  sitio  que  debe  ocupar  en  la  mesa,  cuando  de 
éstas  hay  dos. 

A  cada  pobre  varón  sirve  un  Gentilhombre,  Gran- 
de de  España  ó  Primogénito,  con  ejercicio  y  servi- 
dumbre. Estos  señores  deben  vestir,  para  el  acto,  ne- 
cemriamente  el  uniforme  de  gala  propio  de  su  eleva- 
do cargo  palaciano. 

Sus  Majestades,  que  se  encuentran  en  la  Real  Ca- 
pilla, asistiendo  á  los  Divinos  Oficios,  no  bien  éstos 
se  concluyen,  descienden  de  líx  cortina  (1)  sin  dosel, 
al  reverente  saludo  del  Maestro  de  ceremonias. 

La  regia  comitiva  sale  entonces  de  la  iglesia  y  se 
pone  en  marcha  hacia  el  Salón  de  Columnas,  por  ia 
galería  déla  izquierda,  precedida  del  guión  de  la  ca- 
pilla, conducido  por  un  sacristán,  entre  dos  ujieres 


(1)  Según  los  Ceremoniales  de  la  Real  Capilla  que  rigen  desde 
la  época  de  Carlos  III:  Cortina.  Estrado,  co7i  dosel  ó  sin  él,  que  ocu- 
pan SS.  MM.  en  las  Capillas  públicas. —  La  definición  que  da  el  Dic- 
cionario de  la  lengua  castellana,  por  la  Real  Academia  Española 
•(12.*  edic),  no  es  exacta. 


—  14  — 

con  velas  encendidas,  el  diácono  y  seis  Capellanes  de 
Honor. 

Sig-uen  á  los  lados,  en  dos  filas  como  en  las  proce- 
siones, los  Gentileshombres  de  casa  y  boca,  los  Ma- 
yordomos de  semana  y  los  Grandes  de  España. 
.  A  derecha  é  izquierda  de  SS.  MM.,  detrás,  á  muy 
poca  distancia,  el  Procapellán  mayor  y  el  Nuncio  de 
Su  Santidad. 

Los  Jefes  superiores  de  Palacio,  Damas  de  S.  M., 
Cuarto  militar,  Plana  mayor  de  Alabarderos,  etc..  en 
sus  puestos  como  cuando  concurren  á  las  Capillas. 
Los  músicos  y  los  cantores  van  á  la  cabeza  de  la  co- 
mitiva. Entra  ésta  en  el  Salón  de  Columnas  por  la 
gran  puerta  de  ingreso  á  la  Sala  de  Armas  de  los  Ala- 
barderos, en  la  que,  á  derecha  é  izquierda,  están  dis- 
puestas mesas  con  todos  los  platos  de  que  se  compo- 
ne la  comida,  adornados  de  ñores  naturales. 

El  guión  y  los  cantores  de  la  Real  Capilla  van  á 
colocarse  junto  al  facistol  preparado  para  que  el  diá- 
cono cante  el  Evangelio. 

Sus  Majestades  y  todo  su  séquito  saludan  al  pasar 
por  delante  de  las  tribunas  diplomáticas  y  de  SS.  AA. 

Una  vez  que  la  comitiva  se  encuentra  en  el  salón, 
el  Procapellán  mayor  pone  incienso  y  bendice  al  diá- 
cono, el  cual,  hecha  la  correspondiente  incensación 
en  el  libro,  empieza  á  cantar  el  Evangelio. 

Al  pronunciar  las  palabras  deponit  veüimenta  sua, 
entrega  el  Rey  el  sombrero,  el  bastón,  los  guantes  y 
la  espada  en  manos  del  Sumiller  de  Corps. 

Al  decir  precinxit  se,  ciñen  á  SS.  MM.  (el  Procape- 
llán y  el  Sumiller,  al  Rey;  y,  á  la  Reina,  la  Camarera 
mayor)  con  la  toalla  que  presenta  dicho  Procapellán 
en  una  fuente  de  plata. 

Cí&pií  lavare,  dice  por  fin  el  diácono,  y  entonces 
SS.  MM.  hincan  la  rodilla  delante  del  primer  pobre. 


15 


y,  asistido  del  Procapellán  que  á  la  derecha  lleva  el 
ag-uamanil,  y  del  Nuncio  de  S.  S.,  que  á  la  izquierda 
sostiene  la  aljofaina,  de  plata  como  aquél,  principia 
el  Lavatorio. 

La  Reina  es  asistida  por  su  Mayordomo  mayor  y 
por  su  Camarera  mayor  (1), 
que  desempeñan  el  cometido 
del  Patriarca  y  del  Nuncio. 

Cuando  el  Diácono  acaba  de 
cantar  el  Evangelio,  el  Proca- 
pellán lo  da  á  besar  á  SS.  MM., 
y  el  g-uión  y  el  clero  de  la  Real 
Capilla  se  retiran. 

Los  pobres  de  uno  y  de  otro 
sexo,  ayudados  por  los  Gran- 
des y  por  las  Damas  de  S.  M., 
suben  á  ocupar  sus  respecti- 
vos asientos  en  las  mesas,  y 
entonces  comienza  la  ceremo- 
nia del  servicio  de  la  Comida. 
Los  platos,  por  el  orden  en  que 
están  en  la  lista,  se  pasan  de 
mano  en  mano  de  los  criados 
escalonados  al  efecto,  hasta  los 
£6  fes  de  cuarto,  y  de  éstos  á  los 

Gentiles  hombres  del  interior,  que,  á  su  vez,  los  dan 
á  los  Grandes  de  España  o  Damas  de  la  Reina. 

La  Camarera  mayor  ó  el  Mayordomo  mayor  los  en- 
tregan á  S.  M.,  que  va  colocándolos  delante  de  cada 
pobre.  En  la  misma  forma,  y  sin  que  aquéLlos  to- 
que, vuelven  á  sacarse  del  salón. 
Servido  el  último  postre,  el  cubierto,  los  vasos,  el 


1%, 


Modelo  del  traje  que  visten  las 
doce  pobres  agraciadas  en  la  ce- 
remonia del  Lavatorio. 


(1)     La  ausencia  de  ésta  la  suple  la  Dama  de  guardia. 


—   ]6  — 

jarro  del  vino,  el  salero  y  los  manteles,  se  retiran 
por  SS.  MM.  con  la  misma  ceremonia. 

En  ella,  el  Procapellán  cede,  por  piadosa  urbani- 
dad, la  bendición  de  la  mesa  y  acción  de  gracias,  al 
Nuncio  de  Su  Santidad. 

A  cada  uno  de  los  25  pobres  entrega  el  Procapellán , 
después  de  la  comida,  una  bolsita  que  contiene  tres 
monedas  de  plata  de  50  céntimos  cada  una. 

Todos  los  manjares  que  figuran  en  la  lista  de  la 
comida,  la  vajilla,  los  cubiertos,  los  jarros  de  vino, 
los  saleros,  etc.,  se  colocan  en  25  grandes  cestos  de 
mimbre,  que  los  pobres  acostumbran  á  vender,  y  se 
rematan  á  las  puertas  de  Palacio. 

La  piadosa,  edificante  y  espléndida  ceremonia  del 
Lavatorio  y  Comida  de  los  pobres,  por  su  gran  signi- 
ficación, lo  distinguido  de  la  concurrencia,  el  lujo 
que  la  Corte  de  España  ostenta  y  el  conjunto  de  tan 
magnífico  cuadro,  es  una,  tal  vez  la  más  interesante, 
de  las  fiestas  que  se  celebran  en  el  Palacio  de  nues- 
tros Reyes. 

Durante  la  menor  edad  del  Rey  D.  Alfonso  XIII, 
S.  M.  la  Reina  Regente  ha  establecido  la  costumbre 
de  lavar  los  pies  á  las  pobres  y  de  servir  la  comida  á 
los  pobres,  porque  así  presta  cristiana  atención  á  las 
unas  y  á  los  otros. 

Independientemente  de  la  ceremonia  religiosa  de 
que  hemos  hablado,  las  Reinas  de  España,  en  la  fies- 
ta de  la  Anunciación  solían  dar  de  comer  á  nueve 
mujeres  pobres,  en  cuyo  acto  estaban  asistidas  por 
el  Patriarca  Limosnero  Mayor,  el  Mayordomo  Mayor 
de  S.  M.  la  Reina,  la  Camarera  Mayor  y  las  Damas 
que,  con  S.  M.,  servían  á  las  pobres. 


nVEIKTXJTA. 


DE  LA 


COMIDA.  QUE  SE  SIRVIÓ  Á  LOS  POBRES 

EN  EL 

REAL    PALACIO    DE    MADRID 

EL   JUEVES    SANTO    DE    1894 


Tortilla  de  escabeche. 

Salmón. 

Mero. 

Merluza  frita. 

Bacalao  frito. 

Congrio  con  arroz. 

Empanadas  de  sardinas. 

Empanadas  de  anguilas. 

Besugo  en  escabeche. 

Ostras  en  escabeche. 

Alcachofas  rellenas. 

Coliflor  frita. 
Salmonetes  asados. 

Pajeles  fritos. 
Lenguados  fritos. 


t 


Aceitunas. 

Torta  de  hojaldre. 

Arroz  con  leche. 

Queso  de  bola: 

uno  para  cada  persona. 

Camuesas. 

Naranjas. 

Cidrados. 

Limas. 

Orejones. 

Ciruelas  pasas. 

Higos. 

Almendras. 

Nueces. 

Avellanas. 

Anises. 


Un  jarro  de  Talayera  con  media  arroba  de  vino  tinto,  por  persona. 


0leimpresaj  corregida  y  aumentada, 

J'mprenta  de  la    %'mda   de  d^Cernando  y   (o."' 

f  /  de  Jlarzo  de  ^896, 


IMPOSICIÓN 


DE   LA 


BIRRETA  CARDENALICIA 


Birreta  Cardenalicia. 


z 


Sü  SANTIDAD  EL  PAPA  LEÓN  XIIL 


I 


FAMILIA    REAL 


■] 


■# 


S.  A.  R.  LA  INFANTA 
D/  María  Isabel  Francisca. 


rotografia  de  D.  Fernando  Debas. 


ExcMO.  Sr.  Duque  de  Sotomayor.  Marqués  de  Casa-Irujo. 

Mayordomo  mayor  de  SS.  MM. 


Fotografía  de  Borkc. 


JEFES   DE   PALACIO 


ExcMO.  Sr.  Obispo  de  Sión,  D.  Jaime  Cardona  y  Tur. 

Pro-Capellán  mayor  de  S.  M.  y  Vicario  General  Castrense. 


Fotografía  de  D.  Yalentín  G  ornea. 


I 


JEFES    DE    PALACIO 


ExcMO.  Sr.  Duque  de  Sexto.  Marqués  de  Alcañices. 

PriiT'ír  Jefe  superior,  que  fué,  de  Palacio  al  advenimiento  al  trono  de  S.  M.  el  Bey 

D.  Alfonso  XII  (q.  s.  g.  h.). 


Fotografía  del  Ezcmo;  Sr.  Marqués  de  Berges. 


DIGNIDADES  ECLESIÁSTICAS  DE  MADRID 


EXCMO.    SR.    D.    JOSÉ    MARÍA    DE    COS 
Arzobispo  Obispo  de  Madrid-Alcalá. 


Fotografía  de  Alviach. 


JEFES  DE  PARTIDOS  POLÍTICOS  DINÁSTICOS 


ExcMO.  Sr.  D.  Práxedes  Mateo  Sagasta. 


Fotografía  de  D.  Fernando  Debas. 


i 


Basílica  de  Sau  Pedro  en.  Roaia. 


IMPOSICIÓN  DE  LA  BIRRETA  CARDENALICIA, 


...„.^ 


I. 

Dice  Moroni,  en  su^izionario  di  eriidizione  storico- 

eocleüastica  da  S.  Pietro  ai  nostri  giorni (Venecia, 

Tipografía  Emiliana,  1840-41),  que  las  insignias  del 
cardenalato  son:  el  Capelo  (1),  la  Birreta,  el  Solideo, 


(1)  Hay  cuatro  clases:  e\ pontifical ^  el  grande  ó  quitasol  {il 
cappelone  ó  parasole),  el  encarnado  pequeño  y  el  negro. 


—  4  -— 

la  Púrpura  y  el  Anillo  con  un  zafiro,  que  denota  el 
Sumo  Sacerdocio.  A  más,  los  Cardenales,  por  su  alta 
jerarquía,  estaban  autorizados  para  que,  dentro  de  sus 
palacios,  en  determinadas  solemnes  ocasiones,  apa- 
reciesen precedidos  de  un  doméstico,  que  sonaba  una 
campanilla,  y  de  otro  portador  de  una  maza  de  plata: 
procedimiento  ceremonioso,  prerrogativas  de  autori- 
dad que,  andando  el  tiempo,  cayeron  en  desuso  por 
voluntaria  renuncia  de  los  interesados. 

Aunque  generalmente  se  dice:  El  Papa  dio  el  cape- 
lo; vacó  el  capelo  y  sobrentendiéndose  con  estas  locu- 
ciones que  el  sombrero  rojo  (1)  es  por  antonomasia 
la  insignia  cardenalicia,  lo  que,  en  verdad,  establece 
la  investidura  de  los  Príncipes  de  la  Iglesia  Católica, 
Apostólica,  Romana,  es  la  imposición  de  la  Birreta 
roja. 

En  el  Diccionario  de  la  Lengua  castellana ,,  por  la 
Real  Academia  Española  (12.''  edición,  1884),  se  su- 
pone, equivocpdamente,  que  no  existe  más  birreta  que 
la  cardenaliclj(^\2),  y,  al  definirla,  se  confunde  con  el 


(1)  Inocencio  IV  dio  á  los  Cardenales  el  sombrero  rojo  en  el 
Concilio  de  León,  celebrado  el  año  1245. 

(2)  «Berreta.  =  f.  Coperta  del  capo  fatta  in  varié  fog ge  e 
di  varíe  materie.T>  Fanfani  (Píe tro),  Vocabolario  della  lingua 
italiana.  Firence,  1888,  4.°  mayor. 

«Barrette  {du  b.  —  lat,  (¡iibirretumi>,  de  «birrusT»,  roux). 
Bonnet  carré  de  couleur  noire  (los  hay  también  morados)  et  á 
trois  comes  j  qui  p>ortent  les  ecclésiastiqkues ,  surtout  en  Italie  (y 
en  España  ya  es  costumbre  que  lo  usen  todos  los  Prelados),  et 
qui  se  plie  en  s'aplatissant. 

y>On  donne  plus  spécialement  ce  nom  ci  un  petit  bonnet  carré  de 
couleur  rouge  qui  est  un  des  signes  des  Cardinaux,  et  qu'il  ne 
faut  pas  confondre  avec  le  berettino  (sic)  ou  calotte  rouge.y> 
Boüillet  (M.  N.),  Dictionnaire  universel  des  sciences,  des  lettres 
et  des  arts Quatorziéme  édition.  París,  1884. 


Emmo.  Su.  Cardenal  D.  MARIANO  RAMPOLLA  DEL  TÍNDARO 
Secretario  de  Estado  de  S.  S.  el  Papa  León  XIIL 


Retrato  hecho  cuando  fué  Nuncio  de  S.  8.  en  España. 


—  o  — 

solideo  rojo  {Berrettino  ó  zuccheto  cardinalizio)  (1). 

Barcia,  en  su  Primer  Diccionario  general  etimoló- 
gico^ reproduce  la  definición  académica,  y  en  el  enci- 
clopédico hispano-americano  ^  que  publica  en  Barce- 
lona la  casa  Montaner  y  Simón,  se  da  á  entender  que 
no  hay  más  birreta  que  la  mencionada. 

A  esto  conduce  la  falta  de  examen  y  la  sobra  de 
negligencia.  Dado  que  abunde  el  primero  en  lo  de- 
finido por  Bouillet,  y  teniendo  en  cuenta  que,  en 
fotograbados  que  acompañan  á  estas  líneas,  puede 
verse  la  forma  del  bonete  cardenalicio,  que  sólo  por 
el  color  se  distingue  de  las  otras  birretas,  negras,  mo- 
radas, etc.,  digamos  algo  referente  á  la  historia  de  la 
indicada  prenda. 

No  está  averiguada  con  exactitud  la  época  en  que 
comenzó  á  usarse,  siquiera  en  el  siglo  X  se  encuentre 
memoria  de  que  ya  la  llevaban  los  Obispos,  pues  al 
degradar  á  uno  de  Cahors  (2),  Juan  XII  ordenó  que, 
entre  otras  insignias,  fuese  aquél  despojado  de  la  Bi- 
rreta, 

Con  este  nombre  también  se  menciona,  en  el  si- 
glo XI,  una  prenda,  hasta  entonces  de  uso  exclusivo 
de  los  Pontífices,  con  la  cual  se  cubrían  la  cabeza. 

El  privilegio  de  vestir  la  púrpura,  y,  después  de  la 
imposición  de  \2^Birretay  el  solideo  rojo,  les  fué  otor- 
gado á  los  Cardenales  de  la  Iglesia  Romana  (excepto 


(1)  iiPiccola  Berreta  rotonda,  gentralmente  piu  piccola  del 
Berrettino  c/ericale,  di  color  porpora ^  combaciante  col  capo,  ed 
usata  da  Cardinali  qual  distintivo  della  loro  dignitci:  si  chiama 

puré  zucchetto,  o  zucchetta  diminutivo  di  zueca,  cioe  qiiella parte 
del  capo,  che  coupre  e  difende  il  cervello  e  talora  anche  per  tutto 
il  capo.h  Cf.  Moroni. 

(2)  Obispado  del  siglo  iii,  sufragáneo  de  Alby  (Francia). 


Emmo.  Sr.  CAKDENAL  arzobispo  de  TOLEDO, 
D.  Antolín  Monescillo  y  Viso. 


á  los  Regulares)  por  Paulo  II.  Entre  los  autores  que 
así  lo  dicen,  se  encuentran  el  franciscano  Francisco 
Pagi,  en  su  Breviarium  historico-chronologico-criti- 


8 


cum  ilustrioixt  Pontificum  Romanor^im  gesta...  com- 
plectens^  y  el  Arcediano  de  Wels,  Polidoro  Virgilio, 
en  su  curiosa  obra  De  Inventorihus  verum. 

A  propósito  de  la  Birreta  encarnada,  publicó  un 
libro  el  Dr.  Antonio  Scappo,  y  dice  Bonanni  que  la 
forma  de  aquélla  es  semejante  á  la  de  todas  las  usadas 
por  el  clero  romano;  pero  por  su  color  rojo,  como  el 
del  capelo,  tiene  más  importancia  que  las  otras.  Aquel 
color  recuerda  á  los  Cardenales,  no  tanto  su  elevadí- 
sima  jerarquía,  como  el  martirio  á  que  deben  estar 
siempre  fáciles  en  defensa  de  la  fe  católica.  De  aquí 
el  apego  del  Cardenal  San  Carlos  Borromeo  á  su 
Birreta]  de  aquí  su  costumbre  de  no  abandonarla, 
de  no  destocarse  nunca,  ni  cuando  estaba  enfermo, 
ni  aun  en  su  agonía. 

La  tela  que  se  invierte  en  la  Birreta  y  el  solideo 
rojo   es  de  seda   ó  de   camelote,   para  el  estío,  y 

de  paño,  para  el  invier- 
no; y  la  que  se  emplea 
en  las  de  los  Cardenales 
de  las  Órdenes  monás- 
ticas, de  sarga  ó  merino, 
para  la  primera  de  di- 
chas estaciones,  y  de 
paño  ó  lana,  para  la  se- 
gunda. 

Dos  días  después  de 
haberlos  nombrado.  Su 
Santidad  coloca  la  Bi- 
rreta sobre  la  cabeza  de 
los  Cardenales. 

Si  el  elegido  es  Nun- 
cio Apostólico,  Prelado, 
ó  personaje  propuesto 
por  alguno  de  los  jefes 


SAN  CARLOS  BOEEOMEO. 


INTERIOR    DE    PALACIO 


CAPILLA  REAL 


fotografía  del  Exorno.  Sr.  Marqués  de  Berges. 


—  9 


de  las  naciones  que  gozan 
de  tal  prerrogativa ;  si  es 
Obispo  no  llamado,  ó  que 
no  puede  ir  á  Roma,  ó, 
por  último,  si  es  persona 
designada  por  Motu  pro- 
prio  (1)  del  Pontífice,  y 
que  reside  fuera  de  la  Ciu- 
dad Eterna ,  se  le  envía  la 
Bir7^eta  por  medio  de  un 
Ablegado  (2). 

Con  tal  propósito,  el  mis- 
mo día  que  en  el  Consis- 
torio secreto  se  hace  la 
designación,  el  Cardenal 
Hermano  de  S.  S.,  ó  el  Se- 
cretario de  Estado  dirige 
una  carta  al  nuevo  pur- 
purado, dándole  la  noticia 
de  su  exaltación,  y  al  pro- 
pio tiempo ,  todo  por  con- 
ducto de  un  Guardia  No- 
ble (3),  le  envía  el  solideo 
rojo. 


í^'V 


Ablegado  Pontificio. 


(1)  Especie  de  rescripto  pontificio  desprovisto  de  todo  gé- 
nero de  sellos,  pero  avalorado  con  la  firma  del  Papa.  Inocen- 
cio VIH  fué  el  primero  que  hizo  uso  del  3íotu  2»'oprío. 

(2)  (íAhlegati  Pontificii  ed  Apostolici.  Sonó  quclli,  che  ven- 
gono  spediti  dai  Papi  a  recare..,..  la  Berretta  cardinalizia  ai  no- 
velli  Cardenali,  creati  assenti  dal  luog'O  ove  ha  sua  residenza 
il  Pontefice.))  Cf.  Moroni. 

(3)  La  Guardia  Noble  Pontificia,  así  llamada  porque  nobles 
son  todos  los  individuos  que  la  componen,  reemplazó  á  la  anti- 
gua Compañía  de  Caballeros,  y  fué  instituida  por  Pío  VII,  quien 
dispuso  que,  de  allí  en  adelante,  siempre  fuese  uno  de  estos 


—  10  — 

Después,  el  Papa  nombra  á  un  eclesiástico,  en  cali- 
dad de  Ablegado  apostólico,  para  que  sea  portador  de 
la  Birreta,  comisión  que  siempre  se  confía  á  un  Ca- 
marero secreto  ó  de  honor. 

Alguna  vez,  por  razones  especiales,  se  dejó  de  nom- 
brar dicho  Allegado  apostólico,  y  entonces  un  Guar- 
dia Noble  desempeñó  el  honroso  encargo.  Asi  fué 
con  la  Birreta  roja  enviada  por  León  XII  al  Pa- 
triarca de  Lisboa,  Cardenal  Silva,  siendo  comisio- 
nado  para  la  entrega  el  caballero  Alvarez. 

También  ha  ocurrido  que  un  solo  Ablegado  lle- 
vase á  un  mismo  tiempo  más  de  una  Birreta:  en 
ocasiones,  poco  frecuentes,  hasta  cuatro,  como  en  1756, 
por  mandato  de  Benedicto  XIV  (1). 


guardias  el  encargado  de  llevar  á  los  Cardenales  la  noticia  de 
su  nombramiento,  y  el  solideo  rojo  á  los  que  no  se  encontrasen 
en  Roma. 

Antes  de  tal  disposición,  el  Secretario  de  Estado,  ó  el  Carde- 
nal Hermano  enviaba  el  aviso  con  un  correo  pontificio. 

Este  Cuerpo  es  el  primero  y  el  más  distinguido  de  todos  los 
que  se  hallan  al  servicio  del  Papa,  y  es  su  guardia  personal :  le 
acompaña  á  pie  ó  á  caballo ,  en  todos  los  actos  públicos  y  so- 
lemnes, dentro  y  fuera  de  Roma. 

El  Estado  mayor  y  oficiales   superiores   del  Cuerpo  de  la 

Guardia  Noble  Pontificia,  según  la  Gerarchia  Caitolica ^;er 

Vanno  1894,  lo  componían: 

1    Capitana  Comandante. 

1  Vessillifero  eredítario  di  Santa  Romana  Chiesa. 

2  Teñen  ti. 
8  Esenti. 

28  Tenenti  in  Ritiro. 
1  Sotto  Tenenti. 
1  E senté. 

(1)  En  1877  fué  uno  solo  el  Ablegado  que  trajo  las  Birretas 
para  los  Eramos.  Sres.  Cardenales  Benavides  y  Paya  y  Rico. 


^,v,ve  of  ^^eí/ag-;;^ 


or. 


11  — 


Hecho  por  el  Pontífice  el 
nombramiento  del  Ablegado 
portador  de  la  Birreta  roja 
para  el  nuevo  Cardenal  ausen- 
te do  Roma,  luego  que  recibe 
instrucciones  del  Prefecto  de 
las  ceremonias  pontificias,  y 
de  la  Secretaría  de  Estado, 
emprende  el  viaje.  Con  tal 
motivo,  á  los  gastos  que  se  ori- 
ginan subviene  la  reverenda 
Cámara  apostólica. 

Por  lo  que  respecta  al  Guar- 
dia Noble,  su  misión  termina 
no  bien  hace  entrega  de  la 
carta  y  del  solideo  rojo  al  nue- 
vo Cardenal ,  quien  acto  con- 
tinuo se  lo  pone,  como  indi- 
cando que  comienza  á  disfrutar 
de  los  privilegios  de  su  nueva 
jerarquía. 

Si  después  que  el  Guardia 
Noble  da  cuenta  del  desempe- 
ño de  su  comisión  al  Comandante  de  su  cuerpo  y  al 
Secretario  de  Estado,  sigue  acompañando  al  Ablegado 
en  la  ceremonia  de  la  imposición  de  la  Birreta  car- 
denaliciay  es  por  mera  condescendencia,  ma  non  inr 
diritto  (1). 

En  las  cortes  de  España  y  Lisboa  (y  antes  en  Fran- 
cia y  Ñapóles)  se  acostumbra  á  conceder  una  conde- 
coración al  Guardia  Noble. 

A  su  vez  el  Cardenal  agraciado  le  hace  un  cuantioso 
presente. 


Exorno.  Señor 
D.  José  Conde  de  Carpegna, 

Coronel  exento  de  la  Guardia  Noble 
Pontificia, 


(1)  Cf.  Moroni. 


—  12  — 


emmo.  sr.  d.  serafín  cretoni, 

Arzobispo  de  Damasco  y  Nuncio  apostólico  en  España. 


También  el  Ablegado  recibe  ciertos  obsequios  en  la 
corte  de  España,  que  equivalen  al  beneficio  ó  preben- 
da eclesiástica  con  que  antes  se  le  agraciaba. 

Es  de  rúbrica  que  los  Nuncios  apostólicos  en  Ma- 
drid, Lisboa,  París  y  Viena,  al  terminar  su  misión. 


—  13  — 

sean  creados  Cardenales,  y  que  los  jefes  de  aquellos 
Estados  les  impongan  la  Birreta. 

El  ceremonial  de  este  acto  varía  según  los  países,  y 
en  el  nuestro  no  fué  siempre  el  mismo,  atendiéndose 
á  la  calidad  de  las  personas  agraciadas  y  al  lugar  don- 
de se  realizaba. 


Sr.  d.  jóse  herreea 

Notario  de  la  Real  Capilla. 
II. 


De  acuerdo  con  los  datos  que  se  custodian  en  el 
Archivo  general  de  la  Real  Casa,  y  según  el  manus- 
crito catalogado  en  la  Biblioteca  particular  de  S.  M., 
y  que  lleva  el  rótulo  de  Ceremonial  de  la  Real  Capi- 


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Emmo.  Sr.  Cardenal  D.  BENITO  SANZ  Y  FORES, 
Arzobispo  de  Sevilla. 


lia  (1802),  tres  son  los  que  se  mencionan  en  los  capí- 
tulos VI,  VII  y  VIII,  con  motivo  de  las  Imposiciones  de 
la  birreta-. 

1.*^  Ocasión  y  modo  de  conferir  á  los  Sres.  Infantes 
la  prima  tonsura  y  de  imponerles  en  público  la  birre- 
ta y  capelo  cardenalicio. 


—  15  — 

2."  Ceremonial  para  cuando  S.  M.  pone  á  alguno  la 
birreta  en  Capilla  pública. 

S.""  Práctica  de  imponer  S.  M.  la  birreta  cardenali- 
cia en  acto  privado. 

Diferenciándose  los  tres  ceremoniales  en  pormeno- 
res de  escasa  entidad,  damos  seguidamente  el  que  hoy 
se  practica  en  todos  los  casos. 


CEREMONIAL  QUE  SE  OBSERVA 

CUANDO    S.    M.    EL    REY    IMPONE    LA   BIRRETA 
CARDENALICIA. 

Así  que  el  Guardia  Noble  y  el  Ablegado  apostólico, 
revistiendo  este  último 

carácter  de  Ministro  pie-     [  "    ""         ' 

nipotenciario,  llegan  con  ' 
las  insignias  cardenali- 
cias á  la  corte  de  España, 
el  Nuncio  de  Su  Santi- 
dad, por  la  vía  diplomá- 
tica, solicita  que  dichos 
señores  sean  recibidos 
en  audiencia  privada 
por  S.  M.  Concedida 
la  venia,  los  acompaña 
y  presenta  en  el  regio 
alcázar  el  primer  In- 
troductor de  Embaja- 
dores. 

Si  acerca  de  la  misión 
que  traen  nada  se  ha  re- 
suelto previamente,  el 
Ministro  de  Estado,  con     Excmo.  sr.  d.  luis  conde  de  pecci, 

la  oportunidad  debida,       ^''"""^  ^"^o^ípontlLÍ. "" ''"'"''' 


-  If)  — 

dirige  una  comunicación  al  Jefe  Superior  de  Palacio, 
diciendo  que,  presentadas  las  credenciales  por  los 
Ablegados  á  quienes  comisionó  el  Sumo  Pontífice 
para  traer  las  BirrHas  cardnialicias  á ,  cree  lle- 
gado el  caso  de  señalar  día  y  hora  en  que  S.  M.  se 
sirva  imponer  solemnemente  á  los  nuevos  purpura- 
dos las  insignias  de  su  dignidad,  y  en  este  concepto, 
á  fin  de  tomar  las  disposiciones  convenientes,  que  Su 
Majestad  se  digne  resolver  lo  que  fuere  de  su  sobe- 
rano agrado. 

De  este  escrito,  el  Jefe  Superior  de  Palacio  da  cuenta 
á  S.  M.,  quien  señala  el  día  y  la  hora  para  el  solemne 
acto  religioso. 

Por  medio  de  un  B.  L,  J/.,  ó  de  una  comunicación 
con  el  formulario  de  rúbrica  oficial,  el  regio  acuerdo 
llega  al  Ministro,  y  éste  dispone  que  á  su  vez  llegue 
á  los  interesados. 

Suele  también  ocurrir  que  el  Ministro,  en  recibien- 
do la  orden  directamente  de  S.  M. ,  se  la  comunique 
al  Jefe  Superior  de  Palacio,  y  entonces,  por  la  Mayor- 
domía  Mayor  se  dictan  las  órdenes  oportunas  para 
que,  de  acuerdo  con  los  precedentes  establecidos,  se 
verifique  la  ceremonia.  Así  sucede  en  Capilla  pU- 
hlica^  vistiendo  el  Rey  de  uniforme. 

SS.  MM.  y  AA.  salen  de  la  regia  cámara  precedidos 
del  acostumbrado  acompañamiento:  pasan  por  las  ga- 
lerías, donde,  con  uniforme  de  diario,  están  formados 
los  alabarderos:  entran  en  la  Capilla  y  ocupan  sus 
respectivos  sillones. 

El  Ablegado,  que  durante  la  ceremonia  tiene  su 
puesto  en  el  Presbiterio,  cerca  del  Evangelio,  después 
de  los  saludos  de  rúbrica,  entrega  el  Breve  de  Su 
Santidad  al  Rey,  de  cuyas  manos  pasa  á  las  de  su  Ca- 
pellán mayor,  y  de  las  de  éste  á  las  del  Notario  de  la 
Real  Capilla,  quien,  de  uniforme,  si  alguno  puede 


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17  — 


Emmo.  Sr.  Cardenal  D.  CIRÍACO  MARÍA  SANCHA 
Arzobispo  de  Valencia 


usar,  y  si  no  con  traje  de  etiqueta,  lee,  frente  á  la 
Cortina  y  en  alta  voz,  el  documento  mencionado. 

Terminada  la  lectura,  el  Ablegado,  dirigiéndose  á 
S.  M. ,  pronuncia  en  latín  un  discurso,  cuya  síntesis, 
cuando  el  Prelado  es  español,  se  reduce  á  manifestar 


-  18  — 

que  el  Sumo  Pontífice,  por  el  afecto  que  profesa  al 
Rey  y  á  la  nación  que  éste  rige,  y  para  recompensar 
las  especiales  condiciones  que  en  aquél  concurren,  lo 
eleva  á  una  de  las  mayores  dignidades  eclesiásticas, 
habiendo  sido  (quien  habla)  honrado  con  la  alta  mi- 
sión que  desempeña,  como  representante  de  la  Sede 
Apostólica. 

Acto  seguido,  dicho  representante  y  el  Maestro  de 
ceremonias  se  dirigen  al  lado  de  la  Epístola  del  altar 
mayor:  de  sobre  una  mesa  preparada  al  efecto,  toman 
la  Birreta  y  la  ponen  en  una  bandeja,  que  es  llevada 
por  un  Secretario  detrás  de  los  indicados  señores.  Se 
detienen  delante  del  regio  dosel,  y  el  Maestro  de  ce- 
remonias va  por  el  nuevo  purpurado,  quien,  después 
de  hacer  las  debidas  reverencias,  sube  las  gradas  del 
trono.  El  Rey  le  pone  la  Birreta  que  antes  le  entre- 
gara el  Ablegado,  y  hecho  esto,  le  abraza  afectuosa- 
mente. El  Eminentísimo  (1)  Dignatario  de  la  Santa 
Iglesia  romana  baja  las  gradas  del  trono:  al  pie  de  las 
mismas  se  descubre  y,  dirigiéndose  á  S.  M.,  pronun- 
cia en  castellano  un  discurso,  en  el  que  manifiesta  que 
debe  la  nueva  altísima  investidura,  más  que  á  sus  pro- 
pios méritos,  á  la  bondad  siempre  extremada  del 
Sumo  Pontífice,  cuya  predilección  por  España  es  es- 
pecialísima,  así  como  su  interés  porque  límites  no  en- 
cuentre la  prosperidad  y  sosiego  de  la  Real  familia. 

Cuando  el  discurso  termina,  el  nuevo  Cardenal, 
precedido  del  Maestro  de  ceremonias,  se  retira  á  la 
sacristía,  donde  se  viste  con  la  sagrada  púrpura;  vuelve 
á  la  Capilla,  ocupa  el  sillón  que  se  le  tiene  destinado 
y  comienza  la  Misa  mayor,  que  dice  ó  canta  un  Cape- 


(1)  Tratamiento  concedido  á  los  Cardenales  en  el  siglo  xvii 
por  el  virtuoso  y  esclarecido  Pontífice  Urbano  VIH. 


—  19  — 

llán  de  altar,  no  ofreciendo  otras  particularidades 
que  las  de  echar  todas  las  bendiciones  aquel  por  quien 
se  verifica  tan  solemne  acto. 

En  acabándose  la  Misa,  se  pone  en  marcha  la  comi- 
tiva, yendo  la  persona  enviada  por  el  Papa  al  lado 


Busto  del  Cardenal  Arzobispo  de  Toledo  D.  Fr.  Francisco  Jiménez 
de  Cisneros. — El  original  fué  encontrado,  hecho  pedazos,  entre  los 
escombros  de  una  fundación  del  Cardenal,  y  reconstituido  por 
D.  Manuel  J.  Laredo. 


—  se- 
de S.  M.,  seguido  del  Guardia  Noble,  quien,  mientras 
dura  toda  la  ceremonia,  vistiendo  uniforme  de  gala, 
permanece  en  pie  detrás  del  sillón  del  nuevo  purpu- 
rado. 

Así  llegan  á  la  Real  Cámara,  donde  SS.  MM.  y  A  A. 
se  despiden  de  los  personaj  es  de  la  corte,  y  así  termina 
el  solemne  acto  religioso. 

Si  en  una  misma  Capilla  se  impone  \2i  Birreta  á  dos 
ó  más  Cardenales,  el  de  mayor  antigüedad  en  el  Epis- 
copado ocupa  el  primer  asiento,  ó  sea  el  más  próximo 
al  altar;  pronuncia  el  discurso  en  nombre  de  todos 
sus  compañeros,  y  da  la  bendición  en  las  ceremonias. 

Cuando  es  el  Capellán  mayor  de  S.  M.  el  agraciado, 
toda  vez  que  se  le  considera  como  á  uno  de  los  jefes 
de  Palacio,  suele  concedérsele,  para  que  concurra  á 
esta  función  eclesiástica,  un  coche  con  tronco  de  me- 
dia gala. 

Como  el  Nuncio  apostólico  en  Madrid,  lo  mismo 
que  los  que  igual  representación  ostentan  en  otras 
cortes  católicas  de  Europa,  tiene  necesariamente  que 
acudir  a  Roma  para  ocupar  un  puesto  en  el  Sacro  Co- 
legio de  Cardenales,  desde  el  punto  en  que  el  Padre 
universal  de  todos  los  fieles  lo  promueve  á  aquella 
privilegiada  dignidad,  hasta  que  designa  y  llega  el  que 
ha  de  reemplazarle,  toma  la  denominación  de  Pro- 
Nuncio. 

La  ceremonia  para  que  S.  M.  le  imponga  la  Birreta 
no  varía  esencialmente  de  la  reseñada;  pero  en  aten- 
ción á  que  es  el  representante  del  Romano  Pontífice, 
y  á  su  calidad  de  Decano  del  Cuerpo  Diplomático 
extranjero  acreditado  en  la  corte  de  España,  se  invita 
á  todo  el  personal  de  las  Embajadas  y  Legaciones,  que 
puede  asistir  con  sus  señoras,  y  á  los  Ministros  de  la 


—  21  — 

Corona.  Pueden  también  asistir  las  Damas  de  la  Reina, 
siendo  lo  establecido  por  la  etiqueta  que  las  señoras 
vistan  traje  largo  de  color,  cuerpo  alto  y  mantilla 
blanca.  Si  el  electo  es  Prelado  español,  el  traje  de  di- 
chas señoras  es  el  mismo;  pero  la  mantilla  negra  (1). 

El  Gobierno  de  S.  M.  y  el  Cuerpo  Dipomático  ex- 
tranjero ocupan  dos  tribunas  que  á  propósito  se  cons- 
truyen al  lado  de  la  Epístola,  frente  á  la  Cortina,  y 
las  Damas  sus  respectivos  bancos,  de  espaldas  á  las 
tribunas  de  fábrica. 

Es  consuetudinario  que  S.  M.  conceda  á  los  Ablega- 
dos la  Encomienda  de  número  de  la  Real  y  distin- 
guida Orden  de  Carlos  III,  y  á  los  Guardias  Nobles  la 
cruz  de  Caballero  de  dicha  Orden.  Lo  es  también  que 
en  la  noche  del  mismo  día  en  que  se  efectúa  la  pro- 
moción eclesiástica  de  que  hemos  hablado,  se  celebre 
un  banquete  en  la  Nunciatura,  y  que,  no  mucho  des- 
pués, acuerde  S.  M.  dar  otro  en  Palacio,  en  honor  del 
nuevo  Príncipe  de  la  Iglesia.  A  este  banquete,  á  más 
de  las  Reales  personas,  asisten: 

Los  Cardenales  existentes  en  Madrid. 
El  Nuncio  de  Su  Santidad. 
El  Presidente  del  Consejo  de  Ministros. 
El  Ministro  de  Estado. 
El  de  Gracia  y  Justicia. 

El  Embajador  de  España  cerca  de  Su  Santidad,  si  se  encuen- 
tra en  Madrid. 

El  Capellán  mayor  de  S.  M. 
El  Obispo  de  Madrid- Alcalá. 


(1)  Cuando  le  fué  impuesta  la  Birreta  á  D.  Ciríaco  María 
Sancha,  queriendo  S.  M.  la  Eeina  Regente  dar  público  testimo- 
nio do  aprecio  y  distinción  al  que  había  sido  Obispo  de  Madrid- 
Alcalá,  dispuso  que  todas  las  Damas  de  Palacio  concurriesen  á 
tan  majestuosa  ceremonia. 


—  22  - 

El  Ableo'ado. 
El  Guardia  Noble. 

El  primer  Introductor  de  Embajadores. 
Los  jefes  de  Palacio. 

La  servidumbre  que  diariamente  toma  asiento  en  la  Real 
mesa. 


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Balcón  de  la  casa  que  habitó  en  Madrid 
el  Cardenal  Cisneros. 


Btisto  del  Cardenal  D.  PEDEO  GONZÁLEZ  DE  MENDOZA. 

Del  moniiniento  erigido  á  D.'^  Isabel  la  Católica. 
(Paseo  de  la  Castellana  de  Madrid.) 


III. 


Para  terminar  este  artículo,  nada  tan  oportuno 
como  la  transcripción  de  las  elocuentes  palabras  que, 
en  presencia  de  la  corte,  pronunció  el  insigne  Car- 
denal Mariano  Rampolla  del  Tíndaro ,  cuando  le  fué 
impuesta  la  Birreta  cardenalicia  por  S.  M.  la  Reina 
Regente,  D.^  María  Cristina  de  Hapsburgo-L®rena. 


«Señora: 


•s>Pocos  meses  han  transcurrido  desde  el  inolvidable  y  fausto  día 
en  que,  por  delegación  especial  del  Padre  comiin  de  los  fieles ,  me  cupo 
la  altísima  honra  de  tener  aquí  en  la  pila  batitismal  al  recién  nacido 
Rey  de  España  y  augusto  vastago  de  V.  M.,  cuando  otro  nuevo  y  muy 
señalado  honor  me  trae  á  este  mismo  sitio  para  recibir  de  las  Reales 
manos  de  V.  M.^  en  nombre  y  representación  del  Sumo  Pontífice,  la 
solemne  investidura  de  Príncipe  de  la  Iglesia ,  con  que  se  ha  dignado 
eng.ltecer  mi  humilde  persona. 

•»Reconociendo  que  por  ningim  concepto  he  merecido  dignidad  tan 
sublime  y  justo  es  que  rinda  piiblico  testimojtio  de  profunda  gratitud  al 
egregio  León  XIII,  al  inmortal  Pontífice  que,  en  estos  azarosos  tiempos 
en  que  vivimos,  parece  colocado  por  la  Providencia  en  la  cumbre  de  la 
sociedad  cristiana ,  para  mostrar  al  mundo  cuan  hermosamente  se  her- 
manan la  sabiduría  y  la  paz.  Asimismo,  no  puedo  menos  de  proclamar 
que  al  honrarme  con  la  sagrada  piupura  el  romajto  Pontífice,  cuyos 
solícitos  y  paternales  desvelos  se  emplean  constantemente  en  procurar  el 
bien  de  esta  católica  nación^  no  tanto  ha  querido  engrandecer  la  peque- 
nez de  su  representante  en  ella,  como  manifestar ,  una  vez  más,  que 
España  es  el  objeto  preferente  de  su  benevolencia  y  de  su  amor. 

»El  ser  V.  M.  quien  da  cumplitniento  y  realce  á  este  acto,  símbolo 
de  la  cordialidad  y  afecto  que  unen  dichosamente  el  Trono  y  el  pueblo 
español  con  la  silla  apostólica ,  abrillanta  más  la  dignidad  que  recibo, 
dejándome  para  siempre  obligado  á  la  alta  merced  que  V.  M.  me  dis- 
pensa. Y  no  poco  se  acrecienta  mi  satisface  iÓ7i  al  considerar  que  soy  el 
primero  á  quien  otorga  V.  M. ,  como  Reina  Regente  de  España ,  este 
inapreciable  hoitor ; porque  conozco  las  eminentes  prendas  que  adornayí 
á  vtiestra  augusta  persona,  é  ilustran  este  regio  alcázar,  donde  la  no- 
bilísima figura  de  V.  M.,  eti  su  doble  carácter  de  madre  y  de  Reina,  se 
levanta  como  ángel  tutelar  de  un  gran  pueblo  que,  por  hidalgo  y  gene- 
roso, sabe  respetar  y  admirar  el  valor,  la  nobleza  y  la  virtud. 

y>Dígnese  V.  M.  aceptar  el  homenaje  de  mi  profundo  aoradeci- 
miento  por  tan  insigne  favor^  que  grabado  en  ffii  alma,  con  el  recuerdo 
de  sus  bondades ,  me  obligará  á  dirigir  al  cielo  constantes  y  fervientes 
votos  por  la  felicidad  del  augusto  ahijado  de  León  XIII,  de  V.  M.  y  de 
toda  la  Real  familia,  deseando  vivamente  que  llegue  el  día  en  que  ese 
hijo  del  dolor  sea  prenda  de  verdadero  consuelo  de  una  madre  ejemplar 
y  glorioso  fruto  de  la  sabiduría  de  una  Reina  digna  del  pueblo  español.» 


LA  ROSA  DE  ORO 


í 


LAROSA  DE    ORO 


Copia  de  la  que  S.S.  León  XIII  dedicó  á  S.M  ja  Reina  Regente  de  España 
D^Maria  Cristina  de  Hapsburgo-Lorena 


lit  A  Foruny-Siráa  Ingraciz  S  Kairii. 


FAIYIILIA    REAL 


(FütogiiifHi  do  D.  Fernando  Debiis.) 


S.  M.  la  Reina  Doña  Isabel  II. 


DAMAS  DE  S.  lYI.  LA  REINA  REGENTE 


(Cuidni  úr  Niíanund '.— Fot.o.:r;iíia  do  D.  Feniamlo  Dcliiiís. 


Excma.  Sra.  Duquesa  de  Osuna, 
Condesa  Duquesa  de  Benavente. 


(Fechn  del  nombramiento:  17  de  Octubre  de  1880.) 


DAIYIAS  DE  S.  M.  LA  REINA  REGENTÉ 


(Fotoi;rafia  de  Olio. 


PaEX.X»'^ 


Excma.  Sra.  Duquesa  de  Berwick  y  de  Alba, 
Condesa  de  Siruela. 


(Fecha  del  nombramiento:  17  de  Octubre  de  i88o. 


I 


LA  VIRGEN  MILAGROSA 


(según  san  lucas 


1 


BASÍLICA    DE    SAN    PEDRO 


VISTA  TOMADA  DESDE  EL  PÓRTICO,  AL  LADO  DE  LA  SACRISTÍA 


(De  la  magnifica  obra  titulada  Rotna,  por  Mr.  Francis  Wey, 

propiedad  de  la  acreditada  tibreria  de  Hachette  y  C.*,  de  París.  De  la  misma  son  las  reducciones 

de  los  gn''3bados  de  las  vistas  del  Coro  de  San  Pedro,  del  Pórtico  de  San  Juan  de  Letráa 

y  de  Santa  María  la  Mayor.) 


PRELIMINAR 


s  de  creer  que  en  los  tiempos  cuyas  me- 
morias el  tiempo  ha  iilo  borrando,  la  más 
hecliicera  de  las  flores  no  careciese  de 

'^'^  sentido  emblemático;  porque  no  es  de 
creer  que  haya  habido  país,  región  ó  comarca.,  pal- 
mo de  tierra,  en  que  aquella  maravilla,  cuyas  hojas 
son  versos,  y  versos  divinos,  no  haya  dado,  á  la  re- 
ligión, un  concepto  alegórico;  á  la  poesía,  las  más 
risueñas  y  delicadas  inspiraciones. 

Esto,  se  dirá,  es  la  hipótesis  de  un  entendimien- 
to enamorado  de  la  lR.osa.  Sí;  pero  como  podemos 
razonar  nuestra  hipótesis,  ésta  no  será  entonces 
una  oblación  á  los  delirios,  á  la  fantasía,  sino  una 
verdad  probable. 

Se  asegura,  que  la  primera  huella  de  la  planta  del 
hombre  sobre  la  tierra  apareció  en  la  India,  cuna 


—  2  — 

de  todas  las  tradiciones  primitivas,  de  todas  las 
ciencias;  pero  ¿las  ruinas,  las  inscripciones,  los  ma- 
nuscritos de  tan  extensa  región,  dieron  ya  las  luces 
necesarias  para  afirmar  ó  negar,  en  puntos  concre  - 
tos,  sin  que  sujete  la  lengua  el  frenillo  de  la  duda? 

Para  que  la  importación  científica  de  los  primiti- 
vos sistemas  filosóficos,  de  las  creencias  religiosas, 
de  las  costumbres  civiles,  hubiese  llegado  hasta 
nosotros  indeficiente;  sin  prejuicios  desvelados  por 
rivalidades  étnicas;  impuestos  por  temores  supers- 
ticiosos, ó  aceptados  por  la  nimia  credulidad,  indis- 
pensable era  que  la  ciencia  hubiese  invertido,  con 
respecto  al  país  bañado  por  las  sagradas  corrientes 
que  dieron  jugo  á  las  flores  del  Paraíso,  las  diez  y 
ocho  centurias  de  lenta  reflexión,  de  sereno  estudio 
que  invirtió,  antes  de  poder  exclamar,  dando  verda- 
des macizas:  «¡Esta  fué  Grecia!  ¡Este  fué  Egipto!» 

Y  porque  esto  así  no  ha  sido  ni  es,  ¿podrá  asegu- 
rarse que  allí  donde  se  moldearon  las  primeras  ins- 
tituciones sociales;  donde  se  vio  coronada  la  natu- 
raleza; donde  se  entonó  el  primer  himno  de  la  tierra 
al  cielo,  la  flor  á  que  consagramos  estas  líneas  no 
asociaba  ninguna  idea  enaltecedora,  no  era  signo 
emblemático  en  el  templo  ni  en  el  hogar? 

Imposible  para  nosotros  convertir  la  duda  en  cer- 
tidumbre. En  este  punto,  el  santo  y  seña  de  los  in- 
dianistas  cuyos  libros  hemos  hojeado,  es  la  palabra 
silencio. 


Mas,  porque  CíiUaron,  ó  porque  deficientes  fueron 
nuestras  investigaciones,  ¿fuerza  es  convenir  en  que 
lo  desconocido  ni  existió  ni  existo?  Se  dirá:  «Tal  vez 
exista;  pero  mientras  no  se  conozca,  será  igual  ó  lo 
mismo  que  si  no  existiera.»  Estas  matemáticas  del 
raciocinio  no  son  tan  absolutamente  exactas  como 
aquellas  cuyas  operaciones  precisan  los  números. 

El  silencio  es  á  veces  modestia  (virtud  peregrina): 
casi  siempre  ignorancia;  pero  nunca  jamás  prueba 
de  que  no  haya  habido  ó  hayc.,  lo  que  se  busca. 

Como  el  antiguo  filósofo  á  quien  traía  desasosega- 
do el  saber  de  su  no  saber,  así  nos  vemos  nosotros, 
después  de  consultar  libros  referentes  á  una  civili- 
zación que  está  sepultada  entre  el  polvo  de  sus 
ruinas;  después  de  encontrar  en  los  diseminados 
vestigios  de  su  inmenso  sepulcro,  aquí  una  letra, 
allí  otra  y  algunas  más,  siempre  aisladas,  viendo 
que,  al  reunirías,  por  sorprendente  combinación, 
daban  la  pavorosa  advertencia,  que,  muchos  siglos 
después,  trazó  la  acerada  pluma  del  poeta  florenti- 
no: Lasciate  ogni  speranza. 

Y,  con  todo,  insistimos  en  creer,  que  no  desaira- 
ron su  propio  entendimiento  los  poetas  ni  los  filó- 
sofos de  la  primera  edad  del  mundo,  desdeñando 
el  auxilio  encantador,  las  ideas  que  engendran  las 
Rosas,  para  que  de  éstas,  en  los  pensamientos  re- 
presentados por  signos  convencionales,  la  preteri- 
ción fnese  absoluta. 


—  4  — 

Durante  el  misterioso  génesis  de  hi  vida  social  de 
un  pueblo  esencialmente  contemplativo,  absorto 
siempre  ante  el  majestuoso  espectáculo  de  la  natu- 
raleza, ¿en  su  teología,  en  sus  ritos,  liturgias,  him- 
nos, epopeyas,  versos,  literatura...  nada  de  sentido 
simbólico,  ni  en  ningún  otro  sentido,  para  la  más 
risueña  maravilla  de  la  creación?  Pocos  lo  afirma- 
rán. Esto  dice  un  pensador,  y  aunque  se  le  dé  res- 
puesta, contradictoria,  no  olvidemos  que  el  pensador 
tiene  algo  de  adivino  con  respecto  á  lo  pasado,  como  de 
p>rofeta  con  respecto  á  lo  porvenir. 

Que  el  genio  asiático  recurrió  á  determinadas  ño- 
res para  expresar  su  simbolismo  teogónico,  lo  prue- 
ba un  texto  del  AgrouchadaParikchai,  obra  en  (^ne 
se  discurre  acerca  de  las  ciencias  ocultas,  y  que  con- 
tiene numerosos  comentarios  del  Atharva-  Veda. 

En  dicha  obra  se  halla  explicado  el  simbolismo 
de  la  ílor  de  Loto,  ó  azucena  de  los  estanques,  que 
reviste  en  la  India  carácter  sagrado,  no  habiendo 
sacrificio  en  las  pagodas,  ni  ceremonia  particular, 
bien  porque  se  celebre  un  casamiento,  bien  porque 
nazca  una  criatura,  en  (]ue  la  mencionada  planta 
deje  de  tener  altísima  representación.  Como  que 
fué  llamada  madre  de  los  dioses  y  de  los  hombres. 

También  á  la  hierba  Darha  se  tributaba  culto 
religioso,  porque,  según  los  Bracmanes,  posee  la 
virtud  de  puriticarlo  todo. 

De  la  Rosa,  no:  de  su  color,  origen  del  adjetivo 


o   — 


róseo,  se  habla  en  el  Naramedha,  ó  sacriñcio  de  la 
creación,  que  también  se  llama  Sarva-ivedha  ó  sacri- 
ficios á  todas  las  fuerzas  de  la  naturaleza. 

El  Bracma,  después  de  las  abluciones  matinales, 
de  cara  al  sol  naciente,  ofrece  el  sacrificio  á  Nara- 
medha, ó  sea  al  germen  creador,  y  entre  las  oracio- 
nes que  pronuncia,  se  encuentra  la  Adoración  á  los 
ocho  puntos  del  mundo:  siendo  el  séptimo:  Adora- 
ción á  Kouvera  al  Norte,  que  lleva  el  Trissoula  (1) 
á  quien  el  color  róseo  ó  de  rosa  está  dedicado,  y  cuyo 
emblema  es  el  caballo. 

Para  encontrar  á  la  Rosa  influyendo  poderosa- 
mente en  la  evolución  lírica  y  progresiva  de  las 
ideas,  hemos  tenido  que  salir  de  Asia  y  entrar  en 
África,  en  la  tierra  que  destila  ámbar  y  mirra;  en  la 
península  más  grande  del  orbe,  á  la  que  llaman  los 
griegos  Livia,  y  los  latinos  África.  Cuando  las  emi- 
graciones orientales  le  llevaron  sus  elementos  civi- 
lizadores, en  Egipto,  única  parte  de  las  tétricas  so- 
ledades que,  como  dice  un  insigne  literato,  tiene  re- 
presentación en  los  anales  civiles,  la  Mosa  se  vio  enal- 
tecida por  los  inspirados  autores  del  prodigioso  li- 
bro que  contiene  el  Antiguo  y  el  Nuevo  Testamento. 


(l)  El  indianista  á  quien  consultamos  dice,  que  todas 
las  armas  que  se  mencionan  en  esta  invocación  perte- 
necen á  escudos  fantásticos,  símbolos  de  astronomía  que 
no  ha  podido  descifrar. 


6   — 


Más  tarde,  Grecia;  después,  Italia...  to'los  los  pue- 
blos, sin  escucharse  los  unos  á  los  otros,  y  todos  por 
sincronismos  frecuentes  en  la  historia  de  la  huma- 
jiid;id,  concibiendo  á  un  tiempo  ideas  similares,  lle- 
varon la  Rosa  á  sus  mitos  religiosos,  á  sus  teolo  - 
giíXtí  simbólicas,  á  sus  varias  literaturas.  Desde  la 
abstracción  del  más  pudibundo  y  virginal  recato, 
hasta  lo  que  debe  ignorar  la  inocencia,  todo  halla 
velo  apropiado  en  la  Rosa:  tupido,  ó  de  sentido  pro- 
miscuo, cuado  así  conviene;  transparente  y  diáfano, 
para  que  el  concepto  deleite,  cuando  así  bace  al  so 
tádico  propósito  del  escritor  cuya  pluma  no  detie- 
nen los  respetos. 

Necesario  fué  que  la  naturaleza,  triunfante  en 
Asia,  se  viese  destronada;  que  el  culto  al  fuego,  más 
tarde  rendido  al  Sol  y  á  los  planetas,  dejase  de  pres- 
tar calor  á  las  ideas  religiosas  de  los  persas;  que  la 
esñnge,  el  anubis  y  los  dioses  cinocéfalos  cayesen 
destrozados  para  sepultarse  entre  las  ardientes  are- 
nas de  África;  que  la  doctrina  esotérica  de  los  pri- 
vilegiados sacerdotes  egipcios,  que  á  más  del  sabéis - 
mo  (1)  comprendía  el  fetiquismo  (2),  perdiera  su  de- 
gradante virtualidad;  que  en  aquella  parte  del  mun- 


(1)  Antigua  religión  que  profesaban  los  adoradores 
del  fuego,  del  Sol  y  de  los  astros. 

(2)  Culto  dado  á  los  objetos  materiales,  no  sensibles, 
considerados  como  dioses. 


do  bloqueada  por  las  movibles  olas  que  siempre 


conservan  colores  etéreos,  bajase  el  hombre  del 
áureo  pedestal  que  se  había  levantado  para  su  pro- 
pia adoración;  que  saltaran  las  cuerdas  de  la  lira 
de  Orfeo;  que  Italia  hiciese  enmudecer  el  caramillo 
de  Pan  y  arrojase  del  Capitolio  al  Júpiter  heredero 
de  los  atributos  del  Bracma  de  la  India;  que  se  pu- 
rificasen las  aguas  del  Tíber  con  las  del  Jordán..., en 
una  palabra,  que  los  dioses  de  la  soberbia,  según  la 
feliz  expresión  de  un  omniscio  literato,  fuese  reem- 
plazado por  el  Dios  de  la  humildad,  por  el  único,  por 
el  verdadero  Dios,  sin  que  pueda  tolerarse  sobre  este 
j)unto  controversia  de  ningún  género;  necesario  fué, 
repetimos,  que  todo  esto  fuese,  para  que  la  más  ga- 
llarda flor  con  que  se  engalanan  las  estaciones  del 
año,  y  señaladamente  la  primavera,  alcanzase  la 
apoteosis  con  que  el  Cristianismo  la  divinizó. 

¿Cómo?  Dando  su  nombre,  no  á  un  mito  más  ó 
menos  fantástico,  ingenioso  ó  poético;  sí,  á  una  rea- 
lidad, que  por  ser  tan  privilegiada,  infunde  el  sen- 
timiento de  la  fe  católica,  hasta  en  los  ánimos  don- 
de la  ciega  rebelión  contra  el  dogmatismo  cristiano 
sea  más  fogosa. 

¿Cuándo?  Cuando  en  las  invocaciones  litúrgicas 
de  nuestra  Santa  Iglesia,  María,  la  jNIadre  amorosa 
que  en  sus  virginales  entrañas  dio  inmaculado  al- 
bergue al  Unigénito  del  Altísimo,  fué  llamada  Rosa 

MÍSTICA. 


Esta  frase  es  nii  poema. 

Nunca  más  bello  el  simbolismo  de  la  reina  de  las 
flores,  que,  cuando  consagrada  por  la  divina  reli- 
gión del  Crucificado,  vio  extremarse  con  insupera- 
ble grandeza,  la  de  su  natural  liermosura. 

Terminado  este  breve  Preliminar,  de  ajenos  he- 
rrenales, vamos  á  espigar  lo.  más  sazonado,  para 
que,  sin  tedio,  nuestros  lectores  satisfagan  su  cu- 
riosidad, y  para  que  se  cumpla  el  propósito  de  los 
redactores  de  esta  Guía. 


< 


í¿5 
< 


N  la  cuarta  Dominica  de  Cuaresma,  que  es 
cuando  la  Ig*lesia  canta  el  oficio  Lcetare  Hie- 
j^J^  rusalem...,  palabras  con  que  el  más  elocuen- 
/'■^  te  de  los  profetas,  Isaías,  se  dirig-ió  á  la  an- 
tig"ua  Salem  (1).  es  costumbre  inmemorial,  que  el  Pa- 
dre común  de  los  fieles  concurra  á  la  basílica  de  San 
Pedro,  y  en  la  capilla  nombrada  Sacristía  Pontificia, 
acompañado  de  todos  los  Cardenales  y  de  dos  Asis- 
tentes Mayores,  revestidos,  de  los  cuales  uno  tiene  la 
Rosa  en  la  mano  y  otro  el  ceremonial  de  la  función, 
bendiga  la  flor,  rodándola  con  ag-ua  bendita,  mien- 
tras pide  á  Dios,  que  donde  quiera  que  llegase  y  estuviese 
aquella  Rosa,  haya  paz,  tranquilidad  y  pureza  y  limpieza  de 
alma.  Después  de  las  oraciones  litúrg-icas  toma  el  Pon- 
tífice la  Rosa  y  la  lleva  al  altar  mayor,  sig-uiéndole 


{1}  Salpm  (ciudad  de  paz).  Se  le  antepuso  la  palabra  griega  /tie- 
ros  fsagrado)  y  se  formó  aquella  con  que  se  designa  á  la  que  fué 
capital  del  pueblo  judio:  Hierusalem  (ciudad  sagrada).  Jerusalem. 

* 


—    lU    — 

procesionaliiientc  cuantos  presencian  la  ceremonia. 
Se  dice  la  Misa,  y  terminada,  manda  S.  S.  que  la  flor 
se  guarde,  para  que  sirva  de  presente,  ya  eyilas  bodas, 
ó  ya  en  la  toma  de  hábito  de  alguna  Infanta  ó  persona  real 
católica,  en  cuya  corte,  si  hay  Nuncio,  éste  es  quien  la 
ofrece,  y  si  no,  se  comisiona  á  un  Ableg-ado  para  que 
la  entregue,  con  un  Breve  donde  se  elogian  los  mere- 
cimientos de  la  persona  á  quien  se  distingue  con  el 
valioso  donativo. 

Primero  fué  una  sola  y  sencilla  flor  de  oro  teñi- 
da de  color  de  rosa.  Luego,  suprimido  este  color, 
ostentaba  en  su  centro  un  magnifico  rubi,  y  proba- 
blemente después  del  pontificado  de  Sixto  IV  (si- 
glo xv),  se  compuso,  como  hoy  se  compone,  de  un 
ramo  con  espinas  y  varias  rosas,  entre  las  que  sobre- 
sale una  de  mayor  tamaño,  en  la  que  el  Papa,  al  ben- 
decirla, pone  bálsamo  y  almizcle. 

El  pedestal,  en  un  principio,  era  también  de  oro. 
después  de  plata  sobredorada,  y  su  forma  triangular, 
cuadrada  ú  octógona.  Entre  las  diferentes  labores 
que  lo  embellecen  suele  grabarse  alguna  inscripción 
y  el  escudo  del  Pontífice  que  lo  regala. 

Varios  son  los  sucesores  de  San  Pedro  en  cuyas 
Cartas  enseñan,  que  el  mencionado  ramo,  ó,  más  con 
cretamente,  la  Eosa,  significa  y  declara  á  nuestro  Re- 
dentor, el  cual  ha  dicho:  «Yo  soy  la  flor  del  campo 
y  el  lirio  de  los  valles.»  El  precioso  metal  de  que  está 
formada,  indica  que  Jesucristo  es  Rey  de  los  Reyes  y 
Señor  de  los  Señores,  cuyo  profundo  sentido  dieron  á 
entender  los  Magos  cuando,  como  á  Rey.  le  ofrecie- 
ron el  oro.  El  fulgor  y  alto  precio  de  este  metal  y  las 
piedras  que  en  la  Rosa  brillan,  vienen  á  ser  como  la  luz 
inaccesible  en  que  habita  el  que  es  luz  de  luz  y  Dios 
verdadero.  Los  perfumes  que  en  ella  vierte  el  Sumo 
Sacerdote  representan  la  invisible  esencia,  la  gloria 


LA   MADONA  (Bolonia) 


SANTÜABIO  DONDE  SE  VENERA  LA  VIRGEN  DE  SAN  LUCAS. 


(De  fotografía  remitida  por  el  ¡lustrado  Rector  del  Real  Colegio  de  San  Clemente, 
D.  Antonio  Gómez  Tortosa.) 


de  la  resuiTcccióii  de  Jesucristo,  que  fué  de  espiri- 
tual alegría  para  todo  el  mundo,  juies  con  ella  termi- 
nó el  corrompido  ambiente  de  las  antigfuíis  culpas,  y 
por  todo  el  universo  se  esparció  el  suave  nroma  de  la 
divina  g-racia.El  color  rosado  de  que  antes  se  tenia,  re- 
presentaba la  Pasión  de  Jesucristo.  Las  espinas  ofre- 
cen la  santa  enseñanza  de  que  en  las  es})inas  di-l  dolor 
puso  el  Mártir  del  Calvario  todas  sus  delicias,  y  re- 
cuerdan aquella  corona  que  ensang-rentó  sus  sienes.» 
Por  último,  como  dice  un  estimable  escritor  coetá- 
neo (1).  si  en  la  Bom  purpúrea  se  personificó  el  fuego  ar- 
diente y  la  celeste  antorcha  del  amor  divino  del  Hijo  de  Dios, 
hecho  hombre  y  Redentor  del  género  humano,  en  la  de  péta- 
los blanco"^  y  nacarados ,  comí  el  ampo  de  la  nieve,  encarnó 
la  sublime  idea  de  la  ¡pureza  inmaculada  de  su  Santísima 
Madre  y  Virgen,  desde  el  primer  instante  de  su  concepción 
milagrosa. 

Las  investig-aciones  eruditas  para  ñjar  con  exacti- 
tud la  fecha  en  que  se  instituyeron  la  bendición  y 
entreg"a  de  la  Rosa  de  oro,  siempre  resultaron  inútiles. 

Los  escritores  franceses  no  dicen  nada  que  alcance 
más  allá  del  1366.  año  en  que  Urbano  V  envió  á  Jua- 
na I,  Reina  de  Sicilia,  la  dádiva  mencionada. 

Hay  quien  da  por  cierto  que  los  Sumos  Pontífices 
vienen  bendiciéndola  anualmente  desde  el  sig'lo  v; 
pero  en  el  opúsculo  que  corre  sin  nombre  de  autor  (2) 
y  que  lleva  por  título  La  Rosa  de  oro  enviada  por  la  San- 
tidad de  Pío  IX  á  S.  M.  la  Reina  Doña  Isabel  II...  encon- 
tramos las  sig'uientes  líneas,  inspiradas  en  lo  que 
diceMoroni  (T.  LIX,  pág-s.  113-115):  «Más  allá  del 


(1)  Pérez  (le  Guzmán  (D.  JuanK  Caticionero  de  la  Rosa...  Madrid, 
M.  TeUo,  1891.  Uos  tomos  en  8."— Tomo  I,  págs.  29  y  30. 

(2)  Sabemos  positivamente  qne  fué  escrito  por  D.  Severo  Cata- 
lina, y  asi  consta  en  el  índice  de  libros  impresos  de  la  Biblioteca 
particular  de  S.  M. 


—   13   ~ 

siglo  XII,  y  tratándose  de  Pontífices  anteriores  á  Ino- 
cencio III,  no  son.  en  verdad,  muy  claros  y  termi- 
nantes los  datos  que  se  pueden  aducir.»  [Para  fijar  la 
época  en  que  alg-ún  Pontífice  estableciera  la  costum- 
bre de  bendecir  el  donativo  sag'rado.] 

«Josefo  Bona-Fides.  en  sus  escritos  sobre  el  ponti- 
ficado de  Nicolao  Mag-no,  apunta  la  idea  de  que  en  el 
año  de  1051,  con  ocasión  de  premiar  servicios  emi- 
nentes de  Luis  Ursino,  el  Papa  San  León  IK  concedió 
á  aquella  ilustre  familia  una  Rosa,  y  dispuso  por  un 
decreto  especial  que  todos  los  años  en  la  Pascua  Flo- 
rida se  bendijese,  para  ella,  una  rosa,  si  bien  después 
fué  destinada  á  otros  mag-nates  y  Reyes;  pero  como 
aquel  historiador  apoyara  sus  noticias  en  la  fe  y  pa- 
labra de  un  paneg-irista  de  la  familia  de  Ursino,  y 
como,  por  otra  parte,  ni  en  la  vida  de  San  León  IX. 
ni  en  los  documentos  de  su  tienipo  se  hace  mención 
de  la  Rosa  ni  del  diploma,  lícito  es  poner  en  duda  la 
certeza  de  aquellas  aseveraciones,  y  forzoso  el  resig*- 
narse  ano  descubrir  punto  alg-uno  de  perfecta  clari- 
dad en  la  investig'ación  de  que  se  trata.» 

Dícese  por  otros  eruditos,  que  lo  que  en  el  pontifi- 
cado de  León  IX  se  vislumbra  pertinente  ala  historia 
de  la  Rosa  de  oro,  es  la  fundación  de  insig-ne  monaste- 
rio en  la  ciudad  de  Benevento,  con  la  cláusula  de 
oblig'ar  á  las  monjas,  á  cambio  de  g-randes  privile- 
gios é  inmunidades,  á  pag^ar  todos  los  años  á  la  Ig'le- 
sia  Romana,  ó  la  Rosa  de  oro  que  había  de  bendecir  el 
Pontífice  en  la  Dominica  cuarta  de  Cuaresma,  ó  bien 
la  cantidad  de  oro  que  en  la  hechura  de  la  Rosa  se 
empleara.  Pero,  aun  dado  el  valor  que  realmente  me- 
rezca esta  apreciación,  que  se  apoya  en  la  poco  defi- 
nitiva autoridad  de  un  libro  de  censos,  que  al  propó- 
sito se  cita,  bien  es  de  notar  que  en  el  reinado  de 
Carlomagmo  y  de  aquellos  otros  g-randes  Reyes  que 


—    14   — 

tanto  defendieron  los  derechos  de  la  Iglesia,  que  ro- 
dearon el  poder  de  la  Santa  Sede  con  el  prestig-io  de 
su  autoridad  y  con  el  valeroso  anlparo  de  sus  armas, 
no  se  liag-a  mención  alg-una  de  la  Rosa  bendita,  como 
premio  á  la  piedad  de  los  Reyes  y  al  heroísmo  de  los 
g*uerreros. 

Tiénese  por  menos  imperfectamente  averií^-uado 
que  á  fines  del  sig'lo  xi  fué  cuando  la  Rosa  de  oro, 
€uya  bendición  en  cada  año  probablemente  se  re- 
monta á  los  tiempos  más  antig*uos.  empezó  á  ser  ob- 
jeto de  señalado  obsequio  y  preciosísimo  don  de  par- 
te del  Pontífice  á  los  g-randes  de  la  tierra.  En  el  año 
de  1096,  Urbano  II,  después  de  la  celebración  del 
Concilio  de  Tours,  en  que  confirmó  los  acuerdos  del 
do  Clermont.  relativos  á  la  primera  Cruzada,  reg*aló 
á  Fulcón,  Conde  soberano  de  Ang-ers  (1),  la  Rosa  de 
oro.  Es.  pues,  inútil  (añade  el  Sr.  Catalina  de  acuer- 
do con  Moronii  remontarse,  como  algunos  quieren,  al  si- 
glo V,  y  mucho  menos  á  los  ayiteriores,  interpretando  para 
ello  palabras  de  los  Romayios  Pontífices  de  aquellos  tiempos 
primitivos  de  la  Iglesia,  que  en  manera  alguna  revelan  el 
origen  ni  la  costumbre  del  envío  de  ¡a  Rosa,  por  más  que, 
á  la  vez,  iam¡)Oco  haya  motivo  para  negar  la  antiquísima 
i'ostumbre  de  la  bendición. 

La  insistencia  misma  con  que  uno  y  otro  Pontífi- 
ce, á  contar  desde  el  sig'lo  xii.  explican  y  analizan  en 
variíis  cartas  y  documentos  preciosísimos  la  sig-nifi- 
cación  m.ística  de  la  Rosa  de  oro,  y  los  muy  altos  sen- 
tidos que  en  sí  encierra,  inducen  á  creer  que.  si  era 
íintig'uo  y  de  tradición  inmemorial  el  acto  de  la  ben- 
dición, no  lo  era  tanto  el  de  la  entrega  ó  remisión  á 
los  Príncipes  conquistadores  y  poderosos  de  la  tierra. 


(1)      Ciudad  me  novrt ble  por  las    Cwiferenci  ¡s   nun  ales   celebradas 
•en  los  años  1713  y  17U. 


—    15   — 

Puede  aplicarse  á  este  punto  interesante  de  la  his- 
toria de  la  Bosa  de  oro,  la  muy  juiciosa  observación 
de  nuestro  insig-ne  escritor  el  P.  Siglienza,  que.  al 
dar  noticia  de  la  entrega  de  la  espada  y  el  sombrero- 
á  un  Príncipe  español  en  el  Real  Monasterio  de  San 
Lorenzo,  dice,  á  propósito  de  esta  también  antiquí- 
sima y  veneranda  ceremonia:  «No  hallo  el  principio 
y  orig-en  della.  ni  los  que  tratan  destas  ceremonias- 
lo  dicen;  donde  sospecho  que  es  cosa  muy  antig-ua, 
y  que  la  usaron  aquellos  santos  Pontifíces  que  se  si- 
g"uieron  después  del  Concilio  Niceno  y  de  San  Sil- 
vestre.» 

Deben,  pues,  coincidir  con  el  principio  de  las  na- 
cionalidades que  brotaron  á  la  caída  del  Imperio;  con 
el  g'eneroso  arranque  de  los  Príncipes  y  g'uerreros. 
que  en  los  sig-los  medios  pelearon  por  la  integridad 
de  la  fe  y  por  la  independencia  de  la  Santa  Sede,  el 
impulso  de  los  Pontífices,  y  después  la  costumbre  de 
honrar  con  la  Rosa  bendita  en  el  altar  por  las  manos- 
del  Gran  Sacerdote  en  un  día  determinado,  á  aque- 
llos varones  esclarecidos  por  el  valor  y  la  piedad,  ó  á 
aquellas  Princesas,  dechado  de  virtudes,  cuyos  nom- 
bres ha  perpetuado  la  Historia  en  sus  más  brillantes- 
pág'inas. 

También  del  opúsculo  citado  transcribimos  lo  que 
sig-ue:  «Gloria  nuestra  es,  que  el  primer  monumento 
verdaderamente  solemne  é  incuestionable,  en  que  no 
ya  sólo  se  dé  cuenta  de  la  bendición  y  entrega  de  la 
Rosa,  sino  que  se  explique  su  sentido,  sea  dirigido  á 
un  Rey  de  Castilla,  preclaro  por  sus  hazañas,  y  me- 
morable por  su  gloria;  al  gran  Alfonso  YII,  el  Em- 
perador, que  mereció  del  Papa  Eugenio  III,  á  la  mi- 
tad del  siglo  xn,  el  honor  de  la  Rosa  de  oro  acompa- 
ñada con  una  carta,  que  no  por  tratar  en  primer  tér- 
mino de  otro  asunto,  importantísimo  también  para 


10 


nuestra  historia  nacional,  deja  de  ofrecer  vivo  inte- 
rés por  lo  que  se  refiere  á  la  Rosa  de  oro>>  (1). 


II 


Este  donativo  de  los  Pontífices  no  tuvo  siempre 
una  sola  aplicación,  ni  siempre  fué  necesaria  la  alte- 
za de  la  estirpe  en  el  sujeto  que  lo  recibiera. 

Los  Papas,  sin  determinar  cuáles,  dice  Moroni,  en- 
viaron dos  Rosas  de  oro  á  la  archibasüica  Lateranense; 
dos  al  Santuario  de  Sancfa  Santorum;  cuatro  ó  cinco  á 
la  patriarcal  hasüka  Vaticana;  dos  á  la  patriarcal  basíli- 
ca Liberiana,  y  una  ala  ig'lesia  de  la  Arcliicofradía  del 
Gonfalone  (2),  otra  á  la  de  Santa  María  sopra  Miner- 
va (3)  y  otra  á  la  de  San  Antonio  de  los  Portugueses;  pero 
desgfraciadamente,  por  las  vicisitudes  de  los  tiempos, 
ninguna  de  estas  Rosas  se  conserva. 

En  la  Historia  Pontifical  y  CatJioUca...  del  Dr.  Gonca- 
lo  de  Illescas...  Madrid,  M.D.LXXVIII....  seg-unda 
parte,  fol.  67,  cois.  3.^  y  4.a,  se  lee  que.  por  haber  la 
ciudad  de  Bohemia  vuelto  al  gremio  de  la  Iglesia  ca- 
tólica, el  Papa  Eugeyíio  (IV)  embió  al  Emperador  (Segis- 
mundo) sus  Embaxadores  co  la  Rosa  de  oro... 

También  se  sabe,  que  Inocencio  IV  la  entregó  per- 


(1)  En  el  opúsculo  se  lia  publicado  el  texto  íntegro  de  esta 
carta,  ea  latín  y  en  castellano. 

(2)  Gonfalonero  de  la  iglesia  es  el  protector  que  los  Papas  esta- 
blecieron en  algunas  ciudades  de  Italia,  durante  la  lacha  de  la 
Santa  Sede  con  los  Emperadores. 

(3)  Minerva :  Arclncofradía  del  Santísimo  Sacramento  ,  insti- 
tuida por  Fr.  Tomás  Stella,  dominico,  y  fundada  en  Santa  María, 
Sobre  Minerva,  en  Roma,  el  año  de  1539.  Su  objeto  principal  es  cui- 
dar del  culto  exterior  que  se  debe  á  Jesús  sacramentado. 


,1*; 


V2 


—  17   — 

sonalmente  á  la  ig"lesia  de  Lijon  (1);  que  Pío  II  la  re- 
mitió á  Sena;  Sixto  IV,  á  Savona;  Julio  II,  á  la  basílica 
de  Santa  María  la  Mayor;  Julio  III,  á  la  imag-en  de  la 
Virg-en  María  pintada  por  San  Lucas;  Pío  IV,  á  la 
ciudad  de  Luca;  Pío  V,  á  la  imag-en  del  Salvador  que 
se  venera  en  la  Scala  Santa ;\GvQgoño  XIII,  á  la  Re- 
pública de  Venecia,  y  á  la  ig-lesia  de  Loreto;  Sixto  V, 
también  á  la  ig*lesia  de  Loreto;  Clemente  VIII,  á  San- 
ta María  Supra-Mínervam ;  Paulo  V,  á  la  basílica  de 
San  Pedro  del  Vaticano,  y  á  la  Virg^en  pintada  por  San 
Lucas,  y  Urbano  VIII,  á  dicha  basílica  y,  como  Pío  V, 
á  la  imag-en  del  Salvador,  que  se  custodia  en  la  Scala 
Santa. 

Pocas  veces,  no  obstante,  han  dejado  de  ser  de  re- 
g-ia  estirpe  las  personas  á  quienes  se  hiciera  la  bendi- 
ta ofrenda.  Concretándonos  á  España,  en  testimonio 
de  sing-ular  estima  y  paternal  afecto,  la  recibieron: 

Alfonso  VII,  el  Emperador  (2).— Ofrecida  por  Eu- 
genio III,  al  mediar  el  sig-lo  xri. 

D.  Juan  II  de  Castilla. — Por  Eug-enio  IV  (1435). 

Alfonso  V  de  Arag-ón.  el  Magnánimo  (3). — ¿Por  Ni- 
colás V?  ¿Por  Calixto  III? 


(1)  Esta  ciudad  es  célebre  por  los  dos  Concilios  generales  cele- 
brados en  ella,  y  por  hiber,  también  en  ella,  comenzaio  la  obra 
de  la  Propagación  de  la  Fe. 

(2;  El  Sr.  Pérez  de  Gnzcnán,  en  la  Introducción  de  su  ya  citado 
Cancionero,  dice  fpág.  28)  que,  «desde  Honorio  III,  vino  la  conde- 
coración mística  á  enaltecer  en  España  á  Alfonso  VIII,  el  de  las 
iVjvav».  El  error  es  evidente.  Alfonso  VIII,  el  de  tas  Navas,  murió 
el  año  de  1211,  y  Cencio  Savelli,  Canónigo  de  San  Agustín,  no  fué 
elevado  á  la  Sede  Apostólica,  tomando  el  nombre  de  Honorio  III, 
hasta  el  de  1216. 

(3)  El  mismo  autor  (obra  y  página  citadas;:  «En  1460,  bajo 
Pío  II  (fué  enviada  la  Rosa)  á  Alfonso  V  de  Aragón,  el  romántico 
con  luistador  de  Ñapóles.»  También  el  error  es  evidente.  Alfonso  V 
de  Aragón  murió  en  Ñapóles  el  27  de  Junio  de  1458.  Eneas  Silvio 
ciñó  la  tiara,  con  el  nombre  de  Pío  II,  el  20  de  Agosto  de  dicho  año. 

* 


—  18  — 

D.  Iñigo  López  de  Mendoza,  primer  Marqués  de 
Mondéjar.— Por  Inocencio  VIII  (1486). 

La  Reina  Católica  Doña  Isabel  I  (I).— Por  Alejan- 
dro VI  (1493). 

El  Gran  Capitán  Gonzalo  Fernández  de  Córdo- 
ba (2).— Por  Alejandro  VI  (¿1497?). 

La  Duquesa  de  Alba,  Doña  María  Enríquez,  esposa 
del  Gran  Duque  de  Alba.  D.  Fernando  Álvarez  de 
Toledo.— Por  Paulo  IV  (1558). 

La  Infanta  de  España  Doña  Marg-arita  de  Austria, 
hija  de  Carlos  V. — Por  Gregorio  XIII. 

La  Reina  Doña  Isabel  de  Valois,  tercera  esposa  de 
D.  Felipe  II.— Por  Pío  V  (3). 

La  Reina  Doña  Ana  de  Austria,  cuarta  y  última 
esposa  de  D.  Felipe  11. — Por  Pío  V. 

La  Infanta  de  España  Doña  Catalina. — Por  Gre- 
gorio XIV  (1591). 

La  Infanta  de  España  Doña  Isabel. — Por  Clemen- 
te VIII  (1595). 

La  Reina  Doña  Margarita  de  Austria,  esposa  de 
D.  Felipe  III.— Por  Clemente  VIII  (¿1598?). 

La  Reina  Doña  Isabel  de  Borbón,  primera  esposa 
de  D.  Felipe  IV.— Por  Paulo  V  (1618). 

La  Infanta  de  España  Doña  María,  hermana  de 


(1)  otro  error  de  fecha  (obra  y  página  citadas):  «En  1490,  rei- 
nando Alejandro  VI  fel  envió  de  la  Rosa  enalteció  en  España)  á  la 
Reina  Católica  Doña  Isabel  I.»  El  ilustre  español,  natural  de  Játi- 
ba,  de  la  casa  de  Boija,  qtie  figura  entre  los  Pontífices  romanos 
con  el  nombre  de  Alejandro  VI,  no  ocupó  la  Cátedra  de  San  Pedi-o 
hasta  el  11  de  Agosto  de  1492. 

(2)  (Obra  y  página  citadas.)  Se  llama  al  Gran  Capitán  Fernan- 
do González  de  Córdoba.  Del  apellido  se  ha  formado  el  nombre,  y 
viceversa. 

(3)  El  Sr.  Pérez  de  Guzmán  (obra  y  página  citadas)  dice,  que 
por  Gregorio  XIII.  Antes  de  que  este  Papa  lo  fuese,  había  muerto 
la  Eeina  Doña  Isabel  de  Yalois. 


SALAMANCA.  —  Sepulcro  del  Gran  Duque  de  Alba 

Y  DE  su  ESPOSA  DoÑA  MarÍa  EnrÍQUEZ,   Á  QUIEN  PaULO  IV  OFRECIÓ 

LA  Rosa  de  oro.  Figura  ésta  en  el  monumento. 


—  20  — 

D.  Felipe  IV,  Reina  de  Hanf^-ria,  después  Empera- 
triz.—Por  Urbano  VIII  (1630). 

La  Reina  Doña  Mariana  de  Austria,  seg-unda  es- 
posa de  D.  Felipe  IV.— Por  Inocencio  X  (I649J  (1). 

La  Infanta  de  España  Doña  María  Teresa,  hija  pri- 
mog*énita  de  D.  Felipe  IV,  casada  con  el  Rey  de 
Fj-ancia  Luis  XIV. — Por  Clemente  IX. 

La  Reina  Doña  María  Luisa  Gabriela  de  Saboya, 
primera  esposa  del  Rey  de  España  D.  Felipe  V  de 
Borbón. — Por  Clemente  XI  (1701). 

La  Reina  Doña  Isabel  de  Farnesio,  segunda  esposa 
del  Rey  de  España  D.  Felipe  V  de  Borbón.  —Por  Cle- 
mente XI  (1714)  (2). 

Y  llegamos  á  nuestra  época,  y  vemos  con  org-ullo 
que,  después  de  sigio  y  medio,  los  dones  que  emanan 
del  trono  sacrosanto  de  San  Pedro,  vuelven  á  deposi- 
tarse bajo  el  dosel  augusto  del  de  San  Fernando. 

Pío  IX,  cuya  memoria  siempre  será  venerada,  ob- 
sequió con  la  inestimable  joya  á  S.  M.  la  Reina  Doña 
Isabel  II.  bajo  cuyo  cetro  se  inauguró  en  España  la 
era  de  las  libertades  políticas;  se  fundó  la  monarquía 
constitucional,  resolviéndose  para  siempre  la  cues- 
tión dinástica,  y  se  renovó  la  vida  intelectual  y  mo- 
ral de  nuestra  nación  en  los  puros  manantiales  de  la 
civilización  moderna. 

Por  último,  el  sapientísimo  León  XIII,  en  cuyo 
favor  debiera  la  Providencia  hacer  el  milagro  de  con- 


(1)  No  durante  el  período  de  la  Regencia  de  la  Reina,  conao 
deducirse  puede,  leyendo  lo  que  dice  el  Sr.  Pérez  de  Guznián  (obra 
citada,  pág.  2d),  porque,  con  diez  aüos  de  antelación  á  dicho  periodo 
histórico,  había  dejado  de  exista*  el  piadoso  Inocencio  X. 

(2)  D.  Antonio  de  Castro  y  Casaleiz,  en  su  Guia  práctica  del  Di 
plomático  español  (pág.  583),  menciona  entre  los  favorecidos  con  la 
Rosa  de  oro,  á  Ai.fokso  IX  de  Castilla  y  al  Archiduque  Carlos 
(en  1515),  que  fué  después  Carlos  I  de  España. 


—   21    — 

cederle  vida  eterna,  para  bien  de  nuestra  divina  reli- 
gión, envió  el  precioso  donativo  ala  Aug-usta  Dama, 
á  la  actual  Reina  Reg'ente,  Doña  María  Cristina  de 
Hapsburg-o-Lorena,  cuyos  actos  se  inspiran  siempre, 
con  patrióticos  afanes,  en  todo  cuanto  pueda  conve- 
nir á  los  intereses  de  la  nación  que  rig'e;  que  ha  pa- 
sado por  dolorosas  pruebas,  y  que  con  sus  virtudes, 
como  madre  y  mujer,  y  sus  talentos,  como  reg-ula- 
dora  del  equilibrio  de  los  poderes  del  Estado,  se  ha 
hecho  dueña  del  cariño  y  de  la  confianza  de  los  es- 
pañoles, consolidando  en  el  poder  real  todo  el  ascen- 
diente que  necesita,  para  que  las  discordias  civiles  no 
devoren  el  corazón  de  la  patria. 


III 


Se  da  por  cierto,  que  desde  el  siglo  xvi,  la  Rosa  de 
oro  se  viene  ofreciendo  únicamente  á  las  Princesas 
que  se  han  sentado  en  los  tronos  de  Europa,  y  que 
en  los  últimos  tiempos  y  en  los  actuales  «ofrenda  es 
exclusiva  de  Reinas». 

Como  ya  hemos  dicho,  el  Papa  Clemente  VIH  en- 
vió la  Rosa  á  la  Serma.  Infanta  Doña  Isabel,  estando 
la  Corte  en  Madrid,  el  año  de  1595,  y  de  acuerdo  con 
un  manuscrito,  que  no  suele  ser  raro  en  las  grandes  bi- 
bliotecas, y  que  lleva  el  rótulo  de  «Etiqueta  ó  Cere- 
monial del  Palacio  y  Corte  de  España,  dispuesta  por 
orden  del  Rey  Felipe  IV,  año  de  1647»,  el  acto  se  rea- 
lizó de  la  siguiente  manera: 

5   de  ]?Iayo   de  1595. 

En  dicho  día,  que  fué  cuarta  Dominica  de  Cua- 
resma, antes  de  Misa,  fué  el  Almirante  con  grande 


9  >     


acompañamiento  de  señores  á  la  casa  del  Nuncio  por 
Juan  Francisco  Aldrobandino,  sobrino  de  la  Santi- 
dad de  Clemente  VIII,  que  posaba  con  él,  trujéronle 
en  medio  del  Almirante  y  el  Conde  de  Lemus;  venía 
delante  y  inmediato  á  Juan  Francisco  Aldrobandino 
el  Reverendo  Rasa  (1),  que  llevaba  la  Rosa,  vestido  de 
roquete  (2),  y  detrás  de  Juan  Francisco,  el  Colector: 
llegaron  á  Palacio  y  subieron  á  la  capilla;  habiendo 
hecho  oración  ante  el  altar,  puso  la  Rosa  el  Rasa  en 
medio  del  altar,  donde  estuvo  hasta  el  fin  de  la  Misa, 
y  él  se  quedó  en  la  capilla  sentado  al  lado  ¿el  Evan- 
g*elio  en  el  banco  de  los  Prelados,  después  de  todos 
ellos,  y  allí  aguardó  hasta  que  vino  el  Príncipe  Nues- 
tro Señor. 

En  dejando  la  Rosa  en  el  altar,  Juan  Francisco, 
con  el  acompañamiento,  fué  al  aposento  de  S.  A.,  y 
le  vino  acompañando  en  el  lugar  de  los  Grandes  y 
el  más  inmediato  á  S.  A.,  llevándole  en  medio  el  Al- 
mirante y  el  Duque  de  Medinaceli,  y  también  con- 
currió en  este  día  el  Cardenal  Archiduque  Alberto. 

En  entrando  en  la  capilla,  hechas  las  reverencias 
al  altar  y  á  S.  A.,  Juan  Francisco  se  fué  á  sentar  al 
lado  de  la  Epístola,  donde  le  tenían  puesta  una  silla 
rosa,  más  abajo  de  las  gradas  del  altar,  junto  al  esca- 
ño en  que  se  sienta  el  Preste  y  Diáconos  que  dicen  la 
Misa,  y  delante  un  sitial  cubierto  de  terciopelo  car- 
mesí, y  á  las  espaldas,  debajo  de  la  tapicería,  colgada 
una  alfombrilla  de  oro  más  larga  que  los  tapices. 

Dijeron  la  Misa  los  Capellanes  de  S.  M..  prosi- 
guiéndola hasta  la  oración  Placeat,  y  en  el  sermón 


(1)  En  otras  <;opias,  Rata. 

(2)  Especie  de  sobi'epelliz  que  antiguamente  usaban  tan  sólo  los 
Obispos  y  Abades  mitrados;  pero  que  ahora  la  usan  también  los  de- 
más sacerdotes.  Debe  ser  de  tela  de  lino  ó  cáñam )  blanco. 


—    '^9.    — 


dijo  el  predicador  alg-o  de  la  sig-nificación  y  ceremo- 
nia de  la  llosa,  y  dicha  la  oración  Placeaf,  se  retiró  el 
que  celebraba  con  el  Diácono  y  Subdiácono  al  escaño 
que  está  puesto  á  la  parte  de  la  Epístola. 

Entretanto  se  puso  un  asiento  que  llaman  facistol 
(faldistorio)  (1)  á  la  parte  de  la  Epístola,  para  el  Nun- 
cio Comisario  nombrado  para  este  efecto,  y  se  tuvo 
prevenido  el  amito,  alba,  cruz,  peto,  pectoral,  estola, 
pluvial  y  mitra  preciosa:  salió  de  su  lug-ar  y  subió 
la  g-rada,  y  hechas  las  reverencias  al  altar  y  al  Prín- 
cipe, estando  cubierto  y  vuelto  al  cuerpo  de  la  capi- 
lla, dejó  el  manto  y  la  mitra  y  la  muceta,  sin  decir 
nada,  y  se  sentó  y  lavó  las  manos:  el  Diácono  y  Sub- 
diácono que  estaban  aparejados,  uqo  á  la  mano  de- 
recha y  otro  á  la  izquierda,  le  vistieron  con  el  amito, 
alba  y  cruz,  pectoral,  estola,  pluvial  y  mitra  precio- 
sa, y  habiéndose  mudado  el  facistol  (faldistorio)  á  la 
mitad  del  altar,  se  sentó  el  Nuncio,  vueltas  las  espal- 
das al  altar  y  el  rostro  al  pueblo,  y  el  Diácono  y  Sub- 
diácono se  volvieron  á  su  lugar:  entonces  Juan 
Francisco  hizo  de  nuevo  presentar  el  Breve  apostóli- 
co al  Nuncio  Comisario,  que  estaba  sentado,  como  está 
dicho,  y  Rasa  pidió  que  se  cumpliese  lo  contenido  en 
él,  y  el  Nuncio  ordenó  á  Felipe  Nocelli,  Capellán  de 
S.  M.,  leerlo  en  alta  voz,  estando  todos  sentados. 

Leído  el  Breve,  quedando  los  Embajadores  en  el 
asiento  ordinario,  fué  el  Príncipe  Nuestro  Señor, 
acompañándole  el  Cardenal  Archiduque,  su  tío.  y 
Juan  Francisco,  al  oratorio  secreto  de  S.  M.,  que 
está  debajo  de  la  tribuna  y  á  la  puerta  de  la  capilla, 
recibió  á  la  Señora  Infanta,  que  venía  acompañada 


(i)  Asiento  bajo,  sin  respaldo,  de  que  visan  los  Obispos  en  algu- 
nas funciones.  —  Almohada  donde  el  Papa  se  arrodilla  durante 
ciertas  ceremonias. 


—  24  — 

de  las  Damos  y  Dueñas:  traía  la  falda  una  Dama,  que 
se  llamaba  Jacinta  Yort  (1),  y  el  Príncipe  Nuestro  Se- 
ñor y  el  Cardenal  fueron  con  la  Señora  Infanta,  un 
poco  delante,  hasta  el  altar  donde  estaba  el  Nuncio, 
é  inmediatamente  delante  de  Juan  Francisco.  Entre- 
tanto que  el  Príncipe  Nuestro  Señor  fué  por  su  her- 
mana, el  tapicero  de  S.  M.  y  sus  oficiales  pusieron  un 
paño  de  oro  tendido  en  el  suelo,  que  cubría  las  dos 
gradas  del  altar,  y  el  Nuncio  se  levantó:  dio  una  al- 
mohada el  tapicero  al  Marqués  de  Velada,  Mayordo- 
mo Mayor  de  S.  M.,  el  cual  la  puso  á  S.  A.,  arrimada 
á  la  primera  g-rada  por  el  lado  del  Evang-elio,  y  en 
ella  se  arrodilló  delante  del  Nuncio.  El  Príncipe  Nues- 
tro Señor  se  quedó  detrás  de  su  hermana,  á  la  mano 
derecha:  los  Embajadores  salieron  de  su  banco,  alle- 
g'ándose  un  poco  más  al  altar,  y  allí  estuvieron  en 
pie:  al  otro  lado  del  Evang-elio  estuvo  el  Cardenal  en- 
frente del  Príncipe.  Las  damas,  que  habían  salido  de 
dos  en  dos  detrás  de  S.  A.,  se  arrimaron  al  banco  de 
los  Capellanes  y  Embajadores,  porque  S.  M.,  que  es- 
taba en  el  oratorio,  pudiese  ver  mejor,  y  las  Dueñas  y 
Jacinta  Yort,  que  traía  la  falda,  se  arrimaron  al  lado 
de  la  Cortina;  los  Grandes  se  pusieron  en  sus  bancos. 
El  Diácono,  tomando  la  Rosa  del  altar,  la  dio  á  Rasa, 
que  estaba  al  lado  de  la  Epístola,  y  él  á  Juan  Fran- 
cisco, que  la  puso  en  manos  del  Nuncio  Comisario,  y 
el  Nuncio  la  entregó  á  la  Señora  Infanta,  que  estaba 
hincada  de  rodillas ,  diciendo  las  palabras  acostum- 
bradas, que  son:  Accipe  Rosam...,  etc.  Acabadas  estas 
palabras  y  oración,  la  Señora  Infanta  tomó  la  Rosa 
y  la  besó  como  consagrada  y  la  dio  á  García  Loaisa, 
Capellán  y  limosnero  mayor  de  S.  M.:  S.  A.  se  volvió 


(1)      En  otras  copias,  Jacincurt. 


por  donde  había  salido,  yendo  inmediato  á  las  Per- 
sonas Reales,  García  de  Loaisa  con  la  Eosa,  y  acom- 
pañada de  la  misma  manera  hasta  la  puerta  del  ora- 
torio, donde  estuvieron  el  Príncipe  Nuestro  Señor  y 
su  tío,  hasta  que  entraron  las  Damas,  y  lueg*o  se  vol- 
vieron á  la  Cortina.  Los  Embajadores  se  estuvieron 
en  el  lug'ar  arriba  dicho,  y  entretanto  que  volvía  el 
Príncipe  Nuestro  Señor  al  suyo,  salió  García  de  Loai- 
sa con  la  Eosa  por  la  misma  capilla  y  la  llevó  al  altar 
donde  dicen  Misa  rezada  á  S.  M. 

Vuelto  el  Príncipe  Nuestro  Señor  á  la  Cortina,  se 
levantó  el  Nuncio,  y  apartando  el  facistol  (faldistorio) 
y  quitada  la  mitra,  el  rostro  al  pueblo,  cantó  la  ben- 
dición solemne,  teniendo  delante  la  Cruz  el  Subdiá- 
cono  que  sirvió.  El  Diácono  pronunció  las  indulgen- 
cias del  Breve  Apostólico,  y  después  el  Nuncio  se 
puso  la  mitra  y  se  fué  á  su  asiento  al  lado  de  la  Epís- 
tola, y,  dejando  los  ornamentos,  se  vistió  manto  y 
muceta,  y  en  el  ínterin,  el  que  celebró  se  fué  al  altar 
y  acabó  la  Misa  diciendo  el  Evang-elio  de  San  Juan. 


IV 

12  de  Febrero  de  1868. 

KOTKIA  DEL  CEREMONIAL  PREVIAMENTE  APROBADO,  Y  HOY  FIELMENTE 

CUMPLIDO,    PARA    LA    ENTREGA    SOLEMNE    Á    S.    M.    LA    REINA,    DE    LA 

«ROSA  DE  ORO»  QUE  LE  ENVÍA  EL  SUMO   PONTÍFICE. 

A  las  once  y  media  de  la  mañana,  una  compañía 
de  Infantería,  con  bandera,  de  uno  de  los  regimien- 
tos de  la  g-uarnición,  pasará  á  dar  la  Guardia  de  Ho- 
nor al  Palacio  de  la  Nunciatura. 

También  irá  una  sección  de  Caballería  y  un  Jefe 


~  20   — 

para  servir  de  escolta  en  el  tránsito  de  allí  á  Palacio. 

La  Casa  Real  enviará  tres  coches  con  tiros  de  ca- 
ballos de  g*ala,  y  un  Caballerizo  de  Campo. 

Los  coches  irán  á  las  órdenes  del  Gentil-hombre 
Grande  de  España  que  S.  M.  ha  desig-nado  para  que, 
en  su  Real  nombre,  acompañe  la  conducción  de  la 
Bosa  de  oro  desde  la  Nunciatura  á  Palacio. 

La  comitiva  se  pondrá  en  marcha  en  los  términos 
sig^uientes: 

Cuatro  soldados  de  Caballería  con  un  cabo. 

Un  coche  con  el  Mayordomo  de  semana  y  Gentil- 
hombre de  casa  y  boca. 

Otro  coche  con  el  Señor  Nuncio  y  el  Señor  Arzo- 
bispo de  Trajanópolis,  comisionado  por  Su  Santidad 
para  oficiar  en  la  Misa. 

*  El  tercer  coche,  conduciendo  al  Gentil-hombre 
Grande  de  España  y  al  Ablegado  Apostólico,  con  la 
Rosa  de  oro. 

El  Jefe  que  manda  la  escolta  se  colocará  al  lado  de 
la  portezuela  derecha,  y  eí  Caballerizo  de  Campo  al 
de  la  izquierda. 

Delante  de  este  coche  cuatro  batidores. 

La  escolta. 

La  comitiva  se  dirig-irá  desde  el  Palacio  de  la  Nun- 
ciatura, por  Puerta  Cerrada,  calle  del  Sacramento, 
plaza  de  Santa  María  y  Arco  de  la  Armería,  al  Real 
Palacio. 

La  guardia  de  Palacio  formará  y  hará  los  honores, 
como  cuando  S.  M.  sale  en  público. 

Dos  Mayordomos  de  semana  y  cuatro  Capellanes 
de  Honor  estarán  esperando  en  el  descanso  de  la  es- 
calera para  acompañar  desde  allí  á  la  Real  Capilla. 
En  cuanto  se  halle  depositada  en  el  altar  mayor  la 
Rosa  de  oro,  el  Gentil-hombre  Grande  de  España  irá 
á  ponerlo  en  noticia  de  S.  M. 


Los  Guardias  Alabarderos  estarán  formados  en  la 
-escalera  y  galería  principal.  La  Música  tocará  la 
Marcha  Real. 

La  Real  Capilla  estará  preparada,  seg'ún  se  acos- 
tumbra para  Capilla  pública,  con  sitiales  para  las  Per- 
sonas Reales,  banquetas  para  los  Jefes  de  Palacio  y 
Damas  de  g-uardia,  bancos  cubiertos  para  los  Grandes 
de  España,  banco  y  bancal  para  el  Nuncio  de  Su  San- 
tidad, y  bancos  para  los  Mayordomos  de  semana,  Ca- 
pellanes de  Honor  y  Gentiles-hombres  de  casa  y  boca. 
Habrá  además  tribunas  y  estradillos  para  los  convi- 
dados, según  se  acostumbra  en  ocasiones  análogas. 

Desde  que  S.  M.  sale  de  la  Cámara  hasta  que  llega 
á  la  Real  Capilla,  precederá  la  Regia  Comitiva  en  el 
orden  siguiente: 

Gentiles-hombres  de  casa  y  boca. 

Mayordomos  de  semana. 

Grandes  de  España  cubiertos. 

SS.  AA.  RR.  y  SS.  MM.  acompañados  de  los  Jefes 
"de  Palacio  y  servidumbre  de  guardia,  y  seguidos  de 
la  Plana  Maj'-or,  de  la  Música  y  de  un  piquete  del 
Cuerpo  de  Alabarderos. 

Después  de  llegar  SS.  MM.  á  la  Real  Capilla,  em- 
pezará la  Misa  solemne,  que  oficiará  el  Sr.  Arzobispo 
Comisario,  quien,  antes  de  darla  acostumbrada  ben- 
dición, se  sentará,  vuelto  de  espaldas  al  altar,  y  te- 
niendo delante  á  S.  M.  A  este  tiempo  será  leído  en 
alta  voz  el  Breve  del  Sumo  Pontífice,  y  en  seguida, 
el  Ablegado,  tomando  del  altar  en  sus  manos  la  Rosa 
de  oro,  la  entregará  al  Sr.  Arzobispo  Comisario;  y 
éste  lo  hará  á  S.  M.,  que  estará  ya  de  rodillas  para 
recibirla,  diciéndole  la  oración  dispuesta  por  la  Igle- 
sia para  esta  ceremonia: 

Accípc  Iiosam  de  manibus  nostris,  qiianí  ex  speciaJi  con- 
missionc,  etc. 


—  :2S  — 

Recibida  la  Rosa,  volverá  S.  M.  á  su  sitial ,  y  se- 
guirán la  solemne  bendición,  la  terminación  de  la 
Misa  y  la  lectura  de  las  Indulg-encias  concedidas  por 
Su  Santidad  con  esta  ocasión. 

S.  M.  volverá  á  su  Real  Cámara  con  el  mismo 
acompañamiento  antes  descrito,  llevando  en  su  Real 
mano  la  Bosa  de  oro,  que  entreg*ará  en  seg'uida  á  su 
Capellán  Mayor,  para  que  vaya  á  colocarla  en  el  ora- 
torio particular  de  S.  M.,  preparado  para  este  acto, 
seg-ún  dispong*a  el  Sr.  Patriarca  de  las  Indias. 

En  cuanto  S.  M.  entreg^a  la  Rosa  de  oro  á  su  Cape- 
llán Mayor,  se  darán  por  terminadas  estas  solemnes 
ceremonias. 


^ 
^  * 


Para  la  que  dio  motivo  á  las  anteriores  disposicio- 
nes, el  portador  de  la  Bosa  de  oro  fué  D.  Salvador  de 
Torres  Ag-uilar-Amat.  Ag-reg'ado  de  número  á  la  Em- 
bajada de  S.  M.  en  Roma. 


V 

'Z  de  Julio  de  1886. 

El  rig^uroso  luto  que  la  Corte  de  España  guardó 
con  motivo  de  la  prematura  muerte  de  S.  M.  el  Rey 
D.  Alfonso  XII  (q.  s.  g*.  li.).  no  permitió  que.  cuando 
la  entreg'a  de  la  flor  simbólica  con  que  el  Sumo  Pon- 
tífice León  XIII  enalteció  las  singulares  virtudes  de 
S.  M.  la  Reina  Regente  Doña  María  Cristina,  el  acto 
revistiese  la  misma  solemnidad  que  se  observó  en 
Febrero  de  1868.  Sin  embargo,  aunque  no  hubo  dis- 
cursos, ni  audiencia  para  la  presentación  de  los  Bre- 


—  29   — 

ves  Apostólicos,  no  careció  por  eso.  como  dice  el 
ilustrado  escritor  D.  Antonio  de  Castro  y  Casaleiz. 
«de  todo  el  esplendor  que  el  luto  permitía:  aunque 
no  se  le  dio  la  publicidad  y  el  aparato  que  hubiera 
sido  de  desear,  para  hacer  más  notorio  un  acto  de  la 
Santa  Sede,  que.  al  confirmar  y  consolidar  el  indis- 
cutible derecho  de  S.  M.  D.  Alfonso  XIII  al  trono  de 
España,  hirió  de  muerte  la  causa  de  los  que  preten- 
den ser  defensores  de  la  leg"itimidad.» 

En  el  número  de  la  Gaceta  Oficial  publicado  el  día 
4  de  Julio  de  1886,  se  encuentran  los  siguientes  por- 
menores: 

MINISTERIO  DE  ESTADO 


CANCILLERÍA 

El  día  26  de  Junio  próximo  pasado,  el  Excelentí- 
simo Sr.  D.  Ciríaco  Sancha,  Obispo  electo  de  Madrid- 
Alcalá,  tuvo  la  honra  de  ser  recibido  en  audiencia 
privada  por  S.  M.  la  Reina  Regente  (q.  D.  g-.),  con 
objeto  de  poner  en  sus  Reales  manos  los  Breves  que 
Su  Santidad  se  ha  dignado  expedir,  encargándole  de 
traer  á  España  y  entregar  á  S.  M.  la  Bosa  de  oro,  que 
el  Papa  León  XIII  le  había  destinado. 

Su  Majestad  se  dignó  señalar  para  la  traslación  y 
entrega  de  la  Bosa  de  oro  el  día  2  del  corriente,  y  en 
su  consecuencia,  á  las  nueve  de  la  mañana  del  mis- 
mo, pasó  á  dar  la  guardia  de  honor  al  Palacio  de  la 
Nunciatura,  donde  estaba  depositada  la  Bosa,  una 
compañía  de  Infantería  con  bandera,  asi  como  la  sec- 
ción de  la  Escolta  Real  que,  con  su  Jefe,  había  de  cus- 
todiar la  Bosa  de  oro  en  su  traslación  á  Palacio,  yen- 
do también  tres  coches  de  gala,  un  Caballerizo  y  un 


—   30  — 

Correo  de  la  Real  Casa,  todos  á  las  órdenes  del  Señor 
Marqués  de  Molíns,  Gentil-hombre  de  Cámara,  Gran- 
de de  España,  designado  por  S.  M.  para  que  acompa- 
ñase la  conducción  de  la  Rosa. 

La  comitiva  se  puso  en  marcha  en  esta  forma: 

Cuatro  Guardias  civiles  de  Caballería  y  un  cabo. 

Coche  en  que  iban  el  Mayordomo  de  semana  y  un 
Gentilhombre  de  casa  y  boca. 

Coche  de  respeto. 

Cuatro  batidores. 

Correo  de  Caballerizas. 

Coche  en  que  iba  el  mencionado  Grande  de  España 
y  el  Excmo.  Sr.  Obispo,  con  la  Rosa  de  oro. 

A  las  portezuelas  de  derecha  é  izquierda  de  este 
coche  marchaban  el  Jefe  de  carrera  y  el  Caballeriza 
de  Campo. 

La  escolta. 

Dirigióse  la  comitiva  desde  el  Palacio  de  la  Nun- 
ciatura, por  Puerta  Cerrada,  calles  del  Sacramento. 
Mayor,  Bailen  y  Arco  de  la  Armería,  al  Real  Palacio, 
á  cuya  puerta  se  hallaba  formada  la  guardia  exte- 
rior, que  tributó  los  honores  de  Ordenanza. 

El  Real  Cuerpo  de  Guardias  Alabarderos,  que  se 
encontraba  también  formado  en  la  escalera  y  galería 
alta,  tributó  los  mismos  honores,  tanto  al  llegar  la 
Rosa  de  oro,  como  al  paso  de  la  misma  á  la  Real  Ca- 
pilla, que  se  hallaba  preparada  convenientemente. 

Su  Majestad  la  Reina  Regente  (q.  D.  g.),  acompa- 
ñada de  S.  A.  R.  la  Serma.  Señora  Infanta  Doña  Isa- 
bel, salió  de  la  Real  Cámara  para  la  Real  Capilla,  en 
la  forma  y  con  el  ceremonial  de  costumbre. 

Luego  que  S.  M.  y  A-  R.  ocuparon  sus  sitiales,  em- 
pezó una  Misa  rezada,  que  celebró  el  Excmo.  Señor 
Obispo  de  Madrid-Alcalá,  ocupando  sus  puestos  res- 
pectivos el  Excmo.  Sr.  Cardenal  Capellán  Mayor  de 


—  31   — 

Palacio,  el  Excmo.  Sr.  Nuncio  de  Su  Santidad  y  el 
Reverendo  Obispo  de  Murcia. 

Asistieron  á  la  Capilla,  además  de  los  Jefes  de  Pa- 
lacio, Grandes  de  España,  Damas  de  g-uardia  de  S.  M. 
y  funcionarios  de  la  Real  Casa,  que  concurren  ordi- 
nariamente á  las  Capillas  públicas,  los  Ministros  de 
la  Corona  y  el  Cuerpo  Diplomático  extranjero  acre- 
ditado en  Madrid,  con  sus  señoras. 

Lleg-ada  la  Misa  al  lie  Misa  esf,  el  Obispo  celebrante 
se  sentó  de  espaldas  al  altar,  mientras  que  el  Nota- 
rio de  la  Capilla  dio  lectura  ni  Breve  Pontificio,  por 
el  cual  Su  Santidad  concedía  á  S.  M.  la  Rosa  de  oro. 

En  seg-uida  S.  M.  se  acercó  al  altar,  y.  puesta  de 
rodillas,  recibió  de  manos  del  Sr.  Obispo  la  Bosa  de 
oro,  que  previamente  se  había  colocado  en  el  lado  del 
Evang-elio,  pronunciando  S.  E.  la  fórmula  dispuesta 
por  la  Ig"lesia  para  esta  ceremonia,  y  que  dice: 


Accipe  RosAM  de  manibus 
nostris,  quam  ex  speciali  com- 
missione  Santissimi  in  Chrislo 
Patris,  et  Domini  N'ostri,  Leo 
nis  Papce  XIII,  nobis  facta, 
Tibi  tradimus,p)er  qriam  desig- 
natnr  gaudium  utriusqiie  Jeru- 
salem  triuynphantis  sciiicet,  ac 
milit antis  Ecclesice;  per  quam 
ómnibus  fidelibus  manifestatur 
Jios  Ule  speciosissimuSj  qui  est 
gaudium  et  Corona  Sanctorum. 
Suscipe  hanc  Tu,  dilectissima 
Filia,  quce  secundum  seculum 
nobilis.potens,  et  midta  virtute 
pra'dita  es,  ut  amplius  omni 
virtute  in  Christo  Domino  no 
bilitteris,  tamquam  rosa  plan- 
tata  super  rivos  aquarum  mul- 
tarum,  quam  gratiam  ex  Sua 
uberante  clementia  Tibi  conce- 
deré dignetur,  qui  est  Trinus 
et  Unus  in  sécula  seciUorum. 


Recibid  de  nuestras  manos 
la  Rosa  que  os  entregamos  por 
especial  comisión  de  Nuestro 
Santísimo  Padre  en  Cristo  y 
Señor  el  Papa  León  XIII,  por 
la  cual  se  significa  el  gozo  de 
una  y  otra  Jerusalén,  á  saber: 
de  la  Iglesia  triunfante  y  de  la 
militante;  y  se  manifiesta  á  to- 
dos los  fieles  aquella  hermosí- 
sima fior,  que  es  alegría  y  co- 
rona de  los  Santos.  Recibidla, 
muy  amada  hija,  que,  según  el 
siglo,  sois  noble,  poderosa  y  de 
mucha  virtud  adornada,  á  fin 
de  que  os  ennoblezcáis  más  con 
todas  las  virtudes  enNuestro  Se 
ñor  Jesucristo,  como  rosa  plan- 
tada cerca  de  los  arroyos  de 
abundantes  aguas.  Dígnese  con- 
cederos e<ta  gracia  por  su  mu- 
cha clemencia  el  que  es  Trino  y 
Uno  por  los  siglos  de  los  siglos. 


Acto  continuo  entonó  el  celebrante  el  Te  Deuní, 
que  S.  M.  oyó  teniendo  en  sus  manos  la  Bosa  de  oro. 
que  se  dig-nó  lueg-o  entreg-ar  al  Marqués  de  Molíns.  al 
terminar  el  Santo  Sacrifício. 

La  ceremonia  relig'iosa  ha  sido  presenciada  desde 
la  tribuna  Real  por  SS.  A  A.  RR.  las  Sermas.  Señoras 
Princesa  de  Asturias  é  Infanta  Doña  María  Teresa, 
así  como  por  S.  A.  I.  y  R.  la  Archiduquesa  de  Aus- 
tria María  Isabel. 

S.  M.  la  Reina,  con  el  ceremonial  mismo  empleado 
al  traladarse  á  la  Real  Capilla,  volvió  á  la  Cámara, 
acompañando  la  Rosa  de  or-?,  que  era  llevada  por  el 
Marqués  de  Molíns,  el  que  hizo  entreg-a  de  la  misma 
al  Emmo.  Cardenal  Capellán  Mayor  de  S.  M..  que  la 
colocó  en  el  Oratorio.  (Donde  hoy  se  custodia.) 


Mide  aquella  preciosa  alhaja  veinticinco  centíme- 
tros de  altura;  contiene  ocho  rosas,  catorce  Ijptonci- 
tos  y  cerca  de  cien  hojas,  sobresaliendo  en  el  centro 
la  flor  del  símbolo,  la  que  da  nombre  á  la  santa  ofren- 
da del  Sumo  Pontífice  León  XIII. 

La  jarra  que  sirve  de  pedestal,  es  de  plata  sobredo- 
rada. 

En  uno  de  sus  lados  ha^^  una  primorosa  imagen  de 
Santa  Cristina,  y  en  el  otro  la  siguiente  inscripción: 

M  A  lil  .E     C  H  R  I  S  T  I  N  M 

ALFFONSI     Xni 

II I  S  P  A  M  A  R  U  M     regís     U  A  T  R  1 

ROSAM    AUREAM 

LEO    XIII 

P  0  N  T  I  F  E  X     M  A  X  I  M  U  S 

D.    D.    D. 

ANNO    MDCC'CLXXXVI 


TRIBUNA  Y   CORO  DE  SAN   PEDRO 


—  33   — 

A  la  Nunciatura,  para  el  acto  de  la  conducción  del 
donativo  pontificio,  fué,  en  coche  de  la  Real  Casa,  el 
Mayordomo  de  semana  D.  Pascual  Liñán.  Al  estribo 
del  carruaje  ocupado  por  el  representante  del  Papa  y 
por  el  Excmo.  Sr.  Marqués  de  Molins,  marchaba  el 
Caballerizo  de  Campo  D.  Antonio  Pineda  y  Ceballos 
Escalera;  y,  al  de  la  derecha,  el  Jefe  d  •  Carrera,  Se- 
ñor D.  Luis  Ezpeleta  y  Contreras,  entonces  Teniente 
Coronel,  seg-undo  Jefe  del  escuadrón  de  la  Escolta 
Real:  hoy  General  de  Brig-ada. 

Para  recibir  en  la  meseta  de  la  escalera  principal 
de  Palacio  á  la  comisión  portadora  del  valioso  presen- 
te, fué  citado  el  Excmo.  Sr.  Marqués  de  Campo  Santo; 
pero  no  habiendo  podido  asistir,  lo  reemplazaron  el 
Excmo.  Sr.  D.  Luis  Pérez  Rico  y  el  Sr.  D.  Francisco 
María  de  Lezcano  y  Larreta. 

El  orden  en  la  Capilla  pública  estuvo  á  carg^o  del 
Excmo.  Sr.  Conde  de  Losa  y  del  Sr.  D.  José  María 
Ortega  Morejón. 

A  más  de  los  Jefes  Superiores  de  Palacio  (1),  forma- 
ban el  brillante  séquito  de  S.  M.,  al  dirig-irse  á  la  Ca- 
pilla, y  al  regresar  á  sus  habitaciones,  las  Damas  de 
honor  Excmas.  Sras.  Duquesas  de  Osuna,  de  Medina 
Sidonia,  de  Fernán-Núñez,  de  Medina  de  las  Torres, 
de  San  Carlos  y  la  del  Infantado;  las  Marquesas  de 
Molins,  de  Guadalest  y  la  de  Monistrol,  y  las  Conde- 
sas de  Superunda,  de  Heredia-Spínola,  de  Guaqui,  de 
Torrejón,  de  Altamira,  de  Puñonrostro  y  la  de  Villa- 
paterna;  y  los  Grandes  de  España  Excmos.  Sres.  Du- 
ques de  Fernán-Núñez,  de  Frías,  de  Bacna,  de  Vera- 
g-ua,  de  Tamames,  de  Granada  de  Eg-a  y  el  de  Medina 


(l)     No  concurrió  el  Excmo.  Sr.  Duque  de  Sest),  Marqués  do  Al- 
cafíices,  por  encontrarse  ausente  de  Madrid. 


—  Se- 
de Ríoseco;  los  Marqueses  de  Sotomayor,  de  la  Mina, 
de  Miravalles,  de  Corvera,  de  Ayerbe,  de  Malpica,  de 
Barbóles,  de  Velada,  de  Roncali,  de  Torre  de  la  Pre- 
sa, de  Salamanca  y  el  de  Quintanar,  y  los  Condes  de 
Revillag-igedo,  de  la  Corzana,  de  Guaqui,  de  Vía  Ma- 
nuel, de  Casa  Valencia,  de  Altamira,  de  Pino  Hermo- 
so y  el  de  Humanes. 

En  el  Presbiterio  estaban  el  Emmo.  Sr,  Cardenal 
Paya  y  el  limo.  Sr.  Obispo  de  Málaga. 

En  las  tribunas  de  los  Ministros,  la  señora  de  Don 
Seg-ismundo  Moret,  los  Ministros  de  Estado,  Gracia 
y  Justicia,  Gobernación,  Guerra,  Marina,  Hacienda 
y  Ultramar. 

En  la  del  Cuerpo  Diplomático:  Madame  Labou- 
laye,  Madame  Curry,  y  la  señora  de  Mendes  Leal, — 
Monsieur  de  Laboulaye,  Embajador  de  la  República 
Francesa;  Sir  Clare  Ford,  Enviado  Extraordinario  y 
Ministro  plenipotenciario  de  Ing-laterra;  Monsieur  le 
Comte  de  Solms  Sonnenwalde.  idem  de  Alemania; 
Monsieur  le  Comte  Víctor  Dubsky,  ídem  de  Austria- 
Hungría;  Monsieur  la  Barón  Blanc.  ídem  de  Italia; 
Monsieur  J.  da  Silva  Mendes  Leal,  ídem  de  Portugal; 
Monsieur  J.  C.  M.  Curry.  idem  de  los  Estados  Unidos; 
Monsieur  le  Barón  Gericke  d'Henrynen,  ídem  de  los 
Países  Bajos;  Sermed  Effendi,  ídem  de  Turquía;  Chu 
Ho  Chium,  Encargado  de  Negocios  de  China;  Mon- 
sieur J.  Zenil,  ídem  de  Méjico;  Monseñor  Segna,  Au- 
ditor de  la  Nunciatura;  el  Marqués  Della  Valle,  Secre- 
tario de  la  Nunciatura,  gran  número  de  Agregados  y 
el  primer  Introductor  de  Embajadores,  Excmo.  Se- 
ñor D.  Mariano  R.  Zarco  del  Valle  (1). 


(1)     Este  distinguido  diplomático,  poi*  los  muchos  servicios  que 
ha  prestado  y  presta  en  su  larga  y  brillantisima  carrera,  obtuvo  con 


—   35  — 


^ 
#  # 


S.  M.  la  Reina  Regente  Doña  María  Cristina  asis- 
tió á  la  Capilla  en  traje  de  rig-uroso  luto. 

S.  A.  la  Serma.  Sra.  Infanta  Doña  María  Isabel 
Francisca  y  las  Damas  de  g-uardia,  con  vestido  largo 
de  alivio  de  luto  y  mantilla  negra. 


CARTA    DE     S.     M,     AL    CARDENAL     SECRETARIO     DE     ESTADO, 

EN  OCASIÓN  DE  HABER  RECIBIDO  LA  «ROSA  DE  ORO» 

QUE  ENVÍA  EL  SANTO  PADRE 

Muy  Reverendo  en  Cristo  Padre  Cardenal...,  muy 
caro  y  muy  amado  amig-o  Nuestro:  Con  sing*ular 
aprecio  hemos  recibido  la  carta  en  que  Nos  recomen- 
dáis al  Ableg*ado  Apostólico  Monseñor  N.  N.,  encar- 
g-ado  de  presentar  la  Bosa  de  oro,  que  Su  Santidad  el 

Papa  ha  tenido  á  bien  destinar movido  de  su 

g-ran  bondad.   Nos  hemos  esmerado  en  atender  á 

Monseñor en  todo  cuanto  juzgábamos  que  podía 

serle  grato,  así  en  consideración  á  sus  prendas,  como 
por  lo  que  á  su  favor  nos  habéis  expuesto,  procuran- 


fecha  del  20  de  Abril  de  1895,  el  título  de  Marqués  de  Zarco.  Tan 
honrosa  distinción,  acogida  con  generales  aplausos,  enaltece,  á  nues- 
tra Augusta  Soberana,  por  haberla  otorgado  espontáneamente;  al 
Sr.  Zarco,  por  haberla  merecido. 


—  se- 
do así  complaceros.  Con  lo  cual,  muy  Reverendo  en 
Cristo  Padre  Cardenal...,  muy  caro  y  muy  amado 
amig-o  Nuestro,  rog'amos  á  Dios  Nuestro  Señor  sea 
en  vuestra  continna  guarda.  Dado  en  el  Palacio  de 
Madrid  á 


OTRA  CARTA  DE  S.  M.  AL  CARDENAL  SECRETARIO  DE  ESTADO, 
CON  MOTIVO  DE  HABER  RECIBIDO  LA  «ROSA  DE  ORO» 
QUE  ENVÍA  SU  SANTIDAD 

Muy  Reverendo  en  Cristo  Padre  Cardenal...,  muy 

caro  y  muy  amado  amigo  Nuestro:  Monseñor , 

Ablegado  Apostólico  designado  por  Nuestro  Santo 

Padre  el  Papa para  presentar  á la  Bosa  de  oro, 

ha  puesto  ^en  Nuestras  manos  la  carta  que  con  tal 
motivo  Nos  dirigís  á  su  favor.  Vuestra  recomenda- 
ción Nos  ha  asegurado  más  y  más  en  la  estimación 
que  profesábamos  á  Monseñor ,  y  así  hemos  pro- 
curado esmerarnos  más  en  honrarle,  para  lo  cual  no 
podrá  menos  de  ser  también  parte  el  aprecio  que  de 
él  ha  hecho  el  Sumo  Pontífice  al  elegirlo  para  tan 
delicado  encargo.  Rogamos  á  Dios  Todopoderoso. 

Muy  Reverendo  en  Cristo  Padre  Cardenal muy 

caro  y  muy  amado  amigo  Nuestro,  os  tenga  en  Su 
Santa  y  continua  guarda.  Dado  en  el  Palacio  de  Ma- 
drid á 


-   37   — 


PERSONAS    Y    CORPORACIONES 

QUE   FUERON    INVITADAS   PARA   CONCURRIR   Á    LA   CEREMONIA 

DE   LA   ENTREGA   DE   LA    «ROSA   DE   ORO»,    QUE    EL    PONTÍFICE   PÍO    IX 

ENVIÓ  Á  S.  M.  LA  REINA  DOÑA  ISABEL  II 


Para  ocupar  sus  respectivos  bancos. 


Los  Jefes  de  Palacio. 
Grandes  de  España  cubiertos. 
Mayordomos  de  semana. 
Capellanes  de  honor. 
Gentiles-hombres  de  casa  y  boca. 


Para  ocupar  las  tribunas. 

Las  Damas  de  S.  M. 

Los  Ministros  de  la  Corona. 

El  Presidente  del  Senado  y  una  comisión  do  doce 
Senadores. 

El  Presidente  del  Congreso  y  doce  Diputados. 

Dos  individuos  nombrados  i)or  la  Diputación  de 
la  Grandeza. 

Los  Capitanes  g-en erales  de  Ejército. 

Los  Caballeros  del  Toisón  de  Oro. 

Dos  Comisionados  de  la  Asamblea  de  la  Orden  de 
Carlos  IIL 

Dos  por  la  de  Isabel  la  Católica. 

Dos  por  la  de  San  Juan,  de  la  Lengua  de  Aragón. 

Dos  de  la  Lengua  de  Castilla. 

Dos  por  las  cuatro  Órdenes  militares. 

Presidente  del  Consejo  de  Estado. 


—  38  — 

Presidente  del  Tribunal  Supiemo  de  Justicia. 

Presidente  del  de  Guerra  y  Marina. 

Presidente  del  Tribunal  Mayor  de  Cuentas. 

Decano  del  Tribunal  especial  de  las  Órdenes. 

Dos  Comisionados  por  el  Tribunal  de  la  Rota. 

El  Arzobispo  de  Toledo. 

Arzobispo  confesor  de  S.  M. 

Los  Embajadores  que  han  sido  de  S.  M.  en  las  Cor- 
tes extranjeras. 

El  Capitán  general  de  Castilla  la  Nueva. 

El  Gobernador  de  la  provincia  de  Madrid. 

El  Alcalde  Corregidor. 

Cuatro  individuos  del  Ayuntamiento. 

Presidente  de  los  Cuerpos  y  Junta  Consultiva  de 
la  Armada. 

Director  general  de  Estado  Mayor. 

El  de  Infantería. 

El  de  Caballería. 

El  de  Artillería. 

Ingeniero  general. 

Director  general  de  la  Guardia  Civil. 

Inspector  general  de  Carabineros. 

Director  general  de  Administración  Militar. 

El  de  Inválidos. 
»  El  de  Sanidad  Militar. 

Dos  Comisionados  por  el  Cuerpo  colegiado  de  la 
Nobleza. 

El  Nuncio. 

El  Embajador  de  Francia. 

Ministro  Plenipotenciario  de  Inglaterra. 

El  de  Rusia. 

El  de  Prusia. 

El  de  los  Estados  Unidos. 

El  de  Italia. 

Ministro  residente  de  los  Países  Bajos. 


—  39  — 

El  de  Suecia  y  Noruega. 

Encarg-ado  de  Neg-ocios  de  Austria. 

El  de  Portugal. 

El  de  Bélgica. 

El  del  Brasil. 

Introductor  de  Embajadores. 

Secretario  particular  de  S.  M.  el  Rey. 

Secretario  de  la  Maj^ordomía  Mayor. 

Director  de  Reales  Caballerizas. 

Archivero. 

Bibliotecario. 

Abogado  consultor. 


Dado  caso  de  que  hoy  se  verificase  la  ceremonia 
que  motiva  este  articulo,  la  Relación  que  antecede 
habría  que  modificarla  según  las  variantes  introduci- 
das en  la  nomenclatura  y  en  el  número  de  los  cargos. 

José  María  NÜGUÉS. 


Impreso  en  17  de  Enero  de  1896. 


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Espada  de  fines  del  siglo  xvr. 


4áí  A  Real  Armería  trae  su 
principal  orig-en  de  las  ar- 
mas defensivas  y  ofensi- 
vas, así  de  justa  como  de 
guerra,  que  el  Emperador 
Carlos  V  poseyó  y  utilizó 
personalmente  en  sus  campañas  y  en 
aquellos  varoniles  ejercicios. 

Nacido  al  comenzar  el  sig-lo  xvi,  en 
el  período  en  que  la  panoplia  alcanzó 
su  mayor  g-rado  de  perfección,  y  edu- 
cado bajo  la  tutela  de  su  abuelo  el  Em- 
perador Maximiliano  I  de  Alemania,  el 
más  diestro  justador  de  los  príncipes 
de  su  tiempo,  concíbese  fácilmente  la 
prístina  afición  de  su  augusto  nieto  á 
las  armas,  acrecida  después  por  sus  ri- 
validades con  Francisco  I  de  Francia, 


por  la  necesidad  de  contener  las  audaces  agresiones 
del  turco,  y  por  hacer  frente  á  las  rebeldías  protes- 
tantes de  Alemania,  sucesos  que  convirtieron  su  rei- 
nado en  un  perpetuo  guerrear. 

Así  es  que  en  el  discurso  que  pronunció  Carlos  V 
en  Bruselas  en  el  acto  solemne  de  su  abdicación,  de- 
claró haber  hecho  en  el  curso  de  cuarenta  años  nue- 
ve viajes  á  Alemania,  seis  á  España,  siete  á  Italia, 
diez  á  los  Países  Bajos,  cuatro  á  Francia,  dos  á  In- 
glaterra y  dos  á  África. 

En  casi  todos  ellos,  ya  por  razón  de  g-uerra,  ya  por 
tomar  parte  en  los  torneos  y  demás  fiestas  con  que 
le  agasajaban,  la  recámara  ó  equipo  del  Emperador 
debió  hallarse  ampliamente  provista  de  ricos  arneses 
de  parada  y  de  combate.  Esta  necesidad,  unida  á  los 
regalos  de  armas  que  recibía  de  los  pequeños  sobe- 
ranos de  Italia,  siempre  solícitos  en  congraciarse  con 
el  César,  explica  el  extraordinario  número  de  adere- 
zos ó  panoplias  que  al  retirarse  á  Yuste  había  recon- 
centrado en  Valladolid. 

Pocos  años  tardó  Felipe  II  en  honrar  la  memoria 
de  su  padre,  organizando  en  Madrid,  á  donde  había 
trasladado  la  capitalidad  de  la  Monarquía  en  1561, 
una  sala  ó  cámara  de  armas,  situada  en  la  planta 
principal  del  edificio  construido  por  el  arquitecto 
Gaspar  de  Vega  para  Reales  Caballerizas,  que  ha  sub- 
sistido hasta  el  año  de  1894. 

Allí  hizo  colocar,  con  el  respeto  y  decoro  debidos, 
á  la  veneración  del  público,  no  sólo  las  armas,  arma- 
duras, banderas  y  trajes  de  guerra  de  su  augusto 
progenitor,  sino  los  trofeos  personales  ganados  en 
las  victorias  de  éste  sobre  Francisco  I  en  Pavía,  sobre 
Barbarroja  en  Túnez  y  sobre  el  Elector  de  Sajonia 
en  Mulhberg,  añadiendo  á  los  que  provenían  del  mo- 
narca francés  la  espada  guarnecida  de  oro  tomada 


Arnés  de  justa  del  Archiduque  CARLOS  DE  AUSTRIA, 
después  Emperador  CARLOS  V. 


por  el  Coronel  Aldana  en  la  memorable  batalla  sobre 
el  Tesino,  y  que  por  mucho  tiempo  se  creyó  errónea- 
mente ser  la  espada  rendida  por  el  Rey  de  Francia  al 
entregarse  prisionero. 

No  limitó  Felipe  II  su  empeño  al  crear  la  Arme- 
ría á  enaltecer  el  recuerdo  de  los  triunfos  de  su  pa- 
dre: fué  su  criterio  más  levantado  y  de  carácter  más 
nacional,  reuniendo  también  otras  armas  de  inapre- 
ciable valor  histórico  conservadas  por  los  Reyes  Ca- 
tólicos en  su  tesoro  del  Alcázar  de  Seg-ovia,  entre 
ellas  las  famosas  espadas  «Colada»  y  «Tizona»  del 
Cid  Campeador;  la  «Lobera»  de  San  Fernando  y  otras 
no  menos  interesantes.  Asimismo  depositó  allí  los 
trofeos  ganados  al  turco  en  la  batalla  naval  de  Le- 
panto,  y  las  banderas  de  la  capitana  de  la  armada 
cristiana,  que  hoy  posee  la  Catedral  de  Toledo. 

En  su  propósito  de  seleccionar  lo  que  en  este  gé- 
nero tuviera  mayor  interés,  al  fallecimiento  de  los 
Príncipes  D.  Carlos  y  D.  Juan  de  Austria  se  abstuvo 
de  acumular  en  el  Museo  sus  respectivas  armerías, 
que  según  los  inventarios  hallados  se  componían  de 
ricas  y  numerosas  piezas,  mandándolas  enajenar  y 
reservándose  tan  sólo  un  arnés  de  su  hijo  y  otro  de 
su  hermano,  á  más  del  referido  trofeo  de  Lepanto,  que 
fué  la  parte  del  ilustre  vencedor  en  aquel  memora- 
ble día. 

Excusado  parece  afirmar  que  el  mismo  Felipe  II 
depositó  en  la  Armería  sus  propias  armas.  Son  exce- 
lentes, como  de  quien  tuvo  en  su  juventud  gran  pre- 
dilección por  justar  y  tornear.  Las  cuentas  de  sus  es- 
paderos y  lanceros  revelan  la  frecuencia  con  que 
desde  1544  á  1548  le  suministraban  espadas,  picas  y 
aun  centenares  de  lanzas  que  rompía  en  estos  pasa- 
tiempos varoniles  en  Valladolid ,  Alcalá  y  otros 
puntos. 


—  8  — 


Desde  la  primera  de  dichas  fechas  hasta  su  regre- 
so á  la  Península,  se  hizo  construir  las  seis  hermosas 

panopliasexpuestashoy 
en  la  Armería  y  a]g*una 
otra  más  en  Milán  que 
no  ha  llegado  hasta  nos- 
otros, y  si  bien  las  cir- 
cunstancias de  su  vida 
no  le  permitieron  tomar 
parte  personalmente  en 
ninguna  función  de 
guerra,  refieren  sus  cro- 
nistas que  durante  su 
viaje  por  Italia,  Alema- 
nia y  estancias  en  Flan- 
des  é  Inglaterra,  dio  se- 
ñaladas pruebas  de  dies- 
tro justador. 

Justo  es  reconocer  la 
alteza  de  miras  con  que 
Felipe  II,  adelantándose 
al  espíritu  batallador  de 
su  época,  supo  crear,  an- 
tes que  los  demás  mo- 
narcas de  Europa,  un 
centro  donde  custodiar,, 
venerándolas,  las  reli- 
quias gloriosas  de  nues- 
tro pasado  para  ense- 
ñanza y  estímulo  de  las 
generaciones  venideras; 
faltóle,  no  obstante, 
completar  su  obra  con- 
fiando á  alguno  de  sus  cronistas  la  redacción  de  un 
inventario  ó  catálogo  histórico  que  estableciese  sobre 


Ballestero  de  fines  del  sifflo  xv. 


bases  verídicas  é  irrecusables  la  autenticidad  de  los 
objetos. 

Nada  hemos  hallado  que  acredite  haberse  practi- 
cado este  trabajo  durante  su  reinado;  pero  los  docu- 
mentos procedentes  de  la  época  del  Emperador  y  al- 
gunos inventarios  parciales  extraídos  de  Simancas, 
arrojan  la  suficiente  luz  para  esclarecer  la  historia 
de  las  piezas  más  importantes;  sobre  todo,  un  álbum 
de  dibujos  acuarelados  que  forma  parte  integrante  de 
la  Armería  del  Emperador,  en  que  se  retrataron  con 
notable  precisión  y  soltura  todas  las  armas  de  su  uso 
personal,  á  más  de  otras  que  por  su  forma  señalan 
un  período  anterior,  acaso  heredadas  de  su  padre  y 
de  su  abuelo  paterno  el  Emperador  Maximiliano  I. 

Este  inapreciable  códice  iluminado  ha  sido  nues- 
tra guía  para  reconocer  y  coordinar  en  sus  numero- 
sas y  variadas  piezas  los  arn'eses  de  Carlos  V  subsis- 
tentes en  el  Museo;  pero  como  carece  de  texto,  el 
trabajo  que  sobre  sus  láminas  se  hiciera  habría  re- 
sultado incompleto  á  no  haber  tenido  la  fortuna  de 
hallar  en  Simancas  un  inventario  descriptivo,  en  el 
cual  se  reseñan  gran  parte  de  los  efectos  pintados  en 
el  álbum.  Es  la  relación  notarial  de  entrega  de  la 
Armería  de  Carlos  V,  hecha  en  Valladolid  en  1560  al 
guardajoyas  de  Felipe  II,  con  motivo  de  haber  falle- 
cido el  armero  á  cuyo  cargo  se  hallaba.  En  ella  se 
hacen  indicaciones  de  gran  valor  histórico,  hasta 
aquí  desconocidas,  acerca  de  la  procedencia  de  mu- 
chas piezas  que  apuntaremos  en  el  curso  de  este 
bosquejo,  reservándonos  tratar  de  ellas  con  mayor 
extensión  en  el  Catálogo  histórico  de  la  Real  Ar- 
mería. 

Los  sucesores  de  Felipe  II,  de  la  Casa  de  Austria, 
si  bien  velaron  por  la  conservación  de  la  obra  agre- 
gando al  Museo  sus  armaduras  y  banderas  ganadas 


—  10  — 

al  enemig"o,  no  esclarecieron  los  oríg-enes  de  los  ob- 
jetos; antes  bien,  en  su  tiempo  se  redactaron  inven- 
tarios con  atribuciones  fantásticas  y  de  todo  punto 
inverosímiles,  muchas  de  las  cuales  han  prevalecido 
hasta  nuestros  días;  y  aunque  el  Catálog'O  de  1849 
rechazó  justificadamente  muchas  de  ellas,  mantuvo 
otras  que  juzg-amos  de  todo  punto  inadmisibles. 

Durante  el  reinado  de  la  Casa  de  Borbón  ha  sufri- 
do la  Real  Armería  gTandes  peripecias. 

Acrecentada  la  colección  por  Felipe  Y  con  armas 
blancas  y  de  fueg'o  y  recuerdos  de  la  conquista  de 
Oran  en  1732,  depositó  en  ella  también  Carlos  Hilos 
objetos  reg-alados  por  los  Sultanes  de  Turquía  y  de 
Marruecos. 

Estalló  la  guerra  de  la  Independencia,  y  en  2  de 
diciembre  de  1808,  el  pueblo  de  Madrid,  ávido  de  de- 
fenderse contra  las  abrumadoras  fuerzas  de  Napo- 
león, invadió  la  Armería,  apoderándose  de  más  de 
trescientas  espadas  y  dos  pequeñas  piezas  de  artille- 
ría que  se  perdieron  para  siempre.  Entre  aquéllas 
debió  de  desaparecer  buen  número  de  las  del  Empe- 
rador Carlos  V  dibujadas  en  su  álbum.  Completóse 
el  desorden  y  confusión  en  1811  con  la  dislocada  idea 
de  José  Bonaparte  de  dar  un  g-ran  baile  en  el  salón 
antiguo  de  la  Armería,  á  cuyo  fin  fueron  trasladadas 
á  las  guardillas  del  edificio  en  brevísimo  plazo  y  en 
el  más  lastimoso  desorden  todas  las  preciosidades  allí 
encerradas. 

Pasados  unos  años  en  esta  deplorable  situación,  se 
hicieron  cargo  de  aquel  desconcertado  Museo  los  co- 
nocidos armeros  Sres.  Zuloaga,  que  salvaron  de  la 
ruina  preciosos  objetos  gravemente  afectados  por  el 
óxido;  pero  no  bastando  sus  esfuerzos  para  reorga- 
nizarlo, nombróse  en  1845  una  Comisión  que  inten- 
tó, sin  fruto,  formalizar  un  inventario,  y  poco  des^ 


Arnés  de  guerra  del  Emperador  CARLOS  V 


—  n  — 

pues  á  D.  Antodio  Martínez  del  Romero,  que  redactó 
el  Catálogo  impreso  por  vez  primera  en  1849,  adi- 
cionado con  notas  históricas  y  con  un  glosario  que 
merecieron  el  aplauso  de  los  inteligentes. 

La  Armería  atravesó  el  período  de  la  revolución 
de  1868  sin  dejar  de  formar  parte  del  por  un  mo- 
mento extinguido  Patrimonio  de  la  Corona,  gracias 
al  empeño  del  Duque  de  la  Torre,  entonces  Jefe  del 
Poder  Ejecutivo,  en  no  consentir  que  fuese  traslada- 
do al  Museo  Arqueológico. 

Al  ocupar  S.  M.  el  Rey  D.  Alfonso  XII  el  trono  de 
sus  mayores,  conocía  ya,  á  pesar  de  sus  pocos  años, 
los  progresos  alcanzados  por  la  ciencia  arqueológica 
en  los  países  en  que  había  hecho  su  educación,  y 
comprendiendo  la  necesidad  de  aplicarlos  en  España 
y  practicar  un  estudio  más  profundo  que  los  verifi- 
cados hasta  allí  sobre  el  origen,  el  carácter  artístico 
y  las  vicisitudes  de  tan  preciada  colección,  dignóse 
honrar  al  que  suscribe  con  este  difícil  encargo,  que 
sólo  por  un  vehemente  deseo  de  servir  á  su  país  y  á 
su  Rey  hubo  de  aceptar,  á  condición  de  desempeñar- 
lo gratuitamente. 

Adoptando  por  base  de  los  trabajos  las  preciosas 
indicaciones  del  álbum  y  de  la  relación  notarial  de 
Valladolid,  ya  citados,  y  numerosos  inventarios, 
cuentas  y  cédulas  de  pagos  sacados  á  luz  por  vez 
primera  por  los  celosos  Jefes  del  Archivo  Nacional 
de  Simancas,  logróse  reconstituir  la  Armería  del 
Emperador  Carlos  V  y  dar  á  conocer,  no  sólo  la  per- 
tenencia de  las  armas,  sino  también  los  artífices  ita- 
lianos y  alemanes  que  las  construyeron.  Estas  reve- 
laciones, que  facilitamos  espontáneamente  á  su  tiem- 
po á  los  hombres  más  doctos  en  la  materia  en  Ale- 
mania, han  servido  para  acrecer  el  caudal  de  noticias 
recogido  por  aquéllos  sobre  los  armeros  de  Augsbur- 


go  y  completar  á  la  vez  el  nuestro  por  medio  de  sus 
recientes  publicaciones. 

Por  otra  parte,  el  joven  monarca,  solícito  siempre 
por  engrandecer  la  Armería,  no  sólo  rescató,  com- 
prándolas, varias  piezas  procedentes  de  Carlos  V  que 
habían  hallado  fácil  camino  al  extranjero,  sino  que 
adquirió  de  la  antig-ua  Armería  de  los  Duques  del 
Infantado  tres  armaduras  completas  y  una  cantidad 
considerable  de  tarjas  y  otras  piezas,  lo  más  impor- 
tante de  aquella  colección. 

Tres  años  duró  la  obra  de  transformación  del  an- 
tiguo local,  la  agrupación  de  piezas  y  la  nueva  ins- 
talación basada  en  un  estudio  de  indumentaria  mili- 
tar de  épocas  pasadas  que  pudiera  servir  de  enseñan- 
za á  la  juventud  artística;  pero  próximo  ya  el  mo- 
mento de  exhibirse  al  público,  en  la  noche  del  9  de 
julio  de  1884,  estalló  un  terrible  incendio  que  en  po- 
cas horas  hizo  infructuoso  tanto  sacrificio  de  dinero,, 
de  trabajo  y  de  paciencia. 

Gracias  á  la  prontitud  con  que  se  acudió  á  sofocar 
el  fuego  en  presencia  y  bajo  la  dirección  de  S.  M.  el 
Rey  y  de  la  real  familia,  no  fueron  tan  grandes  los 
estragos  como  hacía  suponer  el  siniestro  aspecto  de 
la  techumbre  entera  encendida  y  su  desplome  sobre 
las  armaduras,  cayendo  felizmente  sobre  el  piso  ya 
anegado  por  las  mangas  de  incendios. 

Perdiéronse,  sin  embargo,  sesenta  y  dos  banderas 
ganadas  al  enemigo  en  diferentes  épocas;  veinte  adar- 
gas de  combatir  á  la  jineta;  muchas  lanzasy  todos  los 
trajes  de  las  figuras  recientemente  confeccionados. 

Aunque  el  fuego  no  tuvo  intensidad  suficiente 
para  destruir  las  obras  de  damasquinado,  lo  fué  bas- 
tante para  inutilizar  el  correaje  interior  de  enlace  de 
unas  piezas  con  otras,  exigiendo  la  larga  y  penosa 
renovación  de  todos  los  roblones. 


RESTOS  DE  UN  ARNÉS  Á  LA  LIGERA,  DE  PRINCIPIOS  DEL  SIGLO  XVIL 


'I 


Tf.. 


Partes  anterior  y  posterior  de  la  gola.  (En  la  segunda 
está  representada  la  toma  de  Ostende  por  el  Archi- 
duque Alberto.) 


Freno  para  caballo. 


Piezas  de  un  jaez  de  un  caballo. 


%>^    * 


Espuela. 


Estribos . 


—  14  — 

S.  M.  el  Rey  no  desmayó  con  este  desastre;  antes 
bien,  concibió  nuevo  y  decidido  empeño  en  reparar 
los  daños  ocasionados,  y  sin  detenerse  en  los  sacrifi- 
cios que  había  de  costar,  reiteró  su  confianza  al  que 
suscribe,  autorizándole  para  emprender  una  nueva 
restauración  más  intensa  y  detenida  que  la  anterior. 
Fué  parte  no  pequeña  en  este  feliz  acuerdo,  como  ya 
lo  había  sido  en  la  primera  etapa,  el  ilustrado  conse- 
jo del  Jefe  Superior  de  Palacio,  Sr.  Marqués  de  Alca- 
ñices,  quien  sin  cesar  nos  ha  alentado  en  la  prosecu- 
ción de  la  obra. 

Al  fallecimiento  de  nuestro  malogrado  Soberano, 
S.  M.  la  Reina  Regente,  fiel  cumplidora  de  los  de- 
seos de  su  augusto  esposo,  facilitó  cuantos  recursos 
fueron  necesarios,  mediante  la  celosa  intervención 
del  Intendente  general  D.  Luis  Moreno  y  Gil  de  Bor- 
ja,  para  llevar  los  trabajos  á  feliz  término. 

Restaurado  el  antiguo  salón  en  1887  con  carácter 
provisional,  se  instaló  en  él  la  Armería  hasta  el  año 
de  1893,  en  que  terminado  el  nuevo  local  construido 
ad  lioc  en  el  ala  izquierda  de  la  Plaza  de  Armas  del 
Real  Palacio,  fué  trasladada  definitivamente. 

Dicho  local  se  compone,  en  la  planta  al  nivel  de  la 
referida  plaza,  de  un  pequeño  vestíbulo,  un  salón  de 
40  metros  de  largo,  16  de  ancho  y  11  de  altura,  con 
ventanas  á  tres  fachadas  y  una  gran  claraboya  en  el 
techo  que  arroja  agradable  y  suficiente  luz,  y  en  la 
planta  subterránea  un  pequeño  salón,  la  Real  Ba- 
llestería y  los  talleres,  el  calorífero  y  demás  oficinas 
necesarias. 


15  — 


El  salón  principal. 


Precédele  el  vestíbulo,  cuyas  paredes  están  exorna- 
das con  medias  armaduras;  los  restos  de  otras  del  Ja- 
pón reg-aladas  á  Felipe  II  por  el  Soberano  de  aquel 
Imperio,  pero  que  perdieron  su  decorado  de  crisan- 
temas en  el  incendio;  ballestas,  armas  oceánicas  y 
frascos  para  pólvora  con  sus  cebadores. 

Al  ing"resar  en  el  salón,  antes  de  ocuparnos  de  de- 
tallar minuciosamente  las  armas,  conviene  fijar  la 
atención  en  los  objetos  que  decoran  las  paredes. 

La  Real  tapicería,  ese  emporio  sin  rival  de  obras 
textiles  flamencas  de  los  sig-los  xv  al  xvii,  ha  presta- 
do su  conting*ente  á  la  Armería  con  cuatro  paños  de 
Bruselas  tejidos  en  oro,  seda  y  lana  á  primeros  del 
siglo  XVII,  colocados  en  el  lienzo  de  pared  más  exten- 
so, que  forman  parte  de  la  colección  titulada  «Bata- 
llas del  Archiduque  Alberto».  Representa  el  más  in- 
mediato á  la  puerta  de  ingTeso,  la  toma  del  campo 
exterior  de  Hulst,  en  Flandes;  el  siguiente,  un  com- 
bate en  las  trincheras  de  la  misma  plaza;  otro,  la 
sorpresa  de  Ardres,  y  el  último,  la  expedición  sobre 
Calais.  Los  otros  tres  paños  de  la  colección  guarne- 
cen las  paredes  de  un  salón  del  Real  Palacio  de  Ma- 
drid. 

Ha  contribuido,  además,  con  diez  paños  de  bosca- 
je y  dos  de  las  llamadas  «galerías»,  de  grandes  di- 
mensiones, que  adornan  eficazmente  los  muros  ex- 
tremos del  salón. 
Las  banderas  interpuestas  entre  los  tapices  y  la& 


—   16  — 

armas  agrupadas  en  los  medios  puntos  sobre  las 
ventanas,  son  de  escaso  interés  histórico;  en  cambio, 
merecen  mención  las  medias  armaduras,  en  repisas, 
y  las  colocadas  sobre  los  armarios,  porque  proceden 
de  la  compañía  de  archeros  de  Corps  de  Felipe  II,  en 
su  orig-en  la  antigua  guardia  de  la  Casa  de  Borgoña, 
j  en  los  tiempos  modernos  la  Real  guardia  de  corps. 


Borgoñota  del  Emperador  Carlos  V. 


La  catalogación  se  ha  establecido  sobre  la  base  de 
materias  llamadas  «series»,  por  orden  alfabético  y 
números,  dentro  de  cada  una  de  éstas,  en  la  forma 
siguiente: 

Serie  A.     Armaduras. 

»     B.     Armaduras  de  niño. 


Arnés  que  llevó  el  Emperador  CARLOS  V  en  la  batalla  de  Mulhberg  (1547). 


Serie  0. 

» 

D. 

» 

E. 

» 

F. 

» 

G. 

» 

H. 

» 

I. 

» 

J. 

» 

K. 

» 

L. 

» 

M. 

» 

N. 

» 

0. 

» 

P. 

Coracinas  ó  brillantinas. 

Cascos,  rodelas,  escudos  y  adarg-as. 

Frag-mentos  de  armaduras. 

Sillas,  testeras,  frenos,   estribos  y  es- 
puelas. 

Espadas,  dag-as  y  hojas  sueltos. 

Mozas,  hachas  y  bastones  de  mando. 

Armas  de  asta. 

Ballestas. 

Armas  portátiles  de  fueg*o. 

Armas  de  fueg'O,  de  posición. 

Trofeos  y  banderas. 

Objetos  varios. 

Objetos  del  Rey  D.  Alfonso  XII. 

Armas  de  salvajes. 
Para  mayor  comodidad  del  público  que  desee  exa- 
minar piezas  determinadas,  acompañamos  un  plano 
del  salón,  señalando  el  lug'ar  que  ocupan  las  figuras, 
las  vitrinas  y  los  armarios. 

La  letra  P  sig-nifica  puerta;  la  V,  ventana;  las  ini- 
ciales A  hasta  la  H,  representan  las  vitrinas  de  cris- 
tales, y  los  números  1  al  16.  los  armarios  adosados  á 
la  pared  principal. 


Cuadro   1.^ 

Contiene  cuatro  fig-uras  ecuestres,  revestidas  de 
■armaduras  españolas,  y  los  caballos  de  sendas  bar- 
das de  g"uerra  de  fines  del  sig'lo  xv  al  xv^i.  y  ocho  á 
pie  de  la  misma  época:  veintidós  sillas  en  su  mayor 
parte  armadas;  y  en  el  centro  un  fanal  de  nave  tur- 
ca, g-anado  por  el  célebre  Marqués  de  Santa  Cruz  en 
la  batalla  de  Lepanto. 


—    18   — 

Frente  á  dicho  cuadro,  delante  de  la  ventana  nú- 
mero 1,  la  media  armadura  del  Rey  D.  í'elipc  I  de- 
Castilla,  llamado  el  Hermoso.  Lleva  en  la  mano  un 
montante  con  su  lema  Qui  vodrá.  A  continuación 
dos  g'rupos  de  piqueros  y  ballesteros  de  fines  del  si- 
g^lo  XV,  armados  con  coracinas  de  launas,  y,  entre- 
estos  dos  g'rupos,  varias  partesanas  y  alabardas  an- 
tig*uas.  Delante  de  las  ventanas  3/  y  4.*,  dos  fig-urns- 
con  arneses  de  justa  real,  cubiertos  de  brocado  de- 
oro  de  extremada  rareza,  pertenecientes  á  Felipe  I^ 
con  yelmos  ó  almetes  redondos.  Los  referidos  petos 
son  de  dobles  platas  sobrepuestas,  é  interiormente 
estañadas  para  evitar  el  óxido. 


Cuadro  "¿P 

Cercado  de  veinte  sillas  armadas  para  justa  y  para 
guerra,  comprende  varios  de  los  más  notables  arne- 
ses del  Emperador  Carlos  V. 

El  de  justa  y  gfuerra,  compuesto  de  tres  fig'uras- 
con  penachos  de  plumas  de  pavo  real,  construido  por 
Colman  en  Aug'sburg-o  hacia  1516;  el  que  usó  en  la 
justa  real  de  Valladolid  en  1518,  armado  el  caballa 
de  una  barda  mag-nífica,  con  la  testera  de  cuernos  de 
carnero;  otro  de  justa  real,  con  tarja  g-rabada;  otro 
de  justa  á  pie,  con  falda  de  tonelete;  el  arnés  que 
llevó  el  César  a  la  conquista  de  Túnez  en  1535,  nota- 
ble por  su  sencillez  y  lig-ereza;  y  por  último,  la  fíg-u- 
ra  ecuestre,  vestida  con  piezas  del  Emperador  Ma- 
ximiliano 1,  y  armada  de  justa  alemana  á  la  alta 
barda. 

En  el  centro  del  cuadro  otro  fanal  turco,  g'anado- 
por  el  Marqués  de  Santa  Cruz. 


—  21   — 


Adosadas  á  la  pared  y  á  la  ventana  contiguas,  es- 
tán varias  armaduras  incompletas  de  Carlos  V,  y 
otra  suya  de  guerra,  con  rodela. 


Cuadro  S.^ 


Contiene  cuatro  de  las  panoplias  más  importantes 
del  Emperador,  tres  alemanas  y  una  italiana.  La  fa- 
jeada sobre  el  eaballo  bardado  de  colgantes  y  lo  ex- 
puesto en  las  tres  figuras  inmediatas,  constituye  un 
solo  arnés  labrado  por  Colman  hacia  1525;  la  del  ca- 
ballo armado  de  rica  cubierta  calada  llena  de  figuras 
alusivas  á  los  trabajos  de  Hércules  y  Sansón,  con  los 
dos  maniquíes  de  su  derecha,  comprende  los  restos 
del  arnés  que  Carlos  V  perdió  en  la  desgraciada  ex- 
pedición á  Argel  en  1540;  la  panoplia  de  menudas 
listas  en  relieve  es  asimismo  de  Colman,  y  su  fecha 
aproximada  la  de  1538.  La  armadura  italiana  es  ex- 
clusivamente para  guerra:  ocupa  dos  figuras  reves- 
tidas de  piezas  fajeadas  de  lindos  damasquinados  de 
oro  y  plata,  y  á  juzgar  por  su  forma  debió  construir- 
se hacia  1543. 

Nótense  las  diez  y  seis  sillas  armadas  encerradas 
en  este  cuadro,  y  en  particular  una  toda  de  acero  con 
los  atributos  imperiales. 

Antes  de  pasar  adelante  conviene  fijar  la  atención 
en  otro  arnés  de  tonelete  ó  justa  á  pie,  frente  á  la 
ventana  6.'\  una  de  las  obras  más  hábilmente  com- 
binadas por  Colman  para  defensa  del  cuerpo  hu- 
mano. 

Sigúele  la  vitrina  A,  que  guarda,  además  de  cinco 
celadas  de  Felipe  el  Hermoso,  tres  del  Emperador; 
unas  botas  suyas  para  campaña,  cuatro  rodelas  para 


—  22  — 


combatir  á  pie,  todas  italianas;  una  tarja  de  justar 
y  cuatro  platos  de  hie- 
rro estañado  proceden- 
tes asimismo  de  este 
Monarca. 

Delante  de  la  ventana 
núm.  7  campea  sola  la 
fig-ura  de  Carlos  V.  ves- 
tida de  una  armadura  á 
la  romana,  obra  sin  ri- 
val del  célebre  orífice 
italiano  Bartolomeo 
Campi,  que  perdió  la 
vida  ante  los  muros  de 
Harlem,  sirviendo  como 
ing'eniero  militar  á  las 
órdenes  del  gran  Duque 
de  Alba. 

Volvamos  la  vista  ala 
derecha  para  contem- 
plar el  conjunto  de  pre- 
ciosidades que  encierra 
la  vitrina  central  letra 
G,  y  ya  que  los  límites 
de  estos  apuntes  no  per- 
miten extendernos,  ci- 
taremos lo  más  conspi- 
cuo. En  el  orden  histó- 
rico, las  espadas  la  «Lo- 
bera», de  San  Fernando, 
otra,  probablemente  su- 
ya, cubierta  de  riquísi- 
ma vaina  labrada  en  pla- 
ta y  con  piedras  precio- 
Restos  de  un  arnés  perdido  en  Arg'el  en  1j41  "  ^ 

del  Emperador  Carlos  V.  sas,  la  de  D.  Femando 


Arnés  de  justa  de  D.  CARLOS  I  de  España,  despue's  Emperador  CARLOS  V 

de  Alemania. 


—  23  — 

-el  Católico,  la  de  D.  Juan  de  Austria,  la  del  Gran  Ca- 
pitán, la  de  Hernán  Cortés  y  las  de  Carlos  V  y  Feli- 
pe II.  El  trofeo  de  armas  tomadas  al  Rey  Francisco  I 
de  Francia  en  la  batalla  de  Pavía,  la  cimera  del  dra- 
gón alado  procedente  de  D.  Martín  de  Aragfón,  la  ce- 
lada y  la  barbuta,  piezas  incomparables,  de  Felipe  el 
Hermoso,  y  la  g-ola  hasta  aquí  llamada  de  «San  Quin- 
tín» y  que  resulta  representar  el  famoso  sitio  de  Os- 
len de. 

En  el  orden  artístico  no  es  posible  reunir  núcleo 
ig-ual  al  de  Iíts  seis  rodelas  y  cuatro  borgfoñotas  ex- 
puestas en  este  escaparate:  la  del  sitio  de  Cartag'ena 
y  la  de  Medusa  sobrepujan  á  las  más  bellas  obras  ita- 
lianas de  su  g'énero  conocidas. 


Cuadro  4.^ 

Es  la  última  ag'rupación  de  arneses  de  Carlos  V:  el 
■que  viste  la  figura  ecuestre  con  el  caballo  bardado 
de  hierro,  comprende  además  la  inmediata,  y  la  co- 
locada delante  de  la  ventana  8.^,  cubiertas  sus  piezas 
•de  fajas  espesas  doradas,  lleva  la  fecha  de  1538  y  se 
íisemeja  mucho  á  los  trabajos  de  Colman. 

La  figura  señalada  A  157  es  del  mismo  armero.  Se 
halla  incompleto  este  arnés,  porque  Felipe  II  envió 
lo  demás  al  Archiduque  Fernando  del  Tirol,  y  hoy 
forma  parte  del  Museo  de  Viena:  labróse  para  la  cam- 
])aña  del  Emperador  contra  Francia,  en  1543. 

Frente  á  la  vitrina  central,  letra  G.  aparece  la  más 
suntuosa  armadura  que  nos  legó  el  César. 

Es  obra  de  los  Negroli.  los  armeros  más  afamados 
<le  Milán.  El  relevado  de  la  celada  y  de  los  codales 
acredita  á  estos  artífices  como  los  más  hábiles  de  su 


24  — 


Espada  del  siglo  xvi. 


tiempo,  y  la  combinación  de  su  an- 
tig-iio  color  negro,  que  ha  perdido^ 
con  las  delicadas  listas  de  oro  da- 
masquinado, revelan  un  gusto  ex- 
quisito. 

Queda  por  citar  el  último  arnés- 
que  poseyó  el  Emperador.  El  llama- 
do de  Mulliberg".  por  ser  con  el  que 
le  representa  Ticiano  en  su  célebre 
cuadro  del  Museo  del  Prado,  llevan- 
do las  mismas  piezas  de  armadura 
que  vistió  en  la  me- 
morable batalla  ga- 
nada á  la  liga  protes- 
tante en  1547. 

Al  pie  de  la  figura 
ecuestre,  que  es  co- 
pia de  dicha  pintura, 
se  hallan  expuestas 
las  armas  del  Elector 
de  Sajonia,  vencido  y  prisionero  en 
aquella  jornada,  de  la  autenticidad 
de  las  cuales  da  testimonio  su  retra- 
to en  el  referido  Museo. 

Las  demás  cinco  figuras,  osten- 
tando piezas  de  idéntico  decorado 
que  el  arnés  del  jinete,  demuestran 
la  variedad  y  abundancia  de  las  que 
componían  esta  panoplia. 

También  en  este  recinto  son  de 
notíir  quince  sillas  armadas,  corres- 
pondientes algunas  á  los  aderezos 
ya  descritos  y  una  de  carácter  orien- 
tal procedente  de  la  armería  del  Em- 
perador; más  el  grupo  de  siete  lan- 


zas  (le  torneo  no  poco  deterioradas  por  el  incendia 
de  1884. 

Inmediata  á  este  cuadro  se  halla  adosada  al  muro 
la  vitrina  B,  conteniendo:  cuatro  rodelas  relevadas^ 
dos  de  Carlos  V  y  dos  de  la  época  de  Felipe  II;  un 
carcnx  morisco  para  flechas  que  proviene  de  los  Re- 
yes Católicos;  el  turbante  y  la  coraza  de  acero  de 
Barbarroja;  celadas,  ristres  y  otras  piezas  de  interés 
secundario. 


Cuadro  ^P 

Comprende  cinco  armaduras  de  Felipe  II.  La  más 
aiitig'ua,  cuyo  jinete  viste  un  sayo  de  armas  blaso- 
nado, es  de  todas  armas;  pruébalo  la  fig'ura  con  to- 
nelete para  justar  á  pie;  la  de  á  caballo  con  yelmo 
atornillado  al  peto,  y  las  otras  dos  armadas  de  para- 
da y  de  g-uerra. 

Fué  construida  por  Desiderio  Colman,  en  1544. 

Síg-uela  otra  no  menos  rica  de  tres  maniquíes,  la 
que  sólo  sabemos  disting-uir  de  las  demás  por  ser 
exclusivamente  para  g*uerra  y  haber  sido  retratado- 
con  ella  Felipe  II  por  Ticiano. 

La  blanca  del  áng-ulo  extremo  del  cuadro  es  de 
justa  y  g*uerra,  sencilla  y  esbelta  como  pocas:  obra 
del  armero  Wolf,  de  Landshut,  por  el  año  de  1550. 

Síg'uela  otra  del  mismo  armero  decorada  á  fajas 
anchas  ondeadas.  Ocupa  tres  fig-uras  sosteniendo  las 
numerosas  piezas  de  justa;  otra  con  las  de  campaña^ 
sobre  las  cuales  se  colocaban  en  cada  lucha  especial 
las  anteriores,  y  la  montada  en  el  caballo  en  actitud 
de  enristrar  la  lanza  en  un  torneo. 

Obsérvese  la  hermosa  barda  del  corcel,  ejecutada 
por  el  armero  Lochner.  de  Nuremberg-. 


—   20   — 


Arnés  de  guerra  del  Archiduque  Carlos  de 
Austria,  después  Emperador  Carlos  V. 


Este  arnés,  que  ade- 
niás  comprende  cinco  si- 
llas con  sus  testeras,  sin 
contar  numerosas  pie- 
zas reconocidas  por  nos- 
otros en  el  extranjero, 
ostenta  el  escudo  de  ar- 
mas de  Felipe  II,  y,  so- 
breel  iodo,  el  de  su  espo- 
sa Doña  María  de  Ing-la- 
terra . 

La  última  armadura 
que  se  hizo  labrar  Feli- 
pe II.  y  con  la  cual  se  le 
representa  en  su  estatua 
orante  del  mausoleo  del 
Escorial,  es  la  del  ángu- 
lo del  cuadro  que  liace 
frente  á  la  de  su  eg-regio 
padre  en  Mulberg*.  Des- 
tinada para  usos  de  gue- 
rra y  obra  de  ^Volf,  como 
las  dos  anteriores,  está 
adornada  de  fajas  relle- 
nas de  cruces  de  Borg-o  • 
fia,  al  ig-ual  de  la  elegan- 
te y  ri  ca  ba  rd  a  q  u  e  e  n  ga- 
lana al  caballo,  de  dos 
sillas  con  sus  testeras  y 
de  cuantas  piezas  ciñe 
la  figura  inmediata. 

Todas  las  sillas  que 
encierra  este  cuadro 
guardan  relación  con 
sus  respectivos  arneses. 


Rodela  repujada  y  damasquinada  ael  Emperador  CARLOS  V. 
Obra  de  Negroli,  de  Milán. 


'Zi 


El  fanal  colocado  en  el  centro  es  de  la  capitana  de 
la  armada  francesa,  ganado  por  el  célebre  Marqués 
de  Santa  Cruz  en  el  combate  de  la  isla  de  San  Mi- 
g-ucl,  en  1582. 

Antes  de  ab.andonar  el  costado  occidental  del  sa- 
lón, fíjese  el  público  en  las  armaduras  de  las  pare- 
des 7  y  8,  entre  ellas  dos  neg-ras  adquiridas  por  S.  M.  el 
Rey  D.  Alfonso  XII,  del  Duque  de  Osuna  difunto;  en 
los  restos,  harto  incompletos,  de  otra  que  perteneció 
al  Príncipe  Alejandro  Farnesio  y  la  del  Principe  Ma- 
nuel de  Saboya,  nieto  de  Felipe II.  Aliado  de  ésta,  y 
formando  ángulo  con  ella,  se  encuentra  la  del  Prín- 
cipe Felipe,  hermano  de  aquél,  que  talleció  en  Es- 
paña á  los  diez  y  nueve  años  de  edad. 

Sig-ue  en  la  fachada  Norte  la  vitrina  que  contiene 
el  trofeo  de  la  batalla  naval  de  Lepanto,  ganada 
en  1571  á  los  turcos  por  D.  Juan  de  Austria.  En  el 
centro  se  exhiben  el  traje  y  las  armas  del  Almirante 
Ali  Baja,  muerto  en  la  lucha;  cuatro  colas  de  caba- 
llo, emblemas  del  bajalato;  el  alfanje  de  uno  de  sus 
hijos,  dos  celadas,  dos  rodelas  y  banderas  del  ene- 
migo, y,  por  último,  el  pendón  del  Príncipe  cristia- 
no vencedor,  expuestas  sus  dos  caras  en  distintos 
cuadros. 

Ante  la  ventana  12  hay  varias  curiosas  alabardas 
y  espontones  de  los  siglos  xvii  al  xix,  y  en  la  vitrina 
siguiente,  letra  D,  dos  bellos  escudos  y  un  alfanje 
guarnecidos  de  plata  y  piedras,  regalados  á  Felipe  III 
por  el  Duque  de  Saboya;  cuatro  rodelas  y  varios  mo- 
rriones de  la  misma  época. 

Ante  la  ventana  13,  y  en  dos  tableros  inmediatos, 
se  exhiben  tres  armaduras  incompletas  del  siglo  xvii, 
cuyo  origen  desconocemos,  por  más  que  su  existen- 
cia de  antiguo  en  la  Real  Armería  da  lugar  á  sospe- 
char si  procederán  de  Felipe  IV,  de  su  hermano  el 


—  28  — 

Cardenal  Infante  D.  Fernando  o  de  su  liijo  natural 
D.  Juan  José  de  Austria. 


Espadas  del  Emperador 
Carlos  V. 


Cuadro  6.^ 

Destácase  en  un  áng-ulo  la  precio- 
sa armadura  relevada  y  damasqui- 
nada de  oro  del  héroe 
de  Lepanto  el  Prínci- 
pe D.  Juan  de  Aus- 
tria, que  aunque  in- 
completa, constituye 
una  de  las  más  ricas 
,.  panoplias  de  la  Ar- 
mería. Es  obra  del  cé- 
lebre armero  milanés  Lucio  Picini- 
no,  y  hay  motivos  para  creer  que 
fué  regalada  al  hijo  natural  de  Car- 
j  los  Y  por  el  Pontífice  San  Pío  Y. 
I  Yéase  á  su  derecha,  en  dos  figu- 
I  ras,  el  arnés  del  Príncipe  D.  Carlos. 
I  el  malog'rado  hijo  de  Felipe  II,  aun 
I  -  adolescente.  Otra  media  armadura, 
asimismo  rica,  pero  muy  pesada, 
propia  al  parecer  para  ir  armado  de  herreruelo,  y  va- 
rias más  en  el  mismo  frente,  cuyo  orig-en  es  descono- 
cido, hasta  llegar  á  la  figura  ecuestre  exornada  con 
fajas  anchas  doradas  y  placas  de  plata,  conocida  por 
tradición  errónea  como  de  Cristóbal  Colón,  pero  cuya 
forma  y  proporciones  dan  lugar  á  considerarla,  con 
visos  de  acierto,  por  del  Rey  D.  Felipe  I  Y. 

Sigúele  inmediatamente  otro  arnés  decorado  de 
oro  y  plata  en  lindas  y  menudas  labores  procedente 
del  Duque  Manuel  de  Saboya,  esposo  que  fué  de  la 


—  29   — 

Infanta  Doña  Catalina,  y  después  montado  en  un  ca- 
ballo, el  del  Rey  D.  Felipe  III,  pavonado  en  negro 
con  adornos  de  oro. 

Las  seis  fig-uras  á  pie  que  hacen  frente  á  los  arma- 
rios revisten  coseletes  de  fines  de  los  sig-los  xvi  al 
XVII.  de  ning-ún  interés  histórico;  no  así  el  grupo  del 


Borgoñoía  del  Emperador  Carlos  V. — Obra  de  Negroli,  de  Milán. 


áng-ulo  nordeste,  compuesto  de  panoplias  de  piezas 
sueltas  y  una  fig-ura  á  pie  y  otra  ecuestre  ostentan- 
do la  armadura  del  quinto  Duque  de  Escalona,  Vi- 
rrey en  Italia  á  fines  del  sig-lo  xvi. 

También  este  cuadro  lleva  en  el  centro  un  fanal 
ganado  á  la  capitana  portuguesa  en  el  combate  de 
la  isla  de  San  Miguel  por  el  esclarecido  Almirante 


—  30  — 


D.  Alvaro  de  Bazán,  y  diez  y  nueve  sillas  de  montar 
pintadas  y  doradas  al  estofado,  alg-unas  de  mérito 
sing-ular,  por  Dieg-o  de  Arroyo,  pintor  iluminador  al 
servicio  de  í'elipe  II,  siendo  Principe  heredero. 


Cuadro  JP 

Contiene  armaduras  de  la  época  de  la  decadencia, 
en  que  predominando  el  temor  á  los  efectos  de  las 
armas  de  fuego,  procuróse  reforzar  aquéllas  con  pér- 
dida de  la  lig-ereza  y  esbeltez  que  tenían  anterior- 
mente. 

La  ag'rupación  de  piezas,  blancas  y  neg'ras ,  por 
efecto  de  haber  perdido  el  pavón  unas  y  otras  no, 
fué  un  arnés  de  Felipe  IV.  La  fig'ura  inmediata  lleva 
unas  armas  enriquecidas  con  plata:  es  un  puro  alar- 
de de  ornamentación,  pues  su  peso  excesivo  no  con- 
siente sea  llevada  por  hombre  alg'uno. 

Síg-uenla  tres  fig-uras  con  un  arnés  que  suponemos 
de  Felipe  IV  en  sus  últimos  tiempos. 

Ocupa  el  frente  á  las  vitrinas  E  y  F  otra  cumplida 
panoplia  del  mismo  monarca,  construida  en  Francia 
por  un  armero  de  Luis  XIII,  su  hermano  político,  y 
acaso  reg"alada  por  éste. 

Las  cuatro  fig'uras  que  miran  hacia  los  armarios 
carecen  de  importancia. 

En  el  centro,  otro  g-ran  fanal  turco  cog-ido  por  el 
eximio  Marqués  de  Santa  Cruz  combatiendo  eii  Xa- 
varino;  y,  por  último,  alrededor  doce  sillas  armadas 
del  sig'lo  XVI  para  g'uerra,  tres  de  las  cuales  sobresa- 
len por  la  belleza  de  sus  relevados,  particularmente 
la  clasificada  A  242,  que  forma  parte  del  arnés  de 
ig-ual  trabajo  colocado  en  la  inmediata  vitrina  F. 


—  31   — 


Vitrinas  E  y  p. 


Encierran  en  primer  término  la  armadura  más 
rica  y  suntuosa  que  poseyó  Felipe  11;  mandóla  cons- 
truir á  Desiderio  Colman,  ha- 
llándose en  Aug"sburgo  en 
1549,  y  su  labor  de  repujado 
y  damasquinado  de  oro  com- 
pite con  los  mejores  produc- 
tos de  su  género  en  Milán. 

La  figura  inmediata  lleva 
una  coracina  del  Emperador 
Maximiliano  I  de  Alemania, 
guarnecida  de  raso  carmesí, 
obra  del  milanés  Bernardino 
Cantoni,  y  una  celada  descu- 
bierto, acaso  de  la  misma  épo- 
ca de  Felipe  el  Hermoso,  y  cu- 
ya visera  representa  un  dra- 
gón alado. 

La  armadura  negra  con  cla- 
vazón dorada,  exornada  de 
figuras  y  adornos  relevados 
con  una  perfección  exquisita, 
obra  del  amburgués  Peífen- 
hauser,  perteneció  al  desgra- 
ciado  Rey  D.   Sebastián  de 


Portugal,  muerto  á  manos 
de  la  morisma  en  Alcazarqui- 
vir. 

Las  dos  coracinas  siguien- 
tes y  las  piezas  de  cabeza  de 
sus  figuras  proceden  del  Em- 
perador Carlos  Y.  al  igual  del  arnés  negro  italiano 


Armadura  española  de  justa,  de  riñes 
del  sifflo  XV. 


tan  delicadamente  damasquinado  de  oro,  situado  en 
tre  ellas. 


Cuadro  SP 

Encierra  diez  y  seis  armaduras  de  niño  que  perte- 
necieron á  los  Príncipes  de  la  Casa  de  Austria. 

En  la  línea  frente  á  las  vitrinas  E  y  F,  forman 
arrancando  del  centro  del  salón:  una  bellísima,  pro- 
pia de  Felipe  III,  construida  por  Picinino;  sig'uen 
tres  de  ig-ual  ornamentación  entre  sí.  originarias  de 
sus  hijos  Felipe  IV,  el  Infante  D.  Carlos,  que  murió 
niño,  y  el  Infante  D.  Fernando,  antes  Cardenal  y 
después  vencedor  de  los  suecos  en  Xorling-en. 

Las  otras  tres  alineadas  á  continuación  proceden 
<ie  los  mismos  Príncipes.  Volviendo  al  centro  halla- 
ránse  el  diminuto  arnés  neg'ro  del  sigflo  xvii,  que 
proviene  del  Infante  D.  Baltasar,  hijo  de  Felipe  IV; 
-otro  profusamente  exornado  de  tíg'urillas  en  relieve 
y  delicadas  incrustaciones  de  oro.  labrado  en  Milán 
para  Felipe  III,  y.  por  último,  siete  más  de  orig-en 
•desconocido  que  completan  esta  fachada. 


Cuadro  (^P 

Este  pequeño  recinto  contiene:  la  litera  en  la  que 
se  dice  era  conducido  el  Emperador  Carlos  V  en 
campaña,  cuando  su  padecimiento  de  la  g'ota  no  le 
permitía  montar  á  caballo;  el  sillón-litera  que  nsaba 
Felipe  II,  enfermo  del  mismo  mal  que  su  padre,  en 
sus  paseos  por  los  alrededores  y  durante  la  edifica- 
ción del  Escorial,  y  una  colección  de  celadas  y  mo- 
rriones colocados  en  un  árbol  de  hierro. 


Borgoñota  y  rodela  de  D.  JUAN  DE  AUSTRIA. 


%i^ 


33 


Inmediato  al  referido  cuadro  se  halla,  entre  dos 
grupos  de  partesanas,  picas  y  alabardas  procedentes 
déla  armería  del  Empe- 
rador, la  pequeña  vitri- 
na H,  dividida  en  dos 
compartimientos.  En 
uno  se  exhiben  las  ofren- 
das votivas  visigodas  de 
oro  y  piedras  preciosas 
del  siglo  VII  halladas  en 
Guarrazar,  provincia  de 
Toledo,  y  adquiridas  por 
la  Reina  Doña  Isabel  II, 
entre  ellas  la  corona  del 
Rey  Suintila. 

Además  un  trozo  del 
manto  de  seda  y  oro  que 
envolvió  el  cuerpo  de 
San  Fernando,  y  las  es- 
puelas de  este  invicto 
Rey,  extraídos  del  reli- 
cario del  Real  Palacio 
de  Madrid. 

Un  freno  de  caballo 
de  la  época  de  los  visi- 
godos, un  cuadro  pe- 
queño con  restos  del 
pendón  ganado  á  los 
moros  en  la  batalla  de 
las  Navas  de  Tolosa  y 
dos  testeras  de  caballo 
árabes  del  siglo  xv. 

En  la  otra  separación 
se  ven  expuestas  varias      .       ,      , ,  ,  , ..         ,     ^ 

Armadura  a  la  romana  dol  Emperador  Carlos  \ 

moharras  de  las  bande-  obra  de  b.  campi. 


—  84  — 

ras  destruidas  por  el  incendio  de  1884;  el  precioso  In- 
ventario iluminado  délas  armas,  banderas  y  trajes  de 
guerra  del  Emperador  Carlos  V,  á  que  hacemos  refe- 
rencia al  explicar  el  orig*en  de  la  Armería,  y  otros  ob- 
jetos de  interés  secundario. 


Borgoñota  del  Roy  D.  Felipe  H. i— Obra  de  Sigman  de  AügsburgO. 


Los  Armarios. 


Ceñidos  á  la  pared  oriental  del  salón  y  ocupando 
una  extensión  lineal  de  treinta  y  tres  metros,  encie- 
rran las  colecciones  de  armas  blancas,  de  tiro  y  de  fue- 
go portátiles,  formadas  en  el  curso  de  siglos,  y  otros 
objetos  que  sólo  podremos  detallar  someramente. 


Arnés  ligero  de  guerra  que  llevó  el  Emperador  CARLOS  V 
á  la  conquista  de  Túnez  en  1535. 


35 


yírmario  núm.  1. 

Contiene  los  estoques  benditos  ofrecidos  por  varios 
Pontífices  á  los  Reyes  Juan  II  y  Enrique  IV  de  Cas- 
tilla, y  á  los  de  la  monarquía  española  Carlos  I,  Fe- 
lipe lí,  quien  recibió  cuatro  de  ellos,  Felipe  III  y  Fe- 
lipe IV. 

El  estoque  de  ceremonia  con  que  los  Reyes  Católi- 
cos armaban  Caballeros. 

El  estoque  imperial  de  Carlos  V,  cuya  primitiva 
g-uarnición  de  plata  no  existe;  una  silla  de  montar 
con  sus  estribos  y  dos  cascabeles  de  principios  del  si- 
g-lo  xv;  un  venablo  de  caza  de  D.  Felipe  el  Hermo- 
sOj  y  otros  objetos  de  menor  interés. 

yírmario  núm.  2. 

Contiene  dos  estoques  de  arzón  de  los  sig-los  xv 
y  xvi;  tres  montantes  españoles  de  g-uerra  y  tres  para 
justar  á  pie;  dos  chuzos  de  caza;  dos  espejos  de  acero 
bruñido  y  una  numerosa  y  variada  colección  de  hie- 
rros de  lanza  para  justas,  torneos  y  g-uerra. 

yirmario  núm.  3. 

Contiene,  á  más  de  siete  espadas  de  armas  del 
Emperador,  una  del  Gran  Capitán  (G.  30)  y  otn 
del  célebre  conquistador  Francisco  Pizarro 
(G.  35);  las  pocas  hachas  que  posee  la  Ar- 
mería y  catorce  mazas  de  armas  del  mismo 
monarca. 


m 


armario  núm.  4. 

Contiene  dos  espadas  de  Carlos  V,  otra  de  Felipe  II, 
varias  del  sig-lo  xvii  y  dos  escarcinas  del  xvi.  Debajo 
se  encuentran  quince  pistolas,  á  cual  más  notables, 
procedentes  del  Emperador. 

armario  núm.  5- 

Continúan  las  espadas  de  armas  del  sig-lo  xvii,  la 
G.  61,  cogida  al  Duque  de  Weimar  en  la  batalla  de 
Norling-en,  y  tres  espadas  para  cazar  jabalíes,  proce- 
dentes las  tres  de  la  armería  de  Carlos  Y.  Suyas  fue- 
ron también  las  nueve  ballestas  de  caza  agrupadas 
en  este  armario.  En  el  centro  se  exhibe  el  modelo 
que  sirvió  para  confeccionarlas  cotas  de  los  reyes  de 
armas  del  tiempo  de  Felipe  II. 

yiraiario  núm.  6. 

Casi  todas  las  espadas  aquí  expuestas  son  propias 
del  traje  civil  del  siglo  xvii,  y  las  hojas  sueltas,  obra 
muchas  de  ellas  de  los  más  afamados  espaderos  dé 
Toledo.  Nótense  la  GG.  10,  construida  para  Felipe  II, 
y  la  GG.  14,  que  perteneció  al  Príncipe  de  Conde. 

armario  núm.  7- 

Contiene  ballestas  de  caza  de  los  siglos  xvi  y  xvii 
de  tornillo  y  las  demás  de  gafa,  á  más  de  gran  va- 
riedad de  flechas,  rallones,  bodoques ,  viras  y  vira- 
tones para  disparar. 


—  37  — 

armario  núm.  S. 

Forman  panoplia  en  el  fondo  diez  y  nueve  espadas 
de  conchas  y  de  taza,  y  seis  dag'as  para  mano  iz- 
quierda, y  en  el  centro  una  bella  adarg-a  vacarí  bor- 
dada en  sedas  al  estilo  oriental.  Debajo  se  hallan  cua- 
tro cerbatanas  de  caza  del  sig-lo  xvii,  y  en  el  frente 
dos  cañones  de  mano,  lo  más  rústico  y  primitivo  de 
las  armas  de  fueg*o  portátiles  (K.  1  y  2);  alg-unas  es- 
ping"ardas  de  mecha,  y  varios  arcabuces  y  mosquetes 
de  rueda  de  los  sig-los  xvi  y  xvir. 

yirmario  núm.  9- 


Las  espadas  de  esta  panoplia  pertenecen  casi  todas 
al  sig-lo  xvm;  la  adarg-a  del  centro,  de  ig'ual  ca- 
rácter que  la  del  armario  anterior,  pero  con  bla- 
sones de  los  Fernández  de  Córdoba  y  Mendoza. 
La  hilera  superior  de  armas  de  fueg-o  compren- 
de, pistolas  del  sig-lo  xvn,  y  la  inferior,  en  su  mayor 
parte,  arcabucillos  procedentes  de  la  armería  de  Car- 
los V. 

armario  núm.  10. 

En  el  fondo.  ag"rupadas  detrás  de  una  rodela  mo- 
risca de  com^batir  á  píe,  varias  armas  blancas  euro- 
peas y  asiáticas  del  sig-lo  presente;  entre  aquéllas  un 
sable  de  S.  M.  la  Reina  Doña  Isabel  H.  otro  de  S.  A.  el 
Conde  de  Girg-enti,  otro  de  Welling'ton,  otro  de  Don 
Carlos  de  Borbón,  y  una  espada  del  g-eneral  San  Mi- 
g"uel.  Delante  se  exhiben  siete  mosquetes  y  pistolas 
del  sig-lo  XVII. 


—  38  — 


Espada  del 

NDE  DE  CORUiÑA. 

(Siglo   XVI ). 


armario  núm.   11. 

En  primer  término,  formando  dos  hilera?, 
hay  pistolas  de  los  sig-los  xvii,  xviii  y  xix,  y 
en  el  fondo  una  curiosa  colección  de  arcos  y 
carcajes  turcos  del  sig*lo  xvi,  preciosamente 
labrados  en  sedas,  los  más,  cogidos  por  Don 
Juan  de  Austria  en  la  batalla  de  Lepanto. 


Armario  núm.  12. 


Escopetas  turcas  del  siglo  xviii.  lujo- 
samente de- 
coradas, pro- 
cedentes de 
regalos  traí- 
dos por  los 
Embajado- 
res del  Sul- 
tán de  Tur- 
quía al  Rey  D.  Carlos  III.  amén  de  varios  es- 
tribos marroquíes. 

yirmario  núm.  13. 


^-'  Continúa  la  arcabucería  turca  con  varias 

espingardas,  armas  blancas  y  estribos  de  pro- 
cedencia árabe  y  marroquí,  destacándose  en 
el  fondo  un  trofeo  con  las  armas,  trajes  y  otros  obje- 
tos tomados  en  Oran  el  año  17132,  al  renegado  espa- 
ñol conocido  con  el  apodo  de  Big Otilios. 


Borg'oñota  y  rodela  del  Emperador  CARLOS  V.— Obra  milanesa. 


—  39   — 

armarios  núms.  I4  y  15. 

Contienen  las  obras  maestras  de  los  celebrados  ar- 
cabuceros madrileños,  y  otras  del  resto  de  España  y 
extranjeras,  en  su  mayor  parte  pertenecientes  al  si- 
g-lo  xvni.  También  se  ve  en  el  primero  una  colección 
de  acicates,  espuelas  y  estribos  de  diferentes  épocas 


Celada  del  siglo  xv,  pi'ocodente  del  Emperador  Carlos  V. 

y  clases;  y  en  el  seg-undo,  piezas  auxiliares  de  armas 
de  fiieg'o,  como  turquesas  para  fundir  balas,  probe- 
tas de  pólvora  y  llaves  de  rueda,  chispa  y  percusión. 

./Irmario  núm.   16. 


Consag'rado  á  la  memoria  del  malog-rado  monarca 
I).  Alfonso  XII,  contiene  el  uniforme  que  llevó  á  la 


—  40  — 

campaña  del  Norte,  la  montura  de  su  caballo,  las 
fornituras  de  su  uniforme  de  sarg-ento  del  reg'imien- 
to  del  liey,  á  que  perteneció  siendo  aún  Príncipe  de 
Asturias;  las  espadas  que  ciñó  en  las  ceremonias  de 
sus  casamientos,  y  otras  pertenecientes  á  sus  unifor- 
mes y  regalos  que  le  hicieron;  sus  armas  de  caza  y 
otros  varios  objetos  que  traen  á  la  memoria  la  sim- 
pática fig*ura  histórica  del  Rey  Alfonso  el  Pacifica- 
dor, á  quien  tanto  debe  este  Museo,  como  ya  indica- 
mos al  hacer  la  historia  de  las  vicisitudes  por  que  ha 
atravesado  la  rica  colección  de  armas  y  recuerdos 
gloriosos  de  nuestra  historia  patria. 

u  Cande  de    ^Oa/e/iciíi  efe    Qfc/i  <yiM/v. 


NOTAS.  Los  fotograbados  se  han  distribuido  en  esta  monografía  atendiendo 
á  las  exigencias  de  la  composición,  por  haber  sido  materialmente  imposible  colo- 
carlos donde  el  texto  cita  los  objetos  que  representan. 

Las  fotografías  que  han  servido  para  ellos  se  han  hecho  por  el  Exc.mo.  Se- 
ñor Marqués  de  Beniel,  Caballerizo  de  campo  de  S.  M.,  y  por  la  antigua  y 
acreditada  CasaJ.  Laurent  v  C." 


Madhiu:  1S9Ü.— Iiup.  de  la  V'uda  de  Hernando  y  C.=>,  Forraz,  lo. 


^ 


M 


♦ 


(Fot.  de  D,  Fernando  Debas.) 


g.  ]VI.  la  I^eina  I^cgente  Doña  ¡Vlaría  Cristina. 


La  I^eina  Regente. 


El  problema  de  la  felicidad  del 
país  se  resuelve  por  medio  del  obrero 
en  su  taller  con  el  trabajo,  y  velan- 
do Yo  desde  mi  puesto  por  el  orden 
y  la  justicia. 

AUFÜNSO    Xü. 


ICARIA  Cristina  de  Habsburgo-Loreiia,  Archi- 
<rNí^yi£>o duquesa  de  Austria,  nació  en  Gross-Sedowitz 
l^Moravia)  el  día  21  de  Julio  de  1858;  contrajo  matri- 
monio en  Madrid  el  29  de  Noviembre  de  1879  con  Al- 
fonso XII,  Rey  de  España,  siendo  fruto  de  este  regio 
enlace  Doña  María  de  las  Mercedes,  Princesa  de  Astu- 
rias, la  Infanta  Doña  María  Teresa  y  D.  Alfonso,  el 
cual  vio  la  luz  el  17  de  Mayo  de  1880,  seis  meses  des- 
pués del  fallecimiento  de  su  augusto  y  malogrado 
padre,  y  fue  proclamada  Reina  Regente  del  Reino  du- 
rante la  menor  edad  de  su  hijo. 


II 


La  muerte  de  D.  Alfonso  XII  y  el  nacimiento  del 
tierno  niño,  llamado  á  heredar  la  corona,  creaban  á  la 
egregia  Señora  una  situación  en  alto  grado  difícil,  por 
no  estar  cicatrizadas  todavía  las  profundas  heridas  que 
en  el  seno  de  nuestra  patria  abrieron  las  últimas  y 
sangrientas  contiendas  civiles. 

Presentábase  en  nuestra  historia  un  aterrador  dile- 
ma, cuyos  extremos  no  podían  ser  más   opuestos,  y 

1 


cuya  solución  espenibíui,  contemplándonos  impacien- 
tes, todas  las  naciones  civilizadas. 

¿Continuaría  normalizando.se  la  vida  nacional  de 
España  y  concilladas  las  opiniones  de  los  partidos, 
ardua  empresa  que  con  tanto  tino  realizara  el  popular 
Monarca,  sin  que  nuevas  turbulencias  señalasen  el 
reinado  que  empezaba...? 

¿Estaríamos,  por  el  contrario,  predestinados  á  sufrir 
nuevas  luchas,  que  pusieran  en  inminente  peligro  las 
instituciones,  lanzándonos  otra  vez  á  períodos  de  inte- 
rinidad, á  guerras  fratricidas  y  á  ensayos  de  gobiernos 
revolucionarios...? 


III 

Grandes  y  generales  eran  los  pesimismos  que  por 
todas  partes  se  levantaban,  como  fatídicas  nubes  que 
ennegrecían  el  horizonte  de  nuestro  porvenir;  los  mo- 
mentos no  podían  ser  ni  más  solemnes  ni  más  críticos; 
el  ánimo  quedóse  embargado  ante  el  espanto  de  que, 
desbordándose  impetuoso  el  torrente  de  las  ambicio- 
nes políticas,  encauzado  á  tanta  costa,  extendiesen  sus 
venenosas  aguas  los  gérmenes  del  caos  y  la  anarquía; 
pero  bien  pronto,  para  ventura  nuestra,  se  desvanecie- 
ron los  temores  á  la  luz  esplendorosa  de  la  realidad, 
como,  al  aparecer  el  luminar  del  día,  se  disipan  las 
sombras  de  la  noche. 

Porque,  educada  nuestra  Soberana,  como  todas  las 
Princesas  de  la  Casa  de  Hr.bsburgo,  en  la  juoral  más 
pura  y  enriquecida  con  privilegiadas  dotes  de  bondad 
é  inteligencia,  apenas  el  Eterno,  en  sus  inexcrutables 
designios,  quiso  arrancar  del  libro  de  nuestros  anales 
patrios  la  página  del  Eey  D.  Alfonso  XII,  página  cor- 
ta, pero  brillante,  en  cuyo  centro  resplandecía  la  her- 
mosa figura  de  la  Paz,  irradiando  vivíficos  destellos 
que  apagaron  el  fuego  de  los  cañones,  convirtieron  los 
charcos  de  lodo  y  sangre  en  transparentes  ríos,  en  má- 
quinas y  arados  las  destructoras  armas,  en  dilatados 
jardines  de  perfumadas  flores  y  sazonados  frutos  los 


antes  pestilentes  campos  cubiertos  de  metralla  y  de 
cadáveres,  en  espléndidos  palacios  y  productoras  fá- 
bricas los  fuertes  y  las  ruinas,  en  amor  el  odio,  la 
muerte  en  vida,  y  la  pólvora  en  ligeros  voladores  que, 
hendiendo  los  estrellados  horizontes,  los  matizaron  de 
chispas  y  de  luces,  alzáronse  tres  altares  dentro  del 
corazón  purísimo  de  la  augusta  dama,  que  para  siem- 
pre se  ceñía  los  tristes  crespones  de  la  viudez. 

Uno  dedicado  al  santo  culto  de  su  inolvidable  espo- 
so, altar  donde  respira  el  dulce  aroma  de  sus  recuer- 
dos, evocándolos  con  tan  ardiente  anhelo,  que  no  pa- 
rece sino  que  al  lado  suyo  toma  forma  la  imagen  de 
aquel  con  quien  compartiera  las  alegrías  y  las  amar- 
guras del  trono,  y  todavía  con  él  vive  y  alienta. 

«Amad  á  las  almas  y  las  volveréis  á  encontrar», 
dice  Víctor  Hugo,  y,  convencida  María  Cristina  de  este 
axioma,  guarda  su  amor  puro  á  la  de  Alfonso  XII  con 
la  ferviente  esperanza  de, volver  á  unirse  á  ella  en  la 
mansión  serena  de  les  bienaventurados. 

Otro  para  adorar  á  su  querido  pueblo,  velando  por 
su  prosperidad  y  por  su  dicha,  «por  el  mantenimiento 
del  orden  y  de  la,  justicia»,  y  pidiendo  en  incesantes 
oraciones,  ansiosa  de  regir  acertadamente  los  destinos 
de  la  Monarquía,  inspiración  al  cielo,  que  el  cielo,  por 
merecérsela,  se  la  concede. 

Y  otro  para  consagrarse  á  la  educación  y  al  cuidado 
de  sus  idolatrados  hijos,  de  los  tres  ángeles  que  la  lle- 
nan de  consuelo,  que  endulzan  su  martirio,  que  forta- 
lecen su  espíritu,  constituyen  sus  delicias  y  tejen  para 
ella  el  fuerte  lazo  de  unión  entre  sus  recuerdos  y  sus 
esperanzas. 

El  bien  de  ellos  es  el  bien  suyo;  en  ellos  se  recon- 
centra toda  su  solicitud,  toda  su  ternura;  presentir  y 
realizar  sus  pensamientos  causa  sus  mayores  compla- 
cencias; sus  dolores  son  los  suyos,  sus  dichas  las  su- 
yas, la  expresión  de  su  semblante  es  el  espejo  de  las 


angelicales  criaturas 
padecen,  triste! 


'aleare  cuando  gozan;  cuando 


I  Rara  vez  veréis  á  la  Heina  de  España  pin  ver  al 
mismo  tiempo  á  sus  tres  hijos! 


IV 


Por  eso  las  hondas  y  pavorosas  preocupaciones  que 
surgieron  en  el  lecho  mortuorio  del  Pacificador  Mo- 
narca D.  Alfonso  fueron  injustificadas:  la  Nación  uná- 
nime apreció,  como  debía,  la  rectitud  en  que  la  Reina 
Cristina  inspiraba  todos  sus  actos;  los  partidos  adver- 
sos á  la  idea  que  representa  se  contuvieron;  fimdié- 
ronse  en  una  sola  las  encontradas  aspii aciones  de  los 
monárquicos,  en  la-noble  y  patriótica  de  sostener  á  su 
Soberana,  y,  correspondiendo  el  pueblo  español,  siem- 
pre caballeroso,  siempre  galante  y  siempre  hidalgo, 
á  la  confianza  que  en  él  depositara,  agrupóse  en  torno 
del  interesante  y  conmovedor  conjunto  que  formaban 
una  desvalida  viuda  y  tres  inocentes  huérfanos,  y  se 
erigió  desde  luego,  con  pruebas  irrecusables  de  leal- 
tad y  simpatía,  en  su  más  ardiente  defensor. 

Por  eso  los  primeros  tiempos  de  la  Regencia  basta- 
ron para  que  se  patentizase  la  posibilidad  del  nuevo 
reinado,  tantas  veces  discutida,  y  para  conseguir  que 
el  trono  del  niño  Rey  arraigase  con  profundísimas  raí- 
ces en  lo  más  recóndito  del  corazón  de  nuestra  patria. 


V 


Diez  y  seis  años  hace  que  la  Reina  Cristina  ciñe  en 
sus  inmaculadas  sienes  la  gloriosa  diadema  que  Isabel 
la  Católica  ciñera,  y  diez  y  seis  también  que  podemos 
apreciar  el  tt  soro  inestimable  de  sus  relevantes  virtu- 
des, contra  las  que,  no  sólo  ni  la  maledicencia,  ni  la 
calumnia,  ni  los  más  irreconciliables  enemigos  de  la 
Monarquía,  han  podido  jamás  dirigir  sus  ponzoñosos 
dardos,  sino  que,  periódicos  tan  republicanos  como  El 
Liberal,  han  llegado  hasta  pedir  que  se  le  otorgue  la 
4 


más  envidiable  de  las  coronas,  la  corona  de  la  piedad. 

¡Qué  mejor  ejecutoria  para  una  mujer,  para  una 
madre  y  para  una  Reina!... 

Diez  años  hace  que  vienen  pesando  sobre  ella  los 
ímprobos  cuidados  de  la  Eegencia,  sin  que  ni  una  sola 
vez  se  haya  prescindido  en  sus  justos  actos  de  la  más 
exquisita  corrección  constitucional,  á  que  por  la  ley 
del  país  viene  obligada. 

Religiosa  sin  fanatismo,  generosa  sin  ostentación, 
enérgica  como  Doña  Blanca  de  Castilla,  honesta  y  ca- 
riñosa como  la  Reina  Clotilde,  valerosa  y  prudente 
como  Doña  María  de  Molina,  afable  y  discreta  como 
la  bella  Duquesa  de  Albany,  solícita  curadora  de  sus 
hijos,  responde  en  un  todo  á  las  necesidades  de  los 
tiempos  modernos,  conquistándose  las  voluntades  de 
cuantos  tienen  la  fortuna  de  conocerla  y  de  tratarla  5^^ 
habiendo  conseguido  que,  proclamada  como  modelo 
de  Reinas  por  todas  las  potencias  extranjeras,  le  rin- 
dan homenaje  de  admiración  y  de  respeto. 


VI 


Cristina  de  Habsburgo-Lorena,  estudiosa  y  dotada 
de  clarísimo  criterio,  resuelve  por  sí  misma  con  admi- 
rable tacto  las  más  difíciles  complicaciones  que  en  la 
diplomacia  y  la  política  se  presentan,  sorprendiendo 
muchas  veces  á  sus  consejeros  con  sus  ideas  propias, 
reveladoras  de  la  inteligencia  superior  que  la  distin- 
gue; conversa  en  sus  respectivos  idiomas  con  casi  to- 
dos los  representantes  de  las  demás  naciones,  recuer- 
da en  su  poderosa  retentiva  las  fisonomías  y  los  asun- 
tos de  cuantas  per.-^onas  recibe  en  sus  audiencias  par- 
ticulares, tratando  y  departiendo  amablemente  con 
ellas  las  distintas  materias  de  que  se  ocupan;  extiende 
con  proverbial  munificencia  al  menesteroso  sus  auxi- 
lios y  el  bálsamo  de  sus  consuelos  al  que  sufre;  funda 
y  sostiene  constantemente  benéficos  establecimientos; 
apresúrase  á  iniciar  con  mano  espléndida  cuantas  sus- 


ciipciones  se  abren  para  remediar  las  no  interrumpi- 
das calamidades  que  á  nuestra  patria  afligen;  pensiona 
multitud  de  desvalidos  huérfanos,  de  artistas  y  escri- 
tores; no  se  celebra  certamen,  ni  rifa  caritativa,  ni  con- 
curso alguno  donde  no  ñguren  en  primer  término  sus 
ricas  dádivas,  y,  sin  olvidar  que  «el  problema  de  la 
felicidad  del  país  se  resuelve  por  medio  del  obrero  en 
su  taller  con  el  trabajo»,  engrandece  el  Patrimonio  de 
la  Corona  y  los  Reales  Patronatos,  promoviendo,  sin 
descanso,  importantes  y  costosísimas  obras,  en  cuya 
ej<'cución  se  mantienen  centenares  de  industriales  y 
jornaleros,  y  en  cuya  interminable  lista  figuran,  como 
las  más  notables,  la  completa  transformación  del  Cam- 
po del  Moro  en  amenísimo  parque,  la  construcción  del 
nuevo  Colegio  de  Loreto,  el  arreglo  de  la  Plaza  de  la 
Armería,  con  el  ala  derecha  concluida,  la  creación  del 
Colegio  de  Estudios  superiores  en  el  Real  Monasterio 
de  El  Escorial,  las  grandes  plantaciones  de  la  Casa  de 
Campo,  de  Aranjuez  y  de  la  Granja,  la  Fábrica  é  ins- 
talación del  alumbrado  eléctrico,  la  ampliación  del 
Asilo  de  niños  de  las  lavanderas,  la  creación  de  la 
Escuela  de  Párvulos  en  la  Carretera  de  Extremadura, 
el  proyecto,  ya  comenzado  á  realizarse,  del  monumen 
tal  templo  de  Atocha,  que  será  uno  de  los  mejores 
edificios  de  la  Corte,  la  apertura  de  la  calle  que  ha  de 
separar  el  Regio  xVlcázar  de  la  suntuosa  Catedral  de  la 
Almudena,  la  conversión  de  la  Armería  en  el  Musco 
más  rico  de  cuantos  en  su  género  existen  en  Europa, 
la  nueva  Fábrica  de  Tapices,  la  extensísima  \erja  que 
rodea  el  Parque  de  Palacio,  el  Pabellón  destinado  á 
la  guardia  exterior,  los  jardines  del  Real  Colegio  de 
Santa  Isabel,  las  innumerables  reformas  y  mejoras  he- 
chas en  los  Reales  Alcázares  de  Sevilla  y  en  todos  los 
Sitios  Reales,  la  construcción  del  Real  Palacio  de  Mira- 
mar,  la  restauración  constante  de  las  valiosas  jo^'as, 
tapices,  cuadros  y  objetos  de  inapreciable  valor  his- 
tórico y  artístico  que  la  Real  Casa  atesora,  y  otras 
muchas,  en  fin,  que  acreditan  su  poderosa  iniciativa  y 
6 


el  interés  con  que  procura  quo  su  dotación  se  extien- 
da á  los  liogares  del  menestral  v  del  artífice. 


VII 


No  cabe  retrato  más  perfecto  de  María  Cristina  de 
Austria  que  el  hecho  por  el  insiMrado  poeta  Antonio 
Grilo  en  el  siguiente  soneto: 


La  Reina  Cristina. 


Antes  que  el  rayo  do  la  fausta  aurora 
anuncien  el  cañón  y  la  bandera, 
ya  Cristina  con  júbilo  la  espera, 
alondra  maternal  del  sol  que  adora! 

Sólo  turban  su  calma  bienhechora 
y  de  su  amor  la  dicha  verdadera 
la  ausencia  de  una  madre,  ú  quien  venera, 
y  el  muerto  esposo,  por  quien  siempre  llora. 

Bajo  el  regio  dosel  y  el  áureo  techo 
no  la  subyuga  el  brillo  cortesano: 
dejan  su  corazón  más  satisfecho 

una  tarde  en  su  quinta  de  verano, 
un  ramo  de  violetas  en  el  pecho 
y  llevar  á  sus  hijos  de  la  mano! 

Antonio  Grilo. 


No  cabe  nota  más  característica  que  la  siguiente,  de 
la  ilustrada  escritora  Conce'pción  Jimeno  de  Flaquer: 

«A  los  pocos  días,  dice,  de  conocerla  el  malogrado 
Alfonso  XII,  pudo  admirar  en  ella  un  rasgo  digno  de 
un  alma  delicada.  En  vez  de  aturdirse  con  la  felicidad 

7 


qne  le  ofrecía  su  destino;  en  vez  de  pretender  borrar 
en  el  alma  del  lionibrw  á  quien  amaba  la  imagen  que 
había  dejado  otra  mujer,  unióse  á  su  irometido  para 
rendir  culto  á  la  memoria  de  la  Reina  ^lercedes,  que 
había  pasado  por  esle  mundo  como  grata  fragancia, 
fulgor  de  estrella  ó  eco  de  melodía.» 


vjir 


Cristina  de  Habsburgo  realizará,  sin  duda  alguna, 
su  misión  dificilísima  de  madre  y  de  Regente,  puesto 
que,  valiendo  los  ejemplos  mucho  más  que  todas  las 
lecciones  y  todas  las  enseñanzas  de  libros  y  de  sa- 
bios, podemos  prometernos  que,  imitando  nuestro  Rey 
niño  los  nobilísimos  de  su  Madre,  será  seguramente 
su  reinado  uno  de  los  más  prósperos  y  venturosos  de 
España,  como  de  lo  íntimo  de  nuestro  corazón  roga- 
mos al  Altísimo. 


S'ILinud  ¿Jarreto   ¿Píi/uuaíia. 


(Fo(.  de  P.:ii-cÍ3.) 


l^ecuerdo  de  g.  ]\1.  la  I^eina  Eoña  JVIapía  Cristina 
y  su  aug^Tisto  Esposo  el  I^ey  D.  yilfonco  )Cll  (c.  s.  g.  h.) 


^ 


ile 


(Fot.  de  D.  Valentín  Gómez.) 


Ultimo  retrato  de  g.  ]V[.  el  IJey  D,  Alfonso  ^lll* 


Don  Alfonso  )í]ll. 


Doy  siempre  á  la  virtud  acatamiento, 
Y  harapos  lleven  ó  5;entil  corona, 
Ni  al  pueblo  adulo  ni  á  los  reyes  miento. 

Ruiz  DE  Agi'ilera. 


JLg-\ 


UNQTTE  graníle  y  trascendeiiínl  la  misión  délos 
'CoJ^'Royofi,  por  lo  qne  reproscnlan  y  los  lieneficios 
qne  pueden  reportar  á  los  pueblos  que  rieren,  es  penosa 
paraqnien  la  ejerce,  por  las  responsabilidafles  qne  so- 
bre el  mismo  pesan  y  las  luchas  qne  dominan  su  alma, 
mucho  más  en  estos  tiempos  en  que  todos  los  actos 
de  los  Monarcas  son  iluminados  por  la  clara  Inz  de  la 
pnblicidad,  y  en  que  se  hallan  expuestos  á  las  acome 
tidas  tan  en  uso  del  arma  criminal  de  la  calumnia. 

Nunca  como  ahora  necesitan  de  grandes  virtudes  y 
prestigios  para  dominar  la  constante  y  perjudicial  la- 
bor del  socialismo,  de  la  incredulidad  y  del  positivis- 
mo, que  sólo  se  dirigen  á  satisfacer  su  apetito,  sin 
preocuparse  para  nada  del  bien  general,  ni  de  las  más 
altas  misiones  á  que  está  llamado  el  humano  espíritu. 

El  antiguo  respeto  de  todos  los  pueblos  de  Europa 
á  la  religión  }'■  al  rejs  el  abnegado  entusiasmo  que  des- 
pertó siempre  el  principio  monárquico  al  amparo  de 
la  cruz,  y  el  profundo  acatamiento  de  las  multitndes 
hacia  los  que  por  la  voluntad  de  Dios  y  de  los  pueblos 
dirigen  los  destinos  de  un  país,  se  ven  tan  combatidos 
que,  en  instantes  dados,  se  duda  si  sería  preferible 
volver  la  vista  al  antiguo  cesarismo,  á  estar  como  es- 
tán hoy  algunas  naciones,  jierturbadas  y  en  constante 

1 


alteración  moral,  por  las  fábalas  de  ambiciosos  que 
tal  vez  las  circanstancias  de  momento  elevaron,  con- 
virtiéndolos en  tiranuelos,  ó  por  la  imposición  do  gen- 
te sin  virtud,  sin  fe  y  hasta  sin  hogar,  que,  con  sus 
errores  de  educación  y  sus  deseos  insaciables,  hacen 
tabla  rasa  de  todo,  desbordándose  por  campos  y  ciu- 
dades, dejándolos  3'ermos  y  convertidos  en  ruinas. 

Afortunadamente  para  los  españoles,  no  es  nuestra 
patria  de  las  que  en  los  órdenes  social  y  religioso  se 
encuentran  más  perturbadas,  pues  aun  quedan  grandes 
y  preciados  restos  de  la  acendrada  fe  de  nuestros  ma- 
yores y  de  aquel  digno  homenaje  al  rey  y  al  sacerdote, 
que  tanta  fuerza  nos  dan  y  tan  alto  han  colocado  el 
nombre  de  España  como  nación  civilizadora  digna  del 
aprecio  universal. 

Tiene  también  la  nación  española  sobre  otros  pue- 
blos la  inmensa  ventaja  de  que  aun  posee  su  suelo 
ricos  gérmenes  de  vida,  que  existen  vigorosos  alientos 
en  el  corazón  de  sus  habitantes  y  que,  por  haber  cami- 
nado despacio  durante  este  siglo,  aun  pueden  las  in- 
dustrias todas  alcanzar  un  gran  desarrollo. 

Por  eso  es  indispensable  mantener  y  engrandecer 
estos  elementos,  sin  los  que  acaso  fuéramos  la  primera 
víctima  de  los  males  sociales  que  agobian  á  Europa. 

Está  hoy  el  principio  monárquico  sostenido  aquí 
por  la  más  sana  opinión,  libre  de  imposiciones,  torpe- 
zas y  tiranías;  una  ilustre  dama  viene  rigiendo  el  Tro- 
no desde  hace  once  años  con  aplauso  general,  sin  que 
nadie  se  atreva  á  hacerla  responsable  de  las  contrarie- 
dades que  nos  ocurren,  nacidas  de  las  iiupurezas  de  la 
política,  que  la  misma  augusta  Señora  ha  sido  la  pri- 
mera á  contener  en  sus  demasías;  y  para  fecha  muy 
próxima  debe  hallarse  al  frente  de  la  nación  un  Rey 
en  quien  las  enseñanzas  recibidas,  el  talento  con  que 
la  Providencia  le  ha  adornado,  la  hidalguía  que  íiere- 
dó,  y  la  historia  de  los  ascendientes  que  llevaron  su 
mismo  nombre,  son  una  firme  garantía  para  (d  país  y 
para  la  Corona. 


II 


Todos  los  que  conocen  íntimamente  al  joven  D.  Al- 
fonso XII [  hablan  de  él  como  de  un  niño  de  singular 
penetración,  enérgico  en  el  carácter,  deferente  y  res- 
petuoso para  los  mayores,  sobre  todo  con  su  ilustre 
madre,  cariñoso  siempre,  aun  para  aquellos  con  quie- 
nes menos  trato  tiene,  y  de  grandes  aiiciones  al  estu- 
dio, sobresaliendo  éstas  en  lo  que  se  refiere  á  la  reli- 
gión y  al  ejército. 

Las  eminentes  cualidades  de  Doña  María  Cristina  y 
las  de  su  augusto  hijo,  factores  de  inmensa  importan- 
cia que  debemos  á  Dios  para  la  tranquilidad  y  progre- 
so de  España,  es  preciso  tenerlos  muy  en  cuenta  y 
apreciarlos  en  todo  su  gran  valor,  procurando  que  los 
conozcan  y  estimen  en  lo  muchísimo  que  importan, 
no  sólo  las  clases  elevadas  y  gentes  que  pueden  acer- 
carse á  las  gradas  del  trono,  sino  las  honradas  y  hu- 
mildes nuiltitudes,  que  ansian  la  paz,  el  bien  y  el  pro- 
greso de  la  patria  y  quieren  ganar  el  pan  con  aquella 
hermosa  tranquilidad  de  las  conciencias  rectas,  que 
poseen  los  hombres  de  buen  juicio  y  sano  corazón. 

Ya  en  otra  ocasión,  ocupándonos  de  S.  M.  la  Reina 
Regente,  expusimos  cuántas  son  las  gratas  esperanzas 
abrigadas  para  el  reinado  de  D.  Alfonso  XIII,  contan- 
do con  el  ejemplo  de  su  ilustre  padre  y  las  enseñanzas 
de  la  madre,  que  sirviéndole  de  directora,  maestra  y 
guía  en  los  años  risueños  de  la  infancia,  dispone  su 
alma  para  que  fructifiquen  las  excelentes  prendas  que 
des  le  su  más  tierna  edad  viene  revelando;  y  tan  gra- 
tos presentimientos  se  refuerzan  y  aumentan  cada  día, 
al  ver  la  buena  disposición  de  todas  las  naciones  para 
rodear  de  mayor  prestigio,  si  cabe,  la  Corona  de  Espa- 
ña, y  al  percibir  el  paternal  cariño  que  profesa  á  nues- 
tros Reyes  el  virtuoso  y  sabio  varón  que  dirige  los  altos 
destinos  de  la  Iglesia;  todo  lo  que  hace  pensar  que,  si 
sucesos  extraordinarios  pudieran  conmover  en  esta 
época  el  mundo,  tendremos  un  seguro  faro  á  que  diri- 

3 


<¡;¡i'  iiiu'stra  vista  \   iiii  inteligente  caudillo  íjue  sosten- 
ga firme  en  sus  manos  la  venerada  bandera  española. 


III 


La  liistoria  de  los  Reyes  Alfonsos  sirve  ciertamente 
de  consuelo,  pensando  que  el  XIII,  al  seguir  las  hue- 
llas de  los  otros,  nos  dará,  como  ellos,  días  de  gloria 
y  de  ventura. 

Es  gratísimo  recordar  que  en  el  espléndido  cielo  de 
las  crónicas  de  la  patria  forman  los  Alfonsos  una  bri- 
llante constelación,  destacándose  el  mérito  de  cada 
uno  por  rasgos  peculiares,  propios,  característicos, 
pero  siempre  nobles  y  elevados.  Los  mismos  títulos 
con  que  la  posteridad  les  ha  distinguido  son  la  mejor 
prueba  de  nuestra  afirmación:  el  Católico,  el  Grande, 
el  Noble,  el  Bueno,  el  Casto,  el  Sabio,  el  Justiciero,  el 
Pacificador  son  calificativos  que  revelan  bien  clara- 
mente los  esfuerzos,  las  virtudes  y  los  triunfos  conse- 
guidos por  cada  uno  de  aquellos  insignes  varones. 

Son  el  verdadero  tipo  del  caballero  y  rey  católico, 
sobre  todo  en  aquellas  épicas  luchas  de  la  Recouquis 
ta,  en  que  uno  solo  de  ellos  bastaría  para  dar  nonibre 
á  su  época. 

Ved  al  primero:  la  morisma,  las  desenfrenadas  tm- 
bas  de  la  invasión  agarena  han  derribado  templos  y 
monasterios,  obligando  á  los  ancianos  obispos  al  aban- 
dono de  sus  sillas,  i)or  no  contaminarse  con  los  impu- 
ros sectarios  de  Mahoma,  que,  cual  ola  temible,  han 
iiivaditlo  á  España;  no  importa:  allá  en  el  diminuto  y 
pintoresco  rincón  de  Asturias,  donde  el  gran  Pelayo 
inicia  la  Reconquista  y  funda  aquel  reino,  Alfonso,  or- 
g:iniza  lor,  con  constancia  tenaz  hace  imperar  el  or- 
den, funda  iglesias,  construye  cenovios,  restablece  la 
jerarquía  eclesiástica,  toma  acertadas  medidas  admi- 
nistrativas, y  es  tanta  su  piedad  y  celo,  que  los  siglos 
posteriores  le  dan  el  glorioso  apelativo  de  el  Católico. 

Han  contribuido   los  Alfonsos  en  la  Edad  Media, 
4 


tanto  como  los  demás  Royos  juntos,  á  la  formación  de 
la  nacionalidad  española  y  á  la  grandeza  de  la  misma, 
y  aunque  cada  uno  di  ellos  tiene  su  carácter  singular, 
siempre  vigoroso  y  caballeresco  exclusivo  de  la  Edad 
Media,  sobresale  en  esto  Alfonso  VIII,  tipo  de  sabor 
verdaderamente  legendario,  al  contemplar  cómo,  des- 
pués de  haber  recorrido  triunfante  la  región  andaluza, 
reta  á  batalla  campal  al  Emperador  de  Marruecos,  di- 
ciéndole:  «Puesto  que,  según  parece,  no  puedes  ve- 
nir contra  mí  ni  enviar  tus  huestes,  envíame  barcos, 
(]uo  yo  pasaré  con  mis  cristianos  donde  tú  estás  y  pe- 
learé contigo  en  tu  misma  tierra;  con  la  condición  de 
que  si  me  vencieres,  seré  tu  cautivo;  mas  si  salgo  ven- 
cedor, todo  será  mío.»  Nótase  aquí  un  temple  propio 
de  los  Reyes  cristianos,  sin  temor  á  los  peligros,  incan- 
sables en  la  lucha  y  enemigos  tenaces  de  todos  los 
adversarios  al  Catolicismo. 

No  es  esto  lo  bastante:  el  nonibre  de  los  Alfonsos, 
in?nortalizado  ya  por  sus  triunfos  decisivos  con  la  mo- 
risma, por  su  gran  amor  á  la  religión  y  á  la  patria,  te- 
nía que  c[uedar  grabado  en  brillantes  páginas  en  las 
ciencias  y  en  las  leyes,  conquistando  nuevos  timbres 
de  superioridad,  con  las  obras  del  décimo  y  onceno 

Don  Alfonso  X,  el  Sabio,  figura  en  los  anales  de  la 
historia  como  un  Rey  distinguidísimo;  combatido  por 
su  hijo  D.  Sancho,  abandonado  de  su  familia  y  ha- 
ciendo grandes  esfuerzos  para  sostener  la  corona,  abri- 
ga extensos  ideales  políticos  en  sus  pretensiones  al 
Imperio  de  Alemania,  y  trabaja  y  estudia  tan  profun- 
damente en  todos  los  ramos  del  saber,  que,  si  en  sus 
Tablas  astronómicas  se  nos  presenta  como  matemáti- 
co, en  sus  Cantigas  y  Trovas  aparece  el  inspirado  poeta 
que  lamenta  su  triste  soledad  «con  grito  doliente  y  fa- 
bla  mortal  » ,  y  en  las  Partidas,  en  el  Fuero  llcal  y  en 
otras  obras  jurídicas  imperecederas,  muéstrase  el  sabio 
profundo  y  el  más  grande  legislador  de  la  Edad  Media. 

El  undécimo  Alfonso,  que  por  su  energía  y  sus  con- 
diciones políticas  de  primer  orden  mereció  el  título  de 

5 


Justiciero,  i)iiso  tialnis  ú  liis  iiiipo.siciones  de  los  no 
bles,  y  su  victoria  del  Salado,  en  cuanto  á  la  guerra,  y 
la  publicación  del  Ordenamiento  de  Alcalá,  en  lo  rela- 
tivo á  hi  lej^islación,  son  títulos  sobrados  para  la  esti- 
ma y  renombre  que  ha  adíjuirido. 

Ayer  mismo  vimos  á  D.  Alfonso  Xlí  presentarse 
en  España  después  de  las  lloradas  ausencias  de  la 
patria,  con  todas  las  condiciones  de  nn  rey  de  su  épo- 
ca: ¡lustrado,  valiente,  desprendido,  ansioso  de  la  rege- 
neración Tlel  país,  de  singular  elocuencia  y  tan  iden- 
tificado con  el  pueblo,  que  era  el  primero  en  prestarse 
á  enjugar  todas  las  lágrimas,  á  remediar  todas  las  des- 
dichas y  á  sentir  grata  satisfacción  con  las  alegrías  y 
triunfos  de  los  españoles. 

Su  campaña  en  el  Norte,  su  viaje  por  Europa,  en  el 
cual  demostró  nn  valor  y  una  perspicacia  poco  comu- 
nes; su  visita  á  los  pueblos  inundados  por  la  peste  y 
la  activa  parte  que  tomaba  siempre  en  las  provechosas 
tareas  de  los  centros  literarios  y  científicos,  son  re- 
cuerdos inestimables  que  la  historia  no  i)uede  olvidar. 

Debemos  á  los  Alfonsos  muchos  títulos  de  gloria  y 
ciue  España  ocupe  un  lugar  preennnente  entre  las  de- 
más naciones,  por  su  saber  intelectual  y  por  su  nunca 
desmentida  caridad,  como  lo  atestiguan  los  infinitos 
asilos  y  hospitales  fundados  en  su  tiempo,  y  las  Uni- 
versidades de  Salamanca,  Sevilla,  la  que  fué  de  Falen- 
cia, y  muchos  más  centros  de  ilustración,  que  dieron 
multitud  de  santos  á  la  Iglesia  v  sabios  á  las  ciencias. 


IV 


Tiene  el  actual  Rey  do  España  en  su  agradable  fiso- 
nomía rasgos  muy  característicos  y  salientes  de  su 
noble  padre,  y  gran  parecido  á  la  familia  de  los  Habs- 
burgos,  todo  lo  que  le  atrae  las  simpatías  de  cuantos 
le  ven  y  mucho  más  de  los  que  le  tratan  y  conocen. 

Presintiendo  bien  la  misión  que  está  llamado  á  des- 
empeñar, revela  una  agudeza  impropia  de  su  corta  edad, 
6 


y  una  energía  que  pocos  niños  saben  sostener  con  la 
rectitud  de  intenciones  y  perseverancia  que  él. 

Paseando  un  día  el  joven  Monarca  por  la  Casa  de 
Campo,  acompañado  del  respetable  General  Sancliiz, 
director  de  sus  estudios,  se  encontraron  un  anciano 
guarda  de  aquel  Parque  Real  con  su  fusil  al  hombro,  y 
observando  que  al  cruzar,  el  vigilante  permanecía  in- 
diferente, indicó  Don  Alfonso  al  General  que  le  llama- 
se: hecho  así,  y  acercándose  aquél,  inmediatamente  le 
preguntó  si  le  conocía,  y  contestando  en  sentido  nega- 
tivo, dijo  el  Rey  en  seguida:  «Ya  lo  veo,  porque  si  no, 
hubierais  presentado  armas  al  Rey  de  España  » 

Una  mañana,  en  que  un  pueril  accidente  suscitado 
entre  el  joven  Monarca  y  sus  bellas  hermanas,  le  pro- 
(hijo  un  ligero  enojo,  se  encerró  en  su  habitación;  fue- 
ron en  seguida  la  Princesa  de  Asturias  y  la  Infanta 
Doña  María  Teresa  en  su  busca,  y  dando  golpecitos  á 
la  puerta,  que  él  dejó  cerrada,  llamáronle  diferentes 
veces,  y  él  les  contestó  que  no  dejaría  entrar  á  nadie. 

Enterada  de  lo  ocurrido  Doña  María  Cristina,  se 
aproximó  adonde  se  hallaba  el  Rey  y  le  indicó  cariño- 
samente: «Abre,  hijo  mío...»  Entonces  dejó  la  puerta 
franca,  diciendo:  «Mi  madre  puede  entrar  siempre.» 

Cuando  atraviesa  las  calles  ó  paseos  en  coche,  el 
Rey  niño,  de  las  cosas  en  que  más  se  fija,  es  en  los 
militares,  á  quienes  contesta  al  saludo  de  ordenanza; 
y  en  cuanto  ve  pasar  la  bandera  de  un  batallón,  se  le- 
vanta majestuosamente  inclinando  la  cabeza  con  gran 
respeto;  demostrando  mucho  más  sus  aficiones  al  ejér- 
cito cuando  dirige  el  batallón  formado  con  los  hijos 
de  los  servidores  de  Palacio. 

Sus  profesores  hablan  del  egregio  discípulo  con  ver- 
dadero entusiasmo,  pues  en  todo  revela  las  aptitudes 
más  salientes  para  la  majestad,  más  altas  para  la  cien- 
cia y  la  literatura,  y  más  acomodadas  á  las  necesidades 
de  un  Jefe  do  Estado  en  los  tiempos  que  corremos. 

Será,  por  lo  Jiiismo,  \in  rey  como  lo  requiere  España 
actualmente,  celoso  y    abnegado,  de   sentido  recto  y 

7 


justiciero,  para  contener  el  ímpetu  de  los  exccíios  del 
l)arlamentar¡smo  sin  mermar  para  nada  las  apiracio- 
nes  del  pueblo,  convirtiéndose  en  guardador  loal  del 
libro  en  que  se  consignan  nuestras  santas  libertades. 

Es  de  esperar  que  los  discretos  é  ilustrados  maes- 
tros del  Rey  pongan  ante  sus  ojos,  cuando  lo  estimen 
oportuno,  los  consejos  dados  á  los  príncipes  por  Saa- 
vedra  Fajardo,  D.  Francisco  de  Quevedo,  el  P.  Mariana 
y  D.  Diego  Enríquez  de  Villegas,  cuyas  advertencias 
ellos  saben  nniy  bien  son  siempre  de  gran  utilidad. 

Seguramente,  al  tomar  las  riendas  del  gobierno  el 
último  de  los  Alfonsos,  recordará  que  el  pueblo  esi)a- 
ñol  nnnca  ba  tenido  que  envidiar  en  nada  á  otros  en 
lo  bcroico  de  sus. grandezas,  en  su  piedad  cristiana  y 
en  la  resignación  para  las  contrariedades;  y  tendrá 
presente  que  por  misteriosos  y  divinos  arcanos  ba  sido 
España  la  encargada  de  difundir  las  ideas  civilizado 
ras  y  la  cultura  del  genio  en  los  más  remotos  confiues 
de  la  tierra,  donde  aun  no  babía  llegado  el  brillante 
resplandor  del  progreso,  y  que  ba  creado  nuevas  é  im- 
portantes nacionalidades,  donde  se  babla  el  idioma 
castellano  y  se  respira  el  aroma  de  la  santa  religión 
de  Cristo. 

Quizá  en  día  no  lejano  nos  ocupemos  en  escribir 
algo  que  pueda  referirse  á  la  misión  de  España  en  la 
época  actual,  no  sólo  en  Europa,  sino  también  en  el 
mundo  legado  á  los  tiempos  por  el  insigne  Colón  y  la 
gran  Isabel  la  Católica,  y  entonces  tal  vez  nos  atreva- 
mos á  recordar  al  Rey  el  grandioso  programa  que  su 
buen  ]mdre  trazó  en  día  memorable,  y  cuya  realización 
no  ba  podido  iniciarse  por  su  prematura  y  llorada 
muerte. 

Hoy  sólo  bay  ocasión  y  espacio  para  estos  ligerísi- 
mos  apuntes,  trazados  más  bien  por  respeto  á  quien 
se  dedican,  que  por  suíiciencia  de  su  autor 


A\n'iJ   //?/// /^  ./    ^l\if¡\\ 


(Fot.  de  Barcia. 


]^ecuerdo  de  g.  ]VI.  la  Reina  I^egente  y  su  augusto  jíijo 
el  Rey  D.  Alfonso  ;^III. 


SAN  LORENZO  DE  EL  ESCORIA 


Estatua  do  San  Lorenzo  colocada  en  oí  Coro. 


^'v^•^'/^^'/^•^'^^^^'?^^'^l•<■'^^<''/^<''y^^'é^^'C'/^<''/i's■'/^•^'/^•^'/^^'/^<''4'l•<''/^ 


gan  Lorenzo  de  El  Escorial. 


TRIBUYESE  á  Felipe  V  la  afirmación  de  que  te- 


vy  nía  en  tanto  el  ser  Patrono  del  Monasterio  del 
^\¿.    Escorial,  como  su  propia  corona. 

La  memorable  batalla  de  San  Quintín  y  la 
toma  de  esta  plaza  prepararon  la  paz  de  Cháteau- 
Cambrises.  Felipe  II,  cuyo  reinado  se  inaug-uró  con 
tan  brillantes  hechos  de  armas,  quiso  perpetuar  la 
memoria  de  ellos,  erig-iendo  á  konra  y  gloria  de 
Dios  un  Monasterio  dedicado  al  mártir  español,  San 
Lorenzo,  por  haber  sido  ganada  dicha  batalla  el 
día  10  de  Agosto,  festividad  del  santo  diácono. 

Cinco  años  más  tarde  (1562),  en  el  sitio  ocupado 
por  los  espesísimos  jarales  que  rodeaban  la  pobre 
villa  de  El  Escorial,  se  señalaron,  en  presencia  del 
mismo  Rey,  los  cimientos  de  la  admirable  fábrica 
que  había  de  merecer  el  dictado  de  octava  maravilla 
del  mundo.  El  recinto  entonces  demarcado  se  llamó 
el  Real  Sitio  de  San  Lorenzo. 


Dista  este  Keal  Sitio  ol  kilómetros  de  la  capital  de 
España,  trayecto  que  recorren  los  trenes  en  hora  y 
media,  partiendo  de  la  estación  del  Norte.  Hállase 
situada  la  villa  del  Escorial  de  Arriba  sobre  la  falda 
de  la  estribación  que  de  Norte  á  Sur  lanza,  cerca  del 
pueblo  de  Guadarrama,  la  próxima  cordillera  Curpeto 
Vetónica.  La  población,  compuesta  de  3.157  habi- 
tantes, ocupa  una  situación  muy  ag'reste,  y  su  case- 
rio  es  bastante  bueno,  existiendo  alg-unos  edificios 
bien  construidos,  entre  los  cuales  merece  llamarla 
atención  la  Escuela  de  Ing-enieros  de  Montes,  esta- 
blecimiento perfectamente  montado  para  la  ense- 
ñanza forestal,  con  g-abinetes  de  Química  y  Topo- 
g-rafía  que  cuenta  con  un  material  completo  y  nu- 
meroso arregflado  á  los  últimos  adelantos,  y  que  se 
halla  instalado  en  una  de  las  antig-uas  casas  de  ofi- 
cios, frontera  al  Real  Palacio. 

Dada  su  proximidad  á  la  corte,  la  bondad  de  sus 
ag*uasy  alimentos  y  la  pureza  de  sus  aires,  vese  esta 
villa  sumamente  concurrida  durante  la  estación  ve- 
ranieg"a  por  multitud  de  familias  de  Madrid,  que  fijan 
allí  su  residencia  en  los  calurosos  meses  del  estío. 
Contribuyen  en  g-ran  manera  á  aumentar  el  número 
de  visitantes  nacionales  y  extranjeros,  en  todas  las 
épocas  del  año,  las  innumerables  maravillas  que  con- 
tiene el  Real  Monasterio  y  el  Palacio,  así  como  la  ame- 
nidad de  los  jardines  y  pintorescos  contornos.  Rodea 
al  Escorial  un  hermoso  parque,  y  en  él  se  levantan 
dos  pequeños  edificios,  llamados  la  Casa  del  Prín- 
cipe, de  Ahajo  y  del  de  Arriba,  construido  el  prime- 
ro en  1772  por  Juan  de  Yillanueva,  con  destino  al 
Príncipe  D.  Carlos,  y  siendo  el  seg-undo  entonces  de 
la  pertenencia  del  Infante  D.  Gabriel. 

Uno  de  los  sitios  más  ag-radables  para  los  excur- 
sionistas es  la  silla  de  Felipe  II,  tosco  asiento  de 


piedra  abierto  en  una  elevada  peña,  situada  como  á 
tres  kilómetros  de  la  población.  Cuentan  las  cróni- 
cas que  eL  severo  Monarca  solía  visitar  frecuente- 
mente aquellos  lug-ares  para  vigilar  las  obras  del 
Monasterio. 

Expuestas  estas  ideas  g'enerales ,  pasemos  á  ocu- 
parnos de  la  descripción  del  Real  Monasterio  de  San 
Lorenzo,  y  del  Palacio. 


El  ]V[onasterio. 

La  fachada  principal  del  primero  mira  á  Occidente; 
el  segundo  corresponde  á  la  que  mira  al  Norte.  Dis- 
tante de  la  primera  196  pies,  y  130  de  la  segunda; 
hay  por  la  parte  exterior  un  antepecho  de  piedra.  El 
recinto,  así  cercado,  se  llama  la  Lonja.  Refuerzan  el 
])avimento  de  ésta  unas  fajas  de  losa  que  reciente- 
mente han  tenido  que  ser  renovadas. 

El  sitio  para  el  emplazamiento  del  Monasterio  fué 
designado  por  una  Comisión  técnica,  y  elegido  por 
su  proximidad  á  la  corte,  abundancia  de  aguas  y 
riqueza  de  sus  canteras  de  granito. 

Ocupa  una  área  de  451.652  pies  castellanos.  Los 
planos  primitivos  fueron  ideados  por  el  arquitecto 
Juan  Bautista  de  Toledo,  y  notablemente  reformados 
por  Herrera,  bajo  cuya' dirección  se  ejecutaron  todas 
las  obras,  prestando  servicios  importantísimos,  en  ca- 
lidad de  sobrestante,  fray  Antonio  Villacastín.  lego 
Jerónimo.  Se  puso  la  primera  piedra  el  23  de  Abril 
de  1563.  y  la  última  el  13  de  Septiembre  de  1584. 
Costó  toda  la  obra,  con  sus  dependencias  y  jardines, 
seis  millones  y  medio  de  pesetas. 

Los  muchos  daños  causados  por  rayos  é  incendios 


PANTEÓN  DE  INFANTES 


Sala  'Je  párvulos. 


y  las  devastaciones  y  dcs])OJos  de  que  fué  objeto  du- 
rante la  gfiierra  de  nnestra  Independencia  y  revolu- 
ción de  18G8.  amenf,'"uaron  notablemente  su  primi- 
tiva importancia.  Felizmente,  á  la  espléndida  g'ene- 
r03idad  que  desde  los  últimos  años  del  reinado  de 
Fernando  VII  bata  el  presente,  ban  atendido  nues- 
tros Reyes  á  reparar  en  lo  posible  los  deterioros  por 
mi'iltiples  causas  sufridos,  débese  que  poco  á  poco 
vaya  de  nuevo  adquiriendo  el  esplendor  y  mag-nifi- 
cencia  que  corresponde  á  tan  soberbio  monumento. 

A  este  mismo  fin  contribuyó  poderosamente  el 
acierto  con  que  en  18(S.5  nuestro malog*rado  rey  Alfon- 
so XII  (d.  f.  m.)  désig'nó  á  la  Corporación  de  Padres 
Ag'ustinos  Calzados  para  que,  en  substitución  de  los 
exting-uidos  monjes  Jerónimos,  se  encarg'ase  de  le- 
vantar las  cargas  del  culto,  dar  la  enseñanza,  con- 
servar y  custodiar  las  riquezas  de  todo  g'énero  allí 
existentes;  elevada  y  patriótica  misión  que  desem- 
])ena  con  g-ran  éxito  y  creciente  favor  del  público, 
aquella  celosa  é  inteligente  comunidad. 

Lo  primero  que  se  ofrece  á  la  vista  del  viajero,  en- 
trando por  la  puerta  principal,  es  un  zagfúan  ó  ves- 
tíbulo de  .30  pies  de  latitud  y  84  de  long-itud,  for- 
mado por  tres  arcos  abiertos  entre  pilastras,  que  dan 
paso  al  patio  de  los  Reyes.  Éste  tiene  230  pies  de 
larg-o  por  130  de  ancbo;  adornan  el  frontispicio  del 
templo  seis  colosales  estatuas  de  piedra  berroqueña 
con  pedestales  de  mármol  blanco  é  inscripciones  la- 
tinas, debidas  á  Arias  Montano,  ó  según  otros,  al 
historiador  Santos.  Estas  estatuas  representan  á  Jo- 
safat.  Ezequías,  David,  Salomón,  Josías  y  Manases. 

Fué  su  autor  Juan  Bautista  Moneg-ro,  que  las 
sacó  todas,  y  la  estatua  de  San  Lorenzo  que  existe 
en  la  portada  principal,  de  un  enorme  peñasco,  cu- 
yos restos  se  ven   todavía  cerca  de  Peralejos.   La 


nltura  de  estas  estatuas  es  de  18  pies  cada  una,  y 
costaron  las  seis  cerca  de  5(^.000  pesetas.  Conforme 
se  entra  en  este  patio,  y  á  mano  izquierda,  se  colocó 
la  última  piedra  del  edificio;  hay  en  ella  una  cruz 
neg-ra  muy  borr;idapor  el  transcurso  del  tiempo. 

Alrio  del  templo. — La  bóveda  de  este  atrio  es  la 
admiración  de  los  intelig'entes,  pues  con  ser  bastan- 
te aplanada  y  estará  no  poca  distancia  de  los  pilares, 
en  la  nave  de  en  medio,  supo  Juan  Herrera  trazarla 
y  calcular  de  tal  suerte  la  resistencia  del  material, 
que  sobre  ella  descansa  la  inmensa  mole  de  todo  el 
coro.  En  los  áng'ulos  del  atrio  hay  cuatro  capillas,  y 
los  cuadros  de  los  altares  son  obras  de  Carvajal. 

El  templo. — Juan  de  Herrera  fué  el  encarg*ado  de 
realizar  el  nuevo  diseño  que  el  italiano  Pachote  pre- 
sentó á  Felipe  II.  Los  planos  del  arquitecto  Toledo 
no  llenaron  las  aspiraciones-  del  Rey,  pues  era  su 
idea  dominante  la  de  levantar  una  gran  Basilica, 
sencilla  en  sus  formas  é  imponente  en  su  conjunto. 
Para  realizar  estos  deseos,  mandó  el  Monarca  que  le 
presentasen  todos  los  planos  y  diseños  de  los  más 
hermos  templos  del  mundo,  y  después  de  haberlos 
examinado,  se  decidió  por  el  que  hoy  admiramos. 
El  Rey,  que  no  había  asistido  á  la  colocación  de  la 
])rimera  piedra  del  edificio,  quiso  presenciar  la  de  la 
l)rimera  del  tem])lo,  que  tuvo  lug'arel20de  Ag-osto  de 
ir)()3.  Toda  la  fábrica  del  templo  descansa  sobre  cuatro 
robustísimos  pilares,  distantes  entre  sí  53  pies;  las 
bases  de  estos  enormes  pilares  quedaron  asentadas  el 
día  14  de  Junio  de  1575.  Corresponden  enfrente  de 
estos  pilares  ocho  resaltados  en  las  paredes,  que  dis- 
tan 30  pies  de  los  primeros.  Sobre  unos  y  otros  dan 
vuelta  24  arcos,  lo  que  hace  que  la  Basílica  represente 
tres  naves  por  cualquier  punto  que  se  mire.  El  grue- 
so de  los  machones  principales  es  de  30  pies,  forman- 


—   ]0   — 

do  entre  todos  1(5  nichos  que  sirven  de  altares.  Los 
testeros  de  Mediodía  y  Norte  contienen  capillas  cerra- 
das con  verjas  de  bronce  unas,  y  otras  con  verjas  de 
madera  imitando  dicho  metal.  En  la  mitad  de  los  tes- 
teros se  ven  los  dos  grandísimos  órg'anos  contruidos 
por  el  italiano  (liuseppe  Flecha  y  los  instrumentos 
del  teclado  y  reg-istros  por  Mas  Sigiles. 

En  el  crucero  de  la  iglesia,  y  descansando  sobre 
los  cuatro  arcos  torales,  se  eleva  el  cimborrio,  ó 
cúpula,  de  207  pies  de  circunferencia  interior,  62  de 
diámetro  y  14  de  espesor,  terminando  en  un  linter- 
nín,  sobre  cuya  clave  se  eleva  una  aguja  ó  pirámide 
estriada  de  piedra,  que  sirve  de  sostén  á  la  bola  de 
bronce,  de  siete  pies  de  diámetro,  rematada  por  una 
cruz  que  corona  todo  el  edifício.  Desde  el  pavimento 
de  la  iglesia  hasta  dicha  cruz  hay  330  pies  de  altura; 
la  bola  pesa  136  arrobas,  y  la  cruz  73:  para  mayor 
seguridad,  tiene  metidos  quince  pies  en  la  pirámide 
de  piedra.  Mide  de  largo  el  templo  364  pies,  y  de 
ancho  230.  Reducido  á  lo  que  forma  el  cuerpo  aisla- 
do de  la  iglesia,  es  un  cuadro  perfecto  de  180  pies. 
Recibe  la  luz  por  38  ventanas,  y  esto  hace  que  la 
iglesia  tenga  una  claridad  extraordinaria.  La  forma 
y  el  orden  de  la  arquitectura  son  dóricos,  elegidos 
por  el  fundador  como  los  más  á  proposito  para  el  re- 
cogimiento, por  su  severidad  y  sencillez;  por  último, 
cubren  el  pavimento  mármoles  blancos  y  partidos 
de  Filabres  y  de  Extremoz.  El  coste  total  de  este 
grandioso  templo  ascendió,  sólo  en  la  parte  de  can- 
tería, á  1.378.036  pesetas. 

Frescos  de  la  bóveda  del  templo. — Las  bóvedas  del 
templo,  antesacristía  y  escalera  principal  permane- 
cieron desde  la  fundación  estucadas  en  blanco,  con 
fajas  y  estrellas  azules;  viendo  Carlos  II  que  esta  de- 
coración era  pobre  é  indigna  de  la  «octava  maravi- 


Interior  de  la  Real  Basílica. 


-   12  — 

llu»,  tuvo  la  felicísima  idea  de  mandarlos  pintar  al 
fresco  alinsig-ne  artista  Lucas  Jordán,  quien,  seg-ún 
dice  el  historiador  P.  Santos,  «sólo  tardó  en  pin- 
tar los  doce  frescos  un  año  y  diez  meses,  y  de  este 
tiempo  se  han  de  descontar  los  días  festivos  y  de 
descanso,  cosa  que  parece  prodig-io.  Es  rara  la  ag'ili- 
(lad  y  presteza  eu  su  obrar,  y  no  es  menos  raro  jun- 
tar con  la  presteza  la  perfección.»  Estos  doce  frescos 
representan  respectivamente  los  sig^uientes  asnntos: 
el  Misterio  del  Verbo  encarnado;  el  Viaje  de  los  is- 
raelitas y  el  paso  por  el  Mar  Rojo;  los  retratos  de 
Bethesehel  y  Eliab,  que  construyeron  el  tabernáculo 
y  el  arca  de  la  alianza;  Eliezer  y  Jersón,  sobrinos  de 
Moisés;  los  hebreos  que  recog-en  el  maná,  y  Sansón 
que  contempla  el  enjambre  de  las  abejas  saliendo  de 
la  boca  del  león  que  él  había  matado;  el  triunfo  de 
la  íg-lesin  militante;  la  resurrección  del  Señor;  Asia, 
Europa,  África  y  América;  la  pureza  de  la  Virg'en; 
la  Vig'ilancia.  circundada  de  áng-eles;  Débora,  Esther, 
Judit.  Raquel,  Rebeca  y  Susana;  la  victoria  de  Josué 
sobre  los  Amalecitas;  el  juicio  y  la  flag-elación  de 
San  Jerónimo;  San  Ag*ustín,  San  Ambrosio  y  San 
Greg'orio ;  y,  por  último,  la  muerte,  sepultura  y 
Asunción  de  María  Santísima. 

Aliares.  — 1^1  templo  tiene,  en  la  planta  baja.  42  de 
indiscutible  mérito;  pero  la  obra  que,  por  decirlo  así. 
pone  el  sello  á  la  g-ran  Basílica,  es  el  g'randioso  reta- 
blo del  Mayor  que.  junto  con  el  tabernáculo,  forman 
la  más  rica  y  preciada  joya  del  templo. 

Su  elevación  es  de  92  pies  por  49  de  ancho.  Las 
materias  empleadas  para  su  embellecimiento  y  orna- 
to son  jaspes  finísimos,  metal  y  bronce  dorado  á 
fueg'o.  Su  coste  ascendió  á  más  de  un  millón  de  pe- 
setas. El  mérito  y  trabajo  de  este  retablo  no  se  puede 
apreciar  á  primera  vista,  pues  el  tono  sombrío  y  mal 


Patio  de  los  Evangelistas. 


—  14  — 

iluminado  que  presenta,  le  hacen  desmerecer  á  los 
ojos  del  espectador.  Comprende  todos  los  órdenes  de 
la  arquitectura  greco-romana,  excepto  el  toscano;  el 
primer  g-rupo  es  dórico,  el  seg'undo  jónico,  el  tercero 
corintio,  y  el  cuarto  compuesto  ó  mixto. 

Coro. — Es  una  pieza  espaciosísima,  de  96  pies  de 
larg-o  por  56  de  ancho  y  84  de  alto,  hasta  la  clave  de 
la  bóveda.  El  pavimento  es  de  mármoles  blancos  y 
pardos.  Tiene  dos  filas  de  sillas  diseñadas  por  Juan 
de  Herrera  y  ejecutadas  por  Juseppe  Flecho,  en  ma- 
dera de  ébano,  terebinto,  cedro,  boj  y  nog'al.  Las 
sillas  bajas  son  mucho  más  sencillas  que  las  altas. 
Sobre  éstas  están-  colocados  dos  órg^anos.  uno  á  cada 
lado,  de  orden  corintio,  hechos  con  pino  de  Cuenca, 
que  se  elevan  desde  la  cornisa  de  la  sillería  hasta  la 
g-ran  cornisa  que  da  vuelta  alrededor  de  todo  el  tem- 
plo. La  bóveda  está  pintada  al  fresco  por  Luqueto; 
representa  la  Gloria. 

Entre  las  primeras  sillas  del  coro  bajo  está  el  mag-- 
nífico  facistol  que  tanto  le  adorna  y  eng-randece.  co- 
locado sobre  un  pedestal  de  mármol  de  medio  pie  de 
alto,  en  el  que  descansan  cuatro  columnas  de  bronce 
dorado. 

Panteón  de  Reyes. — Es  una  rotonda  ochavada  de 
36  pies  de  diámetro  por  38  de  alto  y  113  de  perí- 
metro. Pertenece  su  arquitectura  al  orden  compues- 
to, y  está  formado  de  jaspes  de  Tortosa  y  mármoles 
de  Toledo.  En  una  de  las  ochavas,  frente  á  la  puerta, 
se  halla  el  altar,  cuya  mesa  sirve  de  pedestal  á  dos 
columnas  de  once  pies  y  medio  de  altura,  de  jaspe 
verde  de  Genova,  con  adornos  dorados.  A  los  lados 
del  tiltar  hay  seis  ochavas  ig-uales.  En  cada  una  se 
forman  cuatro  divisiones,  cuyo^  fondos  están  forra- 
dos de  mármol  neg"ro  con  molduras  de  bronce.  En 
cada  una  de  estas  divisiones  hay  una  urna  de  mar- 


mol  pardo  de  San  Pablo,  de  siete  pies  de  largo  por 
tres  de  ancho  y  alto,  sostenida  sobre  cuatro  enor- 
mes garras  de  león,  de  bronce  dorado.  En  el  cen- 
tro de  la  urna,  por  la  parte  exterior,  hay  un  tar- 
jetón  de  bronce  dorado  con  letras  negras  de  relieve 
que  indican  el  nombre  del  Rey  ó  Reina  cuyos  restos 
están  en  ella  encerrados.  Todas  las  urnas  son  igua- 
les: hay  doce  á  cada  lado  del  altar,  y  dos  encima  de 
la  puerta.  De  estas  26  urnas,  19  están  ocupadas  por 
los  restos  de  los  Monarcas  que  á  continuación  se 
expresan:  el  Emperador  Carlos  V,  Felipe  II,  Feli- 
pe III.  Felipe  IV,  Carlos  II,  Luis  I,  Carlos  III,  Car- 
los IV,  Fernando  VII  y  Alfonso  XII.  Corresponden 
á  la  puerta  de  la  epístola:  la  emperatriz  doña  Isabel; 
doña  Ana  de  Austria,  cuarta  mujer  de  Felipe  II; 
doña  Margarita,  única  mujer  de  Felipe  III;  doña 
Isabel  de  Borbón,  primera  mujer  de  Felipe  IV;  doña 
Maria  Ana  de  Austria,  segunda  mujer  de  Felipe  IV; 
doña  María  Luisa  de  Saboya,  primera  mujer  de  Fe- 
lipe V;  doña  María  Amalia  de  Sajonia,  única  mujer 
de  Carlos  III;  doña  María  Luisa  de  Borbón,  única 
esposa  de  Carlos  IV,  y  doña  María  Cristina  de  Bor- 
bón. cuarta  mujer  de  Fernando  VIL 

Panteón  de  Infantes, — Comenzó  á  construirse  en 
7  de  Mayo  de  1862,  por  mandato  de  doña  Isabel  II,  y 
bajo  la  dirección  de  D.  José  Segundo  Lema,  arquitec- 
to de  Palacio.  Ejecutó  los  trabajos,  hasta  su  muerte, 
el  afamado  escultor  D.  Ponciano  Ponzano.  El  ser  su 
forma  algún  tanto  irregular,  se  debe  á  que  el  sitio 
elegido  para  esta  obra  eran  unos  grandes  sótanos, 
lugar  poco  á  propósito  para  que  el  arquitecto  forma- 
se  un  plan  á  su  capricho,  kú  y  todo,  es  una  verdade- 
ra joya  de  arte. 

Los  muros,  tanto  de  la  galería  como  de  las  cáma- 
ras, están  cubiertos  de  mármoles  de  Portor,  Cuenca, 


—  k;  — 

Florencia  y  Carrara:  las  bóvedas  son  de  granito  con 
fíletcs  dorados  á  temple,  y  las  de  los  tránsitos,  de 
mármol  de  Carrara:  el  pavimento  es  de  mármoles 
blancos  y  pardos,  colocados  con  mucha  simetría. 

En  la  prim.era  cámara  hay  17  urnas  lujosamente 
cinceladas  con  una  cruz  en  la  cabecera,  y  sobre  ella 
un  letrero  que  expresa  el  nombre  de  aquel  cuyas  ce- 
nizas están  allí  encerradas.  Sobre  el  letrero  hay  un 
escudo  que,  lo  mismo  que  los  adornos  de  la  urna, 
expresa  la  categoría  del  que  allí  yace.  Están  allí  se- 
pultados los  sig'uientes  i)ersonajes:  doña  Isabel  de  Va- 
lois,  tercera  mujer  de  Felipe  II;  el  príncipe  D.  Car- 
los, hijo  del  mismo:  doña  Leonor,  hermana  de  Car- 
los V;  doña  María,  primera  mujer  de  Felipe  II;  doña 
María,  reina  de  Hung-ría,  hermana  de  Carlos  Y; 
Wenceslao,  archiduque  de  Austria;  Fernando,  hijo 
de  Felipe  II;  Diego,  hijo  del  mismo;  doña  Margarita, 
hija  de  Felipe  III;  Manuel,  príncipe  de  Saboya;  Fili- 
berto.  príncipe  de  Saboya;  Carlos,  hijo  de  Felipe  III: 
Carlos,  archiduque  de  Austria;  Fernando,  hijo  de 
Felipe  III;  Baltasar,  hijo  de  Felipe  IV;  doña  Luisa, 
esposa  de  Carlos  II.  y  doña  Ana,  esposa  del  mismo. 

En  el  tránsito  de  la  primera  cámara  y  la  segunda, 
y  de  la  tercera  á  la  cuarta,  hay  ocho  maceros  de 
mármol  blanco  de  Carrara,  ejcutados  por  D.  Poncia- 
no  Ponzano. 

Los  Príncipes  sepultados  en  las  cámaras  25  y  35 
son  los  siguientes:  Felipe,  hijo  de  Felipe  V;  Luis, 
duque  de  Vendoma;  Francisco,  hijo  de  Carlos  III; 
doña  Ana,  mujer  del  Infante  D.  Gabriel;  Gabriel, 
hijo  de  Carlos  III;  María,  esposa  del  Infante  D.  An- 
tonio; Luis,  hijo  de  Felipe  Y;  doña  Antonia,  esposa 
de  Fernando  YII;  Luis  I,  Rey  de  Etruria;  Isabel,  es- 
posa de  Fernando  YII;  Antonio,  hijo  de  Carllos  III; 
Josefa,  mujer  de  Fernano  YII;  Luisa,  Reina  de  Etru- 


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—   18  — 

ria;  Francisco,  hijo  de  Carlos  IV;  Fernando,  nieto 
de  Carlos  IV;  Sebastián,  biznieto  de  Carlos  IV. 

La  cámara  45,  ó  de  párvulos,  consta  de  64  nichos, 
de  los  cuales  sólo  están  ocupados  32;  en  el  centro  se 
levanta  un  precioso  sarcófag'o  de  mármol  blanco  de 
Carrara. 

A  mano  derecha  del  arco  de  entrada  hay  un  altar 
con  la  mesa  de  mármol,  y  el  retablo  es  un  cuadro 
pintado  al  óleo  por  Lavinia  Fontana,  que  representa 
la  SagTada  Familia.  A  los  costados  hay  cuatro  nichos 
en  que  están  encerrados  los  restos  de  cuatro  hijos  de 
doña  Isabel  II. 

La  cámara  quinta  forma  una  capillita,  con  el  sar- 
cófag'o de  D.  Juan  de  Austria  en  medio,  con  esta- 
tua yacente  preciosísima.  A  los  lados  hay  dos  urnas 
que  guardan  los  restos  de  dos  hijos  naturales  de 
Felipe  IV. 

En  la  cámara  sexta  hay  12  urnas,  de  las  cuales 
dos  están  ocupadas  por  los  restos  de  D.  Cayetano 
Girg"enti,  esposo  de  la  serenísima  Infanta  doña  Isa- 
bel de  Borbon,  y  al  lado  opuesto  están  los  de  doña 
-María  del  Pilar,  hija  de  Isabel  II. 

La  cámara  séptima  es  lo  mismo  que  la  anterior,  y 
tiene  todas  las  urnas  desocupadas. 

La  cámara  octava  es  una  de  las  más  espaciosas:  á 
los  lados  del  altar  hay  dos  sarcófagos;  el  de  la  parte 
del  Evangelio  contiene  los  restos  de  doña  María  Jo- 
sefa, hija  de  Carlos  III,  y  el  de  la  Epístola,  los  de 
doña  Luisa  Carlota,  madre  de  D.  Francisco  de  Asís 
de  Borbón.  Todas  las  obras  de  arte  que  adornan  esta 
cámara  son  de  un  mérito  y  de  un  valor  extraordina- 
rio. En  el  costado  de  la  izquierda  están  los  sepulcros 
de  los  duques  de  Montpensier  y  sus  hijas  doña  Ma- 
ría Cristina  y  doña  María  Amalia  Orleans  y  Borbón. 
Los  dos  del  centro  están  preparados  para  guardarlos 


■«^La  Santa  I"'onna^>,  de  V.  Coi'Ilo.  {V.n  la  Sacristía.) 


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•-3 


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—    lio    — 

restos  de  los  dos  consortes.  En  los  de  los  lados  des- 
cansan los  restos  de  las  dos  malogradas  princesas; 
los  del  Duque  reposan  aún  en  e4  pudridero  de  Infan- 
tes. Este  panteón,  que  fué  consagrado  en  el  mes  de 
Mayo  de  1889  por  el  Emmo.  Sr.  D.  Benito  Sanz  y 
Forés,  entonces  arzobispo  de  Valladolid.  puede  fig'u- 
rar  con  honor  al  lado  de  los  mejores  del  mundo. 

Aniesacr istia. — Esta  habitación  tiene  dos  entra- 
das, una  por  la  ig-lesia  y  otra  por  el  claustro  princi- 
pal bajo.  Es  de  25  pies  en  cuadro;  el  pavimento,  de 
mármoles  como  los  del  templo;  las  paredes  blancas 
hasta  la  cornisa,  y  la  bóveda  pintada  al  fresco  por 
Fabricio  y  Gran  olio.  Representa  un  pedazo  de  cielo 
abierto,  por  el  cual  baja  un  áng-el  con  jarro  y  toalla 
en  las  manos.  En  el  centro  del  muro  de  Oriente  está 
colocada  una  fuente  de  mármol  pardo  de  16  pies  de 
larg-o  por  cuatro  de  ancho,  donde  se  lavan  las  manos 
los  sacerdotes  al  ir  á  celebrar.  Adornan  sus  paredes 
10  cuadros  pintados  al  óleo. 

Sacristía. — A  continuación  de  esta  última  pieza 
se  entra  en  la  sacristía.  Es  una  sala  grande,  clara  y 
hermosísima,  adornada  por  siete  espejos  repartidos 
con  simetría,  entre  los  cuales  llama  la  atención  el 
que  está  en  el  centro,  de  cristal  de  roca,  regalo  de 
doña  María  Ana  de  Austria,  madre  de  Curios  II. 

El  piso  es  de  mármol  como  los  del  temj)lo.  las  pa- 
redes están  de  blanco  hasta  la  cornisa,  y  en  la  bóve- 
da, pintada  al  fresco  por  Fabricio  y  Granelio  primo- 
rosamente, se  ven  bonitos  artesonados,  grecas,  her- 
mosos follajes  y  flores.  Esta  pieza  era  una  de  las  más 
ricas  por  sus  buenos  cuadros,  los  inimitables  borda- 
dos y  el  gran  número  de  vasos  sagrados,  algunos 
con  pedrería  y  otros  adornos,  que  constituían  por  sí 
un  inmenso  capital;  pero  en  ninguna  otra  parte  se 
dejó  sentir  tanto  como  en  ésta  el  paso  destructor  de  la 


—   21    — 

invasión  francesa.  De  los  bordados,  puede  ser  admi- 
rado el  terno  de  plata  con  cenefas  de  oro;  están  ma- 
gistralmente  representados  alg-unos  pasajes  de  la 
vida  del  Salvador,  de  modo  tan  acabado,  que  no  se 
persuade  uno  sea  bordado,  sino  delicada  pintura. 
Los  cuadros  fueron  trasladados:  26  de  los  mejores, 
al  Museo  de  Madrid  en  1827,  y  otros  se  lian  colocado 
después  en  las  Salas  Capitulares;  sin  embargo,  toda- 
vía conserva  42,  entre  ellos  alg-unos  de  mucho  méri- 
to, debidos  al  Veronés,  Greco,  Zurbaran,  Ribera, 
Jordán.  Herrera,  Guido,  Tintoreto  y  otros  célebres 
pintores. 

El  retablo  y  altar  de  la  Santa  Forma  ocupa  todo  el 
testero  del  Sur  de  la  sacristía.  Pertenece  al  orden 
compuesto,  y  está  formado  de  bronces  dorados,  már- 
moles y  jaspes.  Son  notables  dos  bajo-relieves  repre- 
sentando respectivamente  al  emperador  Rodolfo  II 
en  el  acto  de  entreg-ar  la  Santa  Forma  á  los  enviados 
de  Felipe  II,  y  á  este  mismo  Rey  en  el  momento  de 
recibirla  con  mucha  devoción  y  respeto.  Todo  el  de- 
corado de  este  soberbio  monumento  llama  poderosa- 
mente la  atención;  pero  lo  que  más  resalta  y  cautiva 
el  ánimo,  es  el  transparente  formado  por  el  admira- 
ble cuadro,  tal  vez  el  mejor  del  Escorial,  debido  al 
pincel  de  Claudio  Coello,  en  el  cual  se  presenta  la 
sacristía  y  la  procesión  hecha  cuando  se  colocó  en  el 
altar  la  Sag-rada  Forma. 

Los  días  29  de  Septiembre,  fiesta  de  San  Mig'uel,  y 
el  28  de  Octubre  de  San  Simón  y  San  Judas,  se  bnja 
el  cuadro  por  máquina,  y  sin  arrollarse,  dejando  en- 
tonces ver  la  Sag-rada  Forma.  Esta  divina  Hostia, 
con  otras  también  consag-radas,  fué  ultrajada  y  piso- 
teada en  la  catedral  de  Gorcamia  por  unos  soldados 
protestantes,  partidarios  de  Zuing-lio.  Al  notar  uno 
de  ellos  que  con  las  roturas  que  había  hecho  con  los 


clavos  (le  los  zapatos  brotó  sangre,  se  arrepintió  de 
su  crimen,  dio  cuenta  al  deán  de  la  catedral,  y  éste, 
con  g-ran  veneración,  la  llevó  al  convento  de  Padres 
Franciscanos  de  Malinas,  donde  por  mucho  tiemj;o 
fué  custodiada.  Más  tarde  se  veneró  en  Viena  y  en 
Prag-a,  hasta  que  Rodolfo  II  la  entreg"ó  á  Felipe  II 
en  1592. 

El  claustro  principal  alto  es  una  g-randiosa  g-alería 
de  g-ranito,  con  pavimento  de  mármol  pardo  y  blan- 
co; el  muro  interior  esta  adornado  con  pinturas  al 
fresco,  y  entre  ellas  hay  46  pasajes  de  la  vida  de  la 
Virg-en  y  de  la  Pasión  y  Muerte  de  Nuestro  Señor. 
Los  dípticos,  que  reciben  también  el  nombre  de  es- 
ticione^,  sólo  se  abren  en  los  días  de  procesión  ó  de 
alg-una  festividad.  Los  frescos  del  lado  de  Oriente 
son  de  Pereg-rín  Tibaldi;  los  demás  son  dibujos  eje- 
cutados por  su  hija  Jerónima  y  sus  discípulos  Anto- 
nio Rizzi.  Bernardino  del  Aena.  Jerónimo  de  Urbino 
y  Lázaro  Tabarón;  el  fresco  que  representa  la  Asun- 
ción es  d(>  Luqueto. 

El  centro  de  esta  soberbia  g-alería  lo  forma  el  magr- 
nífico  Patio  de  los  Evang-elistas,  que  mide  166  pies 
en  cuadro,  y  se  llama  así  porque  en  el  templete  que 
existe  en  el  centro  hay  estatuas  de  los  cuatro  Evan- 
g-elistas, de  siete  pies  de  alto  cada  una.  y  construidas 
de  mármol  blanco  de  Genova. 

Salas  capitulare'^. — Están  situadas  en  el  claustro 
principal  bajo,  y  se  llaman  asi  porque  en  ellas  se 
reunían  los  Jerónimos  para  tratar  los  asuntos  g-ene- 
rales  referentes  al  Monasterio.  Sus  pinturas  al  fresco 
son  obra  de  Fabricio  y  Granelio. 

De  la  celda  prioral  baja,  hoy  destinada  á  sala  de 
restauración,  sólo  diremos  que  su  bóveda  está  pinta- 
da también  al  fresco  por  Francisco  L'rbino.  represen- 
tando el  «Juicio  de  Salomón». 


Aldabón  do  una  puerta  de  la  Basílica. 


—  24   — 

Kn  esta  [habitación,  en  lus  dos  salas  y  en  el  za- 
g-uáii.  existen  71  cuadros  pintados  al  óleo,  alg-unos 
de  ellos  inimitables  producciones  que  creara  el  g-enio 
en  los  sig-los  xvi  y  xvn. 

Escalera  principal. — Kstá  en  el  centro  de  la  banda 
del  Poniente  del  claustro  principal  alto;  fué  trazada 
por  .].  B.  Castelló  Bergamasco.  y  construida  por 
L.  B.  de  Toledo.  Mide  esta  escalera  99  pies  de  ancho. 
Los  frescos,  tanto  de  las  cornisas  como  de  la  bóveda, 
son  de  Lucas  Jordán,  que  sólo  tardó  siete  meses  en 
pintarlos.  En  el  espacio  comprendido  éntrelas  corni- 
sas colocó  Jordán  «El  sitio»,  «La  batalla»  y  «La  toma 
de  San  Quintín.»  El  fresco  de  Oriente  representa  los 
planos  del  Escorial:  «Felipe  II  examina  los  diseños 
que  le  ofrecen  los  tres  arquitectos  del  edificio,  Juan 
de  Toledo.  Herrera  y  el  célebre  lego  Villacastln»,  y 
en  la  parte  del  Norte  se  admira  el  famoso  rasgón 
imitado  que  pintó  un  discípulo  de  Jordán,  y  que  éste 
no  consintió  en  borrar.  Los  lunetos  de  las  ventanas 
presentan  alg-unos  hechos  guerreros  del  Emperador 
Carlos  V,  y  en  la  parte  Poniente  se  finge  una  galería 
desde  donde  «Carlos  II  explica  á  su  madre  y  á  su 
espolea  la  historia  que  representan  los  frescos».  En  la 
bóveda  colococó  Jordán  la  «Gloria»,  con  toda  la 
gracia  y  encanto  de  su  rica  fantasía. 

Camarín  llamado  de  Santa  Teresa. — Recibe  este 
nombre  por  conservarse  allí  algunos  escritos  origi- 
nales de  la  Santa,  y  el  tintero  que  ella  usó.  Sobre  la 
puerta  de  esta  reducida  habitación  se  ve  un  cuadro: 
«La  excomunión  que  el  papa  Gregorio  XIII  fulminó 
contra  los  que  se  atreviesen  á  sacar  algunos  de  los 
objetos  que  en  el  citado  camarín  se  custodiaban.» 
No  obstante  tan  terrible  amenaza,  han  desaparecido 
muchas  de  las  curiosidades  que  hacían  fuese  esta 
pequeña  pieza  una  de  la  que  con  más  interés  visita- 


—  2G  — 

ba  el  viajero.  No  obstante,  existen  y  merecen  citarse 
los  sig-uientes:  una  de  las  ánforas  de  las  bodas  de 
Cana,  en  que  el  Señor  convirtió  el  ag*ua  en  vino,  re- 
g-alada  á  Felipe  II  por  el  Emperador  Maximiliano; 
un  pedazo  de  velo  de  la  Yirg-en;  una  barra  de  las 
parrillas  en  que  padeció  San  Lorenzo;  parte  de  los 
corporales  en  que  dijo  misa  Santo  Tomás  Cantua- 
riense;  el  esqueleto  de  uno  de  los  niños  inocentes,  y 
otros  varios  que  son  objeto  de  veneración.  Entre  los 
libros  que  allí  se  conservan  son  de  muchísima  esti- 
ma los  Evang-elios  en  grieg'O,  que  llaman  de  San 
Juan  Crisóstomo;  los  autóg-rafos  de  los  libros  de 
Santa  Teresa,  que  tratan  de  las  fundaciones  y  modo 
de  hacer  la  visita  á  los  conventos,  y  el  Tratado  de 
Bautismo  de  San  Ag-ustín.  Adornan  esta  habitación 
33  cuadros  al  óleo. 

Biblioteca. — Viéndonos  en  la  precisión  de  reducir 
á  pocas  líneas  la  descripción  de  esta  preciosa  alhaja, 
creemos  oportuno  omitir  su  parte  histórica,  muy 
poco  necesaria  para  los  viajeros  que  visiten  de  paso 
este  suntuoso  monumento.  El  que  desee  enterarse  á 
fondo  del  modo  como  se  fué  formando  esta  Real  Bi- 
blioteca, y  de  las  múltiples  vicisitudes  por  que  ha 
pasado  en  el  transcurso  de  tres  sig'los,  puede  consul- 
tar los  notables  artículos  que  con  el  título  de  La 
Biblioteca  del  Escorial  publica  en  La  ciudad  de  Dios 
el  erudito  Padre  Eustaquio  Esteban,  segundo  biblio- 
tecario de  la  misma. 

Mide  el  salón  de  la  Biblioteca  184  pies  de  largo 
por  34  de  ancho  y  36  hasta  lo  alto  de  la  bóveda.  El 
pavimento  es  de  mármoles  blancos  y  pardos,  coloca- 
dos simétricamente.  La  preciosa  estantería  que  rodea 
todo  el  salón  es  de  orden  dórico,  sentada  sobre  un 
zócalo  de  jaspe  sang'uíneo:  fué  diseñada  por  Juan  de 
Herrera  y  ejecutada  admirablemente  por  Giussepe 


Flecha,  en  maderas  preciosas  de  ébano,  caoba,  ce- 
dro, terebinto,  naranjo,  boj  y  nog-al.  Está  dividida 
en  54  estantes,  y  cada  uno  de  éstos  en  seis  plúteos  ó 
cajones.  En  el  centro  de  este  mag*nífico  salón  hay 
cinco  mesas  de  mármol  pardo,  con  cercos  de  bronce, 
y  dos  veladores  de  pórfido.  Sobre  las  mesas  y  vela- 
dores están  colocados  en  vitrinas  riquísimos  manus- 
critos y  un  g-lobo  celeste. 

Unas  de  las  joyas  más  preciosas  de  esta  biblioteca 
es  sin  duda  alg'una  el  Códice  áureo,  escrito  todo  él 
en  oro  por  mandato  del  Emperador  Conrado,  y  con- 
cluido en  tiempo  de  su  hijo  D.  Enrique,  en  el  año 
1050.  Tiene  168  hojas,  en  que  se  emplearon  17  libras 
de  oro.  En  las  demás  mesas  están  los  devocionarios 
de  Carlos  V  y  su  esposa  doña  Isabel;  de  Felipe  11, 
Felipe  III  y  otros:  un  Capitíilario,  el  Psalterio  de  la 
Orden  de  San  Agiislln.  escrito  en  el  siglo  xiii.  y  pre- 
sentado en  la  Exposición  de  Barcelona  en  1888;  la 
Biblia  en  hebreo,  manuscrito  muy  antig-uo;  las 
Cantigas  de  D.  Alfonso  el  Sabio;  el  Apocalipsis  de 
San  Juan;  los  Códices  Vigilado  y  Emilianense,  escri- 
tos en  el  siglo  x;  un  Alcorán,  Códice  también  pre- 
ciosísimo por  el  trabajo  que  revela,  y  otros  varios 
de  menor  importancia;  casi  todos  ellos  están  profu- 
samente iluminados.  Modernamente  se  ha  colocado, 
junto  al  testero  opuesto  á  la  puerta,  una  mesa  de 
ácana  con  filetes  blancos,  y  á  pocos  pasos  de  distan- 
cia se  halla  el  Monetario,  que  consiste  en  una  caja 
lujosa  y  artísticamente  trabajada,  de  maderas  finas, 
colocada  sobre  otra  más  grande,  pero  no  tan  pre- 
ciosa. 

Lo  que  más  embellece  esta  Biblioteca  son  las  pin- 
turas al  fresco,  ejecutadas  por  Peregrín.  Tibaldi  y 
Bartolomé  Carducci,  según  los  diseños  del  Padre  Si- 
güenza;  el  primero  pintó  la  bóveda,  y  el  segando  las 


—  28   — 

historias  ya  reales,  ya  fabulosas  ó  mitológ*icas  que 
rodean  la  Biblioteca  por  debajo  de  la  cornisa.  Repre- 
sentan las  pinturas,  la  Teoloqia^  la  Aslrologia,  la 
Geometriay  la  Aritmética^  la  Dialéctica^  la  Retórica, 
la  Gramática  y  la  Filosofía,  con  g-rupos  aleg-óricos 
debajo,  alusivos  á  cada  una  de  estas  ciencias,  que 
están  representadas  por  otras  tantas  matronas.  Estos 
frescos,  que  hacen  de  la  Biblioteca  un  salón  vistosí- 
simo y  encantador,  estaban  alg-o  deteriorados,  efecto 
del  ag-ua  que  se  introdujo  por  las  ventanas  durante 
el  voracísimo  incendio  de  1763,  y  han  sido  hábil- 
mente retocados,  sin  alterarlos  en  lo  más  mínimo, 
por  el  disting-uido  restaurador  de  la  Real  Casa  don 
Francisco  Vicente. 

Además  de  este  salón  que  dejamos  descrito,  hay 
otro,  al  nivel  del  Patio  de  los  Reyes,  alg-o  más  peque- 
ño que  el  anterior,  llamado  de  Manuscritos,  por  ha- 
llarse en  él  unos  5.000  volúmenes  de  esta  clase,  jun- 
tamente con  otros  5.603  impresos,  añadiendo  á  los 
cuales  14.146  del  salón  principal  y  9.157  de  otras  de- 
pendencias, dan  un  total  de  33.906  volúmenes. 

Desde  el  año  1886,  en  que  los  ilustrados  Padres 
Agustinos  se  hicieron  carg'o  de  esta  real  Biblioteca, 
ha  mejorado  muchísimo  con  respecto  á  su  servicio. 
El  numeroso  y  escog-ido  personal  en  ella  empleado 
ha  conseg-uido,  á  fuerza  dé  trabnjo,  ordenarla  y  cata- 
lograrla;  y,  aunque  todavía  no  se  ha  comenzado  la 
impresión  del  Índice,  no  se  hará- esperar  mucho,  so- 
bre todo  el  de  impresos. 

Hállase  al  frente  del  Monasterio  y  de  la  Comuni- 
dad encarg-ada  de  levantar  las  carg-as  del  mismo,  el 
modesto  cuanto  simpático  P.  Víctor  Villán.  caluroso 
entusiasta  de  las  bellas  artes,  antig-uo  profesor  de  Di- 
bujo, intelig-ente  en  pintura  y  música,  y  autor  de  va- 
rios cuadros  orig"inales  y  copias  que  el  viajero  puede 


—  30   — 

ver  en  este  Real  Sitio  y  en  las  demás  casas  de  la  Orden . 
Déla  Biblioteca  y  Archivo  están  encargados,  en- 
tre otros,  el  P.  Juan  Lazcano,  uno  de  nuestros  pri- 
meros arabistas,  y  quizás  el  que  más  á  fondo  y  sobre 
el  terreno  lia  estudiado  la  leng-ua  arábig*a,  en  que  se 
escribieron  los  mejores  Códices  de  esta  Biblioteca;  el 
P.  Benigno  Fernández,  cuya  competencia  en  mate- 
ria de  manuscritos  y  antigüedades  se  halla  justifi- 
cada por  su  brillante  carrera  de  Archivero,  y  el  Pa- 
dre Félix  Pérez  Aguado,  hebraísta.  Los  tres  son  co- 
laboradores de  La  Ciudad  de  Dios,  Revista  quincenal 
acreditadísima  por  sus  trabajos  literarios  y  científi- 
cos, que  redactan  en  el  Escorial  y  publican  en  Ma- 
drid los  PP.  Agustinos. 

El  Palacio. 

Se  halla  situado  en  el  ángulo  de  Este  y  Xorte  de 
todo  el  edificio,  y  ocupa  como  una  cuarta  parte  déla 
fábrica;  tiene  su  entrada  principal  por  las  dos  prime- 
ras puertas  que  se  encuentran  en  la  fachada  del  Nor- 
te, viniendo  de  Madrid. 

Hahitacíóii  del  fundador,— Ji^cibQ  este  nombre  el 
aposento  en  que  habitaba  Felipe  II  siempre  que  vi- 
sitaba el  Monasterio,  y  fué  también  el  sitio  donde 
murió,  el  día  13  de  Septiembre  de  159(S;  celda  sencilla 
y  pobre,  más  bien  que  palacio  de  Rey.  Colocada  en 
la  pared,  hay  una  lápida  donde  se  lee  lo  siguiente, 
que  demuestra  la  humildad  del  albergue  en  que  se 
hospedaba  el  poderoso  y  temible  soberano: 

En  este  estrecho  recinto 
Murió  Felipe  segundo, 
Cuando  era  pequeño  el  mundo 
Al  hijo  de  Carlos  quinto. 


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—  31   — 

Existen  todavía  la  alcoba  que  mandó  hacer,  inme- 
diata al  oratorio  real;  el  escritorio,  alg-una  de  las  si- 
llas de  su  uso  y  dos  taburetillos  en  que  solía  reposar 
la  pierna  aquejada  de  la  gota.  El  techo  es  llano  y  sin 
adornos;  las  paredes  enlucidas  de  blanco,  y  el  suelo 
de  ladrillo.  Desde  este  dormitorio  se  ve  el  altar  ma- 
yor por  dos  puertas  que  dan  á  las  tribunas. 

Sila  de  Batallas. — Recibe  este  nombre  de  las  que 
pintaron  prolijamente  al  fresco  en  sus  paredes  Gra- 
nelio  y  Fabricio,  artífices  italianos  de  feliz  memoria. 
Tiene  esta  g-alcría  198  pies  de  larg*o  por  28  de  ancho 
y  25  de  alto  hasta  la  clave  de  la  bóveda.  El  fresco 
principal,  de  extraordinarias  proporciones,  represen- 
ta la  batalla  de  Hig'ueruela  y  la  victoria  conseg'uida 
sobre  los  árabes  por  D.  Juan  K  en  la  veg-a  misma 
de  Granada.  Los  demás  frescos  se  refieren  á  la  bata- 
lla ganada  el  día  de  San  Lore-nzo  (año  1557)  por  el 
duque  Filiberto,  caudillo  del  ejército  español;  la  pri- 
sión del  g-eneral  francés,  el  condestable  Montmo- 
rency,  y  el  asedio  y  toma  de  San  Quintín.  Los  teste- 
ros de  la  galería  representan  dos  expediciones  he- 
chas á  las  islas  Terceras  en  tiempo  de  Felipe  II.  La 
bóveda  contiene  una  admirable  variedad  de  figuras 
y  caprichos,  dibujado  todo  fantástica  é  ingeniosa- 
mente, con  gusto  y  suma  habilidad. 

En  1882,  D.  Rudesindo  Marín  y  sus  dos  jóvenes 
hijos  D.  Manuel  y  D.  Mariano  comenzaron  la  restau- 
ración de  los  frescos  de  esta  sala,  obra  que  terminóse 
en  1889.  Hace  dos  años  se  colocó,  para  que  el  públi- 
co no  se  acerque  á  las  pinturas,  una  valla  de  hierro, 
figurando  en  los  extremos  las  armas  de  los  Borbo- 
nes,  según  los  diseños  de  D.  José  Lema. 

Como  no  hemos  de  enumerar  todos  los  ricos  tapi- 
ces que  adornan  el  Palacio,  solamente  diremos  que 
tiene  338  de  aquéllos,  de  los  cuales  152  han  sido  he- 


clios  en  la  antig-ua  Real  P'ábrica  de  Madrid  ¡con  dibu- 
jos de  Goya,  Bayeu,  Maella  y  otros;  163  en  Flandes, 
por  diseños  en  su  mayor  parte  de  David  Teniers; 
20  en  Francia,  y  cinco  en  Italia.  Representan  casi  to- 
dos escenas  de  aldea,  paisajes,  costumbres  e&pañolas, 
vistas  de  Madrid  y  cacerías. 

En  las  habitaciones  Reales  son  de  admirar  las  lla- 
madas Piezas  de  maduras  filias.  Hay  cuatro.  Empeza- 
das en  el  reinado  de  Carlos  IV,  fueron  concluidas 
en  1831.  Son  también  notables  los  herrajes  de  estas 
habitaciones,  con  embutidos  de  oro,  que  fueron  he- 
chos  por  D.  Ig-nacio  Millán.  El  importe  de  estas  obras 
ascendió  á  28  millones  de  reales. 

Casa  del  Principe. — Se  edificó  el  año  1772,  por 
disposición  de  Carlos  IV,  siendo  Príncipe  de  Astu- 
rias, de  quien  toma  el  nombre.  Cuando  estalló  la 
guerra  de  la  Independencia  se  trasladaron  á  Madrid 
los  efectos  que  la  adornaban,  y  muchos  de  ellos  des- 
aparecieron. Volvió  á  alhajarse  y  embellecerse  esta 
casita  de  recreo  en  el  año  1824.  y  recientemente  ha 
sido  con  todo  esmero  restaurada.  La  construcción 
es  toda  de  piedra,  y  se  llama  Casa  de  Ahajo,  á  dife- 
rencia de  otra  que  se  dice  Casa  de  Arriba,  edificada 
por  el  Infante  D.  Gabriel.  Innumerables  son  las  cu- 
riosidades y  primores  de  arte  que  encierra  este  agTa- 
dable  edificio.  De  los  techos,  hay  20  de  g-ran  mérito, 
pintados  por  Duque.  Gómez,  Gerroní.  Maella.  Driles. 
Pérez,  Japeti  y  López.  En  las  19  habitaciones  de  que 
constan  los  dos  pisos  del  edificio  hay  sobre  200  cua- 
dros al  óleo  y  estampados,  de  asuntos  en  su  mayor 
parte  religiosos,  algunos  de  ellos  de  verdadero  méri- 
to, y  sentimos  que  la  falta  de  espacio  no  nos  permita 
describirlos.  Hay  también  una  preciosa  colección  de 
relieves  en  marfil,  compuesta  de  37  cuadros  que  re- 
presentan pasajes  mitológicos,  y  de  historia  sagrada 


Estatuas  de  bronce  del  enterramiento  de  Felipe  IJ. 


Estatuas  do  bronce  del  enterramiento  del  Emperador  Carlos  V. 

3 


—  34  — 

y  profana.  También  es  dig-ná  de  ñjar  la  atención 
una  bella  colección  de  cuadros  de  porcelana,  traba- 
jados en  la  fábrica  del  Buen  Retiro,  compuesta  de 
226  ejemplares.  Los  muebles  que  adornan  esta  casita 
son  de  mucho  g-usto,  y  alg*unos  de  estimable  valor. 
En  tiempo  de  Fernando  VII  fué  valuada  en  más  de 
37  millones  de  pesetas,  y  hoy  constituye  un  verda- 
dero museo  de  ricas  curiosidades. 


I^eal  Colegio  de  Alfonso  pl. 

Ocupa  todo  el  áng-ulo  del  Noroeste  del  ediñcio,  y 
tiene  su  entrada  por  la  puerta  de  la  izquierda  de  la 
fachada  principal.  Presa  de  un  voraz  incendio  en  el 
año  1872,  fué  comi)letamente  restaurado. 

Entre  sus  muchas  y  notables  dependencias,  se  re- 
comiendan muy  particularmente  al  viajero  el  amplio 
y  magnifico  paraninfo  situado  en  la  planta  baja,  y 
cuyo  techo,  formado  por  un  lienzo  de  extraordina- 
rias dimensiones,  créese  pintado  por  los  discípulos 
de  Jordán:  los  otros  dos  lienzos  más  pequeños,  re- 
presentando fig'uras  simbólicas  de  diversas  ciencias, 
están  firmados  por  Llamas.  En  la  misma  planta,  y 
próximos  al  paraninfo,  hállanse  los  excelentes  gabi- 
netes de  Física  é  Historia  natural,  la  lucerna  ó  patio 
de  luz,  y  los  comedores  de  los  niños,  adornados  con 
una  colección  de  cuadros  que  representan  i)asajes  de 
la  vida  de  Alejandro;  fueron  pintados  para  el  palacio 
de  San  Ildefonso  por  encargo  de  Felipe  V,  y  están 
todos  firmados  por  notables  artistas  italianos.  En  el 
piso  principal,  y  correspondiendo  al  paraninfo  de  la 
planta  baja,  hay  otro  grandioso  salón,  cuyo  centro 
ocupa  una  hermosa  estatua  de  San  Agustín,  tallada 


—    35  — 

en  mndern.  concebida  y  ejecutada  por  el  hermano 
leg*o  Fray  S.  Cuñado,  para  conmemorar  el  décimo- 
quinto  centenario  de  la  conversión  de  San  Ag-ustín. 

En  1878,  merced  á  la  munificencia  de  S.  M.  el  Rey 
D.  Alfonso  XIL  se  reorg-anizaron  con  gran  acierto 
los  estudios  en  este  Real  Coleg-io.  Confiada  más  tar- 
de (1885)  la  enseñanza  á  los  PP.  Ag-ustinos,  de  tal 
modo  aumentó  su  crédito  y  esplendor,  que  hoy, 
por  las  condiciones  inmejorables  del  local,  la  instala- 
ción del  alumbrado  eléctrico,  la  perfección  y  copia 
del  material  de  enseñanza,  y,  más  aún,  por  la  reco- 
nocida competencia  y  celo  que  aquella  docta  corpo- 
ración desempeña  las  delicadas  tareas  de  la  educa- 
ción moral,  fisica  y  científica  de  numerosos  jóvenes, 
el  Real  Coleg*io  del  Escorial  corresponde  admirable- 
mente á  los  elevados  propósitos  de  su  reg'io  restau- 
rador, y  fig'ura  á  la  cabeza  de  los  centros  de  Instruc- 
ción en  España. 

Su  Director,  el  P.  Teodoro  Rodríg-uez,  es  autor  de 
varias  obras  científicas,  entre  otras,  de  la  Física  y 
Química  que  sirven  de  texto  en  alg*unos  de  nuestros 
Institutos  y  en  casi  todos  nuestros  Seminarios;  in- 
vento del  P.  Teodoro  es  el  TdecUkto  eléctrico  ferro- 
viario, aparato  destinado  á  evitar  los  choques  de 
trenes,  del  que  no  ha  mucho  se  ocupó  la  prensa;  á 
él  deben  Li  Ciudad  de  Dios  y  otras  publicaciones 
científicas,  multitud  de  trabajos  de  reconocido  mé- 
rito; la  electridad  es  su  estudio  favorito,  y  con  tener 
á  su  cargfo,  además  de  la  dirección  del  Coleg'io.  la 
cátedra  de  Física  y  Química,  estudia,  escribe  y  con- 
testa á  cuantas  consultas  se  le  hacen,  que  no  son 
pocas,  sobre  puntos  relacionados  con  su  especialidad. 
Es.  por  otra  parte,  una  de  las  personas  mejor  rela- 
cionadas y  tan  querido  como  respetado  de  los  niños 
y  profesores  del  coleg'io  que  dirig-e.  Apenas  contará 


—  36  — 

treinta  años  y  lleva  diez  explicando  Física,  después 
de  terminada  su  carrera  universitaria. 

Los  demás  profesores  tienen  todos  sus  correspon- 
dientes títulos  académicos;  la  mayor  parte  son  re- 
dactores de  La  Ciudad  de  Dios,  y  entre  ellos  fig-u- 
ra  el  P.  Eustaquio  de  Uriarte,  iniciador  de  la  restau- 
ración del  canto  g-reg^oriano,  autor  de  un  texto  nota- 
bilísimo sobre  dicho  canto,  y  de  multitud  de  escritos 
musicales,  á  cual  más  valiosos  por  su  fondo  y  por  su 
forma. 


I^eal  Colegio  de  Estudios  superiopes 

de  JVIaría  Cristina. 


Las  personas  que  visitaron  el  Escorial,  al  mediar 
el  año  1892,  pudieron  creer  que  habían  vuelto  los 
tiempos  en  que  centenares  de  trabajadores  erig-ían 
la  Basílica  Laurentina,  bajo  la  dirección  de  Bautista 
de  Toledo  y  Juan  de  Herrera,  en  que  se  construía  el 
Panteón  de  los  Reyes  con  arreg-lo  á  los  planos  de 
Alonso  Carbonell,  ó  en  que  Bartolomé  Zumbig-o  re- 
paraba los  efectos  del  horroroso  incendio  ocurrido 
en  1671.  En  las  estribaciones  del  Guadarrama  vol- 
vían á  repercutir  los  g'olpes  de  la  piqueta  y  del  mar- 
tillo, con  el  anhelante  sonar  de  azuelas,  g-arlopas. 
limas  y  sierras;  era  que  la  antig-ua  Compaña,  el  edi- 
ficio construido  por  Juan  de  Mora  para  establecer  en 
él  las  trojes,  la  panadería,  las  bodeg-as,  la  fábrica  de 
paños  y  otras  dependencias  necesarias  para  la  nu- 
merosa Comunidad  de  San  Jerónimo .  esperaba  á 
transformarse  en  suntuoso  «Coleg-io  de  Estudios  su- 
periores», que  había  de  ostentar  el  nombre  de  su 


Patio  de  los  Reyes. 


—  :í8  — 

excelsa  fu nd II dora,  la  Reina  Keg-ente  de  E.-pafui. 
doña  María  Cristina,  y  que,  lo  mismo  que  el  «Cole- 
g-io  de  Alfonso  XII».  había  de  ser  confiado  á  la  di- 
rección de  los  PP.  Agustinos. 

El  Excmo.  Sr.  Intendente  general  de  la  Real 
Casa  y  Píitrimonio,  1).  Luis  Moreno  |y  Gil  de  Borja^ 
á  cuya  iniciativa  debió  también  mucho  el  «Coleg-io 
de  Alfonso  XII»,  sometió  á  la  aprobación  de  la  au- 
g-usta  Soberana  todo  un  plan  de  enseñanza,  merced 
al  cual,  y  sin  pasar  muchos  años,  el  «Real  Colegio 
de  María  Cristina»  había  de  emular  brillantemente 
la  gloria  de  aquellas  Universidades  y  Colegnos  Ma- 
yores, que  gozaron  vida  propia  y  robusta  por  la  libe- 
ralidad de  Monarcas,  prelados  y  proceres  ilustrados 
y  esplendidísimos. 

El  examen  de  ese  plan,  hecho  por  S.  M..  no  fué 
mera  fórmula.  Asignaturas  y  estudios  indicó  la  Rei- 
na, escribiéndolos  de  ])ropia  mano  en  el  proyecto, 
que  completarán  dignamente  el  programa  de  las  en- 
señanzas, el  día,  ya  no  lejano,  en  que  llegue  á  su 
completo  desarrollo  el  pensamiento  general. 

No  reclamaba  menor  atención  la  parte  material 
del  proyecto.  La  Compaña  no  estaba  preparada  para 
recibir  sus  nuevos  liuéspedes.  Era  precisa  no  peque- 
ña obra:  dar  luz.  distribución,  amplitud,  seguridad 
y  ornato  á  la  capilla,  las  aulas,  el  comedor  y  las  cel- 
das; envigar  de  hierro  dos  crugías  de  más  de  setenta 
metros  de  longitud;  substituir  viejos  sillares;  poner 
una  fuente  monumental  en  el  patio  grande;  colocar 
en  todo  el  circuito  de  éste  un  antepecho  de  piedra: 
hacer  una  nueva  ])ortada  que,  con  su  correspon- 
diente gradería,  diese  comodidad  al  ingreso  por  los 
Alamillos  y  magnificencia  al  edificio. 

Todo  esto,  y  las  consiguientes  obras  de  carpintería^ 
cerrajería,  vidriería,  tabicado,  guarnecido,  forjado. 


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—   4U   — 

solado,  blanqueo,  pintura,  etc.,  etc.,  está  ya  concluí- 
do,  gracias  ala  liberalidad  de  la  Ueina  Reg*ente. 

Demolidas  las  antig-uas  bóvedas  de  toda  una  cru- 
g'ia;  edifícados  sendos  muros  de  contención  en  la 
fachada  N.  y  en  el  áng-ulo  NO.;  cubiertos  los  sesenta 
huecos  de  medio  punto  que  hay  en  el  patio  princi- 
pal; decorado  el  vestíbulo;  sustituido  el  pavimento 
granítico  de  la  g-alería  por  otro  de  baldosín  de  Alha- 
ma;  erig-ida  una  nueva  sacristía;  establecidos  los  ser. 
vicios  de  fontanería  y  alumbrado  eléctrico,  la  cocina 
traída  de  Ing-laterra  y  los  retretes  sistema  Doulton, 
con  cisterna  de  chorro  automático;  colocada  una  g-ran 
escalera  de  madera,  de  todo  coste;  reparada  la  caba- 
lleriza; arreg-ladaslas  cátedras,  la  biblioteca,  las  pie- 
zas de  aseo  y  baño,  los  patios,  el  frontón  y  salas  de 
jueg-o;  en  9  de  Octubre  de  1893  se  inaug-uró  en  el 
«Coleg*io  de  Estudios  Superiores»  el  curso  preparato- 
rio de  Derecho  y  de  Filosofía  y  Letras,  con  34  alum- 
nos internos  y  tres  externos,  y  el  primero  de  Juris- 
prudencia con  23  internos  y  un  externo.  En  la  mis- 
ma fecha  dieron  principio  las  enseñanzas  de  música, 
dibujo  y  equitación. 

El  coste  de  las  obras  había  sido  considerable,  sin 
incluir  en  él  el  valor  de  muchos  materiales  suminis- 
trados por  la  Real  Casa,  lo  mismo  que  "un  número 
no  escaso  de  libros,  muebles  y  cuadros,  la  fuente  de 
mármol  para  el  patio  principal,  cuatro  caloríferos  y 
doce  caballos  para  el  picadero. 

En  aquellos  trabajos,  bajo  la  dirección  del  arqui- 
tecto mayor  de  la  Real  Casa,  y  la  incansable  y  asidua 
inspección  del  Excmo.  Sr.  Intendente,  se  ocuparon 
durante  algunos  meses  ciento  cincuenta  obreros,  que 
g-anaron  el  pan  de  sus  hijos  allí  donde  los  relig-iosos 
ag-ustinos,  obreros  de  la  inteligencia,  distribuyen 
ahora  el  pan  de  la  doctrina. 


M 


—  42  — 

Cuál  sea  el  resultado  obtenido  en  el  Coleg-io,  dí- 
cenlo  con  sobrada  elocuencia  el  número  siempre  cre- 
ciente de  alumnos,  los  muchísimos  sobresalientes  y 
notnJ)les  que  fif>-uran  en  las  lislm  de  exámenes  y  en 
los  cuadros  de  honor ^  y  el  reconocimiento  y  apkuiso 
de  centenares  de  familias,  cuyos  hijos  reciben  sólida 
y  cristiana  educación  en  el  «Coleg'io  de  María  Cristi- 
na», realizando  el  antiguo  lema  de  hig-iene  moral  y 
física:  «ílfeus  sana  in  corpore  snno.y> 

Al  frente  de  este  Coleg'io  está  el  P.  Fermín  Uncilla, 
persona  ilustradísima  y  de  exquisito  trato,  á  quien 
conocen  los  lectores  de  La  Cuidad  de  Dios  ^  cuya 
sección  política  estuvo  mucho  tiempo  á  su  carg'o; 
suya  es  una  Vida  de  San  Agustín  que  le  valió  me- 
recidos elog'ios,  y  el  trabajo  sobre  Urdaneta  y  la 
C'j7tqiiista  de  Filipinas,  con  tantísimos  otros  publi- 
cados por  la  citada  Revista,  suyos  son  también. 

El  profesorado  es  de  lo  más  selecto,  como  lo  com- 
prueba los  nombres  de  los  PP.  Francisco  Blanco, 
autor  de  la  Lit'^.ratura  español i  del  siglo  XIX  y  di- 
rector de  La  Ciiidai  de  Dios,  y  Ang-el  Rodríg'uez. 
escritor  incansable  y  peritísimo  en  la  ciencia  astro- 
nómica. 

Fr.  Bonifacio  Moral, 

R.   Prov'uiciiil. 


l.«  de  Julio,  1896. 


GUARDIA   REAL 


Ministro  de  la  Guerra,  Teniente  Ganeral  D.  MAlíCELO  DE  AZCÁRRAGA. 

A.  García,  Yaloiicia,  fotógrafo. 


/A^^'- '>■■'' 


Comandante  General  del  Real  Ci;ei'po  de  Guardias  Alabarderos, 
Teniente  General  de  Ejército  D.  KKDERICO  ALAMEDA. 


Fernando  Debas,  fotógrafo. 


7á 


0  777'^^,' 


Jefe  del  Cuarto  militar  de  S.  M.  la  Reina, 
Teniente  General  D.  CAMILO  POLAYIEJA. 


Edmundo  Debas,  fotógrafo. 


Comandante  en  Jefe  del  primer  Cuerpo  de  Ejército, 
Capitán  General  Sr.  MARQUÉS  DE  ESTELLA. 


Fernando  Debas,  fotógrafo. 


Segundo  Comandante  Gencial  y  Oficiales  Mayores  del  Real  Cuerpo 
de  Guardias  Alabarderos. 


^Da  fotografía  hecha  por  la  egregia  Sra.  Archiduquesa  Isabel,  Princesa  de  Croy,  y  facilitada 

por  el  Sr.  Coello  y  Pérez  do  Barradas,  Secretario  del  Real  Cuerpo 

de  Guardias  Alabarderos.) 


7^„. 


Vizco>CDE  DE  Bellver,  Oficial  Ma- 
yor de  Alabarderos ,  Teniente 
del  Cuerpo,  Teniente  Coionel  de 
Ejército. 

Fernando  Debas,  fotógrsfo 


Segundo  Jefe  del  Escuadrón  de  Es- 
colta Real,  Teniente  Coronel  Don 
Luis  Ezpeleta. 

Napoleón  hijo,  fotógrafo. 


7A7> 


Montero  de  P^spinosa 
D.   Rafael  Marañün- 


Caballerizo  de  Campo  de  S.  M. 
D.   Gaspar  Via>;a  Cárdenas. 


Feruaudo  Debas,  fotógrafo. 


^SB^ 


i...  m^  1 


Cualro  (lo  Coiiiba. 


ESC  i:  A I 


H/l'A    KKAL 


Fcrnaiitlo  Dobas,  rotÓKrato. 


fk©irBHT©Mdi^ 


S£os  Ü'rajes  ^militares  de  los  distintos  Cuerpos  (^u& 
han  servido  d&  custodicc  d  los  Soberanos  desde  Ico 
Restauración  de  la  Jíonarcj^uia  ^oda^  por  el  Rey 
^.  ¿PelayOj  se  acomodan  á  apuntes  tomados  de  las 

JVIeinonas  para  la  jJistoría  de  las  íropas  de  la 
Casa  I^eal  de  España,  por  un  (oficial  de  la  antigua 
Guardia  Real.  Jíadridj  ^mpreJita  Real^  ^8^8 ^  y 
del  ^Ibum  de  la  Caballería  Española,  por  el  General 
úonde  de  úlonard. 


iiiiiiiiiillllllllliiii lili :iiiiti|íi|||iiiniil iiiiiliiiii||]i||j|iíiiiiiiii!iiiiiiiiiiiil|¡|i|i||ii;iiiiiiii íiiiiiii||1ii|¡|nii!iiiiiiiiii:«ii!I!»'  "• •"  -  >     i  ■  "-'■" iiiii|iir"ii¡!;;'i  1 1 ,  / 

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Quardia  I^eal. 


ESDE  las  primeras  ^Monarquías  hispano-g-odas 
nacidas  sucesiva  y  gloriosamente  después  de 
la  irrupción  sarracena,  aparecen  ya  sirvien- 
do de  escolta  inmediata  y  g*uardia  constante 
de  los  Monarcas  españoles  los  Escuderos  á  caballo^ 
quienes  substituyeron  poco  á  poco  á  los  Spatha- 
rios  (1)  y  tenían  cerca  de  la  persona  investida  con  la 


(1)  Guardia  del  Príncipe.  Pasó  de  los  romanos  á  los  godos, 
y  éstos  le  dieron  un  Jefe  denominado  el  Gardingo  (*). 

{*)  «Uno  (le  los  puntos  más  discutidos  en  la  historia  de  las  ins- 
tituciones godas  es  la  naturaleza  de  esta  clase  de  individuos,  que 
tantas  veces  figuran  en  los  monumentos  de  aquellas  épocas,  llama- 
dos yardingus  (gardigg,  en  lengua  goda).  Masdeu,  y  con  él  Romey, 
que  le  tradujo  casi  siempre,  al  tratar  de  la  historia  de  los  Visigo- 
dos, aunque  no  lo  cite  más  que  en  este  lugar,  son  de  parecer  que 
el  gardinc/ato  no  era  un  titulo  de  nobleza,  sino  del  cargo  de  susti- 
tuto del  Duque  (gobernador  de  provincia),  como  el  Vicarias  lo  era 
del  Conde  (gobernador  de  ciudad).  Aschbach  deriva  la  palabra  de 
gards,  que  significa  solar  con  tierras  adyacentes,  y  parece  querer 
confirmar  asi  la  opinión  de  Vossio,  que  pretendía  fuesen  los  admi- 


—  4  — 


autoridad  regia,  la  misión  de  defenderle,  vestirle  las 

armas,  etc.,  etc. 

Estos  Escuderos  a  ca- 
ballo, llamados  también 
Armigueros,  daban  en 
tiempo  de  paz  guardia 
permanente  en  los  pala- 
cios reales,  y  á  partir 
del  siglo  XIV  figuran 
con  la  denominación  de 
Guardia  Real. 

Don  Pedro  I  de  Cas- 
tilla, que  por  todos  los 
medios  á  su  alcance  se 
había  propuesto  el  acre- 
centamiento del  ejérci- 
to permanente,  elevó  el 
número  de  sus  Escu- 
deros a  caballo,  a  dos- 


Cohorte  de  la  Guardia. 


cientos,  con  un  caldillo  ó  Capitán. 


nistradores  ó  almojarifes  de  los  palacios  reales,  opinión  que  sería 
muy  difícil  sustentar  á  la  vista  de  varios  monumentos  hispano-gó- 
ticos.  He  seguido  el  parecer  de  Grimm  y  Lembke,  que  suponen  ser 
los  gardinyos  una  clase  de  curiales  (co;  tésanos»  ó  nobles.  Ea  este 
caso,  ¿no  seria  la  etimología  gards  para  indicar  en  el  gar'Hngato 
una  nobleza  fundada  sobre  cierta  extensión  é  importancia  de  pro- 
piedad teri'itorial,  formando  la  tercera  (¡lase  de  nobleza,  después  de 
los  Buces  y  Comités?  Rosseew-Saint  Hilaire  lo  cree  asi  y  hace  al 
gardingo  sinónimo  de  Procer.  Pero  la  palabra  procer  no  indicaba  en 
especial  el  yardingo:  era  denominación  genérica  de  la  nobleza.» 

Esto  dice  el  insigne  Alejandro  Herculano  en  la  Nota  III 
del  Monasticón,  traducido  por  el  Sr.  Rodríguez  Bermejo. 

A  su  vez,  el  Sr.  Monreal  y  Ascaso,  en  el  Curso  de  Historia 
de  España  (Madrid,  Tello,  1884,  pág.  77),  se  expresa  así: 
«Además  de  los  Duques  y  Condes,  había  los  Gardingos,  ricos 
hombres,  los  nobles  verdaderamente  hereditarios,  quienes, 
cuando  ejercían  el  cargo  de  Gobernadores,  se  llamaban  Con- 
des Gardingos.-» 


—   5  — 


En  el  siglo  xv,  Don  Alvaro  de  Luna,  favorito  de 
ü.  Juan  II,  creó,  á  más  de  un  cuerpo  de  mil  lance- 
ros, que  las  Cortes  obligaron  á  suprimir,  una  com- 
pañía de  Cien  continos,  así  llamados  por  ser  de  con- 
tinua obligación  su  servicio  cerca  del  Monarca, 
siendo  Capitanes  natos  de  esta  guardia  real  los  des- 
cendientes de  Don  Alvaro.  Quedó  disuelta  el  año 
de  1618. 

En  Aragón,  Cataluña,  Navarra  y  Ñapóles,  hubo 
también  Co.Uinos  pnra  guarda  de  las  personas  del 
Rey,  ó  de  los  Virreyes  y  Generales. 

Desde  principios  del  siglo  xv  figuran  igualmente 
sesenta  halles  Uros  y  vein- 
ticuatro monteros,  distin- 
tos de  los  de  Espinosa,  to- 
dos como  áeGuardia  Real. 

A  fines  del  mencionado 
siglo  XV,  decayeron  mu- 
cho los  Escuderos  á  caba- 
llo, reinando  los  Reyes  Ca- 
tólicos, quienes,  antes  du 
la  conquista  de  Granada, 
crearon  un  cuerpo  de  mil 
caballos,  mitad  ligeros, 
mitad  pesados,  al  cual  die- 
ron el  nombre  de  Guardia 
Real,  y  servia  siempre  á  su 
inmediación.  Pocos  meses 
después  de  rendirse  Grana- 
da, con  motivo  de  un  conato  de  regicidio  en  la  per- 
sona del  Rey  D.  Fernando  V  el  Católico,  se  reorga- 
nizaron los  Escuderos  a  caballo^  licenciándose,  según 
se  cree,  el  cuerpo  de  los  mil  lanceros  de  0-iiardia  Real. 

La  Guardia  de  ArcJieros  de  Borgoña  es  de  origen 
alemán:  fué  creada  en  1496.  por  D.  Felipe  I.  á  quien 


Guardia  de  los  Monteros. 


—   6 


acompañó,  así  como  á  su  esposa  Dofia  Juana,  cuan- 
do en  el  año  de  1502  vinieron  á  Plspaña.  En  ir)04, 
para'prestar  servicio  en  el  palacio  de  nuestros  Mo- 
narcas, se  org*aniz()  una  Compañía,  ó  Ca])itanía.  con 
un  Capitán,  un  Alférez,  un  Teniente,  un  Sargento,  un 
Capellán,  un  Secretario,  nueve  Cabos  de  escuadra, dos 
trompetas  y  cien  soldados:  total:  117  hombres.  Estos 
archeros  iban  armados  con  pistoletes,  cota  de  malla 

y  una  parte  de  la  arma- 
dura antií^'ua.  y  hacían  el 
servicio  ya  á  pie,  ya  á  ca- 
ballo. 

Con  idénticos  fines  se 
creó  en  el  año  de  1004  la 
Guardia  amarill'i  ó  Espa- 
ñola, que.  andando  el  tiem- 
po, se  llamó  de  Alaharde- 
ro^.Org-anizóseen  un  prin- 
cipio con  el  sig'uiente  per- 
sonal: un  Capitán,  un  Alfé- 
rez, dos  Compañeros  de 
bandera,  varios  Cabos  de 
escuadra  y  cincuenta  guar- 
dias. Pronto  se  elevó  su 
número  á  cien  guardias, 
y  luego  á  tres  compañías, 
siendo  también  su  servicio  á  pie  y  á  caballo. 

Su  armamento  consistía  en  pica  y  alabarda,  espada 
y  puñal.  Cada  guardia  tenía  de  salario  ó  paga  tres 
ducados  al  mes.  é  igual  suma  el  Alférez  y  los  Cabos, 
á  más  de  la  gratificación  respectiva  de  mando. 

No  sería  aventurado  asegurar  que  éste  fué  el  insti- 
tuto favorito  entre  los  diversos  que  entonces  había 
de  Guardia  Real,  puesto  que  se  le  dio  por  Capitán  al 
famoso  cronista  Gonzalo  de  Ayora.  quien,  después  de 


Guardia  Española  (siglo  Wl). 


haber  servido  á  varios  Príncipes  italianos,  vino  á 
España,  introduciendo  el  uso  táctico  del  paso  simul- 
táneo de  la  tropa  al  compás  regular,  y  esto  lo  hizo 
al  instruir  á  la  Comj^añía  que  capitaneaba.  En  dicha 
Guardia  amarilla  se  adoptó  por  primera  vez  el  uso 
de  las  libreas  ó  uniforme,  siendo  éstos  de  color  ama- 
rillo, y  de  aquí  el  que  á  la  Guardia  Española  se  le 
■diese  después  el  mote  AniariUa.  Fué  asimismo  la 
primera  que  no  usóla  armadu- 
ra, siendo  ésta  sustituida  poco 
á  poco,  desde  entonces,  por  el 
uniforme. 

Gonzalo  de  Ayora  eligió  los 
<íincuenta  guardias  primitivos 
para  su  capitanía  española,  de 
las  espuelas  ó  pajes  de  caballe- 
ros cortesanos,  y  consta  que  el. 
traje  que  entonces  vistieron  fué 
-el  siguiente:  calzas  acuchilla- 
das de  terciopelo  escaqueado  [es- 
<:aqnes  se  llaman  los  cuadretes, 
cuyos  colores  alternan,  y  que 
están  dispuestos  como  los  que 
forman  los  tableros  del  juego 
de  ajedrez  y  damas),  pespun- 
teado, y  con  tafetanes  amarillos 
dobles,  debiendo  ser  rasos  los  de  los  Cabos  de  escua- 
dra; jubón  llano  de  terciopelo  amarillo,  con  pespun- 
tes, y  en  sus  bocamangas  una  guarnición  de  á  tres 
extendida;  escaqueadas  las  fajas,  y  el  corazón,  en 
medio,  carmesí;  capa  con  capillo,  guarnecida  de  ter- 
ciopelo escaqueado,  y  corazón  carmesí,  en  medio  de 
dos  fajas;  coleto  de  cuero  de  cordobán  blanco,  guar- 
necido y  largueado  con  la  dicha  guarnición .  bien 
<*umplido  hasta  cubrir  el  jubón   (el  coleto  era  una 


Guardia  de  Archeros  de  la  cu- 
chilla (1557). 


—   8 


vestidura  de  ante  con  faldones,  para  defensa  y  abri- 
go del  cuerpo,  y  el  coleto  g-uarnecido  y  largueado 
que  aquí  se  cita,  equivale  á  g-uarnecido  y  listado  ó 
adornado  con  listas);  sombrero  walón  fíno  con  toqui- 
lla y  rosa  de  tafetán  escaqueado  y  tres  plumas,  ama- 
rilla, carmesí  y  blanca;  un  par  de  medias  largas  de 
á  vara,  de  estambre  amarillo;  aderezos  de  espada  y 
daga  dorados  con  las  siete  piezas  (las  siete  piezas  es- 
tá ii  en  el  puño,  y  son:  los  tres  gavi- 
lanes que  guardan  la  mano  por  el 
frente,  la  cruz,  el  gavilán  de  ésta, 
la  empuñadura  de  madera  alam- 
breada  y  una  cbapa  con  que  aqué- 
lla terminaba  por  la  parte  superior 
donde  se  unía  con  los  gavilanes); 
tiros  y  pretina  de  cordobán  bayo, 
y  hierros  dorados  (los  tiroz  y  preti- 
na son  el  tahalí  ó  cinturón  de  que 
pende  la  espada;  los  hierros  son  los 
broches  con  que  se  sujeta  aquél  á  la 
cintura);  vainas  de  espada  y  daga 
de  cordobán  bayo;  y.  por  último. 
un  par  de  zapatos  de  cordobán  de  á 
tres  suelas. 

Cada  soldado  de  las  tres  referidas 
guardias  tenía  53  reales  mensua- 
les, cuyo  prest  se  aumentó  más  tar- 
de, como  veremos. 

El  total  de  la  fuerza  de  la  compañía  de  Archeros 
consistía  en  cien  plazas  de  servicio  y  diez  y  ocho  re- 
servadas, debiendo  ser  todos  de  buena  talla  y  cos- 
tumbres, y  naturales  de  los  Países  Bajos  y  condados 
de  Borgoña,  de  donde  eran  también  los  Oficiales,  es- 
tando dicha  compañía  sujeta  al  Capitán  único  que 
para  las  tres  guardias  se  asignó  por  la  Ordenanza  del 


'■-^imf%  — 


Guardias  viejas  de  Cas- 
tiUa. 


—  9 


#r.w 


año  1560,  vigente  hasta  D.  í'elipe  IV.  Se  regían  por 
las  leyes  de  su  país  en  la  parte  que  no  eran  contrarias 
á  las  de  España.  Acompañaban,  como  los  demás 
g-uardias,  á  la  Real  Persona  á  todas  partes,  á  pie  ó  á 
caballo,  y  estaban  armados  con  peto  y  espaldar,  man- 
gas de  malla,  morriones  y  unas  lanzas  como  jabali- 
nas, á  manera  de  venablo  largo  y  ancho;  dos  pistolas 
y  cuchilla  grande  enastada,  llamada  aguja,  debien- 
do tener  todos  caballo,  por  obligación.  Su  vestuario 
de  jornada  ó  de  cami- 
no consistía  en  casaca, 
mangas  de  terciopelo 
carmesí  con  remate  de 
flecos  de  colores;  la  ca- 
saca era  amarilla,  de 
paño .  guarnecida  de 
terciopelo  escaqueado, 
corazón  carmesí  con 
alamares  de  seda  de  dos 
colores;  calzas  de  paño 
atacadas;  cada  cuchi- 
llada con  tres  ribetes; 
morrión  con  plumas  y 
en  la  testera  del  caba- 
llo plumaje  de  colores. 
El  uniforme  ordinario  era:  jubón  de  raso  pajizo  tren- 
cillado; calza  atacada  de  paño,  guarnecida  de  tercio- 
pelo de  cuadritos;  corazón  amarillo,  rasos  pajizos;  bo- 
hemio de  terciopelo  amarillo  guarnecido  de  terciope- 
lo de  cuadritos  (el  bohemio  era  una  capa  corta  de  uso 
exclusivo  de  los  archeros  mientras  subsistieron);  por 
último,  corazón  carmesí.  Llamaron  de  la  cuchilla  á 
esta  guardia,  por  ser  aquélla  el  arma  que  usaba. 

La  Guardia  Tudesca  ó  Alemana,  traída  de  Alemania 
por  Carlos  V.  estaba  compuesta  de  igual  fuerza  que 


(Guardias  viejas  de  Castilla. 


—    10    — 


la  anterior,  y  los  colores  de  su  traje  eran  amarillo, 
blanco  y  carmesí,  á  uso  de  Alemania.  Un  solo  Furriel 
había  para  las  tres  g*uardias,  y  desde  el  año  de  1500, 
un  solo  ('apitán.  habiéndose  mandado,  en  el  de  1616, 
que  la  Guardia  Amarilla  ó  Española  prefiriese  á  to- 
das y  formase  siempre  en  el  costado  derecho  ó  en  ca- 
beza. 
Por  la  mucha  importancia  que  adquirió  la  Guardia 
Amarilla,  decayó  la  antig-ua  de 
los  Escuderos  d  vahallo,  hasta  el 
punto  de  ser  suprimida  en  el  año 
de  1506;  pero  en  el  siguiente  de 
1507  se  reorg-anizó  bnjo  el  pie  de 
una  capitanía,  y  fuerza  de  un 
Capitán,  un  Teniente,  un  Cape- 
Ihín.dos  Cabos  de  escuadra,  un 
trompeta,  un  sillero  y  cuarenta 
y  cuatro  plazas:  total:  cincuenta 
y  uno.  Estos  escuderos  volvieron 
luego  á  queíh^r  olvidados. 

Con  los  veteranos  inhábiles 
para  el  servicio  del  instituto  á 
que  habían  pertenecido  y  que.  al 
propio  tiempo,  eran  los  más  re- 
comendables (le  las  Guardas  de 
Castilla  (caballería  permanente 
del  Keino).  se  creó  en  el  año  de 
1522  un  depósito  de  guardias  que  hacían  algún  ser- 
vicio en  el  palacio  real  y  se  denominaron  Guardias 
viejas  de  Castilla.  Componían  este  depósito  un  Sar- 
gento, un  Furriel,  un  tambor  y  26  guardias:  total.  29. 
Como  guardia  inmediata  de  la  Real  Persona,  á  más 
de  los  mencionados  Escuderos  á  caballo,  Archer  os  de 
Borgoña  ó  de  la  cucJiilla,  Guardia  Española  ó  Ama- 
rilla; Guardia  Tudesca  ó  Alemana:  Guardias  viejas^ 


Guardia    Alemana   ó   Tu 

desea  do  Alabarderos 

(1535). 


—  11  — 

y  la  compañía  de  los  Cien  continuos  de  don  Alvaro 
de  Luna,  existían  también  los  Antiguos  Monteros  de 
Espinosa,  siendo  el  carácter  de  su  instituto  el  que  en 
la  actualidad  conserva. 

La  compañía  de  los  Cien  continuos  de  don  Alvaro 
fué  suprimida  por  Felipe  III,  el  año  de  1618. 

A  los  Escuderos  a  caballo,  que  por  creación  de  las 


Kegimioiito  de  Guardias  de 
Infantoría  del  Rey  D.  Fe- 
lil)o  lY. 


Regimiento  de  Guardias  de  Infantería  del 
Rev  D.  Carlos  II. 


otras  g-uardias  quedaron  muy  olvidados,  les  fué  con- 
cedido por  Felipe  IV  el  uso  de  la  pistola. 

Las  guardias  de  Arclieros,  la  Amarilla  y  la  Tudes- 
ca, ya  juntas,  ya  separadas,  asistieron,  con  los  Reyes 
á  la  coronación  imperial  de  Carlos  V  en  Alemania 
(1520);  acompañaron  á  Felipe  II  (1555)  en  su  viaje  á 
Inglaterra,  cuando  fué  á  casarse  con  su  prima  la 
Reina  Doña  María;  á  Carlos  V.  cuando  fué  sobre 


—   12  — 

Túnez  (1535),  y  á  Felipe  II  en  la  jornada  de  San 
Quintín,  etc.,  etc. 

Todas  estas  g-uardias  se  conservaron  durante  el 
sigflo  XVII,  formando  un  total,  próximamente,  de  400 
hombres,  lleg-ando,  á  fines  de  dicho  sig-lo  la  Guar- 
dia Española,  á  ser  la  que  adquiriera  mayor  prepon- 
derancia, y,  seg-ún  se  cree,  se  elevó  á  tres  el  número 
de  sus  compañías,  con  el  nombre  de  Alabarderos .  en 
tiempo  de  Felipe  IV. 


Mosqueteros  de  la  Guardia  de  la  Persona  (1702) 


En  el  año  de  1665,  la  Reina  Doña  María  de  Austria, 
Gobernadora  mientras  la  menor  edad  de  su  hijo  Car- 
los II,  creó,  con  los  Cabos  del  ejército  que  en  Madrid 
había  y  alg-unos  alistados,  un  reg-imiento  ó  coronelía 
de  Guardias  para  la  g*uarda  del  niño  Rey,  siendo  éste 
el  Coronel,  y  Capitanes  de  las  compañías  personas 
de  esclarecido  linaje.  Este  regimiento  se  llamó  de  la 
Chamberga,  por  usar  sus  ilustres  Oficiales  y  escogidos 
soldados  las  casacas  á  la  chamberg-a,  según  el  traje 


—   13    — 


que  vestía  el  Mariscal  de  Chamberg-,  francés  renom- 
brado que  sirvió  en  el  ejército  de  Portugal. 

La  Reina  Gobernadora,  en  Decreto  dirig-ido  al  Con- 
sejo de  Castilla  (22  de  Agosto  de  1665),  llama  á  aquel 
Regimiento  de  los  Guardias  del  Rey.  Lo  creó,  á  pe- 
sar de  la  oposición  que  hallaba,  destinándolo  de  pe- 
renne guarnición  en  la  corte,  para  que  prestara  sus 
servicios  cerca  del  Rey, 
y  luego  dióle  el  mando 
al  Marqués  de  Alton  a. 
Cuando  Carlos  II  cum- 
plió catorce  años  y  to- 
mó las  riendas  del  Go- 
bierno (1675),  dispuso 
que  dicho  regimiento 
saliese  de  Madrid ,  y 
poco  después  fué  di- 
suelto. 

Todas  las  Guardias 
hasta  ahora  menciona- 
das fueron,  al  empezar 
el  reinado  de  Felipe  V, 
sustituidas  por  otra 
Guardia  Real,  que  sub- 
sistió hasta  el  presente 
siglo,  compuesta  de  Guardias  de  Corps,  Alabarderos 
(procedentes  de  la  Guardia  Amarilla),  regimientos  de 
Guardias  de  infantería  Españolas  y  Walonas,  com- 
pañía de  Granaderos  á  caballo  y  brigada  de  Carabi- 
neros reales. 


Mosqueteros  de  la  Guardia  de  la  Persona 
(1702). 


—   14 


guardias  de  Corps. 


Este  cuerpo  se  org-anizó  en  España  por  virtud  de 
Real  decreto,  firmado  en  el  Campo  Real  de  Castelda- 
vide,  decreto  que  lleva  la  fecha  del  12  de  Junio  de 
1704,  asi  como  la  primera  Ordenanza  por  que  se  ri- 
gió lleva  la  del  22  de  Fe- 
brero de  170Í). 

El  personal  originario 
estaba  distribuido  en  cua- 
tro corapañias:  las  dos  pri- 
meras se  llamaron  Espa- 
ñolas; las  otras  dos  Fla- 
menca é  Italiana  respec- 
tivamente. Las  exencio- 
nes de  que  g*ozaban  todos 
sus  individuos  eran  mu-- 
chas,  figurando  entre 
ellas  el  fuero,  el  juzgado 
privativo,  etc..  etc. 

Los  soldados  recibieron 
el  nombre  de  Guardias  y 
siendo,  con  preferencia  á 
los  Alabarderos,  los  que 
custodiaban  más  de  cerca  á  la  augusta  persona  del 
Rey. 

El  año  1710  se  adicionó  la  Ordenanza  de  que  he- 
mos hablado,  y  el  5  de  Febrero  de  1716.  dióse  un  Real 
decreto  reduciendo  las  cuatro  compañías  á  dos:  una 
Española  y  otra  Italiana,  con  su  correspondiente 


Reales  Guardias  de  Corps  (1704). 


—   15   — 

plana  mayor.  Cada  compañía  quedó  constando  de 
cuatro  brig-adas  montadas  y  dos  de  á  pie. 

Los  Oficiales  y  g-uardias  poseían  en  infantería  em- 
pleos superiores,  equivalentes  á  la  importancia  de 
sus  respectivos  sueldos.  Los  guardias  eran  Tenientes 
de  caballería,  y  los  Cadetes  Capitanes  de  caballos.  La 
fuerza  total  del  cuerpo,  en  un  principio,  fué  de  800 
hombres;  luego,  por  la  citada  Ordenanza,  se  redujo 
á  600. 


Reales  Guardias  de  Corps  (1704). 


La  compañía  flamenca  fué  restablecida  el  O  de  Ju- 
nio de  1720. 

Todos  los  individuos  que  pertenecían  á  este  cuerpo 
eran  nobles,  y  como  distintivo  llevaban  una  bando- 
lera galoneada  de  plata,  formando  cuadretes,  sobre 
fondo  encarnado,  para  la  compañía  Española;  amari- 
llo, para  la  Flamenca  y  verde,  para  la  Italiana.  La  le- 
vita, de  coloi  azul  con  vueltas  grana;  azul  también  el 
calzón;  la  chupa,  grana;  el  sombrero  de  tres  puntas, 


—   16   — 

con  g-alones  de  plata;  botas  para  montar;  medias 
amarillas  para  el  servicio  á  pie.  y  por  arma?,  espada, 
pistola  y  carabina. 

D.  Félix  Colón,  en  su  Tratado  de  Juzgados  milita- 
res, t.  II,  párr.  595.  dice:  «Los  Guardias  de  Corps. 
desde  su  establecimiento,  no  se  reputaron  por  sim- 
ples soldados  y  fueron  considerados  como  cadetes  de 
los  demás  cuerpos  del  Ejército  y  criados  de  la  Real 


Regimiento  de  Reales  Guar- 
dias Españolas  de  Infante- 
ría (1703). 


Granaderos  á  caballo  del  Rey 
(1731). 


Casa,  y  en  este  concepto  se  les  alojaba  siempre  en  los 
tránsitos,  seg'ún  la  Real  declaración  de  12  de  Febre- 
ro de  1708  y  lo  prevenido  en  su  Ordenanza  del  año 
1769.  Posteriormente,  por  el  Real  decreto  de  18 'de 
Abril  de  1790,  les  concedió  el  Rey  g-raduación  de  Ofi- 
ciales (Alféreces  de  Caballería).» 

En  5  de  Enero  de  1723  se  creó  el  empleo  de  Alcaide 
del  cuartel  de  Guardias  de  Corps. 


17   — 


Desde  1743  (Real  orden  de  7  de  Marzo)  se  empezó 
á  cubrir  con  españoles  las  bajas  de  las  dos  compa- 
ñías de  italianos  y  flamencos. 

Los  Guardias  de  Corp^  preferían  en  formación  y 
mando,  aunque  fuesen  de  inferior  g-rado,  á  los  Cara- 
Uñeros  reales  y  demás  tropa  de  Casa  Real. 

Para  la  instrucción  de  tan  privilegiado  cuerpo  se 
estableció,  el  año  de  1750,  una  aula  de  Matemáticas. 
Fueron  varias  las  refor- 
mas á  que  se  vio  por  en- 
tonces sometido,  siempre 
con  tendencias  á  la  supre- 
sión de  plazas  y  á  la  varia- 
ción de  los  nombres  de  las 
compañías,  hasta  que  Car- 
los 111,  en  28  de  Enero  de 
1760,  lo  restableció  como 
primeramente  habla  sido, 
aumentándole  210  plazas 
entre  Cadetes,  guardias  y 
trompetas,  y  denominan- 
do á  la  1.*  compañía.  Es- 
pañola; á  la  2/',  Flamen- 
ca^ y  á  la  3.*,  Italiana. 

Otro  aumento  tuvo  en 
7  de  Abril  de  1793:  el  de 
la  cuarta  compañía,  que  se  llamó  Americana^  en  la 
que  servían  los  caballeros  americanos,  distinguién- 
dose por  los  cuarteles  de  la  bandolera,  cuyo  color  era 
morado. 

En  1796  se  redujo  el  personal  á  821  plazas  monta- 
das, sin  contar  las  de  los  Oficiales. 

Fernando  VII,  en  1808,  dispuso  que  la  organización 
del  cuerpo  volviera  á  ser  conforme  á  lo  prescripto  por 
la  Ordenanza  de  1769,  para  lo.  cual  anuló  la  de  1792. 


Brigada  de  Carabineros  reales  (17  32). 


—   18  — 

En  18i:i,  las  Cortes  ordenaron,  que  la  Guardia  de 
Corps  constase  solamente  de  dos  escuadrones,  su- 
primiendo las  compañías,  que  en  cada  uno  de  aqué- 
llos hubiese  3  brig-adas,  y  en  cada  una  de  éstas  2 
Exentos,  2  Brigadieres,  2  ►Sub-brigadieres.  8  Cadetes, 
48  guardias  y  un  trompeta. 

Por  acuerdo  de  S.  M.  (Reglamento  de  l.<^  de  Julio 
de  1814),  cambióse  el  nombre  que  llevaban  por  el  de 


Carabineros  Keales  (1737).' 


Guardias  de  la  persona  del  Reí/,  y  por  la  resolución 
adoptada  en  28  de  Octubre  de  1816,  quedó  el  cuerpo 
constando  de  cuatro  escuadrones,  y  cada  escuadrón 
de  tres  brigadas,  una  de  éstas  de  flanqueadores :  la 
fuerza  total  ascendió  entonces  á  698  plazas  monta- 
das, sin  contar  las  de  los  Oficiales  de  los  escuadrones, 
ni  los  de  la  plana  mayor. 

Esta  guardia  fué  la  mejor  considerada;  la  que  ejer- 
cía sus  funciones  más  cerca  del  Rey,  en  cuyas  manos 


—   19   — 

prestaban  juramento  los  Capitanes,  todos  Grandes 
de  España. 

A  consecuencia  de  los  desagradables  acontecimien- 
tos que  sembraron  en  Madrid  la  alarma  durante  los 
dias  4  y  5  del  mes  de  Febrero  de  1821  (1),  el  cuerpo 
de  Guardias  de  la  persona  del  Rey  cesó  en  todas  las 
funciones  del  servicio  que  le  correspondía  por  la  Or- 


Carabineros  Reales  (17  7  5). 


Guardias  de  Corps  (17  89). 


denanza  á  que  estaba  sujeto,  y  así  lo  dispuso  S.  M., 
y  se  hizo  público  por  Real  orden  de  7  de  Febrero  del 
mencionado  año  de  1821. 


(1)  Para  dichos  acontecimientos,  narrados  imparcialmen- 
te,  consúltese  el  opúsculo  que  lleva  por  título  «Exposición 
sencilla  de  los  sentimientos  y  conducta  del  Cuerpo  de  Guar- 
dias de  la  persona  del  Eey,  con  motivo  de  los  sucesos  de  los 
días  4,  5,  6,  7  y  siguientes  del  mes  de  Febrero  de  1821.»  INIa- 
drid,  MDCCCXXI;  imprenta  de  D.  Eduardo  Núñez  de  Var- 
gas, 4."  mayor. 


—  20   — 

Varios  Reales  decretos  modificaron  posteriormente 
la  organización  de  este  privileg*iado  Instituto. 

Por  los  expedidos  el  1.^  de  Mayo  y  24  de  Noviem- 
bre de  1824.  subsistió  bajo  la  planta  de  seis  escuadro- 
nes: cuatro  Espaüoles  y  dos  Ejctranjeros. 

Por  el  de  25  de  Mayo  de  1831,  dicha  fuerza  se  au- 
mentó con  una  brig-ada  de  Tiradores. 


"'"ísr^'       U' 


Brigada  de  Artillería  volante  de  Rea- 
les Gruardias  de  Corps  (1797). 


Compañías  de  Cazadores  artilleros  de 
Reales  Gruarditvs  Españolas  de  Infan- 
tería (1793). 


Por  el  de  24  de  1833.  se  quedó  reducido  á  cuatro 
escuadrones,  que  se  denominaron,  y  asi  consta  en 
Real  decreto  de  1833.  1.°  y  2.°  de  Granaderos  y  3."  y 
4.°  de  Ligeros. 

Y  por  otro  de  28  de  Ag-osto  de  1838.  se  redujo  á  dos 
escuadrones,  con  cuya  fuerza  subsistió,  hasta  que 
fué  extinguido  en  3  de  Agosto  de  1841. 


alabarderos. 


Esta  tropa,  única  de  las  varias  que  había  de  Casa 
Real,  conservada  por  Felipe  V,  constaba  de  tres  com- 
pañías dependientes  del  Mayordomo  Mayor  de  Pala- 
cio, hasta  que  en  1705  quedó,  como  todas  las  demás, 
bajo  la  directa  dependencia  del  Soberano. 


Guardia  Real  de  Caballería:  Coraceros  (1824). 


Los  nombres  que  respectivamente  llevaban  las  tres 
compañías  eran:  de  Alabarderos  amarilla,  de  la  lan- 
cilla  y  vieja.  De  las  tres  se  formó  una,  en  6  de  Mayo 
de  1707,  denominada  Compartía  de  Guardias  Alabar- 
deros; fué  la  preferida  entre  las  otras  de  análogo  ca- 


o  o 


rácter,  y  se  compuso  de  un  Capitán,  un  primer  Te- 
niente, un  seg-undo  Teniente,  un  primer  Sargento, 
un  Capellán,  un  Furriel,  4  Cabos  de  escuadra,  100 
g-uardias,  2  tambores  y  2  pífanos.  En  17.37  fué  au- 
mentado su  personal  con  4  Cabos  seg-undos  y  12  sol- 
dados, y  en  30  de  Julio  de  1746  reducida  al  cuadro 


sig*uiente: 


Tropa  de  la  Compañía  de  Alabarderos  en  1746. 


Sargentos 2 

Primeros  cabos á 

(Segundos  id 4 

Alabarderos 106 


Tambor 1 

Pifano 1 

Músicos 6 


Para  unciales  y  Cabos  se  escog'ían  personas  de 
mérito  y  calidad;  para  soldados,  g-ente  de  buena  dis- 
posición y  estatura,  no  pudiendo  ocuparse  en  oficio 

ñlo-iinn 


alg-uno. 


Sueldos  de  la  Compañía  de  Alabarderos  desde  1707. 


Escudos  vn  Escuaos  vn. 

al  mes.  al  mes. 


Un  Capitán 500      Un  Capellán 15 

Un  primer  Teniente. . . ,   250      Un  Furriel 20 

Un  segundo  id 150  Cada  Cabo  de  escuadra.  20 

Un  primer  Sargento.  ...     40  Cada  soldado,  tambor  ó 

Un  segundo  id 80   [       pífano 12 

Cada  dos  años  se  les  daba  una  librea  nueva,  y  á 
los  g-uardias  sobrantes,  al  hacerse  la  reducción,  S.  M. 
les  dejó  sueldo  y  casa  mientras  viviesen. 

El  empleo  de  Furriel  se  suprimió  en  9  de  Diciembre 
de  1727,  y  se  creó  el  de  Ayudante,  dotado  con  65  es- 
cudos vellón  al  mes. 

Carlos  III,  en  1760,  destinó  las  plazas  de  alaba rde- 


—   23  — 

ros  para  los  Sarg-entos  de  ejército  que  habiendo  ser- 
vido, á  lo  menos,  15  años,  fuesen  de  irreprochable 
conducta,  y  su  edad  no  bajase  de  los  45. 

Varias  resoluciones  se  adoptaron  relativas  á  la  or- 
ganización de  esta  fuerza,  sin  que  ninguna  la  modi- 
ficase radicalmente,  llegando  á  constar  en  el  año  de 
1817  y  siguientes, de  un  capitán,  un  Teniente,  un  Sub- 
teniente, un  Ayudante.  2  Sargentos,  4 Cabos  primeros, 


Guardias  de  la  Persona  del  Rey:  Grana- 
deros á  caballo  (1834). 


Guardia  de  Honor  del  Almirante 
(1800). 


4  id.  segundos,  128  alabarderos,  4  tambores,,  (i  músi- 
cos, un  Capellán  y  un  Cirujano;  total:  154  hombres. 

Este  instituto,  que  siempre  ha  merecido  justísimo 
respeto,  es  el  único  que  hoy  subsiste  con  el  carácter 
de  tropa  de  Casa  Real. 

Llegamos  al  año  de  1824. 

Los  Guardias  de  Corps  ó  de  la  Real  Persona  se  re- 
organizan, teniendo  por  base  las  Ordenanzas  de  17(^9 


-    24  — 


y  1792,  y  con  la  compañía  que  se  forma  y  la  de  Ala- 
barderos, se  habilita  la  llamada  Guardia  interior.  En 
esta  última fig-uraban:  un  Capitán  (de  la  clase  de  Bri- 
g-adier  ó  Coronel);  3  Tenientes  (Tenientes  coroneles 
efectivos),  uno  de  ellos  encargado  del  detall;  3  Alfé- 
reces (Capitanes  efectivos),  uno  como  Ayudante;  un 
Sargento  primero  (Teniente);  4  id.  segundos  (Alfére- 
ces efectivos);  8  Cabos  primeros: 
8  id.  segundos;  26  alabarderos, 
un  Capellán  y  un  Cirujano.  To- 
tal: 56. 

El  uniforme  era:  casaca,  capa 
y  pantalón  azules,  con  borceguí 
para  el  servicio  diario;  pantalón 
blanco  para  los  días  de  gala; 
cuello  y  vuelta  azules,  solapas, 
forro  y  barras  de  lo  casaca  en- 
carnados; galón  de  plata  en  las 
solapas,  en  el  cuello  y  vueltas; 
sombrero  con  galón  ancho  de 
plata,  y  del  mismo  en  las  capas, 
y  botón  blanco  con  el  letrero  de 
la  compañía. 

En  1841  fué  disuelta  la  Guar- 
dia de  la  Real  Persona,  reduci- 
da entonces  á  dos  escuadrones, 
y  sólo  quedó  en  pie  la  brillantísima  compañía  de  Ala- 
barderos, de  los  cuales,  doce,  con  su  bizarro  Oficial 
D.  Domingo  Dulce,  los  únicos  que  montaban  la 
guardia  interior  del  Real  Palacio,  en  la  noche  del  7 
de  Octubre  del  citado  año  de  1841,  salvaron  á  S.  M. 
la  Reina  Doña  Isabel  II,  luchando  heroicamente  con- 
tra dos  batallones  de  la  Princesa,  capitaneados  por  el 
General  León,  que  fué  fusilado,  y  por  otros  Gene- 
rales, que  pudieron  huir. 


Guardia  de  Infantería  de  Ma' 
riña  (1815). 


—  25  — 

La  org'anización  deñnitiva  de  los  Alabarderos  data 
desde  16  de  Noviembre  de  1845.  Ellos,  para  la  cus- 
todia de  las  Reales  Personas  y  guardia  interior  del 
Real  Palacio.  Para  la  exterior,  turnan  los  demás 
cuerpos  del  Ejército. 

En  virtud  de  la  mencionada  organización,  quedó 
constando  de  una  plana  mayor,  y  ésta  de  un  Coman- 
dante general,  que  debe  ser  Grande  de  España  y  Ca- 


Guardia  Real  de  Infantería :  Gra- 
naderos (1824). 


Guardia  Real  de  Caballería :  Granade- 
ros (1824). 


pitan  general  ó  Teniente  general;  un  segundo  Co- 
mandante general,  de  la  clase  de  Mariscal  de  campo; 
dos  Ayudantes,  de  la  de  jefes;  un  Capellán,  un  Mé- 
dico y  un  armero.  Además,  se  compuso  de  dos  com- 
pañías, cada  una  de  las  cuales  consta  de  un  Capitán 
(brigadier  ó  coronel),  un  Teniente  (de  la  clase  de 
jetes),  2  Alféreces  (de  id.);  un  Sargento  primero  (Ca- 
pitán), 4  Sargentos  segundos  (Tenientes),  10  Cabos 


■>C)    — 


(Subtenientes  ó  Alféreces),  1'20  g'uardias  (Sargentos 
primeros),  3  tambores  y  2  criados,  no  pudiendo  in- 
g-resar  de  soldados  sino  los  Sarg-entos  del  ejército  ó 
armada  que,  á  una  intachable  conducta,  reúnan  siete 
años  de  servicios  y  de  30  á  40  de  edad.  Tienen,  ade- 
más, una  brillante  música.  Total  de  Oficiales  y  ala- 
barderos: 290. 

El  armamento  consiste  en  una  especie  de  partesa- 
na, llamada  alabarda,  y  es- 
pada con  puño  de  acero  y 
cazoleta;  pero  cuando  el 
servicio  lo  exig'e,  usan,  en 
vez  de  aquélla,  una  carabi- 
na g-rande  con  bayoneta. 
El  uniforme  consiste  en 
casaca  azul  turquí,  de  lie- 
churaantig"ua;  cuello,  vuel- 
tas y  solapa  de  g-rana  con 
g'alón  de  plata;  chupa,  tam- 
bién de  g-rana;  calzón  blan- 
co de  punto,  con  botín  ne- 
gro hasta  medio  muslo,  y 
sombrero  á  la  antigua,  ga- 
loneado de  plata. 

Rígese  el  Real  Cuerpo  de 
Alabarderos  por  las  anti- 
guas Ordenanzas  de  los 
Guardias  de  Corps,  cuyas  prerrogativas  conserva, 
aunque  con  limitación  de  las  más  especiales. 

Dicho  Real  Cuerpo  tomó  la  denominación  de 
Guardias  de  la  Reina  por  Real  Decreto  de  2  de  Fe- 
brero de  1853,  y  la  mantuvo  hasta  Julio  de  1854,  en 
cuya  época  recobró  su  nombre  anterior,  por  haber 
sido  entonces,  disuelto  el  Escuadrón  de  Guardias  de 
la  Reina,  que  al  ser  creado  por  Real  Decreto  de  27  de 


Guardia  Real  de  Caballería:  Cora 
ceros  (1824). 


—  27 


Enero  de  1852,  diera  lug-ar  á  la  aludida  reforma  del 
Cuerpo  de  Alabarderos. 

Constaba  el  Escuadrón  de  Guardias  de  la  Reina  de 
108  hombres  y  107  caballos.  Su  plana  mayor  se  com- 
ponía de  un  Comandante  (Brig-adier),  un  Ayudante 
Mayor  (Teniente  Coronel) ,  un  Ayudante  Seg-undo 
(Capitán),  un  Capellán,  Médico -Cirujano,  Mariscal 
Mayor,  Picador,  armero,  sillero,  forjador,  3  herra- 
dores y  20  criados. 

A  la  fuerza  del  Escuadrón 
correspondían:  un  Capitán 
(Coronel),  2  Tenientes  (Te- 
nientes Coroneles),  3  Alfé- 
reces (Comandantes),  un 
Brig-adier  (Capitán),  3  Sub 
brigadieres  primeros  (Te- 
nientes). 8  Sub-brigadieres 
segundos  (Alféreces).  84 
Guardias  (Sargentos  prime- 
ros), 6  guardias  desmonta- 
dos y  4  trompetas. 

Este  Escuadrón  se  dividía 
en  tres  secciones  de  treinta 
hombres  cada  una,  desti- 
nadas al  servicio  exterior  y 
escolta  de  las  Reales  Perso- 
nas. 

Al  dictarse  el  Real  Decreto  de  2  de  Febrero  de  1853 
recibió  distinta  organización,  y  unido  al  Real  Cuerpo 
de  Alabarderos,  tomaron  el  título  de  Guardias  de  la 
Reina,  que  resultó  formado  por  dos  brigadas,  cada 
una  de  ellas  de  dos  compañías,  con  el  nombre  de 
Brigada  de  Infantería  y  Brigada  de  Caballería. 

La  Plana  Mayor  del  Cuerpo,  así  constituido,  estaba 
representada  por  un  Comandante  General.  Director, 


Guardia  Real  de  Caballería:  Caza- 
dores (1824). 


—   28   — 


d 


(frande  de  España,  de  la  clase  de  Capitán  (íeneral  ó 
Teniente  General;  un  Secretario,  de  la  de  Teniente 
Coronel  ó  Comandante;  un  Auxiliar,  de  la  de  Te- 
niente, y  treinta  músicos. 

Aun  puede  citarse  otro  Reglamento  para  este  Real 
Cuerpo,  aprobado  por  S.  M.  en  26  de  Noviembre  de 
1853,  en  el  cual  se  detallaba  con  mayor  precisión  el 
servicio  interior  y  exterior  que  le  correspondía,  pero 

que  no  contiene  variaciones  sig- 
nificadas. 


^"^^ 


Durante  el  breve  reinado  de 
D.  Amadeo  de  Saboya,  para  cus- 
todia del  Monarca,  hubo  Gícar- 
dias  de  S.  M.  el  Rey,  y  dentro 
y  fuera  del  Regio  Alcázar  pres- 
taban el  servicio  que  respectiva- 
mente prestan  hoy  los  Alabar- 
deros y  la  Escolta  Real. 

Dichos  Guardias  Q^i2ih^xi  com- 
prendidos en  el  personal  ads- 
cripto  al  Cuarto  militar  del  Rey, 
que  se  organizó  por  Real  Decre- 
to de  3  de  Febrero  de  1871 ,  y 
que  se  componía  de  un  Jefe  del  Cuarto,  Teniente  ge- 
neral, y  los  Ayudantes  de  Campo  y  Órdenes  necesa- 
rios para  las  atenciones  del  servicio,  que  podían  ser, 
los  primeros,  Mariscales  de  Campo.  Brigadieres  y  Co- 
roneles, y  los  segundos.  Tenientes  Coroneles.  Co- 
mandantes y  Capitanes  de  las  diferentes  armas  é  ins- 
titutos del  Ejército,  pudiendo  también  pertenecer  á 
la  Armada. 


Guardia  Real  de  Caballería: 
Lanceros  (1824). 


—  29 


Por  otro  Real  Decreto  de  25  del  mismo  mes  de  Fe- 
brero, se  dispuso  que  al  ascender  los  Ayudantes  de 
Campo  y  Órdenes  al  empleo  inmediato,  cesasen  en 
dichos  cargos,  pasando  á  prestar  servicios  al  arma  ó 
instituto  de  que  procediesen,  y  veriñcándolo  de  todos 
modos  los  Ayudantes  de  Órdenes,  cuando  llevasen 
dos  años  de  este  servicio. 

Por  Real  Orden  de  1.°  de  Enero  de  1872,  se  aproba- 
ron las  instrucciones  para  dar  cumplimiento  á  lo 
prescripto  en  el  Real  Decre- 
to de  3  de  Febrero  de  1871. 
antes  citado,  determinán- 
dose en  ellas,  que  el  Cuarto 
militar  del  Rey  se  compu- 
siese de 

1  Jefe. 

1  Primer  Ayudante  de 
Campo,  Seg-undo  Jefe. 

6  Ayudantes  de  Campo. 

1  Secretario. 
12  Oficiales  de  Ordenes. 

6  compañías  de  Guar- 
dias del  Rey. 

1  Director  de  la  Real  Ar- 
mería. 

1    Comandante    de    las 
Reales  falúas. 

El  cargo  de  Jefe  del  Cuar- 
to militar  había  de  ser  desempeñado  por  un  Capitán 
general  ó  Teniente  general  del  Ejército,  el  cual  era 
Director  general  del  Cuerpo  de  Guardias  del  Rey. 

El  primer  Ayudante  de  Campo  había  de  ser  un  Ofi- 
cial general  del  Ejército,  con  carácter  de  segundo 
Jefe  del  Cuarto  militar.  Subdirector  de  Guardias;  los 
seis  Ayudantes  de  Campo  de  la  clase  de  Oficiales  ge- 


Guardia  Real  Provincial:  Granade- 
ros (1824). 


—   30 


nerales  y  los  doce;  Ofíciales  de  Ordenes,  habían  de 
pertenecer,  por  mitad,  á  las  clases  de  Teniente  Coro- 
nel ó  Comandante. . 

Estos  últimos  desempeñarían  sus  carg-os  durante 
dos  años,  al  cabo  de  los  cuales,  ó  antes,  si  recibieran 
ascenso,  volverían  al  cuerpo  de  su  procedencia.  Las 
doce  plazas  de  los  mismos  se  habían  de  distribuir 

entre  las  diferentes  Armas 
en  la  sig-uiente  proporción: 
tres  de  Teniente  Coronel  y 
tres  de  Comandante,  para 
Infantería  y  Caballería; 
una  de  Teniente  Coronel  y 
una  de  Comandante,  para 
Artillería;  una  de  cada  cla- 
se, para  Marina,  y  una  res- 
pectivamente, para  Inge- 
nieros y  Estado  Mayor, 
7j  que  alternarían  en  las  dos 
clases. 

Por  Orden  de  15  de  Fe- 
brero de  1873  quedó  disuel- 
to el  Cuarto  militar  del 
Rey.  pasando  á  situación 
de  cuartel  los  Oficiales  ge- 
nerales, y  á  la  de  reempla- 
zo los  Jefes  y  Oficiales  que  le  componían. 

En  la  G%ia  de  Forasteros ,  año  económico  de 
1872-73;  Imprenta  Nacional,  1872.  encontramos  la 
siguiente  noticia: 


Guardia  Real:  Artillería  (1824). 


—   31   — 


Compañía  á  caballo  del    Cuerpo  de  Quaiídias 
de  g.  ]V[.  el  I^ey. 

Coronel  de  Ejército.  Capitán  en  la  compañía.  D.  Joaquín  Gon- 
zález Manglano. 
Teniente  Coronel.  Teniente.  D.  Francisco  Segura  y  Bernard. 
Comandante.  Alférez.  D.  José  Flórez  Pritchart. 
Comandante.  Alférez.  D.  Francisco  Serrano  y  Fernández. 


Aunque  no  organizados  militarmente,  citaremos 
también  á  los  Monteros  de  Espi- 
nosa, antig*uo  cuerpo  que  aun 
existe  para  la  custodia  inmedia- 
ta de  los  Reyes.  Se  creó  en  el  si- 
g'lo  X,  en  el  reino  de  Castilla, 
con  sólo  seis  Nobles  de  la  villa  de 
Espinosa,  y  sig-uió  sin  interrup- 
ción, con  muchas  alternativas, 
hasta  el  día,  en  que  consta  de 
12  permanentes  con  un  decano, 
y  para  el  servicio  se  relevan  en 
la  Corte  cada  tres  años. 

Visten  casaca  con  solapa  y  un 
alamar  en  la  derecha;  calzón  cor- 
to y  media  de  seda;  sombrero  g-a- 
loneado  y  espada. 

Cada  Montero  tiene  de  sueldo 
3.000  pesetas  cuando  presta  ser- 
vicio, y,  cuando  no,  1.500. 

Por  último,  pueden  considerarse  también  como  de 


;SS§S?>ifV;; 


Guardia  Real  Provincial:  Ca- 
zadores (1824). 


'.v>, 


Casa  Real  las  tropas  de  que  no  hemos  hecho  men- 
ción especial,  y  que,  no  obstante,  fíg-uran  en  el  si- 
gfuiente  cuadro,  si  bien  los  fines  de  su  instituto  no 
fueron  tan  exclusivos  como  los  de  las  que  dejamos 
reseñadas. 


íropas  de  Casa  I^eal  en  España, 


DESDE  LA   MAS  REMOTA  ANTIGÜEDAD  HASTA  XUESTEOS  DÍAS 


Durante  la  dominación  goda  y  restauración  española. 

Spatharios. 

Escuderos  á  caballo  ó  armigueros. 
Ballesteros  á  caballo. 
Monteros  de  Espinosa. 

Continos  ó  Continuos  de  D.  Alvaro  de  Luna,  después  de 
D.  Antonio. 

Lanceros  de  Guardia  Eeal  (por  los  Reyes  Católicos). 

Durante  la  dinastía  austríaca. 

Escuderos  á  caballo. 

Monteros  de  Espinosa. 

Guardia  de  Archeros  de  Borgoña  ó  de  la  Cuchilla. 

Guardia  Española  ó  Amarilla,  después  de  Alabarderos,  di- 
vidida en  tres  compañías,  con  los  nombres  de  vieja,  de  Ala- 
barderos amarilla  y  de  la  lancilla. 

Guardia  Alemana  ó  Tudesca. 

Continos  de  Casa  Real. 

Regimiento  de  Guardias  del  Rey  ó  de  la  Chamberga. 


33  — 


Durante  la  dinastía  borbónica,  hasta  1822. 

Monteros  de  Espinosa. 

Guardia  de  Alabarderos. 

Guardias  de  Corps,  después  de  la  Real  Persona. 

Guardia  de  Infantería  Española  y  Walona. 

Granaderos  á  caballo. 

Carabineros  Reales. 

Desde  1824  hasta  1841. 

Monteros  de  Espinosa. 

Guardia  de  Alabarderos. 

Guardias  de  la  Real  Persona. 

Guardia  Real  permanente  y  provincial,  compuesta  de 
granaderos,  cazadores,  tiradores,  coraceros,  carabineros,  ar- 
tilleros, obreros,  etc.,  de  todas  armas. 

Desde  1841  hasta  la  fecha. 

Monteros  de  Espinosa. 
Guardia  de  Alabarderos. 
Guardias  de  la  Reina. 
Guardias  de  S.  M.  el  Rey. 

Finalmente:  Guardia  de  Alabarderos,  suprimida  durante 
el  reinado  de  D.  Amadeo  de  Saboya,  y  organizada,  como  hoy 
subsiste,  desde  el  advenimiento  al  trono  de  D.  Alfonso  XII. 


Diseminadas  en  diferentes  obras  impresas  y  en  va- 
rios manuscritos  se  hallan  las  noticias  que  acabamos 
de  someter  al  examen  de  los  lectores  de  la  Guía  Pa- 


34  — 


LAciANA.  Nuestra  labor  modestísima  lia  consistido  en 
compulsar  tan  diversos  documentos  á  fin  de  resta- 
blecer la  verdad  de  los  sucesos,  y  por  este  medio  an  u- 
lar  antinomias,  bien  notorias,  entre  múltiples  dispo- 
siciones leg-ales,  cuyos  textos,  por  errores  de  impre- 
sión ó  descuidos  de  copia,  resultan  contradictorios  y 
])udieran  inducirá  perpetuar  inexactitudes  perjudi- 
ciales á  la  preclara  historia  de  la  Guardia  Real. 


¿Áanid/i  Otero   ¿^¿/'/a¿fo. 


Madrid,  Octubre  de  lS9tí. 


Imprenta  de  Hernando  y  Compañía,  Quinana,  33. 


1 

u 


óDicES  DE  KL  Escorial 


Carta  nuiícupativa. 


Enverno.  Sr.  D.  Luis  Moreno  y  Gil  de  Borja^  Intendente  general 
de  la  Real  Casa  y  Patrimonio. 


/  Y  Xi  respetable  Jefe  y  distingiiido'amigo  :  De  importantí- 
^  simos  Códices  de  la  Librería  Esciirialense  me  propongo 
dar  aquellas  noticias  (inéditas  hasta  hoy),  que. fueron  el  resul- 
tado de  los  estudios  de  algunos  de  mis  predecesores,  y  tam- 
bién de  los  que  yo  pude  hacer,  mientras  estuve  al  frente  de 
aquel  rico  depósito  de  singulares  ediciones  de  obras  escogi- 
das y  de  peregrinos  manuscritos,  cuya  substancia,  en  muchos 
de  ellos,  aun  está  por  extraer. 

Contados  serán  los  que  reseñe,  porque  interminable  re- 
sultaría la  tarea;  pero  los  elegidos  son  los  que  alcanzaron 
mayor  renombre  dentro  y  fuera  de  España. 

Las  monografías  que  á  ellos  dedique,  servirán  de  comple- 
mento á  la  que,  acerca  del  famoso  Monasterio  de  San  Lo- 
renzo de  El  Escorial,  ha  aparecido  en  la  Guía  Palaciana, 
suscrita  por  el  Rdo.  P.  Agustiniano  Fr.  P)Onifacio  INIoral, 

A  Vd.,  de  quien  mucho  pudiera  decir,  si   ocasión  fuese 
esta  para  enumerar  los  sobresalientes  esmaltes  de  las  pren-  . 
das  que  realzan  las  nobles  condiciones  de  su  carácter;  á  us- 
ted, que  nuuca  olvida  que  los  que  mandan  no  son  grandes 
más  que  cuando  escuchan  y  atienden  á  los  pequeños;  á  us- 


—    IV    — 

ted,  qiKí  con  tíin  cristiano  desvelo  secunda,  en  todo  cuanto 
se  halla  dentro  de  la  esfera  de  sus  atribuciones,  las  altas 
miras  de  nuestra  Augusta  Soberana,  miras  encaminadas 
siempre  al  maj^or  enaltecimiento  del  culto,  del  respeto,  del 
cariño,  de  ese  sentimiento  virtuoso  con  que  debemos  honrar 
y  servir  á  Dios;  á  Vd.  dedico  el  trabajo  que  hoy  emprendo,  y, 
aunque  empequeñece  lo  que  doy,  la  enormidad  de  lo  que 
dejo  por  hacer,  confío  en  que,  no  por  eso,  dejará  de  aceptar- 
lo con  su  sólita  benevolencia. 

Déme  Vd.,  mi  digno  Jefe,  en  qué  le  sirva,  pues  sabe  el 
gusto  con  que  se  empleará  en  ello  su  afectísimo  amigo, 

Q.    L.   B.  L.   M., 


¿^asc   SIL  '^  t^YocJUCJ. 


'  Códices  de  El  Escorial. 


INTRODUCCIÓN 


ucHos  y  de  suma  importancia  son  los  Códi- 
ces que  se  custodian  en  la  famosa  Librería 
Laurentina.  Como  espécimen,  hoy  damos 
á  conocer  uno  que  contiene  preciosas  noti- 
cias, ya  por  lo  que  atañen  á  alg-unas  de  las  modifi- 
caciones introducidas  en  la  liturgia  romana,  sin  al- 
terar en  lo  más  mínimo  la  unidad  de  doctrina,  ya 
por  lo  que  informa  acerca  de  la  inmaculada  Madre 
de  nuestro  divino  Redentor. 
Como  por  ser  el  número  crecido  (1)  es  imposible 


(1)  S^'gún  el  Inventario  hecho  por  D.  Manuel  Carnicero  y 
Weher,  Bibliotecario  que  fué  de  la  particular  de  S.  M  ,  Inven- 
tario que  sirvió,  á  quien  escribe  estas  h'neas,  para  verificar  la 
entrega  de  la  Regia  Librería  á  los  RR.  PP.  Agustinianos,  hay 
en  ella  los  siguientes 

CÓDICES: 

Griegos 583 

Arábigos l.'J04 

Hebreos T3 

Latinos,  castellanos  y  demás  lenguas  vulgares.  2.04-4 

Total 4604 


—    VI    — 

(Jar  cuenta  en  esta  Guía  de  todos  los  manuscritos  que 
lo  merecen,  la  elección  quedará  limitada  á  los  que 
fig-uren  en  primer  término,  á  los  que  más  avivan  la 
curiosidad  de  los  entendidos,  y,  por  lo  pronto,  alter- 
nando con  otros  artículos  de  los  ya  anunciados,  nos 
proponemos  dar  á  la  estampa  curiosos  datos  inéditos. 
y  alguna  observación  que  se  substrajo  á  la  acucia  de 
los  más  prolijos  investigadores,  relacionada  con  el 
antiquísimo  Códice  Emilianense. 

Amplia  será  nuestra  información  acerca  del  de  San 
Ag-ustín,  De  haptismo  parvtilorum.  y  amplia  y  dete- 
nida, la  que  consagremos  al  que  contiene  los  cuatro 
Evangelios;  al  Áureo,  Códice  de  alta  prosapia,  que 
alta  era  y  mucho,  la  de  la  insigne  persona  que  con- 
cibió la  idea,  llevada  á  término,  de  revestir  con  oro, 
una  vez  trazado  sobre  rico  pergamino,  lo  que  dijo 
San  Mateo,  para  darnos  á  conocer  el  linaje  real  de 
Jesucristo  y  la  vida  humana  que  llevó  entre  los  hom- 
bres; lo  que  escribió  San  Marcos,  que,  según  San 
Agustín,  es  un  compendio  del  Evangelio  de  San  Ma- 
teo; lo  que  referente  á  la  Santísima  Virgen  nos  ha 
legado  San  Lucas,  y  las  pruebas  que  San  Juan  ofre- 
ce de  la  indiscutible  divinidad  del  Mártir  del  Cal- 
vario. 

Tal  es  nuestro  intento  al  ampliar  el  notable  artícu- 
lo, (6."  cuaderno  de  esta  publicación),  que  lleva  por 
epígrafe  San  Lorenzo  de  El  Escorial^  y  que  es  pro- 
ducto de  la  doctísima  pluma  del  R.  P.  Bonifacio 
Moral. 

Comencemos. 


iT/ 


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ímm  ff 


mlS^. 


m 


ana 


I,  como  suele  decirse,  la 
pintura  es  poesía  rauda . 
la  poesía,  sujeta  ó  no  á 
la  rima,  puede  conside- 
t.Lemu^  rarse  como  pintura  animada  y 
/^  elocuente. 

Los  dos  retratos  que  motivan  este  ar- 
tículo no  se  hicieron  con  variados  colo- 
res, ^  escritas. 

AdiiuliÜ!  10  lo  más  probable, 

y  en  caso  o  faltarían  escrito- 


le  infundió,  al  propio  tiempo 
ublime  de  Ií^  u  el  de  la  escriti 

ó  sea  la  facult 

■endientes  Ioí  -  v»»  ^t-  .n'aiiv.iv.u 

y  existencia  s*.  .^.^  ..        'th 


Jesús  y  JVIapía, 


I,  como  suele  decirse,  la 
pintura  es  poesía  muda, 
la  poesía,  sujeta  ó  no  á 
la  rima,  puede  conside- 
rarse como  pintura  animada  y 
elocuente. 
Los  dos  retratos  que  motivan  este  ar- 
tículo no  se  hicieron  con  variados  colo- 
res, sino  con  palabras  escritas. 

Admitido  está,  como  lo  más  probable, 
y  en  caso  de  duda  no  faltarían  escrito- 
res que  nos  persuadieran,  que  cuando  el 
hombre  fué  creado,  la  Sabiduría  Divina 
le  infundió,  al  propio  tiempo  que  el  don 
sublime  de  la  palabra,  el  de  la  escritura, 
ó  sea  la  facultad  de  transmitir  á  sus  des- 
cendientes los  recuerdos  de  su  aparición 
y  existencia  sobre  la  tierra. 


—  2  — 

Aunque  parezcan  digresi- 
vas, permítasenos  alg-unas  in  - 
dicaciones  que  estimarán :  por 
recordatorias,  los  desmemo- 
riados; por  útiles,  los  curiosos. 

La  fe  religiosa  no  será  lo 
único  que  aquí  se  aleg*ue  para 
demostrar  que,  desde  las  pri- 
mitivas sociedades,  existieron 
textos  debidos  á  sistemas  par- 
ticulares de  ideog'rafismos; 
que  aunque  reducida  la  escri- 
tura en  la  infancia  de  la  civi- 
lización á  imág-enes,  jeroglí- 
ficos y  otros  sig-nos  simbóli- 
cos, no  por  eso  dejaban  de  ser 
visibles  y  constantes  los  soni- 
dos; no  por  eso  carecían  de 
eficacia  los  recursos  emplea- 
dos para  aprisionar  el  pensa- 
miento fug-itivo.  La  verifica- 
ción es  fácil,  cuando  se  recu- 
rre á  la  autoridad  de  las  sa- 
g-radas  letras. 

De  los  escritos  y  bibliote- 
cas antidiluvianos  habla  Ma- 
derus  en  su  obra  De  bibliotlie- 
cis  atqíie  archwis  mroruuL  cla- 
riss.   libelli  et  commeníatio- 


"ríes...,  Helmestadii  (1),  1702- 


'^05. 


De  Cham,  hijo  de  Noé,  se 
dice,  que  salvó  en  el  arca  las 
láminas  de  metal  en  que  ha- 
bia  grabado  supersticiosas  in- 
venciones. 

Consta  que,  en  el  arca  pri- 
meramente, después  en  el  ta- 
bernáculo, y.  por  último,  en 
•el  templo  de  Jerusalén,  los  he- 
breos tuvieron  depositadas  las 
leyes  civiles  y  los  convenios 
ó  pactos  que  entre  sí  celebra- 
ban los  ciudadanos.  Duplica- 
da resulta  la  utilidad  de  esta 
€ita,  ya  por  lo  que  del  siste- 
ma escriturario  permite  de- 
ducir, ya  porque  anuncia  la 
aparición  de  los  archivos. 

Josué,  á  quien  los  griegos 
llaman  Jesús,  escribió  sobre 
piedras  encostradas  con  cal 
€l  Deuteronomio,  cuya  doctri- 
na había  explicado  á  los  hijos 
de  Israel. 


(1)    Ciudad  del  Ducado  de 
Brunswick. 


^=*!^^ 


Job  (cap.  XIX,  vers.  23  y 
24)  exclama:  ¿Qaiénme  diera 
que  mis  palabras  fuesen  escri- 
tas? ¿Quién  me  diera  que  se 
imprimiesen  en  un  libro  con 
punzón  de  hierro,  ó  en  plancha 
de  plomo,  ó  que  con  cincel  se 
grabasen  en  pedernal?  (1). 

Nohemías,  al  reedificar  los 
muros  de  Jerusalén,  encontró 
el  censo  de  empadronamiento 
de  los  primeros  j  udíos  que  re- 
g-resaron  del  cautiverio  de  Ba- 
bilonia. 

De  seguir  espig^ando  el 
frondoso  terreno  de  las  San- 
tas Escrituras,  prolijos  resul- 
tarían estos  apuntes,  porque 
son  muchas  las  citas  que 
aquéllos  contienen  y  hacen  á 
nuestras  disquisiciones. 

Aunque  desacuerden  con  la 
ciencia  oficial,  no  siempre  en 


(l)  Los  antiguos,  en  aquellos 
remotísimos  tiempos,  acostumbra- 
ban á  escribir  sus  sentencias  en 
tablas  enceradas,  ó  en  planchas  de 
plomo. 


í^j^r-v 


—  5  — 

armonía  con  las  verdades  cien- 
tíficas, son,  por  lo  grave  de  su 
orig"en,  muy  de  tener  en  cuen- 
ta las  afirmaciones  de  Platón 
y  de  Herodoto.  El  primero, 
refiriéndose  á  un  sacerdote 
egipcio,  dice,  que  en  el  archi- 
vo de  una  de  las  ciudades  del 
extenso  país  regado  por  el  Ni- 
lo,  se  guardaban  memorias 
de  ocho  mil  años  de  antigüe- 
dad. Y  el  segundo  afirma,  que 
hasta  de  doble  fecha,  esto  es, 
de  dieciséis  mil  años,  se  con- 
servaban entre  los  egipcios 
monumentos  escritos.  (Bal- 
tasar Bonifacio  los  cita  en  la 
página  82.) 

Los  soldados  de  César  que- 
maron setecientos  mil  rollos 
ó  volúmenes  en  la  Biblioteca 
de  Alejandría.  Las  llamas  de 
este  fúnebre  incendio  no  se 
consumían,  como  se  consu- 
men otras  materias,  dando 
generosamente  su  luz  á  quien 
las  enciende,  sino  para  apa- 
gar los  brillantes  resplando- 
res de  todo  cuanto  el  ingenio 


n^. 


^^^'^ 


—  r,  — 

individual  ó  colectivo,  y  la 
sabiduría  y  las  ciencias  hu- 
manas habían  atesorado,  des- 
de la  aparición  del  primer 
hombre  sobre  la  superficie  de 
la  tierra,  hasta  medio  siglo 
antes  del  nacimiento  de  Je- 
sús. ¡Cuántas  mentiras  (ópti- 
mas para  sus  autores)  se  han 
eng-endrado  al  calor  de  aque- 
llas pavesas,  con  el  fin  de 
aventar  las  verdades  que  con- 
tuvieron! 

Hasta  nosotros  ha  llegado 
algo  que  vive  entre  la  afirma- 
ción y  la  negación;  no  poco 
indiscutible  de  lo  sucedido 
durante  seis  mil  años,  edad 
bíblica  de  la  tierra,  y  mucho 
con  falsas  etiquetas,  com- 
prendiendo en  tan  repobrada 
labor  á  los  mantenedores  y  á 
los  impugnadores  de  las  civi- 
lizaciones preadamitas:  filó- 
sofos ó  historiadores,  cuyos 
procedimientos  no  se  compa- 
decen con  las  leyes  de  la  im- 
parcialidad. 

Sin  industriosos  medios, 


"^ 


^^ 


más  ó  menos  rudimentarios, 
para  perpetuar  la  palabra,  es 
inconcebible  la  existencia  de 
ning-ún  estado,  de  ninguna 
civilización.  Seg'ún  los  apun- 
tes de  mejor  nota,  puesto  que 
sirven  para  la  enseñanza  en 
nuestras  Cátedras,  los  sig-nos 
simbólicos,  los  jerog"líficos -y 
las  imágenes  encontraron  lar- 
ga vida  en  los  metales,  en  las 
piedras  y  en  las  cortezas  de 
los  árboles.  Cuando  la  idea 
pudo  servirse  del  maravillo- 
so invento  de  los  caracteres 
de  la  escritura,  invento  que 
se  achaca,  ya  á  los  egipctos. 
ya  á  los  fenicios,  se  emplea- 
ron materias  más  ligeras,  de 
más  fácil  transporte,  menos 
costosas,  como  el  papiro,  las 
hojas  de  las  palmeras  y  las  de 
otros  árboles;  después  las  pie- 
les de  becerro,  de  cabra,  de 
cordero  y  aun  las  de  hombre; 
luego  el  plomo  y  el  lienzo,  y, 
por  último,  el  papel  de  algo- 
dón ó  de  hilo. 
Auxiliares  de  singular  efi- 


.^#^ 


i^;'-^ 


—  8  — 

cacia,  para  revelar  los  progre- 
sos civilizadores,  fueron  siem- 
pre la  pintura  y  la  escultura, 
únicas  manifestaciones  que 
cito  del  humano  entendimien- 
to, por  ser  las  más  relaciona- 
das con  mi  asunto;  pero  la 
que  llena  todo  lo  defíciente, 
la  que  presta  ma^^or  auxilio 
para  la  resolución  de  lo  dudo- 
so, es  la  escritura. 

Inexactitudes  puede  haber, 
por  ejemplo,  en  un  retrato 
hecho  con  palabras  escritas; 
pero  los  mismos  prejuicios 
que  mueven  la  pluma,  pue- 
den mover  los  pinceles,  al- 
terar las  líneas,  distribuir  y 
combinar  los  colores  y  dar 
golpes  sobre  el  cincel. 

Descartadas  las  pasiones, 
que  tanto  influyen  en  el  áni- 
mo del  hombre,  fuera  de  dis- 
cusión está,  que.  por  ruda 
que  sea  la  palabra,  como  es  el 
medio  que  la  naturaleza  le 
concedió  para  expresarse,  co- 
mo es  lo  que  más  directamen- 
te simboliza  el  pensamiento. 


—   9   — 

es  menos  dificultoso,  que  por 
representaciones  mudas,  fijar 
con  ella  lo  que  se  desea;  so- 
bre todo,  no  se  olvide  que. 
cuando,  hablado  y  escrito,  el 
eng'uaje,  fenómeno  social, 
como  le  llama  el  Conde  de  la 
Vinaza  (1),  había  adquirido 
viril  desarrollo,  á  tanto  no 
llegaba,  aunque  era  mucho, 
el  de  la  pintura. 

Debe  creerse,  que  en  todas 
partes  y  tiempos,  las  exag-e- 
raciones  devotas,  que  á  veces 
lleg^an  hasta  la  superstición, 
prestaron  alas  á  turbas  inep- 
tas para  remontarse  á  los  te- 
chos, muros  y  altares  de  las 
divinidades  á  quienes  las 
criaturas  rindieron  y  rinden 
culto.  No  sabemos  si  en  lo  an- 
tig'uo  se  escribió  algo  para 
contener  á  estos  verdaderos 
iconoclastas  del  arte;  icono- 


( 1 )     Biblioteca  histórica  de  la  Jilo  ■ 
logia  castellana...  Madrid,  M.  Te 
ilo,   1893,  p.   5  (en  b.)  Adver- 
te >:  cía. 


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—  10  — 

clastas,  i)ucsto  que  en  vez  de 
levantar,  derribaban  los  ído- 
los que  en  sus  manos  caían; 
pero  sí,  que,  en  vista  de  las 
sacríleg'as  profanaciones  con 
que  groseros  pinceles  y  tos- 
cos cinceles  amortiguaban  las 
energ-ías  déla  devoción  ,  y 
ahincadamente  pretendían 
que  los  entusiasmos  religio- 
sos huyeran  de  los  templos 
entre  amotinadas  sonrisas, 
para  las  que  siempre  llega 
tarde  la  reflexión,  un  piadoso 
sacerdote  regular,  el  R.  P.  M. 
Fr.  Juan  Interián  de  Ayala, 
hizo  imprimir  un  libro  que 
lleva  la  siguiente  portada: 
Pictor  christianus  emditus, 
sive  de  erroribus  qiii  passim 
admitíunUtr  círca  pingendas, 
algue  eífígendas  sacras  ima- 
gines, lib.  XIII  cum  appen- 
dice.  Matriti  ex  typographia 
Con  ven  tus  B.  María?  de  Mer- 
cede.  1730,  Fol.  (1). 


(1)     Hay  áoa  eeliciones  más:  una 
eu  castellano  con  este  rótulo:  El 


—  II  — 

Y  eso,  que  ya  en  los  tem- 
plos cristianos  habían  los  Pon- 
tífices del  arte  dig-nificado  el 
culto  á  quien  es  debido,  por 
la  intermediación  de  imág-e- 
■^es  de  singular  estima  y  fa- 
mosas pinturas  al  fresco,  al 
temple  y  al  óleo  (1).  etc. 


Pintor  cristiano  y  erudito,  traduci 
do  del  latín  al  castellano  por  Don 
Luis  de  Duran  y  de  Bastero.  Ma- 
drid. Imprenta  de  Ibarra.  1782. 
4.0.  2  vols. 

Y  otra  en  italiano:  Instruzioni  al 
Pittor  cristiano  ristretto  delV  opera 
latina  di  Fra  Giovanni  Interian  de 
Ayalüj  fatto  da  Luigi  Napoleone 
Cittadella,  con  note  storiche  ed  ar- 
tistiche  del  medesimo.  Ferrara  coti- 
pi  deU'editore  Domenico  Taddei. 
1834.  4." 

(1)  El  útilísimo  procedimiento 
de  empapar  los  colores  con  aceite 
de  linaza  ó  de  nueces,  fué  inven- 
tado por  el  pintor  y  químico  fla- 
menco Juan  Van-Eyck,  (á  quien 
también  llaman  Juan  de  Bruges), 
que  floreció  al  principio  del  si- 
glo XV.  El  primer  cuadro  pintado 


^^V, 


Lüs  errores  y  extra v u ¿^-üii- 
cias  del  arte  continúan .  pi- 
diendo oraciones  para  Dios,  y 
memoriales  páralos  hombres, 
á  fin  de  que  un  entendimiento 
desembarazado,  una  voluntad 
enérg-ica  los  liag'a  desapare- 
cer; que  nada  más  perjudicial 
para  todo  lo  serio  y  respetable, 
(jue  el  celo  aguijoneado  por 
la  codicia,  ó  fanatizado  por  la 
ausencia  del  buen  juicio,  por 
los  desmayos  de  la  razón. 

Y,  ahora,  desato  la  dificul- 
tad de  dar  con  rodeos  apa- 
riencias de  fácil  conducta  á  la 
vuelta  del  tema  lig'eramente 
indicado,  con  presentarlos 
retratos  que  en  curiosos  do- 
cumentos se  encuentran. 


al  óleo  fué  para  Alfonso  I,  rey  de 
Ñapóles,  V  de  Aragóu,  por  sobre- 
nombre el  Magnánimo,  (]uien  ad- 
miró el  nuevo  secreto. 


"^^(^Ñ^^S^ 


a. 


EFIGIE  DE  JESÚS 
según  referencia  de  Públio  Léntulo^  de  la  Era  Romana* 


II 


WEL  primero  hubo  noticia 
en  España,  cuando  apareció 
en  el  niim.  63  de  la  Gaceta 
delGoMerno,  correspondiente 
al  miércoles  30  de  Agosto  de 
1820.  (Fol.  á  2  cois.  Madrid,  en  la  Im- 
prenta Nacional).  En  la  4.'^^  plana,  pá- 
gina 260,  col.  2.'\  se  lee: 

«Manuscrito  que  envió  al  Senado  de 
Roma  Publio  Léntulo,  Presidente  de 
Judea  en  el  reinado  de  Tiberio  César. 
Este  precioso  documento  se  halla  aho- 
ra en  poder  del  Caballero  de  Massa- 
reen,  noble  de  Irlanda,  y,  traducido  en 
castellano,  dice  así:  «Ha  aparecido  en 
»nuestros  días  un  hombre  de  gran  vir- 
»tud,  llamado  Jesucristo,  el  cual  vive  aún  en- 
»tre  nosotros.  Los  gentiles  le  han  recibido  como 
un  profeta  de  la  verdad;  pero  sus  discípulos  le 
»llaman  el  Hijo  de  Dios.  Resucita  los  muertos  y 
»cura  todo  género  de  enfermedades.  Su  estatu- 
^>ra  es  más  que  mediana;  su  porte  muy  atento, 


—   14   — 

»y  su  aspecto  venerable;  de 
»modo  que,  cuantos  le  ven.  le 
»aman  y  le  temen.  Su  cabe- 
»llo  es  de  color  castaño,  espe- 
»so  y  llano  hasta  las  orejas; 
»desde  ellas  abajo  es  de  color 
»oriental  y  ensortijado,  ca- 
»yéndole  en  ondas  sobre  los 
»hombros,  y  en  medio  de  la 
»frente  se  divide  ó  parte,  á  ma- 
»nera  de  los  nazarenos.  Tie- 
»ne  frente  llana  y  muy  fina; 
»en  su  rostro  no  hay  mancha. 
»lunar  ni  arruga  alguna,  her- 
»moseándole  un  bello  color 
»sonrosado;  en  su  nariz  y  bo- 
»ca  no  puede  encontrarse  de- 
»fecto  alg-uno;  su  barba  es 
»alg'o  espesa  y  del  color  del 
»cabello;  pero  no  es  larg-a, 
»y  tiene  la  forma  de  un  te- 
»nedor;  su  fisonomía  respira 
»inocencia  y  juicio,  y  sus  ojos 
»son  grises,  claros  y  vivos. 
»Cuando  condena  es  terrible, 
y  cuando  reprende  ó  amo- 
»nesta  es  cortés  y  moderado 
»en  las  expresiones.   En  su 
»con versación  es  agradable  y 


—   15   — 

»lleno  de  gravedad.  Nadie  le 
»lia  visto  reir  jamás;  pero  mu- 
»chos  le  han  visto  llorar.  Las 
»proporciones  de  su  cuerpo 
»son  excelentes:  sus  manos  y 
»brazos  de  lo  más  hermoso 
»que  se  puede  ver..  En  su  ha- 
»blar  es  muy  templado,  mo- 
»desto  y  sabio:  hombre  de 
»singular  belleza,  que  excede 
ȇ  todos  los  hijos  de  los  hom- 
»bres.» 

«Si  este  documento  no  es 
»apócrifo,  debe  considerarse 
»como  uno  de  los  más  precio- 
»sos  para  la  historia  eclesiás- 
»tica  y  para  la  de  nuestra 
»santa  religión,  la  cual,  sin 
Ȏmbarg'o,  para  nada  necesi- 
»ta  esta  nueva  prueba.  En  In- 
»g-laterra  se  ha  publicado  en 
» varias  Memorias  como  un 
»documento  muy  curioso  é 
»importante  (1).» 


(1)  De  las  imágenes  de  Cristo, 
habla  San  Agustín;  pero  no  del  do- 
cumento copiado,  el  cual  no  apa^ 
rece  basta  el  siglo  xv,  en  uu  libro 


^S^. 


k^^ 


—  ir,  — 

El  seg-iindo  retrato  periiia- 
nccc  oculto  entre  las  liojas  de 
pergamino  de  uno  de  los  Có- 
dices que  se  custodian  en  la 
sala  biija  de  la  renombrada 
Librería  laurcntina,  (en  el  Es- 
corial), y,  siguiendo  á  Pérez 
Bayer,  contiene  un  Oficio  de 
la  Presentación  de  la  Biena- 
venturada Virgen  María,  por 
mandado  del  Sumo  Pontífice 


del  fraile  francés  Maillard.  Creo 
que,  quien  antes  que  nadie  lo  pu- 
blicó en  castellano,  fué  Juan  Ruar- 
te en  su  Examen  de  ingenios  para 
las  sciencias. 

En  los  primeros  siglos  de  nues- 
tra era,  los  padres  de  la  Iglesia 
mantuvieron  famosa  discusión 
acerca  do  la  belleza  de  Jesucristo; 
porque  mientras  unos  la  defen- 
dían, otros,  como  San  Justino  y 
Tertuliano,  y  aun  los  maniqueos, 
la  contradecían.  En  Oriente  predo- 
minó esta  líltima  opinión. 

La  controversia  llegó  hasta  la 
Edad  Media  y  se  prolongó  hasta  la 
Moderna,  y  los  más  insignes  ar- 
queólogos é  iconógrafos  cristianos 


'PS 


^^ 


—  17  — 

Sixto  ÍV,  que  de  muy  antig-uo 
se  venía  celebrando  en  Espa- 
ña, y  que  difiere  notablemen- 
te del  que  hoy  se  reza:  contie- 
ne Antífonas  propias  para  las 
dos  vísperas  y  para  los  maiti- 
nes, y  son  también  propios  el 
Invitatorio  y  las  Lecciones, 
entre  las  que  la  sexta  se  atri- 
buye á  Epifanio  (1),  fami- 


la  han  abordado,  gomo  Raoul-Ro- 
chette,  Didron,  Rossi,  Garrucci,  etc. 

Nicolás  Rigault  publicó  en  Pa 
rís,  1649,  un  tratado  especial  De 
pulcritiidine  corporis  D.  N.  Jesu 
Christi,  y,  al  mismo  tiempo,  el  je 
stiíta  Vavasseur  su  libro  De  for- 
ma Christi  liber. 

»  M.  Feuillet  de  Conches,  en  uno 
de  los  tomos  de  sus  Causeries  (V  mi 
curieux,  habla  expresamente  de  la 
carta  de  Publio  Léntulo. 

Como  última  palabra,  diremos, 
que  la  crítica  moderna  no  admite 
a  autenticidad  de  los  supuestos 
retratos  de  Jesucristo,  y  que  la 
Iglesia  ha  dejado  libre  la  cuestión 
á  todos  los  debates. 

(1)     San  Epifanio,  Arzobispo  de 


—  18   — 

liar  (1)  de  la  Virg-en  María,  y 
principia  así: 

María  Del  genilrix  hebrai- 
cas litteras  adfiuc  vívente  pa- 
ire ioacJiim  didicit:  et  er alhe- 
ñe docilis  et  amans  doctrinam 
el  laborans  et  perseverans  cir- 
ca  sacram  doctrinam.  Et  opus 
lañe  et  serici  operans:  el  mira- 
bilü  erat  in  sapientia  et  doc- 
trina super  omnem  generatio- 
nem  iuvencularum .  El  mos 
suus  erat  mundus :  modice  lo- 
quete:  expedíte  obedientie:  inun- 
de proximatioiiis ;  sim  auda- 
cia: sine  risu:  sine  turbatione: 
sine  furia.  Bene  salutans:  lio- 
norans  honorata:  mirabantur 
omnes  scientiam  et  eloquoi- 
liam  suam:  fuit  alta  trium 


Salamina  en  Chipre,  Doctor  de  la 
Iglesia;  nació  en  el  año  310,  en  el 
territorio  de  Eleuterópolis,  en  la 
Palestina. 

(1)  Aquí  está  usado  como  adje- 
tivo y,  por  consiguiente,  significa 
que  era,  que  pertenecía  á  la  fami- 
lia de  la  Virgen. 


—   19   — 

brachioricm:  frnmenüni  colo- 
rís: /lavis  ociílis:  recti  aspectu: 
nigri  supe/'cülii:  mediocrís 
naris'-  longo  vuUu:  longa  ma- 
nu;  longis  digitis:  non  fucata 
pannis  proprii  colorís:  amans 
e¿  perseveraus  orationibus  et 
lectíonibus:  jejuniis  et  laborí- 
bus:  curn  tradldít  spirilnm 
Mío  suo  septuaginta  trium 
annorum  erat.  Dicennus  pie 
asceíidü  in  templum  ut  ibí 
presentaretur  deo  patrí  ibíque 
legem  del  scrutaretnr:  et  pro 
redemptione  generis  humani 
patrem  suum  in  abscondilo  et 
cubículo  cordís  oraret. 

Para  los  que  no  sepan,  ó 
hayan  olvidado  el  latín,  da- 
mos la  siguiente  versión,  pa- 
rafraseada algunas  veces;  pe- 
ro siempre  cuidando  de  no 
borrar  el  verdadero  sentido 
del  texto: 

María,  madre  de  Dios, 
aprendió  las  letras  hebraicas 
en  vida  de  su  padre  Joaquín; 
y  era  mity  dócil  y  amante  del 
saber;  y  trabajaba  y  perseie- 


¿>»V«44 


^¿^^ 


~   20  — 

rala  en  el  es  ludio  de  la  sa- 
grada doctrina.  Y  eran  lana 
y  seda  las  materias  que  tlegia 
para  sus  labores',  y,  por  su  sa 
bidiiria  y  ensertanzas,  era  la 
que  más  admiración  causaba 
entre  todas  las  jóvenes  de  su 
tiempo.  Y  sus  costumbres  eran 
puras',  de  hablar  moderado: 
solicita  en  obedecer:  sincera  en 
el  trato-,  llena  de  mansedum- 
bre: muy  atenta:  honrando  a 
los  demás,  refluía  en  ella  el 
honor  que  daba:  todos  se  ma- 
ravillaban de  su  saber  y  elo- 
cuencia: la  medida  de  su  talla 
fué  de  tres  brazos  (Ij:  de  color 
trif/íieüo:  de  ojos Jlavos  ('2):  de 


(1)  No  hemos  podido  averiguar 
cual  fué  la  extensión  de  esta  me- 
dida. ¿Se  llamaría  brazo  lo  que, 
para  precisarlo  más,  los  romanos 
llamaron  codo?  De  ser  así,  sabido 
es  que  el  codo  tiene  pie  y  medio  y 
el  pie  doce  pulgadas. 

(2)  De  color  entre  amarillo  y 
rojo .  (Diccionario  de  la  lengua  cas- 
tellana, por  la  Keal  Academia  Es- 
pañola. ]'2.'^  edic.) 


—  21   — 

noble  aspecto-,  de  cejas  negrar. 
de  nariz  mediana:  de  rostro 
prolongado,  y  prolongados  los 
dedos  y  la  mano-,  de  limpio 
color:  amante,  con  verdadera 
constancia,  de  la  oración,  del 
estudio,  del  ayuno  y  del  traba- 
jo: asi  fué  toda  su  vida.  Citan 
do  entregó  el  espíritu  á  su  hi- 
jo, era  su  edad  de  setenta  y 
tres  años.  A  los  diez  ascendió 
al  templo  para  ser  presentada 
d  Dios  Padre  y  escudriñar  con 
diligencia  y  cuidado  la  ley  di- 
vina^ para  rogar  en  su  aposen- 
to, lejos  de  la  vista  de  todos, 
por  la  redención  del  género  Jni- 
mano . 

En  este  importante  Códice 
se  encuentran  también  las  si- 
guientes particularidades. 

Después  de  la  Lección  no- 
vena, en  vez  del  himno  Te 
Deum  laudamus,  etc.,  está  el 
Responsorio  nono.  Casi  todas 
las  Antífonas  tienen  el  ritmo 
cadencia,  ó  medida  de  los  bi- 
narios yámbicos,  á  semejanza 
de  los  que  la  Iglesia,  desde 


^'    "^^ 


—   22   — 

muy  antig*uo ,  lia  usado  en 
los  himnos  propios  del  tiem- 
po. La  Antífona  1.%  después 
del  himno  de  maitines,  prin- 
cipia asi: 

«In  temphim  Dei  gradibus 
ter  quiñis  erat  aditus, 
quos  compositis  gressibus 
ascendit  fulta  ccElitus.» 

Traducción.— Z¿í  subida  al 
templo  de  Dios  era  por  medio 
de  tres  gradas,  cada  una  de 
cinco  peldaños,  por  los  cuales 
ascendió  [María]  con  modera- 
do paso  y  con  el  auxilio  del 
cielo. 

Hay  otras  Antífonas,  que 
no  merecen  mención  parti- 
cular. 

En  el  piincipio  del  Códice 
se  advierte,  que  este  Oficio  se 
celebró  primeramente  en 
Francia,  de  donde  pasó  á  los 
ingleses,  á  los  españoles  y  á 
otras  varias  regiones  del 
mundo.  Todas  las  hojas  son 
de  pergamino;  y  por  su  gran 
tamaño,  por  las  muchas  le- 


—  23   — 

tras  unciales  que  tiene,  y,  más 
que  nada,  por  la  música  para 
el  canto  de  las  antífonas,  vís- 
peras y  maitines,  claro  se  da  á 
entender,  que  fué  hecho  para 
el  uso  del  coro.  Es  de  fines  del 
siglo  XV. 

Siendo,  según  nos  parece, 
de  no  muy  buena  ley  el  latín 
que  hemos  registrado,  es  de 
lamentar,  que  el  texto  griego 
de  San  Epifanio  no  se  en- 
cuentre. 

Las  lecciones  pierden  mu- 
cho de  .la  integridad  de  su 
sentido  y  su  sello  genealógi- 
co de  versión  en  versióii, 
pues  éstas,  aunque  no  me- 
dien de  unas  á  otras  largos 
espacios,  se  asemejan  al  tiem- 
po, que  borra  poco  á  poco, 
hasta  reducir  á  nada,  lo  que 
al  nacer  fué  mucho. 

Como  en  el  presente  caso  la 
primitiva  noticia  data  del  si- 
glo IV  de  nuestra  Era,  si  los 
primores  de  la  traducción  son 
discutibles,  indiscutible  es  su 
valía,  porque,  la  doble  cir- 


?^ 


f^-j^"^ 


—  24   — 

cunstancia  de  orig-en  y  fecha, 
induce  á  creer  que  los  reflejos 
que  contiene  son  del  orig*inal. 
cuyos  pormenores,  cuyos  ras- 
gos étnicos,  por  la  tradición, 
de  pariente  en  pariente,  de- 
bieron llegar  hasta  San  Epifa- 
nio.  Tal  vez  no  haya  nada 
más  antiguo,  ni  más  verídi- 
co, de  cómo  fué  en  vida  la 
Santa  Virgen.  ¿Por  qué  no 
respetarlo? 


TU 


medida  que  la  fe  es  más 
profunda,  el  escritor  debe  ser 
más  esclavo  de  la  verdad. 

Ahora   únicamente  aludi- 
mos á  los  místicos,  á  los  doc- 
tos, á  los  que,  por  lo  g-rave  de  sus  obli- 
gaciones, no  deben  contribuir  á  que 
se  petrifiquen  las  ideas  absurdas. 

¿A.  qué  recoger  el  espíritu  y  abis- 
marse para  crear  una  imag'en,  cuya 
hermosura,   por  lo  intachable,   esté 
fuera  de  la  realidad?  Estos  laboriosos 
partos  de  calenturientas  imaginacio- 
nes, entre  los  indios,  entre  los  persas, 
en  Egipto,  más  tarde  en  (rrecia  y  lue- 
go en  Roma,  vson  disculpables,  porque,  para 
fundamentar  sus  respectivos  estados  sobre  la 
base  de  una  religión,  los  mitos  eran  los  únicos 
que  podían  prestarles  ayuda,  y  extremando  las 
hipérboles,  hijas  de  una  meditación  fecunda. 


I    / 


—    20    — 

caldcaban  la  fantasía  de  las 
mucliediiinbres  con  simbolis- 
mos, cuyo  prestigio  reposaba 
sobre  las  exageraciones  de 
una  falsa  estética  y  la  bondad 
negativa  de  embusteras  vir- 
tudes morales. 

Pero,  entre  los  que  comul- 
gan en  los  altares  de  la  ver- 
dadera religión,  ¿liay  tam- 
bién necesidad  de  recurrir  á 
este  sistema? 

Xo  parece  sino  que  dar  li- 
bre despliegue  á  los  atrevidos 
vuelos  de  la  fantasía  en  ma- 
terias religiosas,  es  un  canon 
impuesto  á  todas  las  iglesias 
que  siguen  la  liturgia  roma- 
na, ó  que  figura  en  el  ritual 
diocesano  donde  se  contienen 
los  ritos  particulares  de  cada 
diócesis. 

¿La  Madre  de  Dios  ha  me- 
nester que  de  Ella  se  haga,  con 
la  pluma  ó  los  pinceles,  lo  que 
en  Grecia,  para  divinizar  al 
hombre,  al  género  humano, 
se  hizo  con  el  cincel?  Esto  re- 
sulta un  paganismo  aún  más 


'¿i 


radical  que  el  helénico.  Muí 
hace  quien  olvida  que,  si  en 
la  segfunda  revolución  en  la 
historia  de  las  religiones,  la 
humanidad  se  adoró  por  pri- 
mera vez  á  sí  propia,  su  pe- 
destal fué  pulverizado  por  el 
Cristianismo,  cuando  la  cruz 
simbolizó  los  nuevos,  los  ver- 
daderos ideales.  Entonces  los 
espectros  de  la  más  remota 
antigüedad  se  sumergieron 
avergonzados  en  las  aguas 
del  Indo  y  del  Ganges.  Mi- 
thra,  el  redentor  de  los  per- 
sas, eligió  por  sepulcro  las 
revueltas  olas  del  Océano 
oriental;  las  divinidades  su- 
premas de  África  desaparecie- 
ron entre  las  ardientes  arenas 
de  la  Libia;  del  cielo  desapa- 
reció Júpiter,  quedando  soli- 
tarias las  feraces  umbrías  de 
la  Arcadia;  los  dioses  indíge- 
nas huyeron  del  Pantheón 
romano;  los  augures  enmu- 
decieron; los  terrores  supers- 
ticiosos, ocasionados  por  los 
fenómenos  de  la  naturaleza, 


k^^ 


dejaron  de  anonadar  al  pue- 
blo que  había  dominado  á  to- 
dos los  pueblos...;  tanto  y 
tanto  prodigio  ¿á  quién  se 
debe? 

No  á  Nari,  madre  univer- 
sal; no  á  Nouah  ,  también 
madre  universal;  no  á  Cibe- 
les, madre  de  los  Dioses:  to- 
das estas  madres  son  apócri- 
fas. Débese  á  la  Virgen  Ma- 
ría, que  ha  existido,  siendo 
con  su  santa  obediencia  Ma- 
dre purísima  del  único  Dios 
verdadero,  del  que  es  luz  de 
las  luces  y  sol  de  los  soles. 

No  huelgan  estos  párrafos 
dentro  de  este  artículo,  por- 
que, á  fuer  de  cristiano  con- 
vencido, abogo  por  la  verdad 
en  cuanto  tiene  conexión  con 
mis  creencias  religiosas. 

Eso  de  idear  vírgenes  bus- 
cando los  modelos  en  la  ima- 
ginación, remontando  las 
ideas  á  la  abstracta  de  lo  di- 
vino, podrá  ser  bello  y  her- 
moso desde  el  punto  de  vista 
del  arte;  pero  no  desde  el  de  la 


^ y-  - 


EFIGIE  D£  MARÍA  SANTÍSIMA 
según    San    Epifanio,    del    Siglo    IV 


—  2'J    — 

austeridad  del  Cristianismo. 
Todo  el  que  pinta  bien  ó 
mal,  y  la  mayor  parte  com- 
prendida está  en  el  seg'undo 
caso,  se  apodera  de  los  pince- 
les y  de  la  paleta,  y,  sin  más 
g"uía  que  su  capricho,  traza 
un  retrato  y  dice:  esta  es  la 
Virgen,  siendo  la  colección 
tan  variada,  como  las  advo- 
caciones con  que  le  tributa- 
mos religioso  culto.  Y  el  in- 
crédulo se  ríe.  Y  si  es  un  ma- 
marracho lo  que  le  presentan, 
á  más   de  reirse,   se  burla. 
¡Qué  tolerancia  tan  perjudi- 
cial! 

Cierto,  que  á  ello  contribu- 
ye nopoco,  quien  debiera  evi- 
tarlo. Y  aquí,  otra  vez  salen 
á  nuestro  encuentro  algunos 
escritores  místicos. 


^*¿^N 


.       ^l^. 


ks^f^ 


IV 


L  Abate  Orsini.  en 
su  libro  ZíZ  Vierge.  His- 
toire  de  la  Mere  de  Dien 
et  db  son  cíUte.  (París. 
A.  Rene  et  C%  1854,  I, 
pág*.  110),  dice:  Saint 
Fpiphane,  cité  pao*  Ni- 
cephore^  noiis  a  laissé une charmante 
peinture  de  la  Vierge;  ce  por  traite 
tracé  au  quatriéme  siécle^  sur  des 
traditions  maintenant  effacées  et 
des  manuscrits  que  nous  %' o^vons 
plus,  est  le  sml  qiii  nous  soit  resté. 
Es  decir,  que  el  Abate  Orsini  vio 
una  copia  del  texto  que  hemos  dado 
á  conocer.  Pues  hé  aquí,  no  obstan- 
te, cómo  lo  vierte  al  idioma  en  que 
él  ha  escrito: 

La  Vierge j  selon  cet  évéque  (San 
Epifanio)  n' était  pas  d'une'  liante 
s tature,  quoiqíie  sa  taille  fütun  peii 
au-dessus  de  la  moyenne\  son  teint, 
Ugérement  doré^  comme  cehi  de  la 


Sulamite,  par  le  soleií  de  sa 
patrie^  avait  la  riche  nuance 
des  ejñs  mars\  ses  cheveux 
étaieiLt  hloiids,  ses  yenx  vifs^ 
sa  prunelle  un  peic  olúdtre, 
ses  sourcils  parfaiUment  ar- 
ques etdu  plus  beau  noir:  son 
nez  d'une  perfection  remar- 
quable^  étaü  aquilin\  ses  le- 
hres  roses,  la  coupe  de  son  vi- 
saje d'ítn  bel  ovale,  ses  mains 
et  ses  doigts  étaient  longs. 

En  los  (ledos  y  en  las  ma- 
nos es  únicamente  donde  no 
pnso  las  suyas  el  Abate  Orsi- 
ni,  á  quien  no  debió  agradar- 
le mucho  el  rostro  de  la  Yir- 
g-en,  tal  como  lo  describe  San 
Epifanio,  porque  lo  retoca, 
olvidando  que  un  retrato  es 
más  estimable  cuanto  más  se 
asemeja  al  orig*inal. 

Recientemente,  en  el  año 
1894,  se  publicó  otra  versión 
del  texto  del  mencionado  San- 
to, hecha  por  el  R.  P.  Maria- 
no Ag'uilar. 

Veamos  lo  que  este  Misio- 
nero, hijo  del  inmaculado  Co- 


.^3^1^^ 


—  33    — 

razón  de  María,  Cong-reg-ación 
que  tiene  á  su  carg*o  las  Mi- 
siones del  Golfo  de  Guinea, 
dice  en  las  pág's.  255  y  256  de 
su  obra  Harmonías  del  Cora  • 
zón  de  la  Virgen  Madre. . .  (Mu 
drid.  Imprenta  de  San  Fran- 
cisco de  Sales,  1894,  8."  doble) . 
«No  podemos  dar  noticias 
muy  seg'uras  sobre  los  por  - 
menores  de  la  hermosura  cor- 
poral de  la  Virg-en;  citaremos, 
no  obstante,  la  descripción  de 
San  Epifanio^  presbilero  de 
Consíantinopla,  muy  versado 
en  las  historias  g'riega  y  he- 
brea». 

-Antes  de  continuar,  una 
advertencia.  El  Epifanio  que 
está  en  los  altares,  nació,  co- 
mo ya  hemos  dicho,  en  los 
primeros  años  del  sig-lo  iv; 
fué  Arzobispo  de  Salamina.  y 
su  fiesta  la  celebra  la  Ig'lesia 
el  día  7  de  Abril.  El  Epifanio 
a  quien  se  refiere  el  erudito 
Misionero  del  Golfo  de  Gui- 
nea, nació  afines  del  sig-lo  v, 
y  no  fué  simple  eclesií^stico 


TX;^S^h^^ 


—   34   — 

condecorado  con  el  sacerdo- 
cio. Sus  bióg-rafos  lo  mencio- 
nan, siendo  Patriarca  de  la 
primera  silla  de  Oriente,  es 
decir,  de  Constantinopla  (a. 
520),  y  aunque  paladín  tbg-o- 
so  contra  los  eutiquianos  (1), 
no  sabemos  en  qué  día  cele- 
bra su  fiesta  la  Iglesia:  pue- 
de que  sea  santo  de  los  ordi- 
narios, no  de  los  canoniza- 


1)  Célebres  herejes  del  siglo  v, 
discípulos  de  Eutiques,  sacerdote 
y  abad  de  un  monasterio  cerca  de 
Constantinopla.  Combatiendo  los 
errores  de  Nestorio,  Patriarca  de 
dicha  ciudad,  que  negaba  la  divina 
maternidad  de  la  Santísima  Virgen 
y  distinguía  dos  personas  en  Jesu- 
cristo, Eutiques  incurrió  en  otra 
heregía,  no  menos  funesta,  soste- 
niendo, que  en  nuestro  divino  Re- 
dentor no  había  más  que  una  sola 
naturaleza.  Los  eutiquianos  fueron 
condenados  en  un  concilio  de 
Constantinopla  y  en  el  general  de 
Calcedonia;  pero,  sin  embargo,  su 
secta  subsiste  todavía  en  algunos 
j)untos  de  Oriente. 


—  35    - 

bles.  No  hay  que  confundir  á 
un  Epifanio  con  otro  Epifa- 
nio,  Rdo.  P.  Ag-uilar.  El  re- 
trato de  la  Santísima  Virg-en 
lo  dejó  escrito  San  Epifanio, 
el  del  sig-lo  iv;  no  Epifanio, 
el  del  siglo  v. 

Ahora,  véase  la  traducción 
del  respetable  Misionero  del 
Golfo  de  Guinea:  «Era  la  Vir- 
gen, en  todas  las  cosas,  ho- 
nesta y  g-rave;  hablaba  poco, 
y  eso  en  cosas  necesarias;  era 
de  mediana  estatura,  aun- 
que hay  algunos  que  afirman 
que  excedía  de  la  estatura  me- 
diana; en  el  hablar  con  los 
hombres  usaba  de  recogi- 
miento, sin  risa,  sin  turba- 
ción y  sin  enojo;  su  color  era 
trigueño;  tenía  el  cabello  ru- 
bio, los  ojos  alegres,  cuyas 
niñetas  eran  de  un  color  ver- 
de que  tiraba  á  blanco,  á  ma- 
nera de  color  de  oliva;  las 
cejas  arqueadas  y  decente- 
mente negras;  la  nariz  algo 
larga,  los  labios  rojos  y  lle- 
nos de  suavidad  en  las  pala- 


—  so- 
bras; el  rostro  no  redondo  ni 
agudo,  sino  alg-ún  tanto  lar- 
go; las  manos  y  los  dedos 
también  largos.  Era  enemiga 
de  todo  fausto,  el  semblante 
tenía  sencillo;  ninguna  cosa 
fingía  en  el  rostro,  y  ninguna 
traía  consigo  de  blandura,  y 
en  todo  estaba  adornada  de 
humildad  maravillosa  .  Los 
vestidos  que  usaba  se  con- 
tentaba que  fuesen  de  color 
nativo,  y  para  que  lo  diga  to- 
do en  pocas  palabras,  en  to- 
das sus  cosas  resplandecía  la 
divina  gracia  (1).  Con  esta 
descripción  concuerda  la  de 
Cedreño  (2).  y  discrepa  muy 
poco  de  ella  la  de  San  Ansel- 
mo y  la  que  se  desprende  de 
las  revelaciones  de  Santa  Brí- 
gida». 

¿A.  que  nos  dicen,  que  las 
variantes  no  son  hijas  de  la 
fantasía?  ¿A  que  se  sostiene 


(1)  F.piph.    apud   Niceph.,   li- 
bro II,  cap.  XXIII. 

(2)  In  compend,  histor. 


^3:^^^ 


que  no  es  uno  mismo  el  tex- 
to traducido?  Reservamos  la 
respuesta,  porque  las  prolep- 
sis  sueleu  pecar  de  intempes- 
tivas. 

No  aludimos  al  Abate  Or- 
sini,  ni  al  P.  Aguilar;  pero 
eso  de  esparcir  noticias  sin 
dar  carta  de  seg'uro  y  amparo 
á  la  exactitud,  es  contrapro- 
ducente. 

La  imag-inación,  alma  fué 
y  será  siempre  de  la  poesía; 
pero  cuando  es  indispensable 
que  la  verdad  resplandezca 
con  sus  propias  luces,  las  fic- 
ciones, por  hermosas  que 
sean,  resultan  perjudiciales 
al  logro  del  propósito  con  que 
á  ellas  se  recurre. 

Así  como  el  tiempo  no  res- 
peta nada  de  lo  que  sin  él  se 
hace,  así  la  verdad  aborrece  to- 
do lo  que  á  ella  no  se  refiere. 

En  materias  relig*iosas  hay 
que  hablar  al  sentimiento,  al 
corazón,  y  leng-ua  para  esto 
es  la  verdad  quien  únicamen- 
te la  tiene. 


Empleándola  siempre,  ha 
logrado  justo  renombre  el 
moderno  historiador  del  arte 
cristiano  P.  Garrucci.  ¿Cuál, 
en  lo  conforme  con  nuestra 
intento,  es  su  sentir?  Que 
tiene  por  apócrifas  las  imá- 
genes que  se  presentan  como 
retratos  de  ^N'uestra  Señora. 
Hay  quien  asegura  que  era 
parecida  á  su  hijo,  de  cara 
redonda  y  algo  rubia;  pero 
los  Padres  del  Sínodo  Orien- 
tal declararon,  que  era  more- 
na como  el  trigo,  es  decir,  tri- 
gueña: opinión  que  ha  pre- 
valecido. Respecto  á  las  tradi- 
ciones que  hacen  á  San  Lucas 
pintor  ó  escultor,  ó  ambas  co- 
sas á  la  vez,  de  la  Virgen,  la 
crítica  no  encuentra  pruebas 
favorables,  pues  sólo  se  sabe 
que  dicho  Evangelista  era 
médico.  Las  imágenes  que  se 
le  atribuyen,  no  pueden  ser 
suyas,  porque  viviendo  él  en 
la  época  florecientísima  del 
arte  romano,  este  arte  hubie- 
ra inspirado  sus  obras,  y  no 


—  39  — 

serían,  como  son,  toscas,  mal 
hechas  y  de  un  g-usto  bárba- 
ro. Debo  estas  últimas  obser- 
vaciones á  mi  eruditísimo 
amig-o  el  Sr.  D.  Juan  Catalina 
García,  catedrático  de  Arqueo- 
logía y  de  Historia  de  las  Be- 
llas Artes. 


V 


IOS,  en  su  inmenso  álbum  cos- 
mogónico, ha  presentado  eternos 
modelos  para  la  arquitectura,  para 
la  pintura,  para  la  estatuaria,  para  la 
música,  para  la  poesía.  Quien  no  más 
que  por  su  sola  voluntad  pudo  hacerlo 
todo.  Ese  es  el  que  eligió  á  María  para 
hallar  en  sus  entrañas  noble  albergue, 
cuando  se  verificó  la  unión  hipostática 
del  verbo  divino  con  la  naturaleza  hu- 
mana. Esta  última  designación  debiera 
bastar  para  contener  todos  los  atrevimien 
tos  del  misticismo  pagano. 

La  Virgen,  tal  como  la  describe  San  Ep 
fanio,  hermosa  fué.  Las  bellezas  físicas, 
por  ley  natural,  tienen  fatales  términos, 
circunstanciales,  de  convención.  El  prin 
elemento  de  la  eterna,  de  la  absoluta,  rad 
en  las  virtudes  morales:  flores  que  jamás  se 
marchitan;  mariposas,  de  cuyas  alas  nunca  se 
desprenden  los  impalpables  átomos  del  oro  más 


42   — 


ñuo;  sonrisas  ctng-eiicalesque, 
ni  por  asomo,  se  convierten 
en  llanto.  Y  que  la  Virg-en 
María  fué  el  decliado  más  su- 
blime, %U  nihílsupra^  de  per- 
fecciones morales,  ¿quién  lo 
duda,  si  es  una  verdad  ma- 
ciza? 

Por  eso,  por  ser  quien  fué, 
se  borraron  todas  las  falsas 
liturgias;  por  eso  contribuyó 
á  que  se  arrancase  á  la  natu- 
raleza la  corona  con  que  Asia 
la  había  divinizado ,  y  por 
eso,  lleg-ando  con  el  fíat  mi/ii 
seciindum  verhum  luum,  á  ser 
madre  del  verdadero  Dios,  co- 
mo éste,  al  cabo,  tendrá  un 
solo  templo:  el  universo;  in- 
números altares:  los  corazo- 
nes de  todas  las  criaturas. 

José  María  NOGUÉS. 


ii^0^^ 


úoncluyós&  de  imprimir  este  cuaderno 
el  día  23  de  í^ehrero  de  Í807 , 
en  la  n^mproita  de  los  Sres.  dfC'ernando  y  (oompañia, 
(Quintana j  33 ^  ^íadrid. 


-»- 


Mayordomos  de  Palacio 


ilii 


]\^ayordoinos  de  Palacio 


INFORMACIÓN  HISTÓRICA 


\vy)  I,  abierto  el  libro  de  la.  historiarse  investiga 
y^)  cuál  fué  el  origen  de  las  más  ilustres  dinas- 
tías, muy  pocas  veces^  ninguna  acaso,  falta- 
ran testimonios  para  acreditar,  que  el  valor 
en  las  contiendas  belicosas  y  la  sabiduría  en  los 
tiempos  normales,  pusieron  los  atributos  de  las  más 
altas  investiduras  en  manos  de  los  que,  con  tan  sin- 
gulares prendas,  merecieron  tan  singulares  distin- 
ciones. Pero,  si  en  vez  de  proezas,  son  torpezas  las 
que  se  ejecutan;  si  la  afeminación  reemplaza  á  la 
virilidad,  entonces  la  í^ama  se  enoja,  y  como  águila 
hambrienta  que  sibre  la  caza  se  despeiía,  conviér- 
tese, al  cabo,  en  la  mayor  enemiga  de  los  que  de- 
generan en  pequeños,  por  no  hacer  lo  que  debie- 
ron para  ser  grandes.  Esto  aconteció  en  Francia 
con.  la  dinastía  merovingia. 

Tuvo  por  fundamento  el  entusiasmo  que  desper- 


IV    


taban  las  victorias  de  sus  primitivos  Reyes,  que  ni 
un  solo  punto  cejaron  en  el  empeño  patriótico  de 
reconquistar  lo  que  allí,  en  épocas  anteriores,  ha- 
bían debelado  las  armas  de  Julio  César.  Pero  des- 
pués de  Clodión,  Meroveo  y  Clodoveo  el  Grande, 
aunque  de  éstos  descendían,  hubo  Keyes  que,  ni 
en  actividad  supieron  igualar  á  sus  progenitores, 
ni  en  valor,  ni  en  aptitud  para  dirigir  la  nave  del 
Estado;  Reyes,  que  sobre  algunos  de  sus  subditos 
descargaron  el  peso  del  Cxobierno;  Reyes,  cuya  au- 
toridad vacilante  sólo  pudo  subsistir  mientras  no 
se  vio  desvanecido  el  prestigio  de  su  dinastía;  mien- 
tras las  proezas  realizadas  por  los  primeros  jefes 
de  los  francos,  que  conquistaron  las  Gralias,  no  que- 
daron obscurecidas  por  los  grandes  hechos  de  los 
últimos  Mayordomos  de  Palacio. 

Este  elevado  cargo  se  creó  en  Francia  á  poco  de 
haberse  establecido  la  dinastía,  y  los  designados 
para  su  desempeño,  al  principio  no  tenían,  cerca 
de  los  Reyes,  más  ocupación  que  la  de  presentarles 
las  peticiones  de  los  subditos.  Después  recibieron 
el  encargo  de  vigilar  la  conducta  de  los  demás  em- 
pleados de  Palacio.  Algo  más  tarde  intervinieron 
en  los  negocios  públicos,  y  poco  á  poco  fueron  en- 
sanchando el  límite  de  sus  facultades,  hasta  que, 
favorecidos  por  los  sucesos  y  por  la  debilidad  de 
los  Soberanos  á  quienes  servían,  llegaron  á  ser  en 
extremo  poderosos;  á  ejercer,  á  la  sombra  de  aqué- 
llos, la  soberanía,  y,  por  último,  á  ocupar  el  trono 
de  los  francos. 

Convienen  todos  los  escritores,  en  que  las  tur- 
bulencias, los  desórdenes  y  las  guerras  á  que  dio 


origen  la  rivalidad  entre  Brunequilda  y  Fredegun- 
da,  fueron  la  verdadera  causa  de  la  aparición  dé- 
los Mayordomos  de  Palacio,  influyendo  poderosa- 
mente en  los  asuntos  del  Estado. 

Clotario  II  logró  reunir  bajo  sü  cetro  todo  él 
país  que  conquistaron  los  francos  después  de  medio 
siglo  de  revueltas,  crueldades  y  asesinatos,  cuya 
mayor  parte  debióse  á  la  rivalidad  de  las  dos  rei- 
nas mencionadas.  Había  heredado  de  su  padre, 
Chilperico  I,  el  reino  de  Neustria,  y  por  la  fuerza 
de  las  armas  llegó  posteriormente  á  ser  dueño  de 
la  Austrasia  y  la  Borgoña,  cuyos  tronos  estaban 
ocupados  por  sus  sobrinos  Thierry  y  Tideberto. 
Mas,  por  circunstancias  que  originaron  los  sucesos 
anteriores,  no  pudo  conseguir  que  su  autoridad 
fuese  tan  respetada  como  quería  en  todos  sus  do- 
minios, y  la  oposición  que  encontró  entre  los  aus- 
trasianos  y  borgoñones  fué,  según  se  cree,  lo  que 
le  hizo  ceder  el  reino  de  Austrasia  á  su  hijo  Dago- 
berto  I.  Era  á  la  sazón  Mayordomo  de  este  país 
Pipino  de  Landen  ó  el  Viejo,  como  le  llamaban  al- 
gunos, el  cual  debía  su  elevación  á  Clotario  II,  con 
quien  Dagoberto  tuvo  guerra  á  poco  de  haber  em- 
pezado á  reinar,  siendo  la  causa,  el  no  querer  que 
su  padre  continúase  poseyendo  algunos  condados 
que  se  había  reservado.  Mas,  como  el  nuevo  Rey 
de  Austrasia  era  muy  joven,  no  falta  quien  atri- 
buya el  principio  de  esta  guerra  á  los  consejos  de 
Pipino  de  Landen,  tachándole  de  ingrato.  Este, 
como  ya  se  ha  dicho,  había  sido  Mayordomo  en 
Austrasia,  antes  de  que  reinara  en  ella  Dagoberto, 
y  tanto  aquél  como  Radón,  su  predecesor,  liabían 


VI 


ejercidj  autoridad  más  bien  como  regentes  que 
como  lugartenientes  del  Rey,  y  de  acjuí  nacieron 
en  Pipino  las  pretensiones  de  mandar,  sin  sujetar- 
se mucho  á  la  voluntad  del  Soberano,  á  quien  ha- 
bía dirigido  en  los  primeros  aiios  de  su  reinado. 
Así  fué  que,  llegado  Dagoberto  á  edad  en  que  ])udo 
conocer  la  condición  de  su  Mayordomo  de  Austra- 
sia,  confió  en  él  menos  que  antes,  destituyéndole 
por  último.  Pipino,  sin  embargo,  conservó  la  espe- 
ranza de  no  morir  sin  ser  repuesto,  para  lo  cual 
mantuvo  relaciones  con  algunos  austrasianos  prin- 
cipales, cuyo  auxilio,  en  su  sentir,  no  le  faltaría. 
Poco  después  murió  Dagoberto,  dejando  el  reino 
de  Neustria  á  Clovis  ó  Clodoveo  II,  bajo  la  tutela 
del  Mayordomo  Ega,  y  el  de  Austrasia  á  Sigeber- 
to  III,  de  quien  Pipino  logró  ser  tutor,  debiéndo- 
lo, no  al  Rey  difunto,  que  no  se  había  acordado  de 
él  para  confiarle  este  cargo,  sino  á  su  influencia  en 
la  Austrasia,  y  a  los  esfuerzos  de  Cuniberto,  Obis- 
po de  Colonia,  que  mucho  hizo  para  que  le  presta- 
ran su  apoyo  todos  los  nobles  austrasianos.  Dueño 
otra  vez  do  la  autoridad  de  este  reino,  trató  de  te- 
ner por  amigo  á  Ega,  y  si  para  gobernar  no  hicie- 
ron una  alianza  fundada  en  princi])ios  comunes,  es 
indudable  que  dirigieron  los  negocios  piiblicos. 
Como  si  obraran  concertadamente.  Cuando  empiezo 
á  reinar  Sigeberto  III,  no  tenía  más  de  oclio  años; 
su  hermano  Clovis  apenas  cinco ;  sus  guardadores, 
por  lo  tanto,  siendo  á  la  vez  Mayordomos  de  Pala- 
cio, podían  considerarse,  durante  la  menor  edad, 
como  regentes,  cada  cual  en  su  respectivo  reino.. 
Uno  y  otro,  después  de  haberse  apoderado  del  te- 


VII    


soro  piíblicOj  repartieron  el  oro  con  profusión,  pre- 
textando la  conveniencia  y  aun  la  necesidad  de  re- 
parar usurpaciones  cometidas  en  el  reinado  ante- 
rior; pero  en  realidad,  con  el  propósito  de  hacerse 
fuertes^  aumentando  el  número  de  sus  amigos  y 
partidarios.  Con  esto,  quedando  mal  parada  la  me- 
moria del  Eey  Dagoberto,  los  Mayordomos  adqui- 
rían títulos  para  que  se  les  considerase  como  con- 
trarios á  los  abusos  de  la  potestad  real,  y  así  ga- 
naban en  la  estimación  de  los  subditos,  séilalada- 
mente  en  la  de  la  nobleza,  tanto,  cuanto  perdía  la 
raza  Merovingia.  Pipino  murió  tres  aiios  después 
do  su  nueva  elevación,  amado  de  los  grandes,  á 
quienes  siempre  halagaba,  y  de  los  pueblos,  que 
habían  experimentado  los  efectos  ele  su  justicia. 

Grrimoaldo,  su  hijo,  le  sucedió  en  el  cargo  de 
Mayordomo  de  Austrasia ,  prevaleciendo  la  volun- 
tad de  Pipino  contra  una  ley  antigua  que  prohi- 
bía á  los  hijos  obtener  los  empleos  que  sus  padres 
habían  desempeñado  largo  tiempo;  pero  Otón,  que 
era  uno  de  los  señores  de  Austrasia  y  codiciaba  la 
Mayordomía,  pretendió  que  aquél  fuese  destituido 
de  tan  importante  cargo,  fundándose  en  esta  ley, 
invocada  más  por  su  ambición,  que  por  el  bien  do 
los  austrasianos.  Caro  lo  costó  el  intento,  porque 
Crrimoaldo  le  hizo  asesinar,  y  una  vez  libre  de  su 
competidor,  puso  todo  su  cuidado  en  apoderarse 
del  ánimo  del  Key.  Sigeberto  era  en  extremo  de- 
voto, y  como  en  aquel  tiempo  había  no  pocos  estí- 
mulos para  hacer  fundaciones  piadosas,  quiso  que 
á  él  se  debieran  algunas,  para  lo  cual  necesitó  gran- 
des cantidades,  que  nunca  dejó  de  suministrarlo  su- 


VIII 


diligente  Mayordomo.  Satisfechos  así  los  piadosos 
deseos  de  este  Monarca,  llegó  á  tener  en  mucho  al 
hombre  que,  tomando  sobre  sí  solo  el  grave  peso 
del  gobierno,  y  proporcionándole  siempre  tesoros, 
que  parecían  inagotables,  le  dejaba  consagrarse  en 
absoluto  á  sus  devotas  aficiones,  y  tanta  fué  su  gra- 
titud, que  designó,  para  que  le  heredase,  á  Childe- 
berto,  hijo  de  Grimoaldo.  Si  existió  ó  no  una  dis- 
posición testamentaria  en  tal  sentido,  aun  no  está 
comprobado;  pero,  bien  que  la  hubiera,  ó  bien  que 
el  ambicioso  Mayordomo  la  supusiese  para  dar  vi- 
sos de  justicia  á  la  usurpacóin,  es  indiscutible  que 
Childeberto  fué  coronado  en  Austrasia,  después  de 
la  muerte  de  aquel  Key.  diciéndose  que  éste,  en  su 
testamento,  lo  había  nombrado  heredero. 

Todo  vino  á  coincidir  con  la  desaparición  de  un 
hijo  que  aquél  tenía,  llamado  Dagoberto.  Más  de 
una  circunstancia  favorable  hubo  entonces,  para 
que  estos  acontecimientos  se  pudieran  realizar:  sin 
embargo,  el  usurpador  fué  destronado  y  su  padre 
decapitado,  por  acuerdo  de  Cloris  II,  quien  no 
podía  consentir  que  en  la  Austrasia  reinase  una 
nueva  dinastía,  en  perjuicio  de  la  Merovingia.  Con 
la  fuerza  de  las  armas  se  impuso,  y  castigada  la 
usurpación  con  la  muerte,  quedó  vencedor  y  dueño 
de  Francia.  En  todo  esto,  no  fué  pequeíia  la  inter- 
vención que  tuvo  Erchinvaldo  ó  Archambán,  Ma- 
yordomo de  Neustria,  á  cuya  moderada  conducta 
consagran  elogios  algunos  historiadores,  por  creer 
que  á  sus  esfuerzos  debióse,  en  esta  guerra  de  su- 
cesión, que  no  vencieran  los  Grimoaldos,  pues  aun 
cuando  no  se  le  ocultaba  que  el  triunfo  de  éstos 


—    IX    — 

podía  serle  favorable,  para  elevarse  por  idénticos 
modos,  tanto  como  ellos,  prefirió,  á  que  en  su  alma 
arraigasen  propósitos  ambiciosos,  consagrar  sus 
servicios  al  mantenimiento  de  la  dinastía  Mero- 
vingia. 

Algunos  escritores  atribuyen  el  trágico  fin  de 
Grimoaldo  á  los  Señores  poderosos  de  la  Austra- 
♦  sia,  y  no  á  Erchinvaldo,  á  quien  juzgan  más  cir- 
cunspecto y  menos  osado  que  aquél,  aunque  no 
menos  ambicioso,  creyendo  que  entonces  no  aspiró 
abiertamente  á  elevarse,  como  su  colega,  por  con- 
siderar que  no  eran  propicias  las  circunstancias. 
Hay  dos  razones  que,  hasta  cierto  punto,  corrobo- 
ran la  opinión  de  que  Erchinvaldo  habilidosamente 
ensanchaba  los  límites  de  su  autoridad.  Es  una,  que 
no  sabiendo  que  en  Escosa .  estaba  desterrado  el 
príncipe  Dagoberto,  dejó  que  este  asunto,  después 
de  la  muerte  de  Grimoaldo,  continuara  de  igual 
manera,  sin  olvidarse  de  unir,  como  lo  consiguió, 
á  la  mayordomía  de  Neustria,  la  de  Austrasia.  Es 
otra,  que  por  su  inñujo  en  el  ánimo  del  Rey,  éste 
se  casó  con  Batilde,  su  esclava. 

Valiéndose  de  todo  linaje  de  astucias,  logró  man- 
tenerse en  su  elevado  puesto  mientras  el  reinado 
de  Clodoveo  II,  y  aun  después  de  su  muerte,  hasta 
que  Ebroín  llegó  á  ocupar  su  puesto.  De  este  per- 
sonaje, dicen  unos  historiadores,  que  merece  gran- 
des elogios;  otros  ponderan  su  violencia,  su  cruel- 
dad y  su  perfidia.  Antes  de  su  elevación,  la  Eeina 
Batilde  había  tenido  no  escaso  predominio  en  el 
gobierno  del  Estado,  y  con  su  tacto  prudentísimo 
y  su  característica  dulzura,  había  logrado  mante- 


ncr  la  unión  entre  sus  hijos;  pero  el  nuevo  Mayor- 
domo, aspirando  á  ejercer  su  autoridad  sin  compar- 
tirla con  nadie,  logró  alejar  á  aquélla  para  siempre 
de  los  negocios  públicos.  Parece  que  Ebroín,  antes 
de  realizar  esto  y  mientras  aspiró  á  elevarse,  había 
aparentado  una  moderación  que  estaba  muy  lejos 
de  ser  la  verdadera;  pero  luego,  al)andonando  la 
máscara  que  le  había  servido  para  hacerse  dueño 
de  la  autoridad,  comenzó  á  usar  de  ella  en  daño  de 
algunos  de  los  principales  señores  de  Francia ,  ya 
expulsándolos  de  la  €Orte,  a  la  que  sin  su  permiso 
no  podían  regresar;  ya  despojándolos  de  sus  bienes 
y  hasta  haciéndoles  perder  la  vida.  Todo  esto  sin 
razón  que  lo  justificase,  como  afirman  algunos  es- 
critores. La  mayor  parte  de  los  potentados  que  ha- 
bínn  sido  objeto  de  aquellas  determinaciones  eran 
austrasianos.  El  descontento  de  los  unos  y  el  recelo 
de  los  otros,  junto  con  el  natural  deseo  de  evitar 
los  males  con  que  todos  se  veían  amenazados,  les 
impulsó  á  separarse  de  In.  Neustria  y  formar  otro 
reino  de  la  Austrasia,  eligiendo  por  Rey  á  Childe- 
rico  II,  que  consintió  en  ponerse  al  frente  de  los 
que  se  alznJ)an  contra  el  poderoso  Mayordomo. 

Muerto  Clotario  III  en  670,  sin  haber  dejado 
áücesión,  hizo  Ebroín  que  ocupase  el  trono  Thie- 
rry  II;  y  esto  sin  consultar  con  nadie  ."sin  duda 
con  la  idea  de  que,  debiéndole  exclusivamente  la 
corona,  el  Rey  se  contentara  con  serlo  en  el  nom- 
l!>re.  mientras  él  continuaba  gobernando  sin  estor- 
bo, como  en  el  anterior  reinado.  Este  proceder  oca- 
sionó tal  descontento,  que  de  allí  á  poco  estalló 
una  sublevación,  en  la  que  tuvo  no  pequeña  parte 


---      XI     WT^ 

■Legerio;  Obispo  do  Autun^  y  las  consecuencias  fue- 
ron destronar  á  Tliierry,  encerrarle  con  Ebroín  en 
un  Monasterio ,  para  que  pasaran  allí  el  resto  de 
sus  días,  Y  proclamar  Eey  de  toda  la  Francia  á 
Childerico  11,  que  por  entonces  ocupaba  el  trono 
de  hv  Austrasia.  Pero  el  mencionado  Obispo ,  hom- 
bre inflexible  y  severamente  virtuoso,  tardó  poco 
en  perder  la  gracia  de  Childerico ,  no  obstante  que 
éste  le  debía  el  acrecentamiento  de  su  señorío.  La 
virtud  del  prelado  no  podía  avenirse  con  los  vicios 
del  Monarca  débil  y  corroiupido.  Legerio,  á  quien 
acusaron  ílilsamente  de  haber  conspirado  contra  su 
Príncipe,  fué  condenado  por  éste  á  vivir  en  el  mis- 
mo encierro  donde  Ebroín  se  encontraba. 

Después  de  breve  reinado,  Childerico  murió  á 
manos  de  un  asesino.  Su  hermano  Thierrv,  ha- 
hiendo  conseguido  salir  del  Monasterio,  volvió  á 
-empuñar  el  cetro,  y  tomó  por  Mayordomo  á  Leu- 
des, hijo  de  Erchinvaldo,  que,  como  ya  hemos  di- 
cho, había  ejercido  esta  autoridad  en  tiempos  an- 
-teriores.  Ebroín  recobró  su  libertad  muy  poco  des- 
pués; mas,  por  desgracia,  permanecía  vivo  su  deseo 
de  continuar  gobernando  la  Francia,  y  como  en- 
contró ocupado  su  puesto,  comenzó  á  reunir  gente 
perdida  y  descontenta,  que,  bajo  su  mando,  le  sir- 
vió para  elevarse  de  nuevo.  Estalló,  pues,  la  guerra 
entre  Thierry  y  su  antiguo  Mayordomo,  quien  con 
astucia  atrajo  á  Leudes  á  una  conferencia,  y  lo  ase- 
sinó. Después,  fingiendo  que  existía  un  hijo  de  Cío-, 
tario  III,  llamado  Clovis,  lo  hizo  proclamar  Rey. 
Legerio  dejó  también  la  clausura,  y  no  queriendo 
reconocer  al  nuevo  Monarca,  el  ambicioso  y, tur- 


—   XII    — 

bulento  Ebroín  lo  sitio  en  Autun,  donde  al  cabo 
tuvo  que  rendirse.  El  vencedor,  lejos  de  respetar 
la  virtud  de  aquel  Prelado,  mandó  que  le  sacaran 
los  ojos  y  que  le  abandonasen  en  lo  más  espeso  de 
un  bosque,  para  que  las  fieras  ó  el  hambre  pusie- 
sen fin  á  su  existencia.  Hubo,  sin  embargo,  quien 
condoliéndose  del  infeliz  Prelado,  acudió  en  su  so- 
corro y  se  lo  llevó  á  un  retiro,  donde  no  tardó 
mucho  en  ser  descubierto  por  su  implacable  ene- 
migo, que  al  fin  le  hizo  dar  muerte. 

Thierry,  viendo  que  Ebroín  avanzaba  con  sus 
tropas  hacia  París,  y  no  atreviéndose  á  resistirle, 
consintió  en  hacerle  su  Mayordomo.  Este,  así  que 
tuvo  ocasión,  dispuso  que  sacrificasen  á  Clovis,  al 
que  había  hecho  proclamar  Rey,  viendo  en  él  sólo 
un  instrumento  que  ya  no  le  servía  para  llevar  á 
cabo  sus  planes  ambiciosos.  Dueño  otra  vez  Ebroín 
de  la  autoridad  suprema,  en  cuyo  ejercicio  ningu- 
na ó  casi  ninguna  intervención  dejaba  al  Monarca, 
se  renovaron  las  persecuciones  contra  muchas  per- 
sonas que  con  él  tenían  enemistad,  ó  que  se  distin- 
guían por  su  inñujo  ó  sus  riquezas.  Algunos  es- 
critores han  considerado  la  conducta  de  este  Ma- 
yordomo, sobre  todo  en  el  último  período  de  su 
mando,  más  bien  como  hija  del  empeño  de  dar  uni- 
dad á  la  nación  y  fortalecer  á  la  monarquía  á  costa 
del  poder  de  la  nobleza,  que  como  nacida  única- 
mente del  deseo  de  vengarse  y  de  anular  á  sus  ene- 
migos. Pero,  aunque  así  fuera,  es  lo  cierto  que  pro- 
vocó nuevas  inquietudes  en  la  Austrasia,  adonde 
acudieron  muchos  descontentos  de  la  Neustria, 
que,    unidos  á  los   austrasianos,   aumentaron   su 


—   XIII 


fuerza  y  aclamaron  por  Key  á  un  príncipe,  de 
nombre  Dagoberto,  hijo  de  Sigeberto  III. 

De  día  en  día  iba,  pues,  siendo  más  tenaz  y  por- 
fiada aquella  lucha,  amenazando  con  mayores  ma- 
les á  la  Francia.  El  nuevo  R-ey  de  Austrasia  fué 
muerto,  segiin  se  cree,  por  asesinos  cuyos  brazos 
armó  el  mismo  Ebroín,  y  los  austrasianos  enton- 
ces depositaron  su  confianza  y  dieron  el  mando  a 
Martín  y  á  Pipino  del  Heristal ,  con  el  título  de 
Duques..  El  primero  de  ellos  murió  asesinado  en 
Lyón,  donde  Ebroín  consiguió  penetrar,  burlando 
la  buena  fe  de  Egiberto,  Obispo  de  París,  y  la  de 
Rieul,  Obispo  de  Reims;  pero  al  segundo  cupo  me- 
jor suerte,  favoreciéndole  no  poco  la  circunstancia 
de  que  Ebroín  fuese  muerto  por  un  señor  llamado 
Ermanfroi,  á  quien  aquél  amenazó  con  la  pérdida 
de  la  vida,  y  en  venganza,  tal  vez,  de  haberle  des- 
pojado de  sus  bienes. 

Pipino,  aunque  debía  su  autoridad  á  los  nobles 
descontentos,  siguió  luchando  en  favor  de  sus  pre- 
tensiones; siempre  con  la  esperanza  de  que  el  triun- 
fo le  llevaría  al  puesto  que  la  muerte  de  Ebroín 
había  dejado  vacante..  Thierry  rehusaba  devolver 
á  la  nobleza  los  privilegios  de  que  la  habían  pri- 
vado, y  era  aún  mayor  su  repugnancia  á  la  resti- 
tución de  los  bienes  eclesiásticos  que  se  habían 
dadora  los  legos,  á  condición  de  servir  en  la  mili- 
cia; pero  estrechado  cada  vez  más  por  Pipino,  se 
dio  una  batalla  en  Testry,  donde  la  suerte  de  las 
armas  favoreció  al  Duque  de  Austrasia.  Dirigióse 
éste  en  seguida  hacia  París  con  su  ejército  victo- 
rioso ,  y  tuvo  la  fortuna  de  hacer  -prisionero  al 


—    XIV    — 

mismo  Hoy.  ([uc  ])ür  fuerza  hubo  de  nombrarle 
Mayordomo  do  Neustria  y  Austrasia.  Pipino  ejer- 
•ció  la  autoridad  durante  la  vida  de  Thierry,  más 
bien  como  Soberano  que  como  Ministro  7  sirvién- 
dolo el  liey  sólo  para  que  diera  fuerza  á  sus  man- 
datos con  el  prestigio  do  su  dinastía,  y  de  igual 
manera  continuó  gobernando  en  los  reinados  de 
Cío  vis  III,  Childeberto  III  y  Dagoberto  III,  que 
le  debieron  sentarse  en  el  trono.  En  su  tiempo  se 
estableció  por  ley  en  una  Asamblea  general,  que 
al  que  cometiese  un  robo  se  le  sacase  un  ojo;  que. 
al  que  fuese  por  primera  vez  reincidente,  se  le  cor- 
tara la  nariz,  y  que  la  segunda  reincidencia  fuese 
castigada  con  la  muerte.  Gobernó  á  Francia  ])or 
espacio  de  veintisiete  ailos,  murió  en  714,  y  fué  el 
último  acto  do  su  vida  política  transmitir  su  auto- 
ridad á  sus  descendientes.  El  cargo,  pues,  de  Ma- 
yordomo de  Palacio,  si  de  derecho  no  era  heredi- 
tario como  la  monarquía,  éralo  ya  de  hecho  en  una 
familia  a  cuyo  engrandecimiento  contribuía,  por 
una  parte,  el  mérito  de  sus  individuos,  y  por  otra, 
la  degeneración  de  la  raza  Merovingia. 

Destinó  Pipino  el  principado  de  Austrasia  para 
Drogón,  que  era  el  mayor  de  sus  hijos  legítimos, 
y  la  Mayordomía  de  Neustria  y  Borgoíla  para 
(Trimoaldo,  que  era  el  menor;  pero  como  éste  mu- 
rió antes  que  su  padre,  recayó  la  sucesión  en  su 
hijo  Theobaldo,  que,  teniendo  apenas  seis  afios, 
quedó  bajo  la  tutela  de  Plectrude,  viuda  de  Pipí- 
no*  Dagoberto  III  tenía  entonces  doce  años,  edad 
insuficiente  para  gobernar;  pero  su  ministTO  hereV 
ditario  era  incapaz  por  la  misma  causa,  y  por  con' 


xv  — 


siíj^uiente.  la  ref^encia  del)ía  ser  ejercida  por  Plec- 
trude.  A  más  de  estos  hijos  tuvo  Pipino  á  Childe- 
brando.  cuya  madre  es  desconocida,  y  á  Carlos, 
(j^ue  nació  de  Alpaida;  pero  aml)os  eran  ilegítimos. 
Los  primeros  actos  de  Plectrude,  como  regente, 
no  ])odían  menos  de  justificar  la  elección  que  había 
hecho  su  marido.  Eecelosa  de  que  Carlos  el  Bas- 
tardo, cuyo  carácter  y  talento  eran  notorios.  as])i- 
rase  á  ])articipar  del  podei-  de  su  familia,  ordenó 
que  lo  encerraran  en  luia  prisión,  en  Colonia.  Sin 
que  nadie  se  opusiese  en  nombre  de  su  nieto  Ar- 
noldo.  tomó  las  riendas  del  gobierno  de  Austrasia. 
porque  su  hijo  Drogón  baldía  muerto;  mas  no  su- 
cedió lo  mismo  con  la  Mayordomía  de  Ncustria  y 
Borgoña.  por([ue  Dagoberto,  queriendo  reco])rar 
su  autoridad,  como  le  aconsejaban  algunos  seño- 
res, tenía  un  ejército  que  se  encaminaba  á  la  Aus- 
trasia. bajo  Lis  órdenes  de  Rainfroi.  contra  el  cual 
enviaba  otro  la  regente,  ^'iniendo  en  él  su  nieto 
Theobaldo.  La  suerte  de  las  armas,  en  los  primeros 
encuentros,  no  favoreció  las  pretensiones  de  la  viu- 
da de  PipinO;  y  la  Austrasia,  ]3or  lo  tanto,  amena- 
zada estaba  de  una  invasión,  como  que  en  ella 
principalmente  era  donde  convenía  atacar  el  poder 
de  esta  familia.  Mas.  por  fortuna  de  los  austrasia- 
nos,  las  puertas  del  recinto  donde  Carlos  Martel 
vivía  condenado  á  triste  cautiverio,  no  se  habían 
cerrado  de  modo  (pie  jamás  ]nidieran  abrirse,  y 
habiendo  conseguido  burlar  la  vigilancia  de  sus 
guardianes,  no  sólo  consiguió  recolara r  la  libertad, 
sino  tener  un  ejército  bajo  su  mando,  con  el  que 
<lió  principio  á  su  ])rosperidad  y  á  sus  hazañas. 


—    XVl    — 

Habiéndolo  rocihido  Jos  austi'asianos  como  liljcrta- 
(lor  y  como  si  vieran  on  él  al  heredero  de  los  ta- 
lentos y  de  las  ^-randes  cualidades  de  su  padre, 
acudieron  todos  á  ponerse  bajo  su  mando.  ])refi- 
i-ioiidí)  su  ^'obierno  al  de  Plectrude;  ])0]-o  Carlos 
Martel  no  ])or  eso  ])ensó  en  vengarse  de  su  perse- 
guidora, sino  en  impedir,  con  las  fuerzas  ([ue  acau- 
dillaba, (pío  la  Austi-asia  fuese  invadida,  lo  cual 
consiguió,  contribuyendo  no  poco  al  próspero  su- 
ceso de  esta  su  ])riinora  om])resa  militar,  la  ayuda 
do  Robode,  Du([Uo  do  los  Frisónos,  que  no  cesaba 
de  hacer  esfuerzos  jjara  recobrar  la  parte  de  sus 
Estados  usurpada  por  Pipino.  Carlos  Martel,  á 
quien  consideraban  como  el  escudo  de  la  Austrasia 
por  su  talento  y  valor,  y,  sobre  todo,  ])or  la  for- 
tuna con  ([uo  había  combatido  en  aquella  guerra, 
recibió  do  los  austrasianos  el  título  do  Príncipe,  y 
en  seguida  movió  sus  armns  contra  Plectrude  y 
sus  hijos,  que  se  habían  hecho  fuertes  en  Colonia, 
donde  los  sitió,  logrando  hacerlos  prisioneros.  Su 
moderación  en  la  victoria  fué  ciertamente  digna 
de  elogio,  pues  renunciando  á  la  venganza,  perdo- 
nó á  todos  los  que  le  habían  condenado  á  vivir  en 
cautiverio. 

La  guerra,  sin  embargo,  no  cesaba.  Chilporico 
continuó  resistiéndose  al  poder  de  Carlos  ]\[artol; 
pero  falto  de  las  cualidades  necesarias  para  luchar 
con  probabilidades  do  éxito,  al  cabo  fué  vencido  y 
destronado  por  el  hijo  bastardo  do  Pipino.  El  ven- 
cedor, á  pesar  de  todo,  no  atreviéndose  á  poner 
sobre  sus  sienes  la  corona  do  los  Poyos  Morovin- 
gios,  se  contentó  con  elevar  al  trono  á  un  Príncipe 


—   XVII    — 

(lo  esta  i-aza  llamado  Clotario;  joues,  aunque  para 
aquella  nación  era  el  valor  la  más  sublime  de  las 
virtudes,  aunque  dueño  de  la  Neustria  por  la  fuer- 
za de  las  armas,  y  aunque  su  autoridad  estaba  bien 
asegurada  en  la  Austrasia,  hubo,  sin  duda,  de  re- 
celar que  los  franceses  no  querrían  tenerle  por  So- 
berano, mientras  existiese  alguna  i'ama  de  la  es- 
tirpe de  sus  primeros  Reyes. 

Muerto  Clotario,  cuyo  reinado  fué  muy  breve, 
hizo  Carlos  Martel  que  volviera  á  ocupar  el  trono 
el  débil  Chilperico,  á  quien  dio  un  título  sin  poder, 
Y  en  CUYO  nombre  continuó  eierciendo  la  autori- 
dad  suprema  en  la  Neustria,  en  la  Austi'asia  y  en 
la  Borgoña.  Entonces  dedicó  su  principal  cuidado 
á  robustecer  el  cuerpo  ])olítico,  que  había  perdido 
no  ])Oca  parte  de  su  fuerza,  á  consecuencia  de  los 
desói'denes  y  turbulencias  do  los  reinados  anterio- 
ras; y  cuando  lo  hubo  conseguido,  emprendió  la 
guerra  contra  algunas  provincias  germánicas,  que 
desde  algunos  siglos  antes  venían  siendo  tributa- 
rias de  la  Francia.  En  esta  empresa  no  fué  menos 
afortunado  que  en  las  anteriores.  La  Suabia,  la 
Turingia  y  la  Sajonia  quedaron  enteramente  so- 
metidas; los  bosques  sagrados  de  los  Frisónos  fue- 
ron quemados;  sus  ídolos  echados  por  tierra,  y 
muerto  Popón,  su  caudillo,  que  había  hecho  cuan- 
to pudo  en  favor  de  su  independencia. 

Con  ser  tan  importantes  estas  victorias,  ninguna 
de  ellas,  sin  embargo,  dio  tanta  celebridad  á  Car- 
los Martel  como  las  que  más  tarde  alcanzó  pelean- 
do contra  los  sarracenos.  Vencedores  éstos  en  Asia 
y  en  África,  donde  su  religión  y  su  ley  habían  que- 


—    XVIII    — 

dado  triunfantes.  |)onotrai'f)n  on  Es])aña  con  inten- 
to de  extender  el  Islamismo  por  toda  Eur()])a.  y 
llegaron  liasta  el  interior  de  Francia,  favorecidos. 
se<^ún  dicen  al<^'unos  liistoriadores.  ])or  Endón.  Du- 
que de  Aquitania.  (pie  as]ñral)a  á  ser  Rey  j)or  me- 
dio de  una  alianza  con  los  infieles;  poro  en  los  lla- 
nos de  Tonrs  encontraron  un  ejército  acaudillado 
por  Carlos  Martel.  (piien  después  de  al<^'unos  días 
de  escaramuzas,  les  dio  una  batalla  decisiva  y  lo- 
<4ró  derrotarlos.  Opinan  algunos  escritores,  ([ue  el 
sobrenombre  de  Martel  se  le  dio  á  consecuencia  de 
los  terribles  golpos  (]ue  descargó  sobre  los  musli- 
mes en  esta  memorable  jornada:  mas.  aun(|ue  así 
no  hubiera  sido,  es  indudable  que  á  su  valor  y  pe- 
ricia militar  debió  la  Francia  el  (piedar  libre,  por 
entonces,  de  la  imasión  sarracena. 

Eazón  hay  ])ai'a  creer,  (pie  tanta  j)rosperidad  no 
podía  menos  de  despei'tar  en  el  corazón  de  Carlo> 
el  deseo  de  ceñirse  la  corona,  luego  (pie  murió 
Thierry  de  Chelles.  fantasma  de  Rey.  á  (piien  ha- 
bía elevado  al  trono  después  de  la  muerte  de  Chil- 
perico  ])ara  seguir,  como  antes,  ejerciendo  el  ])oder 
supremo.  En  realidad  él  era  el  soberano  de  Fran- 
cia, no  los  (pie  llevaban  el  nombre  de  Eey.  desde 
(jue  fué  destronado  Chil])erico. 

Carlos  Martel  había  hecho  (pie  los  eclesiásticos, 
exentos  antes  de  toda  especie  de  tributos,  contri- 
buyesen al  sostenimiento  (le  las  cargas  del  Estado; 
además,  había  dado  á  los  legos  los  bienes  afectos  á 
las  iglesias,  y  ])or  lo  tanto  recelaba  ([ue  la  opinión 
del  clero,  cuya  inñuencia  política  no  era  ])Oca.  fue- 
se contraria  á  su  engrandecimiento.  Así.  jnies.  con- 


XIX 


tiniió  t^obernaiido  con  el  título  que  había  tenido 
hasta  entonces;  pero  dejó  ([ue  el  trono  siguiera  va- 
cante, ó  para  acostumbrar  á  la  nación  á  obedecerle 
como  soberano,  ó  porque  ya  le  era  muy  enojoso 
tener  que  mandar,  reconociendo  de  algún  modo  en 
otra  persona  una  superioridad  que  no  existía.  En- 
tretanto, nuevas  incursiones  de  los  sarracenos  en 
Francia  le  ofrecieron  ocasiones  para  dar  mayor 
fuerza  á  su  poder  y  mayor  aumento  á  su  gloria. 
Por  oti'a  ]:)ai'te,  los  i'omanos,  á  quienes  amenaza- 
ban los  lombardos  y  los  Emperadores  de  Oriente, 
demandaron  más  de  una  vez  su  auxilio,  y  hasta 
llegó  el  caso  de  que  los  embajadores  del  Papa  Gre- 
gorio líl,  puestos  á  sus  pies,  le  ofreciesen  la  sobe- 
ranía de  Koma  y  el  título  de  patricio  en  recom- 
pensa de  los  auxilios  que  imploraban;  pero  de  nada 
de  esto  pudo  a])rovecharse,  estando  ya  gravemente 
enfermo  y  muy  cercano  al  término  de  su  vida.  En 
efecto;  murió  de  allí  á  poco,  en  741,  á  los  treintta 
y  ocho  años  de  edad,  y  á  los  veintitrés  de  su  go- 
bernación, sin  haberse  ceñido  la  corona  de  Fran- 
cia; pei'o  dejcxndola  casi  asegurada  para  su  descen- 
dencia. 

CarloTnagno.  hijo  mayor  de  Carlos  Martel,  obtu- 
vo el  pi-incipado  de  Austrasia;  Pipino  el  Breve,  lla- 
mado así  por  la  petpieñez  de  su  estatura,  aunque 
podía  llamarse  el  (íi-ande  por  su  talento  y  valor, 
obtuvo  las  Mayordoinías  de  Neustria  y  Borgoña: 
y  (Irifón,  que  era  hijo  natural,  consiguió  que  su 
padre  le  dejase  algunos  condados  importantes,  con 
lo  cual  no  quedó  satisfecha  su  ambición.  Tales  fue- 
ron las  particione-í  que  hizo  Carlos  Mai'tel  al  mo- 


—  w   — 

rir.  (lisponioiido  dr-'  la  autoriflad  snpi'r^ina  como  si 
fuese  sf)))ci'an().  particiones  que  se  confirmaron  ])()r 
los  capitanes  ])i*incipales.  como  si  no  existiese  Prín- 
ci[)e  al<>"inu)  do  la  i-aza  ]\[erovin<^ia  (pie  tu^'iese  de- 
reclio  á  la  corona.  Sin  eml)arg'0.  no  ei-a  nuiy  fa\'.)- 
i-a])lo  la  situación  en  (pie  Pipino  el  Breve  se  halla- 
l)a  á  la  muerte  de  su  padi'c.  ])ues  le  temían  l)s 
^•randes  y  el  clero,  á  (piienes  aípiél  había  trata- 
do con  dureza,  y  no  le  amaba  el  ])ueblo.  (\ne  to- 
davía conservaba  cierta  adhesi(')n  res])etuosa  á  1 1 
fimilia  de  sus  anti()*uos  Eeyes.  De  la  única  ^ente 
de  (piien  no  tenía  motivo  al<4"uno  para  desconfia i\ 
era  la  de  <>*uerra:  i)ero  él.  ])ersuadido  de  que  su  po- 
der no  estaba  asegurado,  mientras  se  fundase  sólo 
en  el  tei'ror.  ])ensó  en  hacerse  amai*  y  en  adquirii" 
partidarios  en  todas  las  clases  ])or  medio  de  nua 
moderacií'ni  (pie  ocultaba  sus  ambiciosos  ])royectos. 
Corrían  entre  la  gente  descontenta  algunos  rumo- 
res, que  acogía  favorablemente  la  general  ignoran- 
cia, Y  en  (|ue  iban  envueltas  las  quejas  contra  el 
anterior  gobierno.  Decíase,  entre  otras  cosas,  que 
Carlos  Martel  estaba  condenado,  y  con  esto  se  as- 
piraba sin  duda  á  la  devolución  de  los  bienes  ecle- 
siásticos con  que  se  habían  formado  los  beneficios 
militares;  mas  Pipino.  lejos  de  castigar  á  los  mur- 
muradores, ni  de  hacer  nada  ])ara  re])rimirlos,  fin- 
gió partici])ar  de  la  ^  ulgar  creencia,  y  los  halagó 
con  A'anas  promesas.  Así  los  convirtió  en  instru- 
mentos de  su  prosperidad,  y  cuando  le  importuna- 
ban ])ara  (pie  devolviese  los  bienes  eclesiásticos, 
eludía  las  pretensiones,  alegando  que  podía  ser  fu- 
nesto descontentar  á  la  gente  de  i>'uerra.  tan  nece- 


X\I   — 


saria  para  mantener  en  la  sujeción  á  los  pueblos 
indóciles  y  propensos  á  su])levarse.  y  que  en  aque- 
llas circunstancias  era.  por  lo  menos,  una  temeri- 
dad hacer  mudanza  alguna  respecto  á  los  benefi- 
cios militares.  Pero  no  eran  estos  los  únicos  moti- 
vos de  inquietud  que  tenía  el  nuevo  gobernador  de 
Francia;  pues  además,  los  pueblos  tributarios  se 
sublevaban  con  frecuencia,  diciendo  que  estal)an 
relevados  de  sus  juramentos,  si  la  raza  Mero^dn- 
gia  dejaba  de  reinar  ó  se  extinguía.  Era  evidentí- 
sima la  necesidad  de  que  el  trono  vacante  fuese 
ocu2:>ado  por  alguien,  y  Pipino  hizo  que  fuese  co- 
ronado Childerico  III. 

Carlomagno.  sin  embargo,  no  quiso  reconocer  al 
nuevo  Rey.  y  continuó  gobernando  la  Austrasia 
con  independencia,  para  lo  cual  eran  muy  favora- 
bles las  circunstancias  en  que  este  país  se  encon- 
traba. Asíj  pues,  viendo  Pi])ino  cuánto  más  venta- 
josa había  venido  á  ser  la  situación  de  su  hermanOj 
y  cuánto  le  im])ortaba  extender  su  autoridad  al 
país  que  se  mantenía  independiente  del  Soberano 
de  Neustria.  pensó  luego  en  conseguirlo  por  medio 
de  una  cesión,  teniendo  la  fortuna  de  encontrar  un 
tanto  dispuesto  á  ella  el  ánimo  de  Carlomagno.  á 
quien,  por  otra  parte,  no  juzgaba  muy  á  ])roi)ósito 
para  el  gobierno  de  un  Estado.  Muy  hondo  íúé  el 
disgusto  que  en  el  ánimo  del  Príncipe  de  Austra- 
sia causó  la  idea  de  la  condenación  de  Carlos  Mar- 
tel.  llegando  hasta  el  punto  de  entristecerle  nni- 
cho,  y  aun  de  hacerle  pensar,  á  veces,  en  (pie  })o- 
dría  expiar  las  culpas  de  su  padre  retirándose  á 
vivir  ])iadosamente  en  un  monasterio.  Estas  ideas, 


—    Wli    — 


011  vez  de  perder  fuerzas,  las  aci-ecentaroii  de  día 
en  día  con  las  sugestiones  de  personas  encargadas 
])()r  Pipino  de  aJimentarlas,  y  Carlomagno.  al  cabo^ 
renunció  en  favor  de  éste  el  principado  de  la  Aus- 
trasia. 

(Irifón,  cuyo  natural  era  inquieto,  y  cuya  ambi- 
ción le  impulsaba  á  las  revueltas,  sublevó  poco  des- 
pués á  los  sajones,  contra  quienes  tuvo  Pipino  que 
hacer  uso  de  las  armas,  y  después  de  halterios  ven- 
cido y  de  imponerles  nuevos  tributos,  fué  contra 
el  rebelde  hei-mano ,  que  aunque  vencido  en  Sajo- 
nia  y  fugitivo,  había  logrado  apoderarse  del  duca- 
do de  Baviera.  Medió  en  esta  contienda  el  Papa 
Zacarías,  á  instancias  de  Carlomagno;  pero,  á  pesar 
de  su  mediación,  la  guerra  no  tuvo  fin  hasta  que 
Pipino  logró  'destruir  las  fuerzas  de  su  hermano, 
bien  que  no  abusó  de  la  victoria,  sino  por  el  con- 
trario, se  mostró  clemente  después  de  ella,  perdo- 
nando á  todos  y  dando  á  Grifón  la  ciudad  de  Man 
con  otros  doce  condados.  El  ])ueblo.  cada  vez  más 
admirado  de  las  gi-andes  cualidades  del  poderoso 
Mayordomo  de  Neustria  y  Borgoña.  le  colmaba  de 
elogios,  y  los  seilores  que  le  habían  seguido  en  es- 
tas expediciones,  y  los  Prelados,  cuyo  mayor  mi- 
mero  le  era  deudor  de  sus  dignidades,  se  mostra- 
ban favorables  á  los  deseos,  (pie  dejaba  traslucir, 
de  ceñirse  la  corona:  unos  y  otros  estaban  halaga- 
dos por  él,  y  la  infiuencia  (|ue  ya  tenían  en  las  de- 
liberaciones piiblicas,  les  liacía  no  temer  los  abusos 
de  la  autoridad.  Por  otra  parte,  ])oco  les  impiorta- 
ba  que  Pipino  reinase  con  el  título  de  Mayordomo, 
como   estaba   sucediendo,    ó  con   otro  cualquiera; 


—  xxni    — 


pero  les  detenía  un  escrúpulo  de  conciencia ^  pues 
creían,  ([ue  sin  merecer  el  casti^'o  de  Dios,  no  po- 
dían quebrantar  el  juramento  prestado  á  Childe- 
rico.  Pipino  ñngió  aprobar  esta  escrupulosidad,  en 
vez  de  censurarla;  mas  para  que  no  les  detuviera 
un  obstáculo  fácil  de  vencer,  pro])uso  enviar  una 
embajada  al  Pontífice  Zacarías,  con  el  objeto  de 
consultarle  sol)re  lo  que  era  lícito  en  aquella  cues- 
tión, que  interesaba  á  la  conciencia.  Encar^'áronse 
de  la  embajada  Buchard,  Olñspo  de  Yersbourg,  y 
Fulrade,  quienes  en  presencia  del  Pastor  Supremo 
de  la  cristiandad,  hicieron  un  elogio,  no  inmereci- 
do, aunque  ])onq30so,  de  las  grandes  cualidades  de 
Pipino,  y  hablaron  de  muy  distinta  manera  de 
Childerico,  sombra  ó  fantasma  de  Rey,  cuya  vo- 
luntad, ni  en  bien  ni  en  mal  del  Estado  influía. 
Consultáronle,  después  de  esto,  si  debía  ocu])ar  el 
trono  el  ([ue,  adornado  con  ol  título  de  Eey,  des- 
cargaba enteramente  sobre  otro  el  peso  de  los  ne- 
gocios piíblicos,  sin  cuidar,  poco  ni  mucho,  del 
bien  de  sus  subditos :  ó  el  que ,  por  el  contrario, 
en  paz  y  en  guerra  ejercía  una  autoridad  de  to- 
dos respetada;  y  como  la  respuesta  del  Pontífice 
fué,  aunque  no  nniy  terminante,  favorable  á  los 
deseos  de  Pipino,  volvieron  á  toda  ])risa  con  ella 
los  embajadores,  y  se  acordó,  en  consecuencia, 
destronar  á  Childerico  y  proclamar  á  aquél  Rey 
de  Francia. 

Todo  esto  fué  obra  de  poco  tiempo.  Pipino,  de- 
seando que  su  dinastía  estuviese  escudada  ])or  la 
religión,  se  hizo  consagrar  en  Reims.  El  fué  el  líl- 
timo  Mayordomo  de  Palacio;  en  él  principió  la  raza 


—    XXIV    — 


do  los  Reyes  que  después  se  Ihiin  ii'()n  (Jai'lovin^ios, 
y  011  Childorico  acabó  la  do  los  .Meiovin.^ios. 


No  es  absolutamente  nuestro  cuanto  dejamos 
dicho  en  la  precedente  Información  JiistOríca:  en- 
cuéntrase diseminado  en  las  obras  que  nos  han  ser- 
vido de  í^'uía.  ])or()^ue  en  trabajos  de  esta  índole  no 
basta  imaginar  ni  escribir  con  recursos  propios;  es 
indispensable  com])robar,  recurriendo  á  las  autori- 
dades que  hayan  alcanzado  mayor  respete. 


JVEayordomos  de  Palacio 

en  la  Corte  de  España 


Ss\f^  AY  que  recurrir  á  los  grandes  modelos  para 
'  salir  de  las  g-randes  dificultades. 

En  el  principio .. .  así  comienza  el  primer  li- 
bro de  la  Biblia. 

En  los  tiempos  antiguos...  así  comenzaremos  nosotros 
para  establecer  el  g-énesis,  no  aplicando  ahora  la  pa- 
labra á  ning-ún  sistema  cosmog-ónico,  sino  ala  g-ene- 
ración,  al  origen  ó  principio  délas  Mayordomías  en 
el  Alcázar  de  nuestros  Reyes. 

Para  esto,  ¿en  cuál  época,  de  las  en  que  está  divi- 
dida la  Historia  de  España,  nos  fijamos? 

¿Cuando  los  fenicios,  griegos  y  cartagineses  inva- 
dieron nuestro  territorio? 

¿Cuando  dominaron  los  romanos? 

No  hay  documento  alguno  del  que,  ni  aun  tortu- 
rando la  suspicacia,  se  puedan  extraer  materiales, 
por  livianos  que  sean,  para  dar  respuesta  afirmativa, 
y,  si  se  diera,  parecería  un  delirio. 

Que  esto  suceda  no  debe  sorprender  á  nadie,  si  se 
tiene  presente  que  el  estruendo  de  Palas  turba  el  re- 


—  2G  — 

poso  (le  Minerva,  y  que  cuando  ésta,  fug-itiva  ó  asus- 
tada, abandona  la  pluma,  se  cieg-an  todos  los  cami- 
nos, anhelosamente  buscados  por  los  estudiosos,  en 
épocas  serenas,  para  lleg'ar  al  templo  de  la  Verdad.  Y 
menos  aún  debe  sorprender,  si  también  se  tiene  pre- 
sente que  por  entonces  no  se  contaba,  como  tampoco 
se  contó  muchos  sig^los  después,  con  el  maravilloso 
invento  de  Gutenberg",  factor  de  suma  importancia 
para  preg"onar,  con  su  elocuente  silencio,  lo  que  en 
todas  partes  sucede:  y  si  alg-o  ó  mucho  existió,  que 
ahora  hiciera  al  caso,  en  nuestro  sentir,  fué  consumi- 
do por  las  llamas  de  alg-ún  incendio,  ó  sepultado  en- 
tre las  ruinas  de  alg-ún  edificio,  ó  inutilizado  por  ma- 
nos torpes,  ó  por  dar  con  intelig-encias  meng'uadas. 

A  más  de  esto,  ¿qué  polvo  no  levantan  los  sig*los 
alrededor  de  lo  que  se  busca,  obscureciendo  la  vista 
de  quien  busca? 

¿Qué  no  borra  el  tiempo? 

¿Con  qué  no  acaban  las  brutalidades  de  la  guerra? 

Hasta  ahora  nuestras  investigaciones  siempre  fue- 
ron inútiles,  quedando  vencidos,  no  cansados. 

Y  de  aquí  el  socorrido  medio,  de  lo  que  puede  lla- 
marse la  tangente  en  la  geometría  de  la  lógica,  de  lo 
indeterminado  (y  no  hay  nada  á  mayor  distancia  de 
nuestro  pensamiento  que  aludir  á  Moisés,  al  divino 
historiador):  nos  referimos  á  lo  que  sucede  en  la  prác- 
tica; á  lo  que  estuvo,  está  y  estará  siempre  en  uso 
para  desatar  dificultades;  á  la  frase  que  dejamos 
apuntada. 

En  los  tiempos  antiguos...  convertida  España  en  fu- 
nesto teatro  de  calamidades,  tal  vez  existiera  algún 
cargo,  si  no  con  igual  definición,  con  los  gérmenes 
del  que,  adelantando  el  tiempo,  acabó  por  llamarse 
Mayordomo;  pero  no  hay  nadie  que  lo  haya  dicho,  ni 
siquiera  de  pasada. 


—  27  — 

Es  necesario  volver  las  hojas  del  confuso  prólogo 
(le  nuestra  Historia,  hasta  dar  con  la  Historia  Real 
de  España,  y  sólo  asi  encontraremos  las  primeras 
huellas  de  la  Dig-nidad  que  orig-ina  este  escrito,  enla- 
zada con  los  orig-enes  de  nuestra  Monarquía. 

Cuando  la  España  Goda,  el  Mayordomo  mayor  (no- 
menclatura relativamente  moderna),  se  llamaba  Con- 
de del  Real  Patrimonio. 

Greg'orio  López  dice:  ^<Se  intitulaba  Comes  Sacrarü 
largilionü,  y  por  ser  dig-nidad  notable  confirmaba  con 
los  Reyes  los  Concilios,  como  consta  del  toledano  de- 
cimotercio y  decimosexto,  que  los  confirmó  Vitvlvs 
vir  illvstris,  Comes  patrimonii.» 

Después  de  la  pérdida  de  España  (sig'lo  vni).  tuvo 
dos  nombres:  Mayordomo  Real  (encarg-ado  del  cobro 
de  las  rentas  y  derechos  reales  de  mar  y  tierra)  y 
Príncipe  Real.  En  cualquiera  de  los  dos  sentidos  era 
carg-o  importantísimo  y  de  autoridad  suprema. 

En  virtud  de  Ley  hecha  por  D.  Alfonso  el  Sabio  (si- 
g'lo xm),  confirmaba  los  privileg^ios,  donaciones  y 
mercedes  que  los  Reyes  concedían. 

Nuestra  alborotada  Historia  principia  á  encontrar 
alg'ún  sosieg'o  en  la  feliz  unión  de  los  ínclitos  Reyes, 
que  fueron  los  primeros  en  llamarse  Reyes  de  España; 
que  aumentaron  coronas  á  sus  respectivas  coronas, 
y  que  vieron  ondear  el  lábaro  santo  sobre  las  alme- 
nas del  último  baluarte  de  los  ag-arenos  en  España. 

Aquel  relativo  sosieg*o  permitía  construir  el  gúg-an- 
tesco  edificio  del  Estado  y  org-anizar  el  servicio  pecu- 
liar á  la  Casa  del  Rey. 

Demuestran  lo  primero,  las  disposiciones  leg-alcs 
de  entonces,  autorizadas  con  dos  firmas,  la  de  Isabel 
y  la  de  Fernando,  no  sin  que  antes  se  hubiese  oído  el 
maduro  parecer  de  personas  doctas,  prudentes  y 
llenas  de  virtud. 


Lo  seg"un(lo.  que  no  trascendía  fácilmente  al  pú- 
blico, lo  evidencia,  sin  ir  más  lejos,  un  grueso  ma- 
nuscrito que  ha  pasado  por  nuestras  manos,  y  que 
se  custodia  en  la  Biblioteca  particular  de  S.  M. 

En  este  manuscrito,  de  los  comienzos  del  sigilo  xvi, 
deslindadas  resultan  las  atribuciones  de  los  cargaos 
palacianos.  Estudiándolo,  puede  deducirse  que  había 
definitiva  org*anización.  para  que  cada  cual  supiera 
á  qué  atenerse  en  los  oficios  que  desempeñaba,  y 
que  revestían  carácter  particular  dentro  del  Regfio 
Alcázar.  Y  que  el  carg-o  de  Mayordomo  no  se  había 
suprimido,  quien  lo  afirme  está  en  lo  firme;  porque 
una  suprema  jefatura  es  rueda  indispensable  en  todo 
org-anismo,  para  que  funcione  con  la  debida  reg'ula-- 
ridad,  y  si  no  hubiese  otras  razones,  porque  alg-unos 
reinados  más  tarde,  en  el  de  Felipe  IV.  clara  y  ter- 
minantemente se  habla,  no  de  la  reposición  de  un 
cargo,  sino  de  un  carg-o  que  aparecía  con  las  venera- 
bles canas  de  muchos  siglos,  y  con  una  hoja  de  ser- 
vicios tan  importantes,  que  á  ellos  debe  los  honrosos 
timbres  de  su  particular  blasón. 

Hemos  llegado  á  un  período  en  que  la  duda  y  la 
confusión  no  embarazan  el  movimiento  de  nuestra 
pluma. 

Reina  en  España  el  galanteador  Monarca,  que  en 
sus  trabajos  literarios  reemplazaba  su  augusto  nom- 
bre con  el  modestísimo  de  Un  ingenio  de  la  Corte. 


Fué  tan  preeminente  la  dignidad  de  Mayordomo 
mayor  en  la  Real  Casa  de  España,  que  comprendía 
todo  el  gobierno  de  ella,  y  su  autoridad  tan  grande, 
que,  por  ser  como  era.  al  crearse,  la  desempeñaron 
Príncipes  y  herederos  de  Castilla. 


—  29  — 

El  Rey  D.  Alfonso  el  Sabio  confió  tan  altísimo  car- 
go al  Infante  D.  Fernando,  su  primo^-énito,  quien 
confirmó  los  privileg-ios  rodados  de  su  tiempo  en  esta 
forma:  El  Infante  Don  Eernando,  fijo  mayor  del 
Rey,  y  su  Mayordomo,  confirma. 

El  Infante  D.  Pedro,  hijo  seg*undo  del  Rey  D.  San- 
cho el  Bravo,  también  fué  Mayordomo  de  su  hermano 
D.  Fernando  el  cuarto. 

Han  tenido  este  carg-o  (acerca  del  cual  hizo  una 
ley  el  sabio  autor  de  las  Partidas  y  de  las  Tablas  As- 
tronómicas), muchos  Grandes  de  Castilla.  Durante  la 
dinastía  austríaca  mandaba  el  Mayordomo  mayor, 
sin  diferencia  ning-una,  lo  que  convenía  al  servicio 
de  su  Rey. 

Todo  pasaba  por  sus  manos  y  se  sometía  á  su 
acuerdo. 

A  sus  órdenes  estaban :  los  Mayordomos,  los  Gen- 
tiles-hombres de  la  Boca,  los  Alcaldes  de  Casa  y 
Corte,  el  Aposentador,  el  Acemilero  mayor,  el  Maes- 
tro de  la  Cámara,  el  Guardajoyas,  los  Continos  de  la 
Casa  de  Castilla,  el  Contralor,  el  Grañer,  los  Acroyes, 
los  Costilleres,  el  Veedor  de  la  vianda,  el  Tapicero 
mayor,  los  Ug-ieres  de  Cámara  y  Saleta,  los  Porteros 
de  Sala  y  Capilla  y  los  Oficiales  de  Boca. 

Después  de  informar  el  Mayordomo  mayor  de  pa- 
labra ó  por  escrito,  el  Rey  daba  las  anteriores  pla- 
zas, así  como  las  de  ayudas  de  Cámara  y  mozos  de 
Oficio. 

Presidía  en  la  Junta  que  se  llamaba  Bureo,  donde 
se  trataba  de  lo  más  conveniente  para  la  provisión  y 
cuentas  de  la  Casa  Real.  Con  él  estaban  los  Mayor- 
domos, el  Contador  y  el  Grafier. 

Tenía  llave  dorada  de  la  Cámara  del  Rey,  para  en- 
trar hasta  donde  era  permitido. 

En  la  Capilla  Real  se  sentaba  en  silla  rasa,  delante 


del  banco  de  los  Grandes,  aunque  él  no  perteneciera 
á  tan  elevada  clase. 

Firmaba  las  libranzas  de  la  Hacienda,  y  salían  des- 
pacliadas  con  su  acuerdo  y  el  de  la  Contaduría 
Mayor. 

Firmaba  primero  que  el  Presidente  de  Hacienda  y 
en  primer  lug-ar. 

Tocábale  la  disposición  del  aposento  de  la  Corte; 
la  entrada  y  i)ucstos  en  la  Capilla  Real,  cuando  en 
ella  estaba  el  Rey.  En  estas  últimas  funciones  podía 
reemplazarle,  por  enfermedad  ó  ausencia,  el  Mayor- 
domo semanero. 

Tenía  en  su  poder  los  libros  de  los  criados  de  la 
Casa  Real  de  Castilla,  y  firmaba  las  nómimas  para 
que  el  Contador  de  la  Casa  de  S.  M.  les  pagase  sus 
respectivos  g'ajes. 

Era,  en  una  palabra,  el  Jac  totum  en  la  Casa  del 
Rey,  con  jurisdicción  propia  y  deleg-ada  en  la  parte 
económica  y  administrativa,  y  era  el  jefe  nato  en  lo 
referente  á  la  etiqueta,  sin  que  por  la  virtualidad  de 
su  carg-o  tuviera  derecho  á  intervenir  en  los  asuntos 
de  Estado.  Solía  quebrantarse  esta  ley  de  la  conve- 
niencia, dándose  ó  pidiéndose  consejo,  con  carácter 
particular  siempre;  con  carácter  oficial  nunca,  aun- 
que era  muchas  veces  uno  mismo  el  efecto. 

Funciones  propias  del  Estado,  y  propias,  cerca  de 
la  persona  del  Rey,  no  se  consideraban  compatibles. 

Pero  sabido  es  que.  en  España,  casi  siempre  fueron 
las  mallas  de  la  ley  muy  estrechas  para  el  pequeño, 
y  holg*adísimas  para  el  g-rande. 

Había  otros  Mayordomos,  que  eran  como  vicarios 
del  Mayor.  Turnaban  en  el  servicio  por  semanas: 
asistían  en  la  Cámara  del  Rey  y  en  sus  comidas  y 
cenas,  y  ejecutaban  lo  acordado  en  la  Junta  del 
Bureo. 


—   31    — 

A  los  Embajadores  que  de  las  cortes  extrar^jeras 
venían  á  España,  los  visitaba,  y  con  él  iban,  la  pri- 
mera vez.  los  Gentiles-hombres  de  la  Casa  del  Rey, 
y  para  que  á  éste  besaran  la  mano,  los  acompañaba 
á  Palacio  y  los  introducía  hasta  la  cámara  designada 
al  efecto.  Después  volvía  á  acompañarlos,  hasta  que 
los  dejaba  en  su  residencia. 

En  los  primeros  años  del  reinado  de  D.  Felipe  IV 
(1G23)  el  personal  de  la  elevada  clase  á  quien  consa- 
í^ramos  este  articulo  era  el  sig'uiente: 


En  el  Cuarto  de  g.  ]Vr.  el  I^ey. 


MAYORDOMO   MAYOR 

D.  Juan  Hurtado  de  Mendoza,  Duque  del  Infan- 
tado. 

MAYORDOMOS    SEMANEROS 

El  Marqués  de  A  uñón. 
El  Marqués  de  las  Navas. 
El  Marqués  do  Orellana» 
El  Conde  de  Gondomar. 
El  Conde  de  los  Arcos. 
El  Conde  de  Castro. 
El  Conde  de  la  Puebla  de  Montalván. 
I).  Diego  de  Meneses,  Conde  de  Visera. 
El  Conde  de  Barajas. 
D.  Rodrigo  Enríquez. 

El  Conde  de  Alcaudete  ( Ayo  del  Sermo.  Infante 
D.  Carlos),  y  Mayordomo  jubilado. 


—    '62    — 

En  el  Cuarto  de  g.  ]V[.  la  I^eina. 

MAYORDOMO    MAYOR 

El  Conde  do  Beuíivcnte. 

MAYORDOMOS    SEMANEROS 

El  Marqués  de  Viiydes. 

El  Conde  de  Castrillo. 

1).  Manuel  Manrique. 

1).  Antonio  de  Toledo  Bolioyo. 

J).  Dieg'o  Brocliero,  Baylio  de  Alora. 

D.  Gabriel  de  Velasco. 


En  el  último  año  del  sig-lo  xvii  acabó  de  reinar  en 
España  la  dinastía  austríaca.  Con  el  primero  del  si- 
g-lo  xviir.  empezó  la  borbónica. 

Para  sumar  adhesiones  y  contrabalancear  la  in- 
fluencia de  los  que  miraban  con  zozobra  la  solución 
política  á  que  había  dado  marg*en  el  fallecimiento  de 
Carlos  II,  y  porque  suele  ser  g-eneroso  el  reg'ocijo,  y 
hubo  no  poco  en  el  reinado  que  se  inaug*uraba,  re- 
partiéronse con  mano  pródig*a  las  mercedes,  siendo 
muchos  españoles  y  muchos  extranjeros  los  que  en- 
tonces titularon. 

Que  esto  contribuyó  á  la  decadencia  que,  desde 
los  tiempos  de  Felipe  II,  venía  experimentando  \iC 
nobleza  nacional,  porque  hasta  el  dinero  pierde  su 
valor,  cuando  anda  mu}^  abundante,  hay  escritores 
que  lo  afirman. 


—   33   — 

Nosotros  creemos,  que  en  la  Corte  es  ornato  esen- 
cialísimo  una  servidumbre  con  títulos  que  la  real- 
cen, si  con  acierto  se  otorg-au,  para  que  dig-namente 
se  lleven.  No  es  la  cantidad,  es  la  calidad  la  que  au- 
menta ó  disminuye  la  importancia  de  las  personas  y 
de  las  cosas.  Nobleza  oblig^a,  y  en  un  Palacio  no  de- 
ben encontrar  alberg^ue  ni  la  incapacidad,  ni  la  indi- 
í"erencia,  ni  la  ingratitud. 

No  hay  que  dar  al  olvido,  que  Felipe  V  venia  de 
una  nación  que,  en  aquella  época,  y  señaladamente 
en  el  reinado  de  Luis  XIV,  era  muy  amante  de  la 
aristocracia,  y  siendo  así,  ¿qué  mucho  que  al  ascen- 
der al  trono  español  el  joven  monarca,  atendiese  á 
la  clase  con  quien  había  de  estar  en  más  directa  é  in- 
mediata comunicación? 

Dentro  de  su  Palacio  hubo,  por  necesidad,  que 
transig'ir  al  principio,  con  no  poco  de  la  severa  eti- 
queta de  los  Felipes;  pero,  andando  el  tiempo,  lo  que 
regularizaba  en  Francia  his  prácticas  cortesanas,  fué 
reemplazando  á  lo  que  venía  siendo  consuetudina- 
rio en  España. 

Las  modifícaciones  también  afectaban  á  la  deno- 
minación de  los  carg-os. 

El  de  Ácroy,  antes  citado,  que  era  el  del  Gentil- 
hombre, á  semejanza  de  los  de  la  corte  de  Borg"Oña. 
que  acompañaba  al  Soberano  en  ciertos  actos  públi- 
cos y  le  seg'üía  á  la  g'uerra,  desapareció. 

Igual  suerte  cupo  al  de  Contralor,  desempeñado 
entonces  por  D.  Juan  de  Velasco,  oñcio  de  la  Casa 
Real,  según  la  etiqueta  de  Borg-oña,  equivalente  á  lo 
que,  según  la  de  Castilla,  llamaban  Veedor  [\].  Y  no 


(1)      Intervenía  las  cuentas,  los  gastos,  las  libranzas,   los  cargos 
de  alhajas  y  muebles  y  ejercía  otras  funciones  importantes. 


—  34   — 

seguimos  en  este  orden  de  ideas,  para  no  incurrir  en 
la  nota  de  prolijos. 

Empleos  que  no  desaparecieron  y  aún  subsisten, 
son:  el  de  Mayordomo  Mayor,  que  venía  siendo  el  de 
Jefe  principal  de  Palacio,  bajo  cuya  inspección  es- 
taba el  cuidado  y  gobierno  de  la  Casa  del  Rey,  y  el 
de  Mayordomo  de  Semana  (antes  Mayordomo  Semanero). 
que  era  la  persona  que  en  la  Casa  Real  servía  la  se- 
mana que  le  tocaba,  bajo  las  órdenes  del  Mayordomo 
Mayor,  y  en  su  ausencia  le  suplía. 

Uno  y  otro  cargo  siguieron  con  las  indicadas  atri- 
buciones; pero,  si  no  antes,  mediado  el  siglo  xvni 
(en  1750).  se  ve  á  una  misma  persona,  al  Marqués 
de  los  Ralbases,  desempeñando  el  empleo  de  Mayor- 
domo Mayor  de  la  Reina,  al  propio  tiempo  que  el  de 
Caballerizo  Mayor. 

La  autoridad  y  la  iniciativa  en  sus  respectivos 
centros  eran  las  mismas,  tratándose  del  Cuarto  de 
S.  M.  el  Rey  que  del  Cuarto  de  S.  M.  la  Reina. 

Las  funciones  de  Mayordomo  Mayor,  por  lo  que 
dejainos  dicho,  se  ampliaban,  toda  vez  que  no  es  lo 
mismo  ser  Jefe  virtual  ó  nominalmente.  que  serlo 
efectivo  de  una  dependencia. 

El  Mayordomo  de  Semana  seguía  siendo  cargo 
honrosísimo,  con  representación  propia,  como  clase, 
y  con  carácter  puramente  auxiliar,  en  las  determi- 
nadas circunstancias  que  hemos  señalado.  Unas  ve- 
ces j)or  conveniencias  del  servicio,  y  otras  por  re- 
compensar méritos  contraídos,  se  modifícaron  algu- 
nas disposiciones  reglamentarias;  pero  siempre  sin 
lesionar  derechos  adquiridos.  En  esto,  modelo.de  rec- 
titud y  seriedad  fué  constantemente  la  Real  Casa  de 
Españn. 

Si,  por  circunstancias  extrañas,  algunas  veces 
pudo  ser  letra  muerta  lo  escrito  y  la  tradición  des- 


MAYORDOMOS   DE   SEMANA. 


fs 


Vh.em.'-j'-  1^ 


EXCMO.  Sr.  D.  jóse  MARÍA  DE  LEZO  Y  VASCO, 
Marqués  de  Ovieco. 


MAYORDOMOS  DE  SEMANA 


ExcMo.  Se.  conde  DE  LAS  NAYAS 


lYlAYORDOlVlOS  DE  SEMANA 


ExcMo.  Se.  D.  ISMAEL  PElíEZ  VIDAL 


MAVORDOIVIOS  DE  SEMANA 


"/^a/^rif.'s 


ExcMo.  Se.  D.  ISMAEL  PÉREZ  VIDAL 


MAYORDOMOS  DE  SEMANA 


y^^'/nr^  , 


ExcMo.  Sr.  conde  de  LAS  NAVAS 


MAYORDOMOS   DE  SEMANA 


D.    JOSÉ   DEL   PRADO    Y   PALACIO 


yo 


airada,  asegúrese  que  esto  se  hizo  callando  al  Sobe- 
rano lo  que  debieron  decirle:  de  otra  suerte  la  injus- 
ticia no  hubiera  prevalecido. 


Hemos  apuntado  lo  indispensable  para  que  el  lec- 
tor, si  no  la  tenía,  empezara  á  formarse  idea  de  la  im- 
portancia del  cargo  de  Mayordomo  en  la  casa  de 
nuestros  íleyes. 

Con  respecto  á  sus  atribuciones,  lo  último  apro- 
bado por  el  último  Soberano  de  la  dinastía  austríaca 
en  España  sabsistió  vigente,  en  lo  más  esencial,  du- 
rante el  siglo  xviii.  La  pluma,  no;  el  tiempo  tomó  á 
su  cuidado  el  borrar  algunas  prácticas  embarazosas 
que,  al  desaparecer,  disminuían  la  pensión,  en  el  sen- 
tido figurado  de  la  palabra,  siu  menoscabar  las  facul- 
tades privativas  del  empleo. 

Por  no  correr  impresas,  reducido  es  el  número,  in- 
cluyendo á  los  interesados,  de  los  que  conocen  las 
indicadas  disjjosiciones.  Sin  esperanzas  de  hallarlas, 
después  de  incesante  busca,  dimos  al  fin  con  ellas;  y 
si  hoy  se  estampan,  débese  á  que  el  manuscrito  en 
que  están  insertas,  nos  lo  ha  facilitado  con  su  acos- 
tumbrada bizarría,  el  Sr.  D.  Antonio  Pineda  y  Ceba- 
Uos  Escalera,  estudioso  literato  y  director  dignísimo 
de  las  Peales  Caballerizas. 

De  lo  que  hace  á  nuestro  propósito,  damos  co})ia 
exacta,  respetando  la  ortografía  y  la  puntuación: 

«Don  Carlos,  por  la  gracia  de  Dios,  á. — Por  quan- 
to  siendo  conveniente  proveer  el  cargo  de  mi  Mayor- 
domo mayor,  que  vaca  por  fallecimiento  del  Duque 
de  Alburquerque,  y  ponerle  en  persona  en  quien  con- 
curran la  satisfacción,  partes,  y  j)rudencia,  esplendor, 


—  36  — 

lastre,  j  grandeza,  que  corresponde  á  la  autoridad  y 
lugar  que  ha  tenido  siempre  en  mi  Casa;  j  confiado 
de  vos  el  Condestable  de  (bastilla,  del  mi  Consejo 
de  Estado,  y  de  la  junta  del  Gobierno  universal  de 
España;  y  atendiendo  á  la  gran  calidad,  j  particula- 
res méritos,  j  servicios  que  concurren  en  vra.  persona, 
y  á  la  satisfacción  con  que  los  habéis  tenido;  y  en 
alg.''  enmienda,  y  remuneración  de  todo  ello,  y  mues- 
tra de  la  voluntad,  que  hay  en  mí  de  favoreceros,  y  ha- 
ceros merced:  Es  mi  voluntad,  que  ahora,  y  de  aquí 
adelante  seas  mi  Mayordomo  mayor;  y  como  tal  po- 
dáis regir,  ordenar,  y  mandar  en  mi  Casa  real  á  todos 
los  oficiales,  y  personas  que  hubiere,  y  se  recibieren 
en  ella,  de  cualquier  calidad  y  condición  que  sean; 
y  proveer,  y  hacer  todas  las  otras  cosas  que  como  mi 
Mayordomo  mayor  deberéis  hacer,  y  viéredes,  y  os 
})areciere  que  conviene,  y  usar  y  exercer  este  cargo, 
vos,  ó  la  persona,  ó  personas  que  pusiéredes,  y  nom- 
bráredes  en  el  dho.  oficio,  en  todo  lo  en  él  anexo  y 
concerniente,  según  y  de  la  misma  forma  y  manera, 
que  le  usó,  y  exerció  el  dho.  Duque  de  Alburquerque, 
y  lo  usaron  y  exercieron,  pudieron  y  debieron  usar 
los  otros  mayordomos,  que  antes  y  después  fueron  en 
la  Casa  real  de  Castilla,  y  Borgoña,  y  que  hayáis  y 
gozeis,  tengáis  y  llevéis  en  cada  un  año  los  mismos 
mrs.  de  ración,  quitación,  y  ayuda  de  costa,  y  sala- 
rios de  oficiales,  dros.  biejos,  que  llaman  doblas,  que 
tuvieron,  llevaron,  y  gozaron  el  dho.  Duque  de  Al- 
burquerque, y  los  otros  Mayordomos  mayores,  que 
han  sido  de  la  dha.  mi  Casa  real;  y  que  así  mismo 
liayais  y  gozeis  para  vos,  y  vuestro  oficiales,  todos  los 
dhos.  salarios  y  emolumentos  necesarios  acostumbra- 
dos, y  al  dho.  oficio  anexos  y  pertenecientes,  y  que  ellos 


—  37  — 

llevaron  j  gozaron;  y  que  demás  de  la  persona,  ó  per- 
sonas que  ansí  pusiéredes  j  nombráredes  en  el  dho. 
oficio,  podáis  poner  y  nombrar  por  vro.  teniente  de 
mayordomo  mayor  en  la  mi  Contaduria  mayor  de 
Hacienda,  la  persona  que  os  pareciere,  en  quien  con- 
curran las  partes  y  calidades  que  se  requieren,  la 
({ual  haya  de  firmar  y  firme  en  todos  los  privilegios, 
y  recudimientos,  y  otras  qualesqnier  cartas,  despa- 
chos y  provisiones  que  se  dieren ,  libraren  y  despa- 
charen, en  que  debiere  firmar  mi  Mayordomo  mayor, 
y  haber  y  cobrar  y  llebar  los  dros.  que  pertenecen  al 
dho.  oficio  de  Mayordomo  mayor,  de  los  partidos  en- 
cabezados y  por  arrendar  del  reino ,  y  los  demás  á  él 
anexos  y  pertenecientes,  según  y  de  la  forma  y  ma- 
nera que  lo  hicieron  y  llevaron,  y  pudieron  y  de- 
bieron hacer  y  llevar  los  otros-  tenientes  de  Mayor- 
domos mayores,  que  han  sido  de  la  dha.  mi  Casa 
real:  Y  mando  á  los  oBciales,  y  personas  que  hubiere 
en  ella,  y  en  mi  servicio,  que  hagan,  cumplan  y  exe- 
cuten  vras.  órdenes  y  mandamientos,  en  lo  que  por 
vos  les  fuere  dicho,  ordenado  y  mandado  en  sus  ofi- 
cios, como  si  Yo  lo  mandara;  y  que  os  tengan,  obe- 
dezcan, respeten,  acaten  y  honren  como  á  tal  mi  Ma- 
yordomo mayor,  y  á  los  presidente,  y  del  mi  Consejo 
presidente,  y  oydores  de  las  mis.  Audiencias,  Alcal- 
des, &.''  S."",  que  03  hayan  y  tengan  por  mi  Mayor- 
domo mayor,  y  os  dexen  y  consientan  usar  y  exercer 
el  dho.  cargo,  por  vos,  ó  vro.  lugarteniente,  en  la 
manera  que  dicha  es,  y  que  os  recudan,  y  hagan  re- 
cudir con  la  dha.  vra.  quitación  y  ayuda  de  costa, 
dros.  y  salarios,  y  lo  demás  al  dho.  oficio  anexo  y  per- 
teneciente; y  que  os  guarden  y  hagan  guardar  todas 
las  honras,  gracias,  merzedes,  franquezas,  libertades, 


—  38  — 

exenciones,  proeminencias,  dignidades,  prerrogativa» 
é  inmunidades,  y  todas  las  otras  cosas,  que  por  razón 
de  ser  mi  Mayordomo  mayor  deberais  liaber  v  gozar,  j 
os  deben  ser  guardadas  todo  bien  y  cumplidam.*%  sin 
faltaros  cosa  alguna:  Y  ansí  mismo  mando  á  los  del 
mi  Consejo  y  (Jontaduria  mayor  de  Hacienda,  y  ofi- 
ciales y  ministros  de  ella;  que  al  teniente  que  así 
nombráredes  para  lo  tocante  al  dho.  Consejo  y  Con- 
taduría mayor,  habiendo  hecho  en  él  el  juram.*^  y 
solemnidad  que  en  tal  caso  se  requiere,  le  admitan 
al  uso  y  exercicio  del  dho.  oficio,  y  lo  usen  con  él  en 
todos  los  casos  y  cosas,  á  él  anexas  y  concernientes; 
y  que  le  libren  y  recudan  y  hagan  librar  y  recudir, 
con  todos  los  dros.  á  él  anexos  y  pertenecientes,  guar- 
dándole las  preminencias,  prerrogativas,  é  inmuni- 
dades, que  por  razón  de  ser  teniente  de  Mayordoma 
mayor  debe  haber  y  gozar,  y  le  deben  ser  guardadas; 
y  que  asienten  el  traslado  de  esta  mi  carta  en  los 
mismos  libros  que  ellos  tienen,  y  sobrescrita  os  la 
devuelvan  originalm.*®,  para  que  la  tengáis  por  titula 
del  dho.  oficio;  y  que  no  os  descuenten  el  diezmo  que 
pertenece  á  la  Chancilleria,  que  yo  había  de  haber  de 
esta  merced,  según  la  ordenanza,  ni  os  pidan  ni  de- 
manden dros.  de  Contadores  mayores,  ni  otros  algunos 
á  mí  pertenecientes,  porque  también  os  la  hago  de 
todo  lo  que  en  ella  se  monta:  y  de  ésta  ha  de  tomar  la 
razón  D.  Juan  Jhezan  y  Mentaraz,  mi  secretario  del 
registro  de  mercedes  dentro  de  quatro  meses  primeros 
siguientes:  Y  declaro,  que  de  lo  que  importan  los  ga- 
ges,  dros.  y  emolumentos  de  este  cargo,  y  correspon- 
den de  ellos  al  dro.  de  la  media-anata,  habéis  dado 
satisfacción.  Dada  en  Madrid  á  31  de  Agosto  de  1676. 
r=Yo  el  Rey.=Yo  Fran.^^  Carrillo,  secretario  del 


—  39  — 

Rey  nuestro  Señor,  le  hice  escribir  por  su  mandado. 
=  Marqués  de  Montealegre:  Conde  de  Villaumbría. 
=:Don  Garcia  de  Medrano.=:Don  Lope  de  los  Eios. 
=En  la  Secretaría  de  mercedes  queda  executado  lo 
que  S.  M.  manda:  Madrid,  20  de  Agosto  de  1677; 
Con  orden,  dispensando  en  el  tiempo  de  haberse 
pasado  los  quatro  meses.=Luis  Antonio  Daza.= 
Concuerda  con  el  título  real  original,  que  volví  al 
Excmo.  Sr.  Condestable  de  Castilla  j  León,  Mayor- 
domo mayor  del  Eey  Xtro.  Señor,  y  así  lo  certifico 
-como  Secretario  y  Grefier  de  S.  M.,  en  Madrid  á 
25  de  Junio  de  1678.==Pedro  de  Roxas.» 

«Etiquetas  generales  que  han  de  observar  los  Cria- 
dos de  la  Casa  de  S.  M.,  en  uso  y  exercicio  de  sus 
oñcios. 

)>1.°  El  Mayordomo  mayor  tiene  gages,  pensión, 
libreas  y  plato,  2  cuentos  226.325  maravedises  al 
año,  ración  de  pan,  vino,  cera  y  sebo,  y  otros  emolu- 
mentos, como  parece  por  menor  en  los  libros  del  Bu- 
reo, casa  de  aposento.  Médico  y  Botica. 

))2.°  Sirve  en  virtud  de  las  mercedes  de  S.  M.,  ha- 
biéndole besado  la  mano  por  ello,  sin  que  proceda 
otro  despacho  ni  ceremonia,  porque  no  jura,  cómelos 
demás  oficios;  y  desde  aquel  di  a  se  le  cuentan  gages 
en  la  Casa  de  Borgoña;  y  para  la  Casa  de  Castilla  se 
le  despacha  título  por  el  Consejo  de  Cámara. 

))  S."*  Nombra  un  teniente  para  la  Casa  de  Castilla, 
que  firma  todas  las  libranzas,  sobre-cartas,  desembar- 
gos, y  otros  despachos  del  Consejo  de  Hacienda,  en 
mejor  lugar  que  el  Presidente,  diciendo  en  la  firma 
Mayordomo  mayor,  lo  cual  ha  de  observar  precisa- 
anente  como  se  ha  estilado  siempre,  y  S.  M.  lo  ha  con- 


—  40  — 

firmado  y  decidido  expresamente,  con  ocasión  de 
haberse  intentado  y  empezado  á  hacer  novedad,  ])or 
el  Presidente  y  Consejo  de  Haciend?;  en  el  año  pasa  ! o 
de  647,  en  que  S.  M.  habia  condescendido  al  princi- 
pio por  el  informe  del  Consejo;  mas  después,  habiendo 
oido  al  Bureo  en  consulta  de  22  de  Marzo  del  mismo 
año,  ordenó  que  se  guardase  la  costumbre  antigua, 
y  lo  volvió  á  mandar  repetidamente  sobre  réplicas  del 
Consejo,y  por  que,  no  obstante,  se  fué  disimulando  la 
execucion,  por  nueva  consulta  del  Marqués  de  Castel- 
rrubio  de  5  de  Diciembre  de  649,  ordenó  al  Consejo  que 
guardase  las  órdenes,  y  al  sello  que  no  sellase  ni  dejase 
pasar  ningún  despacho,  que  no  llevase  la  firma  de  Ma- 
yordomo mayor  en  la  forma  antigua,  y  así  se  executa. 

))4.°  Si  se  ofrece  alguna  cosa  tocante  á  la  provisión 
de  los  ordinarios  de  la  Casa,  puede  llamar  al  Presi- 
dente de  Hacienda  para  tomar  las  noticias,  ó  discu- 
rrir sobre  este  punto  lo  que  fuere  necesario. 

))  6.''  En  el  aposento  de  S.  M.  tiene  silla  rasa  de  ter- 
ciopelo de  las  antiguas  de  tijera,  que  se  doblan  y 
y  llaman  de  Mayordomo  mayor,  para  sentarse  siem- 
pre que  quisiere. 

D  6.^  En  la  Capilla  toca  al  Mayordomo  mayor  y  á 
los  Mayordomos,  la  disposición  y  gobierno  de  lo  tem- 
poral; y  al  Capellán  mayor  lo  del  Oficio  Divino;  tiene 
allí  silla  rasa  más  adelante  del  Banco  de  los  Grandes, 
inmediata  á  la  Cortina  de  S.  M.,  y  está  allí  cubierto, 
aunque  no  sea  Grande,  y  detrás  de  la  silleta  está  un 
Ugier  de  Cámara  para  tomar  las  órdenes :  esto  es  lo 
regular,  y  del  dia  de  Santiago,  y  otras  ocasiones  par- 
ticulares, hay  capítulo  aparte. 

^7.°  Tiene  quarto  en  Palacio,  en  la  Corte  y  fnera 
de  ella,  y  oficinas  para  su  servicio. 


—    41  — 

dS.''  Tiene  llave  de  la  Cámara,  y  la  misma  entrada 
que  los  Gentileshombres  de  la  Cámara  en  el  aposento 
de  S.  M.,  y  no  siendo  Gentilhombre  de  ella,  la  trae 
sin  cordón. 

yyd.""  De  las  Etiquetas  antiguas,  consta  que  quando 
hablan  de  tener  Audiencia  con  S.  M.  la  primera  vez 
los  Cardenales,  Potentados,  Embajadores  y  Grandes, 
que  venian  á  la  Corte,  acudían  al  Mayordomo  mayor 
para  que  diese  cuenta  á  S.  M.  de  su 
llegada,  y  les  embiara  la  orden  para 
la  audiencia;  disponía  el  acompaña- 
miento y  lo  demás  necesario  para 
aquel  acto;  y  parece  que  esto  se  de- 


Juan  Sigoney  en 
la  relación  que  es- 
cribió de  la  Casa 
del  S.oi-  Embaxa- 
dor  por  mandado 
del  S.or  Rey  don 
Felipe  2." 


bia  observar;  pero  hoy  solo  está  en  uso  el  dar  la  orden 
al  Semanero,  para  que  prevenga  la  Casa  para  el 
acompañamiento  de  los  Embajadores  que  se  cubren. 

))10.  En  las  audiencias  ordinarias  está  arrimado  á 
la  pared  en  que  está  la  silla  de  S.  M.  el  más  inme- 
diato á  ella. 

))11.  De  noche,  quando  se  cierran  las  puertas  de 
Palacio,  le  llevan  los  guardas  las  llaves  á  su  aposento; 
y  en  habiendo  cerrado,  no  se  puede  volver  á  abrir 
para  entrar  ni  salir,  sino  en  caso  muy  preciso  y  con  su 
licencia;  y  quando  no  duerme  en  Palacio,  se  cuelgan 
en  el  Cuerpo  de  Guarda,  á" vista  de  las  tres  Naciones. 

))12.  Si  sucede  en  Palacio  alguna  novedad,  tienen 
obligación  los  guardas,  en  primer  lugar,  de  ir  á  su 
aposento  á  darle  cuenta  de  ello;  y  si  no  durmiere  en 
Palacio,  ir  por  la  mañana  á  su  casa,  y  no  habiendo 
Mayordomo  mayor,  á  la  del  Semanero. 

))13.  Están  á  su  orden  los  Mayordomos,  Capitanes 
de  las  tres  Guardas,  Gentiles  hombres  de  la  Casa,  los 
Costilleres,  que  tienen  el  mismo  exercicio,  y  el  Barlet 


—  42  — 

Serbant,  que  sirve  en  las  comidas  loúblicas  (como  se 
dirá  donde  se  trata  de  ellas),  j  también  los  Miros 
de  la  Cámara,  Contador  y  Grefier,  á  quien  trata  de 
vos  por  escrito  v  de  palabra,  y  el  estilo  de  entrar  di^ 
ciendo:  Señor  Maestro  de  la  (.-amara,  haced  esto  y 
esto;  el  Guarda-joyas,  Azemilero,  Mayor-veedor  de 
vianda,  Aposentador  de  Palacio,  Tapicero,  Médicos 
de  familia,  (trujanos  Sangradores,  Aposentadores  de 
Camino,  Ugieres,  Porteros  y  todos  los  oficios  de  boca, 
y  el  de  Comisario  de  la  C^ompañia  de  los  Archeros  de 
Corj)s ;  y  por  consnlta  suya  provee  S.  M.  estas  plazas 
y  las  de  sus  ayudas,  que  todas  son  de  la  Casa  de 
Borgoña,  y  él,  sin  consulta,  las  de  mozos  de  oficios 
y  las  de  oficiales  de  manos  de  su  jurisdicción,  en  que 
se  incluyen  Herrador  y  Sillero  de  la  Compañía  de 
Arcberos,  y  á  todos  estos  criados  trata  de  vos,  'poY 
escrito  y  de  palabra. 

))14.  En  las  comidas  públicas  de  Pasquas,  casa- 
mientos, y  otras  grandes  y  extraordinarias,  baja  por 
la  vianda  la  primera  vez  con  los  Mayordomos,  el  bas- 
tón al  hombro,  y  en  la  cocina  un  ayuda  déla  furriera 
le  tiene  silla  de  Mayordomo  mayor  para  sentarse  y 
cubrirse  mientras  se  saca  la  vianda,  como  se  dice  en 
particular  en  el  capítulo  de  este  servicio. 

)>15.  En  subiendo  la  vianda,  deja  el  bastón,  y  entra 
á  avisar  de  ello  á  S.  M.,  y  quando  se  laba  las  manos, 
el  Mayordomo  Semanero  le  da  la  toballa  i)ara  que  la 
sirva,  i)refiriendo  á  todos;  y  quando  uo  hay  Mayor- 
domo mayor,  la  sirve  uno  de  los  Grandes  que  está 
presente,  el  que  S.  M.  señala. 

)>1C.  Llega  la  silla  á  S.  M.,  y  en  sentándose,  toma 
lugar  sobre  la  tarima,  á  la  mano  derecha,  y  este  lu- 
gar lo  conserva  en  las  comidas  ordinarias. 


—  43  — 

))17.  El  remanente  de  la  vianda  de  S.  M.,  quando 
come,  en  público  se  lleva  al  Estado  de  boca,  j  allí  se 
asienta  el  Mayordomo  mayor  á  la  cabezera  en  la  si- 
lleta; y  en  su  ausencia  el  Semanero,  en  un  banco  en 
la  cabezera,  si  quiere,  y  si  no,  toma  el  primer  lugar 
en  los  de  los  lados. 

))18.  En  acabando  de  comer  S.  M.,  entra  el  inme- 
diato detrás,  acompañándole  á  su  aposento. 

3)19.  Toma  la  órdenes  de  S.  M.,  y  él  las  da  al  Ma- 
yordomo semanero,  el  qual  las  da  á  los  capitanes  de  las 
Guardas  y  al  Contralor,  según  la  calidad  de  ellas. 

))20.  El  dia  de  los  Reyes  sirve  á  S.  M.  los  cálices 
de  la  ofrenda;  y  no  hallándose  presente,  lo  hace  el 
Mayordomo  semanero,  ó  algún  Gran 
Señor,  á  quien  S.  M.  nombra  para 
ello. 

))21.  Siempre  que  á  S.  M.  se  le 
haya  de  poner  almoada  para  incarse 
de  rodillas,  se  la  pone  y  quita  el 
Telliz  con  qne  está  cubierto  el  sitial  en  los  toros  y 
fiestas;  y  en  la  Capilla  é  Iglesias,  quando  faltan  los 
Eclesiásticos  á  quienes  toca. 

))22.  Ha  de  dar  orden  al  Guarda-joyas  y  al  Tapicero 
para  que  ninguna  cosa  de  las  de  su  cargo  salga  de 
estos  oficios,  sin  expresa  orden  de  S.  M.  ó  suya,  po- 
niendo mucho  cuidado  en  el  cumplimiento  de  ello; 
y  la  misma  orden  ha  de  dar  á  todos  los  oficiales  á 
CQyo  cargo  estuviere  la  hacienda  de  S.  M. 

))23.  Tiene  entrada  en  la  Cámara  de  la  Reyna  Nues- 
tra Señora,  estando  S.  M.  en  ella,  á  quien  entra  acom- 
pañando desde  su  quarto,  por  dentro  del  de  la  Reyna 
nuestra  Señora,  en  la  misma  conformidad  que  su  Ma- 
yordomo mayor,  y  á  las  horas  convenientes,  y  tam- 


Esto  es  conforme 
á  la  relación  que 
escribió  Juan  Sigo- 
ney  de  la  casa  del 
S.or  Emperador, 
por  mandado  del 
liey  D.ii  Felipe  "¿^ 


—  44  — 

bien  en  la  de  sus  Altezas,  no  estando  en  la  cama;  y 
se  le  ha  de  tener  allí  silla  como  en  el  quarto  del  liej. 

))24.  Ha  de  tener  Bureo  lunes  y  viernes  de  cada  se- 
mana, donde  S.  M.  estuviese,  si  hay  materia  que  tra- 
tar en  ellos;  los  lunes  para  ver  todos  los  libros  precisos, 
cuentas  y  gastos  de  la  Casa,  (Vimara  y  Caballeriza; 
y  los  viernes  algunas  cosas  para  las  materias  de 
gobierno  y  justicia,  y  los  demás  dias  que  le  pareciere 
necesarios. 

3)25.  El  Bureo  se  hace  en  su  quarto,  y  en  él  se 
asienta  en  una  silla  de  brazos  á  la  cabezera  de  la 
mesa;  y  los  Mayordomos  en  silla  de  la  misma  manera; 
y  los  maestros  de  la  Cámara,  Contralor  y  Grefier, 
en  un  banco  raso  cubierto  á  los  pies  de  la  mesa;  y  si 
se  ofrece  que  algún  abogado  entre  á  hablar  en  algún 
pleito  en  el  Bureo,  se  ha  de  sentar  en  el  banco  donde 
lo  están  los  oficiales,  que  todos  le  han  de  preceder;  y 
si  fuere  Escribano  ha  de  estar  en  pie,  descubierto,  y 
sin  espada. 

))26.  Todos  los  memoriales  que  dan  á  S.  M.  dife- 
rentes personas  sobre  pretensiones  y  negocios  de  la 
casa,  se  remiten  al  Mayordomo  mayor,  aunque  sea 
por  satisfacción  de  servicios  hechos  fuera  de  ella, 
excepto  los  que  tocan  al  Capitán  de  los  Archeros, 
como  se  dirá  en  su  lugar. 

))27.  Consulta  sólo  á  S.  M.  todas  las  cosas  de  Gracia. 

))28.  Ordena  el  Grefier  los  memoriales  qne  se  han 
de  ver  en  Bureo,  y  propone  los  demás  negocios  de  que 
se  ofrecen  en  él;  y  las  consultas  que  allí  se  resuelven, 
se  escriben  y  señalan,  y  cerradas  las  entrega  el  Grefier 
al  Mayordomo  mayor,  para  que  las  remita  á  S.  M.,  y 
en  su  ausencia  al  más  antiguo. 
-    )>29.  Todos  los  decretos  de  S.  M.  y  consultas  res- 


-—   45  — 

pondidas,  se  sobre-escriben  para  el  Mayordomo  ma- 
yor, el  qual  las  abre  y  lleva  al  Bureo  las  que  se  han 
de  ver  en  él ,  y  las  entrega  al  Grefier,  para  que  haga 
relación  de  ellas  y  las  guarde. 

3)30.  Han  de  jurar  en  sus  manos  el  Caballero  (sic) 
mayor  de  S.  M.  y  el  Sumiller  de  Corps,  ó  habiendo 
Camarero  mayor,  y  los  jefes  de  la  casa  del  Padre. 

))31.  También  ha  de  jurar  en  Bureo  á  los  Mayor- 
domos, Capitanes  de  las  Guardas  y  á  los  criados  que 
son  de  jurisdicción  suya ,  estando  el  Mayordomo  ma- 
yor, mayordomos  y  oficiales  sentados  y  cubiertos,  y 
quien  hace  el  juramento,  descubierto  y  en  pie;  pero 
no  habiendo  de  tomar  juramento  más  que  á  una  per- 
sona, lo  puede  hacer  solo  en  su  casa  en  presencia  del 
Grefier;  y  la  forma  del  juramento  es  la  siguiente: 

»32.  Juráis  de  servir  bien  y  fielmente  al  Rey  nues- 
tro Señor  en  el  oficio  de  N.en  que  S.  M.  os  ha  he- 
cho merced,  procurando  en  todo  lo  que  fuere  su  ser- 
vicio y  provecho,  y  apartando  su  daño;  y  que  si 
viniere  á  vuestra  noticia  alguna  cosa  que  sea  contra 
el  servicio  de  S.  M.  ó  en  daño  suyo,  daréis  aviso  de 
ello  á  mí  ó  á  la  persona  que  lo  pueda  remediar,  ¿así 
lo  juráis?  Responde:  Así  lo  juro, —  Si  así  lo  hicieres. 
Dios  os  ayude,  y  haciendo  lo  contrario,  os  lo  demande. 
Responde:  Amén. 

))33.  En  el  Bureo  se  puede  conocer  de  todas  las  di- 
ferencias, pleitos,  excesos  y  delitos  que  así  entre  los 
criados  de  S.  M.  dependientes  de  sus  oficios  ó  come- 
tidos dentro  de  Palacio,  por  juicio  sumario,  y  remi- 
tirlo á  Asesor,  y  todos  los  criados,  de  qualquier  gre- 
mio que  sean,  pueden  apelar  al  Bureo  en  la  sentencia 
de  sus  Jefes;  y  de  las  sentencias  dadas  por  el  Bureo, 
no  hay  apelación. 


—  46  — 

))34.  Qnando  determinare  que  dentro  ó  fuera  de 
Palacio  se  prenda  á  alguna  persona,  criado  de  S.  M. 
ó  que  no  lo  sea,  pueda  llamar  al  Alcalde  que  qui- 
siere para  darle  la  orden  á  los  alguaciles,  que  todos 
los  dias  han  de  estar  de  Guarda  en  Palacio:  estos  al- 
guaciles los  llevarán  á  la  cárcel  que  se  les  ordenare, 
y  en  ella  quedarán  asentados  en  los  libros  que  lo  es- 
tán por  orden  del  Mayordomo  mayor:  si  fuere  hora 
que  no  liubiere  alguaciles,  los  soldados  los  tendrán 
en  el  cuerj)o  de  Guardia,  hasta  entregarlos  á  la  Jus- 
ticia que  se  les  ordenare;  y  esta  entrega  se  ha  de  ha- 
cer fuera  de  las  puertas  de  Palacio ;  y  cuando  la  per- 
sona sea  de  calidad,  que  parezca  conveniente  el 
hacerle  prender  y  llevar  por  soldados  de  la  Guardia 
y  no  por  los  alguaciles  y  justicia  ordinaria,  lo  podrá 
disponer  así;  siendo  ésta  cosa,  irregular  que  no  se  pue- 
de prevenir  sino  en  el  caso,  y  también  cuando  son 
sobre  cosas  leves,  se  suelen  hacer  estas  prisiones  i^or 
mano  del  ügier  de  viandas. 

)>35.  El  Mayordomo  puede  hacer  lo  mismo  á  falta 
de  Mayordomo  mayor,  con  distinción  que  el  que 
este  mandare  prender,  lo  puede  soltar  sin  dar  cuenta 
al  Bureo. 

))36.  Conocen  en  primera  instancia  los  capitanes  de 
las  causas  criminales  de  los  solda- 
dos de  la  guarda  de  Archeros,  espa- 
ñoles y  alemanes,  pero  con  subor- 
dinación al  Mayordomo  mayor  y 
Bureo,  á  donde  vienen  las  apela- 
ciones de  qualquier  determinación 
suya,  la  de  sus  Asesores,  así  deñni- 
tiva  como  interlocutoria,  con  fuerza 
de  tal  ó  gravamen  reparable :  y  este 


Este  y  los  capítu- 
los siguientes  son 
de  las  instruccio- 
nes que  S.  M.  remi- 
tió al  Duque  del  In- 
fantado, Mayordo- 
mo mayor,  para 
que  las  entregase  á 
los  capitanes'de  las 
guardas.  Su  fecha 
28  de  Julio  de  162i 
reírendada  de  Pe- 
dro de  Contreras 
su  secretario. 


—      4:7     — 

recurso  se  entiende  para  qualquier  cosa  que  prove- 
yeren ú  ordenaren  los  Capitanes;  y  luego  que  se  les 
haga  notorio  el  mandato  del  Bureo,  le  han  de  obede- 
cer, y  en  su  cumplimiento  ha  de  venir  el  Escribano 
ú  oficial  á  hacer  relación  ó  entregar  los  autos  con- 
forme se  le  ordenare,  sin  poner  excusa  ni  dilación, 
ni  acudir  á  S.  M.  sobre  ello. 

))37.  El  Bureo,  vistos  los  autos,  ó  con  el  conoci- 
miento de  causa  que  hubiere  en  el  caso  ocurrente, 
puede  determinar  con  comunicación  de  su  Asesor  en 
la  forma  que  se  acostumbra;  revocando  ó  confirmando 
lo  que  los  Capitanes  hubiesen  provehído,  ó  mandado 
de  nuevo,  lo  que  pareciere;  y  de  esta  determinación 
no  hay  recurso  á  otra  parte,  sino  que  se  ha  de  execr.- 
tar  sin  que  haya  apelación  ni  suplicación. 

))38.  El  Mayordomo  mayor  y  Bureo  tienen  y  les 
toca  la  Superioridad  en  todo,  como  está  dicho;  y  así 
se  tendrá  entendido  que  si  en  algún  caso,  por  las  par- 
ticulares circunstancias  que  en  él  concurrieren,  ó  por 
otras  consideraciones,  quisiere  advocar  así  la  causa  en 
primera  instancia,  habiendo  los  Capitanes  comenzado 
ó  no  á  conocer  de  ella,  lo  puede  hacer,  y  retenerla  en 
qualquier  estado  que  tuviere,  y  mandar  que  se  trai- 
gan los  autos,  y  que  el  Escribano  venga  á  hacer  re- 
lación, ó  que  los  entregue,  y  determinarla,  y  pro- 
veer en  ella  lo  que  le  pareciere;  y  los  Capitanes  y 
demás  oficiales  han  de  obedecer  las  órdenes  que  el 
Mayordomo  mayor  y  el  Bureo  enviaren,  y  con  la  de- 
terminación del  Bureo  se  ha  de  acabar  la  causa,  aun- 
que sea  aquélla  la  primera  sentencia,  sin  que  pueda 
haber  apelación,  súplica  ni  otro  recurso. 

)>39.  Si  el  delito  que  cometiere  el  soldado  fuere 
dentro  de  Palacio,  ó  fuera  de  él,  en  parte  donde  S.  M. 


—  48  — 

estuviere,  porque  aquello  se  reputa  Casa  real,  han 
de  dar  cuenta  luego  los  Capitanes  al  Mayordomo  ma- 
yor y  Bureo  de  lo  sucedido ;  pero  con  atención  á  que, 
no  por  divertirse  á  esto  particularmente,  si  no  estu- 
viere á  la  mano  ó  no  se  hallare,  se  pierda  la  disposi- 
ción de  la  causa  como  seria  infragauti,  porqiie  en- 
tonces podrían  los  Capitanes  tratar  de  la  prisión  y 
averiguación;  y  en  dando  ella  lugar,  dar  cuenta  de 
todo;  y  no  estando  allí  los  Capitanes,  el  Mayordomo 
Semanero  comenzará  á  proceder,  prendiendo  y  ave- 
riguando y  remitiendo  á  los  Capitanes  las  causas,  si 
al  Bureo  no  le  pareciere  retenerlas,  y  comenzada  una 
vez  la  causa  j^or  el  Mayordomo,  no  pueden  tratar  ni 
entretenerse  en  ella  los  Capitanes,  sino  es  por  remi- 
sión, como  queda  dicho. 

))40.  Ha  de  tener  mucho  cuidado  de  ordenar  al 
Contralor  y  al  Grefier  hagan  cargo  al  Guarda-joyas 
de  todo  lo  que  se  le  entregase,  y  procurar  se  ponga 
cobro  en  lo  que  se  presentase  á  S.  M.  que  finiere  de 
fuera;  y  que  el  libro  de  cargo  esté  en  la  custodia  ne- 
cesaria en  arca  que  hay  en  el  Guarda-joyas,  de  que 
tiene  una  llave  el  Contralor  y  otra  el  Grefier. 

))41.  Ha  de  ordenar  al  Contralor  y  Grefier  ha- 
gan cargo  en  libros  duplicados  al  Aposentador  de 
Palacio  y  al  Tapicero  y  demás  oficios  de  la  Casa 
de  la  Hacienda  que  tienen  en  su  poder  para  el  ser- 
vicio de  S.  M. 

))42.  Ha  de  poner  particular  cuidado  en  dar  orden 
para  que  se  observen  las  que  están  dadas  sobre  las 
entradas  de  la  sala,  saleta,  antecámara  y  antecama- 
rilla, conforme  van  señaladas  en  las  etiquetas  de  los 
Ugieres  y  porteros. 

))43.  Puede  dar  dos  meses  de  licencia  con  causa  ra- 


—  49  — 

Konable  á  qualquier  criado  para  ausentarse  de  la  Cor- 
te; y  siendo  en  mayor  tiempo,  lo  ha  de  consultar 
con  S.  M.,  y  en  su  resolución  embiar  orden  al  Grefier 
para  que  lo  note  en  los  libros. 

))44.  Entra  en  la  Junta  de  obras  y  bosques  con  el 
título  de  Mayordomo  mayor,  sin  or- 
den nueva  de  S.  M.,  y  tiene  lugar 
después  del  Presidente  del  Consejo 
de  Castilla. 


Orden  de  S.  M.  de 
24  de  Mayo  de  161U. 


5)45.  Siempre  que  S.  M.  anda  por  su  aposento  ó 
sale  á  funciones  públicas  en  que  no  concurran  detrás 
de  su  persona  Rey  na,  Infantes,  Cardenales  ó  Emba- 
jadores, lleva  el  lugar  inmediato  á  S.  M.,  si  ya  por 
falta  de  Grandes,  siendo  él  Mayordomo  mayor,  no 
le  mandare  S.  M.  pasar  delante,  y  quando  va  detrás, 
precede  á  qualquier  otro  Jefe  mayor  que  concurre, 
como  son:  Camarero  mayor,  Caballerizo  mayor  (sien- 
do á  pie)  y  Sumiller  de  Corps;  y  quando  el  Mayor- 
domo mayor  no  es  Grande,  es  su  lugar  siempre  de- 
trás de  S.  M.;  por  un  lado,  si  van  personas  Eeales  ó 
eminentes,  y  si  no,  inmediato  á  S.  M.,  y  siguen 
detrás  los  Consejos  de  Estado  y  Gentiles-hombres  de 
la  Cámara. 

j)46.  En  el  coche  de  S.  M.  tiene  lugar  después  del 
Caballerizo  mayor,  á  quien  toca  el  ¡jrimero,  siempre 
que  S.  M.  va  en  coche  ó  caballo  y  en  apeándose  del 
coche;  toma  el  mejor  lugar  el  Mayordomo  mayor, 
entrando  en  cualquier  iglesia,  convento  ó  casa. 

))47.  En  el  coche  de  la  Cámara  tiene  mejor  lugar 
que  el  Sumiller  de  Corps. 

►  ))48.  En  los  acompañamientos  y  demás  ocasiones 
públicas  tiene  siempre  el  primer  lugar,  aunque  no 
3ea  Grande;  si  no  es  quando  S.  M.  va  á  caballo  ó  en 


ÜO  — 


coche,  que,  como  está  dicho,  si  concurre  Caballerizo 
mayor,  prefiere,  por  ir  exerciendo,  pero  no  otro  alguno. 
))4Ü.  Quando  se  halla  en  los  entierros  de  los  Reyes 
y  personas  Reales,  va  detrás,  inmediato  al  cuerpo,  en 
el  mejor  lugar,  y  á  su  lado  izquierdo  el  Prelado,  y  lo 
siguen  detrás  los  Gentiles-hombres  de  la  (Jamara,  y 
este  mismo  lugar  tiene  (quando  no  hay  Mayordomo 
mayor)  el  Mayordomo  mayor  que  nombra  para  esta 
función. 

))50.  Los  días  de  toros  y  fiestas  públicas  en  que  Su 
Majestad  se  halla,  le  toca  el  repartimiento  de  las 
ventanas  de  la  plaza;  y  hecho,  lo  manda  executar  al 
Alcalde  mas  antiguo. 

j>51.  Ha  de  ver  las  consultas  que  hace  la  Junta  de 
Aposento  á  S.  M.  de  casas  ó  dinero 
que  conforme  á  su  naturaleza  se  de- 
ben consultar,  las  quales  le  ha  de 
mostrar  la  Junta,  y  con  su  acuerdo 
cerrarlas  y  embiarlas,  para  que  Su 
Majestad  las  resuelva;  y  siempre 
que  se  quiere  informar  ó  le  pare- 
ciere que  hay  alguna  desorden  ó 
queja  de  los  criados  de  las  casas 
de  SS.  MM.  sobre  el  aposento,  po- 
drá embiar  á  llamar  la  Junta,  la 
qual  tiene  obligación  de  ir  á  su  casa 
á  satisfacer  é  informarle;  y  lo  mis- 
mo se  entiende  para  cualquiera  otra 
cosa  que  se  ofrezca  del  servicio 
de  S.  M.,  para  que  ordene  lo  que 
convenga,  y  en  su  ausencia  el  Bu- 
reo. 


Esto  es  conforme 
á  algunas  copias  de 
órdenes  y  papeles 
del  tiempo  del  se- 
ñor rey  D.  Felipe  II 
y  del  Rey  nuestro 
señor  D.  Felipe  IIF, 
que  estén  en  gloria, 
que  el  Sr,  Marqués 
de  Castelrrodrigo, 
Mayordomo  mayor 
de  S.  M.,  sacó  de  los 
papeles  que  quedó 
del  Sr.  L)uque  del 
Infaut  a  d  o  .  H  a  s  e 
suplicado  á  S.  M.  se 
observe  y  execute 
adelante ;  y  liasta 
ahora  no  se  ha  ser- 
vido de  tomar  re- 
solución en  ello. 

.  Así  se  executaba 
en  ocasiones  de  do- 
nativos, y  en  utili- 
dad, quando  se  mu- 
dó la  Corte,  que  se 
hizo  la  Junta  para 
el  aposento  en  el 
del  Marqués  de  Ve- 
lada, Mayordomo. 


»52.  También  están  á  su  orden  los  Alcaldes  de  la 


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—  51  — 

Casa  y  Corte,  en  las  cosas  tocantes  á  la  Casa  j  nece- 
sarias al  gobierno  de  ella,  como  lo  declaró  S.  M.  en 
consulta  de  15  de  Junio  de  1649,  sobre  la  disposición 
de  las  procesiones,  j  los  puede  llamar  de  Vos,  con- 
forme la  costumbre  antigua,  y  como  S.  M.  lo  declaró 
últimamente  sobre  tres  consultas;  la  una,  del  Con- 
sejo Real  de  10  de  Enero  del  dicho  año,  y  otra  del 
Marqués  de  Castelrrodrigo  en  1.*"  del  dicho,  con  oca- 
sión de  haberlo  practicado  el  Marqués  con  uno  de 
ellos;  y  otra  antes  de  estas  de  la  Junta  de  Etiquetas 
de  8  de  Julio  de  1647. 

))53.  El  Teniente  de  Mayordomo  mayor  de  la  Casa 
de  Castilla,  los  Concinos,  Médicos,  Aposentadores  de 
Caminos,  Alguaciles  de  Corte,  Cirujanos  y  Oficiales 
de  manos  de  aquella  Casa,  que  á  todos  llama  de 
Vos. 

))54.  El  Veedor  y  Contador  de  la  despensa  y  racio- 
nes, título  que  se  dio  al  Teniente  de  Contador  mayor 
el  año  de  541,  quando  se  consumió  este  oficio,  que 
estaba  en  la  casa  de  D."  Gonzalo  Chacón;  y  habién- 
dose querido  introducir  á  Contador  mayor  D."  Fer- 
nando de  Soto  con  nuevo  título,  S.  M.,  informado  de 
que  no  le  tocaba,  y  que  sólo  habia  quedado  el  año 
de  541  el  Teniente  con  el  Veedor  y  Contador,  y  pre- 
eminencias de  Teniente,  en  Consulta  del  Consejo  de 
Cámara  de  6  de  Junio  de  648,  mandó:  Que  no  pa- 
sase adelante  y  que  se  borrase  de  los  libros,  ])orquc 
su  voluntad  era,  que  no  usase  de  otro  título  en  los 
despachos,  que  el  que  hasta  entonces  se  le  había 
dado. 


—  52 


MAYORDOMOS 


d55.  Tienen  de  gages  48  placas  al  dia,  y  de  libreas, 
de  íruta  y  leña  G4.410  mrs.,  que  todo  monta  239.610 
maravedís  al  año,  ración  de  pan,  vino,  cera,  sebo,  y 
otros  emolumentos,  como  parece  por  menor  de  en  los 
libros  del  Bureo,  casa  de  aposento,  médico,  y  Bo- 
tica. 

))5G.  Los  Mayordomos  se  juntan  á  Bureo  con  el 
Mayordomo  mayor  en  su  quarto  dos  dias  cada  sema- 
na; los  lunes,  para  ver  los  libros,  precios,  cuentas  y 
gastos  de  la  Casa,  Cámara  y  Caballeriza,  y  los  vier- 
nes, para  las  materias  de  Gobierno  y  Justicia,  y  los 
demás  dias  extraordinarios  que  avisa  el  Mayordomo 
mayor,  y  en  él  se  asientan  el  Mayordomo  mayor  en 
silla;  y  el  maestro  de  la  Cámara,  Contralor,  y  Gre- 
fier  en  un  banco  de  raso  cubierto;  y  quando  no  hay 
mayordomo  mayor,  se  hace  el  Bureo  en  Palacio  en  la 
Pieza  que  está  señalada  para  ello,  y  los  mayordomos 
se  sientan  en  bancos  de  respaldo  por  antigüedad, 
por  los  dos  lados,  sin  que  haya  cabezera,  y  el  maestre 
de  la  Cámara,  Contralor,  y  Grefier  en  el  banco  raso, 
como  está  dicho. 

)>57.  Han  de  acompañar  á  S.  M.  todos  los  Mayor- 
domos quando  sale  á  la  Capilla,  y  en  las  demás  oca- 
siones publicas,  y  en  la  Iglesia,  ó  en  la  Capilla, 
mientras  durasen  los  Oñcios  Divinos,  han  de  estar 
en  pie  con  sus  bastones  (que  han  de  llevar  á  los  pe- 
chos, y  ser  de  grueso  conveniente)  enfrente  de  la  cor- 
tina, más  adelante  del  banco  de  los  Embaxadores. 


—  53  — 

))58.  No  hallándose  el  Patriarca  en  la  Capilla,  ó  el 
Sumiller  de  Oratorio,  el  Mayordomo  semanero  la 
corre,  j  faltando  el  Capellán  mayor,  á  quien  toca 
quitar  el  telliz  del  sitial,  y  el  sumiller  de  Oratorio, 
que  en  su  ausencia  le  substituye,  lo  hace  el  Mayor- 
domo mayor,  y  no  estando  presente  el  semanero. 

))59.  Han  de  servir  por  semanas  á  S.  M.,  y  el  se- 
manero toma  las  ordenanzas  (no  estando  allí  el  Ma- 
yordomo mayor)  y  las  destruye,  y  executa. 

))60.  El  semanero  ha  de  dar  orden,  para  que  avisen 
á  los  Embajadores,  grandes,  y  mayordomos  para  la 
Capilla,  y  demás  ocasiones,  en  que  suelen  acompañar 
á  S.  M. 

)>01.  El  semanero  ha  de  visitar  la  capilla  antes  que 
S.  M.  salga  á  Misa,  y  ordenar  que  la  Cortina,  y  asien- 
tos de  prelados,  grandes,  y  embajadores  estén  preve- 
nidos, y  la  Capilla  despejada;  los  lugares  que  cada 
uno  ha  de  tener,  van  en  la  planta  de  esta  función;  y 
si  algún  mayordomo,  ó  mayordomos  llegasen  después 
de  estar  S.  M.  en  la  Cortina,  han  de  entrar  por 
donde  S.  M.,  que  es  la  puerta  principal;  y  la  que 
está  frente  á  la  Cortina,  sólo  es  para  el  servicio  de  la 
capilla. 

)>62.  El  semanero  ha  de  tener  cuidado  de  reconocer 
si  las  guardas  y  lo  demás  necesario  está  á  punto. 

))63.  El  semanero  ha  de  ir  cada  mañana  á  Palacio 
y  visitar  los  oficios  de  voca,  y  por  lo  menos  la  coci- 
na, é  informarse  de  la  vianda  que  se  ha  de  servir  á 
S.  M.  aquel  dia,  cuya  disposición  toca  al  C^ontralor; 
y  en  su  ausencia  al  veedor  de  vianda. 

2)64.  Cuando  S.  M.  va  á  comer  fuera  de  Palacio, 
hace  jornada,  ó  hay  otra  novedad  en  su  servicio,  el 
mayordomo  semanero  da  la  orden  al  Contralor,  para 


—  51  — 

que  la  executen,  y  haga  que  los  oficios  j  demás  ne- 
cesario esté  á  punto. 

))65.  Quanclo  se  presentan  algunas  cosas  de  comer 
á  S.  M.,  los  oficiales  de  boca  que  las  reciben,  han  de 
dar  cuenta  al  mayordomo  semanero,  y  éste  al  ma- 
yordomo mayor  si  le  hay,  para  q.^  lo  diga  á  S.  M.  y 
sepa  si  se  servirán  ó  no,  porque  de  otra  manera  no 
se  puede  servir  á  S.  M.  ninguna  cosa  presentada, 
y  desde  el  año  de  640  mandó  S.  M.  que  en  los  pla- 
tos que  no  llegan  á  la  Cocina  donde  el  gentil-hom- 
bre de  la  Cámara  dé  la  Salva,  la  haga  el  semanero  en 
el  cubierto. 

))66.  Los  MayordomxOS  no  han  de  faltar  en  las  au- 
diencias y  actos  públicos,  y  han  de  guardar  su  anti- 
güedad, excepto  en  las  comidas  donde  el  semanero 
está  cerca  de  la  mesa,  y  en  todas  las  funciones  en 
que  S.  M.  está  sentado  en  ventana,  ó  tablados,  está 
á  falta  de  mayordomo  mayor  detrás  de  su  silla,  para 
tomar  las  órdenes  que  S.  M.  le  diere;  y  habiendo  Ma- 
yordomo mayor  junto  á  él,  para  recibir  las  órdenes,  y 
volverle  las  respuestas;  y  en  las  Audiencias  se  ponen 
enfrente  de  S.  M.  por  sus  antigüedades,  como  está 
dicho,  sin  quedar  nadie  entre  ellos  y  los  Grandes. 

))67.  Suelen  acudir  los  mayordomos  á  las  comidas 
y  cenas,  y  el  semanero  debe  asistir  pi-eci sámente:  y 
habiendo  audiencia  pública  por  la  tarde,  es  obligación 
de  todos  los  mayordomos  hallarse  en  ella. 

))68.  El  mayordomo  que  viene  sirviendo  á  S.  M. 
quando  vuelve  de  alguna  jornada,  ó  bosque,  continúa 
la  semana  que  ha  empezado  hasta  el  sávado  que  se 
acaba,  aunque  haya  hecho  otras  semanas  fuera  de 
Madrid,  como  sea  del  miércoles  en  adelante,  que  si  es 
antes,  la  toma  el  que  le  toca. 


-    55  — 

2>G9.  Si  el  mayordomo  semanero  cae  malo,  y  por 
esto,  ú  otro  accidente  se  escusa  de  continuar  la  sema- 
na, ha  de  avisar  al  mayordomo  inmediato,  el  qual,  si 
es  antes  del  miércoles,  cumple  con  acabarla  hasta  el 
sábado;  pero  si  es  del  juebes  en  adelante,  ha  de  servir 
aquella  y  la  siguiente  que  le  tocaba. 

))70.  Q  liando  hay  estado  de  voca,  donde  comen  los 
mayordomos.  Gentiles-hombres  de  la  Cámara,  y  de 
la  Voca,  Caballerizos,  y  pages,  gobierna  el  semane- 
ro, y  se  asienta  en  el  banco  de  la  cabezera  de  la  mesa 
á  un  lado,  tomando  el  mejor  lagar,  aunque  concurra 
con  el  más  antiguo;  y  faltando  mayordomo,  gobierna 
el  Gentil-hombre  de  la  Voca  desde  su  lugar;  y  á  falta 
del  Gentil-hombre  de  la  Voca ,  el  page  más  antiguo 
de  los  que  allí  se  hallan. 

))71.  Cada  semana  ha  de  rubricar,  con  el  mayordo- 
mo mayor,  el  gasto  semanero  y  gas- 
tos estraordinarios  que  se  hubieren 
hecho  en  ella,  dándole  tiempo  en  la 
siguiente  para  verla,  sin  que  por 


Nueve  Junta=;.  y 
orden  de  S.  M.  de 
16  de  Junio  de  626. 


ningún  accidente  se  deje  de  hacer,  ni  se  pasen  en 
cuenta  de  otra  manera  á  los  oficios. 

))72.  En  ausencia  ó  falta  de  mayordomo  mayor,  el 
más  antiguo  ha  de  presidir  en  el  Bureo,  tañer  la 
campanilla,  y  ordenar  al  Grefier  lo  q.®  ha  de  hacer, 
y  los  memoriales  que  se  han  de  leer  primero,  y  pro- 
poner los  negocios  que  se  ofreciesen  en  él. 

)>73.  Los  pliegos  que  fueren  para  el  Bureo,  manda 
S.  M.  que  se  sobre-escriban  al  Mayordomo  más  anti- 
guo en  Bureo;  y  los  (jue  son  de  esta  manera,  los  ha  de 
llevar  al  Bureo  cerrados,  y  ordenar  allí  al  Grefier 
que  lea;  y  las  consultas  que  se  hicieren,  se  han  de  ce- 
rrar en  el  Bureo,  habiéndolas  señalado  losmayordo- 


—  50  — 

mos  que  se  hallasen  presentes,  y  el  Grefier  las  ha  de 
entregar  al  más  antiguo  para  que  las  lleve,  ó  embíe 
desde  allí  donde  S.  M.  estuviere,  y  el  sello  ha  de  ser 
del  Bureo;  y  quando  los  pliegos  no  tienen  sobre- 
escrito  con  la  nota  referida,  los  puede  abrir  él  solo, 
sin  que  sea  en  Bureo;  y  si  lo  que  S.  M.  ordenase,  pide 
que  se  trate  en  Bureo,  puede  llamar  á  Bureo  extra- 
ordinario, y  el  mayordomo  semanero  si  S.  M.  se  lo 
ordena,  puede  juntar  el  Bureo. 

))74.  Las  mercedes  que  S.  M.  hace,  las  ha  de  publi- 
car y  decir  á  las  partes  el  Mayordomo  más  antiguo, 
después  de  vistas  en  Bureo. 

))75.  En  el  Bureo  se  lian  de  recibir  los  juram.**^^  de 
los  criados  de  S.  M.  que  son  de  esta  jurisdicion,  y 
han  de  estar  los  mayordomos  y  oficiales  sentados,  y 
cubiertos,  y  la  persona  que  hace  el  j  uramento  descu- 
bierta y  en  pie,  aunque  sea  gran  señor. 

))76.  El  gobierno  de  la  casa,  no  habiendo  mayor- 
domo mayor,  toca  al  Bureo,  y  al  mayordomo  sema- 
nero, las  funciones  personales  que  se  han  de  exerci- 
tar  por  uno  solo,  y  proveer  en  las  cosas  repentinas 
que  no  dan  lugar  á  comunicación,  y  aquellas  ordi- 
narias y  necesarias  al  servicio. 

))77.  Quando  se  ordena  algunas  cédulas  de  des- 
cargo de  la  Guarda-joyas,  para  firmar  de  S.  31.,  y  no 
hubiere  mayordomo  mayor,  las  señala  el  Bureo,  ó  el 
mayordomo  á  quien  S.  M.  las  hubiere  encargado ,  y 
él  las  embia  á  firmar  de  S.  M.  con  sola  su  rúbrica ,  y 
esto  mismo  se  hace: 

3)78.  En  ausencias,  enfermedad,  ó  justo  impedim.**^ 
del  mayordomo  mayor. 

))79.  Ha  de  dar  orden  muy  apretada  al  guarda- 
joyas y  al  tapizero,  para  que  ninguna  cosa  de  la& 


—  57  — 

de  su  cargo  salga  de  estos  oficios  sin  expresa  orden 
de  S.  M. ,  poniendo  mucho  cnidado 
en  el  cumplimiento  de  ello;  y  la 
misma  orden  ha  de  dar  á  todos  los 
oficios,  á  cuyo  cargo  estuviere  ha- 


Orden  de  S.  M.  de 
10  de  Diciembre  de 
628. 


cienda  de  S.  M. 

))80.  El  Bureo  puede  dar  dos  meses  de  licencia  con 
causa  razonable  á  qualq.^  criado  para  ausentarse  de 
la  Corte ;  y  en  siendo  de  más  tiempo  lo  ha  de  con- 
sultar á  S.  M.  y  de  su  resolución  dar  orden  al  Gre- 
fier,  para  que  lo  note  en  los  libros. 

))81.  Quando  S.  M.  hace  alg.^  jornada,  nombra  el 
Bureo  los  criados  que  le  han  de  ir  sirviendo,  y  se  debe 
tener  atención  á  lo  que  juzgare  el  semanero  q.^  ha 
de  ir  en  la  jornada,  el  qual  lo  continuará,  si  la  jor- 
nada no  es  larga,  hasta  la  vuelta  de  S.  M.,  y  llegando 
después  del  miércoles  acabará  la  semana,  quando  no 
la  toma  el  mayordomo  siguiente. 

))82.  El  repartimiento  de  las  ventanas  para  los  to- 
ros, y  otras  fiestas  públicas,  le  hace  el  mayordomo 
mayor,  y  por  falta,  ú  ausencia  suya,  se  hace  en  una 
Junta  que  se  forma  en  casa  del  Presidente  de  Casti- 
lla, en  que  concurren  con  el  mayordomo  más  anti- 
guo, el  Alcalde  de  la  Casa  y  Corte  más  antiguo,  y  el 
trazador  mayor,  y  firman  las  plantas  el  Presid.*^  y 
mayordomo  que  asiste  á  la  Junta. 

))83.  Suelen  tener  los  mayordomos  tres  modos  de 
comisiones,  la  prim.^^  dada  habiendo  mayordomo 
may.^  ó  por  decreto  y  orden  de  S.  M.  para  que  nom- 
bre mayordomo;  ó  nombrándole  él,  todas  las  noticias 
que  hubiere  de  dar  de  lo  que  obrare,  han  de  ser  al 
mayordomo  mayor,  no  habiendo  mayordomo  mayor, 
las  comisiones  que  hubiere  de  exercer  qualquier  ma- 


—  58  — 

yordomo  por  decreto  de  S.  M.  ó  llesolucion  de  con- 
sulta de  Bureo,  el  mismo  mayordomo  independien- 
tem.*^  ha  de  dar  cuenta,  y  consultar  á  S.  M.  sobre  ello ; 
otras  comisiones  se  dan  en  el  Bureo,  como  son  de  pre- 
cisos asientos,  ú  otros  accidentes  que  se  ofrecen,  en  que 
lia  de  obrar  el  mayordomo  con  el  Contralor,  ó  Gre- 
üer,  y  de  estos  han  de  dar  cuenta  en  el  Bureo,  donde 
pareciendo  que  conviene,  se  consulta  á  S.  M.  con  in- 
tervención del  mayordomo  que  lo  tiene  á  su  cargo. 
)>84.  A  los  Gefes,  Ayudas,  y  mozos  de  los  oficios, 
pueden  llamar  de  vos;  pero de  forma  que  ellos  no  se 
ofendan;  y  particularmente  se  deben  abstener  de  este 
término  con  los  Gefes,  no  siendo  delante  de  S.  M.» 


Los  minuciosos  pormenores  del  articulado,  cuya 
copia  damos  íntegra,  evidencian  la  atención  que 
siempre  se  puso  para  establecer  el  orden  en  todos  los 
actos  de  la  etiqueta  palaciana,  y  para  que  nadie  des- 
conociera sus  respectivas  obligaciones. 

Si  en  todas  partes  la  confusión  y  las  irregulari- 
dades merecen  censura,  mucho  más  la  merecen  allí 
donde  la  guardia  del  respeto  y  la  seriedad  debe  ser 
permanente. 


* 


Llegamos  al  siglo  xix. 

Ocupa  el  trono  de  España  el  rey  D.  Fernando  VII. 

Celebrado,  en  Febrero  de  1816,  su  segundo  enlace 
con  la  infanta  T>.^  María  Isabel  de  Braganza,  en  el 
régimen  y  gobierno  interior  del  Real  palacio  se  intro- 
dujeron reformas  esenciales;  para  apreciarlas,  véa- 
se la  Ordenanza  del  8  de  Marzo  de  1817. 

Pocos  años  después,  y  dentro  del  período  de  la  que 


—  59  — 

puede  llamarse  segunda  época  constitucional  de  Es- 
paña, la  mudanza  del  sistema  político  en  el  go- 
bierno del  Estado  hizo  necesaria  la  variación  de 
algunos  artículos  del  Reglamento  de  la  Real  Casa, 
así  como  adicionar  ó  reformar  otros,  para  el  más 
conforme  proceder  en  todos  los  actos  que  requiriesen 
la  asistencia  oficial,  y  de  aquí  el  Reglamento  que 
lleva  la  fecha  del  15  de  Noviembre  de  1822,  cuya 
copia,  sacada  del  original,  autorizó  con  su  firma 
el  Marqués  de  Santa  Cruz. 

Lo  que  de  dicho  Reglamento  nos  interesa,  es  lo 
siguiente: 

«Atribuciones  del  Mayordomo  Mayor. 

))Artículo  l.'^  El  Mayordomo  Mayor  es  el  adminis- 
trador de  las  asignaciones  señaladas  para  la  dota- 
ción de  mi  Real  Casa  y  Familia,  y  con  él  se  enten- 
derán las  acciones  activas  y  pasivas  que,  por  razón 
de  interés,  puedan  promoverse. 

)>Art.  2.^  Es  el  primer  Jefe  nato  de  mi  Real  Casa 
y  Patrimonio,  con  facultad  de  disponer  cuanto  per- 
tenezca y  pueda  convenir  á  mi  Real  servidumbre  en 
el  gobierno  y  dirección  de  ella. 

))  Art.  3."^  Ejercerá  todas  las  funciones  que  se  citan 
en  la  etiqueta  actual  de  Palacio  ó  en  la  que  se  arre- 
gle en  lo  sucesivo,  y  cuantas  le  corresponden  por  los 
decretos  expedidos  hasta  ahora  ó  que  en  adelante  se 
expidieren. 

))Art.  4."^  Despachará  con  mi  Real  persona  todos 
los  negocios  de  mi  Real  Casa,  Capilla,  Cámara ,  Ca- 
ballerizas y  Patrimonio,  y  comunicará  mis  resolucio- 
nes á  todos  los  Jefes  principales  de  Palacio  y  demás 
subalternos  de  las  oficinas  de  Contaduría,  Tesorería, 


—  60  — 

Veeduría,  Archivo  y  ratrimonio  Real.  En  sus  au- 
sencias y  enfermedades  se  encargará  del  despacho  el 
Secretario  de  la  Mayordomía  Mayor. 

3)Art.  5.^  Ningún  otro  Jefe  de  Palacio  podrá  librar 
por  sí  cantidad  alguna  contra  la  Tesorería.  En  caso 
necesario,  y  para  los  efectos  de  su  respectiva  atribu- 
ción, lo  harán  presente  á  su  Mayordomo  Mayor. 

)>Art.  6."  Estarán  á  sus  órdenes  todos  los  criados  é 
individuos  de  mi  Real  Casa  comprendidos  en  este 
lleglamento,  sin  excepción  de  persona  ni  clase.  Lo 
estarán  también  los  supernumerarios  y  cesantes,  á 
quienes  podrá  mandar  servir,  cuando  lo  juzgue  con- 
veniente, y  obedecerán  cuanto  les  prevenga  relativo 
al  servicio. 

))Art.  7."  Lo  estará  igualmente  el  Consultor  ge- 
neral de  mi  Real  Casa  y  Patrimonio  para  oir  su 
dictamen  en  los  negocios  contenciosos,  y  en  los  que 
por  contener  medidas  generales  ó  por  razón  de  su 
naturaleza  y  gravedad  lo  exijan ,  no  debiendo  omi- 
tirse su  informe  cuando  se  trate  de  gravar  los  fondos 
de  la  Tesorería  ó  de  introducir  alguna  reforma  en 
los  ramos  de  mi  Real  Casa,  Capilla,  Cámara,  Caba- 
llerizas ó  Patrimonio. 

3)Art.  SS  Presidirá  las  Juntas  gubernativas  de  mi 
Real  Casa  y  Patrimonio,  que  es  mi  voluntad  se  ce- 
lebren con  arreglo  al  capítulo  3.°  de  la  Ordenanza 
de  8  de  Marzo  de  1817,  asistiendo  como  individuo 
el  referido  Consultor  en  calidad  de  Asesor  y  Fiscal, 
por  haberse  suprimido  sus  destinos  á  virtud  del  nue- 
vo sistema.» 

Tres  circunstancias  esenciales  se  destacan,  en  primer 
término,  del  cuadro  en  que  están  comprendidas  las 
precedentes  disposiciones: 


—  61  — 

1.*  Que  fueron  confirmadas  en  esta  moderna  época 
las  omnímodas  facultades  del  Mayordomo  Mayor,yác- 
totum^  único  Jefe  Superior  de  la  Real  Gasa,  de  acuerdo 
con  lo  que  desde  un  principio  consintieron  todos  los 
reyes  de  España. 

2.^  QuCj  sin  restricciones  embarazosas  ni  distingos 
controvertibles,  el  Secretario  de  la  Mayordomía  Ma- 
yor es  el  llamado  á  reemplazar  á  su  Jefe  en  ausencias 
y  enfermedades;  disposición  acordada,  con  la  que  se 
reintegró  en  su  cargo  oficial  á  quien  se  lo  venían  usur- 
pando ingerencias  más  ó  menos  capaces,  sin  otra  ra- 
zón que  la  jerarquía. 

Y  3.^  Que  en  este  Reglamento  no  se  menciona  á 
la  distinguida  clase  ,de  Mayordomos  de  Semana. 
Omisión  involuntaria  seguramente,  pero  que  no,  i30r 
involuntaria,  deja  de  ser  omisión,  alterando  la  ley  de 
la  conveniencia. 

El  29  de  Septiembre  de  1833  murió  el  Rey  que 
había  autorizado  los  disposiciones  transcritas  refe- 
rentes al  Mayordomo  Mayor. 

Entonces,  como  es  sabido,  quedó  entablado  el 
sangriento  proceso  de  la  guerra  civil,  en  que  el  In- 
fante D.  Carlos  disputó  el  trono  á  su  sobrina  la 
Reina  legítima  D.^  Isabel  II.  Mientras  el  plomo  y  el 
acero  servían  de  alegatos,  promulgóse,  reformada,  la 
Constitución  del  año  12,  pasando,  por  la  feclia  de  la 
reforma,  á  ser  conocida  en  la  historia  de  España  con 
el  nombre  de  la  Constitución  del  1837. 

Ya  lo  hemos  indicado.  La  etiqueta  de  la  Real 
Casa  tenía  por  precisión  que  seguir  el  movimiento 
de  la  corriente  poh'tica.  Anulado  el  antiguo  régimen, 


—  02  — 

fué  preciso  que  con  el  moderno  se  compadeciese  el 
formulario  cortesano,  y  para  ello,  con  práctico  sen- 
tido, D.  Luis  Piernas  (primer  Intendente  general  del 
Palacio  de  nuestros  Reyes)  desembarazó  las  funcio- 
nes de  los  altos  dignatarios  de  lo  que  se  relacionaba 
con  la  parte  administrativa;  y  como  era  de  todo  punto 
imprescindible  establecer  reglas  para  que  cada  cual 
supiera  a  qué  atenerse,  sometió  al  acuerdo  de  li  en- 
tonces Regente  de  España  I ) "  María  Cristina,  y  fue- 
ron aprobadas,  las  Ordenanzas  que  llevan  la  fecha 
del  29  de  Mayo  de  1840.  ])e  ellas  copiamos  lo  que 
aquí  conviene: 

«Art.  1.^  El  servicio  de  la  Real  Persona,  Casa  y 
Patrimonio  se  divide  en  funciones  de  etiqueta  y  de 
gobierno  y  de  administración,  conforme  á  lo  estable- 
cido en  mi  Real  decreto  de  10  de  Junio  de  1838. 

))Art.  2.^  Ejercen  en  Palacio  funciones  de  eti- 
queta, bajo  la  dependencia  de  mi  Mayordomo  Ma- 
yor^ los  Mayordomos  de  Semana,  los  Gentiles-hom- 
bres de  casa  y  boca,  los  Monteros  de  Cámara  y  los 
Ujieres. 

))Art.  3.°  En  la  Real  Cámara,  y  bajo  la  depen- 
dencia del  Sumiller  de  Corp3,  desempeñan  funciones 
de  igual  clase  los  Gentiles-hombres  de  Cámara  con 
ejercicio  y  con  entrada,  los  Ayudas  de  Cámara  del 
Rey  (cuando  los  haya),  mi  Secretario  de  Cámara  y 
Estampilla,  con  sus  subalternos,  los  Médicos,  los 
Cirujanos  de  Cámara,  los  Boticarios  de  Cámara  y 
los  Sangradores  de  Cámara. 

))Art.  5.^  Corresponden  asimismo  al  servicio  de 
etiqueta,  bajo  la  dependencia  de  mi  Caballerizo, 
Ballestero   y   Montero   mayor,  los  Caballerizos  de 


—  63  — 

Campo,  los  Ballesteros  (si  los  hubiere),  los  Reyes  de 
armas,  los  Picadores,  los  Correos,  los  Tronquistas  y 
Delanteros  de  Persona,  los  Tronquistas  y  Delanteros 
de  la  Cámara  ,  los  Lacayos,  los  Postillones  ,  los  Pa- 
lafreneros ,  los  Sobrestantes  de  coches  y  los  Clari- 
neros. 

5)Art.  6.^  Los  empleados  de  la  Secretaría  de  Eti- 
queta corresponden  á  ésta,  bajo  la  dependencia  del 
Mayordomo  Mayor,  del  Sumiller  de  Corps  y  del  Ca- 
ballerizo Mayor.» 

El  razonable  acuerdo  del  nuevo  Jefe  superior  ad- 
ministrativo de  la  Real  Casa  se  tuvo (¿por  qué 

no  decirlo  francamente?),  se  tuvo  por  atentatorio  á  la 
preponderancia  que,  dentro  del  regio  Alcázar,  tenía 
la  nobleza,  y  la  obra  del  Sr.  D.  Luis  Piernas  fué 
elogiada  y  criticada,  que  atan  inexorable  ley  está 
subordinado  todo  lo  humano,  y  hubo  su  período  de 
eficacia  y  también  el  de  relativa  ineficacia,  porque 
la  una  y  la  otra  la  da  ó  la  quita  el  criterio  más  ó 
menos  recto  y  desapasionado  de  la  persona  que,  con 
autoridad  propia,  interjoreta  lo  estatuido.  Al  pasar 
por  diferentes  juicios,  fué  una  especie  de  tela  de 
Penélope.  En  el  tejer  y  destejer  influían  los  aconte- 
cimientos políticos.  Las  corrientes  liberales  chocaban 
contra  las  petrificadas  ideas  de  los  que  no  querían 
advertir  que  el  medio  ambiente  en  que  entonces  res  • 
piraba  la  Corte  legítima,  por  altas  razones  de  Esta- 
do, debía  contener  los  nuevos  gérmenes  con  que 
pocos  anos  después  se  estableció  el  orden,  consoli- 
dando lo  que  tenía  de  su  parte  el  derecho,  la  razón, 
las  simpatías  y  el  cariño  de  todos  los  españoles  sen- 
satos. 


—  04  — 

No  faltó  quien  j  comprendiendo  que  el  separar  los 
asuntos  referentes  ú  la  etiqueta  de.  los  económicos 
facilitaba  á  todos  los  «Jefes  superiores  de  Palacio  los 
procedimientos  en  sus  respectivas  funciones,  vigo- 
rizó la  obra  del  primer  Intendente  de  la  lieal  Casa. 
De  no  menos  conveniencia  que  lo  dicho  fué  el  con- 
siderar que  un  centro  autonómico,  exclusivamente 
consagrado  á  la  parte  administrativa,  podría  contri- 
buir, con  provechosas  facilidades,  al  desarrollo,  pros- 
peridad y  acrecentamiento  de  los  intereses  del  Patri- 
monio de  la  Corona.  Pero  el  árbol  que  sazonados 
frutos  empezó  á  dar,  tuvo  su  otoño,  y  de  sus  densas 
ramas  las  hojas  se  fueron  desprendiendo.  Las  Orde- 
nanzas del  1840  dejaron  de  tener  virtualidad.  ¿Por 
otras  nuevas?  No.  Por  supresiones  y  modificaciones. 
Las  primeras  alcanzaron  á  las  dependencias  tenidas 
por  inútiles  y  costosas;  las  segundas,  por  los  regla- 
mentos parciales  de  las  que  aún  subsisten. 

Esto  último  aconteció  cuando  dejó  de  ser  Inten- 
dente de  la  Real  Casa  (lo  fué  en  dos  ocasiones)  el  se- 
ñor D.  Agustín  de  Armendáriz,  Marqués  de  Armen- 
dárlz,  que  es  á  quien  hemos  aludido  al  i)rincipio  del 
párrafo  que  antecede.  En  su  tiempo  se  creó  el  cargo 
de  Jefe  superior  de  Palacio,  recayendo  el  nombra- 
miento en  favor  del  Conde  de  Pinohermoso. 

¿Quedó  por  esto  anulada  la  importancia  del  Ma- 
yordomo Mayor?  Siguió  y  sigue  siendo  la  misma  de 
siempre. 

El  Jefe  superior  de  Palacio,  que  al  mismo  tiempo 
es  Caballerizo  Mayor  de  S.  M.,  tiene  hoy  á  su  cargo 
el  despacho  de  todo  lo  referente  á  la  Cámara;  es  decir: 
de  todo  lo  que  antes  dependía  del  Sumiller  de  Corps. 

El  Mayordomo  Mayor  tiene  á  su  cargo  el  despacho 


-  G5  — 

de  todo  lo  referente  á  la  Casa;  es  decir:  lo  que  siempre 
tuvo.  Su  intervención  directa  y  exclusiva  en  los  asun- 
tos administrativos  cesó  desde  el  año  de  1840. 

Cuando  la  Corte  sale  de  la  Casa  Real,  el  Jefe  nato 
de  la  comitiva  es  el  Caballerizo  Mayor,  título  y 
cargo  que,  como  dejamos  dicho,  va  unido  ahora  al  de 
Jefe  superior  de  Palacio.  En  la  actualidad  lo  desem- 
peña el  Excmo.  Sr.  Duque  de  Medina  Sidonia. 

Dentro  de  la  casa,  y  en  cuanto  á  ella  concierne,  no 
hay  más  jefe  superior  que  el  Mayordomo  Mayor. 
Título  y  cargo  que  en  la  actualidad  lleva  y  desem- 
peña el  Excmo.  Sr.  Duque  de  Sotomayor. 

En  uno  y  otro  cargo,  ^;á  qué  se  atienen?  Ante 
todo  á  lo  tradicional,  salvando  las  dificultades  si 
algunas  salen  al  paso,  en  el  ejercicio  de  sus  delica- 
das funciones,  con  los  precedentes  establecidos. 

Legislar  en  materia  tan  delicada  es  escabroso,  lo 
reconocemos ;  pero  no  imposible.  Si  de  lo  tradicional 
aquí  no  damos  copia,  es  porque,  teniendo  por  base 
lo  escrito  en  diferentes  épocas,  multitud  de  concau- 
sas han  hecho  litigiosa  la  genuina  expresión  de  los 
textos,  y  si  algunos  substancialmente  se  respetan,  al 
pie  de  la  letra  no  se  siguen,  y,  para  esto,  la  razón  in- 
vocada es  razón  positiva:  las  instituciones  y  cuanto 
con  ellas  se  relacionan,  no  son  las  mismas  que  las  de 
la  época  en  que  aquéllos  se  dictaron. 

*  * 

Vamos  á  terminar  advirtiendo  que,  por  ser  tan  ne- 
cesaria la  clase  de  los  Mayordomos  de  Semana,  no 
es  bien  que  sólo  conserve  el  recuerdo  de  lo  que  fué, 
no  siendo,  en  muchos  puntos,  lo  que  ha  sido.  Es 


—  OG  — 

decir:  que  como  sus  individuos  nanea  fueron,  nunca 
lleguen  á  ser  ceros  á  la  izquierda,  sino  á  la  derecha  de 
la  importantísima  y  respetable  unidad  de  jefe  del  Es- 
tado. Que,  tejida  con  los  prestigios  de  la  institución 
monárquica,  sea  útil;  porque  como  figura  decorativa, 
si  resultara,  es  inútil.  Y  para  que  la  indicada  clase 
recobre  toda  su  importancia,  y  porque  á  ella  perte- 
nece, quien  traza  estas  líneas,  en  unión  de  sus  dig- 
nísimos compañeros  los  Sres.  Marqués  de  Valmar, 
Conde  de  Mathián  y  Marqués  de  Montalvo,  todos  de 
rica  y  noble  inteligencia,  aceptó  la  honrosa  tarea  de 
auxiliar  con  sus  modestas  luces,  la  redacción  del  Re- 
glamento á  que  deben  atenerse  los  Mayordomos  de 
Semana. 

Los  nombres  de  los  que  lo  son  en  la  actualidad, 
figuran  en  la  siguiente 

Lista  de  los  Señores  Mayordomos  de  Semana  de  S.  M., 
existentes  en  I."  de  Septiembre  de  1898. 

*  Excmo.  Sr.  D.  Leopoldo  Augusto  de  Cueto,  Marqués  de 
Valmar,  Decano  de  la  Clase. 

*  Excmo.  Sr.  D.  Antonio  Remón  Zarco  del  Valle. 

^  Excmo,  Sr.  D.  José  María  de  Lezo  y  Vasco,  Marqués  de 
Ovieco. 

*  Excmo.  Sr.  D.  Luis  Casani  y  Cron,  Conde  de  Mathián. 

*  Sr.  D.  Pedro  Pérez  de  Castro. 

■•••'  Excmo.  Sr.  D.  Manuel  de  Aranda  y  Mesía. 


(-■'•)  Estos  seis  Mayordomos,  por  razón  de  su  antigüedad  y  de 
los  servicios  prestados,  cobran  cada  uno  de  ellos  la  gratificación 
de  7.600  pesetas  anuales,  compatible  con  los  sueldes  y  emolu- 
mentos de  la  Real  Casa. 

Cuando  ocurre  una  defunción,  los  Mayordomos  qie  tienen  nú- 
meros iaferiores  al  del  fallecido,  pasan  á  ocupar  en  la  escala  el 
inmediato  superior. 


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—  (;7  — 

Excmo.  Sr.  D.  Alonso  Coello  y  Contreras. 

Excmo.  Sr.  D.  Mariano  Remón  Zarco  del  Valle,  Marqués  d& 
Zarco. 

Sr.  D.  Pascual  de  Liñán  y  Fernández. 

Sr.  D.  Carlos  Mesía  de  la  Cerda,  Marqués  de  los  Ojíjares. 

Sr.  D.  José  Arizcun  y  Flores. 

Excmo.  Sr.  D.  Manuel  de  la  Pezuela. 

Excmo.  Sr.  D.  Antonio  Cabanilles  y  Federici. 

Sr.  D.  Nicolás  Fernández  de  Córdoba,  Marqués  de  Montalvo. 

Sr.  D.  Carlos  Romrée  y  Paulín,  Conde  de  Komrée. 

Sr.  D.  Rafael  Arias  de  Saavedra,  Conde  de  Gomara. 

Excmo.  Sr.  D.  Manuel  Remón  Zarco  del  Valle. 

Sr.  D.  Alejandro  de  Castro  y  Somera. 

Excmo.  Sr.  D.  José  Alvarez  de  Sotomayor  y  Doménech. 

Sr.  D.  Fernando  Rodríguez  de  la  Encina  y  Balparda,  Barón 
de  Benimuslem. 

Excmo.  Sr.  D.  Manuel  Flores  Calderón. 

Sr.  D.  Marcelo  de  Corral  y  Usera. 

Sr.  D.  Manuel  Gil  Delgado  y  Pineda,  Conde  de  Berberana. 

Sr.  D.  Juan  López  Valdemoro  de  Quesada  y  Bizarro,  Conde 
de  las  Navas. 

Excmo.  Sr.  D.  Emilio  López  de  Berges  y  Merino,  Marqués 
de  Berges. 

Sr.  D.  José  de  Baeza  y  Astrandi. 

Sr.  D.  Manuel  Abella  y  Fuertes. 

Sr.  D.  Julio  Cañaveral  y  Piédrola,  Conde  de  Benalúa. 

Sr.  D.  Joaquín  Ibáñez  Cuevas  y  Monserrat. 

Sr.  D.  Joaquín  Azcona  y  Meneos. 

Sr.  D.  José  Luis  de  Aguilera  y  Moreno. 

Sr.  D.  Francisco  Rodríguez  del  Rey. 

Sr.  D.  José  María  Ortega  y  Morejón. 

Sr.  D.  Manuel  Soler  y  Alarcón. 

Sr.  D.  Francisco  Monleón  y  Torres. 

Sr.  D.  Francisco  Ayguavives  y  León. 

Sr.  D.  Francisco  María  de  Lezcano  y  Larreta. 

Excmo.  Sr.  D.  Pascual  María  Massa  y  Martínez. 

Sr.  D.  Luis  Soria  y  Vilar. 

Sr.  D.  Federico  Cobo  de  Guzmán. 

Sr.  D.  Pedro  G.  Careaga  de  la  Quintana. 

Sr.  D.  Ricardo  Abella  y  Fuertes. 

*  *  *  *  * 


—  es  — 

Sr.  T).  Luis  de  Figuerola  y  Ferretti. 

Sr.  I).  Alberto  Alvarez  de  Sotomayor  y  Bassecourt. 

Sr.  D.  Carlos  Vela  Verdugo  é  Hidalgo,  Conde  de  Alba  Ileaí 
de  Tajo. 

Sr.  I).  Isidoro  ivuata  y  Sicbar. 

Sr.  D.  Mariano  de  Cuadra. 

Sr.  D.  Antonio  Morenos  y  García  Alesón. 

Exorno.  Sr.  D.  Francisco  Uhagón  y  Guardamino. 

Sr.  D.  Julián  María  de  Mendieta  y  Solís. 

Sr.  D.  José  del  Palacio  y  Palacio. 

Sr.  D.  J^amón  de  Dalmau  y  Olivart,  Marqués  de  Olivart. 

Sr.  D.  Manuel  del  Pino  y  Soler. 

Sr.  1).  Federico  Trénor  y  Palavicino. 

Sr.  D.  Carlos  Costi  y  ürtasum. 

Sr.  i).  Fernando  líamirez  de  Haro,  Conde  de  Villariezo. 

Sr.  D.  Alvaro  Caro  de  Szechenyi,  Marques  de  Villainayor. 

Sr.  D.  Manuel  de  Chaves  y  Beramendi,  Conde  de  Caudilla. 

Sr.  P.  Ismael  Pérez  Vidal. 

Sr.  D.  Ramón  Noguera  y  Aquavera. 

Sr.  D.  Pamón  Valdés  y  Armada. 

Sr.  D.  Manuel  Alvarez  de  Toledo,  Marqués  de  San  Felices  de 
Aragón. 

Sr.  D.  Fernando  Coello  y  Pérez  del  Pulgar. 

Sr.  D.  Podrigo  de  Ugueroa  y  Torres,  Marqués  de  Tovar. 

Sr.  D.  Francisco  de  Cubas  y  Erice. 

Sr.  IX  Alfonso  Pérez  de  Guzmán  el  Bueno  y  Gordón,  Conde 
de  Torre- Arias. 

Sr.  D.  Manuel  Carvajal  y  Hurtado  de  Mendoza. 

Sr.  D.  Francisco  Marín  y  Bertrán  de  Lis. 

Sr.  Conde  del  Moral  de  Calatrava. 

Excmo.  Sr.  D.  Juan  Miguel  Herrera  y  Orue. 

Sr.  IX  Antonio  \'argas  Machuca  y  Van-IIalen. 

Sr.  I).  Manuel  Manglano  y  Falencia,  Barón  de  Vallvert. 


Con  reglas  ajustadas  á  las  atribuciones  de  los  Ma- 
yordomos de  (Semana  en  todos  los  actos  del  servicio, 
desaparecerá  lo  indeterminado,  lo  que  se  presta  á  la 
duda,  y  sin  confusiones  ni  enojos,  cada  cual /estará 


—  69  — 

en  su  verdadero  puesto,  dando  la  debida  brillantez 
al  solemne  conjunto  de  la  etiqueta  palaciana. 

Un  deber,  no  de  cortesía,  de  justicia.  Damos  las 
más  expresivas  gracias  al  Sr.  D.  Ramón  M."^  Bremón, 
inteligente  y  experimentado  Secretario  de  la  Mayor- 
domía  Mayor  de  Palacio,  porque  con  su  sólita  bondad 
nos  ha  facilitado  las  noticias  comprendidas  en  el  pe- 
riodo coetáneo  á  que  se  hace  referencia  en  la  presente 
monografía.  Tan  valiosas  han  sido,  como  útiles  y 
atinadas  las  observaciones  que  debemos  al  Sr.  don 
José  M.'^  Nogués,  uno  de  los  más  ilustrados  y  labo- 
riosos funcionarios  que  prestan  sus  servicios  en  la 
Real  Casa. 


&í  ©ÍCataué^  9e  Ovieco. 


ürü. 


i%>i^ 


j 


PROLOGO   DE   D.   ANTONIO    F.   GRILO 

DESCRIPCIÓN  DEL  Excmo.  Sr.  D.  ANDRÉS  MELLADO 

DIBUJOS  DE  D.   MANUEL  JORRETO  MADRONA 

Fotografías  de  D.  Pascual  Medina. 


MADRID 

IMPRENTA    Di:    LOS    HIJOS    DE    ISl.    G.    HERNÁNDEZ 
Libertad,  i6  duplicado,  bajo. 

1897 


arta 


61^    r 

ro 


l^craa. 


Ajerido  Manuel  Jorreto, 
compañero  de  mi  infancia 
y  de  fatigas  y  glorias 
consecuente  camarada: 
t        Pagúete  Dios  el  envío 

de  la  primorosa  carta 

en  que  mi  opinión  consultas 

y  mi  consejo  demandas 

para  la  elegante  Guía 

y  las  pintorescas  páginas 

que  de  Los  Sitios  Reales 

pronto  darás  á  la  estampa. 

No  hallé  intento  más  hermoso, 

ni  labor  más  delicada, 

ni  dibujos  más  completos, 

ni  libro  que  haga  más  falta. 

¡Salud  á  la  noble  Reina, 

á  la  gentil  Soberana, 

á  la  piadosa  Cristina, 

madre  del  niño  Monarca, 

que,  sin  respiro  en  la  brega 

de  las  luchas  de  la  patria, 

lo  carcomido  embellece, 

y  lo  ruinoso  levanta, 

y  lo  olvidado  despierta, 

y  lo  caduco  restaura! 


¡Ayer  el  Campo  del  Moro 
era  un  foco  de  hojas  pálidas, 
y  de  estufas  macilentas, 
y  decrepitas  estatuas! 
¡Hoy,  á  la  voz  de  Cristina, 
como  al  conjuro  de  un  hada, 
el  mármol  hace  prodigios, 
juegos  y  curvas  el  agua, 
canastillas  las  camelias, 
finas  alfombras  la  grama, 
tapices  hiedras  y  rosas, 
y  dosel  las  enramadas! 
¡El  moro  de  ¿a  leyenda 
absorto  y  mudo  se  para, 
y  su  espíritu  contempla 
de  la  gran  Reina  cristiana 
el  jardín  que  ocupa  el  sitio 
do  se  alz-aron  las  murallas 
defendidas  al  empuje 
de  su  ballesta  y  su  lanza, 
cuando  era  linde  la  villa 
de  la  fronteriza  Marca! 
Si  aquí  lo  antiguo  embellece 
y  lo  historie  )  realza, 
junto  al  Cantábrico  eleva 
su  favorita  morada. 
¡Allí,  en  el  alejamiento 
de  la  mujer  de  su  casa, 
ya  no  es  Reina,  es  una  madre 
que  á  sus  hijos  se  consagra! 
¡Desde  Miramar  al  templo, 
y  desde  el  templo  á  la  playa, 
son  sus  vasallos  los  pobres 
y  las  olas  sus  esclavas! 
¡Las  violetas  son  sus  joyas, 
y  de  percal  y  de  lana 
hace  sus  trajes  de  corte, 
luce  sus  mejores  galas; 
y  más  que  al  eco  solemne 
de  las  retumbantes  salvas 
y  al  rumor  de  las  lisonjas 


y  de  las  augustas  marchas, 

vibra  al  grito  jubiloso 

del  Rey  niño  en  una  barca, 

vestido  de  marinero, 

hundiendo  el  remo  en  el  agua! 

Y  entre  bóvedas  de  hoftensias 

y  de  amarillas  manzanas, 

al  rayo  del  sol  poniente, 

desde  un  balcón  de  su  estancia 

prefiere  en  las  frescas  tardes 

de  la  noble  tierra  vasca, 

al  desfile  pintoresco 

de  soberbia  í^ran  parada, 

ver  á  los  Príncipes  niños, 

pedazos  de  sus  entrañas, 

jugando  por  los  jardines 

como  mariposas  blancas. 

El  Alcázar  de  Sevilla, 

los  árboles  de  la  Granja, 

están  de  sus  ojos  lejos... 

pero  cerca  de  su  alma. 

¡Del  Pardo,  en  la  alfombra  agreste 

y  en  las  encinas  ancianas, 

aún  del  regio  moribundo, 

la  soml^ra  para  ella  vaga! 

Del  Escorial  á  las  bóvedas 

su  pensamiento  traslada, 

y  al  Colegio  Alfo7tso  XH 

la  Universidad  enlaza. 

Con  su  mismo  nombre  ilustra 

el  templo  de  la  enseñanza, 

y  á  los  Padres  Agustinos 

encomienda  lo  que  ampara. 

¡Ay!  También  les  encomienda 

sus  recónditas  plegarias; 

¡que  allí  duerme  el  sueño  eterno 

su  esposo,  el  muerto  Monarca, 

del  pudridero  sombrío 

en  la  cripta  subterránea! 

¡Tal  vez  los  cirios  se  apaguen 

y  enmudezcan  las  campanas. 


y  las  llores  se  marchiten, 
y  hasta  se  agoten  las  lágrimas; 
pero  el  alma  de  la  Reina, 
ante  aquella  tumba  helada, 
íiota  y  brilla  eternamente 
como  la  luz  de  iñía  klmpara! 

Por  eso,  Manuel  querido, 
bendigo  las  nobles  páginas 
que  de  Los  Sitios  Reales 
revelan  las  filigranas. 
Ya,  con  tu  libro  en  la  mano, 
irá  el  viajero  á  sus  anchas, 
■  admirando  los  prodigios 
de  la  Corona  de  España. 
Aranjuez  con  sus  jardines 
y  con  su  Tajo  de  plata 
y  con  el'manto  de  púrpura 
de  sus  fresas  encarnadas; 
el  Alcázar  de  Sevilla 
con  sus  históricas  palmas, 
la  blancura  de  sus  nardos 
y  el  oro  de  sus  naranjas; 
la  Casa  de  Campo,  alegre, 
que  el  Manzanares  retrata, 
con  su  coto  y  con  su  lago 
y  con  la  verde  guirnalda 
que  de  los  frescos  pinares 
el  nuevo  plantel  levanta, 
convierte  en  auras  de  vida 
las  polvaredas  insanas, 
y  da  oxígeno  al  ambiente 
y  salud  á  la  comarca, 
dentro  de  tu  hermoso  libro, 
como  en  urna  conservadas, 
revelarán  el  impulso 
de  la  noble  augusta  dama. 
Y  verán  que  no  está  sola; 
porque  dentro  de  su  casa, 
tiene  intérprete  admirable 
para  todo  cuanto  abarca^ 


No  es  solo  nuestro  Luis 
el  Intendente  que  guarda 
los  tesoros  confiados 
á  su  inteligencia  honrada: 
es  el  arte,  que  no  duerme, 
el  celo,  que  no  descana; 
que  trueca  el  proyecto  en  obra 
y  en  realidad  la  esperanza. 

Con  que,  adiós,  Manuel;  recibe 
plácemes  por  tu  constancia, 
y  honor  á  los  monumentos 
y...  ¡viva  la  Soberana! 


^'n'^<m,'te    ^44/0. 


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EL  CAMPO  DEL  MORO 


NA  cuestión  profunda  y  tras- 
cendental,  de  las  más  graves 
que  h^n  agitado  la  conciencia 
ana  y  lian  cubierto  cien 
mM^cesáQ  sangre  los  campos 
^^  wüpe.   batalla,    nos   hizo 


^M^M  cótrocer  á  varios  estu- 


diantes que   cursába- 

'mos  la  facultad  de  Derecho 

en  la  Universidad  Central, 

lá  por  los   años  de  mil  ocho 

j|os  seserfta  y...,  el  paseo  y  la  hondo- 

lorida  que  se  extiende  por  la  parte 

tiente,  desde  el  Palacio  Real  hasta 

del  Puerto,  y  que  de  tiempo 

mmeíft^iartiene  por  nombre  el  Campo 

Moro: 

ios  había  tbcado'lsiJs  suerte  una  pléyade 
Ce  profesores  sa})ientísimos,  honra  de  las 
nencias  españolas.  Pero  ofrecían  la  parti- 
|cularidad  de  que  uno  de  ellos  era   krau- 
iista,  otro  hegeliano,  otro  católico   libe- 
;.fral,  y  el  cuarto  ultramontano  furibundo, 
que  tenía  como  dogma  primordial  de  todo 
lo  CQgnoscible  el  Syllabus  recientemente  promul- 
gado por  la  Santidad  de  Pío  IX.  Y  para  colmo  de 
'^^confusiones  de  nuestros  cerebros  vírgenes  y  már- 
la  cátedra  de  Metafísica  se  había  dividido 
én  dos  tandas,  por  ser  muy  numerosos  los  alum- 
nos: á  la  primera  mitad  daba  lección  Orti  Lara  y  á  la 
fsegunda  D.  Nicolás  Salmerón.  Ocioso  es  decir  que 


10    — 


toda  aquella  juventud,  ávida  de  saber,  se  hallaba  honda- 
mente dividida,  y  las  polémicas  sobre  la  fe  de  nuestros 
mayores  y  la  libertad  del  pensamiento  mantenían  per- 
petua discordia  en  el  mundo  escolar,  discordia  que  á  ve- 
ces revestía  el  aparato  de  encarnizada  guerra  civil,  donde 
á  cachetes  y  puñetazo  limpio  zanjaban  sus  diferencias 
doctrinales  aquellos  ñlósofos  embrionarios  y  literatos  in- 
cipientes, animados  de  temperamentos  más  belicosos  de 
los  que  requieren  ciencias  de  tan  serenas  y  plácidas  ense- 
ñanzas como  la  literatura  y  la  filosofía. 

Cierta  mañana,  cuando  estaban  más  encendidos  los 
ánimos  respecto  á  las  preferencias  de  los  respectivos 
apóstoles  y  doctrinas,  no  sé  quién  tuvo  la  feliz  idea  de 
proponer  una  suspensión  de  hostilidades  y  un  armisticio 
filosófico,  cuyo  primer  artículo  consistía  en  no  asistir  á  la 
cátedra  del  neocatólico  ni  á  la  del  pontífice  de  la  escue- 
la germanófila,  é  irnos  en  amor  y  buena  compaña  á  di- 
^rimir  nuestras  dudas  á  algún  sitio  ameno  de  los  alrede- 
dores de  Madrid,  no  muy  distante  de  nuestro  po- 
pular barrio  latino  de  la  calle  de  San  Bernardo, 
por  aquello  que  dice  Cervantes:  «El  sosiego,  el 
lug^ir  apacible,  la  amenidad  de  los  campos,  la  se- 
renidad de  los  cielos,  el  murmurar  de  las 
fuentes  y  la  quietud  del  espíritu  son  gran- 
.^ie  parte  para  que  las  musas  más  estériles 
3  ^*^'  se  muestren  fecundas>,  tras  de 
>#'"  r.n .  cuya  fecundidad  Íbamos  en  bus- 
.^'^--■¡^jt^.  Y  ningún  lugar  nos  pareció 
C  más  á  propósito  que  el  histó- 
,<^l  \"f)    rico  Campo  del  Moro. 

^  ',.-»<  ~* 

Por  lo  que  pueda  interesar 
á  la  posteridad,  bueno  es  que  conste  que 
no  luimos  descubridores  de  aquel  sitio,  tan 
^'      pobre  y  descuidado  entonces  y  hoy  tan  es- 
pléndido y  floreciente. 
Muchas  generaciones  de  estudiantes  lo  habían  ya 
convertido  en  centro  de  sus  novilladas  y  hMeXgdiS^ 
en  palenque  para  dirimir  cuerpo  á  cuerpo  sus 
personales  agravios,  en  estadio  del  más  barato 
de  los  deportes  juveniles,  vulgarmente  llama- 
do el  marro  y  de  todas  las  travesuras  pro- 
pias de  la  edad  juvenil,  que  distan  mucho  en 


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—  II  — 


Jardines  y  paseos  de  merecer  aplauso  de  la 
Sociedad  Protectora  de  Plantas  y  Animales. 

Nuestra  clase,   de  la  que  formaban  parte 
muchos  que   son  hoy   ó   han  sido    go* 
bernadores ,    subsecretarios ,    magistr 
dos,  catedráticos  eminentes   y  otros 
más  que  han  pasado  á  mejor  vida,  de-.^ 
jando  dramas,   poesías  y  libros  muy 
celebrados ,    propendía   á    entreteni- 
mientos más  serios  y  reflexivos  que 
los  juegos  atléticos,  por  más  que  estos 
tuvieran  en   su  favor   las  tradiciones  de 
Olimpia,  de  Nemea  y  de  Corinto. 

Y  como  se  tomó  afición  á  aquel  lugar 
y  continuaban  nuestras  dudas  y  contien- 
das sobre  lo  tradicional  y  lo  innovador, 
vinimos  á  establecer  una  especie  de  Aca- 
de  miaal  aire  libre,  recuberas  sub  tegmine  fagi,  ala  sombra 
de  los  pinares  que  aún  se  conservan,  valiéndonos  para 
disculpar  nuestra  ausencia  de  las  aulas  la  memoria  de 
Aristóteles  y  de  sus  discípulos  peripatéticos  ó  paseantes. 

Pobre  golpe  de  vista,  sin  embargo,  ofrecía  entonces  el 
antiguo  Parque  de  Palacio;  la  arboleda  era  escasa,  raquí- 
ticos los  castillos  de  flores,  descompuestas  las  rampas. 
Valla  no  había  ninguna.  Por  cualquier  parte  entraba  el 
que  quería,  y  por  unos  desmontes,  casi  despeñaderos, 
solían  arrojarse  los  muchachos  de  la  calle  haciendo  ejer- 
cicios de  pintorescos  volatines. 

La  concurrencia  era  abigarrada  y  muy  varia,  según  las 
horas;  allí  tenían  establecido  su  campamento  fijo  multitud 
de  rapazuelos  y  mozalbetes  que  entonces  se  llamaban  ca- 
pitalistas y  hoy  se  ilustran  con  los  calificativos  de  golfos  y 
RATAS.  Además  de  estos  abonados  perpetuos,  la  mañana 
servía  para  los  raboneros  de  la  Universidad,  la  tarde  para 
meriendas  y  comilonas,  y  desde  el  oscurecer...  ¡oh!  desde 
el  oscurecer  sólo  los  guardas  saben  las  cacerías  á  que  te- 
nían que  entregarse  de  continuo  contra  Rinconetes  y  Re- 
polidas.  Hubo  épocas  de  rigor  en  que  se  tomaba  precau- 
ciones y  sólo  se  entraba  por  papeletas;  pero  luego  toda 
disciplina  se  fué  relajando,  y  cuando  vino  la  Revolución 
de  Septiembre,  ya  quedó  abierto  aquel  sitio  para  toda 
clase  de  licencias  y  aun  escándalos,  capaces  de  indignar 
al  propio  inoro  que  da  nombre  al  campo. 


—    12    — 


Y  sobre  este  moro^  que  debió  ser  famoso  en  la  histo- 
ria, versó  una  de  las  deliberaciones  más  estupendas, 
sutiles,  inútiles  y  peliagudas  que  sostuvo  nuestro  círculo 
estudiantil  en  el  vagar,  que  era  muy  frecuente,  de  la  me- 
tafísica bifronte  y  archicontradictoria,  respecto  á  la  cual 
procurábamos  con  perseverancia  divertida  emanciparnos. 

Y  parodiando  el  célebre  folletín  de  Jerónimo  Paturot, 
nos  preguntamos  un  día:  <:quién  era  ese  fnoro}  ;Por  qué 
era  suyo  este  campo?  ^Cuándo  vivió  el  tal  ?Horo  y  qué 
hizo  para  que  se  perpetuara  entre  cristianos  su  nombre 
pagano  anejo  á  este  lugar  por  tantos  siglos? 

Hé  aquí  cómo  se  entabló  la  polémica  y  surgió  á  costa 
de  la  erudición  ajena  el  contraste  de  opiniones  y  de  cri- 
terios. 

Se  ampararon  unos  en  la  autoridad  de  Fernández  de 
los  Ríos,  que  en  su  Giíía  de  Madrid  dice  que  «en  1109 
Tejufin,  rey  de  los  almorávides,  destruyó  los  muros  de 
Majeritum,  se  hizo  dueño  de  la  villa,  excepto  del  Alcá- 
zar, y  se  retiró». 

Invocaron  otros  la  opinión  de  Mesonero  Romanos,  que 
en  su  Antiguo  Madrid  habla  de  la  venida  de  Tejufin  á 
España  en  1109,  y  de  que  «los  habitantes  de  la  villa,  en- 
cerrados en  el  Alcázar,  rechazaron  el  ejército  marroquí, 
que  había  llegado  á  sentar  sus  reales  en  el 
sitio  que  aún  se  llamaba  Campo  del  Moro>  ^ 
Y  no  faltó  quien,  alardeando  de  arabista,  tra- 
jera á  colación  el  testimonio  del  cronista  Rudh 
Alcartás,  el  cual  dice  textualmente: 
«En  503  (i  109  de  nuestra  Era),  el  Emir 
Alí  Ben  Jusuf  pasó  á  España  para  hacer  la  gue- 
rra santa;  se  embarcó  en  Ceuta  el 
jueves  15  del  mes  de  Muharran, 
llevando  consigo  más  de  100.000 
caballeros;  se  encaminó  directa- 
mente á  Córdoba,  donde  permaneció 
un  mes  antes  de  entrar  en  campaña; 
comenzó  por  apoderarse  de  Talave- 
>at,^^^^  ra  (?)  y  hasta  27  plazas  fuertes  de 
la  jurisdicción  de  Toledo;  con 
^ -quistó  igualmente  Madrid  y  Guadalajara, 
y.habiendo  llegado  á  Toledo,  la  sitió  y 
arrasó  sus  campos.  Después  regresó  á 
Córdoba.  V 
Resultó,  pues,  para  nosotros  probado 


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13 


de  una  manera  indubitable  é  inconcusa  que  el  moro  de 
marras  fué  el  Emir  Alí  Ben  Yusuf  (ó  Yusefj  fBen-Yuxufin 
ó  Tejufin),  ó  como  decíamos  familiarmente,  Tachufin. 
Más  tarde  la  tradición  perpetuó  el  recuerdo  de  este  intré- 
pido conquistador  musulmán,  dando  el  nombre  de  Cam- 
po del  Moro  a\  terreno  donde  acomparon  sus  huestes, 
debeladoras  de  Majerit. 

Quedamos,  pues,  los  imberbes  académicos  del  celebé- 
rrimo campo  muy  satisfechos  y  orondos  con  el  resulta- 
do de  nuestras  pesquisas  históricas,  y  picados  de  la  cu- 
riosidad, no  menos  que  solicitados  del  encanto  que  pro- 
duce siempre  el  conocimiento  de  los  sitios  de  algún 
modo  enlazados  con  nuestros  recuerdos  y  nuestra  VKja, 
dímonos  á  buscar  y  leer  cuanto  se  refería 
á  nuestro  paseo  predilecto.  Con  lo  cual, 
luego  de  pasar  algunas  noches  de  claro  en 
claro  y  algunos  días  de  turbio  en  turbio, " 
allegamos  un  respetable  caudal  de  "  ^~~ 
datos,  no  sin  tener  antes  que  revolver  sin 
número  de  libros  y  papeles  en  aquella 
sala  de  la  Biblioteca  vieja,  de  feliz  memo- 
ria. Y  de  aquellas  lecturas  de  antaño,  tal 
como  las  conserva  la  memoria  a  tr^véf:> 
del  tiempo  pasado  (que  no  es  poco), 
sírvome  ahora  con  singular  del 
ya  que  la  fortuna  me  depa- 
ra ocasión,  para  mí  inespe- 
rada, de  narrar  las  vicisitu- 
des del  histórico  campo. 

Sepan  cuantos  esto  leye- 
ren,  y  sépanlo  merced    á 
una  erudición  que   no   es 
mía,  pues  la  encomiendo  á 
*la  buena  fe  de  los  muchos^^ 
que   sobre   ello        S^^^^ 
han  escrito,  que    "  ^ 
hasta  el    siglo 
XIV  Madrid  estuvo  ro- 
deado de  espesos  bos- 
ques y  fragosos  jarales 
por    donde    discurrían 
toda  clase  de  alimañas, 
hostigadas  de  continuo  por  los 
monteros  reales.  De  aquella  ve- 


—  14  — 

getación   enmarañada,  encomiada   grande- 

'l    mente  por  los  cronistas  de  la  época,  no  que- 

"■•i^Mñsin  ni  rastros.   Calvas  llanuras  han  sustituí- 

í'í?;^        do   á  los  antiguos   matorrales,    y 

éstos  desaparecieron  para  siempre 

como  si  sobre  ellos  hubiera  pasado 

galopando  el  caballo  de  Atila. 

Por  entonces,  y  en  el  sitio  com- 
prendido entre  la  Cuesta  de  la  Ve- 
ga y  el  Campo  del  Moro,  se  cele- 
brarían acaso  las  justas  en  que 
tanto  sobresalían  los  caballeros 
de  Castilla,  alguna  de  las  cuales  tu- 
vo un  resultado  que  pudo  ser  fu- 
íiesto  para  el  entonces  mancebo 
D.  Alvaro  de  Luna,  después  Con- 
destable y  valido  del  Rey  D.Juan  II. 
l*s  El  antiguo  palenque  madrileño 
ha  conservado  hasta  nuestros  días 
el  nombre  de  7a  T^la^  y  quizá  formara  parte  del  Campo 
del  Moro,  pues  en  la  extensión  de  terreno  que  hoy  lleva 
este  nombre  no  esfácil  que  pudiera  acampar  el  numero- 
so ejército  de  Ali  Ben  Jusuf. 

Carlos  V,  á  quien  Madrid  debe  la  corona  imperial  que 
ostenta  en  su  escudo,  hizo  reedificar  el  antiguo  Alcázar, 
arrancado  al  poder  de  los  sarracenos  por  Alfonso  el 
Bravo,  á  fines  del  siglo  X. 

Felipe  II  continuó  el  ensanche  y  mejora  del  edificio. 
Con  el  fin  de  embellecer  sus  cercanías  compró  (1556) 
algunas  casas  y  tierras  en  término  de  la  Sagra,  y  des- 
de la  puerta  de  Albega  (hoy  Cuesta  de  la  Vega)  has- 
ta el  puente  de  Segovia,  incorporando  además  al  vínculo 
ó  mayorazgo  de  la  Corona  la  Casa  de  Campo,  comprada 
á  los  herederos  de  D.  Fadrique  de  Vargas  (en  1558), 
y  el  Campo  del  Moro. 

Quintana,  en  su  libro  Grandezas  de  Madrid^  y  refirién- 
dose al  Palacio  Real  en  ios  tiempos  de  que  hablamos, 
dice: 

«Encierra  dentro  de  sí  la  Huerta  de  la  Priora,  de  fru- 
tales y  hierbas  olorosas,  y  el  bosque^  en  el  cual  para  el 
ejercicio  de  la  caza  hay  multitud  de  venados,  conejos  y 
liebres,  de  suerte  que  dentro  de  sí  tiene  (sin  salir  fuera) 
todo  género  de  gusto  y  recreación.» 

Todos  los  escritores  de  aquella  época  llaman  Parque 


02 


de  Palacio  al  Campo  del  Moro.  Así  le  desig- 
nan también  los  poetas  del  tiempo  de  los 
Felipes  III  y  IV,  lo  mismo  en  composicio- 
nes de  ocasión,  como  las  reunidas  por  don 
José  Pellicer  de  Tovar  en  su  libro  Anfitea- 
iro  de  Felipe  el  Grande^  que  en  comedias 
como  la  titulada  por  Calderón  Mañanas  de 
Abril  y  Mayo. 

Las  fiestas  del  Parque  hubieron  de  pade- 
cer algún  eclipse  con  motivo  de  las  que  se 
celebraron  en  el  Buen  Retiro,  lugar  que 
debió  su  prepo  nderancia 
á  la  iniciativa  poderosa 
del  Conde  Duque  de  Oli- 
vares; pero  en  el  reinado 
de  Carlos  II  la  Reina  doña 
María   Ana    de    Austria 
diestra  cazadora,  con- 
virtió de  nuevo  el  es- 
pacio «entre  el  Palacio 
y  el  río>  en  soto  abun-  ^- . '''''/' \ 
dantísimo  de  caza  me- 
nor  «para  su  solaz  y  el  de 
las  damas  de  la  corte».  Así  consta  en 
las  cartas  escotasen  i666y  i667porMuret,quevino agre- 
gado á  la  Embajada  francesa  del  Arzobispo  de  Embrun. 

El  Alcázar  fué  devorado  por  las  llamas  en  la  noche 
del  24  de  Diciembre  de  1734.  Felipe  V,  terminada  la 
guerra  de  Sucesión,  pudo  acometer  la  empresa  de  edifi- 
car sobre  las  ruinas  del  Alcázar  la  actual  morada  de 
nuestros  Reyes.  El  edificio  estuvo  habitable  en  el  reinado 
de  Carlos  III  (1764);  pero  los  jardines  que  formaban  par- 
te del  proyecto  de  Jubera  y  de  las  obras  encomendadas 
á  Sachetti  no  llegaron  á  realizarse. 

Desde  1839  se  arrendaron  algunas  fanegas  del  Campo 
del  Moro  para  sembrar  en  ellas  árboles  y  verduras. 

En  1859  á  60,  con  objeto  de  nivelar  lo  quebrado  de 
aquel  terreno,  se  permitió  que  éste  fuera  convertido  en 
vertedero  público,  y  allí  están  enterrados  los  escombros 
de  las  casas  derribadas  para  ensanchar  la  Puerta  del  Sol. 

Por  disposición  del  Rey  D.  Francisco  de  Asís  fueron 
plantados  en  el  Campo  del  Moro  robles,  moreras,  álamos 
negros,  acacias  blancas,  pinos  y  otros  árboles  que  aún 
existen;  se  colocó  frente  á  la  gran  estufa  la  elegante 


-   i6  - 

«fuente  de  los  Tritonos>,  labrada  en  mármol  blanco,  con 
esculturas  del  estilo  de  Berruguete  y  mandada  construir 
por  Felipe  IV  ])ara  los  jardines  de  Áranjuez. 

También  fué  emplazada  la  «fuente  de  las  Conchas», 
hecha  según  traza  de  D.  Ventura  Rodríguez,  ejecutada 
en  mármol  por  D.  Francisco  Gutiérrez  y  D.  Manuel  Al- 
varez,  destinada  primero  al  Palacio  de  Bobadilla,  rega- 
lada por  sus  dueños  á  Fernando  VII  y  dada  por  éste  á 
D.^  María  Cristina  de  Borbón  para  sus  jardines  de  «Vis- 
ta Alegre». 


De  la  decadencia  á  que  había  llegado  el  Campo  del 
Moro  por  los  años  de  la  Revolución  ya  tienen  idea  mis 
lectores,  y  ciertamente  que  no  sin  pena  veíamos  los  esco- 
lares de  entonces  tamaño  abandono  y  desidia.  Un  senti- 
miento intuitivo  de  amor  á  la  naturaleza  nos  hacía 
lamentar  aquella  ruina. 

— ¡Qué  jardín  má^  hermoso  podía  hacerse  en  este 
sitio! — recuerdo  haber  oído  exclamar  á  uno  de  mis  com- 
pañeros de  entonces,  poeta  ins|)iradísimo  después  y  en 
hora  infausta  arrebatado  á  la  gloria  del  arte  y  al  cariño 
de  los  suyos. 

Al  cabo  de  los  años,  lo  que  fué  ensueño  momentáneo 
de  aquella  fantasía  exuberante,  es  hoy  realidad  hermo- 
sísima. 

El  jardín  ha  surgido  de  aquellos  derrumbaderos  como 

obedeciendo  aun  conjuro 
mágico. 

S.  M.  la  Reina  Regente 
D.®  María  Cristina,   que 
con  tan  inteligente  celo 
^^  vigila,  cuida  y  fomenta   el 
real  patrimonio  que  la  Pro- 
videncia ha  puesto  en   sus 
manos,  decidió  convertir  en 
(Verdadero  Parque  de  Palacio 
el  lugar  donde  toda  inmun- 
dicia había  puesto  su  asien- 
to. Y  el  Intendente  de  la  Real 
Casa,  D.  Luis  Moreno,  supo 
llevar   á  breve  y  cumplido 
j  término  obra  tan  importan- 
i^tísima  de  embellecimiento  y 
de  higiene,  conforme  á  los 


—  17 

deseos   de   nuestra  augusta 
Soberana. 

Y  ya  que  hemos  hablado 
tanto  del  pasado,  digamos 
algo  del  presente. 


El  mortal  venturoso  que,  llevan- 
do en  la  memoria  el  recuerdo  de 
aquel    antiguo  Campo  del  Moro, 
agreste  y  descompuesto,  embarran- 
cado é  inculto,  refugio  selvático  de 
toda  el  hampa  andariega  de  la  cortep^^ 
el  mortal  venturoso,  digo,  que  con  es- 
tos recuerdos  en  la  mente  visite  ahora  t 
el  novísimo  Parque  de  Palacio,  queda- 
rá maravillado  de  la  metamorfosis  que 
han  experimentado  aquellos  lugares. 

El  arte  y  la  naturaleza  diríase  que 
han  competido  allí  para  embellecer-    ^. 
los.  Y  como  dice  el  Tasso  de  los  jardi- 
nes de  Armida  pudiéramos  repetir: 

Di  natura  arte  par  y  che  per  diletto 
L'imitatrice  sua  scherzando  imiti. 


/ 


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7 


Apenas  si  quedan  rastros  de  la  antigua  topografía;  tal 
ó  cual  grupo  de  gallardos  pinos,  la  mole  gentilísima  de 
alguna  fuente  monumental,  el  declive  y  figura  de  alguna 
senda  son  los  únicos  vestigios  del  pasado  que  perduran 
entre  las  reformas  y  mejoras  de  lo  presente. 

Todo  lo  demás  ha  desaparecido:  vegetación  pujante  y 
nueva  arraiga  y  vive  en  el  yermo  de  ayer;  el  césped  y 
las  flores  tapizan  las  pendientes  erizadas  antes  con  los 
escombros  acarreados  de  los  derribos;  surgen  los  rosa- 
les y  las  magnolias,  los  jazmines  y  las  madreselvas,  don- 
de antes  sólo  producía  la  empobrecida  y  abandonada 
tierra  cardos,  ortigas,  jaramagos  y  heléchos;  cubre  la 
sombra  de  los  árboles  que  amorosamente  enlazan  sus 
más  altas  ramas  el  espacio  donde  antes  sentaba  sus  rea- 
les tropa  viciosa  y  maleante,  ó  dirimía  á  pedrada  lim- 
pia sus  disputas  la  belicosa  granujería  del  Manzana- 
res; se  ha  terraplenado  aquella  sima  de  dos  bocas  por 
donde  pasaba  con  trajín  y  estrépito  de  terremoto  el 


—  i8  — 

tren  de  circunvalación,  y  en  donde  más  de  un  desven- 
turado puso  fin  á  sus  días  despeñándose;  no  existen 
aquellas  espesuras  de  antaño,  donde  rimó  sus  églogas  el 
amor  de  estudiantinos  emprendedores  y  modistuelas 
frágiles;  no  turba  los  ecos  de  las  nuevas  enramadas  el 
griterío  alborozado  de  las  meriendas  domingueras...  Lo 
que  había  de  feo,  desordenado  y  grosero  ha  desapareci- 
do como  arrancado  de  cuajo.  La  tierra  fué  roturada, 
movida  y  «exorcisada»  con  el  sudor  y  el  trabajo  de  mu- 
chos obreros  inteligentemente  dirigidos,  y  la  vida  en 
aquellos  lugares  se  renovó  al  cabo  de  cierto  tiempo  pu- 
rificada y  embellecida. 

Parece   cosa  de  sueños,  labor  de  cuento  de  hadas, 
algo,  en  fin,  maravilloso  y  fantástico,  la  varia- 
ción  realizada  en   el    Parque  del  Regio   Alcá- 
zar; pero  traducida  esta  impresión  de  asombro 
al  lenguaje  sencillo  y  vulgarísimo  de 

la  estadística  y 
_  ;^r^_^^  de  los  números, 
f^^^i^^^^^S^upone  Lo  si- 
guiente: des- 
montar 130.000 
metros  cúbicos  de  tierra;  arrastrar 
20.000;  mover  para  terraplenes  unos 
144.000;  aportar  16.000  de  tierra  vir- 
gen para  concluir  los  rellenos  de  las  hondonadas;  inver- 
tir en  la  capa  superficial  de  paseos  y  senderos  3.000  ca- 
rros de  arena  de  almendrilla  y  4.000  de  arena  de  miga 
y  blanca;  dar  seis  cavas  á  las  veinte  hectáreas  de  que  se 
compone  el  Parque;  enriquecer  aquella  tierra,  en  gran 
parte  esquilmada,  con  30.000  carros  de  abono,  mantillo 
y  tierra  de  brezo,  y  dotar  pródigamente  de  agua  aque- 
llos terrenos,  en  los  cuales  se  ha  establecido  una  dilatada 
y  completísima  red  de  cañerías  que  corren  y  se  combi- 
nan como  las  venas  y  las  arterias  en  el  cuerpo  hu- 
mano. 

Sabido  esto,  ya  se  puede  admirar  sin  sorpresa  aquella 
frondosidad  pomposa,  aquella  profusa  variedad  de  ma- 
tices y  de  aromas,  que  esmaltan  el  espacio  y  embalsa- 
man los  aires,  haciendo  buenos  los  hiperbólicos  encomios 
con  que  Calderón  describe  estos  lugares  en  sus  Mañanas 
de  Abril  y  Mayo^  cuando  pone  en  boca  de  D.  Hipólito 
los  siguientes  versos; 


:0S- 


—  19  — 


«Esta  mañana  salí 
á  ese  verde  ameno  sitio, 
á  esa  divina  maleza, 
á  ese  ameno  paraíso, 
á  ese  Parque,  rica  alfombra 
del  más  supremo  edificio...  > 

Y  cuenta  que  por  entonces  ese  supremo  edificio  no  ha- 
bía completado  el  perfil  gallardo  y  la  grandeza  monu- 
mental con  que  hoy  se  levanta  en  la  altura  do- 
minando toda  la  campiña  de  los  Madriles,  desde 
el  cerrillo  de  los  Angeles  hasta  los  picos  del 
Guadarrama. 


El  Parque  forma  por  dentro  el  más  en- 
cantador laberinto  que  puede  imaginarse. 
Los  senderos  se  cruzan  y  enlazan  á  través 
de  los  bosquetes  y  macizos  de  flores,  sur- 
cando la  espesura  con  aparente  confusión  y 
desorden.  Y  digo  aparente,  porque  en  cual- 
quiera de  estas  rústicas  vías  donde  se  ^^ 
aventure  la  planta  se  ve  justificada  la 
traza  y  el  objeto. 

Así  los  senderos  conducen  á  las  calles  de 
árboles,  las  calles  á  los  grandes  paseos,  los    ^ 
grandes  paseos  á  las  fuentes,  á  las  plazoletas, 
á  los  salones.  Allí  nada  huelga,  ni  desarmoni-^ 
za,  ni  estorba.  Se  siente  en  todas  partes  la  in- 
fluencia de  un  espíritu  superior  de  grandes  intuiciones' 
artísticas  y  singulares  prendas  de  austeridad  y  de  disci- 
plina. 

No  busquéis,  donde  la  fronda  es  más  espesa  y  más  dul- 
ce la  armonía  de  las  hojas,  el  banco  rústico  que  incita  al 
reposo  muelle,  al  coloquio  recatado  y  al  plácido  aisla- 
miento de  la  confidencia  y  del  ensueño. 

No  esperéis  encontrar  tampoco  grupos  escultóricos  de 
risueños  amorcillos  que  atisban  entre  las  hojas,  ni  esta- 
tuas que  copien  las  gracias  de  las  más  desenvueltas  divi- 
nidades mitológicas,  ni  otros  motivos  de  ornamentación 
placentera,  jovial  y  deleitosa  que  tanto  abundan  en  Ver- 
salles,  en  San  Ildefonso  y,  aunque  no  en  tanta  abundan- 
cia, en  Aranjuez. 

Toda  esta  «imaginería»  desenfadada  y  retozona  ha 
sido  desterrada  de  aquellas  arboledas,  sobriamente  de- 


—    20    — 


coradas  en  la  parte  de  puro  artificio.  Bancos  de  hierro 
de  elegante  sencillez*,  un  artístico  kiosco  para  conciertos, 
un  pabelloncito  rústico  de  planta  octógona  para  el  des- 
canso íntimo  y  en  familia,  dos  fuentes  monumentales,  la 
de  las  «Conchas»  y  la  de  los  «Tritones»,  esta  última  per- 
petuada por  Velázquez  en  un  lienzo  famoso,  hé  aquí  todo 
el  aliño  que  el  arte  y  la  industria  prestan  á  aquel  retiro. 
Toda  su  hermosura  queda  encomendada  á  la  gallardía 
de  los  árboles,  variedad  de  flores,  esmero  en  el  cultivo, 
soledad  gratísima,  silencio  augusto,  calma  bienhechora  y 
plácida,  que  llenan  de  atractivo  aquel  oasis  plantado  en- 
tre el  bullicio  de  la  corte. 

Todo  paisaje — ha  dicho  un  pensador — recuerda  una 
persona:  Yuste  á  Carlos  V,  El  Escorial  á  Felipe  II,  Aran- 
juez  á  Felipe  IV,  La  Granja  á  Felipe  V... 

El  Campo  del  Moro,  Parque  actual  del  Regio  Alcázar, 
es  una  de  tantas  muestras  de  las  gallardas  iniciativas  de 
la  actual  Reina  Regente.  Lucen  allí  su  voluntad  de  Reina 
y  su  exquisito  gusto  de  gran  dama,  y  mejor  que  en  nin- 
guna otra  posesión  real  se  adivina  en  aquellos  lugares  la 
presencia  de  la  augusta  viuda  de  D.  Alfonso  XII,  que  ha 
jL£^jQ=£l£LE.arque,  transformado  y  embellecido  según  sus 
ifldicaciones  y  pensamiento,  el  paseo 
^predilecto  donde,  en  compañía  de  sus 
jos  y  presenciando  sus  juegos,  busca 
algunos   momentos   de  solaz  que 
ilivien  su  ánimo  de  los  graves  asun- 
tos de  la  gobernación  del  Estado. 
No  fué  éste,  sin  embargo,  el  único 
móvil  que  impulsó  á  S.  M.  en  la  em- 
presa de  transformar  aquellos  lugares 
sino  el  deseo  de  hermosear  la  entra- 
da á  la  corte  en  la  vecindad  de  terre- 
nos propiedad   del   Patrimonio   y  el 
afán   de  proporcionar  trabajo  á  los 
íbreros,   afligidos  en  Madrid  de  agu- 
crisis  el  año  de  1890,  en  que  co- 
lenzaron  las  obras  de  restauración 
y  embellecimiento  en  el  Parque  del 
\^^  Regio  Alcázar. 
^'^''Ws    Más  de  doscientos  jornaleros 
^mjvieron  desde  entonces  ocupa- 
^^lón  diaria  en  los  trabajos  del 
T  Campo  del  Moro;  en  su  conser- 


Estufa. 


—   21    — 


vación  se  emplea  de  ordinario  buen  número  de  obreros, 
y  en  la  época  conveniente  se  añade  á  esto  una  cuadrilla 
extraordinaria  de  sesenta  peones. 


Hablemos  ahora  con  algún  detalle  del  orden  y  dispo- 
sición interior  del  Parque,  pues  no  dejan  de  ofrecer  cier- 
to interés  estos  pormenores. 

La  avenida  alta,  paralela  y  contigua  á  la  fachada  del 
Real  Palacio,  tiene  en  sus  extremos  las  puertas  que  co- 
munican con  el  paseo  de  San  Vicente  y  la  Cuesta  de  la 
Vega.  Forma  una  amplísima  vía  para  carruajes  y  tiene 
los  paseos  laterales,  separados  entre  sí  por  cuatro  líneas 
de  lozanos  orientales  plátanos.  En  las  dos  líneas  del  cen- 
tro hay  también  bonitas  platabandas  de  rosales  de  alto 
tronco  y  otras  plantas  de  flor.  En  este  paseo,  y  enfrente 
de  la  gran  estufa,  está  colocada  la  «Fuente  de  los  Trito- 
nes», completamente  restaurada,  lo  mismo  que  la  «de 
las  Conchas >,  situada  frente  á  la  gran  calle  que  conduce 
al  Túnel. 

De  las  inmediaciones  del  sitio  en  que  está 
emplazada  la  primera  •  arrancan   otra"; 
dos  vías  que,   trazando  sendas  curvas 
por    derecha  é  izquierda  del   Parquí 
conducen  al  Túnel,  que  pofe^,^ 
medio  del   «Puente  del  Re> 
comunica  con  la  Real  Casa  d< 
Campo.  El  paseo  que  descien- 
de por  la  parte  inmediata  á  la 
Cuesta  de  la  Vega  tiene  nue- 
ve metros  de  ancho  y  está  bordead 
de  plátanos;  el  próximo  á  la 
cuesta  de  San  Vicente   tiem 
una  anchura  de  seis  metros  y* 
está  flanqueado  por  dos  hileras  de  cí 
taños   de   Indias.   De  estos   dos   paseoi 
arrancan  otros  siete  que  cruzan  el  Par- 
que en  distintas  direcciones,  tienen  cin- 
co metros  de  anchura  y  están  bordea- 
dos  de   álamos   blancos,   hayas,    acacia 
decasniana  y  otros  árboles  de  adorno  y 
sombra. 

Los  enumerados  paseos  son  como  ati\\ 


;');'■' 


-   227- 


terias  principales  de 
una  red  de  senderos,  de 
dos  metros  de  ancho,  á 
cuyos  lados  hay  gran 
variedad  de  rosales, 
'  bosquetes  de  plantas  de 
.'flor  y  de  adorno  y  boni- 
tas agrupaciones  de  ar- 
bustos. 

En  el  centro  de  esa 
red  hay  un  vasto  salón, 
y  en  los  extremos  de 
éste  dos 
r.    plazascir- 
c  u  1  a  r  e  s : 
una    en 
que  está  la  «fuente  de  las  Con- 
chas», y  otra,  muy  vasta,  desti- 

n  a  d  a    á 
concier- 
.^^tos,  en  la 
que  se  le- 
*"    vantó  un 
lindo  kiosco  cuando   S.  M.   la 
Reina  dispuso  celebrar  la  gar- 
den  parí}\  que  hubo  de  ser  sus- 
pendida por  un  accidente  des- 
graciado. 

A  un  lado   del   salón  se  ha 
construido  un  precioso    pabe- 
llón rústico,  de  planta  octógo- 
na, sobre  una  base  de  rocalla  y 
cercado  de  una  barandilla  tam- 
I ,  bien  rústica.  Este  pabellón  está 
revestido,  interior   y  exterior- 
mente,  de  corcho  y  otras  corte- 
zas de  árboles.  Le  adornan  ai- 
sanos  muebles  cuyo  estilo  ar- 
moniza con  el  del  kiosco. 
Los  declives  del  terreno  obli- 
garon á  construir  algunos  muros  de  con- 
tención en  las  laderas  de  los  paseos.  Es- 
tos muros,  lo  mismo  que  la  embocadura 
del  Túnel,  están  hechos  de  rocalla  guar- 


|!¡k^^..,... 


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—  23  — 

necida  con  trepadoras,  arbustos  de  varias  clases  y  plan- 
tas aromáticas.  Dicha  embocadura  tiene  las  apariencias 
de  una  gruta  y  está  cubierta  de  estalactitas  hechas  de 
carbón  y  cemento. 

Parte  importantísima  de  la  obra  realizada  fué  la  ins- 
talación de  tuberías  para  el  agua  de  riego.  La  red  de 
cañerías,  extendida  por  debajo  de  los  paseos  y  senderos, 
tiene  5.931  metros  de  tubería  de  hierro,  2.835  de  la  de 
plomo  y  300  de  la  de  barro.  Las  bocas  de  riego  son  253. 
Cien  llaves  de  paso  dividen  el  Parque  en  polígonos,  con 
el  fin  de  que  el  riego  no  se  interrumpa  por  alguna  rotu- 
ra de  la  cañería.  Para  recoger  las  aguas  pluviales  y  para 
regar  los  árboles  que  bordean  los  paseos  se  hicieron, 
con  piedra  de  almendrilla  gruesa  y  cemento,  cunetas, 
cuya  total  longitud  es  de  3.642  metros,  con  los  corres- 
pondientes sumideros,  que  vierten  el  agua  sobrante  en 
alcantarillas  construidas  en  distintos  sitios  del 
Parque  y  que  comunican  con  el  colector  ge- 
neral, que  cruza  el  Campo  del  Moro  por  la 
parte  baja,  á  la  izquierda  del  paseo  de  los 
Castaños. 

En  la  construcción  de  rocallas,  alcanta- 
rillas, pozos,  arquetas,  etc.,  se  han  inverti- 
do 7.200  toneladas  de  piedra  rústica,  87.000 
ladrillos  recochos,  726  fanegas  de  cal, 
2.300  quintales  de  cemento  y  200  ,  / 
metros  cúbicos  de  piedra  almendrilla,^ 
gruesa. 

Además  de  conservar  el  arboladíá^^v^^' 
antiguo  que  existía  en  el  Campo  dt\     - 
Moro,   se  ha  plantado  infinidad  de 
árboles,  traídos  de  los  Reales  Sitios, 
de  Barcelona  y  de  Angers,  reunien- 
do   1.370   ejemplares    de    variadas 
coniferas,  6.152  árboles  de  sombra, 
3.516  arbustos  de  hoja  caduca,  6.g;ZQ-, 
de  hoja  persistente,  538   i^^lmeTas;, 
11.000    rosales    de    alto 
tronco    y  franco  de  pie, 
en  los  que  se  incluye  lá^ 
gran    colección    de    783 
variedades     regalada    á 
S.  M.   por  el  horticultor 
de   Barcelona  D.  Joaquín 


—   24  — 

Aldrufen,  otra  colección  de  dalias  compuesta  de  500 
variedades,  3.000  trei)adüras,  18.000  tubérculos  y  cebo- 
llas de  flor  y  una  inmensa  cantidad  de  plantas  de  ador- 
no, para  cuyo  cultivo  se  han  adquirido  más  de  47.000 
tiestos  de  diferentes  tamaños.  Las  plantaciones  más  im- 
portantes son  de  chopos  blancos,  plátanos  orientales, 
pinos  de  Jerusalén  y  del  Canadá,  chopos  lombardos,  ca- 

nadenses  y  péndulas  séphoras^ 
'acacias,  fresnos,  lauros,  magno- 
lias, bambúes,  tilos,  jazmines, 
espireas  y  cedros. 

La  plantación  se  ha  exten- 
dido por  las  rampas  que  condu- 
cen al  Real  Palacio;  una  elegan- 
te verja  de  kilómetro  y  medio  de  longitud 
rodea  el  Parque,  y  construyese  actualmen- 
te un  bonito  chalet  estilo  suizo. 
Los  planos  fueron  ideados  por  el  Sr.  Moreno  en 
4    unión  del  jardinero  de  Barcelona  D.  Ramón 
Oliva,  cuyos  trabajos   ha  secundado  con 
gran  inteligencia  el  de  la  Casa  de  Campo 
D.  Francisco  Amat. 

Y  aquí  pongo  fin  á  estos  apuntes,  entre 
»otras  razones  muy  capitales,  porque  ni  sé 
más,  ni  creo  que  más  pueda  decirse  sobre 
el  Ca7npo  del  Moro. 

No  cuadraría  mal  cerrar  este  peque- 
/xio  trabajo  con  alguna  cita  poética  á  mo- 
,r  do  de  ramillete  de  pirotecnia  literaria  y 
jj¡ÍjiT|j",<lér  el  Deus  Jiobís  Juec  otiafecit  et  sem- 
p&^erit^  etc.  de  la  égloga  virgiliana,  ó 
r/sucitar  algún  fragmento  del  dulcísimo 
Meléndez,  ó  bien  un  par  de  quintillas 
^i^de  Selgas,  el  inimitable  canior  de  las  flo- 
res y  de  los  valles...  Pero  queriendo  ser 
sincero  más  que  culto,  us  o  tan  sólo  el  lenguaje  sencillo 
del  pueblo  para  decir,  como  nuestros  mayores:  Dios  guar- 
de la  vida  de  S.  M.  la  Reina,  bendiga  sus  obras  y  en  pre- 
mio á  sus  virtudes  le  conceda,  al  término  de  una  regen- 
cia gloriosa,  disfrutar  por  largos  años,  á  la  sombra  de 
aquellos  árboles  y  entre  el  aroma  de  aquellas  flores,  las 
prosperidades  y  venturas  de  la  patria  en  el  reinado  de  su 
augusto  hijo  D.  Alfonso  XIII.  Y  que  nosotros  lo  veamos. 

ujnd%éó    S7Sellado, 


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MARCHA  REAL 


MARCHA  DE  INFANTES 


JYEarclia  I^eal 


JVEarcha   de   Infantes. 


PROEMIO 


L  orig'en  de  la  música  es  tan  antig-uo  como  el 
del  primer  hombre,  quien,  maravillado  al 
contemplar  el  g-randioso  espectáculo  de  la 
naturaleza,  entonó  cánticos  de  g-ratitud  y  ad- 
miración con  palabras  que,  más  tarde,  hallaron  eco 
en  el  arpa  de  David:  Qiiam  magnificata  siint  opera 
tua,  Domine!  {Salmo  XCI.) 

Que  los  historiadores  de  la  música  han  querido 
referirnos  las  vicisitudes  de  ella  desde  antes  del  Di- 
luvio; que  se  la  encuentra  en  la  cuna  de  toda  civi- 
lización; que  las  naciones  más  salvajes  cantan  y 
usan  alg-ún  instrumento,  y  que  los  más  comunes 
son  un  tambor  y  una  flauta  de  caña,  lo  advierte 
César  Cantú  en  su  célebre  Historia  Unixersal  (1). 
Y,  con  efecto,  en  las  primeras  pág-inas  de  la  BiUia, 

(1)     T.  I,  cap.  IX. 


—  4  — 

el  historiador  divino  ya  dice  al^^-o  referente  al  arte 
qne  los  hijos  de  Noé  llevaron  á  todas  las  comarcas 
donde  se  establecieron.  «...  ipse  (Túbal)  fíiit pater 
canentmm  cithara  et  órgano»  Túbal  fué  padre  de  los 
que  tañen  la  cítara  y  el  órg-ano.  {Génesis,  IV,  21.) 

El  mismo  libro,  y  otros,  cuyas  citas  muchas  veces 
omitiremos  para  no  embarazar  el  discurso,  nos  lian 
servido  de  g'uía  en  el  laberinto  de  nuestras  investi- 
g-aciones.  La  paciencia  para  encontrarlo  pertinente 
al  caso,  y  el  acierto  ó  desacierto  al  exponerlo,  es  lo 
que  nos  pertenece,  en  la  tarea  emprendida.  Esto 
dicho,  comprobemos  el  juicio  de  César  Cantú  acer- 
ca de  la  música. 

De  ella  se  aprovecharon  los  israelitas  para  publi- 
car las  alabanzas  de  Dios,  y  para  que  se  añcionasen 
las  muchedumbres  á  las  doctrinas  morales,  sin  las 
que  no  hay  sociedad  posible.  Sus  cánticos  erang-ra- 
ves,  muy  eficaces  y  variados.  El  sig-lo  en  que  están 
comprendidos  el  reinado  de  David  y  el  de  Salomón, 
se  puede  considerar  como  el  tiempo  en  que  estuvo 
más  floreciente,  enumerándose  en  él  cerca  de  300 
músicos  destinados  á  cantar  en  el  templo  y  á  ins- 
truir á  sus  discípulos. 

Los  hebreos  marchaban  á  la  g'uerra  al  son  de  bé- 
licos instrumentos.  Libre  Israel  de  la  mano  de  Fa- 
raón, entonó,  después  del  paso  por  el  mar  R(»jo,  un 
cántico  en  que  intervenían  dos  coros,  y  solemnizó 
con  música  y  danzas  la  derrota  de  Goliath  y  de  los 
filisteos. 

Cuando  se  verificó  el  transporte  del  Arca  Santa, 
iban  siete  coros  inmediatos  á  David,  quien  danzaba 
al  son  de  las  trompetas. 

En  el  Eclesiástico,  libro  del  Antig-uo  Testamento, 
se  compara  la  unión  de  la  música  y  de  la  buena 
cara,  al  eng-aste  de  una  esmeralda  en  el  oro. 


Los  eí^'ipcios,  imitando  á  los  israelitas,  consa<>Ta- 
ron  la  música  á  la  reli(^-ión.  San  Clemente  Alejan- 
drino dice,  que  al  frente  de  las  pompas  sag*radasiba 
el  cantor,  llevando  en  la  mano  un  Hymholo  de  la  mil- 
sica  y  el  libro  de  los  himnos. 

Floreciente  en  Thebas,  la  música  pasó  muy  lueg'o 
de  Eg'ipto  á  Grecia,  donde  los  antig-uos  legisladores 
le  dieron  extraordinaria  importancia,  como  sostén 
del  espíritu  y  fuerza  nacional. 

Lino,  inventor  de  los  versos  líricos  y  de  las  can- 
ciones, enseñó  la  música  á  Hércules. 

Orfeo,  hermano  y  discípulo  de  Lino.  Amphión  y 
Philamón,  padre  de  Thamiris,  fueron  afamados  can- 
tores, que  fig'uran  entre  los  que  se  embarcaron  en 
la  nave  Ar(/o  para  emprender  la  conquista  del  Ve- 
llocino de  Oro,  y  tuvieron  por  rivales  ó  sucesores  á 
Olimpo,  á  Pierio  y  á  otros  muchos,  cuyo  número, 
seofún  Plutarco,  ascendía  á  setenta. 

Los  nombrados,  y  muóhos  que  dejamos  de  nom- 
brar, fueron  músicos  y  poetas,  y  alg-unos  de  ellos, 
tomando  lo  que  era  exaltación  de  su  mente  por  ins- 
piración divina,  Ueg-aron  á  vaticinar  lo  futuro  (sin 
que  se  haya  sabido  que  acertaran).  Vivieron  en 
épocas  diferentes  y  á  competencia  perfeccionaron 
la  música. 

Con  sus  cantatas  melódicas,  el  poeta  gTÍeg'o  Ter- 
pandro  calmó  una  sedición  en  Lacedemonia.  y  en 
losjueg-os  píticos  que  se  celebraban  en  Delfos,  en 
honor  de  Apolo,  como  vencedor  de  la  serpiente 
Pitón,  obtuvo  cuatro  veces  el  premio  de  la  mú- 
sica, el  cual  se  adjudicaba  con  g-randísima  solem- 
nidad. 

El  célebre  Tirteo,  cuando  se  puso  al  frente  del 
ejército  lacedemonio,  al  ver  que  éste  había  perdido 
su  fuerza  moral,  á  causa  de  continuas  derrotas,  com- 


—   6   — 

puso  varios  himnos  que  entusiasmaron  á  los  solda- 
dos, hasta  el  punto  de  liacerles  ak*anzar  los  laureles 
de  la  victoria,  peleando  contra  los  mésenlos.  Tan  efi- 
caces liimnos  se  canta])an  todavía  en  el  campamen- 
to de  los  espartanos,  doscientos  años  después  de  la 
muerte  del  autor. 

En  un  extenso  y  erudito  discurso  que  el  inolvida- 
ble D.  Francisco  Asenjo  íiarbieri  pronunció,  hace 
años,  en  el  salón  de  actos  del  Centro  del  Ejército 
y  de  la  Armada,  y  (^ue  se  i)ublicó  en  La  Corresimn- 
dencia  Musical,  decía:  «Al^-unos  de  los  toques  ac- 
tuales de  g-uerra  son  reminiscencias  de  los  cantos 
de  Grecia.» 

Timotheo,  poeta  y  músico,  recibió  una  silba  es- 
candalosa del  público  ante  el  cual  se  i)resentó  por 
vez  primera.  Desanimado,  se  j)ropuso  renunciar  al 
arte,  cuyo  cultivo  le  proporcionaba  tan  amarg-os  fru- 
tos. Eurípides,  con  más  intelig^encia  é  imparcialidad 
que  la  multitud,  le  hizo  desistir  de  su  propósito.  De- 
muestra el  atinado  juicio  del  célebre  y  fecundo  poe- 
ta trág'ico,  que  Timotheo  lleg-ó  á  ser  habilísimo  to- 
cador de  cítara,  y  que  fué  además  quien  pusanchó 
el  círculo  de  la  música,  introduciendo  en  ella  el  g'é- 
nero  cromático  y  mudando  la  manera  de  cantar 
sencilla,  por  otra  combinada  con  lyás  arte. 

Homero,  en  su  Odisea,  dio  á  conocer  á  Pliemio  y 
á  Demodoco.  El  primero..  c(m  los  sones  de  su  lira, 
aleg*raba  los  saraos,  en  que  los  pretendientes  de  la 
fidelísima  é  ing-eniosa  Penélope  pasaban  los  días 
enteros;  el  seg'undo,  en  el  palacio  de  Alcinoo.  rey 
de  los  pheacios,  cantó  dos  poesías  alusivas  á  la  toma 
de  Troya  y  á  las  bodas  de  Yenus  y  Yulcano. 

En  los  tiempos  florecientes  de  la  Grecici.  los  más 
ilustres  personajes  cultivaban  la  música  con  amore, 
como  dirían  los  italianos.  Sócrates  tocaba  la  lira  ha- 


bilidosamente.  Alcibíad^s  aprendió  á  tocar  varios 
instrumentos.  Epaminondas  fué  muchas  veces  acla- 
mado por  el  buen  g-usto  con  que  tocaba  la  flauta,  y 
á  Temístocles,  en  un  banquete,  se  le  reputó  como 
ig-norante  é  incivil  por  no  saber  tocar  la  lira. 

La  música  no  sentó  sus  reales  únicamente  en 
Grecia;  varias  colonias  gTÍet>-as  la  llevaron  á  Italia, 
y  Pitág'oras  la  enseñó  á  los  crotoniatos.  Créese  que 
este  filósofo  se  valió  de  los  diferentes  tonos  musica- 
les para  explicar  las  cosas  que  no  siempre  están  al 
alcance  de  los  sentidos,  y  que  ideó  una  armonía 
aplicable  al  cielo,  para  reg'lar  el  curso  de  los  as- 
tros. 

Roma  acog-ió  con  entusiasmóla  música  g-rieg'a,  y 
le  dio  las  mismas  aplicaciones  que  le  había  dado  y 
le  daba  el  i)uebl()  de  donde  procedía,  señalándose, 
entre  aquéllas,  dos  bien  sing-ulares.  Todo  ing-eniero, 
todo  arquitecto,  seg-ún  Yitrubio,  debía  saber  músi- 
ca. El  ing-eniero,  para  que  en  las  catapultas  y  en  las 
otras  máquinas  de  gnierra,  en  que  se  empleaban 
cuerdas  de  tripa,  observase  el  tono  ó  sonido  de  las 
mismas,  cuando  se  estiraban,  para  formar  juicio  de 
la  fuerza  ó  resistencia  de  los  árboles  hechos  en  for- 
ma de  arcos  y  que  habían  doblado  aquellas  mismas 
cuerdas.  Los  arquitectos,  porque  tenían  que  arre- 
g-lar  los  vasos  de  acero  que  se  ponían  en  los  teatros, 
para  que  con  sus  sonidos  se  aumentase  el  eco  de  la 
voz  de  los  comediantes. 

Este  arte  floreció  en  tiempo  de  los'emperadores. 
Dice  Lampridio  que  Alejandro  Severo  cantaba  y  to- 
caba muy  bien  diferentes  instrumentos.  El  nuevo 
historiador  de  Juliano  Apóstata,  refiere  que  este 
príncipe  dedicó  rentas  para  que  se  educasen  jóve- 
nes músicos,  y  estableció  recomi)ensas  para  los  más 
aplicados  y  sobresalientes. 


Suidas  enumera  inuclios  tratados  de  música  d(* 
un  individuo  llamado  Dionisio,  (jue  \ivia  vu  tiempo 
de  Adriano,  y  era  descendiente  del  Dionisio  que  es- 
cribió la  liistoria  romana. 

El  tiempo,  que  nos  ha  i)nvado  de  muchas  obras 
referentes  á  la  historia  de  la  música,  ha  resi)etadf> 
\()^  Elementos  armónicos  (\^  Aristóxenes,  libro  el  más- 
antig'uo  que  se  ccmoce.  referente  al  arte  al  cual 
consa^Tamos  estas  líneas. 

Cuando  se  a])ag'(')  la  falsa  luz  del  i)a^-anismo  y 
después  que  los  teatros  se  cerraron,  desapareció  la 
música  profana,  y  San  Ambrosio,  únicamente,  con- 
servó para  el  oñcio  divino  los  modos  llamados  Au— 
thenücos. 

San  (ireg-orio  añadió,  más  tarde,  los  que  se  llaman 
Pla(/e(mx,  ó  sea  de  las  ocho  ñg-uras,  que  creemos- 
que  aun  hoy  se  usan.  Entonces  se  señalaban  los 
tonos  por  las  siete  primeras  letras  del  alfabeto,  cos- 
tumbre que  duró  hasta  el  si^lo  xi. 

Con  respecto  á  la  música  marcial  entre  los  roma- 
nos, sólo  diremos,  que  representaba  papel  impor- 
tantísimo en  los  triunfos  de  sus  Generales. 


* 


La  índole  del  asunto  que  tratamos,  nos  oblig^a 
á  decir  también  alg'o  acerca  de  los  instrumentos. 

Empleándose  la  materia  inanimada.  ;.cuál  fué  el 
primero?  Nadie  ha  dicho  lo  definiliro.  que  será  la 
misma  frase  con  que  cerraremos  la  presente  mono— 
<^-rafía. 

Los  eg'ipcios  achacaban  á  Hermes  ó  Mercurio  Tri- 
megisto,  es  decir,  tres  reces  grande,  la  invención  de 
la  lira,  instrumento  formado  de  una  concha  de  tor— 


—  9  — 


tug"a  con  cuerdas  de  nervios  de  animales,  extendi- 
das sobre  ella.  También  usaron  la  flauta  derecha  y 
la  curvay  en  forma  de  cuerno;  el  arpa  triang-ular;  el 
salterio  y  el  sistro,  compuesto  de  láminas  metálicas 
que  sonaban  cuando  las  percutían.  Esto  dice  César 
Cantú. 

Los  instrumentos  de  viento  se  comprendían,  por 
lo  común,  bajo  el  nombre  de  TiM(B  ó  flauta.  Se  lla- 
maban flautas  derechas,  si  su  tono  era  bajo,  é  iz- 
quierdas ó  traveseras,  si  su  tono  era  ag'udo.  La  di- 
versa config-ura- 

cióndelosinstru-  ^      sr  <^ 

mentosde  cuerda 
les  daba,  á  unos, 
el  nombre  de  Tes- 
ludines  ó  liras,  y, 
á  otros,  el  de  Ci- 
tharm  ó  arpas. 

La  lira  empezó 
por  formarse  de 
tres  cuerdas  de  lino,  que  un  tocador  de  este  nombre 

hizo  después  que 
fueran  de  tripas- 
de  animales.  Lle- 
g-ó  á  tener  hasta 
cuarenta   cuer- 
das; pero  las  de 
tres,  cuatro  y  sie- 
te son  las  únicas 
que  se  ven  g^raba- 
das  en  las  meda- 
llas. 
Hyanis,  seg-ún 
alg*unos  autores,  y,  seg-ún  otros,  su  hijo  Marsyas,. 
inventó  la  flauta,  á  la  que  no  dio  más  que  cuatro 


—   10  — 

íi^ujeros:  después  se  aumentaron  para  cuando  ?e 
tocaba  una  flauta  sola. 

Ovidio,  liablando  de  los  instrumentos  ])rimitivos, 
<iice  que  los  <^'rieí^-os  y  los  romanos  usaron  de  la 
flauta  á  diestra,  ó  á  siniestra,  es  decir,  se^-ún  el  lado 
■de  la  boca  en  que  se  colocaba,  y  que  su  nombre  era 
^düXÚdü  ó  flatii,  porque  su  principal  ag-ente  es  el  aire, 
por  cuya  razón  se  la  conoce  como  madre  de  los  ins- 
trumentos neumáticos. 

El  pueblo  israelita  la  utilizó  en  sus  danzas,  seg-ún 
■consta  en  el  libro  de  los  Reyes. 

También  el  atabal  ó  timbal,  que  en  la  Edad  Me- 
dia llevaba  el  nombre  de  atambor,  es  uno  de  los  ins- 
trumentos músicos  de  más  remota  antig-üedad. 

El  napolitano,  poeta  é  historiador  Stacio,  en  el  li- 
bro II  de  su  Tebaida,  dice: 

Twic  pltirima  bnxus 

jEraqiie  taurinns  sonito  mncentia  pulstis. 

Llámase  atabal,  ya  por  el  sonido  que  ocasiona,  ya 
por  su  fig'ura  semiesférica,  y.  de  ser  así,  pudiera  en- 
contrarse el  orig-en  de  su  nombre  en  el  hebreo  tabal, 
que  signiñca  redondez,  ó  en  el  árabe  at-talñ,  que 
sig*nifica  tambor. 

El  uso  de  los  atabales  comenzó,  entre  nosotros,  en 
la  Edad  Media,  y  es  debido  á  los  árabes,  que  los  to- 
caban en  los  jueg-os  de  cañas.  De  los  árabes  pasó  á 
los  españoles,  fíg*urando  en  los  torneos  y  demás  re- 
gocijos públicos,  y  después  encontró  acog-ida  entre 
los  instrumentos  músicos  de  la  milicia.  Hoy,  donde 
más  se  utiliza,  es  en  las  g-randes  orquestas  de  los 
teatros,  en  las  solemnidades  palacianas,  en  la  pro- 
clamación de  las  Bulas  y  en  las  lidias  taurinas. 

Los  ayuntamientos  de  alg*una  importancia,  seña- 


11  — 


ladamente  el  de  Madrid,  van  precedidos  de  atabales 
y  clarines  cuando  se  presentan  en  público. 

El  tamboril,  que  es  un  tambor  pequeño,  casi 
siempre  compañero  inseparable  de  la  dulzaina,  de 
la  chirimía  y  del  pífano  y  pito,  seg*ún  la  costumbre 
de  cada  provincia,  forma  parte  de  la  reducida  or- 
questa animadora  de  las  danzas  populares. 

La  dulzaina,  instrumento  de  boca,  más  corta  que  la 
chirimía  y  de  tono  más  alto,  cuenta  en  Valencia  y  en 
Murcia  con  el  mayor  número  de  partidarios.  En  las 
fiestas  de  los  moros  españoles  era  su  concurso  indis- 
pensable, y  recibió  aquel  nombre  en  la  época  decaden- 
te del  imperio  romano,  por  la  dulzura  de  su  sonido. 

También  el  cuerno,  ó  bocina,  es  instrumento  de 
remota  fecha  (1). 
Cormí  y  buccina  lo 
llamaban  los  ro- 
manos, y,  bíicma- 
iores,  á  los  que  lo 
.  tocaban.  Su  uso 
era  frecuente  en 
la  Edad  Media. 

De  un  caracol  ó 
de  un  cuerno  for- 
maron la  primiti- 
va corneta;  más 
tarde  fué  de  me- 
tal, y,  sujeta  á  un 
cordón, pendía  de 
uno  de  los  costados  de  quien  la  usaba.  Hay  en  el 
claustro  de  San  Jerónimo  de  Murtra  (Cataluña)  un 
sescudo  esculpido,  en  el  (jue  ñj^-uran  bocinas  seme- 
jantes á  las  que  aquí  reproducimos. 


,(1)     Barado  (D.  Francisco).  .Ui/sfo  milUar.  T.  I,  pág.  112. 


1.a  tuba  (le  los  romanos,  en  latín  tnimmeAa,  vino  á 
ser.  andando  (d  tiempo,  la  tromi)eta  reseñada  tam- 
bién .   (*í)mo    instru- 
mento músico,  en  la 
Kdad  Media. 

El  cronista  Alva- 
ro Flores,  al  referir 
cómo  las  huestes  de 
los  Reyes  Católicos 
avanzaban  por  los 
campos  de  Toro  para 
encontrar  á  los  por- 
tug'ueses,  menciona 
trompetas  bastardas, 
atamlores  y  jinetes 
trompetas  italianos; 
pero  no  los  describe.  Cobarrubias  no  habla  más  que 
de  las  bastardas,  y  sólo  dice  «que  eran  las  que  me- 
diaban entre  la  trompeta  y  el  clarín>^. 

Son  curiosos  los  nombres  de  muchos  instrumen- 
tos populares,  de  los  que  alg'unos  han  desaparecido: 
1).  Basilio  Sebastián  Castellanos,  en  su  Discurso  his- 
torial sobre  Ja  Música,  alude  al  fole.  á  la  sinfonía,  al 
silbo,  á  la  dulzaina,  al  pandero,  á  la  pandereta,  al 
tamboril,  á  la  g-uitarra  y  á  los  que  con  ella  tienen 
alg*una  semejanza,  como  la  cítara  y  la  bandurria,  al 
triáng'ulo  y  á  las  castañuelas. 

Con  poco  que  se  reflexione,  ya  por  la  forma,  ya 
por  la  aplicación  de  todos  los  instrumentos,  es  fácil 
deducir  que  son  (admítase  la  frase)  tres  sus  pro<re- 
nitores.  La  caracola  ó  el  cuerno,  la  lira  y  la  pandera, 
esto  es,  los  que  lle^-an  hasta  nosotros  como  de  más 
remota  antit>-üedad. 

De  la  caracola  proceden:  la  trompeta,  los  clarines, 
la  trompa,  la  flauta,  el  clarinete,  la  dulzaina,  la  g'ai- 


—   13  — 

ta,  el  órg-ano,  el  fole.  la  chirimía,  el  sacabuche,  el 
albog-ué,  la  zampona,  el  silbo,  el  añafil.  y  todos 
aquellos  eu  que  el  viento  es  su  principal  aí^-ente. 

De  la  lira  provienen:  el  arpa,  la  vihuela  ó  g-uita- 
rra,  la  bandola,  la  cítara,  el  laúd,  la  bandurria,  la 
tiorba,  el  salterio,  la  sinfonía,  el  violín.  el  piano,  y 
todos  los  demás  que  deben  su  sonido  á  las  cuerdas  de 
tripas  tirantes  y  á  las  metálicas,  templadas  al  efecto. 

De  la  pandera  ó  adufe  se  derivan:  el  tambor,  los 
atabales,  el  crótalo,  las  sonajas,  el  címbalo,  las  cas- 
tañuelas, todos  los  que  son  instrumentos  útiles  por 
e\  g'olpeo,  y,  á  más,  los  pastoriles,  como  la  chicharra, 
la  zambomba,  etc. 

El  Arcipreste  de  Hita  y  alg'unos  otros  escritores 
dicen  que,  mediado  el  sig'lo  xiv,  los  instrumentos 
que  usaban  indistintamente  los  yoglares  eran:  arpa, 
atambor,  aj abela,  albog-ué,  albogón,  adedura,  añafil. 
adufe,  atabal,  vihuela  de  tres  clases,  baldosa,  caño- 
ventero,  chirimía,  caramillo,  citóla,  dulzaina,  ban- 
durria, pandero,  rabel,  salterio,  sinfonía,  sonajas, 
tamborete,  trompa  y  zampona. 

Los  moros,  en  sus  fiestas  reales,  ileg-aron  á  ser- 
virse de  añafiles  de  plata.  Dio  nombre  á  este  instru- 
mento, seg-ún  el  P.  Guadix,  la  palabra  nafir,  que 
fíig'nifica  trompeta,  y,  seg-ún  Urrea.  se  deriva  de 
mmefir,  que  sig-nifica  llamar  con  alboroto,  porque 
el  añafil  servía  á  los  soldados,  de  ig'ual  modo  que 
á  nosotros  la  trompeta  y  el  clarín.  También  fig-uró 
«n  las  músicas  militares  y  civiles  de  los  árabes  y  de 
los  cristianos  españoles. 

En  la  época  del  Emperador  Carlos  V,  dos  eran  los 
trompeteros  y  dos  los  atabaleros.  Se  utilizaban  sus 
servicios  en  las  fiestas  célebres,  en  los  baufiuetes, 
€n  las  entradas  de  ciudades,  villas,  etc..  y  en  las 
juras  de  Reyes  y  Príncipes. 


—  14  — 

Reñere  Plutarco,  que  (-uantas  veces  los  espartanos^ 
se  lialhiban  formados  en  batalla  frente  al  enemigOj 
el  Rey  inmolaba  un  cabrito,  repartía  coronas  á  Ios- 
soldados,  y  cuando  daba  la  señal  de  ataque,  los  to- 
cadores de  flauta  ejecutaban  el  Himno  de  Castor, 
llamado  Marcha  de  ataque,  á  cuyo  compás  avanzaba 
el  ejército  con  g*ran  firmeza  y  decisión. 

Aludiendo  á  esta  costumbre,  le  preg"untaron  un 
día  á  Ag-esilao:  «^.Por  qué  los  espartanos  van  á  la  pe- 
lea al  son  de  las  flautas?»  A  lo  cual  respondió:  «Para 
que  pueda  verse,  mientras  avanzan  á  compás,  quié- 
nes son  los  cobardes  y  quiénes  los  valientes;  porque 
así  como  el  ritmo  anapesto  aumenta  la  energ*ía  de 
los  esforzados,  descubre  la  debilidad  de  los  pusilá- 
nimes; pues  el  pie  de  éstos  vacila  y  no  sigue  bien  la 
cadencia  rítmica  de  la  flauta.» 

Antes  de  señalar  el  punto  y  aparte,  línea  diviso- 
ria entre  el  Proemio  y  lo  que,  más  en  concreto,  jus- 
tifique el  título  de  la  presente  monogTafía,  permiti- 
rá el  lector  que.  de  nuestra  rebusca,  no  se  excep- 
túen los  maestros  compositores. 

Hay  quien  dice,  que  la  Música  y  el  Canto  llano 
tuvieron  el  mismo  orig-en,  y  que.  no  obstante,  se 
parecen  muy  poco.  Para  ello  se  fundan  los  partida- 
rios de  esta  opinión,  en  que  la  Música  expresa  más 
ó  menos  acentuadamente,  seg'ún  la  habilidad  del 
compositor,  cuantos  sentimientos  son  susce])tibles 
de  agitar  el  alma  del  ser  racional;  mientras  que  el 
Canto  llano  aborrece  toda  afectación  y  deseclia  todo 
ornato  superfino,  siendo  siempre  su  carácter  priva- 
tivo y  singularísimo,  lo  sencillo,  lo  natural,  lo  no- 
ble, lo  elevado,  lo  majestuoso.  La  música  profana 


—   15    — 

para  lialag'ar  los  sentidos:  la  relig-iosa  para  dar  idea 
de  la  grandeza  de  Dios. 

En  la  primera,  cada  cual  puede  obedecer  á  sus 
propios  sentimientos,  á  su  g*usto  particular;  y  en  la 
seg'unda,  fuerza  es  respetar  la  pauta  que  trazó  la  an- 
tig'üedad,  y  sig*uiéndola  fué  como  compuso  el  Abad 
Chastelain  su  Antifonario. 

Es  evidente  que,  en  las  funciones  relig*iosas,  el 
Canto  llano  precedió  á  la  Música,  que  acabó  por  lla- 
marse de  capilla;  que  él  solo  tenía  el  nombre  de  mú- 
sica entre  los  antig*uos,  y  que  él  dio  la  ocasión  y 
abrió  el  camino  á  los  compositores. 

Débiles  fueron  los  principios  de  la  Música  en  el 
recto  sentido  de  su  sig'nificado;  apartándose  del  ob- 
jetivo para  que  fué  inventada,  esto  es,  para  aumen- 
tar la  pompa  de  los  actos  religiosos,  lleg'ó,  por  el  si- 
g*lo  XII,  á  ser  un  recurso  que  explotaban  los  charla- 
tanes. 

,  En  el  Canto  llano  se  tuvo  presente  la  distribución 
de  las  pausas,  las  cadencias,  las  subidas  y  bajadas 
de  la  voz,  y  el  compaseamiento  se  hacía  sin  alterar 
la  buena  colocación  de  las  palabras,  cuidándose 
mucho  de  no  falsear  el  sentimiento  que  simboliza- 
ban, ya  fuese  aleg'ría,  ya  tristeza,  ya  timidez,  ya 
audacia,  etc. 

Carlomag'iio  introdujo  el  Canto  llano  en  sus  do- 
minios, y,  para  facilitar  su  uso,  fundó  escuelas  en 
Metz  y  en  Orleans. 

El  monje  benedictino  Guydo  de  Arezzo  sustituyó 
las  seis  letras  del  alfabeto  romano,  que  entonces  se 
empleaban  para  el  Canto  g-reg'oriano,  con  las  seis- 
sílabas  ni,  re,  mi,  fa,  sol,  la,  tomándolas  de  los  tres- 
primeros  versos  del  himno   Ut  qneant  laxis,  etc. 

Señalados  los  tonos  y  las  voces  con  puntos  distri- 
buidos sobre  diferentes  líneas,  el  sitio  que  á  cada 


—   16  — 

uno  (le  M({iu''ll()S  (*()riTSi)()n(lía.  denotaba  la  respecti- 
va entonación.  I^.l  Papa  Juan  XIX  consideró  el  in- 
vento como  una  maravilla,  y.  con  efecto,  así  era, 
])uesto  que  en  doce  meses  podía  un  niño  aprender 
lo  que  un  hombre  antes  ni  en  doce  años. 

El  método  era  natural;  pero  la  duración,  el  valor 
respectivo  de  cada  nota  para  exi)resar  una  mekxlía, 
yicuál  era?  Andando  el  tiempo,  el  parisiense  Juan  de 
Mours  tuvo  la  fortuna  de  solucionar  el  i)roblema. 
señalando  á  cada  punto  el  valor  correspondiente. 
se<i'iin  las  diversas  íig*uras  ó  sig^nos  que  le  acompa- 
ña])an. 

Débiles  fueron,  como  hemos  dicho,  los  principios 
•<le  la  Música  propiamente  llamada  así.  Alejándose 
■<le  sus  primeros  ñnes,  que  la  consag^raban  á  los  ac- 
tos religiosos,  lleg'ó  á  ser.  por  el  sig'lo  xii,  todo  lo 
<[ue  constituía  el  mérito  de  los  charlatanes,  y  una 
de  las  diversiones  que  los  Reyes  de  Francia  daban  á 
•sus  pueblos,  cuando  tenían  sus  Cortes  plenas,  y  esto 
•solía  ser  en  la  noche  de  Xavidad  y  en  las  subsi- 
^g'uientes  Pascuas.  Los  charlatanes,  juntándose  con 
los  trovadores,  iban  á  las  provincias  á  divertir  á  los 
Príncipes,  unos  con  el  canto,  y  otros  con  instrumen- 
tos como  la  viola,  la  flauta  y  la  guitarra,  cuya  moda 
procedía  de  España. 

Martín  Franco,  en  su  poema  el  Campeón  de  las 
Damas,  habla  del  estado  de  la  Música  en  su  tiempo 
(sig'lo  xv),  y  dice  que  Tapissier  y  otros  llenaron  de 
admiración  á  París;  pero  que  aun  los  sobrepujaron 
■Guillermo  Fay  y  Finchois.  añadiendo  que  estos  úl- 
timos tomaron  lo  mejor  de  la  música  inglesa.  Tam- 
bién elogia  á  Verdelet,  por  su  habilidad  en  tocar  el 
pito,  que  él  llama  dulzaina. 

En  el  reinado  de  Francisco  I  la  Música  ])rogresó 
mucho,  aplicán(h)se  á  ella  las  gentes  de  distinción. 


—  17  — 

El  ejemplo  de  í'rancisfo  I  fué  seg'uido  por  Car- 
los V.  Este  Emperador  aprecio  la  Música  y  favore- 
ció á  los  que  en  ella  sobresalieron. 

Un  autor  de  allende  los  Pirineos,  arrimando  siem- 
pre, como  vulg'armente  se  dice,  el  ascua  á  su  sar- 
dina, proclama  con  sing-ular  desenfado,  que  los  mú- 
sicos más  célebres  de  Europa  fueron  todos  ó  france- 
ses, ó  flamencos.  No  terminaremos  sin  la  réplica 
necesaria. 

Producto  de  la  intelig'encia  de  privilegiados  com- 
positores, que  florecieron  en  diferentes  épocas,  se- 
ñaladamente desde  el  sig'lo  xvi  al  xix,  es  la  perfec- 
ta labor,  que  ha  lleg*ado  hasta  nosotros,  de  aquel 
arte.  que.  á  más  de  ser  honesto  y  civilizador,  sir- 
vió siempre  y  en  todas  partes  para  tributar  el  de- 
bido respeto  al  Ser  Supremo,  para  enaltecer  las 
hazañas  de  los  héroes  y  para  solemnizar  los  garandes 
hechos  de  las  naciones.  ■ 

Mediado  el  sig"lo  xvi,  Palestrina  es  de  los  que  más 
contribuyeron  á  una  de  las  evoluciones  notables  de 
la  Música,  siendo  el  resultado,  que  se  establecieran 
dos  corrientes:  una  religiosa,  sirviendo  de  modelo 
para  el  culto  sag-rado  las  obras  que  había  escrito  tan 
fecundo  é  inspirado  maestro,  y  otra  dramática,  á 
cuyo  frente,  ya  á  fínes  del  sig'lo  xvn.  fig-ura  Ale- 
jandro Scarlatti. 

Sus  discípulos,  Leo,  Durante  y  Perg'olese,  perfec- 
cionaron la  ciencia  de  la  armonía  para  servir  al 
acompañamiento;  dieron  la  forma  del  dúo  y  del 
terceto,  y  sobre  todos,  el  napolitano  Perg-olese,  ins- 
pirándose de  continuo  en  la  naturaleza,  habló  con 
sus  ideas  melódicas  á  la  ¡ntelig'encia.  al  corazón,  á 
las  pasiones. 

YA  mayor  desarrollo  del  conjunto  se  (le])e  á  Pi- 
<cini  y  á  Jomelli.  así  como  el  que  la  parte  instru— 


—   18   — 

mental  fiieíse  menos  va^a.  menos  obscura,  y  más 
variada  y  pintoresca. 

Gluck  imprimió  el  sello  de  su  noble  y  patética 
inspiración  á  cuanto  brotó  de  su  pluma,  y  Mozart, 
iluminando  el  arte  con  su  inteligencia  poderosa^ 
mente  música,  ensanchó  el  círculo  de  las  combina- 
ciones armónicas,  de  los  g'iros  melódicos,  y,  por  úl- 
timo, robusteció  la  forma  y  proporciones  de  la  obra 
de  Gluck,  que  si  bien  éste,  como  compositor,  era  no- 
ble y  gTande,  no  tenía  la  ciencia  suprema,  la  g-racia 
infinita,  la  frescura,  la  ñexibilidad  del  autor  de 
Don  Juan. 

Rossini  encontró  el  drama  lírico  casi  como  lo  ha- 
bía dejado  Mozart,  y  sig-uiendo  los  impulsos  de  su 
feliz  ing-enio,  inspirándose  además  en  el  buen  g-us- 
to  por  el  arte  del  país  en  que  naciera,  dio  á  cono- 
cer, con  una  espontaneidad  que  sorprende,  sin  que 
nunca  parecieran  laboriosos  los  partos  de  su  inte- 
lig*encia,  más  de  treinta  obras  maestras,  que  cau- 
saron una  revolución  en  la  música  dramática  de 
nuestro  sig'lo.  Su  instrumentación  es  tan  vig-orosa  y 
nutrida  como  la  de  Haydn  y  Mozart:  sus  melodías, 
alma  de  la  Música,  testimonio  de  la  inspiración  del 
verdadero  artista,  nunca  cedieron  en  g-racia  y  ver- 
dad á  las  de  Cimarosa. 

Donizetti  y  Bellini,  continuadores  y  mantenedo- 
res de  la  buena  escuela  italiana,  contribuyeron  muy 
mucho  al  enaltecimiento  del  arte,  si  bien  el  caudal 
de  ciencia  fué  siempre  mayor  en  el  primero  que  en 
el  seg'undo.  Esto  no  obstante,  el  autor  de  Xonna, 
con  su  gTan  instinto  músico,  con  su  exquisita  sen- 
sibilidad,'con  sus  originales  melodías  log-ró  formar- 
se una  corona,  cuyas  frescas  hojas  nunca  se  verán 
jnarchitas. 
•  ¡Rossini,  Donizetti,  Bellini,  Verdi,  Auber,  He- 


—  19  — 

r()ld,'y  Halewy  en  Francia,  y  casi  al  mismo  tiempo 
Beetlioven,  Weber,  Schubert,  Mendelsonn,  Chopin, 
Haydn,  Mozart,  Bach,  Haendel,  y  alg*iinos  más  en 
Alemania!  ¡Cuánta  abeja  de  oro  para  labrar  el  ri- 
quísimo panal,  del  que  más  tarde  se  apoderaron  es- 
tériles imitadores,  avispas  del  arte  que  no  dieron  ni 
miel,  ni  cera!  ¡Y  los  delirios  lleg-an  á  nuestros  días! 

Meyerbeer,  si  pusiste,  no  ya  la  última  piedra,  el 
último  cuerpo  del  g-randioso  monumento  del  drama 
lírico,  superando  á  tus  predecesores,  complemen- 
tándolos, por  decirlo  así,  con  los  atrevidos  rasg'os  de 
tu  pereg'rino  ingenio;  Wagner,  si  rompiste  con  las 
tradiciones,  realizando  tu  célebre  y  discutida  revo- 
lución en  el  arte,  ¿por  qué  habréis  tenido  imita- 
dores? 

Para  que  las  luces  de  vuestra  intelig*encia  brillen 
permanentemente  en  el  cielo  del  arte  divino,  no  ne- 
cesitabais del  contraste  de  las  sombras. 

Si  los  escritores  extranjeros  escriben  pretiriendo 
á  las  celebridades  españolas,  cualquiera  que  sea  el 
ramo  del  saber  humano  en  que  sobresalieron,  y  esto 
lo  hacen  por  ig'uorancia,  en  el  pecado  llevan  la  pe- 
nitencia. Si  en  el  que  fué  arte  y  hoy  se  pretende 
convertir  en  ciencia  musical,  el  desdén  es  sistemá- 
tico, no  por  eso  lo  que  es  deja  de  ser. 

Bajo  la  intelig-ente  dirección  del  insig*ne  Eslava 
se  ha  g-rabado  en  planchas  de  cobre,  hace  alg-unos 
años,  lo  que  en  sentido  relig-ioso  será  siempre  títu- 
lo de  gloria  para  los  compositores  españoles.  La  pu- 
blicación á  que  me  refíero  lleva  el  titulo  de  La  Lira 
Sacro-hispana. 

Barajando  fechas  y  nombres,  sin  más  'g-uía  que 
nuestra  memoria,  citaremos  como  instrumentistas 
notables  á  Herrando  y  á  Bautista,  que  con  singular 
primor  manejaron  el  arco  del  violín;  á  Pía,  Missón 


—  20  — 

y  Cabaza.  (¡nv  sobresalieron  tocando  el  oboe:  en- 
tre los  or^-anistas  compositores,  al  que  pocos  i^^-ua- 
lan,  al  famoso  Nebra,  cuyas  obras  ai)lau(lieron  y 
solicitaron  en  Italia.  Jín  el  manejo  del  órf.^ano.  á 
los  que  no  tuvieron  rivales,  Jarava.  Elias.  Ojina- 
g-a,  el  ag'ustiniano  Estrada  y  el  franciscano  Coll.  y 
entre  los  que  dieron  cánones  para  la  composición, 
si  buscamos  nombres  de  verdadero  respeto,  pode- 
mos citar  á  Durón.  Ag-uilera  de  Heredia.  Bernardo 
Clavijo,  Comes,  Cabezón,  al  maestro  San  Juan  y  á 
Torres,  cuyas  obras  sirvieron  de  modelo  })ara  mu- 
cho de  lo  que  se  celebraba  como  excelente.  Picañol 
y  Ripa  merecen  también  particular  aju'ecio.  lo  mis- 
mo que  Roel  y  Romero,  Racionero  este  último  de 
la  Metropolitana  de  Toledo:  Soler,  monje  de  El  Es- 
corial: Bello  de  Torices.  Fr.  Juan  de  Alaexos.  el  in- 
si<i-ne  D.  Pascual  Pérez.  Gomis,  Gorriti,  y  muchos 
más  que  citariamos,  sin  recurrir  á  los  que  en  el  pre- 
sente sig-lo  han  dejado  abundantes  muestras  de  so- 
bresaliente mérito. 


RESENTADA  taii  á  Ici  Üg'cra.  único  modo  aquí 
admisible,  la  historia  de  la  MVisica,  es  lleg'a- 
do  el  momento  de  concretarnos  al  objeto  es- 
pecial de  este  trabajo. 
Difícilísimo  resulta  enc(mtrar  liuella  apreciable 
de  ori<^'en  y  procedencia  de  la  Marcha  Real  y  de  la 
Marcha  ó  Llamada  de  Infantes,  por  ser  muy  escaso 
lo  escrito  sobre  ambos  particulares,  y,  aun  eso,  de 
modo  vag-o,  indeterminado,  sin  aquella  obstinada 
investig-ación  que,  si  no  da  todo  lo  que  se  busca, 
al 0*0  descubre  de  lo  que  se  necesita. 

Como  destinada  al  doble  fín  de  tributar  los  más 
solemnes  respetos  á  la  Majestad  Divina  y  de  contri- 
buir al  enaltecimiento  de  la  Majestad  humana,  ha- 
blaremos, en  primer  término,  á^^  \<\  Marcha  Real  es- 
pañola. 

Decía  J.  Jacol)o  Rousseau,  expresando  un  con- 
cepto g-eneral:  «La  Marche  a  qnelqne  chosse  qn  avive 
mes  idees:  je  ne pnis presque  penser,  quand  je  suis  en 
place.» 

Marcha  es  el  toque  de  caja  ó  clarín  que  se  eje- 


—  22  — 

cuta  para  que  marche  la  tropa  y  para  hacer  los  ho- 
nores supremos  militares.  «Marcha  Real,  la  desií^-- 
uada  para  tocarla  cuando  i)asa  el  Santísimo  Sacra- 
mento ó  el  Rey.»  Tomamos  esta  deñnición,  aunque 
no  del  todo  feliz,  del  Diccionario  Etimológico  de  Don 
Roque  Barcia. 

«Marcha  es  un  aire  compuesto  para  arre<>*lar  hi 
»marcha  de  las  troi)as;  Marcha  armónica,  una  suce- 
»sión  de  diferentes  acordes,  en  que  la  modulación 
»pasa  de  un  tono  á  otro.  Antig-uamente.  la  Marcha 
»era  más  del  dominio  de  la  música  militar  que  de  la 
»()rquesta  sinfónica:  pero  como  su  efecto  es  muy 
»poderoso  y  eminentemente  dramático  en  ciertos 
»casos,  no  tardó  en  introducirse  en  el  Teatro  para 
»el  drama  lírico,  y  aun  se  hace  uso  de  ella  en  la 
»sinfonía. 

»Brillante  y  llena  de  fueg-o  en  lo  que  al  arte  se 
»reñere;  majestuosa  y  solemne  en  sentido  religioso: 
»sombría  y  g-rave  con  carácter  fúnebre,  la  Marcha 
»debe  participar  siempre  de  las  condiciones  de  la 
»situación  á  que  se  aplica.  La  Marcha  ordinaria  es 
»habitualmente  rítmica,  á  dos  tiempos,  y  su  coni- 
»pás  ó  movimiento  se  marca  Allegro  marcial:  las 
»Marchas  solemnes  se  escriben  casi  siempre  á  cua- 
»tro  tiempos,  sobre  un  movimiento  moderado.  Maes- 
» tosso » .  (Dicción ario  Fncicloj) édiro  de  L a r o u se . ) 

Prescindiendo  de  otros  tecnicismos  para  deñnir  la 
Marcha,  daremos  sucinta  noticia  de  las  que  se  des- 
tinaron, desde  tiempo  remoto,  á  tributar  honores  á 
las  personas  Reales  en  España,  á  cuyo  efecto  nos 
someteremos  á  la  respetable  autoridad  de  aquellos 
historióg'rafos  que  alg'o  expusieron  soln-e  esta  ma- 
teria. 

La  más  antig-ua  que  se  conoce  parece  ser  la  deno- 
minada Marcha  de  D.  Jaime  el  Conquistador,  pues 


—  23   — 

SU  orig-en,  de  ser  cierto  lo  que  se  viene  diciendo,  se 
remonta  á  fines  del  sigdo  xii,  ó  principios  del  si- 
guiente. Reproducimos,  y  por  separado  acompaña 
al  presente  cuaderno  tan  notable  composición  mu- 
sical, en  la  forma  que  la  publicó  D.  Mariano  Soriano 
Fuertes  en  su  Historia  de  la  Música  espaítola  desde 
los  Fenicios  hasta  el  año  1850. 

Aunque  este  escritor  la  considera  auténtica,  y 
añade  que,  como  tal,  la  recibió  del  ilustre  profesor 
músico  de  Barcelona  D.  Ramón  Pairot,  bueno  es  que 
se  conozca  el  parecer  del  maestro  Maimó,  expresado 
■en  nota  que  hemos  visto  en  el  Archivo  del  Ministe- 
rio de  la  Guerra,  en  la  cual  se  dice  que,  ^<de  ser 
realmente  de  la  época  de  D.  Jaime  el  Conquistador  la 
idea  melódica  de  la  marcha  aludida,  debe  haberse 
retocado  y  armonizado  bastantes  sio"los  después». 

Semejante  ó  idéntico  juicio  formula  el  inolvida- 
ble Barbieri,  en  carta  que  también  se  g-uarda  en  el 
mencionado  Archivo,  expresándose  así:  «Su  compo- 
sición es  de  formas  harto  modernas:  tiene  carácter 
de  pertenecer  al  sig'lo  xviii  y  no  á  época  tan  remo- 
ta, puesto  que  de  seg-uir  la  tradición  vulg*arizada, 
debiera  haber  sido  escrita  antes  del  año  1276,  en 
que  acaeció  la  muerte  del  Rey  I).  Jaime  el  Conquis- 
tador y>. 

T).  Felipe  Pedrell,  Profesor  de  la  Escuela  Nacio- 
nal de  Música  y  Declamación,  cree  que  la  Marcha 
de  que  se  trata  es  la  que  g-eneralmente  se  conoce 
^n  alg^una  provincia  de  Cataluña  por  la  Marcha  de 
los  violines  de  los  Ciegos,  calificando  su  composición 
como  exenta  de  toda  importancia  musical. 

Indudablemente  la  Marcha  de  D.  Jaime,  tal  como 
ha  lleg-ado  hasta  nosotros,  no  pudo  ser  ejecutada 
con  los  imperfectos  instrumentos  tubulares  que  co- 
rresponden á  aquella  época.  Por  lo  que  hace  al  orí- 


—  24   — 

^en  que  se  le  atribuye,  a^Te^'aremos  á  lo  expuesto 
que.  reí>*istrada  cou  el  mayor  escrú])ul()  la  historia  del 
reinado  de  aquel  Monarca,  y  varias  Crónicas  de  su 
tiem|)o  (1),  nada  hemos  visto  referente  á  la  Marcha, 
durante  la  vida  del  famoso  autor  de  los  Coineularios, 
di<>'no  émulo  de  su  coetáneo  I).  Alfonso  el  Sadio  de 
Castilla,  hijo  del  Rey  Trorador,  amante  decidido  de 
las  letras  y  perfecci(mador  del  lenf>-uaje  catalán. 

Dejamos,  por  lo  tanto,  al  Sr.  Soriano  Fuertes  la 
responsabilidad  de  lo  que  hemos  copiado  de  su  cita- 
da obra,  acerca  de  la  Marcha  de  D.  Jaime. 

Estudio  especial  merece  otra  Marcha,  á  cuyos  bé- 
licos sones,  seg'ún  el  decir  de  varios  eruditos,  entra- 
ron en  Granada-Ios  Reyes  Católicos  D.  Fernando  y 
Doña  Isabel,  el  día  <>-lorioso  de  la  toma  de  aquel  pre- 
ciado baluarte  del  Islamismo  en  España. 

Existe  muy  divul<>*ada  la  creencia  de  que  la  Mar- 
cha de  clarines  de  la  Caballería  y  de  la  Artillería 
españolas,  es  la  misma  á  que  nos  referimos. 

A  este  propósito  dice  el  i)recitado  Maestro  Sr.  Pe- 
drell,  en  su  Diccionario  técnico  de  la  Música,  Barce- 
kma.  1894: 

«Marcha  de  Clarines. — Es  opinión  común,  que  la 
»marcha  que  tocan  los  clarines  de  Caballería  y  de 
»Artillería  es  la  misma  á  cuyos  sonidos  entró  en 
>^Granada  Isabel  la  Católica.  Difícil  sería  contestar 
»á  la  pre<>"unta:  ¿Qué  ori<^"en  tiene  esta  añrmación? 
»Y  más  todavía,  contestar  á  la  sig-uiente:  ¿Quién  fué 
»el  compositor  de  esta  Marcha  de  carácter  tan  «i-ran- 
»dioso? 


(1)  Zurita,  Anales  de  Aragón. — Flotats  y  Bofarull,  Traducción  de 
la  Historia  de  D.  Jaime  I.  —  Chronica  de  En  Jacme. — Muntauer  (Ra- 
món), Crónica  de  D.  Jaime. — Mariana  (P.),  Historia  de  Espaáa.  —  La- 
fuente  (Modesto),  Historia  de  España. 


—  25   -- 

»En  antig-uas  Cartas  de  examen  de  Trompetas,  de 
»principios  del  sig'lo  xviii,  se  niencionau  siete  to- 
>^ques  de  í»-ueiTa  de  la  Caballería  española,  de  los 
>>sig"los  xvr  y  xvii,  entre  ellos  el  denominado  de  Bo- 
»tasUtas.  ¿Pertenecía  la  Marcha  de  Clarines  á  uno  de 
cestos  siete  toques? 

»Creemos  que  sí,  y  que  la  composición  de  ella  se 
»obtuvo,  más  ó  menos  espontáneamente,  combinan- 
»do  sus  dos  únicos  acordes  de  sot  mayor  y  re  menor 
»(éste  sin  tercera)  con  las  únicas  notas  que  pueden 
^producir  los  instrumentos  no  dotados  de  pistones, 
»ó  sea  los  armónicos  de  tubo  sonoro,  afinados  en  sol 
»mayor. 

»LagTandi()sidad  de  la  Marcha  de  Clarines  consis- 
»te,  á  nuestro  entender,  en  su  misma  sobriedad  ar- 
»mónica  y  en  la  curiosa  ausencia  de  ritmo,  pues  no 
»pueden  llamarse  ritmo  aquellos  g^olpes  repetidos  y 
^distanciados,  que  parecen  obedecer  á  la  fantasía 
»del  encarg-ado  de  tocar  el  clarín  ag'udo,  á  quien 
»obedecen  todos  los  clarineros,  repitiendo  y  distan- 
»ciando  los  g'olpes,  tan  admirablemente  combinados 
>;en  su  sencilla  g'randiosidad.» 

En  El  ÁTeriguador  (correspondencia  entre  curio- 
sos, literatos,  anticuarios,  etc.  Seg-unda  época)  (1), 
que  se  publicaba  en  Madrid  hace  años,  encuéntrase 
acerca  de  la  referida  Marcha  de  Clarines  la  preg-un- 
tasig"uiente: 

«¿Es  opinión  común  que  la  marcha  que  tocan  los 
»clarines  de  Caballería  y  de  Artillería  es  la  misma 
»á  cuyos  sonidos  entró  en  Granada  Isabel  la  Católi- 
»ca?  ¿Qué  orig-en  tiene  esta  opinión?» 

Esta  pregunta  ha  quedado,  hasta  el  día,  sin  res- 


(1)    Número  correspondiente  al  15  de  Enero  de  18~1.  Madrid,  im- 
prenta de  Rivadeneira. 


--  26   — 

puesta,  no  obstante  haberla  repetido,  con  lií>-era  va- 
riante, ln  misnin  ])ubl¡í'}u-i(')n  nl<í-ún  tiein])o  des- 
j)ués  (1). 

En  resumen,  nada  puede  afirmarse  en  concreto  y 
autorizadamente,  respecto  al  extremo  enunciado, 
que  tami)()co  hemos  lof»-rado  esclarecer  consultan- 
do, con  sumo  detenimiento,  la  Historia  de  la  Con- 
quista (le  Granada  por  Prescott.  y  el  Museo  Militar 
de  1).  Francisco  Barado  (2). 

Fuera  de  desear,  que  otro  iuvestig-ador  más  afor- 
tunado vertiese  luz  sobre  este  asunto,  ya  que  el  éxi- 
to no  coronó  nuestros  intentos.  Añadiremos  tan  sólo, 
que  el  popular  y  eminente  Profesor  D.  Jesús  de  Mo- 
nasterio, á  quien,  como  á  otros  muchos,  hemos 
consultado,  no  posee  datos  más  ciertos  respecto  al 
particular,  confesando  á  la  vez  con  noble  y  g-enial 
franqueza,  que  no  puede  oir  la  ^í^Xxq'ü  Marcha  de  Cla- 
rines sin  sentir  el  escalofrío  del  entusiasmo,  y  que 
en  cuantas  ocasiones  presencia  el  desfile  de  la  Ca- 
ballería, quédase  absorto  y  embelesado  al  escuchar 
aquel  toque  inapreciable. 

Como  curiosidad  dig-na  de  estimación  ofrecemos 
á  nuestros  lectores  una  copia  grabada  de  la  Marcha 
de  Clarines  de  la  Caballería  española,  que  también 
acompaña  al  presente  cuaderno. 


(1)  El  Averiguador.  Número  38,  correspondiente  al  31  de  Julio  de 
1872,  página  210.  Imprenta  de  Rivadeneira,  Madrid. 

(2)  El  reputado  compositor  de  música  D.  Andrés  Vidal  y  Llimo- 
na,  en  carta  con  que  nos  favoreció,  dice:  «Q.ie  la  Marcha  que  toca  la 
Caballería  fué  compuesta  por  un  maestro  de  trompetas  español,  y 
ejecutada  cuando  entró  Carlos  V  en  Amberes.»  Desconocemos  el  fun- 
damento de  esta  noticia,  que  ninguna  prueba  ó  documento  corrobora, 
é  ignoramos  si  habrá  alguna  confusión  con  la  Marcha  llamada  Aus- 
íriaca. 


27   — 


Todavía  resultan  más  vag*os  é  incompletos  los 
antecedentes  que  nos  hemos  procurado  sobre  la 
Marcha  Austrmca,  ó  sea  la  que  se  ejecutaba  duran- 
te el  reinado,  en  España,  de  los  Monarcas  de  la  casa 
de  Austria. 

Soriano  Fuertes,  en  su  precitada  Historia  de  Ja 
Música  española,  tomo  III,  cap.  XXI.  dice: 

«San  I<>-naci()  de  Loyola,  seg'ún  Pérez,  fué  el 

»autor  de  la  Marcha  Real  llamada  Atistriaca,  que 
>>desde  Carlos  Y  duró  hasta  la  dinastía  de  Borbón.» 

Nació  San  Ig*nacio  en  el  año  de  1491,  en  el  Seño- 
río de  Oñez  y  de  Loyola,  ocupando  su  padre  D.  Bel- 
trán  uno  de  los  primeros  lug*ares  entre  la  Nobleza 
de  aquel  país,  como  primog-énito  y  cabeza  de  uno 
de  los  linajes  más  antig*uos.  y  por  no  menos  ilustre 
reputóse  su  madre  Doña  María  Sáez  de  Balda. 

Ig'uacio  lleyó,  hasta  los  treinta  años,  vida  g*ue- 
rrera  y  desordenada;  pero  arrepentido  de  ella,  se 
entreg'ó  á  la  contemplación  de  los  Divinos  Misterios, 
y  como  esto  no  impidiera  que  se  consag'rase  al  estu- 
dio, lleg-ó  á  ser  maestro  en  artes,  seg-ún  sus  bióg-ra- 
fos  relatan,  y  por  tal  obtuvo  el  ])  re  ciado  título  de 
Rector  de  la  Sorbona,  de  París,  siendo  después  fun- 
dador de  la  influyente  Compama  de  Jesús. 

Cabe,  por  lo  tanto,  en  lo  posible,  que  San  Ig-nacio 
fuera  autor  de  la  Marcha  Áus/riaca;  pero  ni  en  las 
Crónicas  que  tratan  de  su  vida  v  excepcionales  mé- 
ritos, ni  en  las  de  la  época  del  Emperador  ('arlos  V, 
ni  más  tarde,  hemos  hallado  la  más  lig-era  noticia 
de  una  composición  musical  que.  i)or  la  importan- 
cia civil  y  relig'iosa  del  autor  á  quien  se  atribuye,  v 


la  au^-iista  persona  á  (|uieii  se  dice  dedicada,  de  se- 
<4-nr()  habría  fí^j^-nrado  en  al^-ún  manuscrito,  en  al- 
í^'ún  impreso,  en  al<^'una  parte. 

Kl  Sr.  Soriano  Fuertes  no  la  })u})licaen  su  aludi- 
da Historia  de  la  Música:  y  en  cuanto  á  la  añrma- 
ción  de  Pérez,  no  creemos  que  baste,  mientras  no 
aparezcan  datos  que  la  comprueben. 


11 

]VI archa  I^eal  Española. 

Conócese  por  ios  nombres  de  Marcha  Granadera  y 
Marcha  Real  la  usada  actualmente  para  rendir  ho- 
nores al  Santísimo  Sacramento  y  á  las  Reales  Per- 
semas,  en  los  dominios  de  España. 

Músicos  é  historiadores  discuten  dos  versiones, 
ambas  interesantes,  respecto  alorig*ende  la  Marcha 
Real,  y  cada  una  de  ellas  puede  prevalecer,  seg'ún  el 
aspecto  bajo  el  cual  haya  de  ser  apreciada. 

Dice  Soriano  Fuertes  en  su  libro  repetidamente 
mencionado,  tomo  III,  cap.  XXI: 

«Educado  Felipe  Y  en  la  Corte  de  su  abuelo 
Luis  XIV,  á  la  sazón  la  más  brillante  de  íluropa,  y 
en  la  que  las  letras  eran  respetadas,  no  sólo  como 
parte  integ'rante  de  la  educación,  sino  como  honra 
del  imperio,  dio  años  más  tarde,  al  venir  á  ocupar 
el  trono  de  España,  una  Real  cédula  en  que  al  tra- 
tar de  la  fundación  de  la  Real  Academia  Española 
se  lee:  «Este  desig*nio,  dice  el  Rey,  ha  sido  uno  de 
los  principales  que  concebí  en  mi  Real  ánimo.  lueg-O' 
que  Dios,  la  razón  y  la  justicia  me  llamaron  á  la 


—   29  — 

Ooroiia  de  esta  Monarquía,  no  habiínido  sido  posible 
ponerlo  en  ejecución  entre  las  continuas  inquietu- 
des de  la  ^'uerra »  ^<La  experiencia  universal  lia 

demostrado  ser  señales  ciertas  de  la  entera  felicidad 
de  una  Monarquía,  cuando  en  ella  florecen  las  cien- 
<;ias  y  las  artes.» 

Después  añade:  «La  larg-ay  sang-rienta  g-uerrade 
sucesión  que  sintió  la  Península  en  el  reinado  del 
primer  Borbón,  fué  poco  favorable  á  la  Música:  sin 
embarg-o,  se  libró  del  anatema  del  anterior  al  reci- 
bir las  influencias  francesas  que  le  proporcionaron 
los  músicos  de  Versalles,  ysobre  todo,  la  protección 
de  la  seg'unda  mujer  de  Felipe  II.  Doña  Isabel  de 
Farnesio,  que.  seg'ún  el  Sr.  Flores,  fué  muy  amante 
y  conocedora  del  arte.» 

La  Marcha  Granadera  que  publicamos,  tomada  de 
la  obra  del  Sr.  Soriano  Fuertes,  es  evidentemente  la 
Marcha  Real  que  ejecutan  en  el  exterior  de  Palacio 
las  músicas  militares,  cuando  se  presentan  las  Rea- 
les Personas,  así  como  al  rendir  honores  al  Santísi- 
mo Sacramento,  con  arreg'lo  á  las  Ordenanzas  del 
Ejército  y  disposiciones  superiores,  que  reseñare- 
mos lig-eramente. 

La  Marcha  Real  suele  hacerse  oir  también  en  los 
teatros  y  en  las  solemnidades  que  lo  reíjuieren.  al 
lleg'ar  y  al  retirarse  las  Personas  Reales.  Ig-ualmen- 
te  la  ejecutan  las  bandas  militares  cuando  la  tropa 
asiste  al  Santo  Sacriñcio  de  la  Misa. 

Fácilmente  puede  apreciarse  la  casi  identidad  que 
existe  entre  la  Marcha  Granadera  y  la  Marcha  Reah 
comparándolas  entre  sí.  Ya\  un  mordente  ascenden- 
te directo  de  tres  notas,  puesto  antes  de  la  primera 
oon  que  empieza  la  frase  musical  y  repetido,  cuan- 
do ésta  termina,  consiste  lo  que  diferencia  á  hi  pri- 
mera de  la  segnmda.  y  esto  ])uede  que  sea.ócorrup- 


—  30  — 

tela  por  la  costumbre  establecida,  ó  el  deseo  de  })res- 
tar  mayor  efecto  á  la  composición,  ccm  menoscabo 
de  su  primitiva  sencillez. 

El  autor  de  la  Marcha  Granadera  ó  Marcha  Real, 
es  completamente  desconocido. 

La  otra  versión  relativa  al  origen  liistórico  de  la 
Marcha  Real,  á  todas  luces  extranjera,  y  calificada 
de  española,  sólo  por  ejecutarse  en  honor  de  la  ma- 
jestad de  los  Reyes  de  España,  la  da  D.  Manuel 
López  Calvo  en  la  forma  anecdótica  sig-uiente: 

La  Marcha  ReaL — «Era  Rey  de  Prusia  Federico, 
»llamado  el  Grande. 

»Este  Monarca  fué  el  primer  g-uerrero  de  su  épo- 
»ca,  administrador  hábil  y  decidido  protector  de  las 
»leyes  y  de  las  ciencias,  que  cultivó  también.  EI80- 
»berano  que  primero  se  declaró  contra  María  Teresa 
ȇ  la  muerte  del  Emperador  Carlos  VL  invadiendo 
»la  Bohemia  en  1744  y  oblig-ando  al  Austria  á  pedir 
»la  paz,  á  consecuencia  de  cuatro  batallas  g-anadas 
»contra  ella:  aquel  Rey.  en  ñn,  que  supo  poner  su 
»nombre  tan  á  salvo  del  olvido. 

»Era  también  á  la  sazón  el  bueno  de  Carlos  III 
»Rey  modelo  de  Reyes,  que  inauguró  y  terminó  su 
»reinado  en  nuestra  patria  con  el  fomento  de  la  Ma- 
»rina,  abrió  carreteras  g*enerales  y  canales  de  rieg"o, 
»fundó  Sociedades  económicas.  Academias  y  Cole- 
»g'ios  militares,  recobró  la  Luisiana.  colonizó  Sierra 
»Morena,  auxilió  la  Ag-ricultura  y  la  Industria  fa- 
»bril,  y  proteg'ió  las  Ciencias  y  las  Artes. 

»I).  Pedro  Abarca  de  Balea,  Conde  de  Aranda.  Mi- 
»nistro  del  Rey  de  España  (1),  fué  enviado  á  Prusia 


(1)  Según  afirma  D.  Antonio  Ferrer  del  Río  en  su  Historia  del  rei- 
nado de  Carlos  III,  el  Conde  de  Aranda  sólo  ejerció,  en  el  Consejo  de 
Ministros,  el  cargo  de  Presidente. 


—  31  — 

»para  estudiar,  por  encarg-o  de  su  Rey,  la  táctica  mi- 
»litar  de  aquel  país,  á  ñn  de  aplicarla  al  Ejército  es- 
»pañol. 

»E1  Soberano  de  Prusia,  después  de  haber  acog-ido 
»cordialmente  al  respetable  Ministro  español,  yen- 
»terado  del  motivo  de  su  visita,  manifestó  al  enviado 
»de  Carlos  III,  que  la  táctica  de  que  dotara  á  su  ejér- 
»cito  era  española  y  la  había  aprendido  en  un  libro 
»titulado  Consideraciones  militares,  escrito  por  el  Viz- 
»conde  del  Puerto,  Marqués  de  Santa  Cruz  de  Mar- 
»cenado. 

»Entre  admiración  y  despecho  encubrió  Aranda  su 
»ira,  á  causa  del  papel  ridículo  que  había  desempe- 
»ñado  en  la  corte  de  Prusia,  y  manifestó  al  Rey,  que 
»reg-resaba  prontamente  á  España,  en  cuyo  acto  se 
»despedía,  y  para  suavizar  el  sing-ular  resultado  de 
»su  cometido,  le  dijo  el  Monarca:  «Tomad,  señor  Mi- 
nistro, esa  Marcha  militar  que  tenía  destinada  para 
honrar  mi  persona». — «Con  mucho  g-usto  la  entre- 
g-aré  al  Rey  mi  señor  D.  Carlos  III — le  contestó — el 
día  que  lleg-ue  á  sus  Reales  pies,  á  darle  cuenta  de 
mi  comisión.» 

«Presentada  por  Aranda  esta  Marcha  á  Carlos  III, 
»mereció  ser  aprobada,  declarándola  como  Marcha 
»de  honor  española  por  Real  decreto  dado  en  San 
»Ildefonso  á  3  de  Septiembre  de  1770. 

»Tal  es  la  historia  de  la  Marcha  Real,  con  que  se 
»tributan  honores  á  los  Reyes,  Príncipes  y  Princesas 
»de  Asturias  de  España»  (I). 

D.  Antonio  Vallecillo,  tratadista  militar  de  g-ran 


(1)  Poul-pourri  de  Aires  nacionales  y  extranjeros,  por  D.  Manuel 
López  Calvo,  pág-s.  20  y  21.  Madrid,  imprenta  de  Guillermo  Osler, 
Espíritu  Santo,  18,  año  1884. 


9  9      

oZ    

crédito  y  merecida  fama,  reñere  otra  versión  en  una 
(le  sus  mejores  obras,  del  modo  si^'uiente  (1): 

^<Por  último  íy  éste  es  un  caso  en  que  de  ira  (>  \  er- 
<»'üenza  tiemblan  las  carnes),  el  Marqués  de  Santa 
('ruz  d(^  Marcenado,  muerto  en  África,  de  Mariscal 
de  CamiH).  á  los  32  años,  escribió  en  la  se<^-unda  dé- 
cada de  su  vida  sn  «íTandiosa  ol)ra.  en  cinco  tomos, 
titulada  Rp/Iexiones  ¡nUiidres,  obra  (jue  sólo  sirvió 
para  utilidad  y  <>*loria  de  Federico  II  de  Prusia.  y  no 
para  ])ro\'eclio  al^'uno  de  Esi)aña,  donde  no  fué  co- 
nocida, ni  bajo  ninfí'ún  conce])t()  apreciada,  como  lo 
prueba  la  bochornosa  escena  ocurrida  en  Berlín  en- 
tre dicho  >h)narca  y  nuestro  (reneral  I).  Juan  Mar- 
tín Álvarez  Sotcanayor.  más  adelante  Conde  de  Co- 
lomera y  Capitán  (leneral  de  Ejército.  El  caso  fué 
como  sií»*ue:  A  la  fama  de  la  nueva  táctica  inventa- 
da por  Federico,  con  la  (jue  c()nsi<¿'uió  tan  señala- 
das ventajas  en  sus  <í'loriosas  campañas  de  mediados 
del  ])asa(lo  si<í"lo.  se  apresuró  toda  Europa  á  man- 
dar á  Prusia  comisionados  para  que  del  mejor  modo 
])osible  se  enterasen  de  ella,  en  sus  principios  y  en 
sus  aplicaciones,  y  con  ellos  se  manifestó  siempre 
fácil  y  proi)icio  aquel  ilustrado  Soberano.  Al  presen- 
társele el  General  español  con  la  manifestación  de 
su  deseo,  le  c(mtestó  el  Key  que  extrañaba  mucho 
su  viaje  á  Prusia  para  aprender  la  táctica  que  ha])ía 
él  aprendido  en  Es])aña.  Confuso  Álvarez  Sotoma- 
yor  con  esta  réplica,  misteriosa  ó  sarcástica,  se  a])re- 
suró  á  preg'untarle  el  Monarca  si  conocía  las  fíefle- 
:riones  militares  del  exi)resado  autor,  á  lo  que.  mor- 
diéndose los  labios,  replicó  el  (leneral  español  (|ue. 


(1)  Apología  de  Villamarún,  por  el  Coronel  D.  Antonio  Vallecillo. 
1880.  Se  encuentra  esta  obra  en  las  Bibliotecas  del  Ministerio  de  la- 
Guerra  v  del  Ateneo  de  Madrid. 


—  33   — 

aunque  tenía  alg-una  idea  de  1^  existencia  de  la 
obra,  no  la  había  leído.  El  Rey  le  dijo  entonces,  con 
la  modestia  propia  de  su  elevado  mérito,  que  la 
táctica  de  que  todos  en  Europa  le  creían  autor,  la 
había  él  deducido  de  la  lectura  de  la  expresada 
obra,  y  que  por  eso  decía  haberla  aprendido  en  Es- 
paña; porque  si  bien  nunca  había  estado  en  la  Pe- 
nínsula, debía  su  conocimiento  á  un  autor  español. 
Pero  nada  de  esto  fué  óbice  para  que  el  Rey  diese 
á  Álvarez  Sotomayor  todos  los  reg-lamentos  tácticos 
hasta  entonces  })ublicados,  más  una  preciosa  Mar- 
<*ha  militar  que,  recibida  y  aceptada  por  Carlos  III, 
■es  la  que  hoy  usamos  con  el  nombre  de  Marcha 
Real.yy 

Esta  versión,  como  se  ve,  difiere  sólo  de  la  ante- 
rior, en  que  el  comisionado  para  estudiar  la  táctica 
en  Prusia  fuese  el  General  L).  Juan  Martín  Álvarez 
Sotomayor,  y  no  el  Conde- de  Aranda. 

De  ser  cierto,  pues,  que  la  Marcha  Real  fué  im- 
portada de  Prusia,  creemos  más  bien  que  la  trajera 
Álvarez  Sotomayor,  y  no  el  Conde  de  Aranda,  por- 
que éste  no  estuvo  jamás  de  Embajador  ni  comisio- 
nado militar  en  la  Corte  de  Federico  II. 

Pruébalo  á  las  claras,  el  estudio  que  hemos  hecho 
en  la  Historia  del  reinado  de  Carlos  III,  por  L).  An- 
tonio Ferrer  del  Río,  de  los  servicios  militares  y  po- 
líticos que  prestó  Aranda  en  la  época  á  que  se  refie- 
re el  Sr.  López  Calvo. 

En  25  de  Ag'osto  de  1702  fué  traído  Aranda  de 
Polonia  para  que  se  pusiera  al  frente  del  ejército  que 
operaba  contra  Portug-al.  Después  ocupó  el  alto  car- 
^g-o  de  Presidente  del  Consejo  de  g'uerra  que  juzg*ó 
los  actos  de  los  Jefes  de  la  Capitanía  de  la  Isla  de 
€uba;  y  en  Marzo  de  1766,  tras  el  motín  de  Squila- 
ce,  fué  llamado  por  el  Rey  para  que,  dejando  la 


—   34  — 

Capitanía  general  de  Valencia.  (|ue  á  la  sazón  des- 
empeñaba,  tuviera  á  su  rai'íio  la  de  Castilla  la  Nue- 
va, y  el  primer  lu^-ar  en  el  (.'onsejo  de  Ministros, 
bajo  la  denominación  de  Presidente  (1). 

En  la  época  en  que  el  Sr.  Lójjez  Calvo  dice  traía 
Aranda  de  Prusia  la  Marcha  Real,  andaba  éste  muy 
ocupado  con  el  famoso  asunto  de  las  Maluinas  y  los 
planes  de  ^-uerra  contra  In^^laterra,  estudiando  ade- 
más su  notable  Dictamen  al  Rey,  de  16  de  Noviem- 
bre de  1770,  sin  que  conste  desempeñara  comisión 
al<^'una  en  Prusia,  que  le  apartase  un  momento  de 
la  Presidencia  del  Consejo,  hasta  que,  por  sus  des- 
avenencias con  el  Ministro  Grimaldi,  solicitó  y  ob- 
tuvo, en  1773,  ir"  de  Embajadora  París,  en  reempla- 
zo del  Conde  de  Fuentes,  en  cuya  honrosa  misión 
continuó,  viniendo  solamente  á  Madrid  en  Diciem- 
bre de  1783  con  licencia  por  breve  tiempo,  y  cesan- 
do en  su  embajada,  á  petición  propia,  en  Octubre 
de  1787. 

Queda,  por  lo  tanto,  demostrado,  que  no  fué  Aran- 
da quien  trajo  á  España  la  Marcha  Real;  y  tampoco 
somos  de  la  opinión  del  Sr.  Vallecillo,  porque,  si 
bien  consta  que  en  1787  dispuso  Carlos  III  se  estu- 
diasen las  reformas  militares  en  los  Ejércitos  ex- 
tranjeros (2),  no  aparece  en  ning*uno  de  los  libros 
que  hemos  registrado  que  fuese  el  General  Álvarez 
Sotomayor  el  encarg-ado  de  conocer  é  informar 
acerca  de  la  táctica  de  Prusia. 

Además,  ni  en  las  Gacetas  oficiales  del  tiempo  de 
Carlos  III,  ni  en  el  Diario  noticioso  universal,  curio- 


{])  Torao  II,  capítulo  II  de  la  Historia  del  reinado  de  Carlos  III  en 
España,  por  D.  Antonio  Ferrer  del  Río. 

(2)  Página  181,  tomo  VI,  libro  VI,  capítulo  IV  de  la  Historia  det 
reinado  de  Carlos  III,  por  D,  Antonio  Ferrer  del  Río. 


—  35  — 

SO,  erudito  y  comercial,  público  y  económico,  que  se 
fundó  en  1758  y  dio  orig*en  después  á  nuestro  Z>Mno 
de  Avisos;  ni  en  el  Mercurio  Histórico-polUico,  que 
empezó  en  1738  y  hemos  visto  hasta  fin  del  reinado 
de  Carlos  IV  (1),  nos  fué  posible  encontrar  la  más 
pequeña  referencia  del  reg-alo  de  la  Marcha,  hecho 
á  nuestro  ilustre  Monarca,  ni  del  Real  decreto,  dado, 
seg'ún  el  Sr.  López  Calvc^,  en  el  Real  Sitio  de  San  Il- 
defonso á  3  de  Septiembre  de  1770.  Cuando  en  las 
publicaciones  aludidas  se  trata,  á  veces,  de  asun- 
tos de  muy  escaso  interés  y  ning-una  importancia, 
¿cómo  no  habían  de  hacer  mención  del  aconteci- 
miento que  suponía,  en  aquella  época,  el  aceptar  y 
adoptar  Carlos  III  como  Marcha  Real  española  la 
que  se  afirma  le  envió  Federico  II  de  Prusia,  auto- 
céfalo,  ala  sazón,  de  la  Europa  militar  y  política? 

No  cabe,  en  consecuencia,  admitir  lo  que  sobre  el 
particular  refieren  el  Sr.  Vallecillo,  con  su  ag*udo 
ing-enio,  y  el  Sr.  López  Calvo,  con  tanto  desenfado 
como  novelesca  forma. 

Además,  D.  Manuel  Espinosa  de  los  Monteros, 
primer  oboe  de  la  Real  Capilla,  músico  de  Cámara 
de  Carlos  III  y  Director  de  sus  Reales  Academias,  á 
quien  menciona  D.  Baltasar  Saldoni  en  su  Diccio- 
nario Mogrdfico  hihliogrdfico  de  efemérides  de  músicos 
españoles,  recibió  de  aquel  Monarca  el  encarg-o  «de 
concertar,  al  estilo  prusiano,  los  toques  militares», 
y  lo  ejecutó  cumplidamente,  seg'ún  aparece  en  su 
libro  Toc/ues  de  guerra  (2) ,  cuyo  examen  debemos  á 


(1)  Pueden  verse  dichas  Gacetas  y  Diarios  en  la  Biblioteca  Na- 
cional. 

(2)  Toques  de  guerra  que  deberán  observar  úniformememte  los  Pi' 
fallos,  Clarinetes  y  Tambores  de  la  Infantería  de  S.  M.,  concertados  por 
D.  Man.'  do  Espinosa,  Músico  de  la  Capilla  r.'  (De  orden  de  S.  M.)- 
Gravados  por  Juan  Moreno  Tejada.  A.»  d  HtO.— Existe  en  la  Biblio- 


—  30   — 

la  benevolencia  (!(»  I).  Míinuel  Tamayo  y  Baus,  Di- 
rector (le  la  líiblioteca  Xaeionnl.  Kn  (lidia  obra  se 
I)ublica  la  M a  relia  Granadera  tal  como  la  inserta- 
mos, y  como  ésta  no  es  otra,  se^-i'in  puede  verse  y 
queda  dicho,  que  la  Marcha  Real  que  en  el  día  se 
ejecuta  con  li<í-eras  variantes,  es  de  inferir  que, 
publicado  el  libro  de  referencia  en  el  año  de  1769. 
existía  ya  aquélla  en  España. 

Por  último,  dice  1).  Mariano  Soriano  Fuertes,  en 
la  pág.  150.  tomo  IV  de  su  Historia  de  ¡a  Música, 
hablando  de  las  disi)osici()nes  adoptadas  por  Car- 
los III,  á  causa  del  motín  que,  contra  el  Ministro 
que  trajo  de  Ñapóles,  estalló  en  Madrid  el  23  de 
Marzo  de  175():  ^<Huye  el  italiano  Squilace  y  í^Taii 
parte  de  su  comparsa  del  furor  })()pular;  el  Gobier- 
no dicta  órdenes  rif^-urosas  contra  los  amotinados 
y  el  orden  queda  restal)lecido.  Pero  eng-añado  el 
Rey  por  sus  consejeros  de  que  la  existencia  de  su 
trono  la  debía  á  las  armas,  aumenta  y  mejora  el 
ejército  en  todos  sus  ramos;  se  completan  los  eco- 
nómicos batallones  de  milicias  provinciales;  plan- 
téanse  las  escuelas  y  cole<»"i()s  de  Artillería  é  Inge- 
nieros; se  perfecciona  la  fundición  de  cañones  en 
Barcelona  y  Sevilla:  i)ónese  la  Xación  en  pie  de  g*ue- 
rra;  comisiónase  á  varios  militares  para  (jue  estu- 
dien en  el  ejército  i)rusiano.  mandado  por  Federi- 
co II,  la  sublime  táctica:  plantéase  en  España  el 
mecanismo  de  Infantería  conocido  con  el  nombre  de 
ejercicio  prusiano,  tan  inservible  en  campaña; 
en  1769  se  publican,  de  Real  orden,  los  toques  de 
4>-uerra  que  deben  usar  uniformemente  los  pífanos, 
clarinetes  y  tambores  de  la  Infantería  de  S.  M.,  con- 


teca nacional,  procedente  de  la  que  en  depósito  se  conserva  en  la 
misma  por  lega  lo  de  D.  Francisco  Asenjo  Barbieri. 


—   37  — 

certados  al  estilo  prusiano  por  el  músico  de  la  Real 
Capilla  I).  Manuel  Espinosa,  introduciendo  en  el 
Ejército  español  la  marcha,  también  prusiana,  co- 
nocida con  el  nombre  de  Marcha  Fusilera  (1),  etc.» 
Publicamos  además  la  citada  Marcha  Fusilera,  la 
cual,  por  costumbre,  cuyo  orig"en  se  desconoce,  es  la 
que  comúnmente  ejecuta  la  Música  de  Alabarderos 
en  los  actos  oficiales  y  en  las  solemnidades  del  in- 
terior del  Palacio  Real,  así  como  en  los  g-randes 
banquetes  que  se  celebran  en  el  mismo. 


La  Marcha  Fusilera,  que  alg'unos  confunden  con 
\^  Marcha  Real  Española,  como  composición  musical, 
aventaja  en  mérito  á  ésta,  ajuicio  del  maestro  Pe- 
drell  y  del  P.  Sbarbi,  maestro  de  Capilla  de  la  Ig-lesia 
y  Convento  de  la  Encarnación,  en  esta  Corte;  y  tie- 
ne por  su  aire  g-rave  y  eleg-antes  formas  armónicas, 
carácter  alemán.  Esto  induce  á  creer,  que  la  Fusilera 
será  \a  Marcha  á  que  alude  el  Sr.  Vallecillo,  la  cual 
fué  entreg-ada  por  Federico  II  al  g-eneral  Álvarez  8o- 
tomayor,  cuando  se  despidió  de  la  Corte  de  Prusia. 
Mas  como  ni  en  la  Biblioteca,  ni  en  el  Archivo  de 
Palacio,  ni  en  la  Real  Capilla,  ni  en  la  Biblioteca  y 
Archivo  del  Ministerio  de  la  Guerra,  ni  en  la  del  Es- 
corial, ni  en  los  Archivos  de  Alcalá  de  Henares  y  de 
Simancas  hemos  encontrado  datos  que  esclarezcan 
el  asunto,  no  poseyéndolos  tampoco  la  Escuela  Na- 


(1)  Carlos  ni,  por  las  inspiraciones  que  debió  recibir  en  Ñapóles, 
país  clásico  del  arte  de  la  música,  la  prestó  si?mprc  decidido  apoyo, 
á  pesar  de  sus  altas  y  nobles  preocupaciones  políticas  y  guerreras, 
que,  con  el  placer  de  la  caza,  ocupaban  sus  ratos  de  expansión  y  solaz. 


—   38  — 

cional  de  Música  y  Declamación,  precisa  Ueg-ar  á 
una  conclusión  que,  á  nuestro  juicio,  se  desprende 
de  cuanto  queda  expuesto. 

Entre  los  músicos,  es  más  g-eneralmente  admitida 
la  creencia  de  que  la  Marcha  Keal  fué  importada  de 
Prusia,  y  así  lo  sui)onía  también  el  maestro  Barbie- 
ri,  ó  á  lo  menos  así  se  lo  manifestó  en  conversación 
particular  á  su  ami^^'o  el  disting-uido  profesor  y  di- 
rector en  la  actualidad  de  la  mencionada  Escuela 
Nacional  de  Música  y  Declamación.  D.  Ildefonso  Ji- 
meno  de  Lerma,  seg'ún  él  mismo  nos  lia  ase¿^*ura- 
do.  Pero,  siendo  muy  dudosa  dicha  tradición,  tal 
como  los  Sres.  Vallecillo  y  López  Calvo  la  cuentan, 
sin  datos  auténticos  ni  documento  alg'uno  que  la 
confirme,  habremos  de  atribuir  mayor  crédito  á  lo 
que  dice,  en  su  tantas  veces  repetida  Historia  de  la 
Música,  el  maestro  D.  Mariano  Soriano  Fuertes,  ó  sea, 
que  Felipe  V  trajo  de  Francia  la  Marcha  Granadera, 
y  que,  concertada  ésta,  de  orden  de  Carlos  III, 
en  1769,  por  el  Sr.  Espinosa,  al  estilo  prusiano,  es. 
con  lig'eras  variaciones,  la  que  conocemos  y  hc)y  se 
ejecuta  con  el  nombre  de  Marcha  Real:  pues  si  bien 
dicho  maestro  desconoce  su  autor  y  no  da  pruebas 
fehacientes  sobre  su  procedencia,  tampoco  en  con- 
tra de  su  aseveración  podemos  aleg-arlas. 

D.  José  Muñiz  y  Terrones,  Coronel  de  Infantería, 
disting-uido  tratadista  militar,  nos  ha  indicado,  que 
tiene  idea  de  que  las  pequeñas  variantes  ó  adornos 
que  se  advierten  en  la  Marcha  Eeal,  fueron  ejecu- 
tados por  primera  vez.  al  efectuarse,  en  10  de  Octu- 
bre de  1846,  las  bodas  de  Doña  Isabel  II. 

Codiciando  descubrir  la  verdad  histórica  sobre  la 
Marcha  Real,  hemos  visto  varias  ediciones  de  las  Or- 
denanzas g'enerales,  desde  las  llamadas  de  Flandes, 
por  el  Príncipe  Alejandro  Farnesio,  Duque  de  Par- 


—  39  — 

ma,  que  se  cree  sean  las  primitivas,  hasta  las  vi- 
^-entes,  y  con  mayor  escrupulosidad  todavía,  las  de 
los  años  1718,  1720,  1721  y  1724,  así  como  Vd  Recopi- 
lación, en  cinco  tomos,  hecha  en  1768  por  el  Oficial 
Mayor  de  la  Secretaría  de  Guerra,  D.  José  Antonio 
Portugalés. 

En  todas  ellas,  y  muy  particularmente  en  las  Or- 
denanzas  de  S.  M.  jidTa  el  Régimen,  discijüina,  sudor- 
dinación  y  servicio  de  sus  Exércitos,  del  citado  año 
de  1768  (1),  dice  el  tratado  III,  titulo  I,  al  hablar 
de  «Honores  militares»: 

«Al  Santísimo  Sacramento. 

»1.  Por  la  Infantería  se  presentarán  las  Armas, 
y  batirá  la  Marcha  desde  que  se  aviste,  hasta  que  se 
pierda  de  ojo,  etc..  y  los  Drag'ones  desmontados,  y 
en  ig'ual  caso  la  Cavallería,  executará  lo  mismo  que 
por  la  Infantería  queda  prevenido:  quedando  éstos 
desmontados  unos,  y  otros,  tanto  los  Oficiales,  co- 
mo los  Soldados,  pondrán  espada  en  mano;  los 
trompetas  y  tambores  tocarán  la  Marcha,  etc. 

» Personas  Reales. 

»II.  A  Nos,  la  Reyna,  el  Príncipe  y  Princesa  de 
Asturias,  se  presentarán  las  Armas,  batirá  la  Mar- 
cha, etc..  siempre  que  pasemos  por  nuestras  tropas 
en  cualquier  formación,  etc. 

»XXII.  Cuando  alg-ún  Infante  se  hallase  separa- 
do de  mi  presencia,  etc..  tocarán  la  Marcha  las 
Guardias. 


(1)     Editada  en  Madrid:  eu  la  Oticina  de  Antonio  Marín,  Impresor 
de  la  Secretaría  del  despacho  Universal  de  Gaerra.  Año  do  11(38. 


—  40  — 

>>XXV.  Las  (jiuirdias  de  los  Infantes  sólo  toma- 
rán las  Armas,  y  liarán  honor  ])ara  Xos,  la  Keynay. 
Príncipe  ó  Princesa  con  la  distinción  explicada,  y  á 
los  demás  Infantes  í])resentes  ó  ausentes.  Nos.  la 
Heyna  ó  Príncipes)  harán  el  i)ropio  honor  que  á  la 
Persona  Real  que  ^"uardan. 

»XXVII.  Donde  Yo.  la  Reyna.  Príncipe  ó  Prince- 
sa residiéremos,  sólo  se  harán  honores  á  mi  Perso- 
na y  Real  P'amilia»  (1). 

Tratan  después  dichas  Ordenanzas  de  los  hono- 
res que  deben  tributarse  á  Capitanes  Generales: 
General  del  Ejército  en  campaña;  Capitán  General 
de  Distrito;  honores  por  Cuerpos  enteros;  y  el  títu- 
lo TV,  al  hablar  de  las  «Guardias  y  Honores  con  que 
por  sus  dig'nidades  han  de  distinguirse  alg'unas 
personas,  que  no  son  del  cuerpo  militar  del  Ejérci- 
to y  Armada»,  dedica  el  artículo  primero  á  los  que 
corresponden  «á  los  Grandes  de  España  que  no  sir- 
van en  mis  tropas,  y,  por  accidente  pasaren  por  las^ 
Plazas  ó  País  donde  haya  Guarnición»  (2);  los  que 
deben  rendirse  á  los  Cardenales,  á  las  mujeres  de 
los  Grandes  y  á  los  Embajadores;  y,  por  último,  los- 
«Honores  fúnebres  que  se  hacen  á  las  Reales  Per- 
sonas, ejecutándose  la  Marcha  con  sordinas  por  los^ 
Tambores»,  con  las  demás  ceremonias  que  se  de- 
tallan. 

Por  Real  orden  de  8  de  Enero  de  1871  quedó  con- 
firmado que,  para  tributar  honores  en  los  casos  co- 


(1)  Dicho  artículo  XXVIí  ha  sido  confirmado  repetidamente;  pero 
se  ha  hecho  excepción  á  favor  de  los  Capitanes  Genéralos  d?  Ejérci- 
to, Ministro  de  la  Guerra  y  Capitán  General  del  distrito,  en  ciertos- 
casos  y  circunstancias  que  sería  muy  larg-o  enumerar. 

(2)  «A  los  Grandes  de  España  les  cabe  el  derecho  de  guardia  y 
toque  de  M'ire/ia  por  una  sola  vez.»  (Art.  1.°,  trat.  III,  tít.  IV,  pági- 
na 414  de  las  Ordenanzas  anotadas^  por  D.  José  Muniz  y  Terrones. 


—  41   — 

rrespondientes,  continúe  usándose  la  Marcha  Gra- 
nadera. 

Para  los  Embajadores  de  Naciones  extranjeras^ 
en  el  acto  oficial  de  presentación,  suele  ejecutar  la 
música  de  Alabarderos  la  Marcha  ó  Himno  Nacional 
de  cada  país. 

Es  de  notar,  que  cuantas  Ordenanzas  del  Ejército 
hemos  reg'istrado  dicen  siempre,  al  tratar  de  hono- 
res militares,  «batirá  la  Marcha»,  y  no  la  Marcha 
Real,  loque,  á  nuestro  juicio,  constituye  otra  prue- 
ba de  que  se  hace  referencia  á  la  Marcha  Granade- 
ra, consag-rada  desde  Felipe  V,  á  rendir  aquéllos  al 
Santísimo  Sacramento  y  á  las  Personas  Reales  en 
España  (1). 

La  anamorfosis  que  se  observa  en  los  escritores 
que,  en  reducido  número,  han  hecho  investig-acio- 
nes  para  la  historia  de  la  Marcha  Real  es  tan  ex- 
traordinaria, como  mudables  son  los  pareceres  que 
no  se  asientan  sobre  bailes  fijas,  por  lo  cual  cree- 
mos haber  apuntado  cuanto  es  posible,  hoy,  en  la 
materia. 

Réstanos  sólo  decir  alg*o  acerca  del  expediente 
que  existe  en'el  Archivo  de  Guerra,  por  el  cual,  du- 
rante el  período  revolucionario,  siendo  Ministro  del 
ramo  el  General  D.  Juan  Prim  y  Prats,  se  trató  de 
sustituir  la  Marcha  Real,  considerada  como  uno  de 
los  distintivos  de  la  aug"usta  casa  de  Borbón,  por  otra 
Marcha  de  Honor,  convocando  al  efecto  un  certamen 
ó  concurso  musical. 

El  Director  g-eneral  de  Infantería  remitió,  antes- 
de  anunciarse  el  referido  concurso,  una  marcha  de 


(1)  Además  ,  en  Real  orden  de  5  de  Septiembre  de  1853  se  dispu- 
so se  tocase  la  antigua  Marcha  Granadera  al  compás  de  101  pasos  por 
minuto,  por  las  bandas  militares. 


—  42  — 

honor,  dedicada  al  General  Prini  por  el  músico  de 
contrata  del  Rendimiento  de  América,  D.  Jíísé  Ara- 
gón y  Peraíí-ón.  que  el  Ministro  manifestó  había  re- 
cibido con  a^'rado. 

Por  Orden  de  31  de  Ag-osto  de  1870,  se  mandó  á 
los  Cai)itanes  Generales  de  los  Distritos,  que  dejara 
de  tocarse  la  Marcha  Real,  y  que  en  su  lug*ar  se  eje- 
cutara, con  arre<^'lo  á  Ordenanza,  la  compuesta  por 
el  músico  mayor  del  2."  lieg'imiento  de  Ing-enieros, 
D.  José  Escuadranit;  En  4  de  Septiembre  del  mis- 
mo año  se  abrió  el  certamen,  publicándose  en  la 
Gaceta  de  Madrid  de  12  del  mismo  mes  y  año,  la 
Orden  del  Ministerio  de  la  Guerra  á  los  Capitanes 
g-enerales  de  los  Distritos,  en  la  forma  sig'uiente: 

«Excmo.  Sr.:  Habiendo  dejado  de  tocarse  por  las 
músicas  militares  después  de  la  Reyolución  de  1868, 
la  Marcha  Granadera,  la  cual  fué  adoptada  en  Espa- 
fia  para  rendir  honores  al  Santísimo  Sacramento, 
personas  Reales  y  altas  Dig*nidades  militares  y  ciyi- 
les  á  quienes,  por  Ordenanza,  está  marcado  el  toque 
de  marcha,  y  deseando  S.  X.  el  Regente  del  Reino 
que  se  adopte  una  nueya  marcha  de  honor,  en  susti- 
tución de  aquélla,  que  sea  cual  corresponde  al  objeto, 
ha  tenido  á  bien  resoher  lo  sig'uiente: — I.'*  Se  abre 
un  certamen  en  esta  capital  entre  los  compositores 
españoles  para  la  com])osición  de  una  Marcha  Xacio- 
nal. — 2.''  Esta  marcha  habrá  de  ser  á  paso  regular, 
en  compás  de  compasillo;  de  estilo  brillante  y  ma- 
jestuoso, y  habrá  de  constar  de  dos  ó  tres  partes,  de 
á  ocho  compases  cada  una.  escritas  en  partitura 
para  los  instrumentos  sig'uientes:  flautín,  requinto, 
clarinetes  primeros  y  segundos,  saxofones  primero 
y  segundo,  ñscornos  primero  y  segundo,  cornetines 
primero  y  segundo,  trompas  primera  y  segunda, 
trombas  primera  y  segunda,  bombardinos  primero 


—  43  — 

y  segundo,  barítonos  primero  y  segundo,  trombones 
primero,  segundo  y  tercero,  bajos,  bombo,  platillos 
y  tambores.  Pero  con  el  fin  de  que  á  este  certamen 
puedan  concurrir  muchos  distinguidos  composito- 
res españoles,  que  hasta  ahora  no  se  han  dedicado  á 
la  escritura  especial  de  banda  militar,  se  admitirán 
también  las  marchas  escritas  sólo  para  piano;  y  si, 
•entre  éstas,  apareciere  alguna  de  un  mérito  superior, 
á  juicio  del  Jurado,  éste  hará  queuse  transcriba  con- 
venientemente por  un  maestro  práctico  en  la  mate- 
ria, para  que  sea  ejecutada  por  una  banda  en  la  au- 
dición pública  y  pueda  entrar  en  concurso. — 3.*^  Se 
concederá  premio  por  este  Ministerio  de  la  Gue- 
rra al  autor  de  la  marcha  elegida,  consistente  en 
una  distinción  honorífica  y  en  dos  mil  pesetas. — 
4.*^  Se  nombrará  un  Jurado  de  maestros  composito- 
res, que  deberá  examinar  las  composiciones  que  se 
presenten,  separando  aquellas  que  no  reúnan  todas 
las  condiciones  artísticas  y  las  que  se  exigen  en  este 
programa,  y  dispondrá  que  se  ensayen  y  ejecuten, 
por  las  bandas  militares  de  los  Cuerpos  del  Ejército, 
existentes  en  esta  Capital,  todas  las  demás  composi- 
ciones, con  el  fin  de  proponer  después  la  que  creye- 
re digna  del  premio:  si  acaso  hubiere  algunas  más, 
igualmente  merecedoras  de  él,  entonces  el  Jurado 
podrá  proponer  hasta  el  máximum  de  tres,  para 
que  por  este  Ministerio  se  elija,  entre  ellas,  la  que 
haya  de  ser  premiada.  La  ejecución  de  las  mar- 
chas que  merezcan  ser  ensayadas  y  tocadas  tendía 
lugar  en  público,  en  el  día  más  inmediato  que  per- 
mitan los  trabajos  del  Jurado,  y  en  el  local  á  propó- 
sito, que  se  designarán  oportunamente. — 5.*^  Se  se- 
ñala de  plazo  hasta  el  31  de  Octubre  próximo  ])ara 
la  admisión  de  las  composiciones;  y  los  C()m])osito- 
res  españoles  que  quieran  optar  al  premio,  deberán 


—  44  — 

enviarlas  á  este  Ministerio,  en  ])lie^-í)  dirií^ido  al  Ge- 
neral Subsecretario  del  mismo,  sin  expresaren  ellas 
el  nombre  del  autor,  i)ero  conteniendo  al  propio 
tiempo  otroplief>*o  cerrado  y  lacrado,  en  el  que  cons- 
te claramente  la  firma  y  residencia  del  autor,  y  un 
lema  en  el  sobre.  (|ue  deberá  i^^-ualmente  estar  es- 
crito en  la  portada  ó  encabezamiento  de  la  partitura 
respectiva,  i)ara  la  debida  distinción  entre  las  que  se 
presenten. — r).*"  Concluido  el  certamen,  se  elevará 
por  el  Jurado  la  oportuna  propuesta,  y  hecha  que 
sea  la  elección,  se  abrirá  elplie^-o  correspondiente  á 
la  marcha  ele<,n(bi,  y  se  adjudicarán  los  premios  á  su 
autor,  en  junta  pública,  inutilizándose  los  demás 
plietifí^s  respectivos  á  las  obras  no  premiacbas,  las- 
cuales  quedarán  archivadas  en  este  Ministerio. — 
7.^'  La  edición  de  la  Marcha  que  fuere  adoptada  y 
los  g-astos  de  papeles  para  los  ensayos  serán  de 
cuenta  de  este  Ministerio.  —  Lo  que  de  orden  de 
S.  A.  dig'o  á  V.  E.  para  su  conocimiento  y  á  fin  de 
que  se  le  dé  la  publicidad  conveniente. — Dios  g'uar- 
de  á  V.  E.  muchos  años. — Madrid  4  de  Septiembre 
de  1870.— Prim.» 

Para  constituir  el  Jurado  de  maestros  composito- 
res de  música  que,  como  consecuencia  de  la  Orden 
que  antecede,  habla  de  examinar  las  composiciones 
que  se  presentaran  para  la  adopción  de  una  Marcha 
nacional,  la  Reg-encia  del  Poder  Ejecutivo  desig-nó 
á  D.  Hilarión  Eslava,  D.  Emilio  Arrieta  y  D.  Fran- 
cisco Asenjo  Barbieri. 

D.  Hilarión  Eslava  se  excusó  de  desempeñar  el 
carg-o  de  Jurado  por  razones  de  salud,  nombrándo- 
se en  su  lug-ar  á  I).  Baltasar  Saldoni. 

Examinadas  por  el  Jurado  las  476  MarcJios  nacio- 
nales (\\ie^Q  presentaron  por  447  compositores,  emi- 
tió dictamen  en  8  de  Diciembre  del  referido  afu^ 


—  45  — 

de  1870,  en  forma  tan  intencionada  y  curiosa,  que  no 
podemos  resistir  al  deseo  de  copiar  al<»-unos  de  sus 
párrafos  más  substanciales: 

«Nuestro  primer  sentimiento — habla  el  Jurado — 
ha  sido  de  satisfacción  al  considerar  elg-ran  núme- 
ro de  composiciones  que  han  concurrido  al  certa- 
men, lo  cual  prueba  el  desarrollo  que  en  nuestro 
país  van  tomando  los  estudios  de  la  música,  y  prue- 
ba además  el  entusiasmo  de  los  artistas;  pero,  des- 
gTaciadamente,  el  asunto  del  certamen  es  de  los 
más  difíciles,  porque  en  los  cantos  nacionales,  apar- 
te de  su  mayor  ó  menor  l)ondad  artística,  entra  por 
mucho  la  sig'nificación  que  les  presta  la  costumbre 
ó  el  capricho  de  los  i)ueblos;  y  como  en  España  su- 
cede, todos  estábamos  acostumbrados  á  considerar 
€omo  símbolo  de  las  majestades  divina  y  humana 
los  nobles  y  sencillos  acordes  de  nuestra  antig-ua 
Marcha  Real  (que,  dicho  sea  de  paso,  es  artística- 
mente de  lo  mejor  y  más  apropiado  que  puede  in- 
ventarse), no  hay  que  extrañar  que  tales  condicio- 
nes hayan  podido  contribuir  á  que  el  g'enio  de  nues- 
tros compositores  se  haya  visto  coartado.  De  aquí, 
tal  vez,  que  la  Marcha  Nacional  \\i^  conteng*a  rasg-os 
de  inspiración,  hallándose  alg'unos  trabajos  apre- 
ciables,  no  obstante,  que  no  dispuso  el  Jurado  que  se 
ensayaran  en  sitios  públicos,  pc^rque  los  g-astos  no 
€orresponderían  al  mérito  de  las  obras,  entre  las  que 
no  hay  ning-una  dig-na  de  reemplazar  á  la  Marcha 
Be  al.» 

Presentáronse  alg'unas  composiciones  con  lemas 
tan  pereg-rinos  como:  «Más  vale  maña  que  fuerza». 
«El  rey  ha  muerto,  ¡viva  el  rey  I»  (que  tan  mal  se 
avenía  con  las  circunstancias),  «Allá  va  eso.  valg'a 
lo  que  valiere»,  «Soy,  teng'o  y  quiero»,  «Guiar  el 
ojo  á  los  pianistas»,  «Vístete  como  te  llamas»,  y 


—  4G  — 

otros  lio  menos  chuscos  que  acusubuii,  cuando  me- 
nos, poca  seriedad. 

Como  consecuencia  del  fallo  del  Jurado,  en  15  de 
Diciembre  del  mismo  año  se  declaró  sin  efecto 
el  concurso;  y  en  8  de  Enero  de  1871  se  mandó  fue- 
se reconocida  por  Marcha  Nacional  Espaü ola  la  anti- 
g-ua  Granadera,  por  no  haberse  presentado  en  el  cer- 
tamen nin^»-una  dig-na  de  premio.  También  se  dejó 
sin  efecto  la  Orden  de  31  de  Ag-osto  anterior,  que 
mandaba  se  ejecutase  interinamente  la  marcha  del 
músico  mayor  Sr.  Escuadranit.  á  que  antes  hemos- 
hecho  referencia. 

En  el  expediente  de  que  hablamos  existe  una  cu- 
riosa carta  dirig-idapor  el  maestro  Barbieri  al  señor 
Maimó,  en  la  que,  entreoíros  particulares,  dice  que 
«la  Marcha  ReaL  como  música  adecuada  al  objeto, 
es  de  lo  mejor  y  más  notable  que  se  conoce,  después- 
del  Himno  Inglés,  de  Haendel,  y  del  Ri nino  Austria- 
co,  de  Haydn. » 

Por  último,  impug"nando  el  fallo  del  Jurado  que 
acabamos  de  mencionar,  el  presbítero  D.  José  Ma- 
ría Sbarbi  publicó,  el  21  de  Diciembre  de  1870,  una 
refutación  de  aquél,  con  razones  atendibles,  en  cier- 
to modo.  El  título  de  este  opúsculo  es:  Una  página 
del  arte  miisico  español  en  el  siglo  XIX. 

El  Sr.  Sbarbi  opina  «que  el  fraseo  y  modulación 
de  la  Marcha  Real  son  de  lo  más  vulg-ares,  pobres  y 
destituidos  de  arte,  si  bien  lo  repetido  de  sus  frasea 
y  su  monotonía,  la  constituyen  apta  para  ser  inme- 
diatamente cogida  por  el  pueblo.»  El  mismo  folletis- 
ta censura,  además,  que  se  considerase  á  la  profesión 
artístico -musical  española  de  nuestros  días  tan  li- 
mitada en  sus  conocimientos  y  tan  destituida  de  ins- 
piración, que  no  supo  escribir  una  marcha  que  ex- 
cediese en  mérito  á  la  antig'ua  Real,  lamentando  y 


—  47  — 

originándole  sorpresa,  que  ning'una  de  las  476  que 
se  presentaron  á  concurso  hubiese  merecido  el  pre- 
mio anunciado. 

No  hemos  de  entrar  en  análisis  ni  disquisiciones 
sobre  un  punto  que  nos  llevaría  más  lejos  de  lo 
que  permite  la  índole  de  este  trabajo;  pero  es  g-ran 
verdad  que,  al  fin,  hubo  de  restablecerse,  y  durará 
siempre,  como  Marcha  Real  española  la  antig-ua  Gra- 
nadera, cuyos  sencillos  y  majestuosos  acordes  serán 
muy  difíciles,  si  no  imposibles,  de  sustituir  dig^na- 
mente,  porque  en  toda  composición  música  es  más 
importante  que  el  mérito  artístico  el  carácter,  la 
idea  que  se  debe  expresar,  bajo  cuyo  concepto  es 
irreemplazable  la  que  se  ejecuta  en  España,  para 
rendir  honores  al  Santísimo  Sacramento  y  á  nues- 
tros Aug'ustos  Monarcas. 


III 

]V[apcíia  de  Infantes. 

Mucho  más  escasos,  obscuros  é  indeterminados 
que  los  de  la  Marcha  Real,  aparecen  los  oríg-enes  é 
historia  de  la,  impropiamente  denominada.  Mar- 
cha de  Infantes. 

Sabido  es  que,  en  España,  se  conoce  con  el  alto 
título  de  Infante  á  cualquiera  de  los  hijos  leg-íti- 
mos  del  Soberano,  nacidos  después  del  primog'éni- 
to  (1). 

Hasta  los  tiempos  de  D.  Juan  I  se  llamó  también 


(1)     Barcia.  Diccionario  Etimológico.  (Pág.  91.) 


—    48   — 

•fisí  al  hijo  priino^í'énito  del  Rey.  y  se  .solía  añadirlos 
caliñcativos  de  heredero  ó  primogénito  heredero.  Tam- 
bién se  decía  en  estilo  anticuado:  ^<E1  descendiente 
de  Casa  ó  sangre  Real,  como  los  Infantes  de  Lara^. 

Seí^-iin  CovaiTubias,  el  primer  hijo  del  Rey  que  en 
Castilla  llevó  el  título  de  Infanie,  fué  el  primoí^-énito 
de  D.  Fernando  II  de  León,  llamado  D.  Sancho  III: 
aquella  denominación  era  usada  en  Ingdaterra,  y  la 
introdujo  en  España  su  madre  Doña  Leonor.  El 
mismo  titule»  de  Infante  dieron  á  su  hermano  Don 
Fernando,  que  está  enterrado  en  las  Huelg"as  de 
Bur<»'os.  (Monlau.) 

Hemos  re¿^-istrado  detenidamente  la  Historia  de 
España,  desde  los  años  1085  de  nuestra  Era.  hasta 
el  día,  con  afán  de  conocer  el  ori<j;-en  de  la  denomi- 
nada Marcha  de  Infantes;  y  este  estudio  nos  induce 
á  inferir,  que  la  composición  musical  que  inserta- 
mos, conforme  la  ejecuta  la  banda  del  Real  Cuer])o 
de  Guardias  Alabarderos,  debe  proceder,  á  lo  sumo, 
de  la  última  década  del  pasado  siglo  ó  de  los  co- 
mienzos del  corriente.  Por  desg-racia.  esta  deduc- 
ción es  imposible  comprobarla  con  datos  positivos. 

Los  maestros  D.  Jesús  de  Monasterio.  1).  Felipe 
Pedrell  y  I).  Ildefonso  Jimeno  de  Lerma  opinan 
€omo  nosotros,  es  decir,  que  la  composición  musi- 
cal de  que  se  trata,  más  bien  tiene  aire  de  Mimié 
que  de  Marcha,  que  es  de  carácter  alemán,  y  que  su 
débil  factura,  desprovista  por  completo  de  valor  ar- 
tístico, revela  no  proceder  de  autor  disting-uido. 

Está  fuera  de  duda,  que  la  llamada  de  honor  de 
Infantes  (tal  debe  ser  su  verdadero  nombre,  como 
nos  proponemos  demostrar)  existía  ya  en  la  época 
de  Carlos  III,  pues  entre  los  mencionados  ^< Toques 
de  g'uerra  que  deberán  observar  uniformemente 
los  Pífanos.  Clarinetes  y  Taml)ores  de  la  Infantería 


-^  49  — 

de  S.  M.,  concertados  (al  estilo  prusiano)  por  D.  Ma- 
nuel de  Espinosa.  Músico  de  la  Capilla  Real  (de  or- 
den de  S.  M.),  fí-rahados  por  Juan  Moreno  Tejada, 
año  1769»  (1),  se  encuentra  con  el  indicado  título  y 
es  ig'ual  á  la  que  acompaña  á  este  cuaderno.  Como 
puede  advertirse,  muy  leves  son  las  diferencias, 
comparada  con  la  que  hoy  ejecuta  la'  banda  de 
Alabarderos. 

Á  nuestro  modo  de  ver,  la  Llamada  de  Infante, 
es  muy  posible  que  fuera  traída  á  España  cuando 
el  nieto  de  Luis  XIV.  el  animoso  Felipe  de  Anjou, 
vino  á  ocupar  el  solio  de  San  Fernando. 

Siempre  con  la  idea  de  que  nuestras  noticias  lle- 
ven el  sello  de  la  comprobación,  también  ahora  re- 
currimos á  los  Archivos,  á  las  Bibliotecas  y  á  cuan- 
tas personas  de  erudición  ó  competencia  pudieran 
auxiliar  nuestras  investig-aciones.  Tarea  inútil.  Si 
las  noticias  buscadas  y  rebuscadas  por  nosotros 
existen,  respondieron  con  ing^ratitud  al  cariño  con 
que  procuramos  dar  con  ellas. 

Nuestro  buen  amig-o  I).  José  Muñiz  y  Terrones, 
en  el  punto  que  añóranos  entretiene,  es  de  nuestro 
parecer.  Cree  que  la  Llamada  que  publica  el  Sr.  Es- 
pinosa en  su  citado  libro,  es  la  Llamada  de  Infante, 
nombre  que  siempre  le  dan  las  Ordenanzas  del  ejér- 
cito al  tratar  de  «Honores  militares».  Cree  también 
que  dicha  Llamada  debía  ser  una  ami)liación  de  la 
llamada  de  la  corneta  de  Infantería,  porque  en  la 
l)rimera  hay  notas  idénticas  á  las  de  la  seg'unda. 

Respetando  el  parecer  de  nuestro  ilustrado  ami- 


(1)  Al  hablar  de  la  Marcha  Real,  ya  liemos  diclio  que  e^i?  curio- 
so é  interesante  libro  so  encuentra  en  1a  P.ib'iotoca  Nacional,  pro- 
cedente de  la  (jue  i'ué  Ir-gada  ala  misma  por  D.  Francisco  Asenjo 
Uarbieri. 


—  50 


g*o.  lio  i)()(leiii()S  fslai'  de  ¡icucrdo  ron  él  ])or  las  i'a- 


zoiies  sif>'ui('n1(\s: 


El  Ifxjiie  (le  conictn  basa  sus  tres  ])ri meros  coiii- 
pases  en  la  tónica,  y  el  ciiarío  en  la  (loniinante;  y 
la  impropiamente  llamada  M a  relia  de  Infantes,  qne 
ejecuta  la  Música  de  Ala])ar(leros.  fundamenta  sus 
(los  primeros  compases  en  la  tónica,  el  tercero  en  la 
dominante,  y  vuelve  á  la  tónica  en  el  cuarto. 

Lne<^'o.  en  nu(\stro  conce])to.  no  ])uede  estar  fun- 
damentada la  Marcha  en  el  loque  de  la  corneta  de 
Infantería.  i)or(jue  no  Ih^va  el  mismo  movimiento 
el  bajo  armónico. 

Estas  razones,  que  sometemos  al  juicio  de  las 
personas  com])et'eiites  en  armonía  y  com])osición 
musical,  coníirman.  á  nuestro  modo  de  ver,  que, 
hoy  por  hoy.  no  cabe  discernir  con  acierto  sobre 
cuanto  esté  rtdacionado  con  la  Llamada  de  Infantes. 

Esta  composición  musical,  lo  mismo  que  la  Mar- 
cha  Granadera,  están  escritas,  en  el  libro  tantas 
veces  citado  de  Es])inosa.  ])ara  Clarinetes  I.""  y  2.". 
Pífanos  1.^  y  2.*".  y  Tambor.  El  pífano,  que  hoy  sólo 
se  usa  en  la  Música  dtd  Keal  Cuerpo  de  (iuardias 
Alabarderos,  tiene  un  noble  y  curioso  al)olen<i'o. 

Por  el  dibujo  que  publicamos,  puede  verse  que  ya 
en  la  época  de  Carlos  V  se  em])leaba  i^X  pífano  en  el 
ejército  (1). 


(1)  Pífano  (del  árabe  phcifc  silbato):  in.— Instrumealo  militar 
que  sirve  en  la  Infantería  acompañado  con  la  caja.  Es  una  pequeña 
flauta,  de  muy  aguda  voz,  quo  se  toca  atravesada. 

«...Lo  cual  hizo  con  sus  soldados,  banderas  tendidas,  y  á  son  de  sus 
cajas  y  pífanos  para  muestra  do  bravura.» — Mariana. 

Pífano  militar. — Esta  voz  tuvo  origen  en  la  Ordenanza  de  1768. 
Antes  de  esta  época  se  denominaba  pífano  al  instrumento  vulgar- 
mente llamado  p?7o,  que  desde  1505  acompañaba  á  la  caja.  En  los  si- 
glos XVI  y  xvii,  y  más  de  la  mitad  del  xviii,  los  pífanos  eran  en  nú- 


51 


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Respecto  á  los  varios  casos  en  que  corresponde 
tributar  honores  á  los  Infantes  por  medio  de  la  Lla- 


nicro  de  dos  á  cuatro,  formando  parte  de  las  compañía^,  ote...  Indis- 
tintamente se  llama  pífano  al  iuslrumcnto  y  al  individuo  que  lo 
toca,  etc..  Era  su  oficio  acompañar  al  tambor  siempre  que  cualquie- 
ra Capitán  (y  no  Oficial  subalterno)  se  ponía  á  la  cabeza  de  alguna 
tropa,  al  modo  que  ahora  lleva  tambor  batiente  la  mandada  por  Ofi- 
ciales sin  distinción  de  grados  y  no  por  Sargentos,  razón  por  la  cual 
se  dice,  desde  entonces,  para  dar  á  entender  que  una  persona  tiene 
poca  significación,  ó  no  llega  al  grado  de  Capitán:  «Ese  no  toca  pito.  > 
Los  pífanos  fueron  suprimidos  en  los  Cuerpos  de  Infantería  por 
Real  decreto  de  31  de  Mayo  de  1828:  la  Guardia  Real  de  Infantería 
los  conservó,  sin  embargo,  hasta  su  extinción  en  1841,  y  á  partir  de 
esta  focha  conservó  solamente  los  pílanos  el  Real  Cuerpo  de  Alabar- 


—  52  — 

mada,  dicen  las  ()rdenfiji:ns  anoladas  por  I).  José 
Mufíiz  y  Terrones,  Tratado  IIL  Título  I,  Artículo  27: 
«Los  Infantes  que  sirvan  en  los  Ejércitos  no  g-ozan 
otros  honores  y  consideraciones  que  los  correspon- 
dientes al  empleo  que  desempeñen,  pero  conservan 
el  tratamiento  personal  de  Alteza.» 


deros.  (Extractado  ¿qX  Diccionario  Mililar,  porD.  Josa  Almirante.  Ma- 
drid, 18G9,  pág.  906.— üe  la  Biblioteca  del  Ateneo.) 
Pífaro,  m.  ant. — Pífano. 

cDijera  mí.s,  sino  que  un  gran  ruido 
De^jj/aros,  clarines  y  tambores 
Me  azoró  el  alma  y  alegró  el  oído.» 

(Cervantes.) 

El  pífano  era  conocido  en  el  siglo  xiii.  (Cuadro  de  los  instrumen- 
tos músicos  del  siglo  y.iu.)— Historia  de  la  Música,  por  H.  Lavoix  (hijo). 
Madrid,  pág.  80. 

El  maestro  Barbieri,  en  el  discurso  que  pronunció  en  el  Centro  del 
Ejército  y  de  la  Armada  sobre  Músicas  militares,  dijo  lo  siguiente: 
«Los  ejércitos  españoles,  á  principios  del  siglo  xvi,  ya  contaban  con 
un  nuevo  instrumento  músico  militar,  no  tomado  de  los  moros,  como 
el  tambor  ó  los  timbales,  sino  de  los  soldados  suizos  que  habían  ser- 
vido en  la  guerra  de  Granada,  y  á  la  sazón  servían  en  Italia  á  las  ór- 
denes del  Gran  Capitán.  Dicho  instrumento  se  llamaba  originaria- 
mente Schoveizerpheife  ó  FeldpJieife,  es  decir,  pito  de  Suiza,  ó  pito  de 
camparía,  }-  pasó  á  nuestra  lengua  con  los  nombres  de  pífaro,  pífano 
6  simplemente  pito,  sirviendo  desde  entonces  á  nuestra  Infantería, 
hasta  que  desapareció  de  ella,  usándose  hoy  tan  sólo  en  el  Real 
Cuerpo  de  Alabarderos.» 

A  propósito  del  dibujo  del  Tambor  y  Pífano  que  publicamos,  citare- 
mos lo  que  dice  D.  Francisco  Barado  en  el  Museo  Militar,  refirién- 
dose al  Sr.  Conde  de  Clonard,  al  hablar  de  los  trajes  militares  del 
siglo  xvi:  «Los  trajes  militares  del  reinado  de  Carlos  I  no  fueron  me- 
nos vistosos  que  los  del  anterior,  si  bien  no  tan  nacionales,  lo  que  no 
deja  de  ser  natural,  hasta  cierto  punto,  porque  la  mayor  parte  del  sé- 
quito del  Emperador  se  componía  de  extranjeros.» 

Visten  las  dos  figuras  que  reproducimos  un  airoso  jubón  y  calzas 
de  dos  colores  acuchilladas,  llevan  gorra  con  plumas  y  ninguna 
arma. 


-   53  — 

En  las  Ordenanzas  de  1768  aparecen  determina- 
dos los  honores  que  deben  tributarse  á  los  Infantes, 
en  los  artículos  que  sig'uen: 

«Art.  19.  Cuando  los  Infantes  se  hallasen  donde 
Nos,  la  Reina,  Príncipe  ó  Princesa  de  Asturias,  y 
pasasen  por  nuestras  tropas  formadas  ó  apostadas 
de  g-uardia,  se  les  tocará  solamente  la  Llamada,  et- 
cétera.» 

«Art.  20.  A  los  Infantes  que,  hallándonos  presen- 
tes  Yo,  la  Reina,  Príncipe  ó  Princesa,  alojasen  sepa- 
rados de  mi  Palacio,  se  pondrá  una  compañía  de 
g-uardia  con  bandera  sencilla,  la  cual  tomará  las 
armas  á  su  persona,  poniéndolas  al  hombro,  con 
el  toque  de  Llamada,  siempre  que  entraren  y  sa- 
lieren.» 

«Art.  22.  Cuando  alg'ún  Infante  se  hallase  sepa- 
rado de  mi  presencia,  etc.,  tocarán  la  Marcha  los 
guardias.» 

«Art.  25.  Las  g-uardias  de  los  Infantes  sólo  toma- 
rán las  armas  y  harán  honor  para  Nos,  la  Reina, 
Príncipe  ó  Princesa  con  la  distinción  explicada,  y  á 
los  demás  Infantes  (presentes  ó  ausentes,  Nos,  la 
Reina,  Principe  ó  Princesa)  harán  el  propio  honor 
que  á  la  persona  Real  que  guardan.» 

Por  último,  según  la  Real  Orden  de  24  de  Sej)- 
tiembre  de  1858  (también  está  en  las  Ordenanzas 
anotadas  por  el  Sr.  Muñiz  y  Terrones),  se  previene 
que,  á  fín  de  que  á  las  Reales  personas  se  tributen 
los  honores  militares  correspondientes  en  caso  de 
marcha,  vayan  precedidas  de  palafrenero  que  las 
anuncie,  llevando  en  sus  carruajes  la  servidumbre, 
con  librea  de  hi  Real  Casa.  (Colección  Legislativa.  Re- 
guera, tomo  IV,  pág.  918,  año  1868,  Madrid.) 


—  54    — 

Indefínidas  resultan  estas  pá¿^*i ñas  y  pobre  el  fru- 
tf)  (le  nuestras  averi^-uaciones.  Si  es  lo  primero, 
porque  nuestro  entendimiento  á  más  no  alcanza;  k) 
se^nmdo,  ciertamente  no  es  porque  hayamos  rega- 
teado al  t¡em})()  y  al  estudio  nada  de  lo  que  necesi- 
taron. Consulta  con  literatos,  no  de  los  que  á  diario 
se  exhiben  sin  dejar  una  línea  de  provecho,  sino  de 
los  que  consag-ran  ^.u  intelig-encia  á  labores  útiles 
y  son,  como  hemos  indicado,  abejas  y  no  abispas  de 
la  literatura  patria.  Entre  los  que  más  han  extre- 
mado sus  atenciones  fig'uran  los  Sres.  Tamayo, 
Conde  de  Morpliy,  Nog'ués,  Otero,  Sbarbi  y  Barado. 
Consulta  con  los  maestros  compositores  Monasterio, 
Conde  de  Morphy  (1),  Pedrell,  Fernándel  Grajal 
(D.  Manuel).  Jimeno  de  Lerma  y  Sbarbi  (2).  Y  risi- 
ta frecuente  y  detenida  allí  donde  acaso  pudiera 
encontrarse  alg"una  huella  de  lo  que  se  perseg'uía. 

Estas  pág'inas  no  serán,  tal  vez,  sino  una  compi- 
lación de  datos,  la  primera  eta})a.  los  primeros  jalo- 
nes para  encontrar  los  verdaderos  oríg-enes.  punto 
de  arranque  de  la  historia  de  la  Marcha  Keal  y  de  la 
de  Infantes;  mas  no  tendremos  por  inútiles  nues- 
tros esfuerzos,  si  pudimos  coadyuvar  en  alg-o  á  que 
otros  investig-adores,  con  mayor  ilustración  ó  fortu- 
na, lleg'uen  un  día  al  fin  deseado,  puesto  que,  hasta 
ahora,  por  nadie,  y  menos  i)or  nosotros,  se  ha  dklio 
lo  definitivo  sobre  ambos  particulares,  no  obstante 
los  justos  títulos  con  que  se  brindan  á  la  curiosi- 
dad de  los  eruditos. 

Luis  B0>'AFÓS. 

31  Mayo,  1897. 


(1)  Sabido  es  que  en  el  concurre  la  doble  circunstancia  de  ser  li- 
terato y  músico,  notable  en  uno  y  otro  concepto. 

(2)  Se  encuentra  en  igual  caso  que  el  Sr.  Conde  de  Morpby. 


(Doncluyése  d&  imprimir  este  cuaderno 
el  día  oí  de  t^^gosto  de  íSO'J j 
en  la  J^mprejita  de  los  Sres.  d^^^ernando  y  Compañía, 
0uÍ7itana,  S3^  -Madrid. 


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Marcha  llamada 


DE 


DON  JAIME  EL  CONQUISTADOR 


ViOLIN   lí 


VlOLlN   2? 


Contrabajo. 


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(POR  OTRO  NOMBRE  PRUSIAIVA) 


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Clarinetes. 

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PÍFANOS. 


29 


Tambor. 


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Marcha  granabeba 


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Pífanos. 


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Tambor. 


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PARA  CORl^iETA  SOLA 


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Marcha  de  Infantes 

PARA    CORNETA  SOLA 


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A  los  párrafos. 


A  la  Seguida  Parte, 


rau       Rao         plan    ta      ran      Rau         plau    ta      rau       Rau         plau. 


15 


Mabgh^  be  Ikfauítes 


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Puntos  de  Marcha 

DE  LA 

caballería  española 


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TOMA    DE    ALMOHADA 


PA  LACIO     K  KA  L—  M  A  I)  K  I  D 


ANTECÁMARA 


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EXCMA.  SRA.  D.   JUANA  ARAXA  Y  SAAVEDRA, 

Marquesa  Viuda  de  Ayerbe. 


"^r~?fr't'fr"Tfr"^tf~"?fr~?t?~"?fr'?*f"~í'f?"'?ff""ffri'tr~ffr~tfr~ffy''?ir"?tr 


TOMA  DE  ALMOHADA 


I. 


Dar  almohada. — En  Palacio,  recibir  la  Reina  ó 
Princesa  por  primera  vez  d  la  mujer  de  algún  Gran- 
de, d  la  que  se  pone  una  almohada  para  que  se  siente, 
con  lo  cual  se  le  da  posesión  de  grandeza  de  España, 

Tan  clara  y  concreta  definición  es  la  que  da  la 
Real  Academia  Española. 

En  las  etiquetas  del  Real  Palacio,  la  frase  se  em- 
plea en  sentido  inverso.  Se  dice:  Tomar  almohada. 


11. 


Trae  su  origen  la  palabra  Almohada  (1)  del  vocablo 
árabe  Almosalla,  qne  significa:  Tapete  pequeño  para 
arrodillarse  mientras  dura  la  oración.  De  donde  pro- 
cede en  el  idioma  castellano  el  sustantivo  Almohada 
6  Almohadón,  prenda  ú  objeto  que,  con  el  indicado 
propósito,  se  usa  en  nuestros  días,  y  que  no  es  más 
que  un  tapete  ó  funda  llena  de  lana,  plumón  ó 
cerda. 

De  la  costumbre  que,  durante  su  dominación  en 
nuestro  territorio,  tenían  los  árabes  de  sentarse  sobre 
almohadones  colocados  en  el  pavimento  de  los  edifi- 
cios donde  habitaban,  tomaron  los  españoles  la  de 
adornar  sus  estrados  de  idéntico  modo,  y  de  aquí  que 
la  Almohada  ó  Almohadón,  á  la  usanza  árabe,  que- 
dase convertido  en  adorno  en  las  suntuosas  moradas 


(1)  De  JA-dr-^  ahnihadda ,  según  el  Diccionario  de  la  len- 
gua castellana  por  la  Keal  Academia  Española. 

Barcia  (Roque).  Árabe  clásico,  al-mikhadda ;  árabe  del 
Oeste,  al-mokhadda.  (Primer  Diccionario  general  etimológico 
de  la  lengua  española.) 


—  o  — 

de  los  magnates;  en  las  modestas  de  los  hidalgos  de 
todas  condiciones,  desde  el  de  ejecutoria  hasta  el  de 
pobre  cnna,  y  aun  en  la  de  los  plebeyos  de  más  hu- 
milde condición:  costumbre  que,  según  D.  Alonso 
(Jarrillo,  en  su  obra  Origen  de  la  dignidad  de  Gran- 
des de  Castilla,  continuaba  en  España  á  través  de 
los  reinados  de  la  Casa  de  Austria. 

El  solemne  acto  de  Tomar  almohada,  ó  tomar  asien- 
to, es  una  preeminencia  que  las  Reinas  otorgan  á  las 
esposas  de  los  Grandes,  porque  el  matrimonio  en 
tiempos  lejanos,  como  ahora,  por  hábito  y  por  derecho 
tiene  la  virtud  de-  hacerlas  partícipes  de  todas  las 
distinciones,  honores  y  privilegios  de  que  gozan  sus 
legítimos  consortes,  y  el  de  tomar  almohada  las 
Señoras  en  presencia  de  la  Reina,  equivale  á  la  honra 
que  el  Rey  dispensa  á  aquéllos  cuando  les  manda 
que  se  cubran. 


III. 


Así  como  no  se  tiene  noticia  exacta  de  la  fecha  en 
que  se  estableció  por  vez  primera  la  alta  prerrogativa 
de  cubrirse  los  Grandes  de  España,  tampoco  se  sabe 
cuando  sucedió  lo  mismo  respecto  á  la  de  tomar  al- 
mohada^ las  señoras  de  los  Grandes,  en  presencia  de 
la  Reina ;  pero  es  probable  que,  reconociendo  idéntico 
origen,  fuese  la  misma  ó  seguida,  mediando  corto  es- 
pacio entre  la  una  y  la  otra;  porque  habiéndose  conce- 
dido á  la  Grandeza,  en  tiempo  de  los  Reyes  Católicos, 
el  privilegio  de  sentarse  en  la  Capilla  Real,  y  el  de 
cubrirse  en  presencia  de  Su  Majestad,  se  infiere,  con 
razonable  criterio,  que  siendo  el  acto  de  tomar  almo- 
hada un  privilegio  creado  en  favor  de  las  esposas  de 
los  Grandes  para  elevarlas  á  la  altura  de  la  preemi- 
nencia que  éstos  alcanzan  después  de  cubrirse,  hubo 
de  preceder  la  causa  al  efecto,  ó  sea  la  institución  de 
la  cobertura  (acerca  de  la  que,  como  acabamos  de  in- 
dicar, no  hay  noticia  alguna  hasta  el  reinado  de  los 
Reyes  Católicos),  á  la  institución  de  la  investidura 
de  la  toma  de  almohada. 


Esta  distinción  no  se  limitó  durante  el  reinado  de 
la  Casa  de  Austria  a  las  esposas  de  los  Grandes,  sino 
que  se  hizo  extensiva  á  las  de  sus  primogénitos,  y 
hasta  á  las  de  los  Embajadores  de  testas  coronadas 
que  tenían  asiento  en  la  Capilla  Real,  y  á  las  muje- 
res de  los  Marqueses  de  Portugal,  cuando  este  reino 
formaba  parte  de  los  dominios  españoles;  pero  pre- 
cediendo siempre  la  cohertura  del  marido. 

Estados  hubo,  y  algunos  territorios,  sujetos  á  la 
dominación  española,  en  que  no  llegó  á  tomar  carta 
de  naturaleza  tan  señalado  privilegio,  por  estar  en 
oposición  con  las  costumbres  del  país  la  de  sentarse 
hombres  y  mujeres  al  estilo  de  los  árabes. 

Las  esposas  de  los  Virreyes  y  Gobernadores,  ejer- 
ciendo en  sus  respectivos  dominios  las  funciones  de 
Reinas,  recibían  y  daban  silla  á  las  de  los  Grandes 
sobre  la  misma  tarima,  y  bajo  el  mismo  dosel  que 
ocupaban  por  su  carácter  de  virreinas  ó  gobernado- 
ras; demostración  que  equivalía  á  la  de  toma  de  al- 
mohada en  el  estrado  de  la  Reina. 
.  Largo  tiempo  duró  en  Sicilia  y  Ñapóles  esta  cos- 
tumbre, que  fué  preciso  derogar  en  virtud  de  Real 
orden  expedida  por  el  rey  D.  Felipe  IV,  en  6  de 
Noviembre  de  1637,  á  causa  de  las  frecuentes  recla- 
maciones y  quejas  de  los  Títulos  de  aquellos  Virrei- 
natos. 

Aun  cuando  la  gracia  que  se  otorga  concediendo 
asiento  á  las  esposas  de  los  Grandes  en  presencia  de 
la  Reina  tiene,  como  se  ha  dicho,  por  objeto  hacerlaa 


—  9  — 

partícipes  de  un  privilegio  análogo  al  que  aquéllos 
disfrutan  cubriéndose  en  presencia  del  Rey,  lleva  en 
sí  la  condición  esencial  de  imprimir  carácter  intrín- 
seco, es  decir,  que  sea  cualquiera  el  fundamento  para 
la  concesión  de  la  prerrogativa,  bien  por  la  dignidad 
propia  de  quien  la  obtiene,  bien  por  la  ajena,  no 
pueden  retirarla  ó  anularla  ni  aun  los  que  la  con- 
cedieron, aunque  cesen  los  motivos  en  que  se  fundó 
la  gracia. 

Desde  este  punto  de  vista,  la  toma  de  almohada 
en  las  Señoras  tiene  el  mismo  carácter  que  la  cober- 
tura en  los  Caballeros.  Así  es  que  tan  especial  privi- 
legio lo  conservan  después  de  viudas,  y  aun  en  el 
caso  de  contraer  nuevos  esponsales  con  persona  de 
inferior  categoría.  Y  como  la  concesión  de  esta  gra- 
cia no  lleva  en  sí  carácter  obligatorio ,  porque  de- 
pende sólo  de  la  libre  voluntad  de  los  Monarcas,  es 
lo  cierto  que  no  puede  considerarse  como  procedente 
de  las  condiciones  ó  calidad  del  marido,  sino  como 
una  gracia  que  emana  de  la  liberalidad  de  los  Reres, 
y  que  sólo  puede  efectuarse  cuando  en  el  marido  con- 
curre la  indispensable  circunstancia  de  haberse  cu- 
bierto (1). 

Más  de  un  caso  pudiéramos  citar  en  que  así  quedó 


(1)  Á  D.  Duarte  de  Portugal,  Marqués  de  Frechilla,  le  negó 
el  rey  D.  Felipe  III  la  cobertura,  y  á  su  mujer,  la  Marquesa 
de  Malagón,  la  toma  de  almohada.  (Cabrera  de  Córdova.  Suce- 
sos de  la  Corte  de  España,  Pág.  306.) 


—  10  - 

establecido,  durante  la  dominación  austríaca,  por 
resoluciones  expresas  de  S.-  M.,  fundadas  en  que  el 
uso  común  de  Castilla  conserva  títulos  y  honores  á 
los  que  una  vez  llegaron  á  poseerlos,'aun  cuando  cese 
el  motivo  ó  causa  en  virtud  del  cual  los  obtuvieron. 
De  estas  observaciones  resulta  que  la  toma  de  al- 
mohada imprime  carácter  esencial,  como  la  cohertu- 
ra  de  los  Grandes,  es  decir,  que  por  el  hecho  mismo 
de  otorgarse  á  una  Dama  el  privilegio  de  sentarse  en 
presencia  de  la  Reina  queda  declarada  Grande  de 
España,  como  los  Caballeros  que  obtienen  la  prerro- 
gativa de  cubrirse,  en  presencia  del  Rey. 


IV. 


La  almohada  en  (-[ue  toman  asiento  las  Damas  no 
ha  experimentado,  en  su  forma,  alteración  notable 
hasta  ahora,  desde  que  se  creó  este  privilegio  en  fa- 
vor de  las  Señoras  de  los  Grandes  cubiertos ,  á  ex- 
cepción de  las  mayores  ó  menores  dimensiones  que 
le  han  dado. 

En  la  actualidad  tiene,  J)róximamente ,  120  cen- 
tímetros de  longitud  por  50  de  latitud;  va  cubierta 
de  terciopelo  carmesí  con  franjas  de  oro :  y  aun  cuan- 
do se  ha  proyectado  darle  la  mayor  altura  j^osible, 
aumentando  el  relleno  para  facilitar  á  las  Damas  la 
acción  de  sentarse  y  levantarse ,  es  lo  cierto  que  en 
estas  solemnidades  se  tocan  los  inconvenientes  de 
una  costumbre  que  suele  ocasionar  á  las  Damas  difi- 
cultades por  sus  condiciones  físicas,  y  á  veces  por 
las  tiranas  exigencias  de  la  moda. 

Para  evitarlas  convendría  introducir  una  ligera 
modificación  (|ue,  sin  alterar  esencialmente  lo  regla- 
mentario, proporcionara  mayores  facilidades,  evitán- 
dose asi  la  hilaridad,  reprimida  en  no  pocas  ocasio- 


—  12  — 

nes  por  respeto  á  la  Majestad,  y  originada  por  las 
dificultades  que  algunas  Señoras  experimentan  al 
sentarse  y  levantarse,  y  que  son  contrarias  á  la  serie- 
dad de  la  ceremonia. 

Puesta  la  almohada  sobre  una  banqueta ,  sin  me- 
noscabarse en  lo  más  mínimo  la  virtualidad  del 
acto,  las  Señoras  se  levantarían  fácilmente  no  lia- 
biendo  j)recisión  de  recurrir  al  auxilio  mutuo  que 
hoy  se  prestan,  tal  vez  con  algún  detrimento  de  su 
propia  dignidad  y  del  respeto  que  siempre  y  en  todas 
ocasiones  debe  inspirar  la  presencia  de  S.  M.  la  Rei- 
na. Lo  que  sucede,  á  juicio  nuestro,  es  por  rendir 
culto  indebido  á  lo  tradicional,  ó  por  inadvertencia, 
y  esto  lo  decimos  sin  que  á  nadie  alcance  la  censura; 
pero  sí  para  que  en  ello  se  fije  la  atención  de  quien 
corresponda. 


V. 


Dadas  las  anteriores  noticias  históricas,  habla- 
remos de  la  diferencia  esencial  que  la  costumbre 
ha  establecido  entre  lo  que  en  tales  casos  se  hacía 
por  la  Casa  de  Austria,  j  luego  se  hizo  por  la  de 
Borbón. 

La  diferencia  consiste  en  que  antes ,  al  tiempo  de 
recibir  S.  M.  á  la  agraciada,  se  levantaba  la  Reina 
de  su  estrado,  y  después  de  ligero  coloquio,  per- 
maneciendo en  pie,  S.  M.  ofrecía  á  la  Dama  la 
almohada  para  que  se  sentase,  quedando  por  este 
acto  en  posesión  de  una  prerrogativa  idéntica  á  la 
que  su  marido  disfrutaba  delante  de  las  Reales  per- 
sonas. 

La  demostración  de  levantarse  ]a  Reina  de  su  es- 
trado era  un  acto  de  deferencia  y  consideración  tan 
singulares,  que  sólo  tiene  igual  al  de  permanecer  el 
Rey  en  pie  cuando  recibe  á  los  Grandes  de  España 
que  han  de  cubrirse.  Pero  sin  que  pueda  asegurarse 
cuál  fué  el  verdadero  motivo  de  la  variación,  es  lo 
cierto  que,  en  la  actualidad,  recibe  S.  M.  la  Reina, 


—  14 


permaneciendo  sentada,  á  las  Señoras  que  han  de 
tomar  almohada ,  con  lo  cnal  resulta  algo  menosca- 
bada la  importancia  que,  en  su  principio,  revestía 
tan  solemne  ceremonia. 


EXCMA.    SRA.    1).'     CARMEN    AGUIlíliE    SOLARTE, 


Marquesa  Viiida  de  Molías. 


./ 


EXCMA.    SRA.    D.      FIíRNANDA    SALAVKKT    V    AIITEAGA, 
Condesa  de  Villasronzalo. 


VI. 


La  necesidad  de  modificar  las  etiquetas  de  la  Casa 
Keal  de  España  para  armonizarlas  con  el  nuevo  ré- 
gimen político  que  se  estableció  al  fallecimiento  del 
rey  D.  Fernando  VII,  movió  á  la  reina  gobernadora 
D.^  María  Cristina  de  Borbón  á  nombrar,  en  1839, 
una  comisión  de  Jefes  de  Palacio  para  que  formu- 
lase un  proyecto  de  etiqueta  general ;  y  entre  los  que 
propuso,  aun  cuando  no  llegaron  á  obtener  la  san- 
ción regia  por  los  acontecimientos  de  Septiembre 
de  1840,  se  eligió  uno  para  que  se  observase  en  la 
ceremonia  de  la  toma  ele  almohada  por  las  Señoras 
de  los  Grandes,  el  cual  estaba  concebido  en  los 
términos  siguientes: 

«Esta  ceremonia  se  celebra  en  el  cuarto  de  la 
Reina,  en  la  Sala  de  Damas,  la  que  está  preparada 
por  la  Furriera  con  sillón,  almohada,  tapete  y  bufete 
á  la  derecha. 

3)  Se  coloca  detrás  del  sillón  el  Mayordomo  mayor 
de  la  Reina,  á  la  derecha  de  S.  M.;  á  su  lado,  según 
costumbre,  el  de  semana  que  esté  de  guardia,  y  en 


—  16  — 

ala  las  Damas  que  ya  han  tomado  almohada,  te- 
niendo á  sus  pies  cada  una  la  suya. 

»  Después  que  ha  entrado  S.  M.  y  (^ue  se  ha  sentado 
en  el  sillón,  dice:  Sentaos:  lo  que  hacen  los  circuns- 
tantes. 

))En  seguida  el  ujier  annncia  la  llegada  de  la  agra- 
ciada, diciendo:  Señora^  la  Duquesa,  Marquesa,  etc, 

))Teniendo  el  permiso  de  S.  M.,  el  ujier  corre  la 
cortina  y  se  presenta  la  agraciada  con  su  madrina, 
que  debe  ser  otra  Grande  que  ha  recibido  almohada: 
hacen,  juntas,  dos  reverencias,  saludan  á  S.  M.  y 
luego  á  las  Señoras:  se  retira  la  madrina:  la  agra- 
ciada se  adelanta  y  hace,  sola,  la  tercera  cortesía.  Si 
es  de  primera  clase,  la  manda  S.  M.  sentarse  antes 
de  hablar,  y  si  es  de  segunda,  después  de  haber  ha- 
blado ;  pero  en  ambos  casos  es  obligación  de  la  Dama 
de  guardia  ponerle  la  almohada  enfrente  de  S.  M., 
con  quien  habla  de  materias  indiferentes ;  pero  nada 
de  arenga.  Al  retirarse  S.  M.,  todas  se  ponen  en  pie.» 

La  simple  lectura  de  este  lacónico  ceremonial ,  da 
á  conocer  la  escasa  importancia  que  en  él  se  concede 
al  Secretario  de  la  Camarería,  invistiendo  á  un  ujier 
de  facultades  que  son  peculiares  de  aquél  por  su  em- 
pleo, y  también  demuestra  la  situación,  en  cierto 
modo  desairada,  en  que,  por  falta  de  explicación,  se 
deja  á  la  Dama  agraciada,  por  no  designarse  el  sitio 
que  debe  ocupar  después  de  terminada  la  ceremonia, 
como  se  previene  en  la  cobertura  de  los  Grandes, 

Por  último,  refiriéndose  este  proyecto  de  ceremonial 


—  17  ~ 

solamente  á  las  Grandes  de  primera  y  segunda  clase, 
parece  que  las  de  tercera  quedan  excluidas  de  la  so- 
berana gracia. 

No  sabemos  si  estas  omisiones  fueron  casuales  ó 
intencionadas;  pero  nos  inclinamos  á  creer  que  son 
hijas,  cuando  menos,  de  la  falta  de  meditación  que 
requieren  tan  importantes  proyectos. 

Algunas  dificultades  debieron  tocarse  en  la  prác- 
tica, cuando  la  Excma.  Sra.  Duquesa  de  Berwick  y 
de  Alba,  Camarera  mayor  de  Palacio,  se  decidió, 
en  1856,  á  someter  á  la  aprobación  de  S.  M.  la  reina 
D.'^  Isabel  II  el  siguiente  Decreto,  fijando  las  atribu- 
ciones del  Secretario  de  la  Camarería,  y  concretando 
mejor  algunos  detalles  del  ceremonial  inserto,  asimi- 
lándole al  que  regía  en  la  cobertura  de  los  Grandes. 

El  citado  Decreto  dice  así: 

«Teniendo  en  consideración  las  razones^  que  ver- 
balmente  me  ha  expuesto  mi  Camarera  mayor,  sobre 
la  necesidad  de  remover  los  obstáculos  que  se  ofre- 
cen para  dejar  consignados  con  la  debida  formalidad 
los  antecedentes  relativos  al  acto  solemne  de  tomar 
la  almohada  las  Grandes  de  España,  y  deseando  Yo 
que  éste  se  regularice  en  completa  armonía  con  lo 
que  se  practica  en  el  de  cubrirse  los  Grandes,  con 
arreglo  al  ceremonial  de  costumbre.  Vengo  en  man- 
dar, primero:  el  Secretario  de  la  Camarería  mayor 
de  Palacio  asistirá  á  los  actos  en  que  las  Grandes  de 
España  tomen  la  almohada.  Segundo:  se  colocará 
dentro  de  la  ( 'amara  al  lado  derecho  de  la  cortina 


—  18  — 

por  donde  deben  entrar  las  asj)irantes  á  tomar  la 
almohada,  en  la  misma  forma  y  manera  que  lo  veri- 
fica el  SecTetario  de  (Jamara  y  Real  Estampilla  en 
la  ceremonia  para  cubrirse  los  Grandes,  y,  como 
aquél,  anunciará  desde  su  puesto  á  la  agraciada,  para 
que  entre  á  tomar  la  almohada,  del  modo  que  esta- 
blece el  mismo  ceremonial;  y  tercero:  abrirá  en  su 
Secretaría  un  libro  de  actas,  en  que  extenderá,  con  la 
debida  expresión  y  formalidad,  la  realización  de  estos 
actos,  Y  librará,  con  referencia  á  él,  la  competente 
certificación  á  las  agraciadas,  para  su  satisfacción  y 
testimonio.  Está  firmado  de  la  Real  mano.  Palacio 
13  de  Diciembre  de  1856. — A  la  Duquesa  de  Berwick 
y  de  Alba,  Camarera  mayor  de  Palacio.» 

En  el  mismo  libro  de.  donde  hemos  copiado  este 
Real  decreto,  libro  que  lleva  el  título  de  Actas  de 
la  solemne  ceremonia  en  que  las  Señoras  Grandes  de 
España  toman  la  almohada,  y  en  el  folio  (pie  á  este 
título  sigue,  está  el  Orden  de  esta  solemnidad  con  la 
siguiente  advertencia:  A  falta  de  ceremonial  escrito 
para  la  toma  de  almohada^se  consigna  aquí  el  orden 
de  esta  solemnidad,  según  lo  ha  demostrado  la  'práctica 
hasta  el  d'ta, 

Y  con  efecto,  durante  el  reinado  de  D."^  Isabel  II 
la  práctica  fué  la  única  norma  en  todos  los  asuntos 
de  etiqueta,  aun  cuando  en  varias  ocasiones  se  intentó 
encauzarlos,  sobre  todo  en  1840,  por  medio  de  for- 
mularios generales,  que  no  llegaron  á  regir  por  la 
dificultad  de  hermanar  las  exigencias  de  los  Gobier- 


—  11)  — 

nos,  cuyo  régimen  político  ha  llegado  á  nuestros  días, 
con  las  severas  prescripciones  de  la  etiíjueta  vigente 
en  el  reinado  de  D.  Fernando  VII. 

De  aquí,  sin  duda,  la  anterior  advertencia  de  la 
falta  de  un  ceremonial  escrito,  (¿ue  la  Excelentísima 
Sra.  Duquesa  viuda  de  Berwick  y  de  Alba,  Camarera 
mayor  de  la  reina  D.""  Isabel  II,  quiso  suplir  con  un 
trabajo  que  lleva  la  modesta  denominación  de  Orden 
ó  Práctica  (par.i  la  solemnidad  á  que  nos  referimos), 
al  proponer  á  S.  M.  la  aprobación  del  Real  decreto 
de  13  de  Diciembre  de  1856. 

El  mencionado  Orden  figura  en  el  primer  libro  de 
las  actas  de  la  toma  de  almohada,  concebida  en  estos 
términos:  «En  la  pieza  destinada  al  efecto,  que  re- 
gularmente es  la  antecámara,  se  colocan  una  mesa  y 
un  sillón:  todas  las  puertas  están  cerradas  con  mam- 
para y  cortina.  Los  convidados,  que  son  las  Damas 
que  hayan  tomado  la  almohada,  y  los  Grandes  cu- 
biertos, con  los  Mayordomos  de  semana,  esperan  ;i 
S.  M.,  y  luego  que  sale  y  toma  asiento  en  el  sillón 
preparado,  se  colocan  las  Damas  á  la  derecha  y  tienen 
la  almohada  delante  para  sentarse,  cuando  así  se  les 
prevenga. 

))Los  Grandes  se  colocan  á  la  izquierda  de  ÍS.  M., 
y  los  Mayordomos  de  semana  en  seguida  de  los  Gran- 
des y  frente  á  S.  M.  Las  agraciadas  se  hallan  con 
sus  madrinas  en  la  saleta,  ó  sea  la  pieza  anterior 
adonde  se  verifica  la  ceremonia.  El  Secretario  de  la 
Camarería  mayor  se  coloca  dentro  de  la  Chámara,  al 


—  20  — 

lado  derecho  de  la  cortina  por  donde  han  de  entrar 
las  agraciadas,  y  el  ujier  de  Cámara  ó  Sumiller  de 
cortina  de  guardia,  á*la  izí^uierda.  Tan  luego  como 
se  presente  S.  M.,  j  colocados  todos  en  la  forma  enun- 
ciada, dice  á  las  Damas:  Sentaos;  á  los  Grandes: 
Cubrios,  y  verificado,  el  Secretario  de  la  Camarería, 
desde  la  cortina,  ó  sea  desde  su  puesto,  anuncia  á  la 
agraciada,  diciendo:  «Señora,  ó  Señor:  la  Duquesa  de 
«tal.  Condesa  ó  Marquesa  de  cual.»  Entonces  el  ujier 
descorre  la  cortina  y  entra  la  que  ha  de  tomar  la 
almohada,  llevando  á  su  derecha  la  madrina,  que  la 
conduce  por  la  mano.  A  los  dos  pasos  de  haber  en- 
trado, hacen  una  cortesía  á  S.  M.;  al  medio  del  salón 
otra,  y  luego  otra,  saludando  después  á  las  Damas  y 
á  los  Grandes,  quienes  se  han  levantado  de  la  al- 
mohada, y  quitándose  el  sombrero  desde  que  apare- 
cen en  la  puerta  los  que  se  presentan  á  la  ceremonia. 
Su  Majestad  dice  á  la  agraciada:  Sentaos,  quien  lo 
hace  al  instante;  da  las  gracias  á  S.  M.  como  agrade- 
cida á  la  Real  munificencia,  y  concluido,  besa  la 
mano  y  se  retira,  haciendo  otra  cortesía  para  colo- 
carse á  la  derecha  de  las  Damas. 

»Si  en  un  mismo  día  toman  la  almohada  dos  ó  más, 
se  ejecuta  con  cada  una  de  ellas  lo  mismo  que  se  ha 
manifestado:  concluida  la  ceremonia  de  la  última,  se 
levanta  S.  M.,  y  saludando  á  todos,  se  retira  á  su 
'cuarto. 

)) Cuando  hay  más  de  una  que  tiene  que  ser  admi- 
tida á  tomar  la  almohada,  puede  ofrecer  duda  res- 


pecto  al  orden  con  que  han  de  entrar  al  acto,  y  para 
que  no  se  susciten  querellas  en  cuanto  al  particular, 
el  Secretario  de  la  Camarería  mayor,  consultando 
con  la  Camarera  mayor,  hace  una  lista  según  la  an- 
tigüedad de  las  Grandezas,  da  conocimiento  de  ella 
á  las  interesadas,  por  si  es  necesario  rectificarla  en 
vista  de  lo  que  cada  interesada  manifieste. —  Hay 
una  rúbrica  del  Secretario  de  la  Camarería,  que  á  la 
sazón  era  D.  José  María  Dovitua.» 

Sin  embargo  de  ser  este  Orden  mucho  más  com- 
pleto, explícito  y  claro  que  el  ceremonial  formulado 
por  la  Junta  de  Jefes  de  Palacio,  nombrada  en  1839, 
adolece  de  alguna  imprevisión,  porque,  ordenándose 
en  el  Real  decreto  de  13  de  Diciembre  de  1856  que 
el  acto  de  la  toma  de  almohada  se  regularice  en  com- 
pleta armonía  con  el  que  se  practica  en  el  de  cubrir- 
se los  Grandes,  con  arreglo  al  ceremonial  de  costum- 
bre^ no  se  concibe  que  en  el  formulario  escrito  por  la 
Camarera  mayor  para  aquella  solemnidad,  sin  em- 
bargo de  ser  co])ia  del  de  las  coberturas^  con  las 
variaciones  (pie  requiere  la  diferencia  de  sexos,  se 
ordene  (|ue  la  agraciada,  después  de  besar  la  mano 
á  S.  M.,  se  retire  haciendo  una  cortesía  para  colo- 
carse á  la  derecha  de  las  Damas, 

Halhíndose  éstas,  según  el  ceremonial,  á  la  dere- 
cha de  S.  M.,  al  situarse  la  agraciada  á  la  derecha 
de  las  Damas,  tiene  por  necesidad  (jue  ocupar  el  úl- 
timo puesto:  práctica  enteramente  contraria  á  la 
que  se  ejecuta  en  la  cobertura  de  los  (rrandes^  en  cuya 


—  22  — 

solemnidad,  el  que  por  jn-imera  vez  se  cubre,  se  re- 
tira colocándose  á  la  cabeza  de  los  (r rancies  cubiertos^ 
como  una  manifestación  de  galantería  y  deferencia, 
que  sólo  se  efectúa  en  aquella  ceremonia. 

Siendo  una  de  las  prescripciones  del  Real  decreto 
de  13  de  Diciembre  de  1856  que  el  Secretario  de  la 
Camarería  abra  un  libro  de  actas  para  extender  con 
la  debida  expresión  y  formalidad  la  realización  de  es- 
tos actos,  no  parecerá  excusado  insertar  íntegra  una 
de  las  actas  que  el  libro  contiene,  y  es  en  esta  forma: 

«En  el  Real  Palacio  de  Madrid,  á  veintiséis  de 
Diciembre  de  mil  ochocientos  sesenta  y  siete,  previa 
la  instrucción  de  los  expedientes,  y  habiéndose  ser- 
vido señalar  S.  M.  la  Reina  Ntra.  Señora  la  hora 
de  las  dos  de  la  tarde,  para  que  pudieran  tener  la 
lionra  de  tomar  la  almohada  y  sentarse  en  su  pre- 
sencia las  Excmas.  Señoras  D.""  Isabel  Alvarez  y 
Montes,  Condesa  de  Placencia,  Grande  de  España; 
D.""  María  del  Carmen  Fernández  de  l'órdova  Al- 
varez Bohorques  y  Giráldez,  Condesa  de  Toreno, 
Grande  de  España,  Dama  de  S.  M.  y  de  la  Orden  de 
Damas  Nobles  de  María  Luisa;  D.""  María  del  Car- 
men Vaca  Diosdado  y  Barco  de  la  Cerda  de  Estrada, 
Marquesa  de  Villapanés,  Grande  de  España,  de  la 
Orden  de  Damas  Nobles  de  María  Luisa;  y  D.*  Isa- 
bel ( 'ristina  Queipo  de  Llano  y  Gayoso,  Condesa  de 
Superunda,  Marquesa  de  Bermudo,  Grande  de  Es- 
paña, Dama  de  S.  M.  y  de  la  Orden  de  Damas  No- 
bles de  María  Luisa;  y  sentada  S.  M.  en  la  antecá- 


—  23  — 

mará,  acompañada  de  los  Jefes  de  Palacio  y  con 
asistencia  de  los  Grandes  de  España  cubiertos  y  de 
las  Señoras  Grandes  qne  tienen  tomada  la  almohada, 
previa  la  venia  de  S.  M.,  fué  anunciada  por  mí,  el 
Secretario  que  suscribe,  la  Excma.  Sra.  D."^  Isabel 
Alvarez  y  Montes,  Condesa  de  Placencia,  Marquesa  de 
Cerdañola  y  Condesa  de  Kevilla,  Grande  de  España, 
primera  de  las  referidas  Señoras,  que  entró  acompa- 
ñada de  su  madrina  para  este  acto,  que  lo  fué  la  Ex- 
celentísima Sra.  D.'^  María  de  la  Cruz  Alvarez,  Du- 
quesa de  Castro-Enríquez,  Marquesa  viuda  de  Gaviria, 
Condesa  de  Buena  Esperanza,  Grande  de  España, 
Dama  de  S.  M.  y  de  la  Orden  de  Damas  Nobles  de 
la  reina  D.'^  María  Luisa.  Acto  continuo  fué  anun- 
ciada por  mí,  la  Excma.  Sra.  D.'^  María  del  Carmen 
Fernández  de  C  ordo  va  Alvarez  Bohorques  y  Girál- 
dez,  Condesa  de  Toreno,  Grande  de  España,  de  la 
Orden  de  Damas  Nobles  de  la  reina  D.'""  María  Luisa 
y  Dama  de  S.  M.,  segunda  de  las  agraciadas,  que, 
acompañada  de  su  madrina,  la  Excma.  Sra.  D.'^  Ma- 
ría del  Carmen  Alvarez  de  las  Asturias  Bolior(j[ties  y 
Giráldez,  Marquesa  de  Novaliches,  Condesa  de  Santa 
Isabel,  Grande  de  España,  Camarera  mayor  de  Pa- 
lacio, de  la  Orden  de  Damas  Nobles  de  María  Luisa 
y  de  la  de  Santa  Isabel  de  Portugal,  y  precedidas 
las  formalidades  de  estilo,  tomó  la  almohada  la 
expresada  Condesa  de  Toreno. 

)) Igualmente  tomó  la  almohada  la  Excma.  Señora 
D.'^  María  del  Carmen  Vaca  Diosdado  y  Barco  de  la 


—     24:     — 

(.erda  de  Estrada,  Marquesa  de  Villapanés  de  (Jasa- 
Estrada  y  de  Torreblanca  de  Alfarafe,  Grande  de 
España  y  de  la  Orden  de  Damas  Nobles  de  la  reina 
D.*  María  Luisa ,  presentada  por  sn  madrina,  que  lo 
fué  la  Exorna.  Sra.  D.*  Jacoba  González  de  Aguilar 
Torres  de  Navarra  y  la  Cerda,  Marquesa  de  las  To- 
rres de  la  Presa  y  de  Campoverde,  Dama  de  S.  M.  y 
de  la  Orden  de  Damas  Nobles  de  la  reina  D."^  María 
Luisa. 

))Finalmente  tomó  la  almohada  la  Exorna.  Señora 
D.^  Isabel  Cristina  Queipo  de  Llano  y  Gayoso,  Con- 
desa de  Superunda,  Marqnesa  de  Bermndo,  Dama 
de  S.  M.  y  de  la  Orden  de  Damas  Nobles  de  la  reina 
D.^  María  Luisa,  acompañada  de  su  madrina  la  Ex- 
celentísima Sra.  D.""  María  de  la  Encarnación  Fer- 
nández de  Córdova  Alvarez  de  las  Asturias  y  Bo- 
horques,  Marqnesa  de  Santa  Crtiz  y  de  Yillator, 
Condesa  de  Monte  Santo  y  de  Pie  de  Concha,  Dama 
de  S.  M.  y  de  la  Orden  de  Damas  Nobles  de  la  reina 
D."^  María  Luisa. 

))Como  Secretario  general  de  la  Mayordomía  ma- 
yor de  S.  M.,  y  cumpliendo  con  lo  dispuesto  en  el 
Real  decreto  de  13  de  Diciembre  de  1856,  asistí  y 
presencié  el  acto^olemne  que  queda  referido,  deqne 
certifico;  y  para  que  así  conste,  firmo  este  Acta  á 
veintiséis  de  Diciembre  de  mil  ochocientos  sesenta  y 
siete. — Fernando  Cos-Gayón.» 

llesta  sólo  añadir  que  hasta  la  fecha  del  mencio- 
nado Real  decreto  se  verificaron,  según  resulta  del 


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EXCMA.    SRA.    D.      EULALIA    OSSOKIO    DE    MÓSCOSO, 
Duquesa  de  Medina  de  las  Torres  f. 


EXCMA.    SEA.    D.''    CARMEN    ARAGÓN    AZLOR, 
Condesa  de  Guaqvii. 


PALACIO    REAL  — MADRID 


SALETA     DE    GASPARIÍÍI 


—  25  — 

mismo  libro,  primero  de  las  AcUxs  de  la  solemne  cere- 
monia en  que  las  Señoras  Grandes  de  España  toman 
la  almohada^  siete  solemnidades  de  este  género  en  la 
forma  siguiente : 

La  primera  en  15  de  Diciembre  de  1856. 
La  segunda  en  18  de  Marzo  de  1858. 
La  tercera  en  16  de  Abril  de  1859. 
La  cuarta  en  20  de  Enero  de  1861. 
La  quinta  en  14  de  Noviembre  de  1864. 
La  sexta  en  15  de  Abril  de  1866. 
La  séptima  en  26  de  Diciembre  de  1867. 


TRAMITES   QUE  SE  SIGUEN 

y  ceremonial  que  hoy  se  practica  en  el  acto  solemne 
de  tomar  almohada  las  Excmas.  Sras.  Grandes  de 
Esparfa. 

Para  obtener  tan  honrosa  distinción,  las  Damas 
que  están  en  condiciones  de  merecerla  dirigen,  por 
conducto  de  la  Camarera  mayor  de  Palacio,  una 
instancia  á  S.  M.  el  l\ey  para  que  se  les  otorgue 
dicha  gracia,  alegando  su  calidad  de  Grande  por 
derecho  propio  ó  en  virtud  de  su  matrimonio. 

Por  el  señor  Secretario  de  la  (^amarería  se  instru- 


—  2()  — 

yeri  los  oportunos  expedientes,  y  cuando  no  hay  «jue 
oponer  ningún  reparo,  la  (Camarera  mayor  señala,  si 
hay  más  de  una  peticionaria,  el  orden  de  preceden- 
cia, según  la  antigüedad  de  las  respectivas  grande- 
zas, y  con  estos  antecedentes  y  con  los  nombres  de 
las  Señoras  que  han  de  acompañarlas  con  el  carácter 
de  madrinas ,  da  cuenta  al  Jefe  superior  de  Palacio, 
para  que  lo  ponga  en  conocimiento  de  S.  M.,  quien 
designa  el  día  y  la  hora  para  la  ceremonia.  Esta,  por 
lo  regular,  se  efectúa  de  noche  en  la  Antecámara, 
donde,  á  la  derecha  de  la  puerta  (si  para  entrar  se 
viene  de  la  Cámara),  se  coloca  un  sillón,  una  mesa 
con  tapete  y  una  almohada. 

Invitadas  oficialmente  por  la  Camarera  mayor, 
asisten  á  este  acto  las  Señoras  Grandes  de  España  y 
esperan  la  salida  de  S.  M.  la  Reina,  ocupando,  á  uno 
y  otro  lado  de  la  Antecámara ,  sus  respectivos  pues- 
tos, según  las  fechas  en  que  tomaron  almohada:  esto 
es,  la  Dama  que  lleve  más  tiempo  en  el  disfrute  de 
tan  singular  prerrogativa,  se  situará  más  próxima  á 
la  Augusta  Persona,  y  sin  (|ue  se  altere  este  orden, 
todas  las  Damas. 

Luego  que  S.  M.  entra  y  ocupa  el  sillón  de  que 
antes  hemos  hablado,  dice,  dirigiéndose  á  las  Seño- 
ras que  están  presentes:  Sentaos ,  y  el  mandato  se 
ejecuta. 

La  Camarera  mayor  toma  asiento  en  la  almohada 
que  con  tal  propósito  se  ha  colocado  detrás  de  S.  M. 
la  lieina.  El   Mayordomo  mayor  permanece  en  pie 


r  —  27  — 

detrás  del  sillón,  é  inmediato  á  diclio  Jefe  superior, 
el  Mayordomo  de  semana. 

Cada  cual  en  su  puesto,  y  el  Secretario  de  la  Ca- 
marería en  el  suyo  (á  la  derecha  de  la  puerta  que 
da  paso  á  la  salida,  donde  esperan  las  Señoras  ([ue 
hem  de  tomar  almohada),  después  que  S.  M.  otorga 
la  venia,  anuncia  á  la  primera  de  las  Damas  que,  en 
el  orden  preájado,  debe  obtenerla  insigne  distinción, 
diciendo:  dSeñora:  la  Duquesa,  ó  Marquesa,  etc.» 

Llevada  de  la  mano  de  su  madrina,  que  con  opor- 
tunidad sale  para  acompañarla,  se  presenta  la  Señora 
cuyo  nombre  se  ha  anunciado,  y  aquélla  y  ésta  hacen 
una  reverencia  á  S.  M.,  dan  algunos  pasos,  repiten  la 
reverencia,  y  luego  saludan  á  uno  y  otro  lado  á  todas 
las  circunstantes,  (|ue  se  levantan  para  devolver  el 
saludo ,  é  inmediatamente  vuelven  á  sentarse.  Acer- 
cándose otro  poco  á  S.  M.,  hacen  la  tercera  reverencia, 
y  entonces  la  madrina  se  retira  á  su  asiento. 

Sentaos,  dice  S.  M.  la  Reina,  y  la  favorecida  se 
sienta  sobre  la  almohada  (j[ue,  á  conveniente  distan- 
cia, está  en  frente  del  sillón  ocupado  por  la  Au- 
gusta Señora,  ({uien  se  digna  liablar  particularmente 
con  la  que  acaba  de  obtener  la  privilegiada  distin- 
ción. Iniciado  por  S.  M.  el  término  de  la  (pe,  en 
estos  casos,  es  breve  conferencia,  se  levanta  la  agra- 
ciada, besa  la  Real  mano ,  y  otra  vez,  en  compañía  de 
su  madrina,  que  viene  de  nuevo  á  buscarla,  saluda 
á  S.  i\I.,  luego  á  las  demás  Señoras,  como  cuando 
apareció  en  la  Anteaímara,   y,  por   último,    toma 


—  28  — 

asiento  en  el  primero  de  los  (¿ue  están  ílesocui)a(loí». 

De  igual  modo  se  procede,  sea  cnal  sea  el  número 
de  las  Señoras  que  hayan  de  tomar  almohada, 

Al  finalizar  el  acto,  las  Damas  se  ponen  de  pie,  y 
8.  M.  recorre  el  círculo,  saludando  y  conversando  con 
todas:  después  se  retira  á  sus  habitaciones. 

Las  Señoras  que  acaban  de  obtener  la  prerrogativa 
deque  venimos  hablando,  maniftestan  á  la  (Cama- 
rera mayor  el  deseo  de  ofrecer  sus  respetos  á  S.  M.  el 
Rey,  y  obtenida  la  venia,  cumplen  con  este  deber  de 
cortesía  acompañadas  de  sus  respectivas  madrinas, 
con  lo  que  se  da  por  terminada  la  ceremonia. 

El  Secretario  de  la  Camarería  mayor  expide  y  en- 
trega á  cada  una  de  las  interesadas  una  Certificación 
que  acredite  cuanto  ha  presenciado,  extiende  el  acta 
que  debe  archivarse,  y  en  la  lista  correspondiente 
inscribe  los  nombres  de  las  agraciadas. 

Terminamos  con  la  conocida  frase  latina  ynifpii- 
qiie  suitm,  Y  así  lo  hacemos  para  advertir  que  lo  más 
esencial  de  la  presente  monografía  nos  lo  ha  facili- 
tado un  erudito  amigo  nuestro,  prohibiéndonos  poner 
su  nombre  al  pie  de  estas  líneas. 

Diciendo  aquí,  puesto  que  no  es  el  lugar  acotado, 
que  se  llama  D.  José  de  Güemes  y  Willame,  queda 
satisfecho  su  deseo. 

Para  que  conste  quien  da  esta  noticia ,  firma 

José  M.='  XOaUKS. 


—  29  — 


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Acabóse  de  impriviir  en  Madrid  y 

en  el  Estahleciniiento  tipográfico 

«Sucesores  de  Rivadeneyra'», 

el  20  de  Enero 

de  1898. 


LOS  SAGRARIOS 


LOS  REYES  DE  ESPAÑA 


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MUSEO  NACIONAL  DE  PINTURAS  —MADRID. 


EL  SALVADOR  DEL  MUNDO  Y  LA  EUCARISTÍA. 
Juan  de  Juanes. 


LOS  SAGRARIOS  Y  LOS  RLYLS  DE  ESPAÑA 


Dixit  ergo  eis  Jesús:  Amen,  amen 
dico  vohis:  Non  Moyses  dedit  vohis  panem 
decáelo.  Sed,  Pater  meus,  dat  vobis  pa- 
nem de  cmlo  verum. 

Pañis  enim  Dei  est,  qui  de  cmlo  des- 
cendit,  et  dnt  vitam  mundo. 

Ego  sum  pañis  vitit;  qui  venit  ad  me, 
non  esuriet,  et  qui  credit  in  me,  non 
sítiet  unquam, 

(Evangelio  de  San  Juan,  vi, 
32-33-35.) 


Cuando  la  Serenísima  Princesa  de  Astnrias  doña 
María  de  las  Mercedes  hizo  su  primera  comunión  en 
la  cajDital  guipuzcoana,  no  sin  el  santo  temor  que 
infunde  la  Sagrada  Eucaristía,  aunque  llenos  de  la 
indestructible  confianza  que  Jesucristo  pone  y  con- 
serva y  aumenta  en  los  que  sinceramente  á  El  se 
entregan  con  manos,  voluntad  y  entendimiento  ata- 
dos, expresamos  nuestros  sentimientos  cristianos  en 
una  publicación  que  dirigía  un  escritor  de  sanas 
ideas  religiosas  y  de  conocimientos  no  vulgares  en 
las  ciencias  filosóficas  y  teológicas.  Jesucristo,  es- 
condido en  las  especies  sacramentales  en  el  tiempo 
— por  quien  el  mundo  llegó  á  la  realidad  y  por  quien 


la  humanidad  será  salva,  si  en  el  orden  de  la  g'racia 
voluntariamente  no  se  arranca  del  camino  marcado 
por  las  leyes  eterna,  natural  y  redentora,— había 
pasado  de  manos  del  sacerdote  á  tomar  posesión  es- 
pecial del  pecho  de  la  que  actualmente  es  inmediata 
sucesora  de  nuestros  reyes. 

Hoy,  con  mayor  temor,  si  cabe,  pero  no  dismi- 
nuida la  confianza,  entramos  en  el  mismo  dominio 
de  lo  desconocido  á  las  solas  fuerzas  intelectuales  de 
la  naturaleza  humana  pura ,  al  exponer  lo  que ,  to- 
mando principio  en  la  fe,  compone  el  conjunto  esen- 
cial de  nuestras  creencias  é  informa  nuestros  senti- 
mientos católicos.  La  Eucaristía  es  toda  la  realidad 
completa,  perfecta  y  simultánea  de  la  gracia  en  Je- 
sucristo y  por  Jesucristo,  para  los  que  dignamente 
la  reciben  y ,  en  lo  que  humanamente  se  alcanza, 
adecuadamente  la  adoran. 

Por  Jesucristo,  en  cuanto  Dios,  fueron  hechas  to- 
das las  cosas:  Omnia  per  ipsum  /acta  sunt  et  sine 
ipso  factum  est  nihil  quocl  factitm  est;  y  por  Jesu- 
cristo, en  cuanto  Dios  y  Hombre,  quedó  sellada  y 
cumplida  nuestra  justificación,  y  por  El  fué  abierto 
y  trillado ,  y  también  con  dolorosas  labores,  el  ca- 
mino de  la  santidad,  para  que,  cuando  lleguemos  al 
término  de  nuestra  carrera,  obtengamos  el  premio  en 
la  mansión  que  nos  corresponda,  según  las  obras  que 
contemos  por  compañeras. 

Y  no  pudiendo  los  ángeles  penetrar  en  lo  pro- 
fundo de  los  misterios  divinos,  los  hombres  se  han 
de  quedar  á  flor  de  los  mismos,  ya  que  por  un  efecto 
especial  de  la  gracia  crean  en  la  existencia  de  ellos. 

Prcestet  fides  supplementum 
Sensuum  defectui. 


Al  señalar  lo  que  es  propio  pai'a  la  Eucaristía  con 
relación  á  los  reyes  de  la  tierra,  que  no  por  serlo 
viven  con  independencia  del  Rey  de  reyes  y  Señor 
de  los  dominantes,  lo  primero  que  cae  en  nuestra 
mente  es  preguntar:  ¿Qué  señales  de  ella  se  dieron 
entre  los  paganos?  ¿Qué  signos  tuvieron  los  ante- 
cesores é  hijos  de  la  Ley  Antigua?  ¿Cómo  Jesu- 
cristo encarnó  y  vivió  entre  nosotros  y  se  quedó  en 
el  mundo,  mediante  la  consagración  sacramental, 
hasta  la  consumación  de  los  siglos?  ¿Qué  adoración 
le  corresponde,  y  cuál  debe  ser  la  que  le  ofrezcan  los 
reyes  de  la  tierra?  Cuestiones  son  de  las  que  cada 
una  por  sí  sola  agota  la  vida,  no  ya  de  un  hombre 
solo,  sino  de  generaciones  y  generaciones.  El  orden 
sobrenatural  no  puede  agotarse. 


*   * 


Y  puesto  que  en  los  días  que  corremos  aparece  ol- 
vidado y  como  preterido,  no  sólo  el  asunto,  sino  tam- 
bién el  conocimiento  de  la  Divinidad,  bueno  será  co- 
locar á  vanguardia  lo  que  varios  autores  profanos 
y  no  católicos,  por  ser  hijos  del  paganismo,  han  en- 
señado á  los  pueblos. 

«No  hay  entre  los  hombres  gente  alguna  tan  salvaje 
que  no  se  dé  cuenta  de  la  existencia  de  Dios,  aunque 
ignore  qué  sea.» 

ínter  homines  gens  nulla  est  tam  fera,  qiice  non 
sciat  Deum  esse  habendum  etiamsi  ignoret  qualem 
hahere  deceat,  (Cicerón,  i  TuscuL,  núm.  30.) 

«La  costumbre  de  disputar  contra  los  dioses  es  mala 
é  impía ,  ya  se  trate  de  ello  en  serio,  ya  simulada- 
mente.» 

Consuetudo  dispiitandi  contra  Déos  est  mala  et 


—  6  — 

impía  ^  síve  idjít  serlo,  sí  ce  simúlate,  (Cicerón,  De 
Natura  Deorum,  ii,  núm.  68.) 

Mal  se  vio  Protágoras,  sofista  famoso,  i)or  consig- 
nar en  el  principio  de  uno  de  sus  escritos  su  duda 
acerca  de  la  existencia  de  los  dioses.  Fué  lanzado  de 
la  ciudad  y  del  campo  por  orden  de  los  atenienses, 
y  sus  escritos  los  consumió  el  fuego  á  la  vista  del 
público,  al  que  entregados  fueron  por  orden  de  la  au- 
toridad. 

Las  siguientes  palabras  de  Yamblico  son  muy  no- 
tables, y  por  cierto  que  las  debíamos  estampar  en 
nuestro  corazón  y  perpetuar  en  nuestra  inteligencia: 

«No  se  puede  liablar  acertadamente  del  numen 
divino  á  no  ser  mediante  su  luz,  porque  el  numen 
divino  es  fuente  de  luz  como  de  bondad.» 

Non  possumus  loquí  recte  de  numíne  divino,  nisi 
símus  illustratí  lumíne  ejus,  Nam  numem  divinum  est 
fons  luminis  sícid  et  honitatís.  —  (Jamblicus,  De 
Myst.^  XVIII.) 

Este  autor  confiesa  claramente  la  necesidad  de  la 
Eevelación. 

Además,  el  mismo  Cicerón  (i  De  Natura  Deo- 
rum^  43-44)  nos  enseña  que: 

In  re  omni  consentio  firma  gentíum  omníum,  est 
vox  naturce^  et  argumentmn  veritatís. 

Sirva  lo  precedente  como  síntesis  de  todas  las  li- 
teraturas paganas  para  creer  en  la  necesidad  de  una 
manifestación  de  orden  sobrenatural  23ara  la  con- 
ducta de  los  hombres  y  de  las  sociedades. 

Ahora  bien:  al  omitir  toda  autoridad  religiosa  or- 
todoxa y  basarnos  en  los  pocos  textos  que  arriba 
apuntados  quedan,  sacaremos  las  consecuencias  que 
se  desprenden. 


—  7  — 

Es  un  hecho  indudable  y  admitido  por  todos  los 
liistoriadores  el  referente  á  las  encarnaciones  de  la 
Divinidad  en  seres  naturales.  Aquellas  supuestas 
encarnaciones  manifiestan  que  no  sólo  no  era  im- 
posible, sino  que  además  consideraban  conveniente 
el  que  de  algún  modo  y  á  alguna  criatura  se  co- 
municara la  Divinidad  de  una  manera  especial, 
con  distinción  absoluta  de  las  representaciones  sim- 
bólicas. 

Muchos  orientalistas  han  querido  sacar  partido  de 
todo  esto  para  quebrantar  los  fundamentos  del  Ca- 
tolicismo, sin  caer  en  la  cuenta  de  que  combatían  y 
combaten  en  las  sombras,  y  que  aparecen  en  medio 
de  una  contradicción  enorme,  tomando  por  buenas 
las  primeras  y  rechazando  la  segunda,  única  real, 
única  verdadera. 

Más  todavía.  De  los  mismos  seres  tenidos  y  toma- 
dos como  tales  encarnaciones  divinas  participaban 
sus  adoradores  de  cuando  en  cuando,  á  modo  de  ali- 
mentos, en  la  creencia  de  que  acto  de  tal  religiosidad 
los  hacía  partícipes  de  su  Dios. 

Erraron  en  lo  substancial.  Para  ellos  la  Divinidad 
no  fué  personal,  ni  separable  de  la  naturaleza.  For- 
maba parte  de  la  entidad  total  de  la  misma. 

Y  dándose  tal  hecho  como  constante  y  general,  lo 
mismo  en  el  paganismo  europeo  que  en  el  asiático, 
en  el  americano  que  en  el  oceánico  y  africano,  según 
lo  atestiguan  las  historias  de  aquellas  religiones, 
dedúcese  que  dentro  de  la  naturaleza  humana  se  dio 
un  presentimiento  universal  de  que  la  Divinidad  si- 
cuti  est^  según  es  en  sí,  podía  unirse  al  hombre  para 
que  con  la  humanidad,  y  mediante  la  personalidad 
divina ,  obrara  y  pudiera  después ,  bajo  las  especies 


—  8  — 


sacramentales,  quedarse  entre  nosotros,  siendo  pan 
vivo  bajado  del  cielo,  l^ox  populi,  tox  iJei, 


* 
*  * 


Entre  todas  las  religiones  anteriores  á  la  estable- 
cida por  Jesucristo,  dióse  la  que  desde  Adán  hasta 
Noé  Y  desde  Noé  á  Moisés  conservóse  bajo  cierta  re- 
velación esj^ecial  entre  los  Patriarcas  que  .iruardaron 
fidelidad  á  Dios.  Y  desde  Moisés,  legislador,  hasta 
la  Redención,  se  encuentra,  ya  en  figura,  ya  repeti- 
dísimas  veces  en  manifestaciones  inmediatas  y  claras, 
todo  cuanto  se  necesitaba  que  precediera  á  lo  dicho  y 
publicado,  para  que  al  llegar  el  momento  de  la  venida 
del  Mesías  éste  fuese  conocido  y  su  doctrina  aceptada. 

Y  no  sólo  en  lo  dicho,  sino  que  también  en  los  li- 
bros del  Antiguo  Testamento  abundan  riquísimas  en- 
señanzas acerca  de  los  principales  misterios,  y  vense 
en  ellos,  aunque  entre  sombras,  pero  no  del  todo  im- 
penetrables, signadas  la  Encarnación  y  la  Eucaristía. 

Antes  de  la  caída  del  hombre,  el  árbol  cíe  la  rida 
daba  un  fruto  que  producía  la  inmortalidad  en  el 
Paraíso. 

Lignum  etiam  titee  in  medio  Paradisi,  (Géne- 
sis, II,  9.) 

San  Agustín  explicó  la  virtud  del  árbol  admi- 
tiendo en  él  una  eficacia  sobrenatural  y  concedida. 
Muchos  teólogos  se  apartan  de  su  opinión  al  exponer 
el  sentido  literal. 

Las  ideas  que  señala  el  eminente  orientalista  Fran- 
cisco Lenormant  en  su  libro  Los  Orígenes  de  la  His- 
toria^  están  indicadas  ya  en  los  mismos.  El  árbol 
sagrado  de  los  asirios  conserva  algunas  reminiscen- 
cias del  primero. 


—  y  — 

Estudíense  acerca  de  este  particular  las  mitologías 
que  después  se  han  desarrollado  en  pueblos  y  nacio- 
nes ignorantes  de  la  religión  patriarcal  y  de  la  Anti- 
gua Ley,  j  se  alcanzará  fácilmente  que,  á  través  de 
los  siglos,  aun  el  culto  de  algunos  árboles,  especial- 
mente en  Asia,  predecía  lo  que  Jesucristo  había  de 
hacer  antes  de  su  Pasión,  para  quedarse  siempre  en- 
tre nosotros  j  pudiéramos  recibirle  y  conyertirnos 
en  templos  y  sagrarios  suyos. 

Después  de  la  caída,  y  sujeto  el  género  humano  á 
la  culpa  original,  Abel  dedicará  al  Señor,  en  sacrifi- 
cio, las  primicias  de  su  rebaño.  Abel  quoqiice  obtulit 
de  primogenitis  gregis  sui  et  obtulit  de  adipibiis 
eorum.  (Génesis,  iv,  4.) 

Y  Abel  sucnmbió  á  manos  de  su  hermano,  como 
sucumbió  Jesucristo  al  odio  de  los  judíos.  Abel  fué 
también  sacrificador  y  víctima. 

Terminado  el  diluvio  y  fuera  Noé  del  arca,  edifi- 
có un  altar  al  Señor,  y  sobre  él  ofreció  holocaustos 
de  víctimas  puras,  holocaustos  qne  agradaron  á  Dios- 

A^jdificavit  autem  Noe  altare  Domino  et  tollens  de 
cunctis  pecoribiis  et  voliicribus  mundis  obtidit  holo^ 
causta  siiper  altare, —  Odoratii^ue  est  Dominus  odo~ 
rem  suavitatis,  (Génesis,  xiii,  20,  21.) 

Dios  mandó  á  Abraham  que  sacrificara  á  su  hijo, 
y  tan  obediente  fué  que,  á  no  impedirlo  la  mano  del 
ángel  que  el  Señor  le  mandó,  conocida  ya  su  fe  ciega, 
consumara  el  sacrificio.  El  mismo  Abraham  re- 
cibió la  bendición  de  Melquisedec  después  de  la 
victoria  que  obtuvo  de  los  reyes  enemigos  suyos  y  de 
su  familia,  al  presenciar  el  sacrificio  del  pan  y  el 
vino. 

At  vero  Melchisedech,  rex  Salem,  proferens  panem 


—  10  — 

et  vinuMj  erat  enim  Sacerdos  Dei  altissimi, — Benedi- 
xit  ei  et  ait (Génesis,  xiv,  18,  19.) 

Y  dentro  ya  de  la  Ley  mosaica,  la  inmolación  del 
cordero  fijaba  definitivamente  en  ella  el  signo  de  la 
futura  Eucaristía.  El  capítulo  xii  del  Éxodo  con- 
tiene las  prescripciones  dadas  por  el  mismo  Dios  á 
Moisés  acerca  de  este  punto. 

El  maná,  alimento  del  pueblo  escogido  y  que  se 
recogía  á  los  primeros  albores  del  día,  bien  represen- 
taba al  que  después  de  las  sombras  de  la  Antigua 
Ley  liabía  de  entregarse  á  sí  mismo  al  nacer  la  Ley 
Nueva  bajo  las  especies  de  pan  y  vino  en  el  Sacra- 
mento. 

íío  dejaremos  .preteridas  las  admirables  palabras 
de  Tobías,  capítulo  xii:  Videbar  quidem  vobiscum 
manducare  et  híhei^e:  sed  ego  cibo  invisibili  et  potu  qui 
ab  hominibus  zideri  non  potest,  iitor,  «Parecía,  en  ver- 
dad, que  con  vosotros  comía  y  bebía;  pero  yo  (el  án- 
gel Rafael)  me  valgo  de  una  comida  invisible  y  de 
una  bebida  (j^ue  no  está  al  alcance  de  la  vista  de  los 
hombres.» 

Kcce  pavis  anfjelorum^ 
Facius  cibus  viatornm^ 

y 

Pañis  angelicus  fit pañis  homin'im. 

A  tan  sencillos  recuerdos  no  está  de  más  el  no  pa- 
sar por  alto  cuanto  en  los  Evangelios  ha  quedado 
indeleble  y  dicho  por  el  mismo  Jesucristo  á  sus  oyen- 
tes y  discípulos  antes  de  la  institución  del  Santísimo 
Sacramento,  y  que  no  es  más  que  la  aclaración  di- 
vina y  humana  de  tan  profundo  misterio,  explicada 
al  mundo  por  el  Sacerdote  Sumo  y  víctima  inmacu- 
lada al  mismo  tiempo. 

La  concordancia,   como  no   podía   menos,  brilla 


—  11  — 

admirablemente.  El  cai)ítnlo  vi  del  Evangelio  de 
San  Jnan,  él  por  sí  sólo  basta,  entendido  hasta  donde 
las  fuerzas  intelectuales  liumanas  pueden  penetrar 
con  el  auxilio  de  la  gracia,  para  una  relativa  com- 
prensión de  tan  recóndita  materia. 

Permítasenos  una  consideración  antes  de  seguir 
más  adelante,  en  la  que  j^odrá  descubrirse  nuestra 
ignorancia  y  que  al  mismo  tiempo  testifique  acerca 
de  nuestra  buena  fe.  Siempre  que  recorremos  los  es- 
critos egipcios,  caldeos,  asirlos,  persas,  indios,  heléni- 
cos y  romanos  de  tiempos  superiores  á  los  orígenes 
del  Cristianismo,  hallamos  en  ellos  una  confirmación 
plena  de  lo  que,  como  en  figuras,  quedó  indeleble  en 
el  Antiguo  Testamento.  Más  aún.  Las  indicaciones 
históricas  de  la  Biblia  de  día  en  día  reciben  mayor 
corroboración  de  lo  que  para  muchos  es  fuente  de 
impiedad.  Examinados  los  textos  cuneiformes  en  sus 
diferentes  ramas,  analizadas  las  literaturas  indias, 
desenvueltos  los  jeroglíficos  africanos  y  desentraña- 
das las  inscripciones  helénicas  primitivas  y  las  leyen- 
das romanas,  no  se  ve  más  que  al  Logos,  separándose 
y  separándose  de  cuanto  de  material  iniáo  servirle  de 
envoltura  mientras  la  inteligencia  humana  se  esfor- 
zara en  personificarle,  merced  á  las  solas  energías  de 
la  razón  del  hombre.  Del  esplritualismo  egipcio  na- 
ció la  filosofía  platónica,  la  del  Logos  impersonal, 
tomada  también  por  Filón.  La  Escuela  de  Alejandría 
no  pudo  saltar  tales  linderos,  y  fué  preciso,  bajo  el 
solo  punto  histórico,  prescindiendo  por  un  momento 
de  su  Divinidad,  que  Jesucristo,  históricamente  con- 
siderado, hablara  para  que  los  Evangelistas,  y  sobre 
todo  San  Juan  y  los  Apóstoles,  y  en  especial  San 
Pablo,  lanzaran  las  sombras  del  entendimiento  del 


—  12  — 

hombre  y  nos  enseñaran  el  destino  del  mundo.  El 
autor  del  libro  De  JJivinis  Xominibus ,  el  famoso  del 
de  los  Stromata,  y  el  inmortal  y  sapientísimo  Oríg-e- 
nes,  mny  traído  y  llevado,  pero  poco  estudiado  y 
acaso  menos  entendido,  son  lioy  las  necesarias  fuentes 
para  caer  en  la  cuenta  de  la  relación  existente  entre  las 
ideas  de  los  ¡nieblos  orientales  pag'anos,  ideas  que  en 
parte  encierran  una  revelación  natural  de  la  verdad, 
y  la  aclaración  y  complemento  de  las  mismas,  mer- 
ced á  la  revelación  evangélica.  Y  todo  es,  no  la  in- 
manencia de  Dios  en  el  mundo  y  en  la  historia,  sino 
la  Providencia  que  al  mundo  conserva  y  rige,  reco- 
nocida y  aceptada  por  los  humildes,  los  cristianos,  y 
puesta  al  público-  desprecio  por  los  soberbios  que  no 
tienen  otro  dios  que  su  persona.  Los  escritos  de  las 
antiguas  civilizaciones,  al  que  puede  oírlos  sin  intér- 
pretes, le  dicen  que  el  Antiguo  y  el  Xuevo  Tes- 
tamento son  las  únicas  fuentes  de  verdad  puras  y 
cristalinas. 

Renán,  poeta,  si  quiso  historiar  con  impío  criterio, 
se  vio  en  el  triste  compromiso  de  tomar  por  un  mito 
á  Abraham,  y  truncar  textos,  y  cambiar  la  naturaleza 
de  las  palabras  del  Antiguo  y  Xuevo  Testamento 
para  engañar  á  los  que,  sin  podérselas  haber  con  los 
textos  originales,  no  usan  otro  criterio  de  verdad  que 
el  Juego  de  su  virgen  inteligencia. 


Al  punto  que  hemos  llegado,  toca  la  exposición  de 
lo  que  es  la  persona  de  Jesucristo. 

Convenía  la  Encarnación  del  Yerbo.  Cuanto  entra 
en  la  noción  del  bien  es  propio  de  Dios,  siendo  uno 
de  sus  hermosos  ornamentos  la  bondad.  Señálase  ésta 


—  13  — 

siendo  expansiva,  comunicándose  á  los  demás:  ¿j  de 
qué  modo  podía  comunicarse  el  Verbo  á  las  criaturas 
sino  mediante  uno  propio  suyo,  uniéndose  á  la  natu- 
raleza humana,  para  que  del  Verbo,  del  alma  j  de  la 
carne  resultara  una  persona,  Jesucristo? 

Pero  lleva  además  la  nota  de  necesaria,  no  de  un 
modo  absoluto  (Dios  pudo  redimir  el  mundo  de  otra 
manera),  sino  bajo  el  punto  de  vista  relativo,  por  ser 
el  más  apto  para  llegar  al  fin  sobrenatural.  Cristo  es 
el  fundamento  de  la  Fe.  No  podemos  dudar  de  la 
Esperanza  cuando  el  Padre  nos  ofrece  al  Hijo.  Esto 
nos  facilita  el  exponer  si,  á  pesar  de  no  haber  pecado 
el  hombre  en  el  Paraíso,  hubiérase  dado  la  Encarna- 
ción del  Verbo.  Si  ésta  tuvo  por  fin  principal  j  único 
la  Redención  humana,  claro  es  que,  no  existiendo  el 
pecado,  pudo  no  darse  la  Encarnación.  Y  conside- 
rando la  infinita  bondad  de  Dios,  ¿el  Verbo  se  nega- 
ría á  tomar  forma  humana  en  el  estado  de  la  ino- 
cencia? ¿Existe  alguna  repugnancia  para  el  primer 
estado  cuando  no  existió  en  el  segundo,  y  que  fué  el 
de  la  cul^^a;  no  la  culpa  actual,  no  el  pecado  actual, 
que  lleva  más  intensidad,  sino  el  original ,  de  mayor 
extensión? 

A  no  intervenir  el  pecado  para  nada  en  la  Encar- 
nación, ésta  pudo  haberse  dado  al  principio  del 
mundo  ó  en  el  fin  del  mismo;  pero  una  vez  que  lugar 
tan  importante  en  ella  tiene  la  caída  de  nuestros  pa- 
dres, debió  dilatarse  y  no  esperarse  hasta  la  consuma- 
ción  de  los  siglos.  No  hasta  el  fin,  porque  entonces  es 
cuando  llega  la  naturaleza  humana  á  la  plenitud  de 
su  merecida  y  propia  perfección,  al  ver  cara  á  cara  á 
la  Divinidad;  no  al  principio:  entonces  los  hombres 
no  se  hubieran  conocido  á  fondo  á  sí  mismos.  Ni  bastó 


—  u  — 

la  ejernplaridad  de  Abraliam,  ni  la  legislación  de 
Moisés.  Después  de  tantas  caídas,  Dios  envió  á  su 
Hijo  á  poner  en  salvo  j  en  camino  de  salvación  á 
los  mortales. 

En  la  unión  del  Verbo  j  de  la  Humanidad  no  se 
confundieron  las  naturalezas.  El  Unigénito  del  Padre 
está  inconfuso,  inmutable,  indiviso,  inseparable,  sin 
que  por  la  unión  haya  desaparecido  la  diferencia  entre 
íimbas.  La  unión  es  en  la  Persona,  ya  que  al  tener  el 
Verbo  unida  así  la  naturaleza  humana  no  pertenece 
dicha  naturaleza  á  la  naturaleza  divina.  Es  hipostá- 
tica,  no  accidental,  y  que  figura  entre  lo  creado,  en 
cuanto  relación  que  se  fundamenta  en  la  criatura,  no 
por  lo  que  á  Dios  se  refiere. 

La  naturaleza  humana  para  ser  elevada  á  Dios  no 
23uede  prescindir  de  la  graciosa  voluntad  divina,  por- 
que para  tal  elevación  camina  fuera  de  lo  natural. 
Aquí  resulta  la  elevación  mediante  el  modo  del  ser 
personal,  modo  singular  en  Cristo,  pues  su  humani- 
dad hízose  Cristo  uniéndose  á  la  naturaleza  divina. 

No  pudo  sobrevenir  la  Encarnación  porque  los 
hombres  hubieran  acaudalado  méritos  para  ella:  en 
Cristo  la  Encarnación  fué  para  reformar  todo  el  gé- 
nero humano,  y  por  lo  mismo  está  por  encima  de 
todo  mérito  personal  j^uramente  humano,  ya  que  el 
bien  de  toda  la  naturaleza  no  encuentra  capacidad 
para  ser  contenido  en  un  puro  hombre. 

La  gracia  de  la  unión  fué  natural  en  Cristo:  desde 
«u  nacimiento  la  poseyó,  puesto  que,  al  ser  concebido, 
la  naturaleza  humana  unióse  á  la  persona  del  Verbo 
y  su  alma  se  vio  llena  de  gracia. 

¿Y  por  qué  la  virtud  divina  hizo  que,  cuando  el 
Padre  y  el  Espíritu  Santo  pudieron  haberse  encar- 


—   15  — 

nado,  sólo  la  persona  del  Hijo  lo  veriñcara?  Pecó  el 
padre  Adam  anhelando  ser  poseedor  de  la  ciencia 
del  bien  y  del  mal,  y  por  lo  mismo  procedía  que  por 
el  Verbo,  la  verdadera  sabiduría,  el  hombre  fuera  de- 
vuelto á  Dios. 

¿Qué  hubiera  resultado  si  el  Yerbo  tomara  la  hu- 
mana naturaleza  abstracta?  Entonces  se  daría  una 
verdadera  decepción.  Lo  abstracto  sólo  tiene  existen- 
cia en  la  mente,  y  si  Cristo  hubiese  sido  un  fantas- 
ma en  cuanto  al  cuerpo,  Cristo  engañara  al  mundo 
y  no  sería  la  Verdad,  y  no  fué  su  cuerpo  sino  de 
carne;  de  otro  modo  la  humana  naturaleza  no  fuera 
salvada,  sin  que  por  esto  se  crea  que  no  recibió  alma 
alguna:  la  carne  sola  no  es  la  naturaleza  humana. 

Tampoco  fué  creada  el  alma  antes  de  ser  unida 
al  cuerpo;  en  tal  caso  sucediera  que  sin  el  Verbo  go- 
zase de  subsistencia;  ni  éste,  se  unió  á  la  carne  antes 
que  al  alma;  no  es  carne  humana  sin  su  forma 
propia. 

Todo  lo  anterior  no  entra  en  la  ciencia  del  racio- 
nalista. Tampoco  se  podrá  poner  de  manifiesto  que 
envuelva  alguna  imposibilidad.  Son  misterios,  no 
cabe  dudarlo,  y  no  matan;  al  contrario,  vivifican  la 
razón.  Todos  y  cada  uno  de  los  hombres  no  entende- 
mos todas  las  verdades  del  orden  natural,  y  por  ello 
seríamos  imprudentes  al  negar  la  existencia  de  las  no 
comprendidas  por  nuestra  inteligencia. 

Sigamos:  la  unión  del  alma  con  el  Verbo,  y  la  no- 
bleza de  la  misma,  y  al  ser  Jesucristo,  en  cuanto 
hombre,  mediador  entre  Dios  y  los  mortales,  piden 
en  el  mismo  Jesucristo  la  gracia  habitual ;  de  aquí  se 
desprende  que  en  El  dominaban  las  virtudes;  perfec- 
tísima  en  El  la  gracia,  de  ésta  procedían  las  virtudes 


—   16  — 

morales  para  que  no  se  diera  imperfección  alguna  en 
las  potencias  del  alma.  No  así  la  fe  ni  la  esperanza. 
Desde  el  primer  instante  de  su  concepción  vio  ple- 
namente á  Dios  en  su  esencia  y  tuvo  plena  fruición 
divina.  El  Espíritu  Santo  movía  el  alma  de  Cristo, 
y  por  ello  se  trasluce  que  poseyó  todos  sus  dones,  aun 
el  de  Temor  de  Dios,  no  porque  el  temor  naciera  de 
verse  separado  de  El  y  arrancara  del  mal  del  castigo, 
sino  porque  el  Espíritu  Santo  le  llevaba  hacia  Dios 
en  cuanto  que  en  El  contemplaba  su  divina  emi- 
nencia. 

Por  lo  que  á  su  ciencia  mira,  tuvo  además  de  la  di- 
vina la  propia  de  los  hombres.  Su  alma  perfectísima 
no  podía  carecer  de  lo  que  á  las  demás  perfecciona, 
y  menos  cuando  se  da  una  ciencia  que  á  las  almas 
corresponde:  y  ¿cómo  el  Hombre-Dios  habría  de  ca- 
recer de  la  ciencia  de  los  bienaventurados,  consistente 
en  la  visión  de  Dios,  si  El  mismo  era  el  Redentor  del 
mundo?  Esto  no  se  opone  á  que,  además  de  poseer, 
en  cuanto  perfectísimo  y  una  ciencia  infusa,  contase 
con  una  ciencia  adquirida.  Y  se  le  atribuye  en 
cuanto  luz  del  entendimiento  agente,  que,  según 
la  sabia  teoría  de  Santo  Tomás,  es  connatural  al 
alma,  así  como  la  infusa  se  concede  en  cuanto  luz  de 
arriba  derramada. 

Sin  embargo,  no  se  crea  que  el  alma  de  Jesús  com- 
prendiese y  comprenda  la  divina  esencia.  En  la  unión 
del  Yerbo  y  del  ser  humano  no  resultó  confusión  de 
naturalezas,  y  es  imposible  que  algo  creado  pueda 
comprender  la  divina  esencia;  y  siendo  creada  el 
alma  de  Jesucristo,  no  pudo,  en  cuanto  finita,  abarcar 
lo  que  es  infinito.  Conoce,  sí,  todas  las  cosas  del 
Yerbo,  y  ve  con  mayor  perfección  la  esencia  divina. 


MUSEO  NACIONAL  DE  PINTURAS, 


SAN  JUAN  BAUTISTA. 
Pintura  atribuida  á  Juan  Van  Eyck. 


—  17  — 

Por  la  ciencia  infusa  y  con  la  ciencia  adquirida  sabe 
todo  cuanto  cae  dentro  del  dominio  del  saber.  Nada 
ignoraba:  no  se  le  obscurecerá  ni  aun  el  pensamiento 
por  fino  y  recóndito. 

No  fué  el  alma  de  Cristo  omnipotente.  No  cabe 
tal  atributo  en  lo  creado;  ni,  en  cuanto  á  tal,  pudo 
causar  mutaciones  y  cambios  en  los  seres,  aunque  lo 
conseguía  mediante  el  Verbo. 

También  recibió  en  su  carne  las  enfermedades  pro- 
cedentes del  pecado.  Venía  á  remediarlas.  Su  alma 
fué  pasible;  fué  mortal  su  cuerpo.  Sintió  dolor,  sin- 
tió tristeza  y  sintió  temor,  pero  no  en  el  concepto  de 
la  incertidumbre  de  lo  que  había  de  suceder. 

En  Jesucristo  hay  dos  voluntades,  divina  una,  hu- 
mana otra;  y  respecto  de  la  humana  tuvo  facultad 
de  elegir,  ó  sea  que  en  El  se  dio  libre  albedrío. 

Dedúcese  de  aquí  que  algo  operaba  por  sí  misma 
la  Divinidad  y  algo  la  humana  naturaleza. 

Sumiso  al  Padre  Eterno,  fué  Sacerdote  y  Víctima, 
y  Sacerdote  eterno  y  imico  mediador  para  salvar  los 
hombres. 

¿Todo  cuanto  procede  no  es  un  portento  de  miste- 
rios? Pues  de  ellos  mismos  se  originan  ó  proceden  los 
que  corresponden  á  la  preciosa  vida  de  Jesucristo. 

Su  cuerpo  fué  formado  en  el  instante  mismo  de  su 
concepción,  y  al  mismo  tiempo  fué  carne  tomada  por 
el  Verbo  y  carne  informada  por  el  alma  racional  é 
intelectual,  y  acerca  de  esto  propone  San  Agustín: 
Firmisimamente  sostén  y  de  ninguna  manera  eludes 
acerca  de  que  la  carne  de  Cristo  fué  tomada  por  el 
Verbo  en  el  instante  mismo  de  la  concepción,  concep- 
ción milagrosa.  Santificado  en  aquel  mismo  momento 
por  la  gracia,  tuvo  desde  luego  el  uso  pleno,  en 


—  18  — 

cnanto  hombre,  del  libre  albedrío,  y,  por  lo  tanto, 
pudo  merecer,  j  así  disfrutó  en  seguida,  de  la  visión 
de  Dios,  viendo  su  esencia  con  mavor  claridad  que  la 
ven  otras  criaturas. 

Nació  Cristo,  y  tuvo  dos  nacimientos:  uno  en  la 
eternidad  en  cuanto  Verbo,  otro  en  el  tiempo  en 
cuanto  hombre.  María  fué  su  madre  y  Madre  de 
Dios,  y  nació  en  Bethleem. 

Fué  circuncidado,  y  recibió  el  nombre  de  Jesús  y 
presentado  en  el  templo. 

Bautizado  por  Juan,  dejó  santificadas  las  aguas 
para  los  que  después  habrían  de  recibir  el  bautismo. 

Viviendo  apartado  de  los  hombres,  no  se  manifes- 
tara la  Verdad  para  separarlos  del  pecado;  y  viviendo 
en  la  riqueza  ó  en  la  opulencia,  el  deber  de  la  pre- 
dicación no  se  cumpliera  en  todas  sus  partes. 

Quiso  que  el  diablo  le  acometiera  con  tentaciones, 
para  que  de  El  manaran  luego  auxilios  contra  las 
mismas  en  favor  nuestro. 

Su  predicación  fijóse  en  los  judíos  j)rincipalmente, 
porque  ellos  esperaban  el  cumplimiento  de  las  pro- 
fecías, y  para  que,  como  más  unidos  á  Dios  por  la  fe 
y  el  culto  de  un  solo  Dios,  recibieran  al  Mesías  y 
después  le  manifestaran  á  los  otros  pueblos. 

Como  sus  acciones  y  su  predicación  fueron  públi- 
cas á  ^fin  de  que  nadie  se  excusara  con  la  ignoran- 
cia, quiso  además  corroborarse  con  sus  milagros, 
hechos  por  virtud  divina,  los  que  patentizan  clarísi- 
mamente  su  divinidad,  sin  dejar  lugar  á  la  duda 
negativa. 

Milagros  en  su  humanidad;  milagros  en  los  de- 
más seres,  ya  de  naturaleza  viviente,  ya  de  natura- 
leza inerte.  Quien  no  crea,  ciego  existe. 


—  19  — 

Luego  Jesucristo  es  portentoso  en  su  vida. 

Lo  portentoso  de  su  Pasión,  ya  no  es  más  que  un 
sencillo  corolario  de  todo  lo  expuesto  anteriormente. 

La  Pasión  de  Jesucristo  fué  necesaria,  no  respecto 
de  Dios,  no  respecto  del  Hombre,  sino  por  lo  tocante 
si  fin,  y  esto  para  que  nosotros  llegáramos  á  ser  sal- 
vos y  Jesucristo  fuese  exaltado;  y  por  lo  que  á  Dios 
se  refiere,  á  fin  de  que  sus  profecías  se  realizaran;  y 
la  Pasión  fué  el  modo  más  conveniente  para  poner- 
nos en  libertad  del  pecado,  ya  que  así  vemos  cuánto 
nos  ama  Dios  al  entregar  su  Hijo  por  nosotros. 

Además  nos  enseñó,  con  la  paciencia,  humildad, 
constancia  y  justicia  de  su  mismo  Hijo  en  medio  de 
los  tormentos,  hasta  dónde  debemos  llegar  nosotros; 
por  la  Pasión  alcanzamos  la  gracia  justificante,  y 
mereció  para  nosotros  la  gloria  de  la  felicidad. 

Y  debió  padecer  en  la  cruz:  Mortem  autem  crucis. 
Asi  brotaba  en  un  madero  la  flor  de  la  virtud.  Que- 
daba tambié:i  convenientemente  deshecho  el  pecado 
del  primer  hombre,  que  faltó,  arrancando  de  otro  ár- 
bol, del  árbol  del  Paraíso,  la  fruta  vedada.  El  dolor 
que  Jesucristo  tuvo  en  su  Pasión,  fué  mayor  que  to- 
dos los  demás  dolores.  La  muerte  en  cruz  es  muy 
acerba,  es  una  muerte  cruelísima  y  continuada;  y  ese 
dolor  físico,  unido  al  dolor  interno  resultante  de  los 
pecados  del  género  humano ,  acumulaba  intensidad 
sobre  intensidad. 

Llegado  el  momento  de  su  Pasión,  quiso  antes  de- 
jarnos un  precioso  y  divino  recuerdo  para  los  que 
caminamos  por  las  asperezas  del  mundo;  y  á  fin  de 
que  no  decaiga  nuestra  fuerza  y  nuestra  gracia,  quiso 
El  quedarse  entre  nosotros,  y  después  de  dejar  lim- 
pios á  los  Apóstoles  lavándoles  los  pies,  instituyó  el 


—  20  — 

Santísimo  Sacramento  del  Altar.  Entre  sus  discípu- 
los, lino  había  no  creyente  en  la  divinidad  del  Maes- 
tro: Judas. 

Llegado  el  momento  de  prender  á  Jesucristo  en  el 
huerto,  después  de  recibido  el  beso  del  traidor,  de- 
tiene por  un  instante  el  Salvador  á  los  perseguido- 
res, y  luego  les  permite  que  pongan  en  El  las  manos. 
Antes  habían  caído  asustados.  ¿Qué  fuerza  los  echó  á 
tierra?  ¿Una  fuerza  natural,  humana  solamente? 
¿Explica  el  racionalista  el  hecho  por  ser  un  fenómeno 
contenido  en  la  Naturaleza? 

La  placidez ,  la  serenidad ,  el  espíritu  elevadísimo 
que  conservó  siempre  entre  la  soldadesca  y  ante  Anás^ 
Caifas  y  Pilatos,  y  el  especial  despejo  de  sus  faculta- 
des mentales,  ¿todos  no  son  indicios  de  que  entre  los 
tormentos  brillaba  una  luz  que  sólo  á  las  vistas  en- 
fermas, por  culpa  de  éstas,  voluntariamente  cegaba? 

Quia  se  a  forma  servi  Dei  forma  non  dirimit^  diim 
etiam  ínter  ij^sa  supplitia  proprietatem  iinitatemque 
suam  servavit  et  Deltas  inviolabilis,  et  natura  passi- 
bilis. 

Lleva  Jesucristo  su  cruz,  en  la  que  es  crucificado. 
Filiiís  datus  est  nohis  cujus  imperium  super  humeros 
ejus.  Lleva  sobre  sus  hombros  el  cetro  real,  lo  cual  2)a- 
recía  á  los  impíos  un  ludibrio,  mientras  que  los  fieles 
veían  un  gran  misterio ,  j)orque  Jesucristo  ostentaba 
el  trofeo  de  su  victoria. 

¡Oh  cruz  I  Todo  lo  arrastraste  hacia  ti,  para  que 
las  antiguas  figuras  se  convirtieran  en  la  verdad,  las 
profecías  en  manifestaciones  y  la  Ley  en  el  Evange- 
lio. Tú  eres  la  fuente  de  toda  bendición  y  causa  de 
toda  gracia,  la  cual  saca  fortaleza  de  la  debilidad^ 
gloria  del  oprobio  y  vida  de  la  muerte. 


_  21  — 

Tú  eres  la  muerte  de  la  muerte;  de  eterna  la  has 
convertido  en  temporal. 

Antes  de  morir  Jesucristo,  eternizó  su  testamento 
en  siete  cláusulas.  Abrió  después  el  libro  de  los  siete 
sellos;  quedaron  permanentes  los  dones  del  Espíritu 
Santo,  j  los  Sacramentos  empezaron  á  derramar  la 
gracia  (1). 

* 

Conocido ,  en  lo  que  humanamente  se  alcanza ,  lo 
que  es  propio  de  Jesucristo  en  cuanto  Dios  y  en 
cuanto  Hombre,  j  especialmente  lo  que  concierne  al 


(1)  La  doctrina  relativa  á  Jesucristo,  en  un  todo  calcada  en 
la  doctrina  de  Santo  Tomás,  lleva  por  objeto  secundario  el  ha- 
cer ver  cómo  de  antemano  dejó  deshechas  las  falsas  enseñanzas 
de  los  que  hablan  del  Dios  inman^ente  en  el  mundo  y  en  la  his- 
toria el  Ángel  de  las  Escuelas. 

De  sentir  es  que  las  hermosas  y  profundas  oraciones  sagra- 
das acerca  de  la  divinidad  de  Jesucristo  que  oímos  al  sapientí- 
simo prelado  Sanz  y  Forés  no  hayan  sido  impresas,  y  de  sen- 
tir sería  que  corrieran  la  misma  suerte  las  de  los  Excmos.  Seño- 
res Obispos  de  Salamanca  y  Sion,  padres  Cámara  y  Cardona. 
¿Por  qué  se  han  de  quedar  en  el  olvido  obras  de  tanta  ciencia, 
de  tanta  profundidad  y  de  tnnta  unción  y  elocuencia? 

El  ilustre  Caminero,  obispo  electo  de  León,  llevado  al  cielo 
antes  de  ocupar  la  silla  episcopal,  nos  ha  dejado  un  hermoso  li- 
bro acerca  de  la  Divinidad  de  Jesucristo,  y  en  él  deshechos  que- 
dan los  errores  racionalistas. 

Por  el  mismo  sendero  ha  seguido  combatiendo  también  á  los 
sectarios  de  la  Escuela  de  Tubinga,  con  unos  artículos  que  lla- 
maron mucho  la  atención,  hace  próximamente  cuatro  años,  en 
un  periódico  religioso  de  esta  corte,  y  en  los  días  de  Semana 
Santa,  D.  Mariano  Calvo  Martín,  cura  párroco  actualmente  en 
el  pueblo  de  Griñón,  diócesis  de  Madrid- Alcalá,  y  licenciado 
en  Derecho  civil  y  canónico. 


—  22  — 

oficio  de  Redentor,  entramos  ahora  á  considerar  el 
misterio  de  los  misterios,  la  institución  del  Santí- 
simo Sacramento,  el  efecto  sobrenatural  de  la  con- 
sagración eucarística. 

Ardua  empresa  para  inteligencias  que  no  llegan  á 
comprender  ni  aun  todas  las  verdades  del  orden  pu- 
ramente natural. 

Para  que  al  menos  en  el  plan  y  método  expositivos 
no  falten  ni  luz  ni  orden,  reduciremos  la  cuestión  á 
cuatro  puntos  principales.  Los  dos  primeros  se  rela- 
cionan con  el  lugar  j  tiempo  del  hecho;  los  dos  se- 
gundos desentrañan  lo  que  desentrañarse  puede  del 
mismo,  considerándole  en  su  propia  realidad. 

Seguiremos  paso  á  paso  á  los  Evangelistas,  ¡Dorque 
ellos  encierran  toda  la  doctrina.  La  exposición,  ó  me- 
jor dicho  el  aclaramiento  de  las  ideas  que  nos  han 
dejado  perennes  en  sus  sagrados  escritos,  consistirá  en 
indicar  el  valor  y  alcance  de  las  palabras. 

¿En  dónde  se  celebraba  la  Pascua?  En  Jerusalén. 
No  siempre  la  fiesta  tuvo  en  esta  ciudad  su  cumpli- 
miento. La  primera  se  realizó  en  Egipto;  las  siguientes 
en  el  desierto  y  en  Jericó;  y  constituido  que  fué  el 
pueblo  de  Dios  y  tuvo  su  capital  en  Jerusalén ,  quedó 
terminantemente  mandado  que  sólo  en  la  ciudad  que 
poseía  el  templo  del  Señor  podía  ser  llevado  al  sacri- 
ficio el  cordero  pascual. 

De  lo  primero  están  las  pruebas  en  el  Antiguo  Tes- 
tamento, y  de  lo  segundo  en  los  Evangelistas.  (San 
Mateo,  XXVI,  18  y  19;  San  Marcos,  xiv,  13,  14,  15 

7  16.) 

San  Lucas  puntualizó  más,  y  ello  nos  obliga  á  tras- 
ladar su  texto: 


—  23  — 

TE  '/jjjiw  xí»  nájj^a,  iva  «páYCüjjiev c'ooi  el^s^GóvTtov  ujiuiv  ei;  xr^r> 

TtóXw.  (xxii,  8  y  10.)  Et  misit  Petrum  et  Joannem, 
dicens:  Euntes  ¡zarate  nobis  pascha,  nt  mancluce- 
mus Ecce  euntibus  vobis  in  civitatem, 

Y  envió  á  Pedro  y  á  Juan,  diciendo:  Idos  á  pre^ 
pararnos  la  pascua  para  que  comamos,  Hed  ahí  que 
entrando  vosotros  en  la  ciudad,,,.. i> 

No  puede  ofrecerse  mayor  claridad  al  usar  los  Evan- 
gelistas los  vocablos  £'•? itóXtv.  La  pr02)0sición  et; 

denota  dentro,  lo  mismo  que  la  latina  in. 

En  esto  no  hay  dificultad  alguna,  y  sobre  todo 
cuando  ningún  escritor  tampoco  lo  ba  dudado,  ni  en 
la  tradición  se  conserva  nada  en  contrario. 

Que  no  siempre  se  celebró  en  Jerusalén  fácilmente 
se  prueba,  pues  el  precepto  y  la  celebración  tuvieron 
realidad  antes  de  la  existencia  de  la  ciudad  y  del 
templo,  é  incontestables  son  las  pruebas  señaladas  en 
el  Éxodo,  XII,  XIII,  6:  xxiii,  15:  xxxiv,  18;  Leví- 
tico,  XXIII,  5;  Números,  ix,  2,  10,  11,  12,  13  y  14: 
XX VIII,  17;  Deuteronomio ,  xvi,  1;  Josué,  v,  10. 
(Esta  es  la  primera  Pascua  celebrada  en  tierra  de 
Canaan,  y  la  tercera  entre  todas  las  anteriores, 
siendo  la  segunda  al  pie  del  Sinaí,  ya  indicada  en  la 
cita  de  los  Números,  xi,  2.  (Libro  primero  de  los  Re- 
yes, I,  3.) 

Y  ya  dentro  de  Jerusalén ,  ¿  qué  local  tema  desti- 
nado el  Redentor  para  celebrar  en  él  la  Pascua?  Aun- 
que no  faltan  comentaristas  que  entiendan  darse  en 
Jesucristo  intención  preconcebida  acerca  del  dueño 
de  la  casa  en  la  que  hospitalaria,  y  además  gustosísi- 
mamente,  se  le  había  de  recibir  tan  pronto  como  se 
presentase  con  sus  discípulos,  y  antes  á  Pedro  y  á 
Juan  para  que  arreglaran  todo  lo  necesario,  los  Evan- 


—  24  — 

gelistas  se  expresan  siempre  de  un  modo  indetermina- 
do. Jesucristo  no  individualizó,  á  pesar  de  concretarse 
algo  en  los  textos  de  San  Marcos  y  de  San  Lucas.  Co- 
mo Dios,  como  Verbo,  como  Sabiduría  eterna,  sabe 
de  antemano  cuanto  tenía  y  tiene  que  ocurrir;  como 
hombre,  apareció  acomodándose  admirablemente  á  lo 
que  en  aquellos  día  sucedía  j  se  daba  en  Jerusalén. 
La  ciudad  entonces  no  pertenecía  á  los  propietarios 
de  los  edificios.  Como  ciudad  santa,  era  del  pueldo 
escogido ;  así  que  sobre  todo  ciudadano  hierosolimitano 
pesaba  la  obligación  de  recibir  á  sus  hermanos,  sin 
que  mediara  retribución  alguna,  si  bien  se  le  cedía  la 
piel  del  cordero  sacrificado,  un  cacharro  de  arcilla  t 
restos  de  los  alimentos  del  banquete  ó  de  los  ban- 
quetes. 

Tanto  en  la  Tliora  como  en  la  Mischna,  en  los  Tal- 
mudes babilónico  y  hierosolimita,  pueden  encon- 
trarse los  datos  que  nos  enseñan  lo  que  vamos  con- 
signando, y  por  los  que  el  sentido  de  lo  dicho  por  los 
Evangelistas  no  queda  ni  puede  quedar  obscuro,  sino 
que  por  sí  mismo  aparece  muy  claro. 

San  Mateo  dice:  Ad  qmmdam.  (xxvi,  18.) 

San  Marcos  añade  más:  aEt  occurret  vobis  homo 
lagenam  aquce  bajidans — sequiminieum — et  quocum- 
QUE  intuiret »  (xiv,  13  y  14.) 

San  Lucas  conviene  en  lo  dicho  por  San  Marcos: 

'TiJ-w  avOpwTTo;  xepájxtov  uoaTO<;  j3afftá^cüv*  á/.oXouOirTaTE  auxtp 
£?;  T'^^v  ou{av  o'j  elaTropsóetai.  —  Ka\  spaT-ze  tw  olxoSíffTtóxí)  xtJ; 
olvltc, 

Conviene  fijarse  en  la  manera  de  hablar  de  San 
Mateo,  más  concisa,  pero  referente  al  dueño  de  la 
casa.  Ite  in  cimtatem  ad  quemdam  (idos  dentro  de  la 
ciudad)  (y  dirigios)  á  cualquiera,  pues  añade  inme- 


—  25  — 

diatamente  et  dicite  ei  (y  decidle).  San  Marcos  y  San 
Lucas  denotan  un  precedente,  el  de  nn  criado,  al  que 
Jesucristo  no  llama  ni  siervo,  ni  esclavo,  sino  hoinbre, 
que  llevaría  agua,  ó  bien  para  preparar  la  masa  de 
los  ázimos,  según  estaba  prescrito,  que  debía  hacerse 
con  determinadas  horas  de  antelación  á  fin  de  que  se 
posara  y  quedase  lo  más  pura  posible,  ó  también 
para  el  baño  y  abluciones  que  debían  preceder  á  la 
celebración  de  la  cena  pascual. 

Así  como  al  nacer  Jesucristo  no  encontró  su  San- 
tísima Madre  posada  alguna,  y  así  había  de  acontecer 
porque  nacía  para  todos,  lo  mismo  para  los  judíos 
que  para  los  gentiles,  y  no  podía  encerrarse  tal  naci- 
miento en  determinado  recinto  de  la  población  judía, 
la  cena  legal,  propia  y  exclusiva  de  un  solo  pueblo, 
se  verificaba  dentro  de  los  hogares  de  Jerusalén;  y 
como  la  hospitalidad  era  obligatoria,  Jesucristo,  por 
cumplir  la  ley  y  acomodándose  á  lo  tradicional,  no 
manifestó  preferencia  determinada  en  favor  de  algu- 
no, aunque  bien  se  le  alcanzaba  quién  había  de  poner 
á  su  disposición  el  sitio,  para  que  en  él,  después 
de  cumplir  con  el  mandato  de  Moisés,  quebrara  la 
figura,  arrancara  las  sombras  y  apareciesen  la  reali- 
dad y  la  luz. 

Señal  alguna  topográfica  no  hallamos  en  los  libros 
sagrados  de  la  Ley  Nueva.  ¿Qué  sitio  ocupaba  la  casa 
en  donde  se  hizo  la  cena?  No  se  puede  contestar  de 
un  modo  categórico,  al  igual  que  nos  ocurre  respecto 
del  nombre  del  dueño. 

Se  supone,  siguiendo  una  tradición,  que  estaba  no 
lejos  del  último  lienzo  de  muralla  al  Sudoeste,  por 
supuesto  dentro  de  su  circunvalación,  al  Sud  del  pa- 
lacio de  Caifas,  y  mirando  por  el  Oeste  al  valle  de 


—  26  ~ 

Hinnón,  y  al  Sur  al  Monte  del  Mal  Consejo ,  ambos 
fuera  de  muros  (1). 

Y  acerca  del  tiempo  de  su  celebración,  ¿qué  puede 
decirse? 

Confesamos  que,  boy  por  hoy,  no  entra  en  el  cálculo 
de  un  solo  hombre  el  poder  puntualizar,  precisando, 
el  relativamente  inmenso  caudal  bibliográfico  que 
existe,  sin  contar  lo  muchísimo  perdido,  y  que  forma 
un  argumento  por  sí  solo  acerca  de  la  divinidad  de 
nuestra  santa  religión,  aun  por  el  solo  carácter  de  su 
universalidad. 

A  pesar  de  una  dificultad,  al  parecer  insuperable 
para  nosotros,  en  una  división  general  se  encierríi 
todo:  en  la  de  escritores  ortodoxos  y  heterodoxos. 

De  entre  los  segundos,  convienen  muchísimos  con 
los  primeros,  no  en  su  significación  católica,  ]3ero  sí 
en  su  valor  histórico;  y  se  han  dado  divergencias  por 
lo  tocante  al  momento,  mejor  dicho,  no  respecto  del 
mes,  sino  en  cuanto  al  día,  entre  unos  y  otros.  Aliora 
no  hemos  de  tocar  la  mies  racionalista,  cubierta  de 
niebla  y  neguilla.  La  dedicamos  sección  aparte. 

A  manera  de  principio  fundamental  establecemos 
el  siguiente.  Jesucristo  cumplió  siempre  todos  los 
preceptos  ceremoniales  establecidos  por  Moisés.  Luego 
no  se  separó  nunca  de  sus  prescripciones  y  prácti- 
cas (2).  La  doctrina  evangelista  no  enseña  otra  cosa 


(1)  Escrito  esto,  leemos  que,  según  los  últimos  datos,  se  ha 
encontrado  una  piedra  en  la  que  se  supone  estuvo  sentado 
Jesucristo  durante  la  cena.  Semejante  detalle  no  responde  al 
modo  de  estar  echados  conforme  al  cual  se  celebró  la  Pascua. 

(2)  ccNolite  putare  quoniam  veni  solvere  legem,  aut  Prophe- 
tas:  non  veni  solvere,  sed  adimplere.»  (San  Mateo,  cap.  v^  17.) 


—  27  — 

que  lo  expuesto  y  hecho  por  El.  De  donde  no  puede 
negarse  que  entre  lo  encerrado  en  los  Evangelios  y  en 
el  Antiguo  Testamento,  y  que  se  refiere  á  la  cena, 
exista  y  existe  una  admirable  conformidad  y  armo- 
nía. Veámoslo. 

La  cena  se  celebró  el  día  14  del  mes  de  Nisán,  que 
comprendía  2)arte  de  nuestros  meses  Marzo  y  Abril. 

En  efecto.  El  Éxodo  manda:  «Servabitis  eüm 
(agnum)  usque  ad  quartam  decimam  diem.:í)  (Le  cus- 
todiaréis hasta  el  día  catorce.)   Immolabitque  eum 

UNIVERSA  MULTITUDO  FILIORUM  ISRAEL  AD  VESPERAM. 

(Y  todos  los  hijos  de  Isfxtel  inmolarán  el  cordero  hacia 
la  tarde,) 

No  dice  el  texto  in  vesperam^  sino  ad  vesperam^ 
ó  sea  que  el  sacrificarle  era  antee  de  la  segunda  vís- 
pera. El  texto  hebreo  claramente  lo  encierra,  que,  tra- 
ducido, así  dice:  Entre  las  dos  tardes  ó  vísperas. 
D^i")7  fii  (cap.  XII,  6).  El  versículo  8  esjíccifica  lo 
siguiente:  Y  comerán  carnes  en  aquella  noche  asadas 
al  fuego.  Carnes  no  es  lo  mismo  que  el  cordero. 
Se  refiere  el  texto  al  Khagigah,  otra  clase  de  víctimas 
que  podían  comerse  antes  del  cordero;  y  como  se  con- 
signa que  en  aquella  noche ^  se  deduce  que  antes  de 
ella  era  comido  el  cordero,  pues  ya  de  noche  era  nuevo 
día,  según  los  hebreos,  y  por  ende  el  día  15  de  Nisán, 
y  la  cena  propia  del  cordero  precedía  al  día  de  la 
fiesta. 

En  el  libro  de  los  Números,  cap.  ix,  2,  3,  hállase 
lo  siguiente:  Facient  jilii  Israel  phase  in  tempore 
suo  quator  decima  die  mensis  hujus  (Nisán)  ad  ves- 
peram  juxta  omnes  cceremonias Los  Setenta  tra- 
ducen la  designación  del  tiempo  del  siguiente  modo: 
Ilpó?  lüTtlpav  xixá  xaipóv  áuxoü,  xaxat  x6v  v¿(jlov 


—  28  — 

Hacia  la  tarde  según  su  tiempo  (momento),  según 

su  ley ,  habiendo  trasladado  las  palabras  xa-ca  xatpáv 

áuxou  al  versículo  siguiente,  siendo  del  segundo  en  el 
texto  hebreo,  que  termina  así  :'t;"C2  ríDsn. 

El  sentido  no  puede  estar  más  claro,  pues  al  pre- 
ceptuar que  la  Pascua  (phase)  se  haga  á  su  tiempo, 
le  determina  en  el  versículo  tercero,  al  señalar  el  mes 
y  el  día  y  en  la  tarde,  debiendo  entenderse  aquí  el 
significado  de  ad  vesperam  ])0v  la  segunda  víspera, 
de  tres  á  seis.  La  trasi^osición  del  indicado  inciso  en 
la  versión  de  los  Setenta  no  deja  de  ser  digna  de 
observación,  cuando  no  está  así  en  el  texto  original  y 
cambia  el  sentido  que  en  él  se  encierra. 

Confírmase  esto  mismo  con  el  texto  que  nos  ofrece 
el  Deuteronomio ,  cap.  xvi,  6: 

«ImMOLABIS  (1)  PHASE,  VESPERE  AD  SOLIS  OCCASUM, 
QUANDO  EGRESSUS  EST  DE  EgYPTO.5) 

Inmolarás  la  pascua  en  la  tarde  la  (de)  la  postura 
del  sol,  quiere  decir,  en  la  segunda  víspera. 

El  libro  de  Josué  está  terminante:  ccMaxseruxtque 
FiLii  Israel  in  Galgalis  et  feceruxt  phase  qua- 
tuordecima  die  mensis  (Xisán)  ad  vesperam  in  cam- 
PESTRiBUS  Jerico.»  (Celebraron  la  Pascua  el  día  ca- 
torce en  la  víspera  (última.)  Y  Esdras,  lib.  i,  cap.  vi, 
19,  21,  refiere  completamente  lo  mismo  en  cuanto  al 
día.  Se  calla  la  hora;  y  el  profeta  Ezequiel,  cap.  xlv, 
21,  ordena  lo  mismo  en  nombre  del  Señor  para  el 
primer  mes  (del  año  sagrado),  el  mes  de  Xisán,  y  para 
el  día  14,  pudiéndose  agregar  lo  contenido  en  el  libro 
tercero  (no  canónico)  de  Esdras,  capítulo  y  versículo 
primeros. 


(1)  Á  las  tres  empezaba  el  sacrificio  de  los  corderos. 


m 


—  29  — 

Si  alguna  duda  levantase  la  cabeza  porque  no 
suena  lo  mismo  sacrificar  la  pascua  que  comer  la 
pascua^  y  que  por  ello  bien  se  pudo  dar  que  el  sacri- 
ficio se  consumase  en  la  segunda  víspera  del  día  14, 
pero  que  el  cordero  pascual  fuese  comido  al  empezar 
el  día  15,  con  toda  seguridad  que  no  había  de  pros- 
perar su  intento,  ya  que  el  Éxodo  echa  por  tierra 
buantas  suposiciones  en  contrario  se  busquen.  El 
mismo  Moisés  rebate  de  antemano  cuantos  argumen- 
tos en  contrario  se  hayan  podido  y  se  puedan  presen- 
tar. Véase  cómo: 

«Primo  mense  (el  que  entonces  empezó  á  figurar 
como   tal   en   el  año  religioso,   el  mes  de  Nisán), 

QUARTA  DECIMA  DIE  MENSIS  (el  CatorCC) ,  AD  VESPERAM 

(la  segunda  víspera,  hora  de  la  salida  del  Egipto) 
coMEDETis  azymaI  usquc  ad  diem  vigesimam  ejus- 
dem  mensis » 

No  puede  pedirse  decisión  más  terminante:  j^rinier 
mes,  día  14  y  en  la  (segunda)  víspera. 

Recorrido  tan  largo  y  peligroso  camino  en  el  orden 
de  investigación  y  análisis  por  lo  tocante  al  conte- 
nido del  Antiguo  Testamento,  veamos  qué  nos  ense- 
ñan los  Evangelistas,  y  aparecerá  la  admirable  con- 
cordancia existente  entre  todos  ellos. 

Y  sea  lo  primero.  Los  Evangelios  no  hablan  sino 
de  un  mismo  acto.  Según  San  Mateo:  caVespere 
autem  Jacto,  discumbebat  cum  duodecim  (Christus) 
discipulis  suis,yy  Llegada  la  tarde,  estaba  puesto  á  la 
mesa  (echado)  (Cristo)  en  compañía  de  sus  discípulos. 

San  Marcos  se  expresa  del  mismo  modo. 

San  Lucas  dice:  (íEt  cum  Jacta  esset  hora  discuhuít 
et  duodécima,  etc.  Y  llegada  la  hora,  se  puso  á  la 
mesa  con  sus  doce  discípulos. 


—  30  — 

El  evangelista  San  Jnan  indica:  <f.Et  ccena  facta 
cum  diaholusD^  etc.  Preparada  la  cena.  Llegada  la 
hora  de  la  Cena,  etc. 

Obsérvese  en  los  mismos  textos  que  todos  ellos  con- 
tienen lo  referente  á  la  intención  de  Judas,  y  que 
Cristo  afirma  á  sus  discípulos  que  uno  de  ellos  le 
haría  traición. 

Además,  como  fin  de  la  fiesta,  señalan  lo  mismo 
los  cuatro  Evangelistas:  la  ida  al  Huerto  de  Getse- 
-maní.  Las  palabras  del  último  Evangelista  expresan 
que  Cristo  se  fué  más  allá  del  Torrente  Cedrón;  San 
Mateo,  San  Marcos  y  San  Lucas  nos  dicen  el  lugar  de- 
terminándole el  Monte  Olívete,  aj^areciendo  un  inciso 
en  el  Evangelio  de  San  Lucas,  inciso  que  nos  da  á 
conocer  la  costumbre  del  Salvador  de  buscar  allí  en 
donde  retirarse:  aEt  ihat,  secundum  consuetudinem, 
in  Montem  Olivarum.i> 

'  Explicado  así  el  primer  punto,  es  decir,  el  que  los 
Evangelistas  concordes  tratan  de  una  misma  cena, 
señalaremos  el  día  del  mes  de  Xisán  en  el  que  se  ce- 
lebró, no  habiendo  sido  otro  que  el  día  14.  Y  en  esto 
tampoco  hay  diversidad  de  pareceres  entre  los  escri- 
tores sagrados  á  pesar  de  lo  mucho  que  se  ha  traba- 
jado y  escrito,  y  en  especial  por  los  de  la  Escuela  de 
Tubinga,  con  la  idea  de  introducir  la  duda  acerca  del 
mérito  del  Evangelio  del  Águila  de  Patmos. 

Llegado  el  primer  día  de  los  ázimos,  se  acercaron 
los  discípulos  á  Jesús,  diciéndole:  «¿En  dónde  quieres 
que  te  preparemos  (lo  necesario)  para  comer  la 
pascua?» 

Oída  la  respuesta,  hicieron  lo  que  les  había  man- 
dado, y llegada  la  tarde  (v espere  autem  facto),  ya 

estaba  con  sus  discípulos  d  la  viesa,  en  la  víspera. 


—  Si- 
san Marcos  señala  también  el  primer  día  de  los 
ázimos. 

Las  palabras  de  San  Lucas,  cap.  xxii,  no  pueden 
ser  más  terminantes:  aLlegó  el  día  de  los  ázimos^  en 
el  que  era  necesario  (occidi  pascha)  que  fuese  muerta 
la  pascual)^  es  decir,  que  el  cordero  fuese  sacrificado, 
Jesús  encargó  á  San  Pedro  y  á  San  Juan  que  lo  dis- 
pusieran todo,  los  que  le  preguntaron:  «¿En  donde?» 
Cristo  les  manifestó  que  en  la  ciudad  hallarían  á  un 
hombre  portador  de  una  ánfora  con  agua,  que  le  si- 
guiesen, y  que  al  dueño  de  la  casa  le  manifestaran  lo 
siguiente:  c(El  Maestro  dice:  ¿en  dónde  está  el  apo- 
sento en  el  que  he  de  comer  la  pascua  con  mis  discí- 
pulos?, y  destinará  un  cenáculo  grande  y  bien  amue- 
blado, y  en  él  preparadlo  todo»;  y  así  dispusieron  lo 
necesario  para  la  pascua,  y  llegada  la  hora  y  acom- 
pañado de  sus  discípulos,  se  puso  á  la  mesa. 

^HX6;  Se  ^  -^^alpa  twv  á^újL(üv,£v  •^  eíet  OúíoGai  xh  Tzk^y'ct 

)ÍY£t  aot  ó  8t5áj)caXo5*  Ilou  ¿att  xh  xaxiXoaa,  o:tou  xh  •ná.d'/OL 
jxexa  TCüv  [xaG/jXWv  |j.ou  cpáyw;  xocxswOí;  'jjjlÜ*  0£Í;£i  áviÓY£OV  \i.iyx 
ETTpwjJilvov  £/£"í  i-zrjiíkÓLjOLxe. — '^AteXOÓvte;  C£  £opov  xaSo);  £l'pr//£v 
auxoT^'  xal  -^zolikatjx^  xó  Trád^^a. — Ka\  ox£  £v|v£xo  '^¡  ^p^, 
áv¿::£C7e,  xa\  ol  ca)0£xa  ázósxoXot  (nótese  Apóstoles)  ouv  ouxw. 

Para  los  que  no  distinguen  el  modo  de  contar  los 
días  entre  los  hebreos  y  los  romanos,  encierra  una 
dificultad  muy  fuerte  el  texto  de  San  Juan:  np6  II  xr^? 
lopxr^?  xou  náa^^a  (xiii,  1).  (1)  No  hay  tal.  Calcúlese  á 
la  romana,  pues  San  Juan  escribía  para  los  no  judíos 
principalmente,  y  la  dificultad  no  resulta  más  que 
para  quienes  no  han  caído  en  la  cuenta  ó  no  quie- 
ren caer  en  ella;  y  otro  tanto  sucede  con  la  palabra 


(1)  Anotación  paduana. 


—   32  — 

parasceve,  empleada  exclusivamente  siempre  para 
la  víspera  del  sábado.  San  Marcos  nos  lo  ensena  (xv, 
42,  Ilflfpaffxeu:^  o  eati  ttjío  (Tá|33axov,  y  con  él  también 
San, Juan,  xix,  14. 

Consta,  pues,  que  lo  mismo  el  Antiguo  que  el 
Nuevo  Testamento  se  refieren  á  una  misma  Pascua, 
celebradas  en  un  mismo  mes  y  en  un  mismo  día  y  en 
una  misma  hora:  mes  de  Nisán,  día  14  y  al  fin  de  la 
hora  nona,  dentro  de  la  segunda  tarde  ó  víspera,  al  fin. 

Así  se  comprenderá  que  la  Pascua  precedió  á  los 
ázimos,  aunque  mediando  muy  poco  tiempo,  quizás 
la  sola  sucesión  de  los  actos.  Téngase  en  cuenta  que 
en  determinada  época,  ya  muy  avanzada,  el  día  de 
la  pascua  fué  teñido  por  el  día  de  los  ázimos,  y  es- 
pecialmente en  Galilea. 

Los  Evangelistas  se  acomodaron  á  tal  designación, 
cuando  escribieron :  Prima  autem  die  azymorum  (San 
Mateo);  Primo  die  azymorum  (San  Marcos);  Venit 
autem  dies  azymorum  (San  Lucas). 

Y  ¿en  qué  consistía  la  Pascua?  ¿Qué  significa  y 
qué  entraña  comedere  pascha,  comer  la  j^^-^^^^ua? 
¿Qué  va  incluido  en  las  palabras  parayerunt  pas- 
cha, prepararon  la  pascua? 

Ante  todo,  mediando  unos  días,  desde  el  diez  del 
mismo  mes  era  escogido  el  cordero,  nu,  macho,  de 
un  año  y  sin  defecto  alguno  D'>^n. 

Aceptan  muchos  el  que  le  podía  sustituir  un  ca- 
brito; y  no  vemos  razón  fundamental  ni  seria  para 
ello.  La  nunca  interrumpida  práctica  de  echarse  mano 
de  un  cordero,  dice  mucho  en  favor  de  nuestra  opi- 
nión, y  del  texto  no  se  deduce  licencia  alguna  para 
ello.  De  la  expresión  Juxta  quem  ritum,  tolletis 
ET  hcedum,  según  el  cual  rito  escogeréis^  y  un  cabrito  y 


MUSEO  NACIONAL  DE  PINTURAS.  -  MADRID. 


EL  TRIUNFO  DE  LA  IGLESIA  SOBRE  LA  SINAGOGA. 
Pintura  atribuida  á  Huberto  Van  Eyck. 


H 


no  se  desprende  significación  alguna  disyuntiva,  sino 
continuativa,  y  significa  también. 

Se  corrobora  esto  de  que  no  podía  darse  la  susti- 
tución del  cordero  por  un  cabrito,  por  una  disposi- 
ción que  prescribe:  <lSí  7io  hubiese  más  que  el  cordero 
(en  la  Pascua),  el  esclavo  comerá  también  de  él;  pero 
si  hubiese  también  un  cabrito ,  comerá  del  cabrito  so- 
lamente»; y  que  se  servía  en  el  khagtgak  del  día  14 
y  antes  del  cordero,  que  era  la  verdadera  pascua. 

Los  Setenta  tradujeron  al  pie  de  la  letra  el  texto 
hebreo  del  versículo  3,  diciendo:  Tipópa-cov  xat'  ¿íxou? 
Tratpicüv ,  Tipó^axtóv  xax'  oWav. 

un  cordero  para  cada  casa  de  los  padres^  un  cordero 
para  cada  casa»  Ya  explicaremos  más  adelante  el 
sentido.  Y  en  el  texto  hebreo  correspondiente  á  tol- 
LETis  ET  H(EDUM  uo  liallamos  equivalencia  com- 
pleta en  el  latino,  puesto  que  en  él  se  dice  ovejas, 
cabras.  No  quiere  decir  esto  que  la  traducción  resulte 
hecha  sin  el  debido  conocimiento  del  hebreo.  No; 
está  trasladada  libremente,  pero  salvando  lo  esencial 
precisamente  con  la  conjunción  et  continuativa,  sig- 
nificando además.  Los  Setenta  y  las  Pentaplas  j 
Exaplas  y  otras  poliglotas  nos  dan  con  exactitud 
completa  la  idea  del  hebreo.  ¡Como  que  el  segundo 
inciso  se  refiere,  no  á  la  pascua,  sino  á  otras  víctimas 
que  podían  sacrificarse  en  el  mismo  dial 

Una  vez  elegido  el  cordero  según  las  ceremonias 
prescritas  para  el  caso,  se  le  guardaba  en  sitio  aparte 
hasta  el  día  14,  en  el  que,  llevado  sobre  los  hombros 
del  dueño  de  la  casa  ó  representante  de  la  familia,  era 
sacrificado  por  él  mismo  en  el  atrio  del  templo  des- 

3 


—  34  — 

tinado  á  tal  fin.  Los  sacerdotes  recogían  la  sangre  y 
la  echaban  al  pie  del  altar.  Allí  mismo,  y  por  el  jefe 
ó  representante  de  la  familia,  quedaba  desollado,  y 
cada  cual  se  volvía  á  su  casa,  no  sin  dejar  antes  so- 
bre el  altar  la  cola,  los  ríñones,  el  hígado  y  la  grasa 
de  los  intestinos,  únicas  fracciones  del  cordero  que 
en  el  templo  se  consumían  en  holocausto.  Y  se  ha- 
cía todo  esto  á  contar  desde  el  principio  de  la  hora 
nona  (tres  de  la  tarde).  Una  vez  asado,  se  esperaba  el 
momento  xaipó;  de  comer  la  pascua  antes  de  la  hora 
'prima  de  la  noche  (ó  sea  las  seis). 

Que  otras  víctimas  quedaban  también  sacrificadas, 
colígese  de  lo  dicho  antes  y  de  lo  contenido  en  el 
Deuteronomio  (xvi,  2),  y  que  se  destinaban  al  kha- 
gigah.  Entiéndase  que  el  khagtgah  era  doble:  uno 
para  el  día  14,  y  no  obligatorio,  y  otro  j)ara  el  día  15. 
Aun  entraba  más  en  la  preparación. 

Los  panes  ázimos  y  las  hierbas  amargas.  Se  ha  in- 
dicado antes  que  el  agua  con  antelación  queda  dis- 
puesta. Con  harina,  no  sólo  de  trigo,  sino  también 
de  cebada  j  avena,  se  disponía  la  masa  (al  decir 
ázimo,  claro  que  no  entraba  la  levadura),  y  se  la 
moldeaba  en  forma  circular  ú  ovoidea,  muy  aplas- 
tada y  de  un  diámetro  que  no  bajaba  de  tres  ni  pa- 
saba de  seis  centímetros  en  los  de  uso  corriente.  La 
cochura  se  obtenía  sobre  planchas  de  hierro  ó  car- 
bones. 

Las  achicorias,  acelo'as,  lechuo-as  y  otras  hortali- 
zas  componían  el  conjunto  de  las  hierbas  amargas;  j 
con  pasas,  higos,  dátiles,  almendras  y  canela,  y  her- 
vido todo  en  vinagre,  obteníase  el  kharoset^  equiva- 
lente á  una  salsa  especial. 

Resultando,   pues,   para  la  cena  pascual,   como 


—  35  — 

elementos  componentes,  el  cordero  asado,  los  ázimos, 
las  hierbas  j  la  salsa,  vino  j  agua. 

El  día  anterior  al  de  la  Pascua,  con  ceremonias 
muy  solemnes,  no  se  dejaba  rincón  alguno  de  la  casa 
sin  mirar,  á  fin  de  retirar  todo  objeto  fermentado, 
limpiándose  también  antes  cuantos  recipientes  y  ca- 
charros hubiesen  contenido  ó  tocado  levadura.  A  la 
luz  de  una  lámpara  con  aceite  ó  de  vela  de  cera  tam- 
bién (1),  llevábase  á  ejecución  el  acto,  y  lo  que  fer- 
mentado se  encontraba  el  fuego  lo  destruía,  menos 
lo  que  se  reservaba  para  comer  hasta  el  mismo  día 
de  la  Pascua,  y  hora  de  nuestras  doce  de  la  mañana. 
Del  sobrante,  el  fuego  daba  también  cuenta. 

Diez  personas  componían  el  número  menor  para 
cada  reunión,  y  no  se  podía  pasar  de  veinte.  Ahora 
se  comprenderá  el  sentido  del  texto  traducido  por  los 
Setenta:  •rrpópaTOv  xxt'  óÍx'^u^  TtaxpttüVj  Trpópaxov  xax'  oCxíav; 
un  cordero  para  cada  casa-  de  los  padres ,  un  cordero 
para  cada  casa.  Si  el  número  de  individuos  en  una 
sola  casa  no  alcanzaba  la  decena,  reuníanse  los  de 
la  familia  hasta  completar  el  total,  j^udiendo  agre- 
garse hasta  veinte.  Podía  suceder  el  que,  á  veces,  ni 
diez  se  dieran.  Entonces  se  permitía  llenar  el  nú- 
mero con  los  vecinos.  Esto  corresponde  á  la  primera 
parte  del  texto:  rpópatov  xai'  ¿(xou^  TtoccptíSv.  ^La  casa 
contenía  diez  ó  más  indi\dduos  hasta  veinte?  La  casa 
por  sí  sola  tendría  un  cordero.  Ttpópaxov  xax'  o(xtav,  ó  sea 
uno  para  las  casas  (reunidas);  uno  para  la  casa  (sola). 


(1)  Lo  de  la  candela  de  cera  consta  también  en  los  escritos 
de  un  judío  español,  que  en  lengua  castellana  v  escritura  he- 
brea, como  las  lápidas  de  la  Coruña,  dice:  aEn  entrada  di  ca- 
torze  del  mex  de  Nisan con  candela  di  ceraj) 


—  36  — 

Sigamos.  ¿La  Pascua  se  celebraba  estando  los  co- 
mensales de  pie,  sentados  ó  echados?  La  que  inició 
en  Egipto  el  pueblo  hebreo  por  mandado  de  Moisés, 
figura  como  única  en  forma  de  comensales  estantes. 
Las  sucesivas  Pascuas,  lo  mismo  la  del  Desierto  que 
la  de  Jericó,  y  acaso  las  de  Jerusalén,  entre  familias 
poco  acomodadas,  en  actitud  sedentaria,  en  el  suelo, 
y  con  las  piernas  cruzadas ,  á  la  manera  de  los  orien- 
tales de  nuestros  tiempos.  Entre  las  personas  pudien- 
tes prevaleció  el  modo  de  estar  recostados  los  perso- 
najes, pudiendo  contener  los  lechos  desde  tres  hasta 
cinco  personas  (1). 

El  texto  del  Evangelio  categóricamente  testifica 
que  el  cenáculo  era  grande  y  con  lechos: 

'AvwyEov  {xiya  £CTxp(ü|A£vóv.    (San  LucaS,  XXII,  12.) 

Eesulta  de  todo  lo  anterior  que  Pedro  y  Juan  cum- 
plirían con  el  encargo  de  elegir  y  comprar  y  sacri- 
ficar el  cordero,  y  prepararle  á  su  debido  tiempo,  lo 
mismo  que  los  otros  elementos  necesarios.  Acerca  de 
esto,  el  Evangelio  guarda  silencio,  pero  se  deduce. 
Quizás  el  mismo  dueño  de  la  casa,  ya  que  la  ley  le 
autorizaba,  llenara  tan  indispensables  requisitos;  pero 

Jesucristo  les  dijo:  Preparad,..,.  exot;a.áffa'ce Pedro 

y  Juan  contestaron:  ¿En  dónde  quieíxs  que  dispon- 
gamos?    Tíoíi  OéXet;  eTO[tJiájaj{j.£v;  y  después  de  reponer 

el  Maestro:  Preparad  allí £>t£^  Ixotuájate,  San  Lu- 
cas concluye  con  las  siguientes  palabras:  <lY prepa- 
raron (Pedro  y  Juan)  la pascua\  •/.a'i  itof^xaíjav  to  iráj^a 
(xxii,  8,  12,  13). 


(1)  Los  artistas  notables  por  el  mérito  de  la  ejecución,  se  han 
apartado,  en  la  representación  de  la  Cena,  casi  siempre  de  la 
verdad  real  é  histórica. 


6Í 


Los  evangelistas  San  Mateo  y  San  Marcos  em- 
plean los  mismos  conceptos. 

Ahora  entramos  á  describir  el  acto  mismo  de  la 
pascua,  7  no  damos  rienda  suelta  al  deseo  de  expo- 
ner la  significación  de  cada  uno  de  sus  elementos 
porque  nos  llevaría  muy  lejos.  ■ 

Sabido  es  que  los  hebreos  para  comer  se  lavaban 
antes  las  manos,  y  que  no  tocaban  los  manjares  sin 
preceder  las  oraciones  correspondientes.  Dichas  éstas, 
el  que  presidía  presentaba  á  cada  uno  de  los  asisten- 
tes una  copa  llena  de  vino  y  con  la  qxnnta  parte  de 
agua.  Bendecida  que  fuera  por  él  mismo,  ninguno 
podía  negarse  á  beber  de  ella.  La  bendición  consistía 
en  las  siguientes  palabras:  Alabado  seas,  Serio?', 
nuestro  Dios,  Tú  eres  el  Rey  del  mundo  y  el  Creador 
del  fruto  de  la  viña  (1).  Cuando  todos  habían  be- 
bido, el  que  presidía  se  lavaba  las  manos,  y  acto  con- 
tinuo era  traída  la  mesa-,  baja,  circular,  elíptica  ó 
trapezoidal  y  puesta  sobre  una  especie  de  cubreal- 
fombra  impermeable,  mesa  que  ocupaba  el  centro  de 
los  triclinios,  los  qae  dejaban  un  hueco  para  el  manejo 
y  facilidad  del  servicio.  TpájiE^a  es  la  palabra  emplea- 
da por  San  Lucas.  Así  queda  determinada  su  forma. 

Indicamos  estas  particularidades  por  ser  necesa- 
rias para  la  inteligencia  del  texto  de  los  Evangelistas. 

Y  así  empezaba  la  pascua.  El  principal  ó  jefe  co- 
gía una  pequeña  porción  de  hierbas  amargas,  no 
llegaba  el  volumen  aparente  al  de  una  nuez,  como 
el  de  una  aceituna,  y  las  untaba  en  la  salsa  kharo- 
seh  y  se  las  comía,  precediendo  cierta  acción  de  gra- 


(l)  Benedictas  sis  tu,  Domine^  Djus  noster,  Rex  mundi,  qui 
creas  fructum  vitis. 


—  38  — 

cias,  y  á  cada  compañero  le  alargaba  después  una 
porción  igual. 

Entonces  se  recitaba  el  cántico  que  dice  así: 

(íEt  clamazimu8  ad  Dominum  Deum  patrum  nos- 
trorum^  qui  excmdivit  nos  et  respexit  humilitatem 
nostram  et  labor em  atque  angustiara. 

'»Et  eduxit  710S  de  yEyt/pto  in  manufortí  et  brachio 
extento,  in  ingenti  pavore,  in  signis  atque  porterdis. 

i>Et  introduxit  in  locum  istum  et  tradidit  nobis  ter- 
ram  lacte  et  melle  mananternD  (Deuteronomio,  xxvi, 
7,  8  7  9)^  después  de  retirada  la  mesa  para  la  prepa- 
ración de  la  segunda  copa  de  vino. 

Puesta  otra  vez  la  mesa  en  su  sitio,  el  dueño  de  la 
casa  ó  el  que  presidía  pedía  la  razón  de  ser  comidos 
el  cordero,  las  hierbas  y  los  ázimos,  y  á  cada  pre- 
gunta los  asistentes  daban  las  respuestas  por  sepa- 
rado. Orábase  de  nuevo,  y  después  de  decirse  el  salmo 
Laúdate^  pueril  Dominum  y  parte  del  In  exitu  Israel, 
más  la  acción  de  gracias  por  los  beneficios  recibidos, 
más  otra  oración  por  haber  sido  creada  la  viña,  era 
el  momento  de  ser  bebida  la  segunda  copa,  llegán- 
dose á  otro  momento  solemne  del  acto:  al  de  los 
ázimos.  Previo  el  lavarse  otra  vez  las  manos  el  dueño 
de  la  casa  ó  el  jefe  de  la  familia  ó  de  la  reunión,  to- 
maba dos  panes,  rompiendo  el  uno  en  dos  pedazos, 
uno  de  los  cuales  colocaba  sobre  los  otros  panes  api- 
lados, diciendo:  a  Alabado  seas^  Dios  nuestro.  Rey  del 
mundo,  Vos  que  habóis  producido  el  pan  de  la  tie- 
rra (1);  y  después  de  la  bendición  cogía  un  poco  de 
ázimo,  el  que  agregaba  á  algunas  hierbas  amargas 


(1)  Benedictas  sis  tu,  Domine,  Deus  noster,  Rex  mundi,  qui 
pro/ers  j)anem  ex  térra. 


—  39  — 

impregnadas  de  salsa,  diciendo:  <í Alabado  seáis ^  Se- 
ñor, Dios  ?iuest?v,  que  con  tu  mandato  nos  has  san- 
tificado^ y  prescrito  comer  pan  ázimo  con  hierbas 
amar g as. D  Después  de  las  cuales  palabras  comía  él, 
y  corría  de  mano  en  mano  entre  todos  para  que  á  su 
vez  comiesen. 

Y  por  fin  llegaba  el  instante  para  el  cordero,  prin- 
cipal alimento  de  la  cena.  Ya  se  ha  dicho  algo  res- 
pecto del  khag'igah.  Pues  bien;  uno  se  celebraba  el 
día  14,  precediendo  á  la  Pascua,  después  de  la  co- 
mida de  los  ázimos ,  á  continuación  no  interrumpida. 
La  oración  que  le  precedía  así  dice:  aAlabado  seáis, 
oh  Señor,  Dios  nuestro,  Rey  del  mundo,  que  nos 
habéis  mandado  comer  las  victimase;  y  comido  que  se 
hnbiera  de  éstas,  se  llegaba  al  momento  mismo  de 
la  pascua.  Cumplida  la  acción  de  gracias  por  el  pre- 
cepto de  comer  el  cordero,  desde  el  punto  en  que  el 
jefe  de  la  familia  le  tocaba,  gustándole,  brotaba  la 
alegría  entre  todos.  Era  castigado  el  que  le  rompiese 
algún  hueso.  Durante  algún  tiempo  todos  se  despa- 
chaban comiendo  y  bebiendo  á  su  gusto.  Del  cordero 
nada  de  carne  podía  quedar  sobrante. 

Cuando  el  presidente  llevaba  á  la  boca  el  último 
pedazo  del  cordero,  ninguno  podía  echar  ya  mano  á 
los  manjares.  Lavábase  las  manos,  y  seguían  la  ac- 
ción de  gracias  y  otra  oración  preparatoria  de  la  ter- 
cera copa,  que  era  bebida  á  continuación:  después 
seguía  el  cántico  del  Hallel,  ó  sea  de  los  salmos  cxiii, 
cxiv,  cxv,  cxvi,  cxvii  y  cxviii,  y  con  ello  se  daba 
tiempo  á  la  preparación  de  la  cuarta  copa,  la  que  j)re- 
parada  y  precedida  de  la  bendición,  y  concluida  y 
conclnído  el  cántico,  era  bebida  también  obligatoria- 
mente; y,  por  último,  llegaba  el  turno  al  Hallel 


—  40  — 

mayor,  compuesto  de  varios  salmos,  y  entre  ellos 
el  xxxvii,  Super  jiiimina  Babjlords,  salmos  que 
podían  cantarse  al  salir  del  banquete,  que  no  podía 
durar  más  allá  de  nuestras  doce  de  la  noche,  dándose 
una  quinta  copa,  no  de  precepto. 

Lo  sobrante  se  quemaba  antes  de  las  mismas  no- 
ches, á  no  caer  el  primer  día  de  los  ázimos  en  sá1)ado? 
pues  en  tal  caso  se  dejaba  2)ara  el  siguiente  día. 

* 

Conocido,  por  lo  expuesto  anteriormente,  qué  ritos 
y  ceremonias  daban  el  ser  á  la  cena  23ascual  y  la  com- 
pletaban, con  suma  facilidad  ha  de  ¡Donerse  á  la  con- 
sideración de  nuestros  lectores  cómo  Jesucristo  cum- 
plió en  ella  íntegra  j  exactamente  todas  las  prescrip- 
ciones judaicas. 

No  es  que  desconozcamos  la  gran  dificultad  que 
encierra  la  cuestión  bajo  el  punto  de  vista  documen- 
tal; al  contrario,  la  hemos  mirado,  visto,  distinguido 
y  analizado,  sumergiéndonos  en  ella  antes  del  intento 
de  querer  notificar  su  contenido  á  nuestros  lectores, 
y  en  especial  cuando  Lightoof  categóricamente  con- 
signa en  el  cap.  xiii,  núm,  5,  y  en  sus  últimas  pala- 
bras (ministeriiim  temjplí)^  lo  siguiente:  Afirmatur 
Christum  coenam  fecisse^  sed  nunquam  2)rohatum, 
«Que  aun  cuando  se  afirme  que  Cristo  celebró  la  cena, 
no  se  ha  probado.» 

Los  Evangelistas,  con  sus  narraciones,  no  dejan 
lugar  alguno  á  la  duda.  Preguntaron  los  Apóstoles 
al  Salvador  en  dónde  le  prepararían  la  pascua. 
Les  contestó  que  \2^  prepararan  ^  y  en  dónde;  y  luego 
de  reunidos  todos  en  el  cenáculo,  exclamó:  Deside- 
rio desideravi  hoc  pascha  manducare  vobiscum.  «Viví- 


—  41  — 

simamente  he  deseado  comer  eMa  pascua  en  compa- 
ñía vuestra» — la  ^'^'^<¿\\s\>pre 'parada^  la  que  celebraban 
todos  los  judíos,  pues  de  tal  pascua  —  Jesucristo  no 
distinguió  —  ordenóles  la  preparación;  y  sobre  todo, 
que  no  se  había  de  singularizar  en  contra  de  la  Ley 
y  en  momento  tan  solemne  y  de  grandísima  concu- 
rrencia en  la  ciudad,  y  menos  bajo  un  techo  hospi- 
talario, cuando  nada  en  las  ceremonias  encerraba 
contrario  á  la  nueva  doctrina,  y  al  ser  la  j)ascua, 
figura  del  nuevo  Sacramento,  que  dentro  de  poco, 
siendo  El,  Jesucristo,  la  realidad  y  la  luz,  quitaría 
el  velo  y  las  sombras.  Acéptese  como  probable  que 
Jesucristo  variara  el  concepto  de  algunas  oracio- 
nes que  el  ceremonial  exigía:  no  sólo  no  puede 
haber  dificultad  en  ello,  sino  que  ciertas  palabras  de 
las  mismas  y  algunos  conceptos,  en  cuanto  Mesías, 
no  podía  pronunciarlas  en  ignal  sentido  que  los  de- 
más judíos.  Cristo  es  hijo  del  Eterno  en  cuanto 
Verbo.  Pero  acto  tan  íntimo  en  Jesucristo  no  des- 
tierra el  valor  del  acto  externo  y  ceremonial  judaico. 

Y  como  nunca  se  singularizó  en  su  modo  de  obrar 
en  cuanto  hombre,  menos  se  singularizaría  no  co- 
miendo la  pascua  ó  en  practicarla  de  otro  modo;  y 
al  no  realizarse  la  celebración  secretamente,  muy 
pronto  fuera  del  dominio  de  sus  enemigos,  y  segura- 
mente éstos  le  hubieran  lanzado  la  acusación  de  que 
para  él  ningún  valor  encerraba  el  precepto  impuesto 
al  pueblo  de  Israel,  y  mediante  el  mandato  de  Dios, 
por  Moisés. 

La  certidumbre  acerca  de  la  celebración  mana  de 
los  mismos  Evangelistas.  San  Juan,  en  el  cap.  xxiii, 
versículo  2,  dice:  Kal  Seíttvoo  ysvoalvoo — y  preparada 
la  cena; — San  Mateo,  San  Marcos  y  San  Lucas,  en 


—  42  — 

sus  expresiones  preparar  y  comer  la  pascua,  encie- 
rran el  mismo  sentido,  el  de  la  cena  legal.  Y  si  nin- 
guno de  los  cuatro  consigna  todo  cuanto  para  la 
misma  el  ceremonial  exigiera ,  sin  embargo ,  ciertas 
notas  dadas  en  los  textos  eminentemente  aouncian 
el  completo  y  exacto  cumplimiento  de  la  Ley  por  Je- 
sucristo. 

Noticiosos  del  mueblaje  en  el  cenáculo,  tendría- 
mos que  cerrar  los  ojos  á  la  evidencia  no  admitiendo 
la  actitud  recumbente  de  Jesucristo  y  de  los  Após- 
toles. Comieron  echados  en  los  predispuestos  lechos. 
Mal  pudo  haber  allí  preparada  7ma  piedra  para  que 
en  ella  el  Salvador  tomase  asiento.  Si  tal  se  dio, 
para  otra  cosa  sería  su  empleo. 

Los     términos     'Avaiíueiv,  'AvaxeíSat,    'Avay.XcO^voít    y 

Katá/sbOat  llevan  en  sí  la  idea  de  recwnhere. 

Para  estar  en  los  triclinios,  precedían  el  descalzarse  y 
el  lavatorio  de  los  pies  siempre  en  las  fiestas  solemnes 

hebreas.  En   el  comedor  (KaTá>u¡j.a^ — 'Avwyiov  y  avaíysov) 

los  criados  ú  otras  personas  de  la  clase  baja  cumplían 
para  con  sus  amos  y  señores  con  este  imprescindible 
requisito.  El  recipiente  del  agua  se  llamaba  «oSóviTiTpov. 

Esto  nos  lleva  de  la  mano  al  Evangelio  de  San  Juan. 

Preparada  ya  la  cena  y  cada  uno  en  su  puesto, 
dejó  Jesús  el  suyo,  y  del  mismo  modo  que  los  sier- 
vos, se  puso  á  lavar  los  pies  de  los  Apóstoles.  El 
hecho  en  sí  mismo  lleva  tres  significados:  el  propio 
del  banquete  ceremonial  j)ascal ,  el  de  una  humildad 
nunca  esperada  y  el  de  preparación  penitencial  á  la 
comunión  eucarística,  la  que  los  discípulos  no  prevían 
á  pesar  de  los  anuncios  hechos  antes  por  el  Salvador 
(San  Juan,  cap.  vi),  si  bien  nunca  Jesucristo  había 
puntualizado  niel  día,  ni  la  hora,  ni  la  ocasión,  ni 


—  43  — 

el  mocloj  ni  el  sitio.  No  quebrantó,  pues,  Jesucristo, 
la  costumbre  hebrea  del  lavatorio  al  iniciarse  el  ban- 
quete ó  celebrar  la  pascua.  El  mismo  San  Juan  con 
sus  palabras  prueba  que  el  acto  humildísimo  del  Sal- 
vador no  fué  al  fin  de  la  cena,  como  algunos  suponen 
al  hacernos  saber  que  después  volvió  á  tomar  sus  vesti- 
duras j  se  recostó  (iterum)  otra  vez  (cap.  xii,  12), 
recomendándoles  á  imitar  el  ejemplo  recibido  (ca- 
pitulo xii,  12,  13,  14,  15,  16,  17,  18,  19,  20  j  21). 
Las  palabras  qui  manducat  mecum  panem — el  que 
come  el  pan  en  mi  compañía  (vers.  18),  —  dejan 
traslucir  la  posterioridad  de  tiempo  respecto  de  el 
haber  lavado  los  pies  á  los  discípulos,  y,  simultánea- 
mente, que  antes  de  la  consagración  Jesucristo  co- 
miera de  los  ázimos;  es  decir,  que  cumplía  con  las 
mosaicas  disposiciones.  Y  se  confirma  la  anterioridad 
del  lavatorio  con  el  versículo  21:  Cum  hcec  dixisset 

Jesús Quia  unus  ex  vohis  tradet  me» 

.  Habiendo  dicho  esto  Jesús — el  contenido  de  los 
versículos  antariores,  subsiguiente  al  lavatorio  —  que 

uno  de  vosotros  me  entregará  (á  los  enemigos) ¿no 

aparece  aquí  clarísimamente  la  noticia  de  la  traición 
después?  Si  el  lavatorio  hubiera  tenido  lugar  al  fin 
de  la  pascua,  ¿se  explicaría  el  orden  de  la  narración 
de  San  Juan?  No;  San  Mateo  y  San  Marcos  aseguran 
que  mientras  el  Apostolado  comía,  Edentibus  illis.., 
Mandiicavtibus  illis  (San  Mateo,  xvi,  21;  San  Mar- 
cos, XIV,  18),  fué  cuando  Jesús  manifestó  el  pésimo 
proyecto  de  Judas,  y  que,  según  San  Juan,  viene  des- 
pués del  lavatorio.  Por  lo  tanto,  éste  antecedió  al  mo- 
mento de  comer  los  Apóstoles,  y  el  acto  de  comer  ellos 
corrobora  que  la  cena  seguía  el  orden  señalado  cere- 
monialmente. Pero  antes  de  comer  dábanse  otros  actos. 


_  44  — 

Tan  pronto  como  Jesuci-isto  volvió  á  su  puesto, 
cumpliría  con  lo  prescrito  ])ara  la  ablución  de  las 
manos.  A  continuación  tomó  una  copa,  la  bendijo, 
Y  haciéndola  ir  de  mano  en  mano ,  todos  bebieron  de 
ella.  Así  nos  lo  enseña  San  Lucas,  cap.  xxii,  ver- 
sículo 11.  Et  accepto  cálice  grafías  egit  et  dixif:  Ar- 
cip'te,    et  dixidite   ínter   vos,    K^'^   Ii\í\ivkí-    -rrotrlptov, 

«Y  habiendo  cogido  el  cáliz  con  vino,  dando  gra- 
cias, dijo:  «Tomad  esto  y  distribuirlo  entre  vosotros.» 
Llevaba  la  quinta  parte  de  agua. 

Lo  practicado  aquí  por  Jesús  corresponde  á  la 
primera  copa,  obligatoria  entre  los  judíos.  Se  cum- 
plía, pues,  rigurosamente  en  la  cena  el  reglamento 
ceremonial ,  sin  ser  olvidadas  las  oraciones. 

A  continuación  hubo  una  segunda  ablución  de 
manos,  y  de  seguida,  los  que  servían  colocaron  la 
mesa — Tpárcc^a  —  en  medio  de  los  triclinios  (1). 

Tomando  Jesucristo  una  pequeña  cantidad  de  las 
hierbas  amargas,  cantidad  de  las  que  el  volumen  no 
podía  exceder  al  de  una  aceituna,  y  mojándola  en 
la  salsa — el  kharoset — comióla.  Que  tal  salsa  figuró 
entre  los  elementos  de  la  cena  lo  prueba  el  texto  de 
San  Juan:  Cui  ego  intinctum  panem  p)orrexero,  Et 
ciim  intinxisset  ¡mnem^  dedit  Judce  Si  monis  Iscariote 
(xiii,  26). 

La  salsa  en  la  que  el  Salvador  mojó  el  pan — antes 
de  la  consagración  —  no  fué  más  que  el  kharoset.  Xo 
se  daba  otra.  Y  el  cordero  se  comía  asado;  de  esto 
mismo  se  alcanza  que  allí  no  faltaron  las  hierbas 


(1)  El  arqueólogo  y  el  artista  entendido  en  historia  del  arte, 
por  el  solo  nombre  griego  de  la  mesa  deducen  la  disposición  de 
Jesús  y  de  sus  discípulos  en  aquel  acto. 


—  45  — 

amargas.  Ei  kharoset  era  para  ellas,  j  con  ellas  los 
ázimos  también  se  comían. 

Era  llegado  el  momento  de  la  segunda  copa  y  de 
apartar  la  mesa  para  la  ^preparación  de  aqnélla.  En  el 
entretanto,  algún  discípulo,  ó  Jesucristo  mismo,  haría 
las  preguntas  de  ritnal.  La  respuesta  resultaba  cantán- 
dose el  Hagadaj  himno  mencionado  anteriormente. 

Así  se  iban  sucediendo ,  unos  después  de  otros ,  los 
momentos  de  la  fiesta.  Ocupando  otra  vez  la  mesa  el 
centro  de  los  comensales,  el  divino  Maestro  formuló  las 
siguientes  preguntas,  á  las  que  seguían  las  respuestas 
dadas  por  separado  y  por  todos  los  concurrentes : 

«¿Por  qué  comemos  este  cordero  pascual?  ¿Por 
qué  estas  hierbas  amargas?»,  teniéndolas  en  alto, 
«¿Por  qué  este  pan  ázimo?»,  alzándole. 

Inmediatamente  se  recitaba  la  oración  propia,  y  en 
alta  voz,  cantado  el  salmo  Laúdate^  puer i ,  Dominum 
y  parte  del  In  exitit  Israel,  en  consonancia  con  lo  se- 
ñalado en  el  ritual.  Otra  oración  cerraba  esta  ceremo- 
nia. Maimónides  nos  ha  conservado  todas  las  prescrip- 
ciones paséales,  y  otros  judíos  españoles  le  siguen. 

Hecho  todo  lo  anterior,  la  copa  de  vino — ya  la 
segunda,  y  antes  pre2)ai'ada  con  la  quinta  parte  de 
agua, — y  dada  la  bendición,  la  copa  fué  consumida. 

Estamos  ya  en  los  instantes  más  solemnes  de  la 
cena.  Habiéndose  lavado  Jesucristo  otra  vez  las  ma- 
nos, no  porque  lo  necesitara,  sino  por  ser  exacto 
cumplidor  de  lo  prescrito,  cogió  los  panes  ázimos, 
señaló  uno ,  partiéndole  después  en  dos  pedazos.  Ben- 
díjole,  y  con  hierbas  amargas  mojadas  en  el  kharo- 
set comió  del  todo  é  hizo  que  corriera  en  tal  forma 
y  de  mano  en  -mano,  para  (¿ue  los  demás  comiesen 
también. 


—  46  — 

Antes  de  llegar  á  lo  esencial  de  la  pascua,  á  la 
pascua  misma,  al  cordero,  las  víctimas  del  sacrificio 
pacífico,  entre  las  cuales  se  contenía  la  del  texto  ex- 
plicado antes:  Juxta  quem  ritu7n  tolletís  et  hcedum^ 
componían  el  khayigah  del  día  14.  Santificadas  por 
la  oración  que  las  pertenecía,  concurrían  á  formar 
parte  del  banquete.  (íBendito  seas,  Señor ^  Dios  nues- 
tro, Rey  del  mundo,  que  nos  has  mandado  comer  las 
víctimas. D  De  (pie,  sin  ser  obligatorias,  tales  víctimas 
fueron  presentadas  antes  del  cordero,  hallamos  la 
prueba  en  el  Evangelio  de  San  Juan.  Este  Evange- 
lista, con  San  Pedro,  recibió  el  encargo  de  disponer 
j  preparar  todo  lo  necesario.  Como  ambos  estaban  al 
corriente  de  lo  hecho,  y  nada  sabían  de  la  prepara- 
ción del  khagigah  del  día  15,  obligatorio  (y  al  qne 
los  judíos  se  referían  para  no  entrar  en  casa  de  Pila- 
tos,  en  tramitación  ya  la  cansa  de  Jesucristo,  en  iiu 
todo  apartada  de  las  jurisprudencias  judaica  y  ro- 
mana, habiendo  sido  ambas  legislaciones  completa- 
mente burladas),  de  ello  procedía  el  que,  excepción 
hecha  de  ambos  Apóstoles,  los  mismos  precisamente 
que  prepararon    la  pascua,  los  demás  creyesen  que 
Jndas,   al   salirse  del  cenáculo,   iba  á  preparar   el 
khagigah  para  el  siguiente  día. 

Quidain  enimputahant,  quia  lóculos  habebat  Judas, 
quod  dixisset  ei  Jesús:  Eme  ea  quce  opus  sunt  nobis 
ad  díemfestum,  aut  egenis  ut  aliquid  daret  (Evangelio 
San  Juan,  xiii,  30).  Porque  algunos  se  imaginaban 
(al  verle  salir)  que,  siendo — Jndas — el  tesorero,  iría 
á  comprar  (ílo  necesario  para  nosotros  en  el  día  de  la 
JíestaD — el  siguiente,  que  empezó  á  las  seis  de  la  tarde, 
después  de  la  Pascua.  * 

Lo  necesario — quce  opus  sunt  nobis — se  refiere  indu- 


—  47  — 

dablemente  al  hhagtgak  del  día  15.  San  Pedro  y  San 
Juan  prepararon  lo  necesario  para  el  día  14;  j  aun 
cuando,  según  arriba  queda  manifestado,  la  obliga- 
ción no  caía  sobre  el  khaglgah  de  la  Pascua,  Jesu- 
cristo no  omitiría  ni  aun  lo  no  obligatorio,  y  espe- 
cialmente tratándose  del  sacrificio  pacífico  y  con  la 
circunstancia  de  estar  hospedado  en  una  casa  de 
cenáculo  no  pobre.  Cristo,  pues,  celebró  también  el 
khagigah  del  día  14. 

Otro  dato  importantísimo  que  no  queremos  dejar 
pasar  desapercibido ,  y  que  prueba  la  mala  fe  ó  poco 
estudio  de  la  escuela  racionalista  de  Tubinga.  El  día 
de  la  fiesta  era  el  día  siguiente  al  de  la  Pascua. 
Todos  los  castillos  levantados  sobre  el  versículo  pri- 
mero del  capítulo  XIII:  upó  l\  lopxíj?  tou  Tiáa^^a,  úl^c,  ó 
'lr](Tou;  oxi  sXyjXuGsv  aúxou  -^  aipa...  .  xa\  SóÍttvou  y£VO[JLcvóo 

caen  por  tierra. 

Luego,    según   lo    contenido    en   Típ¿  oe  eopx?^?  xou 

tíÍQyjx xat  SetKvou  Yevo{j.£vóo  y  en  'A^ópaJov,  el?  xvjv  lopxrjv 

ó  sea  «Compra  (lo  que  nos  es  necesario)  para  el  día 
de  la  fiesta»,  resulta  que  en  la  víspera  de  dicha  fiesta 
se  celebró  la  Pascua ,  cualquiera  sea  el  cómputo  que 
se  tome. 

Para  nosotros  es  llegado  el  momento  culminante 
de  lo  trascendental  que  los  Evangelios  nos  lian  de- 
jado como  perenne  enseñanza  y  como  historia  del 
Sacramento  de  los  Sacramentos.  En  este  momento  se 
realizó  el  modo  de  quedarse  en  el  mimdo,  y  entre 
nosotros  todos  los  días,  hasta  la  consumación  de  los 
siglos  (1),  aquel  de  quien  San  Juan  nos  refiere:  In 


(1)  Ecce  vobiscum  sum ,  omnihus  diehiis ,  usqne  ad  consum- 


—  48  — 

princijno  erat  Verhum^  et  Verbum  erat  apud  Deum^ 
et  Deus  erat  Verbum,..  Et  Verbum  carofactum  esty  et 
habítavit  in  nobis. 

El  Cordero  era  la  Pascua.  Predicha  la  oración, 
Jesucristo  le  probó  en  la  forma  preceptuada.  Enton- 
ces se  permitía  un  rato  de  libertad  entre  todos  los  co- 
mensales. Cada  cual  comía  y  bebía  á  su  placer.  Y  el 
Cordero  no  podía  estar  sino  en  una  sola  fuente.  Todos, 
por  necesidad,  llevaban  su  mano  á  la  misma.  Corres- 
ponden, pues,  á  estas  circunstancias  de  tiempo  los 
textos  Qui  intingit  mecum  manum  in  paropside  hic 
me  tradet  (San  Mateo,  xxvi,  23).  Qui  intingit  me* 
cum  manum  in  catino  (San  Marcos,  xiv,  20).  c^El 
traidor  está  entre  nosotros.  Come  en  el  mismo  plato, 
en  una  misma  fuente.»  San  Lucas  no  disiente  de 


mationem  smculi  (San  Mateo,  cap.  xviii  y  último  de  su  Evan- 
gelio, versículo  20  y  último  también). 

El  domingo  de  Quine Liagésima,  día  20  de  Febrero  del  año 
corriente,  pronunció  una  admirable  (ración  sagrada,  en  la 
capilla  Real,  el  Excmo.  Sr.  Obispo  de  Síóq  acerca  del  texto 
reproducido.  En  ella  señaló,  no  sólo  con  una  ciencia  de  muchos 
vuelos,  mucho  alcance  y  mucha  profundidad,  sino  también 
con  una  unción  exquisita,  la  presencia  real  é  individual  de 
Cristo  en  el  Sagrario  y  la  presencia  social  en  el  soberano  Pon- 
tífice. Cuando  desenvolvía  y  desentrañaba  el  concepto  del 
Evangelista  encerrado  en  el  verbo  sum  con  indicación  de  pre- 
sente, poniendo  en  la  inteligencia  de  los  que  puedan  seguir  á 
tan  poderoso  orador  cómo  Dios  siempre  es  en  presente  por  lo 
muy  poco  que  podemos  traslucir,  le  veíamos  moverse  en  las 
alturas  de  filósofos  y  teólogos  como  Lepsius  y  el  autor  de  la 
obra  de  Ente  Supernaturali ,  P.  Ixipalda.  Con  una  extraordinaria 
elocuencia  desenvolvía  entonces,  y  de  un  modo  implícito,  la 
celebérrima  definición  de  la  eternidad.  Interminahilis  vita'y 
tota  simul  et  perfecta  possessio, 

¡Lástima  que  tan  magistral  oración  quede  inédita! 


MUSEO-  NACIONAL  DE  PINTURAS.  —  MADRID. 


SAN  JUAN  EVANGELISTA  ESCRIBIENDO  EL  APOCALIPSIS. 

De  Alonso  Cano. 


•—  49   — 

ello,  puesto  que  usa  la  expresión  Conmigo  está  á  la 
mesa.  Nótese  que  el  Salvador,  gradualmente,  iba 
señalando  la  traición  y  al  traidor.  Al  principio  hizo 
la  enunciación  general;  después  ya  señala  al  traidor 
entre  los  Apóstoles,  y,  por  último,  le  individualizó, 
señalando  á  San  Juan  la  persona,  y  que  San  Pedro 
también  llegó  á  conocerla.  El  Evangelio  nos  enseña 
que,  cuando  salió  Judas  del  cenáculo,  algunos  enten- 
dieron que  obedecía  su  ausencia  á  la  necesidad  de 
preparar  lo  indispensable  para  la  fiesta.  Luego  había 
otros  que  no  pensaban  lo  mismo ,  y  fueron  San  Juan 
y  San  Pedro  (Evangelio  de  San  Juan,  xiii,  29). 

Más  todavía:  Judas  no  pudo  salir  sin  cumplir  el 
precepto  pascual ,  ó  sea  que  hasta  comer  del  cordero 
no  abandonó  el  apostolado;  y  como  mientras  era 
comido  el  cordero,  á  manera  de  distinción,  podía  el 
cabeza  de  familia,  ó  quien  hiciera  sus  veces  en  el 
banquete,  obsequiar  á  alguno  ofreciéndole  algún  pe- 
dazo de  lo  presentado,  se  trasluce  que  entonces  fué 
cuando  Jesucristo  dio  á  Judas  el  pan  untado  en  el 
kharoset,  sin  que  el  hecho  pareciera  extraño.  Inme- 
diatamente abandonó  Judas  el  local.  Exicit  conti- 
nuo (San  Juan,  xiii,  30). 

Desde  el  instante  mismo  en  que  el  presidente  cogía 
el  último  pedacito  del  cordero ,  ninguno  podía  tocar 
ya  los  manjares.  Esto  nos  enseña  que  la  consagración 
del  pan,  con  virtiéndole  en  su  Cuerpo,  por  Jesucristo, 
tuvo  lugar  antes  de  terminarse  la  comida  de  la  pas- 
cua y  después  de  la  salida  de  Judas. 

Eli  efecto,  los  Evangelistas  dicen:  Ccenantihus 
autem  eis  accepit  Jesús  panem  ^  et  henedixit  et  fregit 
deditque  discipulis  suis  et  ait:  Accipite  et  comedíte: 
hoc  est  Corpus  meum  (San  Mateo,  xxvi,  26).  San 

4 


—  5U  — 

Marcos  conviene  con  San  Mateo  (xiv,  22).  San  Lu- 
cas (xxii,  19)  añade:  Quod  pro  vobis  datur:  hoc 
facite  in  rneam  commemorationem:  palabras  las  últi- 
mas que  prueban  la  no  asistencia  ya  de  Judas.  La 
Cena  representada  en  un  antiguo  mosaico  de  San 
Apolinar  el  Nuevo  en  Ravena,  no  tiene  sino  doce 
personajes,  y  todos  reclinados  en  sus  lechos.  Pun- 
tualicemos más  todavía.  Ya  era  de  noche  al  salir 
Judas,  7,  por  lo  tanto,  la  institución  del  Santísimo 
ocurrió  entre  las  últimas  tinieblas  de  la  Pascua  y  las 
primeras  de  la  fiesta:  Erat  autem  nox  (San  Juan, 
XIII,  30).  Cuando  Jesucristo  tomó  el  último  pedazo 
del  cordero,  quedó  cerrada  la  Pascua,  diciendo: 
Dico  enim  vobis ,  quia  ex  hoc  non  manducabo  illud, 
doñee  iinjpleatur  in  regno  Dei  (San  Lucas,  xxii,  16); 
manifestación  trascendentalísima  que  encierra  emi- 
nentemente la  doctrina  del  Cordero  expuesta  de  un 
modo  tan  sublime  por  el  Águila  de  Patmos  en  su 
Apocalipsis.  Doñee  impleatur  in  regno  Dei:  eco;  otou 
irXr^ptüO^  £v  XTÍ  pa^iXeíqt  tou  0£ou  (San  Lucas).  La  huida 
del  traidor  puso  á  las  claras  el  incumplimiento  de 
parte  del  mismo  del  coronamiento  de  la  Pascua.  No 
podía  ya  beber  las  dos  copas  que  j)or  obligación  aún 
había  de  tomar.  Para  desvanecer  las  últimas  sombras 
de  la  Ley  Antigua,  Jesucristo,  una  vez  tomado  el 
último  pedazo  del  cordero ,  se  lavó  las  manos,  y  dis- 
puso y  cumplió  lo  propio  de  la  copa  llamada  de  la 
bendición.  Con  el  cántico  Hallel  (salmos  cxiv,  cxv, 
cxvi,  ex VII  y  cxviii)  disponíase  la  cuarta,  corres- 
pondiendo la  quinta  al  Hallel  mayor,  y  siempre 
cantada;  desde  este  instante  ya  no  se  podía  beber 
más  vino  en  la  noche. 

Ahora  bien :  las  copas  tercera  y  cuarta  eran  com- 


—  51  — 

plementarias  del  banquete.  La  quinta  no  llevaba  en 
sí  carácter  obligatorio. 

Jesucristo,  cumpliendo  rigurosamente  el  ceremo- 
nial, no  omitió  ni  la  tercera  ni  la  cuarta,  dejándolas 
pasar  según  el  rito  propio,  j  consagró  la  quinta,  ó 
sea  la  segunda  que  señala  San  Lu^as ,  j  que  fué  des- 
pués de  la  cena:  {jLsxá  xb  SetTcvr^aat.  Fostqiiam  ccenamt^ 
según  traduce  la  Vulgata;  el  griego  dice:  aDespucs 
de  haber  cenadoD,  La  cena  se  finalizaba  con  la  cuarta 
copa.  Y  se  corrobora  con  palabras  del  mismo  Jesu- 
cristo, contenidas  en  el  Evangelio  de  San  Mateo, 
(xxvi,  29),  y  en  el  de  San  Marcos  (xiv,  25),  y  espe- 
cialmente al  mandarles  que  bebiesen  todos:  Bibite 
ex  hoc  omnes  (San  Mateo,  xxvi,  27).  Et  biberunt  ex 

illo  omnes  (^?in  Marcos,  xiv,  23).  «Bebed  todos ;» 

y  bebieron  todos  los  Apóstoles.  Judas,  según  se  ba 
consignado  ya,  salió  durante  la  cena.  íí'o  podía  ser 
para  él  tampoco  la  facultad  "de  consagrar.  Hoc  facite 
iu  meam  cowmemorationem.  Quien  vendiera  el  Cuerpo 
y  la  Sangre  de  Jesucristo  no  podía  recibir  ni  el  uno 
ni  la  otra,  y  menos  aún  operar  la  transubstan elación. 
Solos  los  discÍ2iulos  comulgaron,  y  se  confirma  con 
las  versiones  etiópica,  arábiga  y  siriaca,  que  añaden: 
<lVos:  Bibite  ex  hoc  omnesy>  Yes,  vosotros. 

No  sin  mucho  trabajo  hemos  podido  componer  el 
cuadro  de  la  cena  según  los  datos  que  nos  dan  los 
Evangelios.  Más  extenso  pudiera  ser  todavía;  pues 
si  presentáramos  el  paralelismo  que  existe  entre  las 
palabras  de  las  oraciones  rituales  judaicas  y  las  que 
durante  la  cena  y  desjjués  de  ella,  pero  sin  haberla 
abandonado,  dijo  el  Salvador,  se  halla  el  paso  que 
se  iba  asegurando  al  salir  de  las  figuras  y  entrar  en 
la  realidad.  ¿Qué  significa,  si  no.  Yo  soy  la  viña,  vos- 


—  52  — 

otros  los  sarmientos  y  mi  Padre  el  que  la  cultiva? 
¿Qué  significan  las  mansiones ,  palabras  que  pronun- 
ció Jesucristo  después  de  la  salida  de  Judas,  v  que 
tomaron  origen  de  la  disputa  entre  los  Apóstoles 
acerca  de  quién  sería  el  primero  de  ellos?  ¿Qué  signi- 
fica Clarifica  filium  tuum  ut  filius  tuus  clarificat  te, 
según  el  testimonio  de  San  Juan  (xvii,  1),  etc.,  sino 
que,  caminando  ya  hacia  el  torrente  Cedrón,  y  acaso 
frente  á  frente  del  templo,  pedía  la  verdadera  gloria 
para  El  al  ser  el  camino,  la  verdad  y  la  vida  para 
llegar  al  Padre,  según  poco  antes  enseñara  á  sus 
discípulos,  sino  que  la  oración  subsiguiente  al  himno 
del  Hallel,-  antes  de  ser  bebida  la  cuarta  copa,  no 
era  más  que  una  sombra,  una  manifestación  externa, 
sin  fuerza  propia? 

Hemos  visto  qué  era  la  Pascua  judía,  y  además 
que  Nuestro  Señor  Jesucristo  se  acomodó  en  un  todo 
á  la  Ley.  Si  por  lo  que  á  los  católicos  atañe  aun  du- 
dara alguno,  la  doctrina  del  P.  Suárez,  la  de  Bene- 
dicto XIV,  la  de  Pío  V  y  el  Concilio  de  Trento  ser- 
viránle  de  lección  y  norma. 

Statuendum  primo  est  j  Christum  ante  Passionem 
suam  LEGALEM  Coenaní  cum  discipulis  celehrasse,  Ag- 
numqiie  Paschalem,  ritu  jcdaico,  immolasse  et  coiné- 
disse:  quce  res  tan  aperta  est  in  Evangelistis  ut  miruní 
sit  non  de/uisse,  /toe  tempore  hcereticos  qui  eam  nega- 
rent.  Hcec  sententia  (la -de  los  herejes)  est  plañe  hcei^e- 
tica,  (Suárez,  in  3.^"^  p.  D.  Th.,  q.  50 ,  art.  9,  sect.  3.^) 

Defiende  el  celebérrimo  teólogo  español  que  Cristo, 
en  compañía  de  sus  discípulos,  celebró  la  Pascua;  que 
inmoló  el  cordero  y  comió  del  mismo,  y  siempre  se- 
gún el  rito  judaico,  y  da  como  parecer  abiertamente 
herético  el  parecer  contrario. 


—  53  — 

Concludendum  nobis  videtur  Ecclessiam  docere 
Christum  Jesum  postremo  suce  vitce  anno^  />awZ(9  ante 
mortem^  légale  Pascha  celebrasse  et  priusquam  no- 
vum  Eucharistice  Pascha  instituerety  ex  precepto  le- 
Gis  PASCHALEM  AGNUM  comedisse. 

O  sea,  que  antes  de  la  institución  de  la  Sagrada 
Eucaristía,  Jesucristo  celebró  la  Pascua  legal  co- 
miendo de  ella.  (Benedictus  XIV,  De  Festis,  pág.  82. 
Patavii,  1758.) 

San  Pío  Y  y  el  Concilio  Tridentino  se  expresan 
del  mismo  modo: 

In  Coena  novissima,  qua  nocle  tradehatur cele- 

BRATO  VETERI  PaSCHA (SCSS.  22,  C.  I.)  (1). 

Una  tradición,  no  interrumpida,  firmísimamente 
aclara  el  concepto  de  los  Evangelistas. 

.  *  * 

Ahora  dejemos  á  un  lado  lo  nebuloso  de  los  argu- 
mentos humanos,  y  apartemos  con  el  indomable 
viento  de  la  fe  todo  humo  de  mortal  sabiduría.  Nos- 
otros en  manos  de  la  autoridad  divina  nos  entre- 
gamos, y  divinas  son  las  enseñanzas  que  seguimos. 
Expresándose  de  este  modo  San  León,  ¿qué  nos  co- 
rresponde á  nosotros?  Creer,  creer  y  creer. 

Nemo  enim  ad  cognitionem  veritatis  magis  pro- 
pinquat  quam  qui  intelligit,  in  rebus  divinis,  etiam  si 
multum  prqficiat,  semper  sibi  superesse  quod  qucerat. 

Mucho  podrá  adelantarse  en  el  conocimiento  de  los 
asuntos  divinos,  pero  siempre  hay  un  más  allá,  en  las 
infinitas  perfecciones  de  la  Divinidad. 


(1)  Santo  Toi.iás  enseña  que  la  institución  del  Santísimo  Sa- 
cramento fué  de  noche. 


—   54  — 

Pudo  Dios  crear  el  mnndO;  j  puede  estar  t  está  en 
él,  por  esencia,  presencia  y  potencia.  Pudo  el  Acerbo 
hacerse  carne  y  formar  la  .persona  de  Cristo,  unién- 
dose á  la  naturaleza  liumana  sustancial  é  liipostáti- 
camente;  ¿j  no  había  de  poder  convertir  el  pan  y  el 
vino  en  su  Cuerpo  y  Sangre? 

Escóndese  á  los  sentidos  en  el  Sacramento.  La  fe 
le  reconoce.  En  la  Encarnación  ocultó  la  forma  de 
Dios  bajo  la  del  siervo,  y  en  la  Eucaristía  aun  la  de 
siervo  aparece  oculta  también.  Porque  nosotros  no 
podamos  penetrar  en  lo  que  hace  y  en  el  modo  de 
hacerlo,  ¿quién  se  ha  de  atrever  á  S3ñalar  límites  á  la 
divina  omnipotencia? 

Jesucristo  tenía  que  volver  al  Padre,  y,  sin  em- 
bargo, ardía  en  deseos  de  permanecer  entre  nosotros 
hasta  la  muerte  del  tiempo. 

Dios,  como  que  se  comunicó  al  mundo  al  crearle  y 
conservarle  iioy  un  acto  de  su  inquebrantable  libertad, 
comunicación  en  cierto  modo  natural,  de  una  ma- 
nera más  elevada  se  dio  á  las  criaturas  intelectuales, 
elevándolas  y  realzándolas  hasta  la  compañía  divina 
por  la  gracia:  y  no  se  contentó  con  esto:  liizo  que  la 
criatura  racional  humana  fuese  elevada  á  la  persona- 
lidad divina. 

Al  encarnarse  el  Verbo  se  unió  á  nuestra  natura- 
leza, sublimándola;  pero  no  contento  con  que  la  sola 
naturaleza  humana  individual  suya  participase  sola 
de  tanto  bien,  quiso  dejar,  y  le  dejó,  un  modo  de 
unirse  á  todos  los  hombres  singularmente. 

La  fe  cree  en  esto,  y  debe  creer.  En  la  hostia  y  en 
el  cáliz  está  Cristo  real,  verdadera  y  sustancialmente. 
El  pan  y  el  vino,  por  las  palabras  de  la  consagración, 
convertidos  quedan  en  el  Cuerpo  y  Sangre  del  mismo: 


—  55  — 

color,  sabor  y  forma  existen  sin  el  propio  sujeto.  La 
fe  nos  introduce  en  donde  los  sentidos  no  entran,  y 
ve  que,  en  el  Sagrario,  Jesucristo  está  con  igual  mag- 
nitud que  con  la  que  en  el  cielo  posee  y  en  la  cruz 
tuvo;  porque  allí,  en  el  Sacramento,  no  hay  extensión 
local,  pues  á  la  cuantidad  no  la  corresponde  esen- 
cialmente más  que  la  extensión  aptitudinal. 

Y  está  Cristo  en  toda  la  hostia  y  en  todo  el  vino, 
y  en  cada  parte  de  la  hostia  y  en  cada  parte  del  vino, 
así  como  todas  y  cada  una  de  las  fracciones,  por  muy 
pequeñas  que  se  hagan,  son  pan  y  vino  antes  de  la 
consagración,  es  decir,  sustancialmente;  y  con  presen- 
cia sacramental,  bajo  las  especies,  en  los  Sagrarios,  en 
el  altar,  ó  en  manos  del  sacerdote  ó  en  quien  le  reciba: 
y  todo  Cristo  está  en  el  pan;  su  Cuerpo,  por  el  poder  de 
las  palabras  propias  de  la  consagración:  hoc  est  Cor- 
pus meum;  y  su  Sangre,  su  alma  y  la  divinidad,  por 

concomitancia ;  y  todo  Cristo  está  en  el  vino;  su 

Sangre,  por  la  fuerza  de  lá  forma  sacramental  hic  est 

CÁLix  Sanguinis  mei ,  y  su  Cuerpo  y  su  alma  y  la 

divinidad,  por  concomitancia  también. 

La  Eucaristía  atiende  á  la  vida  espiritual.  Con  él  se 
mantiene  la  unidad  del  Cuerpo  místico  de  Cristo,  la 
Iglesia,  fuera  de  la  cual  no  se  vive  espiritualmente. 
Sacramento  de  caridad,  realiza  nuestra  perfección  si, 
después  de  llamados,  merecemos  la  justificación  ó  la 
santidad,  obteniéndola  correspondiente  glorificación. 

Adoro  te  devote,  laten s  deltas, 
Quce  sub  liis  figurín  veré  latifnsi: 
Tihi  se  cor  meum  toium  suhjicü, 
Quia  te  contemplans  totum  déficit. 


In  Cruce  latehat  sola  deltas: 

At  hic  latef  simul  et  humanitai 
* 
*    * 


—  56  — 

Adorémosle  interna  y  externamente.  Nuestro  espí- 
ritu y  nuestro  cuerpo  de  El  dependen.  Xos  ha  elevado 
al  orden  de  la  gracia:  tomó  nuestra  naturaleza.  El 
mismo  en  el  Sacramento  se  nos  entrega  j^ara  que 
nuestra  fe  no  desfallezca,  nuestra  esperanza  no  se  di- 
sipe y  nuestra  caridad  se  encienda,  arda  y  nos  abrase 
en  El  y  por  El. 

Adorar  quiere  decir  hacer  actos  de  sumisión  y  ho- 
nor: sumisión,  indica  superioridad;  y  honor,  mani- 
fiesta excelencia.  Dios  es,  pues,  el  Vmico  á  quien  se 
debe  la  verdadera  y  propia  adoración. 

Y  á  Cristo,  subsistente  en  la  natura  divina  y  hu- 
mana, ¿qué  adoración  le  alcanza  y  corresponde? 

La  más  elevada,  la  propia  para  la  Santísima  Tri- 
nidad y  cada  una  de  las  Personas. 

Sostener  lo  contrario  lleva  á  la  herejía.  JEn  el  nom- 
bre de  Jesús  todos  doblen  su  rodilla^  en  el  cielo,  en  la 
tierra  y  en  los  infiernos. 

En  Cristo,  el  Verbo  unióse  hipostáticamente  á  la 
naturaleza  humana.  Luego  le  es  debida  la  adoración 
de  perfecta,  de  absoluta  latría,  adoración  propia  para 
Dios.  También  esto  es  de  fe.  . 

¿Y  en  cuanto  hombre?  Siendo  la  humana  natura- 
leza creada,  prescindiendo  nosotros  de  lo  divino,  inte- 
telectual,  no  realmente,  pues  la  personalidad  del  Ver- 
bo no  puede  ser  separada  del  Verbo,  la  excelencia  de 
la  gracia  sobre  todos  los  mortales  exige  una  adora- 
ción sobre  la  adoración  llamada  dulla,  aun  cuando, 
por  mucho  que  se  apure  y  aquilate  la  abstracción, 
no  se  puede  llegar  á  precisar  de  tal  modo  al  hombre 
que  pueda  ser  tal  hombre  sin  personalidad,  al  menos 
potencial;  y  aquí  la  potencialidad  hace  relación  á  un 
orden  más  alto  que  el  de  la  potencialidad  humana 


pura,  si  bien  en  virtud  de  una  fuerza  sobrenatural, 
dimanando  de  esto  mismo  que  la  sola  humanidad  de 
Cristo,  si  es  considerada  con  independencia  de  la 
unión,  puede  obtener  adoración  de  secundaria  latria; 
j  descartada  intelectualmente  la  unión,  la  adoración 
de  dulía  superior:  kiperdulía. 

Los  actos  de  Fe,  Esperanza  y  Caridad  forman  el 
modo  interno  de  adoración:  el  externo  se  marca  por 
los  ritos,  ceremonias  y  otros  signos  prescritos  en  lo 
esencial  por  la  Iglesia,  y  por  el  uso  en  las  costumbres 
regionales,  con  tal  que  no  desdigan  de  la  dignidad 
del  culto. 

Modo  deceant. 

No  hay  ser  humano  que  se  halle  libre  de  prestarle, 
y  debe  prestarle  según  su  condición.  Individualmente, 
en  cuanto  persona  singular.  Con  carácter  doméstico, 
como  miembro  ó  jefe  de  la  familia.  En  comunidad, 
en  cuanto  parte  integrante  de  asociaciones  religiosas; 
y  con  carácter  público,  si  tiene  confiado  el  gobierno 
del  pueblo,  ó  de  la  provincia,  ó  de  la  nación.  Las 
entidades  morales  no  se  escapan  ni  del  dominio  ni 
de  la  dependencia  del  Ser  Supremo.  Y,  por  lo  mis- 
mo, las  manifestaciones  externas  también  han  de  ir 
en  consonancia  con  la  altura  é  importancia  del  cargo. 

Alfonso  X,  en  el  prólogo  de  Las  Partidas,  y  en 
el  título  primero  de  la  segunda,  legisló  admirable- 
mente acerca  de  los  deberes  de  los  reyes  para  con 
Dios,  y  niuy  expresivo  se  franquea  en  la  ley  62^  de 
la  primera. 

El  monarca,  en  cuanto  monarca,  en  determinadas 
festividades  lleva  la  representación  del  pueblo  que 
gobierna,  y  entonces  la  grandiosidad  del  culto  ha 
de  responder  al  poder  y  grandeza  de  cada  una  de  las 


—  58  — 

naciones.  El  rey,  consagrado  siempre  por  la  divini- 
dad, aun  cuando  manos  consagradas  no  le  impongan 
el  óleo  santo,  humillándose  ante  el  Key  de  los  reyes, 
Vmico  dispensador  de  las  coronas  terrenas,  eleva  su 
pueblo  hasta  el  pie  de  quien  encierra  en  su  mano  al 
mundo,  como  la  inocente  paloma  encierra  en  su  pico 
un  grano  de  trigo. 

Establecida  la  Pascua  cristiana  de  tradición  apos- 
tólica, corroborada  y  reglamentada  después  por  dis- 
posiciones conciliares  y  otros  preceptos  eclesiásticos, 
la  fiesta  de  la  institución  del  Santísimo  Sacramento 
lia  sido  para  los  católicos,  en  todo  tiempo,  la  de  ma- 
yor importancia  (1). 

En  los  primeros  siglos  del  Cristianismo ,  hasta  la 
libertad  de  la  Iglesia  por  Constantino,  ¿en  medio  de 
cuántos  peligros,  y  al  mismo  tiempo  con  cuánto 
fervor,  los  cristianos  la  celebraban  entre  las  sombras 
naturales  de  las  Catacumbas  y  al  resplandor  de  los 
cirios  y  de  las  lámparas,  y  al  fulgor  de  la  santa  fe 
de  los  fieles?  Las  galerías  y  cubículos  sacramentales 
en  Roma  las  inscripciones  y  símbolos  que  el  arte 
cristiano  incipiente  dejaba  entre  los  sepulcros  de  los 
mártires  y  confesores,  y  especialmente  en  los  lienzos 
de  los  departamentos  papales;  las  criptas  alejandri- 
nas, napolitanas,  de  Siracusa,  Cartago,  Zaragoza, 
Compostela,  Braga;  las  admirables  manifestaciones, 
hoy  arqueológicas,  de  Jerusalén,  Cesárea,  Antio- 
quía,  Sardes,  Laodicea,  Esmirna,  Efeso,  en  una 
palabra,  de  todas  las  regiones  del  Asia  Menor,  las 


(1)  Una  cosa  es  la  institución  del  Santísimo  Sacramento,  y 
otra  la  fiesta  del  Santísimo  Corpus  Christi. 


—  59  — 

de  las  islas  y  Grecia,  son  hoy  el  irrebatible  testimonio 
de  las  visitas  de  nuestros  hermanos,  hoy  triunfantes, 
á  Jesucristo  en  el  Sacramento  y  en  la  santísima 
quinta  feria  de  la  Semana  Mayor.  Cuando  Constan- 
tino se  declaró  en  favor  de  Jesucristo  y  el  culto 
externo  cristiano  apareció  á  la  luz  del  sol,  todo  lo 
esencial  ya  se  hallaba  establecido. 

Los  concilios  del  siglo  ii — después  de  los  hierosoli- 
mitanos  del  primero,  presididos  por  San  Pedro, — 
concilios  celebrados  en  Roma  bajo  Sotero  y  Víctor, 
decretan,  como  de  carácter  general,  lo  propio  de  la 
Pascua,  y  en  las  ceremonias  y  costumbres  se  mar- 
caba la  asistencia  de  los  cristianos  al  pie  del  altar, 
á  adorar  á  Jesús  sacramentado,  el  día  de  Jueves 
Santo. 

Por  lo  tocante  á  España,  sólo  el  Concilio  de  Ilibe- 
ris — año  305 — nos  abre  un  horizonte  extenso  para 
creer  que,  á  ejemplo  de  los  prelados,  se  acudiría  á 
adorar  á  Cristo  sacraníentado  en  forma  pública  y 
solemne. 

No  decimos  esto  porque  los  prelados  que  acudieron 
de  las  Sillas  de  la  Bética,  de  la  Lusitania  y  de  la 
Tarraconense,  en  número  de  19,  expresamente  pre- 
.captuaran  alguna  cosa  acerca  de  este  particular,  sino 
porque,  cuando  en  él  se  tomaron  las  disposiciones  que 
en  sus  cánones  se  contienen,  no  puede  dudarse  que, 
al  ser  mucha  la  frecuencia  en  los  cementerios,  tam- 
bién lo  sería  en  el  día  de  Jueves  Santo  al  pie  de  lo 
que  llamamos  Monumento. 

.  Y  ¡cómo  se  robustecería  la  costumbre  después  que 
Constantino  elevó  á  culto  público  el  culto  del  Cruci- 
ficado! 
-    Regístrense  también  las  obras  de  los  escritores  ca- 


—  60    — 

tólicos,  desde  las  misas  llamadas  de  los  Apóstoles  y 
los  trabajos  atribuidos  á  Heniies,  hasta  los  que  escri- 
bieron después  del  traslado  de  la  capital  del  Imperio 
romano  á  Bizancio;  léanse  los  ceremoniales  de  los 
emperadores,  las  liturgias  de  las  igiesias  asiáticas; 
compárense  con  las  del  Norte  del  África  y  la  Copta, 
y  se  vendrá  en  conocimiento  de  que  no  hubo  solución 
de  continuidad  en  tan  santa  práctica,  ni  ann  durante 
la  descomposición  del  mayor  Imperio  del  mundo  á 
manos  de  los  bárbaros.  Y  como  la  fuerza  del  Cristia- 
nismo adquiría  mayores  energías  á  medida  que  las 
nacionalidades  tomaban  vida  y  robustez,  iba  que- 
dando indeleble  acto  tan  piadoso.  Los  escritos  de  los 
Padres  en  cada  una  de  las  naciones,  im2)lícitamente 
al  menos,  lo  testifican;  los  concilios  generales  y  par- 
ticulares lo  enseñan ,  y  las  crónicas  y  anales  lo  per- 
petúan. El  pontifical  romano,  los  ceremoniales  de  la 
corte  bizantina  y  el  inmenso  tesoro  que  hoy  van 
desenterrando  los  sabios  extranjeros,  y  que  le  for- 
man las  enormes  colecciones  de  documentos  inéditos, 
en  los  que  se  dan  á  conocer,  en  los  Inventarios^  no 
solamente  los  objetos  del  culto,  sino  el  destino  de 
ellos,  llevan  al  estudioso  que  sepa  leerlos  y  com- 
prender su  contenido,  el  convencimiento  pleno  de  la 
no  interrumpida  santa  costumbre  de  visitar  los  Sa- 
grarios aun  las  personas  de  mayor  categoría  en  el 
orden  civil  y  político,  en  todas  las  naciones  católicas. 
Más  aún:  la  riqueza  de  los  padres  benedictinos  en 
sus  monumentales  publicaciones  agobian  aun  al  más 
incrédulo. 

Limitándonos  á  España,  desde  luego  distinguimos 
tres  jalones  principales  dentro  de  la  extensión  que 
termina  en  la  desaparición  de  los  godos  y  que  cerra- 


—  Gi- 
rón los  árabes:  el  concilio  de  Iliberis,  los  de  Jaca  y 
Tarragona,  y  el  décimoséj^timo  de  Toledo.  Las  basí- 
licas de  Colonia  Augusta,  Hispalis,  Emérita  j  To- 
letum,  antes  j  después  de  Recaredo,  al  celebrarse  la 
Pascua  y  la  Semana  Mayor  recogerían  en  sus  recin- 
tos á  los  valientes  cristianos  que ,  en  medio  de  las 
tormentas  arrianas,  irían  á  adorar  á  Cristo  en  el 
altar  destinado  al  Monumento,  altar  adornado  pro- 
*  Tusamente  y  rico  en  luces.  Los  reyes ,  que  desde  Re- 
caredo acudían  á  los  concilios  de  la  histórica  ciudad 
del  Tajo,  no  dejarían  de  cumplir,  en  cuanto  monar- 
cas, con  tan  hermosa  y  purísima  costumbre,  tradi- 
cional ya  en  la  Iglesia. 

Al  amparo  de  la  cruz  empezó  Pelayo  la  Recon- 
quista, y  á  su  lado  se  agruparon  algunos  prelados. 
El  privilegio  de  Lugo  (1)  acerca  del  Santísimo,  mu- 
chos de  los  escudos  de  las  regiones  galaicas,  el  fondo 
de  las  costumbres  aun  j)ersistentes ,  costumbres  pro- 
pias del  Jueves,  Viernes  y  Sábado  Santo,  encierran 
un  fondo  tan  antiguo  acerca  de  este  particular,  que 
se  caería  en  temeridad  al  dudar  ni  por  un  momento. 
Y  si  aun  con  esto  la  duda  se  endureciera,  los  admira- 
bles documentos  de  la  España  Sagrada,  de  las  Cen- 


(1)  El  ilustradísimo  y  modesto  prebendado  de  la  catedral 
de  Lugo,  hoy  en  la  metropolitana  de  Burgos,  Sr.  Peláez,  ha 
publicado  un  hermoso  trabajo  acerca  del  privilegio  Incensé. 
Esperamos  que  los  Congresos  Eucaristicos,  tan  admirablemente 
iniciados  por  el  que  también  inició  en  España  los  Congresos 
católicos,  el  Eminentísimo  Cardenal,  hoy  Primado,  Sr.  Sancha, 
poco  á  poco  formen  un  cuerpo  de  doctrina  con  el  inagotabb 
caudal  que  se  guarda  al  menos  en  los  archivos  catedralicios  y 
que  hace  referencia  al  asunto  presente. 


—  62  — 

turias  Benedictinas  (1),  de  las  Memorias  dc4  arzobis- 
pado de  Braga,  y,  si  se  quiere,  con  carácter  general, 
los  Anales  del  cardenal  Baronio,  la  pulverizan  por 
completo.  Los  reyes  españoles,  lo  mismo  entre  los 
visigodos  después  de  Recaredo,  que  entre  los  de  As- 
turias, León,  Castilla,  Aragón,  Navarra  y  Valencia, 
siempre  que  las  necesidades  de  la"  guerra  no  se  lo 
impidieran,  harían  manifestación  pública  ante  el 
Sagrario,  en  la  solemnísima  feria  quinta  de  la  Semana 
Mayor,  de  reconocer  el  dominio  y  la  excelencia  del 
Rey  de  los  reyes  y  Señor  de  los  señores. 

Alfonso  IX,  que  tan  admirablemente  escribió 
acerca  del  Sacramento  de  la  Eucaristía  en  su  obra 
inmortal  Las  Fartidas^  ¿haría  preterición  en  su  con- 
ducta de  católico  de  practicar  tan  hermoso  acto? 

Si  así  legislara,  ¿no  obedecía  ya  á  la  devoción 
general  que  entonces  existiría?  ¿Qué  debe  extrañar- 
nos que  San  Fernando  tan  devota  y  santamente  la- 
vara, á  imitación  de  Jesucristo,  los  pies  de  los  Após- 
toles, cumpliendo  con  el  famoso  canon,  que  así  lo 
recuerda  y  prescribe,  del  concilio  ^^ii  toledano? 

De  unos  hechos  se  deduce  la  existencia  de  los  otros, 
aun  cuando  en  los  documentos  históricos  no  se  haga 
mención  expresa  de  ellos.  Las  ordenanzas  antiguas 
de  muchas  de  nuestras  villas  y  ciudades  contienen 
el  modo  de  acudir  á  visitar  las  Estaciones  las  cor- 
poraciones que  las  gobernaban.  Los  reglamentos  de 
las  cofradías  y  los  de  varios  gremios  preceptúan  lo 
mismo.  Cuando  tan  general  era  para  tantas  sociedades 


(1)  El  P.  Yepes,  en  lo  referente  á  Sahagún,  describe  el 
excesivo  y  delicado  proceder  de  los  padres  de  aquella  casa  en 
preparar  la  oblata. 


—  63  — 

j  corporaciones,  los  reyes,  ¿no  darían  el  ejemplo  á 
sus  subditos,  antes  j  después  de  constituida  la  nacio- 
nalidad española?  Las  hermosas  basílicas  románicas 
j  góticas  de  todo  el  pueblo  español  publican  lo  mis- 
mo con  sus  incipientes  Sacramentales  y  Minervas,  etc. 

Aun  cuando  desde  los  Alfonsos,  y  principalmente 
antes  de  San  Fernando,  puede  bien  asegurarse  que  se 
reanudó  lo  puesto  en  planta  por  los  visigodos  desde 
Recaredo,  tomaría  mucha  fuerza  de  regia  visita  des- 
pués de  San  Fernando.  Los  Reyes  Católicos  ya  repre- 
sentaban toda  la  unidad  española.  La  Casa  de  Austria 
organizó  tan  imponente  ceremonia. 

A  darse  en  nosotros  la  facilidad  de  examinar  los 
archivos  de  Olite,  Tafalla,  Pamplona,  Nájera,  Bar- 
celona, Valencia,  Burgos,  Zamora,  Toro,  Medina  del 
Campo  y  Valladolid,  seguramente  hubiéramos  tro- 
pezado con  manifestaciones  claras  y  concretas,  y  que 
nos  dejaran  conocer  todo  el  alcance  de  algunas  ex- 
presiones relativas  á  este  particular,  que  en  las  Cró- 
nicas generales  de  los  Reinos  y  Principados  y  en  las 
particulares  de  los  reyes  se  conservan.  Pero  es  tra- 
bajo superior  á  un  solo  hombre,  falto  de  todo  encargo 
oficial,  aunque  no  desnudo  de  carácter  legal  y  aca- 
démico. 

* 

La  Casa  de  Austria  debe  el  origen  de  su  gran- 
deza á  la  devoción  al  Santísimo  Sacramento,  y  por 
notabilísima  coincidencia  á  partir  de  la  rama  de 
Hapsburgo,  en  España  nos  ha  dejado  signos  indubita- 
bles de  haber  visitado  sus  reyes  los  Sagrarios  en 
forma  propia  de  la  majestad  ReaL 

Nada  indica  el  autor  del  librito  Etiqueta  de  la 


—   (U  — 

Casa  de  Austria  en  España,  distinguido  bibliote- 
cario en  la  Real  Academia  de  la  Historia,  y  aca- 
démico de  mimero  en  la  misma  Corporación,  señor 
Rodríguez  Villa. 

A  pesar  de  ello,  en  las  cartas  de  Andrés  de  Men- 
doza [Colección  de  libros  españoles  raros  ó  curiosos, 
tomo  XVII.  Cartas  de  AndiV'S  de  Almansay  Mendoza^ 
publicadas  por  F.  del  V.  y  S(ancho)  R(ayon)]  lee- 
mos en  la  página  185  lo  siguiente: 

(íDesde  este  dia  asistieron  sus  Majestades  á  los 
Oficios  Divinos  de  la  Semana  Santa^  en  la  forma  que 
siempre  se  suele  hacer ^  lavando  los  pies  á  los  pobres, 
y  dándoles  de  comer,  y  vestido  y  limosna,  y  andando 
sus  ESTACIONES  Á"  PIE,  y  vicndo  las  procesiones  de  dis- 
ciplina, y  en  particular  las  de  las  Ordenes  Descalzas, 
como  en  otra  relación  de  la  entrada  del  Principe  lo 
avisé  ct  vuestra  merced.D 

Al  expresarse  diciendo:  en  la  forma  que  siempre  se 
suele  hacer,  bien  claramente  se  deduce  la  antigüedad 
de  la  usanza.  Esta  visita  á  los  Sagrarios  ó  á  las  Es- 
taciones fué  la  del  año  1623,  reinando  Felipe  IV. 

Los  ceremoniales  para  las  visitas  en  Madrid,  des- 
pués que  Felipe  II  trasladó  la  corte  desde  Vallado- 
lid,  serían  los  mismos  que  se  usaron  en  la  antigua 
capital  del  Pisnerga.  ¿Se  han  perdido?  ¿Están  entre 
los  papeles  de  los  Archivos  del  Patrimonio  Real,  aun 
no  examinados?  ¿Desaparecerían  cuando  el  incendio 
de  la  morada  regia  anterior  á  la  actual?  En  los  Ar- 
chivos de  Chancillería  y  del  Municipio  en  Vallado- 
lid,  ¿no  se  podrían  encontrar?  En  la  misma  iglesia 
de  San  Pablo  de  aquella  ciudad,  y  en  la  Antigua,  ¿no 
habrá  de  conservarse  dato  alguno?  Tal  vez  Felipe  V, 
el  primero  de  los  Borbones,  prescindiera  de  la  etiqueta 


MUSEO  NACIONAL  DE  PINTURAS.  — MADRID 


SAN  ANTONIO  DE  PADUA 
CONVIERTE  Á  UN  HEREJE  ALBIGENSE  (Tolosa-Francia). 

Milagro  de  la  muía  hambrienta,  que  arrodillada  adora  la  Sagrada  Eucaristía  sobre 
ua  canasto  de  cebada. — Cuadro  de  Autor  desconocido. 


sacristía  dzl  templo  del  monasterio  del  escorial. 


ADORACIÓN  DE  LA  SAGRADA  FORMA  POR  EL  REY  CARLOS  II. 

C.  COELLO. 


—  05  -- 

austríaca,  sobreponiendo  la  borbónica.  Otros  más 
afortunados  podrán  descifrar  las  dificultades  apunta- 
das y  llenar  los  claros  que  señalamos. 

Felipe  IV  no  visitó  todos  los  años  las  Estaciones. 
En  el  de  la  defunción  de  Felipe  III,  j  en  otro  pos- 
terior á  la  visita  indicada,  estuvo  recogido  en  San 
Jerónimo  el  Real,  y  en  otra  ocasión,  un  viaje  á  An- 
dalucía le  obligó  á  estar  lejos  de  la  corte. 

Confesamos  ingenuamente  que  no  podemos  añadir 
más  acerca  de  la  Casa  de  Austria,  y  respecto  de  la  de 
Borbón,  la  fortuna  nos  ha  sido  adversa  hasta  llegar  á 
los  tiempos  de  Carlos  III.  No  obstante,  de  los  datos 
que  ponemos  ante  la  vista,  y  la  consideración  de 
nuestros  lectores,  se  sacará  la  consecuencia  de  que  tan 
hermosa  práctica  no  ha  sido  jamás  interrumpida. 

Aquí  nuestras  pruebas  son  documentales,  sacadas 
del  Archivo  Municipal  de  Madrid,  aunque  ignorando 
si  antes  han  sido  publicadas.  No  tenemos  tiempo  j)ara 
cerciorarnos  de  ello. 

El  primer  documento  dice  así: 

aHaviendo  resuelto  S,  Af,  andar  las  estaciones  la 
próxima  Semana  Santa  Helando  la  Carrera  desde  el 
R}  Paludo  del  B:"^  Retiro  á  la  Iglesia  de  los  Italia- 
nos, por  la  Calle  del  Baño,  salir  á  la  del  Prado,  por 
la  de  León,  á  la  de  Cantarranas,  bajar  ce  J/¿s,  Naza- 
reno, holhiendo  á  subir  por  la  de  Francos  á  la  de  los 
Capuchinos  p)ara  restituirse  por  la  Plazuela  del 
Spiritus  SJ'^  al  Retiro,  ha  mandado  reconozcan  desde 
luego  las  Casas  de  la  expresada  Carrera  haciendo 
quitar  los  tejadillos  y  canelones  que  hubiese  en  ella,  á 
fin  de  asegurar  el  que  no  aya  la  más  remota  contin- 
gencia, como  assi  mismo  el  que  se  componga  el  empe- 
drado de  las  Calles  y  ponga  el  mayor  esmero  en  su 


—  CG  — 

limpJ^  y  comodidad^  y  que  aquel  dia  no  se  bierta  ni 
arroje  inmundicia  ni  otra  cosa  alguna  en  ellas.  Y  lo 
participo  á  V.  S.  jjara  que  con  el  Alarife  de  Su  Cuar- 
tel reconozca  luego  la  expresoxla  Carrera^  el  que  ha, 
de  declarar  las  obras  que  necesiten  su  suelo  y  edificios 
para  el  entero  cumplimiento  de  quanto  se  manda^  y 
después  de  notificar  ct  los  dueños^  Adm/^^  ó  Asentista-^ 
la  prontitud  con  que  las  deben  egecutar^  ha  de  remi- 
tir V.  S.  d  los  S/'  Correx.''  las  declara.'  del  Alarife 
sin  pérdida  de  tjj*^  para  2^cisarlas  á  S,  21,  y  dar  las 
demás  provid.^^  q.^  conbengan, 

i>Diosg.  á  V. S.  m.  a.  como  dP  Madrid!^  de  Marzo 
de  1760. 

))El  duque  de  Medinaceli. 

))^/  Z).»^  Julián  Moróte j> 

Véase  el  contenido  del  segundo: 

(íHauiéndose  comunicado  por  el  Excm.^  S.^^  duque, 
de  Medinaceli^  Caballerizo  mayor  de  S.  M,,  la  real 
orden  siguiente: 

y>Señor  mio:  de  orden  del  Rey  prevengo  á  V.  S.  que 
respecto  de  cuanto  S,  M.  tiene  resuelto  acidar  las  es- 
taciones laprox,^"-  Semana  S.*'^  lleba^ido  lo.  Caldera 
desde  el  Real  Palacio  del  Buen  Retiro  á  la  Iglesia 
de  los  Italianos,  por  la  calle  del  Baño  salir  á  la  del 
Prado ^  por  la  de  León  á  la  de  Cantarranas^  baxar  d 
Jesús  Nazareno^  bolbiendo  tí  subir  por  la  de  Francos 
á  la  de  los  Capuchinos,  para  restituirse  por  la  Pía- 
zuela  del  Espiritu  Santo  al  Retiro,  dé  V,  S,  las  pro- 
videncias correspondientes  para  que  se  j^econozcan 
desde  luego  las  Casas  de  la  expresada  Carrera  y  ha- 
ciendo quitar  á  su  tpTo  los  texadillos  y  canelones  que 


—  67  — 

hubiese  en  ella  para  que  se  asegure  evitar  la  mas  re- 
mota  contingencia^  disponiendo  asi  mismo  que  se  com" 
ponga  el  empedrado  de  las  calles  y  ponga  el  mayor 
esmero  en  su  limpieza  y  comodidad  y  que  aquel  día 
no  se  vierta  ni  arroje  inmundicia^  ni  otra  cosa  alguna 
en  ellas,  remitiéndome  V.  S.  d  su  tiempo  testimonio  ó 
declaración  de  quedar  executado  todo  á  satisjaccion, 
para  que  pueda  dar  cuenta  d  S.  M,  Lo  que  espero  del 
celo  de  V,  S.  al  Real  servicio,  renovando  á  V,  S,  igual 
diligencia  los  primeros  dias  de  la  Semana  Santa  para 
mayor  seguridad,  no  obstante  q,^  desde  luego  eva- 
que  V,  S.  la  expresada  Real  mW.  Y  como  sprel  me 
repito  cí  la  obed,^  de  V.  S.  con  seguro  afecto,  de- 
seando le  guarde  Dios  muchos  años. 

^Madrid  19  de  Marzo  de  1760.  =5.  L  m, 
de  V.  S.  su  mayor  serv,^^  =El  duque  de  Medinaceli,= 
■S.  i>.«  Juan  FranJ^^  de  Lujan  y  Arze, 

i>Se  lo  pai^ticipo  á  vm.  para  que  la  pase  á  los  Ca- 
v/^^  Capitulo /-es  Cuarteleros  á  ^."**  corresponda,  á 
fin  de  que  con  sus  Alarifes  reconozcan  luego  la  Ca- 
rrera j  declaren  las  obras  que  necesiten  su  suelo  y 
edificios  para  el  entero  cumplimJ^  de  quanto  se 
manda,  previniéndoles  que  desp.^  de  notificar  á  los 
dueños^  Adm.^^^  ó  Asentistas,  la  prontitud  con  que  las 
deven  executar,  se  me  pasen  las  declara.^  de  los  ex- 
pres.^^  Alarifes,  sin  perd.^  de  tp.^,  p,^  dar  las  demás 
providj^^  que  convengan, 

y>Dios  güe.  á  vm.  mJ  añ.^  M.^  20  de  Marzo  c/^  1760. 
)>D.N  Juan  Fran.^^  de  Lujan  y  Arze. 

))-S'/  i)."  Felipe  de  la  LLuertay>  (1). 


(1)  Archivo  Municipal  de  Madrid,  1. "-24-17. 


—  G8  — 

Por  otros  manuscritos  consta  que  hubo  visita  Real 
ú  las  Estaciones:  se  hizo  en  los  años  1767  (el  de  la 
expulsión  de  la  Compañía  de  Jesús)  y  1768.  Se 
enarenaban  las  calles  de  la  carrera.  Costó  el  hacerlo 
el  iiltimo  citado  1.149  reales  y  10  maravedís,  y  el  pri- 
mero 638  reales  y  8  maravedís.  Fué  la  visita  el  día  31 
de  Marzo.  Firman  las  cuentas  Juan  de  San  Juan 
Berrahondo,  Joaquín  de  Goya,  Joachin  (stc)  Cuervo 
y  Figueroa.  El  libramiento  se  hizo  el  día  27  de 
Abril  (1).  Añádase  la  visita  del  año  1769.  El  coste 
del  enarenado  subió  á  1.711  reales  y  8  maravedís. 
Firman  Berrahondo  y  Goya  (2). 

Eran  los  días  del  año  1821  próximos  á  Semana 
Santa,  y  el  Ayuntamiento  de  Madrid  tomaba  opor- 
tunamente las  decisiones  propias  para  las  fiestas.  Era 
Alcalde  el  Sr.  Conde  de  Clavijo,  y  se  votó  para  que 
la  procesión  del  día  de  Viernes  Santo  recorriese  la 
carrera  de  costumbre. 

También  el  Sr.  Alcalde  había  preguntado  si  Sus 
Majestades  visitarían  las  Estaciones,  no  dándosele  la 
contestación  más  que  en  sentido  hipotético,  á  causa 
de  la  salud  de  S.  M.  D.  Fernando  VII. 

El  día  16  de  Abril,  en  otra  sesión,  se  dio  cuenta 
deque  el  Capitán  general  te?i¡a  tomadas  todas  las 
providencias  para  que  las  tropas  de  la  guarnición  y 
la  Policía  Nacional  local  estuviesen  dispuestas  en  sus 
cuarteles  para  cualquier  novedad  que  ocurra.  Es  de 
añadir  que  por  aquel  entonces  estaba  prohibido  el 
entrar  en  la  plaza  de  Palacio. 

Obedecía  esto  á  la  siguiente  comunicación: 


(1)  Archivo  Municipal  de  Madrid,  l.''-26-2. 

(2)  Archivo  Municipal  de  Madrid,  1.^-26-9. 


—  69  — 


GOBIERNO  POLÍTICO  Y  SÜPílRIOR 

DE  LA 

PROVINCIA  DE  MADRID 


Excmo.  Sr.: 


Mediante  haber  dispuesto  V.  E.  se  celebre  en  el 
presente  año  la  procesión  del  Viernes  Santo  en  igual 
forma  que  se  hizo  en  el  año  próximo  pasado,  espero  se 
sirba  tomar  por  su  parte  todas  las  medidas  que  juzgue 
conducentes  á  conserbar  el  buen  orden  y  tranquilidad 
pública  de  esta  capital,  manifestándome  con  anticipa- 
ción en  qué  puntos  considera  necesaria  la  fuerza  ar- 
mada para  oficiar  sobre  ello  al  Excmo.  Sr.  Capitán  ge- 
neral. 

Dios  guarde  á  V.  E.  muchos  años. 

Madrid  14  de  Abril  de  1821. 

Excmo.  Ayuntamiento  Constitiícional  de  Madrid. 

A  la  misma  sesión  habían  acudido  ambas  autori- 
dades, es  decir,  el  Capitán  general  y  el  Jefe  político, 
quienes  encargaron  también  que,  á  toda  costa,  se  tra- 
tase  de  evitar,  y  de  sofocar  si  se  alzase,  todo  movi- 
miento sedicioso,  y  para  ello  que  los  Regidores,  Co- 
misarios de  cuartel,  rondaran  con  sus  vecinos  en  los 
tres  días  de  Miércoles,  Jueves  y  Viernes  Santo  por 
sus  respectivos  cuarteles. 

Sigan  hablando  los  documentos,  que  dan  más  luz 
que  nuestro  buen  deseo: 


—   70  — 


SOBIEMO  político  SUPERIOR 

DE  LA. 

PROVINCIA  DE  MADRID 
Sección   de   Gobierno  Político 

Tomada  razón. 
Madrid,  7  de  Abril  de  1821.— 
El  Ayuntamiento  Constitu- 
cional. —  Cúmplase  lo  que 
S.  M.  manda  y  noticíese  al 
Sr.  Vicario  eclesiástico  para 
su  conocimiento. 


Exento.  Sr.: 

Con  fecha  de  ayer  me  dice 
el  Excmo.  Sr.  Secretario  del 
Despacho  de  la  Gobernación  de 
la  Península,  de  Real  orden,  lo 
siguiente: 

«Excmo,  Sr. :  Enterado  Su 
Majestad  del  oficio  de  V.  E.  nú- 
mero 267,  fecha  14  de  este  mes^ 
acerca  del  anuncio  que  debe 
darse  al  público  para  los  próxi- 
mos días  de  Jueves  y  Viernes 
Santo,  se  ha  servido  mandar 
diga"  á  V.  E.  que  S.  M.,  si  su 
salud  se  lo  permite,  saldrá,  se- 
gMín  costumbre,  á  andar  las  Es- 
taciones el  Jueves  Santo,  y  que 
apruebe  el  señalamiento  de  la 
procesión  del  Viernes,  siendo 
la  que  llebó  el  año  próximo- 
pasado.)) 

Y  lo  traslado  á  V.  E,  para  su 
conocimiento  y  que  se  sirva  to- 
mar por  su  parte  las  medida» 
que  juzgue  convenientes  á  fin 
de  conservar  el  orden  y  la  tran- 
quilidad pública,  tan  atendible 
en  semejantes  dias. 

Dios  guarde  á  V.  E.  mucho» 
años. 

Madrid  17  de  Abril  de  1821. 


Excmo.  Ayunta  niento  Constitucional  de  Madrid. 

Inminente  el  Viernes  Santo,  en  sesión  pública  j 
con  asistencia  (extraordinaria)  del  Jefe  político  j 


—  71  — 

decidido  por  él  el  empate,  se  votó  la  no  salida  de  la 
procesión  del  Viernes  Santo,  á  pesar  de  estar  ya  avi- 
sado por  oficio,  y  en  contrario,  el  Sr.  Vicario. 

Sin  embargo  de  todo  ello,  se  mandó  la  siguiente 
comunicación: 

GOBIERNO  SUPERIOR  POLÍTICO 

DE  LA 

PROVINCIA  DE  MADRID 

Sección  de  Gobierno  Político 


Excnio.  Sr.: 

Ea  este  momento  me  dice  el  Sr.  Secretario  del 
Despacho  de  la  Gobernación  de  la  Península  lo  que 
copio : 

«Excmo.  Sr.:  El  Sr.  Mayordomo  mayor  de  Su 
Majestad  me  dice,  con  fechado  oy,  lo  que  copio: 

((Al  Sr.  Secretario  del  Despacho  de  la  Guerra 
))digo  con  fecha  lo  que  sigue: 

))E1  Rey  ha  señalado  la  hora  de  las  cuatro  y  media 
y)áe  la  tarde  de  mañana,  Jueves,  para  salir  á  visitar 
))la8  Estaciones  en  las  iglesias  de  la  parroquia  de  Santa 
3)Maria,  Monjas  de  Constan tinopla,  Parroquia  de  Santa 
))Cruz,  convento  de  Santo  Tomás,  y  siguiendo  por  la 
acalle  de  Atocha/ la  de  Carretas,  Puerta  del  Sol,  calle 
»Mayor  á  San  Felipe  Xeri,  y  por  las  Platerías  y  calle 
))de  Santiago  á  la  parroquia  de  este  nombre,  conclu- 
))yendo  en  la  Real  Capilla  de  Palacio.  Todo  en  la  forma 
>)acostumbrada.V) 

Lo  que  traslado  á  V.  E.  para  su  inteligencia  y  cum- 
plimiento en  la  parte  que  le  corresponda. 

Dios  guarde  á  V.  E.  muchos  años. 

Madrid  18  de  Abril  de  1821. 

Excmo.  Ayuntamiento  Constitucional  de  esta  villa  (1). 


(1)  Este  documento  y  el  siguiente  parecen  ser  íntegros,  de 
puño  y  letra  del  Marqués.  A  lo  que  se  desprende,  no  imperaba 
en  tales  momentos  la  mayor  conñanza  en  los  auxiliares  ofici- 
nescos. 


No  se  hizo  esperar  mucho  la  contraorden.  Léase: 


GOBIERNO   SUPERIOR  POLÍTICO 

DE  LA 

PROVINCIA  DE  MADRID 

Sección   de   Gobierno  Político 


Excmo.  Sr.: 

En  este  momento  me  dice  el  Excmo,  Sr.  Secretario 
del  Despacho  de  la  Gobernación  de  la  Península  lo 
siguiente: 

«Excmo.  Sr.:  Hallándose  el  Eey  algo  indispuesto, 
no  saldrá  á  visitar  las  Estaciones  en  la  tarde  de  oy, 
según  dije  á  V.  E.  en  mi  oficio  de  fecha  de  aj^er.» 

Lo  traslado  á  V.  E.  para  su  inteligencia  y  efectos 
consiguientes. 

Dios  g'uarde  á  V.  E.  muchos  años. 

Madrid  19  de  Abril  de  1821. 

61  'ÜllLatauéy  2c  (Bcízat^o. 

Excmo.  Ayuntamiento  Constitucional  de  esta  villa  (1). 

Así  llegamos  al  año  1826.  (Archivo  Mnnicipal  de 
Madrid,  2.^-275-98.) 

Leemos  en  los  escritos  conservados  que,  hasta  el 
año  1819,  unos  años  se  liabía  sacado  á  subasta  v  otros 
corriera  de  cuenta  de  la  Comisión  de  empedrado,  el 
enarenar  las  calles  para  la  visita  de  SS.  MM.  á  las 
Estaciones,  lo  que  prueba  que  lo  mismo  antes  del 
año  1821  que  después  de  él,  no  se  interrumpió  el 
acudir  á  los  Sagrarios  el  día  de  Jueves  Santo;   r 


(1)  Archivo  Municipal. 


consta  que  en  el  de  1819  el  enarenado  costó  5.700 
reales,  j  después  3.680. 

El  año  1824  se  hallaron  los  Re  jes  en  el  Sitio;  j 
en  el  1825,  habiéndolo  dispuesto  el  Corregidor,  fué 
la  Administración  de  limpiezas  la  encargada  de  la 
arena ;  valiéndose  de  sus  carros  j  ganando^  estando  á 
la  vista  y  auxiliando  el  Teniente  Visitador  de  Policía, 
según  disposición  del  primero.  Era  Visitador  de  Po- 
licía D.  Cipriano  Alejandro. 

Y  llegamos  á  1830,  segundo  período  del  Gobier- 
no absoluto  y  año  del  nacimiento  de  S.  M.  Doña 
Isabel  II. 

Véanse  los  documentos.  (Archivo  Municipal,  2.^- 
275-22.) 

En  la  Real  orden  anunciando  el  Rey  la  visita,  se 
indica  que  no  pasará  por  la  calle  de  Santiago. 

«Por  el  Sr.  Encargado  de  la  Mayordomía  mayor 
de  Palacio  se  me  ha  coniunicado,  con  fecha  27  del 
mes  último,  la  Real  orden  siguiente: 

«El  Rey  N.  S.  ha  resuelto  salir  á  visitar  las  esta- 
:!>ciones  el  próximo  Jueves  Santo  á  las  cuatro  de  la 
3)tarde,  en  compañía  de  la  Reyna  su  augusta  esposa  y 
))de  los  Señores  Infantes,  dirigiéndose  desde  el  Real 
))Palacio  á  la  Iglesia  parroquial  de  Sta.  María  de  la 
)>Almudena  y  Monjas  de  Constantinopla,  siguiendo 
))por  las  Platerías  á  la  calle  de  la  Amargura,  al  Arco 
2)Nuevo  de  la  Plaza,  á  la  Parroquia  de  Sta.  Cruz  y 
5) Convento  de  Sto.  Tomás,  desde  donde  continuará  á 
)>la  calle  de  Carretas,  Puerta  del  Sol  á  la  Iglesia  de 
))San  Felipe  el  Real,  en  donde  hará  estación;  desde 
)>aquí  seguirá  por  la  calle  Mayor  á  la  Iglesia  de  San 
)) Felipe  Neri,  de  aquí  á  las  Platerías,  calle  de  la 
))Almudena,  Arco  de    Palacio    á  la  Real  Capilla, 


—  7-i  — 

))donde  conclnirí'in  las  estaciones.  De  lleal  orden  lo 
Dcomiinico  á  V.  S.  para  su  inteligencia  y  gobierno.^) 

»Lo  traslado  á  V.  S.  para  su  inteligencia  en  la  de 
que  con  esta  misma  feelia  doy  también  aviso  de  esta 
soberana  determinación  al  Visitador  general  de  Poli- 
cía urbana  para  que  poniéndose  de  acuerdo  con  Y.  S. 
convengan  en  los  puntos  en  que  debe  amontonarse  la 
arena  de  que  ha  de  cubrirse  la  carrera,  á  fin  de  que 
este  servicio  se  haga  con  el  acierto  y  oportunidad  que 
exige. 

))Dios  guarde  á  V  S.  muchos  años. — Madrid  2  de 
Abril  de  1830. — Tadeo  Ignacio  Gil. — Sr.  Secretario 
del  Excmo.  Ayuntamiento  de  esta  villa.» 

Hay  otra  comunicación  que  empieza  lo  mismo> 
añadiendo: 

«Por  el  Excmo.  Sr.  Secretario  de  Estado  y  del 
Despacho  de  Gracia  y  Justicia,  con  esta  fecha  se  me 
ha  comunidado  la  Real  orden  siguiente: 

))Ilmo.  Sr.:  El  Encargado  de  la  Mayordomía  Ma- 
yor de  S.  M.,  con  fecha  24  de  Marzo  último,  me  dice 
lo  que  sigue: 

«El  Rey  N.  S.  ha  tenido  á  bien  resolver  que  haya 
))capilla  pública  el  domingo  próximo  de  Ramos  á  las 
))diez  de  su  mañana,  y  el  Jueves  Santo  á  las  nueve,  y 
í>á  las  cuatro  de  su  tarde  saldrá  S.  M.  á  visitar  las 
testaciones  en  compañía  de  su  augusta  esposa  la 
)>Reyna  N.""  S.""  y  los  Señores  Infantes.»  (Sigue  como 
))antes  hasta:)  Que  la  capilla  pública  del  Viernes  sea  á 
»las  diez  y  á  la  misma  hora  la  del  Domingo  de  Pascua 
»de  Resurrección.  De  Real  orden  lo  comunico  á  V.  S. 
5)para  su  inteligencia  y  efectos  convenientes,  en  el  con- 
))cepto  de  que  las  personas  que  deben  concurrir  á  di- 
))cha  función  del  Jueves  Santo  será  de  gala  con  uni- 


—   /o  — 


»forme,  y  á  la  del 'Viernes  con  centro  negro,  según 
»práctica,  siendo  de  este  modo  la  asistencia  á  la  del 
)) Domingo  de  Pascua,  v  de  gala  la  del  Domingo  de 
5>Hamos.  Y  lo  traslado  á  V.  S.  de  la  Real  orden  para 
))su  inteligencia  y  fines  correspondientes.» 

»Cuya  Real  orden  inserto  á  V.  S.  para  noticia  del 
!ÉScm5o.  Ayuntamiento  y  efectos  que  convengan. 

))Dios  guarde  á  V.  S.  muchos  años.  — Madrid  3  de 
Abril  de  1830. —  Tadeo  Ignacio  Gil. — Sr.  Secreta- 
rio del  Excmo.  Ayuntamiento.» 

Los  datos  que  existen  en  el  Archivo  Municipal,  y 
que  corresponden  al  año  1844  (4.^-21-8),  son  los  si- 
guientes, que  pertenecen  ya  al  reinado  de  S.  M.  Doña 
Isabel  II: 

c(Excmo.  Sr.:  El  Sr.  Subsecretario  del  Ministerio 
de  la  Gobernación  de  la  Península,  con  fecha  de 
ayer,  me  dice  lo  siguiente: 

»Excmo.  Sr.:  El  Sr.  Ministro  de  Estado,  con  esta 
»-fecha,  dice  á  este  Ministerio  lo  que  sigue:  El  señor 
» Mayordomo  Mayor  de  S.  M.  me  dice  con  esta  fecha 
))lo  que  sigue:  S.  M.  la  Reina  nuestra  Señora,  acom- 
))pañada  de  su  augusta  madre  y  hermana,  saldrán  de 
»este  Real  Palacio  á  las  tres  de  la  tarde  del  Jueves  4 
»del  corriente  para  visitar  varias  iglesias:  lo  que  de 
»orden  de  S.  M.  comunico  á  V.  E.  á  fin  de  que  con  los 
»demás  Ministros,  principales  corporaciones  y  altos 
»funcionarios  se  sirvan  acompañar,  si  gustan,  á  las 
»Reales  personas  á  este  solemne  y  religioso  acto,  sir- 
» viéndose  hacer  á  todos  ellos  la  correspondiente  invi- 
»tacion  de  asistencia.  De  Real  orden  lo  traslado  á  V.  E. 
»con  inclusión  de  una  lista  de  las  personas  y  cori3ora- 
»ciones  que  deben  acompañar  á  S.  M.  en  el  expresado 
»dia,  para  que  V.  E.  se  sirva  invitar  á  las  que  depen- 


»den  de  ese  Ministerio  de  su  digno  cargo,  poniendo 
5)igualmente  en  su  conocimiento  que  los  Mayordo- 
))mos  de  S.  M.  están  encargados  del  orden  y  coloca- 
))cion  de  todos  los  concurrentes.  De  lleal  orden,  comu- 
))nicada  por  el  Excmo.  Sr.  Ministro  de  la  Gobernación 
y>de  la  Península,  lo  traslado  á  Y.  E.  para  su  conoci- 
5)miento,  el  de  la  Diputación  provincial,  Ayunta- 
)>miento  y  Corporaciones  dependientes  de  ese  Go- 
^bierno  político,  adoptándolas  disposiciones  que  crea 
))  conven  lentes  y  sean  de  costumbre.» 

:!)Lo  que  trascribo  á  V.  E.  para  los  efectos  expre- 
sados en  la  preinserta  lleal  orden,  esperando  se  ser- 
virá concurrir  esa  Corporación  con  la  debida  antici- 
pación al  sitio  señalado  á  tan  solemne  acto. 

))Dios  guarde  á  V.  E.  muchos  años. — Madrid  3  de 
Abril  de  1844. — Antonio  Benavides. — Excelentísi- 
mo Ayuntamiento  Constitucional  de  esta  villa.» 

Se  advierte  que  habiendo  preguntado  antes,  en  se- 
sión municipal,  el  Sr.  Cereceda  si  el  Ayuntamiento 
acndiría  á  la  visita  con  los  Reyes,  el  Sr.  Presidente 
contestó  QUE  no,  d  710  sei"  que  se  ordenase  ¡^or  alguna 
expresa  comunicación,  en  cuyo  caso  daría  segui- 
damente aviso  á  los  señores  capitulares.  No  se 
expresa  después  si.  el  Sr.  Presidente  presentó  la  di- 
misión. 

«Siguen  los  Reyes  la  siguiente  carrera: 

»Arco  de  Palacio  á  Santa  María,  convento  del  Sa- 
cramento, calle  del  Sacramento  á  San  Justo,  calle 
del  Cordón,  plazuela  de  la  Villa,  Platerías,  calle  de 
Milaneses,  calle  de  Santiago  á  la  parroquia  de  este 
nombre,  23laza  de  Oriente,  subida  de  Santo  Domingo  al 
convento  de  este  nombre,  bajada  de  Santo  Domingo, 
calle  de  la  Biblioteca  á  la  Real  capilla  de  la  Encar- 


// 


nación,  á  la  del  Palacio. — Es  copia. — Benavides. — 
Madrid  20  de  Abril  de  1844.— Es  copia.» 

Su  Majestad  D.  Alfonso  XII  no  dejó  de  atenerse 
á  tan  piadosa  costumbre,  cumpliendo  como  monarca 
con  Jesucristo  Sacramentado,  visitando  las  Estaciones 
el  año  1884. 

Con  los  datos  aprontados  se  prueba  evidentísima- 
mente  la  no  interrupción  de  tan  hermosa  práctica,  lo 
mismo  de  parte  de  la  Casa  de  Austria  que  de  la  Casa 
de  Borbón.  Desde  las  publicaciones  El  Mercurio  j  el 
Diario  de  Avisos ,  se  puede  seguir  el  estudio  de  esta 
materia  año  tras  año.  No  ha  sido  nuestro  intento  des- 
cender á  tanta  minuciosidad. 

La  Biblioteca  de  la  Real  Casa  conserva ,  entre  otros 
manuscritos ,  los  que  componen  los  ceremoniales  para 
los  actos  religiosos.  Están  los  dos  dedicados  á  Sus 
Majestades :  el  de  texto  latino  á  S.  M.  el  Rey,  j  el  de 
texto  castellano  á  S.  M.  la  Reina,  y  ambos  dan  la 
fecha  del  año  1802.  Parece  que  contienen  lo  ordenado 
en  tiempo  de  Carlos  III.  Tal  vez  entre  los  documen- 
tos del  Archivo  yazcan  los  primitivos  de  la  Casa  de 
Borbón,  á  lo  menos. 

Dando  el  contenido  del  ceremonial  castellano — tra- 
duce fielmente  el  latino — en  la  parte  que  nos  corres- 
ponde servimos  al  lector  mucho  mejor  que  con  fru- 
tos de  nuestra  propia  cosecha: 


—  78  — 

«Ceremonial  de  la  Real  Capilla  de  S.  M.  Católica, 
formado  de  orden  superior,  y  dedicado  á  la  muy 
excelsa  y  benéñca  señora  D.""  María  Luisa  de 
Borbon,  Reyna  Católica  de  las  Españas.  Año 
de  1802. 


)) ARTÍCULO   Yin  (1). 

:S) ACOMPAÑAMIENTO  Y  ORDEN  EN  QUE  VISITAN  SUS 
MAJESTADES  LAS  ESTACIONES  EL  DÍA  DE  JUEVES 
SANTO. 

))A  las  cinco  ó  cinco  j  media  de  la  tarde  suele  salir 
«1  Rej  de  su  Cámara  para  andar  las  Estaciones,  lle- 
vando el  mismo  acompañamiento  que  suele  quando 
va  á  asistir  en  público  en  su  Real  Capilla.  Ha  de  es- 
tar tendida  por  toda  la  carrera  la  Tropa,  pero  liaran 
la  escolta  á  la  Magestad  las  Reales  Guardias  de 
Corps  Mas  si  quisiere  la  Magestad  de  la  Rejna 
andar  también  las  Estaciones,  suele  ir  ordinaria- 
mente en  compañía  del  Rej,  llevando  la  servidum- 
bre de  señoras  y  tren  de  caballeriza  que  vamos  á  de- 
clarar: Toma,  pues,  la  Reyna  la  Silla  de  manos  en  la 
Pieza  de  las  Columnas,  y  la  llevan  ocho  Silleteros: 
todavía  ha  de  estar  prevenida  y  puesta  la  otra  Silla 
de  respeto,  con  otros  tantos  Silleteros,  en  la  meseta  de 
la  escalera  principal,  para  ir  detrás  de  S.  M.  A  esta 
imilla  ha  de  acompañar  y  seguir  la  de  la  Camarera 
Mayor,  que  es  de  la  Real  Caballeriza,  y  será  condu- 
cida por  seis  Silleteros;  pero  que  no  deberá  tomarla 


(1)  Páginas  132,  133  y  134 


—  79  — 

sino  en  la  última  meseta  de  la  ya  dicha  escalera.  Tras 
de  esta  Silla  de  la  Camarera  Mayor  han  de  ir  forma- 
dos los  Escuadrones  de  Guardias  de  Corps,  por  tren 
y  obsequio  de  SS.  MM.,  que  van  delante.  Siguen  des- 
pués de  esta  Tropa  las  Damas  de  S.  M.  y  Señoras  de 
Honor  en  sus  Sillas  propias,  las  que  han  de  tomar  al 
pie  de  la  escalera  principal,  que  es  el  modo  con  que 
se  practicó  este  acto  el  dia  9  de  Abril  de  1789  (1).» 

«IGLESIAS    QUE    VISITAN    SS.    MM.    EN   EL    ANDAR 
LAS    ESTACIONES. 

))La  primera  de  estas  iglesias  es  la  Parroquia  de 
Santa  María,  en  cuya  entrada  y  salida  ha  de  servir 
el  Agua  bendita  á  SS.  MM.  el  Cardenal  Patriarca  (2). 
Llegados,  se  arrodillan  los  Reyes  delante  del  Monu- 
mento en  las  Almohadas,  que  les  deberán  haber 
puesto  sus  respectivos  Mayordomos  Mayores ,  y  hacen 
oración  al  Santísimo:  y  ha  de  estar  junto  á  SS.  MM.  y 
de  rodillas  el  dicho  Patriarca,  el  qual  dará  á  los  Reyes, 
envuelto  entre  una  cinta  encarnada  aquel  escudo  (3) 
de  oro  que  ellos  han  de  ofrecer.  La  otra  segunda  Igle- 
sia es  la  de  las  Monjas  de  Constantinopla ,  donde 
executan  lo  mismo  que  en  la  primera,  y  lo  mismo 
harán  en  las  restantes  Iglesias,  que  son  las  de  San 
Salvador,  Santiago,  San  Juan  y  San  Gil,  y  iiltima- 
mente  la  Real  Capilla,  en  la  que  rematan  SS.  MM.  las 


(1)  En  tiempo  de  Carlos  IV. 

(2)  Le  corresponderá  ahora  al  Excmo.  é  limo.  Sr.  Obispo  de 
Sión. 

(3)  En  nuestros  días  se  da  una  onza  de  oro,  moneda  sin 
entredicho. 


—   80  — 

Estaciones  y  desde  donde  se  retiran  á  sus  Quartos 
con  el  mismo  acompañamiento.  En  este  triduo  de 
Miércoles,  Jueves  y  Viernes  Santo  asisten  88.  MM. 
y  AA.  en  las  Tribunas  á  los  Oficios  vespertinos  de  las 
Tinieblas,  que  se  celebran  con  la  mayor  solemnidad.» 

* 


ORDEN  DE  LA  REAL  COMITIVA 

EN  LA  VISITA  DE  ESTACIONES  DEL  JUEVES  SANTO, 

EN  ABRIL  DE  1884  (1). 

1  Una  sección  de  la  Guardia  civil  á  caballo,  con 

trompeta,  al  mando  de  un  Oficial. 

2  Timbalero  y  clarineros  á  caballo,  de  la  Real  Ca- 

balleriza, y  dos  Palafraneros-Carreristas  á  pie, 
llevando  de  mano  el  caballo  del  Timbalero. 

3  Diez  y  ocho  Postillones  con  trajes  á  la  Daumont. 

4  Cuatro  ídem  con  trajes  á  la  Napoleón  a. 

5  Diez  ídem  con  chaquetas  encarnadas  ó  azules 

bordadas  de  oro. 

6  Trece  ídem  con  trajes  de  gala. 

7  Catorce  Palafraneros-Carreristas,  de  gala. 

8  Cincuenta  y  dos  Cocheros  y  Lacayos  con  libreas 

á  la  Federica. 

9  Porteros  de  la  Real  Caballeriza  con  sus  trajes 

de  gala. 
10  Un  Portero  y  dos  Ordenanzas  de  la  Dirección 
general  de  Caballerizas,  de  gala. 


(1)  Estos  datos  Ioh  debemos  á  la  amabilidnd  del  distinguido 
escritor  y  caballero  limo.  Sr.  D  Antoo'O  Pineda,  Jefe  Superior 
de  If.s  Keales  Caballerizas.  Muchas  gracias. 


—  81  — 

1 1  Un  oficial  de  coches. 

12  Cuatro  Herradores. 

1 3  Dos  oficiales  de  guarnicionero. 

14  Dos  celadores. 

15  Portero  de  la  Armería,  Mozo  de  restauración, 

Armero  ordinario,  Teniente  de  Armero. 

16  Real  Picadero,  que  lo  constituyen:  cuatro  Des- 

bravadores, cuatro  Domadores,  dos  ayudas  de 
Picador,  un  segundo  Picador  Mayor  y  Pica- 
dor Mayor. 

1 7  Capataz  de  limpieza. 

18  Ayudante  del  Oficio. 

19  Dos  Mariscales. 

20  Cuatro  Ayudantes  de  Cuarteles. 

21  Cuatro  Correos. 

22  Un  Conserje- Aposentador. 

23  Jefe  de  Cuarteles. 

Todo  este  personal  iba  en  dos  filas ,  dirigido 
por  un  Caballerizo  de  Campo  de  S.  M. 

A  continuación,  y  también  en  dos  filas,  el 
personal  de  la  Real  Casa,  dirigido  por  un  Ma- 
yordomo de  Semana  de  S.  M.,  y  organizado 
en  esta  forma: 

24  Barrenderos  de  Palacio. 

25  Porteros  de  Vidrieras. 

26  Porteros  de  Banda. 

27  Celadores  del  Real  Palacio. 

28  Mozos  de  Oficios. 

29  Jefes  de  Oficios. 

30  Ujieres  de  Saleta. 

31  Ujieres  de  Cámara. 

32  Gentiles  hombres  de  Casa  y  Boca. 

33  Mayordomos  de  Semana. 

6 


—  82  — 

34  Dos  reyes  de  armas. 

35  Grandes  de  España,  cubiertos. 

SS.  MM.  y  AA.  RR. 

36  Dos  reyes  de  armas. 

Los  Ministros  de  la  Corona. 

El  Jefe  Superior  de  Palacio,  Mayordomo  y 
Caballerizo  Mayor  de  S.  M.  el  Rey,  Mayor- 
domo Mayor  de  S.  M.  la  Reina,  Patrian  a  de 
las  Indias,  Comandante  general  de  Alabar- 
deros, General  primer  Ayudante  de  S.  M., 
Camarera  Mayor  de  Palacio,  Camarera  Mayor 
de  S.  A.  R.,  Damas,  Gentiles  hombres  del 
Interior,  Ayudantes  de  S.  M.,  Caballerizos  de 
Campo  de.  S.  M. 

Todos  éstos  en  grupo,  sin  formar  filas,  ex- 
ceptuando las  Damas. 

Desde  que  empiezan  los  Grandes  de  España 
basta  aquí,  va  en  dos  filas  el  zaguanete  de 
Reales  Guardias  Alabarderos. 

37  El  Real  Cuerpo  de  Guardias  Alabarderos  con  su 

música  á  la  cabeza,  al  mando  del  segundo 
Comandante  general  y  los  Oficiales  Mayores. 

38  Dos  sillas  de  manos,  y  con  ellas  el  Jefe  del  Gua- 

darnés, con  el  Escribiente  y  tres  mozos  del 
mismo,  cuatro  lacayos  y  veinticuatro  mance- 
bos con  libreas  á  la  Federica. 

39  El  escuadrón  de  Escolta  Real,  al  mando  de 
su  Coronel  primer  Jefe,  y  la  banda  de  trom- 
petas. 

Para  el  paso  de  esta  regia  comitiva  estaban  for- 
madas todas  las  tropas  de  la  guarnición  de  Madrid 
en  la  carrera ,  que  empezaba  en  el  orden  siguiente: 

Plaza  de  Armas. 


—  83  — 

Calle  de  Bailen. 

Calle  Mayor:  aquí  la  primera  visita,  á  la  iglesia  del 
Sacramento. 

Calle  del  Sacramento:  aquí  la  segunda  visita,  á  la 
parroquia  de  San  Justo. 

Puerta  Cerrada. 

Calle  de  los  Tintes. 

Calle  de  Toledo:  aquí  la  tercera  visita,  á  la  iglesia 
de  San  Isidro. 

CalJe  de  Toledo. 

Plaza  Mayor. 

Calle  del  Siete  de  Jalio. 

Calle  de  Bordadores:  aquí  la  cuarta  visita,  á  la  pa- 
rroquia de  San  Ginés. 

Calle  del  Arenal. 

Plaza  de  Isabel  II. 

Calle  de  Carlos  III. 

Calle  de  Vergara. 

Calle  de  Santa  Clara:  aquí  la  quinta  visita,  á  la 
parroquia  de  Santiago. 

Plaza  de  Santiago. 

Calle  de  Lepanto. 

Plaza  de  Oriente. 

Calle  de  Pavía. 

Plaza  de  la  Encarnación:  aquí  la  sexta  visita,  á  la 
parroquia  de  la  Encarnación. 

Calle  de  San  Quintín. 

Calle  de  Bailen., 

Arco  Nuevo. 

Plaza  de  Armas:  aquí  la  séptima  visita,  á  la  Real 
Capilla. 

*  * 


—  84  — 

Habiendo  llegado  á  este  punto ,  pondremos  un  he- 
cho histórico  que  no  deja  de  reunir  circunstancias  ex- 
cepcionales con  relación  al  asunto  que  vamos  desarro- 
llando. 

La  devoción  al  Santísimo  Sacramento  ha  sido 
siempre  fuente  de  cuantiosos  bienes,  no  solamente 
espirituales,  sino  también  materiales,  para  los  indivi- 
duos j  para  las  sociedades. 

Para  las  sociedades,  ¿qué  mejor  argumento  histó- 
rico que  la  conquista  de  Galicia,  en  cuyas  armas 
eclesiásticas  campean  los  signos  representativos  de  la 
Santísima  Eucaristía?  ¿Qué  prueba  más  palmaria  que 
las  heráldicas  manifestaciones  de  otras  diócesis  espa- 
ñolas? ¿Qué  más  se  puede  desear  que  la  perpetua  ex- 
posición lucense?  Daroca  con  sus  Corporales,  Alcalá 
de  Henares  con  sus  Formas,  Frómista  (Falencia)  con 
su  Santísimo  Milagro,  ¿no  influyen  poderosamente 
en  el  ánimo  de  los  j)ueblos  creyentes,  que  saben  que 
Jesucristo  los  protege  de  un  modo  especial?  Si  hu- 
biéramos de  hacer  alto  exponiendo  todo  lo  que  se  sabe 
acerca  de  los  milagros  de  la  Sagrada  Eucaristía,  no 
sería  fácil  encerrar  tan  inmenso  tesoro  en  tan  reducido 
continente  como  es  nuestra  labor;  pues  si  los  conoci- 
dos en  España  hallarían  escaso  este  trabajo,  los  res- 
tantes del  orbe  cristiano,  ¿cómo  encerrarlos  en  pare- 
cido lugar? 

Intentamos  ahora  solamente  exponer  un  hecho  que 
no  deja  de  ser  providencial,  de  una  manera  evidentí- 
sima, con  relación  á  las  Casas  Reales  de  Austria  y  de 
España,  actualmente  reinantes. 

Sabido  es  lo  que  la  Historia  nos  enseña  por  lo  tocante 
á  las  pretensiones  de  Alfonso  X  al  imperio  de  x\lema- 
nia  después  de  la  muerte  del  emperador  Guillermo. 


—  85  — 

Como  D.  Alfonso  no  pudiera  tomar  posesión  y 
el  Papa  no  se  inclinase  en  su  favor,  y,  sobre  todo, 
no  pudiendo  continuar  j)Or  más  tiempo  tan  largo 
interregno,  que  pasaba  ya  de  catorce  años,  los  elec- 
tores, reunidos  en  Francfort,  nombraron  compro- 
misario á  Luis  el  Severo,  y  entonces  éste  votó  en 
favor  de  Rodulfo,  conde  de  Hapsburgo,  no  muy  po- 
deroso, pero  hombre  de  mucho  talento  y  de  recono- 
cido valor. 

Había  sido  oficial  al  servicio  del  rey  de  Bohemia 
Otocaro,  y  contaba  con  algunas  posesiones  en  Suabia 
y  en  la  Alsacia,  además  de  su  castillo  de  Hapsburgo 
en  Suiza. 

Alfonso  X  protestó  de  la  elección,  pero  acudió  ya 
tarde,  pues  Rodulfo  había  sido  coronado  en  Aix-la- 
Chapelle. 

Hasta  aquí  las  historias  generales;  pero  en  la  Cró-. 
nica  Suiza  y  en  los  escritos  de  Alberto  Vidmanstadio, 
por  lo  menos,  se  lee  lo  siguiente: 

«Hubo  un  Conde  de  Hapsburgo,  llamado  Rodul- 
pho,  que  por  adorar  humilde  y  piadosamente  al  San- 
tísimo Sacramento,  mereció  que  la  dignidad  imperial 
recayese  en  la  Casa  de  Austria.  Yendo,  antes  de  ser 
Emperador,  con  un  pariente  suyo,  regulo  (sic)  de  Ky- 
burgo ,  á  ver  á  una  santa  mujer  que  hacia  vida  ere- 
mítica encerrada  en  una  ermita,  se  encontró  con  un 
sacerdote  que  llevaba  el  Viático  á  un  enfermo.  El 
sacerdote  y  el  sacristán  (con  una  campanilla  y  un 
cirio  encendido)  iban  á  pie.  Entonces  Rodulpho, 
apeándose  inmediatamente,  hizo  que  el  sacerdote 
montara  sobre  su  caballo,  imitando  tal  ejemplo  su 
pariente  con  el  sacristán.  Entonces  ellos  mismos  lle- 
varon los  caballos  de  las  bridas,  primero  hasta  la  casa 


—  se- 
de! enfermo,  y  luego,  de  vuelta,  hasta  la  iglesia,  en 
la  que,  después  de  haber  adorado  á  Dios  y  oído  las 
súplicas  del  sacerdote,  que  para  él  y  toda  su  familia 
pedia  á  Dios  grandes  bienes,  ambos  á  dos'  se  dirigie- 
ron de  nuevo  á  la  celda  de  la  mujer  santa  que  bus- 
caban. 

))No  bien  la  hubieron  saludado,  llena  de  una  santa 
inspiración,  se  dirigió  al  du(jue  Rodulpho,  dicién- 
dole:  aPor  el  deber  y  el  culto  que  has  prestado  á  JJios^ 
))y  á  Dios  en  su  sacerdote  no  hace  mucho.  Dios  te 
))ofrece,  no  sólo  para  ti,  sino  para  tus  descendientes, 
))una  gracia,  y  por  cierto,  en  grado  muy  amplio.  Y 
í>para  que  no  te  figures  que  yo  te  engaño  con  una 
)) esperanza  vana",  signo  segurísimo  es  que  la  obtendrás 
)) después  que  pase  un  tiempo  que  lleva  en  si  el  nú- 
»niero  nueve»  (novenaríum  témpora  iiumerum,  dice  el 
texto).  Ya  hablan  pasado  nueve  dias,  y  aun  nueve 
meses,  y  Eodnlpho  nada  especial  habia  obtenido,  y 
su  esperanza  también  se  amortiguaba,  cuando  al  año 
noveno  fué  elegido  y  coronado  por  Emperador  de 
Alemania  y  de  Romanos:  Et  Imperialis  dignitas  in 
Austriacam  domum  jyrojecta^  exinde  certis  pietatis 
rationihiis  conservata  hactenus  fuit.D 

Hermoso  origen  de  la  autoridad  imperial  de  la  Casa 
de  Austria  por  el  condado  de  Hapsburgo.  Y  ¡coinci- 
dencia extraña  en  nuestros  tiemposl  Una  Reina  pro- 
cedente de  la  Casa  Real  austríaca  por  el  ducado  de 
Hapsburgo,  y  unida  á  la  familia  de  los  Borbones  por 
su  matrimonio  con  S.  M.  D.  Alfonso  XII,  es  madre 
de  un  Rey  de  Castilla ,  sucesor  de  Alfonso  X ,  que 
también  fué  elegido  Emperador  de  Alemania  y  Ro- 
manos. 

España,  la  nación  de  las  más  suntuosas  manifesta- 


—  87  — 

ciones  de  adoración  al  Santísimo  en  el  día  de. Jueves 
Santo  j  en  las  procesiones  del  Coyyus,  andando  los 
tiempos,  por  una  especial  providencia,  de  las  que 
Dios  guarda  en  las  hojas  de  la  ley  eterna,  había  de 
unir  en  la  serie  de  sus  Reyes  á  quienes  hubiesen  lle- 
gado al  trono  por  gracia  especial  de  Cristo  Sacra- 
mentado. 

No  peca  de  inoportuno  el  añadir  los  siguientes  re- 
cuerdos: 


({Sumario  de  las  nuevas  de  la  Corte,  y  principios 
del  nuevo  gobierno  de  la  Católica  Majestad  del 
Key  D.  Felipe  IV,  Nuestro  Señor. 


)) Tratemos  agora  del  Rey  nuevo,  del  cual  digo  que 
en  menos  de  ocho  dias  ha  hecho  y  dicho  cosas  extra- 
ñas de  gran  pecho :  están  todos  contentísimos.  Luego 
que  murió  su  padre,  envió  á  la  Reina,  y  á  la  Infan- 
ta, y  el  Cardenal,  sus  hermanos,  á  las  Descalzas,  y 
él,  con  D.  Carlos,  su  hermano,  se  fué  á  San  Geró- 
nimo á  estar  la  Semana  Santa.  Yendo  en  el  coche  le 
sucedió  un  caso  verdaderamente  cristiano ,  y  fué  que 
llevaban  el  Santísimo  Sacramento  á  un  enfermo: 
apeóse  con  su  hermano,  haciendo  lo  mismo  los  Gran- 
des que  le  acompañaban,  y  todos  fueron  y  vinieron 
acompañando  al  Señor,  hasta  dejarle  en  la  yglesia  de 
Santa  Cruz,  y  mandó  dar  doscientos  ducados  para  la 
cera,  y  ciento  al  enfermo,  que  por  ser  pobre,  y,  aca- 
bado esto ,  le  dieron  un  memorial  cerrado  en  la  misma 
yglesia,  y  luego  le  abrió,  y  pidiendo  luz,  le  leyó  y 


—  88  — 

le  metió  en  el  pecho ,  cosa  que  á  todos  causó  admira- 
ción y  contento  (!).)> 

Muchísimo  antes  había  escrito  el  Rey  de  Castilla, 
autor  de  Las  Partidas,  lo  siguiente,  obligándose  á  sí 
mismo,  pues  legisla  j^ara  los  cristianos  (prácticos): 

«PRIMERA  PARTIDA.— TÍTULO  IIII,  LEY  LXII 

J)COMO    SE    DEBEN    HUMILLAR    LOS    CHRISTIAN08 
AL    CORPUS    CHRI8TI    QÜANDO  LO  LLEUAN   L  LOS    ENFERMOS. 

3)E  demás  desto  nos  don  Alfonso  Rey,  por  honrra 
del  cuerpo  ñTb  señor  Jesu  Chfo  mádamos  q  los  chfia- 
nos  q  se  encótrare  co  el  q  vayan  con  el  a  lo  menos 
fasta  en  cabo  de  la  calle  do  se  fallaren ,  e  esso  mismo 
deuen  facer  los  otros  que  estuuiere  en  la  calle:  fasta 
llegue  el  clérigo  ala  casa  do  es  aql  a  quien  van  á 
comulgar.  E  si  algunos  vinieren  caualgando,  deuen 
desceder  de  las  bestias  e  si  tal  lugar  fuere  en  que  no 
lo  puedan  facer  deue  se  tirar  de  la  carrera,  porque 
pueda  el  clérigo  passar  por  la  calle  sin  embargo  nin- 
guno.» 

CONCLUSIÓN. 

Al  poner  fin  á  esta  labor,  intensamente  pedimos  á 
Cristo  Sacramentado  difunda  sobre  nosotros  su  gra- 
cia, y  de  ella  nos  empape  para  continuar  defendiendo 


(1)  Colección  de  libros  raros  ó  curiosos,  tomo  xvii.  Qartas 
de  Andrés  de  Almansa  y  Mendoza. — Apéndice,  pág.  341. 

Es  de  añadir  que  el  primer  caso  de  ceder  el  coche  los  Reyes 
para  el  Santo  Viático,  cuando  se  han  encontrado  con  el  Santísimo 
en  la  calle,  no  fué,  por  lo  expuesto,  el  de  Carlos  II. 


—  89  — 

con  tenacidad  y  constancia  lo  preceptuado  en  el  Con- 
cilio III  de  Toledo.  Los  que  tales  principios  traicio- 
nen ,  siendo  responsables ,  caerán  sus  nombres  dentro 
del  catálogo  del  libro  De  Mojete  Persecutorum^  em- 
pezando por  cegar  (Apocalipsis  de  San  Juan,  iii.  3, 
17  y  18).  Las  traiciones  de  los  católicos  teoréticos  re- 
cibirán el  'premio  con  el  famosísimo  WaijAÍov^  término 
que  San  Juan  emplea  en  su  Evangelio,  xiii,  26, 
27  y  30: 

Kai  (jLexá  To  ^Fcojjiíov,  £1(j8^X6£V  e'^  exsivov  ó  Saxavóé^*  Kat 
Xlyet  áuToj  'Isdou^  6  iiotEt,;,  itoC/jyov  táj^tov. 

Pedimos  fuerza  y  valor  para  continuar  defendiendo 
la  justicia,  el  derecho  y  la  ley  contra  los  enemigos 
del  Señor.  El  fuerte  infiel  á  la  verdad,  se  desvanece 
como  los  colores  al  ponerse  el  sol. 

i  Bernardino  Martín  Minguez, 

Arcliivero,  bibliotecario  y  arqueólogo  legal, 
Cronista  de  la  provincia  de  Falencia. 


APÉNDICE 


Hecha,  y  compuesta  ya  en  la  imprenta  nuestra  la- 
bor, hemos  consultado  las  Crónicas  de  los  Congresos 
Eucarísticos  de  Valencia  y  Lugo.  Gracias  al  generoso 
desprendimiento  de  nuestro  amigo  el  virtuoso  y  sabio 
canónigo  de  la  catedral  madrileña  D.  Juan  Fernán- 
dez Loredo,  poseemos  un  ejemplar  de  la  primera.  Y 
por  la  amabilidad  del  distinguido  y  muy  conocido 
farmacéutico  de  esta  corte  Sr.  Murúa,  hermano  del 
Excmo.  é  limo.  Sr.  Obispo  de  Lugo,  hemos  podido 
examinar  la  segunda. 

Ambas  Crónicas  conservan  producciones  de  primer 
orden,  sobresaliendo  las  de  los  prelados,  y  entre  ellas 
las  admirabilísimas  Oraciones  sagradas  del  cardenal 
Casañas,  cuyas  pastorales  figuran  entre  las  primeras 
de  los  obispos  en  el  orbe  católico. 

La  ciencia,  la  elocuencia  y  la  unción  del  eminen- 
tísimo Sr.  Sauz  y  Forés,  del  arzobispo  Sr.  Aguirre, 
del  malogrado  Sr.  Caparros,  Obispo  de  Sigüenza,  han 
quedado  también  permanentes  en  las  Crónicas  de 
ambos  Conjíresos. 


—  92  — 

Entre  las  obras  presentadas  en  el  Congreso  valen- 
ciano, hay  tres  que  se  destacan  de  un  modo  extraor- 
dinario: Tina  escrita  por  Sor  Felisa  Girantaj  dominica 
terciaria  del  convento  de  Santa  Rosa  de  Zaragoza^ 
acerca  del  Santísimo  Misterio  de  Daroca.  ¡Qué  pre- 
ciosidad! 

Otra  que  pertenece  a  D.  Ignacio  Yalenti  Forteza, 
elaboración  de  un  teólogo  macizo. 

La  Eucaristía  es  el  hermoso  y  brillante  compendio 
de  todas  la  grandezas  del  catolicismo:  siendo  la  ter- 
cera el  estudio  hecho  por  el  Sr.  Peláez,  ex  magistral 
de  Lugo  y  hoy  canónigo  en  la  metroi^ohtana  de  Bur- 
gos, acerca  del  privilegio  de  la  catedral  túcense. 

La  importancia  del  seírundo  Congreso  Eucarístico 
en  Lugo  se  alcanza  por  los  notables  trabajos  que  en 
él  se  realizaron,  y  son:  la  notable  pastoral  del  exce- 
lentísimo é  limo.  Sr.  Obispo  de  aquella  ciudad,  lo 
mismo  que  la  carta  dirigida  a  los  reverendos  prela- 
dos con  el  mismo  intento;  la  profunda  Oración  sa- 
grada del  Excmo.  é  limo.  Sr.  Arzobispo  de  Burgos, 
más  las  restantes  preciosas  producciones ,  y  entre  ellas 
la  del  sabio  obispo  salmanticense  P.  Cámara,  tra- 
tando el  delicadísimo  asunto  de  la  unión  de  las  igle- 
sias orientales  con  la  romana;  la  del  elocuentísimo 
canónigo  zaragozano  Sr.  Jardiel,  tocante  á  la  en- 
traña del  cristianismo  y  la  cuestión  obrera ,  mediando 
la  Sagrada  Eucaristía;  la  del  malogrado  Sr.  Caparros, 
Obispo  de  Sigüenza;  la  del  Sr.  Adanza,  hoy  deán, 
antes  magistral  cesaraugustano,  y  la  de  los  Rdos.  Pa- 
dres Keneln,  Waughan  y  Vinuesa,  con  la  soberana 
coronación  hecha  por  el  Emmo.  Cardenal  Casañas. 


NOTAS. 


Expresamos  nuestro  agradecimiento  al  Excmo.  Sr.  D.  Luis 
Moreno  y  Gil  de  Borja,  Intendente  general  de  la  Real  Casa  y 
Patrimonio,  por  su  nobilísima  actitud  y  condescendencia  al  per- 
mitirnos consultarlos  manuscritos  de  la  Bibl  oteca  de  SS.  MM., 
así  como  t«mbién  á  nuestro  respetable  compañero  de  carrera  y 
profesión,  el  Sr.  Conde  de  las  Navas,  Bibliotecario  mayor  de  la 
Real  Casa,  t^u  amabilidad  al  facilitarnos  los  documentos  y  sus 
atinadas  observaciones,  hannos  sido  muy  valiosas. 

Los  datoü  del  Archivo  Municipal  de  Madrid  los  hemos  ad- 
quirido gracias  á  la  busca  de  nuestro  amigo  I).  Higinio  Ci- 
ria,  Jefe  del  Archivo,  persona  de  muchísima  competencia  y 
de  excepcionales  conocimientos  escritor  de  favorable  nota 
y  autor  do  los  preciosos  artículos  Dios  en  la  casa  de  todos  y 
San  Isidro  en  la  suya ^  publicados  en  La  Semana  Católica  de 
esta  villa  y  corte.  Süüm  cüiqüe. 


Acabóse  de  imprimir  en  Madrid, 

en  el  Establecimiento  tipográjico 

«Sucesores  de  Rivadeneyra» , 

el  2)0  de  Abril 

de  1898. 


G^tiíci  rálkéikr|á, 


ÍNDICE  Y  CATÁLOGO  DE  GRABADOS 


TOMO  I  (cuaderno  I  al  15)  *. 


Cuaderno  1.° 

LAVATORIO     Y    COMIDA     DE     LOS     POBRES 
(Por  el  Excmo.  Sr.  D.  Manuel  R.  Zarzo  del  Valle.) 

Grabados: 

S.  M.  la  Reina  Regente  D.*  María  Cristina. 

S.  M.  el  Rey  D.  Alfonso  XIII. 

Firma  y  estampilla  de  S.  M.  la  Reina. 

Excma.  Sra.  Condesa  de  Sástago ,  Camarera  mayor  de  Palacio. 

Excmo.  Sr.  Duque  de  Medina  Sidonia,  Jefe  superior  de  Pa- 
lacio. 

Excmo.  Sr.  D.  Luis  Moreno  y  Gil  de  Borja,  Intendente  gene- 
ral de  la  Real  Casa  y  Patrimonio. 

-J-  Excmo,  Sr.  D.  Antonio  Cánovas  del  Castillo. 

Santa  Isabel,  Reina  de  Hungría.  (Cuadro  de  Murillo.) 

Salón  de  Columnas,  donde  se  celebra  el  Lavatorio. 

Modelo  dal  traje  que  visten  los  pobres. 

Primer  farmacéutico  de  Cámara,  Dr.  Pontes  y  Rosales. 

Ceremonia  celebrada  al  año  siguiente  de  haber  contraído  ma- 


*  AI  encuadernarse  el  tomo  se  tendrá  presente  que  el  cuaderno  15  es  continua- 
ción del  9.° —  Mayordomos  de  Palacio ,  así  como  los  cuadernos  13  y  14  forman  un 
solo  artículo  con  el  nombre  Los  Sagrarios  y  los  Reyes  de  España. 


—  2  — 

trimonio  S.  M.  el  Rey  D.  Alfonso  (Q.  E.  P.  D.),  con  S.  M.  la 
Reina  Regente  D.*  María  Cristina.  (Cuadro  de  Comba.) 

Escudo  (Mayordomía  Mayor). 

Tapiz  de  la  cena. 

Comida  de  los  pobres  (cuadro  de  Pradilla),  dedicado  al  doc- 
tor D.  Francisco  Huertas. 

Modelo  del  traje  que  visten  las  pobres. 

Su  Santidad  el  Papa  León  XIII. 


Cuaderno  2." 

IMPOSICIÓN   DE    LA   BIRRETA   CARDENALICIA 

(Por  D.  José  María  Nogués  y  D,  Juan  López  Valdemoro,  Conde  de  las  Navas.) 

Grabados: 

S.  A.  R.  la  Infanta  D.*  María  Isabel  Francisca. 

Excmo.  Sr.  Duque  de  Sotomayor,  Marqués  de  Casa  Irujo, 
Mayordomo  mayor  de  SS.  MM. 

Excmo.  Sr.  Obispo  de  Sión,  D.  Jaime  Cardona  y  Tur,  Pro- 
capellán mayor  de  S.  M.  y  Vicario  General  Castrense. 

Excmo.  Sr.  Duque  de  Sexto,  Marqués  de  Alcañices,  primer 
Jefe  superior  que  fué  de  Palacio  al  advenimiento  al  trono 
de  S.  M.  el  Rey  D.  Alfonso  XII  (Q.  S.  G.  H.). 

Excmo.  Sr.  D.  José  María  de  Cos,  Arzobispo -Obispo  de  Ma- 
drid-Alcalá. 

Excmo.  Sr.  D.  Práxedes  Mateo  Sagasta. 

Birreta  cardenalicia. 

Basílica  de  San  Pedro  en  Roma. 

Emmo.  Sr.  Cardenal  D.  Mariano  Rampolla  del  Tíndaro,  Se- 
cretario de  Estado  de  S.  S.  el  Papa  León  XIII. 

•f  Emmo.  Sr.  Cardenal  Arzobispo  de  Toledo,  D.  Antolín 
Monescillo  y  Viso. 

San  Carlos  Borromeo. 

Capilla  Real. 

Ablegado  Pontificio. 

Excmo.  Sr.  D.  José  Conde  de  Carpena ,  Coronel  exento  de  la 
Guardia  Noble  Pontificia. 

Emmo.  Sr.  D.  Serafín  Cretoni,  Arzobispo  de  Damasco  y 
Nuncio  apostólico  de  España. 

Sr.  D.  José  Herrera ,  Notario  de  la  Real  Capilla. 

Emmo.  Sr.  Cardenal  D.  Benito  Sanz  y  Forés,  Arzobispo  de 
Sevilla 

Excmo.  Sr.  D.  Luis  Conde  de  Pecci ,  Coronel  exento  honora- 
rio de  la  Guardia  noble  Pontificia. 


^  —  3  — 

Emmo.  Sr.  Cardenal  D.  Ciríaco  María  Sancha,  Arzobispo  de 
Valencia. 

Busto  del  Cardenal  Arzobispo  de  Toledo  D.  Francisco  Jimé- 
nez de  Cisneros. 

Balcón  de  la  casa  que  habitó  en  Madrid  el  Cardenal  Cisneros 

Busto  del  Cardenal  D.  Pedro  González  de  Mendoza 

Capilla  Sixtina. 


Cuaderno  3." 

LA    ROSA    DE   ORO 
(Por  D.  José   María  Nogués.) 

Rosa  de  Oro.  Copia  de  la  que  S.  S.  León  XIII  dedicó  á  S.  M.  la 
Reina  Regente  de  España,  D.*  María  Cristina  de  Haps- 
burgo-Lorena. 

S.  M.  la  Reina  D.*  Isabel  II. 

Excma.  Sra.  Duquesa  de  Osuna,  Condesa -Duquesa  de  Bena- 
vente. 

Excma  Sra.  Duquesa  de  Berwick  y  de  Alba ,  Condesa  de  Sí- 
mela. 

La  Virgen  Milagrosa,  según  San  Lucas. 

Basílica  de  San  Pedro;  vista  tomada  desde  el  pórtico,  al  lado 
de  la  Sacristía. 

Santa  María  la  Mayor. 

Santuario  donde  se  venera  la  Virgen  de  San  Lucas. 

Pórtico  de  San  Juan  de  Letrán. 

Sepulcro  del  gran  Duque  de  Alba  y  de  su  esposa  D.*  María 
Enríquez  (Salamanca). 

Tribuna  y  coro  de  San  Pedro. 


Cuaderno  4." 

ARMERÍA     REAL 
(Por  el  Conde  de  Valencia  de  Don  Juan.) 

Plano  de  la  Real  Armería.  Salón  principal. 

Espada  de  fines  del  siglo  xvi. 

Arnés  de  justa  del  Archiduque  Carlos  de  Austria,  después 

Emperador  Carlos  V. 
Ballestero  de  ñnes  del  siglo  xv. 
Arnés  de  guerra  del  Emperador  Carlos  V. 


—  4  — 

Restos  de  un  arnés  á  la  ligera,  principios  del  siglo  xvii;  parte 

anterior  y  posterior  de  la  gola,  freno  para  caballo,  piezas  de 

un  jaez  de  un  caballo  (3).  Espuela  y  estribos  (2), 
Borgoñota  del  Emperador  Carlos  V. 
Arnés  que  llevó   el   Emperador  Carlos  V  en  la  batalla  de 

Mulhberg  (1547). 
Armaduras  de  Príncipes  de  la  Casa  de  Austria. 
Restos  de  un  arnés  perdido  en  Argel,  en  1541,  del  Emperador 

Carlos  V. 
Arnés  de  justa  de  D.  Carlos  T  de  España,  después  Emperador 

Carlos  V  de  Alemania. 
Espada  del  siglo  xvi. 
Arnés  de  guerra  del  Archiduque  Carlos  de  Austria,  después 

Emperador  Carlos  V. 
Rodela  repujada  y  damasquinada  del  Emperador  Carlos  V, 

obra  de  Negroli,  de  Milán. 
Espadas  del  Emperador  Carlos  V. 
Borgoñota  del   Emperador  Carlos  V,  obra  de    Negroli ,   de 

Milán. 
Armadura  española  de  justa  de  fines  del  siglo  xv. 
Borgoñota  y  rodela  de  D.  Juan  de  Austria. 
Armadura  á  la  romana  del  Emperador  Carlos   V,  obra   de 

B.  Campi. 
Borgoñota  del  rey  D.  Felipe  II,  obra  de  Sigman  de  Augs- 

burgo. 
Arnés  ligero  de  guerra  que  llevó  el  Emperador  Carlos  V  á  la 

conquista  de  Túnez,  en  1535. 
35.  Arma  de  fuego  de  la  conquista  de  Oran. 
37.  Armas  blancas. 

Espada  del  Conde  de  Coruña  (siglo  xvi). 
Borgoñota  y  rodela  del  Emperador  Carlos  V,  obra  milanesa. 
Celada  del  siglo  xv,  procedente  del  Emperador  Carlos  V. 


Cuaderno  5." 

BIOGRAFÍA  DE  S.  M.  LA  REINA  Y  S-  M.  EL  REY  ALFOXSO  XIII 
(Por  D.  Manuel  Jorreto  Panlagua  y  D.  Jesús  Pando  y  Valle.) 

S.  M.  la  Reina  D."  María  Cristina. 

Recuerdo  de  S.  M.  la  Reina  D.^  María  Cristina  y  su  augusto 
,  Esposo  el  Rey  D.  Alfonso  XII  (O.  S.  G.  H.). 
Último  retrato  de  S.  M.  el  Rey  D.  Alfonso  XIII. 
Recuerdo  de  S.  M.  la  Reina  Regente   v  su  augusto   Hijo  el 
Rey  D.  Alfonso  XIII. 


—  5  — . 
Cuaderno  6." 

SAN   LORENZO   DE    EL    ESCORIAL 
(Por  Fr.  Bonifacio  Moral.) 

Estatua  de  San  Lorenzo  colocada  en  el  coro. 

Vista  general  del  Palacio  y  Monasterio  del  Real  Sitio  de  El 

Escorial. 
Sala  de  párvulos. 
Interior  de  la  Real  Basílica. 
Patio  de  Evangelistas. 

Habitación  de  Felipe  11  (cuadro  de  Sant -Arcos). 
Códice  griego  de  la  Biblioteca. 
La  Santa  Forma,  de  F.  Coello.  (En  la  sacristía). 
Sacristía  de  la  Real  Basílica. 
Aldabón  de  una  puerta  de  la  Basílica. 
Coro  de  la  Real  Basílica. 
Salón  del  Piano. 

La  silla  de  Felipe  II,  cuadro  de  D.  Luis  Alvarez. 
Estatuas  de  bronce  del  enterramiento  de  Felipe  II. 
Estatuas  de  bronce  del  enterramiento  del  Emperador  Carlos  V. 
Patio  de  los  Reyes. 
Momia  del  Emperador  Carlos  V. 
Biblioteca  del  Real  Monasterio. 


Cuaderno  7.° 

GUARDIA    REAL 
(Por  D.  Román  Otero  Pillado.) 

Ministro  de  la  Guerra,  Teniente  general  D.  Marcelo  de  Azcá- 

rraga. 

Comandante  general  del  Real  Cuerpo  de  Guardias  Alabarderos, 

Teniente  general  D.  Federico  Alameda. 
Jefe  del  Cuarto  militar  de  S.  M.  la  Rpina,  Teniente  general 

D.  Camilo  Polavieja. 
Comandante  en  Jefe  del  primer  Cuerpo  de  Ejército,  Capitán 

general  Sr.  Marqués  de  Estella. 
Segundo  Comandante  general  y  Oficiales  Mayores  del  Real 

Cuerpo  de  Guardias  Alabarderos. 
Vizconde  de  Bellver,  Oficial  Mayor  de  Alabarderos. 
Segundo  Jefe  del  Escuadrón  de  Escolta  Real. 
Montero  de  Espinosa,  D.  Rafael  Marañón. 


—  6  — 

Caballerizo  de  Campo  de  S.  M.,  D.  Gaspar  Viana  Cárdenas. 

Escuadrón  de  Escolta  Real. 

Cohorte  de  la  Guardia. 

Guardia  de  los  Monteros. 

Guardia  española  (siglo  xvi). 

Guardia  de  Archeros  de  la  Cuchilla  (1557). 

Guardias  viejas  de  Castilla  (infantería). 

Guardias  viejas  de  Castilla  (caballería). 

Guardia  Alemana  ó  Tudesca  de  Alabarderos  (1535). 

Regimiento  de  Guardias  de  infantería  del  Rey  D.  Felipe  IV. 

Regimiento  de  Guardias  de  infantería  del  Rey  D.  Carlos  II. 

Mosqueteros  de  la  Guardia  de  la  Persona  (1702). 

Mosqueteros  de  la  Guardia  de  la  Persona  (1702). 

Reales  Guardias  de  Corps  (1704). 

Reales  Guardias  de  Corps  (1704). 

Regimiento  de  Reales  Guardias  Españolas  de  Infantería  (1703). 

Granaderos  á  caballo  del  Rey  (1731). 

Brigada  de  Carabineros  Reales  (1732). 

Carabineros  Reales  (1737). 

Carabineros  Reales  (1775). 

Guardias  de  Corps  (1789). 

Brigada  de  Artillería  volante  de  Reales  Guardias  de  Corps 

(1797). 

Compañías  de  Cazadores  Artilleros  de  Reales  Guardias  Espa- 
ñolas de  Infantería  (1793). 

Guardia  Real  de  Caballería,  Coraceros  (1824). 

Guardias  de  la  persona  del  Rey,  Granaderos  á  caballo  (1834). 

Guardia  de  honor  del  Almirante  (1800). 

Guardia  de  Infantería  de  Marina  (18 15). 

Guardia  Real  de  Infantería,  Granaderos  (1824). 

Guardia  Real  de  Caballería,  Granaderos  (1824). 

Guardia  Real  de  Caballería,  Coraceros  (1824). 

Guardia  Real  de  Caballería,  Cazadores  (1824). 

Guardia  Real  de  Caballería,  Lanceros  (1824). 

Guardia  Real  Provincial,  Granaderos  (1824). 

Guardia  Real  de  Artillería  (1824). 

Guardia  Real  Provincial,  Cazadores  (1824). 


Caaderno  8° 

CÓDICES     DE     EL     ESCORIAL 
(Por  D.  José  María  Nogués.) 

San  Carlos  Borromeo^  primera  y  única  copia  hecha  expresa- 
mente para  la  Guía  Palaciana. 


La  Virgen  (S.). 

Efigie  de  Jesús.  Según  referencia  de  Publio  Léntulo,  de  la 

era  romana. 
Efigie  de  María  Santísima.  Según  San  Epifanio,  del  siglo  iv. 


Cuadernos  9.°  y  15. 

MAYORDOMOS    DE    PAIACIO 
(Por  el  Marqués  de  Ovieco.) 

Excmo.  Sr.  Conde  de  las  Navas. 

Excmo.  Sr.  D.  Ismael  Pérez  Vidal. 

Excmo.  Sr.  D.  Ismael  Pérez  Vidal. 

Excmo.  Sr.  Conde  de  las  Navas. 

Excmo.  Sr.  D.  José  María  de  Lezo  y  Vasco,  Marqués  de  Ovieco. 

D.  José  del  Prado  y  Palacio. 

Salón  del  Trono. 

Salón  de  Espejos. 


Cuaderno  10. 

CAMPO     DEL     MORO 
(Por  D.  Andrés  Mellado.) 

Entrada  á  los  jardines  por  el  Paseo  de  San  Vicente. 
Salón  de  juegos  de  S.  M.  el  Rey. 
Fuente  de  las  Conchas. 
Excmo.  Sr.  D.  Alejandro  Pidal  y  Mon, 
Kiosco  y  gimnasio  de  S.  M.  el  Rey. 
Paseo  principal  de  los  jardines. 
Estufa. 

Fuente  de  los  Tritones. 

Entrada  del  túnel  desde  el  Campo   del    Moro  á  la  Casa  de 
Campo. 

Cuaderno  11. 

MARCHA  REAL  Y  MARCHA  DE  INFANTES 
(Por  D.  Luis  Bonafós.) 

Primitivos  instrumentos  (8),  págs.  9,  11  y  12. 
Tambor  y  Pífano,  pág.  51. 

Marcha  llamada  de  D.  Jaime  el  Conquistador^  pág.  i. 
Marcha  de  Fusileros  (por  otro  nombre  Prusiana),  pág.  6. 


Marcha  Granadera,  pág.  9. 

Marcha  Real,  pág.  11. 

Marcha  de  Infantes,  pág.  11. 

La  Llamada,  pág.  12. 

Marcha  de  Infantes,  pág.  15. 

Marcha  Real  española,  pág.  16. 

Puntos  de  marcha  de  la  Caballería  española,  pág.  17. 


Cuaderno  12. 

TOMA    DE    ALMOHADA 
(Por  D.  Jx)sé  María  Nogués.) 

Antecámara  (Palacio  Real). 

Excma.  Sra.  D.^  Juana  Arana  y  Saavedra,  Marquesa  viuda  de 
Ayerbe. 

Excma.  Sra.  D.^  Carmen  Aguirre  Solaste,  Marquesa  viuda  de 
Molíns. 

Excma.  Sra.  D.^  Fernanda  Salavert  y  Arteaga,  Condesa  de  Vi- 
llagonzalo. 

Salón  Gasparini  (Palacio  Real). 

Excma.  Sra.  D.^  Eulalia  Ossorio  de  Moscoso,  Duquesa  de  Me- 
dina de  las  Torres  -j-. 

Excma.  Sra.  D.^  Carmen  Aragón  Azlor,  Condesa  de  Guaqui. 

Saleta  de  Gasparini  (Palacio  Real). 


Cuadernos  13  y  14. 

LOS  SAGRARIOS  Y  LOS  REYES  DE  ESPAÑA 

(Por  D.  Bernaidino  Martín  Mínguez.) 

San  Juan  Bautista.  (Pintura  atribuida  á  Juan  Van  Eyck  ) 
El  triunfo  de  la  Iglesia  sobre  la  Sinagoga.  (Pintura  atribuida 

á  Huberto  Van  Eyck.) 
La  Sagrada  Cena.  (Juan  de  Juanes.) 

El  Salvador  del  mundo  y  la  Eucaristía.  (Juan  de  Juanes.) 
San  Juan  Evangelista  escribiendo  el  Apocalipsis  (de  Alonso 

Cano). 
San  Antonio  de  Padua  convierte  á  un  hereje  albigense.  (To- 

losa,  Francia.) 
Adoración  de  la  Sagrada  Forma  por  el  Rey  Carlos  TI.  (C.  Coe- 

11o.) 
Acto  religioso  del  Duque  Rodulfo  I.  (Cuadro  de  Rubens  y 

Wildens.) 


ESTABLECIMIENTOS 

DE 


Enseñanza,  Crédito,  Comercio,  inínstpia  f  Arte 

SUSCRITOS  Á  LA    «GUÍA  PALACIANA». 


REAI.   COLEGIO    DE    ALFONSO  XII   g'^fS^r 

Fuó  fundado  por  S.  M.  el  Rey  D.  Alfonso  XII  (q.  s.  g.  h.),  se  halla  á  hora  y  media  de  Madrid 
por  la  línea  del  Norte  y  se  cursan  en  él  la  primera  enseñanza  y  la  segunda  hasta  el  grado  de 
Bachiller;  los  estudios  de  Ampliación,  Adorno,  Francés,  Inglés,  Italiano,  Miisica,  Dibujo, 
Pintura  y  Gimnasia. 

Para  informes,  peticiones  de  ingreso  y  Reglamentos,  dirigirse  al  R.  P.  Director. 


Y 


Estudios  superiores. — 
A  cargo  de  los  Padres 
Agustinos  Filipinos  en 

El  üscorial.  Fué  fundado  por  S.  M.  la  Reina  Regente  D."^  María  Cristina,  y  se  cursan  en  ellas 
carreras  do  Derecho  y  de  Filosofía  y  Letras,  la  preparación  para  i  as  Academias  militares.  Cien- 
cias, Medicina  y  Farmacia,  principios  de  Religión  y  Moral,  Idiomas,  Música,  Dibujo  y 
Eqiiitacion. 

Para  informes  y  peticiones  de  ingreso  y  Reglamentos,  dirigirse  al  R.  P.  Director. 

REALES COLÉgToS  DE SANTA  ISABEL 

calle  de  Santa  Isabel,  46,  Míidrid,  y  de  NUESTRA  SEIVOKA  DE  LORETO,  calle  de 
O'Dónnell, —  En  estos  Establecimientos,  pertenecientes  al  Real  Patronato,  se  facilitáis  á  los 
padres  los  medios  de  dar  á  sus  hijas  una  educación  profundamente  esmerada,  unida  á  la  ins- 
trucción y  conocimientos  que  hoy  exige  la  buena  sociedad. 

Pídanse  Reglamentos  á  las  Reverendas  Madres  Superioras  de  los  mismos. 

I  Proveedor  de  S.  M.— Los  chocolates,  cafés,  sopas  coloniales  y  diilces  de  esta  Casa  son  los  me- 
jores que  se  presentan  en  los  mercados.  Prem,iados  con  50  medallas  en  las  principales  Exposi- 
ciones. De  venta  en  todos  los  establecimientos  de  ultramarinos  y  confiterías  de  España. 

Oficinas:  Palma  Alta,  8.— Depósito  central:  Montera,  Síó. 


ran  Hotel  de  París 


JS/L  -A.  ID  R,  I  ID   , 

Puerta  del  Sol,  calle 
de  Alcalá  y  Carrera 
de  San  Jerónimo. 
El  más  grande  y  mejor  situado  de  Madrid.  —  Gran  salón  de  lectura.  —  Salón  de  recepción, 
dos  los  empleados  hablan  francés.  —  Ascensor  hidráulico.  —  Luz  eléctrica  en  tjpdas  las  ha- 
bitaciones. 
i  SERVICIO  TELEFÓNICO,  TELEGRÁFICO  Y  POSTAL 


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Construcción  garantida.— Abundante  surtido  de  las  más  reputadas  marcas  de  relojes.— 
Precios  económicos.—  Taller  de  composturas  y  grabado.—  Catálogo  ilustrado  gratis. 

I  Fuencarral,  náni.  fttk. 


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PUERTi  DEL  SOL,  1.  — MADRID 

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Camisoría.— Guantes.— Corbatas.— Trajes  de  punto.— Paraguas  — Bastones.— Mantas  y  sa- 
cos 4e  viaje.—  Artlcialos  de  piel.—  Objetos  de  fantasía. 

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Calle  del  Príncipe,  núm.  11,  Madrid. 

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Habichuelas,  PuET,  Cacahijet,  Chufas,  Salvados,  Trigos,  Aceite  y  Azafrá>í. 
Pídanse  notas  de  precios  corrientes. 


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SINGER 


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PARA  COSER 


18,  Montera,  18 


SOBRINOS  DE  MIGUEL  MARTINE 


PROVEEDORES  DE  PESCADOS  DE  LA  REAL  CASA 


MADRID.— Mayor,  46.— TELÉFONO  260. 


Pescados  de  todas  clases.  Especialidad  en  los  del  Cantábrico  y  en  mariscos  de  la  Coruña.  Ej 
portación  á  provincias  y  al  Extranjero  de  toda  clase  de  comestibles. 


P.  MORENO, 


Proveedor  de  la  Real  Casa. 


Completo  surtido  de  drogas  y  perfumerí 
fina. — Peines,  cepillos,  esponjas. 
ESPECIALIDADES:  Agua  de  colonia,  aromática  y  medicinal.  Litro,  6  pesetas.— Agua  de  qnfl 
na  para  la  cabeza.  Litro,  5  pesetas. — Frascos  desde  una  peseta. — El  Belámpag'o:  brilló  excep- 
cional para  suelos  de  madera,  baldosa  y  mármol.— Colores  diversos.  Botes,  2,50  y  5  pesetas. 

ÚNICOS  DEPÓSITOS:  Calle  Mayor,  35,  y  Felipe  III,  1.— MADRID 


3:)E    BAUCELONA 

SüJERVICIOS 
I>E  «Uáü!»  VAJPOJEtES 

LIíXI:A  de  I.AS  AI\TILLAS,  IVEW  YORK  y  y EKACRUZ— Combinación 
á  puertos  americanos  del  Atlántico  y  puertos  N.  yS.  del  Pacitico.— Tres  salidas  mensuales:  el 
10  y  30  de  Cádiz,  y  el  20  de  Santander. 
L.I]\EA  1>E  FIJLIPI  ^,AS.— Extensión  á  Ilo-Ilo  3^  Cebú,  y  combinaciones  al  Golfo  Pér- 
sico, Costa  Oriental  de  África,  India  China,  Cochincliina,  Japón  y  Avistralia.— Trece  viaies 
anuales ,  saliendo  de  Barcelona  cada  cuatro  viernes,  á  partir  del  5  de  Enero  de  1894,  y  de  Ma- 
nila cada  cuatro  jueves,  á  partir  del  12  de  Enero  de  1894. 
L.I1\EA.  1>E  BUENOS  AIKES.— Seis  viajes  anuales  para  Montevideo  y  Buenos  Aires, 
con  escala  en  Santa  Cruz  de  Tenerife,  saliendo  de  Cádiz  y  efectuando  antes  las  escalas  de 
Marsella,  Barcelona  y  Málaga. 
LIIVEA  DE  EEKIVAIVDO  POO.— Cuatro  viajes  alano  para  Fernando  Póo,  con  escalas 

en  las  Palmas,  puertos  de  la  Costa  Occidental  de  África  y  Golío  de  Guinea. 
SEKYICIOS  DE  ÁFRICA.— I^ínea  de  MariMiecos.— IJn  via¿e  mensual  de  Barce- 
loi 

blanca 
Gi 

los  martes,  jueves  y  sábados. 
Estos  vapores  admiten  carga  con  las  condiciones  más  favorables,  y  pasajeros,  á  quienes  la 
Oonipañía  da  alojamiento  muy  cómodo  y  trato  muy  esmerado,  como  lia  acreditado  en  su  di- 
latado servicio.  Rebajas  á  familias.  Precios  convencionales  para  camarotes  de  luio.  Rebajas 
por  pasajes  de  ida  y  vuelta.  Hay  pasajes  para  Manila  á  precios  especiales  para  emigrantes  de 
clase  artesana  ó  jornalera,  con  facultad  de  regresar  gratis  dentro  de  un  año  si  no  encuentran 
trabajo.— La  íímpresa  puede  asegurar  las  mercancías  en  sus  buques. 

AVISO  IMPORTAIXTE.— La  tZlonipañía  previene  á  los  señores  comer- 
ciantes, af^ricnltores  é  industriales  qUe  admitirá  y  encaminará  á  los  desti- 
nos que  los  mismos  des¡g:nen  las  muestras  y  notas  de  precios  que  con  este 
objeto  se  le  entrej^uen. 

Ésta  Compañía  admite  carga  y  expide  pasajes  para  todos  los  piiertos  del  mundo  servidos 
por  lineas  regulares.— Para  más  informes:  En  Barcelona:  la  Compañía  Trasatlántica  y  los  seño- 
res Ripoll  y  Compañía,  Plaza  de  Palacio. — Cádiz:  la  Delegación  de  la  Compañía  Trasatlántica.— 
Madrid:  Agencia  de  la  Comiiania  Trasatlántica, ~Pnerta.  del  Sol,  13.— Santander:  Sres.  Ángel B.  Pé- 


rez y  C^— Coruua: 
Boscli  Hermanos. - 


D.  E.  da  Guarda.— Vigo:  D.  Antonio  López  de  Neira.— Cartagena:  señores 
-Valencia:  Sres.  Cart  y  C.*— Málaga:  D.  Antonio  Duarte. 


Compaíla  General  de  Tabacos  de  Filipinas, 

BARCELONA— MANILA 

DIPLOMAS  DÉ  HONOR  Y  MEDALLAS  DE  ORO  EN  TODAS  LAS  EXPOSICIONES 

Haciendas  de  San  ANTONIO,  Santa  Isabel^San  Rafael,  San  LUIS  y  LA  CONCEPCIÓN 

FÁBRICA  «LA  FLOR  DE  LA  ISABELA» 

Propietaria  de  las  marcas  cvMEISIG»,  «CAVITE».  «MALABÓN»,  «LA' PRINCESA»,  «LA  ILOCANA» 

ELABORACIONES  AL  ESTILO  CUBANO 

AGENCIAS  DE  VEIVTA  EIV  TODOS  LOS  PAÍSES 

^e  venden  sus  elaboraciones  en   todas  las  expendedurías  de   la   Compañía  Arrendataria  de    Tabacos  á  los 

precios  siguientes: 


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PRECIO 

VALOR 

CABIDA 

de 

de  la 

de  los 

la  cajita. 

unidad. 

envases. 

Pesetas. 

Pesetas. 

25 

15 

0.60 

25 

13 

•0,55 

25 

12,25 

0,50 

60 

20 

0,40 

W 

17 

0,35 

50 

17 

0,35 

25 

10 

0.40 

50 

17,50 

0,35 

60 

14 

0,30 

ro 

15 

0,30 

50 

12,50 

0,25 

CIGARROS. 


CABIDA 

de  los 
envases. 


PRECIO 

de 
la  cajita. 

Pesetas. 


VALOR 

de  la 
unidad, 

Pe.ietas. 


Imperiales 

Regios 

Excepcionales 

Regalía  Antonio  López 

Isabelas 

Regalía  Filipina. . . , , . 
■Cazadores  Imperiales. 

Cazadores 

Orientales 

Brevas  Imperiales .... 
Media  Regalía 


Exquisitos 

Princesas 

Conchas 

Clementes 

Segundo  Habano. 
Tercero  Habano.. 
Quinto  Habano. . . 
Segundo  Cortado 
Tercero  Cortado. . 
Señoritas 


50 
50 
100 
100 
500 
500 
500 
500 
500 
200 


12,50 
9,50 
20 
15 
60 
50 
30 
60 
10 
50 


0.25 
0,20 
0,20 
0,15 
0,12 
0,10 
0,06 
0,12 
0,10 
0,05 


Cajetillas  de  20  cig-axrillos  mecánicos,  á,  Ptas.  0,40  una. 


Proveedor  de  aves 
de  la  Real  Casa. 

Se    reciben    todos    los 


JOSÉ  Millíi  mi  BEIM 

tlias  en  este  antiguo  y  acreditado  Establecimiento  cuantas  aves  se  deseen.  Huevos  frescos. 

Cuesta  de  Santo  Domingo,  13. 

c'om'paI'ía c'ol'o'nía'l 

PROVKKHORA  I>K  I.A  KKAI.  CASA. -Chocolates  y  cafés.  Es  la  Casa  que  paga 
mayor  contribución  industrial  en  el  ramo.  Fabrica  9.000  kilos  de  chocolate  al  di  a.  50  medallas 
de  oro  y  altas  recompensas  industriales. 

Depósito  central:  MADRID,  Mayor,  18. 


PRIMERA  CASA 

EN    CAEll^ES 

Mayor,  59.— MADRID 


8 


Carne  de  cerdo,  de  carnero  y  de  vaca,  embutidos,  salchichone.s,  salchichas,  longaniza,  mor- 
cillas, chorizos,  butifarra,  jamones,  lenguas,  lomo,  hígado,  criadillas,  riñones,  codillo,  chule- 
tas, tocino  y  manteca. — Teléfono  197. 


Maflrífl, 

MAYOR,   1 

Gran  surtido  de  cuantos  artículos  pueden  necesitar  las  familias.— Los  precios  son  fijos. — 
Estos  almacenes,  cuya  fama  es  ya  universal,  llaman  la  atención  del  público  por  la  baratura 
de  sus  precios. 


BAZAR  DE  U  UNION 


PLAIÍAS5      JCLAÜUEK        1       C.  Construcciones  de 

-'  ^  maquinas,  turbi- 

nas y  motores  hidráulicos.  Turbinas.  Transmisiones  de  todas  clases.  Telares  metálicos. — Úni- 
cos concesionarios  de  la  Casa  Ganz  y  Coinpañia  de  Budaiiesth. — Han  instalado  en  España  más  de 
60.000  lámparas  en  la  Real  Casa  y  en  importantes  poblaciones. 

Dirección  general:  BARCELONA,  Ronda  de  la  Universidad,  núm.  22. 


Gran  exposición  y   venta 
de  cuadros  al  óleo  y  acua- 
rela. 
Dorador:  Dorado  de  retablos, 


ARTE  MODERNO 

AIVTOIVIO  SATORRES.— íTaíZísía;  TaUa  de  todas  clases, 
marcos,  muebles,  etc.,  etc. — Pintor  decorador. 

Carrera  de  San  Jerónimo,  29  duplicado.— Taller  en  la  misma  casa. 

GOLEGIO DEL SüGlIflDO GOBRZÓII DE jESls 

M.ADRID,  «nlle  de  Oon  Pedro»  S  triplicado.  —  Se  halla  á  cargo  de  las  Hijas  de  la 
Caridad  de  San  Vicente  de  Paúl,  y  está  protegido  por  S.  M.  la  Reina  Doña  Maria  Cristina  y 
por  S.  A.  la  Infanta  Doña  Isabel.  Se  admiten  en  él  niñas  pensionistas  y  medio  pensionistas, 
proporcionándoles  una  educación  eminenteruente  moral,  artÍ6tica  y  científica. 

Banco  Hipotecario  de  España.  PaseTd^Refoiet°M2. 

Capital  social:  50.000.000  de  pesetas.  —  Hace  préstamos  con  primera  hipoteca  sobre  fincas 
rústicas  y  urbanas,  dando  hasta  el  cO  por  100  de  su  valor  con  un  interés  de  5  y  medio  por  100 
anual,  sobre  valores  del  Estado  y  sobre  sus  propias  cédulas  hipotecarias.  —  Recibe  en  depósito 
toda  clase  de  valores.  —  Admite  imposiciones  en  cuenta  corriente. 

Dirigirse  para  cuantas  operaciones  se  refieren  al  BANCO  HIPOTECARIO,  á  D.  Manuel  Jo- 
rzeto,  Espejo,  17,  MADRID. 


LA  CáT AL AN A 


Compañía  de  seguros  contra  incendios  y  explo- 
siones de  gas,  á  i)rima  fija,  esencialmente  española 
y  única  que  tiene  su  I)irecci(m  general  en  Cataluña, 
lomicilio  do  su  propiedad,  Dormitorio  de  San  Francisco,  5,  principal, 
Barcelona.  —  Comisión  principal  en  Madrid:  Alcalá,  68,  piincipal. 

Capital  social:  Pesetas  5.000.000. —  Director  gerente:  DON  FERNANDO  DE  DÉLAS,  ex  Diputado 
á  Cortes,  Abogado  y  propietario,  —  Siniestros  pagados  liasta  3J  de  Diciembre  de  1894:  3.814  si- 
niestros, por  Pesetas  5.183.417,67. -Capitales  asegurados:  Pesetas  2. ?43. III. 935, 05. 


Establecida  en  ol  d< 


Ll 


PRIMERA   GOMFANI&   ESPAÑOLA 

DEDICADA  EXCLUSIVAMENTE  A 

SEGUKOS  ¡SODKK  L.V  VIDA  á  prima  fija.  —  Dirección  general:  Dormitorio  de  San 
Francisco,  8,  principal,  Barcelona.  —  Delegación  en  Madrid  :  Alcalá,  C:^ ,  principal. 


LA  VIDA 


Sociedad  cooperativa  de  Seguros. 


Forma  nueva.— Garantía  absoluta. — Pre- 
cios extraordinarios  á  los  supervivientes. 
Cuotas  anuales  de  1  ú  lOO  ptas  —  Puede  retirarse  el  capital  y  los  productos  á  los  cinco  años- 
Domicilio  social:  Madrid,  Serrano,  28.  —  Se  facilitan  instrucciones. 


LAS    COLONIAS       garlos  prast. 

Premiado  con  16  medallas  en  Exposiciones 
nacionales  y  extranjeras.— Proveedor  de  la  Peal  Casa. — Establecimiento  fundado  1853. — Espe- 
cialidad on  géneros  ultramarinos,  vinos  de  todas  clases,  licores,  conservas,  salsas,  sopas, 
pasteles,  carnes  inglesas,  pescados,  .Jamones,  salcliicliones,  galletas,  dulces,  turrones,  maza- 
panes, quesos,  frutas,  cafes,  chocolates,  tes,  jarabes,  etc. —  Cajas  artísticas  para  regalos.— 
Jarrones  chinescos. — Máquinas  heladoras.— Hídanse  cat^Hog-os. 


ME 


Manufacturas  de  Píanos  y  Armoníums. 

Fundada  en  1838. — Almacenes  y  Sala  de  conci(^r- 
tos:  calle  de  San  Bernardino,  3. — Talleres:  calle 
de  los  Dos  Amig-os,  2.— MADBlD. 

Primeros  premios    ou  las   Exposiciones  á  que 

han  concurrido.— Privilegio  de  invención  por  su  nuevo  sistema  de  piano  de  cuerdas  cruzadas. 

Especial  construcción  para  las  Américas  v  domas  países  cálidos.- Reparaciones  y  cam'bios, 

G-axantia  ilimitada. 


PARAGUAS 


Fin  d&  sÍ£;lo  para  señora  y  caballero  desda 
5  pesetas.  —  Presentamos  una  muy  gran 
colricción  de  pnriiírua.s  «le  fantasía  á  precios 

iTiTiy  reducidos.— Nv.estia  especiali'ln'l  os  ponor  forros— Hay  tolas  especiales  muy  duraderas 

desde  4  pesetas  i'or vo.—Thornus,  Alcalá,  ^.—MAJJfUí}. 

{Fijarse  bien  en  las  señas:  conliyuo  al  Cufi.) 


LA  URBANA 


<]onipañía  aiióuiíua  de  Seguros  á  prima 
fija,  contra  incendios  y  sobre  la  vida. 


FUNDADA  EN  1838. 

Domicilio  social:  8,  Rué  Lo  Peletier.— París. 

Representante  f;oneral  en  España:  Puerta  del  Sol,  10,  y  Preciados,  1. — >fadrí<l. 


FBliOIS 


viltramarinos  y  comostiLles  siiporiores,  cafés,  tes,  licores  finos,  quesos  del  país  y  extranje- 
ros, aceites,  sopas  variadas,  pastas,  especialidad  de  la  casa,  chocolate  marca  San  Francisco 
de  Asís,  de  elaboración  muy  cuidada,  con  géneros  escogidos.  So  hacen- tareas  de  encargo. 

Fuencarral  mims.  «O  y  «O— MAOBID 

mm iiLiTiMIi mmm 

DE  LOS  SUCESOHKS  DIÍ  POXTKS.- Ballesta,  K.  ppincipí»!.- Se  admiten  in- 
ternos, y  se  recomienda  ú  las  familias  por  la  solidez  de  su  ednt  nci.'in  cit-ntirica  \  su  más  abso- 
Int  1.  inoralidad. 


DE  I.OS  SUCESORES  DE  POI\TES.-Uno  de  los  mejores  de  esta  corte.— Se  ruega 
á  las  familias  visiten  este  Establecimiento,  que  puede  ser  modelo  entre  los  de  su  clase. 

Barco,  26.— Sé  admiten  internos. 


lyisi  y 


11 


SUCESOR  DE  MORENO  MIQUEL 

Surtido  y  venta  de  toda  clase  de  me- 
dicamentos nacionales  y  extranjeros. 
—  Despacho  de  ref^etas.  —  Específicos 
acreditadísimos  para  la  expulsión  completa  de  la  tenia  ó  solitaria  en  dos  horas.  Cápsulas 
tenífugas  de  Moreno  Miquel— Arenal,  2,  Madrid,  y  principales  farmacias   de  España. 

1 ggYEjffiYCOMP 

Camisería  y  guantería  —Artículos  de  novedad  para  regalos. — Especialidad  en  géneros  de 
punto  y  corbatas. 

Establecimientos:  Calle  del  Arenal,  4-  y  T.— MADRID 


LA   FORTUNA 


Casa  especial 
para  imágenes  re- 
ligiosas, estatuas 
y  caiñllas:   clases 

y  precios  diversos.— Surtido  de  galerías,  bastones  para  portier,  sillas,  camas,  lavabos,  etc. — 
Artículos  variados  de  madera  taHada  y  torneada. 

Calle  de  llortaleza,  nónis.  11  y  13.— 1I.4DRID. 


GREGORIO  ENCINAS 


Sedería,  lanería  y  géneros  de 
punto.— Camisería.  —  Cutíes  y 
damascos  de  lana,  hilo  y  algo- 
dón.— Lienzos,  holandas  y  retortas. — Mantelerías. — Gran  surtido  en  chales  alfombrados  y  de- 
más pañolería. — Confecciones  para  señora. — Especialidad  en  géneros  negros. 
"  Barrionuevo,  núms.  3  y  5.— MADRID  " 


,  A  T  /  v_      exposición  regional  de  Lugo. 

vei^ánéio     va^qtie2(.        gmh  medalla  be  om 

CHOCOXj  .A.TES 

Despacho:  Cuatro  Calles,  MADKID.— En  provincias  :  todos  los  establecimientos  im- 
portantes de  ultramarinos. 

Dirií^ido  por  sus  propietarios,  JLama  y 
Compañía,  Puerta  del  Sol,  14^, 
y  calle  de  la  Montera,  5f ,  Madrid, 

Situado  en  el  centro  de  la  corte,  teniendo 
próximos  los  Despachos  centrales  de  los  ferrocariles;  los  Ministerios  de  Gobernación,  Hacien- 
da y  Ultramar,  Dirección  general  de  Correos  y  Telégrafos,  y  Sociedad  de  Teléfonos. 

COCINA  FRANCESA,  dirigida  por  uno  de  los  primeros  jefes.— Habitaciones  lujosamente 
amuebladas,  y  grandes  salones  para  familias.  — Intéri)retes,  dependientes  y  encargados  del 
hotel  en  las  estaciones,  ala  llegada  de  los  trenes.— Servicio  permanente.— Precio  de  hospe- 
daje, desde  8  pesetas  en  adelante. — Luz  eléctrica  en  todas  las  habitaciones. 


GBlill  HOTEL  OEL  UHIVERÜO 


Perfumería  FRERA 


PROVEEDORA 

DE   lA 

REAI^   CASA 

Fundada  en  1850.— Especial  en  blancos  y  tintes. —  Además  de  las  principales  novedades  eu 
perfumería  Francesa,  Inglesa  y  Americana,  esta  Gasa  ofrece  constantemente  á  su 
distinguida  clientela  un  selecto  surtido  en  cepillería,  peines,  adornos  de  cabeza  y  demás  acce- 
sorios de  tocador. 

Calle  del  Carmen,  núm.  1  (esquina  á  la  de  Tetuán). 


LÓPEZ  QDIROGA 


FRANCISCO   ALDAMA  (Sucesor). 

3Iadrid:  Ciudad  Rodrigo,  15.  Sucursal: 
Mayor,  42. —  Inmenso   surtido   en  vinos 

antiquísimos. — Conservas  finas.— Foie  gras.— Alouettós. — Perdreaux.— Grives. — Cailles.^Fai- 

sans.— Tes.— Cafés.— Chocolates.  ■ 

elaboración  esmerada —Pídanse  <eatálo£;;"os. 

MADRID         /^XTXÜTT-^     i  lOYEBIA 


GUINEA 


Carrera  de  San  Jerónimo, 
número   28.        \Á    KJ   XXI    XJ  XTl    RELOJERÍA 

Esta  Casa  es  muy  reconaendada.  por  el  inmenso  surtido  qtte  i^resenta  y  por  la  economía  con 

qup  vfMidt».  También  fabrica  y  arregla  toda  clase  do  relojes  y  joyas. 


JOSÉ   DEL  PRADO 

fABRICACION  T  EEÍIIACIOS  Bí  iCBlKS  D!  OllfA 

Fábrica  llamada  SANTA  TERESA.— JAÉN 


IDLIAN  VAQDERO 


PROVEEDOR 
DE  LA  REAL   CASA 


Almacén  de  xiltramarinos  y  comestibles  escogidos. — Vinos  y  licores  superiores. — Aceites  na- 
cionales y  extranjeros.— Dulces  y  pastas.— Embxitidos.— Conservas.— Chocolates,  cal^s  y  tes 
selectos. 

Barquillo,  12.— Saúco,  2. — Príncipe,  10.— MADRID 


BANCO  IBÉRICO 

('aja  de  Ahorros  hipotecaria.— Pignoraciones  de  ohli^aciones  del  Estado  y  Diputación  provin- 
cial.— Caja  de  Ahorros  con  garantía  hipotecaria  sobre  fincas  en  Madrid,  ai  3  y  5  por  100. 

'a' P  T    A  C p-p-j-,T-^--^ MADRII)7'Ma,-or738. 

I~\     r\      I     r\  .     )  I        |\      I       V I    \    /    V    ;  Primera  Casa  en  España  en 

^   ^  ^  ^  ^   ^    ^^^^  ^       XVXXTXV>'\^>'  mantecas  finas,  quesos  y  con- 

servas. Heoihe  de  París,  tres  voces  por  semana,  manteca  fina  d'Isigny,  queso  de  Brie,  cameu.- 
berts,  bondons,  rouenuois,  gervais,  pot-du-salut,  etc.,  etc.,  así  como  la  buena  volatería  de  Pari- 

J.  CAMPO 


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