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EX LIBRIS
WALTER MUIR
WHITEHILL JÚNIOR
DONATED BY
MRS. W. M. WHITEHILL
1979
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Provincias Vascongadas
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:eROviNCiAS Vascongadas
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D. p;ntonio ®rala
Fotograbados y heliografías de Joarizti y Mariezcurrena
Dibujos á puma de Ángel Pikala , M. O. Dei.caoo y Passos
Gradados de Gómez Polo — Cromos de Xumelra
BARCELOIS^A
Establecimiento Tipográfico - Editorial de DANIEL CORTEZO Y C
Calle de Ausias-March , Números 95 y 97
1885
-f^>(sí^MPÍQF^f-
:^oiíO©o
¥ .AS provincias vascas, más visitadas que conocidas, presen-
^^^tan, cual ningunas otras de España, condiciones y carac-
teres originalísimos. La desigualdad y belleza de su suelo, lo
diseminado de su población, las costumbres de sus habitantes,
y, sobre todo, su idioma, exigen de este país especial y detenido
estudio; tanto más necesario, cuanto más ignorados son sus
orígenes, aunque tantos se le suponen. Si como afirma Estrabón,
en su tiempo había en España monumentos que tenían más de
600 años de antigüedad, no se referiría seguramente á ninguna
de aquellas provincias, porque no se tiene ni la más remota idea
VI PROLOGO
de ellos ; y si á los hoy conocidos pudiera señalárseles tal fecha,
su descubrimiento no data de la época del ilustre geógrafo, sino
de nuestros días.
En los pocos monumentos que se conocen de los vasconga-
dos, parece que han tenido presente aquello de que los pueblos
no viven ni deben vivir de sus glorias ; bastábales sin duda te-
nerlas, no necesitaban evocarlas ó perpetuarlas, por creerse
siempre capaces ó dispuestos á repetirlas, y estar habituados ó
tener afición á los goces tranquilos del hogar y de la familia.
Más nos inclinamos á esta creencia, que á comparar á los vas-
cos con esos degenerados individuos de la nobleza, que debiendo
sus títulos á las heroicas proezas y caballerosos hechos de sus
antepasados, olvidan su origen profanándole, y venden ó man-
chan sus ejecutorias, para ellos inútiles, por sustituir con actos
vergonzosos y feos los muy elevados que merecieron las debi-
das recompensas, honrando á los que los ejecutaron, que á la
vez que se enaltecían á sí mismos enaltecían á la patria.
Aislado siempre el vascongado, hallábase sin duda bien ave-
nido en su aislamiento, sin cuidarse de consignar sus hechos. No
conozco país más desprovisto de antiguos documentos, si excep-
tuamos algunos llamados poemas ó versos, conocidos sólo por co-
pias, en los que se cantan antiguas hazañas, y aunque su antigüe
dad no neguemos, no está comprobada de una manera evidente.
Y no es porque asintiendo á agena opinión, admitamos que
la historia sea una fría cronología, en la cual deban marchar
todos los sucesos derechamente para adquirir en todas partes á
la vez igual importancia ; porque alcánzasenos también que,
sometida la humanidad á las mismas perturbaciones que el cuer-
po humano, la fiebre y la calma, la agitación y el reposo, obran
alternativamente sobre cada parte del organismo, y no falta
algún miembro ó algún órgano, que atrae hacia sí la vida de la
historia y la atención pública. Esto habremos de conseguir á
costa de exquisitas investigaciones, supliendo el afanoso celo y
la constancia, el vacío del monumento y del libro.
PRÓLOGO Vil
Aun cuando en algunos puntos, después de lo mucho que
de ellos se ha escrito, < sábese que nada se sabe,» como ya se
ha dicho acertadamente al tratarse del idioma éuscaro, no por
eso hemos de desanimarnos y dejar de consultar liasía las pie
(iras, con la esperanza de que no sea completamente infructuoso
nuestro trabajo; pues ya que no profundicemos ninguno de los
asuntos que afectan á la historia del país vasco, en todas sus
manifestaciones, de todos hemos de ocuparnos, y quizá con al-
gún provecho, aun dada la escasez de nuestras fuerzas, que no
corre el tiempo en vano para el esclarecimiento de algunos ig-
norados ó desficfurados hechos.
II
Un distinguido bilbaíno (i), pretendiendo encerrar en la
hoja de un álbum toda una historia, ha dicho:
«Vemos en todas épocas al pueblo vascongado, ni indepen-
diente ni sujeto, con tales condiciones de sujeción é independen-
cia, que le pongan por completo en el caso de meras provincias
ó señoríos subalternos, ni le coloquen tampoco en el más alto
predicamento de las monarquías influyentes. Envuelve sus prin-
cipios la oscuridad de los tiempos como la niebla sus montañas,
y bien así como los rayos del sol la disuelven poco á poco mos-
trando al cabo entre las flotantes nubes que se alejan las cum-
bres y los valles antes ocultados, de la misma manera va disi
pando el tiempo la confusión y duda de nuestra historia para
enseñar, sino soberbios alcázares y torres primorosas, sencillas
viviendas y amenísimos lugares, donde se invoca á Dios con
nombre no aprendido de pueblos conquistadores».
(O D. Fidel de Snííarminaga.
VIII P R 6 L o (, O
Indudablemente que sólo el tiempo puede ir disipando la
confusión y la duda de la historia del país vascongado, cuando
hasta el mismo suelo era desconocido de los primeros historia-
dores, y aun geógrafos. Ya fuera por aversión al pueblo éuscaro,
como lo declaran los mismos escritores romanos, por la dificul-
tad de la pronunciación de sus nombres y de los de las pobla-
ciones, los cuales les latinizaban, ó por no tener un completo y
exacto conocimiento del país y de los hechos de sus pobladores,
la confusión, en efecto, no puede ser más grande.
1
III
Contemporáneos de la creación, testigos y compañeros de
todos los cataclismos, son los eternos Pirineos, que cruzan el
país vasco, y nosotros los cruzamos para visitarle.
No podemos comprender encerrados en un coche, y con
vertiginosa velocidad conducidos, la imponente grandeza del
trayecto que se recorre desde poco más allá de Salvatierrra
hasta Irún, sin que prescindamos de la alegre llanada de Álava.
La estrecha garganta de la Borunda por la que pasamos para
ir á Alsasua ; el circular paso de la divisoria de Otzaurte ; los
bellísimos panoramas que se extienden á nuestra vista cada vez
que salimos de uno de los 26 túneles que horadan los Pirineos,
sucediéndose estos túneles casi sin interrupción y habiéndolos
como el de Oazurza, de cerca de 3 kilómetros ; el viaducto de
Ormaiztegui, verdadera obra de titanes, y serpenteando siem-
pre el tren por entre elevados montes, cubiertos de verdor pe-
renne, y por encantadores valles sembrados de blancos caseríos,
siguiendo las carreteras el tortuoso curso de los ríos, aparece
todo á nuestra vista como un sueño fantástico, y se suceden,
como en una linterna mágica, los más bellos cuadros. Y si á
PROLOGO IX
la izquierda de Miranda tomamos el camino de Vizcaya, al
ascender á la Peña de Orduña, rodeándola, para bajar á la ciu-
dad vizcaína, hallándose el viajero casi al nivel del elevado Gor-
bea, á su frente domina los pintorescos valles que se van suce-
diendo sin interrupción hasta Bilbao, valles surcados por ríos,
cercados de montañas y adornados con cascadas.
Por todas partes los Pirineos ó sus derivaciones ; esas altas
montañas que han tenido y no pueden menos de tener siempre
grande importancia, no sólo en los límites de los Estados y de
las provincias sino en las condiciones especiales de sus habitan-
tes, por la naturaleza del suelo, por el clima, por la vegetación,
por el gran papel que representan en las revoluciones políticas
antiguas y modernas, aun cuando ellas no fueran hasta cierto
punto las bases de la geografía física.
Esa elevada cadena que desde el cabo de Creus en Catalu-
ña se extiende hasta el cabo de Finisterre en Galicia, en su parte
oriental separa á Francia de España, y domina á Cataluña, Ara-
gón y Navarra, formando los Pirineos propiamente dichos, atra
viesa la parte occidental las provincias vascas, y la septentrio-
nal Castilla la Vieja, Asturias y Galicia, teniendo como punto
dominante el Alonte de la Maladetta, que se eleva 3403 metros
sobre el nivel del mar, poseyendo también su historia ó su tra-
dición mitológica, que no carece de belleza. Así la refiere Mon-
caut (i) :
« Hércules, ese titán humano, que parece servir de lazo de
unión alegórico entre el trabajo de la Naturaleza primitiva y el
primer esfuerzo civilizador del hombre, siguiendo sus peregrina-
ciones en el límite de España y de las Gallas, encontró á la nin-
fa Pirene de la que estaba perdidamente apasionado. Observe-
mos que esta ninfa actiática contiene como raíz de su nombre
la palabra griega pur, puros, fuego... una ninfa de fuego; lo
cual parecería extraño, si no hubiésemos hablado del foco cen-
( 1 ) Histoiid .ics Pyrenées.
X PROLOGO
tral, trabajando bajo los mares para romper la corteza supe-
rior.
♦ Debía ser un espantoso y gigantesco amor el de este semi-
diós que recorría la tierra para exterminar los monstruos. En
los mayores esplendores de su pasión, el objeto que la inspira-
ba desaparece por un suceso trágico... Al aspecto del ensan-
grentado cuerpo de su amante, Hércules prorrumpe en clamores
y amenazas dignas del héroe cuya maza es como el rayo de Jú-
piter.— La enterró llorando, y para erigirle un mausoleo que no
le pudiesen destruir los hombres ni el tiempo, pone roca sobre
roca, montaña sobre montaña y forma esas inmensas pirámides
que denomínalos Pirineos. — La ninfa del fuego, durmiendo bajo
la cadena de montañas que le sirve de tumba, ¿no es la traduc-
ción poética, reducida á las proporciones de la mitología griega,
del gran cataclismo del cual la geología nos ha revelado la ra-
zón y las leyes?»
Esa inmensa línea de 90 kilómetros que se eleva desde el
Mediterráneo al Océano, no es solamente una solución provi-
dencial del sistema hidráulico para regar extensas comarcas de
España y Francia, sino un santuario de independencia abierto á
las razas oprimidas.
Y en efecto, como la historia enseña, casi todas las monta-
ñas han llenado á su vez esta misión : los Alpes á la voz de
Guillermo Tell; el Olimpo y el Oeta amparando á los últimos
griegos perseguidos por los turcomanos, y en nuestros días los
Krapachs, el Cáucaso y el Atlas ofreciendo el mismo refugio á
los polacos, á los georgianos y á los berberíes, débiles todos pa-
ra resistir á los enemigos que les arrebatan ó turban su nacio-
nalidad; pero este carácter protector de las montañas, en nin-
guna parte se presenta más permanente , más grandioso y
rodeado de más heroísmo que en los Pirineos.
Es muy competente nuestra generación para dar testimonio
de tales afirmaciones : si Francia y España, campo de batalla
de tantos pueblos conquistadores, han visto en estas montañas
I' R ü L O (i O XI
SU Yugurta y su Guillermo Tell, su Abd-el-Kader y su Chamil,...
y últimamente un Zumalacarregui, han sido además el asilo na-
tural donde los vencidos de todas las naciones, griegos é iberos,
romanos, vándalos, cántabros y visigodos se refugiaron en ellas
para protestar contra el sistema de exterminio practicado por
los devastadores.
Así los Pirineos fueron el asilo bienhechor donde los restos
de aquellas naciones conservaron sus penates y sus creencias ;
y en aquellos valles ha encontrado el historiador al ibero, al
galo, al cántabro, al autrígon, al caristo y al várdulo, con
sus costumbres y libertades primitivas; pues aunque dos mil
años de lucha las modificaran, no las destruyeron ni aun con
todo el poder y la saña de una especie de feudalismo gro-
sero y feroz, que en pocas partes de España ha tenido más
dominio que en el país vascongado, merced á la docilidad
de sus sencillos pobladores.
Y es notable y triste verdad ; « estos pueblos de una misma
familia , esta región de una naturaleza tan particular, no posee
historia propia: se necesita para hallar sus anales, examinar una
multitud de crónicas, de monografías parciales, después de cuyo
estudio habrá pocos lectores que no retrocedan asustados. Se
comprende desde luego cómo estas obras son impotentes para
enseñar el conjunto de los hechos, á pesar de la importancia de
sus indagaciones bajo el punto de vista local.
»Las poblaciones pirenaicas no son mejor tratadas por los
historiadores de Francia y de España, que muy preocupados
con las fronteras políticas que separan las dos naciones, no han
tenido bastante en cuenta la homogeneidad política y social que
ha reinado especialmente en las mesetas pirenaicas en los siglos
pasados: han considerado á sus habitantes como separados por
la cresta de las dos vertientes, y han confundido con Cataluña,
Aragón y Navarra, el país vasco, el bearnés, el bigorrés, el Co-
minges y el Rosellón ; y esta nacionalidad compacta, hablando
la misma lengua, compartiendo las mismas vicisitudes, se en-
XII PROLOGO
cLientra destruida por una violenta separación en dos partes que
nada puede justificar (i). »
Hemos reproducido las anteriores líneas, como una demos-
tración de cuál es también nuestro trabajo, no para hacer la
historia de un país mal conocido y peor juzgado, que no es
nuestro propósito, bastándonos sólo presentar sus vicisitudes y
hechos más salientes ; pero aun para esto, no sólo se carece de
monumentos escritos, sino artísticos, y los que de estos existen
en algunas comarcas, unos no se han explicado bien y otros se
desconocen. Se ha carecido siempre de una base segura, se
cuestiona hasta la raza á que pertenecían los primeros poblado-
res de las provincias vascas, y todo son dudas y suposiciones,
que han revestido cierto carácter por el apasionamiento con que
algunos puntos se han tratado ; apasionamiento que aún existe.
Han consignado algunos que los vascos-cántabros fijeron
los primeros habitantes de los Pirineos Occidentales; que se es-
tablecieron incendiando los bosques que cubrían las montañas,
perpetuando la memoria de este incendio los nombres de diver-
sos sitios y de pueblos como Zibero, Zuhara, Subaste, Zugarra-
murdi, Germendi, etc., etc. «Diodoro de Sicilia, hablando con
la exageración familiar á los autores griegos, cuenta que el ex-
cesivo calor del incendio hizo correr un río de oro y plata que
los Pirineos contenían abundantemente en su seno.» Y añade
Chaho: «Un hecho digno de notarse es que aun en tiempo de
Estrabón, los éuscaros y los celtíberos, que no poseían mone-
das, y sólo comerciaban cambiando, pagaban frecuentemente en
granos, láminas ó lingotes de oro y de plata, las mercancías
que compraban.»
Estos metales preciosos se han convertido sin duda en hie-
rro; porque ni memoria existe de que los Pirineos contuvieran
oro ni plata, y menos para que corrieran ríos ni arroyos de tan
preciosos metales.
(i) Histoire des Pyrcnées, por M. Cénac Moncaut.
PROLOGO XIII
IV
La cuestión iniciada en el siglo xvi por el sabio historiador
Jerónimo Zurita en su descripción de los verdaderos límites de
la Cantabria, ha sido desde entonces tratada por muchos y muy
ilustrados escritores, y parécenos que si no está ya dilucidada,
nos ha puesto en camino de serlo el Sr. D. Aureliano Fernán-
dez Guerra, cuya opinión siguen otros, rindiendo el debido tri-
buto á lo que considera verdad histórica , á la cual todo debe
sacrificarse.
En este asunto no comprendemos el empeño de los escrito-
res vascongados (i), porque á nuestro juicio ni aumenta ni dis-
minuye la gloria del país. ¿Qué importa á los éuscaros ser ó
haber sido cántabros. r' ¿Puede dudarse de su valor, de su cons-
tancia, de todas las virtudes que han poseído y poseen porque
procedan de Tubal ó de Jafet, de los iberos ó de cualquiera de
las muchas razas, naciones ó pueblos á que pertenecían los pri-
meros invasores de nuestra Península, porque hayan estado en
paz ó en guerra con cartagineses y romanos?
No intentamos, ni espacio para ello tenemos, aun cuando
la aptitud no nos faltara como nos falta, contender en la deba-
tida cuestión de si los celtas vinieron á la Iberia de la Galia ó
fueron á ésta desde nuestra Península; bástenos la evidencia de
que existió en este suelo aquella raza belicosa, bárbara, y como
era semi nómada, lo mismo pudo mezclarse con los iberos por
(t) Entre los que debemos exceptuar está el Sr. D. Ladislao \'elasco. que
dice en su libro Los Éuscaros: «Difícil sino imposible es señalar con precisión los
límites de la llamada Cantabria en las tres épocas citadas, moviéndose sus fronte-
ras al compás de los sucesos, y señalados sus diversos pueblos por autores que
escribían desde lejos, muchos años después, é ignorando casi siempre sus verda-
deros nombres ó desfigurándolos lastimosamente.»
XIV
l> R Ü L o G o
la fuerza, que pacíficamente, según opina Estrabón, y según
üiodoro de Sicilia, después de larga lucha. Lo cierto es que vi-
vieron mezclados los celtas y los iberos, y que no ocuparon sólo
la Celtiberia, sino toda la Península. De que así lo encontraron
los romanos, dan testimonio sus escritores y los griegos ; y el
vacío que ellos dejan, de anteriores épocas, le llenan, en parte,
los monumentos que no faltan, aunque no abundan, en las pro-
vincias vascongadas (i).
(i) «Los fragosos términos boreales de nuestra Península, ceñidos en exten-
sión de I 20 leguas por el Océano desde el cabo de Finisterre hasta la desembo-
cadura del Bidasoa y arranque de los montes Pirineos, fueron en la niíis remota
edad asiento dt aquellas tribus jaféticas un tiempo acampadas, á orillas de los
ríos, en las faldas meridionales del Cáucaso, entre la Cólquide, la Armenia y la
Abania. Decíanse iberos, esto es, ribereños, en oposición á los celtas, ó siquier
montañeses.
«Parte de los iberos emigraron hacia el Norte, pasando el Wolga y subiendo
hasta los estribos de los montes Urales, donde aún quedan, según parece, vesti-
gios de su antiquísima lengua.
«Parte vadearon el Don, el Dniéper y el Dniéster, ya tomando rumbo hacia las
fuentes del \"ístula por detrás de los montes Carpacios, ya viniendo á las orillas
del Danubio. Cuando lograron esguazarle, bajaron á Tracia, cuyo río principal,
hoy Maritza, que nace en los Balkancs y desemboca en el Archipiélago frente á la
isla de Samotracia, guardó en su antonomástica denominación de Ebro memoria
de aquella gente.
«Creciendo en pueblo numeroso c inquieto, rebosaron por los términos occi-
dentales, poblaron la Liguria y la Aquitania, y pudo tan sólo el vasto Océano
español (diez y ocho siglos antes de la era cristiana) ser dique á su espíritu aven-
turero.
"Otra nación más oriental, nómada y feroz, enemiga implacable de las honra-
das tribus agrícolas, hecha á vivir de salteamientos y robos, y por ello á guarecer-
se astuta en muy cerrados bosques (de donde les vino el renombre de celias),
ocupó las intratables llanuras de la Tartaria ó Escitia. Complacíase en abandonar
sus aduares y ranchos cada primavera, invadiendo los territorios vecinos, sin
detenerse hasta encontrar sitio á su gusto que á viva fuerza domin£\ban. Unas
veces superados los montes Rífeos, subían hasta los hielos del Norte; y no pocas
deteniéndose largos siglos entré el Don y las apacibles riberas del Danubio, lan-
zaban desde allí valientes colonias á las faldas alpinas y pirenaicas y á las tierras
de los señores y keltorios.
"Mil y quinientos años antes del nacimiento de Cristo cayeron sobre España,
llevando la desolación y la muerte á sus campos, y encendiendo horrible lucha
entre sus pacíficos moradores. Domado el Pirineo, se corrió la mayor parte de los
celto-galos hacia las fuentes del Ebro, encastillándose en los agrios montes de
Galicia y Asturias, para dominar más adelante las sierras de Portugal y Andalu-
cía; mientras los célticos embreñados en las de Aragón y Navarra, cuáles por
alianza con las tribus ibéricas primitivas, cuáles uniéndose á muchas en matri-
monio, se vieron señores de la extensa región que por este vínculo se hubo de
P R ó L o (1 o XV
Á cinco kilómetros al sur de Vitoria se han encontrado no
há mucho, dos brazaletes de oro, de tosca y sencilla manufactu-
ra, hachas de piedra, cuchillos de silex, puntas de flechas, de
lanzas, alisadores, cuñas de silex ó piedra, y dientes de anima-
les desconocidos, cuyos objetos parecen pertenecer á los aborí-
genes ú hombres de las primeras edades, á pueblos anteriores
al celta; informando de todas maneras respetable antigüe-
dad (i).
Y no sólo en Álava, sino en Guipúzcoa y en Vizcaya, si hu-
llamar Celtiberia. Todavía mediado el sif-lo viii de nuestra era, y cuando con la
insensata revolución que entregó la península ibérica al yuyo de los alárabes,
quisieron nuestros pueblos hacer ostentación de su origen y antigua libertad, dí-
jose oficialmente CcUtbena, (lindante con las provincias cartaginense y galaica)
así cuánto se extiende desde el río España en Asturias hasta la desembocadura
del Bidasoa. como cuánto hay desde las riberas saguntinas hasta el límite de
Francia. La línea meridional de la genuina Celtiberia, cortaba, pues, las montañas
de Asturias, buscando el nacimiento del Carrión ; y por bajo de herma y Salas de
los Infantes, y por cima de Soria, Teruel y Segorbc, llegaba al .Mediterráneo, poco
después de tocar en .\ra-Christi del Puig. entre .Murviedro y Valencia. ¡Con cuán-
ta razón Tito Li\ lo llamó á la primitiva Celtiberia «región entre dos mares" !
»E1 incesante flujo y reflujo de tan varias y numerosas tribus cazadoras, gue-
rreras y mercaderes, como invadieron la península durante los diez y ocho siglos
anteriores á nuestra redención, trajo á tlspaña gentes de toda la redondez de la
tierra. Pasaban de treinta las naciones que sólo entre la Coruña y el Tajo se nu-
meraban al tiempo de la división de Augusto: mientras que en la genuina Celti-
beria subían á diez y nueve, ya iberas y celtas, ya celto-escitas (es decir los habi-
tantes de las selvas armados de arco), ahora, de tracios. lacones y focenses. Bien
se ha de imaginar que las mas inquietas y audaces ejercieron el supremo domi-
nio, arbitras de la paz y de la guerra. Así llegaron á prevalecer los sacies en la
comarca del Sil: los kempsos en la del Duero; mientras en las antiguas montañas
y costas de Burgos, reinó la prosapia de los draganes. Había esta última abando-
nado las nevadas selvas de la Escitia: y su primer población. Drdkina, que signi-
fica la breñosa y áspera, en la provincia de Santander, aún no se sabe dónde
estuvo.
"Poseían los cántabros, ó sean los más atrevidos e inquietos de los celticos-
draganes, la marina que corre de N'illaviciosa á Laredo, y lo mediterráneo limita-
do por las guájaras de Covadonga y Lic-bana, fuentes del Carrión ; Bucnavista en
las márgenes del Valdavia: conlluencia del río Fresno, ó de Amaya. con Pisuerga;
y desde la antigua Móreca (hoy Castro-.Morca, oriental y finítima á \illadiegoj
hasta el río de Agüera, occidental á Castro-Urdiales. Ese fué el territorio de la
Cantabria.» — El Libro de Saníoüa. por el Sr. Fernández Gi erra.
(i) Conserva estos objetos, que hemos visto, nuestro antiguo amigo D. La-
dislao de ^'elasco.
Los dientes ó muelas parecen pertenecer, una al Hispariaw Proslylimus. fósil
de la época terciaria, anterior al hombre, y las otras dos al E^uiis /osilis de la
cuarta.
XVI PROLOGO
biera más afición á estas investigaciones, se hallarían objetos
parecidos; pues algunos otros existen que acusan no menor
antigüedad. Ya que no hay monumentos escritos, lo son, y
grandes, los de piedra y hierro; y así como los encontrados en
Álava dan testimonio de la existencia de una raza primitiva, de
los iberos quizá, existiendo éstos en aquella tierra, no podían
menos de existir en la más montuosa de Guipúzcoa y Vizcaya,
antes de mezclarse con los celtas, que no serían seguramente
los que habitaban en Álava anteriores á los de aquellas monta-
ñas (i).
Así á la vista de los monumentos hasta hoy conocidos, dijo
con razón el Sr. Amador de los Ríos: «Observando el número
de sus monumentos arquitectónicos, su especial carácter y la
época en que fueron los más construidos, concíbese fácilmente
que aquellas comarcas vivieron largo tiempo en un estado ex-
cepcional, y en un alejamiento un tanto sistemático, de las co-
rrientes de la civilización general del Occidente; hecho peregri-
no, de que da visible y cabal testimonio la existencia allí de una
lengua primitiva, como lo es sin duda la lengua éuscara.» Allí
ha encontrado, en efecto, á la vez que ruinas arquitectónicas,
numerosas inscripciones romanas y notables fragmentos esta-
tuarios del arte clásico.
Escritores antiguos han referido las costumbres de los can
tabros, presentándolos como enemigos del reposo y de la ocio-
sidad, insensibles al frío y al calor, tolerando con alegría los
trabajos más penosos; y en efecto, examinando el retrato que
(i) Resulta, por ejemplo, de un pasaje deDiodoro de Sicilia, que los celtas y
los iberos, mezclados en Aragón, provenían de dos razas diferentes. Véase la tra-
ducción literal : «Después de haber hablado de los celtas con bastante extensión,
ya es tiempo de pasar á sus vecinos los celtíberos. Estos dos pueblos, los iberos
y los celtas, después de hacerse la guerra para la posesión del territorio que ocu-
paban, concertaron la paz, conviniendo poseer el país en común, contrayendo
alianzas, y recuerdan aún que de esta fusión les vino el nombre de celtíberos,
pueblo heroico procedente de dos poderosas naciones.» Martial, que era aragonés,
nos enseña que sus compatriotas se consideraban como procedentes de una mez-
cla de iberos y de celtas. — Chaho.
PRÓLOGO XVII
nos han legado de aquellos naturales, ya por ser finítimo el
vascongado que no podía menos de participar de idénticas cua-
lidades, ó porque también se refirieran á ellos, de todas mane-
ras hallamos poco diferentes sus hábitos antiguos de sus cos-
tumbres actuales. Hoy los vemos tan sobrios como en su vida
primitiva nos cuentan; y los que eran infatigables aficionados á
todos los ejercicios propios para fortalecer el cuerpo, son hoy
incansables y apasionados por los juegos de pelota, de la barra
y de la carrera. Sencillos y modestos en su porte, abrigan un
corazón valiente y un alma demasiado altiva; y así como se
someten voluntariamente á la mayor servidumbre, sacrificarán
su bienestar y su vida antes que someterse á una esclavitud
odiada, ó perder su libertad querida. Orgullosos de ella desde
sus primitivos tiempos, consideran su más sagrado deber con-
servarla, y saben que no es tan fácil arrebatársela, porque la
defiende su suelo.
En los vascos y en los cántabros se transmitían de padres
á hijos, con el amor entusiasta por la independencia, el odio im-
placable hacia los enemigos* Así preferían las madres degollar
á sus hijos antes que verlos en poder del contrario; los hijos
mataban á su padre cuando le veían cargado de cadenas ; her-
manos al hermano. Rudas virtudes belicosas que eclipsaban las
de los espartanos.
Transmitiéndose de padres á hijos aquella intrepidez y per-
severancia en todos los peligros y fatigas de la guerra, aquel
desprecio de la muerte, aquella constancia en sus aficiones,
aquel odio implacable en sus enemistades, eran no menos á
propósito para provocar al enemigo que para combatirle. Ági-
les, flexibles, nerviosos y muy vivos en sus danzas, que no han
sufrido variación alguna, al son de un tamboril y de una flauta
de tres agujeros; inquietos, turbulentos, tan prontos para irri-
tarse como para sosegarse, vese en los actuales vascos retrata-
Jos los primitivos pobladores de las costas de aquel mar que
las azota impetuoso, de aquellos montes que abrigan entrafías
XVlll PROLOGO
de hierro, de aquellas cordilleras cubiertas de bosques secula-
res, pobladas de durísimos robles y más durísimas hayas, y de
aquel suelo, que, en general, sólo presenta alguna pequeña lia
nura donde los ríos tienen su lecho.
Para pelear usaban una especie de escudos llamados /¿jZ/ízí,
el venablo, la honda, la espada y armas así ligeras, que no es-
torbaban su agilidad para correr por las montañas y asaltar ó
sorprender al enemigo. Era tal la costumbre, ó la necesidad de
guerrear, al menos en los tiempos á que se refieren los antiguos
historiadores, que, cuando se creían inútiles para la guerra,
preferían la muerte á una vejez que consideraban deshonrosa,
y se precipitaban de lo alto de una roca (i).
Estrabón enseña que los éuscaros no se trataban mucho con
los demás españoles. Según él, la vida de aquellos montañeses
era pobre y miserable, comparándola sobre todo con el lujo que
reinaba en Roma bajo Augusto y Tiberio. «Comían, dice este
geógrafo, pan de bellotas dulces; durante la tercera parte del
año, no bebían más que agua; cuando por ventura se procuraban
vino, le consumían prontamente en sus alegres banquetes á los
cuales convidaban á sus parientes y amigos. La manteca y la
grasa sustituían al aceite para la preparación de los alimentos.
Para sus comidas, se sentaban al rededor de una mesa circular,
ocupando los puestos de honor los ancianos y las dignidades de
la república. Los jóvenes cantaban y bailaban durante el festín.
En algunas comarcas los montañeses formaban sus lechos en
tierra con yerbas y hojas. No poseían moneda nacional, y co-
merciaban cambiando. Castigaban con la muerte los grandes
crímenes, precipitando á los culpables de lo alto de una roca,
y á los parricidas se les llevaba fuera del país para matarlos.
Las mujeres cántabras vestían trajes floridos y brillantes; los
(i) Cum pigra incanuit retas
imbellcs jamdudum annos pra'vertere saxo
nec vitam sine Marte pati...
Simo Itálico, I, iii.
IM< o L Ü G o XIX
hombres de negro, dejando caer afeminadamente sobre sus espal-
das los bucles de su larga cabellera, siempre desnuda la cabeza,
aun en campaña, y combatiendo con la espada y el escudo. En
las noches de luna llena, se les ve á la puerta de sus habitacio-
nes con su familia, cantar á coro, ejecutar danzas y venerar á
un Dios desconocido, por el que celebraban festejos que dura-
ban hasta el amanecer».
«Los éuscaros combatían armados á la ligera, teniendo por
armas defensivas, dice el geógrafo, un haz de nervios fuerte-
mente unidos (eskuta), ó una pequeña rodela redonda (errede-
la) que se ajustaban con correas. Sus armas ofensivas eran la
javelina, el hacha, y una espada de su invención, larga, punti-
aguda, de dos filos, la espada iberiana, elogiada por Polibio, que
los romanos adoptaron, y que aterrorizó á los griegos la pri-
mera vez que experimentaron sus terribles efectos».
Según los límites señalados por antiguos geógrafos, no ha-
bía más vascos que los pobladores desde Pasajes, Fuenterrabía,
Irún y el valle de Oyarzún para arriba : antepasados diferentes
de los actuales guipuzcoanos, vizcaínos, alaveses y navarros es-
pañoles, todos los cuales, dice el P. Flórez: «bajaban mucho
del Norte al Mediodía». Estos vascos españoles, son reputados
por Moncaut, por tronco y progenie de los vascos franceses ;
fundándose para esta afirmación, en que la irrupción céltica que
quince ó diez y seis años antes de Cristo, penetró en España
por las fronteras pirenaicas más vecinas al Mediterráneo, obligó
á los iberos á cejar hacia el Pirineo Oceánico, desde donde se
fueron dilatando hasta topar con los cántabros, los cuales pu-
sieron ya un dique á su inundación, obligándoles á contentarse
con el abrigo de los fragosos montes que se alzan en Guipúzcoa
y Vizcaya, ó á pasar al otro lado á las vertientes septentriona-
les de la gran cordillera, como con efecto pasaron muchos, ocu-
pando y poblando la Aquitania.
Chaho opina que los vascos de los Pirineos se dividen en
siete principales familias ó tribus : souletinos, altos-navarros,
XX PROLOGO
bajos-navarros, labordanos, guipuzcoanos, alaveses y vizcaínos,
y de estas siete poblaciones que constituyen un conjunto miste-
rioso, cuyo origen tanto ha preocupado á los anticuarios, cua-
tro: los labordanos, los guipuzcoanos, los alaveses y los vizcaí-
nos, los considera como pertenecientes á la familia cántabra.
La alta y baja Navarra es representación de los antiguos vasco-
nes. Los souletinos son de raza vascona ó navarra ; á menos
que por sabias inducciones sacadas de su dialecto particular, no
se les considere como un resto de los iberos que habitaron pri-
mitivamente la Nueva-populania ó Aquitania del César.
De todos modos, el país que media entre el Bidasoa y el
Nervión se dividía en tres distintos pueblos: autrígones, caristos
y várdulos.
V
« Algunos hijos de este suelo, arrastrados por su excesivo
cariño al país, han pretendido con más patriotismo que razón,
negar toda fundación romana no ya dentro del recinto sagra-
do de la montaña, sino en sus vertientes del Oeste y Mediodía,
en la llanura de Vitoria y Valle de la Borunda (i).»
Citamos estas líneas de un vascongado nada sospechoso
por su grande amor á su país, para prevenir juicios de apasio-
nados euscalrriacos, que no sólo han negado que los romanos
pisaran siquiera el territorio vascongado, sino que se oponen
terminantemente á que no sean unos mismos los vascos y los
cántabros. No parece sino que hay interés, como ha dicho muy
oportunamente un distinguido escritor moderno, en representar
á sus antepasados como indóciles, belicosos y ferocísimos, se-
(i) Los Éuscaros.
PROLOGO WI
gún fueron, á no dudar, los naturales de la Cantabria antigua.
No volvió á abrir Augusto las puertas del templo de Jano
para batir á los vascongados, sino á los cántabros, que inquie-
tos por demás y malos vecinos, t movían á toda hora litigios y
guerras á sus otros vecinos y aliados de Roma : es decir, á los
vácceos, de tierra de Campos; á los turmódigos, de Burgos y á
los autrígones, raza vasca ó ibera primitiva que poblaba los tér-
minos de Castro Urdíales y Bilbao, juntamente con los valles
de Mena, Orduña, Sedaño y Trías, y los alfoces de Pancorboy
Briviesca (i).»
No fué campo de pelea el territorio vascongado ó sea el de
los autrígones, caristos y várdulos, sino el de los cántabros ; y
en tierra cántabra ganaron los romanos las batallas de Véllica,
junto á Aguilar de Campóo; de Vhinio, ó Sierras Albas, donde
(i) El Ltbro de Saitioíia, y añade : «Guerrero por inclinación, la vida sin con-
tinua batalla era enojosa c insoportable para el cántabro, excitándole á buscar sol-
dada en extranjera hueste. Ni halló igual la indomable fiereza cantábrica. .Muchos
de ellos, los cóncanos especialmente, habitadores en la Liébana y en la marina de
Comillas y Santillana, conservaban la costumbre escítica de beber sangre de ca-
ballo : otros, reconociéndose hijos de los masagctas y gelonos de la Tartaria, lle-
vaban tocados á manera de turbantes; y todos ellos comían pan de bellotas, be-
bían en vasos de cera, embriagábanse con el zitho ó cerveza, no usaban aceite sino
la grosura y la manteca de vacas, y tenían por cama el duro suelo. Muchos no ha-
bían perdido aún las costumbres traces, militando todo varón, y dejando para
mujeres la tarea de labrar y cultivar los campos. El esposo había de dotar á la
doncella: pero extraños á la plata y al oro, desconocían la moneda ó jamás se
prestaban á recibirla. Cambiaban frutos por frutos ó por manufacturas, óus armas
defensivas y ofensivas consistían en pequeños broqueles, envenenadas Hechas, y
espadas falcatas, ó á manera de hoz, de hierro por industria felicísima templado.
Sus naves, horadados troncos ó pellejos henchidos de viento. Nunca la pereza fué
parte á detenerlos para no salir á buscar, por la contratación y el comercio, los
frutos y comodidades que les negaba la tierra.
» Espíritu de emigración, innato en la raza, llevábalos á regiones desconocidas,
aguijoneándolos para descender á la desembocadura del Ebro. entrar por la mar
y establecerse en la isla de Córcega, así como el odio á naciones tiránicas y des-
apoderadas, fué en el cántabro una pasión invencible. Horacio le llama antiguo
enemigo de los romanos, porque desde que sus águilas rapaces acosaron nuestra
península se declaró contra Roma. Por ello militó en las huestes de .Aníbal, y pe-
leó en Cannas y Trasimeno : por ello no siguió la facción pompeyana. antes si la
revolucionaria de César, que brindaba con esperanzas de libertad á las naciones
opresas de la ambición latina ; por ello, en fin, sostuvo más de cinco años de gue-
rra á muerte, contra el hijo artificial de César, cuando quiso éste y logró hacer
una sola ciudad de todo el orbe. »
XXH PROLOGO
nacen el Carrión y Pisuerga; de Aracillo, Aradillos, sobre Rei-
nosa; de Asíiira, río Ezla, cerca de Mansilla; y la del monte
Medullio, sierra de Mamed, sobre el Sil. Pero tales triunfos no
vencen la altivez, la constancia, el heroísmo, la ferocidad de los
cántabros ; irritado y enfermo se retira Augusto, y Marco Agri-
pa, á quien encomienda aquella lucha, la prosigue por mar y
tierra y la termina en las aguas de Santoña y Laredo.
Es evidente que los autrígones ó vizcaínos, no fueron venci-
dos en esta guerra, sino vencedores, porque era á ellos á quie-
nes molestaban los cántabros, sus vecinos. Los vascongados
gozaban de una especie de independencia garantizada por su
lealtad, por sus sencillas y patriarcales costumbres; así que, le-
jos de inspirar temor á los señores del mundo, inspiraban tran-
quila confianza. La población vascongada, además, debía ser
pequeña , porque sobre serlo el territorio, sus montes eran se-
guramente bosques casi impenetrables; pues aun muchos siglos
después, se limitaba la existencia de ferrerías por la mucha leña
que consumían ; sin cultivo las laderas de las montañas, y esca-
so en los valles, no se tiene noticia de ninguna población impor-
tante; no existían las villas de Vizcaya, y es más que verosímil
que ni la naturaleza del país ni sus pobladores ofrecieran incen-
tivo alguno á dominadores tan poderosos como los romanos,
acostumbrados á una civilización que no había de ser cultivada
seguramente en aquella pequeña y pobre comarca.
El Sr. Velasco, en el párrafo de sus Éuscaros^ con el cual
comenzamos este capítulo, tiene razón respecto á Álava; pero
no se hallan esos vestigios de dominación romana en Guipúz-
coa ni en Vizcaya; así que, aunque estuvieran sometidas volun-
tariamente al imperio, no se veían inmediatamente dominadas y
teniendo que soportar en su suelo á los romanos; que á ha-
ber esto sucedido habrían legado multitud de documentos como
en los que en otros puntos comprueban su existencia, de la cual
no son testimonio el hallazgo de algunas monedas de las que
usaron en su tráfico en las costas.
PROLOGO X X 1 1 1
La fundación de Bermeo y de Fuenterrabía, por algunos
atribuida á romanos, no está probada: sólo puede exponerse el
paso de la gran vía militar de Astorga á Burdeos, para cuyo
sostenimiento y seguridad solía haber de trecho en trecho, cas-
tros con poca gente guarnecidos; y ni aun de estas pequeñas
fortalezas hay restos.
Para estos limitados presidios dejaría Augusto las cohortes
de que habla Estrabón y se repartieron desde Asturias al Piri
neo, añadiendo Josefo que una legión sola bastaba para el pre
sidio ; sin que deba deducirse de esto que estuviesen destinadas
tales fuerzas á sujetar á los vascongados, porque no creemos
que jamás necesitaron estarlo; y aun necesitándolo, no bastara
seguramente una legión sola.
No pretendemos por esto, sostener, ni creemos que perma-
necieran siempre tranquilos ; pues parece evidente que en las
guerras de Julio César, al pedir Petreyo socorro á los lusitanos,
pidióle Afranio á los cántabros, «y á todos los demás bárbaros
que pertenecían al Océano. > No quiere decir esto que se refi-
riera concretamente á los habitantes desde Laredo á Fuente
rrabía; y aun cuando no pocas veces á todos se denominaba cán-
tabros, y muchas bárbaros, es muy frecuente en los antiguos
escritores dar una misma denominación á pobladores de comar-
cas de distinto nombre, y omitirlos con frecuencia.
De todas maneras no puede ya asegurarse de un modo ter-
minante que los autrígones, caristos y várdulos, continuaran tan
aislados y sin tomar parte en los grandes acontecimientos exte-
riores; esto, admitiendo que fuera completo su aislamiento, pues
no podemos hacer afirmaciones seguras, porque es general la
creencia de la gran confusión que reinó entre los antiguos histo-
riadores y geógrafos al deslindar el país cántabro desde sus
orígenes.
Si cántabros y vascongados tomaron parte en las guerras
de César peleando en la Aquitania, también la tomaron bajo las
enseñas cartaginesas, y « después de las batallas de Cannas }
XXIV PROLOGO
de Trasimena que hicieron temblar á Roma sobre sus cimientos,
y en las cuales los cántabros participaron no poco de la gloria
y del peligro, los romanos arrepentidos de haber dejado sucum-
bir á Sagunto, sin socorrerla, resolvieron atacar á los cartagi-
neses en España (i). '
Refiriéndose á la parte que los vascos tomaron en la guerra
de Italia en las legiones de Aníbal, cita Chaho una composición
vascongada, de desconocido bardo, en la cual un joven guerre-
ro se dirige á un pájaro, suponiéndole su amada ausente y dice:
«Hace mucho tiempo que no oigo tu voz melodiosa. No hay
hora, ni momento que tu imagen no se presente á mi triste re-
cuerdo. A este apostrofe, el bardo en escena, responde á la jo-
ven, sin otra transición. — Una tarde pasaba al pié de nuestras
montañas el extranjero que venía de África con soldados ex-
tranjeros. Dice á nuestros ancianos y á nuestros padres, que sus
hijos son valientes, es verdad; y dice además que él no nos bus-
caba, sino nuestros enemigos, los romanos. — Entonces gritó la
juventud: Aníbal, si no mientes, si tales son tus proyectos, nos-
otros no nos mezclaremos con tus soldados extranjeros ; pero sí
marcharemos delante de ellos y delante de ti. En vano es que
los romanos hayan querido sublevar las Galias contra nosotros;
te seguiremos hasta el fin del mundo. — Y partimos á la hora
que las mujeres dormían tranquilamente, sin despertarse los ni-
ños echados sobre el seno de sus madres. Y los perros fieles,
pensando que, como de costumbre, volveríamos con la aurora,
no ladraron. — Muchos días, desde entonces, muchas noches han
pasado y no hemos vuelto, valientes éuscaros, con pierna suelta
y pié ligero. Hemos peleado por el africano : hemos atravesado
el Rhóne, más furioso que el Ebro ; hemos franqueado los Al-
pes, más empinados que los Pirineos. — Vencedores en todas
partes, hemos descendido como un torrente en la bella Italia,
donde se encuentran campiñas fértiles, ciudades doradas, muje-
(i; Moncaut.
PROLOGO X\V
res encantadoras; mas todo esto no vale más que nuestras mon-
tañas, nuestras madres, nuestras hermanas y nuestras novias.
— Dicen que antes de un mes entraremos en la ciudad de los
romanos, y adquiriremos oro á casco lleno. Mas yo respondo:
Yo no quiero. Ya basta: prefiero volver á las montañas y vol-
ver á ver á la que amo. Mi país está lejos, el tiempo es largo.»
Al fin de esta campaña, de la que dice Polibio que la bra-
vura de los españoles, auxiliares de los cartagineses, tuvo la
mejor parte en las victorias de Aníbal, los vascos cambiaron y
se aliaron con los romanos. La federación cantábrica llama sus
milicias que combatían al otro lado de los Alpes. Trescientos
de los principales montañeses fueron encargados de conducir á
sus compatriotas á España y de llevarlos á Scipión (i). Los éus-
caros y los celtíberos exigieron de los romanos el mismo sueldo
que de los cartagineses, y fueron, dice el mismo Tito Livio, el
primer pueblo extranjero que Roma admitía á este título, para
tener el honor de combatir bajo sus águilas. La defección de la
liga cantábrica produjo la caída de los cartagineses en Italia.
Los vasco cántabros contribuyeron poderosamente á su expul-
sión de España (2).
VI
Los vándalos que en el siglo v invadieron el mediodía de
las Gallas y destruyeron la Nuevapopulania, impacientes por
penetrar en España, intentaron franquear los Pirineos occiden-
tales, por sitios menos difíciles que los del narbonés; pero por
aquella parte, los cántabros ó más bien los vascongados, no
(i) Tito Livio.
(2) ClIAHO.
XXVI PROLOGO
enervados por la sensual civilización romana, les opusieron fuer-
te resistencia. En este peligro común, las poblaciones de Aquí-
tania tuvieron la prudencia de rodearse al patricio Constancio,
jefe de la milicia imperial, fortificaron á Lapurdún, así como la
línea de la Nive y de la Nivela, é hicieron frente á los ván-
dalos (i).
Derrotados después por las huestes montañesas y prisio
ñeros sus jefes, la organización de los individuos pirenaicos que
habían cerrado la entrada de aquellos verdaderos bárbaros en
España, se encontró momentáneamente destruida ; lo cual hizo
decir á Orosa, «que Constancio retiró de los Pirineos á los fieles
paisanos encargados de defenderlos».
Pero por este tiempo, más que en los Pirineos occidentales,
era en los orientales y en la antigua tierra de los vascones,
donde se efectuaban sucesos importantes en los que intervienen
franceses y españoles (2).
No hubo ni podía haber tanto movimiento por la parte de Gui-
púzcoa, que no tenía la dependencia francesa que Navarra; pero
se efectuaba, ó se aspiraba en todos los Pirineos, á un movimien-
to de concentración y de autonomía que ofrecía muy serias y
aun invencibles dificultades, á pesar de que no faltan escritores,
especialmente franceses, que la consideran una necesidad en el
porvenir ; y han consignado que, así como los antiguos vascos
decían á los romanos que los Pirineos comenzaban en el Ebro
y terminaban en el Adour, é ingertos en sus rocas, de las que
se consideraban parte integrante, tenían los que habitaban á
uno y otro lado de los Pirineos identidad de origen, de lengua-
je, de costumbres, leyes, etc., puede ser que algún día intenten
(i) _Moncaut.
(2) «Una carta de Arsius, primer obispo del Labourd, — 980— clasifica en su
diócesis el valle del Baztán hasta el col de Belate, el valle de Lerhis, el territorio
de Hernani y de San Sebastián hasta Santa María d'Arosi, en Guipúzcoa: proban-
do esto que los límites separativos de Francia y España han variado frecuente-
mente, y que el principio según el cual se han fijado es arbitrario». Histotre ■pri-
mitive des Euskan'ens-B.xsq2ies, por Agustín Chaho.
PROLOGO XXVII
los modernos la unidad nacional, de que particularmente goza-
ron en lo antiguo (i).
En todo el país verdaderamente vasco, no hay una tradi-
ción, ni monumento ó ruina que denuncie la dominación ó es-
tancia del pueblo godo, si exceptuamos una pequeña parte de
Álava invadida por Leovigildo. vSisebuto y Suintila pelearon con
la gente vascona en los llanos de Álava y Rioja ; pero sin in-
tentar siquiera penetrar en el interior montuoso del país vas-
congado (2).
Tampoco se han hallado, hasta ahora, en los valles y mon-
tañas de Vizcaya y Guipúzcoa vestigio alguno del arte latino-
bizanthio. Es inútil buscar los restos de aquellos monumentos
que han inmortalizado á Tarragona, Ampurias, Mérida, Clunia,
Itálica, Córdoba, Sevilla y Granada: no han podido existir en
sus montañas monumentos árabes, porque no llegaron hasta
ellas los sectarios de Mahoma, ni los visigodos. Hay sin embar-
go templos de notable arquitectura, tomada de la que más so-
bresalía en Castilla. De aquí que, en los siglos x, xi, xii y parte
del XIII, las basílicas de Armentia y de Estivaliz en Álava y la
de Iciar con el monasterio de agustinas de Hernani, en Guipúz-
coa, iniciaron las construcciones que durante las centurias xiii y
XIV levantaron, en todo el país vasco, monumentos tan notables
como la iglesia parroquial de Mondragón, la de San Ildefonso
y San Pedro en Vitoria.
( 1 ) «L'interposition d'un petit peuple libre previent les Iiittes que le seul voi-
sinage des grandes nations est capablc de faire naitre. 6i de mauvaises inspira-
tions ne viennent contradiré la voix de la justice et de la saine politique, Tinde-
pendance de la fédération cantabrique será proclamée sans combato.— Chaho.
(2) «El territorio comprendido entre los términos de Pamplona, Logroño y
Zaragoza, los Pirineos aragoneses y catalanes, y alguna vez que otra los llanos
de .Álava, donde los cántabros y celtíberos fácilmente hacían incursiones, lo mis-
mo que los vascones orientales, fueron el teatro constante de aquellas confusas
luchas; nunca el antiguo territorio de los autrígones, caristos y várdulos, ni si-
quiera el de los vascones que habitaban entre el Urumea y el Arga, y que hasta
los tiempos de Garibay hablaron el vascuence, como le hablan en gran parte to-
davía».—C.4novas.
m»
XXVIII P U o L o ü o
Caveda (i) cita como notables en el segundo período de la
arquitectura ojival las iglesias de San Sebastián de Azpeitia, con
una fachada moderna; la de Guetaria, de tres naves; la colegial
de Santa María de Vitoria ; la de Santiago, en Bilbao, capillas
y claustro, correspondiente todo al siglo xiv y otras, como ve-
remos, pues en ninguna de las tres provincias hermanas faltan
verdaderas obras de arte que merecen ser más conocidas de lo
que lo son.
El borromonismo, siglos xvii y xviii, ó estilo borrominesco,
sobresale y le usa D. Ignacio Ibero director de la suntuosa fá-
brica de Loyola, en la construcción de la torre de Elgoibar.
Autor de muchos detalles en Guipúzcoa fué Tomás Jáuregui.
En estas construcciones y otras muchas que pudieran citarse de
la escuela borrominesca, predomina constantemente el mismo
carácter: libertad suma y profusión en el ornato; capricho y, si
se quiere, extravagancia en la invención ; variedad infinita en las
formas; licencia y muchas veces desquiciamiento en los miem-
bros de un orden y en la manera de combinarlos (2).
Si como se ha dicho, son los monumentos la verdadera cró-
nica de los pueblos, los pocos que de aquellos existen en el país
vascongado, nos ayudan fácilmente á formar su. historia, no
complicada en verdad por grandes vicisitudes. «Cuántas veces
se vea á la Aquitania cambiar de formas, otras tantas la civili-
zación se ha renovado. Si se para la atención en una época cu-
yas construcciones no tienen originalidad, puede asegurarse sin
temor, que de ella carecen también sus ideas (3).»
No es de extrañar se ignoren, no sólo obras de arte, sino
muchas de las grandes glorias de los vascongados. Sin revelar
está aún la remota fecha en que se lanzaron atrevidos á la pes-
ca de la ballena en los lejanos mares de Terranova; y si sabe
(O En un notable Ejisayo histórico sobre los diversos géneros de Arquitectura
emplecidos en España desde la dominación romana hasta nuestros días.
(2) Cayeda.
(3) El Arte en Alemania, por Fortoul.
PROLOGO XXIX
mos que adquirieron esclarecido renombre y eterna fama un
Zamudio en Rávena, un Urbieta en Pavía, un Cristóbal de Mon-
dragón en Flandes, un Martín de Idiáquez en Nordihinghen,
conquistando las Filipinas Legazpi, dando El Cano el primero
la vuelta al mundo (i), adquiriendo igualmente en los mares
honor y gloria Oquendo, amén de otros que en mar y tierra
ejecutaron grandes proezas, no todas sabidas (que son muchos
los héroes ignorados), sobresalen como figuras relevantes en la
historia patria, ilustrada también por eminencias políticas y lite-
rarias, especialmente en los siglos xvi y xvii, como secretarios
de Estado.
VII
Erro afirma que el vascuence fué la lengua universal, y por
consiguiente la primitiva del género humano, la que precedió al
diluvio. Larramendi la considera como la matriz, la primitiva )•
universal de España. Astarloa corrobora los argumentos por
otros alegados para demostrar que el vascuence, no sólo fué la
primera lengua que se habló en España, sino que la formó el
mismo Dios en la confusión de la Torre de Babilonia; y tan en-
cantadora halló su extraordinaria perfección que declaró ser la
única lengua digna de ser comunicada por Dios al primer hom
bre. Hablando después con más seguridad, confiesa de buena fe
no poder probar ni aun si vino á España el vascuence con los
primeros pobladores, y menos justificar la formación ó creación
de tal idioma en la Torre de Babel. Guillermo Humboldt da al
vascuence origen europeo y el más antiguo de los idiomas de
(i) «Por tierra y por mar profundo
con imán y derrotero.
un vascongado, el primero,
dio la vuelta a todo el mundo.»
XXX P R o L o (i o
nuestro continente; no dudando que se haya hablado en otro
tiempo, en toda la península ibérica ; Thierry sostiene que la
lengua vascongada fué la de los iberos; Chaho encuentra ana-
logías de vocalización entre el vascuence y el sánscrito; y ape-
nas hay escritor que se haya ocupado del idioma vascongado
que no le atribuya analogías con otros, estando todos contestes
en declarar su antigüedad. Y en efecto, á falta de antiguos mo-
numentos y de documentos de toda clase, está el idioma éusca-
ro (i) que cuenta, cuando menos, más de 37 siglos de antigüe-
dad, que no se parece á ninguno otro europeo, ni tiene seme-
janza con las lenguas conocidas, aunque sean análogas algunas
palabras; y reconociendo Tragia, que no cede en cultura, ri-
queza y suavidad á ninguna otra lengua; y en su misma riqueza,
su mucho artificio y reglas exactas, su fecundidad en variar los
nombres y los verbos, su suavidad y cultura, energía y número,
halla suficientes motivos para considerar increíble sea una de
las primitivas lenguas, siendo las conocidas por tales, pobres y
faltas de todo esto. De esta misma perfección se vale Astarloa,
como del más robusto argumento, para probar su antigüedad,
que todo la informa (2).
Es evidente que las cuestiones de origen son difíciles de re-
solver, con especialidad cuando se trata de pueblos muy anti-
guos, á menos que no se pretenda sacar únicamente del Génesis
y de la tradición de los judíos, toda la filosofía de la historia ;
(i) Lo escribimos con c y no con k, porque con c escribe este adjetivo el no-
vísimo diccionario de la Academia.
(2) Reconoce también su antigüedad el Sr. Fernández Guerra, y separa el éus-
caro del idioma de los cántabros, diciendo que estos, «por el contrario, usaban
un lenguaje celta, más ó menos rudo, que en otro semiculto y nuevo se vino á co-
rromper y transformar. Hizo esto la comunicación forzosa y continua con las fa-
milias y cohortes romanas, fortalecidas en las ciudades, atalayas y cumbres, de
que fueron desposeídos por Marco Agripa, bajados al llano, aquellos naturales. Ya
en el trance de tenerse que entender á toda hora, y sin remedio, los cántabros con
soldados nacidos en Italia y Grecia, en Siria y Egipto, en Libia y Mauritania, brotó
de tantas aquella enérgica y sonora lengua, que, al decir del Emperador de las
Españas Alfonso VII, enardecía los corazones como el vibrante y agudo clamor de
una trompeta, y que andando los tiempos se había de inmortalizar en la venturo-
sísima pluma de Cervantes.»— £/ Libro de Santoiia.
PRÓLOGO XXXI
cuya empresa es tan ardua como la de restaurar los títulos de
los orígenes primitivos, no existiendo un solo pueblo en cu)o
favor haya podido hacerse satisfactoriamente. Respecto á la
existencia de las relaciones de origen entre el éuscaro, las len-
guas indostánicas, el antiguo egipcio y algunos dialectos de la
América meridional, es un punto sobre el cual se han abstenido
sabios filólogos, así como de saber si los patriarcas que de las
costas de África pasaron á España, venían de Oriente ó de Oc-
cidente. Esto no puede contestarse,, dice Chaho; y que los éus-
caros no eran de la raza blanca del septentrión, ni de la raza ne-
gra africana; pudiéndoseles mirar como una raza intermediaria
del Indostán al Occidente, ó que quizá escapase al naufragio de
la antigua Atlántida, habiendo enviado desde las regiones del
Oeste sus colonias hacia el Oriente. En medio de estas dudas,
llama excéntricos y absurdos á Astarloa y á sus continuadores.
Eickhoff ha afirmado el parentesco del éuscaro con las len-
guas africanas: Wíseman, su comunidad con el egipcio antiguo;
fundándose el primero en los muchos nombres de poblaciones
africanas que son vascongados ; deduciendo que este estudio de
la geografía antigua lleve á suponer la existencia de los éusca-
ros en el Indostán, y haga descubrir las relaciones del vasco y
del sánscrito, hasta ahora inapercibidas.
Sin investigar nosotros la verdadera etimología de los nom-
bres vascongados de no pocas poblaciones, ríos y montes de
España, que hacen suponer ser el vascuence el idioma de los
primitivos pobladores (i), si no con el mismo fundamento, le hay
para suponer también que no han podido ó debido ser extraños
los vascongados al origen de los nombres que han tenido y tie
nen poblaciones de Italia y África y aun de países más remotos.
Grim considera interesante averiguar si el idioma vasco po-
see afinidades reales con las lenguas caucásicas, ó si se limita
(i) Humboldt, en sus investigaciones, deduce del estudio comparativo de los
nombres de los lugares de la península ibérica y de la lengua vasca, que era esta
la de los iberos que no hablaban otra.
XXX 11 I' R o L o G o
toda relación á alguna vaga semejanza en la forma exterior de
las palabras : Abbadía declara que en el sánscrito, georgiano,
finés y en muchas lenguas de África y de la América del Norte,
se desvía de la sintaxis vasca: Chaho, siguiendo á Eickhoff res-
pecto á la «originalidad africana» de la lengua vasca, ha creído
poder unir los iberos á las poblaciones indígenas del norte de
África, que, en una época ante-histórica, invadieron á España
como más tarde lo hicieron los árabes: Bergmann considera á
los vascos como un pueblo de raza saab-méenne (lapofinesa),
procedente de las orillas del Báltico en Germania y en Gaulia,
y sucesivamente rechazada por los celtas hasta el pié de los Pi-
rineos: para Maury y Schleicher, el vasco es una lengua poli-
sintética, cuyo organismo se parece al de los idiomas del Nuevo
Mundo: Charencey encuentra afinidades en el vasco con ciertos
idiomas del Oural; afinidades que no excluyen diferencias con-
siderables, expuestas por el príncipe Luciano Bonaparte en su
obra La lengua vasca y los idiomas fineses ; y por este estilo
podríamos ir exponiendo las infinitas y variadas ideas de cuan-
tos se han ocupado del idioma vascongado, objeto para todos
de muy profundos estudios ; deduciéndose siempre que no es un
idioma arbitrario, porque corresponde á los sonidos articulados
por el hombre, á los ruidos y murmullos de la naturaleza.
O, por ejemplo, designa lo que es redondo, i, lo agudo, u, lo
hueco.
Careciendo los vascongados de escritos antiguos, no han
fijado aún la ortografía de la lengua de una manera terminante,
no marchando muy acordes los más sabios vascófilos respecto á
su alfabeto.
«Hay buenas razones para que los iberos pirenianos perdie-
ran la escritura nacional : después de su establecimiento en las
montañas y en un período de 30 siglos hasta la Edad media, no
han tenido literatura escrita. Aun durante los primeros siglos
de su residencia en los Pirineos, les ocuparon tan exclusivamen-
te la agricultura y la guerra, que descuidaron y perdieron todas
í* r< 9 L o (i o XXXIII
las otras artes que no les eran necesarias ; ni aun fabricaban
moneda, y en el siglo de Augusto comerciaban por cambios.»
De aquí deduce Chaho que los cronistas de la Edad media em-
pleaban las letras romanas ó góticas para escribir en romance ó
en latín, pues el alfabeto ibérico no le usaban los montañeses.
No nos ocuparemos, ni hace á nuestro objeto, de los oríge-
nes del idioma éuscaro: multitud de escritores españoles y ex-
tranjeros se han ocupado y ocupan con grande ingenio y pocas
pruebas en esclarecer asunto tan controvertido, hallando siem-
pre el gran vacío de la falta de monumentos literarios.
Inútilmente buscamos en las provincias vascas códices y li-
bros antiguos; se ha dudado de que sus leyendas, sus sencillos
poemas, los improvisados cantos de sus bardos, que hoy cono-
cemos, sean obra del tiempo que representan, ni aun antiguos,
porque no es testimonio de remota ancianidad su primitiva sen-
cillez, que se halla esta en todas las leyendas y tradiciones mo-
dernas, y son el sello peculiar que las distingue, el que también
sobresale en las composiciones de los versolaris ^ esos vates del
pueblo, cuyas improvisaciones son tan celebradas. Pero á falta
de los anteriores monumentos, ha conservado uno que parece
indestructible, el de su lengua viva (i), que, aunque no existen
documentos que acrediten su antigüedad, pues los más antiguos
que se conocen son de la Edad media, está probada la existen-
cia de este idioma por el testimonio de los mismos historiado-
res y yeóorafos romanos.
Y dice con razón el escritor antes citado, ¿qué libro sería
comparable á ese concierto vivo de un millón de voces cuyos
acentos impregnados de atrevimiento y de originalidad, singula-
res, incomprensibles, sin analogía con casi todas las lenguas de
( 1 ) « Lengua virgen y sabia, tal como la hablaba, después de haberla improvi-
sado, la sociedad indiana ó atlántica en la cuna : verbo sonoro, mágico, cuyo so-
plo inspirador separa, á los ojos extasiados del éuscaro, los velos que ocultan á
las miradas extrañas los esplendores de su venerable historia.»— Ciiauo, Hisioiie
Primitive des Eiiskariens-B.iscjues.
5
X.WIV H R o L o G o
los pueblos existentes, parece murmuran aún, después de 24
siglos, las últimas armonías de un mundo destruido! Una esta-
tua exhumada de las ruinas es un monumento del pasado:
cuando representa una deidad venerada es como una religión
muda que habla al espíritu: ;qué será pues un pueblo entero, un
pueblo vivo?
Es notable la conservación de un idioma cuya existencia co-
nocida se remonta á tantos siglos, sin hermandad verdadera
con otros idiomas, como tampoco se les encuentra parentesco
con otras razas á los aborígenes que aún hablan el vascuence.
No para afirmaciones seguras, ni para aproximadas deduc-
ciones, sino para confundir más y más, se examinan rastros vi-
sibles del idioma éuscaro en la isla de Cerdeña, en la Liguria,
en el Lacio, en Sicilia; y Hervás (i) publica una copiosa lista
de vocablos de Italia de origen vascongado como los siguientes:
Liguria — ligoniria, tierra árida.
AsTüTUS—í^í //<:«, adivino.
Horror — orróa. bramido espantoso.
Ínsula. — de ins. mar, ulia. población.
Puede divagarse respecto al remoto origen de la lengua
éuscara; pero no puede admitirse la opinión en obra de la Real
Academia de la Historia expuesta « de que debió haber empe-
zado á introducirse á mediados del siglo viii, no debiendo haber
tenido forma ni consistencia de lengua particular hasta el si-
glo XII».
El carácter primitivo ó de muy remota antigüedad, de tal
idioma, no dialecto, es evidente. No por alardear de vanidosos,
sino por considerar pertinentes cuantas pruebas puedan presen-
tarse en un proceso que aún no está sentenciado y no es del
todo indiferente, al menos para España, no concluiremos nues-
tras ligeras observaciones y somera exposición sin consignar
(1) C.t/.i/o,i,'o delle tingue conosciule.
P R o L o <i o XXXV
opiniones tan autorizadas como la de César Cantú, que mani
fiesta que los iberos, precedieron á los celtas y á los pelasgos:
de ellos vinieron los turdetanos, los lusitanos, los cántabros de
España, los aquitanios de la Galia, los ligurianos de Italia y los
vascos, únicos que conservan el lenguaje. Y añade: «El finés y
el vasco son los únicos que se separan de todos los idiomas de
Europa. Desde los primeros tiempos históricos se encuentra el
segundo en el Mediodía de ésta ; lloreció en España hasta el
momento en que los celtas derramaron en aquel país sus toscos
dialectos. Confinado en el día á Vizcaya, Guipúzcoa y Navarra,
conserva, según dicen, su primitiva pureza, monumento de los
siglos primitivos. Mientras que en las demás lenguas, las raíces
de las palabras compuestas se unen entre sí para representar
una ¡dea y se convierten en elementos nuevos del lenguaje, en
el vasco, por el contrario, permanecen agrupadas en su primi-
tiva integridad como los elementos de las letras chinas. Por
ejemplo. Egiizquid^ sol, significa hacedor de la luz; Illarguiá,
luna, luz apagada; Jainigoicoa^ Dios, el que está arriba».
Se han establecido también relaciones entre el vascuence y
la lengua de Abraham ó sea el antiguo caldeo, con el fenicio, el
cananeo y púnico; conviniendo sabios lingüistas, antiguos y
modernos, en el estrecho parentesco de los vascos con ciertas
tribus antiquísimas, hebreas, caldeas ó fenicias; ya un dialecto
tártaro, perteneciente á la familia de las lenguas de aglutina-
ción, que hablan aún más del medio millón de españoles en el
espacio comprendido entre el Ebro y el golfo de Vizcaya, divi-
dido en tres ramas, el labortano, el vizcaíno y el guipuzcoano;
eslabón evidente por analogías con las lenguas americanas, en-
tre estas familias y las úgrico tártaras (i). Esto mismo dice
Mr. Maury (2) fundándose en «muchas particularidades comu-
nes entre el vasco y otros varios idiomas hablados desde el
( i) Recuerdos de la villa de Laredo.
(2) La Terre et ihomme.
XXXVI 1M< o L o G O
norte de Suecia hasta los últimos términos del Kamchatka y
desde Hungría al Japón».
Sigue sin embargo cuestionándose y se cuestionará por mu-
cho tiempo en nuestro humilde juicio, sobre el origen semítico
ó jafético del vascuence, sus analogías con antiquísimos idiomas
y dialectos hasta de América ; pero hay que reconocer que es
de admirar la existencia de este antiguo idioma, careciendo de
monumentos literarios, de arte, hasta casi de gramática, com-
batido por civilizaciones llenas de vitalidad y de gloria, perma-
neciendo como petrificado en las montañas más que en los va-
lles, en las dispersas caserías más que en las apiñadas y grandes
poblaciones, sucediéndose siglos y siglos y pareciendo, cual se
ha dicho exactamente, como el eco perdido de una civilización
misteriosa que se ha borrado de la memoria de los hombres; y
esto sucede cuando vemos que los idiomas griego y latino, á
los que no se concede la antigüedad que al vascuence, sosteni-
dos por gallardas y vigorosas civilizaciones, depurados y enno-
blecidos por el arte, la ciencia, la filosofía y la literatura, sólo
viven, há muchos años, en sus espléndidas creaciones intelec-
tuales.
VIII
No hay tradición, historia, documentos, ni el menor vestigio
de un templo, de un monasterio, que permita aventurar la me-
nor conjetura ni del paganismo que precedió á la religión de
Jesucristo, ni del ejercicio del cristianismo en los primeros si-
glos de este. No hay noticia de un santo, de un mártir vascon-
gado anterior al siglo viii. Tan supuesta es la ida del Apóstol
Santiago á predicar en la Cantabria, como la de San León
obispo de Bayona, para lo que hubo necesidad de adelantar
nueve siglos su existencia (i).
(i) Floreciendo este santo en el siglo x, víctima de su celo fué martirizado
PROLOGO XXX Vil
Los monumentos que en Vizcaya se han descubierto hasta
ahora, no prueban que debieran su extraña construcción á reli-
gión alguna determinada. Ni el supuesto ídolo de Miqueldi, ni
la actual ermita de San Miguel de Arrechinága, ni algunos otros
restos de monumentos ó cosa parecida, pueden presentarse con
verdad como de procedencia religiosa.
Silio Itálico supuso á los gallegos y asturianos muy lejos de
seguir la religión patriarcal, porque practicaban la adivinación
por el fuego, por las entrañas de ¡as víctimas y el vuelo de los
pájaros, así como los sacrificios bárbaros de los galos y los
celtas; y respecto á los vasco-cántabros, se les atribuyó ser los
verdaderos adoradores de Jaungoicoa^ el Dios de arriba.
<E1 bearnés y el país vasco, iniciados más tarde que el Lan-
güedoc en las grandezas del cristianismo, habían conservado en
sus valles, alejados del movimiento social, un cierto sello de
en su misma diócesis. Un distinguido vasconííado dice á este propósito : u\ino á
España, n Fucnterrabía, y predicó el cristianismo en esa comarca, que hacía parte
del obispado de Bayona. Su muerte y su predicación en el Pirineo, no son sucesos
que nos hagan presumir la completa conversión de los éuscaros dos siglos antes.
El fin de estos sobrado entusiastas panegiristas del país, es presentarlo desde los
orígenes del cristianismo á la cabeza del movimiento religioso, halagando con
ello los sentimientos populares. Pero la inexorable realidad histórica, estti muy
distante de sus sueños y afirmaciones; luímos á no dudarlo de los últimos en
nuestra patria en entrar en el girón de la Iglesia y somos hoy quizás los primeros
en conservar el sentimiento católico.
»Hijo de este prurito de dar antigüedad al conocimiento de la Religión, é im-
portancia á santos del país, son las diversas y remotas épocas en que se supone
florecieron.
»E1 más antiguo, sino el primero de los santos vascongados, es San Prudencio,
que nació en la pequeña aldea de Armentia, á 2 kilómetros de Vitoria. En tanto
los unos le hacen figurar en el siglo iii, otros en el iv, y así sucesivamente hasta
el .\ii. No nos detendremos á probar como lo han hecho los más formales cronis-
tas é historiadores eclesiásticos, que no pudo San Prudencio, hijo de Álava, obis-
po de Tarazona, florecer hasta después de la caída de la monarquía goda. Con
buen criterio, nuestro paisano el historiador de .\lava. Landázuri, lo confirma,
sin que sea pertinente a mi propósito investigar si fué por los años 844 ó i 200.
»Otro tanto diré de San Fausto, labrador, hijo de Cataluña, cuyo cuerpo se ve-
nera en el pueblo de Bujanda ( Álava ) y es otro de los justos, á que la cariñosa
piedad del país ha querido dar un antiquísimo origen con demasiada credulidad.
»Las provincias de Guipúzcoa y Vizcaya, no sabemos tengan otros santos que
con algún fundamento pretendan á una fecha anterior á la que señalamos o—Aos
Éuscaros, por D. Ladislao de Velasco, pág. 131.
XXX vm PROLOGO
superstición pagana )■ de relajamiento moral romano, que se
oponía constantemente al completo establecimiento del catoli-
cismo: reinaba sin duda la Iglesia, los obispos ocupaban sus
sillas, las parroquias tenían iglesias y párrocos; pero los sacer-
dotes no ejercían su poder más que á condición de cerrar los
ojos á las costumbres, á las creencias y á las adoraciones más
extrañas: el clero y el pueblo parecían observar aún cierta ca-
pitulación tácita, que se elevaba á la introducción del cristianis-
mo, y cuando los montañeses habían dicho á los sacerdotes :
Nosotros queremos abriros los templos del Dios vivo y rezar
con vosotros al Eterno, al Jehová de los judíos, el Jaugoicoa de
los vascos; pero queremos también conservar las divinidades de
las fuentes y de los árboles, los espíritus del hogar y de las
montañas; en su consecuencia, las piedras druídicas de Crechets
y de Peyros Marines, en Barouse el pedernal de Laraye de
Héas, la piedra de Tous en Lartiga de Salabre, continuarán
veneradas como lo fueron, aterrorizando á los pastores de las
altas montañas; nadie osará tocar á estas rocas, temiendo ser
heridos en el acto por el rayo. El viajero, al contrario, nunca
deja de cortar una rama y deponerla con la plegaria suplicante,
DioiL noiis counserbé (Dios nos proteja), sobre estos monu-
mentos temidos. Las rocas tienen el alma sensible y son sus-
ceptibles de fiereza; un descreído prorrumpió en injurias cerca
de la capilla de Tabes y arrojó piedras en el lago vecino; se
oyó en seguida el trueno á pesar de estar el cielo sin una nube
y el rayo cayó sobre la cabeza del culpable. El habitante del
valle de Aure dirigía sus plegarias á las piedras sagradas del
cantón de Nestier, entre Nistos y Hechettes ; es verdad que los
latigazos dados á aquellos altares groseros terminaban algunas
veces la ceremonia y acababan de decidir á los dioses que con-
cedieran las lluvias bienhechoras que reclamaban los campos.
Las piedras de Nanrouse en el Lauragais, no han perdido aún
la espantosa cualidad que les atribuía la superstición de los ga-
los: esparcidas en veinte leguas á la redonda, cuenta la tradi-
PROLOGO XXXIX
ción, que fueron reuniéndose poco á poco en la cima del mismo
ribazo. A pesar de la columna erigida á la gloria de Riquet,
que las abruma con su peso, no cesan de aproximarse: apenas
las separa el espesor de una hoja de sable, y el día en que se
junten, se cumplirán los destinos de la humanidad, la trompeta
del juicio final conmoverá el mundo».
Las crónicas francesas de los Pirineos están llenas de estas
supersticiones populares que adulteraban la pureza del cristia-
nismo, manteniendo al vulgo en una especie de reserva y con-
tribuyendo á conjurar el cambio, á toda innovación que preten-
diera minar las creencias oficiales. Así se comprende el éxito
que en un pueblo de tal modo preparado obtenían los sarcas-
mos irreligiosos y cómo los montaiieses tomaban en serio los
chistes obscenos que la reina Margarita esparció en el suelo
bearnés, presentando la llanura del Gave por teatro.
Su Heptamerón, más peligroso que el Decamerón de Bo-
cado, retrata las costumbres del clero bajo el aspecto más
odioso, atribuyéndole los vicios más torpes y vergonzosos á la
vez que unos crímenes cuya relación debe omitirse. Es todo un
trabajo verdaderamente enérgico y de influencia para perturbar
el catolicismo.
Esto que pasaba al lado allá de los Pirineos en los que no
había tanto aislamiento como en la parte de acá, no podía me-
nos de suceder en ésta lo mismo respecto á la existencia de
supersticiones populares, de las que no faltan testimonios.
En el siglo x, cuando San León fundaba en la Vasconia
francesa, aún pagana, la diócesis de Bayona, costándole pronto
la vida su celo apostólico, la nueva diócesis se extendía hasta
los valles del Baztán y de Guipúzcoa, pudiendo deducirse que
el estado religioso de los vascos españoles, en esta época, no
difería apenas del de los pobladores de la otra vertiente. Lejos
de haber conocido los primeros, ni aun presentido, el cristianis
mo, excepto en la llanada de Vitoria, á donde la invasión sa-
rracénica había obligado á guarecerse las familias cristianas de
XL I- R O L O G O
la orilla derecha del Ebro, los vascos, al contrario, rechazaron
la nueva religión y defendieron sus antiguas creencias con esa
tenacidad y esa energía que constituye el carácter de su raza.
Y con estas mismas cualidades, en cuanto abrazaron el cristia-
nismo, no hubo creyentes más convencidos y más fervientes.
Nada, en efecto, comparable con el ardor de su fe sencilla, sin
cera, inquebrantable, que no admite ni discusión ni temperamen-
to. Parece que sobre aquellas alturas el hombre se considera
más cerca de Dios, y se ve invenciblemente impulsado á elevar
á Él su pensamiento. Dice un canto vasco: «¡Quien no conozca
la plegaria, vaya por nuestras montañas y aprenderá en seguida
á orar sin que nadie le enseñe!» De aquí la grande influencia de
que goza el sacerdote en las tres provincias ; prestándose á ello
la configuración del país, la dispersión de los caseríos que exi
gen la asistencia de un clero cuatro veces más numeroso que en
cualquiera otra región de España ; pero este estado de cosas
no existe sin peligro bien comprendido por los antiguos legisla-
dores, que prohibían al clero mezclarse en la política; y el mis-
mo fuero de Tolosa, consignaba que cualquiera que iba á votar,
habiéndole visto con algún eclesiástico, sería, por esta circuns
tancia, excluido del voto. ¡Cuántas desgracias se hubieran evi-
tado á observarse rigurosamente el espíritu de sabiduría y pre
visión que dictara esta ley !
Las turbulencias que agitaban á Francia excitaban la exal
tación intolerante de Felipe II. Mientras este rey hacía levantar
en el Escorial la octava maravilla, iba en peregrinación á Mont-
serrat y cambiaba con los barceloneses los juramentos ordina-
rios (1564), las provincias vascas conservaban aún ciertas rela-
ciones con el país de Labour, porque Guipúzcoa y Vizcaya de-
pendían del obispado de Bayona. D. Felipe quería poner las
circunscripciones religiosas en relación con los límites políticos,
y romper toda la que pudiera existir entre sus estados y los he-
réticos de Gascuña y de Bearne. Pretendió de Su Santidad
Pío V, y obtuvo sin dificultad, un breve que autorizaba al arzo
P R o L ü (i o
XLI
bispo de Auch y al obispo de Bayona, á nombrar dos vicarios
generales escogidos en España para gobernar aquellas dos pro-
vincias. Este breve amenazaba á la vez á los dos prelados gas-
cones á unir el país vasco al obispado de Pamplona, si pasaban
seis meses sin nombrarse los delegados.
Retardando los prelados gascones el cumplimiento del man-
dato papal, del que reclamaron, tuvo Su Santidad que dirigir
una excomunión que afectaba no sólo al arzobispo de Auch sino
á sus sufragáneos de Dax, (florón y Lesear, lo cual excitó las
iras calvinistas de Juana de Albret, cuyo culto proclama ofi-
cialmente, y hace destruir los altares y las imágenes en todas
las iglesias.
Evidentes son las relaciones del desenvolvimiento material
con el pensamiento humano, encargado de acoger y presentar
á la vista todas las manifestaciones de aquel ; y mucho habría
adelantado la historia con el detenido estudio de todas sus vici-
situdes, como hoy registra notables y originales progresos y
elocuentes enseñanzas á cada descubrimiento de ignorados mo-
numentos.
Estudio y muy especial merece la transformación de la ar-
quitectura, coincidiendo con el movimiento interior de la exis-
tencia monástica; así cuando quedó el clero á la cabeza de esta
cuestión de arte, como si hubiese continuado al frente de la
reorganización civil y política. La sustitución del gótico al ro-
mano, de la ojiva al arco, de la elegancia atrevida á la solidez
armoniosa y fuerte, ofrece vastísimo campo á muy importantes
consideraciones, en las que no podemos engolfarnos, aunque
para ello fuéramos competentes; así como para examinar la
forma del templo y la del claustro, tan en combinada armonía
con el movimiento operado en el espíritu del clero regular y se-
cular que los habitaba; pues no sólo en el espíritu, y en sus ten-
XLIl PROLOGO
dencias, sino en el templo y el claustro revelaban su poder, su
predominio y su influencia.
La civilización cristiana había seguido las huellas de la civi-
lización romana; y podría ser, como algunos han dicho, que co-
menzara sus conquistas por los Pirineos orientales y las costas
del Mediterráneo, ó más bien de levante, puesto que Narbona y
Tarragona fueron antiguos y verdaderos focos del cristianismo,
que avanzó poco á poco hacia él norte de España y por el me-
diodía de Francia; estableciéndose los primeros obispos en Elna,
en Carcasona, Barcelona, Gerona y Lérida. No nos compete ex-
tendernos en este asunto; lo que sí creemos poder afirmar, es
que, en la parte occidental de los Pirineos, tanto franceses como
españoles, no se extendieron las predicaciones evangélicas sino
mucho más tarde; y en aquellas regiones, por regla general,
permanecieron en un estado aproximado á la idolatría; y esto,
cuando los pueblos del litoral del Mediterráneo vivían á la som-
bra y bajo la protección de numerosos obispos y abades de gran
influencia. Los habitantes de los Pirineos, que se hallaban bien
con su estado social, que le defendían resueltos, á la vez que su
independencia y libertades, no podían menos de ser refractarios
á toda innovación extraña, máxime cuando esta innovación afec-
taba á sus creencias, que no se veían combatidas por santas y
ejemplares predicaciones; pues no tenemos noticia de que fue-
ran á predicarles en vascuence, y no poseían otro idioma.
Dedúcese, pues, de todo, que la naturaleza del país, la es-
pecialidad de sus habitantes, sus costumbres antiguas, su idio-
ma, forman un conjunto original, un tanto discrepante del resto
de la nación española, sin que discrepancia haya en el patrio-
tismo.
Objeto los vascongados de muy profundos estudios, hechos
más por extranjeros que por nacionales, aún no han esclarecido
tales y tantas investigaciones la historia antigua del país éusca-
ro, la fecha y naturaleza de su independencia, absoluta ó relati-
va, la procedencia de su idioma, y otras cuestiones de tiempos
PRÓLOGO XLIII
menos remotos que esclarecimiento merecen, siquiera por lo que
interesa al verdadero conocimiento del estado social de España,
en el cual nos hallamos casi á oscuras.
A podernos guiar por nuestro propio sentimiento, hubiéra-
mos abarcado en conjunto la historia general de las tres provin-
cias hermanas, asimilada en muchos sucesos, aun cuando éstos
no fueran presentados con la claridad y el orden de una crónica
más limitada por el sacrificio necesario que exigiera el desem-
peño de una obra que, además de. informar sus relaciones políti-
cas, sociales, administrativas, su historia general en fin, pudiera
deducirse de ella la saludable enseñanza que ofrecer debe esta
clase de obras. Nuestra tarea es más modesta; iniciamos el plan
presentando nociones, procurando historiar someramente algu-
nos de los acontecimientos que puedan dar idea del modo de
ser de cada una de las tres provincias aisladamente.
Necesitando sujetarnos al objeto de la publicación para la
que se escribe este tomo, á aquél es preciso someter las inves-
tigaciones y el pensamiento, supeditar los juicios y ceñir las
deducciones, limitando siempre éstas, cosa más difícil que dejar
correr la pluma impulsada por el propio sentir, si éste se halla
inspirado por el amor al país vascongado, por el patriotismo y
por ese sentimiento que la humanidad imprime en nuestro cora-
zón, cuando al bien de la humanidad quiere uno consagrar su
existencia.
CAPITULO I
Primitivos pobladores de Álava. — Vestigios prehistóricos. — Monumentos
celtas. — Dominación romana. — Restos de monumentos romanos
I
/^L viajero que penetra en Álava por la garganta de las Con-
^-\ chas de Tuyo, se encuentra agradablemente impresionado
al ver, é ir recorriendo, la extensa llanada, ceñida por montes
bravos, peñas escarpadas y enhiestas cordilleras.
La sierra de San Adrián que majestuosa se eleva entre
Álava y Guipúzcoa, y es parte y continuación de la inmensa
cordillera del Pirineo, aseméjase á una gran muralla; su comu-
^8 ÁLAVA
nicación por este lado sería imposible si la industria humana no
hubiera vencido los obstáculos de la naturaleza. En su cumbre
se halla el puerto, en lo antiguo fortaleza de San Adrián y la
famosa Peña Horadada, llamada así por estarlo naturalmente
en el espacio de unas 70 varas de largo y 10 de ancho; y á la
parte sur está horadada artificialmente para paso de carruajes.
En no interrumpida continuación de la sierra de San Adrián,
elévanse también la de Aránzazu, asiento del célebre Santuario
tan venerado por las tres provincias hermanas, y del que nos
ocuparemos al hablar de Guipúzcoa, en cuya jurisdicción se
erigió; los altos de Arlaban, tan célebres en la guerra de la In-
dependencia y en la primera carlista ; la enhiesta cumbre de
Gorbea y la de Amboto, origen de fantásticas y poéticas leyen-
das; la alta peña de Orduña, al otro frente, el elevado monte
Ibar, la brava sierra de Toloño, y luego la encumbrada cordi-
llera de Andia.
Parece que la naturaleza quiso rodear por todas partes el
terreno conocido por la llanada de Álava (i), cortándose sólo
aquel anillo de cordilleras para dar paso al río Zadorra, ó más
bien éste, á fuerza de tiempo, se abrió camino por entre estos
peñascos, como parece habérsele abierto también el Ebro por
las Conchas de Haro; siendo opinión admitida, que aquella lla-
nura, así como la de la hermandad de la Ribera, Miranda, Santa
Gadea y parte de la Bureba, no podía menos de ser una gran
laguna, hasta que el Ebro se abrió el camino citado y que lleva.
Abundante el país en frondosas arboledas de hayas, robles,
encinas, en sabrosos pastos, en aguas minerales, cosecha de
toda clase de cereales, no faltan minas de hierro, turba, etc., no
escaseando las canteras de piedra y mármoles, y préstase alguna
atención, aunque sin muy especial cuidado, á la productiva cría
de ganados.
El perenne verdor del suelo, el casi apiñamiento de los
(i) Álava significa llanura inmediata á las montañas.
A L A ^ A
49
pueblos, el tortuoso curso del Zadorra, y las bellas alamedas y
frecuentes plantaciones de toda clase de árboles desde el chopo
piramidal hasta el recortado roble, ofrecen al viajero que
contempla el paisaje
desde una torre de ^^- ^^^ ^\
Vitoria, uno de los
más encantadores
panoramas de que
puede disfrutarse. En
aquella poética lla-
nura se ven más de
150 pueblos , cada
uno con su monte al
lado, y el Zadorra,
cuyas aguas cristali-
nas en unos sitios,
y cubiertas en otros
de variadas yerbas y
flores acuáticas, que
parecen vestir al río
de gala y le hacen
bellamente poético ,
serpentea por entre
las arboledas ó los
prados que alimen-
tan á numerosos ga-
nados, que allí pace
el lanar, el vacuno y
el caballar.
I Hacha de piedra. — 2 Cuchillo de silex. — - Puntas de piedra,
silex y hueso — (Colección del Sr. D. Ladislao de Velasco.i
II
Respecto á los primeros pobladores de Álava no hemos
de repetir lo que en otro lugar hemos expuesto, y á lo cual
50 Á I- A V A
nos remitimos; pues si no son exactamente iguales, no puede
haber mucha diferencia entre ellos y los primitivos habitantes
de una y otra vertiente de las sierras de Andia, de Aránzazu y
de Arlaban. Los escasos historiadores que se han ocupado del
territorio alavés, hacen suyo, por lo general, cuánto los anti-
guos han atribuido peculiar á los cántabros, y aplican á Álava
la misma historia, sin dejar por esto de consignar la absoluta
carencia de datos concernientes á remotos tiempos. Modernos
descubrimientos y detenido estudio de antiguos y sencillos mo-
numentos, conducen á fundadas conjeturas respecto a que los
primitivos pobladores de esta región, hayan sido indígenas ó
exóticos; pero lo que está fuera de toda duda es que los celtas
y los romanos han existido en Álava, de lo cual se descubren
cada día evidentes testimonios, y aun de mayor antigüedad (i).
(i) á cinco kilómetros próximamente al Sur de la ciudad de Vitoria, en la
vertiente Norte de la cordillera que separa á Álava del condado de Treviño, y es
conocido con el nombre de Puerto Vitoria,, se emprendió hace ^ años la explota-
ción de un terreno llamado la dehesa de San Bartolomé. Forma éste un valle es-
trecho y bastante accidentado, que corre de Este á Oeste, elevado a más de
300 pies sobre la llanura en que se asienta la ciudad de Vitoria, y pertenece á la
serie de terrenos de la época cuaternaria. Al año de emprendidas las labores de
esta explotación agrícola, asomaron un día al surco de los fuertes y penetrantes
arados de roturar dos brazaletes (?) de metal. Reconocidos, resultó eran de oro,
con peso de 19 onzas, 2 ochavos y 3 adarmes, y su valor 5,897 reales. \o había
transcurrido un año, cuando en punto no lejano á aquel en que apareciéronlos
brazaletes (?), aunque algo más elevado y á mayor profundidad, ai abrir zanjas de
desagüe, mostráronse sucesivamente no reunidas y sí á distancia unas de otras,
varias hachas de piedra, enteras las unas y rotas las otras, cuchillos de silex,
alguno casi completo, y trozos de otros; y más tarde, en aquel y otros sitios,
puntas de flechas', de lanzas, alisadores, cuñas de silex, ó de piedra, y dientes de
animales desconocidos.
La antigüedad prehistórica de estos objetos parece evidente, así como la exis-
tencia en aquellos sitios de unos pueblos ó habitantes en estado de embrionaria
y primitiva cultura; y antigüedad y remota acusan también los fósiles allí descu-
biertos que pertenecen más al hiparion-^Y05ty\u.m, cuadrúpedo de la época ter-
ciaria, y anterior por tanto á la existencia del hombre, y otros al eqiiiis Josilis, ó
princigenius, correspondiente á la cuaternaria, en la que, al decir de los mas doc-
tos geólogos, ya el hombre aparece.
El estar los instrumentos hallados hechos ó tallados en una clase de piedra que
no existe en aquel país, demuestra que los que los usaron no podrán reputarse
como indígenas, aunque fueran de los primeros pobladores, los antiquísimos
iberos que halló Julio César adheridos á una y otra vertiente del Pirineo, pobla-
A L A \' A
SI
Tiénenla, en efecto, los monumentos celtas encontrados en
Álava, )• muy especialmente el de Eguilaz, mucho más grande
Dolmen de Eglilaz
y notable que la mayor parte de los descritos por los anticua
dores aborígenes, de cuya opinión participa Humboldt, y es la más admitida y
generalizada.
El Sr. Rodríguez Ferrer posee en su finca denominada el Retiro, á dos leguas
y media de \'itoria, una hermosa es/>/'oc'/!a de piedra hallada en 1867 junto a su
finca en unas minas de calamina antiguas y abandonadas. De pizarra talcosa. per-
fectamente bruñida, pertenece á los últimos tiempos de la Edad de piedra. ¡'Dis-
curso iuauoura! del Ateneo de Vitoria el 10 de Octubre de iSjo, por D. Ladislao de
Velasco.— Los Éuscaros, por el mismo.)
52
ÁLAVA
ríos. « No tiene como otros de su clase nichos ó separaciones
sepulcrales, sino una fosa ó excavación practicada en el suelo
V
■A
Dolmen de Arrízala
sobre el cual se eleva el monumento. Esto unido al hacinamien-
to de huesos que hay dentro de él hasta la altura de más de
cinco pies, manifiesta que este túmulo no era de una familia, sino
la tumba de algunos guerreros muertos en algún combate» (i).
(i) Informe de D. Pedro Andrés Zabala en 30 de Enero de i 83 3 á la Academia
de San Fernando; y añade: «Á poca distancia del camino cubierto de la entrada
del sepulcro y en la misma linea al Oriente se encuentra tierra que parece que-
ÁLAVA
53
De las tres armas encontradas, dos tenían forma de flecha ó
lanza, y una de clavo sin cabeza : eran de cobre.
Con razón dice el Sr. Becerro Bengoa, que, algo de lo más
curioso que encierra la comarca alavesa, respecto á los desco-
nocidos tiempos de su primitiva historia, es la colección de mo-
numentos megalíticos llamados dólmenes, y cuya construcción
se atribuye al pueblo celta.
Además del de Eguilaz, compuesto de seis enormes piedras
calizas, menos la de la pared del fpndo que es arenisca, se des-
cubrió á 2 kilómetros de Salvatierra, en el mismo llano que el
anterior, el dolmen de Arrizala, conocido en el país con el nom-
bre vascongado de Sorguinecke (casa de las brujas). De cons-
trucción más sencilla que el de Eguilaz, se compone de 7 piezas
calizas, procedentes sin duda de la inmediata rica cantera de
Arrigorrista. Cerca existen restos de otros dos destruidos (i).
mada en un grueso de tres pies ó más que sigue en distancia do diez pies descu-
biertos hasta el día. Esto puede ser efecto de las hogueras que encendían los
celtas el último día de Abril en los túmulos, para honrar á los muertos, ó bien
por haber quemado encima de la misma fosa en donde habían dado sepultura a
los guerreros, los cuerpos de los enemigos y sus armas, cosa que creían los anti-
guos era un sacrificio que apaciguaba los manes de los héroes difuntos.»
(1) Añade el Sr. Becerro : «Entre Bctoño y Durana existen dos montículos
que contienen cada uno un dolmen. El primero, bastante elevado, á la derecha de
la carretera, se llama Cafelcimendi, esto es, Gael celta, mendi monte sepulcral : y
el segundo, más pequeño, comprendido en la huerta de la fábrica de harinas del
Sr. Guiroga, detrás de la venta, se llama Euskal-meiidi, esto es, monte sepulcral
de los éuscaros ; innegable muestra de que allí se riñó una gran pelea, y de que
después los celtas vencedores enterraron las víctimas principales de ella, respec-
tivamente separadas. Y vencieron allí los celtas y construyeron sus dólmenes,
porque los iberos ó éuscaros no los construían, ni los hubieran alzado tales cua-
les son, de quedar dueños del campo.
))Xo es esa la única localidad que lleva en el llano de Álava el nombre de Gael
(celta), puesto que el pico más elevado de la cordillera que se alza al (rente de la
de Salvatierra á Arlaban, donde dominaban los iberos, en la sierra que va desde
los montes de Vitoria á la Encía, es el llamado Capeldui 6 sea « alto celta «, sin du-
da ocupado por los invasores cuando dominaron en el llano y alzaron estos mo-
numentos.
»En un ligero registro que hice en 1870 en el dolmen de EtisLalmendi. halle un
número grande de esqueletos colocados en tres capas ó líneas, separados entre sí
por losas pequeñas de cayuela.
»En el valle de Cuartango, que riega el Bayas (Ibaya; el río) y que termina en
la angostura de Techa {Atedia,; portillo) existen cuatro dólmenes, uno admirable-
54 ÁLAVA
AI preguntar el Sr. Becerro si hay más dólmenes en los lla-
nos de Álava, se contesta afirmativamente, y tiene razón en
manifestar que debiendo ser la colección más completa consti-
tuirá para el pasado prehistórico uno de los capítulos más ricos
de todas las naciones.
El Sr. Baraibar además, con gran copia de datos y abun-
dante ilustración, se ha ocupado también de la existencia de
dólmenes en el valle de Cuartango, cerca de Anda, de los de
Escalmendi, Capelamendi y Arrizala en el valle de Salvatierra.
Cree asimismo fueron construidos por los celtas, y para probar
este punto, apoya en respetables autoridades la invasión céltica;
se hace cargo de algunas costumbres características de aquel
pueblo, del prestigio que en él gozaban las mujeres, de los sa-
crificios de víctimas humanas y de los enterramientos, dedu-
ciendo de la descripción de los túmulos celtas más auténticos,
que los alaveses lo son también. Corrobora su opinión con los
rastros de la lengua céltica que se encuentran en algunos nom-
bres de lugares, inmediatos al camino que verosímilmente de-
bieron seguir los celtas invasores, y con algunos nombres célti-
cos encontrados en lápidas, descubiertas por él mismo, si bien
de época romana. También presentó al Ateneo de Vitoria una
hacha de cobre muy bien conservada, encontrada bajo una roca
en el pueblo de Nograro. De los estudios hechos por el Sr. Ba-
raibar á consecuencia de estos y otros descubrimientos, deduce
que los dólmenes alaveses son indudablemente célticos; que la
invasión céltica debió seguir en Álava el itinerario madreado por
el Sr. Velasco en su obra Los Éuscaros^ penetrando por el
mente construido de mármol negro de Anda, rodeado aún de su montículo, excep-
to por la parte superior, en la que se ve la tapa desprendida; y los otros tres más
pequeños situados en las tierras inmediatas á la derecha del río y del ferrocarril
de Miranda á Bilbao. No se tenía noticia de la existencia de estos últimos monu-
mentos hasta que, por ligeras indicaciones de algunos habitantes del valle, nos
decidimos á recorrerlo en 1870 el inspirado novelista y académico, mi querido
compañero de N'itoria D. Sotero Manteli, y yo, y tuvimos la satisfacción de verlos,
dibujarlos y darlos á conocer entonces, aunque sin tiempo suficiente para estu-
diarlos con atención.»
ÁLAVA ^5
hondo barranco de la Borunda, extendiéndose por los valles
alaveses incluso el de Cuartango y partiendo después á Casti-
lla por las salientes naturales; que en su invasión debieren re-
ñir empeñadísimos combates, desalojando á los éuscaros de la
tierra llana y obligándoles á refugiarse en los montes, siendo
puntos principales de estos hechos los señalados por los dólme-
nes, los cuales, por contener muchos cadáveres, fueron quizá
sepulcros destinados á los soldados muertos en una misma ba-
talla; y por último, que el dolmer^ de Arrizala debió construirse
poco antes de ser expulsados los celtas por los éuscaros, re-
hechos de la primera derrota, como hacen sospechar las cir-
cunstancias de no haber sido terminado, ni enterrádose bajo un
montículo como los otros, v de tener en sus inmediaciones res-
tos de otros dos dólmenes que no llegaron á ser erigidos.
Pertenezcan estos sepulcros á los celtas ó á los aborígenes
ú hombres de las primeras edades, informan de todas maneras
muy respetable antigüedad, y enseñan que, si no se estaba en
este país en contacto con otros pueblos, se practicaban sus eos
tumbres; si bien los dólmenes estaban generalizados en toda
Europa (i).
(i) Los altares druídicos y los Slone-hetií; . 6 piedras sueltas de Inglaterra. del
país de Gales y de la Cermania, pertenecen al estilo ciclópeo más imperfecto. Era
ritual el uso de las piedras no desbastadas, para los antiguos altares (a) : así lo
hacían los druidas cuyos dólmenes {b) se formaban de seis ó siete piedras planta-
das verticalmente, sobre las cuales se colocaba una más larga y de más anchura,
desde donde corría la sangre humana por un surco hendido al efecto. Todavía se
encuentran en América muchos Mefihiros (c), monolitos en bruto, de altura de
dos a veinte metros y algo semejantes á los obeliscos (i,\ En el condado de Cor-
nouailles y en el pais de Gales, los CrowIcUe e) son piedras circulares ó cuadra-
das, sostenidas por otras que les sirven de base: Noruega. Francia (/) y Portu-
(<i) Quod si altare lapideum feceris mihi, non xdifícabis illud de sectis lapidibus ; si enim levaveris cul-
trum super eo poUuetur (ExoJo, XX i. Et .í^dificavis ibi altare Domino Deo tuo de lapidibus quod ferrum non
tetigit. Et de saxis ¡nformibus et impoUitis et afferes super eo holocausta Domino Deo tuo. < DeuU-ronO-
mió, XXVII.)
(¿) Dol-men, mesa de piedra.
(c) Men-hir, piedra larga .
(d) Á veces se les denomina Hir-iiien-su!, larga piedra del Sol, lo cual las asemejaría al destino de !os
obeliscos, según se h.i supuesto.
(í) Croum-lechs, lugar curvo. Véase De Tremenville: Antigüedades de la Bretaña.
(/) Piedra suelta, piedra de hadas.
56 ÁLAVA
III
Es opinión por muchos consignada y en general admiti-
da, que « conservaron los alaveses su independencia y amada
libertad por más tiempo que las otras provincias de España, ora
porque su ferocidad y barbarie los hiciese temibles á los extran-
jeros, ora por la ignorancia que éstos tuvieron de aquella re-
gión, ó en fin, porque la fragosidad y esterilidad del país pre-
sentaba la empresa más trabajosa que útil, ni ofrecía objetos
capaces de fomentar su ambición y codicia » (i). Hase dicho
también que lo que se ha atribuido á los asturianos y cántabros
más occidentales, de que aún no habían recibido el yugo de la
dominación extranjera el año 728 de la fundación de Roma,
aislados entre los montes y el Océano, sin trato ni sociedad con
las demás provincias, viviendo desconocidos é ignorados, y los
elogios que algunos hicieron de su valor, constancia y pericia
militar, debe aplicarse á los alaveses, vizcaínos, guipuzcoanos y
navarros ; pues aunque libres é independientes, su espíritu beli-
coso y rnarcial les hacía abandonar la patria para alistarse en
los ejércitos de otras naciones, en los que se distinguieron ad-
mirablemente. Formaban la vanguardia; á ellos debióse en gran
parte la victoria que Aníbal consiguió del cónsul Flamino, así
como la de la batalla de Cannas, y, altamente celebrados, se ha
gal (a), poseen muchas de esta especie. En el condado de Wilt, no lejos de
Salisburgo, se ve un Sione-keiig formado de cuatro hileras de piedras en bruto en
circunferencias concéntricas de 6 pies de diámetro y de 20 á 28 de altura, sobre
las cuales están colocadas horizontalmente otras piedras largas, unidas en sus ex-
tremidades por dentellones (i»): algunas de estas piedras pesan hasta 30 to-
neladas.
(1) Diccionario Geográfico de España, por la Real Academia de la Historia.
{a) Antas.
(¿J Filé derruido el 3 de Enero de 1797.
ÁLAVA
">/
deducido que los cántabros tan enaltecidos, no eran los vasco-
nes de los pueblos del Pirineo, ni los cántabros situados en el
nacimiento del Ebro, sino los confinantes ó vecinos á los vasco-
TORSO DE SOLDADO ROMANO, HALLADO EN LAS RUINAS DE IrUXA
nes, que eran precisamente los vizcaínos, alaveses y guipuz-
coanos.
No seguiremos por tan escabroso terreno á los escritores
que podrán ser más ó menos exactos, pero que aducen pruebas
deficientes, si algunas aducen, para probar sus hipótesis ó teo-
rías; y no remontando tanto nuestro vuelo, nos limitaremos al
58 ÁLAVA
tiempo de los romanos, creyendo debe quedar sentado de una
vez para siempre, que aquellos señores del mundo lo fueron
también de Álava y en ella moraron. En este sentido se expresó
el ilustrado Marina á principios de este siglo, apoyándose en
verdaderas autoridades antiguas; antes el P. Risco adujo prue-
bas de lo mismo ; negaron terminantemente Henao y otros
que las legiones imperiales hubieran paseado por Álava sus
águilas vencedoras, y trató de explicar la existencia de epígrafes
y ruinas romanas, con la peregrina especie de que habrían sido
llevados por capricho de algún coleccionador; y últimamente,
Landázuri, Ortiz de Zarate y Moraza, con apasionado provin-
cialismo, llegaron á afirmar qn& jamás ¿os romanos conquistaron
á los vascos ; que « no han sufrido los alaveses la dominación
fenicia ni cartaginesa, romana, goda ni árabe » .
Limitándonos á los romanos, ¿nada decían á aquellos seño-
res, muy ilustrados por cierto, los evidentes testimonios de do-
minación romana encontrados en tantos pueblos? Las pruebas
aducidas por D. Diego de Salvatierra y D. Lorenzo del Pres-
tamero (i), son elocuentes; así como las expuestas por Amador
( 1 ) El primero en su historia m. s. compuesta en el último tercio del siglo xvi,
cita sin detallarlas varias estatuas romanas descubiertas en Iruña; y el segundo
refiere haberse hallado en 1 799 el medio cuerpo inferior de otra de mármol blanco,
casi del tamaño natural.
Hay más, en la Academia de la Historia se hallan el expediente y los dibujos de
los descubrimientos que hizo el Sr. Prestamero en i 7Q4 en la villa de Comunión
(Álava), término de Cabriana y de Miranda de Ebro, cuyas láminas representan:
I." Plano general de un edificio romano con diez pavimentos mosaicos.
2." Pavimento de mármol negro y blanco.
de los mismos mármoles en forma de cruces,
id. en forma de pina.— Este tenía 3 i pies, 3 pulgadas y media
largo y 9 y 1 de ancho.
id. blanco y más blanco en forma de ladrillos,
de grecas entrelazadas en cuatro colores.
Diana cazadora, labrada de mármoles y vidrios.
Juego de cuadrados, con cubos por orla,
de una masa compuesta de cal, arena y tierras cocidas.
Galería de la misma masa. — 77 pies 5 pulgadas largo, y 8 pies
I pulgada ancho.
II Un hipocaustum ó estufa.— Tenía dos hornos contiguos de 16 pies 2 pul-
gadas largo, y 1 4 pies ancho cada uno.
3.-
Id.
4-°
Id.
" 0
Id.
6.»
Id.
7-°
Id.
8.0
Id.
9.°
Id.
lO
Id.
A I. A V A
50
de los Ríos (i) y D. Miguel Rodríguez F'errer que conserva un
torso de soldado romano, de mármol y delicada labor. Pero hay
además los testimonios recientes é incontestables presentados
por el Sr. Baraibar, que en el despoblado de Iruña, á dos leguas
al Occidente de Vitoria, describe vestigios de población romana,
restos de murallas y mosaicos, monedas é inscripciones (2); y
muy recientemente, — Mayo de 1883 — tuvo él mismo la for-
tuna de encontrar dos importantes lápidas, formando una parte
del enlosado de una habitación en Trespuentes, y la otra en
una heredad de Iruña al clavar la reja del arado.
Merecen conocerse: son las siguientes (3).
(ICÍNIVS
EREMVS
15PAN11
!TVT1,/\E
SAC
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V
El Instituto provincial de Vitoria conserva parte de una es-
I 2 Cimento subterráneo que sostenía un peristilo.
I 3 Estanques ó baños.
1 4 Pavimento con las 4 estaciones del año.— 2 5 pies largo, y i 6 ancho.
Se encontraron además barros de Sagunto, monedas que justificaban ser cons-
truido aquel edificio en el tiempo del buen gusto de los romanos, lápidas con ins-
cripciones, etc., etc.
Las dimensiones informan una gran casa, con estanque, fuentes, columnas, etc.
(O Estudios monitmentciles y arqueolóoicos en las Provincias Vascongadas.
(2) Marina copia varias.
(3) La de la izquierda es de piedra arenisca y mide o'4q metros de ancho
por o'Ó2 de largo. La de la derecha es un trozo de mármol rojo y blanco, roto por
la mitad y forma como el dado de una columna ó aras. Su altura es de 0*44 m. y
su anchura de ©'25 m.
6o
ÁLAVA
tatúa de mujer, atribuida al siglo de Augusto: es mayor del
natural y sobre la subtúnica y túnica ostenta un pallium ó
manto, que envuelve la parte superior del pecho, derribándose
sobre la espalda en amplios y bien dispuestos pliegues. Cíñese
la túnica perfectamente al desnudo, con noble estilo estatuario
y revélase aquel con bellas y grandiosas formas, sin detrimento
alguno, antes bien con mayor gracia y perfección en el movi-
miento del plegado.
Los hallazgos de inscripciones superan en número y signi-
ficación á los de estatuas; y se han hallado también muchos
mármoles de diferentes especies, cornisas, pilastras de lo mismo
y de alabastro blanco; piezas de vajilla de Sagunto, abundancia
de piedrecitas cuadradas sueltas, como de pavimentos de mosai-
cos, y á poco más de un metro de profundidad un piso embaldo-
sado de mármoles jaspeados oscuros y rojo claros.
Es indudable que hubo allí población romana. Contra los
que han afirmado lo contrario y que la hubiera en ningún lugar
de Álava están los testimonios expuestos, y los hallados en Sal-
vatierra, Ocáriz, San Rornán, Albéniz, Araya, Alegría, Arcenie-
ga, Armentia, Asa, Asteguieta, Contrasta, Ibarguren, Ilarduya,
Margarita, Barcabao, Urabain, Ollabarri, Eguilaz, Castillo y El-
ciego; la calzada que desde Puentelarrá atraviesa toda la pro-
vincia y la de Guipúzcoa, siguiendo por Andoaín á Francia; los
mosaicos y baños de Cabriana, el campamento de Carasta, los
puentes de Mantible, Trespuentes y Mamario, y otra multitud
de restos de autenticidad evidente.
Tolomeo menciona en los Caristos, pueblos de Álava, el iti-
nerario de la vía romana que la atravesaba como hemos dicho,
y aún se han encontrado restos de otro camino romano desde
las inmediaciones de Zuazo hasta las ruinas iruñenses, lo cual
demuestra la importancia que tuvo Iruña, que no estando sobre
el camino de Asturica ad Burdegala, se unía á él por un ramal
aislado, según acostumbraban á hacer los romanos para sus
principales fortalezas y poblaciones, y lo era evidentemente la
ÁLAVA 6l
antigua Vennia, que tal nombre afirma el Sr. Baraibar tenía la
célebre Iruña, que no se limitaba ciertamente á ser una de las
mansiones ó castros escalonados y bien guarnecidos, que había
en toda vía romana para su seguridad , pues ya vimos que esta-
ba separada de ella.
El sabio catedrático del Instituto de Vitoria, con la exposi-
ción de descubrimientos romanos, ha terminado brillantemente
la tarea que comenzó hace tres siglos Salvatierra en su «Gobier-
no y República de Vitoria» y lo copió el Dr. Arcaya en 1656,
dando pruebas de perspicacia al suponer que los romanos tu-
vieron en el despoblado de Iruña larga y floreciente man-
sión; si bien no podían menos de creerlo así, en nuestro
juicio, al encontrarse con tantos testimonios de indubitable pro-
cedencia romana, y los que aún pueden hallarse, pues mucho
hay allí todavía por descubrir. No puede ya dudarse de la afir-
mación del ilustrado alavés, é importa poco á nuestro objeto el
nombre que tuviera Iruña en la antigüedad y la exacta posición
que ocupara en las vías romanas, aunque fuese otra de la fijada.
«Los llanos de Vitoria, Alegría y Salvatierra, todas las co-
marcas que defendía la cordillera Cantábrica, y corrían hasta el
Ebro en Álava, Navarra y Castilla, todo el país en fin al Este y
Sud del Pirineo, pasó á poder de los romanos (i).»
En el valle de la Borunda, allí inmediato, obligado paso por
aquella parte de Álava á Navarra, hay también testimonios de
su ocupación, no sólo por los romanos, sino por los celtas, como
se evidencia en el monumento de Eguilaz: vestigios y ruinas de
sus fortalezas y vía dejaron los romanos, y aquella vía, ó su
trazado, le conservó la Edad media entre senda y camino, con-
vertido en carretera en 1832. En nuestros días, cruza el ferro-
carril la senda del celta, la vía romana, la carretera española y
el valle todo, que si en los más remotos tiempos albergó á ra-
zas que no existen, no há mucho ha sido aquel valle y los inme-
(i) Los Éuscaros.
62
ÁLAVA
diatos, teatro de sangrientas batallas y de hecatombes no me-
nos feroces que las de aquellos siglos llamados bárbaros, porque
ahora peleaban hermanos contra hermanos en civil contienda.
Si los primitivos iberos ó aborígenes se distinguían por sus
pacíficas y patriarcales costumbres, la necesidad de rechazar á
los invasores, que jamás suelen presentarse en son de paz, ó su
trato con belicosos pueblos, si no variaron sus hábitos, desperta-
ron en ellos ese instinto guerrero, ya tuvieran que emplearle
para la propia defensa, ó ya para limpiar el país de enemigos:
de todos modos, aquellos pacíficos pobladores de las montañas
y de los valles, mostraron que sabían ser guerreros; que si la
civilización ha convertido en ciencia el arte de la guerra, la natu-
raleza dotó al hombre de agilidad, astucia, fuerza y valor, y que
no se necesitaba más para pelear. De cualidades tan sobresa-
lientes no carecen los alaveses, por lo que puede fundadamente
juzgarse que tampoco carecerían de ellas sus más remotos an-
tepasados.
CAPITULO II
Siglo V. — Los godos en España. — Domina-
ción de los Reyes de Asturias. — Forma-
ción del condado de Álava. — Guerras
entre los reyes de Navarra y Castilla. —
Conquista de Álava por Don Alfonso de
Castilla.
I
^^iGLO de regeneración social el v
/^ de nuestra era, porque iba en
efecto á tener su natural desenlace
y aun desenvolvimiento la revolu-
ción social que se operaba no sólo
en España sino en toda Europa,
encaramándose sobre las ruinas del
ya caduco imperio romano, el visi-
godo, que llegó en tiempo de Euri-
co, primer soberano godo indepen-
diente, á su mayor apogeo; sigue la oscuridad respecto al país
de los caristos, autrígones y várdulos, cuyo nombre conserva-
6-1
ÁLAVA
ban sin embargo á principios de este mismo siglo los guipuz-
coanos, vizcaínos y alaveses, denominándose vascones á los
navarros.
Dueños los godos de todo el país desde el Duranzo, el mar
y los Alpes Ligurios, en la Galia desde el Ródano y el Loira
hasta el Océano, abarcaba, según Lafuente, de este lado de los
Pirineos la España entera, excepto las montañas de Galicia.
Esta absoluta afirmación parece comprender todo el país vasco;
pero si aun cuando era la mayor monarquía que se fundó sobre
las ruinas del imperio de Occidente, dejó de dominar en las
montañas de Galicia, ¿ no puede suponerse que también estu-
vieran exentos los cántabros, los autrígones, los caristos y los
várdulos? Si lo estaban en el reinado de Eurico, continuarían
estándolo después, porque ya no fueron tan poderosos los si-
guientes reyes. De todos modos no pudo ser muy duradera esta
sumisión, porque vemos á los guipuzcoanos unidos con los vas-
cones levantarse contra Recaredo, y obligar á Leovigildo á ter-
minar sus diferencias con su hijo y volar á su socorro, entrando
como un torrente en Álava, devastándolo todo á su paso (i);
también debieron tomar parte los alaveses ó antiguos várdulos
en aquella guerra, en la que fueron los que más sufrieron ; por-
que Leovigildo se detuvo ante los montes de Navarra y Gui-
púzcoa, pactando con estos montañeses.
Ya porque temiera que estos bajaran á los llanos de Álava,
en ayuda de sus habitantes, y no muy seguro Leovigildo de la
tranquilidad de éstos, para contenerlos y elevar un trofeo que
perpetuara el triunfo que había obtenido, construyó una forta-
leza á la cual dio el nombre de Victoriaco . Podía vanagloriarse
del dominio de un campo de batalla, ó más bien de un vasto
desierto, humeando aún los incendios que él mismo había pro-
ducido, y enrojecido el suelo con la sangre de los suyos y la de
los alaveses; pero no tuvo la satisfacción de que quedara uno
(i) Moret cree efecto de esta guerra la ruina de Iruña.
ÁLAVA 65
siquiera en aquella tierra desolada, para conseguir Leovigildo
imponer los hierros que llevaba preparados.
Este heroico pueblo, dice un escritor francés (i), atraviesa
los Pirineos y se hace dueño, á despecho de todas las resisten-
cias, y con el concurso de sus hermanos pirenaicos, de una por-
ción de la Nuevapopulania que toma de ellos su nombre, com-
prendiendo la Gascuña de nuestros días. Añade que el descendiente
de Leovigildo, Recaredo, que había demostrado en sus brillantes
campañas contra los francos, que sabía manejar dignamente la
espada de su padre, y á pesar de que no se distinguieron sus
armas en sus vengativos propósitos contra los visigodos ó po-
bladores de la Nuevapopulania, ajustó la paz con los francos y
llevó la guerra contra los vascones de la Cantabria, á los que
pretendía someter. Aunque este párrafo esté algo oscuro, nos
importa especialmente consignar que en la Nuevapopulania ha-
bía vascongados ó procedentes de España y que los vascones
contra quienes se dirigía Recaredo no podían ser otros entonces
que los navarros, y quizá los guipuzcoanos; de todos los cuales
dice que, fuertes en su posición, orgullosos de su libertad vir-
gen, aquellos hijos de las montañas se entendieron ; y Álava y
Vizcaya opusieron tal resistencia á los visigodos, que se vieron
éstos obligados á retirarse, sin haber obtenido otro resultado
que el incendio de algunas poblaciones de la llanura.
En el reinado de Suintila se sublevaron los montañeses de
la Cantabria, á los cuales se llama indóciles, y los vascones;
nada se dice de los vascongados, que si no se les considera como
cántabros, seguramente que residiendo en medio de éstos y los
vascones, no dejarían de tomar parte en esta nueva guerra,
como la habían tomado en la anterior. El triunfo que obtuvo el
rey visigodo, lo sería en la llanura, porque sobre no decirse
que fuera larga su expedición, no era empresa de poco tiempo
vencer á aquellos montañeses á cuyo esforzado valor ayudaba
(i) En la Histoire primitive des Euskariens-Basques.
66 ÁLAVA
lo abrupto del país; así que, si «envueltos por todas partes los
sublevados vascones, rindieron las armas y se le sometie-
ron > (i), sobre no referirse en tal laconismo nada más que á
los vascones, cuando el historiador había manifestado antes que
también se sublevaron los montañeses de la Cantabria, sería á
nuestro parecer violento deducir que fué la sumisión general y
en absoluto.
Ayuda á tal juicio, ó más bien afirmación, el ver que en el
reinado de Recesvinto, los vascones de España ayudaron á los
de Aquitania, que guiados por el noble Troya perturbaron
aquel pacífico reinado; haciendo lo mismo en el siguiente de
Wamba, quien con grande ejército entró á sangre y fuego por
la Bureba y Álava, y conseguida la paz á los 7 días se dirigió
por Calahorra y Huesca á Cataluña, contra el griego Paulo que
le disputaba el trono, olvidando mercedes recibidas. Derrotadas
sus huestes, vencido en Nimes y condenado á muerte, le conce-
dió Wamba generosamente la vida.
II
Ocupándose ya en el siglo viii más concretamente de
las provincias vascongadas nuestras antiguas crónicas, aunque
siempre de una manera deficiente, vemos que por este tiempo
Álava era Álava y alaveses los alaveses, no caristos, ni vár-
dulos: de aquella manera los nombra ya el obispo D. Sebastián
y el monje de Albelda, y al tratar de la irrupción mahometana
el arzobispo D. Rodrigo, dice que los sarracenos se apodera-
ron de toda España, «á excepción de algunas pocas reliquias
que se conservaron en las montañas de Asturias, Vizcaya, Álava,
Guipúzcoa, Ruconia y Aragón. » Vense también desde entonces
(1) Lafuente: Historia de España.
ÁLAVA t)?
clasificados los alaveses en dos estados: el noble y el llano.
D. Alfonso I, al ascender al trono, ó más bien, al ponerse
al frente de los reconquistadores de España, para reinar pe-
leando, llevaba la ventaja de ensanchar el reino de Asturias,
anexionándole el ducado de Cantabria, ó al menos los países
montuosos de Santander, la Bureva, Álava y la Rioja, en cuyas
comarcas y hasta el Pirineo levantó castillos para defensa de
los cristianos, reparándose también por los naturales Orduña y
otros pueblos de Álava y de Vizcaya. La monarquía asturiana
empezó á ser grande bajo el reinado del primero de los Alfon-
sos; y si antes no habían pertenecido á ella, sino todos, algunos
vascongados y navarros pertenecían ahora, y gloria de estos
pueblos es haber tomado parte en los primeros tiempos de la
restauración española, como no sería muy patriótico, ni muy
cristiano, haber permanecido siempre aislados en una indepen-
dencia que pudiera parecer egoísta.
Aunque la elección del rey católico allegara nuevas gentes
y territorios, aún era pequeña aquella monarquía para tan
grande rey; y como si no pudiera respirar libremente entre
aquellas montañas, alza la cruz, suena la trompa, excita el celo
religioso, enciende en todos los pechos el santo amor de la pa-
tria, inflama el ánimo guerrero, hace sentir en todos su elevado
esfuerzo, allega recursos, é improvisa un ejército de astures,
cántabros, éuscaros, galaicos y de algunos godos allí refugia-
dos. No ostentaban estos guerreros improvisados el reluciente
casco romano, ni vistosos arreos; los más llevaban un grosero
traje, y otros cubrían su cabeza con un birrete ó morrión tos-
quísimo, formando un enrejado de hierro y sujeto al cuello con
una correa, y la cabellera bastante larga y tendida. Sus armas,
los útiles de la labranza, como la hoz, la segur y la guadaña,
manejadas diestramente, la saeta de tres pies de larga, el chuzo
y el bidente, que era una ancha media luna de hierro sobre un
mango de más de una vara de largo. Los jefes vestían mejor
arreo, ceñían espada y embrazaban escudo.
68 ÁLAVA
Con aquella pobre gente que no llevaba más enseña que la
cruz, ni más pensamiento que el de la victoria, ensanchó gran-
demente el reino.
Antes que emprendiera D. Alfonso sus triunfales campañas
y fructíferas algaradas, correspondía, como hemos visto, á aquel
monarca, el territorio alavés, no hollado por los musulmanes;
así que ninguna expedición penetró en Álava; y respecto áDon
Fruela, dice D. Alfonso el Magno, ó más bien el obispo D. Se-
bastián, que venció y domó á los vascones rebeldes; vascones
revelantes superávit atque edomuit, por lo cual se han sacado
inexactas deducciones de supuestas rebeldías de alaveses y viz-
caínos, cayendo todo por su base al manifestar que nada tenían
que ver los naturales de aquellas provincias con los vascones
que eran los navarros (i).
En el mismo defecto incurrieron otros escritores respecto al
reinado de D. Fruela, que sucedió á D. Alfonso, diciendo que
se rebelaron los alaveses y vizcaínos, como acostumbraban
hacerlo al principio de cada reinado, acudiendo el rey á suje-
tarlos; pero esta expedición fué contra los navarros, como cla-
ramente lo dice el monje de Silos: domuit quoque navarros sibi
revelantes. Y no fué al empezar á reinar Fruela, sino al ter-
cer año.
En cuanto á la señora que tuvo la fortuna de caer prisio-
nera , así como á otros les trae el cautiverio servidumbre, ésta
fué vencida para triunfar, cual consigna el P. Flórez, y lejos de
estar probado que esta D.*^ Munia fuese alavesa, como preten-
den ó han pretendido algunos, el Tudense y D. Rodrigo dicen
que era de la sangre real de Navarra. De todas maneras, el que
(i) Refiere una memoria de Oña que el conde Fernán González quiso imperar
también en la provincia de Álava, y que los condes que la gobernaban por los
reyes de León, dejasen á estos y se sujetasen á él solo: y Vela, que era entonces
conde de Álava, no lo podía llevar con paciencia, porque el rey «D. Alfonso el 1,
yerno del santo rey D. Pelayo, cuando ganó deles moros á Álava, la dio en tenen-
cia á Vela Jiménez su progenitor», el cual la defendió de los infieles que por dos
veces pretendieron cobrarla á fuerza de mano. Á ser cierto cuánto aquí se con-
signa, más resonancia hubiera tenido y no fuera sólo Sota quien lo publicara.
ÁLAVA 69
fuera alavesa no es testimonio bastante para que la guerra fuese
con los alaveses, que pudo caer prisionera en Navarra, ó por su
hermosura ser cautivada sin ser cautiva por quien la elevó al
trono ; y comp antes de ser reina había sido poderosa señora,
era natural que tuviese poderosos parientes en Álava y que á
la sombra de ellos se guareciese su hijo D. Alfonso huyendo de
Mauregato; pues como dice Morales, ele podían dar buen am-
paro y seguridad » .
Más turbulentos los navarros que los vascos, se les ve casi
en constante lucha con sus vecinos los franceses, ó aliados con
ellos para pelear contra otro enemigo; y si antes de la derrota
de Roncesvalles sacudían la tutela que les querían imponer los
monarcas franceses, después de aquel triunfo, « sosteníanse en
una situación no bien definible, ni enteramente sujeta á los reyes
de Asturias, ni del todo independiente»; eran los que se aliaban
á veces con los sarracenos para libertarse del dominio ya de los
cristianos de Aquitania, ya de los de Asturias.
Álava venía sirviendo há tiempo de asilo á las muchas fa-
milias que huían de la invasión sarracénica, como consta de una
escritura del archivo de San Millán de la Cogulla, año 871, en
la que así lo consignan al conceder ciertos bienes que hereda-
ron de sus abuelos cuando fueron de León á tierra alavesa. Sus
nombres no son vascongados.
Al examinarse los sepulcros de Arguineta en Elorrio, se
cree procedan también de cristianos refugiados en el país vas-
congado, no limitándose á guarecerse sólo en Álava; penetra-
rían en Vizcaya y aun en Guipúzcoa, donde no podían menos de
hallar hospitalaria acogida.
Al proclamar Hixem la guerra santa, juntó tres grandes
cuerpos de ejército, destinando el segundo á los montes Albas-
ketises (montañas vascas), penetró por Vizcaya hasta la Vas-
conia; y no obtendría grandes ni notables resultados cuando
los omiten las crónicas.
Otra vez sirve Álava de refugio á un rey perseguido, á Don
70 ÁLAVA
Alfonso 111, cuyo suceso repetido enaltece á esta noble tierra;
y se cuenta que, á poco de restituido á su trono, tuvo que vol-
ver á Álava, no como huésped sino á reprimir una insurrección
de los alaveses. Mas reuniendo antecedentes y en vista del re-
sultado de esta insurrección, sólo puede culparse á los alaveses
la docilidad en prestarse á ser instrumento de agenas ambicio-
nes, ó condolerse de que se vieran obligados á serlo. Aquella
sublevación fué originada por las ambiciosas aspiraciones del
conde Eilón quien, como el conde Fruela de Galicia, se sublevó
contra el poder del joven monarca, cuya presencia bastó para
desconcertar á los sublevados, que se le sometieron al instante;
y el conde, cargado de cadenas, acabó sus días en un calabozo
en Oviedo, sin que haya noticia del interés de los alaveses por
su rescate. Consideramos por lo tanto como cargo injusto el
que se atribuya aquella insurrección de los alaveses á estar
< siempre inquietos y mal avenidos con la dominación de los
reyes de Asturias» (i).
III
Al conde Eilón, que ya parece había ejercido el mando ó
gobierno de Álava, sucedió el conde Vela Jiménez, que defen-
dió bizarramente el castillo de Celorico contra las coaligadas
huestes musulmanas de Córdoba y Toledo, como el conde
de Castilla Diego Rodríguez defendió también no menos gallar-
damente el fuerte castillo de Pancorbo. Sólo se apoderaron los
enemigos de Castrojériz, que por indefendible abandonó el conde
Ñuño.
Afición tomaron los mahometanos á esta parte de la Penín-
(i) Lafuente.
A I. A V A 71
sula confinante con Álava, cuyas fronteras invadían frecuente-
mente; y para defenderlas, como una parte de su reino (i), en-
comendó D. Alfonso al conde Diego Rodríguez la fundación del
castillo y ciudad de Burgos, como punto avanzado y estraté-
gico; que mucho ocupó al monarca la construcción de estos y
otros fuertes no menos importantes. Vemos desde entonces que
los condes Vela y Diego recibieron orden de su rey D. Alfonso
para molestar y perseguir al mahometano, que tuvo que sos-
tener muchas persecuciones y ataques, hasta que apurado por
los condes, dirigió sus legados á nuestro rey, dice el Albeldense,
pidiendo la paz, que no le quiso conceder entonces el príncipe
cristiano, por más que insistía en solicitarla con repetidas em-
bajadas.
Atacados de nuevo por los infieles Celorico y Pancorbo, de-
fendiéronlos con el mismo ó mayor brío que anteriormente los
condes de Álava y de Castilla.
La pérdida, por los coaligados reyes de Navarra y de León,
de la célebre batalla de Valjunquera, atribuyéronla á la nega-
tiva de acudir á ella los cuatro condes de Castilla Ñuño Fer-
nández, Abolmondar el Blanco, su hijo Diego y Fernando An-
súrez, por lo que invitados por D. Ordoño á una conferencia en
Tejares, fueron allí cargados de cadenas y conducidos á las
cárceles de León, á sufrir ejecución sangrienta.
Como vemos, no figura Vela Jiménez, aunque se habla de
haber sido invitado y castigado él conde de Álava, que segu-
ramente no estaba gobernando su provincia y sí alguno de los
condes de Castilla; pues ya en escrituras de este tiempo apa-
rece el conde Fernán González siéndolo también de Álava (2),
(1) Lafuente dice: «Se aseguró al rey de Oviedo la posesión del condado de
Álava». No conocemos el pacto, y esto demostraría que no tenía antes tal po-
sesión.
(2) «Regnante Regimiroin Legione, et comité Ferdinando Gundisalvizin Cas-
télla et in Álava».— Escritura de donación al monasterio de San .Miguel de Sal-
cedo, año 927. — Sandoval y Berganza citan otras con la misma denominación.
72
ÁLAVA
y dependiendo del rey de León á mediados del siglo x, desde
cuya época data la independencia de Castilla.
Esté ó no ligada á ella la batalla de Simancas, y fuera el
conde D. Vela en contra de Fernán González, ya defendiendo
la soberanía del rey de León, ó la propia de Álava, resulta que
abandonó á los alaveses perseguido por el de Castilla, pare-
ciendo lo natural, si al monarca leonés había defendido, que á él
se guareciese, que poderoso era; pero al ir á Córdoba con los
moros, mostraba desconfiar tanto del rey como del conde; y así
era. Continuaron los Velas con los sarracenos, á los que incita-
ban á hostilizar al castellano, acompañándoles algunas veces en
sus expediciones; hasta que esperando poco de los musulma-
nes, ó menos vivas las pasiones, acogióse aquella familia á Cas-
tilla, recibiéndoles bien el conde D. Sancho. Aun cuando éste
restituyera á los Velas su anterior poder, le consideraría depen-
diendo de él; porque á no serlo, no se concibe que volvieran á
ponerse en actitud tal, que los arrojara el conde desús estados,
é ignominiosamente, como se ha escrito. Buscaron asilo en el
reino de León, cuyo monarca D. Alfonso V, no sólo les acogió
benévolo, sino que les dio haciendas con que pudiesen vivir
bien ; y cuando más olvidados debían estar los odios de los Velas
á los condes de Castilla, ó sea á los descendientes de Fernán
González, se renovaron con la llegada del conde García á León
á concertar con D. Bermudo su matrimonio y consentimiento
para que tomara el título de rey de Castilla; mataron entonces
al conde, con la rara y horrible coincidencia de que Rodrigo
Vélez, que cuando estuvo reconciliado con el conde D, Sancho,
tuvo en la pila bautismal al niño García, fué el asesino de su
ahijado (i).
(i) Tuvo lugar este suceso el i 3 de Marzo de 1029, ausente de León D. Ber-
mudo. Para huir los asesinos del merecido castigo se retiraron al castillo de Mon-
zón, en tierra de Campos, a donde fué á buscarlos el viejo rey de Navarra, cercó
el castillo, le asaltó y degolló á sus defensores, excepto á los tres hijos de Vela
que fueron quemados vivos.
A I. A V A J'J
Extinguida la línea masculina de los Fernán González, el
condado de Castilla correspondía ala mujer de Sancho el Grande
de Navarra que alzándose con la soberanía de Castilla, se en-
contraba el más poderoso de los monarcas cristianos. Su auto-
ridad en Álava está probada por documentos conocidos ; así
como que, dividiendo el reino entre sus hijos, dejó á Fernando
el condado de Castilla con las tierras conquistadas al reino de
León; á González el señorío de Sobrarbe y Rivagorza; á Ra-
miro, habido fuera de matrimonio, el territorio que formaba el
condado de Aragón; y al primogénito García, Navarra, incluyen-
do Álava, que ya no pertenecía ó dejó de pertenecer á Castilla,
y se consideraba como parte integrante de Navarra, cuyo rey
nombraba los condes que la gobernasen.
Esta dominación debía ser muy violenta para los alaveses;
porque en efecto, las leyes primitivas de Sobrarbe, base del sis-
tema político aragonés y navarro, no admitían ni era fácil ave-
nir con ellas la independencia ó autonomía alavesa; y dicen
escritores no sospechosos (i), que, «si la cofradía de Arriaga
no hubiese tomado por protector al rey de Castilla, uniéndose
voluntariamente á él, riesgo corría de que D. Sancho Ramírez
tratase á la provincia como lo exigían las leyes políticas de su
país, es decir, como territorio de honor encomendable necesa-
riamente á los ricos-hombres navarros de naturaleza y transmi-
sible á sus hijos. Los derechos de la cofradía y la independen-
cia de que hasta entonces habían gozado, desaparecían.»
Más aceptable y conveniente para los alaveses el dominio
de Castilla, fué un acto de buena política, y un reconoci-
miento explícito de la mayor libertad que permitían las leyes
castellanas; pues aunque no fuera más que el derecho de behe-
tría, ya de mar á mar ó de linaje, era una garantía de sus li-
bertades, más seguras con la protección de Castilla. De ella
(i) Los Sres. Marichalar y Manrique.
74
ÁLAVA
disfrutaban en 1085 (i), reinando Alfonso VI: el VII agregó á
Miranda de Ebro varios solares de Álava, disponiendo á la vez,
que si algún hombre de aquella comarca, ó de Losa, ó de Val-
degovia, tuviere querella con los pobladores de Miranda, y se
tomasen por esta causa prendas, en este caso obliga á los de
Álava á que acudan á la iglesia de San Nicolás, situada cerca
del puente de Miranda, llevando consigo su alcalde de fuero,
para que con el de esta villa juzgasen. En el privilegio dado á
la villa de Cerezo en 1 146, la concede el Emperador jurisdic-
ción civil y criminal en 142 lugares, entre los que se cuentan
muchos de Álava; apareciendo en otros documentos como rei-
nante en Toledo, León, Álava y Zaragoza, y como conde de
Álava, Lope, que parece sucedió á D. Ladrón. Vemos otra vez
á los reyes de Navarra dominando en Álava, cuya gente con
su rey D. García acudió á la conquista de Almería. D. Sancho
el Sabio concedió á la villa de La Guardia su fuero de población,
señalándole su gobernador y jefe militar.
La Guardia, villa murada, que aún conserva los restos de
su castillo, cuyo torreón se distingue desde muy larga distancia,
sirve como de atalaya en el país. La fundó D. Sancho Abarca,
cuya estatua se ve en el bello pórtico de la iglesia de Santa
María, de estilo ojival, poseyendo algunas obras de arte. Fué
plaza de armas considerable desde el siglo xii. En 11 65 la
aumentó D. Sancho cuando la dio el fuero, que experimentó
bastantes vicisitudes, y no pocas extorsiones y violencias sus ve-
cinos, en todo el tiempo que la villa perteneció á Navarra. En-
tregóse á D. Alfonso VIII de Castilla, cuando éste conquistó á
Vitoria ; pero á virtud de pactos se restituyó al rey de Navarra.
Como plaza fronteriza de Castilla sostuvo en diferentes ocasiones
continuas escaramuzas, señaladamente por la parte de Briones.
(i) En el monasterio de San Juan de la Peña hay una escritura de donación
otorgada en la era 1123, año 1085, en que se dice al fin, reinando Alonso en
León, en Naxera, en toda Castilla y en Álava: el Sr. Fortunio obispo en Armentia
y el conde Lope íñiguez en Álava. — Marine.
ÁLAVA 75
En 1366 constaba su población de hijosdalgo, francos, clé-
rigos y judíos, que contribuían con 1497] florines.
Volvió á Castilla en 1367 en calidad de rehenes, hasta que
en 1386 la restituyó graciosamente D. Juan I á su cuñado Don
Carlos III de Navarra; fué tomada la villa por asalto en 1430
por los castellanos y aunque resistieron los navarros en la for-
taleza, la cedieron también y poco después el castillo, al valero-
so empuje de los castellanos. Firmada la paz en 1437 se de-
volvió Laguardia á la corona de Navarra que se incorporó
definitivamente á Castilla en el reinado de Enrique IV, obte-
niendo después suerte más próspera. En las dos últimas guerras
civiles, ha sido sitiada y conquistada algunas veces, y destruidas
por último la mayor parte de sus antiguas obras fuertes, que
no lo eran mucho para la artillería moderna.
El mismo D. Sancho el Sabio, comprendiendo las ventajas
del terreno en que se hallaba situado el pequeño pueblo de
Gazteiz, le aumentó y fortificó, le hizo como á La Guardia plaza
de armas y la dio en 1 181 el fuero de Logroño, poniendo áesta
población, que reedificaba como nuev^a, el nombre de Vitoria,
que, según Larramendi, significa cosa sobresaliente y escogida,
aunque sólo ocupaba á la sazón, de la que es hoy linda capital
alavesa, la parte denominada villa de Suso. Un año después
concedió el mismo rey á Bernedo y Antoñana el fuero de La
Guardia, que era entonces de Navarra, y con dársele, * les qui-
taba las malísimas costumbres y sujeciones con que anterior-
mente se regían, y que les eximía del fuero de batalla, hierro y
agua caliente ».
A los Sanchos de Navarra debió Álava la creación de bas-
tantes villas ; los dos primeros Teobaldos echaron los funda-
mentos á las de Antoñana y Peñacerrada; Alfonso VII había
poblado á Salinas de Oñana, y Álava toda iba adquiriendo la
importancia debida.
Las perturbaciones que trabajaron á Castilla, ocasionadas
en primer término por el funesto afán de dividir el reino insti-
76 Á 1. A V A
luyendo una monarquía castellana y otra leonesa, presentó oca-
sión propicia al rey de Navarra para entrar con buen ejército
por la Rioja, apoderándose de diferentes plazas de Castilla y
de Álava, alegando á su propiedad añejos derechos, que si no
eran exactos, así se les suponía. Hízole frente el castellano;
contuvo al navarro la fuerza más que la razón; regresó á los lí-
mites de su reino; asentáronse paces en 11 58, pero duraron
poco ; porque las nuevas turbulencias que produjo la minoría
de D. Alfonso VIII, cuya tutela fué tan disputada por los Cas-
tros y los Laras, á la vez que debilitaban el poder de Cas-
tilla, permitían que el leonés por una parte y el navarro por
otra, deseando el primero vengar agravios y el segundo engran-
decer y ensanchar sus estados, apoderáranse ambos de impor-
tantes plazas.
Próxima Castilla á ser unida toda á la corona de León, cuyo
monarca llegó á Toledo, necesitóse de toda la energía y valer
del joven Alfonso para hacer frente á tantos disturbios y des-
gracias. Aun sin haber alcanzado la mayor edad, convocáronse
Cortes en Burgos, que se celebraron en 1 1 70, encomendósele
el reino, y diósele además esposa, la princesa Leonor, hija del
rey Enrique II de Inglaterra, á lo cual contribuyóla esperanza de
que por este medio viniese á D. Alfonso el condado de Gascu-
ña, que poseía el monarca británico, y que confinaba con los
dominios del de Castilla por la parte de Guipúzcoa. Tanto este
territorio como el de Álava, según hemos visto, no eran á la
sazón independientes como algunos han supuesto, ni pertenecían
de derecho al reino de Navarra. Ocupaba este monarca algunas
poblaciones por derecho de conquista; y alegando el de verda-
dero propietario D. Alfonso, en cuanto se concertaron sus
bodas, llamó al rey de Aragón D. Alfonso II, para poner fin á
la discordia que entre ambos mediaba, ajustaron en Sahagún
un tratado de alianza y amistad, cambiándose mutuamente al-
gunas fortalezas; marcharon juntos á Zaragoza ; celebráronse
las bodas en Tarazona, con asistencia del rey de Aragón; y
ÁLAVA 77
entrando de lleno D. Alfonso en el ejercicio de su autoridad
suprema, contando apenas 15 años de edad, atendió á las cosas
del reino, que bien necesitaba de sus cuidados después de tan
turbulenta minoría. Aprovechando su amistad con el aragonés,
•quiso recuperar cuánto el navarro le conquistara. Por Tudela
el rey de Aragón y por Logroño el de Castilla, llegó éste á
Pamplona; no fué tan fácil la prosecución de la campaña, por lo
prevenidas que el navarro tenía sus plazas; pero al cabo de
cinco años, recuperó el castellano cuántas le pertenecían.
No cesó por esto la contienda, porque no se avenía Don
Sancho de Navarra á ver reducido su reino, considerándose con
derecho á diferentes pueblos de la Rioja. Mediaron entonces
prelados y ricos hombres, y convinieron en exponer sus quejas
y someter sus diferencias al rey de Inglaterra, al que enviaron
sus embajadores, no sin pactar antes ambos reyes de Castilla y
de Navarra las necesarias treguas, dándose mutuamente en
fieldad varios castillos que perdería quien embarazase la ejecu-
ción de la sentencia (i).
A los embajadores acompañaron á Londres dos caballeros
destinados á defender con las armas los derechos de estos prín-
cipes. No hubo que apelar á este extremo, tan autorizado en-
(i) III. «El Rey Alfonso pone en fieldad á Xaxara castillo de Christianos, y Or
castillo de Judíos, y Arnedo castillo de Christianos, y Celorico castillo de Judíos.
IV.rtEl Rey de Navarra pone así mismo en esta fieldad á;Estella. castillo que
tiene Pedro Ruiz, y el castillo de los Judíos, y Funes y Marañón.
XVII. rtDemas do esto entrambos Reyes, empeñando cada uno su fe y palabra,
firmaron y establecieron buenas y firmes treguas por siete años, asi por los vasa-
llos y castillos y tierras, como por otras cualesquier cosas. V para que permanez-
can firmes pone Sancho Rey de Xavarra, á Ergun en rehenes y Alfonso á Cala-
horra.
XXI. También establecieron, que todos los vasallos de entrambos Reyes, que
desde que empezó esta guerra, hubieren perdido heredades, las vuelvan á reco-
brar enteramente y de la manera que las poseían el dia en que les fueron quita-
das; y no las pierdan por ningún delito que hasta entonces hubieren cometido, ó
auto contra ellos proveído, ni dentro de estos siete años estén obligados á res-
ponder á ninguna demanda».
78 ÁLAVA
tonces á pesar de su barbarie, y de llevar en sí aparejada la
razón, no al que la tenía, sino al más fuerte ó al más diestro. Y
no bastaba á veces para el triunfo de la causa que se defendiera
quedar vencedor en el combate, que vencedor fué el que en el
reinado de Alfonso VI peleó en defensa del oficio toledano ó
mozárabe contra el paladín del romano, y sin embargo, á pesar
de los aplausos del pueblo y de la nobleza que á ambos repre-
sentaba el castellano viejo Ruiz de Matanzas, fué inútil. Osti-
gado el rey por su Santidad, dio por nulo el duelo, hizo que se
introdujera el rito romano, y para vencer la resistencia que de
todas partes se oponía al nuevo rezo, se convino en echar al
fuego los dos misales, prevaleciendo el que saliera ileso de las
llamas. De nuevo triunfó en este juicio de Dios; pero no fué
más atendido que el anterior duelo; y al gran regocijo del pue-
blo, de la nobleza y del clero, encariñados todos con un rito con-
servado por tantos siglos y en medio de la dominación musul-
mana, sucedió el asombro y la pena de verse obligados, por
mandarlo así el rey, á desterrar de las iglesias de Castilla el ve-
nerado oficio gótico.
Nos hemos permitido esta digresión, no del todo ociosa,
porque considerándose aquellos tiempos de caballería, se ve
que cuando al poderoso convenía, ni el Juicio de Dios bastaba,
cuando menos el duelo; irreligiosa costumbre, anatematizada
por varios pontífices. Los pueblos guerreros podían poner el
valor sobre la justicia; pero la sociedad cristiana del siglo xiii,
cometía una grande aberración sometiendo á un singular com-
bate el mejor derecho á unos lugares, en caso de no querer
sentenciar el rey de Inglaterra. Se podrá objetar que en último
resultado, este derecho de la fuerza ha regido siempre; es
exacto, y aun hoy rige por desgracia; pero esto no probará
que con la fuerza vayan hermanadas la razón y la justicia. La
civilización de la humanidad tiene aún muchas etapas que re-
correr.
Oídas por el inglés y su parlamento las pretensiones de los
ÁLAVA 79
monarcas de Castilla (i) y de Navarra (2), sacando delante de
todo el pueblo los Santos Evangelios, hizo jurar á los embaja-
dores antes de pronunciar la sentencia, que los reyes sus repre-
sentados la observarían firmemente, en cuanto tocase á las mu-
tuas restituciones y á la tregua ó suspensión de armas, « y sino
lo hiciesen así, entregarían sus personas á la disposición del
mismo rey;» y sentenció mandando que firmaran y guardaran
(1) « En el nombre del señor, Alfonso Kcy de Castilla y de Toledo se que xa de
D. Sancho su tio. Rey de Navarra, y pide le restituya á Logroño, Atle\ a, X'enared,
que está cerca de Rivaronia y a Agoseyo, -Autol, Resa y a Álava con sus merca-
dos Estgualete y Divina, y de todo el derecho á la tierra que llamaban Dl rango:
todo lo cual poseyó por derecho hereditario el rey Alfonso de buena memoria, el
que ganó de poder de los Sarracenos a Toledo, y después de su muerte lo poseyó
con el mismo derecho la Reina Urraca su hija; la cual muerta, su hijo el Empera-
dor Alfonso de buena memoria lo poseyó también por derecho hereditario: y
después de la muerte del Emperador, el Rey Sancho su hijo lo poseyó sin con-
tienda por derecho hereditario : y después de la muerte del Rey Sancho, poseyó
también por derecho hereditario todo lo referido su hijo el Rey Alfonso nuestro
señor, hasta que el mismo Rey de Navarra se lo quitó todo al sobredicho Rey de
Castilla, su sobrino, huérfano, pupilo inocente, hijo de su amigo y señor, y sin
haber sido requerido sobre ello y se lo detiene violentamente».
Pedía además la devolución de Roa, los frutos que percibió el rey de Navarra
de Logroño y de los demás lugares y los daños causados apreciados en cerca de
cien mil marcos de oro; y solicitaba «Puente la Reina y Sangucra,y todo el terri-
torio que hay desde estas dos villas hasta el río Ebro, porque fué del Rey Alfonso
de buena memoria, abuelo del Emperador, que le poseyó en paz, y por él. según
costumbre de España, el Rey Sancho de Aragón su pariente
« Pide también por causa de sucesión materna, la mitad de Tudela, que el conde
de Percha dio á la reina .Margarita su sobrina, que fué mujer del Rey García, y
abuela del mismo Rey Alfonso, pues no pertenece ya á Navarra esta villa.»
(j) « Pide Sancho Rey de Navarra el .Monasterio de Cudeyo, .Monte de Oca, el
valle de San Vicente, el valle de Olio Casto, Cinco Villas, Monte-negro, Zerralvo
hasta Agreda. Todo esto pide y todo lo que hay debajo de esto hacia Navarra, y
todos los frutos de esta tierra, desde que murió el Rey Sancho de Peñalen. porque
todo esto pertenece a su reino, y lo poseyó quieta y pacíficamente su rebisabuelo
García Rey de Navarra y de Naxara; y su bisabuelo por su imbecilidad fué despo-
jado violentamente de este reino por Alfonso Rey de Castilla su pariente. Pero en
tiempo subsecuente el Rey García su nieto y padre de éste, de ilustre memoria,
por permisión divina y por la lealtad de sus naturales recobró, aunque no entera-
mente, su reino. Y lo que falta todavía lo pide su hijo Sancho al presente Rey de
Navarra».
Pedía el castillo de Nájera, Gramón, Pancorbo, Belorado, «el Monasterio de
Zerezo, Celorico, Bilivio, Medria, Vegueta, Clauves, Ne^^bea y Lantarón; y la res-
titución, con las rentas de los castillos de «Kel, Ocón, Parnugos, Gramón. Zcrezo,
Valorcanas, Trepcana, .Milier, Amihugo, Hayaga, Miranda. Santa Gadea, Pórtela,
Malvecín, Leguín y el castillo que tiene Godín». V solicitaba además le restituyera
el rey de Castilla hasta la cantidad de cien marcos de plata.
8o ÁLAVA
perpetua é inviolable paz ambos reyes, se restituyeran recípro-
camente por entero todo lo pedido en derecho, y el rey de Cas-
tilla diese durante diez años al de Navarra su tío, tres mil mara-
vedís en cada uno, pagados en Burgos en tres plazos. Después
de expresada su conformidad á la sentencia por los monarcas
españoles, reuniéronse en la Abadía de Fitero, donde juraron
una tregua de diez años, y mantenerla « fielmente sin fraude ni
engaño, » siendo perjuro y alevoso el que la quebrantare. No
tardó esto en suceder, demostrándose el poco aprecio que daban
los monarcas á sus propias palabras : volvieron á guerrear los
reyes de Castilla y de Navarra; pero efectuaron á poco y sin
intervención agena, una conferencia entre Logroño y Nájera, y
arreglaron sus diferencias. Cítanse los castillos y pueblos que
se devolvieron en la Rioja; mas nada se dice del territorio ala-
vés, que creemos continuaría en poder del monarca de Navarra
por cuanto en una escritura del año 1 184 se intitula «Rey de
Pamplona y de Álava » .
Y en efecto, debió haberse distribuido este territorio; y así
se consigna en el mismo instrumento citado por Garibay, en el
que se dice: « Yo D. Alonso Rey de Castilla, doy por quito á
»vos D. Sancho Rey de Navarra, de Álava perpetuamente para
» vuestro Reino, conviene á saber, desde Ichiar y Durango, que
» quedan dentro de él, exceptuando el castillo de Malvesín, que
> pertenece al Rey de Castilla, y también Zufivarrutia y Badaya,
»como caen las aguas hacia Navarra, excepto Morellas que
» pertenece al Rey de Castilla, y también desde allí á foca y de
»foca abajo, como divide el río Zadorra hasta que cae en el
sEbro».
Poco duraderas eran las paces en aquellos tiempos, pues el
afán de pelear ó el de satisfacer insaciables ambiciones podía más
que las palabras, lo's juramentos y los más solemnes contratos;
no siendo obstáculo tampoco para invadir un reino el que el
monarca estuviera guerreando con los infieles, que hasta la
ÁLAVA 8 1
alianza de estos se buscaba en las luchas que entre sí sostenían
los cristianos. Así sucedió al Rey de Navarra, con quien se ajus-
taron paces, merced á la intervención de los papas Celestino líl
é Inocencio III, por medio de sus legados Gregorio y RaL^^nerio,
quienes le obligaron bajo las penas de excomunión y entredicho
á apartarse de la alianza y amistad de los musulmanes, ni jus-
tificada ni honrosa.
Poco le afectaban tan terribles castigos, porque no conten-
tándose con sus amistosos tratos con el emir mahometano, mar-
chó á Áfi'ica á entenderse directamente con él ; aunque algunos
cronistas han supuesto, sin probarlo, que le indujeron á tan
atrevido viaje, ciertos amores con una princesa africana. Des-
mentida esta novela, por extranjero inventada, y sólo cierta su
marcha al África, dejando huérfano el reino, sin duda para in-
teresar en su demanda al musulmán, ayudóle tomando parte
activa en sus guerras, en las cuales demostró el navarro el he-
roísmo que le conquistó el sobrenombre de Fuerte, á costa
indudablemente de su descrédito político.
La orfandad en que D. Sancho dejó su reino la aprove-
charon los reyes de Aragón y de Castilla, apoderándose el pri-
mero de la antigua Ruconia y el segundo no paró hasta la fron-
tera francesa.
De no escasa importancia la conquista de Álava por D. Al-
fonso, ha sido presentada de muy distintas maneras y en com-
pleta contradicción. El príncipe de Viana consigna que el rey
de Navarra « vióse con el rey de Castilla su primo, é díjole como
le era forzado ir á tierra de moros, é encomendóle su regno ; é
como quier quel dicho su primo daba por consejo al dicho rey
que hobiese de ir de allende en socorro del dicho rey moro,
ansí el dicho rey de Navarra fué. E siendo en la dicha Treme-
cén adolesció muit fuertement, é cuidó morir; é algunos de Cas-
tilla, que fueron con él, tubiendole sus físicos por muerto,
vinieron á Castilla, é fueron al rey de Castilla su señor á le
facer reverencia, é eil demandóles nuevas del dicho rey de Na-
82 Á L A V A
varra, é eillos le dijeron como lo dejaban en tal estado, que ya
debía ser muerto, ca ya le habían sus físicos desamparado. E
sobre esto el rey de Castilla, hubo su consejo, especialment,
entre otros, con D. Diego de Vizcaya; fuele dado por consejo,
que pues el rey de Navarra era tanto su deudo, é non hubiese
ningún fijo, que pusiese esfuerzo en correr é tirarle su tierra,
antes que el Conde de Champaña, el cual era su sobrino, ni los
del regno, lo supiesen si se apercebiesen ; é si no que el dicho
conde regnaria en el regno de Navarra, porque era su sobrino
del dicho Rey D. Sancho, é más cercano por parte de su madre;
é con el deudo que había con el rey de Francia lo podía empes-
cer; é que no le habría tanto de amor é de vergüenza como
debía. E ansí, el dicho Rey de Castilla corrió toda la tierra de
Álava, é Guipúzcoa é Navarra » (i). Prescindimos de exponer
algunas contradicciones en que incurre después el desventurado
Príncipe, y veamos cómo refiere el mismo hecho el arzobispo
D. Rodrigo contemporáneo de los sucesos:
« El noble Rey D. Alfonso queriendo vengar los agra-
vios que había recibido del de Navarra, congregó contra ella su
ejército, y con el del Rey de Aragón su fiel amigo ganaron á
Ruconía y á Aybar, que tocaron al Rey de Aragón; ganaron
también á Isaura y á Miranda, que quedaron al noble rey: y
así habiendo hecho varios estragos, volvieron entrambos re-
yes á sus Reinos. Al mismo tiempo el noble rey de Castilla em-
pezó á infestar á Ibída y Álava, y ganó con dilatado sitio á
Vitoria »
«Entretanto cansados los de Vitoria con los asaltos y traba-
jos del sitio, y extenuados con la falta de víveres, se vieron pre-
(i) Y continúa diciendo, que Navarra por tener su gente con el rey no pudo
defenderse: que se rindió Vitoria; que se enviaron letras al rey de Navarra parti-
cipándole todo: que no las recibió hasta cerca de un año, y aunque doliente aún
el navarro, las comunicó al rey moro, c vino á Cartagena y por Aragón á Navarra,
desde donde envió mensajeros al rey de Castilla sobre su conducta, y el de Cas-
tilla con dilaciones y excusas no le quiso rendir nada, y como el navarro se sintió
flaco de su cuerpo no pudo recobrar lo perdido en Álava y Guipúzcoa. (Crónica
de los Reyes de Navarra.)
ÁLAVA 83
cisados á entregarse. Pero el venerable García obispo de Pam-
plona, agradable por el deseo que tenía de su libertad, recono-
cida la opresión de la hambre, pasó apresuradamente á hablar
al Rey Sancho en tierra de moros con uno de los sitiados; y
declarando la verdad de las cosas, obtuvo licencia para que se
entregase Vitoria al Rey de Castilla. Y así volviendo en el tiem-
po aplazado con aquel caballero que habían enviado los sitiados
de Vitoria, les manifestó la orden del Rey Sancho, para que se
entregase la ciudad al Rey de Castilla. Con que ganó el noble
Rey Alfonso á Vitoria, Ibida, Álava y Guipúzcoa con sus casti-
llos y fortalezas, á excepción de Previno, que después le fué
dado á trueque de Inzura. También dio á Miranda en semejante
trueque por Portella: y adquirió á San Sebastián, Fuenterrabía,
Beloaga, Zeguitagui, Aircorroz, Aslucea, Arzorozia, Vitoria la
vieja, Marañón, Ausa, Atavit, Irurita y San Vicente».
Más acertado el arzobispo que el príncipe, ya tuviera ó no
D. Alfonso agravios que vengar, consideró propicia la ocasión
de estar huérfano el reino por la ausencia de D. Sancho; no
habiendo noticias de que dejara Regencia ni delegara solemne-
mente el poder soberano en autoridad alguna.
La conquista de Vitoria no fué obra de poco tiempo, porque
parece evidente que D. Alfonso encomendó á D. Diego López
de Haro la continuación del cerco mientras el rey iba á Guipúz-
coa. Y fué brava la resistencia; pues aunque la amparasen fuer-
tes murallas, necesitaron los vitorianos mostrar valor y cons-
tancia, y probar hasta dónde llegaba el sufrimiento por las
privaciones de todo género que experimentaron; no siendo
menos de alabar su lealtad : precisados á rendirse, solicitaron
del rey de Castilla un plazo para saber la voluntad de D. Sancho
su señor. Entonces fué cuando pasó a África el obispo de Pam-
plona, informó al rey de la situación de la ciudad, y concedida
su entrega, lo fué á D. Alfonso de Castilla en el año i 200. Don
Alfonso le confirmó sus fueros y libertades, sin poner en ella
justicia ni autoridad alguna.
84 Á I. A V A
Dueño el castellano de Vitoria, lo fué de toda Álava y Arra-
ya (i), dando su gobierno á D. Diego López de Faro ó Haro
cuya jurisdicción se extendía hasta el mar de Vizcaya (2) ; y
como el prestigio de su nombre, y sus gallardos hechos, le cons-
tituían la persona más conspicua de aquel país, hasta muerto
fué considerado, « Aunque han pasado cerca de seis siglos des-
pués del fallecimiento de este héroe, se le pide á su memoria un
obsequio muy particular, pues todos los años, luego que el
ayuntamiento de la ciudad de Nájera hace el nombramiento de
sus constituyentes para el gobierno del año siguiente, pasa á
publicar y leer la elección delante del panteón de D. Diego
López, diligencia tan necesaria, que es nula la elección si se
omite esta circunstancia; por lo que á cualquiera hora que se
concluya, aunque sea la más intempestiva, se pasa á el monas-
terio, cuyo abad y monjes cuidan bien de tener abiertas sus
puertas hasta que se finalice el acto » (3).
Con D. Diego habían acudido hijosdalgo, caballeros y sol-
dados de la cofradía de Álava, á las inmediatas órdenes de Ro-
dríguez de Mendarizqueta á la batalla de las Navas de Tolosa;
después á la conquista de Baeza; adquiriendo importancia y
gloria, que no en balde era uno de los magníficos florones de
la corona de Castilla. Así que, cuando la inmortal D.^ Beren-
guela concertó la boda de su hijo D. Fernando III con la prin-
(O Arraya y la Minoría constituíanla hermandad de la cuadrilla de Salva-
tierra compuesta de las cinco villas de Maestu, Alauri, Vírgara mayor, Vírgara
menor y Azaceta, y las del Valle Real de la Minoría eran Arenaza, Ibisate, Igoroin,
Cicujano, Muntu, Alecha y Leorza, siendo villas separadas Berroci, Izarza, On-
raita, Raitegui, Corres, Apellaniz, Arlucea y Urarte.
Fué señor del valle de Arraya el famoso fabulista D. Félix María Samaniego,
natural de La Guardia.
(2) En una escritura del año i 20 i se dice : « reinando el rey Alonso en Tole-
do, en Castilla, en Álava y en San Sebastián, y bajo su dominación Diego López
en Borobia (que será Bureba) y Soria hasta el mar de Vizcaya». (Archivo de San
Milldn, etc.— Marina, Diccionario de la Academia). En otra escritura de i 2 i o, se
dice también que dominaba Diego López de Faro en Castilla la Vieja, en Álava,
en Vizcaya y en Nájera, reinado D. Alfonso en toda Castilla, en Toledo y en Álava
hasta San Sebastián.
(3) Marina.
ÁLAVA 85
cesa Beatriz, recibió á su nuera en Vitoria, acompañando á la
reina gran séquito de prelados y caballeros, de los maestros de
las Órdenes, de abadesas y de mucha nobleza de caballería.
Confinó el rey Fernando á su hijo D. Alfonso el mando ó
adelantamiento de la frontera, y estando en Vitoria, faltó á la
confianza por su padre en él depositada, acogiendo á D. Diego
López de Haro que indispuesto con el rey se retiró á Vizcaya
y promovió rebelión, hallando D. Fernando fácil manera de
apaciguarla, y que los mismos que la promovieron le ayudaran
poderosamente á conquistar Sevilla, á cuya gloriosa empresa
acudieron alaveses.
También el rey D. Sancho tuvo que morar en Vitoria al ir
á apaciguar la rebelión de vizcaínos, y unióse allí con la reina
que acababa de dar á luz en aquella ciudad al infante D. En-
rique.
Prósperas siempre para Álava las regias visitas, la recibió
de San Fernando (1239) y fueros Antuñano; Salvatierra de
D. Alfonso X, repoblándola (i), Arceniega el de Vitoria, y Es-
tavillo y Armiñón el de Treviño.
(i) Villa que se había llamado Hagurain y que volvió á tomar el nombre de
Alba-tierra, de la antigua Alba de los romanos.
CAPITULO III
Unión de Álava con Castilla. — Célebre cofradía
de Arriaga. — Fueros, privilegios y exenciones
concedidos á Vitoria y Álava por
varios monarcas
^A historia de Álava, unida ya á la de
Castilla, si antes, como dice el cro-
nista de D. Alfonso XI se gobernaba y
regía, no por fuero escrito sinon por alve-
cirio, y lo era ahora inmediatamente por
los adelantados mayores de Castilla, según
consta en documentos publicados, no ofrece
más de notable que nuevas fundaciones de
villas y concesiones de cartas-pueblas y
privilegios otorgados por los reyes castellanos, los cuales po-
seían en el territorio alavés muchas poblaciones de realengo,
designadas en escrituras conocidas. Hallábanse en este caso
Vitoria, Salvatierra y hasta i6 más, (i) y para que acudieran á
(i) El i 8 de Enero de 12^8 la Cofradía de Álava entregó espontáneamente al
rey 16 aldeas inmediatas á Vitoria y Salvatierra.
88 ÁLAVA
ellas pobladores concedían los reyes los privilegios que en todas
partes.
Además del realengo, había en Álava el señorío de aba-
dengo, solariego y de behetría, de que disfrutaban las iglesias,
monasterios y prelados, caballeros, ricos hombres y Hijosdalgo ;
concedido todo por los reyes (i), reteniendo siempre «en ellos
para nos el señorío real é la justicia; el semoyo é el buey
de marzo » ; de cuyo tributo se eximía á algunos pueblos.
En general los monarcas solían ser un dique á las desme-
didas pretensiones y ambición de la nobleza, que redundaban
en perjuicio de sus vasallos, viéndose estos obligados á acudir
al rey que por su parte unas veces y por las cortes otras, dic-
taban leyes para armonizar en lo posible las diferentes clases
del estado, como se hizo en las cortes de León, Benavente, etc.,
si bien produciendo una legislación confusa y casi incomprensi-
ble, que aumentaba las dudas y los pretendidos derechos, y
por consecuencia los excesos y desórdenes. De aquí los pleitos,
violencias, injusticias, muertes, guerras intestinas entre villas y
lugares realengos con los de señorío, solariego y de behetría,
entre señores y vasallos, de cuyos males no se vio libre Álava;
y entonces aparece la célebre cofradía del campo de Arriaga,
verdadero pacto de fraternidad que no podía menos de producir
muy beneficiosos resultados para la concordia de todos y buena
administración del país. Podrá ser más antigua la creación de
esta cofradía ; podrá remontarse á los primeros años de la irrup-
ción musulmana; no hemos tropezado con la cofradía ni hallado
( I ) Solía usarse en tales concesiones esta fórmula que hallanios en varios do-
cumentos, con la variante del objeto de la concesión: «et nos por faccrvos bien
é mercet, damos vos é otorgamos vos, por esto que nos dades, que todos los vues-
tros vasallos, ó collazos, ó abarqueros que habedes en Álava, también los que nos
vos damos que eran vecinos de Vitoria ¿ de Salvatierra, como los que vos habe-
des, que non vos los coian en Vitoria, nin en Salvatierra, é que los ayades libres
é quitos, salvo todo nuestro sennorio, é todos los nuestros derechos en todas
cosas, que nos finquen asi como los habemos en los otros vuestros vasallos de
Álava, en tal manera, que cualquiera labrador que este heredamiento poblare, ó
labrare, que nos dé aquel derecho que nos dan los otros vuestros vasallos, ó abar-
queros, ó collazos que son en Álava». (Privilegio de D. Aljonso X).
ÁLAVA 89
documento en nuestras investigaciones; pero de seguro que aun
existiendo no tendría la grande autoridad que después tuvo (i).
No conocemos documento alguno que cite la cofradía de Arria-
ga anterior al privilegio de Alfonso X, dado en Sevilla á 18 de
Agosto de 1258 á virtud de un convenio entre la provincia de
Álava y las villas de Vitoria y Salvatierra, sobre la adquisición
de varios pueblos, en el que dice: «Campo de Arriaga que sea
término de Vitoria, e que finque prado para pasto, e que no se
labre, e que se fagan hi las yuntas assi, como se suele facer » .
Componíase la cofradía de infanzones, hijos dalgo, ricos-
hombres, caballeros y escuderos, obispo de Calahorra, su arce-
diano y clérigos de la provincia, teniendo también su parte se-
ñoras y damas alavesas. Esta cofradía elegía los cuatro alcaldes
y jueces universales que habían de gobernar aquel año toda la
tierra, de los cuales uno era siempre justicia mayor, á quien
tocaban las apelaciones y daba las sentencias definitivas. Ade-
más de las juntas ordinarias celebraban otras cuando ocurría
algún especial motivo, conservando por medio de ellas y de sus
acertadas providencias, invariables é ilesas sus propias y priva-
tivas leyes, usos y costumbres, exenciones, franquezas y liber-
tades. Además de los alcaldes tenía para el gobierno militar y
político, un señor ó conde, elegido libre y espontáneamente por
la misma provincia, que le servía de capitán general ó jefe de
guerra para ocurrir á las que se ofrecieran. No vemos que esto
se efectuase.
(i) El ¡lustrado Sr. Becerro Bengoa en su excelente Libro de Álava, dice que
en los sifílos vnt y ix » aparece gobernada la provincia por sí misma, congregán-
dose los alaveses para los asuntos de su gobierno, en la Cofradía del Campo de
Arriaga, y sitio de Lacua, á la cual pertenecían el llano de Álava y los valles in-
mediatos. Todos los años, el día 24 de Junio, se reunían en dicho punto los cofra-
des, después de haber traído en procesión desde el alto de Estiváliz la imagen de
la Virgen, y de haber hecho oración en la ermita de San Juan el Chico, existente
aún pero muy reducida sobre el río Avendaño; allí, á la sombra de los grandes
árboles, que poblaban el extenso campo, escogían en pública asamblea sus cuatro
alcaldes mayores, uno de ellos jefe de la Justicia, quienes por espacio de un año
gobernábanla provincia. En estas juntas se hacía también la elección del Señor 6
jefe militar».
90 ÁLAVA
Lo que sí es de consignar que no se ve representada en la
cofradía la clase popular; así representaba un conjunto aristo-
crático, sistema gótico observado en Asturias, Aragón y Nava-
rra. Hubo de sufrir notable variación, porque ya en tiempo de
D. Alfonso XI, como veremos, se presentaron á este rey en
Burgos, labradores con la procura de la cofradía; lo cual prueba
que estaba en ella representada esta clase; aun cuando en Álava
no formaban los labradores, ni podían formar una clase tan pre-
ponderante como en otros puntos de España, porque ninguno
disponía de muchas tierras, para ser opulento. De todas ma-
neras, esta representación era popular. No podía menos de serlo
así cuando ya en las cortes de Benavente, años antes, se había
admitido el brazo popular en ellas, en lo cual se anticipó Espa-
ña en medio siglo á Francia é Inglaterra.
La antiquísima y célebre aldea de Arriaga, cuna de San
Prudencio, patrón de Álava, cuya casa está en lo alto del tér-
mino, se halla en las inmediaciones de Vitoria : merece visitarse
por los recuerdos que evoca, y para contemplar la elegante
torre greco-romana de su iglesia. Cuando en su término en el
campo de Lauca, se reunía la cofradía que gobernaba la pro-
vincia, era grande su vecindario que hoy apenas cuenta 15 ve-
cinos. Allí está también el histórico puente, donde murió el ge-
neral francés Serret, en la célebre batalla de Vitoria, puente
desde donde se echaba la carta al Zadorra, para ver si no retro-
cedían las aguas en su curso (i).
A corta distancia se ve la ermita juradera de San Juan el
Chico, donde tantas fiestas se celebraban por aquella cofradía
(i) Cuando D. Alfonso VIII confirmó los fueros de Vitoria concedidos por Don
Sancho el Sabio, parece que les dijo, que : «mientras corriera el río Zadorra hacia
el Ebro, los tendrían». Á su virtud, desde entonces y hasta hace 38 años, los vi-
torianos acompañados de su procurador síndico, del escribano y los alguaciles
del municipio, acudían anualmente en la mañana de San Juan á la orilla del río
Zadorra, é introduciéndose en él á caballo un alguacil, lanzaba una carta á las
aguas, la corriente la arrastraba, el escribano levantaba testimonio, y probado
que las aguas seguían su curso natural y que los fueros continuaban, tornaban á
Vitoria por la ermita de San Juan el Chico y se festejaba el acto.
ÁLAVA 91
promiscua, pues podían pertenecer á ella, como vimos, las due-
ñas y señoras principales alavesas.
La cofradía de Álava ejerció sin duda jurisdicción, mero,
mixto imperio, como consta del convenio celebrado el 24 de Di-
ciembre de I 291 entre el concejo de Vitoria y la cofradía, la
que otorgaba al concejo la jurisdicción y el derecho de imponer
pena de muerte: « si por aventura alguno volviere baraia nin
feriere á otro en la villa nin fuera de la villa por enemistad que
hayan nin por otra razón ninguna fasta estos moyones, damos
poder á vos el conceio sobre dicho, que á cualquier que lo fi-
ciere que lo podades matar, quier por justicia, quier por otra
muerte qual vos quisieredes ó por bien tovieredes, sin nuestro
mandado e sin nuestro conseio » .
Todo esto es verdaderamente significativo, porque corres-
pondiendo la jurisdicción y justicia al rey, la delegaba, ó con-
sentía ú otorgaba cierta independencia en Álava, ó sea en el
territorio de la cofradía; sin que esto pudiera influir, en nues-
tro concepto, en el derecho de behetría de mar de que há
tiempo disfrutaban los alaveses, el cual, mientras existiese,
nadie podía coartarlo, siendo independiente de los demás dere-
chos que pudiera tener el monarca.
No se libraba la tierra alavesa de los desórdenes y contien-
das, tan generales entonces, por lo que pugnaban intereses en-
contrados. Vitoria pleiteaba con la cofradía sobre la propiedad
de 45 aldeas; envió D. Alfonso á su merino mayor de Castilla
Juan Martínez de Leyva, ante el que expuso la cofradía, « que
el consejo de Vitoria les tenía forzadas las 45 aldeas, e que
estas dichas aldeas e toda la tierra de Álava era e debia ser
suya, así como lo fué de aquellos onde ellos venian : » Vitoria
contestaba, « que dichas 45 aldeas eran e debian ser del rey su
señor e suyas sin parte de los cofrades de Álava, porque las
habian comprado e ganado asi como debian » ; y el arbitro sen-
tenció que 41 de estas aldeas pertenecían á Vitoria y 4 á la co-
fradía ; reiterando que los vitorianos no pudiesen tener en tierra
92 ÁLAVA
de Álava, n¡ por compra, ni por donación, ni por prenda, ni por
otra razón alguna más aldeas que las que les adjudicaba la sen-
tencia, mandándoles al mismo tiempo vender dentro de un año
las heredades que tuviesen fuera de realengo, para que nada
poseyesen en territorio de los cofrades. Confirmó el rey la sen-
tencia y se restableció la paz, aunque no de una manera segura
y permanente, porque á los dos meses, hallándose D. Alfonso
en Burgos, se le presentaron procuradores de la Cofradía, hijos-
dalgo y labradores á ofrecerle « el señorío, etc., toda la tierra de
Álava, et que fuese suyo ayuntado á la corona de los regnos;
et que le pedian merced que fuese rescebir el señorío de aquella
tierra, et que les diese fuero escripto por do fuesen juzgados,
et posiese oficiales que feciesen y la justicia». Partió el rey á
Vitoria, presentósele el obispo de Calahorra, individuo por de-
recho propio de la Cofradía, exponiendo que hidalgos y labra-
dores reunidos en el campo de Arriaga, le rogaban por su con-
ducto fuese á la junta, « et que vos darán el señorío de Álava,
según que vos lo enviaron decir con sus mandaderos ; » acudió
D. Alfonso al campo de Arriaga y « diéronle el señorío de
aquella tierra con el pecho forero, et que oviese los otros pechos
reales, según que los avia en la otra del su señorío > . A su vir-
tud se otorgó en Vitoria el 2 de Abril de 1332, el notable ins-
trumento en que tal sesión se consigna y el otorgamiento del
fuero (i).
Vitoria, capital de Álava, asentada en un principio en la an-
tigua Gazteiz, correspondiente á aquella parte de la población
llamada villa de Suso ó Campillo, debe, sino su fundación, su
engrandecimiento primitivo al rey D. Sancho el Sabio de Nava-
rra, que fué quien ocupó á la cofradía de Arriaga el lugar de
Gazteiz, en 1 181. Considerando la ventaja del sitio, una eminen-
cia, rodeada de extensa llanura, la fortificó, construyendo dos
castillos y cercándola de altas murallas: nombró jefe militar de
(i) Véase Apéndice núm. i.
ÁLAVA
93
esta plaza de armas á Pedro Ramírez, concedió el monarca fue-
ro y legislación particular, viniendo á ser en sustancia el mismo
de Logroño, la dio el título de villa y nombre de Vitoria, que
significa sobresaliente y escogido. Lo era también su legislación,
como lo prueban los siguientes artículos, que hoy envidiamos
algunos: «Si el gobernador de la villa tuviese justo motivo para
hacer justicia en algún vecino, no le pondrá en la cárcel con tal
Objetos de hierro y piedra encontrados en \'illasuso
(Colección del Sr. Velasco)
■que el delincuente dé fianza, y caso de que por no darla y cons-
tar el delito fuese encarcelado, al salir no pagará carcelaria. > Se
prohibe en la decisión de las causas y litigios la bárbara costum-
bre de las pruebas vulgares de hierro caliente, agua hirviendo
y desafío ó lid campal, reduciéndose la forma del juicio á la de-
posición de testigos, los cuales debían jurar en la iglesia de San
Miguel, situada á la puerta de la villa, delante de la cual, como
se acostumbraba en todas partes, tenía el alcalde su tribunal
para juzgar y administrar justicia. Se establece que los clérigos é
infanzones contribuyeran como los demás vecinos, y no tuvieran
91 ÁLAVA
en la misma población casa más libre que las de los vitorianos.
Se eximía de todo pecho y contribución las heredades de los
nuevos colonos y pobladores , así como las de los antiguos,
tanto las patrimoniales como las adquiridas de cualquiera mane-
ra, contentándose el legislador con el tributo personal de dos
sueldos al año por casa; «é sino fuere con vuestra voluntad, nin-
gún otro servicio hagáis.» Este fuero de Vitoria, que se hizo
célebre, se comunicó á muchas villas y lugares, como Orduña,
Salvatierra, Tolosa, Vergara, Arceniega, Lasarte, Deva, Azpei-
tia y Elgueta,
Confirmados por D. Alfonso VIII, cuando conquistó á Vito-
ria, concedió nuevas exenciones y privilegios, confirmado todo
porD. Fernando III y D. Alfonso el Sabio que aumentóla pobla-
ción y la concedió después el Fuero Real que unificaba el caos
legislativo que á la sazón existía, sin que por entonces consi-
guiera su objeto, por negarse los pueblos y los señores á des-
prenderse de sus privilegios, á cuya conservación contribuían las
turbulencias del reino. Los confirmó D. Sancho IV para que le
ayudaran contra su padre : D. Juan II la dio el título de ciudad (i).
Apenas ha habido monarcas que no concedieran mercedes á
Vitoria: D. Fernando el Católico la hizo la de que se titulara
Muy Noble, y la reina D.^ Isabel obtuvo de Alejandro VI, la
traslación de la iglesia colegial de Armentia á la parroquia de
Santa María, hoy catedral.
Hemos insinuado anteriormente, que las vicisitudes de los
tiempos, y en especialidad las producidas por las disensiones
locales, disminuyeron la población de Álava ; y, en efecto, ya en
principios de este siglo contaba cerca de lOO lugares menos,
arruinados unos y agregados otros á Castilla, Vizcaya y Guipúz-
coa ; lo cual se hacía fácilmente cuando reyes y señores dispo-
nían de los pueblos como de cosas muebles. Pero estas desmem-
braciones paulatinas no afectaban tanto á la provincia y á la
(i) En I o de Noviembre de 143 i desde Medina del Campo.
ÁLAVA
95
corona como la expulsión de los judíos que pechaban anualmente
cerca de i 2 millones de maravedises. En Vitoria, hasta sin médicos
se quedaron, porque eran judíos los que ejercían esta profesión.
Aunque no se han
reedificado algunos
pueblos, de los que
sólo quedan las ermi- á
tas, fué reponiéndose ^'
poco á poco la pobla-
ción de Álava; pero
sin cuidarse de con-
servar ó restaurar sus
más antiguos y pre-
ciados monumentos,
tanto más dignos de
ser atendidos cuanto
que no abundaban.
Siendo, como fué,
voluntaria la entrega
de Álava á la corona
de Castilla, es evi-
dente que en ello ga-
naban los entreoía-
dos, y para ganar
tenían que verse ne-
cesariamente ó muy
oprimidos , ó muy
recargados de tributos, y éstos eran sin duda grandes, por-
que el Sr. Becerro nos dice, que, con la entrega « quedaron
libres de tributos, pechos y servicios > ; y como el realengo no
les eximía de ciertos tributos, de aquí el que éstos fueran meno-
res que los que pagaban antes, aun disfrutando « de todas las
franquicias, buenos usos y costumbres que desde antiguo te-
nían > .
Restos encontrados en la parte anticua de
V1TOR1.4, incendiada en 1202
(Colección del Sr. Velascol
96 ÁLAVA
Careciendo Álava de fuero escrito y gobernándose por el de
costumbre ó tradicional, ó por albedrío, debía inspirar poca ga-
rantía al débil, porque era un arma terrible para el poderoso.
La Monarquía castellana significaba un gran adelanto en el pro-
greso de los tiempos, era la primera en poder y en ilustración,
y siempre se ganaba en formar parte de tan poderoso estado;
así, pues, la entrega, ó más bien, anexión de Álava á Castilla,
fué un acto de grande importancia y de no menor trascendencia
por los males que se remediaron y los que se evitaron ; y tiene
razón el Sr. Becerro en calificar de patriótico el pensamiento
presentado por D. Pedro de Egaña á las juntas de Álava, de
erigir en el campo de Lacua, inmediato á Arriaga, un monumento
que conm^emore y perpetúe aquel acto, al que contribuyeron
alaveses de todas las clases y de todos los bandos, inspirados
unánimemente en los más elevados sentimientos de unión, de
fraternidad y de patriotismo.
No puede menos de llamar la atención la existencia en Álava,
como consigna la escritura, de los collazos que habían desapareci-
do completamente de Castilla, y allí se concedía á los hijos-dalgo
que los collazos de su propiedad siguiesen perteneciéndoles, y
que si desamparasen las casas ó solares de sus señores, pudiesen
éstos prenderlos donde los encontrasen y ocuparles sus hereda-
des. Estos collazos recordaban los siervos colonos de los impe-
rios romano y gótico, adheridos al terruño, y que no podían li-
brarse del territorio de los señores, más que ascendiendo, por
medio del rescate, ala condición de labradores colonos. Una ven-
taja tenían sin embargo los collazos de Álava, la de que reserván-
dose el rey la jurisdicción y administración de justicia, podían
recurrir al trono contra las vejaciones del señor, lo cual les
ponía en mejor condición que á los vasallos aragoneses y cata-
lanes.
Todos ó casi todos los monarcas que siguieron á D. Alfonso
hasta Carlos III, aun Fernando VII, confirmaron la anterior es-
critura; en la que además de lo que dejamos expuesto se con-
ÁLAVA
97
signaba que los labradores que morasen en las tierras de las
iglesias monasteriales y collazos de los hidalgos, fuesen libres de
todo pecho y pedido, salvo del buey de marzo y el semoyo,
pero si los señores lo tuviesen por bien no quedasen libres: que
los hidalgos de las aldeas de Vitoria tuviesen el mismo fuero
que los de Álava: se establecían otras excepciones y penas por
delitos, etc. ; y que no pudiese haber herrerías en Álava, porque
no se consumiesen los montes. También se dictaban disposicio-
nes sobre la caza, ventas, compras, donaciones, desafíos; que no
haría el rey ninguna nueva población en Álava, y eximía á cier-
tas aldeas de todo pecho. — Para disfrutar del privilegio de la
cláusula XV — los 500 sueldos — el hidalgo en Álava, era preciso
lo fuese < segund fuero de Castilla >, conforme la cláusula XIX
de la escritura.
'3
CAPITULO IV
Estado social. — Orden de la Banda. — Servicios de los alaveses. — El conde
de Salvatierra y los comuneros. — Pero López de Ayala. — Ordenanzas
I
Atravesaba España, y de ello no se libraba Álava, una de
las épocas más turbulentas de su variada historia. Sólo la justi-
ficación y la valiente energía de D. Alfonso XI, pudieron hacer
frente á tantos desórdenes y á tantos enemigos. No podía, en
efecto, afirmar la autoridad soberana sin enfrenar la licencia de
la nobleza; para conseguirlo, mandó la observancia de las leyes
que prescribían que ninguna persona poderosa comprase casas,
ni tierras, ni tuviese heredamiento en las ciudades, villas ó luga-
res pertenecientes á la corona; prohibió embargar la jurisdicción
real, cobrar pechos desaforados y hacer daños y fuerzas; impu-
so graves penas á los motores de armadas; limitó los casos de
desafiamiento; hizo volver los alcázares tomados á los pueblos;
ordenó derribar las fortalezas roqueras, que no se consintiese
levantar otras, y tomó bajo su guarda y encomiéndalos castillos
de los prelados, ricos hombres, hijos dalgo y otro cualquiera
100 ÁLAVA
para que fuesen seguros y se evitasen querellas (t). También se
propuso coartar las libertades de los municipios, sustituyendo la
elección popular de alcaldes por los de elección real; alterando
así gravemente la existencia de los concejos, en cuanto á la pro-
visión y á la duración de los oficios ; porque si se recibían antes
los cargos de la república de los vecinos constituidos en ayunta-
miento, elegíalos ahora la corona, y se convirtieron de anuales
en vitalicios ; lo cual era un retroceso en las libertades públicas.
Es evidente que D. Alfonso trató de amenguar el desmedido
poder de algunos orgullosos magnates ; pero yerran los escrito-
res que le juzgan por esto enemigo de la nobleza ; pues en pro-
tegerla fué más allá que ninguno de sus antecesores, y hasta
faltó al principio no desmentido en nuestra antigua jurispruden-
cia, de que los señores no pudieran ejercer jurisdicción sino por
expreso privilegio de la corona; así es que, cediendo sin duda á
poderosas influencias, « Et establesgemos, dijo, que la justiciase
» pueda ganar de aquí adelante contra el Rey por espagio de
»gient annos, continuadamiente sin destaiamiento ninguno (2) e
>non menos... Et la jurisdigion givil, que se gane contra el Rey
>por espacio de quarenta annos e non menos > (3).
Estando en Vitoria D. Alfonso, creó la Orden de caballería
de la Banda, que ha sido seguramente una de las más distingui-
das, y su creación un excelente pensamiento por lo que contri-
buía á dulcificar la rudeza de las costumbres de aquella época,
á consolidar la amistad y cariño entre los asociados, á hacer
renacer el espíritu de unión, y á que fuesen todos más caballe-
ros, más leales y más nobles : que los hijos segundos y terceros
de las casas más distinguidas, dejaran la vida oscura que hacían,
cuando no era insurrecta ó vandálica ; mostrando el regio funda-
dor de la Orden que, si los crímenes y desmanes le obligaban
(i) Cortes de Valladolid, i 32 5. — De Medina del Campo, 1328. — De Madrid,
I 329, etc., etc.
(2) B. X., Esc. y Tol. omiten : ninguno.
(3) Esc. : e non de menos.
ÁLAVA
lOI
á un rigor inexorable no acostumbrado hasta entonces, quería
imperasen en sus reinos esas costumbres dulces y galantes, ori-
gen de las más heroicas acciones, para decir al mundo que en
aquella sociedad eminentemente guerrera, se rendía el debido
culto á la cortesanía y á la civilización. Y tan adelante fué en
esto España, como en otras muchas cosas, que lo que hizo Al-
fonso XI en 1332, lo imitó Eduardo III de Inglaterra en 1350,
fundando la Orden de la Jarretierra, y Juan lien Francia institu-
yendo la de la Estrella; pero en ninguna había como én la cas-
tellana tanta delicadeza en el objeto, tanta originalidad en la
idea, ni el espíritu caballeresco que en todo sobresalía (i).
Al pretender D. Alfonso abrir ancho campo de gloria y for-
tuna á los hijos desheredados de nobles y opulentas familias, y
perpetuar sus honores, le engañó su buen deseo: lo consiguió
al pronto, pero no estaba en su mano contener ó dirigir esos
grandes sacudimientos que así como los terremotos derriban
por su base la secular encina y el fortísimo alcázar. Las turbu-
lencias de los tiempos y aquel estado de continua guerra, no
permitían á aquella sociedad asentar nada permanente que nece-
sitase orden y justicia, para que hubiera derechos respetados y
deberes ejercidos.
Regresó D. Alfonso á Burgos, y desde aquella ciudad dirigió
(i) El distintivo de los caballeros era una banda del hombro izquierdo ala
cadera derecha. Negra en un principio, fué después encarnada y de otros colores,
con estos escudos :
102 ÁLAVA
á Vitoria (i) una real cédula mandando que ningún judío pudiese
tener obligación sobre los cristianos vecinos de aquella población,
previniendo á los alcaldes y jurados de ella, que no consintiesen
ú otorgaran cartas de deudas de cristianos á judío, dando por
nulas las que se hiciesen, é imponiendo la pena de cien marave-
dís de la moneda nueva á cualquier escribano que contraviniere
á este decreto, fundado en la costumbre inmemorial observada
constantemente en Vitoria, la cual reclamaron al rey sus vecinos.
Concurrieron los alaveses con los guipuzcoanos y vizcaínos
á la batalla del Salado, peleando bien, como dice la Crónica
rimada :
« Lioneses, asturianos,
Gallegos , portugaleses,
Biscaynos, guipuscoanos,
E de la montanna alaueses,
»Cada uno bien lidiauan,
Que siempre será fassanna,
E la mejoría dauan
Al muy noble rrey de Espanna.»
También acudieron al cerco de Algeciras, comandados por
D. Ladrón de Guevara y D. Beltrán Vélez, su hermano, cuyo
D. Ladrón murió en la campaña (2); y no sólo ayudó Álava al
rey con hombres, sino con alimentos, que las crónicas refieren las
(i) El 28 de Abril de 1332.
(2) «Á poco tiempo finara
Un rrico omne, buen varen,
El rrico omne de Gueuara,
Que llamaron don Ladrón.
wReal varón en sus manos,
En batalla grand braqero,
En él perdieron lipuscoanos (a),
Buen escudo de acero.
»Dios lo quiera perdonar,
Pues por él la muerte priso,
E le quiera dar lugar
En el su santo Paraiso.»
Crónica, rimada, 2265 y sig.
{a) Guipuzcoanos.
I
ÁLAVA 10^
llegadas de bastimentos de Vitoria y de otros puntos. D. Alfon-
so mostró su gratitud concediendo á los alaveses exenciones,
fueros y privilegios, además de los que años antes concediera á
Villarreal, á Alegría (i) y á diferentes poblaciones.
La parte que alguna tierra de Álava tomó en defensa de la
bandera levantada por los comuneros de Castilla, no fué en pro
de los mismos derechos y libertades, como se ha supuesto, que
en nada se mermaban las de los alaveses, sino impulsado el cau-
dillo por deseos de venganza, y por obediencia los que le se-
guían, porque era su señor y disponía de la vida de sus vasallos.
Tiempo hacía que el conde de Salvatierra D. Pedro de Ayala
andaba indispuesto con la corte de la reina Isabel, que ponía
coto á sus ambiciones y tiranía. Había hecho degollar el conde
á un escribano, vasallo suyo, por haber dado á D."^ María su ma-
dre una copia del testamento de su difunto esposo, y al saberlo
los reyes le hicieron prender y confiscar sus bienes, de lo cual
resultó grave daño á sus tierras. Llevado el de Salvatierra á la
corte, se temió por su vida ; pero la reina aseguró no se le im-
pondría pena de muerte ni mutilación de miembro, y se remiti-
rían al concejo, como se hizo, las diferencias entre madre é hijo.
Concluido este asunto, no por eso dejó el conde de inquietar á
la corte, por cuyo motivo mandó el concejo ( 1499) que no per-
maneciese en Vizcaya, ipor lo tal redunda en nuestro deservicio
é en dagno é escándalo de ese dicho condado é Encartaciones.»
Posteriormente se restringieron los injustos derechos que el de
Ayala, como dueño y señor, exigía de sus vasallos, que sólo se
atrevían á quejarse.
En 1520 estaba en desacuerdo el conde con su mujer por
los muchos agravios, y como Sandoval dice, por la mala vida
que por la recia condición del conde la condesa padecía; razón
bastante para haber mandado el rey que la condesa D.''* Marga-
(i) La concedió título de villa y á sus vecinos facultad para nombrar anual-
mente alcalde y merino naturales del pueblo.
104
ÁLAVA
rita con sus hijos estuvieran en Vitoria, dándoles el conde ali-
mentos según su calidad (i).
Considerándose el de Ayala gravemente ofendido y revol-
viendo en su mente proyectos de venganza, porque no era de
los que á las ofensas se rendían, halló propicia ocasión de satis-
facer su saña contra el rey en el levantamiento de las Comuni-
dades: alzó en Agosto (1520) el mismo pendón en las merin-
dades de Castilla la Vieja, favorecido por Burgos, cuya ciudad
envió comisionados á Vitoria para que se unieran á la junta:
negóse aquella por no faltar al rey; pero no era este el verda-
dero motivo, sino la discordia que reinaba en los pueblos, que
en el estado de centralización en que no hacía mucho tiempo se
encontraban, querían todos, validos de sus antiguas preeminen-
cias, erigirse en cabeza, y cada cual, á su vez, exponer los dere-
chos que para ello le asistían. Decidióse, pues, Vitoria á no ayudar
á las comunidades, aun cuando lo solicitó Guipúzcoa y Vizcaya,
que deseaban se uniesen todos; y deseábanlo también los de
Nájera y Haro que demandaban además ayuda contra el condes-
table de Castilla y el duque de Nájera que decían les tenía tira-
nizados ; mas á éstos y á Vizcaya y Guipúzcoa respondió Vitoria
graciosamente, y con desdén á Burgos, desatendiendo el verda-
dero espíritu que en Álava reinaba.
Consta en el archivo de la Diputación, que viendo el diputado
general Diego Martínez de Álava que los ánimos se inclinaban
á favorecer las pretensiones de los pueblos levantados y á con-
federarse con ellos, por lo que de popular tenía la causa, echó
mano á cuantos recursos estuvieron á su alcance para aquietar-
los y al efecto hizo determinar un acuerdo y nombrar á Juan de
Álava para que fuese á Tordesillas y viese lo que hacían los
procuradores de las comunidades con encargo de que diera des-
pués cuenta de todo á la provincia.
(i) El diputado Diego Martínez de Álava fué el encargado del cumplimiento
de lo por el rey mandado.
ÁLAVA
I.»5
Como el tiempo urgía, y el de Salvatierra apretaba, la junta
de Tordesillas envió á la provincia y ciudad de Vitoria á Anto-
nio Gómez de Ayala, como juez ejecutor, con provisiones para
los que se le presentasen, y encargo de que le diese favor el
conde de Salvatierra. Afanábase éste por decidir á la junta de
la provincia; pero se excusaban sus individuos con la falta de
poderes para obrar en vista de tan difíciles y extraordinarias
circunstancias; volvieron á reunirse asistiendo los procuradores
de Salvatierra y Laguardia, y después de una sesión tumultuosa,
acordaron estorbar que la provincia y ciudad tomasen parte en
las alteraciones de Castilla.
Gran contrariedad era ésta para el conde, cada vez más
exasperado, pues hasta le habían quitado á Ampudia los impe-
riales, si bien se la recuperaron Padilla y el obispo Acuña, espe-
rando que él en tanto se apoderase de Burgos; pero «un deudo
del conde de Salvatierra supo halagar á éste andando un día de
camino hasta encontrarle y decirle que le estaban muy agrade-
cidos los de Burgos, por lo cual si tuviesen algún motivo de
temor le pedirían socorro. Esto y la seguridad de haberle ya
recuperado la villa de Ampudia templó sus fueros, y nada á gus-
to de sus capitanes Gonzalo de Barahona y el Abad de Ruella,
volvió la espalda á Burgos, y comenzó á tomar sus medidas
para posesionarse de Vitoria (i).»
En posesión el conde del cargo de gobernador y capitán ge-
neral desde Burgos hasta Fuenterrabía, algo podía hacer : alte-
róse la tranquilidad en Vitoria con la prisión del juez ejecutor y
un escribano, aunque estaban amparados por el de Salvatierra,
lo cual no les evitó ser conducidos con grillos á la fortaleza de
Bernedo; agitáronse los ánimos del pueblo vitoriano, y una or-
den de la junta de Tordesillas al conde para que levantara gente
y tomara la artillería que el condestable había de conducir desde
(i) Decadencia de España— ¡ .' Parle, Historia del levantamiento de las Comu-
nidades de Castilla, por D. A n ionio Ferrer del Rio.
í4
106 ÁLAVA
Fuenterrabía, acabó de excitar á todos, haciéndose teatro de
guerra civil la provincia.
Los más seguían al conde, quien con su gente, la levantada
por su capitán Gonzalo de Barahona y otros, presentó en el
campo de Arriaga (Marzo de 1521) unos 13,000 hombres, con
los que se apoderó de 7 cañones en Arratia, procedentes de Bil-
bao; pero los destruyeron sus conductores. Parece que también
impidieron el paso de la artillería que para las tropas imperiales
se llevaba de Fuenterrabía, aunque nos inclinamos á creer que
ambos hechos son uno mismo. Acudió el conde contra Vitoria:
aumentando sus filas con la voz de que iba á ser saqueada, sen-
tó sus banderas en Arriaga, á una media hora. Su triunfo no
parecía dudoso; mas no le deseaban los de la ciudad, ni el com-
bate, y para quitar pretextos al conde, rogó la ciudad á los
contrarios de aquél que se retiraran á Treviño. Entonces se
abrieron las puertas de la ciudad y Gonzalo de Barahona se con-
tentó con cruzarla con banderas desplegadas, retirándose des-
pués al pueblo de Audagoya de la hermandad de Cuartango.
Decidióse la Diputación á servir mejor la causa del rey que la
del pueblo, pues aunque no interesara tanto la de las comunidades
á los vascongados como á los castellanos, afectaba á toda Espa-
ña. El poder temió que se propagara la insurrección á todo el país
vasco, y cllegó á tanto la alarma, que pidió y obtuvo de las jun
tas, no sin gran oposición, la suspensión de las garantías forales,
estableciendo así una cosa parecida á la que hoy llamamos es-
tado de sitio ó guerra » . No siempre las corporaciones populares
se inspiran en el sentimiento público, y á veces le olvidan, aun
cuando no falten ocasiones en que, si no contrariarle, deban diri-
girle por el camino más conveniente: en esta ocasión, y ya de
parte del Gobierno, ordenó que todas las hermandades acudie-
sen armadas, ó á lo menos con la mitad del importe de sus fo-
gueras, al lugar de Aranguiz, surtidas de víveres para ocho
días. Dióse el mando de estas gentes á D. Martín Ruiz de Gam-
boa y Avendaño, como capitán general de Álava ; se reforzaron
A LAVA 107
SUS huestes, sorprendieron á las fuerzas del conde en Audaij^oya,
saqueando y quemando el pueblo; pasaron en seguida á Salva-
tierra, tomándola; quemaron la casa-fuerte de Gauna, y el i 2 de
Abril pelearon ambos contendientes en el puente de Durana,
quedando derrotados los comuneros. Preso Barahona, fué de<^o-
liado en Vitoria; y preso también, poco después el conde, le con
dujeron á Bunios, donde se vio tan pobre y desamparado que
hubo de aceptar los socorros de un antig^uo criado suyo que se
hallaba al servicio del condestable su enemigo. ¡Cuánto debió
sufrir la orgullosa altivez de aquel magnate! (i).
En 1524, estando en Burgos el emperador, que no había
olvidado la saña que tuvo á los comuneros, ni saciado su sed de
sangre, habiéndose derramado tanta, hizo morir al conde desan-
grado. Al llevarle á enterrar iba con grillos en los pies descu-
biertos y éstos fuera del ataúd. Ni aun al muerto se perdonaba.
En la contienda entre el rey D. Pedro y su hermano D. En-
rique, siguió Álava en un principio el partido del monarca legí-
timo, á costa de no pocos sufrimientos, que sabía arrostrar su
noble lealtad. Intereses encontrados y pasiones bastardas divi-
dieron á los alaveses, y mientras los gamboinos apoyaban á
D. Pedro, defendían los oñacinos á D. Enrique. En poco estuvo
que en su llanada se dirimiera la cuestión fratricida: el ejército
de D. Pedro penetró en Álava por la parte de Salvatierra, y el
de D. Enrique, compuesto en gran parte de aventureros y no
muy distinguidos extranjeros, acampó debajo de la montaña en
cuya cumbre estaba el castillo de Zaldiarán: detuviéronse
poco y marcharon á la Rioja donde se libró la famosa batalla
de Nájera en la que fué derrotado D. Enrique, debiendo su sal-
vación al caballero alavés Ruiz Fernández de Gauna.
Hallóse en esta batalla Pero López de Ayala, una de las
figuras más conspicuas de la Edad media. Descendiente de
(i) La casa-solar de la familia del conde de Salvatierra, en Vitoria, fue á poder
de la ciudad que la destinó á cárcel, hasta 18^7 que fue demolida.
I08 ÁLAVA
¡lustre familia alavesa, antes y después enlazada con la regia
estirpe de Aragón y de Castilla, nació en 1332; mozo ya, fué
doncel del rey D. Pedro de cuyo servicio se separó para ir al
de D. Enrique. Poeta insigne y discreto historiador de cuatro
diferentes reinados, pues así manejaba bien la espada como la
pluma; creado alférez mayor de la Orden de la Banda, llevó en
esta pelea el respetado pendón de aquella , experimentando la
desgracia de quedar prisionero de los ingleses, librándose mer-
ced á un crecido rescate. Unióse después á D. Enrique, quien
en sus larguezas dio al de Ayala la puebla de Arceniega y la
Torre del Valle de Orozco, confirmándole la posesión del valle
de Llodio: nombróle en 1374 alcalde mayor de Vitoria, le con-
firió al año siguiente el mismo cargo en Toledo; le envió como
su embajador á la- corte del rey de Aragón para concertar las
diferencias que habían provocado el desafío de Juan Ramírez de
Arellano, mereciendo grandes elogios su comportamiento; no
menos distinciones mereció de D. Juan I, quien le otorgó por
privilegio rodado la villa y aldeas de Salvatierra de Álava : de
él se valió el rey para que ofreciera su amistad á Carlos VI de
Francia : y hallándole Ayala ocupado en guerra contra ingleses
y flamencos, sirvióle tan eficazmente con su consejo en la famo-
sa batalla de Rosebeck, que no sólo mereció la honra de que le
nombrase su camarero, sino que le concedió durante su vida y
la de su hijo mayor, Fernán Pérez de Ayala, mil francos de oro
anuales.
Continuó prestando á Juan de Castilla sus servicios ayudán-
dole con dignos y políticos consejos, y en la batalla de Aljuba-
rrota, después de reconocer la posición ventajosa que tenían los
portugueses y suplicar al rey que esquivase hasta la menor es-
caramuza en aquel lugar, que entendía había de resultar contra
la reputación y salud de sus soldados, como la gente moza lo
achacara á temor y comenzara la pelea, peleó bizarramente
Ayala, hasta caer en poder de los enemigos abrazado al pen-
dón de la banda. Paseáronle metido en una jaula de hierro;
ÁLAVA 109
encerráronle cargado de hierros en el castillo de Oviedes;
obluvo su rescate por 30,000 doblas ; agracióle el rey con
los cariaos de copero y camarero mayor; fué de embajador
á Inglaterra, y en las cortes de Guadalajara de 1390, prestó al
rey uno de esos servicios que no suelen ser agradecidos, porque
en vez de falaz lisonja son valerosa y digna contrariedad. Que-
ría D. Juan apellidarse rey de Portugal abrigando el descabe
Hado proyecto de abdicar en su hijo D. Enrique el reino de
Castilla, reservándose los de Andalucía y Murcia con el señorío
de Vizcaya; con lo cual juzgaba que, aplacados los portugueses
para quienes la posibilidad de unirse en una sola cabeza ambas
coronas, había sido pretexto á la rebelión, abandonarían la cau-
sa del de Avís, declarándosele sus vasallos. Al tratarse de esto,
López de Ayala, penetrado de los desastres que acarrearía tan
menguado proyecto, posponiendo toda lisonja, con gran entere-
za y dignidad lo desaprobó en un discurso, abundoso en máxi
mas políticas y morales, y el rey considerando primero irreve-
rente la libertad de Ayala, y deponiendo después su infundado
enojo, mostró su grandeza de ánimo pidiéndole perdón de haber
dudado de su fidelidad y olvidó su descabellada empresa.
Durante la minoridad de Enrique III, intervino Ayala más
directamente en la gobernación del Estado, formando parte del
consejo de regencia por voto de las Cortes de Madrid. En 1392
ajustó treguas con Portugal. Determinado el rey en el siguiente
año de tomar sobre sí el peso de la república, retiróse Ayala á
sus posesiones de Quejana de Álava, para descansar, en el seno
de su familia y en la dulce paz de las letras, de las inquietudes
de la Corte.
Entonces, 1396, dotó á la iglesia de San Juan del retablo
mayor y frontales del mismo. En otras obras pías se ocupaba
cuando fué investido en 1398 con el título de Canciller mayor
de Castilla, de cuyo cargo era exonerado el arzobispo de San-
tiago, D. Juan García Manrique. Volvió á la Corte; logró que
sus hijos Fernán Pérez y Pedro López fuesen honrados por el
lio A 1. A V A
rey con los empleos de merino mayor de Guipúzcoa y alcalde
mayor de Toledo, carg^o que él había hasta entonces por sí
ó por sus tenientes desempeñado; se dedicó asiduo á servir la
Cancillería, de cuyas tareas se desquitaba con el cultivo de
las letras durante el estío, ora en su casa de Quejana, ora en el
monasterio de San Miguel del Monte, retiro agradable, cercano
á Miranda de Ebro, hasta que falleció en 1406 en Calahorra,
sepultándose en el monasterio de Quejana, fundación de su
padre, uno de los alaveses que firmaron el acta de la entrega
en 1332.
Está situada la casa monasterio de Quejana, que no repre-
sentamos por su poca importancia artística, y perteneció á la
Orden de Santo Domingo, á 2 leguas de Orduña; conserva aún
notables enterramientos de los Ayalas, Sarmientos y Guzmán,
y en la capilla, fundación de Pero López de Ayala y de su mu-
jer D.^ Leonor de Guzmán, tiene unas grandes tablas góticas
con los retratos de los Ayalas, Fernán y Pero, y delante de
estas magníficas tablas, curas ignorantes colocaron unos altares
churriguerescos que inspiran horror. En cambio, la capilla, los
sepulcros con estatuas y otros ricos y gloriosos vestigios están
cerrados, abandonados, y cubiertos de polvo, telarañas y ense-
res viejos. Esta capilla se llamó de Nuestra Señora del Cabello,
por una imagen de oro de peso de 14 marcos, teniendo en la
coronilla de su cabeza un cabello de Nuestra Señora dado por
los fundadores.
El extenso recuerdo que hemos consagrado al eminente
López de Ayala, no sólo es merecido, sino que debiera servir de
estímulo á la provincia para que se honraran más los restos
y el sitio en que yacen, del que además de gran político, se
distinguió como poeta y filósofo, como historiador y moralista.
Tradujo del latín al castellano el libro del Sumo Bien de Isido-
ro de Sevilla, y la Visión ó Libro de la Consolación de Boecio;
sacó de los Morales de Job^ de Gregorio Magno , preciado ra-
millete de flores y sentencias ; vertió también al castellano para
Á I. A V A III
hacerlas familiares Las Décadas de Tito Livio, hasta entonces
descubiertas, la Historia Troyana de Guido de Colonna, y la
Caida de Principes^ de Boccacio : compuso el famoso poema
Rimado del Palacio, en el que con inusitada valentía combate
todos los vicios de la época, sin perdonar al mismo Sumo Pon-
tífice, porque dice muy bien,
igi. Si la cabeza duele, todo el cuerpo es doliente.
No librándose los prelados y el clero de sus censuras , tam-
poco podían librarse los reyes.
235. Este nombre de rey | de bien regir desciende:
Quien há buena ventura | bien assy lo entiende;
Kl (jue bien á .su pueblo | gobierna et defiende
Este es rey verdadero; | tírese el otro dende.
Escribió además Ayala las crónicas del Rey D. Pedro, de
D. Enrique II, de D. Juan / y de Z?. Enrique III, en cuyas
meritorias vigilias llegó á sorprenderle la muerte: en todas estas
obras es claro, conciso, elegante más que otro alguno de los
escritores de su tiempo: en todas resplandece el decoro de la
narración, la pureza y frescura del lenguaje, la sencillez del es-
tilo, sin que asome en ella, ni aun remotamente, aquella pedan-
tesca afectación , que algún tiempo después caracteriza la prosa
de los más notables escritores castellanos, que se precian de
imitar en sus producciones las elegancias latinas (i).
También acometió López de Ayala, siguiendo el camino que
su padre le trazara, la empresa de escribir la Historia de su
casa y el Libro de cetrería, que no ha visto aún la luz pública
y le escribió en 1386 estando preso en el castillo de Oviedes.
Véase, por lo expuesto, si hasta estamos obligados á reco-
mendar á la provincia de Álava, que no olvide á uno de sus
más preclaros hijos; que honre sus abandonados restos, que
enaltece á los vivos honrar á los muertos, y considere debida-
( I ) Hisiorix critic.i de la, literatura española, por D. Josi: Amador de los Ríos.
112 ÁLAVA
mente la memoria del que no sólo es una gloria de Álava sino
de España.
II
Aun cuando Álava no hubiera tomado parte, que la tomó y
mucha, en la fratricida lucha entre D. Pedro y D. Enrique, bas-
taba lo que en ella figuró Ayala. Pero no podía eximirse aquella
provincia aunque no fuera más que de experimentar las conse-
cuencias de la guerra y de las vicisitudes á ella inherentes. En
el parlamento que el rey D. Pedro tuvo en Bayona, obligábase
el de Navarra á dejar libre á las tropas confederadas el paso
por su territorio, y á combatir personalmente por D. Pedro, el
cual le daría en compensación las provincias de Guipúzcoa y
Álava, Calahorra, Alfaro, Nájera y todas las tierras que decía
haber pertenecido antiguamente á Navarra. Su rey, Carlos el
Malo, en vez de cumplir lo que pactó y firmó, conferenció á
poco con D. Enrique en Santa Cruz de Campezu, á presencia
de los arzobispos de Toledo y Santiago y de varios magnates
de Castilla, y juró por la hostia sagrada que no daría paso á
las huestes de D. Pedro y serviría con su poder y persona á
D. Enrique, que le dio en recompensa la villa de Logroño.
Mas así como los reyes disponían á su antojo de los pueblos,
éstos, cuando la ocasión se les deparaba, se entregaban á quie-
nes más beneficios les otorgaba. Derecho tenían los pueblos de
Álava á ser atendidos y amparados por D. Pedro cuyo partido
seguían ; pero no les pudo otorgar el socorro que demandaron
al verse sitiados por D. Enrique. Suplicáronle entonces les per-
mitiese capitular honrosamente, por no poder soportar ya más
tiempo el hambre y la miseria, y D. Pedro les contestó que
nunca se partiesen de la corona de Castilla, y que en vez de en-
tregarse al navarro, como pretendían, se diesen á D. Enrique.
Dispuestas estaban Vitoria, Salvatierra y Santa Cruz de Cam-
I 1 I ÁLAVA
pezu, á cumplir los deseos de D. Pedro, pero el versátil don
Tello, unido á la sazón con el navarro, medió poco noble y
caballerosamente en estos tratos, y acompañó á D. Carlos á
tomar posesión de aquellas villas. Procuró cobrarlas D. Enrique
al suceder á su hermano; lo consiguió respecto á Salvatierra
y Santa Cruz; y para que el navarro devolviera á Vitoria, tuvo
que mediar el cardenal Guido de Boloña, legado de Su Santidad.
Poco después, en la guerra de Castilla con Navarra, forma-
ron parte los alaveses del ejército castellano, siempre leales,
por lo que les mostraban todos los reyes su agradecimiento
confirmándoles sus privilegios y aumentándolos.
Las hermandades, á la vez, no habían estado ociosas ; pero
careciendo sus acuerdos de la debida unidad, la tuvieron
en 141 7, en cuyo año las villas de Vitoria, Treviño y Salva-
tierra, con motivo de los muchos y graves delitos que se come-
tían en ellas y en sus comarcas, formaron entre sí hermandad
y un cuaderno de 34 ordenanzas para su gobierno, que aprobó
D. Juan II ó más bien la reina tutora D.''^ Catalina, añadiendo
que entrasen en la hermandad otros lugares, so pena de no
protegerlos de los malhechores. Las penas que contra éstos se
establecían, eran severas, y demuestran lo que aquellos abun-
daban además del mucho daño que hacían: «por la tala maliciosa
de diez cepas de vino ó de parral ó de diez manzanos ú otros
frutales para arriba, que puedan llevar fruto , sea muerto. » Los
alcaldes de hermandad, con arreglo afuero, ejercían jurisdicción
y administraban justicia.
Las anteriores ordenanzas llegaron á regir en toda la pro-
vincia; se ampliaron en 1458 cuando D, Enrique IV, para arre-
glar el gobierno de Álava, mandó á tres letrados que con los
procuradores de ella, formasen un nuevo cuaderno de ordenan-
zas, completándose con él el cuerpo de leyes de la provincia (i),
(i) Para el completo y cabal conocimiento de la legislación alavesa, puede
verse su historia por los Sres. Marichalar y Manrique.
ÁLAVA 115
que ocupaba más extensión que al presente; pues á las juntas
para ultimar la anterior legislación, vemos que asistieron repre
sentantes de las hermandades de Miranda, Pancorbo, Saja y
otros pueblos que no forman hoy parte de Álava.
III
Los bandos gamboÍ7io y oñacino que tanto ensangrentaron
el suelo de las tres provincias hermanas, y de los que nos ocu-
paremos al escribir de Vizcaya, porque allí quedaron perpetua-
dos hasta nuestros días, tuvieran ó no su origen en tierra ala-
vesa (i), es lo cierto que en el siglo xiii mandaba en Álava el
bando gamboino representado por D. Pedro Ladrón de Gue-
vara, señor de Ulibarri Gamboa, y á su lado los Vélaseos de
Álava, los Olasos de Guipúzcoa, y los Avendaños y Urquizus
de Vizcaya; y los oñacinos tenían á su frente á D. Lope de
Oñaz, y le seguían los Mendozas de Álava, los Lazcanos y
Loyolas de Guipúzcoa y los Múgicas de Vizcaya, peleando con-
tinuamente y con ferocidad en Murguía, en Arratia, en Sal-
vatierrra, en Elorrio y en otros puntos, lo mismo de Álava
que de Guipúzcoa y Vizcaya; y esto por espacio de cerca de
cuatro siglos, durante los cuales la historia alavesa no registra
más que horrores, porque parecían haberse extinguido hasta
(i) Cuentan algunos, y como cuento lo referimos, por ser común opinión y
por antiguos escritores consignada, que en las procesiones que se celebraban en
Mayo para trasladar la virgen de Estivaliz desde su iglesia al campo de Arriaga,
llevando ofrendas que consistían en cirios, algunos hasta de ? quintales de peso,
se disputó sobre si el gran cirio* encendido y con andas, se llevaría en lo alto
(Gamboiá), en hombros, ó en bajo (Oñez), en las manos; que á ellas vinieron agria-
da la disputa, resultando muertos y heridos, y de aquellas palabras tomaron su
nombre los contendientes. — Pueril es indudablemente el pretexto; pero no menos
pueriles lo han sido otros que han ensangrentado reinos. Supónese también que
tomaron el nombre de las tierras ó casas pertenecientes á ambos partidarios: pues
Gamboa se llamaba y se llama una hermandad de la cuadrilla de Mendoza com-
puesta de ocho pueblos, separándola de Guipúzcoa la alta sierra de Elguea. y al
otro lado de ella, en aquella provincia y en lo más bajo (Oñez,' de los valles, hacia
las tierras de uñate, está el asiento de la casa de Oñez.
ii6
ÁLAVA
las nociones de humanidad. Tan exacerbadas estaban las pasio-
nes y tan endurecido el corazón de todos. Prolongábase tal
estado, porque en aquel constante bregar hacían su aprendizaje
guerrero los hijos de los caudillos que perpetuaban con su
nombre los rencores de familia y perpetuaban también á la vez
Detalle de la Basílica de Armentja
la destrucción del país ; pues apenas se daba un paso sin encon-
trar campos y montes talados, pueblos incendiados y caseríos
en ruinas. El blasón de una de las casas antiguas de Álava, de
Zarate, es la representación de las anchas hojas acuáticas del
río Zadorra, que parece quedaron cubiertas con el polvo levan-
tado por el tropel de los contendientes, con un cerco de sangre;
que fué mucha la derramada en la batalla del Zadorra, librada
al pié del alto Araca y sobre el viejo puente del camino de
Arriaga, mandando á los oñacinos Fernando Ortiz de Zarate,
primero de este apellido.
ÁLAVA ir
IV
Fundada Vitoria en una colina, apenas era dueña de más
terreno que el que ocupaba, y como la villa pertenecía al rey
de Navarra, los del llano, que era de los alaveses, no podían
menos de oponerse á las aspiraciones de ensanche de la nueva
población. De aquí la continua lucha entre unos y otros, pues
aunque en menor número los vitorianos, hallaban siempre seguro
asilo y defensa en sus torres y murallas. De ellas salían á sor-
prender á sus enemigos y á efectuar algaradas, dejando en pos
tristes recuerdos. Molestábanles mucho los vecinos de Avenda-
ño, y quejándose de ello al rey de Navarra, es fama que sacó
su espada, cortó de un golpe una planta que cerca de él había,
y dijo á los mensajeros: «Esto habéis de hacer con vuestros
enemigos;» á poco arrasaron á Avendaño.
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CAPITULO V
Álava antigua. — Basílica de Armentia.
Santuarios de Ntra. Sra. de Ayala y de Estibaliz. — Monumentos antiguos de
Vitoria. — Santa María. — San Vicente. — San Pedro. — Casas de la
Cuchillería. — Casa de los Álavas
I
Algunos templos de Álava, sin distinguirse por lo suntuosos
y antiguos como los de otras provincias, son sin embargo nota-
bles, sobresaliendo entre todos los restos de la Basílica de Ar-
mentia, cuya iglesia ya existía en el siglo ix.
La actual y casi despoblada aldea de Armentia, que se cree
fundadamente ocupa el mismo sitio que la antigua Suisacio, de
que hablan Tolomeo y Antonino en su itinerario, como una de
120
ÁLAVA
las mansiones del camino romano de Astorga á Burdeos, tuvo
en aquellos tiempos y posteriores verdadera importancia por su
gran población. De haber existido en tiempo de los romanos,
hay testimonios evidentes (i). En sus cercanías y en todo el dis-
trito desde Irufia hasta Alegría, en cuyas inmediaciones estuvo
Tulonio, se notan vestigios de la vía romana.
A la iglesia de Armentia se trasladó la cátedra episcopal de
Calahorra, y se fijó allí, después del cautiverio de esta ciudad,
la silla del Obispado alavense ; cuyo establecimiento se debió á
la piedad de los reyes de Asturias, los cuales, viendo á sus pre-
lados fugitivos á causa de la invasión sarracénica, crearon, para
conservar el culto, el obispado de Álava. Excelente prueba de
haberse visto libre de mahometanos aquella región, aun la llana,
porque á dominar en ésta, hubieran llevado á sitio más montuo-
so el Obispado. Los obispos Teodomiro, Recaredo y Vivere que
existieron en los siglos viii y ix, confirman escrituras como obis-
pos de Calahorra residentes en Álava. La extensión de esta dió-
cesis, en algún tiempo, se dilataba por el N. hasta el Cantábrico,
comprendiendo el señorío de Vizcaya; por el E. confinaba con el
(i) Cuando se reedificó la iglesia de Armcnlia en 1776 se encontró la si-
guiente inscripción romana en una piedra rota por el medio.
D
M
TIO^
(T^DOMI
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(AN ^ /LXXXV
(APVLEUA^
(vxsorm arruto
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Dice: Á los Dioses Manes.— Á Tito Domicio Lutacio Marido Piadosísimo de
85 años de edad, Apuleia su mujer cuidó de hacerle este sepulcro.
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O
— »
122 ÁLAVA
obispado de Pamplona, al cual correspondía la provincia de Gui-
púzcoa; por el S. se extendía hasta la sonsierra de Navarra y
Rioja; confinando por esta parte con el de Valpuesta, y por O.
llegaba hasta la hermandad de Urcabustaiz. Uno de los obispos
de Armentia, D. Fortunio, formó parte de la comisión que llevó
á Roma el oficio muzárabe, para presentarle al papa Alejan-
dro II, cuando se trataba de abolir aquél. Muerto Fortunio, hacia
el año 1 088, se suprimió el Obispado alavense y silla de Armentia,
agregando su jurisdicción á la de Calahorra, quedando la iglesia
de San Andrés de Armentia en clase de colegial, con canónigos
y dignidades de las cuales la principal era la del arcediano de
Álava, que residió por muchos años en Armentia, hasta que
en 1498 se trasladó la colegial á Vitoria, quedando aquella re-
ducida á una simple parroquia.
Según Iturriza, Alaquide fué el primer obispo de Armentia
elegido hacia el año de 750, á causa de haberse aumentado la
población con la ida de los españoles huyendo de los moros;
manifestando además que éste y los obispos siguientes, fundaron
las cuatro parroquias de San Prudencio, de San Martín, de San
Pelayo y de Santa Lucía, cerca ésta del año 871, y barrio de
Cestra: todas en la gran población de Armentia que la supone
con 18,000 vecinos en el siglo ix, como consta en el testamento
que otorgó el señor Ildemiro, rico hombre de Armentia, el año
citado de 871.
La iglesia de San Andrés, fundada por San Saturnino, os-
tenta, según las láminas que presentamos, arquitectura gótica,
toda de piedra de sillería blanca y bien labrada; es de una nave
muy capaz, planta prolongada, con su crucero," las bóvedas
afianzadas en arcos sillares de medio punto: la fachada constaba
de dos cuerpos; en el superior estaba Cristo con su apostolado
de talla entera; en el segundo varios relieves y letreros alusivos
á Jesucristo y á la iglesia; el más notable de ellos, sobre el din-
tel de la puerta , dice : huís \ operis • avtores rodericus [ eps.
Falta un trozo de piedra en el extremo derecho de la inscrip-
A LAVA
123
ción. La reedificación que sufrió esta iglesia en 1776, mudó
enteramente el semblante de la antigua. En las excavaciones
que se hicieron para la nueva fábrica, se encontraron algunos
fragmentos de piedra con inscripciones, varios capiteles y basas
de columnas que se ocultaron con gran descuido en las paredes
del nuevo edificio ¡ bien que teniendo consideración con la refe-
'T%:.'^Í^^iílfl&^.^^,^
Santuario de Xta. Sra. de Avala
rida puerta, la colocaron en el atrio como antes estaba, con el
laudable fin de conservar esta antigua memoria, que es induda-
blemente la más preciada de Álava ; la que representa los pri-
meros alardes del arte cristiano, en forma y manera que tanto
enaltece el sentimiento religioso del país, como honra su ilus-
tración, evidenciando su progreso en la marcha civilizadora ini
ciada en lo restante de la península.
Otro de los monumentos notables, que conserva la provin-
cia, es el Santuario de Ntra. Sra. de Ayala.
124 ÁLAVA
Asentada Ayala en jurisdicción de la villa de Alegría, dio
nombre á la famosa hermandad de 36 poblaciones. Era tam-
bién Ayala la 3.^ cuadrilla de las seis en que se dividía la
provincia de Álava, y Vicariato del obispo de Calahorra, com-
prendiendo 28 pueblos.
La antigüedad de Ayala infórmala una bella ermita ó más
bien restos de la parroquia que fué de aquel lugar, cuyos veci-
nos con los de otras aldeas inmediatas pasaron á poblar la villa
de Alegría según consta del privilegio de población que le dio
Don Alfonso XI en Sevilla á 20 de Octubre del año 1337.
La ermita, cuya vista reproducimos, está dedicada á Nuestra
Sra. de Ayala. Es digna de que se evite su completa destrucción.
En una pequeña eminencia, desde la cual se descubre una di-
latada y deliciosa campiña, á 1 1 kilómetros de Vitoria, está el cé-
lebre santuario dé Estibaliz, cuya existencia, bajo la advocación de
Santa María, consta en el siglo xi. Su dueña en el siglo xv. Doña
María López, lo vendió á Fernán Pérez de Ayala en 2,000 mara-
vedises de juro de heredad, situados en las alcabalas de la villa de
Nájera y mil florines de oro del cuño de Aragón: y la casa de Aya-
la lo traspasó al hospital de Santiago de Vitoria por 1 500 ducados
de oro el 5 de Marzo de 1542. Ha conservado pila bautismal y
sacramento, á pesar de no tener más feligreses que un sacerdote
que la sirve y pone de su cuenta la ciudad, como patrona, y un
ermitaño que cuida de su aseo y limpieza.
Según la opinión más admitida, pertenece el santuario al
arte románico de transición. El conjunto de su fachada es bello,
como pueden ver nuestros lectores por la lámina que la repre-
senta, que demuestra además los deterioros sufridos por el
tiempo y por la guerra civil, que tanto han destruido la parte deco-
rativa. Su sencilla planta coronada por tres ábsides, sus colum-
nas embellecidas por curiosos capiteles historiados, la pila bau-
tismal y un frontal de piedra del altar del Cristo, ostentan
detalles que, según opinión del señor Amador de los Ríos, lo
hacen remontar á la época visigoda.
ÁLAVA
125
En aquel santuario se reverencia á la patrona de los alave-
ses, conducida antiguamente todos los años al campo de Arria-
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M (jC^oii X*4 ^^'^ ^"y^- .
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Santuario de Ntra. Sra. de Estibaliz
ga, donde celebraba sus juntas la célebre cofradía. Poco esti
mado este valor histórico, aquella imagen mutilada y vestida á
la moderna, se conserva en Villafranca de Estibaliz, población
126
A I A V A
situada en el término del referido santuario, el cual debió ser
parroquia de esta villa, muy considerable en lo antiguo. Con
razón dice el erudito alavés señor Becerro de Bengoa que:
« Procede de toda justicia y honra de Álava, que esta basílica,
verdadero monumento arqueológico, se restaure cottcienzuda-
I
Santuario de Estibaliz. — Detalle de la Portada
J
mefite, puesto que aún queda casi toda en pié;... y procede asi-
mismo que cumplida por la provincia esta reparación, debida á
su honroso pasado, señale la Excma. Diputación un día al año,
al siguiente del regreso de las juntas de Mayo, por ejemplo, en
el cual los vitorianos y los alaveses del llano, acompañen al
Diputado á celebrar en Estibaliz una función solemne.»
A L A V A
V I T O R I A . — C A r E D R A L
128 Á L A V A
Esta reparación, que el arte y la historia exigen de consuno,
sobre conservar los preciosos restos que aún existen, evitará,
no que sirva de establo de ganados, como equivocadamente se
ha dicho, sino ni aun de casa de labranza.
Cerca de Estibaliz, hubo otra ermita famosa, el Otero de San
Román, en el cual fué armado caballero D. Pedro I de Castilla
con otros muchos caballeros en 1367, por el príncipe de
Gales.
También en Marquínez, donde además de una parroquia
dedicada á Santa Eulalia, había tres ermitas tituladas Nuestra
Señora de Violarra, San Roque y San Juan, hay aún bellezas
artísticas que admirar y antigüedades que estudiar.
Época de progreso para Vitoria fué el final del siglo xiv y
todo el XV, por lo mucho que aumentó su población, erigiéndose
entonces las iglesias de Santa María, San Vicente, San Pedro y
San Miguel.
De este tiempo datan también los edificios de la calle de la
Cuchillería, erigidos por los mismos que contribuían á la des-
trucción del país por la parte que aquellos señores tomaban en
las sangrientas discordias que ocuparon, sin interrupción apenas,
toda la Edad media. Excitadas las pasiones de todos parecían
querer neutralizar su afán destructor, ya erigiendo templos don-
de pedir el perdón de sus culpas y dar descanso á los restos
del que en vida sólo se ocupó de la guerra, ya levantando sun-
tuosas moradas que eran á la vez fortalezas, pues se necesitaban
gruesas paredes y altos torreones que amparasen la defensa y
garantizasen la acometida.
II
Si después de esta breve excursión por la provincia, entra-
mos en Vitoria, y recorremos, uno á uno los restos de su glo-
riosa antigüedad, forzoso es conceder la primacía entre todos á
la Catedral de Santa María.
ÁLAVA
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VITORIA.— Poi;tada de la Catedual
1^0 ÁLAVA
En 1 1 8 1 era á la vez iglesia y castillo ; y al elevarse la fá-
brica actual en el siglo xiv, desapareció todo vestigio de la obra
románica y del fuerte. Luce hoy el gusto gótico ú ojival, con
un hermoso pórtico cubierto, decorado con tres arcadas de ri-
quísimo trabajo, en las que bajo elegantes doseletes acompa-
ñan á la imagen de la Virgen multitud de santos de tamaño
natural, ojivas cuajadas de estatuítas y diversos asuntos de es-
cultura (i). Forman el templo tres sencillas naves y el crucero,
donde hay un notable enterramiento.
En el centro del crucero se eleva la capilla mayor con un
lindo tabernáculo, un elevado retablo de hermosa talla, obra
del original escultor alavés Valdivielso, dos elegantes pulpitos
y encima la bandera y banderines que los alaveses llevaron á la
guerra de África, una espingarda y una gumía, cogidas al moro.
Hay en la iglesia algunos enterramientos notables que los reve-
lan las inscripciones. En la sacristía, además de la sublime Con-
cepción de Juan de Carreño, es de admirar el magnífico cuadro
que representa á Jesucristo yacente en brazos de su madre,
contemplado de rodillas por la Magdalena, llamado de la Pie-
dad, que se atribuye á Van-Dick, y la cruz de clerecía de plata
y oro, primorosamente labrada, de grandes dimensiones y que
se supone ser trabajo de Benvenuto Cellini (2). Hay además
otra cruz de plata, fiiigranada de primoroso trabajo y de mé-
rito.
Notable preciosidad histórica, por ser obra de hacia el siglo xii,
según la opinión más admitida, aunque podría atribuírsele ma-
yor antigüedad , y se considera como el único resto románico
que queda, es una imagen de la Virgen, sentada, denominada
de la Esclavitud ^ llevando en la mano derecha un clavo den-
(i) Cree la tradición que está allí representada la cabeza del artista que enri-
queció aquel pórtico.
(2) No tiene mas historia esta cruz que haber pertenecido al botín que se co-
gió á los franceses en la célebre batalla de Vitoria.
Sino tan rica de metal, por ser de madera la cruz que reproducimos, es uno de
los signos más notables por su trabajo artístico del que puede envanecerse Álava.
ÁLAVA
131
tro de una S. Guardada en
una pieza de la sacristía, sólo
la sacaban, poniéndola moder-
nas vestiduras, en la procesión
del Corpus. Sin duda para que
armonizase más con los trajes
con que incautamente la vestía
poco ilustrada piedad, ha su-
frido algunas reparaciones pro-
fanas, que son de lamentar,
porque es la imagen más anti-
gua de Vitoria, y aunque no
tuviera otro mérito , conside-
ración merece.
La parroquia de San Vi-
cente, aparte de su antigüedad,
ofrece poco de notable, si ex-
ceptuamos la torre de gusto
bizantino recién construida, que
es bella, y se ha alzado sobre
el asiento de la antigua del
telégrafo óptico , y las dos
grandes conchas, de peso de 6
arrobas cada una, que sirven
de pila de agua bendita. La de
San Miguel, erigida sobre las
ruinas de una modesta iglesia
románica, ostenta, á la altura
de la población á que está el
templo, en un alto pórtico de
dos grandes arcos que contie-
nen una preciosa hornacina de
jaspe, la imagen de la Virgoi
Blanca, patrona de los vitorianos ; y hay en el mismo pórtico
Crl'z gótica de madera
1:^2
ALA VA
una bella portada de gusto romano; en el altar mayor, un
magnífico retablo de tres cuerpos con esculturas de Gregorio
Hernández; al lado, un curioso arco con labores del renacimien-
to, y en la parte exterior del ábside está el
sitio famoso donde se guardaba el Machete
vitoriano, sobre el que juraba el Síndico
cumplir fiel y lealmente su cargo, bajo pena
que le cortarían la cabeza caso contrario,
con el alfanje de hierro y acero agudo se-
mejante á el Machete vitoriano^ sobre el
cual el que juraba ponía la mano (i). La
parroquia de San Pedro tiene por la calle
de la Herrería un ancho y elegante pórtico,
con doseletes y labores qne debieron ador-
nar las estatuas, que no se colocaron, en
la vuelta de su bonito ábside ; conserva la
iglesia curiosos sepulcros con magníficas
estatuas yacentes, distinguiéndose la del
obispo de Córdoba, D, Diego de Álava,
que falleció en 1562, ejecutada en Milán;
en la capilla de los Reyes una admirable
tabla del siglo xv adornando el fondo la
decoración de un enterramiento; en la de la
Soledad llama la atención una estatua de
Gregorio Hernández, y en la sacristía una
losa de una pieza de mármol negro de
Anda, — valle de Cuartango, — que forma el tablero de la mesa,
de 13 pies y 9 pulgadas de largo y 5 y 4 de anchó.
Los conventos de San Antonio, Las Brígidas y Santa Cruz,
no ofrecen particularidad notable; menos aún los que se deno-
-*-
Machete vitoriano
(i) El último juramento prestado íué en 1841 y desde entonces no ha vuelto
á repetirse la ceremonia, trasladándose el A/ac/je/e al Ayuntamiento, en cuyo ar-
chivo se conserva como recuerdo histórico, y en el sitio donde estaba hay una
lápida conmemorativa del acto de la trasladación.
A L A \' A
VITORIA. — Puerta lateral de la Catedral
134
ÁLAVA
minaron de Santo Domingo y de San Francisco. Fundó el pri^me-
en 1194 Santo Domingo de Guzmán sobre la casa fortaleza
VI rORIA. -Iglesia de San Pedro
de D. Sancho el Fuerte de Navarra. Después de haber servido de
cuartel de caballería, ocupaba casi todas sus dependencias el
Hospital militar. El segundo, destinado á acuartelamiento de in-
ÁLAVA
Vitoria. — San Vicente
A L A V A
VITORIA.— Iglesia de San Miguel
136 ÁLAVA
fantería, fué fundado por el patriarca San Francisco en 12 14,
según la tradición; aunque no consta de documentos auténticos,
parece exacto, como se consigna en una lápida, que al santo
fundador se debe el pequeño templo de Santa María Magdalena,
cuna y origen de la actual fábrica, según lo demuestra el señor
Cola y Goiti, en su libro La ciudad de Vitoria.
Más interesante sin duda alguna para el artista la casa del
Cordón llamada así por un extenso cordón de piedra, como los de
la orden de San Francisco, sobre el doble arco ojival y una
pequeña puerta al lado de la grande del arco. Obra del siglo xiv
este caserón como su curiosa capilla, más que por su belleza
artística, es notable por sus recuerdos históricos. Habitábala,
cuando debido á las influencias del rey D. Carlos fué elevado
al solio pontificio en 1522, por muerte de León X, el carde-
nal Adriano, maestro de D. Carlos y venido á España á encar-
garse del gobierno por fallecimiento del rey Fernando el Cató-
lico; pero no pudo competir con las relevantes prendas de
Cisneros, el regente, que aunque tuvo asociado á Adriano, fué
una figura decorativa en el gobierno. D. Carlos le nombró
posteriormente único regente del reino, cuyo nombramiento y
el embarque del rey en la Coruña, acabó de desazonar á los
magnates, que no querían ser gobernados por un extranjero,
aun cuando ya gobernaban tantos, y á pesar de las excelentes
condiciones del honrado Adriano. Á llevarle la noticia de la
elección del cónclave, y á cumplimentarle de parte de Carlos V,
fué su mensajero Hurtado á la casa del Cordón. Celebróse en
Vitoria con grandes fiestas este nombramiento, y de todas partes
acudían á felicitar al nuevo pontífice (que prometió- elevar á ca-
tedral la colegiata de Santa María); no pudiendo quizá cumplirlo
por el corto tiempo de su reinado, pues apenas duró un año.
En la misma calle de la Cuchillería hay alguna otra casa de
la propia época, como la de la Sra. D.^ Guadalupe de Cincune-
gui y de Zavala, n.° 36, cuya sencilla portada revela su anti-
güedad, no exenta de belleza, y muy especialmente la casa
ÁLAVA
137
palacio del marqués de Bendaña, en estado ruinoso, demos-
trando su antigua grandeza una bellísima galería interior, de la
que la lámina da exacta idea.
La gran parte que en las discordias civiles tuvieron los Ben-
VITORIA.— Casa del Cordón
dañas, obligó á hacer de esta casa una de las principales forta-
lezas, en la que se libraron muchos y sangrientos combates.
Así su aspecto exterior tiene más de castillo que de casa.
Muy desfigurado su interior y sin reparaciones de ningún
género, no tardarán mucho en desaparecer hasta los restos
verdaderamente monumentales de este edificio, que si infurma
i3
138
ÁLAVA
la grandeza de sus fundadores, acusa la incuria artístico-histórica
de sus sucesores.
Lo propio podemos decir de la casa llamada de los Ala-
vas. Asentado este edificio entre las calles de la Zapatería y de
la Herrería, construido hacia el año de 1530, hay que compren-
der, por lo que ha quedado, la grandeza de lo que ha sido. Da
á la primera calle parte de una severa fachada de sillería, con
dos grandes puertas de arcos de medio punto, y con varios
huecos de balcones y ventanas que caracterizan la época de la
construcción, con otros restos de mayor grandeza, sin faltar los
correspondientes escudos de armas. Á la calle de la Herrería
mira la otra fachada, compuesta de dos partes; una de tres
pisos de mampostería con un cuadrante de reloj y campana,
apresado en 25 de Julio de 1782 por el ilustre marino D. Igna-
cio María de Álava en un navio inglés, y la otra parte de la
fachada la forma una galería de arcos y columnas del mejor
gusto; no lucen lo que debieran por las obras en ellos ejecu-
tadas.
Los Alavas, de esclarecido renombre, que constituyen una
de las glorias alavesas y de España, han dejado notables re-
cuerdos en esa casa, que puede ser considerada como un museo
de familia tan distinguida y por tantos títulos apreciable.
ccooa
CAPITULO VI
Disensiones civiles. — Deplorable situación del pueblo. — Despotismo
de los magnates
I
/]S tan antigua la fecha de las deplorables disensiones que
^^-^han ensangrentado la tierra alavesa, que ya en tiempo del rey
D. Sancho García y de D.^ Urraca su mujer, año 924, consta
que había bandos y enemistades en Álava y dice «que los de-
safíos y desagraviamentos que acostumbraban hasta allí, los
hayan y puedan hacer en adelante en el lomo de Otero de Es-
tibaliz en los días primeros de Mayo, después del sol salido
hasta el sol entrado, y no desde más adelante hasta el otro
día i.° de Mayo venidero.»
Aquí se daban reglas ó se consignaba cierta especie de
organización á aquellas luchas, que no es presumible observasen
140
ÁLAVA
regularidad alguna y se atuviesen á reglas, si no había autori-
dad que las impusiera, y siendo los contendientes dueños de
la fuerza y por consiguiente del país. Si nos atenemos á otros
pareceres, ya en el siglo vi existían enemistades entre los vas-
congados, que si no eran producidas por gamboinos y oñacinos,
lo eran entre otros linajes; no faltando quienes las hagan ascen-
a fe" •¿^''v v*'^'-' ^^'^ <5^ s^K I
AL ■ ^í fe3#^
VITORIA.- Palacio de Bendaña
der á los tiempos de los romanos. En todos podían existir,
porque la ambición, el interés y todas las malas pasiones tienen
más antiguo abolengo.
Al comenzar el siglo xv no pudo librarse Álava de la per-
turbación que por todas partes y más á su alrededor reinaba.
Trataron algunos valerosos alaveses de hacer frente ó poner
término á las mutuas diferencias de los magnates, especialmente
del conde de Castañeda, y más adelante de D. Pedro López de
Ayala, contra quien se hicieron fuertes las hermandades, llegan-
ÁLAVA I ^ I
do hasta cercarle en su villa de Salvatierra ; pero acudió en su
ayuda á levantar el cerco el conde de Haro, que cayó sobre la
hermandad con 500 lanzas y 4,000 infantes y la mató gente.
Así se protegían mutuamente los magnates poderosos; prolon-
gaban las luchas, aumentaban los desastres y devastaban la
tierra.
En las contiendas entabladas por los aristócratas Ayalas
contra los demócratas Callejas, llegaron á hacerse campo de
batalla las calles y casas de Vitoria (i). <Los Ayalas celebra-
ban y tenían sus hermandades en San Miguel; los Callejas en
San Pedro. Los primeros á veces en los hospitales, cuyas ha-
ciendas gastaban en bandolerías, comidas y borracheras. Así
continuaron hasta el año de 1476, en que el católico rey Don
Fernando VIos extinguió, dándoles para su gobierno y oficios el
famoso arreglamento capitulado {2) ^> ó sean las ordenanzas de
aquel año y el siguiente, que estuvieron en vigor hasta que
en 1 747 se sancionaron las modernas.
Los servicios que á los reyes prestaron los alaveses en las
guerras contra Navarra (para la que sólo el valle de Arama-
yona aprestó 500 hombres) y Portugal, en la invasión francesa
en Guipúzcoa, y en las expediciones contra Málaga, VélezMá-
laga y Granada, en cuya conquista les guiaba Diego Martínez
de Álava, les granjearon de tal manera la voluntad de los Reyes
Católicos, que guerreando éstos con el de Navarra, accedió á
los deseos de los alaveses de que conquistaran para sí la forta-
leza de Estella. Y tan deferente estuvo siempre con ellos, que
cuando entró en Vitoria D. Fernando al frente del ejército que
conducía á Guipúzcoa contra los franceses, como en Álava estu-
vieran preocupados desfavorablemente respecto á ciertos pre-
lados que en sus negocios mostraron malas intenciones á favor
(i) Hasta hace pocos años han existido algunas con sus torres, y hoy existe
la de Avendaño y otras, aunque ya desfiguradas por las reparaciones que han ex-
perimentado.
(2) Padre \'itoria.
142
ÁLAVA
de los privilegios alaveses, no querían estos en su término nin-
gún obispo; iba con el rey el prelado de Pamplona, se resistie-
ron á recibirle, y D. Fernando por complacerles le despidió. No
4 --oK}^ ■<N,:^>1
^1
• i
ii
VITORIA.— Casa antigua en la Cuchillería
podía de esto deducirse, como dedujo el obispo de Girona en
su Parolipome7ion HispanicB de los alaveses, que «la religión
cristiana sólo en sus labios la profanan.» Quizá en Álava, como
sucedía en Vizcaya y en Guipúzcoa, no estaría el país muy sa-
ÁLAVA 143
tisfecho de la ingerencia del clero en ciertos asuntos que debie-
ran serles algo, sino totalmente, extraños.
No es porque en Álava dejase de estar encarnado el espí-
ritu democrático ; pero dominaban corporaciones más aristócra-
tas que populares, y los señores atendían más á sus disensiones
intestinas y rivalidades que á los principios que informaban la
constitución político administrativa del país que les debe algu-
nos infortunios. Aquel pueblo que no abría las puertas de Vito-
ria á D.'^ Isabel la Católica, y la detuvo ante ellas hasta que
juró sobre los Evangelios la observancia y confirmación de sus
fueros y privilegios (i); y que, á" pesar de las regias cartas con
(i) «En veinte y dos de Setiembre, año del nacimiento de Nuestro Señor Jesu-
Christo, de mil y quatrocicntos y ochenta y tres años, este dicho dia fueron en
las puertas que dicen el portal de Arriaga de la leal ciudad de Vitoria, estando
cerradas las dichas puertas é las cerraron por acuerdo de dicha ciudad é de la
Junta general de la provincia de Álava, que en el dicho tiempo estaban juntos en
la dicha ciudad, estando la Reina Nuestra Señora Doña Isabel, por la gracia de
Dios, Reina de Castilla, de León, Aragón y de Galicia, etc., que venia á estar en la
dicha ciudad con otras muchas gentes de perlados y caballeros que con su Alteza
venían, en presencia de mí, el escribano, y testigos de ínso escritos, salieron fue-
ra de las puertas de la dicha ciudad á recibir á su Alteza el alcalde, justicia y re-
gidores, caballeros, escuderos, hijosdalgo de la dicha ciudad, e los diputados,
alcaldes, e procuradores de las hermandades, villas e tierras de la dicha provin-
cia, e juntamente suplicaron e pidieron por merced á dicha Señora Reina Nuestra
Señora, que á su Alteza pluguiese, pues ahora nuevamente venia y entraba en la
ciudad y su provincia, de les observar y mandar que les fuesen guardados y ob-
servados, y confirmados todos los privilegios, exenciones, libertades, fueros,
buenos usos y costumbres de la dicha ciudad de Vitoria e su tierra, e de las otras
villas, e lugares que son comprchensos en la dicha provincia tierra de Álava, e
de no nos enagenar de su corona real, e guardar todo el privilegio que señalada-
mente la dicha tierra de Álava tenia dado y otorgado por los reyes de gloriosa
memoria, e confirmado por sus Altezas : e aquello le di.xeron á su Alteza como
Reina y su señora natural: e luego la Reina Nuestra Señora dixo, que á su Alteza
le placia de lo así facer, e pusieron delante á su Alteza un libro délos Evangelios,
e sobre el libro una cruz, e su Alteza quitó un guante que en su mano traía e tocó
con su mano derecha sobre la cruz en el dicho libro e dixo que juraba por Dios
vivo e verdadero, e por la gloriosa Virgen María su Madre, e á las palabras de los
Santos Evangelios do quier que son escritas, que su Alteza guardaría e observa-
ría, e mandaría guardar e observar todos los privilegios y libertades, y exencio-
nes, buenos usos y costumbres, e preheminencias, e franquezas que la dicha ciu-
dad de Vitoria y su tierra, e las otras villas e lugares de la dicha provincia de
Álava tenían, e no enagenaria su Alteza, ni daría lugar que fuesen enagenados de
su corona real por ninguna vía ni manera, ni que los fuese contravenido ni pasa-
do contra ellos por ninguna ni alguna nanera, e que para lo así facer dixo su Alte-
za que daba e dio su palabra real: e así fecho este auto por su Alteza, abrieron las
M4
ÁLAVA
que trataron de establecerse los jesuítas en Vitoria los expulsa-
ron de la ciudad en tiempo nada menos que de Felipe II (i), no
era seguramente el pueblo de las comunidades, ni el pueblo
libre que no se doblegaba á los tiranos; pero éstos excitaban su
vanidad, su orgullo quizá para manejarle á su voluntad, para
tener en él un instrumento dócil á sus conveniencias. No era el
pueblo el que disfrutaba libertades, sino sus señores : la condi-
ción del pueblo, de las clases inferiores, no sólo desheredadas
sino vilipendiadas, no podía ser más abyecta, ni más degradan-
te, á la par que más humilde y bajamente servil; pues hasta
para cuidar y vengar su honor ultrajado, cuando el ofensor era
hidalgo ó noble, necesitaba acudir al soberano, como sucedió en
el caso siguiente, que no es el solo que la tradición y crónicas
refieren. Enlazados los Mugicas con los de Butrón, se enseño-
rearon del valle de Aramayona y requirieron á solteras y casa-
das acudieran á pernoctar al castillo, amenazando, en caso de
resistencia, con colgar de las almenas al padre ó marido de la
que no acudiese. Hubo aldeana que si no imitó á la Lucrecia ro-
mana y á la Coronel de Sevilla, se embadurnó la cara con boñiga
fresca de sus vacas para inspirar repulsión al brutal requirente.
De estos y otros atropellos inauditos quejáronse los del valle á
los Reyes Católicos, enviaron éstos un juez pesquisador; en el
puertas déla dicha ciudad e su Alteza entró en ella, e de este auto como pasó así
el alcalde, regidores de la dicha ciudad, como la dicha junta, diputados, alcaldes
e procuradores de la dicha junta de Álava, pidiéronlo así por testimonio, y á todo
lo cual fueron presentes por testigos el cardenal de España, D. Pedro González
Mendoza, y el duque D. Alfonso de Aragón,» etc., etc.
(i) Pretendieron los jesuítas fundar un colegio en Vitoria, se opuso el Ayun-
tamiento, obtuviéronlos PP. regias cartas de recomendación, escudados con ellas
llegaron á poner campanas y Sacramento; pero apenas lo supo el municipio, llamó
á ayuntamiento general, y juntos ciudad y vecinos, el 20 de Marzo de i 577, se
acordó la expulsión de los jesuítas.
Si más adelante permitió el obispo residieran en la ciudad uno ó dos de sus
individuos, continuó la prohibición de fundar casa y de adquirir hacienda raíz
en toda la comarca.
Posteriormente, D. Diego de Rojas y Contreras, obispo de Cartagena, y gober-
nador del Supremo Consejo de Castilla, les permitió fundar el colegio de San
Prudencio.
ÁLAVA
M5
propio día de su llegada tuvo veinticinco denuncias de forza-
mientos de otras tantas mujeres, y á su virtud fué demolido el
castillo de Barajuen, teatro de tamaña afrenta.
\"ITORIA.— Casa antigua en la Clciullería
En el mismo libro Los Vascongados en que se refiere este
suceso, se dice: «También hasta la misma época (la publicación
de la Constitución de 1820) tenían el derecho los señores de la
casa ó castillo de Villanáñez, de que los vecinos de este pueblo
vinieran durante la siesta á apalear con varas las aguas del
19
I |6 ÁLAVA
íoso de esta casa para que no cantasen sus innumerables
ranas.»
¿Qué clase de privilegios y libertades gozaban estos des-
graciados? Cuando los hombres no salían de la tierra á pelear
con sus señores que se ponían á sueldo de los reyes para en-
grandecer sus estados, se veían obligados á tomar las armas
para destrozarse en civil contienda, y era el premio de la san-
gre que derramaban y de los sacrificios que hacían, la deshonra
de sus madres, de sus mujeres ó de sus hijas, y la abyección de
todos. ¡Qué utilidad reportaba al honrado labrador, al pueblo
todo, el no contribuir al mayor esplendor y riqueza de la patria
común, y hacerlo al señor que disponía de su vida y ultrajaba
su honor! Solamente la grande ignorancia en que se tenía al
pueblo, y su respetuosa obediencia, por no decir servilismo,
podía sostener aquel estado de cosas que tanto se ha prolon-
gado, porque se ha prolongado también la ignorancia, basada
en la superstición y en el aislamiento (i). No hubieran dispues-
to seguramente aquellos señores tan á voluntad de aquellas
pobres gentes constituidas en verdadera servidumbre, á disfrutar
el pueblo de verdaderas libertades y fueros; pero éstos eran
para los que les envilecían. ¡Cuan distinta era la situación de
los pobladores de realengo! Así se amplió tanto, y mejor hu-
biera sido á ser los reyes menos dadivosos con los magnates y
más justos.
Los monasterios que empezaron á establecerse con humil-
dad cristiana, desinterés y modestia, fueron haciéndose tan alti-
vos, interesados y soberbios, que las Juntas generales de Álava
(5 Mayo, 1523) acordaron suplicar en nombre de la provin-
(i) Explotábase'admirablemente esta triste condición del pueblo. En algunos
del valle de Ayala, ciertos especuladores devotos, inventores de milagros para
explotar más la caridad pública y fe religiosa, obteniendo mayor abundancia de
limosnas, llevaban dos crucifijos, uno de ellos calentado á muy elevada tempera-
tura, y según eran ó no favorablemente acogidas sus postulaciones, así daban á
besar una ú otra de las dos sagradas imágenes, abrasándose por consiguiente los
labios de los poco dadivosos con aquellos embaucadores, hasta que fueron des-
cubiertos.
ÁLAVA 147
cia á SS. MM. mandasen refrenar las compras de heredamien-
tos y juros que hacían los monasterios, por el gran daño que
reportaban á sus vecinos.
No era pues muy lisonjera la condición del pueblo en Ala-
va, donde tal predominio ejercían los señores, que desmesura-
damente lisonjeados, por necesitarlos D. Enrique II para sus
guerras con D. Pedro y hacerse perdonar su bastardía, prodigó
señoríos y mercedes, y su hijo D. Juan I tuvo que poner coto á
la prodigalidad de su padre, prohibiendo á los vasallos realen-
gos, que pudiesen serlo á la vez de los magnates y caballeros.
Ejercer poder y usurpar atribuciones era moneda corriente, en
el que tenía fuerza, la cual era la verdadera razón de estado.
« Los mismos y aún más desastrosos efectos que las debili-
dades y necesidades de los monarcas habían producido en Ála-
va respecto al señorío particular antes de los Reyes Católicos,
produjeron después la tiranía y despotismo de la casa de Austria,
mayormente pasadas las guerras de las comunidades, en que
tan activa parte tomaron algunos señores alaveses. El señorío
se desbordó, y al tratar de la jurisdicción hemos ya visto, que
de las 53 hermandades que componían la provincia, hubo épo-
cas en que sólo 1 7 eran realengas, y todas las demás pertenecían
á señorío, y que las casas de Hijar, Oñate, Infantado, etc., po-
seían en señorío las tres cuartas partes de la provincia. El mal
ha llegado hasta nuestros días, y gracias á las cortes de Cádiz,
ha desaparecido para no volver, contribuyendo poderosamente
á desarraigar de cuajo la influencia señorial, las leyes de desvin-
culación y abolición de diezmos, porque apenas había población
en cuyo diezmo no fuese partícipe algún señor, viéndose cons-
tantemente molestadas por diezmeros, silleros y demás cobra-
dores de esta prestación (i).>
( I ) Historia de la Legislación citada.
m
CAPITULO VII
Apuntes de la historia moderna de Álava
Señónos. — Despoblación. — Aduanas.— Sumisión á Francia,
de los. alaveses. — El general Álava
Patriotismo
V T PENAS se había restablecido la paz que interrumpieran las
j --^comunidades, cuando tuvo que aprontar Álava un contingen
te de 2,000 hombres de guerra para enviarlos contra los france-
ses mandados por Andrés de Fox que acababa de conquistar á
Pamplona, en cuya defensa fué herido Ignacio de Loyola. Co
frieron los alaveses á levantar el sitio de Logroño ; obtuvieron
después valioso triunfo en Noain, haciendo su prisionero al ge-
neral Fox; vertieron generosa y bizarramente su sangre ante
los muros de Fuenterrabía ; y en todo el reinado de Carlos I y
en el de Felipe II, continuaron contribuyendo con hombres y
provisiones para aquella constante lucha con los franceses.
Entonces aquellos magnates, que tanto llevaban la voz del
pueblo cuando les convenía, se apresuraron á aprovechar los
rigores del poder absoluto, siguiendo malas costumbres por
I!^0 ÁLAVA
las cofradías toleradas, y faltando á lo pactado, á lo que cons-
tituía fuero y privilegio en la provincia, á la cláusula primera de
la concordia de 1332 que prohibía enagenar ningún pueblo de
Álava separándolo del señorío de la corona. Varios nobles, de
los que cuidaban más estar al lado de los reyes que otorgaban
mercedes, que al de los pueblos que pedían justicia y protección,
hallaron fácil manera de obtener el señorío de varias localidades
alavesas, titulándose descaradamente señores y exigiendo con-
tribuciones, como si las merecieran mejor los particulares que
el Estado. Y todo esto, sin protesta de los pueblos ni de sus
autoridades, que soportaban todos la tiranía del poder, la orgu-
llosa ambición de la aristocracia y la abyección propia. ¡Qué de
extrañar es lo reducida que quedó la población de Álava, pues
en el siglo xvii, según el pleito seguido entre la provincia y
Vitoria, parece que ésta tenía 800 vecinos y aquella 14,000,
aún contando con más pueblos que hoy !
Es verdad que había contribuido mucho á su despoblación
la expulsión de los judíos en 1492 ; pero aún así, en 1490, tenía
más habitantes que á principios del siglo actual.
En 1636, á pesar de la pobreza en que estaban sumidos sus
pueblos, envió la provincia 400 hombres para la defensa de
Fuenterrabía ; se les unieron 600 más al año siguiente, invadie-
ron la tierra francesa de Labort, y al regresar á Álava, no to-
dos, llevaron consigo una epidemia que apestó al país.
Al tomar Irún los franceses y amenazar á Fuenterrabía (i 638)
envió Álava 800 hombres y 12,000 fanegas de trigo. Aun en
medio de la miseria creciente de los sufridos alaveses enviaban
hombres para las guerras de Francia y Cataluña, hasta que
^^ 1653, no había hombre disponible que dar; en los tres años
siguientes aún se pudo disponer de 100 hombres en cada uno;
de ninguno en 1659, y posteriormente se fueron dando otros
ciento, tripulando los del año 1663 la escuadra de Oquendo.
No fué menos triste para Álava, que lo fué para toda Espa-
ña, el funesto reinado de la casa de Austria; y aunque no pu-
ÁLAVA I ; I
dieran esperar grandes atenciones de la nueva dinastía, procu-
róles, á la v^ez que á España toda, un gran beneficio, poco
estimado de los alaveses, por ser menos comprendido. Mandó
D. Felipe V en 1717 (i) que las aduanas de Vitoria, Orduña y
Balmaseda se trasladaran á la frontera y puertos de mar ; pero
reclamó la provincia contra esta medida como contraria al fuero,
y á los cinco años se ordenó que las aduanas establecidas en
Bilbao, San Sebastián é Irún, volvieran á los puntos en que an-
tes estaban. Daba así el rey á los alaveses, á los guipuzcoanos
y vizcaínos una evidente prueba de lo mucho que estimaba tsu
especialísima fidelidad y amor, y que nunca había sido ni era su
ánimo perjudicarles, ni minorarles sus privilegios, exenciones y
fueros, y pesando más en mi estimación confirmarles este con-
cepto que cualesquiera intereses que pudieran de lo contrario
resultar en favor de mi real Hacienda, etc.» ; pero perjudicaba
á los vascongados, ó más bien se perjudicaban ellos mismos,
pidiendo la conservación de unas aduanas que les hacía apare-
cer como extranjeros en su patria, que imposibilitaban la crea-
ción de toda industria y manufactura, que eran la remora de
todo progreso, de su riqueza y de su bienestar ; así que, los más
ilustrados vascos desearon después la traslación de las adua-
nas á la frontera, y al efectuarse esto en 1841 comenzó para las
provincias vascongadas la era de prosperidad de que hoy dis-
frutan, por el desenvolvimiento que han adquirido las artes y la
industria, sustituyendo á las humildes ferrerías antiguas, las ad-
mirables fábricas de fundición que ostenta Bilbao, y las no me-
nos notables fábricas de toda clase de artefactos que se hallan
en las tres provincias, merced al contrafuero del establecimiento
de las aduanas en la frontera y puertos de mar. Se han creado
(i) Este monarca había dicho ya en 6 de Agosto de i 703. confirmando la Es-
critura de 1332: «Siendo la provincia antes libre y que no reconocía superior en
lo temporal, gobernándose por propios fueros y leyes como consta en la escritura
de contrato de dicha entrega que está confirmada por los reyes mis predecesores,
y por mi en 13 de Julio de i 70 i . etc.»
152 ÁLAVA
tantos intereses desde entonces al abrigo de los aranceles, y se
ocupan tantos brazos, que no hay fuerza humana capaz de des-
truir la obra benéfica de la industria moderna, ni quien lo intente
con razón. El país lo ve y lo reconoce: sobrellevando antes una
existencia más miserable que próspera, abiertas sus fronteras al
trabajo extranjero, desde que han protegido el suyo las aduanas,
ha cesado en gran parte esa emigración dolorosa á Ultramar en
busca del sustento que les negaba su suelo por no hallar en él
ocupación. Hágase la estadística de los obreros que mantienen
las fábricas de las tres provincias levantadas desde la traslación
de las aduanas, y se verá de cuánta prosperidad es deudor el país
á este contrafuero, no sólo consentido sino sustentado, desechan-
do la junta de 1843 ^^ Vizcaya una proposición en sentido con-
trario. Y no es sólo la industria la que puede concurrir en mu-
chos ramos á la sombra de la protección con la extranjera
similar; también el comercio se ha desarrollado extraordinaria-
mente, reducido antes á los pobres consumos de un país pobre,
y al contrabando á Castilla. Testigo, sino, Bilbao, cuya aduana
es de las más productivas; cuya matrícula y número de casas
envidiarían otros puertos, cuya marina aumenta de día en día,
y su riqueza y población.
Los franceses que trajeron y defendieron á Felipe V, le
declararon á poco la guerra, invadieron Guipúzcoa, de la que
se hicieron dueños sin mostrar los invasores grande saña, pues
decían que no era la guerra contra el rey ni contra los españo-
les, sino contra el ministerio. Solicitaron en este sentido la sumi-
sión de Álava, y se dirigió ésta al rey mostrándole su situación ;
y aquel monarca, desde Almansa, el 22 de Agosto, escribió á
la diputación exponiendo la injusticia de lo que el Mariscal pre-
tendía, y que no debía enviar diputado alguno á tratar con el
mismo, «pues una provincia en que el enemigo no tenía plazas
ganadas ni tropas establecidas, no debía darle la obediencia ni
enviar diputados. ^ — Ó no llegó á tiempo esta comunicación ó
no pudieron complacer al rey, porque los diputados Salinas,
ÁLAVA 13^
Salazar, Berastegui y Montoya, con el secretario de la provincia
Echávarri y además Landázuri, acudieron á Bayona á prestar
en manos del mariscal Berwick su obediencia al rey de Fran-
cia (i). Por los poderes que el de Berwick tenía, concedió todo
(1) Y dice el documento ele adhesión : «en consecuencia de lo que V. A. se
sirbió prebenirles y ordenarles después de haverles admitido benignamente, el
acto de su reberente sujeción, proponen á la generosa y Noble piedad de V. A. que
la dicha Provincia desde su primera erección, se mantuvo siempre libre, gober-
nándose por sí, sin conocer superior en lo temporal, en la hera de mil trecientos
y setenta años, en que boluntariamentc se unió á la Real corona de Castilla, en-
tregándose a el Señor Rey Don Alfonso, el onceno, debajo de ciertos pactos, y
con la misma libertad, fueros, usos y costumbres en que se gobernaron, y los Se-
ñores Reyes Católicos la han mantenido cada uno en su tiempo, añadiendo su
gran justificación, otros diversos privilegios confirmados y jurados por los Seño-
res Reyes sus subcesores, y últimamente por el Señor Fhelipe Quinto, con el es-
pecialisimo de las entregas, de que dimanan sus mayores franquezas y exemp-
ciones, Inconcusamente observadas y guardadas, sin cosa en contrario, como
todas las demás leyes del Quaderno con que la dicha Provincia se gobierna, lo
que los dichos comisarios en su representación suplican rendidamente al Señor
Rey Cristianísimo y á V. A. en su real nombre se sirva declarar competerles. Y
que la obediencia prestada en manos de \'. A. debe entenderse por su soberana
piedad, debajo de la estimable condición de guardarla y hacerla guardar en todos
tiempos y acontecimientos, todos sus fueros, leyes, privilegios, usos y costum-
bres, en la misma conformidad que les han sido observadas, guardadas, y practi-
cadas hasta su última confirmación, y juramento, como también á su ciudad, villas
y lugares los demás honores, gracias particulares, privilegios, franquezas y liber-
tades, mercedes, establecimientos, costumbres, facultades y arbitrios que gozan
para su gobierno y consistencia, en que esperan que V. A. les dispense el des-
aogo y providencia que solicitan, para que la Provincia quede asegurada en el
honor y en la complacencia de que en lo futuro también se le observarán, los fue-
ros, franquezas y privilegios : Así de su Natiba libertad como de las que le han
concedido la benignidad de los Señores Reyes.— Proponen á V. A.queel terreno de
dicha Provincia, es y ha sido tan estéril, que no goza de otros írutos que de una
corta cosecha de granos tan escasa, que apenas alcanza á la manutención de sus
Naturales, y que con la Industria de el comercio en que la necesidad le á puesto,
y le ha facilitado la situación de las Aduanas de su territorio, con la total libertad
de no contribuir con derechos algunos de todo cuanto necesitan sus Naturales y
habitadores, conduciéndolo de cualesquiera puertos .Marítimos y otros parajes, á
podido subsistir y atraer dependencias y géneros que necesita para su conserva-
ción, en cuya posesión invariable deribada del citado privilegio de las entregas,
sea mantenido, y esperan para que no se disipe y aniquile enteramente : sea de
serbir \'. A. de preferir la forma que le asegure en el goze de la referida fran-
queza.
«—Proponen á V. A. también que los Señores Católicos Reyes en atención á la
libertad y nobleza de esta dicha Provincia nunca la han pensionado con alojamien-
tos de tropas, y en todos tiempos y ocasiones que los señores comisarios de Gue-
rra del Rei han conducido algunas por el territorio de dicha Provincia, antes de
entrar en ella y con término competente han dado aviso a su diputado General
como Maestre de Campo y Comisario General que es de ella, para que nombre
ao
154 ÁLAVA
lo que se le pedía, «la manutención de sus fueros, privilegios,
exenciones, libertades y demás contenido en dicho memorial,
y por tan grande beneficio no les pido otra cosa que quedar
quietos en sus bienes, conforme á la obediencia que me ha dado
la Provincia por sus cartas de 22 y 24 de este mes y acta que
en su consecuencia han ratificado sus diputados; dado en Bayo-
na á 29 de Agosto de 17 19. — Berwick (i).»
Sometida á Francia quedó Álava y en situación especial
y difícil, hasta que ajustada la paz en 1721, volvió á ser
española esta preciosa parte de la Península, aun cuando no
había sido francesa más que en el papel ó contrato otorgado
por la necesidad; pues no se registra el menor hecho en que
desmerecieran los alaveses de su acendrado españolismo; así
que, al decir un distinguido y apasionado escritor alavés, «no
se mostró resentido el monarca con el país sino muy al contra-
rio,» se ignoraban los verdaderos antecedentes de la sumisión;
y era justo que dijera D. Felipe, como dijo, que: «atendiendo á
comisarios y salgan á recibir dichas tropas, á quienes las entregan los del Rey
para que las bayan conduciendo por los tránsitos mas cómodos á fin de ebitar
desórdenes y hacer que se prebenga todo lo que necesiten y de que han dado sa-
tisfacción á los mas justos y moderados precios, sin que por la Provincia se les
aya dado mas que el cubierto como sea executado siempre, y practico en el año
de mil setecientos y cuatro cuando pasaron por dicha Provincia las auxiliares
tropas de Francia, en consideración de los dichos privilegios y de la pobreza de
sus Naturales, y ninguna disposición que ay en los pueblos de su recinto para
alojarlos, y mucho menos para poderlo executar sobre esperar los referidos comi-
sarios experimentar los sobresalientes efectos de la soberana conmiseración de
V. A. Asi lo esperan de la noble propensión de su Magestad cristianísima y de que
se dignara su Real benignidad de Interponer sus Fleales Oficios con los Señores
Aliados, y especialmente con el rey de la Gran Bretaña á fin deque se sirban con-
ceder su protección en todo lo que ba espresado en este memorial como se lo pro-
meten de los favorables y eficaces influjos de V. A. y lo firman en la ciudad de
Bayona á veinte y nuebe dias del mes de Agosto de mil setecientos y diez y nue-
be. — D. Pedro de Salinas.— D. Tomás Francisco de Salazar.— D. Benito de Beraste-
gui.— Landázuri. — D. Diego de Montoya por la xM. N. y M. L. provincia de Álava su
secretario D. Pedro González de Echávarri.»
(t) Este pacto le garantizó Stanhope en nombre del rey de Inglaterra, bajo
cuya real protección ponía á la provincia de Álava, y la « prometía su Real garan-
teria de el mismo modo y extensión que ha sido concedido y prometido á ella, aqui
sobre referido, por el señor Mariscal duque de Berwich, de parte del señor Rey
Cristianísimo.»
ÁLAVA 155
lo que aquellos naturales tienen merecido en mi servicio por su
especialisima fidelidad y amor, y á que mi ánimo no ha sido ni
será nunca perjudicarles ni minorarles sus privilegios, exencio-
nes y fueros, y pesando más en mi estimación confirmarles este
concepto que cualesquiera intereses que pudieran de lo contra-
rio resultar en favor de mi real Hacienda... he resuelto... que
las aduanas planteadas en los puertos marítimos de Bilbao, San
Sebastián é Irún, se trasladasen á los puertos secos y parajes
de Orduña, Vitoria y Balmaseda, donde antes existían. >
II
La revolución francesa que inauguró el período de progreso
y libertad en Europa, tuvo gran resonancia en las provincias
vascongadas, en las cuales se dio prueba de una ilustración
poco común en el resto de España, leyéndose con avidez las
publicaciones de los enciclopedistas extraordinariamente gene-
ralizadas en todo el país vasco, especialmente en las capitales
y pueblos de importancia. De aquí el que tanto simpatizaran los
vascongados con los principios liberales proclamados por Vol-
taire y Rousseau.
Fuera por este sentimiento político, aunque sólo encarnado
en la gente más principal de las Provincias, ó por lo que á
Godoy disgustaran los fueros que con frecuencia se oponían á
sus deseos, aun cuando halló diputados que le consideraban,
como al rey, sagrado é inviolable (i), se propuso destruirlos,
cediendo sólo obligado por las circunstancias (2).
(t) Al exigir Godoy la reposición de cierto comisionado, contestó el diputado:
«cuando relevé á D. Gaspar de Vivanco, no pensé que podía ofender el decoro
personal de V. E., sagrado inviolable, de todos mis respetos.»
(2) En I 794 el duque de la Alcudia escribía al general Rubí que mandaba á
la sazón el ejército de Guipúzcoa, «que por entonces disimulara para no embara-
1^6 ÁLAVA
Los excesos á que se entregó el jacobinismo francés, asus-
taron á los que en España habían simpatizado con las ideas
que comenzaron la revolución, y al tener que hacer frente á
sus ejércitos invasores, no alentó á los españoles más que un
sentimiento, aun cuando por contrarrestar á los franceses se
sostuviera una política, ó lo que la personificaba, refractaria á
las personas de más ilustración en el país. Acudieron los alave-
ses á la defensa de la patria, tomando parte en las campañas
de 1793, 94 y 95, derramando su sangre en los combates de
Elgueta y Sasiola.
Un hecho notable para los vitorianos registra la historia de
este tiempo. Al llegar el 14 de Abril de 1808 Fernando VII
á Vitoria de paso para Francia, se propusieron libertarle, con-
certando el plan el alcalde Urbina, D, Mariano Luís de Urqui-
jo y el duque de Mahón. Dispúsose que huyera disfrazado,
ya saliendo por la carretera de Vergara para Francia, protegi-
do por el regimiento de infantería del Rey, ó hacia Durango.
Don Fernando, por no distinguirse en aquella ocasión como en
ninguna se había distinguido con un acto valeroso, é incapaz de
apreciar el generoso sacrificio de los vitorianos, ni su patriótico
deseo, no tuvo ánimo para secundar el proyecto ni arrostrar el
menor peligro. No querían los vitorianos que saliese de la capi-
tal, y sobre todo que siguiera á Francia; pero bastaron al rey
las seguridades y pruebas de afecto que le daba Napoleón, en
carta que el i 7 recibió en Vitoria, para apresurarse á seguir á
Francia. Impulsados los vitorianos por su afecto monárquico, y
sin cuidarse de que estaba Vitoria guarnecida por 4000 france-
ses mandados por el general Verdier, y 300 granaderos de
caballería de la guardia imperial, reuniéronse en la puerta su-
perior del Ayuntamiento donde estaban los coches, protestaron
contra la partida y el manifiesto engaño, rompieron por dos
zar las disposiciones de la guerra, porque era conveniente halagar á los estúpi-
dos del país y sacar partido.» (Colección de documentos de la guerra con Francia,
desde lyg) á lyq^f.)
i
<
>
1^8 ÁLAVA
veces los tirantes del coche, y se decidieron á morir antes que
consentir que el rey marchara. Estando como estaba la guarni-
ción sobre las armas, el conflicto era inminente y sería sangrien-
to; la partida de Fernando iba á ser la señal ; pero se apresuró
á publicar un decreto asegurando á los vitorianos « que estaba
cierto de la sincera y cordial amistad del emperador de los fran-
ceses, y que antes de cuatro ó seis días darían gracias á Dios y
á la prudencia de Su Majestad de la ausencia que ahora les in-
quietaba»: hubieron de resignarse. Creían, en su entusiasmo y
respeto monárquico, que el rey no les engañaba.
Y no fué Fernando VII, sino el engañado José I el que entró
á poco en Vitoria (i i de Julio) de paso para Madrid, á ocupar
casi por fuerza un trono que no ambicionaba, y que le obli-
gaba á sostener la despótica voluntad de su hermano. Volvió
á la capital alavesa al mes, á consecuencia de la derrota
de Bailen, y allí esperó al emperador que llegó el 8 de No-
viembre.
En aquella lucha, verdaderamente titánica, los alaveses hi-
cieron lo que todos los españoles, tomar las armas y derramar
valerosamente su sangre. Invadió Napoleón las provincias vas-
congadas, suspendió los fueros, volvió á llevar las aduanas á las
costas y fronteras, y creó el Gobierno de Vizcaya que compren-
día las tres provincias; las cuales, á despecho de los invasores
procuraban reunirse en juntas, y en una de estas se nombró di-
putado al general D. Miguel Ricardo de Álava, que había apren-
dido como marino el manejo de las armas en los encuentros en
el cabo de San Vicente y en el de Finisterre, valiéndole el pri-
mero el ascenso á oficial, y teniendo en el segundo la honra de
pelear al lado de Gravina, como ayudante suyo. También os-
tentaba el glorioso timbre de haber peleado valerosamente en
Trafalgar. Ascendido á capitán de fragata, como ya no era en
el mar donde más había que defender la patria, sino en tierra,
ingresó en el ejército en el que derramó su sangre y conquistó
la faja de general.
ÁLAVA I Sq
Tuvo Álava no pequeña parte en la célebre batalla de Vi-
toria el 2 1 de Junio de 1813, y debióle la ciudad el no haber
sufrido el saqueo y el incendio de que fueron víctimas otras po-
blaciones que no tuvieron la suerte de que las salvara tan vale-
roso patricio, al que en prueba de agradecimiento regaló Vito-
ria una espada de oro, y quedó grabado en el corazón de todos
los vitorianos el nombre de tan esclarecido alavés (i). Sólo una
reacción insensata y un inconsciente fanatismo político de quie-
nes tienen en más sus extraviadas pasiones que el alto senti-
miento de la patria, podían haberse atrevido á quemar en la
plaza pública de la Diputación, por ser liberal, el retrato del
que tantos beneficios había dispensado aun á los mismos que
con tan negra ingratitud le pagaban ; llegando sus compatriotas
hasta á embargarle sus rentas y sueldos, teniendo que buscar
en suelo extraño la seguridad y consideraciones que su patria
le negaba.
Fernando VII, al que disgustaban los fueros vascongados,
nombró en 18 14 una junta que «refórmaselos abusos que nota-
ra en las provincias vascongadas respecto al Ministerio de Ha-
cienda»: en 1820 se consideró la Constitución más justa y be-
néfica para las provincias que los fueros y se suspendieron
éstos, restableciéndose en 1823; al año siguiente se cometió el
contrafuero protestado por el país y aplaudido por los realistas,
de exigir un donativo temporal de tres millones de reales al
año; en 1829 se mandó al canónigo D. Julián González, que
€ imprimiese la colección de todos los documentos relativos á las
(1) No puciiendo consentir la provincia que los restos de D. Miguel Ricardo
de Álava continuaran en Barégés (Altos Pirineos) donde falleció el 14 de Junio
de I 84 3. los trasladó á Vitoria, y el .2 1 de Junio de i 884, después de haberlos te-
nido expuestos al público en el Palacio de la Diputación, los condujo procesio-
nalmcnte á la iglesia de San Pedro, en la que se celebraron solemnes honras
y Misa de Réquiem, pronunciando la oración fúnebre el ilustrado párroco señor
Lámbari, y por la tarde, con honores de capitán general en mando, se llevaron
al panteón de familia que existe en el cementerio de la ciudad.
No recuerda Vitoria se haya efectuado entierro más suntuoso, ni fiesta cívica
más solemne; pero esto no basta: la ciudad, la provincia toda, debe un monumen-
to público á tan esclarecido patricio.
l60 ÁLAVA
provincias vascongadas, recogidos y copiados por él mismo ;^ y
esta obra iba á servir de fundamento para la extinción de los
fueros, que se suspendió por las invasiones liberales en 1830.
La historia de Álava, después de la guerra de la Indepen-
dencia, no se distingue más que por la exacerbación de las pa-
siones políticas; pues hasta en la insurrección de 1827 que tuvo
su principal foco en Cataluña, tomaron también parte los alave-
ses, formando D. Pedro Lansagorreta una pequeña partida,
con la que penetró por sorpresa en Ullibarri-Arrazua, á legua
y media de Vitoria, se apoderó de las armas de algunos volun-
tarios realistas y se encaminó á Guipúzcoa. Los de Aramayona
arrestaron después á Lansagorreta, y dieron fin á aquel amago
de insurrección. Siete años duró la que acaudilló en 1833 el di-
putado foral D. Valentín de Verastegui, ayudado por los domi-
nicos y franciscanos desde el pulpito: consignados están en otra
obra los hechos de aquella fratricida lucha, así como la parte
que Álava tomó en los tristes sucesos políticos de 1 841, en la
guerra de África y en la de Cuba.
Modesto y sencillo el alavés en su trato , honrado, valiente,
fiel cumplidor de su palabra , cuando obra impulsado por sus
propios instintos, vese siempre en él al hombre de ejemplares
costumbres, de virtudes públicas y privadas, al buen ciudadano,
al honrado padre de familia ; pero cuando abdica de su propia
voluntad por seguir la del que le conduce á servir sus pasiones,
se identifica con ellas y se hace instrumento de muerte y de ho-
rrores el que por propio instinto lo es en estado normal de paz
y de ventura.
CAPITULO VIII
Fueros
Antes de incorporarse Álava á Castilla, se gobernaba y re-
gía la provincia no por fuero escrito sinon por alvedrío; pero na
fué obstáculo para que D. Alfonso X otorgara á Vitoria y á
algún otro pueblo de la provincia el Fuero Real ó Libro de las
leyes, que se fué generalizando á todo el territorio perteneciente
á la cofradía de Arriaga.
En 141 7, como vimos, Vitoria, Treviño y Salvatierra que
formaban hermandad, se reunieron para formar un cuaderno de
34 ordenanzas, á fin de perseguir y castigar los malhechores, y
evitar « los muchos e enormes e graves delitos que se hablan
> cometido e perpetrado asi de noche como de dia, robando e
»furtando e pidiendo pan, vino, e tomando viandas en poblada
le en despoblado, e desafiando sin razón, e matando á los ino-
102 ÁLAVA
>centes sin culpa;» cuyo cuaderno aprobó la reina tutora Doña
Catalina, á cuya aprobación se sometió, enmendando algunas
ordenanzas. Organizóse á su virtud la hermandad de Álava,
creándose los alcaldes de hermandad, sin suprimir por esto la
jurisdicción de los jueces ordinarios de los lugares.
Ó abundaban los delitos ó se estimaba en muy poco la vida
de las personas, por lo que se prodigaba la muerte en aquellas
ordenanzas ; pues hasta por un hurto insignificante se ahorcaba
al villano, y si era fijodalgo se le enterraba vivo. Por delitos pe-
queños se cortaba las orejas al delincuente á raíz del casco. No
se concedía apelación del juicio y sentencia de los alcaldes en el
momento que hubiesen comprobado la verdad. Lo cierto es que
se necesitaba todo este rigor, porque según de las mismas orde-
nanzas se deduce, la osadía y atrevimiento de los malhechores
tenía por causa principal la protección que les dispensaban algu-
nos caballeros y personajes de la provincia. Confirmó este cua-
derno D. Enrique IV en 1458, formando uno nuevo con leves
aumentos y correcciones, y en 4 de Mayo de 1463 mandó desde
Fuenterrabía á los doctores González de Toledo y Gómez de
Zamora y al licenciado Alonso de Valdivieso, que acababan de
formar las ordenanzas de Guipúzcoa, que, por no guardarse algu-
nos de los capítulos del cuaderno de la hermandad de 1458,
porque otros debían ser reformados, corregidos y algunos aña-
didos, y por otras causas que habían redundado en deservicio
del rey y daño de la provincia, les daba poder para que cono-
ciesen de las reformas de la hermandad, reformasen y corrigie-
sen los capítulos del cuaderno que vieren se debían corregir y
enmendar y añadiesen los capítulos y cosas que fuesen necesa-
rias y cumplideras. Á su virtud se formó un nuevo cuaderno de
60 ordenanzas, le presentaron para su discusión y aprobación á
los procuradores de las hermandades de Álava, y reunidos en
Rivavellosa le aprobaron el 1 1 de Octubre de 1463, sancionán-
dole luego D. Enrique.
Este cuaderno, que es una de las bases del derecho político
ÁLAVA lÓ'J
de la provincia de Álava, ocupábase de los alcaldes, de la con-
tabilidad, repartimientos, estableciendo que en ningún caso se
podrían tomar ni vender los vestidos y ropas de cama ; decretá-
base la revisión de cuentas desde 1460 por sospechas de infor-
malidad y poca exactitud en ellas; se exigía para los enviados
en corte que no tuviesen negocios particulares en ella, y que
antes de pagarles á su vuelta el salario que se les señalase,
prestasen juramento de no haber agenciado negocio suyo parti-
cular; se prohibía que los caballeros y otras personas poderosas
tomasen prendas por autoridad propia y sin mandamiento de
juez, bajo severísimas penas pecuniarias ; que se protegiera á los
malhechores y acotados, y si alguno los acogiere en su casa,
sufriría la misma pena que mereciesen los delincuentes, y sus
casas tomadas, derrocadas y quemadas por la hermandad, «por-
que sea pena á ellos y á otros ejemplo ; » los nombres y señas
de todos los criminales acotados se escribirían y publicarían en
la junta general, circulándose las listas por todas las hermanda-
des para que nadie los acogiese, pudiendo ser presos y muertos
por cualquiera que los hallase dentro de la hermandad sin incu-
rrir en pena alguna ; nadie podría apoderarse de fortaleza agena
contra la voluntad del señor, salvo el caso de acogerse á ella
para salvar la vida; los caballeros, personas poderosas ó con-
cejos que protegiesen ó sostuviesen algunos acotados ó malhe-
chores, deberían entregarlos á la hermandad, imponiendo graves
penas á los contraventores. Si hubiese riñas, diferencias ó deba-
tes entre linajes y linajes, concejos y concejos ó personas pode-
rosas de que pudieran nacer escándalos ó grandes ruidos, la
hermandad general acudiría y pondría paz, adoptando las medi-
das convenientes para ello, y aun haciendo pesquisas y castigando
á los culpados: se imponían graves penas á los que quebrantasen
tregua pactada, ó puesta por el rey ó las autoridades de la pro-
vincia, y aun cuando no estuviese consentida por las partes.
Este cuaderno y los de 141 7 y 1458 son las únicas leyes
coleccionadas y peculiares á toda la provincia de Álava, resul-
164 ÁLAVA
tando ser su situación legal: sobre administración de justicia
civil el Fuero Real; sobre juntas de provincia, justicia criminal,
casos y alcaldes de hermandad y demás, el cuaderno de 1463;
porque respecto al estado político y derechos de las distintas
clases de aquella sociedad, la escritura de 1332, el uso y la
costumbre inmemorial suplían las faltas ú omisiones de que ado-
leciesen los anteriores escritos.
El fuero de Soportilla Ibda ó sea Portilla, concedido para
los pleitos de hidalguía en la cláusula VII del convenio de 13321
es otra de las disposiciones legales más importantes de Álava,
pero se ignora el texto de este fuero por haberse extraviado, y
sólo por una carta de los Reyes Católicos y una real cédula de
Felipe IV, se sabe oficialmente parte de lo que disponía este
fuero que parece fué concedido por D. Fernando el Emplazado
á los nuevos pobladores de Soportilla; el original se hallaba
en 1480 en el archivo de Beranteville. En este fuero se excep-
tuaba de empréstitos y pechos á los nuevos pobladores, excepto
los dos tributos de moneda forera y martiniega, y el yantar del
rey cuando pasase por Portilla, debiéndole cobrar en especie y
no en dinero ; y sábese por la cláusula VII del citado convenio
de 1332, que aquel fuero se hizo extensivo después á todos los
hidalgos de Álava, sirviendo siempre de norma para los pleitos
de hidalguía.
Cartas, cédulas reales y pragmáticas sobre diferentes puntos
de administración provincial y local, se han expedido también,
ya á instancia de sus juntas ó por real iniciativa. Se halla en
este caso lo mandado en Octubre de 1476 por los Reyes Cató-
licos, quienes para extinguir los funestos bandos de Ayalas y
Callejas que tanto perturbaban la provincia y la misma Vitoria,
establecieron la Santa Hermandad; que las hermandades de Ala-
va tuviesen por jefe á un diputado, juez superior y ejecutor, que
lo fué D. Lope López de Ayala, creándose entonces, aunque
duraron poco, los alcaldes cuadrilleros; acordándose después en
junta general, para el mejor gobierno de la provincia, dividirla
<
>
<
o
H
l66 ÁLAVA
en seis cuadrillas, asignando á cada una de ellas cierto número de
las hermandades, en que según el orden civil y económico, esta-
ba ya dividida desde tiempos muy remotos (i). Los mismos re-
yes, á petición de la provincia, dispusieron que ningún caballero
ni otra persona alguna pusiese fiscales en ninguna tierra de
dicha provincia, por pertenecer á la corona el nombramiento de
tales oficios, no sólo en el territorio de realengo sino en el
de señorío.
Consecuencia de las leyes generales de la Santa Hermandad,
acordadas en las cortes de Madrigal de 1476, fué la provisión
de los Reyes Católicos de 3 1 de Agosto del mismo año, man-
dando que la hermandad general de Álava, formada ya desde
los tiempos de D. Juan II, unida á la hermandad de Guipúzcoa
y al señorío de Vizcaya, se incorporasen á la general del reino.
El juez ejecutor y diputado de Álava continuó siéndolo, excepto
en un pequeño intervalo ; y de vitalicio que fué este cargo en
los dos primeros diputados, Ayala que lo desempeñó hasta 1501,
y Diego Martínez de Álava que falleció en 1533, se hizo después
trienal, ocasionando la elección no pocas disputas entre Vitoria
y la provincia, hasta que la concordia de 28 de Enero de 1534,
convino en que la elección se hiciese por 3 votos de la provincia
y 3 de la ciudad de Vitoria, y el elegido fuese vecino precisamen-
te de esta ciudad. En contra de esto pleiteó la provincia, consi-
guiendo la anulación de la Concordia (1804) declarándose se eli-
giese el diputado general por las juntas, y circulase el cargo entre
todos los vecinos de las 53 hermandades de Álava. Jefe supremo
de la provincia el diputado, sólo cesaban sus facultades cuando
estaba congregada la junta general.
El sistema municipal, sin unidad ni uniformidad de jurisdic-
(i) La I. a cuadrilla de Vitoria la componían. . i 8 hermandades.
La 2." de Salvatierra 6 »
La 3.' de Ayala 5 »
La 4.' de la Guardia 7 »
La 5.» de Zuya. 5 »
La 6.' de Mendoza 12 »
ÁLAVA 167
ción, era un verdadero caos: apenas había dos pueblos con
igual organización. Merced á las muchas poblaciones de señorío
particular, era muy frecuente, que además de los alcaldes ordi-
narios hubiera alcaldes mayores ó gobernadores puestos por el
señor (i): así era variada la organización y elección de Ayunta-
( I ) «otra causa de esta confusión jurisdiccional era, el que á veces los pueblos
que componían una misma hermandad, pertenecían á distintas jurisdicciones. Así
por ejemplo, la hermandad de Arraya y Laminoria, compuesta de dos valles, per-
tenecíala fines del siglo pasado, el primero á su señor D. Felipe de Samaniego, y
segundo a la abadía de Santa Pía, cuyo abad confirmaba los oficiales municipales
elegidos el día i." del año por los concejales salientes. La hermandad de la Rive-
ra, dividida en alta y baja, correspondía en jurisdicción, la primera á los condes
de Orgaz y la baja á los duques de Frías. Sucedía también, que algunas herman-
dades estaban sujetas á un mismo alcalde, como las de Ariñiz, Badayoz, Cigoitia,
Ubarrundia, ¡ruña y Arrazua, que tenían por señor al duque del Infantado, y eran
conocidas por tierras del duque con un solo alcalde ordinario en Foronda, asis-
tiendo al duque el derecho de nombrar un gobernador cuando lo tuviese por con-
veniente. Fallaba, pues, en Álava la unidad y uniformidad de jurisdicción como
consecuencia de los derechos del señorío particular, desconocido y no consentido
en Vizcaya y Guipúzcoa, participando de este señorío algunas municipalidades
privilegiadas. Vitoria le tenía sobre los cuarenta y tres lugares de su jurisdicción,
y por concesiones de los Reyes Católicos sobre las hermandades de Zuya y Ber-
nedo, y sobre las villas de Elburgo y Alegría. Salvatierra sobre los pueblos de la
hermandad de San Millán. Los principales personajes que disfrutaron señoríos en
Álava, fueron el conde de Oñate sobre Guevara y Salinillas; los duques de Frías
sobre la Riberabaja; del Infantado sobre las tierras que llevaban su nombre; de
Hijar sobre las tierras llamadas del Conde y Salinas de Anana con sus pueblos; y
el de Werwik sobre las hermandades de Ayala, Urcabustaiz, Arcenicga, Arrasta-
ria y Llodio. El marqués de Mirabel tuvo el señorío de Berantevilla y las villas de
Hereña y Turiso, y el de Villamcnasar sobre Berguenda. Fontecha perteneció al
conde de Orgaz. La hermandad de Aramayona á la casa de Mortara, y las de Mas-
troda y los Cuetos á la casa de Hurtado de Mendoza. Llegó á tal punto la división
y subdivisión de señoríos en Álava, que el solo pueblo de Portilla tenía á la vez
los tres distintos señoríos del duque de Frías, de D. Iñigo Ladrón de Guevara y
de D. José de Abalas. La extensión del señorío particular absorbía casi todo el te-
rritorio, y durante algunas épocas no hubo otras hermandades realengas que
Vitoria, Salvatierra, Labraza, Vellogin, Morillas, Cuartango, Valdegovia, \'alde-
rejo, Villa-Real, Mendoza, Gamboa, Axparrena, Berrundia, Laguardia, Oquina,
Marquiniz é Iruraiz, menos la villa de Alegría, Elburgo con sus pueblos, Erenchun
y Garma; y aun de estas diez y siete hermandades las seis de Salvatierra, .Mori-
llas, Cuartango, Valdegovia, Valderejo y Villa-Real, pertenecieron á las casas de
los señores de Ayala y Avendaño hasta los siglos xvi y xvii : y las de Gamboa, Ax-
parrena y Barrundia al señorío del conde de Oñate. ¡ Excelente modo de cumplir
los reyes sucesores de D. Alonso XI la cláusula I del contrato de 1332, sobre no
poder enagenar ninguna villa ni aldea de .\lava, debiendo fincar para siempre en
la corona real los nuestros reinos de Castilla é de León, debiendo ser toda realen-
ga ! Por fortuna han desaparecido ya tales señoríos, depresivos de la dignidad real
l68 ÁLAVA
mientos y pugnaba en ella la nobleza con el estado llano y los
plebeyos, que los había: en las hermandades donde existía esta
distinción de estados, obtenían los hidalgos preferencia en la
obtención de los cargos municipales. Los alcaldes salientes solían
elegir en algunos pueblos su sucesor; en otros el alcalde con
dos ó más vecinos; en Contrasta todos los vecinos elegían dos
candidatos que proponía el señor para que eligiera el alcalde;
el señor de Comunión elegía el ayuntamiento sin intervenir nin-
gún vecino : en Elciego y Ereña los cargos de alcalde y síndico
alternaban entre los de estado noble y llano ; y, por último,
desde el sufragio universal que se practicaba en Marquines, la
insaculación en varios pueblos, hasta el aristocrático sistema de
San Vicente de Arana, donde sólo podían ser electores los hijos-
dalgo, eligiéndose entre ellos mismos á la suerte por medio de
habas blancas y negras, no se conocía seguramente forma elec-
toral que en Álava no se practicara hasta 1845.
y conculcadores de las libertades populares.» (Historia de la Legislación y Recita-
ciones del Derecho Civil de España por los Sres. marqués de Montesa y D. Caye-
tano Manrique).
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CAPITULO IX
Álava moderna. — Edificios públicos de Vitoria.
Aspecto de la población.— Paseos
N toda la provincia, si exceptuamos alguno que
^^f ^^otro caserón, llamados palacios por sus dimen-
"f siones y haberlos habitado personas que se distin-
'^''/V guieron, no se conserva edificio antiguo notable (i).
En cambio los hay modernos muy notables; merecien-
do especial mención las escuelas de Yodio, mandadas erigir
(i) Lo es por la historia más que por el arte el llamado palacio de Larraco.
Casi consumida la población varonil de Álava por los incesantes pedidos de hom-
bres para las guerras en que estaba empeñado con mejor deseo que fortuna
Don Felipe IV, un insigne patricio que vivía en el rincón de Larraco (campo cer-
cado) no lejos del histórico solar de Mariaca, y descendiente de él, armó á su costa
un regimiento de voluntarios y los ofreció al rey enviándolos á campaña.
Tales son los antecedentes que para la consideración pública tiene la casa-pa-
lacio de Larraco, reconstruido en el siglo xvii, y modernamente reformado, sin
nada notable que le distinga si exceptuamos un alto mirador que sirve de montera
al edificio.
Hasta principios de este siglo conservábanse allí armas y recuerdos del ilus-
I yo
ÁLAVA
y sostenidas por el marqués de Urquijo, verdadera providencia
de aquel su pueblo natal, al que ha dotado, á mucha costa, de
abundantes aguas potables y de un excelente cementerio, ade-
más de los muchos y constantes beneficios que ha dispensado y
dispensa.
VITORIA. — Casa Consistorial
No se distingue esta generación y las que la han precedido
en el presente siglo, por la construcción de magníficos conven-
tos y suntuosas catedrales ; pero sí lega á nuestros descendien-
tre patricio Ugarte pero si han sabido apreciarse no se han conservado en su
sitio.
Lo que sí se conserva inmediata es la casa primitiva de la familia, los restos de
una ermita y ruinas, como testigos mudos de mayor grandeza.
Todo esto lo puede contemplar el viajero desde el ferrocarril de Miranda á Bil-
bao; pues al llegar á la altura de la estación de Inoso, en la enhiestada Peña de
Orduña, tendiendo la vista por los hondos, frondosos y pintorescos valles de Leza-
ma y Orduña, que parecen la base del alto y casi siempre nevado Gorbea, allá
bajo, cerca de la apenas visible carretera de Altuba, se distingue la casa-palacio
que nos ocupa, y se le ve por algún tiempo merced á las revueltas de la vía férrea
para salvar la Peña, cuyo trayecto merece especial visita.
ÁLAVA 171
tes admirables hospicios, suntuosas casas de misericordia, eri-
gidas muchas, como la de Vitoria, sobre las ruinas de aquellas
casas de oración y recogimiento, albergue de las órdenes mo-
násticas, que tuvieron su época gloriosa, pero que pasaron.
Se halla instalado el Hospicio en el antiguo local del cole-
gio de San Prudencio, á su vez alzado cerca del derruido tem-
plo de San Ildefonso, cuyo nombre tomó la primitiva iglesia en
honor y memoria de los reyes Alfonsos de Castilla, que allí in-
mediato tuvieron siempre su palacio. Construyóse el colegio
fundado por el vitoriano Salvatierra, obispo de Segorbe y de
Ciudad-Rodrigo, en el siglo xvii, con verdadero lujo y esplen-
didez, como aún se ve en su fachada y distribución general. Es
todo excelente ; su portada de columnas dóricas empotradas
sostienen el balconaje y columnata jónica del segundo cuerpo,
coronado por una moderna escultura que represéntala Caridad,
la cual se ejerce verdaderamente y de una manera tan admirable
que honra á Vitoria.
Otro de los edificios destinados á beneficencia, digno de
mentarse, es el hospital civil, llamado de Santiago. De construc-
ción moderna, tan notable en su conjunto y detalles, como en su
servicio y administración, es monumental, de grandes proporcio-
nes y capacidad, y puede servir de modelo.
II
La llamada Plaza Nueva de Vitoria es una de las más lindas
de España. Comenzóla el arquitecto D. Justo Antonio de Ola-
guibel en 1781 y la concluyó á los diez años. Es un cuadro de
sillería de 220 pies, cuya línea dividen 19 arcos: en el piso llano
hay un pórtico de 1 5 pies de ancho con pavimento de losa y te-
chumbre de capillas: encima dos pisos, y todo el edificio tiene 50
172 ÁLAVA
pies de altura. La casa consistorial , que con dos colaterales cie-
rra el frente de mediodía, se distingue de las demás, que son
treinta y cuatro, por su riqueza y acabado. Cuatro calles forma-
das de nuevo con hermosos asientos de piedra y de hierro, ha-
cen otro cuadro exterior al de la plaza, proporcionándole des-
ahogo, comodidad y belleza. Costó más de cuatro millones y
medio.
Lo que distingue de las demás á la casa consistorial es un
gran resalto que abrazando los cinco arcos centrales con arqui-
trabe plano y columnas de una pieza aisladas, tiene sobre ellas
un bello balcón corrido, con balaustrada de piedra en el piso
principal y balconaje de hierro en el segundo. Al adorno en los
marcos de los huecos y pilastras recuadradas, se añade un bien
proporcionado ático guarnecido de dos jarrones, sobre acrote-
ras, coronado con las armas del municipio.
La fachada posterior que da á la calle de San Francisco,
hace en su centro un resalto de buena sillería almohadillada,
airosa y grande puerta que soporta un gran balcón voladizo,
teniendo también esta fachada por remate otro ático con escudo
de armas en la cima.
En el salón de sesiones, una faja que recorre todo su perí-
metro por la parte superior, contiene una leyenda recordatoria
de la jura de los fueros por D.^ Isabel la Católica el 2 de Se-
tiembre de 1483, cuya acta existe en el Archivo. En otro salón
se recuerda en tarjetones la fundación de Vitoria por D. San-
cho, y la declaración de ciudad por D. Juan II de Castilla en
Noviembre de 1431.
Independiente de la hermandad ó cofradía de Arriaga, la
tuvo también Vitoria; y la primera memoria de su hermandad
se halla en un privilegio rodado de D, Fernando IV, á favor de
la entonces villa, fechado en Burgos á 27 de Julio de 1302.
En 1 3 1 5 se agregó Vitoria con otras villas de Álava, á las céle-
bres hermandades de Castilla, Galicia, Asturias y León, cuyos
procuradores suscribieron lo que sé acordó sobre sus demandas
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1/4
ÁLAVA
en las Cortes de Burgos de este año. También consta que Vi-
toria en 6 de Agosto de 1358, formaba hermandad con las
villas de Haro, Logroño, Nájera, Santo Domingo, Miranda,
Treviño, Briones.
Igualmente es notable en el mismo orden, el palacio de la Di-
putación, que no poseía en lo antiguo local á propósito para sus
juntas; pues hasta el primer tercio del siglo xvii, las corres-
pondientes á Vitoria se habían celebrado indistintamente ya en
casa del Diputado General, ya en el salón del Hospital de San-
tiago ó en la portería ó refectorio del convento de San Francis-
co, sin que esto disminuyera el prestigio de su autoridad, como
no disminuía la de los reyes que administraban justicia en el
pórtico de las iglesias: creyóse, sin embargo, en la necesidad de
tener local á propósito, y arregló la provincia una gran sala con
archivo, armería y dependencias, en el expresado convento,
donde se celebraron muchos años las sesiones. Pudieron muy
bien albergar los frailes á la Diputación, hasta principios de
este siglo; pero iniciada nuestra revolución política y social, era
imposible; tenía que pensar en local propio; exigíalo su decoro,
y comenzó su construcción en 1833, bajo la dirección y planos
del arquitecto señor Saracibar; se suspendió por la guerra civil;
terminada ésta se concluyó el primer cuerpo en 1844 y el se-
gundo en 1858.
Más que por su importancia artística, aunque es de agrada-
ble conjunto y excelente perspectiva, el palacio de la Diputa-
ción contiene de suyo recuerdos históricos notables, ó más bien
personifica la historia de la provincia.
Forman la fachada principal dos esbeltos cuerpos salientes,
en medio de los cuales y sobre anchurosa y suave gradería de
ingreso, se levanta un elegante intercolumnio dórico, de una
pieza cuyas columnas soportan una corrida y graciosa balaus-
trada de piedra tallada, sirviendo de antepecho á otro interco-
lumnio más pequeño de orden jónico del balcón central, corona-
do todo por el escudo de armas de la provincia. Las estatuas
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lyÓ ÁLAVA
de dos diputados generales, D, Prudencio M,^ Verástegui y
Don Ricardo de Álava, que se ven á los lados en el primer
cuerpo, grandes candelabros y balaustradas entalladas en pie-
dra, realzan la belleza del magnífico peristilo. En los balcones
y en las puertas hay guardapolvos primorosamente tallados, y
sobre aquellos, los escudos de las principales villas alavesas. El
salón de sesiones está cubierto con airosa rotonda, de prolija
labor, que alumbra con luz zenital, sostenida aquella por co-
lumnas arrimadas de orden compuesto, entre cuyos huecos
hay colocadas en grandes hornacinas seis estatuas, de mayor
tamaño del natural, sobre las cuales se lee en grandes tarjeto-
nes con letras de oro : Vela Giménez, conde y señor de Ala-
va, 882; Fernán González, primer conde de Castilla, 931; Al-
fonso XI de Castilla, 1332; Isabel I, 1474 76-84; Carlos V de
Alemania, I de España, 1521; Felipe V de Borbón, 1 701. En la
cabecera de este salón en forma de hemiciclo, con doble fila de
escaños, de buena talla, y bajo dosel con el retrato del rey, se
halla la silla presidencial; detrás de este asiento, la capilla, cuya
puerta cubre el dosel durante las sesiones. En esta capilla hay
que admirar un crucifijo de Ribera, de 10 pies y 8 pulgadas de
alto por 7 y 7 de ancho, y en la inmediata sala de remates, un
San Pedro y San Pablo, del mismo autor, ambos de 7 pies y 7
pulgadas de alto y 4 y 8 de ancho. Lamentable es que se per-
diera la riquísima biblioteca compuesta de las mejores impresio-
nes del apogeo de las artes en Flandes.
La Diputación foral, verdadero congreso vascongado, la
constituían el Diputado general, los procuradores de los pueblos
por éstos nombrados, los alcaldes de la hermandad donde la
junta se reunía, y los secretarios por ciudades y villas y tierras
esparsas. Sin previa convocatoria, celebraban sus sesiones dos
veces al año : en 4 de Mayo y en 1 8 de Noviembre ; duraban
ocho días, precediéndoles grande aparato de fiestas, banquetes
y regocijos, que tenían lugar en todo el trayecto que recorría
el Diputado general desde Vitoria al pueblo en que se cele-
o
7)
^
178
ÁLAVA
braban las sesiones, en lo cual se alternaba. Levantábanse en
los pueblos del tránsito arcos de ramajes para el paso del Dipu-
tado general, al que se recibía y despedía con cohetes, repiques
de campanas y comparsas de las más apuestas jóvenes, que le
rodeaban bailando al son de las panderetas; así demostraban el
VITOIUA.— Calle del Instituto
respeto y cariño consagrados á aquella autoridad por todos
acatada y obedecida.
Hemos dicho que la Diputación foral era un verdadero con-
greso vascongado, y en efecto, allí se trataban todas las mate-
rias administrativas y sobre todo se legislaba. Y es digno de
notarse que, cuando ya en sesiones ordinarias ó extraordinarias
se presentaban asuntos graves contrarios al régimen foral, se
suspendía la resolución, volviendo los procuradores á sus her-
mandades á consultar á sus representados, y hecha esta verda-
dera consulta al país, se reanudaban las sesiones.
A 1. A V A 179
El Diputado general era en lo antiguo el único jefe civil,
político y militar, titulándose también Maestre de Campo y
Comisario. Así en tiempo de guerra guiaba las fuerzas alavesas
como sucedió en la conquista de Granada (i), en guerras poste-
riores, y últimamente en África ; si bien en esta ocasión era
nominal el cargo militar del diputado, porque mandaba las fuer-
zas vascongadas un general del ejército, D. Carlos María de la
Torre.
El establecimiento de los juzgados de i.^ instancia y de los
corregidores políticos, anuló las atribuciones judiciales que
tenían los alcaldes y disminuyó en mucho las generales de la
Diputación, muy especialmente desde el concierto económico
de 1876, cuya corporación está asimilada á las demás del reino
excepto en lo relativo á presupuestos y cuentas provinciales.
Descuella también entre los edificios modernos el Semina-
rio Conciliar, cuyas obras empezaron en 1878, para inaugurarse
en 1880 bajo la advocación de San Prudencio y San Ignacio.
Regalados los terrenos por el Ayuntamiento y varios particula-
res, se ha costeado su construcción con limosnas de los dioce-
sanos y de sus prelados. Ocupa 1,500 metros cuadrados ; 35
lineales su fachada principal. La capilla está llena de grandes
cuadros, entre los que sobresalen un San Jerónimo, un San
Agustín, una Resurrección de Lázaro y un Paso del Mar Rojo.
La biblioteca, que cuenta con algunos miles de volúmenes, se
ha formado con donativos de libros.
Han cursado de 1882 á 83, 95 alumnos internos y 90 ex-
ternos. Aumentado este número, se hizo necesaria la ampliación
del edificio, y el actual dignísimo obispo de la diócesis, D. Ma-
riano de Miguel y Gómez, con verdadero é ¡lustrado celo, y
con la energía y actividad que le distingue, se propuso ejecutar
el necesario ensanche y lo consiguió. Compró la antigua casa-
solar del marqués de Arabaca con su jardín y huerta, y se em-
(i) El diputado Diego Martínez de Álava, salió de Vitoria el 2 de .Marzo de
1491 con una compañía y regresó el 2 3 de .Marzo de i 492.
1 8o
ÁLAVA
prendieron inmediatamente las obras, aumentando al seminario
1,200 metros cuadrados, quedando su principal fachada de 83
metros lineales y más embellecida, ostentando en un pináculo
en medio los escudos de armas del fundador, el Exmo, é limo,
obispo Sr. D. Sebastián de Herrero y Espinosa y del actual
prelado.
i
\'1T0RIA. — Monasterio de las Salesas
El Instituto provincial es otro de los edificios consagrados á
la instrucción pública, tan atendida en la capital alavesa. Situado
en la calle de su nombre, á la que da la fachada principal, está
rodeado de otros tres por los lindos jardines de la Florida. De
buena piedra sillería aquella fachada, ofrecen excelente golpe de
vista la esbeltez de sus líneas y la solidez del conjunto.
Creado en 1842, se instaló humildemente, y cuando la Dipu-
tación y el Ayuntamiento proyectaban la construcción de un
edificio de nueva planta, se ordenó (1850) la suspensión del Ins-
tituto: reclamaron aquellas corporaciones, lograron una R. O.
para la existencia del Instituto, declarándole de primera clase, y
ÁLAVA l8l
aprobados los planos del arquitecto D. Pantaleón Iradier, comen-
zaron las obras en Junio de 1851, inaugurándose aquel centro
de enseñanza el i.*^ de Noviembre de 1855.
Los gabinetes científicos y la biblioteca, son notables. A ésta
legó D. Paulino Álvarez Aguiniga, las dos selectas y numerosas
que poseía en Haro y en la Habana. ¡Digna muestra de agra-
decimiento por la enseñanza que en aquel Instituto recibiera!
Merece consignarse el Seminario de Aguirre, cuyo nombre
lleva por haberle comprado este señor en 1853. Es magnífica
su fachada principal, estilo Berruguete, con hermosos y valien-
tes detalles; en el patio, esbeltas columnas y medallones; la
escalera ha perdido parte de su antiguo y tallado balaustre de
piedra por haber servido de almacén de víveres á la administra-
ción militar en la última guerra civil.
La cárcel construida en 1858-59 con planos y dirección del
arquitecto D. Martín Saracibar, es la primera celular construida
en España. Es su planta en forma de cruz, cuyos cuatro marti-
llos, están tres destinados á celdas, y el cuarto con la fachada
principal al Juzgado y sus dependencias, cuerpo de guardias é
ingreso. Colocado un altar en el centro del crucero, todos los
presos ven la misa sin verse unos á otros. Pueden colocarse 100
presos en sus correspondientes celdas independientes: el núme-
ro de detenidos por todos conceptos es de unos 40, término
medio.
Llama grandemente la atención de todo viajero que llega á
Vitoria el suntuoso monasterio de las Salesas, que ve al pasar
en el ferrocarril. Á expensas de D.'^ Rosario del Wal Fernán-
dez de Córdoba (sor María de Gracia), se ha construido este
edificio cuyas obras se inauguraron el 8 de Diciembre de 1879,
con arreglo á los planos del arquitecto D. Cristóbal Lecumbe-
rri, que designó para ejecutar la obra á D. Fausto Iñiguez de
Betolaza.
Ocupa el edificio un gran rectángulo de 228 metros de fon-
do por 223 de fachada, que da sobre el paseo de la ciudad.
iSa ÁLAVA
Como puede verse por la lámina, es un edificio de estilo del
siglo XIII, y en su conjunto y por su aspecto uno de los prime-
ros monasterios de España.
III
No terminaremos la reseña, siquier ligera, de lo más notable
que encierra Vitoria, sin dar una idea de lo que constituye, como
se ha dicho, « un verdadero monumento arquitectónico greco-
romano, en el que se aunan la valentía de la construcción, la
severidad del estilo, y el acierto y el conocimiento del terreno en
el proyecto Los Arquillos •* (i). Y en efecto, ofrece un golpe de
vista sorprendente, y es de gran comodidad además aquel gran
paseo de soportales y balcones, encima y debajo de viviendas
particulares, y á considerable altura ; pues se halla esta galería
al nivel de los tejados de la Plaza Nueva.
Sobre los planos de Güemes, dirigió aquellos Arquillos Ola-
guibel en 1794.
El viajero que haya visitado cuánto de notable encierra la
ciudad, sin excluir el Círculo Vitoriano, en cuyo centro de ilus-
tración y recreo se admira la franqueza y bondad de sus socios,
vaya luego á la Florida^ uno de los más bellos paseos de Es-
paña.
La avenida de la calle del Prado, según representa la lámi-
na, es encantadora, y más moderna; porque el salón central,
construido en 1820, conserva los gigantescos chopos que le cir-
cundan y se plantaron aquel año.
Constituyen la Florida extensas alamedas, grandes jardines
ingleses, que ostentan cien especies distintas de lozanos y her-
mosos árboles y plantas, teniendo todos y todas una etiqueta
(i) Cola y Goiti.
ÁLAVA
Vitoria. — Paseo de la Florida
Á I. A V A
183
con su nombre en latín y castellano, magnífico invernadero, y
linda casa del jardinero que adorna aquel verdadero pensil, al
que nuestras discordias políticas convirtieron en patíbulo, pues
en uno de sus paseos laterales fué fusilado en 1841 Montes de
Oca.
\' I T o R I A . — L o s A R o u 1 1- L o s
El magnífico paseo primitivo está decorado con las estatuas
de Ataúlfo, Sigerico, Teudis y Luiva, compañeras de las que
adornan la Plaza de Oriente en Madrid.
Con razón dice el Sr. Becerro que « nada hay comparable á
la hermosura y frescor, bellas perspectivas, calma y puro am-
biente de este sitio en las plácidas mañanas del verano. No hay
nada más animado y magnífico que esas tardes de los días fes-
tivos en que todo el vecindario acude á solazarse á este punto.
Sitúase el tamboril vascongado al pié de la estatua de Ataúlfo;
dentro del gran círculo y en torno suyo se forma agitado baile.
Alternando con él toca la música del regimiento que guarnece
l8;
ÁLAVA
á Vitoria, alegres aires, á cuyo compás bailan también en re-
vuelto concurso los jóvenes, debajo de la estatua de Luiva,
» Entre ambos bailes y en la línea principal de la Florida se
VITORIA. — Avenida del Prado
mueve el paseo de artesanos, costureras, estudiantes, sirvientas
y militares. Paralelamente á él, y en la hermosa alameda de los
olmos se sitúa el de las clases más elegantes. En uno y otro
luce sus galas, su lozanía y su humor, siempre complaciente, la
juventud vitoriana. En los paseos inmediatos pululan animados
ÁLAVA
18-,
grupos, moviéndose en todas direcciones. Así es que en la últi-
ma hora del día, cuando el crepúsculo hermoso empieza , y los
rayos del sol desde Bedoya vienen á dorar las altas puntas de
los chopos y las frondosas cimas de los olmos, de los platanoi-
des y de los castaños; cuando las tres filas de los paseos, cua-
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VITORIA.— Salón dkl Prado
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jadas de hermosas jóvenes , de elegantes damas y de todo un
pueblo risueño y animado, van y vienen entre los jardines y las
arboledas, cuyos asientos ocupan alegres grupos; cuando los
ecos de la música pueblan el espacio, y el confuso murmullo lo
inunda también; cuando un precioso mundo de elegantes y her-
mosos niños baila en lo alto, en mano de sus ayas, formando
vistosísimo contraste con el fondo de la verde y nutrida vegeta-
24
1 86
ÁLAVA
ción de las alamedas, cuando aquel cuadro se ofrece lleno de
vida y de encanto, compréndese por qué las bellezas de la Flo-
rida no se olvidan, sino que quedan agradablemente grabadas
en la memoria de cuántos han contemplado este paseo, cuyas
flores forman una maravillosa alfombra puesta á los pies de la
ciudad y perfuman con sus aromas aquel puro ambiente del que
son fragante, vistoso y riquísimo pebetero.»
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ñ m ^
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7
CAPITULO T
Investigaciones históricas. — Señores en Guipúzcoa. — Cambios de dominio.
Su voluntaria unión á Castilla. — Lealtad y nobleza de ambas.
Cuestiones exteriores
I
^^i hubiéramos de hacer la historia de Guipúzcoa, nos vería-
^^^mos precisados á prescindir de sus orígenes: tal carencia
hay de datos. Sólo por meras conjeturas nos haríamos eco de
los que han dicho que los iberos no vivieron sin mezclarse con los
celtas, más que en las inmediaciones de los Pirineos; pues aun-
que es verdad que no tenemos noticia de que los celtas dejaran
monumentos como testimonio de su existencia en la provincia
190 GUIPÚZCOA
de Guipúzcoa, como los hemos visto en Álava, y es un dato
importante que puede y debe apreciarse, hay que proceder en
todo por conjeturas, inclinándonos siempre á considerar á los
guipuzcoanos como los más antiguos habitantes en la península,
sino los primitivos; fundándonos para esta verosímil creencia
en el idioma y en la naturaleza del país. Así, pues, los constan-
tes pobladores de aquella región, los antiguos éuscaros, caristos
ó várdulos, pueden mirarse como descendientes de los primitivos
pobladores de tan seculares montañas, los legítimos guardadores
del idioma vascongado.
Constituyendo primitivamente la población de Guipúzcoa
caserías esparcidas, á la vez que el aumento de sus moradores,
se harían precisas las divisiones de territorios gobernados con
independencia unos de otros por medio de sus respectivas judi-
caturas, cualesquiera que fuesen. «Estos particulares territorios
con limitadas dimensiones se titularon valles, y es el más anti-
guo género de población que nos consta por auténticos docu-
mentos haber tenido esta provincia.» Después se fueron creando
las villas, como atestiguan los privilegios otorgados por los
reyes sus fundadores.
A lo que dejamos escrito respecto a la Cantabria y á las
guerras de Roma, poco nos resta que añadir. Insistiremos en la
creencia de algunos, de que en la segunda guerra púnica siguie-
ron los guipuzcoanos como auxiliares y confederados las bande-
ras de Aníbal, ocupando puesto preeminente y hallándose en
las batallas del lago Trasimeno y de Cannas.
En cuanto á la dominación romana, la acusan las piedras de
valor y monedas encontradas en Irún (i), habiendo méritos,
según el erudito investigador Sr, Gorosabel, para considerar
á Irún como colonia romana. Que no fueron extraños á las gue-
rras.de aquellos tiempos, lo dicen las tan debatidas palabras de
Julio César, que los considera auxiliares de los aquitanos ; y
(i) Se encontraron en 1790 en el prado de Beraun.
GUIPÚZCOA 191
aunque no hay prueba evidente de que lo fueran los guipuzcoa-
nos, lo hace probable la vecindad.
De todas maneras, no se han hallado aún en Guipúzcoa los
vestigios romanos que en Álava; y sólo se han visto en el límite
de ella, pudiendo creerse con fundamento que no habría resi-
dencia de romanos en t\ interior de la provincia. Esto no impi-
de ni afecta á su independencia, que más se la garantizaba el
país que á los alaveses, ni el que tomaran parte en algunas
guerras de Roma, como enseñan algunas tradiciones y relacio-
nes históricas, y aun el famoso canto de Lelo, si tiene la anti-
güedad que se le supone (i).
Las irrupciones de los suevos, deque hablan antiguas histo-
rias, más se refieren á los vascones que á los várdulos ; á éstos
pudieron afectar de rechazo las de los érulos; consta que Eurico
se apoderó de Pamplona después de vencer á los suevos, y sólo
por conjeturas se cree que combatiera contra los guipuzcoanos.
Por conjetura también cree Moret que en el tratado que ya no
subsiste, entre el rey godo Atanagildo y el emperador Justinia-
vo, tal vez se estipularía la conservación de la libertad de los
vascongados amigos del imperio, y que no estuviesen sujetos á
los godos, siendo cierto que aquel tratado en nada era favora-
ble á los mismos godos, y por eso San Gregorio Magno excusó
enviar copia suya á Recaredo, sin embargo de haberla solici-
tado (2).
(i) Lelo, ill Lelo
Lelo, ill Lelo
Lcloa Zarac
111 Lcloa, etc., etc.
Es el argumento que un tal Zara tuvo relaciones ilícitas con una matrona mujer
de Lelo, durante la ausencia de este en la guerra. Habiendo quedado la matrona
embarazada, temió la vuelta del marido, resolviendo matarle de acuerdo con el
amante, que lo ejecutó así al regresar aquél. Averiguado el crimen, se formó el
Baizaaró junta de mandones del país, se desterró á perpetuidad a los adúlteros-
asesinos, y se mandó que en lo sucesivo, en los cantos poéticos ó Erectas se men-
cionase la muerte del inocente Lelo. (Los Euskaros.)
(2) Diccionario Geográfico-Histórico d¿ España, por la Heal .Academia de la
Historia.
192 GUIPÚZCOA
En la lucha que los reyes godos tuvieron con los vascones,
no permanecerían indiferentes los guipuzcoanos, como no lo
estuvieron los alaveses; y si nada tuvo que temer el centro de
la provincia, no sucedería lo mismo á los extremos, particular-
mente los confinantes con Francia; no siendo extraño que Fuen-
terrabía debiera su fundación á alguno de aquellos monarcas,
si no es que la debió antes á los romanos.
Garibay es de opinión que los guipuzcoanos efi tiempo de
Suintila «vinieron al señorío y unión de los reyes godos, habien-
do 644 años andado en la devoción y amor de los romanos. »
Ora formando alianzas ú organizando resistencias, no podían
menos los guipuzcoanos de ser guerreros ; y ya fuera por verse
estrechados por Leovigildo ó por necesidad de extenderse ó
vengarse, atravesaron el Bidasoa invadiendo la provincia de
Labourd y otras colindantes. Los mismos escritores franceses
no ocultan la importancia que allende los Pirineos adquirieron
los éuscaros, que llegaron hasta Angulema, y sino á Tolosa
cerca de ella, pudiendo, si no afirmarse, admitirse que dejaron
su idioma y costumbres, que uno y otras generalizadas están
aún más allá del Adour ; cuyo idioma y cuyas costumbres
tenían ya de antes mucha semejanza, si no se confundían los
de una y otra vertiente del Pirineo.
En cuanto á monumentos godos, no tenemos noticia de su
existencia en Guipúzcoa.
II
La crónica de Sebastián, obispo de Salamanca, cita á Gui-
púzcoa, ya conocida así en el siglo viii, considerándola exenta
y libre de la dominación musulmana, si bien en los documentos
de aquella época hasta el siglo xii, se la titula Ipuzcoa; D. Al-
fonso el Sabio en su Crónica general de España, la llama Lei-
GUIFUZCOA 193
puzcoa: la Historia Compostelana la designa con el nombre de
Ispucia.
Según el arzobispo D. Rodrigo y la Crónica general de
D. Alfonso X, se libró Guipúzcoa de la irrupción sarracena por
lo fuerte de sus montañas. De los siglos ix y x no dan noticia
de este país ninguno de los historiadores, ni se hallan docu-
mentos de esté tiempo que den alguna luz de su historia.
No hallando el diligente Garibay con qué llenar este vacío
de la historia de su patria, «se contentó con deducir por conje-
turas y persuasiones nada fundadas, algunos sucesos que atri-
buye y contrae á Guipúzcoa en lo relativo á los siglos expresa-
dos. Por esto aunque no desdijese de la verosimilitud respecto
á Guipúzcoa lo que refiere Garibay, como no puede fundarlo
con solidez, se hacen sospechosos en su historia á los que con
alguna crítica hagan reflexión sobre su narrativa. »
Y sin embargo, no parece verosímil estuvieran inactivos los
guipuzcoanos en aquella época, en la cual todo era movimiento
en los límites del dominio de los musulmanes, ora pretendiendo
éstos penetrar en el país montuoso no conquistado, ora procu-
rando los peninsulares molestar á los invasores (i).
La existencia de los señores y jefes de Guipúzcoa es evi-
dente. Sandoval dice que en la batalla de Guadalete murió
Arducia, que era señor de Álava y Guipúzcoa, pero no dice ni
se sabe de dónde tomó esta noticia, pues hasta el año de 1025
no se halla escritura alguna ; y en la de este año figura como
(i) «Al invadir á toda España los fanatizados hijos del Desierto, imagino yo
que un golpe de muy atrevidos guipuzcoanos hubo de adelantarse con naves á
fortificar y mantener (en la linde occidental délos autrígonesj, ^\ Ama,numPorlus,
el puerto de los Amanes, que en honra de los emperadores Vespasiano y Tito se
quiso llamar Flaviobriga Colonia (1714). Desde allí, sin duda contribuyeron al
empuje de los alarbes enseñoreados de la Cantabria; y haciéndose defensa, ejem-
plo y admiración de todos, vino el forastero y gentílico nombre de los várdulos á
ser el de la ciudad ; y muy pronto, el de la nueva provincia autrígona y cantábrica
en una refundida. La romana colonia se dijo ya Castro Vardulias, fortaleza de vár-
dulos. Castro Urdiales ahora, y toda la nueva y gemela región se ufanó con el títu-
lo de Vardulia.» (El Libro de Sanioña.)
23
194 GUIPÚZCOA
tal señor García Azenariz «que la gobernaba bajo el imperio
del rey D. Sancho de Navarra. > Á él sometida estaba Guipúz-
coa en 921, según Garibay y Moret, reinando D. Sancho Abar-
ca, no el segundo de aquel nombre, pues éste fué quien estando
en San Sebastián en 17 de Abril de loi 4 como soberano de ella,
dio al monasterio de San Salvador de Leyre, «en los términos
de Hernani á la orilla del mar, un monasterio que se dice de
San Sebastián con su parroquia, y aquella villa que los antiguos
llamaban Izurum con sus iglesias, conviene á saber, de Santa
María y San Vicente mártir...»
En 10Ó6 gobernaba á Guipúzcoa Órbita Aznárez, al que
siguió el conde Lope íñiguez, señor de Vizcaya y Álava, cuyas
escrituras de donación confirmó D. Alfonso VI de Castilla; pues
en 1076, ya no estaba Guipúzcoa sometida á Navarra; porque
con motivo de las turbulencias que resultaron por la muerte
violenta que dio al rey de Navarra D. Sancho, su hermano Don
Ramón, « los naturales de las provincias de Guipúzcoa, Vizcaya
y Álava, regiones de Cantabria, considerando que los naturales
del reino de Pamplona se habían unido con el rey de Aragón y
que el rey D. Alonso se había apoderado del reino de Nájera,
siguieron la parte y voz del rey D. Alonso por parecerles ser
mejor el título y derecho que el rey D. Alonso tenía á Navarra,
agora por querer estar en la gracia y protección de más pode-
roso rey que el de Aragón, ó por estar para sus contrataciones
y las demás cosas más á mano Castilla, ó por todo ello ó otras
causas que á ello les movió.»
En 1123 volvió á unirse Guipúzcoa á Navarra, de resultas
de la paz que se ajustó entre ambos reinos en este mismo año.
En el señorío de Guipúzcoa habían sucedido al conde Lope,
Sancho y Diego López, y á éstos D. Ladrón de Guevara, cons-
tando por documentos que en esta provincia como en las de
Álava y Vizcaya, ejercía por este tiempo el rey de Navarra la
soberanía ó protectorado, y seguía ejerciéndole en 1 147. Suce-
dió en 1 150 á Guevara su hijo Vela, primer sucesor á la vez de
G u I p r z c O A 1 95
los mayorazgos que fundó la casa de Oñate; en 1181 Diego
López y en 1187 Iñigo de Oriz, quien así como su antecesor
sólo figuran en las escrituras como señores de Guipúzcoa y
Álava.
Como primer merino de Guipúzcoa por D. Alfonso VII, apa-
rece D. Diego López de Salcedo (i), desempeñando también el
cargo de Adelantado en Álava y en Guipúzcoa, según Landá-
zuri; pero no se ve una sucesión de cargos exacta; pues aunque
hasta el año i 200 produjera alguna confusión aquel frecuente
cambio de dominio ó pertenencia, correspondiendo tan pronto á
Navarra como á Castilla, desde aquel primer año del siglo xiii,
ya está más despejado el terreno y podemos caminar más des-
embarazadamente, á pesar de no podernos detener como quisié-
ramos en el examen de algunos sucesos importantes, limitándo-
nos á exponerlos.
III
Cuando en i 200 cercaba á Vitoria D. Alfonso VIII, envióle
Guipúzcoa embajadores ofreciéndole abandonar á Navarra para
unirse á Castilla, pidiéndole acudiese personalmente á recibir el
homenaje de los guipuzcoanos, disgustados de los desafueros
que les hacían los reyes de aquel país. Acudió el castellano, y
dice la Crónica m. s. que < le entregaron la tierra, especialmente
las villas de San Sebastián, Fuenterrabía y la fortaleza y casti-
llo de Veloaga que es en el valle de Oyarzun, que son en la
frontera de Francia, cuya tierra con esto hacia el Rey D. Alonso
libre entrada para los pretensos que le podian resultar especial-
mente en el ducado de Guiana Patrimonio de Inglaterra. En las
(i) Confirma como tal un precioso documento expedido en la era 1194,
año I I 56, á favor de la iglesia de Tuy.
196 GUIPÚZCOA
fronteras de Navarra le dieron el castillo de Alhaiin con otras
fortalezas que oy están arruinadas y en la frontera de Álava le
dieron el castillo de Achoriz de el valle de Lenis y en la frontera
de Vizcaya el castillo de Amásate que agora se dice Mondragon
y en la misma frontera le dieron el castillo de Helosua que en
algunas memorias de tal manera se refiere esto que dicen aver
entrado el Rey D. Alonso en esta tierra con solos veinte de
á caballo de su servicio.»
¡Evidente prueba no sólo de lo voluntaria que fué la unión
de Guipúzcoa á Castilla, sin que mediara intimación ni fuerza de
ninguna especie, sino de la grande y completa confianza de
Don Alfonso en la nobleza y lealtad de los guipuzcoanos! Ante
ellos se presentó casi solo, poniéndose á merced de sus nuevos
vasallos, que ya en otras épocas habían podido apreciar cuan
digna y bondadosa era la soberanía de Castilla, que nunca de-
jara de estimar en todo su valor las elevadas condiciones que
distinguían á los guipuzcoanos. Además, ¡ cuánto confiaron mu-
tuamente el rey y la provincia, cuando no consta se firmaran nin-
guna clase de pacto ni condiciones, sometiéndose todos á prome-
sas verbales ! Tanto más de apreciar en aquellos tiempos en los
que ni aun se respetaban solemnes pactos, escrituras y juramen-
tos, de lo que dan solemne testimonio las crónicas (i).
(i) Mucho se ha escrito sobre la existencia ó falta de una escritura que consig-
nara lo que se pactase, si se pactó algo, entre D. Alfonso y Guipúzcoa; pero lo que
es incuestionable es la falsedad de la escritura presentada por Lupián Zapata
(D. Antonio de Nobis) á las juntas celebradas en Vitoria el 2 de Mayo de 1664,
creyendo obtener los 4,000 ducados ofrecidos al que presentara el instrumento
que deseaba la provincia; la cual no aceptó el presentado considerándole apócri-
fo. No lo creyó así Núñez de Castro, cronista de D. Alfonso VIII, suponiéndole en-
contrado por el Jerónimo Fray Luís de la Vega, en el archivo de la catedral de
Santo Domingo de la Calzada, y nada menos que el diploma original, siguiéndo-
le Mondejar y otros que obraron con más ligereza que cuidadoso esmero; pero no
ha podido resistir al análisis de regular crítica, y no se acreditaría hoy segura-
mente de mediano investigador el que conociendo lo publicado sostuviera su au-
tenticidad, hasta por el mismo Llórente negada. En la junta 2.' celebrada por la
Diputación en la villa de Azcoitia á 7 de Mayo de 1 6g i « hizo la presentación por
medio de una carta de la nueva recopilación de los fueros con que actualmente se
gobernaba, D. Miguel de Aramburu, caballero de la Orden de Santiago y vecino
de la de Tolosa, compuesta y coleccionada por este mismo caballero en virtud de
GUIPÚZCOA 197
Cesaron desde entonces las intermitencias de la unión de
Guipúzcoa á Castilla; ya es una. la historia de ambas, y partici-
pan los guipuzcoanos de muchas de las glorias de los caste-
llanos.
Dos años después (1202) confirmó D. Alfonso en Burgos
los fueros, usos, costumbres y privilegios de la villa de San
Sebastián, concediendo además diferentes franquezas y merce-
des (i); en 1203, los de Fuenterrabía; dio título de población y
comisión de la misma provincia. Recibió ésta con la maior estimación y aprecio
la nueva recopilación y solicitó yobtuvo por medio y dirección del mismo autor
la aprovacion del Rey y la impresión en el número de mas de 3,000 cxemplares
como todo consta de las actas y acuerdos succesivos de otras juntas en las que
también se acredita la gratitud de la provincia á la laboriosidad de su hijo y dili-
gencias y dirección la mas acertada con que manejó este negocio hasta su entera
conclusión.» (Landázuki, Historia m. s.)
(i) Era este privilegio el concedido por el rey de Navarra D. Sancho el Sabio
hacia el año de 1 i 50, y según otros el de i 1 80, pues carece de fecha, dando á
San Sebastián los fueros de repoblación y aumento, confórmese los que tenían Es-
tella y Jaca. Por este precioso privilegio se señalaron á San Sebastián los términos
que había de tener su territorio; se le confirmaron los fueros y buenas costum-
bres de que á la sazón gozaba ; se le concedieron además diferentes franquezas y
mercedes, según los capítulos siguientes: i ." Los pobladores de San Sebastián
no vayan en hueste ni en cabalgata, sino que sean libres é ingenuos de todo fuero
malo y de toda mala costumbre perpetuamente. 2." Los pobladores de San Sebas-
tián, que arribaren á ella por mar ó por tierra con sus mercaderías, no paguen la
Iczda allí ni en todo el territorio de su majestad; salvo por las que comprando en
Bayona llevasen á vender á otra parte. 3." Las naves propias de San Sebastián
sean exentas de pagar el portazgo y lezda, y las extrañas paguen una tercera par-
te menos que en Pamplona. 4.° Los habitantes de San Sebastián pueden hacer
hornos, baños y molinos, sin tener que pagar al rey ningún censo. 1;.° Nadie se
hospede en casas propias de vecino á no ser con voluntad de su dueño. ó.° Nin-
guno, no siendo navarro, sea poblador en la villa á no ser con licencia del rey y
consejo de todos los vecinos. 7.° Cualquiera que poblase en San Sebastián, si fuese
deudor, no responda ni él ni su fiador al acreedor hasta dos años. 8.° Cualquiera
que tuviese querella de poblador de San Sebastián venga á recibir el derecho en
San Sebastián; y sino hiciese así, y llevase prendas, pague mil sueldos al rey.
Q." Si acaeciese que alguna nave se quebrase en el término de San Sebastián, y
los dueños de ella la recuperasen con todas sus mercaderías, paguen diez sueldos
y la lezda, según queda dicho, i o." Los pobladores de San Sebastián gocen siem-
pre en todo territorio de su majestad los pastos, bosques y aguas, así como los
hombres que vivan en la comarca, i i." Donde quiera que los pobladores de San
Sebastián comprasen heredad, y habitasen en el término de la misma villa ó fuera
en sus heredades, gocen de tal adquisición libremente, y sin ningún mal interdic-
to ó caso. I 2.° No hagan guerra ni duelo con hombres de fuera bajo ningún pacto,
sino que pongan por testigos uno navarro y otro francés ; y si no tuvieren testi-
gos, hagan un juramento, i 3.° Ninguno sea preso dando fianzas de estar á dcre-
198 GUIPÚZCOA
villa á Guetaria en i 209 cuando á su regreso de Francia quiso
mejorar y fortificar las marinas, y pobló á Motrico, dándole tam-
bién los fueros de San Sebastián.
El afecto de los guipuzcoanos á su rey, mostráronle esplén-
didamente cuando al venir á España D.^ Beatriz á unirse con su
esposo el santo rey D. Fernando la recibieron en Guipúzcoa.
Libre D. Alfonso de los disgustos producidos por la disolu-
ción del matrimonio de su hija D.^ Berenguela con el rey de
León y habiendo anteriormente dejado expedito el camino para
Gascuña, cuyo ducado cedió en dote á la reina D.^ Leonor su
padre D. Enrique II de Inglaterra al casarse aquella con nues-
tro rey, cesión que, más parecía haberla hecho con ánimo de
dejarla estampada que cumplida, atravesó Guipúzcoa con su
ejército y le movió contra los gascones, apoderándose, sino del
todo, de la mayor parte de lo que la correspondía en aquel
país (i).
cho ; y si no pudiese cumplirlo, vuelva de su pié. i 4.° Si algún poblador de San
Sebastián tuviese acto con alguna soltera de la misma villa con voluntad de ella,
no pague la calumnia; pero sí, cuando es con casada, i 5 .° Si alguno trajese contra
su vecino lanza, espada, maza, cuchillo ú otra arma, pague mil sueldos y pierda
el puño. í6.° Si alguno pegase á otro con el puño ó le agarrase por los cabellos,
pague sesenta sueldos ; y si le echase en tierra 260. i 7.° Si alguno entrase en la
casa de su vecino, y le tomase prendas por fuerza, pague veinte sueldos; pero si
fuese fiador, podrá prenderle según es de fuero. i8.° El merino del rey no reciba
calumnia de ningún hombre de San Sebastián, á no ser con aprobaciónde i 2 buenos
vecinos. 19.° Ningún hombre de San Sebastián sea citado á juicio fuera de la mis-
ma villa ; ni sea juzgado sino es por sus propios alcaldes. 20.° Los pobladores de
San Sebastián nombren al fin de cada año el preboste y alcalde. 21.° Los pobla-
dores de San Sebastián, donde quiera que se hallen, sea en territorio ó corte de
Su Majestad, sean juzgados según el fuero de la misma villa.— Las demás disposi-
ciones son penales, de derecho civil privado: lo que se debía pagar. por las merca-
derías que traídas del extranjero se vendiesen en la ciudad, etc.
(i) Al regresar de esta expedición y hallándose en San Sebastián en Octubre
(1204) con su mujer y sus hijos Fernando y Enrique, donó al obispo y catedral
de Santa María de Acqs-Dax— de i 5 villorios que tenía en Angón y en Sa, con todos
los derechos con que le estaban obligados por juro hereditario, para que los hu-
biesen y poseyesen «irrevocablemente para siempre». — Firma reinante en Gascu-
ña.—Firmaban con el rey los obispos de Burgos, de Bayona, de Vacas, etc.; el
vizconde de Bearne y el conde de Armañac.
No debió haberla subyugado toda, cuando volvió al año siguiente (i 205) á re-
cobrar del rey de Inglaterra lo restante del territorio que le pertenecía, pues no
GUIPÚZCOA igq
A la gratitud que los guipuzcoanos debían á D. Alfonso VIII,
correspondieron con su afectuosa lealtad y tomando parte en
empresas tan gloriosas para la monarquía y la cristiandad como
la de las Navas de Tolosa, y en el reinado de San Fernando en
la conquista de Sevilla, para la que el almirante Bonifaz formó
una armada en los puertos de Guipúzcoa y Vizcaya, tripulada
con vascongados que mostraron la pericia y el valor que han
sido y son proverbiales en los marineros de aquellas bravísimas
costas.
No sólo tenían ya fama entre nosotros, sino hasta en leja-
nos países; porque ya desde mediados del siglo xii, la pesca de
la ballena y el curtido de cueros ocupaban á una gran parte de
vascongados (i).
No se conformaban los reyes de Navarra con la pérdida de
Guipúzcoa y de Álava, por lo que no desistían en su propósito
de recuperar aquellas provincias aprovechando cuantas ocasio-
nes creían propicias, y haciendo alianzas con enemigos siempre
del rey de Castilla; lo cual motivaba las frecuentes estancias de
estos monarcas en San Sebastián, aprovechadas para los fueros
y cartas de población que se otorgaban á las villas que se re-
poblaban (2). En todas estas divergencias con Navarra, y aun
en las que produjo el señor de Vizcaya, D. Lope Díaz de Haro,
no consta que los guipuzcoanos faltasen á la fidelidad prometi-
da á los monarcas de Castilla, que hasta en las contiendas que
la vecindad de Guipúzcoa y Francia producía entre sus natura-
había dominado á Burdeos, Regla y Bayona. Redújose esta nueva campaña á atre-
vidas excursiones, que dejaban en pos la desolación y el exterminio.
Parece que al regreso de esta expedición vinieron con el rey familias bcarnesas
que se establecieron en las inmediaciones de Pasajes.
(i) En la carta-puebla concedida por D. Fernando III á Zarauz , en Burgos
á 28 de Setiembre de 1237, otorga el fuero de San Sebastián, salvo que le diesen
por San Martín de cada año dos sueldos por cada casa, y por cada ballena que ma-
tasen, una tira de ella desde la cabeza hasta la cola.
(2) Hallándose en San Sebastián el rey D. Sancho, el 13 de Abril de 1290,
tomó bajo su protección y amparo el monasterio de canónigos de San Bartolo-
mé de la misma villa, y en este propio año dio fueros á Tolosa^ Segura y Villa-
franca.
200 GUIPÚZCOA
les, esmerábanse nuestros reyes en que no se vulnerasen en lo
más mínimo los derechos de sus vasallos.
En las treguas ajustadas en 1293, entre los bayoneses y
maestres Juan y Gonzalo Martínez, procuradores del rey Don
Sancho, juntáronse en Fuenterrabía y San Juan de Luz los jue-
ces comisionados para valuar los daños que recíprocamente se
hicieron, y procurar su reintegro (i).
Por cuestiones de Navarra con Francia unas veces, de Na-
varra con Castilla ó Aragón otras, y no pocas con los alaveses
y guipuzcoanos, andaban con frecuencia inquietos los siempre
belicosos navarros, no siendo límites las fronteras á las algara-
das en que mutuamente se causaban graves daños, talando é
incendiando cuánto unos y otros encontraban á su paso, aunque
no hallaran la menor resistencia.
En la lucha entablada ó más bien sostenida en Francia so-
bre el señorío del condado de Bigorre^ en la que peleaban en-
carnizadamente franceses , ingleses y navarros, apoderáronse
los segundos de Bayona (i.° de Enero de 1295), base natural
de las operaciones inglesas con Navarra y las provincias vascas.
Enojadas éstas entonces con los franceses, parece que cuatro
mil vascos ofrecieron su concurso al general inglés, y este re-
fuerzo les permitió apoderarse de Sardes y Saint Sever. Los
franceses, guiados por el conde de Valois , se reforzaron tam-
bién y se apoderaron de esta última villa después de tres meses
de sitio (2).
No resuelve esto la cuestión, se hace precisa la alianza de
(1) En I 294 tuvieron otra conferencia en el valle de Larraun los comisionados
por Guipúzcoa y Navarra, producida por los daños que mutuamente se cau-
saron.
En este mismo año, á 24 de Junio, dio D. Sancho carta- puebla ala villa de Deva,
con nombre de Monreal, concediéndola el fuero de Vitoria. Habíase principiado
su edificación en el alto de Iciar, con el nombre de Monreal de Deva ; pero conoci-
dos los inconvenientes de tal localidad, solicitaron bajar á la orilla del mar, con
el goce de las mismas mercedes concedidas, y lo concedió D. Alfonso XI en Aige-
ciras á I 7 de Junio de i 343, á condición de que los pobladores de Deva le paga-
sen los pechos, fueros y derechos con que habían de contribuirle én Iciar.
(2) Histoire des Pyrénées.
GUIPÚZCOA 201
Felipe el Bello con los reyes vecinos y su establecimiento defi-
nitivo en el Bigorre ; pide á la reina de Castilla una nueva de-
marcación de fronteras y la restitución de los castillos que
conservaba de los navarros : la reina consintió en ir á Vitoria
para preparar el arreglo; pero se hizo éste difícil, y terminaron
las conferencias, sin contraer compromiso alguno aquella se-
ñora.
No satisfacía á Felipe el Bello poseer el señorío de Bigorre
teniendo secuestrada esta provincia, pues la propiedad directa
estaba en litigio, en espera de sentencia definitiva, que se ocu-
paba de obtener, aunque con la calma de un hombre hábil que
espera que el tiempo y las circunstancias ayudarán sus pro-
yectos.
26
CAPITULO II
Guerras y tratados de Guipúzcoa con Inglaterra
I
¥ .AS guerras y tratados de Guipúzcoa con Inglaterra, apenas
^-^^han llamado la atención á nuestros historiadores antiguos y
modernos, y necesario fué que la ilustrada y celosa diputación
de la Provincia en 1863, anunciara concurso público para pre-
miar la memoria que con mayor exactitud y mejor crítica pre-
sentara las luchas que los vascongados sostuvieron con la na-
ción inglesa en los siglos xiv y xv, y los tratados de paz que
las terminaron. Fué justamente premiado el erudito guipuzcoa-
204 G U I P L' Z C o A
no D. Pablo de Gorosabel, y gracias á él puede llenarse este
gran vacío en nuestra historia patria (i).
La antigua Aquitania, situada entre el río Garona y los Pi-
rineos, pertenecía al principio del siglo xii á Guillermo X, y á
mediados del mismo á su hija Leonor que casó en segundas
nupcias con el duque de Normandía, heredero presunto del
trono de Inglaterra, que ocupó después con el nombre de Enri-
que II de la dinastía de los Plantagenets ; así se transmitió el
ducado de Guiena á la casa inglesa. No bien avenidos con ella
los habitantes del ducado, se sublevaban con frecuencia , prote-
gidos por los reyes de Francia, á los que prestó homenaje En-
rique, cuyo ejemplo siguieron los sucesores en el ducado, con-
viniéndose que el rey de Inglaterra y sus herederos tendrían en
feudo lo que poseían aún de Bayona y de Burdeos, á título de
pairia en la corte de Francia. No fué esta paz muy duradera:
excesos cometidos por los ingleses dieron motivo ó pretexto á
Felipe el Hermoso para citar á Eduardo I en su calidad de va-
sallo ante el tribunal de pares del reino, y por su negativa á
comparecer se le confiscaron los feudos; lo cual ocasionó una
nueva y encarnizada guerra ; ocuparon los ingleses á Bayona, y
á los ocho años (1302) se hizo la paz, restituyéndose á Ingla-
terra las ciudades que le habían sido confiscadas. Rómpense de
nuevo las hostilidades en 1324; fué sangrienta la lucha; prisio-
nero el rey Juan de Francia, el tratado de Bretigny (1360) ase-
guró la paz, concediendo á Eduardo la posesión con plena
soberanía independiente del ducado de Aquitania, al que se
agregaron importantes provincias , y desapareció el vasallaje
(i) Xo hallando el Sr. Gorosabel los suficientes datos en nuestros antiguos y
modernos historiadores, sin exclusión del mismo Garibay tan cercano á los suce-
sos, acudió á los cuadernos de las antiguas Cortes y á los archivos, y como él
dice, «no era bastante aún todo esto para conseguir el importante objeto á que me
dirijo; por lo cual, á fin de completar en lo posible el trabajo, ha sido necesario
consultar los historiadores nacionales y extranjeros. Estos han sido Wallingham,
Froissard, Villani y Meyer, y sobre todo la gran colección diplomática de trata-
dos hecha por Tomás Rymer.»
GUIPÚZCOA 205
del rey de Inglaterra. Nuevamente se sublevaron los aquitanos
que no soportaban la tiranía del de Gales, al que llamaban el
príncipe Negro, por la armadura que usaba de este color: pro-
dújose otra sangrienta lucha entre Francia é Inglaterra, con-
quistando en poco tiempo los franceses toda la Guiena menos
Bayona y Burdeos; se echó á los ingleses de la Normandía; so-
metiéronse á Francia Burdeos y Bayona , y concluyó la domina-
ción inglesa en la Guiena, después de tres siglos.
Durante este período había estado enlazada la casa real de
Castilla con las de Inglaterra y Francia, inclinándose por esto
unas veces á la primera y otras á la segunda. D. Alfonso VIII
casó en 1 160 con Leonor de Inglaterra, heredera también de la
duquesa de Guiena, y por enlaces sucesivos perteneció á Casti-
lla el ducado de Gascuña, de no escasa importancia por confi-
nar con Guipúzcoa, desde donde pasó con sus tropas á tomar
posesión de aquella tierra, y á defenderla de las pretensiones
del rey Juan de Inglaterra. Por muerte de D. Alfonso se trans-
mitió el ducado á su hijo D. Enrique I, y por las turbulencias que
enflaquecieron la monarquía castellana durante la minoría de
aquél, se apoderaron los ingleses de aquel territorio. Desconten-
tos sus habitantes, ofrecieron en 1253 la soberanía á nuestro
monarca, pero no anduvo perezoso el de Inglaterra en enviar
poderosa escuadra y refuerzo de tropas á Gascuña, y esperando
los gascones en vano la ayuda del de Castilla, tuvieron que su-
cumbir á pesar de sus esfuerzos, asegurándose el inglés en su
posesión por medio de un tratado de paz celebrado con el cas-
tellano y el enlace del príncipe de Gales con la infanta Doña
Leonor, que aportaría al matrimonio el ducado de Gascu-
ña (1254).
Continuaron bastante tiempo muy cordiales las relaciones
políticas y de familia entre las cortes de Inglaterra y de Casti-
lla; ofreció D. Fernando IV (1295) auxilio de tropas, pero no
armonizaban tan bien los subditos de ambas naciones habitantes
en la costa del Océano, tomándose mutuamente barcos, y oca-
206 GUIPÚZCOA
sionándose grandes pérdidas al comercio de Bayona, terminan-
do estos daños al celebrarse un convenio, además de las treguas
que los bayoneses pactaron con los de Santander, Laredo y
Castro Urdiales, no muy bien observadas por parte de éstos.
No tuvieron los guipuzcoanos en estas disensiones una par-
te directa, hasta que al renovarse (1324) las hostilidades entre
Inglaterra y Francia, la tomaron las provincias de Guipúzcoa,
Vizcaya y Santander, acabando en 1344 por ajustar éstas con
Bayona un tratado de tregua (i), natural consecuencia de la
que habían convenido los reyes de Francia é Inglaterra para
tres años, interviniendo en esta concordia los legados del papa.
Poco sincera esta concordia, no duró mucho tiempo. Reno-
váronse al año siguiente las hostilidades entre ingleses y fran-
ceses : se hallaron empeñados en estas querellas los habitantes
de nuestras costas del Cantábrico ; se ajustó por el merino
mayor de Guipúzcoa tregua por un año, cuya prórroga no fué
respetada, como consta por las reclamaciones que los guipuz-
coanos hicieron en las cortes de Castilla contra los robos y
violencias de que aquellos habían sido objeto por parte de los
gascones y otros subditos de Inglaterra ; y no obteniendo la
debida reparación, trataron de tomar venganza por sí mismos,
apresando naves inglesas cargadas de vinos y otras mercancías
que iban de la Vasconia, matando cruelmente á sus conductores.
Como si esto no bastara, en 1350 reunieron una gran escuadra
de naves bien tripuladas, pertrechadas de armas y provistas de
todo género de defensa y ofensa, y se presentaron en los mis-
mos dominios de Inglaterra, resueltos á destruir la marina de
esta ya orgullosa y perturbadora nación. Tal terror infundieron
en ella, que su rey apeló á los arzobispos de Cantorbery y
(i) Resulta esto justificado por medio del poder que la villa de Bermeo dio el
mismo año á Martín Juan de Arrcscurrenaga, «para que fuese á la puente de Fuen-
terrabía, donde los comisarios de los reyes de Castilla é Inglaterra, y de D. Juan
Nuñez de Lara, señor de Vizcaya, se habían de juntar á librar los robos y agravios
que habían acontecido, y para pedir á ciertos vecinos de Bayona y Blarriz algunos
hurtos.»
GUIPÚZCOA 207
York, pidiéndoles procesiones y que impetraran la ayuda di-
vina (i).
Llegó nuestra escuadra á las costas de Inglaterra, hízola
frente el mismo rey Eduardo III, peleóse brava y encarnizada-
mente el 29 de Agosto del mismo año en las aguas de Rye ó
Winchelsea, con grave daño de ambas partes ; se celebraron al
año siguiente treguas (2) de veinte años por mar y por tierra (3),
consignándose, entre otras cosas, que los de Castilla y Vizcaya,
en los que se comprendía Guipúzcoa, podían pescar libremente
en los puertos de Inglaterra, Bretaña y demás lugares y puer-
tos, pagando los derechos acostumbrados á los señores del país.
Celebrada esta concordia sin real licencia, se solicitó de las
cortes, y el rey contestó á la petición, que «á lo que me pidieron
(i) Escribíales entre otras cosas : « En verdad no creemos que ignoráis cómo
los españoles, con quienes determinamos renovar, por medio de la unión conyu-
gal de nuestra hija, el tratado celebrado poco tiempo há entre sus reyes y nues-
tros antecesores, convertidos ahora en enemigos con sus cómplices, invadieron
hostilmente a muchos mercaderes de nuestra nación, y á otros que navegaban
por la mar con vinos, lanas y otras mercaderías, les robaron sus bienes matándo-
los inhumanamente, destruyendo además no poca parte de nuestros navios y
causando otros muchos males, sin desistir de perpetrar otros en adelante. Tanta
es ya su soberbia, que habiendo reunido en las partes de Flandes una inmensa
escuadra tripulada de gente arnr.ada, no solamente se jactan de destruir todos
nuestros navios y dominar el mar anglicano, sino también de invadir nuestro
reino y exterminar el pueblo sometido á nosotros. Siendo así, pues que nos pro-
ponemos marchar prontamente bajo la confianza de la divina misericordia, de
cuya voluntad, más bien que de la humana potencia, depende la victoria: para
obviar á nuestros enemigos semejantes cosas, en defensa de la santa iglesia y so-
corro de nuestro reino, os rogamos atentamente con respecto á nosotros y al ejer-
cito que con nosotros ha de marchar, hagáis reunir las acostumbradas procesio-
nes, ofrecer oraciones devotas, celebrar misas, ofrecer limosnas y otros oficios de
alabanza divina que creáis serán agradables á Dios, por vos, el clero y pueblo de
vuestra ciudad y diócesis, por vuestros sufragáneos, varones religiosos, y otros
de vuestra provincia donde consideréis conveniente, para que el Dios omnipoten-
te, que por su clemencia nos sacó poco há á nosotros y á nuestro ejército de tan-
tos peligros, extendiendo la diestra de su protección, abata la soberbia de nues-
tros enemigos, conceda á nosotros y al pueblo el triunfo de su victoria para ala-
banza de su nombre, y pueda disfrutar con quietud la dulzura de la paz. — Testigo
el rey, en Retherheth, á i o de Agosto de i 3 5 o.»
(2) En Londres, á i .° de Agosto de 1351, representando á los españoles Juan
López de Salcedo, de Castro Urdíales; Diego Sánchez de Lupardo, de Bermeo, y
Martín Pérez de Golindano, de Guetaria.
(3) Los de Bayona y Biarritz habían ajustado tregua por 4 años con el rey de
Castilla y condado de Vizcaya. Por Vizcaya se entendía también Guipúzcoa.
208 GUIPÚZCOA
por merced en razón de la tregua que fué puesta entre el rey
de Inglaterra á los de las marismas de Castilla, de Guipúzcoa,
é de las villas de Vizcaya, que me pluguiese ende ; á esto res-
pondo que me place é que lo tengo por bien.»
En 1353 celebróse en la iglesia de Santa María de Fuente-
rrabía tratado de paz perpetua, amistad y benevolencia, entre
Bayona y Biarritz y Castro Urdiales, Laredo, San Sebastián,
Fuenterrabía, Guetaria y Motrico.
Merced á la paz convenida, mercaderes de la marina de
Castilla y de Guipúzcoa tenían establecimientos y factorías en
la Rochela y otros puntos de las costas de Francia y Flandes
pertenecientes á los ingleses que les protegían y favorecían,
como lo habían hecho los franceses antes del tratado de paz de
Bretigny (8 Mayo 1360), por lo que la población se beneficiaba,
no sólo por el comercio que tanto fomentaban los españoles,
sino porque mercaderes y marineros de la marina de Castilla y
de Guipúzcoa se establecieron en la Rochela.
Durante este tiempo había dado Fernando IV á Azpeitia
privilegio de población y título de villa ; Alfonso el Sabio pobló
é hizo lo mismo con la que es hoy Mondragón, y favoreció á
Vergara; D. Sancho IV á Tolosa y á Segura concediéndolas
privilegios, mostrando así su afecto á Guipúzcoa todos los
reyes.
Fué por este tiempo, año 13 18, cuando D. Alfonso XI,
para evitar los naufragios en los que perecían tantos buques
guipuzcoanos, señaló el sitio en que debían anclarlos bajeles en
la concha de San Sebastián y en el canal de Pasajes; disponiendo
además que los de San Sebastián no pagasen en la aduana de
Sevilla más que la veintena , como los bayoneses y geno-
veses.
Al año siguiente de haber poblado y dado el fuero de San
Sebastián y título de villa á Rentería, D. Alfonso XI, llamándola
Villanueva de Oyarzun, y dado también el mismo fuero á Zu-
maya, refieren las crónicas que fué la famosa batalla de Beotivar,
GUIPÚZCOA
209
llamada así por el sitio en que se dio, y en la cual hicieron pro-
digios de valor los guipuzcoanos. Pero ella merece capítulo
aparte.
87
CAPITULO III
Baotivar. — Servicios y mercedes.— Los guipuzcoanos en Canarias
I
^EGÚN vemos en las Averiguaciones de Cantabria por Henao,
«quedaron muy desavenidos los navarros con los guipuz-
coanos desde que éstos dejaron la Confederación con el Reino
de Navarra y se unieron al de Castilla, año de mil y doscientos.
Y si bien desde entonces , no hubo guerra entre los reyes de
ambas coronas, no cesaban de procurarse navarros y guipuz-
coanos todo el daño posible con correrías, robos y destrucción
de los lugares de las rayas, en tanto grado que no pudiera ex-
perimentarse mayor, si entre las dos naciones estuviera rota la
guerra declaradamente con acuerdo de los dos príncipes. Fueron
más sensibles estos males en el año de mil trescientos veinte y
uno (i) por parte de Larrauns porque los navarros con el abrigo
(i) «En el año de 1321 de la Natividad del Señor. Remembranza sea, que vino
de Francia D. Ponce de Morentaya, vizconde Anay, Gobernador general de Nava-
212 GUIPÚZCOA
de los castillos de Lecumberri y Gorriti, donde se recogían, hi-
cieron grandes hostilidades en la comarca de Tolosa. Para em-
barazarlas los guipuzcoanos de una vez se apoderaron por fuerza
de armas de la fortaleza de Gorriti, distante tres leguas de To-
losa, entrando por la parte de Gasselu, esto es castillo, por el
que en el más alto de él hacia Navarra había antiguamente, como
se ve en sus ruinas que están bien manifiestas; y la compañía
de Tolosa demolió casi al mismo tiempo la fortaleza de Lecum-
berri, apartada de ella cuatro leguas y media. Era entonces
Ponce de Moreutain gobernador de Navarra, por D. Carlos pri-
mero de este nombre allí y cuarto en Francia, cognominado el
Hermoso, y con ardiente deseo de recobrar los puestos perdidos
y asolar toda la provincia de Guipúzcoa, juntó con presteza un
ejército copioso de navarros, gascones y franceses y rompió con
furia por Verástegui, etc., etc.»
El valioso triunfo obtenido por tan pocos guipuzcoanos, se
debió á subir éstos á las montañas y cerros de Beotivar calderas
rra, el dia miércoles ante la fiesta de Santa Cruz de Setiembre, que vino nueva que
los guipuzcoanos avian tomado el castillo de Gorriti y mandó el gobernador jun-
tar cuanta gente pudo. E todo esto no fué por otra cosa salvo por destruir á Gui-
púzcoa. E salió el dicho Gobernador de Pamplona con gran gente un dia domingo
víspera de Santa Cruz, y érala gente cincuenta. Y partieron el dicho dia de Santa
Cruz é anduvieron recogiendo la gente toda la semana fasta que se juntaron de
Navarros é Gascones é Franceses hasta setenta mil combatientes, y entraron en
Guipúzcoa dia viernes ante la fiesta de San Mateo, é quemaron á Berastegui. Y el
dia siguiente llegaron fasta Beotivar. Y salióles entonces Gil López de Oñaz, que
era señor de la casa de Larrea, con ochocientos guipuzcoanos, y desbarataron
toda la hueste é tomaron preso á Martin de Aybar que decía que vendería el sol
por dineros en Guipúzcoa, é al tercero dia murió é mataron á Juan López de Urroz
Merino de las Montañas é á Pero de Aybar é Martin de Ursa fijo de dicho Martin
de Aybar é á Pero de Sotes é Pero García é Juan de Oriz fijo de Diego Pérez Faget
e bien á otros cincuenta y siete caballeros é otra mucha gente... é, mucha gente de
la ciudad fueron presos é muertos y el señor de Bosovvel é Juan Cerberan é Juan
María de xVledrano é Juan Hcnriquez y murió el hermano del Gobernador, y el Al-
mirante Benaut Caritut y D. Martin de la Peña. Lo vieron Gil López y su compa-
ñía toda la Hostillamenta de vestías y armas d e la hueste que montaba cien mil
libras. Y escapó el Gobernador. Y todos los otros fueron presos ó muertos. Y esto
acaeció el sobre dicho dia savado. Hasta aquí la memoria de la batalla de Beotivar,
la qual cita Esteban de Garibay como existente en la villa de que se sacó copia,
como notó Henao y permanecer en el Archivo general de la Provincia {a).»
[a) Garíbay, libro 26, cap. 15, f. 295. — Henao, libro 3, cap. 45, f. 394. — Land.^zuri, m. s.
GUIPÚZCOA 213
y tablas de cubas deshechas, y armándolas las llenaron de pie-
dras y cal, y cuando los enemigos iban por los caminos, las
arrojaron con ímpetu furioso, arremetiendo otros en aquellos
angostos pasos con tanto empuje á la vanguardia, que causaron
gran destrozo y mayor pánico. Esto desvanece la extrañeza de
que escaso número de guipuzcoanos vencieran á tantos enemi-
gos (i).
Otros escritores disienten en los detalles; pero todos con-
vienen en que los guipuzcoanos obtuvieron un gran triunfo,
consignado también por los autores franceses. No le negare-
mos nosotros, ni el que debieran tan colosal resultado á que el
terreno fuera como le describen los antiguos cronistas, que
seguramente no estuvieron en él como nosotros hemos estado.
Situado á 2 kilómetros de Tolosa, hemos visto que el valle al
que supusieron «que en más de dos tiros de mosquete, es
incapaz de dar paso á cinco hombres de frente,» es una faja de
tierra llana de cosa de un kilómetro de largo por cerca de 200
metros de ancho, teniendo unos 100 metros en los extremos
opuestos (2). En cuanto al horrible despeñadero, no existe; pues
(i) Esta batalla la recuerda anualmente el regocijo de la burdun-danza ó dan-
za de espadas, que se celebra en Tolosa el día de San Juan Bautista.
Para demostrar la alegría de los victoriosos triunfadores guipuzcoanos, al vol-
vea éstos á sus casas formaron su danza enlazados unos con otros con las mismas
armas que quitaron á sus contrarios. De aquí el origen, según algunos, de la lla-
mada esj>ata-danza.
(2) Beotivar-co-Celaya. — Prado de Beotivar.— Forma la figura de un óvalo
irregular, encerrado hacia el Sur por la elevada montaña de Zumisaldapa de
jurisdicción de Beláunza, con sus hijuelas de Betor Iramendi y otras; hacia el
Norte, por una estribación de la gigantesca cordillera de Usturre dividida en los
altos peñascales de Elordieta y Arnicu, ó Arrizcu, es decir />e«ascoso; y por fin
hacia Oriente y Occidente por los boquetes de entrada y salida de la mencionada
encañada.
Tanto el Arnicu y Elordieta, como Zumisaldapa y demás montes de Beláunza,
son aún hoy de dificilísimo acceso, á pesar de los caseríos de Beotivar, Areva y
otros que se han levantado en sus términos, y de los jarales que se han desmon-
tado en sus faldas, pero lo eran más todavía en aquella época en que la mano del
hombre no había despojado sus abruptas cumbres y sus bosques vírgenes, de su
salvaje y vigorosa aspereza.
Pasan por el valle el camino y las aguas de Berástegui, que vienen, hasta llegar
allí, tocándose constantemente; apartándose á su entrada, el camino para el Xortc,
214 GUIPÚZCOA
las eminencias á uno y otro lado del valle tienen una inclinación
más horizontal que vertical. No podía deberse tan valioso triunfo
solamente al terreno; algo podría ayudar éste; pero no puede
presentarse como el cercano de Dos-hermanas, Peñas de San
Fausto y otros que adquirieron por sus circunstancias notoria
celebridad en la guerra civil de los siete años: serían sorprendidos
los enemigos, podría mucho el valor de los guipuzcoanos, y
aun creemos que unos y otros no lucharían en el número desig-
nado, en el que puede haber error ú omisión sin duda. El mis-
mo Moret rechaza las fuerzas y el número de muertos, expo-
niendo razones poderosas; pareciendo exacto que acudieron
gran número de señores guipuzcoanos con los servidores y gen-
tes de sus casas ; no faltando cronista que se incline á creer que
en vez de 800 pudieran ser 8000 los combatientes vencedores,
debiendo atribuirse esta diferencia á descuido de copista.
Respecto á la verdad de la batalla y al triunfo obtenido
por los guipuzcoanos, es evidente, y fué de inmensa importancia
para la monarquía, tan combatida durante la minoridad de Al-
fonso XI. En su Poema ó crónica rimada escrita por Rodrigo
y las aguas para el Sur, las cuales después de pasar por debajo de un puentecillo
conocido en aquel tiempo con el nombre de Igiterapeco-Ziibi-Chiquiya, vuelven á
reunirse con el camino cerca de los molinos de Beláunza, empujados el uno y las
otras por las laderas del valle, que se acercan en aquel punto casi hasta tocarse.
La extensión de la encañada desde su entrada cerca de Berrobi hasta los moli-
nos de Beláunza, será como de media legua; y su anchura que en algún sitio podrá
llegar á unos 800 pies, se estrecha en tiles términos, en su mayor parte, que
apenas deja espacio entre las montañas que la flanquean, á la calzada y á laregata
que van por su fondo.
Se ve pues por lo expuesto, que para llegar á Tolosa, el ejército invasor había
de atravesar grandes y peligrosos desfiladeros, muy fáciles de guardar; y en cuya
total extensión no había de encontrar más que el mezquino valle de Beotivar, con
espacio suficiente para mover desahogadamente algunos centenares de hombres.
Pero aun llegado aquí, podría verse encerrado hacia la izquierda por las ele-
vadas montañas de Beláunza, como Zumisaldapa y otras ; hacia la derecha por los
ásperos breñales de Elordieta y Arnicu, y finalmente de frente por el estrecho bo-
quete que forma la aproximación de las indicadas montañas.
Oñar, que conocía detalladamente los menores accidentes de este terreno, y que
sabía por lo tanto que era el único que ofrecía la posibilidad de alguna resistencia,
se fijó en él para aguardar al enemigo y probar un esfuerzo, con la esperanza li-
viana de suplir con sus ventajosas condiciones topográficas la inferioridad de sus
fuerzas. (Araquistain : Tradiciones vasco-cdnlabras.)
GUIPÚZCOA
215
Yáñez, contemporáneo de los sucesos que describe, se halla
esta notable narración de la batalla de Beotivar, cuyo triunfo
se presenta con claridad aun cuando sacrifica á la brevedad he-
chos importantes y muy especialmente la parte que los franceses
tomaron en la pelea.
«Todos están mal andantes
E grandes guerras auian,
Ya muertos sson los infantes
Que á Castiella defendían.
El rey su defendedor
Chiquillo le tienen agar,
Non tienen rrey nin sennor
Que los pueda amparar.
Castellanos tienen tierras
En que derecho avenios,
Por muertes e por guerras
A Nauarra les tornemos.
En aquesto acordaron
Nauarros e su conpanna,
Con muy gran poder entraron
Por tierras de la montanna.
Amenasando los castellanos
Que todos serian muertos,
Supiéronlo lepuscanos (i)
E tomaronge los puertos.
Con los de la montanna
Todos fueron ayuntados
Assás poca companna
Todos apeonados.
Dios les dio aquel dia
Grant seso e saber
De vna nueva maestría
Que luego fueron facer.
Las calderas que tenian
Con sogas las ataron,
De piedras las enchian,
E del monte las echaron.
Por donde yua vna ladera.
Bien commo varones.
Dieron en la delantera
Do estauan los pendones.
Los cauallos se espantaron
Que tener non los podian,
Contra la (,'aga tornaron
Que los franceses trayan.
Los de la gaga cuydaron
Que algunos los seguían.
Las riendas todos tornaron.
Contra Navarra foyan.
Debieron de la montanna,
Lepuscanos, poca gente.
En los nauarros con sanna
Ferian brauamente.
Leuaron los arrancados
E callauan e ferian,
De asconetas e de dardos
Muy grandes golpes tfasian.
En alcani^e los leuron
Muy gran tierra de andadura,
Desta lid escaparon
Nauarros con amargura.
El caudiello escapó
Con muy poca conpanna,
E dexó bien nueve mili
Muertos por esa montanna.
Aquesta los dexemos
Que lepuscanos vencieron,
E los fechos declaremos
Que después contescieron (2). »
(i) Así llama á los guipuzcoanos.
(2) Otras muchas poesías refiriendo aquella batalla podríamos citar; pero
basta la expuesta.
2l6 GUIPÚZCOA
II
A pesar del triunfo que sobre los navarros y franceses
obtuvieron los guipuzcoanos, no desistieron los primeros de los
derechos que creían tener sobre Guipúzcoa ; y como siempre
procuraban aprovecharse de las turbulencias de Castilla, incli-
nados como estaban al partido de los Cerdas, cedióles el pre-
tendiente D. Alfonso sus derechos sobre aquella provincia, la
de Álava y Rioja, para cuando reinase. No dio resultado tan
gran liberalidad con los bienes ágenos; antes contribuyó á
acentuar los rencores de ambos pueblos limítrofes, hasta el
punto de que los guipuzcoanos conducidos por Lope García
de Lazcano, entraron en son de guerra en Navarra, tomando
pueblos y castillos y saqueándolos.
Don Alfonso que había continuado otorgando mercedes á
aquella provincia, poblando á Azcoitia, Salinas de Leniz, Elgue-
ta, Plasencia, llamada entonces Soraluca y campo de Herlaivia,
á Eibar, Elgoibar, etc., concediéndoles privilegios y dándoles
indistintamente el fuero de Vitoria, de San Sebastián, de Logro-
ño, etc. ; permitió á la villa de San Sebastián nombrar sus escri-
banos, sin embargo de haberse apropiado el monarca todas las
escribanías numerarias ; y confirmó cierta sentencia de jueces ar-
bitros á favor de aquella villa contra la de Tolosa, sobre la dis-
cordia que de antiguo tenían entre sí ambas repúblicas, y han
continuado teniendo, por considerarse cada una con derecho á
la capitalidad.
Merece especial mención que D. Alfonso permitiera á San
Sebastián, en i6 de Enero de 1332, construir molinos de viento
dentro del palenque y arcas del pueblo, y atalaya, porque son
los más antiguos de España y aun de Europa.
GUIPÚZCOA 217
En la célebre batalla del Salado se distinguieron los guipuz-
coanos, como en funciones de guerra sabían distinguirse, tenien-
do por caudillos á D. Pedro Núñez de Guzmán, que moraba en
las montañas de León y á Amador de Lazcano, al que hizo el
rey alcalde y gobernador de Cazorla y caballero después de
la Banda (i); no fué menos notable el comportamiento de los
guipuzcoanos en el cerco de Algeciras, guiados por el meri-
no mayor de la provincia D. Baldomero Vélez de Guevara,
yendo además hacia el Estrecho varios bajeles de la misma pro-
vincia, por lo que agradecido D. Alfonso, expidió cédula real,
diciendo á los de San Sebastián : < al tiempo que nos teníamos
cercada la nuestra ciudad de Algeciras por el grand menester
en la goarda de la mar, que nos vinisteis á servir con naos * ,
declaraba que este servicio no había sido forzoso.
Siempre los reyes de Navarra con la mira puesta en Guipúz-
coa y Álava, concertó secretamente Carlos II con D. Pedro de
Aragón, en Tudela, alianza contra D. Pedro de Castilla, y que
lograda que fuese la conquista de este reino, se darían al de
Navarra las tres provincias vascongadas.
En la lucha entre D. Pedro y D. Enrique siguió Guipúzcoa
á su rey, que entró en San Sebastián en 1366 de paso para Ba-
yona; y en este mismo año, estando en Libornia, cerca de Bur-
deos, se otorgó la escritura por la cual cedía al príncipe de
Gales las provincias de Guipúzcoa y Álava (2). No era este el
mejor medio de obligar á aquellos naturales á seguir los pendo-
nes de D. Pedro, y disculpaban tal comportamiento el que se
pusieran como se pusieron muchos de parte de D. Enrique,
aun cuando no extrañara en aquellos desventurados tiempos se
dispusiera de pueblos y provincias enteras como de rebaños.
Continuaron, no obstante, obedeciendo á D. Pedro San Sebas-
(i) Antes que éste, Lope García de Lazcano acaudilló á los guipuzcoanos que
entraron en Navarra y tomaron el castillo de Unsa en el año de i 3^4, según la
Crónica de D. Alfonso XI, cap. CL, y Mariana, Lib. XVI, cap. IV.
(2) Lleva este documento la fecha de 2 3 de Setiembre.
38
2l8 GUIPÚZCOA
tián y Guetaria, sin cuidarse para nada de los ingleses sus veci-
nos, pues residían en el ducado de Guiana, del que les separaba
sólo el río Bidasoa.
Debió ser completamente nominal la cesión de Guipúzcoa á
los ingleses, porque no vemos que ejercieran acto ninguno de
dominio, como lo ejerció D. Enrique en cuanto sucedió á su her-
mano, ya haciendo población y dando título de villa á Usurbil á
la que concedió el fuero de San Sebastián, ya estando después
en Mondragón, villa solicitada por D. Beltrán de la Cueva, señor
de Oñate, á cuyas instancias repetidas no accedió el rey, y sí á
concederle la villa de Leniz (i).
D. Enrique II y D. Juan I favorecieron á algunas poblaciones
de Guipúzcoa, que no se registra reinado del que no recibiera
mercedes, y D. Enrique III autorizó que una pequeña flota tri-
pulada por andaluces, vizcaínos y guipuzcoanos, zarpara de Se-
villa (1393) á explorar las costas de África. Visitaron desde el
paralelo 34 al 29, y al encontrarse frente de las Canarias, las
llamas del volcán de Tenerife asustaron de tal modo á los expe-
dicionarios, que la llamaron isla del Infierno sin atreverse á abor-
darla, como lo hicieron á Lanzarote, trayéndose á España ciento
sesenta indígenas, entre ellos un rey y reina, cera, pieles y otras
producciones: < Ovieron moy grand pro los que allá fueron. E
enviaron á decir al Rey lo que allí fallaron, é como eran aque-
llas islas ligeras de conquistar, » para lo que solicitaron permiso
del rey que nada contestó á tal petición. De esta incuria, que
entonces también existía, se aprovechó más adelante el nor-
mando Juan de Bethencourt (2).
( 1 ) A petición de los mondragoneses había ido el rey á Mondragón, cuya villa,
para que aquél íuera á Oñate, construyó un camino llamado en el idioma del país
Erreguevidea, camino del rey.
(2) No fué la expedición de los vascongados la primera que fué á Cananas. En
la historia de aquellas islas por D. Agustín Miralles— Las Palmas, 1860— se habla
de un escrito árabe, cuyo m. s. original se conserva en la Biblioteca de París.
Refiriéndose al año 334 de la Egira, 999 de Cristo, dice hablando de una expedi-
ción de musulmanes: «Esta expedición, desconocida de todos nuestros historia-
dores, es la I .* relación circunstanciada y auténtica que ha llegado hasta nosotros
GUIPLIZCOA 219
sobre la Gran Canaria, dándonos una curiosa idea del país y de sus habitantes en
aquella lejana época.» Ya había en las islas otros árabes náufragos.
En I :j9 I dos capitanes genovescs, Doria y Vivaldi, emprendieron un viaje de
exploración á Canarias; pero no se volvió á tener noticia de ellos.
En 1341, Alfonso IV de Portugal encomendó al ilustre aventurero florentino
Corbizzi una expedición que da mucha luz sobre el estado de las islas en el si-
glo xiv.Eli.°dcJuliodel mismo año tres carabelas bien aprovisionadas, tripuladas
por florentinos, genoveses y castellanos, zarparon de Lisboa con rumbo á Canarias,
llevando caballos, armas y maquinas de guerra : á los cinco días aportaron á una
de las islas del grupo, abundantes en cabras y otros animales, hombres y mujeres
desnudos. Aquí adquirieron grandes cantidades de pieles y sebo, sin atreverse á
internarse en el país. Pasaron á otra isla Canaria, donde descubrieron multitud de
gente que les salió al encuentro... «Cuando los isleños conocieron que los extran-
jeros no querían desembarcar, intentaron algunos llegar nadando á los navíosí
pero aunque lo consiguieron, su tentativa les salió muy cara; pero los portugueses
retuvieron cuatro á bordo, que luego fueron conducidos á Lisboa.»
¿Irían aquí los guipuzcoanos? •
1345. Una expedición que salió de Cádiz dirigida por Alvaro Guerra, encon-
tró á algunos españoles, restos de antiguas expediciones ó de anteriores naufra-
gios, que les sirvieron de intérpretes con los naturales.
I 360. Expedición de mallorquines que quedaron prisioneros y fueron tiempo
después sacrificados.
1377. « Martín Ruiz de Avendaño, noble vizcaíno, aporta á Lanzarote, y es re-
cibido con afectuoso ínteres por aquellos naturales.
1382. Una tempestad arroja sobre las costas de la Gran Canaria un buque
mandado por Francisco López, salvándose del naufragio trece españoles, hechos
prisioneros. Los trataron como amigos, contribuyendo con sus conocimientos á
suavizar las costumbres de los insulares, « hasta que en i 399 una armada de viz-
caínos y andaluces al mando de Gonzalo Peraza Martel, se presentó entre las costas
de la isla y saqueó cuánto encontró á su paso ; consecuencia de esta invasión fué
la desconfianza con que principiaron los canarios á mirar á los mallorquines, su-
poniéndoles espías de los españoles y la cruel resolución que adoptaron de aho-
garlos á todos en el mar, haciendo sufrir la misma suerte á siete prisioneros que
habían caído en su poder en las últimas refriegas.»
1 402. 1 ." Mayo. Bethencourt con más de doscientos hombres de armas salió
de la Rochela, preso en Sevilla, queda en libertad y zarpa para Lanzarote.
2! Octubre de 1480. Expedición de trescientos hombres á las órdenes del
guipuzcoano Miguel Mujica á las Canarias, donde murió peleando en el referido
mes.
•^■•á5^-f-;
h/'^ /*^^ >
^ ^\
1
■^ CAPITULO lY
Luchas por mar y tierra.— Parientes mayores.— Oñacinos y gamboinos.
Desastres. —Hermandad.
y l" pesar délos tratados de paz ajustados en 1351 yi353(0
j-^se declararon los guipuzcoanos en hostilidad contra los in-
gleses á instancias del rey D. Enrique, temeroso de las pretensio-
nes del duque de Lancáster, como marido de la infanta D.'' Cons-
tanza, respecto á la corona de Castilla. Muy hábiles ya los ingleses
( I ) El 2Q de Octubre 001353 se extendió un tratado entre los moradores de
Bayona y Biarritz, por una parte, y los vascongados por otra, «para poner fin á
los inveterados odios y sangrientas agresiones que hasta entonces habían espar-
cido la desolación y la muerte en el litoral del país vascongado y de la tierra de
Labort.»
222 GUIPÚZCOA
y poderosos en las cosas de mar, había que contenerlos con otra
fuerza que les hiciera frente en el propio elemento, y lo consi-
guieron los audaces y expertos marinos de la costa del Cantá-
brico, distinguiéndose en los combates por mar y tierra ocurri-
dos cerca de la Rochela. Y tanto agradeció el rey de Castilla
el servicio prestado por los vascos, que apenado al saber que
unas de sus naves mercantes habían sido embargadas en Lisboa,
pidió su restitución y la negativa fué causa de una guerra entre
ambos pueblos vecinos, consiguiendo así rescatar las naves.
Invitado por el rey de Francia concurrió D. Enrique desde
Burgos, con cuantas tropas pudo reunir, sobre Bayona que hacía
gran daño en las costas de Guipúzcoa y Vizcaya; mas no pudo
tomarla por no haber concurrido el de Anjou, como ofreciera, y
regresó por Guipúzcoa, otorgando algunas mercedes en recom-
pensa de servicios prestados. Siguieron prestándolos los guipuz-
coanos en aquella sostenida lucha contra Inglaterra á la que nos
empujaba la alianza con el francés; hubo épocas en que más que
lucha de nación á nación, lo era de piraterías; el mismo rey de
Castilla, D. Juan II, al recibir una embajada bretona para poner
fin á las hostilidades que tantos daños mutuamente ocasiona-
ban, mostró su disgusto por semejante guerra, y para la con-
cordia nombró juez representante de Guipúzcoa á Fernán Pérez
de Ayala, merino mayor de la misma; firmóse en Segovia el tra-
tado de paz y la indemnización de los daños causados por una
y otra parte; mas como no se incluyó en esta paz á los subditos
ingleses, continuó la lucha la flota castellana, cuyo capitán era
Fernán Pérez de Ayala, y en la que iba gran golpe de gente
guipuzcoana; recorrió el litoral del golfo de Gascuña, incendió
San Juan de Luz y Biarritz, cayó sobre Bayona (14 Agosto 141 9)
é incendiando, talando y asolando la tierra, la corrieron toda has-
ta Burdeos. '^
Las guerras en que habían tomado parte los guipuzcoanos
parecía haberles connaturalizado tanto con el uso de las armas,
que era la lucha su estado normal, y apenas cesaba por las
GUIPÚZCOA 223
fronteras: tuviéronla con Navarra y Aragón (i) (1430 á 1435);
ayudaron á los guipuzcoanos los vizcaínos y alaveses : los
grandes daños que produjeron, afectaron al duque de Bretaña,
que se vio precisado á enviar sus embajadores pidiendo al rey
D. Juan II cesaran tantos desastres y que los daños ocasionados,
según costumbre, se pagaran recíprocamente, como así se con-
vino. En otras cuestiones entre ingleses y guipuzcoanos arregla-
ron entre sí sus diferencias, sin intervención del monarca ni de
otros poderes; si bien D.Juan II contribuyó mucho amenazando
al de Armagnacq que < le haría la guerra con toda la provincia
de Guipúzcoa, si otra vez -deserviese al rey de Francia. >
Es verdad que en medio de aquel desorden, sino todo pare-
cía lícito, se toleraba. Por alardear de más valor ó de mayor
poder se concertaban duelos á muerte entre guipuzcoanos y gas-
cones de la frontera, y lo que empezaba por un combate perso-
nal, para vengar la muerte del vencido en él se reunían sus
parientes, deudos y vasallos, hacían lo mismo los del vencedor
y se empeñaban sangrientas luchas, trabándose mortíferas bata-
llas, como la librada en San Juan de Luz, tan funesta á Fernando
de Gamboa y su gente.
II
En el reinado de D. Enrique IV atravesó Guipúzcoa una de
las épocas más funestas de su historia. Parecían demostrar los
sangrientos sucesos en que tanta parte tomaban todos, lo que
pueden las pasiones inspiradas más en el amor propio que en
legítimas y poderosas causas.
(i) En estas guerras los tolosanos conquistaron los lugares de Leiza y Arcso
(Navarra), dejándolos para la corona y en ellos a sus moradores, y el rey D. Juan II
los dio á Tolosa, reteniendo para sí el señorío mayor y las alcabalas. — En Sala-
manca á 20 de Setiembre de i 430.
224 GUIPÚZCOA
Los que se llamaban parientes mayores (i), cabezas de li-
naje y bando, que fueron una de las mayores calamidades que
tuvo, y los bandos gamboinos y oñacinos con aquéllos enlaza-
dos, hacen el proceso de los señoríos. «No es fácil, dice la Cróni-
ca m. s., individualizar todos los sucesos que ocurrieron en este
particular ni dar puntual noticia de la gran efusión de sangre y
de los males y daños que se ocasionaron en el país de resultas
de estas parcialidades y banderías.» El concienzudo y grave
Henao, dice ocupándose de estos bandos que «deben entrar en
la cuenta de los más execrables que sustentó en Europa la vana
porfía de los mortales para ruina y asolación, no sólo de íamilias
sino de república y provincias. Que mientras duraron fueron más
perniciosos para Guipúzcoa, Vizcaya y Álava que si crueles y
bárbaros las talaran, porque de sus mismos hijos eran alteradas
y consumidas perpetuamente con rencillas y debates sangrientos.
Nadie vivía en quietud, el padre se recelaba del hijo, éste de
aquél, los hermanos peleaban entre sí cual si fueran extraños;
matándose unos á otros, y bebiendo su sangre, y las haciendas
y casas carecían de dueños ó eran de quien se les antojare.»
En efecto, el saqueo é incendio de caserías y pueblos, la tala
de montes y de árboles frutales, los más feroces asesinatos y los
choques más sangrientos era el estado en que por mucho tiempo
estuvo sumida la provincia, sin que hubiera autoridad que pudiera
poner coto á tales desmanes; pues los alcaldes de Hermandad
que tenían autoridad y poder para ello, participaban de las mis-
mas pasiones y formaban parte de uno ú otro bando.
No sólo se ensañaban mutuamente parientes y linajes, sino
(i) Parientes ríxZiyoxt's.-Aiie-mcigusiac. Llamábanse así los jefes de algunas
familias que por circunstancias que se ignoran, merecieron tan honorífico título
entre los demás de Guipúzcoa. No se sabe si además de la excepción de la justa
ordenanza, gozaban de algunos otros privilegios y derechos; pero sea que así
fuera, ó sea por el prestigio que les daban su nombre y sus riquezas es lo cierto
que ejercían una gran influencia en los asuntos del país.
En Echave. Izarti, Zaldivia, y otros escritores vascongados pueden verse noti-
cias curiosas sobre ellos. (J. V. Araquistain.)
GUIPÚZCOA 225
que se desafiaba á villas como lo hicieron Lazcano , Gamboa y
otros, por cartel formal (Julio de 1456) fijado á las puertas
de la villa de Miranda de Iraurgui, que es Azcoitia, no Azpei-
tia, como dijo equivocadamente Garibay. Les desafiaban entre
otras muchas causas, por < aver hecho hermandad é ligas, é
monipodios contra ellos, é averies hecho derribar sus casas
fuertes, é muertoles sus deudos; é parientes, é tomadoles sus
bienes, é puestolos mal con el Rey, é finalmente aver procura-
do de desfacerlos, é quitarlos sus nombres de la tierra; é queri-
doles quitar sus ante-iglesias é monasterios, é otras muchas co-
sas Por las cuales razones, é causas, é cada una de ellas, é
por la naturaleza, é superioridad, é lealtad, é fidelidad, que de-
bemos al dicho señor Rey, á nosotros, é á cada uno de nos
pertenece derecho vos tomar la amistad en enemistad, é vos
desafiar, é facer guerra, é cruel destruicion de vuestras perso-
nas, é bienes, como á enemigos de nuestro señor el Rey é nues-
tros, etc., etc.>
La resonancia que tuvieron en Castilla estos desórdenes
obligaron al rey á trasladarse á Guipúzcoa, á donde llegó en
Febrero de 1457; recorrió la tierra, entró en San Sebastián
el 15 de Marzo, morando en la casa del Preboste de la villa;
embarcóse para Pasajes, en una carabela que los de este pue-
blo habían tomado á los ingleses; navegó á Fuenterrabía, retro-
cedió por mar á Guetaria, y bien informado de la permanencia
del desorden que tanto perturbaba la provincia . para cortarlo
radicalmente hizo derribar las guaridas de aquellos famosos
parientes mayores, que prevalidos de sus fortalezas ejecutaban
sus lucrativas y sangrientas algaradas, y se arruinó la torre de
Olaso en Elgoibar, la de Zaldivia en Tolosa, la de Lazcano en
este pueblo, de Astigarritia en Guetaria, la de Lizaur en
Andoain, las de San Millán y de Murguía cerca de Hernán!,
las de Ozaeta y Gaviria en Vergara y otras muchas, demos-
trando su número la parte que en aquellas banderías tomaban
todos. Ordenó D. Enrique nuevas leyes de hermandad y cuán-
J9
2 2b GUIPÚZCOA
to le sugirió su celo para devolver la tranquilidad á Guipúzcoa.
Era bien necesario fortificar el poder de estas hermandades que
tuvieron que levantarse contra algunos caballeros y escuderos
que tornaban á revolver la provincia, atajando sus atrevimien-
tos. «Con todo ello, siendo muchas las pasiones y continuas par-
cialidades de vandos y diferencias acia tan travajoso bivir en ella
que ambas gentes en sus propias casas y habitaciones no eran
seguras (i).»
Las tres provincias vascongadas enviaron gente á D. Enri-
que con motivo de la guerra contra Navarra (2), en favor de su
primo el príncipe de Viana. Si esto daba una tregua á veces á
las civiles discordias, se reproducían al volver estas huestes.
No produjo menos desgracias y fué más permanente la lu-
cha entre los bandos gamboinos y oñacinos que tuvieron su
origen ó existían ya hacia el siglo xii, por rivalidades entre las
poderosas casas de Oñaz en Guipúzcoa y de Gamboa en Ála-
va, y los parientes y deudos que una y otra tenían en Viz-
caya tomaron también parte en la lucha que se extendió á las
tres provincias hermanas y aun á las confinantes ; que ninguna
se vio libre de los horrores á que con inusitada ferocidad se
entregaban ambos bandos, llegando hasta asesinar á niños en
los brazos de su madre (3).
(i) Garibay.
(2) A 18 de Mayo de 1461 manifestó D. Enrique á la provincia que había he-
cho un señalado servicio en el socorro del castillo de Ortzorroz con los trabajos
que había sufrido, ofreciendo pagar sus sueldos según le había escrito con Gon-
zalo Correo. (Archivo de la Diputación de Guipúzcoa.)
(3) Entre los muchos hechos que pudiéramos citar, lo haremos del siguiente,
no por ser el más horrible, sino por su comprobada exactitud.
«En 1420 Fernando de Gamboa el Ladrón de Váida, y los de Carames, e de
Iraeta, e de Achega, con todo el poder de los gamboanos, con una luna de noche
de Navidad y atravesando montes y valles llegaron á la alborada á Lezcano, y sal-
tó Juan López de Lezcano de la cama en camisa por una ventana al rio que va so la
casa y pasó á nado allende, y así escapó de la muerte, y mataron unos 10 hom-
bres en la casa y cerca de ella degollaron á Martin López su hermano, de i 2 años,
en los brazos de su madre, y tornándose á donde habían salido, que era toda
comarca de Onis, dábanles en las espaldas y mataban muchos dellos y llegando
sobre Azpeitia saliólo al través Juan López Yarza con sus parientes y mataron á
Fortuno de Váida hermano de Ladrón de Váida y otros muchos con él en manera
GUIPÚZCOA 227
No pudiendo los enemigos de la casa de Loyola derribarla, por
muy fuerte, derribaron la deYarza *é hicieron muchas muertes. >
En 1446, pelearon en Zumarraga, quemaron á Azcoitia;
perdieron unos y otros contendientes muchos hombres, y de los
principales, en estos y otros encuentros que se repetían, pues
siempre el vencido deseaba vengarse ; y el vacío de los jefes y
principales los llenaban los parientes más próximos, que nunca
faltaban, pues eran extensos los linajes, y vemos pelear en 1447
á los de Váida, de Ortiz y de Sánchez, del bando de Gamboa,
y en Socorro de Lazcano, los del linaje de Onís, de Butrón y de
Mugica.
Al año siguiente los gamboinos cercaron á todo el bando
de la casa de San Millán «e pusiéronle Lombardas, e otros per-
trechos, ca eran 2500 omes, e mucho armados,» y acudieron
en su socorro los Lezcanos, el señor de Urtubia, y otros del
linaje de Onis, peleando parcial y colectivamente con empeñada
crueldad.» «Unos á otros se tiraban de saetas, hasta de unas
ventanas á otras, sin temor de justicia, porque no la habia sino
en el cielo (i).>
En 1457 se levantaron las hermandades de la provincia
«contra todos los parientes mayores, no acatando á Onis ni á
Gamboa, porque facian e consentían muchos robos e maleficios,
en la tierra y en los caminos, e en todos logares, e fecieronles
pagar todos los maleficios, e derribáronles todas las casas fuer-
tes que una sola no dejaron en toda la provincia e quitáron-
les todos los parientes de las treguas de los solares, que no les
quedó uno solo, e fecieronse todos comunidades, e echaron des-
terrados a los dichos parientes mayores por cierto tiempo de la
provincia toda, e han vivido fasta aquí en justicia.»
que antes que llegasen en su tierra dejaron muertos 150 hombres y todas las
armas, acémilas y cosas de arreo que habían lebado.» (Bienandanzas de G.' de So-
lazar.)
Kn este mismo año, y en noche de luna quemaron los gamboinos la casa de
Unzuetacon doce hombres que había en ella. Era de madera.
(i) Garibay.
228 GUIPÚZCOA
Y aún se hizo más: los abogados y clérigos fueron excluidos
de las Juntas, porque aquellos según el fuero <eran habidos por
parientes mayores,» y el clero, porque no debía entrometerse
en materias políticas.
Se expulsó también á los que se consideraban sospechosos,
y se consignó, cque qualquier persona de esta provincia que
fuere á tierra de Vizcaya, é Encartaciones, é Oñati, é Aramaya-
na, é Álava, é Navarra, é Labort de aquí adelante, en qualquier
tiempo en son, é continente de vandear ende algunos, ó usar de
armas; allende las otras penas del Quaderno de esta Herman-
dad, que tales cosas hablan, seanles quitadas las casas, é los
que alias no tuvieren de suyo casas; sean acotados, é encarta-
dos por el mismo caso de toda esta Provincia, é mueran por
ello (i).»
No bastó esto, ni los esfuerzos de la hermandad para dar
paz á Guipúzcoa, ni las leyes que al efecto se crearon, fueron
bastantes, y tuvo el rey que enviar (1469) al conde de Haro
con el carácter de virrey de aquella provincia y de la de Vizca-
ya, para apaciguar los bandos, necesitando para conseguirlo
imponer la pena capital á algunos individuos principales.
III
Dice la historia m. s. que «á imitación de la hermandad que
se hizo en el tiempo de su padre entre el reino de Navarra y
Guipúzcoa, quiso que se hiciese otra nuevamente el rey D. En-
rique II.» Leída la real orden en junta celebrada en Tolosa, á
fin de que se uniese en hermandad toda la tierra de Guipúzcoa
en conformidad á lo que tenía ordenado dicho rey en Me-
(1) Tit. XXVIII, cap. III de los fueros de Guipúzcoa.
GUIPÚZCOA 2 ¿4
dina del Campo, comprendiendo á toda la tierra guipuzcoana
con Navarra, «según que fuera en tiempo del rey D. Alfonso
nuestro padre que Dios perdone;» dieron cuenta los procurado-
res del cumplimiento de lo ordenado por el rey haciéndose la
hermandad de «Guipúzcoa con Navarra como también entre
ella misma ; pero que respecto á que la tierra de esta provincia
(Guipúzcoa) era montaña y apartada y se cometian en ella hur-
tos y otros delitos de noche por los montes que no se podia
guardar la hermandad no concediendo S. M. el permiso de po-
ner en el cuaderno de ella quatro capítulos por no bastar los
ordinarios para mayor seryicio de Dios y beneficio de la tierra.»
Limitábanse éstos á la creación y nombramiento de siete alcal-
des; á residenciarlos si cumplían mal; á la investigación de los
delitos, y á la seguridad de los caminantes (i); todo lo cual
(O Lo consignado en estos cuatro capítulos es muy importante para el cono-
cimiento del estado social de aquella época en Guipúzcoa, dejando por nuestra
parte, al lector, que haga las muchas, importantes y graves consideraciones á que
se prestan.
«El I .° que se creasen y nombrasen siete alcaldes de hermandad de la misma Gui-
púzcoa, de los cuales los tres de un Alcaldía (estas eran las de Aistondo. Avería y
Sayaz a quienes llaman Alcaldías nacionales en esta Provincia) recaiendo la ele-
cion en las personas mejores déla tierra, hombres de bien de buena fama arraiga-
dos y abonados en lo que pareciese conveniente, imparciales y sin adhesión á
vando ni á intriga y que mirasen á el bien y provecho del pays y á los cuales se
les recibiese juramento en una cruz y santos evangelios y que su judicatura fuese
común y se estendiese á toda Guipúzcoa sin respecto al territorio de su do-
micilio.
»2." que por si acaso los de la Hermandad tuviesen noticia cierta que los di-
chos Alcaldes ó algunos de ellos usan mal de su oficio, que en este caso se con-
greguen todos los procuradores de las villas y lugares de Guipúzcoa ó la maior
parte en aquel pueblo que les pareciera conveniente y puedan remover de su ofi-
cio el Alcalde ó Alcaldes y poner en su lugar aquel ó aquellos que mejor les pare-
ciese, teniendo facultad qualesquier Alcalde ó Alcaldes de Hermandad, de juzgar
y hacer justicia en los malechores y sus bienes, y que si no se conformasen los
Alcaldes, que tomasen conocimiento en la causa en dar el juicio ó juicios, la sen-
tencia ó sentencias, que aquello que mayor parte acordase prevaliese y que no
hubiese apelación alguna.
»3.° que el Alcalde ó Alcaldes ante quien se diese la querella del delito ó de-
litos, fuesen obligados á investigar la verdad de la acusación por qunntos medios
pudiesen bajo juramento y por otras provanzas manifiestas y pudiesen dar sobre
ellos la sentencia ó sentencias que se debiesen.
»Lo 4.° que para que los transitantes por los caminos andubiesen con livertad
y seguridad, y en atención a que en los hiermos y despoblados y por las hereda-
230 GUIPÚZCOA
confirmó el rey D. Enrique, añadiendo que los siete alcaldes
fuesen nombrados anualmente y que si falleciese alguno durante
el año y hubiese por consiguiente que sustituirle, «diese cuenta
la provincia al rey para que lo aprobase y confirmase y lo mis-
mo en el caso de ser depuesto por algún motivo (i).»
No debió distinguirse la hermandad por su celo , cuando
D, Enrique III decía en 1397 á D. Gonzalo Moro, oidor de su
audiencia y corregidor y veedor puesto por el rey en Guipúz-
coa, que habían ocasionado sus habitantes algunos bullicios,
alborotos y discordias, y que la hermandad no cuidaba de la
observancia de lo dispuesto por los reyes su. padre y abuelo;
por lo que le mandó pasar á Guipúzcoa, congregar los procura-
dores suficientes, reconocer el cuaderno de leyes que confirma-
ron sus predecesores y las reformase, aprobando el rey desde
luego cuánto hiciese.
Celebróse á su virtud en Guetaria la junta general en Julio
del citado año de 1397, y con acuerdo unánime se ordenaron
63 capítulos, en los cuales se prodigaba la pena de muerte y
otros castigos á fin de atajar tíos muchos delitos de muertes y
heridas que se cometían en la provincia.» Se imponía la pena
de muerte al que robase, en un camino, de 10 florines para arri-
ba, satisfaciendo además lo que robó y las costas; el ladrón
reincidente por cualquiera cantidad menor también moría, y el
que encubriese al ladrón y lo robado, sabiendo que lo era ; asi-
mismo el forzador de mujer, el que quebrantase casa ó iglesia
para hurtar; el que cortare barquines en las herrerías, con inten-
ción de hacer mal ; el que talare árboles ó viñas ; el que incen-
diara mieses, frutales ó herrerías ; se imponían fuertes penas á
des especialmente, los hijosdalgo y andariegos de el pays pedian á otros que
transitaban algunas cosas y se las hacian dar contra su voluntad por lo qual se
perjudicaba mucho y de diversas maneras, ordenaron que ninguno tuviese atre-
vimiento de pedir ni de mandar á otro cosa alguna asi á caminante como á otro
qualquiera, fuese hombre ó muger, y en el caso de que lo hiciese quedase com-
prehendido en la clase de robador y perseguido como tal.»
(i) D. Juan I confirmó .en Burgos el i8de Setiembre del año i 379 (era i 41 7)
los anteriores capítulos.
GUIPÚZCOA
231
los que acogiesen á los acotados, y á los mozos de éstos y á
sus mancebas que fueren cogidas, «por la primera vez sean
traídos públicamente desnudos y en camisa con una soga á la
garganta y las manos atadas, á la villa más cercana, y peguen
una de las orejas á raiz del casco en la puerta de la villa y per-
manezcan en esta postura desde la hora de prima hasta la de
G U E T A U I A
vísperas, y si no se quisieren corregir, por la segunda vez que
delinquieren que les corten ambas orejas á raiz del casco, y por
la tercera que muera por ello. Cualquiera que pidiere en casa,
ferrería, monte ó villa, pan, carne, sidra, dinero ú otra vianda,
por la primera vez vuelva duplicado lo que tomó, y si fué den-
tro de la villa fuese para el Preboste, y si fuera de la cerca
para el Merino ; » la reincidencia aumentaba las devoluciones
hasta imponer la pena de muerte, exceptuándose «ser hombres
viejos que no lo pueden ganar con ningún oficio, los quales
tengan licencia de pedir por amor de Dios, pero porque no se
abuse de esto, que los que hubiesen de pedir soliciten la licen-
232 GUIPÚZCOA
cia del Alcalde del lugar de donde son.» Para la persecución de
los malhechores se convocaban colaciones, una especie de soma-
tenes que obligaban á todos los hombres de 25 á 58 años, y el
pueblo que no lo hacía, indemnizaba al robado: «que porque
algunas veces hay sospechas que cosas robadas ó hurtadas se
hallan en casas fuertes de caballeros ú otras personas y también
algunos malhechores, que se lo hagan saber á los dueños de la
tal casa el Alcalde de la Hermandad y que tenga obligación de
mostrársela, y hecho el reconocimiento se hallase alguna cosa
robada ó hurtada, la tome y se la entregue á su dueño, y si el
de la casa fuere persona de mala fama de encubridor, aunque
dé actor de quien son las cosas, y sino le diere que sea tenido
por ladrón de ellas, incurriendo en las mismas penas que el
ladrón según fama de actor, ó no lo dé á el Alcalde y Merino
que éste se las quitó por un juramento, y si el Alcalde con el
Merino ó sin él si lo pudiere hallar en la dicha casa á algún
malhechor, que haga deel justicia con arreglo á los capítulos
de este quaderno, y si el dueño de la casa no quisiere consentir
el que á el Alcalde ó Merino, que éstos hagan la combocatoria
por las villas, lugares y colaciones, disponiendo la cosa de modo
que no se cese hasta que se tome la casa, y halladas en ella las
cosas que se buscan ó los delincuentes en quienes tenian sos-
pechas, que entreguen las cosas hurtadas á su dueño y le derri-
ben las tales casas pagando el Señor de ellas las costas causa-
das á la Hermandad, y si no estuviere en ella el reo sino es
otro que la tiene por él que sea la casa derribada y el que ha-
bita en ella pague las costas si tubiere de dónde y sino que sea
desterrado de toda la Merindad de Guipúzcoa por dos años,
teniendo esto lugar en las casas fuertes, pues deben poner en
ellas hombres de bien (i).» Se establecían por primera vez
(i) Para eludir estos castigos hicieron estos señores «casillas cerca de sus
palacios y en otras partes, y sostener en ellas y en otras muchos acotados y mal-
hechores;a y á su virtud se ordenó que «por cada vez que conocidamente lo hicie-
ren en cualquiera tiempo, sehan comprehendidas sus casas principales en la mis-
GUIPÚZCOA 233
alcaldes en multitud de villas que se designan, dotándolos, y
«los lugares que hubieren de poner el alcalde, juntarán concejo
á son de campana repicada y en él escogerán entre sí el alcalde
que sea bueno, abonado y arraigado y no de tregua, y no pu-
diendo convenirse en uno escojan dos y hechas suertes para
qual de aquellos dos lo obtendrá en cada un año, y el que salie-
se queda alcalde de aquel año, y así en lo sucesivo. »
En la forma de administrar la justicia á la vez que se daba
gran importancia al testigo, por no poderse usar el tormento (i)
á causa de ser comunmente todos hijosdalgo, al que faltando al
juramento encubría la verdad, le quitaban en la plaza pública
de cinco dientes uno ; y lo mismo á los que amenazaban ó so-
bornaban á los testigos.
Se prohibían los andariegos que sin tener señor que los
mantuviera y vistiese eran llamados por algunos caballeros, con
daño y pidiendo por la tierra ocasionaban muchos males y per-
juicios al país; los desafíos así á las personas como á las ferre-
rías, á no ser por razones justas, las cuales eran si un hijodalgo
hiriere á otro, prendiere ó corriere por muerte de padres, abue-
los, hijos, nietos, biznietos, hermanos, tíos, cuñados ó primos
del que desafió por herida ó prisión, y no haciéndolo el que
tuviese motivo, no podría hacerlo ningún pariente por ellos:
se establecían reglas para autorizar los desafíos y penas á los
contraventores; se vedaba, bajo pena de la vida, el uso de los
rallones (2), cuya herida no se curaba, y causaban muchas
ma pena... que debía corresponder al que á los acolados acogiesen y tuviesen en
ellas.»
(i) Por el abuso que se hacía de la pena de muerte se estableció el tormento,
del que debió abusarse cuando en 1469 pidió la provincia y aprobó el rey que
«ninguno de los Alcaldes de la hermandad no puedan dar tormento á ningún
hermano de ella sin consejo y firma de letrado conocido, hermano de la misma
hermandad, incurriendo en pena de muerte el Alcalde que lo contrario hiciere,
porque la Provincia lo puede mandar matar por ello, aplicándose sus bienes á la
hermandad.»
(2) Arma que termina en un hierro ancho como escoplo. Dispárase con la ba-
llesta y servía especialmente para caza mayor.
30
2^4 GUIPÚZCOA
muertes; y al herrero que le fabricase se le quemaría su casa,
y si no la tuviese le empozarían hasta que espirase.
No pudieron menos de producir tan rigurosas ordenanzas
los apetecidos resultados; y como algunos cabezas de bandos,
viendo minorados sus partidos y por huir de que no se les im-
pusiesen las penas del cuaderno, interponían apelación en la
Real Chancillería, presentándose ante sus alcaldes con varios
pretextos, alegando no ser seguros los jueces en Guipúzcoa, se
seguía de esto no poderse ejecutar la justicia, y para proveer
el debido remedio, el rey, en conformidad con el privilegio y
leyes que tenía Guipúzcoa de no poder apelarse de sus alcaldes
de hermandad sino á la real persona, en los cinco casos de her-
mandad, declaró el monarca ser estos el hurto ó robo, forza-
miento, incendios, talas y cortas, y el poner asechanza para
herir ó matar.
No terminaron sin embargo los desórdenes y crímenes en
Guipúzcoa ; y deseando D. Enrique IV evitarlos, atendiendo los
clamores y quejas que á él llegaban, pasó personalmente á
aquel país, como dijimos; mandó derribar ciertas casas fuertes
y llanas en las cuales se refugiaban los delincuentes; hizo en
algunos justicia ; ordenó el examen del cuaderno de leyes, que
aprobó y confirmó, y representándole la provincia la necesidad
de aumentarlas, se consignan 147 en la Real cédula dada en
Vitoria en 30 de Marzo de 1457, estableciendo mayor regula-
ridad en la administración de justicia, en la celebración de las
juntas, que las monopolizaban algunos pueblos, y se declaró á
otros el derecho de que en ellos se celebraran, limitando su
duración por gravosa á sólo doce días (i).
(i) También se establecía que « en atención á que en las villas de San Sebas-
tian y Tolosa se administra mejor la justicia por sus alcaldes de hermandad que
no en las demás de la provincia, y que según una ordenanza del cuaderno, la villa
de San Sebastian con las de Fuenterrabía y Villanueva de Oyarzun con sus tierras,
tenian un alcalde de hermandad de forma que San Sebastian lo tuviese en dos
años, la de Fuenterrabía el 3." y la de Villanueva de Oyarzun el 4.°, y por lo que
toca á alcaldía de la villa de Tolosa con Hernani, la de Tolosa en 3 años y la de
GUIPÚZCOA 235
Consígnase en estas ordenanzas que «en adelante no solo
los de la provincia, pero ni tampoco los de fuera de ella que
llevan trigo á su territorio no lo conduzcan por mar ni por tie-
rra á ningún reino estraño especialmente á tierra de Labort,
bajo de la pérdida del trigo, el qual se aplicará á los que lo
descaminaren.»
En el artículo 144, «el rey, usando de su plena potestad,
anula y da por de ningún valor todos los capítulos anteriormen-
te hechos por la hermandad para que no se cumplan algunas
de sus reales cartas y mandamientos ni diesen lugar á que fue-
sen llevadas ni presentadas en Juntas y que los escribanos no
diesen fe de la presentación de ellas para que no recibiesen ni
aceptasen derramas algunas ó imposiciones que el Rey mandase
y todos los otros estatutos, ordenanzas, y costumbres contrarias
al real servicio, rentas, pechos y derechos y otras qualesquiera
que en este cuaderno están insertos y de que no se hace men-
ción mandando y prohibiendo el que no se use mas de ellas por
ningún motivo y que no se hagan otras sin su licencia y especial
mandato, y prohive y manda á los procuradores y demás oficia-
les de la hermandad que no se introduzgan á conocer en otras
cosas que las contenidas en este cuaderno y el del Dr. Gonzalo
Moro bajo la pena en que incurren los que se meten á conocer
en lo que no tienen jurisdicción y facultad para ello.»
Hubo necesidad de reformar á poco estas leyes municipales
Hernani el quarto, pero habiéndose experimentado que el año que faltaba el al-
calde de Hermandad en San Sebastian y en Tolosa se ocasionaba perjuicio á la
justicia en esta provincia, de lo qual tomaban atrevimiento los delincuentes para
hacer mal, se ordena que desde el dia 24 de Junio del presente año en adelante,
las villas de Tolosa y San Sebastian tengan siempre un alcalde de Hermandad, y
que las villas de Fuenterrabía, Villanueva de Oyarzun, Hernani y todas las demás
de la provincia tengan sus alcaldes de Hermandad en los años que los solian tener
en los tiempos anteriores, en la forma que los usaron y acostumbraron según
curso y cuaderno de hermandad, y sin que por esto las villas de San Sebastian y
cada una de las otras dejen de tener insolidum un Alcalde de hermandad en los
años que en las dichas villas de Fuenterrabía, Villanueva de Oyarzun y Hernani
los tuvieren, y los alcaldes que hubieren de ser en estos años ejerzan su empleo
como hasta allí lo usaron en la provincia, con arreglo á la disposición del cuader-
no y de la hermandad.»
236 GUIPÚZCOA
y el gobierno de la provincia, y el mismo D. Enrique IV hallán-
dose en Fuenterrabía el 4 de Mayo de 1463, la encomendó á los
doctores González de Toledo y González de Zamora y á los
licenciados Alonso de Valdivieso y García de Santo Domingo,
que habían entendido en la reforma de las leyes de Álava: jun-
tóse la provincia en Mondragón el 13 de Junio del mismo año;
reconocieron que las anteriores ordenanzas de la hermandad no
habían proveído cumplidamente á los casos y cosas que poste-
riormente se habían experimentado y en los que pudieran en ade-
lante ocurrir, é hicieron una recopilación, ascendiendo á 217 el
número de las ordenanzas que habían de ser tenidas por cuader-
no de leyes, derogando los anteriores cuadernos en todo lo que
no estuviesen conformes con el nuevo, y dejando en su fuerza y
vigor las cartas y privilegios que los reyes hubiesen dado á la
hermandad. Nuevas leyes se añadieron en los años de 1469
y 70, ampliando las anteriores y llenando los vacíos que la ex-
periencia aconsejaba ; y aun hubo que formar otras en tiempo
de los Reyes Católicos. Congregados los procuradores de las
villas y Alcaldes en Basarte el 8 de Enero de 1482 en la Iglesia
de Santa María de Olas, con asistencia del corregidor de Gui-
púzcoa Juan de Sepúlveda y á virtud de un llamamiento ; y fun-
dándose « en que por el mal Gobierno y desorden de los Minis-
tros de la hermandad de esta Provincia y defecto de corregidor,
estaba la justicia muy perjudicada, los querellantes aumentados
y los malhechores ensoberbecidos», acordaron nuevos capítulos
ó leyes, cuyo cumplimiento mandó el mismo corregidor á virtud
de las facultades que tenía. No se conformaron algunos procu-
radores con lo que establecía respecto á la asistencia del escri-
bano á junta ; pero los mandó el corregidor saliesen de la pro-
vincia en el término de seis días y en el de veinte se presentasen
en la Corte, con testimonio de todo lo sucedido; mas temiendo
sin duda el castigo que se les impondría, otorgaron su completa
aprobación á las ordenanzas, que confirmaron los Reyes Católi-
cos el 17 de Marzo de 1482.
GUIPÚZCOA 237
No dicen mucho en favor de las costumbres públicas, y muy
especialmente de los encargados de moralizarlas y de administrar
justicia la mayor parte de las adiciones que se hacían á las orde-
nanzas, limitadas muchas de aquellas á corregir abusos de alcal-
des, letrados, procuradores y escribanos, intentando además
poner límites á desmedidas codicias, á vergonzosos sobornos y
á escandalosos abusos, siendo siempre el pobre el peor librado.
Como convenientes para la paz y buen gobierno de la pro-
vincia, se formaron otras ordenanzas, respectivas á las juntas,
que confirmaron en 15 19 los reyes D.^ Juana y D. Carlos. Se
recopilaron en 1583 y 1692 las anteriores leyes, añadiéndose
algunas otras, omitiéndose en la compilación la prolijidad de
muchas; no pareciendo aún suficiente la anterior recopilación,
determinó la provincia hacer otra más extensa, incluyendo en
ella cuantos documentos había en su archivo que tuviesen rela-
ción con la parte legislativa así municipal como provincial, cuya
colección, calificada por Landázuri de extensa y difusa, obtuvo
real aprobación en Madrid el 28 de Febrero de 1704 (i).
Posteriormente, en 1758, se unió á la precedente Recopila-
ción el Suplemento de los fueros, privilegios y ordenanzas, im-
preso en San Sebastián el mismo año.
( t ) Es la impresa en Tolosa por Bernardo de Ugartc en i 6q6 con el título de
Nueva recopilación de lósjueros, privilegios, buenos usos y cosíumtres, leyes y or-
denanzas de la muy noble y muy leal provincia de Guipúzcoa.
CAPITULO V
Entrevista regia. — Muerte de Gaón en Tolosa. — Mala administración de justicia.
— Ingleses y guipuzcoanos. — Rivalidades de pueblos. — Invasión francesa. —
Servicios marítimos y terrestres de los guipuzcoanos. — Complemento al
escudo de armas de Guipiizcoa. — Capitulación de Fuenterrabía. — Valerosos
guipuzcoanos. — Recuperación de Fuenterrabía.
I
^Y'^o debemos omitir el viaje á Guipúzcoa del rey D. Enri-
^■^^que IV con motivo de las vistas y conferencias con el de
Francia Luís XI entre Fuenterrabía y San Juan de Luz en la isla
de los Faisanes, c Llegó el Monarca á la villa de Salinas de Leniz
primer territorio de Guipúzcoa y de allí se dirigió á las de Mon-
dragon, Vergara, y las demás de la carrera hasta S, Sebastian
en donde entró el 29 del mes de Marzo como escribió Garibay,
acompañado del Arzobispo de Toledo, del marqués de Villena,
del Obispo de Calahorra y de muchos grandes del Reino, ecle-
siásticos y seculares y otras muchas gentes. Viéronse los dos
Monarcas en S. Juan de Luz, territorio del Reino de Francia,
240 GUIPÚZCOA
después de haber concluido y terminado las diferencias de Cata-
luña entre los reyes tio y sobrino por mediación del Rey de
Francia. Vinieron después á la ribera del Rio Vidasoa acompa-
ñados de diferentes caballeros de esta provincia de Guipúzcoa
y de mucha grandeza y de resultas arreglaron los límites de
ambas coronas por esta parte quedando para Fuenterrabía por
propio y pribativo territorio hasta el otro lado y margen opues-
ta del rio Vidasoa lo que actualmente posee. Advierte Garibay
que para la pesca de salmones de que es tan abundante el
Vidasoa conviniendo el que las Nasas se pongan en el territorio
pribativo de Francia en donde hace su pesca Fuenterrabía hay
condición de que por ello se dé anualmente por el arrendador
un salmón al señor de Ortuvia casa Principal de Parientes ma-
yores en Francia situada á legua y media de distancia del rio.»
En esta entrevista es fama que dijo Luís XI, que tenía alto con-
cepto del valor de Guipúzcoa, de donde podía sacar los soldados
más ágiles y animosos, especialmente para la guerra marítima. >
Este año fué también famoso por la muerte de Gaon, judío
de Vitoria en la villa de Tolosa «Resultó esta muerte por
haber ido Gaon á cobrar á esta Provincia el derecho llarnado el
pedido á lo que se resistían los naturales en virtud de su libertad
y exención nativa. Hízose esta muerte en el dia 6 de Mayo ha-
llándose á la sazón el Rey en Fuenterrabía y aunque se indignó
mucho por el atentado y empezó á proceder contra los delin-
cuentes, estos se retiraron á los montes huiendo del primer mo •
vimiento de irritación del Rey, pero informado éste de la libertad
que gozaba el pays por razones y documentos antiguos que se
le exhibieron y de no haberse pagado en él semejante impuesto
perdonó á los culpados y mandó que no se pagase este derecho
en Guipúzcoa imponiendo en la materia perpetuo silencio» (i).
Aprovechando el estado de agitación y desconcierto que
hemos procurado describir, aunque someramente, comprome-
(i) Landázuri, Garibay,
GUIPÚZCOA 241
tían algunos el honor de la provincia y el de la nación. A la
sombra de la paz concertada, varios mercaderes ingleses carga-
ron en Londres un navio con paños , joyas y efectos de gran
valor para venderlos en Guipúzcoa. Fatigada la tripulación por
lo que trabajó en una recia tormenta de dos días, se echó á des-
cansar, menos tres guipuzcoanos y dos vizcaínos, quienes ha-
llando la ocasión propicia á su depravado propósito, degollaron
á todos los ingleses, echando los cadáveres al mar, y dueños
del buque y su valioso cargamento lo vendieron todo en un
puerto de Galicia. Dos de los asesinos, Necola y Larrea, fueron
á poco á Orio y á Asteasii, sus pueblos natales, á gozar del fruto
de su maldad; aparecieron por entonces en la costa de la Breta-
ña los cadáveres de los degollados; gestionó Inglaterra la cap-
tura y castigo de los delincuentes; el mismo embajador español,
el bachiller Sasiola, que era guipuzcoano, vino á esta provincia,
interesó á la Diputación para apresar á los asesinos, prendió á
uno en Orio; pero los alcaldes del pueblo y los vecinos le qui-
taron á la fuerza, so pretexto de que carecía de jurisdicción
para semejante procedimiento. Arrancado de esta manera el
preso de poder del alcalde de la hermandad, entregáronle al
lugarteniente del preboste carcelero de la misma villa, erigién-
dose éste en juez de la causa, y por sí y ante sí puso en libertad
al reo, como inocente. Alarmó, como es natural, tan escandalo-
so hecho, que era un baldón para la provincia y un sarcasmo
de sus privilegios; tomó parte más activa la Diputación, y á sus
resultas, Necola y Larrea y el teniente de preboste de Orio,
fueron condenados á la pena de muerte, que no pudo ejecutarse
en los dos primeros por haberse fugado, y sí en el tercero por
real mandato.
Profundamente impresionados los ingleses, concluyeron sus
relaciones políticas y comerciales con los vascongados ; por lo
que uno y otro país sufrían con esto grandes perjuicios. Envió
Guipúzcoa comisionados al rey, que se interesó con el de Ingla-
terra, y comisionados ingleses y guipuzcoanos, previo el regio
31
242 GUIPÚZCOA
permiso, concluyeron un tratado firmado en Londres á 9 de
Marzo de 1482, en el que se concertaba entre los subditos de
Inglaterra y Guipúzcoa amistad, buena inteligencia y abstinencia
de hostilidades por mar y tierra y aguas dulces, por diez años;
á no declarar los reyes de ambos países, con seis meses de an-
ticipación que no querían se observase: se restablecía la compra,
venta y tráfico de cualquier modo en mercaderías salvo los
derechos é impuestos establecidos de antiguo; se garantizaba la
seguridad de las tripulaciones y efectos de los buques , y se
establecían indemnizaciones y represalias á los contraventores.
Tal fué el tratado que de potencia á potencia ajustó la que
ya entonces comenzaba á ser poderosa Albión con la pequeña
y humilde provincia de Guipúzcoa; pobre en productos, rica
en actividad y audacia. Su escasa agricultura la sustituía sur-
tiéndose de la Bretaña, Normandía y otros puertos de Francia
y de los Países Bajos, del trigo y comestibles que le faltaban,
á cambio de los cortos productos de su propia industria. Y en
aquel continuo batallar por mar y tierra, infestados los mares
de corsarios, se distinguieron admirablemente los marinos vas-
congados. En la conquista de Sevilla, en el cerco de Algeciras,
en la expedición contra Inglaterra y contra la Rochela, en el
puerto de Lisboa, en las islas Canarias (i) ocuparon las naves
vascongadas lugar eminente, y merecida importancia adquirie-
ron. Numerosa y fuerte marina de guerra poseía Guipúzcoa en
los siglos XIII y XIV, que debió aumentarse después, como se
fué aumentando la importancia de Pasajes, San Sebastián,
Aguinaga, Zarauz, Deva y otros puertos; no de otra manera
hubiera estado en lucha como con Inglaterra estuvo, atrevién
dose á ir á atacarle en sus mismas aguas, en unión unas veces
con las escuadras castellanas y atreviéndose otras á aventura-
das correrías.
(i) Henao al que sigue Lainza en su Ilisloria de hiinzazu, dice que Irlanda fué
colonia de españoles vascongados; pero ni uno ni otro presentan pruebas.
GUIPÚZCOA 24^
La misma importancia que adquirieron los puertos, fué cau-
sa de discordias y litigios como los producidos por Rentería á
San Sebastián sobre el puerto y canal de Pasajes, los cuales
pusieron en una terrible conmoción á Guipúzcoa y á los turbu-
lentos parientes mayores. Hubo peleas, muertes, robos, talas de
viñas, de manzanales y de toda clase de árboles, por una y otra
parte. Se sometieron de nuevo las disidencias al rey, cuya sen-
tencia mandó ejecutar bajo ciertas penas (1377); ocurrieron sin
embargo nuevas diferencias; declaróse en 1455 que la jurisdic-
ción de Pasajes y sus aguas desde las puntas hasta la iglesia
de Lezo, en pleamar, pertenecía á San Sebastián; varióse á poco
este límite; no se conformaba Renteria con ninguna decisión, en
su contra todas ; pretendió después el Pasajes de San Juan se-
gregarse de la jurisdicción de Fuenterrabía, constituyéndose en
villa, y consiguiólo al fin y su autonomía, no sin tener que hacer
frente á las pretensiones de San Sebastián de que se reincorpo-
rase, sosteniéndose por una y otra parte pretensiones aún no
terminadas.
II
Reconocidos y aclamados por los guipuzcoanos los Reyes
Católicos, con motivo de la guerra contra Portugal, formaron
parte del ejército muchos individuos de las tres provincias, dis-
tinguiéndose los de Guipúzcoa por su acrisolada fidelidad al
monarca (i).
(i) Hase dicho que estando guipuzcoanos en el cerco del castillo de Burgos,
echando de menos al rey, temieron por él, y amotinados prorrumpieron en las
frases de daca rey. daca rey. sin sosegarse hasta que supieron su paradero: pero
no creemos que esto sucediera en Murgos. sino en el cerco de Zamora, que al te-
ner que abandonarle produjo tal disgusto y murmuración, que una compañía de
vizcaínos ó vascongados, oyendo decir, y acaso pensando ellos también, que ha-
bía traición de parte de los nobles, pronunciaría aquellas frases y penetró tumul-
tuariamente en un templo donde el rey conferenciaba con sus oficiales, y en bra-
zos le arrancó de entre aquella gente.
2^1 GUIPÚZCOA
Auxiliado el portugués por Luís XI de Francia, envió éste
contra Guipúzcoa poderoso ejército que penetró en la provincia;
la cual para evitar la toma de Fuenterrabía por el francés, salió
á su encuentro, introduciendo mucha gente en aquella plaza y
en Irún : quemaron los invasores algunas casas de este pueblo,
de Renteria y de Oyarzun ; fueron desde la corte en auxilio de
los guipuzcoanos Juan López de Lazcano y Sancho del Campo,
con gente de á caballo, se introdujeron en Fuenterrabía, en una
salida derrotaron á un destacamento francés de unos looo hom-
bres; guareciéronse los fugitivos en la torre de Urdanivia, se
quemaron en ella unos 120, y muchos de los franceses no
queriendo perecer abrasados se arrojaban encima de las picas,
prefiriendo esta muerte.
Doña Isabel, que se hallaba en Burgos, envió ayuda á Gui-
púzcoa; se defendió valerosamente Fuenterrabía, y convencido
el francés de la imposibilidad de conquistarla, levantó el campo,
bastante hostigado además por los guipuzcoanos que escaramu-
ceaban por aquellos contornos, aunque no pudieron impedir la
quema de la iglesia y torre de Oyarzun (20 de Abril de 147Ó)
donde perecieron cincuenta hombres. Avanzaba el francés que-
mando caseríos, hacia Renteria; acudió á defenderla el merino
mayor de Guipúzcoa Pérez de Sarmiento; no pudo evitar que la
incendiasen, y se retiró á San Sebastián, aprovechando los
franceses esta retirada para volver sobre Fuenterrabía. Sitiáron-
la; las esforzadas acometidas fueron rechazadas con no menor
esfuerzo, hasta que socorrida la plaza por mar, levantaron el
sitio, con gran pérdida de gente.
No se retiraron sin embargo de la provincia, donde no po-
día menos de ser excesivamente molesto un ejército de 40,000
hombres, exasperados con la tenaz resistencia que por dos
veces les opuso Fuenterrabía, y la insistencia de los guipuz-
coanos en molestar de continuo su campamento. Para obligarles
á pasar el Bidasoa, juntaron los Reyes Católicos (Junio 1476)
un ejército de 50,000 hombres, compuesto de vascongados y
GUIPÚZCOA 24<í
castellanos, se dirigieron con él á Guipúzcoa, y bastó para que
los franceses se retiraran á Bayona, quedando sin embargo
algunas fuerzas merodeando en España (i).
Como si no fueran bastantes para ocupar á los guipuzcoa-
nos los franceses que en su territorio quedaban, aún se presentó
en el mismo año el famoso pirata Colora con nueve navios, en
el cabo de Higuer, saltó á tierra alguna de su gente; pero les
rechazaron los guipuzcoanos matándoles loo hombres.
De nuevo sitiada Fuenterrabía , se pactaron treguas por
unos tres meses; mas sólo por tierra, pues por la mar conti-
nuaba la guerra, hasta que en 1478 se ajustó la paz.
Continuaba en tanto la guerra contra Inglaterra y Portugal,
ayudando algo á esta nación los gallegos, por lo que ordenó el
rey de España una expedición marítima á las costas de Gali-
cia, se aprestó en San Sebastián, tomando en ella parte algunos
otros pueblos de la provincia, y regresó victoriosa (2).
Para hacer frente á los turcos que combatían en los estados
de Ñapóles, se acudió á Guipúzcoa y Vizcaya, las cuales con-
gregadas, si en un principio se negaron, consideraron al fin ser
causa urgente y del servicio de Dios el aprieto en que se halla-
ba la cristiandad por medio de estos infieles y acordaron el
socorro como se pedía. Este fué de cincuenta navios con buena
tripulación y municiones, mandados por el capitán general Don
Francisco Henríquez, primo del Rey Católico. Juntóse la escua-
dra vascongada en Laredo, donde se celebró misa y se bendi-
jeron las banderas y estandartes.
Iban llenos los buques de caballeros é hijosdalgo, bien ar-
(i) En esta guerra, dice la Crónica de los Reyes Católicos por Pulgar, los gui-
puzcoanos se mostraron leales á su Rey, esforzados en las peleas y liberales de
sus bienes porque mantuvieron la guerra á sus propias expensas todo el tiempo
que duró; y añade la Crónica m. s.: « Este merecido elogio del ilustre autor coetá-
neo acredita y realza muy bien el singular mérito de Guipúzcoa.»
(2) Entre los trofeos con que volvieron, llamaron la atención dos piezas de
artillería, de hierro, una tomada en Bayona de Minor que tiraba bala de piedra de
ciento setenta y cuatro libras, y la otra Basa volante tomado en Vivero, que la
arrojaba de 30 libras.
2/\b GUIPÚZCOA
mados, como viaje tan largo y tal empresa requerían. Uniéronse
en las costas de Galicia y Andalucía veinte navios más, y todos
se dirigieron al reino de Ñapóles, cayendo sobre ütranto del
que se había apoderado el turco. Allí acudió también la escua-
dra portuguesa, capituló la plaza (1481), y finalizada la expedi-
ción volvieron los vascongados á sus casas llenos de gloria.
Años después concurrieron igualmente los vascongados á la
conquista de Baza y sitio de Granada, hasta su rendición:
en 1496, buques de Guipúzcoa y Vizcaya condujeron á la infan-
ta D.^ Juana á los estados de Flandes donde se hallaba su es-
poso D. Felipe, yendo lucida nobleza de guipuzcoanos y viz-
caínos, á su costa : para transportar después á la infanta Doña
Catalina, hija de los Reyes Católicos, á desposarse con el prín-
cipe de Gales, se dispuso grande armada de navios guipuzcoa-
nos y vizcaínos, en la Coruña, de donde zarparon en 1501; al
año siguiente, procedentes de Flandes entraron en Fuenterrabía
Doña Juana y su esposo D. Felipe, quienes admiraron el mar-
cial continente de los guipuzcoanos, así como agradecieron las
grandes pruebas y demostraciones de afecto que les prodigaron.
Dirigiéndose los príncipes al puerto de San Adrián, fueron pa-
drinos de pila de D. Felipe de Lazcano, primogénito de la casa
de este apellido en Guipúzcoa.
En guerra nuevamente con Francia, el duque de Borbón, el
de Angulema y Montpensier, con 10,000 infantes y 400 caba-
llos invadieron Guipúzcoa (15 12), incendiando á Irún, Oyarzun,
Rentería y Hernani, y sitiando á San Sebastián; pero la defen-
dieron bizarramente sus naturales mandados por el infante Don
Juan de Aragón, y á pesar de no ser sus murallas- tan fuertes
como las que después tuvo, y de la brecha abierta, se rechaza-
ron valerosamente ocho asaltos y los franceses levantaron el
cerco (i).
(i) Al enviar un parlamentario los sitiadores á San Sebastián para que se rin-
diera, sus habitantes anticipáronse á incendiar i 56 casas extramurales á la vista
GUIPÚZCOA 247
Al retirarse éstos en el mismo año del sitio de Pamplona,
persiguiéronles los guipuzcoanos por la sierra de Veíate y Eli-
zondo, y los batieron, apoderándose de las 12 piezas de artille-
ría con las que habían batido á la capital de Navarra, las cuales
condujeron á Pamplona (13 Diciembre de 15 12) custodiadas
por 500 infantes guipuzcoanos y 500 vizcaínos (i).
del enemigo, después de lo cual con el mismo parlamentario respondieron que
juzgasen por aquel incendio la respuesta. (Soraluce.)
A vista de tales hechos -;qué de extrañar era que el Rey confiara tanto en Gui-
púzcoa, que encomendara á ella sola su defensa, y que dijera que » no importaba
menos Guipúzcoa que todo el reino? »
(i) Keunidos en junta general en Motrico el 23 de Noviembre de 1,13 los
procuradores de los escuderos fijos-dalgo de la provincia con el corregidor «pla-
ticando en cosas del servicio de Dios é de su Alteza é pro é bien común de las
Repúblicas de la dicha provincia especial en lo del privilegio c merced de las ar-
mas por su Alteza nuevamente concedidas á la dicha provincia por la toma de
. artillería á los franceses en el lugar de \'elate que es en el Reino de Navarra don-
de varonilmente pelearon con los dichos franceses los vecinos de esta provincia
desbaratándolos c matando muchos de ellos, les tomaron por fuerza de armas la
Artillería que llevaban que eran i 2 piezas de metal con que vatieron é convatie-
ron d la ciudad de Pamplona é la dicha Artillería así ganada é tomada la llevaron
á su costa con la gente que la ganó é la entregaron al duque de Álava capitán ge-
neral de su Alteza que en la dicha ciudad de Pamplona estaba, para que la dicha
Artillería que primero le ofendió y le tuvo cercado en la dicha ciudad fuese desde
en adelante en su favor é de ella c quedase como quedó para su Alteza y á su ser-
vicio y acatando lo susodicho porque a la dicha provincia quedase perpetua me-
moria de ello á los que agora son y serán de aquí adelante en la dicha provincia
tengan voluntad de guardar é acrecentar su honra en los fechos de armas que se
les ofrecieren, dio por armas á la dicha provincia las dichas doce piezas de Arti-
llería c dio herencia poder é facultad para que juntamente con las Armas que de
primero tenia y tiene la dicha provincia que es un Rey asentado sobre la Mar con
una espada en la mano pudiesen poner por armas la dicha Artillería, etc., según
que todo ello mas largamente parcscia por la carta de merced de su Alteza é sobre
ello platicando largamente la dicha junta é procuradores dijeron que porque las
Naos de la dicha provincia van á Reynos extraños que consentían é consintieron
é daban é dieron herencia que tomasen las dichas Armas los Maestres de Naos de
la dicha provincia para pintar en sus vanderas c divisas todas ellas enteramente
é bien así los consejos de la dicha Provincia para que puedan pintar é asentar las
dichas Armas si quisiesen en las obras públicas de los tales consejos poniendo
las dichas Armas de la dicha Provincia encima de las Armas de tal concejo é po-
niendo é escribiendo allí los dichos Maestres como los dichos concejos al derre-
dor del escudo en la orladura de las dichas Armas Armcv Provincice Giiipuz-
coce.»
La Real cédula original, dada en Medina del Campo el 28 de Febrero de 1513,
la presentó á la junta el procurador de V'crgara. En ella se dice que, aunque mu-
chos guipuzcoanos de guerra andaban fuera de la provincia en el servicio de la
reina «especialmente en las armas de mar la una mia e la otra de los Ingleses que
248 GUIPÚZCOA
De nuevo atacaron los franceses del ejército de Labrit á
Fuenterrabía (15.13) y otra vez les rechazaron los guipuzcoanos.
Insistieron aquellos en 1521, se apoderaron de su castillo que
estaba en el camino llamado el Peñón, saquearon y quemaron
algunos caseríos, embistieron á la codiciada plaza con tal furia
que apenas quedaba tiempo á los sitiados para preparar los
desperfectos que la artillería enemiga causaba, acudieron en su
socorro de Castilla, pero no tan pronto que apretado el alcaide
de Fuenterrabía Diego de Vera y sus defensores, juzgaran im-
posible prolongar la resistencia; capitularon, saliendo libremente
la gente de guerra con armas y ropa, y que los vecinos sin ser
robados, pudieran quedarse ó salir de la villa.
Dolió mucho esta capitulación, de la que culparon á Vera
que no esperase algunos días más el socorro; le procesaron y á
la sumaria del fiscal real contestó que la gente le obedecía mal,
y que le faltaban algunas cosas necesarias á la defensa (i).
No había llegado Fuenterrabía á tal extremo que no hubie-
ra podido esperar algunos días, como lo prueba él deseo de sus
defensores y el que unos quinientos de ellos resueltos á morir
por defender lo que pudiesen de su patria, salieron de la plaza,
se fortificaron en Lezo y formaron un presidio militar, eligiendo
por jefe á Juan Pérez de Ascué, quien con aquel puñado de va-
lientes se atrevía contra los tres mil franceses escogidos que
guarnecían á Fuenterrabía. Repitiendo las emboscadas y los asal-
yo mandé proveer y otras armadas de mar se levantaron esforzadamente é salie-
ron á ponerse en la delantera de los franceses en el lugar llamado Veíate, etc.»
Merece ser bien conocido este documento que damos en el Apéndice, copiado
de la Cédula impresa con el sello de armas de la Provincia c.omo lo publicó la
Diputación.— Véase el Apéndice n.° 2.
(i) Algo habría de verdad en esto, porque sacada de Fuenterrabía, sino toda,
la mayor parte de la artillería, para combatir á los comuneros, quedó desmantela-
da la plaza, cuya circunstancia aprovecharon los franceses para sitiarla. Escasea-
ban las municiones de guerra y de boca, insuficientes para la mucha gente que se
había introducido en la plaza, según expuso Vera; pero también es cierto que se
opusieron á la entrega los caballeros guipuzcoanos y naturales de Fuenterrabía,
añadiendo éstos que, con sus mujeres é hijos, querían morir en servicio de r.us
reyes y en la defensa de la villa, queriendo ponerse delante de todos en la batería
ó donde hubiese más afrenta.
GUIPÚZCOA 249
tos que inopinadamente daban, causaron notables daños al ene-
migo, le mataron á su nuevo gobernador Mr. Champarrón y á
mucha de su gente, con la cual iba á incendiar Irún; y en el
puente de Mendelo, á tiro de cañón de la plaza, derrotaron á
seiscientos de su presidio que acampaban fuera de ella (i).
No se avenían los vascongados con la pérdida de Fuenterra-
bía, que les importaba y á España, toda su reconquista: ayuda-
ron á ella los alaveses acaudillados por Juan Ruiz de Vergara;
nombróse capitán general de Guipúzcoa á D. Beltrán de la
Cueva, encargándole muy especialmente la defensa de San Se-
bastián ; trabaron los guipuzcoanos rudas peleas en Irún, Oyar-
zun y Renteria, y pusieron en tal aprieto á los franceses que no
podían separarse de la plaza un tiro de ballesta sino en orden
de batalla y mucha gente. Esto obligó á los nuevos dueños de
Fuenterrabía á aumentar sus fortificaciones, no dejando más que
una puerta, y ésta hacia la parte de Francia ; y puede decirse
que cuando no se peleaba se tramaba alguna emboscada ó aco-
metida, porque no había tregua en la enemistad de unos y otros:
interesaba á los franceses conservar Fuenterrabía, y recuperarla
á los españoles (2).
(i) En uno de los muchos combates que constantemente emprendía Azcué, le
mató una bala de cañón.
(2) Entre la multitud de algaradas y hechos de guerra que tuvieron lugar y
refiere Garibay, renunciando nosotros con pena á reseñarlos todos, por faltarnos
espacio, lo haremos de alguno, como demostración gráfica de la saña con que se
combatía.
Uno de los guipuzcoanos que más se distinguieron fué Pedro de Urdanivia,
dueño de la casa de Aranzate. En una cuestión con Juan de Aeza de Irún, dio á éste
una bofetada en público. N'o tuvo por entonces otro efecto este hecho : pero ha-
biéndose pasado Aeza al servicio de Francia, de donde era originario por línea
paterna, después de estar al parecer reconciliado con su ofensor, insistió con el
gobernador francés en la necesidad de prender á Urdanivia, por ser el causante de
todos los daños que experimentaban los franceses. Conseguido por Aeza el per-
miso, salió en una noche de Enero (i 5 22) de Fuenterrabía con seiscientos hom-
bres, dirigiéndose sigilosamente á Oyarzun ; el ladrido de unos perros despertó
al casero Pedro de Tampes, que acudió á la alarma, pero le prendieron y maniata-
ron, llegaron á Oyarzun con las mayores precauciones, y á la casa de Urdanivia,
quien viéndose rodeado de enemigos, pudo evadirse de ellos, hizo repicar las
campanas, y con sólo cinco ó seis hombres que se le unieron al principio, aumen-
tados luego con otros seis, procuró detener á los franceses hasta que llegasen los
32
250
GUIPÚZCOA
Viendo Mr. de Beofit, alcaide del castillo de Beobia, que no
podía conservarle, intentó destruirle ; lo que sabido por Beltrán
de la Cueva, congregó las gentes de la frontera de Guipúzcoa,
y se apoderó del castillo. Quisieron recuperarlo los franceses
reuniendo al intento mil hombres de la tierra de Labort, que
con tres mil quinientos alemanes pasaron en dos gabarras de
extraordinaria grandeza, con piezas de artillería para batir el
castillo; pero. trastornó su proyecto su alcalde Ochoa de Asua,
impidiéndoles atravesar el río. Entonces dirigiéndose por los
montes, aprovecharon la oscuridad de la noche para vadear silen-
ciosamente el río por Arizmacurra, distante un cuarto de legua
de Beobia, ante cuyos muros asentaron su artillería.
Dos valerosos guipuzcoanos, Juan Pérez de Ascué y Miguel
de Ambulode, de Fuenterrabía el primero y de Oyarzun el se-
gundo, aunque vecino de Irún, al frente cada uno de cuatrocien-
tos hombres determinaron acometer al enemigo. Comunicaron
su proyecto al general que mandaba en San Sebastián ; le negó
considerando harto difícil su realización y la poca ayuda que
podía prestarles; pero tanto insistieron, resueltos á ejecutarle
por sí solos, que condescendió al fin, y aquellos caudillos, tal
maña se dieron y tales ardides emplearon, que, dice la crónica,
f fueron muertos 2,800 alemanes con su coronel, presos 700, sin
que muriese más de un solo español por equivocación que pade-
cieron los de su nación, persuadidos que era uno de los alema-
nes por hallarse con el traje de estos.» Los franceses volvieron
las espaldas. Contribuyeron á la expedición hasta las mujeres.
Atendió esmeradamente D. Beltrán á los prisioneros, casi todos
refuerzos. Creyendo los enemigos verse combatidos por mayor número, fueron
retirándose hasta territorio de Irún. Llevando ya Urdanivia más de doscientos
hombres, atacó impetuoso á los franceses, mató á más de la mitad de ellos, pren-
dió á otros y Aeza con el resto, y trasponiendo el monte Jaizquivel, se guareció en
Fuenterrabía. De los guipuzcoanos, según la crónica, sólo murió uno, quedando
muy pocos heridos.
Soltado el prisionero Pedro de Tampes, derramó heroicamente mucha sangre
enemiga.
(J U I P I Z C o A 251
heridos, y dice Belsunce (i) que cuando se supieron en Roma
los pormenores de este combate, escribió el papa á Beltrán pi-
diéndole como gracia el envío de estos bravos y fieles alemanes,
con los que quería formar la guardia de su persona.
Llevados de su ardimiento los vencedores quisieron penetrar
en Francia (2) el 30 de Junio de 1522, fiesta de San Marcial.
El alcaide de Fuenterrabía Mr. Leida, solicitó su relevo á la
vez que refuerzos. Sustituyóle en el mando Mr. Chaufarón, ve-
terano gascón, acompaiíado de mil hombres. Extrañado de que
un pueblo de la poca importancia de Irún causara tantas moles-
tias y daños á los franceses, parece que juró reducirle á cenizas,
y á efectuarlo fué con sus mil soldados. Acudió á hacerles fren-
te Juan Pérez de Azcué con gente de Irún, Oyarzun y Renteria:
separaba á ambos combatientes el río Amute ; preguntó Chau-
farón si había algún español hidalgo que se quisiera batir de
pica con él, á lo que respondió Azcué que no sólo con pica sino
con lanza y rodela y aun montante, combatiría con él : admitido
por el francés le dijo pasara el río; á lo propio le invitó Azcué,
exponiendo que sólo tenía consigo seis compañeros y Chaufarón
mucha gente, asegurándole bajo palabra de honor que él sería
el único combatiente y ninguno de los demás le ocasionaría el
menor daño.
Acudieron en esto gran número de guipuzcoanos y Ortiz de
Roxas con veinticuatro jinetes; y como no decidiera el francés,
pasaron todos el río, rechazaron á los gascones ; alcanzó Azcué
á Chaufarón. al que dio una fuerte cuchillada ; y temerosos los
de Fuenterrabía se introdujeran en ella mezclados los españoles
con los franceses, cerraron las puertas é hicieron fuego, sin cau-
(i) Hisiotre des Basques.
(2) Juan Pérez del Puerto, dueño de la casa de Aguirre, pasó el Bidasoa. en-
contró en la Isla de los Faisanes una pieza de artillería francesa; montado sobre
ella, gritó : Santiago, España y Vilorta, estimulando á cuantos estaban en la parte
de acá á seguirle ; lo impidió el general Beltrán de la Cueva, bajo pena de la vida:
mandó á Pérez del Puerto regresara, y auxiliado por doce hombres trajeron la
pieza sin que los franceses lo impidieran.
252 GUIPÚZCOA
sar el menor daño á los españoles, que no experimentaron en
toda la acción ni una baja (i).
Nuevo triunfo obtuvieron los guipuzcoanos el 25 de Marzo
de 1523, verificando una bien urdida emboscada, aunque costó
la vida al alférez Juan de Alquiza, sepultado en la iglesia parro-
quial de Irún : otra emboscada bien cara á los gascones y nava-
rros, efectuaron los guipuzcoanos en Setiembre de aquel mismo
año ; y de grande auxilio fueron cuando el Emperador trasladó
parte de su ejército de Flandes á Guipúzcoa para llevar la gue-
rra á Francia por este lado. Encomendó al condestable de Cas-
tilla D. Iñigo Fernández de Velasco y al príncipe de Orange el
sitio de Fuenterrabía ; establecieron riguroso bloqueo, esperan-
do rendir por hambre á los bloqueados, que supieron resistir
bravamente; pero el hambre y los padecimientos los diezmaban;
pidieron socorros, los envió Francisco I, con Gaspar de Coligny,
que murió en Dax; le reemplazó el mariscal de La Palice, que
llegaba de Italia, reuniéronsele en San Juan de Luz las milicias
vascas de los Pirineos ; acamparon en Hendaya, frente á Fuen-
terrabía, á donde debía conducirlos el almirante de Bretaña Lar-
tigue, con sus buques ; mas no pareció, y dispuso el mismo La
Palice el paso del Bidasoa, que lo efectuó hábilmente superando
toda clase de obstáculos, y levantó el cerco, abasteciendo á la
plaza, cuya guarnición relevó, aumentándola hasta cuatro mil
hombres. Poco tiempo después ordenó Carlos V al condestable
(i) Tuvieron los franceses trescientos muertos y cuatrocientos prisioneros,
que íueron llevados á Irún aquel mismo día.
Al siguiente murió Chaufarón, siendo magníficamente sepultado en el cemen-
terio de la Iglesia parroquial.
También lo fué á poco en el de Irún el valeroso jefe de la gente guipuzcoana,
constante fatigador de la guarnición francesa de Fuenterrabía, cuyas centinelas
mataba. Ocupado en esto, hallándose en el foso de la plaza, mandó al soldado Juan
Pérez de Cigarroa que tirara á un centinela, y al hacerlo circulaba al mismo tiem-
po Azcué por delante del soldado, que no pudo verle por la oscuridad de la noche,
y le atravesó la cabeza de un balazo, cayendo muerto al foso.
La insistencia en las cometidas, especialmente de los guipuzcoanos, fué tal,
que no cesaron de día ni de noche; distinguiéndose veinticuatro compañeros de
la tierra.
GUIPÚZCOA 253
y al de Orange, que continuaban en Guipúzcoa, pasar el Bida-
soa con sus veinticuatro mil combatientes y arrojarse sobre el
Bearn y el territorio de aquel lado de los Pirineos : al hacerlo
incendiaron cuantas poblaciones osaron defenderse: trescientos
vasco navarros contuvieron tres días á poderosos enemigos de-
lante del castillo de Bidache, pereciendo en las llamas sus defen-
sores, excepto algunos que prefirieron precipitarse de lo alto
de las murallas para ser recibidos por las picas españolas: mien-
tras por esta parte continuaban la campaña, se reunían fuerzas
para recobrar á Fuenterrabía.
Atendida con especial cuidado por los franceses, cuya soli-
citud se extendía á Bayona, desnuda de tropas y mal fortificada
en algunos puntos, pusieron en un estado de defensa imponente
la confluencia de la Nive y del Adour: la presencia de Lautrec,
gobernador de la Guiena, inspiró confianza á los bayoneses,
que resistieron los sucesivos ataques de los españoles durante
tres días y sus tres noches, al cabo de las cuales volvieron sobre
Fuenterrabía, verdadera manzana de discordia entre Francia y
España, empeñada ésta en recuperarla y en conservarla aque-
lla. Estableciéronse las baterías de sitio del lado de Miranda y
cañonearon el bastión de la reina; se abrió brecha, se causaron
grandes destrozos en la plaza; un convoy que se la enviaba
cayó en poder de los españoles entre Bayona y Biarritz, y Fuen-
terrabía se rindió al fin á últimos de Setiembre de 1524, desfi-
lando la guarnición con armas y banderas desplegadas (i).
Entonces, aunque tarde, comprendió el rey de Francia cuánto
(i) La pérdida de Fuenterrabía exasperó de tal modo á Francisco I, que sin
tener en cuenta las razones que expuso su gobernador Franget, ni sus eminentes
servicios, sus nobles cicatrices y sus gloriosas canas, se le acusó hasta de cobar-
de y traidor, y aquel caballero, honor del ejército francés, como le llaman histo-
riadores de la misma nación, subió al cadalso en la plaza de Lyon, despojado
de su armadura, de sus títulos y de sus blasones, que rom'pió el verdugo, y
degradado de su nobleza, declarado traidor y plebeyo, infamado y sus descendien-
tes inhabilitados para llevar jamás las armas. Después, el noble anciano fué em-
pujado violentamente por los ejecutores y precipitado al banquillo de los crimi-
nales.
254
GUIPÚZCOA
le hubiera valido seguir el consejo del duque de Guisa, al apo-
derarse los franceses de Fuenterrabía. Aconsejó arrasar la
plaza, y con sus materiales reconstruirla en Hendaya.
CAPITULO VI
Los comuneros y los guipuzcoanos. — Francisco 1
y Carlos V en San Sebastián
*-Y|0 era sólo en Fuenterrabía y en la frontera donde
.<^— ^peleaban los guipuzcoanos; pues como si no bastase
tanta lucha, inicióse civil discordia, siguiendo gran parte de la
provincia la bandera de los comuneros, y San Sebastián la del
Emperador, por lo cual fué situada y sufrió grandes talas y
destrozos en sus alrededores, de cuyas pérdidas la indemnizó
D. Carlos después.
Hase dicho que influyó en aquellos acontecimientos la sus-
pensión de las garantías forales pedida á la junta por el monar-
256 GUIPÚZCOA
ca ; pero mal podía ser ésta la causa cuando D. Carlos había
confirmado los fueros el 23 de Mayo de aquel año, estando en
Wuormacia, y hasta el 1 1 de Noviembre no ordenó al corregi-
dor de Guipúzcoa, Acuña, que suspendiese las garantías forales
durante las agitaciones y guerra de los comuneros; así que aun
la confirmación de los fueros fué después del levantamiento de
las comunidades, y aun para suspender las garantías no anduvo
seguramente muy precipitado el Emperador, que no tenía fama
de perezoso. Si á favor de reales privilegios se alzaban los pue-
blos contra el que acababa de confirmárselos, perdían ipso facto
todo derecho á su protección. Pero no podemos ni debemos
presentar como causa los fueros; á lo más servirían de pretexto
á los mal avenidos con la armonía que debía reinar entre los
guipuzcoanos, á los que acostumbrados al ejercicio de toda clase
de abusos á la sombra de las luchas de bandos y linajes, se
veían vencidos, sometidos y sus casas derribadas, considerando
ocasión propicia el tumulto que produjeron las comunidades
para alzarse en armas, arrastrar en pos de sí fuerzas incons-
cientes y recuperar lo perdido. Esto no podía consentirlo ningún
poder sin abdicar de su autoridad.
No hay identidad alguna entre el grito de los comuneros de
Castilla y el de los vascongados, como lo vimos en Álava y lo
vemos en Guipúzcoa. A la cabeza de la civilización de entonces
iba San Sebastián por su comercio con casi toda Europa ; y no
sólo no siguió el partido de los comuneros, sino que los resistió,
porque importaba más á la provincia agruparse á los pendones
del rey que otorgaba mercedes, que pelear por los señores que
tanto daño habían hecho á la provincia y al mismo San Sebas-
tián. Los que en Guipúzcoa se declararon comuneros lo hicieron
para tener motivo de satisfacer venganzas personales, desper-
tando odios mal apagados; así que San Sebastián que sólo
atendía á aumentar su comercio y riqueza, que nada le impor-
taba el triunfo ó la derrota de los comuneros, porque en nada
afectaba á su política y administración, tenía el mayor interés
GUIPÚZCOA 257
en que se mantuviera la paz, base de su prosperidad y de la de
toda la provincia.
Los valientes vascongados no podían faltar en el ejército de
Italia, cuando tomaban parte en todas las campañas en que se
interesaba la monarquía; así que en la celebre batalla de Pavía,
después de distinguirse por la certera puntería de sus arcabuces,
en deslizarse y escurrirse por entre las patas de los caballos,
dando cuenta de muy famosos capitanes franceses, un guipuzcoa-
no, Juan de Urbieta, es fama que intimó el primero la rendición
al rey de Francia que acababa de caer con su caballo.
A San Sebastián fué el ilustre prisionero, haciéndole la
guardia el virrey de Ñapóles, y allí permaneció cinco días (i);
y á San Sebastián fué también el Emperador cuando para tras-
ladarse á reducir á los sublevados de Gante, prefirió como
camino más corto ir por Francia, confiando en la caballerosidad
del que había sido años antes su prisionero. Se estaba en paz
con la nación vecina, y así se celebraban concordias entre los
diputados de Guipúzcoa, Vizcaya, Encartaciones y cuatro villas
de la costa de mar, con los de Bayona y tierra de Labort, para
el libre comercio y satisfacción de daños que mutuamente se
causasen.
De luto, por la muerte de la emperatriz D.^ Isabel, se pre-
sentó D. Carlos en San Sebastián, á cuya villa dio el timbre de
Noble y Leal por sus servicios contra los comuneros ; se hospe-
dó en la casa de su secretario de Estado D. Alonso de Idiá-
quez (2), é hizo los honores al regio huésped un gallardo escua-
drón de 1,500 hombres, bien armados, y vestidos de luto con
capotes de terciopelo negro.
Dos años después (1542) rota la armonía con Francia,
amenazaban á Guipúzcoa 50,000 franceses; acudió el Empera-
(i) Mandó el ayuntamiento (g Marzo i 526) que «ninguno suba á la sierra del
Castillo mientras que el dicho rey de Francia estuviese en esta dicha villa.»
(2) Guipuzcoanos eran también el confesor Ibarra y los médicos de cámara
Escoriaza y Zavala.
33
258 GUIPÚZCOA
dor á defender á San Sebastián con dinero y refuerzos; obraron
unidos y acordes guipuzcoanos y navarros, siguiendo las órde-
nes de D. Carlos, y limitóse esta campaña á pequeñas algara-
das; no sacando de ellas la mejor parte los franceses; algaradas
que se repitieron en 1558 reinando D. Felipe II, dirigiéndolas
D. Beltrán de la Cueva, el alcaide de Fuenterrabía, D. Diego
de Carvajal y el comendador D. Juan de Borja, dueño de la
casa de Loyola y coronel de Guipúzcoa. Ocuparon sin resisten-
cia á San Juan de Luz, talaron el territorio excepto Ziburu,
donde se alojaron los guipuzcoanos, y aunque no pasaron más
adelante y regresaron á España, fué nuestro ejército el valladar
que se opuso á la con insistencia intentada invasión francesa.
CAPITULO VII
Glorias marítimas de Guipiizcoa. — La monja alférez
I
V I las glorias marítimas que tenía conquistadas Guipúzcoa,
j-^aumentó otras nuevas emulando su gente de mar las proe-
zas de la de tierra. El héroe de las expediciones marítimas del
siglo XVI, Machín de Munguía, opuso (1538), con una sola nave,
heroica resistencia á la armada de Aradino Barba roja, consi-
guiendo, después de sostener por tres días rudos combates,
reunirse en Corfú á la escuadra de Andrea Doria, quien al verle
llegar exclamó: «Pluguiera, capitán, á Dios, que yo fuera Ma-
chín de Munguía, y vos Andrea Doria. »
En 1540 contribuyeron los guipuzcoanos y vizcaínos á la
rendición del famoso corsario turco Caramani, que acababa de
saquear á Gibraltar, y con quien se trabó terrible y sangriento
combate marítimo, cuyo triunfo debióse, según el general Don
Bernardino de Mendoza que mandaba la escuadra española, á
Dios y á los vascongados.
Entre todos descolló entonces el inmortal hijo de Queta-
26o GUIPÚZCOA
ria, Juan Sebastián del Cano (i), el primero que dio la vuelta al
mundo en la pequeña nave Victoria, única salvada de las cinco
de la expedición de Magallanes, que salió de Sanlúcar el 20 de
Setiembre de 15 19, y después de la muerte de aquel atrevido
portugués y de otros jefes que durante el viaje le sucedieron
en el mando, del Cano fué el venturoso que regresó al mismo
Sanlúcar de Barrameda el 6 de Setiembre de 1522, concedién-
dole el emperador D. Carlos el escudo de armas con el mun-
do, al que rodea una cinta con esta inscripción : Primus cir-
CUNDEDISTI ME, y una pensión vitalicia de quinientos ducados.
En su segundo viaje en 1526, falleció del Cano en el Océa-
no Pacífico el 4 de Agosto, siendo capitán general de la flota.
La Provincia de Guipúzcoa erigió la estatua de bronce que
se ostenta en Guetaria.
Otro ilustre marino, D. Miguel López de Legazpi, hijo de Zu-
márraga, cuya casa natal aún existe medio ruinosa, junto á la es-
tación del ferro-carril, de padres acomodados, siguió la carrera de
Jurisprudencia, pasó á Méjico donde fué Escribano mayor y alcalde
ordinario, y merced á la amistad dé otro guipuzcoano no menos
distinguido, el P. Andrés de Urdaneta, que después de haber
sido militar y marino vestía el hábito de agustinos en Méjico,
tuvo la suerte de capitanear la expedición á Filipinas que zarpó
de la Natividad, Méjico, el 21 de Noviembre de 1564, y la for-
tuna que no consiguieron los cuatro que le precedieron, ayudán-
dole poderosamente como piloto mayor el infatigable Urdaneta,
«que era tan cabal para todo, para la navegación, la guerra, la
predicación y fundación de iglesias, que no había otro que le
igualara (2),» De valer era en efecto, pues se le debe el cono-
(i) Adoptamos este apellido porque así se firmaba el interesado ; porque así
consta en documentos firmados por él mismo ; en el expediente seguido por su
madre y en el incoado años después por su sobrino, Rodrigo de Gaínza: por nom-
brarle así Garibay, Mariana y otros de sus contemporáneos ; no debiendo omitir
que el finado Sr. Soraluce ha presentado muchas y muy atendibles pruebas para
que deba llamarse del f^ano y no Elcano.
(2) Historia de Méjico, por el P. Grijalva.
G U I t' Ú Z C o A 261
cimiento del rumbo de los mares para comunicarse ventajosa-
mente entre América y China, y á él deben también los marinos
conocer el viento llamado huracán y otros datos cosmográficos.
Urdaneta volvió á Méjico y vino á España á dar cuenta de
la expedición. Legazpi en tanto, más con la cruz que con la espa-
da^ con política que con la fuerza, fué enseñoreándose de varias
islas hasta la de Luzón; rechazó á los portugueses que acudieron
desde las Molucas á disputarle la conquista, apaciguó subleva-
ciones de indios, usando del perdón en vez de la venganza; y así
la colonización de Filipinas tomó un carácter de estabilidad y
homogeneidad de que ningpna nación había dado ejemplo, inclu-
so España, en América. Es verdad que este ilustre guipuzcoano,
fundador de Zebú, conquistador de Filipinas, su primer gober-
nador y capitán general, fué, como militar, inteligente y bravo;
como gobernador de la colonia, político, prudente, justiciero y
previsor; ni ensangrentó sus conquistas, ni fué mercader en vez
de colonizador, atendiendo sólo á los intereses generales al esta-
blecer por el pronto el gobierno de Filipinas. De todos sentido
y por la patria llorado, falleció el 20 de Agosto de 1572.
En los alrededores de San Sebastián, entre el camino á Pa-
sajes y la Zurrióla, al pié del monte Ulia, y lamiéndola las aguas
del Océano, se ve la modesta casería que representa la lámina,
en cuya casa nació en 1577 D. Antonio Oquendo, hijo del céle-
bre D. Miguel que llegó á ser general de marina. Al lado de los
generales D. Pedro de Toledo y D. Luís Fajardo aprendió el gran
valor y pericia que se necesitan para distinguirse en los comba-
tes navales y llegar á adquirir tal fama que de él dijera el general
holandés Tromp, al acusársele por no haber apresado ó echado
á pique con su armada á la fragata de Oquendo, que la tuvo
rodeada ametrallándola: «Que la Capitana Real de España con
D. Antonio Oquendo era invencible. > Así consideraban sus ene-
migos al que en cien combates lumca fué veiicido. Mereció por
sus proezas se le encomendara el gobierno de la escuadra vas-
congada, ser luego general de ella y de las flotas de Nueva
202
GUIPÚZCOA
España; subió á Almirante general de la armada del Océano; tal
encumbramiento, á pesar de sus méritos, aumentó las rivalida-
des de sus émulos; pudieron éstos más en el ánimo del débil
Felipe IV que consintió fuese arrestado en el presidio de Fuen-
terrabía, cuando disfrutaba en su casa el retiro que había pedido,
por no ser juguete de sus contrarios ; mas no se cebó en él lá
Casa donde nació Oquendo
desgracia; la patria necesitaba emplear su valor y pericia, y pró-
digamente los empleó, hasta que murió en la Coruña en 1 640,
al regresar victorioso (1).
(i) En las escaleras del Ayuntamiento de San Sebastián existen dos grandes
cuadros al óleo, costeados por suscrición, representando dos de sus combates
principales : el de 1631 en las aguas del Brasil contra la armada holandesa, á la
que tomó doce banderas, y el del Canal de la Mancha en 1639.
El P. Menao que le asistió en sus últimos momentos dice que estando muy de
peligro oyó el estruendo de la artillería por la salida de la procesión del Corpus y
creyendo que se disparaba contra enemigos, pronunciando esta palabra se esforzó
por incorporarse en la cama para ir á la capitana á defender la armada y morir en
ella; y añade: «Entré en persuasión que el ahinco para salir de la cama habia
apresurado la muerte Después fué abierto el cadáver para embalsamarle y lle-
varle así al templo de la Compañía en S. Sebastian, y notamos como cosa particu-
lar que el corazón era muy grande, aunque el cuerpo pequeño, y que del corazón
brotaba un pelo crecido, que en héroes tan de primera magnitud que D. Antonio
Oquendo es para reparado.»
GUIPÚZCOA 263
Su hijo D. Miguel procuró seguir las gloriosas huellas de su
padre y de su abuelo ; pero tuvo la desgracia de perder todos
los navios de su mando contra las costas de Rota (9 de Octubre
de 1663) y se retiró á su casa á escribir las hazañas de su
padre.
Muchas páginas llenaríamos si hubiésemos de narrar, aunque
sólo fuera la vida ó breve reseña de los más ilustres marinos
guipuzcoanos, aun omitiendo los que en otras carreras se han
distinguido tanto que la historia ha transmitido sus nombres á la
posteridad; esto sin separarnos de la época que estamos narran-
do ; pero no es tal nuestro pbjeto ; si bien no podemos ni debe-
mos prescindir de consagrar algunas líneas á un héroe original
y extraño, ó más bien á una heroína, la Monja alférez, que
alguna instrucción y no poco deleite los dramáticos lances de su
vida proporcionan.
II
De San Sebastián procede una de las mujeres más notables
por sus aventuras que ha producido España; que mereció ser
retratada en Sevilla por el célebre Pacheco, y sirvió á Mon-
talván de argumento para una comedia famosa.
El año de 1585 nació en aquella entonces villa D."^ Catalina
de Erauso, que heredó de su padre el capitán D. Miguel el es-
píritu guerrero en el que tanto se distinguió. De opuestos senti-
mientos su madre D.^ María Pérez de Galarraga, entró á Cata-
lina, cuando apenas contaba 4 años de edad, en el convento de
monjas dominicas del que era priora una tía suya. Allí continuó
once años, hasta que pocos días antes de su profesión, riñendo
con otra monja, fué maltratada, é indignada, fingiendo una indis-
posición, se retiró del coro, escapándose del convento. Ya en la
calle, nueva para ella, se internó en el monte, acomodó sus ropa-
264 GUIPÚZCOA
jes al traje varonil, á costa de no pocos trabajos llegó á Vitoria
donde se colocó al servicio de un catedrático, al que abandonó
por su rigor en enseñarle latín, admitióle en Valladolid de paje
el secretario del rey, D. Juan de Idiáquez, y visitando á éste un
día el padre de Catalina, lamentando ambos su desaparición,
temió dieran resultado las diligencias que se practicaban en su
busca y como no la habían enseñado á querer á sus padres, por-
que ni les había tratado, y sólo la habían hecho odiosa la clau-
sura, se fugó de Valladolid á Bilbao. Por herir aquí de una
pedrada á un muchacho que se burlaba de ella, pasó un mes en
la cárcel. Siguiendo su vida aventurera sirvió en Estella á un
caballero de Santiago; tuvo el valor de volver á San Sebastián,
donde oyó en la iglesia de un convento la misma misa que su
madre y hermanas; embarcóse en Pasajes para Sanlúcar, de aquí
á las Indias en calidad de grumete en un galeón al mando de un
tío suyo, peleó contra los holandeses ; sustrajo á su tío quinien-
tos pesos que le ayudaron á escapar, púsose al servicio de un
rico mercader, y la siguiente aventura, por la misma Catalina
referida, la retrata.
«Estábame yo un día de fiesta en la comedia, en mi asiento
que había tomado, y sin más atención, un fulano Reyes, vino y
me puso otro tan delante y tan arrimado que me impedía la
vista. Pedíle que lo apartase un poco, respondió desabridamen-
te, y yo á él; y díjome que me fuese de allí que me cortaría la
cara. Yo me hallé sin más armas que una daga ; salíme de allá
con sentimiento : entendido por unos amigos me siguieron y so-
segaron. El lunes por la mañana estando yo en mi tienda ven-
diendo, pasó por la puerta el Reyes, y volvió á pasar. Yo reparé
en ello, cerré mi tienda, tomé un cuchillo, fuime á un barbero, y
hízelo amolar y picar el filo como sierra ; púseme mi espada, que
fué la primera que ceñí ; vide á Reyes delante de la iglesia pa-
seando con otro, fuíme á él por detrás, y díjele : «ah, señor Re-
yes!» volvió él y dijo. ¿Qué quiere? Dije yo: esta es la cara que
se corta, y doile con el cuchillo un refilón de que le dieron diez
G u I p i; z c o A 265
puntos : él acudió con las manos á su herida, su amigo sacó la
espada y vínose á mí; yo á él con la mía ; tirémonos los dos, y
yo le entré una punta por el costado izquierdo que lo pasó, y
cayó. Yo al punto me entré en la iglesia que estaba allí. Al pun-
to entró el corregidor D. Mendo de Quiñones, de hábito de Al-
cántara, y me sacó arrastrando y me llevó á la cárcel, la primera
que tuve, y me echó grillos, y me metió en un cepo.>
Hizo el obispo que volviera Catalina á la iglesia, cuyo asilo
había sido violado ; por el dinero de su amo se vio libre de toda
persecución ; pero no contaba con la amorosa de cierta dama
que se enamoró de ella, y por evadirla huyó á Trujillo, donde
un nuevo duelo con el dicho Reyes y su amigo, á quien esta vez
mató, la obligó á ir á Lima : sirvió en esta ciudad á un mercader
que la despidió «por haberle sorprendido enamorando á su hija;»
cansada de servir sentó plaza ; se encontró en la Concepción de
Chile, en casa del gobernador, á su hermano D. Miguel, quien
en cuanto supo la patria de Catalina, le hizo muchas preguntas
sobre su padre y acerca de ella misma sin llegar á conocerla ; la
tomó por soldado de su compañía, en la que estuvo tres años,
hasta que celoso de ella por suponer que galanteaba á su que-
rida, la envió á la frontera á pelear diariamente con los indios.
En uno de estos encuentros, viendo Catalina arrebatar la ban-
dera de su compañía, se precipitó sobre los enemigos, mató por
su mano al cacique, y recuperó con heroísmo y á costa de su san-
gre la bandera, que le fué concedida con el grado de alférez.
Distinguiéndose en todos los encuentros y acciones, hubiera sido
nombrada capitán de la compañía cuyo mando tuvo, á no haber
hecho ahorcar á un jefe indio, al que el gobernador quería con-
servar prisionero.
En la vida de guarnición no escasearon los duelos y las
muertes, y sirviendo de padrino en un desafío, queriendo defen-
der los padrinos á sus ahijados, se acometieron mutuamente,
resultando herido y muerto el de su contrario, cuyo padrino era
su propio hermano el capitán D. Miguel de Erauso.
34
266 GUIPÚZCOA
Huyó, atravesó con mil trabajos los Andes, llegó al Potosí
después de mil peripecias y aventuras ; sufrió hasta el suplicio
del tormento porque confesara sobre cierta sangrienta riña de
dos señoras, sin que el castigo quebrantara su entereza; por
haber matado á un portugués se vio condenada á muerte, lle-
gando el caso de ser conducida al patíbulo, mostrando feroz
entereza, salvándose milagrosamente por una feliz combinación;
nuevos desafíos y quimeras la privaron varias veces de su liber-
tad; pero nada la amilanaba ni disminuía su entereza. «Éntreme
un día, dice ella misma, en casa de un amigo á jugar: sentémo-
nos dos amigos; fué corriendo el juego; arrimóse á mí el nuevo
Cid que era un hombre moreno, velloso, muy alto, que con la
presencia espantaba y llamábanle el Cid. Proseguí mi juego,
gané una mano y entró una mano en mi dinero y sacóme unos
reales de á ocho y fuese. De allí á poco volvió á entrar; volvió á
entrar la mano y sacó otro puñado y púsoseme detrás ; previne
la daga: proseguí el juego; volvióme á entrar la mano al dine-
ro ; sentíle venir, y con la daga clávele la mano sobre la mesa.
Levántele, saqué la espada, sacáronla los presentes, acudieron
otros amigos del Cid, apretáronme mucho, y diéronme tres he-
ridas; salí á la calle y tuve ventura, que sino me hacen pedazos;
salió el primero tras mí el Cid ; tiréle una estocada ; estaba ar-
mado como un reloj : salieron otros y fuéronme apretando
Llegando cerca de San Francisco me dio el Cid por detrás con
la daga una puñalada que me pasó la espalda por el lado izquier-
do de parte á parte; otro me entró un palmo de espada por el
lado izquierdo y caí á tierra echando un mar de sangre. Con
esto unos y otros se fueron; yo me levanté con ansias de muerte
y vide al Cid á la puerta de la iglesia, fuíme á él y él se vino á
mí diciendo: Perro, ¿todavía vives .^^ Tiróme una estocada y apár-
tela con la daga, y tiréle otra con tal suerte que se la entré por
la boca del estómago, atravesándolo, y cayó pidiendo confesión:
yo caí también >
Curada milagrosamente de sus heridas, tuvo que huir perse-
GUIPÚZCOA 267
guida por la justicia hasta Giiamanga, donde trabó también lucha
con sus perseguidores; acudió el obispo al ruido de la pelea; se
apoderó de Catalina, llevósela á su casa ; y merced á sus conse-
jos y exhortaciones, declaró aquella singular mujer su estado y
la verdad de su vida. Entró en el convento de Santa Clara; pasó
al de la Santísima Trinidad de Lima; comprobado no ser profe-
sa, regresó á España, donde volvió á vestir su uniforme de alfé-
rez, obteniendo del rey una pensión. No aviniéndose su carácter
aventurero á residir tranquila en Madrid, partió para Italia, re-
gresó á poco á España y fué á Méjico, donde se cree que murió
aquella mujer singular, que tanto tiempo ocultó su sexo, y es
fama guardó siempre su virtud.
CAPITULO VIH
Antigüedades artísticas de Guipúzcoa
I
/^ I. que recorra la provincia de Guipúzcoa, en vano buscará
^^^ restos ni indicaciones de monumentos antiguos, de castillos
señoriales, tan frecuentes en el resto de España, y aun en otras
partes de los mismos Pirineos, y muy especialmente en la ver-
tiente francesa. No los han hecho desaparecer la cólera de los
hombres, ni una gran revolución, ó uno de esos cataclismos que
transforman la faz de la tierra, porque después de uno de estos
terribles acontecimientos, quedan las ruinas en el suelo para tes-
timoniar la existencia de lo que fueron.
Ya expusimos en el prólogo que la falta de monumentos
celtas, cuando se han hallado en Álava, demostraba la carencia
de esta raza en Guipúzcoa : de la dominación romana sólo se
270 GUIPÚZCOA
han encontrado vestigios en las inmediaciones á Francia, y res-
pecto á los musulmanes, nada. Como las razas conquistadoras
siempre dejan señales de su dominio, no debió existir en lo ge-
neral de la provincia. Pudo ésta ser amiga de los romanos, no
conquistada, bastándoles á aquellos señores del mundo con do-
minar en algún puertcr, en algún punto importante y necesario
á su gran vía.
Las familias que por su preponderancia basada en la rique-
za, en el valor ó en otras causas, llegaron á tener gran influencia
en el país, aun cuando dieran á su poderío el carácter feudal que
en otros pueblos, como no luchaban con extraños sino entre sí
mismos, no erigieron esos soberbios castillos que en otras partes
de España, sino casas torres de piedra algo fuertes y poco bellas.
Si alguna sobresalía por su arquitectura no ha quedado el menor
resto. Dada la poca riqueza, en general, de la provincia, no es
de creer se gastaran grandes sumas en esta clase de construc-
ciones. De todos modos, se derribaron por completo cuando
D. Enrique IV consideró este castigo oportuno para acabar con
aquella constante y encarnizada lucha de gamboinos y oñacinos,
con aquel eterno batallar de unos con otros linajes. Las torres
que ellos dejaron en pié las mandó destruir el monarca : los
pueblos se prestaron gustosos á esta destrucción, aumentán-
dola.
No se hallarían antes en Guipúzcoa esas fortalezas, testimo-
nio del antagonismo entre el pueblo y la aristocracia; no porque
dejaran de existir estas clases, sino porque no era la lucha en-
tre ellas, sino entre los mismos señores; y naturalmente, éstos
necesitaban del pueblo para defenderse y ofender; así vemos
que á Mugica seguían sus colonos y siervos y sus lacayos, y lo
propio á Lazcano.
La guerra se ha hecho en Guipúzcoa en todos tiempos,
como hemos visto en las dos últimas guerras civiles, y lo mismo
que no vemos hoy el menor rastro de las terribles defensas
improvisadas por los carlistas, porque la disposición de sus
G U 1 1' U Z C o A
271
montañas, sus profundos barrancos, la naturaleza especial de
su suelo, se presta todo
con poquísimo trabajo á
convertirse en podero-
sos fuertes y formidables
ciudadelas, con la retira-
da siempre segura, por-
que están escalonadas
las montañas, lo propio
sucedería y sucedía anti-
guamente, pues más que
de organizadas batallas
campales, nos hablan las
crónicas de sorpresas de
pueblos ó casas fuertes,
de ataques aislados y de
celadas.
Para rechazar los
guipuzcoanos las inva-
siones francesas se fiaron
más de su valeroso es-
fuerzo que de la defensa
que pudieran ofrecerles
las fortalezas, si excep-
tuamos las de Fuente-
rrabía , San Sebastián,
Renteria, Tolosa, Her-
naniy Villafranca. Estas,
más que del país, fueron
obra de los reyes.
Las casas-torres que .T '
se conservan , casi rui-
nosas las más, no pare-
cen hechas para ofrecer una formidable resistencia y menos
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272
ü II I P U Z C o A
á la artillería; por lo cual no debieron tener grande importan-
cia, y así lo revelan sus vetustos paredones. En muchos sitios,
en particular á la cabeza de los puentes y en bifurcación de
sendas y caminos, se ven de esas antiguas torres conservando
sólo el primer piso convertido en casería.
Hay alguna excepción :
la Torre- Lucía ó real Torre-
larga en Zarauz, como pue-
den verlo los lectores en la
lámina que acompañamos.
Es de piedra sillería y per-
tenece á la arquitectura do-
méstica de fines del siglo xv,
de la que hay en Orio
ejemplares curiosos. Según
Saavedra ( i ) , los muros
laterales que van volando
piso á piso , eran de
mucho uso en el norte de
Francia á fines de la Edad
media. Por una hermosa
escalera exterior se
' penetraba en el pri-
mer piso: en el alto
debió haber un mag-
nífico balconaje co-
rrido en toda la fa-
chada, y para sos-
tenerlo prolongaron los dos macizos laterales á la altura
conveniente. Las ventanas son ojivales trazadas con sumo
gusto, con elegantes parteluces. Como el vuelo del balcón era
considerable, el arquitecto perforó las dos paredes que le limi-
ZARAUZ.— ToRKE-LucÍA
( I ) Anales de la Construcción v de la. Industria.
(', U I P Ú Z C o A
FUENTERRABIA. — Casa Echeveste
274
GUIPÚZCOA
taban por los costados, resultando de esta combinación un mi-
rador del más bello aspecto.
En Fuenterrabía, la casa de Echeveste , que también repro-
ducimos, es otro ejemplar notable, aunque no tan bello como
el de Zarauz ; pudiendo decir lo mismo de algunas casas en
Tolosa, Azpeitia, Deva, Mondragón, Vergara y otras poblacio-
nes; recordando dos de Vergara, la de Ozaeta y la de Gaceiria,
á los señores de estos antiguos solares, jefe cada uno de los
fuenterrabía, — Antiguas Murallas
bandos que tanto daño hicieron á la villa y á la provincia por
satisfacer sus personales odios y venganzas.
Fuenterrabía, como plaza fronteriza, tenía castillo y muros
formidables; pero carecía aquél de carácter feudal. Encierra dos
partes distintas ; la fachada del Poniente que es de la época de
Carlos V, y las construcciones sobre el Bidasoa que son ante-
riores. La fachada del Poniente tiene en su centro una puerta con
arco elíptico y cuatro aspilleras sobre las que se ven otras cua-
G U I I' L Z C o \
275
tro ventanas cuadriláteras con guardapolvos. Termina en una
gran terraza, sobre la que hay tres troneras para piezas de ar-
tillería, apoyándose dicha terraza en magníficos arcos de sille-
ría. Es notable esta parte como construcción. De la ornamenta-
ción interior no queda el menor vestigio. Muros ruinosos, restos
de una elegante escalera, ojivas muy agudas de elegante traza-
do y no muy cargadas de ornamentación, es lo único que se ve
dentro del edificio.
%/^^-.;^
FUENTtKRABÍA.— Restos dk las antiguas KOin hicaciones
En los montones de ruinas del castillo y del recinto de la
población, podrían descubrirse, desembarazándolos, los restos
de las fortificaciones de Sancho el Fuerte ; permitiendo apreciar
la gran importancia que tuvo y todo revela ; pues además de lo
mucho que Fuenterrabía ha figurado en los tiempos de que nos
hemos ocupado, aún la veremos figurar en hechos de más alta
prez y trascendencia.
Pasajes tuvo también su pequeña fortaleza destinada á de=
fender la pintoresca y no muy ancha entrada de su puerto que
276 GUIPÚZCOA
se esconde entre dos elevadas montañas, como si las hubiera
cortado de un tajo un gigante. La fortaleza se reduce á una
torre no de gran consideración, de hacia el tiempo de los Reyes
Católicos.
La inmediata Renteria posee una antigua casa particular,
cuyas ventanas trilobadas ojivas en asterisco y una puerta
adelantada con ménsulas , pertenecen á la última época del
período ojival. Fué villa murada con cinco puertas, y las ca-
sas torres de Laztelu, Morroncho, Urdinso, Orozco y Uranzu,
con un baluarte cerca de la puerta que mira á Francia. Era
su mayor enemigo y el que en las frecuentes entradas en
esta villa acabó con todos los vestigios que en ella quedaban
de su remota antigüedad ; conociéndose sólo algunos del cas-
tillo de Beloaga, situado en lo que ahora es término del valle
de Oyarzun.
En lo antiguo había astilleros en Renteria; en 1762 se
halló en el principio del muelle una escalera de piedra de 14
gradas, y una argolla de fierro, como en los embarcaderos. Su
comercio marítimo era tan floreciente, que en los papeles de su
archivo se registran buques hasta de 800 toneladas y se conta-
ban en los lugares de aquella frontera y contornos más de 2000
marineros. Hoy impide el fango la llegada de buque alguno.
Merece especial mención el retablo principal de la iglesia
parroquial, todo de jaspes del monte Archipi, término de la
villa, cuyo retablo es obra de D. Ventura Rodríguez.
Ni en Renteria ni en sus inmediaciones, aun cuando vecina
á la vía romana, si por ella no pasaba, ó algún ramal, y próxima
á la frontera y de importancia siempre el valle de Oyarzun en
el que se asienta, se han hallado apenas restos de construccio-
nes romanas, que no son muy importantes los de que se tiene
alguna noticia; tampoco hay castilos feudales ni construcciones
religiosas románicas ó bizantinas notables, ni en el resto de la
provincia. Las construcciones ojivales debieron seguramente ser
importadas por los ingleses que edificaron la catedral de Bayo-
GUIPÚZCOA 277
na. Algunas casas particulares ensayaron el estilo gótico, pero
tímidamente. En cambio, el renacimiento, y más tarde el chu-
rriguerismo, han dejado huellas indelebles de su paso.
Las iglesias ó más bien ermitas , que debieron elevarse en
los siglos XIII al XV, y se salvaron de la destructora guerra
de los bandos, fueron destruidas por el orgullo de los arqui-
tectos del renacimiento que hicieron tabla rasa del pasado, con
muy raras exepciones. Vese en algunas iglesias conservada una
puerta antigua, alguna pila para tomar agua bendita, algún
capitel : pero en cantidad insignificante para poder apreciar la
importancia de la iglesia destruida y sobre cuyas paredes se han
construido las que han llegado hasta nosotros.
El descubrimiento de las Américas fué para los vasconga-
dos un gran venero de riqueza, y aún lo es hoy mismo para
algunos, si bien no tantos como anteriormente. Emigraban mu-
chos, perecían ó no salían de la pobreza los más; pero los que
ayudados por la suerte ó el ingenio, ó á fuerza de trabajo
y economía juntaban un buen capital, regresaban á su pueblo,
donde el deseo de mejorar la casa nativa, les hacía derribarla,
así como la pobre ermita que á los ojos del mdmfio se presen-
taba fea y miserable comparándola con las construcciones que
había visto en las tierras que recorrió á su regreso; y eficaz-
mente ayudado por los arquitectos del renacimiento, destruyó
sin piedad todas las construcciones de algún valor histórico,
para él de ninguna importancia por desconocerla (i). Á estos
indía?ios se deben hoy excelentes edificios de escuelas, cemen-
terios y otras obras modernas no menos útiles, que informan el
(i) León del Zureo, alcalde de Kenteria, propuso en 29 de Diciembre i 6=; 5 lo
siguiente: «En este día dijo el dicho alcalde que la villa de Tolosa. Universidad de
Irun y la villa de Hernani valiéndose de la ocasión de tener en esta provincia á
Bernabé Cordero, insigne arquitecto, han fabricado los altares de sus parroquias
con admiración y así es conveniente valerse de esta ocasión y que sacando dos
trazas la una se remita al general Martin de Zamalvide, dándole cuenta como las
dichas villas y Universidad han conseguido el tener obras tan grandiosas mediante
el favor y socorro que han tenido de sus hijos devotos y generosos que han teni-
do en Indias, etc., etc.»
278 GUIPÚZCOA
progreso de los tiempos, y más se les debería á tener más pa-
triotismo algunos de estos afortunados emigrantes de gran for-
tuna y sin familia.
Llama la atención de cuantos recorren las provincias vascas,
que en las casas más humildes, en las caserías más insignifican-
tes situadas en los más elevados cerros, se encuentren blasones
esculpidos en las fachadas, y no recientes, sino de épocas remo-
tas; observándose que en general dominan en sus cuarteles el
lobo, el jabalí, el perro, la zorra, el buey, que pueden dar una
idea de las costumbres primitivas. El león y el leopardo, las ca-
bezas de moros, la media luna, las estrellas, la cruz, la grana-
da, etc., tienen su origen en las cruzadas y en las luchas de
Castilla y Aragón; no siendo tan comunes, ni viéndose aisladas
sino acompañando á otros signos.
Encerrado el vasco en sus montañas, no se mezclaba en los
grandes acontecimientos europeos y no podían ejercer en él in-
fluencia las modificaciones aristocráticas. Cada valle era, y es
hoy en parte, una especie de confederación: adoptaba un signo
que luego grabó en la casa consistorial y á él se añadían los
que los reyes autorizaban á poner. Orgulloso el vascongado de
pertenecer al valle que le vio nacer, que le defendía con heroís-
mo y le amaba con pasión, tomó por signo las plantas que en
él crecían, los animales contra los que constantemente tenía que
luchar. Más tarde, los reyes de Navarra, de Aragón y de Cas-
tilla añadieron á esos signos primitivos otros tomados del bla-
són caballeresco de Europa para perpetuar los servicios presta-
dos. Las familias vascas, en general, se contentaban con la
sencillez heráldica del primer blasón; las de más. riqueza é
importancia, cuyos servicios podían ser mayores, ó las que se
unían por enlaces á casas castellanas, aragonesas ó navarras,
recargaron los blasones de cuarteles y multitud de detalles de
los que hacían ostentoso alarde.
Inútil es, pues, buscar monumentos anteriores al siglo xv.
Si alguno pudo quedar en San Sebastián de construcción poste-
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28o GUIPÚZCOA
rior como las casas palacio de Mortara, San Millán, del conde
de Villalcázar y la de Balencegui, perecieron en 1813, de cuyo
incendio sólo se libró la parte de la calle de la Trinidad, hoy del
Treinta y uno de Agosto^ pegada al monte de Urgull, en el que
está el fuerte. De esta destrucción se salvaron el convento de
San Telmo, y las parroquias de San Vicente y de Santa María.
El convento de San Telmo ó San Pedro González, trazado
por fray Martín de Santiago, de la misma orden , era un sun-
tuoso templo acabado en 155 1 , siendo sus fundadores el secre-
tario de Estado D. Alonso Idiáquez y sn mujer D.^ Engracia de
Olazabal, en él enterrados ; sus arquitectos, Burbocoa y Sagar-
sola, vizcaínos: hoy sirve de parque y almacenes, se halla en
lastimoso deterioro y sólo da idea de su antiguo esplendor una
de las fachadas del patio, que aparte reproducimos, obra del
religioso Juan de Santesteban.
En privilegios de principios del siglo xi se habla ya de las
parroquias de Santa María y de San Vicente; pero la construc-
ción de la actual fábrica es más moderna. La de San Vicente
data del año 1507, y se debe á Miguel de Santa Celay y Juan
de Urrutia, vecino de Alquiza. Se compone de tres naves de
arquitectura gótica: el retablo del altar mayor de gran ostenta-
ción, con tres cuerpos de distintos órdenes, y el airoso atrio fué
todo ejecutado en 1584 por Ambrosio Bengoechea y Juanes de
Iriarte. El apostolado y otras estatuas con varios relieves que
representan los misterios de Cristo son de mérito, así como el
dorado y la medalla de las ánimas con Nuestra Señora en-
cima.
Al sur del templo se acusa el crucero por la mayor eleva-
ción y por una rosa central que da luz al interior. Dos grandes
ventanas ojivales adornadas de toros y perfiles de la época,
surmontadas de arquivoltos que se apoyan en cabezas de que-
rubines, se abren á derecha é izquierda del crucero. En los án-
gulos de los contrafuertes se ven dos capiteles representando
una cabeza de hombre colocada entre dos personajes dispuestos
GUIPIZCOA
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SAN SEBASTIÁN'. — Iglesia de San \icenti
282 GUIPÚZCOA
horizontalmente que ponen sus manos delante de la boca de
aquel. La portada, de la que estos capiteles hubieron de formar
parte, ha desaparecido con la construcción de otra de mal gusto,
de época muy reciente. Corre á mitad de la altura del muro y
sólo en la parte sur una banda adornada de flores con grandes
frutos. En el lado norte se observan piedras salientes en inten-
to de continuar la construcción. Una pesada torre carga sobre
este pórtico. La puerta de ingreso es de distinta época y de
muy mal gusto. El interior responde también al estilo ojival de
la decadencia, viéndose en muchas de sus partes el renacimien-
to. Los altares están empotrados en los contrafuertes y los hay
de todas clases y estilos.
Puede observarse que debió durar mucho tiempo la cons-
trucción de este templo, pues las bóvedas que cierran la iglesia
acusan ya una época más avanzada que las demás partes
que hemos examinado. Apenas tiene esta iglesia cimientos. Fun-
dada sobre arena, demuestra la confianza que en hacerlo así
tenían los arquitectos de aquella época ; confianza que por tra-
dición se ha transmitido sin duda á los de nuestros días en
aquella ciudad cimentada toda del mismo modo.
Pedro de Zaldua, natural de Asteasu, uno de los arquitectos
de más fama de la provincia á principios del siglo xvii, trazó y
dirigió en 1604 el pulpito de piedra negra con balaustres de
mármol trabajado en Lisboa para la iglesia de Santa María; y
á él se debe también la portada principal que tenía aquel tem-
plo, que ya no existe por haberse construido otro mayor que
el antiguo, en el mismo sitio (i).
Lazardi y Salazar trazaron y construyeron en 1743 la actual
iglesia de Santa María; los retablos mayor y laterales son de
Villanueva, y los de la Soledad y Nuestra Señora del Socorro
(1} Zaldua construyó también el palacio de D. Juan Mancisidor, secretario de
guerra de Felipe III en Flandes : le mandó edificar al estilo flamenco, junto á Za-
rauz, en un prado inmediato al convento de San Francisco. Si lo hubiera acabado^
sería una de las obras más celebradas de Guipúzcoa.
G U ¡ P I / C O A
SAN SEBASTIÁN'. — Iglesia de Santa María
284 GUIPÚZCOA
del famoso Rodríguez. Ibero acabó en 17Ó4 la iglesia, que
consta de 3 naves (i).
Todas las partes de la iglesia de Santa María pertenecen á
aquella época churrigueresca, cuyo género lo invadía todo; pues
Gracián en la prosa, Góngora en la poesía, Rizi en la pintura,
el mismo Jordán, seguían aquellas corrientes amenazadoras; sin
que por esto dejemos de reconocer en la mayor parte de las
obras de aquel tiempo y en todos los géneros, imaginación
fecunda y gran talento, siquiera se extraviaran con frecuencia.
Y tiene razón el ilustrado arquitecto de Guipúzcoa Sr. Goicoa,
al que tan preciosos datos debemos; al arquitecto no debe juz-
gársele sólo como ornamentista, hay que estudiar el conjunto
de sus obras, la disposición de sus trazas y el repartimiento
interior, para lo cual son necesarias grandes dotes que adorna-
ron en alto grado á Churriguera. Así, en la disposición general
de los cornisamentos de la iglesia que nos ocupa, hay una pure-
za de líneas que no se ven generalmente en las obras de los
discípulos de Churriguera, como salta á la vista comparando
los altares que hemos citado con el resto del templo. Y es que
Lizardi y Salazar, si bien influidos por el gusto dominante, su-
pieron sustraerse á los delirios de los churrigueristas, que
derrocharon caudales para dar fama á sus fantasías, entre las
que merece especial mención el famoso transparente de Toledo,
(i) Había nacido Ibero en Azpeitia, en i 724, y sin salir de Guipúzcoa apren-
dió con su padre la arquitectura, ayudándole en la construcción del colegio de
jesuítas de San Ignacio de L.oyola. Trabajó con él en la tnonsiniosa torre de Eigoi-
bar, y edificó la casa Ayuntamiento y dos posadas en esta villa, dos claustros á
los lados de la iglesia. Construyó la graciosa fachada de la parroquia de San Sebas-
tián de Azpeitia, á satisfacción de Ventura Rodríguez. (Son seguramente de Ibero,
que seguía aún las huellas de Churriguera, la portada de la iglesia y el ábside del
altar mayor, de un gusto pervertido.) Los altares del Consulado y su inmediato
son de Tomás Jaúregui, otro continuador de Churriguera (a). Churriguera se creía
muy superior, y hay en sus trazas gran imaginación y un dibujo preciso. Sus
obras son en general muy superiores á las de sus discípulos y continuadores, que
extremaron la ornamentación. 1£1 bueno ó mal gusto camina en todas las cosas á
un mismo paso.
(ít) Se deben á Jáuregui otros muchísimos retablos de la provincia de Guipúzcoa.
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286 GUIPÚZCOA
admiración todavía de los bobalicones. Y fué una época en la que
se construyeron muchas obras en España ; así es que por todas
partes se encuentran ejemplos del mal gusto entonces predo-
minante, y que debía morir gracias al renacimiento que se inició
en las artes con la construcción del real palacio de Madrid y la
venida de arquitectos extranjeros para dirigirlo, por más que
hubiera entre nosotros eminencias capaces de hacerlo.
La corrupción en el arte arquitectónico se debió también á
influencias exóticas; que no es justo atribuirlo sólo á Churri-
guera, cuyo antecesor fué Berromino, como parece querer indi-
car la palabra churriguerismo, aplicada á todo aquello que
está ejecutado sin orden ni concierto, cual si hubiese sido su in-
ventor.
Consignadas las anteriores observaciones, por creerlas per-
tinentes y muy á propósito al tratarse de la arquitectura de
Guipúzcoa, terminaremos manifestando que son de gran valen-
tía los arcos de la iglesia de Santa María que unen entre sí los
pilares, del centro. Son estos octógonos, adornados de cuatro
capiteles corintios, perfilándose en la cornisa todas las líneas
inferiores. Cuatro estatuas de Evangelistas completan la deco-
ración de estos pilares. Todo acusa la intención de terminar con
una cúpula y cuerpo de luces en esta parte central, que se halla
cubierta por un casquete esférico apoyado en una cornisa muy
decorada.
El coro ocupa todo el ancho de la iglesia; el arco central
es muy elegante, muy rebajado. El total del templo presenta
un conjunto armonioso y bello. Su órgano, moderno, es uno de
los de más mérito de España, y si no es superior, no le excede el
de la Magdalena de París y el de San Francisco el Grande en
Madrid.
Domingo de Estala y Juan de Alzolaraz, construyeron la
puerta de tierra de la fortaleza de San Sebastián, en la que se
colocó en 1 5 7 7 un magnífico escudo de armas reales trabajado por
el arquitecto Pedro Picart, destruido por los franceses en la gue-
Cí U I P U 2 C o A
287
rra de la Independencia. Esta fortaleza, de planta cuadrada, se
empezó en 1 5 1 6 por anteriores planos del conde Pedro Navarro,
inventor de las minas que se usan ahora, y se siguió trabajando
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SAN SEBASTIÁN.- Subida al Castillo de la Mota
hasta 1542 bajo la dirección de Diego de Vera. Se construyó
este año el lienzo de Oriente de unos i 2 pies de espesor, y el
de Occidente de 7, rematando ambos en cubos. En medio de
ellos el de Mediodía, más alto que los otros, de 32 pies de
grueso y con un cubo en el medio llamado imperial por haberse
288 GUIPÚZCOA
trabajado en tiempo del emperador Carlos V. D. Juan Acuña,
capitán general de Guipúzcoa, trazó en 1567 el rebellín situado
junto al postigo de San Nicolás, y otros ingenieros dirigieron
los baluartes y demás obras exteriores que se construyeron en
los reinados de Felipe III, Felipe IV, Carlos II y Felipe V.
Se dice que Hércules Torels ó Torrelli, ingeniero y arqui-
tecto militar, trazó y dirigió la construcción del castillo de la
Mota. Habrá sido alguna parte de él, porque es del tiempo de
Carlos V, y sobre otro más antiguo que mandó levantar Don
Sancho el Fuerte de Navarra, y porque en este mismo reinado
de Carlos II el arquitecto ingeniero D. Diego Luís Arias cons-
truyó almacenes, cisternas y otras piezas subterráneas. Lo que
es indudable, es que Torrelli trabajó en el castillo hasta el
año 1694, que pasó á reconocer las plazas de la costa de Anda
lucía y África.
Hoy es este castillo casi inútil, como se vio en la última
guerra civil, que no evitó el bombardeo de la ciudad, como
tampoco le impidió en 1835. Pueden dominarse sus fuegos per
fectamente desde los montes Igueldo y UÜa, y desde las alturas
de San Bartolomé; para la defensa del puerto y de la parte de
la Zurrióla, es deficiente; así que en caso de guerra sería más
perjudicial que útil para el vecindario, que há tiempo está pidien-
do su desaparición para dar más conveniente destino á toda
aquella montaña, desde la que se disfrutan encantadoras vistas,
de las que suele estar privado el público por la rígida cuanto
absurda suspicacia militar.
Si es de lamentar que no podamos registrar muchas obras
antiguas, eslo también que el Tratadillo de los célebres arqui-
tectos de Guipúzcoa escrito por el Dr. Isasti, no se imprimiera
ni el manuscrito parezca. Se opuso á que se diera á la estampa
la diputación de aquel tiempo y el censor Gil González Dávila,
cronista del rey, que tenía en más las muchas sandeces y fana-
tismo de sus obras, que las noticias que pudiera dar el ilustrado
Isasti.
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290
GUIPÚZCOA
II
El santuario de Nuestra Señora de Iciar, jurisdicción de
Deva, es uno de los más venerados de la provincia. Situado
en una eminencia, desde la que se descubre una gran extensión
Vista de Iciar
del Océano, no sólo la invocan en sus peligros los marinos pró-
ximos á naufragar á la vista de aquella imagen, sino los que en
lejanos mares le son devotos y esperan por su intercesión la
vida. Así hacen á la Virgen tantas ofertas, religiosamente cum-
plidas; y son de ver las conmovedoras procesiones de marine-
ros que acuden fervorosos y agradecidos á poner á las plantas
de la sagrada imagen las ofrendas de su piedad, siendo de ad-
mirar que aquellos hombres de piel curtida, de feroz aspecto,
que parecen haber desechado ó no haber abrigado jamás en su
G U I P I /. C o A
DEVA. — Claustro de la Iglesia
292 GUIPÚZCOA
corazón el menor sentimiento de ternura, por su costumbre de
luchar con los elementos en su mayor impetuosidad más, ó
tanto como para defender la vida, para salvar su buque, derra-
man abundantes lágrimas al postrarse de hinojos ante la Vir-
gen de Iciar.
Cuenta la tradición que esta milagrosa imagen, que se ve-
nera en el altar mayor de la parroquia bajo la advocación de
Santa María, se apareció á una doncellita de Iciar. Se tienen
noticias de su existencia á principios del siglo xi, y hay documen-
tos posteriores que áella se refieren. Más antiguo Iciar que Deva,
pues ésta villa se fundó, como hemos visto, en el término de
aquél, y siendo éste algo dilatado, los pobladores de ambos pue-
blos rendían culto á la milagrosa imagen (i) que ha sido objeto
de una gran peregrinación en 1884.
El templo es muy capaz, de una sola nave, de buena arqui-
tectura y sólida construcción. La sacristía con su media naranja,
y el camarín de Nuestra Señora son obras dignas de mención y
de ser visitadas.
Lo es asimismo la iglesia parroquial de Deva, por su ele-
gante claustro, en cuyo patio estaba el cementerio, y el pórtico
de entrada al templo, de arcos ojivales de buen gusto con san-
tos, figuras y adornos, todo de piedra y resguardado en gran
parte de la intemperie por el grande atrio ó portalón que le
cubre. Se ha contado que este gran templo se costeó con el
producto de algunos maravedises por cada arroba de lana de
la que se embarcaba en el puerto de Deva, al que acudían, por
más próximo, todas las lanas de la Rioja y Castilla, hasta que
el camino que por la Peña de Orduña se abrió á Bilbao, llevó á
esta villa tan productivo comercio.
La ermita del Cristo de Lezo, la de Nuestra Señora de
Guadalupe en Fuenterrabía, cuya basílica fué construida en 1639,
(i) Existe una Historia de la Virgen de Iciar ^ por D. Pedro José de Aldazabal
Y MuRGUíA, publicada en Pamplona en i 767.
GUIPÚZCOA
29 J
en grato recuerdo de la victoria conseguida el año antes contra
los franceses, y otras muchas bajo la advocación de vírgenes y
¿ui:
DEVA. — Portada de la Iglesia
santos que hay en Guipúzcoa, sólo tienen de notables la vene-
ración que el pueblo les profesa y lo bullicioso de sus concurri-
das romerías; si bien en ninguna hay festejos tan originales
como en Fuenterrabía el 8 de Setiembre de cada año, en cuya
294 GUIPÚZCOA
fiesta de la Natividad de la Virgen, se conmemora el triunfo
obtenido contra los tenaces sitiadores de la ciudad, parodiando
sencilla y teatralmente un alarde militar, en el que no faltan
repetidas descargas de fusilería por los entusiastas titiribitis ,
que así llaman á los protagonistas de la fiesta.
Otro de los $antuarios, más célebres en lo antiguo que con-
currido en el día, es el de Nuestra Señora de Aranzazu, situado
en una de las estribaciones de los Pirineos, alta sierra que sepa-
ra á Guipúzcoa de Navarra y de Álava, dirigiéndose desde el
puerto de San Adrián, de oriente á occidente. En una de sus pro-
longaciones, en la alta de Aiztgorri, cuyas aguas van á ambos
mares, ya mediado el siglo xv, se apareció en un espino la Virgen
que aún se venera con el nombre de Aranzazu, que quiere decir
fjVos en el espino:' que parece fueron las palabras que al des-
cubrirla pronunció el pastorcillo Rodrigo Balzátegui. Comunicó
éste al día siguiente á la vecina Oñate su hallazgo, esforzándose
para que le creyeran, cuando casualmente se efectuaba proce-
sión de rogativas para que cesara la pertinaz sequía de dos años
que arruinaba al país, la cual, según Iturriza, fué enviada por Dios
para castigar la obstinación de los bandos contendientes, se apa-
ciguasen, «abrieran los ojos y pidiesen misericordia de tantos
delitos cometidos en más de 40 años de continua discordia,»
después de haberla profetizado San Vicente Ferrer que anduvo
predicando en la provincia. Acordaron al fin ir los más robustos
del clero y del pueblo por ser largo y áspero el camino, lleno
de barrancos y despeñaderos, y al llegar al sitio donde está la
aparecida imagen la rindieron fervoroso culto, cubriéndola des-
pués con ramas, tablas y otras cosas que al intento llevaban.
Con esta visita á la Virgen coincidió comenzarse á nublar el cie-
lo, y al regresar los peregrinos á Oñate con la fausta nueva de la
verdad de la aparición de la Virgen, comenzó abundante y ferti-
lizadora lluvia á enloquecer á todos de alegría, pues ya comen-
zaban á experimentar la milagrosa intercesión de aquella Señora
en favor del país.
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296 GUIPÚZCOA
Nada más natural que el agradecimiento de los devotos oña-
tenses ; por lo que acordaron trasladar la Virgen á la parroquial
de San Miguel ó á alguna de las 32 ermitas que había dentro
de la jurisdicción de la villa; así lo hicieron; pero la imagen se
volvió al espino; y comprendiendo los hijos de Oñate que no
quería la Virgen recibir homenajes en la villa, determinaron
construir una iglesia en el pequeño llano que se extiende desde
Arrieruz hasta Guesalza. Acopiáronse materiales; mas al comen-
zar la obra se encontraron los operarios con que aquellos, así
como la imagen, habían desaparecido, trasladándose todo al lu-
gar de la aparición. Decidióse edificar una ermita, no precisa-
mente en aquel lugar, por las dificultades que presentaba el
terreno, sino en otro muy próximo, el que ocupa hoy la Capilla
del Santo Cristo: se colocó la Virgen provisionalmente en una
capilla de madera ; desapareció otra vez, y no se insistió más
en separarse del espino.
Erigióse primero una pequeña capilla, después proyectaron
los frailes mercenarios establecerse en aquellas asperezas, y co-
menzaron á fabricar un convento ; pero arredrados por el frío y
rudeza del sitio, abandonaron la obra, que la continuaron los
franciscanos, los cuales, ó sea los moradores de esta casa, no
queriendo aceptar la reforma de la Ord,en y reducirse á su pri-
mitivo instituto, abrazaron el de la Orden de predicadores, que
ocuparon el monasterio. Disputáronles su posesión los francisca
nos, y después de haber intentado las vías de hecho, y aun el
rigor de las armas, obtuvieron los dominicos en los tribunales
de justicia ejecutorias de pertenencia.
Á los treinta y ocho años de su establecimiento, en 1552, se
quemó el convento, quedando la iglesia intacta, pereciendo casi
todos los documentos de su archivo; le reedificó la caridad pú
blica; volvió á quemarse en 1622; y con las limosnas que se
fueron reuniendo se construyó el actual Santuario sobre un ba-
rranco profundísimo, formado de duras rocas, apoyando la obra
en tres gigantescas puntas ó peñascos que, caprichosamente co-
GUIPÚZCOA 297
locados por la naturaleza, le ofrecían tan difícil como inusitada
base, pareciendo colgado en un barranco. Nada más grandioso
é imponente que la naturaleza que rodea al edificio.
En creciente progreso, se hizo casa de estudios, contando á
principios de este siglo más dé sesenta y un profesos, varios
criados, una sindica y cinco criadas; llegó á poseer grandes rique-
zas en alhajas ofrecidas á la Virgen, albergando además el tem-
plo algunas preciosidades artísticas, obras de Gregorio Hernán-
dez y una Concepción de Murillo : los franceses expulsaron á
los religiosos en 1809; en 1822 fué saqueado é incendiado el
convento; se reedificó después; nuevamente se incendió de or-
den de Rodil en 1834, disolviendo la comunidad, simpática á los
carlistas. Reedificado el templo en 1846, volvió á él la Santa
Imagen conducida en ostentosa procesión; se autorizó en 1878
la fundación de una comunidad de franciscanos que viviera con
arreglo á su instituto sin gravamen alguno para el Estado ni
para los municipios; se efectuó al año siguiente una concurrida
peregrinación, y hoy sólo es el Santuario de Nuestra Señora de
Aranzazu objeto de devoción para peregrinos y de curiosidad
para turistas.
III
A los anteriores Santuarios sobrepujó bajo todos conceptos
el templo erigido al fundador de la Compañía de Jesús.
Entre las villas de Azcoitia y de Azpeitia, en uno de los más
encantadores valles de Guipúzcoa, fertilizado por el río Urola,
se comenzó á levantar en el siglo xvii por el arquitecto Fontana
el celebrado Santuario de Loyola, con la expresa condición al
cederse para él el terreno, de que no se demoliera pared alguna
de la casa solar en que nació San Ignacio de Loyola. Así forma
parte integrante de tan famoso edificio la llamada Casa Santa,
38
k
298
GUIPÚZCOA
que se conserva y una especie de zaguán ó pórtico en el primer
departamento de la casa.
Por los recuerdos que representa, no por su arquitectura, es
notable la casa solar del guerrero jesuíta. En el último piso, que
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Casa solar de Lo vola
(De una estampa antigua)
se supone fué habitado por el Santo antes y después de su con-
versión, se ve la alcoba y el mismo cielo de la cama de San Igna-
cio, sin que el destrozo causado por los años impida traslucir
la elegancia del damasco y del fleco de plata que aún la guar-
necen.
GUIPÚZCOA
Santuario de Loyola
300 GUIPÚZCOA
De este dormitorio se pasa á una pieza destinada á sacristía,
que contiene, entre otras cosas notables, dos trozos de mármol
de extraordinario mérito. Junto á la alcoba está el oratorio, que
tanto excita la piedad de los fieles, especialmente la imagen del
Santo, en cuyo pecho ostenta uno de los huesos extraídos de su
cuerpo mortal. En aquel oratorio, de forma cuadrangular, dice
la tradición que tuvo el Santo la visión de San Pedro al regre-
sar del cerco de Pamplona ; y allí él arte ha transmitido por me-
dio de la pintura, diferentes milagros, y una conferencia con San
Francisco de Borja, que también abandonó las grandezas del
mundo para militar en la Compañía de Jesús.
Sobre la puerta morisca hay esta inscripción :
Casa solar de Loyola
Aquí nació S. Ignacio en 1491
Aquí, visitado por S. Pedro y la Santísima Virgen,
Se entregó á Dios en 1 5 2 1 .
Encima de esta lápida están las armas representando una
caldera colgada de unas llaves en campo de plata y á cada lado
un lobo empinado agarrando el borde y las asas.
Una gran tranca que se conserva detrás de la puerta, se
muestra al público como la antigua, con la cual, en tiempo del
Santo, se cerraba por dentro. Tiene aspecto de antigüedad, y
está desgastada por las muchas astillas arrancadas de ella.
Fundadora del Santuario la reina D.^ María Ana de Austria,
viuda de Felipe IV, había comenzado por obtener (1682) de los
marqueses de Alcañices y de Oropesa, dueños de la antigua
torre de la casa de Loyola, la cediesen, para cederla á su vez y
el santuario á los jesuítas á fin de que situaran en aquel sitio
el colegio; pidió á D. Carlos II, su hijo, le incorporase en el pa-
tronato real con los mismos privilegios que gozaba el monaste-
rio del Escorial y los conventos de las Descalzas y de la Encar-
nación de Madrid, á lo que accedió tan piadoso monarca, y dueña
la Compañía de Jesús de la casa de Loyola, se encargó de
GUIPÚZCOA 301
levantar el suntuoso edificio denominado exageradamente la ma-
ravilla de Guipúzcoa.
Su bella escalinata y hermosa cúpula, llaman seguramente
la atención del viajero.
La planta del edificio es un paralelógramo rectángulo, con
dos resaltos, figurando todo una águila levantando el vuelo: su
cuerpo es la iglesia, el pico la portada, las alas la casa santa y
el colegio, y la cola varias oficinas.
La fachada principal tiene 524 pies; lo mismo la opuesta,
y las de los costados 210 cada una; siendo la área total de
unos I 22,000.
Sobre la majestuosa escalinata, de tres ramales, con balaus-
tradas de piedras con leones y otros ornamentos, se alza la por-
tada, pesada, de figura convexa, constando de un cuerpo con
tres arcos de medio punto; sirve de entrada al de enfrente, ador-
nado con cuatro medias columnas, con pilastras en las dos res-
tantes, terminando todo con un frontispicio triangular, sin gallar-
día, un escudo de armas en medio y balaustradas por ambos
lados. Lo más notable de este pórtico son los exquisitos már-
moles con que está fabricado: le decoran cuatro estatuas; y es
unánime la opinión de la falta de buen gusto ; además de que su
forma semi-circular no es la más á propósito para el mejor efec-
to de tan rico vestíbulo.
Por la puerta de en medio (por no dejarla quizá sola hay
otras pequeñas con frontones triangulares), y entre dos colum-
nas salomónicas, se entra en la iglesia, que es una rotonda de
131 pies de diámetro, sosteniendo su cúpula ocho grandes pila-
res que forman una galería circular.
El decorado interior es de tan mal gusto como el exterior.
El retablo mayor que pudo ser una excelente obra de arte, y en
el que se emplearon los más ricos mármoles, no tiene más de
notable que su empleo en embutidos y mosaicos del peor gusto.
Compone su mezquino cuerpo dos columnas espirales con una
imagen de San Ignacio, que ha sustituido á una de plata rega-
302 GUIPÚZCOA
lada por la compañía de Caracas, y que hoy conserva, para ma-
yor seguridad, la villa de Azpeitia.
Dos altares laterales, consagrado el uno á Nuestra Señora
del Patrocinio, y á San Francisco Javier el otro, buenas imáge-
nes talladas y bien colocadas en nichos con guarniciones y otros
adornos en talla y dorado, resaltan á su vez y hacen resaltar
los mármoles del retablo, perfectamente ligados sus colores y
clases, sobresaliendo las columnas brillantes de una pieza con
las bases y capiteles de mármol blanco. La mesa de altar está
sostenida por una urna hecha con dos piedras ricas ; y corona el
altar un cascarón ó cuarto de esfera cóncavo, adornado de floro*
nes, ángeles, rayos de luz y atributos peculiares á la imagen.
Lo mayor parte de los demás altares están sin concluir.
Ocho pequeñas puertas comunican la iglesia con el colegio,
con la casa santa y las dos sacristías; y hay, sobre aquellas, otras
tantas tribunas, no del mejor efecto.
La cúpula, toda de piedra, de 75 pies de diámetro, fué ce-
rrada, á pesar de los que opinaban la imposibilidad de hacerlo,
por D. Ignacio de Ibero, que habría realzado su gloria, si en
otras partes de la fábrica no se hubiera dejado llevar del mal
gusto de la época. Ocho ventanas dan luces al grandioso cimbo-
rio, cuya linterna remata á 200 pies de elevación; ostentando en
el cascarón mantos, coronas y obeliscos pareados.
La solidez de la obra, la riqueza de los materiales en ella
empleados, el pavimento de mármoles de diversos colores, la
forma del edificio, el aspecto de triste severidad que le da lo
oscuro de sus mármoles, y no pocos detalles verdaderamente
hermosos, revisten todo cierta magnificencia y grandiosidad, que
sostienen justamente la fama de aquel santuario, tanto más no-
table cuanto que no hay en estas provincias templos de extraor-
dinario mérito. Sin terminarse una de las alas del edificio, des-
luce el conjunto de toda la obra; pero ahora se han reunido
fondos para terminarla, y se está terminando.
Casi todos los mármoles empleados son de la provincia.
APITULO IX
. — Armamentos. — Nuevas armas.
Felipe IV en San Sebastián
'UADA la paz de Cambray,
concertóse la entrevista de Doña
Catalina, reina de Inglaterra, con su
hija Doña Isabel que lo era de España;
cuya señora acompañada de los du-
ques de Alba, Infantado y Osuna, del
cardenal de Burgos y otros persona-
jes, salió de Madrid (1565) entró en
Guipúzcoa por Alsasua, recibióla la
diputación en la jurisdicción de Segu-
ra (i); confesó y comulgó en la pa-
rroquia de esta villa por ser la Pascua
(i) Acompañados de mucha gente en traje y orden de guerra, estaban los di-
putados vestidos con capotes tudescos de terciopelo negro guarnecidos con fran-
304 GUIPÚZCOA
del Espíritu Santo, diciendo la misa de pontifical el obispo de
Pamplona; siguió á Villafranca, donde se hallaba congregada la
junta general de Guipúzcoa, se repitió el besamanos, al que
asistieron los procuradores y alcaldes de todas las villas de la
provincia, y por Tortosa y Hernani se dirigió á San Sebastián,
acompañada ya del duque de Orleans y muchos caballeros fran-
ceses (i). Marchó la reina el 13 de Junio á Rentería (2), con-
tinuó por Oyarzun á Irún donde pernoctó, y al día siguiente
abrazó en Francia á su madre y á su hermano el rey Carlos IX,
quienes con los cardenales y obispos que les acompañaban hi-
cieron á la reina española suntuoso recibimiento. Regresó Doña
Isabel el 3 de Julio del mismo año, atravesando el Bidasoa en
una magnífica embarcación, destinada al efecto por Guipúzcoa,
acompañándola hasta Irún su madre y el delfín de Francia,
procediendo de la misma manera la diputación al día siguiente
con la reina de Inglaterra al regresar ésta á Francia por que-
darse con la de España el delfín; volvieron por Rentería á San
Sebastián, donde durante su breve estancia paseó la reina por
mar con sus damas. En Tolosa deseó ver funcionar una ferrería,
lo cual presenció en la de Yarza. En Villafranca se despidió la
junta de procuradores de la provincia; en Segura, el delfín, y al
pisar Navarra, la diputación guipuzcoana.
Sirvió Guipúzcoa á Felipe II con gente de mar y tierra para
las guerras de los Países-Bajos y Portugal; se presentaron
^^ I579> á hacer retirar á los franceses que de nuevo aspiraban
á Fuenterrabía , y la paz en que se vivió en el reinado de Feli-
pe III se aprovechó en ejercicios militares, que la diputación
jas de plata, y sus caballos lujosamente enjaezados, seguidos de muchos pajes y
criados vestidos de librea, acompañados además de muchos parientes y principa
les hijos-dalgo, precedidos de la tropa.
Después de besar la mano á la reina la arengó el diputado y comendador de
Santiago D. Pedro de Zuezola.
(i) Recibida ostentosamente en las anteriores poblaciones, pudo distinguirse
San Sebastián por presentar más gente de guerra y por los disparos de la artillería
de la plaza, castillo y embarcaciones.
(2) Aquí comieron y bebieron cuantos quisieron.
GUIPÚZCOA 305
mandó se efectuaran en todas las villas y lugares (1600 -1609),
y que t hicieren lista y muestra de armas de las que tienen los
vecinos de V. S. y á los que no las tuvieren siendo de edad
de 18 años hasta 70, compelan y apremien á que las tengan á
su costa ayudándoles para que se las den de los almacenes
de S. M. por su dinero (i).>
No era esto difícil, porque la industria armera estaba muy
desarrollada en Guipúzcoa. En el mismo San Sebastián había
por entonces fábricas de armas de fuego y blancas de todas cla-
ses, de armaduras, morriones, rodelas, etc., etc., y en 1574,
Juan Pérez Ercilla inventó en aquella población un cañón de
hierro de 926 libras, que disparaba con 32 de pólvora una bala
de 33 libras á enorme distancia; y Andrés Lloydi, célebre maes-
tro de armas, trabajó para Felipe III en San Sebastián cinco
arcabuces ochavados de cinco tiros cada uno, con sólo un
fuego.
Concertados los desposorios del príncipe de Asturias, luego
Felipe IV, aun cuando sólo tenía cinco años, con D.^ Isabel de
Borbón , hija del rey de Francia Enrique IV, y de su mujer
Doña María de Médicis, y á la vez el matrimonio de la infanta
Doña Ana con Luís XIII, se ajustaron ambos enlaces por pode-
res, en Burgos y en Burdeos (161 5) y se dispuso la entrega de
ambas señoras «en el Bidasoa y paso de Behovia cerca de Irún.>
Al efecto escribió el rey á la provincia reparase los caminos
para que pudieran pasar los coches y carros ; mas ya se había
anticipado Guipúzcoa á disponer lo necesario para el espléndido
recibimiento de la regia comitiva, que, según el itinerario que
tenemos á la vista, saldría de Burgos, y pernoctaría en los si-
guientes pueblos: Quintanapalla, Bribiesca, Pancorbo, Miranda,
Vitoria, Salinas, Oñate, Villafranca, Tolosa, Hernani é Irún (2).
(i) Son curiosas las instrucciones que respecto á municiones y demás, dio la
Diputación en las juntas celebradas en Villafranca en Abril y Mayo de i 6 i o.
(2) Además de remitir el rey este itinerario escribió á la provincia excitando
su celo, y encargando y mandando que <- siguiendo vuestra antigua costumbre
39
306 GUIPÚZCOA
Recomendóse que presentara Guipúzcoa 4000 hombres,
«siendo gente bien vestida con sus plumas, y cadenas de oro, ó
bandas rojas, espadas, dagas y arcabuces, y siendo posible no
usando de vestidos negros sino es de mezcla. » Celosa la provin-
cia por el mejor cumplimiento presentó 4,443 hombres, «todos
ellos armados de espadas, dagas, arcabuces, mosquetes, picas,
coseletes, y adornados con vestidos y bandas lucidos y brillantes. >
A su virtud , desistió el rey de llevar ninguna gente de
armas, muy satisfecho de lo prevenido por Guipúzcoa, en cuyo
territorio penetró el 30 de Octubre, jinete en hermoso alazán,
habiendo abandonado su carroza á pesar de la lluvia; y la reina
con la duquesa de Medina de Rioseco en una litera. Recibió
á SS. MM. el duque de Ciudad Real, virrey de Navarra y ca-
pitán general de la gente de guerra de Guipúzcoa, la comisión
de diputados y «más de 1500 soldados provincianos, gente lu-
cidísima y bien industriada toda en el arte militar de los quales
formó S. E. un muy bien ordenado esquadron, en cuya van-
guardia en el cuerno derecho puso la compañía de la villa de
Vergara por ser muy numerosa en gente y de muy gallardos y
bizarros soldados y muy bien disciplinados todos en las salvas
reales que hicieron en presencia de Sus Magestades de que los
Reyes recivieron muy grande contentamiento y hicieron de ello
demostración dando S. M. con favorecidas palabras las gracias
de todo al Duque de Ciudad Real atribuyendo á su buena industria
la destreza de los soldados y respondiendo el Duque muy en
favor de todos ellos y honrándolos como buen capitán (i).>
luego que recibáis este despacho prevengáis y pongáis á punto de guerra la gen-
te de esa provincia en el mayor número que pudieredes, y armada, vestida y
puesta en buena orden para en cualquier suceso la encaminéis para que se arrime
á la frontera de Francia por la parte de esa provincia hallándose en aquel puesto
para asistir á las entregas al tiempo que os señalare y del amor y celo con que
acudis á lo que se os encarga de mi servicio espero que en esta ocasión os aven-
tajareis á las pasadas y que la gente saldrá con lucimiento y prevención que pide
el caso, pues aviendo de ser á vista de tantas naciones como han de concurrir
conviene que os señaléis...»
(i) Relación verdadera de lo sucedido en la jornada de las entregas, etc., etc.,
por Fr. Tomás de Lasarte : m. s.
GUIPÚZCOA 307
Era de ver el magnífico espectáculo que todo representaba,
y lo mucho que alegraba el gran ruido de chirimías, trompetas,
clarines, cajas y pífanos, al que acompañaba el estampido de
las repetidas descargas de arcabuces y mosquetes. El coronel
dejó la pica, se acercó con los tres diputados al rey, quien le
echó los brazos; se saludó á SS. MM. con un breve discurso,
contestado con palabras de favor y estimación ; alabó mucho el
rey el marcial continente de la milicia guipuzcoana, haciéndole
la guardia en Salinas la de Mondragón, donde al día siguiente
vio el regio huésped forjar y barrenar un mosquete, expresan-
do el capitán veedor de la fábrica de armas, que forjadas en ella
tenía en la provincia ochenta mil.
Por Oñate y Villareal, siguió la jornada á Villafranca donde
vio labrar fierro en la herrería de agua del palacio de Yarza,
continuando por Alegría, Tolosay Hernani á San Sebastián, que
recibió á la regia comitiva con salvas del castillo, plaza y navios
que estaban en la Concha, y la milicia formada en los arenales,
disparó la arcabucería y mosquetería, en cuanto divisaron
á SS. MM. que bajaban de lo alto de San Bartolomé.
Constituían el tren de la corte, 74 coches, 174 literas,
190 carrozas, 548 carros, 2750 muías de silla, 128 acémilas
con reposteros bordados, otras 256 acémilas, 1750 machos con
cascabeles de plata, sumando el número de personas 6500.
Visitó el rey los conventos y castillo y desde el Cubo del
Ingente vio botar al agua un galeón de 600 toneladas, que le
bautizaron con el nombre de Santa Ana.
Al proseguir la regia comitiva á Fuenterrabía, en el embar-
cadero de la Herrera había aprestada una pinaza bien esquifa-
da con muchos remeros de librea, bien toldada para pasar
á SS. MM. á Renteria; mas teniendo Renteria, en el mismo em-
barcadero de la Herrera, un gran bajel, en forma de galera
ricamente adornada con toldo de proa á cubierta y dos sillas
en ella y cortinas corridas por los lados, para no estorbar la
vista, cubierto el suelo de alfombras, el Alcalde de Corte
3o8
GUIPÚZCOA
de S. M. escogió esta embarcación por ser más firme, y se em-
barcaron con ella SS. MM., su hija con el duque de Uceda,
marqués de Velada y otros muchos titulados, dueñas y damas
de la reina: el resto del acompañamiento se embarcó en chalu-
pas y otros barcos, yendo todos á la lengua del muelle de Ren-
tería.
A pesar de la copiosa y constante lluvia, continuó la jornada,
ya de noche, alumbrando el camino con muchas hachas ó teas de
palo encendidas, llegando á Fuenterrabía á las lo de la misma,
en estado bien lastimoso.
Despedido el rey tiernamente de su hija y después de haber
visitado la muralla de la ciudad sin aguardar á las entregas que
se hacían en virtud de los poderes, dio vuelta á Castilla á la
ligera, alargando las jornadas; en Oñate visitó el monasterio de
Vidaurrieta y el de Aranzazu, á pesar de lo mucho que llovió.
El 13 de Noviembre salió de la provincia.
La futura reina de Francia fué acompañada con gran sé-
quito hasta el otro lado de Behovia, donde la recibieron con no
menos ostentación los duques de Guisa, de Buf, de Nevers y la
duquesa, la guardia tudesca, todos con grande ornato de vesti-
dos pajes y libreas; pasando el Bidasoa en barcas.
CAPITULO X
Conspiraciones. — Piratería inglesa. — Segregaciones
Los guipuzcoanos en Terranova y en Spitzberg. — Rivalidad de los ingleses
Marina pesquera de San Sebastián
I
^^i en 1579 se fraguaban pequeñas conspiraciones en Francia
^^^ contra plazas españolas, y el conde de Gramont se aprestó
á apoderarse de San Sebastián, conduciendo á los bearneses y
á otros, contando con la infidelidad de un capitán español y
algunos pocos soldados de Fuenterrabía, cuyo plan fracasó;
años después (1592), como compensación al anterior proyecto,
se fraguó en San Sebastián entre el gobernador de Fuenterra-
bía y el médico de Bayona Blampignon, el de la entrega de esta
ciudad á los españoles. Una flotilla de lanchas, bien tripuladas,
310 GUIPÚZCOA
llevaría gente á propósito para conseguir su intento durante la
procesión de Natividad ; pero descubrió esta conspiración de la
Liga el conde de Lahiliére, y tuvo peor desenlace que la ante-
rior conjura, porque fueron ajusticiados los cómplices.
No cesaban por esto las mutuas conspiraciones, pues en
una carta de lo de Mayo de 1594 se denunció un proyecto de
los franceses de apoderarse por sorpresa de San Sebastián, por
lo que dice salieron de Burdeos dos navios con 600 hombres:
también se frustró este plan.
En el reinado de Felipe III, que si fué un santo varón mere-
ce como rey el dictado de funesto, reinó la paz : la grandeza
por la nación adquirida presagiaba un gran progreso en todos
los ramos; la marina de Guipúzcoa necesitaba corresponder á
su pasado; mas fué desgraciada: once buques con valioso car-
gamento, dispuestos para Andalucía, se incendiaron en Pasajes
por efecto de un descuido. Procuró rehacerse de tamaña pérdi-
da, sin abandonar especialmente la productora pesca de la ba-
llena, allí donde la hallase: un buque de San Sebastián volvió
bien cargado de Groenlandia, á donde fué y hasta el 78^° lati-
tud N., por escasear aquel cetáceo en Terranova; alentó esto á
salir 1 2 embarcaciones de los puertos de Guipúzcoa para igual
destino y pesca; pero los ingleses, á pesar de la paz y de las
patentes de garantía que los buques llevaban, les despojaron
de todos sus aparejos, causándoles considerables pérdidas, no
indemnizadas.
Golpes terribles eran éstos para la provincia, aunque no los
únicos que la lastimaban, que daño, y grande, se hacía á sí mis-
ma con intestinas discordias, causantes de la segregación de
muchos pueblos que dependían en parte de Tolosa, Villafranca,
Segura, etc., á los cuales se habían anexionado espontánea-
mente á fines del siglo xiv, para tener entre todos más fuerza á
menos costa. Se comprende la segregación de Irún de Fuente-
rrabía, por la gran extensión de terreno que aquel tenía, por lo
numeroso de su vecindario, por la tiranía que la ciudad ejercía,
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312
GUIPÚZCOA
pues no permitía á Irún construir casas de piedra, razón por la
que en vano se buscan en este pueblo fronterizo edificios anti-
guos; y por la multitud de razones alegadas en los eternos
pleitos sostenidos por ambas poblaciones hasta que se separa-
ron en 1766; pero las anteriores segregaciones de que nos ocu-
pamos, obedecían, en general, á móviles menos levantados y
patrióticos, no á los que obedecen hoy las anexiones que se
realizan.
PASAJES DE SAN JUAN. — Entrada del Puerto
La marina de Guipúzcoa no podía abandonarse; en su pro-
vecho se erigió la Torre de Pasajes (1621) en cuyo puerto se
guarecieron en aquel invierno unos 60 navios balleneros.
Los vascongados se habían adelantado hasta el Océano
boreal, hasta Groenlandia y Spitzberg, enviando todos los años
flotas de 50 á 60 naves. Evidencian el gran comercio de los
guipuzcoanos en el N., la lonja nacional que establecieron con
los demás vascongados en Bruselas, célebre emporio comercial
en aquellos tiempos, mediados del siglo xiv, adelantándose á
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3M
GUIPÚZCOA
los irlandeses, escoceses, catalanes, ingleses, repúblicas anseáti-
cas y venecianos, en la formación de sus factorías en aquella
ciudad comercial, centro de toda la correspondencia mercantil de
los pueblos marítimos del norte y mediodía de Europa. Tam-
bién había en la Rochela otra compañía de mercaderes guipuz-
coanos (i).
^m
Wm:::±^^j.¿>,-ém>h7'!^,>-f^^'^-^'~^.. .■:'.-^^^^.^^:-^ír;-^1
PASAJES DE SAN JUAN. — Plaza y juego de pelota
Era natural esta primacía, no sólo debida á que el primero
que descubrió Terranova fué un hijo de San Sebastián, Juan de
Echaide , que abrió aquella navegación á sus compatriotas
(con la gloria de ser ellos los únicos que frecuentaban allí la
pesquería y el comercio), sino por la grande inteligencia y vale-
rosa audacia que, como marinos, han mostrado siempre los vas-
congados.
Rivales de ellos los ingleses, se apoderaron de los mares
de Groenlandia á últimos del siglo xvi por derecho del más
(i) Diccionario geografico-histórico de España,, por la Real Academia de la His-
toria.
GUIPÚZCOA 315
fuerte; pero no se dieron por vencidos los vascongados; no
abandonaron el mar, y «con sus galizablas y pataches tomaron
más de ciento y veinte navios de cuatrocientas toneladas abajo,
con muchos géneros de mercadurías, de holandeses enemigos,
y alguno de rocheleses y ingleses, peleando con ellos con su
artillería y mosquetes valerosamente, y los han traido á San
Sebastián y al puerto del Pasaje, y los han vendido en almone-
da, y su procedido se les ha aplicado por Su Magestad para su
provecho y ayuda de costa, porque ellos mismos han armado
los navios y tripulado de marineros, que son guerreros y ani-
mosos con la licencia que Vuestra Magestad les ha dado para
ello; y lo continúan cuando hay ocasión. Con lo cual han dismi-
nuido las fuerzas y poder del enemigo, y ensalzado el nombre
y valor Guipuzcoano, sin que Su Magestad les ayude con dine-
ros, barcos, municiones, bastimentos, gente ni otra cosa alguna.
— Anónimo (i).>
En 1625 contaba San Sebastián 41 bajeles para la pesca de
la ballena, 248 chalupas y 1475 hombres; así pedíase con razón
al año siguiente en las cortes de Aragón celebradas en Bar-
bastro, se declarase á Pasajes puerto franco.
(i) Isasti: Compendio historial^ etc.
k
CAPITULO XI
Sitio y gloriosa defensa de Fuenterrabía
I
"Y^^oco sincera la paz establecida entre Francia y España,
*-^ - contribuyeron ambos pueblos á romperla. Apoderados los
españoles de Tréveris (1635) prendiendo á su arzobispo, que se
hallaba bajo la protección de Francia, se valió de esto Richelieu
para declarar la guerra á España, aliada de Austria ; y mientras
se peleaba en Flandes y se disputaban los Países-Bajos espa-
ñoles, insistía Francia en poseer á Fuenterrabía, llave por aque-
lla parte del territorio español, y cuya ocupación por los fran-
ceses sería para los españoles tan ignominiosa como lo es la
posesión de Gibraltar por los ingleses.
3l8 GUIPÚZCOA
Richelieu aprestaba tropas en Burdeos esperando ocasión
de lanzarlas á la frontera ; la provincia, ante este temor, oponía
sus milicias, reforzaba á Fuenterrabía y preparaba el resto de
su gente de armas. La derrota que los franceses sufrieron en el
Tesino, aun siendo menor el número de los combatientes impe-
riales y españoles, infundieron temores y alentaron grandes
resoluciones; navarros y guipuzcoanos invadieron á Francia;
una escuadra guipuzcoana peleó en las aguas de Socoa y San
Juan de Luz, triunfando de los franceses; se sucedieron los com-
bates por tierra, tomando los españoles á Urruña, Hendaya,
Ciburu, San Juan de Luz y Socoa, hasta que considerando Ri-
chelieu la ocasión propicia por estar debilitada y mal gobernada
España, se decidió á invadirla, resuelto á apoderarse lo primero
de Fuenterrabía, ante la que se presentó (i.° Julio 1638) con
grande y lucido ejército, guiado por el célebre príncipe de Conde,
á la vez que el arzobispo de Burdeos dirigía poderosa armada
contra los pueblos de nuestra costa y quemaba una escuadra
española que iba á introducir socorros en la plaza.
II
Sobre un derruido torreón de la que fué espantosa muralla
y lastimosa
reliquia es solamente
de su temida gente,
y que si no albergaron aquellos muros una población de la
grandiosidad de Itálica, formaron el recinto de la Muy Noble,
Muy Leal, Muy Valerosa y Muy Siempre Fiel ciudad de Fuen-
terrabía, comienzo á trazar á grandes rasgos la historia de uno
de los asedios que más celebridad le conquistaron.
GUIPÚZCOA 319
Contemplo la tierra francesa de la que sólo me separa la
desembocadura en el mar del Bidasoa, y comprendo la mal
reprimida saña de sus guerreros habitantes viendo de continuo
las murallas ante las que tanta sangre de sus compatriotas se
había derramado.
No podían los franceses dar un paso por esta parte de la
tierra española, sin ser dueños de Fuenterrabía ; á la vez que
los españoles podían recorrer parte de la antigua Aquitania
hasta cerca de Bayona.
De fundación romana, pues se atribuye á los tiempos de
Suintila, principios del siglo, vii, hase afirmado que fué estación
también romana, por indicarlo así las muchas piedras de labor
é inscripción latina en el palacio de los Casabantes.
Además de la importancia de población fronteriza, debió
tenerla por sí misma cuando en el año 943 de nuestra era con-
vocóse un Concilio en Fuenterrabía; pero no há menester anti-
guas glorias quien tantas y tan preclaras más recientes las
ostenta. Y sólo quedará de ellas el libro, verdadero monumen-
to, ya que carezca de otro. Ni una pirámide, ni una lápida,
ni un cuadro hay en toda la ciudad que recuerde sus gloriosos
hechos; les basta haberlos ejecutado. Sólo en una fiesta á la
Virgen, el 8 de Setiembre, al obsequiar á Nuestra Señora de
Guadalupe que se venera en la elevada sierra de Jaizquivel, se
conmemora el famoso sitio de 1638 con una fiesta cívico-reli-
giosa, alarde militar, con descargas de fusilería, y en cuyo alarde
muéstrase el buen deseo por la originalidad de los celebrados
titiribitis, como ya dijimos.
Destruidas las murallas en casi todo el recinto, ni aun puede
formarse idea de lo que fué alcázar de Carlos V, del que sólo
se conservan algunas fuertes y altas paredes revestidas de
yedra, como si pretendiera esta planta trepadora, con su peren-
ne verdor, hacer que hasta desaparezca el belicoso aspecto de
aquellos muros ennegrecidos. Dentro de algunos años apenas
quedará reliquia de aquellas murallas, mandadas reforzar por el
320
GUIPÚZCOA
Emperador con un muro de 1 4 pies de ancho, n¡ podrá decirse
al viajero dónde estuvieron los baluartes de la Reina, de Leiva
y el Cubo de la Magdalena, situados en la parte del Poniente y
Mediodía: han desaparecido gloriosas ruinas de muy célebres
casas, comprendiéndose la fortaleza de la de Echeveste por lo
que de sus paredes resta.
FUENTERRABÍA
Y es de lamentar que á su pasada gloria no sustituya Fuen-
terrabía un florecimiento presente. Pueblo de pescadores, la mar
es su recurso, y aunque podía alimentar algunas fábricas de
conservas y otras industrias, sólo tiene tres de escabeche. Su
vega ostenta hermosos maizales, y es afán de todos que sea
Fuenterrabía estación balnearia, á lo cual se presta admirable-
mente su segura y hermosa playa, la excelente situación de la
ciudad y de la marina, el clima, y sobre todo, los encantadores
panoramas de que se disfruta desde cualquier punto. La des-
GUIPÚZCOA
321
embocadura del Bidasoa en el Océano, la lengua de tierra en la
que va surgiendo el naciente Ondarraizu francés, con esbeltos
edificios, la costa desde el puente sobre el Bidasoa hasta el cabo
Hntrada á Fuenterrakía
donde parecen haberse separado dos gruesos monolitos llamados
las Tumbas, el pintoresco pueblo de Hendaya, la bien cultivada
costa sembrada de caseríos y casas-palacios, las elegantes esta-
ciones del ferro-carril, y formando el fondo de tan bellísimo
cuadro el enhiestado monte Larrún, las peñas de Aya y Árcale,
41
322 G U I P U Z C O A
cuántas eminencias forman los Pirineos, el histórico San Marcial
y la cordillera toda que llega hasta San Marcos.
Unida España y Francia por el puente de Behobia y el del
ferro-carril, por el que cruzan constantemente trenes que ponen
en rápida y frecuente comunicación á españoles y franceses,
harán que se consideren las ruinas de Fuenterrabía como triste
recuerdo de aquellos tiempos en que la ambición ó el amor
propio de los reyes lanzaban á los pueblos á destrozarse mutua-
mente, con más saña cuanto más vecinos ; sin parar mientes en
que esa misma vecindad debiera servir para estrechar más sus
relaciones en provecho propio y el del país de cada uno.
La presencia del ejército francés ante los muros de Fuente-
rrabía, alarmó á Guipúzcoa y á España (i). El conde-duque
de Olivares que no había querido creer en la existencia del ejér-
cito en Burdeos y ni aun su entrada en España, y contestaba
al de los Vélez que se afligía y temía sin motivo, cuando ya ha-
cía tres días que estaba sitiada Fuenterrabía, tuvo al fin que
creer en la evidencia; y lo que el inepto ministro no hizo, procu-
(i) «Dos águilas reales de extraordinaria corpulencia aparecieron en los aires
sobre el campo indicado (el de Lumbier-Navarra) riñendo una pelea, con tan tenaz
porfía, que principiaba á la aurora y terminaba al caer de la tarde, envuelta ya en-
tre las sombras de la noche oscura, viniendo exactas al combate en el momento
preciso cada día. La una regresaba á su guarida y volvía al horizonte del campo
de Lumbier, por aquella parte de Francia que se halla al oriente pasando el Piri-
neo; la otra retirándose por el lado occidental al interior de España, donde tenía
su nido; y remontando el espacio al despuntar el alba, se lanzaba rápidamente al
encuentro de su competidora con denodado empeño.
"Tres días duró tan encarnizada lucha, que presenciaron las gentes de las al-
deas y villas fronterizas, siguiendo atónitas desde el amanecer con la vista fija en
la cóncava atmósfera de un cielo de verano puro y azulado, el vuelo circular y
fiero encuentro de las reinas de las aves, que al .'sangriento golpe de la garra y
acerado pico, bajaban cada vez más, á fuerza de terribles aletazos, hasta llegar
próximas al suelo ; y cual si despreciaran tan ¡mísero palenque, separándose con
igual altivez, volvían potentes á remontar hasta los cielos. Al fin cayeron muer-
tas, rojas con la sangre y despedazadas las entrañas y las plumas, pero agarradas
con las uñas hincadas en la carne, y por el cuello sujetas con el pico.
»Llevadas á Pamplona á casa de D. Carlos de Lizarazu, y luego remitidas á Ma-
drid con testimonio auténtico, causó en la corte y en la villa profunda sensación
este suceso.
«Tres días duró el combate de las águilas.» (Sitio de Fuenterrabía ^ por
O'Reilly.)
G U I P U Z C O A J23
ró remediarlo con su actividad y acierto el Consejo de guerra
y Estado: se enviaron á aquella provincia 500 veteranos, los más
de ellos jefes de marina y del ejército, dióse el mando al almi-
rante de Castilla Enrico Cabrera, adoptáronse en la corte acti-
vas y eficaces disposiciones para hacer frente á tan temible
enemigo ; al coronel de los guipuzcoanos, D. Diego de Isasi,
que se había replegado á Hernani después de haber resistido
heroicamente delante de Irún á los franceses, se le mandó espe-
rase fortificado al ejército que se aprestaba, procurando moles-
tar en tanto al enemigo cuánto pudiese, á fin de estar en dispo-
sición de recuperar Pasajes, donde los franceses se habían
apoderado de muchas armas dispuestas para embarcarse y de
cuatro navios amarrados al muelle. Por de pronto acudió Isasi
con el corregidor D, Juan Chacón á salvar á San Sebastián, á
cuya vista se presentaron los invasores, retirándose al punto sin
intentar ataque ni amago.
Mal provista Fuenterrabía de cuánto constituye lo necesario
para resistir un sitio, y en el mismo estado sus murallas en que
quedaron después de los reinados de Carlos I y Felipe II; con
sólo 700 hombres entre soldados y paisanos en disposición de
tomar las armas para defender la plaza, no decayó el ánimo de
sus intrépidos moradores, incluso mujeres y niños. A la vista mis-
ma del ejército francés, salieron desarmados los habitantes todos
de Fuenterrabía, con grave aspecto y paso mesurado, hasta la
ermita de Nuestra Señora de Guadalupe, la condujeron devota-
mente al pueblo, la colocaron sobre un altar, y de rodillas todas
las mujeres y niños y en el centro de pié los hombres de comba-
te, < al primer estampido del cañón enemigo tendieron la mano
ante la santa imagen, y juraron, si les concedíala victoria, guar-
dar todos los años su festividad desde la víspera, con un día de
ayuno, y devolverla en procesión á la ermita, su antiguo y pre-
dilecto asilo (i).>
(i) O'Reilly.
324 GUIPÚZCOA
Distribuyéronse acto continuo los defensores, aumentados
con 50 tolosanos y 22 azpeitianos que entraron en la ciudad en
aquellos momentos; encargóse el alcalde del punto más débil,
que por privilegio insigne le correspondía, y establecidas todas
las defensas, el gobernador escribió al rey informándole del es-
tado precario de la plaza por no haberse atendido los reiterados
avisos enviados á la Corte, debiéndose á tal descuido que los
franceses se apoderaran de todos los lugares comarcanos * no
tanto por su valor, como por nuestra desidia; > y que si habían
avanzado casi hasta el foso y murallas, la guarnición estaba re-
suelta á morir para conservar al rey la plaza. Al cercarla los
sitiadores, cien mujeres se vistieron de hombre, y armadas con
lanzas y arcabuces se presentaron al gobernador pidiéndole
puesto en los muros, ofreciéndoles que lo haría cuando la nece-
sidad lo exigiese. Si estímulo necesitara el valor de los defenso-
res de Fuenterrabía, el anterior hecho, por todos aplaudido,
infundiera en ellos nuevo aliento; pero era grande, como fueron
mostrándolo en la multitud de incidentes en que se puso á prue-
ba no sólo su esfuerzo sino su heroísmo, la completa abnegación
que de su vida hacía cada uno en todos los instantes.
Construidas por los franceses las trincheras de línea, comen-
zaron á disparar sus baterías hasta balas de 40 libras que cau-
saban grandes destrozos , si no en las murallas, en las casas,
sufriendo éstas más con las bombas que cayeron por primera vez
en aquel recinto; contestaron los cañones de los sitiados vigoro-
samente y con acierto; tuvieron éstos la satisfacción de que el
gobernador-propietario de la plaza, Pérez de Egea, salvando el
cerco, entrara en ella con 156 veteranos irlandeses, algunos
vascongados que acudían desde Sevilla y otros puntos y varias
mujeres del pueblo. Aumentados así los defensores de la ciudad,
efectuóse una salida nocturna que produjo el destrozo de trin-
cheras, perturbar al enemigo y causarle algunas bajas, sin expe-
rimentarlas sensibles los españoles; otra salida dispuesta fracasó
por una voladura de pólvora, que ocasionó unas 40 víctimas,
GUIPÚZCOA 325
tanto más de lamentar cuanto que no sobraban defensores á la
plaza.
Aumentó la triste situación de ésta que, á 1 80 pasos de la
muralla, se levantó y artilló un reducto con cuatro gruesos ca-
ñones, que arreciaron el fuego de los sitiadores, causando las
bombas grandes destrozos en el caserío y en las baterías, des-
montando sus cañones, lo cual permitió se hicieran dueños del
foso los franceses, poniendo á los sitiados en la más crítica si-
tuación.
Á alentarla llegó una carta del rey alabando el valor y
la constancia de aquellos valientes, ofreciendo premiar su leal-
tad, y avisándoles que por mar y tierra acudirían socorros.
Bien los necesitaban; pues los sitiadores comenzaron sus tra-
bajos de zapa, que los acertados tiros de un pedrero les obligó
á interrumpir. Prosiguieron de noche los trabajos de mina ;
trataron de impedirlos los sitiados arrojando grandes piedras,
ollas de lumbre y agua hirviendo; iluminóse el foso con guir-
7ialdas de fuego; viéronse los minadores obligados á desistir
por las muchas pérdidas que experimentaron y emprendieron el
quinto. ataque para derribar desde lejos los muros de Fuente-
rrabía, sin poder oponer sus defensores más que las dos piezas
del palacio, porque las demás estaban rotas ó fuera de servicio.
Sin cordón la muralla, dejaba á descubierto el cuerpo de sus de-
fensores. Estos necesitaban socorro ; no llegaba el que tanto se
les ofrecía; le impidió por mar la escuadra mandada por el Arzo-
bispo, haciendo así más precaria la situación de la ciudad, agra-
vada con lo que sufrieron los dos costados del baluarte de Leyva,
cayendo al foso al rigor de las balas las fajinas y cestones con
que sus defensores estaban parapetados : las lluvias socavaron
la estacada que defendían los paisanos: todo era luto, destruc-
ción y muerte.
Sólo el respeto que imponían aquellos bravos defensores con-
tenía al enemigo entrar por la tendida brecha. « Los nuestros,
cubriendo con una vela de navio, á guisa de sudario, las vigas
326 G U I P C Z C o A
descarnadas cual si fuera el esqueleto de la que enhiesta fué su
protectora y maternal defensa, colocándose bien el arnés y ten-
diendo los nervudos brazos con el puño cerrado para ensayar
su fuerza y elasticidad, con ceño altivo y semblante sereno se
aprestaban á resistir el asalto, según lo exigía de su honra la
independencia nacional » (i).
Envió el Almirante algunas fuerzas para que penetraran en
la plaza cautelosamente guiadas por el veterano D. Miguel Ubi-
lia; pero después de algunos padecimientos se descubrió la ex-
pedición por el casual disparo de un arcabuz, y sólo unos 80 con
el jefe pudieron llegar á nado á la ciudad por estar alta la marea.
La satisfacción que produjo este pequeño socorro de gente, la
neutralizó el saber que aún tardaría un mes en aprestarse el
ejército que había de salvarles, siendo como era cada día más
crítica su situación.
El valeroso gobernador Egea no pensó ya más que en batir-
se á campo raso para morir ó vencer. Escogió de entre los más
esforzados 250 hombres para clavar los cañones enemigos. En
vano le suplicaron que desistiese de tan arriesgada empresa : se
lanzaron á ella con tal furor, que derribaron muertos ó heridos
cuantos hallaron al paso. El gobernador, de pié sobre el cercano
cubo de Leyva, les alentaba, llamando á cada uno por su nombre,
alabándoles sus proezas, y á cada una agitando su sombrero,
sin que mermaran su valeroso esfuerzo la multitud de balas que
zumbaban á sus oídos hasta que le atravesó una por medio de
la cruz encarnada de la orden de Montesa, de la que era comen-
dador. En aquel momento llegaban nuestros soldados al interior
de los cuarteles ; pero reforzados los franceses, les cerraron por
todas partes; no pudiendo cargar su arcabuz, le empuñaban por
el cañón, sirviéndoles de maza; las picas y las espadas centellea-
ban en el aire; aquello era un combate desesperado cuerpo á
cuerpo: más que en defenderse se pensaba en matar. Los que
(I) OReilly.
GUIPÚZCOA 327
desde el muro lo presenciaban, tenían el ánimo suspenso: no
podían arrojar granadas para proteger la retirada de sus com-
pañeros porque los dañarían, y tuvieron el sentimiento de ver la
pérdida de más de cien hombres entre muertos, heridos y prisio-
neros; no siendo menor el número de los muertos y heridos
franceses.
Al preclaro Egea que vivió con gloria y murió ensalzado,
reemplazó el anterior gobernador D. Domingo de Eguía, no me-
nos esforzado, al que ayudaban infatigables el Padre Isasi y el
alcalde Butrón, que de la actividad de éstos y de todos se nece-
sitaba para hacer frente al. cada día más terrible y empeñado
fuego de los sitiadores, trabajando éstos y los sitiados sin des-
canso en minas y contraminas. La plaza apenas contestaba al
cañón enemigo: profundamente enterrado el pedrero que tanto
sirvió para destruir los trabajos avanzados en el foso, se procu-
raba en medio de un Qrranizo de balas desembarazar la masa
informe que cubría un resto de muralla para sacar dos piezas de
grueso calibre, reparar sus antiguas galerías, y dificultar la
entrada por la brecha abierta.
Pensóse en Madrid enviar á las aguas de Fuenterrabía la
escuadra preparada en Lisboa para recuperar el Brasil ; pero
se opuso á ello el conde-duque con quijotesco empeño; también
á que fuera el rey á la cabeza de un ejército á salvar la ciudad
guipuzcoana, por juzgarse que se daba demasiada importancia
al príncipe de Conde, rebajándose la fama de nuestra monar-
quía, como si no se rebajara más dejando perder una plaza de
aquella importancia y por tan valerosos españoles defendida,
cuya sangre valía más que todos los esfuerzos y trabajos que
pudiera experimentar el monarca, que en vez de rebajarse se
elevaba acudiendo al socorro de tan heroicos y fieles subditos.
No amedrentados éstos por el alarde marítimo que hizo la
escuadra francesa, ni por las voces que corrían de que Conde
iba á anunciar la rendición de Fuenterrabía, enarbolaron bande-
ra roja en lo más alto del palacio. Irritados los enemigos diri-
328 GUIPÚZCOA
gieron inútilmente el fuego contra ella ; irritándoles más ver un
grupo de paisanos sentados al pié del enhiesto pendón, con las
armas en reposo, y riendo de la porfiada saña de los franceses,
Llamábanles estos locos ^ vanos y obsiinados ; les gritaban los
nuestros: cobardes^ topos ; «que no hacían cosa alguna que no
fuese á lo ratero ; que este era el lance de verse su valor ; que
bien patentes estaban las brechas, que las asaltasen, cumplien-
do como buenos soldados su obligación ; y que aquella bandera
significaba no parar hasta arruinar á los franceses á sangre y
fuego. >
El 15 de Agosto no hubo fuego. Los sitiados rindieron fer-
voroso culto á la Asunción de Nuestra Señora y confesaron y
comulgaron todos. Al día siguiente continuó el bombardeo.
El Almirante, en tanto, reunía en Hernani seis mil infantes de
los que 800 correspondían á Vizcaya y 500 á Álava: 1200 eran
irlandeses; los demás habían ido acudiendo desde Madrid. De
Navarra, después de cubrir los desfiladeros del Pirineo y guar-
necer á Pamplona, llevó Redin 4,500 soldados, y 500 nobles
voluntarios ; cuatro estandartes de caballería, la mayor parte
hijosdalgo elegidos, sumando en junto 400 caballos, guiadas
todas estás fuerzas por el marqués de los Vélez que se unió con
el Almirante cerca de Oyarzun, abandonado precipitadamente
por los franceses, así como Lezo, Renteria y Pasajes, donde de-
jaron cuatro cañones intactos, faltándoles para llevárseles el
tiempo que les sobró para quemar muchas casas.
Como si los franceses quisieran resarcirse de la pérdida de
los anteriores puntos, arreciaron el fuego contra Fuenterrabía,
y prendieron á una mina que lanzó al aire con parte del muro
á seis de nuestros soldados envueltos en humo y escombros,
si bien por mal asegurado el fogón, causó la explosión la
muerte de 30 soldados enemigos. Dada la señal del asalto,
« á todo remo se lanzaron sobre la estacada que defendían
los paisanos multitud de chalupas equipadas con buena gente
de armas ; al propio tiempo dos lucidos escuadrones, acometía
GUIPÚZCOA 329
uno la muralla de San Nicolás y el otro por la parte tocante
á la mar. » Era de ver el reflejo de un sol brillante en los es-
cudos chapeados de bruñido acero, dando matices á los pe-
nachos y plumajes de variados colores, tornasolando las ban-
das de seda que desde el hombro cruzaban sobre las cotas
de malla. Armados de pica ó espada avanzaron aquellos va-
lientes á asaltar el baluarte de la Magdalena, que, con gran
sorpresa y estupefacción de los asaltantes, quedó entero, porque
al reventar la mina se desahogó por las grietas. Buscaron afa-
nosos otro sitio propicio para entrar y le hallaron al costado
derecho de Leyva. Subieron, gallarda y briosamente á la brecha,
calada la pica y en alto las espadas ; pero les recibieron no me-
nos bravamente nuestros soldados, con tan nutrido fuego de
arcabuz y lluvia de piedras y granadas que los que no quedaron
tendidos retrocedieron tristes arrastrando las picas.
Al día siguiente se presentaron én el alto de Jaizquivel tres
mil hombres que el Almirante envió á las órdenes del marqués
de Mortara." Al mismo tiempo sucedía en las aguas de Zarauz
una inmensa desgracia. Don Lope de Hoces que mandaba la es-
cuadra enviada desde la Coruña en socorro de Fuenterrabía,
ó aturdido ó inepto se dejó acometer por la francesa, ser por
ella destrozado, é incendiados sus buques ; y apelando él mis-
mo á este medio por considerar que el barco que no se que-
mase caería en poder del enemigo, mandó á todos los capitanes
que cada uno pegase fuego á su navio. Desparramando por sí la
pólvora por la plaza de armas, dio el ejemplo volando con su
propia mano la altiva capitana. Estalló el incendio en todos los
buques; cada navio era el cráter de un volcán: extraviado el
juicio de todos, corrían, se atropellaban, sin oir órdenes, ni res-
petar jerarquías ; saltaban en los esquifes, botes y lanchones de
á bordo ó de la gente que acudió de Zarauz ; unos se iban á pi-
que, otros zozobrando los arrojaban á la mar; quienes saltando
empujados ó sin medir la distancia caían en las olas ; muchos se
herían gravemente en los palos que flotaban : de nada servía el
330 GUIPÚZCOA
saber nadar : no existía la piedad, ni la compasión se conocía.
Con la precipitación nadie pensó en descargar los cañones, y al
penetrar las llamas por las baterías, despidieron tal borrasca de
balas, que destrozaron numerosos lanchones cargados de tropa;
y como si esto no bastara, como nadie pensó tampoco en la
Santa Bárbara de su navio, atestada de barriles de pólvora, voló
con horrísono estruendo, lanzando á los aires balerio, piezas de
artillería del más grueso calibre y el maderamen incendiado, lle-
vando los estragos á las casas del pueblo en el que hubo inocen-
tes y sensibles víctimas. Pasaron de 1500 los muertos; muchos
los heridos; los restantes convertidos en mendigos.
Se salvó el navio Santiago, cuyo capitán Montanio se negó
á volarle y supo evitar el encuentro de los brulotes incendiarios;
rechazó bravamente los ataques y abordajes de toda la escuadra
francesa por espacio de siete días, y aunque muy destrozado el
buque le llevó victorioso á Pasajes. Evidente prueba de la ofus-
cación é ineptitud de Hoces, que desde un peñasco presenció
este último titánico combate, y avergonzado pedía á gritos se
asestaran cañones contra el Santiago, para que desapareciese
en el mar aquel elocuente testimonio de lo que hubiera podido
hacerse con más pericia de la que demostró el desgraciado jefe
de aquella lucida escuadra (i).
Coincidieron con el anterior desastre proposiciones y conse-
jos de capitulación á los defensores de Fuenterrabía, quienes
consideraron como ignominioso todo lo que no fuera vencer ó
morir, sin que les importara el desastre de la armada, pues sólo
confiaban en el esfuerzo de sus brazos y en su resolución inque-
brantable. De lo que esta era capaz lo experimentaron los fran-
ceses en el combate de caballería que se trabó en los campos
de Irún, entre unos 50 jinetes navarros del estandarte de Ayanz,
(i) Perecieron en Guetaria once navios. Sólo se salvaron las piezas medio de-
rretidas que sacaron los buzos. Doscientas cincuenta mil libras de bronce que se
llevaron á Lisboa para hacer cañones, sirvieron á los portugueses para rebelarse
contra España dos años después.
GUIPÚZCOA 331
guiados por este señor, y tres escuadrones enemigos mandados
por Mr. Dorsa, llegando el coraje de estos dos jefes á pelear
personalmente, agarrados cuerpo á cuerpo, quedando vencedor
el español y prisionero el francés.
Aprestábase un nuevo asalto; Butrón activó la contramina
y dio con la de los sitiadores, quienes ignorando tan hábil tra-
bajo, prendieron fuego, encontró la llama respiradero y no hizo
daño en la muralla (i).
Dos meses duraba ya el sitio é iban en aumento los desas-
tres ; escaseaba el agua ; la falta de plomo y de hierro para el
balerío la remedió la patriótica generosidad de los vecinos.
Intimó Conde la rendición por escrito y en la misma forma se
le contestó con arrogante dignidad. Arreció en los trabajos de
mina, que iban dando excelentes resultados á los sitiadores, los
cuales quedaron al fin dueños de una gran brecha, después de
empeñado combate.
Aumentadas en tanto las fuerzas de socorro que mandaban
el Almirante y el de los Vélez, escribióles el rey «que no admi-
tía disculpa alguna, si el francés se apoderase de la plaza, á
vista de dos generales y de dos ejércitos de tropas españolas. »
Aprestáronse á dar la batalla al rayar el alba del 3 de Setiem-
bre, ocupando los españoles el monte Jaizquivel ; pero una gran-
de y extraordinaria tempestad, que duró dos días, lo impidió; y
lo que fué peor, produjo la deserción de más de 7,000 soldados
que no pudieron hacerse superiores á tamaño desastre, y los
(i) «Bernardo Bardón, soldado castellano, se hallaba de centinela junto á la
boca de la contramina: y al reventar la misma, la llama le lanzó á los aires hasta
las trincheras del enemigo, donde lo recibió un alférez con la punta del espon-
tón (a) Bardón cayó al suelo mal herido, y al irle a sujetar para llevarle prisionero,
se levantó recogiendo y sosteniéndose los intestinos con las manos, echó a correr
y se arrojó d la mar. Al poco rato llegó á la estacada entre los suyos, y quedó no
obstante con vida debido á los cuidados que le prodigaron sus camaradas y ami-
gos." (O'Reillv.)
(rti Especie de lanza de poco mas de dos varas de largo que usaban los oficiales de infantería, con el re-
mate de hierro en forma de corazón.
332 GUIPÚZCOA
sufrieron mayores (i). Ni un solo veterano, ni un noble de los
que voluntariamente se alistaron viniendo de Castilla, Navarra
y otros reinos abandonaron sus banderas: ¡se encontraron varios
soldados muertos, apoyados en sus picas y arcabuces, y soste-
nidos derechos por el contacto de sus compañeros ! Conservando
alguna fuerza en Jaizquivel, se retiró el ejército para reorgani-
zarse. A los defensores de Fuenterrabía se les escribió: «que
en resolver ó rehusar la rendición, sólo atendiesen á sus fuerzas,
y no contasen sino las que estaban dentro de los muros, á lo
menos ínterin sereno el tiempo no fuese juntando el ejército
que disipó lluvioso.» Mas no llegó esta carta á la plaza. En
cambio, Conde intimó de nuevo la rendición por última vez,
amenazándoles con indefectible ruina si dilataban la entrega, y
asegurándoles que no esperasen del ejército español su salva-
ción. Reunido consejo, varios fueron los pareceres, dominándo-
los el del alcalde Butrón, que dijo: «sabía muy bien si Fuente-
rrabía estaba ó no para muchos días bien provista de guarnición,
de víveres y de armas: que la falta de plomo no era tanto
como se ponderaba ; y que fuese la que fuese él la sustituiría
con plata por lo que faltase de plomo: que tenía él en casa, de
plata acuñada, diez y ocho mil pesos en su especie (unas 1500
libras): que todo este tesoro lo haría común para que se fun-
diese en balas: que como hubiese valor no faltarían empleos
para él ; pero que ni faltarían los instrumentos : que perecerían
los enemigos á manos del mismo interés, cuyo pillaje les engo-
losinaría y se acabarían de desengañar de que bien se podían
agotar los tesoros de Fuenterrabía, pero no el valor.» Y ter-
minó diciendo con airado semblante: «al primero que averigüe
que me anda soltando especie alguna que suene á entregarnos,
yo propio lo he de coser á puñaladas, > Animados todos del
(i) Verdaderos espectros, «hecho un harapo el uniforme, sin armas, bando-
lera, ni chambergo, pálidas y enjutas las mejillas y el cabello desordenado, se pre-
sentaron á las puertas de Oyarzun, Lezo, Renteria, y los dos caseríos separados
por el arenal de Pasajes.»— OReilly.
GUIPÚZCOA 33^
mismo sentimiento, se contestó á Conde <que bien podía pegar
fuego á las minas; que intentasen el asalto; que ellos no nece-
sitaban socorros forasteros, y que Fuenterrabía, sin ayuda de
vecinos, tenía para su defensa, en sí sola, lo bastante.»
Intentó Conde doblegar la entereza de Butrón recordándole
que tenía casa y una hija soltera, que una y otra serían presa
del pillaje y de la licencia del soldado, á lo cual contestó con
digna y valerosa patriótica entereza. Imitando su desprendi-
miento ofrecieron otros muchos cuánta plata tenían para que
se fundiese en balas, y se dispusieron todos á no escasear ni
aun la última gota de su sangre.
Los sitiadores que tenían ya prevenidos algunos hornillos,
les prendieron, disparando á la vez la artillería un diluvio de
balas, para impedir que los sitiados defendieran la brecha, y á
ella se lanzaron en seguida con denuedo varias compañías.
Hiciéronles frente los capitanes navarros Beaumont y Esain, y
rechazaron gallardamente la acometida. Aunque los vencedores
permanecieron de pié en la brecha, á cuerpo descubierto, de-
safiando al enemigo, no se atrevió éste á repetir el asalto, y
enfilaron contra ellos sus cañones. Los españoles que caían
eran inmediatamente reemplazados. Asombrados los franceses
de tanto valor, dispusieron nuevo asalto, que se repitió hasta
por tercera vez, en todos rechazados. Volvieron al cuarto usan-
do la estratagema de llevar teas encendidas en la mano para
que con el humo les ocultase, y arrojándolas sobre los nuestros
les cegara : cargaron impetuosos sobre montones de cadáveres
penetrando en la brecha sin disparar un tiro; pero en ellas los
recibieron los sitiados con una descarga cerrada á quema ropa,
y soltando los arcabuces arremetieron con las picas. Apiñados
los franceses, no daban un paso que no fuera adelante, empu-
jados por los que iban detrás en forma de cuña: el combate era
casi cuerpo á cuerpo; sólo se peleaba con pica y espada; los
españoles atentos á herir sin descanso; los franceses á marchar
adelante á toda costa. Si los franceses se multiplicaban, los
^34 GUIPÚZCOA
españoles se veían á cada instante reforzados, porque allí exis-
tía el mayor peligro y á él acudían, si no los más bravos, que
todos lo eran, los más cercanos; hasta muchachos, que cogiendo
escopetas caídas y buscando municiones por el suelo, propor-
cionábanse sitio desde donde hacer daño al asaltante (i): las
mujeres, atendiendo á heridos y á muertos y llevando municio-
nes á los hombres, estuvieron admirables y ayudaron al triunfo
que al fin se obtuvo, retrocediendo los franceses. Pero apenas
tuvieron tiempo los vencedores de celebrarle; porque ordenados
los fugitivos y con tropas de refresco intentaron el quinto asal-
to, no menos mortífero é inútil, pudiendo avalorar otra vez más
los sitiadores el indomable valor y la resolución de los sitiados.
Más de cuatro horas duró el mortífero pelear de aquel día. Los
dos siguientes los emplearon unos y otros en reparar los des-
trozos y ejecutar nuevas obras de aproche y de defensa, de
zanjas y minas.
En disposición las obras de los franceses de ejecutar un
nuevo asalto, á él se lanzaron con resolución y bizarría ; pero
con no menor fueron rechazados. Con gente de refresco volvie-
ron á dar el séptimo asalto, teniendo que retroceder perseguidos
por los españoles hasta las trincheras, los que en la brecha y
en el foso no quedaron tendidos (2). Con nuevo furor volvieron
los franceses al octavo asalto, llegando valerosamente á la bre-
cha, en la que les esperaban el valiente Osorio, de Deva, y seis
tolosanos armados con pica y ciñendo casco y cota. Guiaba á
los franceses apuesto coronel, al que Osorio, con la mayor sere-
(i) Dos de estos chicos,, no hallando piedra en la que encaramarse para desde
la muralla hacer fuego, arrastraron el cadáver de un paisano para que les sirviera
de pedestal.
(2) «Parecerá imposible al que no conozca el carácter español, que después
de tan rudos combates tuviera en seguida nuestra gente ganas de divertirse. Con
grande algazara dejaron bien cargadas las armas en sus puestos y principiaron á
saltar al foso á despojar los cadáveres, registrar las faltriqueras y tirarles la ropa
y el dinero á los franceses con manifestaciones de burla y de desprecio; y toda
esta bullanga tuvo lugar en medio.de las balas de mosquete y de cañón, porque
irritado el enemigo al verles rompió el fuego.» — O'Reilly.
GUIPÚZCOA 33$
nidad, del primer bote le quitó el magnífico penacho que lucía
en su lujoso morrión, como para dejarle desairado, y del segun-
do le atravesó el pecho. Los ocho primeros franceses que aco-
metieron de frente cayeron al empuje de los seis tolosanos,
y reforzados éstos arrollaron á todos los asaltantes hasta el
foso. Otro asalto, por la desesperación preparado, no obtuvo
mejor éxito.
Tantos asaltos inútiles y tanta sangre derramada, hirieron
en lo más vivo la vanidad de los sitiadores. Habido consejo, se
acordó el asalto general con todas las fuerzas disponibles de
mar y tierra.
Fuenterrabía que había llegado á reunir hasta mil defen-
sores, sólo contaba con 400, no muy bien parados después
de 69 días de continua lucha. Escaseaba la pólvora ; concluidos
el hierro y el plomo, se había apelado al peltre de las cocinas,
casi consumido, y se disponía la plata para fundir balas. Pero
se mantenía inalterable el valor y el patriotismo. Y había sufrido
la ciudad los terribles efectos de 16,000 balas de cañón y 463
bombas, no habiendo casa que no estuviese hundida ó espanto-
samente agujereada; por el baluarte de la Reina podía penetrar
el enemigo á pié llano ; no se dudaba volaría pronto el de Ley-
va; nada atemorizaba, y esperaron todos con tranquila sereni-
dad la acometida del enemigo, confiando los españoles en salir
de ella tan victoriosos como en las anteriores. Ni el buen humor
les abandonó un instante.
Reorganizado el ejército que había de socorrer á Fuente-
rrabía, se aprestó á dar la batalla el 7 de Setiembre; el mismo
día que el francés iba á ejecutar el asalto general.
Encomendándose á la Virgen cuya Natividad se celebraba,
al siguiente día avanzaron los españoles con orden y resolución
ocupando el Jaizquivel ; y al comenzar la batalla, los de Fuente-
rrabía, de hinojos ante la imagen de Nuestra Señora de Gua-
dalupe y expuesto el Santísimo Sacramento, elevaron sus ple-
garias pidiendo la victoria. Esta fué completa. Pelearon bien
3^6 GUIPÚZCOA
los franceses, pero les vencieron los españoles. Sobre mil qui-
nientos muertos en combate, dos mil ahogados é igual número
de prisioneros perdieron los franceses, además de 8o banderas,
25 piezas de artillería de sitio, armas, tiendas, bastimentos,
dinero, alhajas y muchos efectos (i); lo cual evidenciaba lo pre-
cipitada que fué la retirada. La pérdida del ejército español en
el que había irlandeses y napolitanos, pequeña.
Fué para los franceses terrible esta derrota; porque conta-
ban segura la conquista de Fuenterrabía. Así escribía Richelieu
á Conde : «Tengo por muy importante que se fortifique á Fuen-
terrabía,» y que en este asunto procediera con la misma activi-
dad que si los españoles la hubieran de sitiar al día siguiente
de rendida.
El almirante de Castilla y el marqués de los Vélez, que
penetraron en Fuenterrabía á caballo por la brecha, seguidos
de la comitiva y de varios escuadrones de su bizarra caballería,
entrando la infantería por la puerta, fueron recibidos todos con
delirante entusiasmo, dirigiéndose en el acto á la iglesia donde
se cantó un solemne Te-Deum.
Al llegar la noticia de tan valioso triunfo á Madrid, inundá-
ronse calles y plazas, aclamando todos al rey: arrolló el pueblo
la guardia de palacio, invadió la misma cámara real, y no paró
hasta felicitar cara á cara á S. M. Fué el día siguiente de gala,
hubo besamanos, regia visita á la Virgen de Atocha, se dispu-
sieron otras fiestas religiosas, casar huérfanas y rescatar cauti-
vos, y se dio este decreto (22 Setiembre 1638): «El valor, fide-
lidad y constancia de los de Fuenterrabía en la defensa de
aquella plaza ha sido tan grande, que por el ejemplo se debe
conservar en la memoria, encaminándose á su mayor beneficio
las obras pías, en hacimiento de gracias de la merced que Dios
Nuestro Señor se ha servido hacernos; y así he resuelto, que
(i) En los reales franceses estaban los aparadores llenos de vajilla de plata, y
en las tiendas abundaban preciosas alhajas.
GUIPÚZCOA 337
en primer lugar sean preferidas á todas, las hijas de Fuenterra-
bía para la colocación de huérfanas; y ni mas ni menos en la
redención de cautivos los que fueren hijos de la misma villa ;
en 2." lugar las hijas de soldados de las fronteras de África, y
los que estándome sirviéndome allí fueren prisioneros de moros,
en 3.*^ hijas de soldados marineros perdidos peleando, en la
dotación de huérfanas, y ellos en la redención de cautivos ; y
en 4.*^ en ambos géneros, entrarán criados de mi casa. »
A Fuenterrabía escribió esta carta; 4 El Rey. Consejo, Jus-
ticia, Regimiento, Caballeros Hijosdalgo de la muy noble y muy
leal villa de Fuenterrabía: por lo que ha escrito el Almirante
de Castilla en 7 de Setiembre se ha entendido, como después
de haber acometido al enemigo aquel dia, fué Nuestro Señor
servido de dar tan feliz suceso á mis armas, que pudo aquella
noche entrar en esa villa, después de haber rompido y puesto
en huida al enemigo con gran pérdida de su gente, banderas,
artillería, municiones y bagajes, con que salió esa plaza del
aprieto en que se hallaba, habiendo con vuestro valor resistido
por discurso de 69 dias el sitio que puso sobre ella, llevando
las incomodidades que en este tiempo se ofrecieron con tal biza-
rría, que sin reparar en las haciendas y vidas, mantuvisteis la
reputación de mis armas con la fidelidad que siempre lo habéis
hecho, dando ejemplo á todas las naciones vuestra constancia y
valor de que haré siempre singular estimación como merece
servicio tan particular ; pues en él consistió la gloria de tan feliz
suceso. Y aunque todo viene de mano de Nuestro Señor, reco-
nozco la parte que en él habéis tenido que es muy conforme á
vuestras obligaciones : y así lo manifestaré haciéndoos grandes
mercedes; y si bien tengo resuelto algunas, me diréis las que se
os ofrecieren que sean de mayor conveniencia vuestra para que
tome resolución de ellas ; y desde luego ofrezco la pronta re-
edificación de vuestras casas ; y he mandado al Almirante me
envié relación de lo que importa este gasto para que se provea
sin dilación; y que se dé á cada vecino por ahora el socorro que
43
338 GUIPÚZCOA
de él entenderéis. También he mandado me informe los que se
señalaron en esta ocasión, á quien se deban dar ventajas sobre
cualquier sueldo, porque tan buenos vasallos queden remune-
rados y haya memoria en todos tiempos de la fineza con que
habéis perseverado y resistido en la oposición del ejército ene-
migo; pues hasta las mugeres acudieron á todo lo necesario,
gobernándose con tal valor, que no escusaron las acciones de
mayor riesgo, de que me doy por muy obligado y de lo mucho
y bien que obráisteis en este sitio así en daño del enemigo como
en nuestra defensa; y es cierto no olvidaré el amor y perseve-
rancia con que os habéis expuesto á la fuerza del enemigo, pues
habéis tenido tanta parte en que mis armas conserven el crédito
que han adquirido en todas partes y escusado otros inconve-
nientes.— De Madrid á 15 de Setiembre de 1638. — Yo el Rey.
— Por mandado del R. N. Sr,, D. Fernando Ruiz de Contre-
ras.»
También el conde-duque escribió á Fuenterrabía ofreciendo
que las mercedes que les haría el rey y «merecían tan justa-
mente, serán mayores que su deseo mismo de Vm.; las cuales
solicitaré yo con mucho gusto ;> se ponía á su servicio y que
nada quisiera sino haber nacido hijo de aquella villa (ignoraba
que era ciudad), á la cual se añadió á los títulos de Muy Noble
y Muy Leal, el de Muy Valerosa.
Y, consecuencias del vergonzoso favoritismo que entonces
reinaba: cuando nadie con menos títulos que el de Olivares, que
quiso abandonar Fuenterrabía á los franceses, que se negó á
que fuera en su auxilio la escuadra dispuesta para el Brasil, que
no se movió de Madrid, y que más bien perjudicó que favoreció
la salvación de la plaza, fué el más favorecido ; era el favorito
del rey y se le dio el gobierno perpetuo de Guipúzcoa con el
título de Adelantado (i), 12 mil escudos de renta al año, se le
^i) No consta que el conde-duque tomara posesión y ejerciera el empleo de
Adelantado mayor de Guipúzcoa ; pero si que quiso tomarla su sucesor el duque
GUIPÚZCOA 339
hizo gobernador de Fuenterrabía, con su sueldo, pudiendo
delegar este puesto en persona elegida por él mismo, y se le
concedió además una copa de oro que le entregaría el rey
todos los años en recuerdo de la victoria y de su mérito; de-
biendo advertirse que estos honores y rfentas se heredarían,
no por derecho de sangre sino por libre disposición del conde-
duque.
Butrón, que adquirió nombre inmortal, tuvo que ser reco-
mendado.— Las indemnizaciones y mercedes ofrecidas se cum-
plieron. Ya que hubo injusticias, no hubo regia ingratitud, tan
frecuente en aquellos y otros tiempos.
Tal fué el sitio y famosa defensa de Fuenterrabía, honra
de Guipúzcoa, gloria de España.
de .Medina de las Torres, y aunque los alcaldes ordinarios de Fuenterrabía admi-
tieron su presentación, suspendieron su ejecución. Expuso la provincia al rey con-
tra tal nombramiento, y quedó extinguido el cargo en Guipúzcoa:
rn
--^::^
f}
CAPITULO XII
Servicios de la provincia. — Isla de los Faisanes. — Paz de los Pirineos
Reyes de Francia y de España. — Incidentes. — Tratados y proyecto de
repartición de España
I
1 .AS guerras en que se vio envuelto Felipe IV le obligaban á
<^^^pedir servicios á las provincias, los cuales se convertían ya
en verdaderos sacrificios. No era Guipúzcoa la que menos hacía,
á pesar de que toda la gente capaz de tomar las armas, excep-
tuando la de los presidios de Fuenterrabía y San Sebastián, lle-
gaba á 4700 hombres. A la sazón, además de los 600 que había
enviado al ejército sin obligación de reemplazarlos y con la de
342 GUIPÚZCOA
volver á sus casas finalizada la guerra, tenía ofrecido para cam-
pear y hacer resguardos en Guipúzcoa 2000; se ocupaban en
las fábricas de armas de Placencia, Tolosa, Eibar, Mondragón,
Elgoibar, Vergara y otros pueblos 800; en el tren que se destina-
ba para el ejército, pontones y cabalgamento de las dos plazas
y castillos de San Sebastián, Fuenterrabía, el Pasaje y Guetaria
se entretenían 300; y en las obras y fortificaciones 150 carpinte-
ros y oficiales y 800 peones sin las mujeres y gente voluntaria,
Y aún se pedían más servicios, y secundaba al rey el consejo de
Cantabria que residía en Vitoria: hacía esfuerzos la Diputación
para complacer al monarca, y cuando el Corregidor, por orden
del rey mandó que todos los guipuzcoanos desde la edad de
16 años hasta la de 50 tuviese cada uno su arma de fuego, pól-
vora, balas y cuerda, para cuando se ofreciese, la junta respon-
dió que, careciendo de armas, suplicase el Corregidor á S. M. y
señores de su consejo de Cantabria ordenasen que á la gente
de la provincia se la surtiese de armas y municiones (i).
Las necesidades crecientes de aquella desgraciada monar-
quía, aumentaban sus exigencias, y tales hizo á Guipúzcoa que
no se creyeron bastante autorizados sus representantes para
concederlas todas; no fueron más condescendientes los reunidos
en nueva junta en Tolosa ; pero mostróse inexorable el Corregi-
dor en cumplimiento de las órdenes del rey, y por temor á ma-
yores males, obedeció la provincia (2). Acudió gente de ésta á
la guerra de Cataluña y á la conquista de Portugal, haciéndose
además levas para la real escuadra (3), después de haberse apa-
(i) «Y que respecto á que no se le habia querido dar pólvora, plomo y cuerda
en Pamplona ni en otras partes, ni en Placencia armas de fuego- por su dinero á
fin de que en alguna ocasión repentina que se ofreciese se hallasen prevenidos los
guipuzcoanos se determinó lo conveniente.» (Acia de la junta del ]o Marzo lójg.)
(2) Junta particular celebrada en la Iglesia parroquial de San Bartolomé de
Vidania en ó de Febrero de i 640.
(3) Eran tan estimados los guipuzcoanos para la marina, que en los continuos
pedidos que de ellos se hacían para tripular buques, merece consignarse el que en
20 de Marzo de 1663 hizo el rey á la provincia de «la mas numerosa tripulación
que pudiera verificar para servir de guarnición á los cuatro Galeones que fabricó
el general D. Miguel de Oquendo y que se hallaban ya prontos para salir al mar,
G U I H L' z c o A 343
rejado en San Sebastián algunas y hasta una se armó de 17 na
víos con destino á Burdeos en favor de los sitiados, rebeldes á
Luís XIV.
Veinticinco años de asoladora guerra entre Francia y Espa-
ña, hacían necesaria la paz : al cabo de no pocas peripecias, se
convino en una tregua mientras se ajustaban ciertos prelimina-
res ; terminados los cuales y dada la última mano á los capítulos,
se convino en firmarla en la frontera de ambos reinos, señalando
la Isla de los Faisanes.
Entre varias isletas que forma el río Bidasoa, es una la
de los Faisanes, que llamada así desde tiempo inmemorial, )■
colocada más arriba del paso de Behobia, y media legua larga
de Fuenterrabía, consta de quinientos pies de longitud y de se-
tenta de latitud. Sobre ésta, se empezó á edificar algunos meses
antes, de común acuerdo de ambos reyes, una casa, para que al
fin de los ajustamientos sirviese á estas funciones. Y porque la
posesión y derecho que tiene Fuenterrabía á todo el Río que-
dase salvo é ileso, se repitieron en esta ocasión por dicha ciudad
á los ministros franceses las protestas judiciales que siempre ha
hecho en los demás actos celebrados sobre sus aguas por las
dos coronas, como el que se ofreció con el rey Francisco I de
Francia el año de 1526 y el de 1530 con sus hijos: el de las
vistas de la reina D.'^ Isabel de la Paz, con la reina madre y su
hermano Carlos IX en el de 1565, y el de las entregas de las
reinas D.'^ Ana de Austria y D.^ Isabel de Borbón el año de 1 6 1 5 ,
como consta de los mismos instrumentos auténticos que guarda el
Archivo de Fuenterrabía y lo escriben Cabrera, Mantuano, Sa-
lazar de Mendoza y otros. Iba caminando la obra al paso de los
tratados y estuvo perfecta cuando la conclusión de ellos la hizo
necesaria. Era su forma prolongada, por haber de obedecer la
pues necesitaba de Infantería de buena calidad á propósito como la que se puede
sacar de vuestros naturales por las experiencias que se tienen de su valor y cons-
tancia.»
El rey autorizaba además á la Diputación para nombrar capitanes guipuzcoanos.
3-14 GUIPÚZCOA
fábrica á la comodidad que dispensaba la isla; é hízose igual-
mente común á las dos naciones, de suerte que cada una de ellas
tenía las mismas piezas, y de igual proporción y distancia que
la otra, y con el mismo lujo amuebladas ; pues no se escaseó la
ostentación más esmerada. Como la mitad correspondía á Fran-
cia y la otra mitad á España, cada ministro tenía su entrada, y
cada uno se presentó con el más ostentoso aparato, como si mu-
tuamente pretendieran eclipsar en grandeza y ofuscar en lujo.
Al cabo de veinticuatro conferencias en cerca de tres meses,
se ajustaron los i 24 artículos que constituyen el famoso tratado
de Paz de los Pirineos (i), que demostraba el estado á que ha-
bían reducido á España reyes ineptos é indignos favoritos.
También se estipuló que Luís XIV casaría con la infanta
D.^ María Teresa de Austria, primogénita de Felipe IV, renun-
ciando ésta á la sucesión de la monarquía española, mediante el
dote de 500,000 escudos.
Como el príncipe de Conde, el sitiador de Fuenterrabía, se
había puesto al servicio de España, por lo cual le odiaba Maza-
rino y le protegía nuestro rey, fué objeto igualmente del tratado,
conviniendo el cardenal en reponer á Conde en su gobierno de
Borgoña.
(i) Recuerda esta paz una columna conmemoratoria con cuatro inscripciones.
Mirando á Irún, dice :
MDCCCLXI
En la cara que mira á la carretera de Irún á Behovia, dice :
En Memoria de las conferencias de
MDCLIX
Por las cuales
Felipe IV y Luis XIV
Con una feliz alianza
Pusieron término
A una empeñada guerra
Entre sus dos naciones.
Restauraron esta isla
Isabel II, reina de las Españas
y
Napoleón 111, Emperador de los franceses
En el año MDCCCLXI.
En el lado oriental qué mira al puente, la misma inscripción en francés.
o u I (' u 2 c O A 345
A entregar á Luís XÍV la infanta de España que había de
ser reina de Francia, salió Felipe IV de Madrid, lo que se avisó
á la provincia, para que procediera, como procedió, con la es-
plendidez que en el viaje de Felipe III, si no se excedió (i).
(i) Es curiosa la relación de este viaje :
El I 5 de Abril salió de Madrid la corte con gran séquito, tardando cerca de un
mes en llegar á San Sebastián: tan cortas eran las jornadas, tantas y tan grandes
las detenciones, por no dejar convento que visitar, y encontrarse con algunos obs-
táculos que vencer ; así al tratarse de la bajada de la cuesta de Salinas, dice la rela-
ción: «el cuidado de quien avia ido á prevenir los caminos y la diligencia de las
«justicias de los lugares cercanos, y de los demás de la Provincia, tenian repara-
»dos los malos passos de ella, y aderezada esta cuesta en la mejor forma, que avia
«permitido su terreno, y la incomodidad con que habia porfiado á impedirlo el
«temporal, y así el coche de sus .'^lagestades, baxó con toda seguridad, y todos los
«demás, sin azar considerable, ayudándose muchos con la precaución de quitar
«los tirantes, y muías de delante, y con la industria de amarrar una rueda, para
oque la firmeza de ella fuese deteniendo, y suspendiendo el ruedo en las pendien-
»tes de la cuesta, con que al anochecer llegaron sus Magestades á Mondragon: pero
«muchas personas mas tarde. «
Dice más adelante : <> Iba llegando á Villareal el séquito de la corte con gran di-
«ficultad, por la que habia dado á la cuesta el rigor del dia. Ksto obligó á variar el
«orden prevenido, y dispuesto : porque aviendo de pasar en el siguiente á comer,
«y dormir á Tolosa : determinó su Magestad dividir la jornada, quedándose á ha-
»zer medio dia en \illafranca ; lugar, que parte la distancia : pero ni aun esto pudo
«executarse, porque no bastando las hogueras que se pusieron á trechos del cami-
«no. ni la providencia de salir á él muchos hombres con teas encendidas, eran las
«diez de la noche sin que hubiessen arribado algunos coches: por lo qual tomó su
«Magestad nueva resolución, de no passar de Villareal al otro dia. para que se rc-
«cobrase. y uniesse toda la familia dudóse, si avria allí la provisión suficiente
«)de bastimentos, por avérseles perdido muchos, que tenian prevenidos, para el
«tránsito de su Magestad, á este, y á los demás lugares, desde Burgos, á causa de
«la detención que tuvo en aquella ciudad, contra los primeros avisos que les fuc-
«ron, y el tiempo á que los aguardaban : y también, porque consumiendo cada dia
«los vagages de la corte 700 fanegas de cevada. quanta se gasta en aquella tierra
))se conduce de acarreo.»
Todos los pueblos se esmeraban en agasajar á la corte. Este fervor monárquico,
estuvo á punto de producir un conflicto entre el vecindario de ambos Pasajes. cEs
«de la jurisdicción de S. Sebastian, el Passage que está de su banda ; y de P'uenie-
«rrabía. el que está de la otra parte, y defiende cada uno de estos lagares con tan-
«ta observancia la inmunidad de sus términos, que no permite, que use el otro en
«ellos de ningún acto de superioridad. Los del Passage de Fuenterrabía. qui-
«sieron entrar aquella tarde con estandarte arbolado en la jurisdicción del de San
«Sebastian, defendiéronlo los de este con resolución, y los otros en dos compa-
«ñías. que tenían formadas, para hazer alarde delante de su Magestad, venían á
«franquearse el paso con las armas, á tiempo, que D. Juan del Águila, cavallero de
«la Orden de Santiago, Oidor de la Chancí Hería de Valladolid, Corregidor de aque-
olla Provincia: y otras personas de quenta, que á la sazón se hallaron allí, compu-
«sieron la diferencia, y hizieron contener en los limites, y en los de la razón á los
«de Fuenterrabía.»
44
3-46 '". u I p i" z c o \
Verificados los desposorios en España, hízose la entrega de
la infanta, ya reina, á su marido, en la raya de Francia; hallan
dose allí la reina D.^ Ana de Austria, hermana de Felipe IV,
viéndose ambos hermanos después de tantos años de ausencia y
tantos desabrimientos como habían tenido.
En el mismo Bidasoa se separaron las cortes de ambas na
Describiendo los festejos celebrados en Pasajes, después de expresar la inmen-
sa concurrencia de toda clase de gentes, y multitud de botes, añade: «Estaban
wsurtas en el Puerto siete fragatas ostentosas, un Galeón de la Plata, nombrado
»Roncesvalles, y un navio de particular grandeza, que fuera ya del astillero, y en
»los términos de aprestarse, se había destinado desde el principio de su fábrica
»por quenta de Su Magestad, para Capitana Heal de la Armada del (.cceanoíy como
«tal há número de meses que navega, quando se dá á la estampa LSte resumen).
"Extiéndese la quilla hasta 66 codos y medio de longitud; contiene la manga, que
aviene á ser lo ancho, el espacio de veintiquatro ; la Esloria ique es lo más largo)
)>en la tercera cubierta, 87 ; desde el Soler, hasta la tercera cubierta, ay veinte y
»dos; tiene ciento y cinco portas para la artillería, y llevará encavalgadas hasta
«noventa piezas ; há menester i 600 quintales de jarcia, 8000 varas de pacage, ó
«lienzo, para velas, y es de mil quinientos y veinte y dos toneladas: y en suma
«dizcn, no averse visto Nao de tanto porte en Europa, ni aun en el Orbe: excepto
))las Carracas de las Indias Orientales, que por su desmedida grandeza, no pueden
«navegar, sino en aquellos inmensos mares
«Luego que se descubrió el vareo de Sus .Magestades, les hizo una salva toda la
«artillería, y mosquetería de la Capitana Real, de Roncesvalles, de las fragatas Os-
«tendesas, del Castillo, y de la gente de los Passages, en que se dispararon hasta
«doscientos cañonazos, y mas de dos mil mosquetes, que con ruidoso estruendo,
«y dilatado eco, resonaron por aquellos espacios del agua, y de la tierra, y con
«densidad de volcanes de fuego, y de opacas nubes de humo, embarazaron todo
»el aire.
«Assi como se fué levantando este nublado, se ofreció á los ojos un hermosíssi-
»mo objeto. Venia la gavarra de Sus Magestades, vestida de toldo, y paramentos
«de color pajizo, y remolcada de dos chalupas de á seis remeros cada una por
«vanda, vestidos todos de encarnado, y que á fuerza de brazos, en la alta marea, la
«conducían en veloz serenidad, contra la corriente.
«Rodeábanla algunos vareos con clarines, violones, y otros instrumentos músi-
«cos, con que también otras naciones (no solo la Española) procuraban festejar, y
«servir á tal .Monarca, poblando aquellos huecos de armonía suave, y gustosas
«consonancias. Dábanla infinitos bordos muchas gavarras, y vareos, queremolca-
«das unas, y conducidos otros, de aquellas varoniles mugeres, admiraba á todos
«la constancia con que remaban, y la (irmeza, y brio con que disparaban á pecho
«los mosquetes.
«Entretenía la diversidad de gente, que se miraba al rededor de aquellas naos,
»y la que iba por medio del canal en chalupas, en gavarras, en falúas, y en otros
«géneros de embarcaciones pequeñas, la diferencia de colores con que venían
«ellas aparejadas, y vestidos sus remeros, el ardor con que contendían unas con
«otras, sobre ganarse el varlobento, y vencer en la velocidad ; y últimamente, la
«ansia, y deseo con que todas procuraban adelantarse á viva fuerza, y diligencia,
«y ganar tierra, ó ganar agua en la cercanía, y vista de su Rey.»
'} u I p u z c o A ^47
clones, muy satisfechas de aquel matrimonio, concertado como
prenda de paz, « que había de ser fuente inagotable de gravísi-
mos acontecimientos para España, y el suceso que más había de
influir en el porvenir de esta nación (i).»
Durante las anteriores conferencias para la paz, tuvo Gui-
púzcoa I ooo hombres armados.
Poco tiempo después se estuvo á punto de que ocurriera un
grave conflicto, que afortunadamente no hizo más que iniciarse.
Al cangearse y restituirse á sus reinos los embajadores de
España y Francia (22 Diciembre 1Ó73) en la salva que al pasar
el Bidasoa hacían las fuerzas de naturales de una y otra nación,
celebrando el recibo de su embajador, los franceses dispararon
con bala é hirieron gravemente en un muslo al señor de la casa
solar de Ribera, y al ver tal alevosía la gente de Irún, disparó
también con bala matando á dos franceses é hiriendo á otros.
Por ambas partes se trabó la lucha, peligrando las personas de
los embajadores, que al fin quedaron ilesos, lográndose apaci
guar á los contendientes, de suyo exasperados, con los ánimos
más dispuestos á la guerra que á la paz.
II
Los apuros del tesoro por la conquista de Portugal, obliga-
ron al rey á pedir á Guipúzcoa un donativo, y concedió el de
20,000 duros, además de tener que acudir á la defensa del
país amenazado con las fuerzas que Francia presentó á la dere-
cha del Bidasoa, frente á Irún (lóóó); teniendo que apresurar
al año siguiente la conclusión de fuertes exteriores de San Se-
bastián y prepararse á rechazar la posible invasión francesa.
No corrían seguramente buenos tiempos para Guipúzcoa.
(i) Laflente.
348 GUIPÚZCOA
Siguieron las peticiones de gente de mar y tierra en el rei-
nado de Carlos II, quien en 1677 solicitó de la provincia la
formación de una escuadra de bajeles, acordándose en la junta
celebrada en Motrico el 14 de Octubre que se compusiera de
cinco bajeles, vergas en alto, de 3,600 toneladas en junto, con
tal que el rey auxiliara á la provincia con 26 ducados de plata
por cada una de las toneladas, supliendo Guipúzcoa todo lo res-
tante (i).
Pero el mayor peligro de Guipúzcoa era su vecindad del
otro lado del Bidasoa; llegando los franceses (1680) á construir
en Hendaya un fuerte, que al terminarle, tres años después,
dispararon desde él algunas bombas á Fuenterrabía. Temióse la
invasión francesa en la provincia; pero se dirigió á Cataluña; á
allí fueron también guipuzcoanos; efectuaron éstos además una
ligera excursión hacia Sara, que si no tuvo por objeto, coincidió
á poco con la celebración de un tratado entre Labourd y Gui-
púzcoa sobre la pesca del bacalao en Terranova; en 1696, quiso
Francia poner obstáculo á la navegación y pesca de los buques
guipuzcoanos, desistiendo por las representaciones de sus jun-
tas; aunque no cejando el francés en tener como en jaque á
Guipúzcoa ó más bien á España, con el ejército considerable que
mandaba en Bayona el general Harcourt, á la espectativa de las
intrigas que en Madrid pululaban á la cabecera del lecho del
monarca hechizado. Á tal extremo llegaron los propósitos de
Luís XIV, que viendo próximo el fallecimiento de Carlos II y
(i) Habiendo pedido el rey después 200 infantes para la tripulación de los
bajeles de Oquendo y respondiendo la provincia que no podía dar cumplimiento á
este servicio si había de formar la escuadra, la relevó S. M. de ella'.
Merece referirse la gran tempestad que sufrió San Sebastián eV.-j de Diciem-
bre de 1688. Coincidió con la del cielo un desusado movimiento en el mar, á la
hora de la pleamar de la tarde. Inundó el mar camino y huertas, y subió el agua á
tanta altura que excedió en mucho á la de las murallas de la ciudad que miran al
muelle, entrándose el agua dentro de ella á la parte llamada el Ingente. Al terror
que infundió esta inundación, se añadió el que producían los truenos y relámpa-
gos; que un rayo cayó en el castillo prendiendo los 780 quintales de pólvora que
habia en el almacén con la voladura de i o hombres : conmovió el estruendo á toda
la población, produjo un pánico y azoramiento indescriptibles y no pocos daños.
r, U I P L' Z C o A
349
dudando conseguir su deseo de que le heredara el duque de
Anjou, pensó en un tratado con sus coaligados para repartirse
los dominios españoles, reservándose para sí Guipúzcoa y Na-
varra (i).
(i) Oainza. Historia de Iruiiuranzii.
<
CAPITULO XIII
Principios del reinado de Felipe V. — Aduanas. — Nueva guerra con Francia.
Defensa y sumisión de Guipúzcoa.
p:
I
L venir Felipe V á reinar en España, entró por Guipúz-
coa (i), cuya Diputación se esmeró en sus obsequios, pro-
(i) Conforme a íuero correspondía a irún dar la guardia al rey cuando se alo-
jara en esta villa, alegó el mismo derecho Fuenterrabía, ninguno quería ceder,
dióse cuenta a D. Felipe que estaba ya en la frontera, }• se detuvo tres días en San
Juan de Luz mientras se resolvía la cuestión, mandando que la guardia la diesen
militares del presidio de San Sebastián, y que ni el alcalde de Fuenterrabía ni el
de Irún salieran á recibirle.
Formóse un largo proceso que se sentenció en 1702, dando sobre lo militar
voz y voto á la Universidad de Irún, con separación y total independencia de
Fuenterrabía.
En 17^4 se decretó á favor de Irún la exención de jurisdicción de Fuenterrabía,
para poder ejercerla por medio de sus alcaldes ordinarios con independencia de
los de aquella ciudad, sin embargo de los antecedentes, reales resoluciones, etc.
352 (iUlPÚZCOA
duciendo la gratitud del monarca, que hasta mandó retirar la
guardia de honor, en demostración de la confianza que tenía en
sus nuevos subditos. Desembarcó en Irún, en cuya iglesia pa-
rroquial oyó un Te-Deum^ visitó á Fuenterrabía y San Sebastián,
y siguió á Madrid.
Inminente la guerra con la que ya empezaba á ser poderosa
Albión, ordenó el rey se resguardasen las plazas marítimas de
la provincia « por si fuesen atacadas como se recelaba por escua-
dras inglesas y holandesas, que se tomasen las medidas condu-
centes para precaver cualquiera insulto, teniendo en buen estado
las guarniciones y artillería y prevenida la gente y milicias del
país para entrar en San Sebastián, Fuenterrabía y los Pasajes
luego que tuviesen la primera noticia de hallarse los enemigos
en el mar.» De todo cuidó la Diputación, llamando la atención
de S. M. hacia la importancia de los demás puertos de la pro-
vincia, especialmente del de Guetaria ; y en cuanto supo haberse
dado á la vela las escuadras de Holanda é Inglaterra con gran
número de navios y gente de desembarco, nombró por su coro-
nel al príncipe de Esquilache, y adoptó cuantas determinaciones
le sugería su celo, contribuyendo con hombres y dinero á los in-
cesantes pedidos de unos y otros.
No impidió esto se produjeran graves disgustos con la corte,
por cuestiones de contrabando, y quererse establecer una adua-
na en Hernani, además de las que había en Tolosa y Ataun.
Fundábase para esto la Real Hacienda en el mucho contrabando
que se hacía ; y apoyaba é inspiraba este propósito el rey en su
deseo de crear y fomentar la industria nacional, tan lastimosa-
mente abatida. Opúsose la provincia alegando sus fueros ; con-
sideró el rey esta oposición perjudicial al resto de España, y ya
no pensó en la aduana de Hernani sino en llevar á Irún y San
Sebastián la de Miranda ó Vitoria: juntóse la provincia en San
Sebastián (29 Enero 1718), reclamó alegando sus fueros y dere-
chos, desagradaron al rey sus reclamaciones, envió tropas, mar-
chando desde luego ocho batallones de guardias y el regimiento
GUIPÚZCOA 353
de caballería de Armendariz, llamó á la corte á tres de los prin-
cipales caballeros de Guipúzcoa, y amenazó al Diputado general,
al Secretario y á otros caballeros con igual llamamiento.
Tan extremadas resoluciones asombraron á la provincia, á
la que no convenía apelar á otras armas que á las de la persua-
sión, como lo demostró la misión que llevó á la corte el marqués
de Rocaverde, que regresó desengañado. También probó la pro-
vincia sus pacíficos sentimientos en la ayuda y hasta protección
que dispensó á las tropas para salvar las dificultades que tuvie-
ron que vencer en su marcha por el temporal de nieves que
sobrevino.
Los desmanes á que sé entregaron los bilbaínos al estable-
cerse en la capital de aquella provincia la aduana, contagiaron á
los guipuzcoanos de genio levantisco. No estaban menos alar-
mados los más pacíficos; y cuando escribió el ministro de parte
del monarca que, « la providencia de las aduanas no ha tenido
en la voluntad del Rey otro fin que el bien común de sus vasa-
llos y una igualdad en sus reinos sin el menor perjuicio, > envió
Guipúzcoa dos diputados para que se quitasen las aduanas, pero
nada consiguieron y las aduanas continuaron en la frontera.
Motivos eran éstos seguramente de disgusto para los gui-
puzcoanos, añadiendo á aquellos la impericia militar y conducta
harto incorrecta del general que mandaba las tropas de Guipúz-
coa, y cuando más acierto se necesitaba por los rumores de
guerra con Francia que empezaron á esparcirse (17 19). Sin em
bargo, atenta la provincia á servir al rey, le expuso lo dispuesta
que estaba á repetir los sacrificios que otras veces hiciera ; pero
que tenía desmanteladas sus plazas, desprovistos sus almacenes,
inermes los pueblos, por haber confiado en una paz eterna con
Francia, y el rey mandó se proveyese á todo, nombrando gober-
nador de Fuenterrabía al mismo diputado que tenía Guipúzcoa
en Madrid D. Francisco de Emparan, demostrando así su gran
confianza en aquel país, pues confería á uno de sus hijos el
puesto de mayor gravedad é importancia.
45
354 GUIPÚZCOA
Puso la provincia sobre las armas cerca de 5000 hombres (i),
demandó ayuda á sus hermanas Vizcaya y Álava ; mas ésta res-
pondió que sentía mucho no hallarse en disposición de contribuir
con las asistencias que deseaba y debía, ofreciendo procurar
hacer lo que pudiese, y Vizcaya puso á disposición del rey el
servicio de 800 á 1000 hombres armados y equipados; así que
el peso de todo cayó sobre Guipúzcoa, y aun el peso de la gue-
rra, porque no obstante estar allí un ejército de tropas regula-
res, las milicias guipuzcoanas, que así las llamaban y eso eran,
ocupaban en los avances la vanguardia, y la retaguardia en las
retiradas.
Era el causante de la nueva guerra con Francia el cardenal
Alberoni, quien no contento con habernos indispuesto con In-
glaterra, como nos indispuso con toda Europa, pretendió que
sus disensiones con el duque de Orleans las dirimiera España
con las armas. Francia declaró formalmente la guerra ( 9 de
Enero de 1 7 1 9 ) publicando antes un manifiesto en el que con-
signaba que « aunque los soberanos no están obligados á dar
cuenta más que á Dios de sus operaciones, cuando importa á su
gloria, ó á la tranquilidad pública , es bien informar al mundo
de su justicia : Que había tomado esta empresa por el propio
bien de España ; que no conocía sus actuales intereses, y era
preciso mantenerla, sin imputar esta infracción de tratados á la
religiosidad del rey Felipe sino al inconsiderado empeño de sus
ministros ;
que España había querido turbar su estado (Francia) con se-
cretas conjuraciones; que para asegurarse de ellas había hecho
(i) ('Entendiéndose muy á tiempo que quando havian cesado ó á lo menos en-
flaquecido considerablemente las sospechas de que la Francia invadiese á Guipúz-
coa, una porción numerosa de la marinería, se encaminaba á la pesquería de las
Vallenas y del Vacallao, y conociendo que seria muy sensible su íalta, la Provin-
cia embarazó con facilidad su salida porque ni los marineros querían dejar á su
Patria en el riesgo sin contribuir á la defensa y verdaderamente fué de grande
ventaja para el Real servicio esta providencia porque los marineros llenaron en
ambas plazas la suma falta que tenia el Rey de artilleros, haciendo las mejores
granadas y disparando con raro acierto la artillería» (7)1. s. anónimo).
GUIPÚZCOA 355
una alianza, que aunque perjudicial á España podría resultarle
útil, pues si eran precisas las armas después de avisado del ri-
gor de ellas el Rey católico, y aun dádole la utilidad de las pro-
posiciones, era una de ellas que el Cristianísimo alcanzaría para
el Rey de España á Gibraltar; y que todas habían sido despre-
ciadas, creyendo que ir contra la neutralidad de Italia y Sicilia,
no era de cuenta de los aliados. >
D. Felipe dio otro manifiesto motivando por qué no había
admitido el tratado de la cuádruple alianza, la rescisión del con-
trato de la neutralidad de Italia, violado muchas veces por el
emperador de Austria ; se quejaba de Inglaterra tan beneficiada
en el comercio ; ponderaba la ambición de la Casa de Austria y
se ensangrentaba contra el regente de Francia. Otro papel es-
cribió Alberoni defendiéndose é injuriando al duque de Orleans,
lo cual le exaltó y avivó la guerra determinando hacerla contra
Cataluña, Navarra y las Provincias Vascongadas.
Aunque el duque de Berwich y Liria era grande de España
y tenía un hijo casado con la hermana del duque de Veraguas,
se puso al frente del ejército francés invasor, restituyendo el
Toisón de oro á D. Felipe que no le quiso.
Penetraron los franceses en España por Vera, forzando el
puente (i), con intento de seguir á Pasajes á quemar los buques
en aquel puerto anclados, en lo cual mostraban grande interés
los ingleses, que siempre han tenido para con nosotros tan bue-
nas intenciones. Acudieron los guipuzcoanos á disputarles el
paso de Arichulegui, no se atrevieron los franceses á forzarlo,
torcieron la marcha por camino muy áspero en el monte á tomar
(i) Cuanto narramos sobre esta campaña esta tomado de una relación manus-
crita anónima. Con gusto lo copiaríamos íntegro por los importantes y desconocidos
detalles que contiene, exactos todos, si la naturaleza de nuestro trabajo lo permi-
tiera; pero nos vemos precisados á hacer solamente un ligero extracto. Y es inte-
resante; porque se ocupan muy poco de aquellos hechos todos los historiadores:
pues aun el marqués de S. Felipe, en sus Comentarios, en los que tantos detalles
refiere, siendo parte ó testigo en muchos de ellos, pasa como sobre ascuas en los
referentes á Guipúzcoa; lo cual da mayor importancia al manuscrito de que nos
ocupamos.
356 GUIPÚZCOA
la ruta de Irún; se destacaron inmediatamente cuatro compañías
para interceptarles el paso, pero una niebla densa acompañada
de un constante diluviar, impidió se atinase con una oculta vere-
da que se debía ganar, y los franceses penetraron en Irún, á
donde condujeron grandes fuerzas las barcas de Hendaya, pa-
sando otras por un puente que echaron sobre la Isla, debajo de
la pesquería de la ciudad, junto á la casa de Martinenea. El fue-
go de la escasa artillería del castillo de Behovia causó á los fran-
ceses algunas bajas ; lo cual no impidió que reunieran en nues-
tro terreno más de 8000 hombres que se apoderaron fácilmente
de la basílica de San Marcial, débilmente atrincherada, y caye-
ron sobre el castillo de Behovia. Rechazados dos veces por su
corta, pero valerosa guarnición, acudieron los enemigos en gran
número, atacaron con insistencia ; y como fabricadas reciente-
mente con tierra las obras exteriores, podían resistir poco y las
dañaban las grandes lluvias de los días anteriores, suplieron con
su valor la debilidad de la fortaleza, jugando incesante la escasa
artillería y mala fusilería.
Admirado el francés de tanta bizarría intimó la rendición del
castillo, permitiendo á sus defensores paso libre para cualquiera
de las dos plazas, á lo que respondió el comandante que las pla-
zas del rey de España no se rendían tan fácilmente y prosiguió
el fuego. Á las dos horas un segundo parlamento anunció que
pasaría á cuchillo la guarnición si no se rendía ; obtuvo la misma
respuesta, y continuó defendiéndose hasta que al día siguiente,
destruidas unas obras, amenazando inminente ruina otras, contan-
do apenas con 37 hombres, careciendo de lo más preciso, capituló
la guarnición quedando prisionera de guerra.
Dice muy bien Gaínza lamentándose del abandono en que
el rey tenía á Guipúzcoa cuando penetraron en ella los france-
ses (19 Abril 1 7 19), que las pocas fuerzas enviadas, parecían
«que más bien vinieron á cumplimentar al ejército de Francia,
que á hacer la oposición ; » y añade :
« Se me hará muy creible lo que digo de que el rey nuestro
GUIPÚZCOA 357
señor nunca asintió á que tal invasión hiciesse la Francia en
España; y para esto devo suponer, que S. M. nada ignoraba
de la Corte de Francia, pues tenia en Paris por Maestro Emba-
xador suyo al Príncipe de Chalamar, Señor Italiano de rara
viveza, y aun de travesura, según publicaron los afectos al Du-
que de Orleans en la Francia y también en el Exército; y
ademas de esto sabia muy bien que los Príncipes de la Sangre
de Francia, y especialmente el Duque de Borbon, le eran muy
afectos, y se oponian á las ideas de Orleans. Y últimamente que
los Mariscales mas experimentados de la Francia se escusaron
de Comandar la guerra contra España ; y los Tenientes Gene-
rales, Mariscales de Campo, Brigadieres, hasta los Capitanes y
Oficiales Subalternos salian á Campaña mas de fuerza que de
grado; y que esto fué así, puedo yo certificar por confesión
universal de todos los que entraron en Irun ; pues muchos de
ellos, los mas principales del Exército, me lo aseguraron con la
ponderación de que hasta los soldados ordinarios hacian la
campaña violentos. ^
Por su parte los de Irún, con las pocas fuerzas que allí
había, se propusieron entorpecer cuando menos el avance de
los enemigos, haciendo grandes cortaduras en los caminos es-
trechos, trincheras en las laderas y disparando desde las altu-
ras; pero se dispuso la retirada, pensada antes, y se ejecutó
con gran pesadumbre de todos.
Al ocupar los franceses á Irún la saquearon.
Avanzaron los invasores á Oyarzun, desguarnecido; procu-
raron, para más fácilmente realizar sus intentos, hacer creer
que no luchaban contra el rey sino contra su ministerio; atajó
oportunamente la diputación estos trabajos, y seguramente que
la leal decisión de los guipuzcoanos merecía más ayuda por
parte del rey, si bien no debe prescindirse de los apuros de
aquel monarca por las empresas en que estaba comprometido á
la sazón, bien distantes unas de otras.
Continuaron avanzando los franceses, se apoderaron del
358 GUIPÚZCOA
castillo de Santa Isabel, que les dio la posesión de Pasajes;
quemaron, en obsequio de los ingleses, uno de los seis navios
que se fabricaban por cuenta del rey en el astillero apartado de
la población, y no los otros cinco por no incendiar las casas
contiguas, pero los destrozaron, saqueando los almacenes, cuyas
existencias condujeron á Francia. Guarnecieron los puestos que
ganaron á costa de 300 hombres, muertos por los de Oyarzun
y Rentería, que defendieron los navios, volviéndose al campa-
mento de Irún.
Ocupados por los franceses ambos Pasajes, creyeron conve-
niente atacar á Fuenterrabía y San Sebastián, que no podrían
ser socorridas por las tropas, tan ocupadas en la guerra de
Cataluña. Entonces conocieron los enemigos lo útiles que les
habrían sido los navios que destruyeron con daño ageno y
sin provecho propio. Pero no era este solo el gran peligro de
Guipúzcoa. Abandonados sus puertos de Motrico, Deva, Zuma-
ya, Guetaria, Zarauz y Orío, les amenazaban tres navios ingle-
ses de á 50 cañones, que bordeaban por la costa, apoderándose
de barcas y chalupas desarmadas. Embarcaban tropas francesas
con las que amenazaban temidos desembarcos, y dificultaban
los socorros á Fuenterrabía y San Sebastián.
En breve experimentaron los efectos de la dominación fran-
cesa Rentería, Lezo y Astigarraga : se corrieron desde allí á la
vista de San Sebastián por el monte Ulia, algunos destacamen-
tos franceses, pero salieron 800 hombres contra ellos y les hi-
cieron retirarse á Pasajes. Hiciéronse temer algunos paisanos
de Oyarzun é inmediaciones; se estimuló la deserción de los
franceses, que supieron atajarla sus jefes; trabáronse algunos
pequeños combates parciales que costaron la vida á no pocos
franceses, pero prevaliéndose los guipuzcoanos del conocimiento
del terreno escogíanle á propósito para bruscas acometidas,
asegurando siempre la retirada. En estas pequeñas algaradas,
se distinguían hasta los muchachos (i).
(i) «Otro dia, cinco muchachos que no pasaban de á i6 años de edad, embis-
s;
<
300 G U I P Ú Z C o A
Decididos los franceses á ocupar á Hernani, aunque no
tuvieron que vencer más que muy pequeños obstáculos en Asti-
garraga y Ergovia, saquearon la villa y la abandonaron á las dos
horas, llevándose rico botín; y lo que era más sensible bajo el
punto de vista del honor militar, < algunas vanderas, mucha
ropa y varios equipajes que por la aceleración de su marcha dejó
en la villa el batallón de África (i).»
Además de ser Hernani punto estratégico en aquellos tiem-
pos, y que podía defenderse, fortificado el monte de Santa Bár-
bara, á cuyo pié se asienta la villa, está en su iglesia parroquial
enterrado Juan de Urbieta, el apresador de Francisco I en Pa-
vía, según la inscripción que se lee al lado del altar mayor (2).
Sitiada de nuevo por los franceses Fuenterrabía, establecie-
ron sus trincheras y primera paralela á poca más distancia de
tiro de fusil ; comenzó el fuego de cañón y arcabuces por una y
otra parte; y «la nueva batería situada entre la cortina de San
Nicolás y el Cubo de la Magdalena, disparó con bala menuda
matando y hiriendo gran número de los enemigos que cubiertos
de la trinchera disparaban también mucho con carabinas raia-
das (3).»
Pronto presentaron los sitiadores 20 cañones frente al
baluarte de la reina, y otros cuatro en el padrasto alto de la
ermita de Santa Engracia, para quitar los fuegos del Cubo sobre
la puerta de Santa María, que, según decían los franceses, les
causaban imponderable daño por la suma destreza de los arti-
tieron á siete franceses que estaban hurtando habas en la casería de Aldecoa, ma-
taron á tres y los demás huieron á contar el suceso á su modo á su exército, de
donde se destacó un coronel con un grueso de gente considerable -y llegó al barrio
de Alcibar, llamó á uno de los alcaldes de Oyarzun y le llevó preso á su campo
donde se le hizo cargo, á que satisfizo el alcalde manifestando que no era de su
arbitrio el contener á la gente que el key tenia alistada; y así soltaron al Alcalde
previniendo al coronel que impidiese á su gente el hacer corros en Oyarzun, de
donde salían siempre descalabrados.» — (M. s. anónimo.)
(i) M. s. anónimo.
(2) «Aquí yace enterrado el capitán Joanes de Urbieta, caballero de la orden
de Santiago y contino de su majestad.»
(3) j\l. s. anónimo.
GUIPÚZCOA
361
lleros, vecinos de la ciudad, hábilmente elegidos. Ocho cañones
más batían diferentes puntos de la plaza, que abrieron en breve
brecha en el baluarte de la reina ; y si bien trabajaban de noche
en limpiar el foso de las ruinas que despedía la muralla, pronto
Iglesia de Hernam
precisaba á los soldados retirarse el continuado fuego de los
sitiadores, quienes dejando en tal estado aquella brecha, ases-
taron la artillería á la otra que estaban abriendo en la cortina
de San Nicolás y que la pusieron también accesible. Metiéronse
por un ramal en la estrada cubierta y se acercaron con otro al
foso por la parte que miraba á Santa Engracia, y si no pene-
40
362 G U 1 1^ Ú Z C o A
traron dentro del rastrillo, tenían ya deshechos los parapetos
de la media luna de San Nicolás y abierta brecha suficiente para
poder avanzarla, tan descubiertamente todo, que no podía man-
tenerse en aquellos parajes la gente de la plaza que los guar-
necía.
No obstante la peligrosa disposición en que se hallaban este
rebellín y el camino cubierto, enfilado por todas partes, la plaza
se mantuvo firme : al día siguiente avanzaron los enemigos á la
media luna de San Nicolás y á la estrada encubierta, con gran
fiíego de artillería y arrojando bombas, correspondiendo la pla-
za con el mismo empeño, con la artillería que no había sido
desmontada, y con la que desmontada una vez volvía á plan-
tarse sobre cestones y tierra. La gente que guarnecía aquellos
puestos los mantuvo con gallarda resistencia hasta la temeridad,
y entonces precediendo la orden, se retiró, sin descomponerse, á
la plaza. Dueños los fi^anceses de la estrada y rebellín donde se
alojaron, temiendo el fuego que se les haría desde la muralla,
volvieron cara á su campo, disparando contra los suyos con pól-
vora sola. Intentaban con este ardid engañar á los de la plaza;
pero en breve lo descubrieron, y con tan buena puntería dispa-
raron contra los enemigos, que por la mañana se vio la media
luna cubierta de cadáveres.
El diluvio de bombas, muchas de ellas incendiarias, arroja-
das á la ciudad, que es de corto recinto y las casas fácilmente
combustibles, causó grandes destrozos : el fuego de los sitiado-
res no cesaba ni de noche, que lo continuaba la batería de
morteros, que había arrojado ya 400 bombas y muchas pie-
dras (i).
(1) Una bomba incendiaria cayó en la bóveda del almacén de pólvora; el to-
rreón de dicha bóveda estaba dentro de la casa vieja de la munición, en cuyo
techo se fué cebando el fuego y vióse arder el almacén que contenía a la sazón
600 quintales dentro del torreón. «Pudo aterrarse toda la gente en el conocimien-
to de que si prendiese la pólvora volaría la ciudad ; pero los vecinos, hombres y
mugeres, despreciando todo aquel peligro con inimitable arrojo, sacaron agua de
los pozos, la subieron al techo, y cortando y arrojando cuanto ardia y echando
G u I P r z r o A 363
Perdidas las fortificaciones exteriores, estaba facilitada la
ocupación de Fuenterrabía. Temió su jefe las consecuencias de
que fuese tomada á viva fiierza, y aunque el vecindario, sin
exclusión de las mujeres, estaba resuelto á sacrificar no sólo
sus haciendas sino su vida, se pidió parlamento, se enviaron las
bases de la capitulación, y aceptada (i) se rindió la plaza el 16
de Junio de i 7 19.
Habíanse arrojado á ella sobre 5,000 bombas y 28,000 pro-
yectiles sólidos.
Considerada heroica su defensa, fueron recompensados el
jefe D. Francisco José de Emparán, el gobernador D. Anto-
nio de Mata y Arnau, y los jefes y oficiales superiores de los
cuerpos. En cuanto á «los oficiales y soldados ciudadanos, fue-
ron quando menos iguales en los méritos y escedieron en repug-
nar las remuneraciones, porque nunca las pretendieron sus pre-
decesores (2).>
La ciudad escribió á los ocho días al rey, el cual contestó
mostrándose satisfecho del celo y fidelidad mostrados por su
real servicio en cuanto se había hecho, lo mucho que sentía sus
desgracias «y no haberla podido socorrer, como lo solicitó, por
agua apagaron el incendio con tan extraña felicidad, que no hubo quien no lo atri-
buyese d manifiesto milagro de María Santísima, en especial cuando se advirtió
que estaban abiertas dos ventanas que tiene el almacén para ventilar el ambien-
te.»—C.V. s. anónimo.)
(1) Sólo se discutió el articulo en el que los españoles habían de salir de la
plaza con tambor batiente, etc., pretendiendo el mariscal francés, duque de Ber-
Avik, que permanecieran algún tiempo sin defender al rey, pero se negaron á con-
ceder ni un día de permanencia en tal situación, y hubo al fin de accederse a tan
noble pretensión.
La guarnición saldría con armas, banderas y cajas y cuatro tiros para cada sol-
dado: pudiendo ir á Pamplona por el camino de San Juan de Pié del Puerto, ca-
minando de ^ á 4 leguas diarias, con los bagajes posibles, y escoltada hasta
Pamplona.
Habiendo en el ejército francés algunos príncipes que deseaban ver desfilar á
los capitulados, lo presenciaron admirados y convidaron á comer á sus jefes, que
recibieron loables distinciones. Componían la guarnición de Fuenterrabía unas
compañías de guardias españolas y valonas, un batallón de Zamora, el regimiento
de Galicia y dos piquetes de África. Una gran parte de estos soldados eran biso-
ños, acabados de reclutar.
(2) M. s. anónimo.
364 GUIPÚZCOA
haberse rendido dos días antes del arribo de S. M. con su exér-
cito á esas cercanías, y que en consequencia del amor que tiene
á V. S. procurará por quantos medios sean posibles ponerla
quanto antes en libertad (i).»
II
A moverse con más diligencia la corte, se hubiera podido
socorrer á Fuenterrabía (2) ; pero todo eran entorpecimientos,
de muchos de los cuales se podía prescindir y otros evitar, de-
biendo ser mayor el interés que se tomara en abreviar las mar-
chas, cuando hasta había que abrir camino para el paso de la
artillería.
El 9 de Junio salió el rey de Tudela, precediéndole el prín-
cipe Pío que apareció impensadamente en Tolosa en la tarde
del 21, y siguió á San Sebastián, satisfaciéndole, ó aparentando
satisfacerle, las obras de defensa de esta plaza. Prometió que
nada faltaría ni aun la oportuna llegada del rey, y regresó á
Hernani « donde se detuvo mientras se acercaban menos los pe-
(i ) Está fechada esta carta en «Campo Real de Lizaso, á 30 de Junio de i 7 19.»
(2) D. Felipe que llegó hasta Lesaca (3 leguas de Irún) con su mujer, más que
á pelear con los franceses, dice Gaínza que iba á « hacer llamada con la proximi-
dad de sus personas reales á los afectos suyos, que había muchos en el ejército de
Francia ó lo eran todos.» Añade después que se pasaban muchos franceses; « pues
compañías enteras y hasta en número de más de 6,000 soldados pasaron á tomar
partido en España.»
«Pudo el rey, dice el marqués de San Felipe, apresurar su viage, y la m&rcha
de las tropas, pero no quería el Cardenal ni el príncipe Pío exponer la persona
del rey á una empresa imposible, por ser tan inferiores en número los españoles:
con todo esto el rey, sin sabida del Cardenal, mandó apresurar su exército; pero
como las montañas por donde habia de pasar eran tan difíciles, no pudo llegar á
tiempo de ponerse el rey á vista de las tropas francesas, que era lo que deseaba,
esperando que su presencia facilitase la deserción; y como miraba al Cardenal
como impedimento de su designio, esplicólo su indignación con palabras, que
podían significar haber caído de su gracia; pero la reina le mantuvo en ella, por-
que aun estaba persuadida, que las disposiciones del Cardenal eran las mas acer-
tadas, para el bien de la monarquía.»
GUIPÚZCOA 365
ligros. » Y era el capitán general del ejército destinado á salvar
á Fuenterrabía.
No confiaba mucho seguramente el buen príncipe en la de-
fensa de San Sebastián ni en la de Guetaria cuando insinuó se
retiraran de esta última las nueve piezas de artillería de bronce
que había en su puerto, por temor de que sirviese de trofeo á
los enemigos, y se ordenó además al comandante de San Sebas-
tián que después de defender la ciudad hasta donde alcanzase,
se retirara al castillo, dejando clavada la artillería que no pudie-
se llevar, inutilizados los víveres y municiones y voladas las
fortificaciones. También ordenó la voladura de los puentes de
Usurbil y Zubieta ; mostrándose más aficionado á evadir peligros
que á afrontarlos ; pues al proponerle el mayor Atorrasagasti
fortificar un sitio ventajoso desde el que se podía disputar el
paso á los enemigos, agradeció el celo é inteligencia del mayor,
pero se aplicó más á ponderar inconvenientes que á vencerlos.
Regresó á poco al campo del rey, dejando en Oyarzun 600 ca-
talanes, denominados fusileros reales de la banda roja; mas
fueron tan funestos que tuvieron que regresar aceleradamente
los que no se habían pasado á los franceses.
La situación, en tanto, de la provincia, iba siendo cada vez
más crítica. Los franceses se aseguraban en sus posiciones y
avanzaban para dominar en toda Guipúzcoa : en Zarauz, en Gue-
taria, en Orio, en toda la costa, combatían diariamente nuestros
pequeños barcos y lanchas con las de los ingleses y franceses,
cuyo bloqueo rompían audaces y valientes los incomparables
marineros de la más brava de las costas. Se exponía al rey (que
continuaba en Lizaso esperando siempre la reunión de un ejér-
cito que nunca se reunía) el deplorable y apurado estado de la
provincia, y contestaba : « Gran lástima tengo á mis nobles gui-
puzcoanos, mucho estimo sus finos procederes y el amor que
me tienen ; jamás olvidaré sus esfuerzos ; haré siempre todo lo
posible para sus alivios. » Y tal vez cruzaba las manos compelido
de su amorosa compasión, dice el manuscrito anónimo, y continúa:
^66 G U I 1> ú z c o A
«Con estas expresiones volvió el diputado á su patria y pudo
enternecer también, pero no pudo ni quiso desalentar á sus com-
pañeros, que, si bien conocian que engañaban al Rey, su animo-
so corazón y su condición amorosa y que cada dia se disminuian
las fuerzas de la Provincia con la opresión de tantos pueblos
dominados del enemigo, sacando las mayores fuerzas de los ma-
yores desengaños, trabajaron con mas calor para encender los
espíritus de sus naturales.»
Y sin embargo, como dice San Felipe, «D. Blas de Loyá, á
cuyo cargo estaba salir de los puertos de Larado y Santander,
con dos navios cargados de armas, y patentes para algunos
caballeros de la Bretaña, nunca salió de los puertos, pretes-
tando el mal temporal, que muchos llamaron miedo, por no te-
ner el mayor crédito de valor en las tropas este oficial. Llegóse
á esto, el que poniendo de mala fe con Alberoni al coronel Boi-
siniene, le fué mandado retirar como preso á Burgos» (i).
Avanzaron los franceses á Tolosa, venciendo las parciales
resistencias que al amparo del terreno se presentaban, y favore-
ciéndoles la traición de un sargento de dragones que en vez de
avisar el avance de los enemigos, avisó á estos que los españo-
les estaban descansando y desprevenidos : en la antigua capital
guipuzcoana recibieron á los franceses el alcalde, la comunidad
de San Francisco y algunos pocos vecinos, acogiéndolos afable-
mente Lilli ; fueron obsequiadas con vino sus tropas que pasea-
(i) «Túvose por cierto, que Boisiniene tenia la comisión y el secreto de ganar
á muchos de los que venian en el Ejército de Bervich, para que se pasasen al Rey
Felipe y mantener la correspondencia con los principales franceses de la Bretaña,
que estaban esperando armas, patentes y órdenes del Rey Católico, para la suble-
vación; pero cortada la comunicación, iban con el arresto de Boisiniene, y las es-
peranzas de los Bretones, con la detención y miedo de Loya que nunca tuvo áni-
mo de embarcarse; muchos de ellos descubiertos ya, se arrojaron al peligro del
mar, por huir el evidente de caer en las manos del Regente, y en una pequeña
embarcación, arribaron á Santander, y de aquí á Madrid, donde se quejaron
agriamente de la mala conducta y poca resolución de D. Blas de Loya. De este
modo se mojaba con las desgracias y con la fatalidad de los subalternos el ardi-
miento del Cardenal y se desvanecían sus intentos. De estas malas resultas salió,
que se enviase preso al Castillo de Alicante al Duque de Veraguas, porque éste
se correspondía con el de Bervich, y aun suponía que con el de Orleans.»
GUIPÚZCOA 367
ron las calles desde la Magdalena hasta el convento de Santa
Clara, batiendo los pañuelos en señal de amistad, y verdade-
ramente la practicaron, correspondiendo el vecindario con su
conducta. A todos decían los franceses que amaban á Felipe V
y á España, querellándose sólo del ministerio, suponiendo que
con su mala conducta y con sus irreverencias con todo un du-
que de Orleans, regente de Francia, había obligado á la ro-
tura. Lilli preguntó por el príncipe Pío y censuró el que sin más
tropas hacía aquel aparato fútil de defensa solamente para en-
gañar y destruir los pueblos.
Á las cuatro de la tarde abandonaron los franceses á Tolo-
sa, lamentando muchos caseríos la rapacidad de insubordinados
soldados que ni aun respetaron las campanas de Santa Lucía y
de San Juan, que las robaron también.
Era de todos modos devastadora la guerra que se hacía en
Guipúzcoa ; pero no temía tanto la provincia verse ocupada por
los franceses, como por los ingleses los puertos. Así suplicó al
rey no la desatendiese, porque « era la común opinión de que
rendidas las plazas de Fuenterrabía y San Sebastian se guarne-
cerian por los ingleses, que no enteramente asegurados de la
Francia, decian que hablan de ser depositarios ó dueños de estas
plazas. > Acudió de nuevo la Diputación al rey, quien otra vez
más demostró la triste y vergonzosa situación á que estaba re-
ducido, y lo consignó así el cardenal Alberoni en la respuesta
que dio á la representación de Guipúzcoa, fechada en el Campo
Real de Asiain, 24 Julio 17 19.
Durante el sitio de Fuenterrabía comenzaron los enemigfos á
bloquear á San Sebastián. Cerraron el puerto atravesando fra-
gatas de guerra y pinazas armadas, que se ponían en cordón
desde el anochecer enfrente de la barra. Las chalupas españolas
hábilmente dirigidas, sabían eludir la vigilancia enemiga y pasar
por entre sus buques ; lo cual hacían con frecuencia los barcos
de Lequeitio que se esmeraban en surtir á San Sebastián de
provisiones.
368
GUIPÚZCOA
Sin terminar sus obras de defensa tuvo que resistir San Se-
bastián el vigoroso ataque de los fran-
'; ceses, quienes no sólo acometieron á
^ la plaza, sino que en combinación por
mar con los ingleses atacaron el 4 de
Julio la isla de Santa Clara, asestándola
más de 150 cañones, que disparaban
desde los navios, á la vez que desde
la batería de la Antigua y desde el
Arenal hacían fuego los franceses con
sus cañones y carabinas rayadas.
En once barcazas, dirigiéronlos in-
gleses al asalto nueve compañías de
granaderos; pero los azpeitianos que
defendían la isla, « montaron dos pie-
cezuelas que tenian solamente, seña-
lándoles por artilleros dos de sus sol-
dados,» y con los demás, bien coloca-
dos por su mayor Alcibar, resistieron
valerosamente á los enemigos, á los
cuales rechazaron después de hora y
media de combate. Alentada la guar-
nición de la isla con tan lisonjero éxito,
la defendió no menos gallardamente
de muy repetidos ataques.
Avanzando los sitiadores de la
plaza, llegaron á establecer una línea
á tiro de pistola de la enipalizada por
la parte de la Concha; quedó comple-
tada la circunvalación de mar á mar;
derribáronse el hospital de la Caridad,
la parroquia de Santa Catalina y va-
rias casas, que se estimaron en 20,000 ducados, y cortada el
agua hubo de surtirse con la de las balsas de los pozos, que
■* *' .til • >
GUIPÚZCOA 369
ocasionó una especie de contagio y gran mortandad: lamentable
desgracia que aumentó las que se experimentaban, y de las que
nadie se libraba, si bien nadie lo pretendía, porque hasta las
más tímidas mujeres, de varonil aliento inspiradas, tomaban par-
te en las más rudas y peligrosas faenas.
Aún tiraron los enemigos otro ramal hacia la brecha por
debajo del camino cubierto que salía á Santa Catalina; una línea
desde su tercera paralela por la orilla del río hasta el puerto en
que se amontonaba la vena; levantaron nuevas baterías, sustitu-
yendo prontamente los cañones desmontados é inutilizados por
el fuego de la plaza; no había vagar en el ataque y la defensa;
rechazóse valerosamente lá embestida á que se lanzaron los sitia-
dores en la noche del 29 al 30 (Julio); pero estando practicable
la brecha se consideró temeraria la defensa. El comandante de
la plaza D. Alejandro de la Mota, manifestó al vecindario la
necesidad de capitular, para lo cual le invitó á que nombrara
sus representantes. Aún quisieron resistir, acudiendo á defender
la brecha practicable en baja mar ; les engañaba su buen deseo.
El jefe militar no quería exponer al vecindario á las consecuen-
cias de un asalto, y para más obligar á aquél, se retiró con la
guarnición al castillo.
El mariscal Berwick, que deseaba la benevolencia mejor que
la enemistad de los guipuzcoanos, asintió á cuánto le pidieron y
ocupó la población, asegurando la vida y los intereses de todos
los vecinos.
Sólo quedó por ocupar el castillo, cuya guarnición apuró su
defensa, capitulando al fin el 17 de Agosto en los términos más
honrosos; así como los bizarros defensores de la isla de Santa
Clara.
III
Rendida San Sebastián, podían considerarse los franceses
dueños de toda la provincia; pero querían la sumisión volunta-
47
370 GUIPÚZCOA
r¡a. Al efecto escribió el de Berwik á la Diputación mostrando
su extrañeza de que no hubiera acudido á prestarle obediencia
hacía un mes, lo disculpaba; mas no podía menos de manifestar,
que ya no era tiempo de diferirla, no sólo por el honor de las
armas francesas, sino también para no exponer á los pueblos á
desdichas inexcusables, por lo que citaba á los diputados para
la mañana siguiente á prestar obediencia en nombre de la pro-
vincia y convenir con él en lo que fuere del mayor servicio del
rey y ventaja de los pueblos.
De acuerdo la Diputación con los generales Alarcón y Loza,
y obedeciendo las órdenes del rey, accedieron á los deseos del
mariscal francés (i), que asintió por su parte á las proposiciones
que le presentaron, expositivas de la conservación de sus fueros,
privilegios, usos y costumbres, del comercio franco y libre empleo
de los pocos frutos del país, de la introducción y abasto de los
extraños; y « que la pesca del vacallao en los puertos de Plasen-
cia y Terranova descubierta y enseñada por los naturales de
este país, se les franquee absoluta y libremente por el Rey Bri-
tánico como es justo y se capituló últimamente por las paces de
Utreq. » A esta proposición contestó ; « Haré mis oficios con el
Sr. Stanop, Ministro y plenipotenciario de Inglaterra, en lo que
toca al libre comercio y pesca de vacallao en Plasencia y en los
demás puertos de Terranova » (2).
En unos tres meses perdió España dos provincias, Álava y
Guipúzcoa, y experimentó daños que importaron más de tres
millones de pesos: todo por la soberbia del cardenal y la incuria
del rey que sostenía en el poder á tan funesto ministro.
A virtud de la paz celebrada en 1721 se nos devolvieron
San Sebastián, Fuenterrabía, Pasajes y cuánto habían ocupado
los franceses. San Sebastián fué guarnecido por las tropas del
rey mandadas por el brigadier D. Fermín de Veraiz.
(i) Véase el Apéndice n." 3.
(2) Durante el anterior sitio experimentó la ciudad la pérdida de uno 4 millo-
nes de reales de plata.
CAPITULO XIV
Compañía de Caracas. — Presas. — Peñaflorida y la Sociedad Vascongada de
Amigos del País. — Disturbios. — Comercio con Marruecos
I
/|\erced á la paz prosperó Guipúzcoa, que llegó á constituir
^-*-^la Real compañía guipuzcoana de Caracas, de floreciente
vida, uniéndose después á la compañía de Filipinas.
Más tarde (1735) por estar ocupado el ejército en las gue-
rras de Italia, hubieron de armarse los guipuzcoanos, á los que
se encomendó la guarnición de las plazas de San Sebastián y
de Fuenterrabía.
No permanecía en tanto ociosa la gente de mar, y muy
especialmente cuando por cuestiones mercantiles, ó más bien
372 ü U 1 P II z c o A
por el afán de Inglaterra de ejercer en el comercio de América
la influencia que su industria necesitaba, se declaró la gue-
rra (1739), y con verdadero entusiasmo tanto en Londres como
en Madrid y en toda España. Los ingleses porque soñaban con
las minas de plata del Perú y Potosí, y los españoles que no
podían soportar á aquellos isleños, consideraban como una lucha
nacional, que á todos interesaba, y para sostenerla se impusie-
ron todos los mayores sacrificios. Grandes daños nos causaron
los ingleses; pero no los sufrieron menores; pues se ha afirmado
tque á los tres meses de publicadas las represalias ya habían
entrado en el puerto de San Sebastián diez y ocho presas ingle-
sas, y que antes de un año, una lista que se remitió de Madrid
y se publicó en Holanda, hacía ascender el valor de las presas
hechas á 234,000 libras esterlinas (más de 23.000,000 de rea-
les) (i)..
En junta general celebrada en Cestona (3 Mayo 1741) se
leyó una carta del comandante general de los presidios de Gui-
púzcoa, fechada en San Sebastián el mes anterior, haciendo pre-
sente á dicha junta que estaba pronta á salir de Inglaterra la
escuadra del almirante Norris, y á su virtud que se hallase pre-
venida para hacer el servicio con las más oportunas providen-
cias. La provincia acordó que, respecto á tener formadas en los
pueblos de tierra adentro 42 compañías y otras en los mismos
puertos, se solicitase aprobación real, para que comunicándose
Guipúzcoa con el comandante general ejecutase lo que convi-
niese, y que á este fin se diesen las órdenes directamente á la
provincia, lo cual no dejaba de tener grandes y graves inconve-
nientes y ocasionar perjuicios á los mismos guipuzcoanos en la
mayor parte de las circunstancias en que en apuros se vieran.
La diputación, además, no carecía de atribuciones militares ; así
en las juntas de Azpeitia (2 Mayo 1743) se determinó que con-
siderando los riesgos que todavía ocasionaba la continuación de
(1) LAI'UENTE.
C
374 GUIPÚZCOA
la guerra (en Italia), todas las repúblicas de la provincia tu-
viesen prontas sus compañías para acudir con ellas á la primera
orden de la diputación á donde lo pidiese la necesidad.
Restablecida la paz cesó el servicio de las milicias guipuz-
coanas, con el que contribuyó tanto tiempo, y se recogieron las
armas; pero apenas se habían comenzado á recoger, cuando
los temores de guerra y de invasión de los ingleses hicieron se
apercibiesen las compañías para marchar al primer aviso.
En el reinado de Carlos III sirvió Guipúzcoa, formando parte
del regimiento de Cantabria, con centenares de marineros para
la real armada y considerables donativos en metálico.
En este reinado de Carlos III, cuyo ilustrado monarca no
participaba de la ignorancia tan generalizada y del fanatismo
tan arraigado, se inauguró en España una época de verdadera
ilustración, contribuyendo á ella no poco uno de los más ilustres
hijos de Guipúzcoa, de la villa de Azcoitia, Munive é Idiáquez,
conde de Peñaflorida, fundador de la Sociedad vascongada, de
Amigos del Pais (1764), para el fomento de las ciencias, bellas
letras y artes, aprobada y protegida por el rey; tomaron en
ella parte Vizcaya y Álava; fué origen del Real y patriótico
Seminario de Vergara ; y aquella sociedad, que celebraba sus
juntas ó reuniones ya en Vergara, Bilbao ó Vitoria, sirvió de
base á las denominadas Económicas de Amigos del País, que
llegaron á ser el centro de las mayores ilustraciones de Espa-
ña. Con razón y justicia fué el conde de Peñaflorida merecedor
de los elogios que le tributaron naciones extranjeras, y de los
panegíricos dedicados á su ilustre memoria por las sociedades
matritense y vascongada; merecíalo todo su patriotismo, su
ardiente celo por la prosperidad de las ciencias y las artes, su
infatigable laboriosidad, su extraordinario talento, cuantas pren-
das adornaban al que fué gloria de Guipúzcoa y es hoy su
recuerdo gloria de la patria. Le debe la provincia una estatua,
y muy especialmente Vergara, que gloria suya es haberse en ella
formado la Sociedad Vascongada^ base, como hemos dicho, de
(} U I P U Z C o A
37!)
las Económicas, que tanto fomentaron la ilustración española ; y
si bien no puede atribuirse á
Azpeitiay á Azcoitiael lauro
de celebrarse antes en estas
villas las reuniones académi-
cas délos sabios fundadores
de la Vascongada^ se creó
ésta en Vergara en i 764.
No iban entonces los
enemistados Ozaetas y Ga-
vinas á guerrear por dominar
en el pueblo, produciendo
sus bandos tantas muertes,
quemas y desastres, que tu-
vieron que ponerles coto los
Reyes Católicos , quienes
para extirpar de raíz aque-
llos males , impusieron la
ordenanza de 20 de Julio .
de 1490, la primera munici- -
pal que tuvo la villa ; absor-
bida ésta antes por las ve- -
cindades y parroquias de
Oxirondo y Uzarraga, con
las que tanto pleiteó des-
pués.
La nueva Sociedad fun-
dada por D. José M."^ de
Munive é Idiáquez, conde de
Peñaflorida, era de instruc-
ción, no de guerra sino de
paz. En breve empezó á dar
sus frutos, fundando (1776) el Real Seminario de Vergara en
el colegio que fué de jesuítas, para la enseñanza de las lenguas
376 GUIPÚZCOA
castellana, latina, francesa é inglesa ; matemáticas, ciencias
naturales y otros ramos de instrucción. Declaráronse válidos y
académicos los cursos ganados en él; en 1844 quedó erigido en
Instituto provincial de segunda clase, y en 1851 le elevó el
Gobierno á la categoría de Real Seminario Científico é Indus-
trial. En él han recibido instrucción y la reciben además de
muchos españoles no pocos jóvenes de las repúblicas de la
América que fué española, que no pueden menos de conservar
gratos recuerdos de la hermosa villa de Vergara, tan bien
sentada junto al río Deva, y rodeada de montes.
II
Al tumulto que secundando el de Vizcaya se produjo (17 18)
en Vergara, Mondragón y Arechavaleta en contra del estableci-
miento de aduanas, ocasionando graves daños, sucedió años des-
pués (i 766) otro, la Afac/n'naíi^a, respondiendo al que recorrió
toda España por la carestía del pan. Mas no se limitó en Gui-
púzcoa á la perturbación de algunos pueblos, sino que los que
se insurreccionaron en Azcoitia y Elgoibar, salieron al campo y
llevaron la insurrección á otras villas y aldeas, no en todas
bien recibidos, como sucedió en Vergara, donde al presentarse
unos 700 amotinados de Elgoibar, les rechazaron y les cogie-
ron 13 prisioneros; lo cual agradecieron el rey y el consejo de
Castilla dirigiendo á los vergareses sendas cartas de felicitación.
Los insurrectos de Azcoitia en número de unos 2,000, obli-
garon al corregidor á rebajar el trigo y los comestibles; y con
el bando que al efecto se dio y un estandarte que hicieron llevar
á un eclesiástico, derramáronse en partidas que fueron engro-
sando; amenazaron á Vizcaya, reconcentraron sus fuerzas en
Hernani para caer sobre San Sebastián, donde no faltaban ele-
GUIPÚZCOA 377
mentos levantiscos dispuestos al motín, anunciado ya por pas-
quines, lo cual produjo la prisión de algunas mujeres, más
audaces que los hombres que las ayudaban; pero merced á las
precauciones adoptadas se conservó el orden y aun pudo salir
tropa y vecinos contra los sublevados, ahuyentándolos. La acti-
tud de San Sebastián mató la insurrección, que falta de apoyo
y ayuda en poblaciones importantes, se fué disolviendo, respi-
rando tranquila la provincia en cuanto á estos disturbios, por-
que respecto á sus intereses mucho padecieron con las nuevas
hostilidades con Inglaterra, por la imprudencia cometida por
España favoreciendo la independencia de los Estados Unidos.
Guipúzcoa y especialmente la ciudad y consulado de San Sebas-
tián, pusieron á disposición del rey 500,000 reales, ofreciendo
catorce compañías armadas de tercios, y se procedió á la for-
mación de las de toda la provincia; mas no indemnizó esto las
pérdidas en el mar sufridas.
La muerte de Carlos III contuvo el progreso que su reinado
inició en España. Atento á todo, procuró estrechar nuestras
relaciones comerciales con África; pues «atendiendo al beneficio
común en el tráfico y comercio de frutos y géneros de ambos
dominios (Marruecos y España), ha mandado S. M. circular
órdenes á los capitanes y comandantes generales de las costas,
previniéndoles que en tanto que se solemniza el tratado de paz,
reciban como amiga siempre que arribe á nuestros puertos
cualquier embarcación subdita de aquel príncipe (el de Marrue-
cos), facilitándola cuanto necesitare, el desembarco y venta de
los efectos que condujere á este fin, y la compra de los que
quisiere cargar... (i).>
(i) Comunicación del marqués de Squilace de 23 de Enero de 1 766, de orden
del Rey. No debemos omitir, aunque sea en este sitio, que en el año de i -? i ( Don
Fernando W mandó á los vecinos de San Sebastián que aprontasen cierto número
de bajeles contra los moros, pero habiéndole representado que esta disposición
ora contra fuero, la revocó.
48
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CAPÍ TULO XV
Oña te
I
OÑATE, una de las más importantes villas hoy de Guipúzcoa,
permaneció separada de ella hasta nuestros días. De re-
mota antigüedad, consta su existencia en 1149, como pertene-
ciente al señorío de la casa de Guevara. La parte primeramente
poblada fué la de los barrios de Garibay y Urribarri, cuyos dos
linajes estaban tan divididos, que hasta ocupaban bancos sepa-
rados en la iglesia parroquial. Sometida esta villa á su señor,
aparece perteneciendo tan pronto á la provincia de Álava como
á la de Guipúzcoa, cuya suerte seguía en las vicisitudes políticas
380 GUIPÚZCOA
de aquellas; así que, agregadas unas veces á los reyes de Na
varra, otras á los de Castilla, los señores de Oñate no se sus
traían de la soberanía de las respectivas coronas.
No podían estar, como no lo estaban los vecinos de Oñate,
contentos de la sujeción en que les tenía su señor, mucho me-
nos al ver las libertades de que gozaban sus comarcanos de
Guipúzcoa y Álava; por lo que en cuantas ocasiones se les pre-
sentaban aspiraban á eximirse de ella. Por haberlo intentado
en 1389, D. Beltrán de Guevara, su señor, mandó quemar las
casas de los autores principales, talar sus manzanales, deste-
rrarlos de la villa y señorío, é imponerles otras penas ; de todo
lo cual se libraron por reconocer su culpa, pedir perdón de
rodillas y merced á poderosas intercesiones. Aún hizo más otro
señor, D. Pedro López de Guevara, que fué incendiar comple-
tamente la villa de Mondragón (23 Junio de 1448) en venganza
de no quererse unir al señorío de Oñate.
En 1540 solicitó la villa ser de realengo, exponiendo que el
conde que llevaba su título no le tenía para llamarse señor de ella
ni para ejercer ninguna clase de jurisdicción ; pero el pleito fué
largo, y no debió ser favorable la resolución para el pueblo
cuando ha continuado hasta la presente época perteneciendo al
señorío de los poseedores de la casa de Guevara, que adminis-
traba justicia, nombraba escribanos de número, confirmaba los
alcaldes, ejercía la tutela de los negocios públicos de la villa, la
capitanía á guerra de la gente armada, cobraba ciertos tributos
pecuniarios y el puerco ezcurbeste ( i ) ; tenía receptor de penas de
cámara, prestamero, cárcel pública en la casa de éste, cobraba
los derechos de carcelaje de los presos, y la horca. Algunos de
los onerosos tributos que el conde cobraba, los redimió la villa
dando una alzada cantidad de una vez. Generalmente era cons-
tante la lucha entre el señor y la villa que resistía las desmedi-
(i) Consistía este tributo en que de cada rebaño de 66 puercos que se engor-
dasen en los montes que señala, le hubiesen de dar uno trasañado.
(iUiPÚzcoA 381
das exigencias de aquél, produciéndose continuos pleitos y aun
asonadas. Pretendió el conde D. Iñigo Vélez de Guevara se le
señalase un río para pescar solo, sin que pudiera hacerlo otro
vecino; los jefes de los linajes de Garibay y Uribarri, aunque
enemigos entre sí, convinieron en oponerse á la demanda del
conde, como así lo hicieron. Enojado el conde, dijo á García
Ruiz, capitán de los oñacinos, que llevó la palabra, que por el
desacato que había cometido le pondría la cabeza donde tenía
los pies, á lo que Sancho García, capitán de los gamboinos,
replicó que pesaba demasiado la cabeza de García Ruiz para
podérsela quitar. A vista de tal oposición de los linajes y del
pueblo, marchó el conde airado á su casa de Guevara; y como
tuviese en ésta al hijo mayor de Sancho García, quiso darle
con el bastón que llevaba, diciéndole que era hijo de un villano,
y que su padre, casa y todo Oñate no le querían obedecer. Gil
García tuvo que defenderse con su espada, y se fué á casa de su
padre ; pidió el conde favor al condestable de Castilla, el cual
dio una partida de caballería que llegó al valle de Leniz; acu-
dieron á esperarle los gamboinos y oñacinos , levantándose
padre por hijo, apostándose en las herrerías de Marulanda para
que no entrase el conde en el término de aquella villa; visto lo
cual se retiró la caballería y el conde retrocedió con su gente á
Guevara.
Apenas se comprende el estado anómalo de Oñate, encla-
vado en el confín de dos provincias, viviendo independiente de
ellas, sin lazo de unión con ningún pueblo, ni el amparo de una
autoridad provincial ; sólo puede explicarse en aquel estado de
abyección pública, cuando se tenían en más los intereses del
señor que los de los pueblos. Así que, apenas se iniciaron en
España las reformas políticas y administrativas á la sombra de
las ¡deas liberales, fué natural é inevitable la agregación de aque-
lla villa á la provincia de Guipúzcoa, á la que la inclinaban la
identidad de idioma, la semejanza de costumbres, y su deseo
de vivir sobre todo la vida de los pueblos libres y que tienen el
382
GUIPÚZCOA
sentimiento de su dignidad. Tuvo esta anexión los intervalos
que la libertad en España: desde 1814 á 1820 y desde 1823
hasta 1833, hasta que fué completa y definitiva y en escritura
de concordia consignada en 9 de Octubre de 1845, por conve-
niencia recíproca y conformidad mutua.
Los edificios de Oñate que mención merecen, son la iglesia
parroquial, que consta de tres naves sostenidas con columnas
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OXATE. — Casas Consistoriales
aisladas; es templo espacioso, claro y elegante; de estilo góti-
co, presentando su conjunto cierto aire de majestad propia de
una catedral, aunque su mérito artístico no es muy notable.
Otro edificio importante es el colegio mayor y. universidad
de Sancti-Spiritus, fundado á mediados del siglo xvi por la ilus-
tración y generosa piedad del obispo de Ávila D. Rodrigo Sán-
chez de Mercado y Zuazola, en cuyo colegio cursó el historiador
Garibay y otras personas eminentes (i). Trazada y ejecutada
(i) Las vicisitudes de este colegio-universidad están perfectamente reseña-
GUIPÚZCOA
■'.i^\
■^^JaHiiieS¿^¿tJf^^
Oñate.— Fachada de la Universidad
G U I P l'^C O A
ONATE.— Universidad
384 GLIPÚZCOA
la obra por el arquitecto francés Pedro Picard, forma un cuadro
perfecto. En su fachada de piedra arenisca se descubren varios
cuerpos de orden corintio y compuesto, unos sobre otros, con
abundancia de nichos y estatuas aisladas de piedra : sobre la
portada una que representa al fundador orando de rodillas, y
encima las armas imperiales. Llaman la atención las figuras de
medio relieve, ejecutadas en unos cuadros de los pedestales,
representando otras tantas personas humanas del tamaño de la
mitad del natural, lidiando con leones, sátiros y otros monstruos
de la mitología: su ejecución es de gusto y tiene gracia. Parece
representar la lucha entre la ciencia renaciente y la barbarie de
los siglos anteriores.
La procesión del Corpus que se celebra en Oñate, es nota-
ble por la asistencia de las figuras del Señor y de los doce após-
toles precedidos de San Miguel, representadas por otros tantos
hombres que llevan unas vestiduras talares antiguas y caretas;
una comparsa de jóvenes bailarines contribuye á amenizarla.
Todo esto que da gran realce á la función, por lo bien dispues-
ta, lleva á la villa gran concurrencia de los pueblos comar-
canos.
das en la Oración inaugural que en la apertura del curso académico de 1870
á 1 87 I , leyó en la universidad literaria de Oñate D. Casimiro de Egaña y Oquen-
,do, catedrático decano y rector interino.
'^k^i-'
• CAPITULO XYI
Guipúzcoa ante la república francesa. — Actitud
de Godoy para con los vascongados
Heroísmo de José Goicoa
Saqueo é incendio de San Sebastián
i^.
^L3 á\^ ^^ guerra de Españí
v'% ^^sa (1793), uno de los
a con la república tránce-
la '^^-^sa (1793), uno de los tres ejércitos que se for-
*^f marón fué el enviado á Guipúzcoa á las órdenes del
rT^^j general D. Ventura Caro : un batallón de guipuz-
coanos formaba la vanguardia, ocupando los puntos
más peligrosos. Penetró en Francia, destruyó el fuerte de
Luís XIV^ en Hendaya, rompió la línea de Sara, dieron vista
nuestras avanzadas á los muros de Bayona, y se peleó en el alto
de Tallatueta, cerca de Irún, mereciendo el batallón de Guipúzcoa
justos aplausos por haber sido el primero que llegó á apoderar-
se de una batería en medio de nutrido fuego enemigo.
Victoriosos los franceses en Alemania é Italia, enviaron nu-
merosas fuerzas á los Pirineos, las cuales^ no sólo recuperaron
lo perdido sino que bombardearon desde Hendaya á Fuenterra-
^o
386 GUIPÚZCOA
bía, y avanzaron peleando en Irún (i), haciendo retroceder á
nuestros soldados, en cuya retirada cometieron tan punibles ex
cesos, que la Diputación impuso al que los causara la pena de
muerte.
Rendida Fuenterrabía á los franceses, cayeron sobre San Se-
bastián que también capituló. Crítica la situación de la provincia,
en la que no reinaba la mayor unanimidad de pareceres, pues se
ha publicado que no faltaban quienes pensaron en « gozar de
una independencia absoluta, persuadidos de que su provincia
aunque pequeña, podría, con el apoyo de Francia, constituir una
república libre y soberana, por lo que opinaban que no se debía
resistir á los franceses, sino abrirles las puertas de todas las
poblaciones » (2). Pero no era esta la opinión general, ni abun-
daba en tales ideas la Diputación que se trasladó á Guetaria,
sitio que consideró más seguro que Hernani ó Tolosa, como
acordaron las Juntas generales (Julio 1794). Pretendía el enemi-
go, que avanzó hasta Tolosa, se sometiera toda la provincia, y
no se hallaría á ello muy dispuesta la Diputación, cuando fué
presa por una columna de franceses enviada por el convencional
Piner y encerrada en el castillo de Bayona. Exasperó esto en
vez de amedrentar y los 1 8 pueblos de la parte alta de Guipúz-
coa no sujetos al invasor, celebraron juntas en Mondragón, eli-
gieron Diputación á guerra, que comenzó á adoptar toda clase
de belicosas medidas, proporcionándose recursos con la plata de
las iglesias y donativos voluntarios; pidió ayuda á Álava y Viz-
caya ; formáronse en Guipúzcoa dos batallones de voluntarios;
trabáronse escaramuzas y aun acciones serias, y aunque no pu-
dieron detener el avance de los franceses (3), portáronse con su
acostumbrada bizarría los voluntarios guipuzcoanos, mereciendo
las frases más lisonjeras del rey, que reconoció los grados
(i) Tomada por capitulación, infringieron el pacto, saqueándola y llevándose
presos d Bayona á los vecinos más influyentes.
(2) Basques et Navarrais, por Lande.
(3) En menos de un mes llegaron los franceses desde la orilla derecha del
Deva, á su entrada en el mar, hasta Miranda de Ebro.
GUIPÚZCOA 387
de todos los jefes y oficiales conferidos por la Diputación.
Ld. />a2 de Basilea puso fin á esta guerra; se devolvieron á
España las plazas ocupadas por los franceses, haciendo éstos,
con insigne mala fe, volar antes las murallas de Fuenterrabía.
En aquella guerra, ó más bien invasión, no mostró el país
el entusiasmo que en otras ocasiones para su defensa y del que
hizo justo alarde después; así que dada la naturaleza del terre-
no que fueron ocupando los franceses, no puede menos de ex-
trañarse que Moncey no se quejara en sus partes de un solo
correo detenido, de un convoy asaltado, y de que no sólo no se
defendiesen los pueblos, sino que le recibieran bien. Godoy cul-
paba al ejército llamándole infiel y diciendo: < sólo una turba de
oficiales ignorantes, y una sola opinión infame, sobre la cual se
apoya el honor de esos caballeros, pudieron haber sido móviles
capaces á destruir los planes que tenía formados un ministro
que se desvive para ponerlos á cubierto de sus maldades. A ese
ejército deberá la España el sacrificio de una parte de sus fuer-
zas, la pérdida de las provincias y la degradación de la sobera-
nía ; pero el rey hará justicia y jamás negará el premio. >
Zamora, intendente del ejército y amigo de Godoy, le escri-
bía á su vez, culpando del mal éxito de la guerra á las provincias
vascongadas, acusando á individuos y á clases enteras de estar
en connivencia con el general francés, según delación de éste
mismo. Su ayudante Lamarque escribía á Moncey que la Dipu-
tación de Álava estaba siempre en la mejor voluntad, que temía
más que deseaba la paz, por si olvidados en el tratado eran sa-
crificados á España que tal vez los deshojaría todos sus pri-
vilegios. «Ellos merecen una suerte mejor...»
Por estos y otros antecedentes, y con especialidad las cartas
que Zamora escribía á Godoy, acusando la apatía que, según
afirmaba, tuvieron los vascongados para hacer frente á los fran
ceses (i), y estimulándole á establecer las aduanas en Bilbao,
(i) Decía en una de sus cartas : « Yo en mi conciencia comprendo que la gene
3^8 GUIPÚZCOA
San Sebastián y la frontera, « que serían unas fincas de las me-
jores del reino »; las contribuciones catastrales, quintas, etc.; se
preparó á ejecutar lo que consideraba una necesidad y un bien
para la monarquía, y si no tomó por entonces las medidas que
deseaba, fué porque « como la menor alteración en nuestro sis-
tema influirá en el éxito de la campaña, parecía conveniente que
se halagara al país, sacando el partido posible en su situación...
y conviene el disimulo. Dejar á un lado desavenencias para tra-
tar de ellas cuando no embaracen las disposiciones de la guerra. >
Como preparación del terreno encargó reservadamente á Don
Juan Antonio Llórente escribiera la obra que se publicó más
tarde (i); originando esta publicación y la del Diccionario geo
gráfico histórico de la Academia, apasionadas controversias, que
no son de nuestro objeto, ni el ocuparnos de ellas en cualquier
sentido, conducirían á un fin práctico.
De todos modos, las simpatías que pudieran tener los vas-
congados por los enciclopedistas franceses, demostraban un
grado de ilustración que no era general en España, y no fal-
taban seguramente quienes lamentándose del atraso en que el
absolutismo tenía sumida á esta nación deseaban propagar, sino
todas, la mayor parte de las ideas proclamadas en Francia.
Interesada España en conservar su neutralidad de la que
pretendía sacarla Napoleón, pendientes estaban ciertos tra-
tos á los que no podía ser indiferente Inglaterra, cuando ésta,
procediendo arteramente, dio órdenes secretas á sus cruceros
para que acometieran los buques españoles en todos los mares.
Cuatro fragatas españolas que venían de América, conduciendo
ochenta millones de reales, fueron sorprendidas y asaltadas por
los ingleses en el cabo de Santa María (Octubre de 1804);
ralidad de la nobleza y gentes ricas de aquel país han abrazado de corazón á los
franceses. Lea V. E. en apoyo de esto la copia de las cartas adjuntas, que son de
las primeras gentes de Bilbao y Vitoria, á sus parientes y amigos.»
(i) Noticias históricas de las tres -provincias vascongadas, en que se procura
investigar el estado civil antiguo de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya y el otigen de sus
fueros.
GUIPÚZCOA 389
defendiéronse heroicamente nuestros marinos, pero viéndose
perdida la fragata Alcrcedes su capitán D. José Goicoa, natural
de San Sebastián á donde iba á casarse, habiéndolo ya hecho
por poderes, con D." Josefa Berminghau, antes que quedar pri-
sionero prefirió morir, mandó prender fuego á la Santa Bár-
bara y voló con los 3000 hombres que llevaba á bordo. Las
otras tres fragatas se rindieron y con el dinero que conducían
fueron llevadas á los puertos de la gran Bretaña. Este hecho le
consigna la historia; no el nombre heroico del malogrado don
José Goicoa.
Invadida Guipúzcoa por los franceses (1808), aun cuando
continuó la Diputación con sus atribuciones, fueron más nomina-
les que efectivas; hasta que perdió la denominación de foral por
la de Consejo provincial. Creóse una Junta universal que oscu-
reció completamente á la Diputación; y como si esto no fuera
bastante, se formó para las tres provincias hermanas un Conse-
jo de Gobierno con tres representantes de cada una de ellas,
cuyo consejo residió en San Sebastián hasta Enero de i 8 1 i que
pasó á Vitoria.
Lisonjeaba al emperador la posesión del país vascongado y
de Navarra, é intentó agregar á su imperio estas cuatro provin-
cias (1): pero su hermano José, que aunque francés, reinaba
( I ) D. José M." de Soroa y Soroa. que tan importante papel representó en Gui-
púzcoa desde 1 808, en el Maniftcsto que se vio obligado á publicar en 1813, rela-
tivo á las operaciones de la Diputación. Administración y Consejo de la Provincia
en i8 I 3. ocupándose de este asunto dice: «El general Thouvenot, sea por insi-
nuaciones de París, ó por hacer mérito con el Emperador, manifestó en varias
decisiones lo útil que seria á la provincia el solicitar la agregación al grande im-
perio. Ya se dexa conocer el horror con que mirarla todo español tal propuesta, y
el desagrado silencioso que se manifestarla: pero esto no desengañaba del éxito
á aquel general perspicaz, que esperaba la ocasión oportuna para promover el
asunto con maña. En una de las juntas de Provincia á que asistí, halló persona
adequada a sus intentos : pero no de modo que no los trasluciésemos. En mi mis-
ma casa me manifestaron su aflicción y recelos los Sres. .Aguirre, y Clarens, Dipu-
tados del Clero y Comercio de esta Provincia, y los demás Diputados que se
hallaban de las otras dos provincias; pero les tranquilicé manifestándoles con
franqueza que no ignoraba cuanto habia en el asunto, ni los medios de evitar las
consecuencias, quedando además todos resueltos á oponernos unánimes en el úl-
timo extremo, etc.. etc....»
390 GUIPÚZCOA
forzosamente en España, y aspiraba á ser apreciado cuando fue-
ra más conocido, consideró humillante para su nueva patria tal
segregación de territorio y se opuso á ella.
II
Cinco años de sufrimientos contaba San Sebastián cuando á
fin de Junio (1813) vieron entusiasmados aparecer en el alto de
San Bartolomé tres batallones guipuzcoanos, á los que se acó
gieron muchos vecinos, huyendo de los peligros de un sitio, a
que se aprestaron los franceses destruyendo los barrios extra
muros de Santa Catalina y San Martín : fueron pocos los fugiti
vos por prohibir en seguida el gobernador de la plaza la salida
Sitiada la ciudad por ingleses y portugueses al mando de
general Thomas Graham, destruyeron sus baterías 63 casas en
el barrio cercano á la Brecha, y después de un asalto infructuo-
so, no lo fué el ejecutado el 3 1 de Agosto, y se enseñorearon
los aliados de la ciudad, guareciéndose los franceses en el cas-
tillo.
¡Qué ageno estaba el vecindario de San Sebastián de que el
día que consideraban de delirante júbilo había de serlo de tris-
teza, de infortunio, de muerte! Á los que alborozados se asoma-
ban á las ventanas y balcones tremolando pañuelos y victo-
reando á los vencedores, les saludaban éstos á balazos : á las
seguridades que los jefes ingleses dieron al Ayuntamiento y co-
misión de vecinos que se le presentó, respondieron sus tropas con
el saqueo, acompañado de los más feroces excesos. No se ocupa-
ban de perseguir á los franceses, á los que se trató con la mayor
benevolencia, sino al vecindario amigo, víctima del saqueo, del
asesinato, de la violación, del incendio, de toda clase de horro-
GUIPÚZCOA 391
res é infortunios (i). Así pereció San Sebastián, quedando desús
600 casas sólo 36 por estar contiguas al castillo ocupado por
los franceses. También se salvaron del incendio no del saqueo,
las dos parroquias que servían de hospitales y cuarteles á los
( I ) « Kcsonahan por todas partes los aves lastimeros, los penetrantes alaridos
de mujeres de todas edades que eran violadas, sin exceptuar ni la tierna niñez, ni
la respetable ancianidad. Las Esposas eran forzadas á la vista de sus afligidos ma-
ridos, las hijas d los ojos de sus desgraciados Padres y .Madres : hubo algunas que
se podian creer libres de este insulto por su edad, y que sin embargo fueron el
ludibrio del desenfreno de los Soldados. Una desgraciada joven vé á su madre
muerta violentamente, y sobre aquel amado cadáver sufre ¡ increíble exceso! los
lúbricos insultos de una vestida fiera en figura humana. Otra desgraciada mucha-
cha cuyos lastimeros gritos se sintieron hacia la madrugada del i ." de Setiembre
en la esquina de la calle de San Gerónimo, fue vista cuando rayó el dia rodeada de
soldados, muerta, atada a una barrica, enteramente desnuda, ensangrentada, y
con una bayoneta atravesada por cierta parte del cuerpo, que el pudor no permite
nombrar. En fin, nada de quanto la imaginación pueda sugerir de mas horrendo
dexó de practicarse
»A los que no fueron muertos y heridos, no les faltó padecer de mil maneras.
Sujeto hubo, y en ellos Eclesiásticos respetables, que fueron despojados de toda
la ropa que tcnian puesta, sin excepción ni siquiera de la camisa. En aquella no-
che de horror se veian correr despavoridos por las calles muchos habitantes
huyendo de la muerte con que les amenazaban los Soldados. Desnudos entera-
mente unos, con la sola camisa otros, ofrecían el espectáculo más mísero, y hacían
tener por feliz la suerte de algunas (sobre todo del sexo femenino) que ya subién
dose á los texados, ó ya encenagándose en las cloacas, hallaban un momentáneo
asilo
".Mientras la Ciudad ardía por varias partes, todas aquellas á que no llegaban
las llamas sufrían un saqueo total. No solo saqueaban las tropas que entraron por
asalto, no solo las que sin fusiles vinieron del campamento de Astigarraga. dis-
tante una legua, sino que los empleados en las Brigadas acudían con sus mulos á
cargarlos de efectos, y aun tripulaciones de trasportes Ingleses, surtos en el Puer-
to de Pasages, tuvieron parte en la rapiña, durando este desorden varios dias
después del asalto, sin que se hubiese visto ninguna providencia para impedirlo,
ni para contener á los soldados que con la mayor impiedad, inhumanidad y bar-
barie, robaban ó despojaban fuera de la Plaza hasta de sus vestiduras á los habi-
tantes que huían despavoridos de ella, lo que al parecer comprueba que estos
excesos los autorizaban los Jefes, siendo también de notarse que los efectos roba-
dos ó saqueados dentro de la Ciudad y á las avanzadas, se vendían poniéndolos
de manifiesto al público á la vista é inmediaciones del mismo Quartel general del
exercito sitiador por Ingleses y Portugueses.» (Manifiesto que el Ayuntamiento
constitucional. Cabildo eclesiástico, ¡lustre consulado, y vecinos de la ciudad de San
Sebastian presentan d la Nación sobre la conducta de las tropas británicas y portu-
guesas en dicha plaza el ]i de Agosto de i8i ; y dias sucesivos.)
Son curiosas é importantes las comunicaciones que mediaron después entre
los anteriores y el duque de Ciudad-Rodrigo que negó hasta 2.000 raciones al
hambriento vecindario, y considerando como libelos infamatorios lo que se había
publicado respecto á la quema de la ciudad, «deseaba que no se le hicieran nuevas
representaciones acerca de ella, ni tuviera motivo de escribir sobre este asunto.»
392 GUIP UZCOA
conquistadores. Excedió en loo millones de reales el valor de
lo perdido; sin tener en cuenta el inmenso de los libros co
merciales, registros, escrituras, protocolos, archivo de la ciu-
dad y del consulado, libros parroquiales, bibliotecas, etc.
San Sebastián quedó arruinado, el infortunio no pudo ser
más grande; pero no fué bastante para entibiar en lo más mínimo
el entusiasmo de aquellos patriotas tan horriblemente sacrifica-
dos. Sobre los calcinados escombros proclamaron la Constitución
política de la Monarquía española, concurriendo á tan solemne
acto el vecindario disperso en los pueblos inmediatos; y los que
tanto habían sufrido aún tenían el valor de decir: «Si nuevos
sacrificios fuesen posibles y necesarios no se vacilaría un mo-
mento en resignarse á ellos....» y se reunían en Zubieta el 8 de
Setiembre del mismo año de 1813, acordando levantar de nue-
vo la ciudad, erigiendo desde luego un Ayuntamiento para que
sonara su existencia política ya que había desaparecido la física
por la quema.
Carta lechada en Vera á 2 de Octubre de 18137 firmada : Wellington, duque de
Citidad-Rodrigo .
Se halla todo esto impreso en un folleto titulado : Primer Suplemento al Mani-
fiesto publicado el 16 de Enero último por el Ayuntamiento constitucional, corpora-
ciones^ vecinos de la ciudad de San Sebastián.— Al fin. — Año 18 14. — En Tolosa por
D. Francisco de la Lama, impresor de la M. N. y M. L. provincia de Guipúzcoa y su
Diputación.
^
CAPITULO XVII
Industria antigua y moderna.
I
/]i' combate de San Marcial fué el último que hubo en la
^'-^provincia, libre ya de enemigos. No de guerra, que á los
pocos años, diferencias políticas armaron á los mismos guipuzcoa-
nos unos contra otros ; algunos guiaron y escoltaron á aquellos
franceses que vinieron á España en 1808 á destruir el despotis-
mo y la teocracia, y volvían en 1823 á entronizar lo que antes
destruyeron. ¡Triste período de la historia patria!
No fué más lisonjero para Guipúzcoa que presenció el decai-
miento de todas sus industrias y muy especialmente de la del hie-
rro; aunque las salinas de Leniz eran productivas, pues alimenta-
ban en el siglo pasado ocho duerlas que producían en el tiempo
que trabajaban 8,500 fanegas al año, beneficiadas por medio del
fuego y de la linaza, vendiéndose á ocho reales fanega. Pero la
ferretería era la principal industria, llegando á tener la provincia
en 1626, 82 herrerías mayores, sobre 37 martinetes y 2 máquinas
destinadas para el acero : en el siglo pasado excedían de 90 las
50
394 GUIPÚZCOA
herrerías mayores que labraban más de i 20,000 quintales de
hierro de todas clases, que se exportaban á toda España, á Fran-
cia, Inglaterra, Flandes é Italia, y á las orientales de Asia donde
los portugueses tenían su comercio y navegación. En Mondragón
se labraba acero á fuerza de brazos, en herrerías de agua con
gran beneficio para el comercio y riqueza de la población, «hasta
que se perdió todo habiéndose hallado en Alemania la invención
de convertir el hierro en acero» (i).
Eran notables las armerías de Plasencia y Tolosa, en las
que se fabricaban arcabuces, mosquetes, « coseletes, arneses y
rodelas de fierro para hombres y caballos, de orden de S. M.,
dejando la pelotería de tiros para la ferrería y ingenio de Eugui,
que es en Navarra » (2). También en Mondragón, San Sebastián,
Elgoibar, Eibar y Vergara, se hacía todo género de armas como
espadas, alfanjes, machetes, ballestas, cuchillos, picas, lanzas,
medias lanzas, dardos, azconas, venablos, jinetas, alabardas y
partesanas, porqueras (llamadas templonas en Andalucía y en
Portugal chuzas), hachas, azuelas y otros instrumentos de todos
géneros.
Vizcaya impuso derechos al fierro de la producción de Gui
púzcoa (177Ó); y aun cuando á poco se arregló esta imposición,
prohibió en 1790 la exportación de sus venas de hierro, permi-
tiéndola seis años después, previo el pago de medio real vellón
en quintal macho (seis arrobas). Guipúzcoa tenía prohibida la ex-
tracción de sus carbones vegetales.
En el siglo pasado se explotaba en Amezqueta una mina
de cobre.
La situación política que estableció en España la reacción
de 1823 y el adelanto de la industria en el extranjero, amen de
otras causas interiores, hicieron tan precario el estado industrial
( 1 ) Floranes. — El mecanismo cómo se labraba el acero en Guipúzcoa lo expli-
can los Extractos de la, Rdcil Sociedad Vascongada, correspondientes al año i 77í-
Isasti dedica un capítulo á las herrerías grandes y martinetes, y las designa.
(2) ISASII.
üiJiPÚzcoA . 395
y mercantil de Guipúzcoa, que las juntas de 1831, inspirándose
en verdadero patriotismo y sincero amor á su país, haciendo su-
yas las ideas manifestadas ya en San Sebastián, pidieron el plan-
teamiento de las aduanas para el fomento de la industria y del
comercio. Para vergüenza de otras juntas que tenían en más el
aura de una opinión extraviada y de un provincialismo suicida,
que los verdaderos y legítimos intereses de su país y de su evi-
dente prosperidad, se opusieron en Agosto del mismo año á la
anterior salvadora petición. Aquí podemos repetir lo dicho por
un escritor guipuzcoano, « en Guipúzcoa continuamos contem-
plando los pergaminos del título LXI y otros del Fuero tan
contrarios al desarrollo del progreso que se observa desde hace
20 años» (i). En idéntico sentido se han explicado otros escri-
tores no sospechosos para los fueristas. El mismo Fuero, en sus
títulos 38 y 39 atacaba al derecho de propiedad con disposi-
ciones que podían ser muy convenientes y acertadas en los si-
glos XIII y XIV, no en nuestros días. Podríamos citar otras dispo-
siciones y otros hechos, pero ¿cuál más elocuente que el fomento
que adquirió Bayona libre á costa de San Sebastián y aun de
toda Guipúzcoa fuerista?
No es nuestro objeto, ni creemos oportuno en este libro,
tratar la cuestión foral : sí expondremos que, amantes del país
vascongado, partidarios como somos de una bien estudiada y
razonada autonomía provincial y municipal, creemos que en nin-
guna ó en muy pocas provincias es tan necesaria como en las
vascongadas. La absorbente intervención del Estado es más ve-
ces perjudicial que beneficiosa, y más de una vez hemos tenido
que lamentarnos de ella, y aun prescindir de ella en asuntos
imperiosamente reclamados por la equidad, la justicia y la con-
veniencia de los pueblos, arrostrando nosotros una respon-
sabilidad de la que nos absolvía nuestra conciencia y el bien
público.
([) SORALLCE.
:5(.0 G U 1 P r z c o A
Abundando más el patriotismo que el amor propio; teniendo
por norte la justicia y por guía el bien del país, todo es posible.
Los grandes servicios prestados por mar y tierra por los
guipuzcoanos y vizcaínos, pararon muchas veces la tendencia del
poder real, que consideraba como un desprestigio ciertas resis-
tencias basadas en derechos concedidos. Aumentaban la presta-
ción de esos mismos servicios algunos reyes y buscaban medios
de mermar ciertos derechos, fundándose en que monarcas débi-
les ó de menos necesidades para la defensa ó el esplendor de la
patria, concedieran exenciones que no tenía generalmente el res-
to de los españoles; pero tratándose de reyes poderosos, y de lo
que de suyo exigía á la vez la grandeza de la patria, necesitan-
do el concurso de todos para su defensa ó su gloria, parecíales
á tales reyes que ante las exigencias y necesidades del Estado
no debía haber privilegios ni exenciones que favorecían á los
menos en perjuicio de los más. Ya en 1484 se conformó Guipúz-
coa con que á los servicios marítimos debía contribuir como
obligación, no voluntariamente como hasta entonces. En casi
todas épocas se han hecho mutuas concesiones en beneficio
mutuo.
La tradición y la antigüedad no son títulos bastantes al res-
peto y veneración pública, si pugnan con lo moderno ó la con-
veniencia y aun la justicia. ¿Admitiríamos hoy las penas infaman-
tes, horribles y crueles de la Edad Media? ¿Seguiríamos sus
usos y costumbres? Las venerandas juntas ordinarias sólo se
celebraban en poblaciones que tenían título de villa, y las extra-
ordinarias había libertad de convocarlas para los despoblados
de Ozarraga (territorio de Vidania) y Basarte, entre las villas
de Azpeitia y Azcoitia ; pero experimentando los inconvenien-
tes de celebrarse á la intemperie, se convino en 1470 en re-
unirse en la iglesia de San Bartolomé de Vidania, cuando se
convocasen para Ozarraga, y en la de Santa Cruz de Azcoitia ó
en Santa María de Olas, cuando fueran extraordinarias. Esto se
fué modificando como se modificó mucho y se alteró ó extinguió
GUIPÚZCOA 397
no poco. Las ordenanzas de 1529 se suprimieron en la compila-
ción de 1696. La necesidad es siempre imperiosa y exigía y
exigirá siempre modificaciones y transformaciones aun en las más
venerandas leyes.
Además, se ha dicho con razón, que el comercio y la marina
figuraban poco en las juntas, aunque eran, con la industria el alma
de la importancia de la provincia. Las leyes de Cataluña favore-
cían el comercio y la marina ; en los fueros de Barcelona pre-
ponderaba el espíritu mercantil ; en las juntas de Guipúzcoa la
predilección á la propiedad. Bien puede decirse, que en lo gene-
ral, fueron los propietarios casi exclusivamente los que consti-
tuían el eje de su rueda législativoadministrativa, así que de la
Diputación (i).
Los tiempos tienen de suyo exigencias imperiosas que hay
que respetar ; y por lo mismo que en los antiguos era mayor la
credulidad por estar menos difundida la ilustración, hasta el
punto de ocupar seriamente á las Juntas generales de Fuenterra-
bía la existencia de mucJias brujas (1530) (2); empeño debe ser
en los modernos seguir la corriente del siglo en lo que tiene de
moral y de justa, de fraternal y de elevada, de civilizadora en
(1) SORALUCE.
(j) No sólo como notable recuerdo tradicional en Deva. sino como hecho his-
tórico consiiínado en los Ana,les de la inquisición, y comprobando de lo que es
capaz la ignorancia ayudada por el fanatismo, merece referirse que una mujer del
citado pueblo formaba parte de una sociedad de guipuzcoanos y vascos-franceses
que teniéndose por brujos, se reunían en Aquelarre, en el que trataban de los ma-
leficios y demás que habían de ejecutar para aterrar las comarcas por donde pasa-
ban, en las que llegaban á cometer delitos graves. Complicada la mujer de Deva
en el proceso que con tal motivo llegó á formar la Inquisición de Logroño, declaró
sin vacilar la acusada que era bruja. Deseando el tribunal salvarla de la pena que
había que aplicarla, aun cuando no fuera mas que como auxiliadora de aquellos
malhechores, la indujo á que declarase que había sido engañada y que no había
tales brujerías; nada consiguió : « La mujer se había connaturalizado de tal suerte
con aquel quimérico y funesto oficio, y su terca obcecación había subido á tan
alto puesto, que prefirió el suplicio á la rectificación de su error, y murió insis-
tiendo, sin titubear, en que era brujan {a). Sobre este asunto es curioso el capítu-
lo titulado. Las hechiceras vascas. 1609, que se halla en el libro La Bruja, por
Mr. Michelct.
{a) La Mujer de Guipúzcoa, por el Marqués de Valmar.
39^ (, uiPÚzcoA
fin. « La situación de la misma provincia, es hoy otra, que en
tiempos antiguos, distintas y mayores sus necesidades, y muchos
los medios para cubrirlas con utilidad, pero para eso son menester
las aduanas. Es de eterna verdad que las leyes están sujetas á
las variaciones que son efecto de los adelantos sociales, y de
exigencias nuevas que crea el transcurso de los años» (i). Esto
se decía en nuestros días, y por un guipuzcoano que no podía
ser tachado de anti-fuerista; pero era más amante de la provin-
cia, cuyas necesidades y conveniencias conocía como hombre
práctico, al que no ofuscaban teorías proclamadas más por
costumbre que por convencimiento de su bondad y eficacia.
La industria ha erigido edificios monumentales, como el de
La Guipuzcoana^ en Tolosa ; grandiosa fábrica que construye
cada 24 horas 5,000 kilogramos de papel. Su propietario, el in-
teligente industrial D. Baldomero Olio, lo es de otras tres fábri-
cas más, tituladas: La Tolosana^ La Guadalupe y La Papelera,
( I ) Contestación del Ayuntamiento de San Sebastián, i ." de Agosto de i 844.
firmada por el alcalde-presidente Ángel Gil de Alcain, á la circular de la Diputa-
ción de la provincia para el nombramiento de apoderados y restablecimiento del
sistema foral ; y como con arreglo á fuero debían éstos ser nombrados en la forma
antigua, esto es, por el estado noble; respondía á esto el municipio, tributando el
debido homenaje á los principios políticos que profesaba y á la legalidad; en cuan-
to á lo primero, que no alcanza el motivo, que puede privar del ejercicio de un
derecho, á los ciudadanos á quienes confiere el art." 5.° de la Constitución: a la
legalidad porque el art." 7." del decreto de 4 de Julio, en cuya parte final se halla
comprendido este ayuntamiento, no le da más, ni otras atribuciones, que las con-
feridas por la ley común. El ayuntamiento prefiere los derechos políticos de los
ciudadanos, y cumplir con el precepto de unidad constitucional, mandado en la
ley de 25 de Octubre de 1839, á tener mas atribuciones, limitadas á una clase
privilegiada, que no representa al pueblo: las pedirá, pero para ser ejercidas por
los ciudadanos á quienes la ley confiere ese derecho; ya guardará la decisión le-
gal Las decisiones forales son exclusivamente de la clase de nobles, y los que
no tienen esta calidad, quedan separados de la menor participación, á pesar de
que pueden ser tan útiles al país por sus conocimientos y luces, y ofrecen por sus
bienes y fortunas, toda garantía : y llega á tanto grado, lo que hoy es tan chocan-
te, que los abogados están excluidos de poder representar á los pueblos en Jun-
ta, cuando ésta y la Diputación tienen dos consultores letrados, y cuando para
dirimir con acierto las cuestiones se busca siempre á las capacidades Un gui-
puzcoano que no sea noble, puede representar al país en las Cortes, puede llegar
á ser Consejero de la Corona. ¿ Y no conceptúa V. S. muy extraño, que ese mismo
guipuzcoano, si no tiene litigada su hidalguía, no puede ser escribano de la aldea
mas miserable del país?....»
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trabajando todas sin descanso, lo cual proporciona la subsisten-
cia de centenares de familias, y también su bienestar, á lo que
dedica sus desvelos el Sr. Olio, que más que patrono, es el pa-
dre de sus operarios.
Hay en Tolosa otras fábricas de papel, inclusa la que utiliza
como única materia la paja; y de tejidos y de pianos. Se hallan
también otras de telas y de hilados en Lasarte, bajo la acertada
dirección de los Sres. Brunet ; así como en Villabona, en Ver-
gara, en Zarauz y en Renteria, cuyos productos son muy estima-
dos. Las construcciones de mimbres en Zumarraga, se exportan
á toda España y al extranjero; igualmente las delicadas armas
de Eibar, de Plasencia y Elgoibar; los vidrios y productos quí-
micos de San Sebastián ; los fósforos de esta misma capital, de
Irún, de Oñate, de Arechavaleta y de otros pueblos; los peines
de búfalo, de concha, de cuerno y de madera ; las conservas de
pescado, etc., etc.; están tomando merecido incremento y gran
perfección los hilados y tejidos con seda de gusanos criados con
hoja de roble y de fresno.
La industria de Guipúzcoa representa muchos millones de
reales, y su creación, su fomento, su prosperidad, es debido todo
al establecimiento de las aduanas en la frontera. Así lo recono-
cen todos los guipuzcoanos en su patriotismo ; sin que se ocupen
de comparar lo que producían sus ferrerías antiguas, con sus
martinetes actuales, que también es otra industria que prospera.
Laborioso, inteligente el guipuzcoano, no hay arte, ni industria
que le sea refractaria; y así abre los más difíciles túneles con
asombrosa maestría y construye atrevidos puentes y viaductos,
como maneja los instrumentos de arte más finos para producir
objetos tan delicados y bellos cual esas encantadoras incrusta-
ciones de oro y fierro en que sobresalen Zuluaga, Felipe Guisa-
sola y otros, y esos maravillosos repujados que no tienen rival
y son tan codiciados por españoles y extranjeros. Reine la paz
en Guipúzcoa, que es lo que necesita para su riqueza, esplendor
y gloria.
CAPITULO XVITI
Guerras civiles
I
/^ N las dos guerras civiles que tuvieron su principal foco en
^>-^el país vascongado, los guipuzcoanos, peleando en uno y
otro campo, contribuyeron de consuno á arruinar el país.
No fué la provincia de Guipúzcoa la primera en promover
la guerra civil de 1833; carecía de jefe carlista que reuniera las
necesarias condiciones y tuvo su diputación que entregarse á
Zumalacarregui, ya puesto al frente de los navarros, aunque
era guipuzcoano; pero valía más que Eraso, y aquél levantó el
espíritu carlista de Guipúzcoa, que se sostuvo en toda la cam-
paña, hasta que en 1839 se terminó la del norte por el convenio
de Vergara, que valió á Espartero el título de Pacificador, y
años después, haciendo justicia á sus merecimientos, el de Prín-
cipe (i).
(i) Todavía esta sin cumplirse la ley hecha en cortes para erigir en Vergara
un monumento que perpetúe aquel tan solemne como beneficioso acto; más mere-
cedor de perpetuarse que otros, que al fin representa la paz entre hermanos.
51
^02 GUIPÚZCOA
Además de experimentar después la provincia algunas vici-
situdes políticas, pretendiendo guipuzcoanos mal aconsejados
promover de nuevo la guerra civil, en la antigua capital foral,
en Tolosa, el 3 de Abril de 1849 el rey de Italia, Carlos Alber-
to, fugitivo de su reino, fué alcanzado por el general Lamarmora
y el conde San Martino, y ante ellos abdicó la corona, de lo
cual se extendió acta formal, firmándola como testigos el dipu-
tado general D. Javier de Barcaiztegui y el gobernador civil
D. Antonio Vicente de Parga.
Cuando la revolución de 1868, la reina de España D.^ Isa-
bel II, abandonada de los que la perdieron y bajo su sombra y
protección medraron, permaneció en San Sebastián los últimos
días de su reinado, respetada y compadecida por los guipuzcoa-
nos, á quienes inexpertos políticos pretendieron comprometer
para armarlos en defensa de lo que ya no la tenía: no lo-
graron su intento, y D.^ Isabel marchó á Francia escoltándola
los diputados vascongados hasta la frontera, rindiendo así caba-
lleroso tributo á la desgracia.
Nueva guerra civil se promovió en 1873. Escrita su historia
así como la de la anterior, á ellas nos remitimos. Sólo diremos
que, á la sombra de la paz, á la laboriosidad é inteligencia de
los guipuzcoanos, á su amor al trabajo y al deseo de su bienes-
tar, se debe el desenvolvimiento de muchas industrias, el fomen-
to de las artes y la prosperidad del país, que, encantador de
suyo, lleva á sus abundosos establecimientos balnearios, á sus
seguras playas y pintorescos pueblos, multitud de personas de
todos los de España, buscando unas salud en las aguas minera-
les y de mar, otras recreo y esparcimiento en el clima y la
belleza del país, y todos satisfacción en el trato de sus simpáti-
cos habitantes.
CAPITULO XÍX
San Sebastián moderno.
Ediñcios notables. — Paseos. — Puerto. — El casino.
Motrico. — Mondragón.— Leyendas y tradiciones.
Escritores guipuzcoanos contemporáneos
L actual San Sebastián en nada se
^parece al antiguo , aun con ser éste
bello. Reedificada la ciudad en 1 8 14 se
hicieron sus calles rectas , alineadas sus
casas, de igual exterior y altura, y se dio á
todo belleza ; así que la plaza de la Cons-
titución con sus cómodos soportales, es
perfectamente ordenada. En ella está la casa
del Ayuntamiento trazada por el célebre
arquitecto D. Silvestre Pérez, adornado de las excelentes cuali-
dades que requería Vitrubio tuviera la profesión ; dirigiendo la
obra el arquitecto Ugartimendi. Es el edificio de orden dórico,
y las columnas exentas de su fachada le dan una gran severi-
dad. La escalera es ancha y espaciosa, y la sala de sesiones ele-
gante. El gran espesor de sus muros indica se tuvo en cuenta,
404
GUIPÚZCOA
al construir esta casa-
ayuntamiento, que había
de ser el centro de refu-
gio de una plaza de ar-
mas, como era San Se-
bastián en caso de sitio.
La libertad de ense-
ñanza que produjo la
revolución de 1868 , y
adquirida la facultad de
conferir títulos de bachi-
ller, hizo que el municipio
de San Sebastián esta-
bleciera un instituto que
sustituyó al provincial de
Vergara, construyéndose
un edificio en 1872 con
arreglo á su programa,
que obedecía á las nece-
sidades que en aquel en-
tonces había que satisfa-
cer. Trasladado á San
Sebastián, durante la gue-
rra civil, el Instituto pro-
vincial de Vergara , se
instaló en aquel edificio,
en el que hoy continúa ,
desapareciendo el Insti-
tuto libre municipal. Al-
berga también la Escuela
de artes y oficios, cuya
organización es notable é
importantes los resulta-
dos que en la enseñanza
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4o6 GUIPÚZCOA
se obtienen, perfectamente dirigida por D. Nicolás Bustinduy.
En el piso bajo está la Biblioteca municipal. Los gabinetes de
física é historia natural y clases de dibujo, se hallan bien dota-
dos de material.
Algo reducido es el edificio, pues los muchos y distintos ser-
vicios que en él se han establecido obligará á separarlos, máxi-
me si continúa el noble afán de los obreros á recibir la ense-
ñanza que allí se da y el creciente desarrollo del Instituto. La
fachada es de sillería arenisca del país ; consta de un piso bajo
y dos altos; y la ornamentación así como su aspecto exterior,
es sencillo y hermoso, revelando el buen gusto del director de
la obra, el arquitecto D. José Goicoa.
Este mismo señor dirigió la construcción de las Escuelas
Públicas (i 87 i), de piedra sillería. Grandes huecos antepecha-
dos acusan su destino. Las plantas son sencillas. El piso bajo
está destinado á escuela de párvulos y habitación del maestro;
los otros pisos á escuelas de niños, con salas espaciosas.
Tanto el Instituto como las Escuelas forman los costados
laterales del gran edificio de Guipúzcoa, que se ostenta en la
plaza del mismo nombre; la cual es un rectángulo formado por
casas sujetas á un modelo de gusto elegante, en cuya planta
baja tienen la primera crugía destinada á pórticos anchurosos
con pilastras y arcos convenientemente decorados, en número
de 23 por los lados mayores del rectángulo y 1 5 por los me-
nores. Cruzan la plaza por sus ángulos cuatro calles ; de modo
que resultan ocho entradas, donde se han dejado preparados
los arranques para voltear los arcos que completen y cierren
el perímetro de la plaza. Ocupa su centro un jardín inglés de
los llamados paisajistas, con cascada, lago y puente rústico;
columna meteorológica en un templete en cuyo cielo están pin-
tadas las constelaciones y en el friso interior vistas panorámicas
de San Sebastián. Todo el jardín ofrece muy agradable perspec-
tiva, y está rodeado de una verja de hierro dulce sobre zócalo de
piedra, con seis entradas, una en cada ángulo cortado en chaflán
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GUIPÚZCOA
y otra en el centro en cada uno de los lados mayores del rec-
tángulo.— Es una de las plazas más bellas de España.
A su lado occidental se hallan tres notables edificios públi-
cos, aunque formando un conjunto armónico en sus fachadas.
SAN SEBASTIÁN.— Columna meteorológica de la
Plaza de Guipúzcoa
La central, marcada por una fuerte salida, corresponde á la
Diputación provincial, y forma por sí un conjunto compuesto de
dos pabellones laterales y un cuerpo central. Sobre la arcada
general hay un cornisamento que sirve de apoyo á columnas
exentas en el anterior cuerpo y adosadas en los laterales, estria-
das sobre pedestales y con las proporciones y decoración del
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410 GUIPÚZCOA
orden corintio. Abarcan en su altura estas columnas, la de los
pisos principal y segundo, y sostienen un entablamento comple-
to ricamente decorado, y cuyo friso lleva los nombres de cinco
ilustres guipuzcoanos. Los huecos del piso principal son balco-
nes con jambas, ménsulas y antepechos de balaustres de piedra,
coronados con un amplio romanato decorado de forma circular
y triangular alternativamente : en el piso segundo hay ventanas
antepechadas con decoradas repisas.
Los pabellones laterales de esta fachada central son más
ricos en su decoración, y sobre el entablamento llevan romana-
tos circulares, en cuyos tímpanos van los escudos de los cuatro
partidos judiciales. Sobre los romanatos se asientan unos pedes
tales destinados en el proyecto á sostener grupos alegóricos de
estatuas, que han sido sustituidos, por economía, por unos tro-
feos militares y marinos en recuerdo de las glorias guipuzcoa
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ñas.
En la parte central y sobre el entablamento, hay un ático
decorado con pequeñas pilastras que corresponden sobre las
columnas; y en los espacios intermedios los bustos de los gui-
puzcoanos Oquendo, Legazpi, Urdaneta, Lezo, El Cano. En el
centro, flanqueado por dos tenantes, el escudo de Guipúzcoa.
Las fachadas de los edificios laterales, Gobierno civil y De-
legación de hacienda, armonizan con el centro, aunque no son
tan ricas en el decorado.
En el pórtico general, que se une con los de los otros tres
lados de la plaza, se halla en el centro la magnífica puerta del
vestíbulo principal, de un bello trabajo artístico, tallada en roble
y erablo. En su decoración alegórica campea el roble enlazado
con el laurel, trofeos marítimos, y en la parte superior las armas
de la provincia con sus dos tenantes y el lema de Muy Noble y
Muy Leal.
El vestíbulo principal, los descansos de la escalera y las
gradas de la misma son de mármol de Carrara; la ornamen-
tación, pilastras estriadas con capiteles corintios dorados; la
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412 GUIPÚZCOA
caja general adornada también con pilastras del orden jónico.
La escalera, verdaderamente regia, conduce sólo al piso princi-
pal. Su balaustrada es de bronce, y su ornamentación de hojas
de acanto corresponde al renacimiento, ocupando un lugar pre-
ferente las armas de España y de Guipúzcoa repetidas. Están
decoradas sus paredes con estucos imitando mármoles, recibien-
do la luz por unas ventanas que ostentan, formadas con crista-
les de colores, las armas de España y á los lados las de las pro-
vincias vascas y las de la ciudad de San Sebastián. El techo
está decorado con recuadros y florones, con un medallón central
pintado al óleo por un aprovechado artista del país, que repre-
senta, en una figura alegórica, la Administración apoyada en un
timón, teniendo en la mano derecha el compás, símbolo del
orden y de la medida. Está trazada la figura con gran valentía.
Otra de bronce con un reloj en la mano, completa, en el último
descanso de la escalera, la decoración de la misma.
El salón principal, de 22 metros de largo por 8' 7 5 de ancho,
es grandioso. Lujosamente adornado, corre por todo él y á una
altura conveniente, un friso de nogal, sobrio en líneas, pero rico
en tonos y aguas, por ser de una madera escogida. Sobre el
friso y constituyendo el fondo de las paredes, hay bastidores
imitando tapices con asuntos de glorias guipuzcoanas, y las
vistas de San Sebastián, Tolosa, Vergara y Azpeitia como
cabeza de los cuatro partidos judiciales de la provincia, cuyas
armas, artísticamente enlazadas, se hallan entre los balcones.
También están, al rededor de todo el salón, de relieve y pintados
con los colores heráldicos, los escudos de todos los pueblos de
Guipúzcoa.
Las puertas y los demás adornos del salón es todo rico y
del mejor gusto, especialmente el techo. Un medallón represen-
ta la provincia de Guipúzcoa, teniendo en una mano un remo
y apoyada en el escudo. Las artes, la navegación, la pesca, sus
hombres célebres, la rodean en una atmósfera luminosa y de
gran vigor. Otros dos grandes medallones haciendo juego con
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el central, representan la historia y la justicia. Arabescos de
exquisito gusto, frisos de grupos de niños, ejecutados con gran
perfección, constituye el decorado de este techo, cuyos recua-
dros, molduras y fajas contribuyen con sus entonaciones y vue-
los bien entendidos á dar realce á las pinturas de fondo. El oro
en las partes salientes y los fondos generales de madera, hábil-
mente imitados, dan al salón carácter de seriedad y riqueza.
D. Adolfo Perea y los Sres. Zuloaga hermanos, son los autores
de las pinturas.
Los gabinetes laterales se hallan también decorados con
sumo gusto. La ornamentación de sus muros está formada por
arabescos sobre fondo guinda en uno de ellos y fondo oro en el
otro. Los techos representan asuntos alegóricos.
En el piso segundo está la sala de sesiones, departamento
del vice-presidente, secretaría, oficinas, etc., todo perfectamente
distribuido; bien es verdad que los proyectos y dirección honran
al distinguido arquitecto Sr. Goicoa: las pinturas á los Sres. Pe-
rea (D. Adolfo) é Irureta; así que el moviliario á los señores
Echevarría y Odhon Martitu ; como enaltece á la provincia tan
grandioso edificio y los más modestos laterales destinados á
Gobierno civil y Delegación de Hacienda, en cuyo piso bajo se
halla la oficina de correos.
En la clase de obras importantes hay que colocar las eje-
cutadas para el abastecimiento de aguas á San Sebastián. Ya
en 1566 Juan Sanz de Lapaza, para la conducción del agua de
la fuente de Olaréu, situada al pié del monte Igualdo, á dos
millas de la ciudad, construyó un magnífico acueducto, cuyas
ruinas permanecen para memoria de una empresa que no llegó
á concluirse. En 1609, el famoso arquitecto hidráulico y militar
Juan Ferrier^ que trabajó con gran crédito en el castillo de
Pamplona y en las fuentes de Madrid, dirigió el espacioso acue-
ducto que conduce las aguas desde Morlans á la capital guipuz-
coana. Continuaron esta obra Pedro Larrochet, de Burdeos, y
el célebre Francisco Gienzi, que construyó fuentes en Bayona,
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410 GUIPÚZCOA
París y Pamplona. Honra á cuantos entendieron en esta obra el
notable cuidado con que están recogidos los pequeños manan-
tiales de Morlans, en arquetas de sillería ; cuyas aguas se re-
unen en un depósito cubierto, haciéndolas pasar por una multitud
de pequeños canalizos antes de penetrar en la tubería, á fin de
que en su recorrido vayan depositando la parte caliza que con-
tienen.
A este caudal de agua se ha aumentado el que suministran
los montes de Ulia y de Choritoquieta; recogiéndose las aguas
del primero por medio de tres túneles, cuyas filtraciones reci-
ben en su solera y corren á un depósito en Miracruz, á una
altura de 45 metros sobre las calles de la ciudad, pudiendo así
subir las aguas hasta los pisos más elevados, haber bocas de
riego, etc. Débense estas obras á los arquitectos D. Miguel
Echeveste y D. Nemesio Barrio, entendiendo éste solo, con
gran inteligencia, en la conducción de Choritoquieta, cuyas
aguas de manantial vierten después de un recorrido de cuatro
kilómetros, en los que hay toda clase de obras, en el depósito
de Miracruz. Así reúne hoy San Sebastián 3,800 metros cúbi-
cos diarios de agua.
II
Cuando en 1866 se autorizó el derribo de las murallas que
oprimían á San Sebastián é impedían su crecimiento, respiró la
ciudad, manifestó su entusiasmo, derribó alegre aquellos fuertes
y negros muros, testigos de más desgracias que glorias, empezó
á conquistar al Océano parte de sus dominios y edificó sobre
ellos una nueva ciudad hermosa. Sus calles y plazas, parques y
jardines, más propios por su trazado de una ciudad grande
y populosa que de una estación veraniega, forman un verdadero
pueblo moderno.
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I 8 G U 1 P 'J Z C o A
Así que, vista San Sebastián desde el alto de Concorronea,
por cima de la estación del ferrocarril, ofrece uno de los más
encantadores panoramas. El río Hurumea, el magnífico puente
de Santa Catalina nuevamente construido, pasado el cual se
entra en el paseo de la Zurrióla, hoy ensanchado por haberse
tomado al mar gran extensión de terreno, quedando siempre el
paseo á su orilla, la nueva población construida en el espacio
que ocuparon las antiguas murallas y el glacis, ostentando edi-
ficios monumentales, la Avenida de la Libertad, de treinta me-
tros de anchura aquella con cuatro hileras de plátanos, comien-
za en el puente de Santa Catalina y acaba en el paseo de la
Concha, elegante barriada construida enfrente de la playa de
aquel nombre, sin rival en toda la costa por su extensión, su
belleza, y la completa seguridad que ofrece á cuantos en ella se
bañan.
Partiendo de la Zurrióla se halla el bellísimo paseo de la
Alameda, cuyos extremos se apoyan en ambos mares; y de
cuyo paseo apenas da pequeña idea la lámina que le representa.
En medio déla población, como la Rambla de Barcelona, divide
la Alameda el San Sebastián antiguo del moderno. En el verano
es el sitio predilecto de los forasteros, cuyo paseo ameniza una
música colocada en un elegante kiosko levantado en. el centro
del principal salón. Por la noche se alumbra todo el paseo con
luz eléctrica.
Otros paseos tiene además San Sebastián, uno de los sitios
de más amena y encantadora estancia en el estío; esto sin tener
en cuenta sus bellísimos alrededores, que están pidiendo caminos
para mejor disfrutar de las vistas panorámicas que. la menor de
las eminencias proporciona. La vista de San Sebastián, desde el
Semáforo, es otro bello panorama, pudiéndose apreciar la forma
del puerto ; viéndose además la población por toda aquella par-
te, destacándose en primer término, el nuevo casino y campo
de Alderdieder; y desde la Concha es vistoso el puerto, cuando
está poblado de buques, teniendo por fondo el monte Urgull,
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420 GUIPÚZCOA
en el que está el castillo de la Mota. Á la izquierda, como re-
presenta la lámina, se ve la Isla de Santa Clara y el monte
Igueldo, con el antiguo y animado faro en la cima.
Con los elementos reunidos ya en San Sebastián y su pro
bable y progresivo desarrollo, se hacía necesario un edificio
que satisfaciendo las exigencias del gusto y de la comodidad,
proporcionase horas de solaz y esparcimiento, aparte de las
que el país brinda con sus naturales encantos.
De aquí nació la idea de construir un gran Casino, Llamóse
á concurso á los arquitectos españoles. Presentados 15 pro-
yectos, recayó la elección en uno cuyo lema era: Aurrerá, que
quiere decir Adelante.
El terreno destinado para su emplazamiento es el Parque de
xA-lderdieder (campo hermoso), al extremo de la Alameda próxi-
ma al puerto.
Se halla en construcción, bastante avanzada, esperándose
termine dentro de un año, no cesando los trabajos.
La fachada general de sobre el Parque, por donde tiene su
ingreso más importante, va precedida de una gran terraza que
se apoya en toda su línea. Otros dos ingresos están situados,
uno en la fachada á la Alameda y otro por el paso de carruajes
en la parte posterior que atraviesa el edificio en punto inme-
diato á la escalera de honor, separando el Casino, propiamente
dicho, del gran Salón de Juntas.
Las líneas de la planta del edificio presentan gran movimien-
to, así como la altura de fachadas, resultando un conjunto ar-
mónico cuyo carácter está en relación con su destino.
Tiene dos solos pisos, insistiendo sobre su basamento de
I "50, á cuya altura se encuentra la terraza de loi metros de
longitud, igual á la fachada que precede; mas para evitar el
efecto que produciría una masa de construcción en que predomi-
nase la dimensión horizontal, se han acentuado algunos puntos
con líneas verticales de mayor altura, resultando así las dos to-
rres de 25 metros de elevación á ambos lados del cuerpo central,
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dos ángulos cilindricos sobre planta cuadrada en los pabellones
extremos, y finalmente la gran cúpula central que corresponde
á la escalera grande.
Como se ve en el grabado, las galerías formadas por arcos
rebajados sobre columnas sueltas separan el cuerpo central de
los pabellones extremos, dando lugar en el piso principal á dos
grandes terrazas que dominan la pintoresca playa de baños.
En la fachada á la Alameda y sobre la puerta de entrada,
que es un dintel adovelado, existe un balcón de forma original;
su repisa de planta elíptica, sin ménsulas de apoyo , tiene un
saliente de 1,65 sobre el haz del muro, que como problema de
construcción, acusa un detenido estudio; á ambos lados del bal-
cón dos columnas aisladas sostienen un frontón curvo que no es
menos interesante bajo el punto de vista de su construcción;
finalmente, en el fondo otras dos columnitas sueltas sostienen
un arco de medio punto que sirve para apoyar las grandes pie-
dras al frontón exterior. El aspecto del conjunto tiene novedad
y es de efecto.
El salón de Juntas en la fachada posterior se destaca de la
masa general del edificio, apoyándose sobre un basamento de
4,50, del que forman parte á ambos lados los cuerpos cilindricos
que encierran los baños, y en la parte posterior un cuerpo acha-
flanado acusa el sitio para la orquesta.
El gran salón sobre dicho basamento se eleva á la altura de
la común general y se ilumina por tres grandes ventanas en
cada lado con arcos y columnas, de las cuales las del centro dan
sobre las monumentales estufas de hierro y cristal, que además
de ser un sitio ameno sirven de expansión á la citada sala.
Larga tarea fuera describir detenidamente la distribución in-
terior del edificio, sus vestíbulos, galerías, escaleras, salones, etc.;
pero no debemos pasar sin apuntar como la nota más saliente
de todo su conjunto la gran escalera de honor, por la importan-
cia que tiene tanto por sus dimensiones como por su construc-
ción y decorado. Desde el vestíbulo de carruajes arrancan dos
VIZCAYA.- Aldeana de Alonsóteaui
GUIPÚZCOA -425
ligro, y, de corazón esforzado, siempre estaba dispuesto á salir al
mar cuando éste amenazaba con la muerte, arriesgando su vida
sólo con la esperanza de arrancar algunas víctimas al Océano.
Uno de estos hechos, el más conmovedor, ocurrió en Julio
de 1 86 1. Después de un calor sofocante, el cielo con negras
nubes de tempestad y el mar enfurecido desafiaban á José Mari;
lanchas pescadoras pedían auxilio ; José Mari tripula con nueve
valientes su trañera y se lanza al mar ; lucha, se ve cercado de
peligros, su blusa roja aparece y se esconde en las espumosas
olas ; pero al cabo de una hora, hora de agonía para la gente
del muelle, vuelve Mari trayendo en su lancha los pescadores sal-
vados. Mari en terrible lucha había vencido al mar. Teodora
Lamadrid estaba en el muelle, y emocionado su corazón de mu-
jer y de artista, ofreció una función en honra del pescador. Asis-
tió éste al palco presidencial y apareció en el escénico al terminar
la función con la boina en la mano y su blanca cabeza ceñida
por la corona de laurel que la eminente actriz le había coloca-
do entre las aclamaciones y aplausos del público.
Su muerte fué como su vida toda. El 9 de Enero de 1866,
la gente de San Sebastián acude al muelle, llena de terrible an-
siedad: lanchas de pescadores habían salido de madrugada, el
mar se había alborotado y las lanchas no volvían ; al fin se ve
una envuelta en espuma, va tripulada por marineros casi niños
y van á sucumbir. Todas las miradas se vuelven á José Mari: al
poco tiempo ya está remando con sus compañeros ; se alejan, se
los pierde de vista, tardan en volver, los gritos y llantos aumen-
tan, salen dos lanchas á buscarlos, y vuelven sus marineros con
la espantosa noticia de no haber podido arrancar á las olas el
cuerpo de José Mari.
Nada más honroso que el tributo de gratitud rendido á estos
héroes del pueblo (i).
(i) D. Ramón Fernández le dedicó unos sentidos versos, en los que se leen
estas dos estrofas :
54
126 GUIPÚZCOA
II
Fuera de San Sebastián, en Guetaria, se ha erigido una es-
tatua á El Cano, y en Motrico, villa fundada por D. Alfon-
so VIII en 1209, otra á Churruca inaugurada el 28 de Junio
último costeada en su mayor parte por la diputación provincial.
Vergara está pidiendo, como dijimos, el monumento conmemo-
rativo de la paz de 1839, por las Cortes decretado.
Más recuerdo del que en Mondragón tiene consagrado, li-
mitado á una lápida en su casa nativa, debido aquel á la ilustrada
generosidad de los señores Medinabeitia y Oquendo, merece el
insigne historiador Esteban de Garibay y Zamalloa, que nació
el 9 de Marzo de 1533, según opinión más admitida que la de
la fecha de 1525 que expresa Gorosabel.
Desde los 23 hasta los 32 años escribió los cuarenta libros
del Compendio historial de ¿as Crónicas y Universal historia
de todos los reinos de España.
Recorrió a caballo toda la península estudiándola y escribió
además: Grandezas de España, Ilustraciones Genealógicas de
Con el valor de un gigante
y la ternura de un niño,
en arrojo y en cariño
eras todo corazón ;
el amor de tus hermanos
te abrasaba en sus destellos;
vivir y morir por ellos
era tu sola ambición.
Bien lo dicen con su llanto
los náufragos que salvaste,
y las viudas que amparaste
con santa solicitud :
ese llanto es tu diadema,
y es tan pura y sin mancilla
que en cada lágrima brilla
un rayo de tu virtud.
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428
GUIPÚZCOA
¿OS reyes católicos de España y de los Emperadores de Constan-
tmopla. Fué alcalde de Mondragón y procurador foral en 1569;
MONDRAGÓN.-Casa de Garibay
aposentador del Real Palacio en 1576 y cronista de Felipe II
desde 1592 á 1599, en cuyo año murió en Valladolid.
III
A lo que decimos en el prólogo, página xxxiii, respecto á
las leyendas vascongadas, debemos añadir que ellas son una
prueba de cuánto dejamos expuesto y pueden servir de docu-
mentos justificantes. Sí; las tradiciones y cantos populares, como
GUIPÚZCOA 429
ha dicho Herder, son los archivos del pueblo, el tesoro de su
ciencia, de su religión, de su cosmogonía, la vida de sus padres,
los factores de su historia ; así las ha considerado nuestro anti-
guo y querido amigo D. Juan Vicente Araquistain, autor de las
bellísimas Tradiciones Vasco Cántabras y del Baso Jaun de
liumeta.
Moralidad profunda encierra seguramente la fúnebre cere-
monia de la Gaii illa; pero en esta tradición se ve la existencia
de personas y caracteres tan malvados como puedan existir en
nuestros días y han existido en todas partes.
Hurca mendi, monte de la horca, es una tradición preciosa
y de gran enseñanza moral : en la Emparedada de Irarrazabal^
se retratan gráficamente las costumbres feroces y vengativas de
aquellos tiempos en los que gamboinos y oñacinos se destruían
mutuamente. En Las tres olas se presenta repugnante la per-
fidia de Mari y de su madre; pero se explica fácilmente por la
influencia que ejercía la brujería en muchos pueblos vasconga-
dos, que dieron no poco qué hacer á la Inquisición; en cambio
La hilandera de la capilla de Zubalzu^ ¡cuánto sentimiento y
ternura encierra! j^cuánta belleza atesora! Todo en ella es noble.
Las leyendas populares suizas participan de una dulzura en-
cantadora : todas ó casi todas refieren amores puros y sosega-
dos, virtudes domésticas, inspiran aversión á los vicios, y llevan
hasta el sacrificio y el martirio el culto á la virtud y el honor
del individuo ; así que no hay ellas ese choque de pasiones, esa
lucha de intereses encontrados que tanto abundan en las pro-
vincias vascas.
El libro titulado El Baso y aun de Itumeta^ es también una
leyenda en la que figura el ZorguÍ7idanza ó baile de brujas, que
es ciertamente notable; así como la descripción de todos los
bailes del país, que reproduciríamos gustosos á contar con más
espacio, así como todo lo relativo á los juegos entre los que se in-
cluye el de cortar troncos, á lo que se apuesta quién corta más
en menos tiempo, no siendo raro que termine el vencedor echan-
430 GUIPÚZCOA
do sangre por la boca, por lo cual y otras causas suelen prohi-
birse tales juegos ó apuestas.
Al ocuparnos del Sr. Araquistain, gustosos lo haríamos
también, y con la detención que merecen, de los demás escrito-
res guipuzcoanos ; mas no lo hemos hecho de los alaveses tan
merecedores de honorífica mención, como los Sres. Becerro
Bengoa, Baraibar, Herrauz, Velasco, Cola y Goiti, y otros no
menos distinguidos, y nos limitaremos sólo á citar á los señores
Arana, de la Compañía de Jesús, residente en Loyola, poeta y
escritor éuscaro, cuyo idioma manejan también magistralmente
los laureados poetas Artola, Arzac, Iraola y Otaegui; los pro-
sistas Arrúe, Antia, Guerra, autor del Diccionario heráldico de
/a noó/eza g-uipuzcoana ,• los ingenieros de montes y de minas
Aguirre, Miramón y Baroja y el industrial Bustinduy, el aboga-
do Gorostidi, el malogrado Manterola, Jamar, Laffitte, los ilus-
trados poetas Fernández y D. Marcelino Soroa, el profundo
investigador Madinabeitia, el joven, muy joven inspirado poeta
D. Carmelo Echegaray, verdadera esperanza del país, y otros
cuyo nombre no recordamos, que hay muchos y muy distingui-
dos escritores en Guipúzcoa que necesitan campo más dilatado
que el que les ofrece su tierra natal, á la cual están exclusiva-
mente dedicados los más cuando tan ancho campo ofrece á su
clara inteligencia la Patria, que de todos es madre.
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CAPITULO T
El país y sus habitantes.— Su antigüedad
"Y^^- ías tres provincias hermanas, es Vizcaya la de más exten-
''^-^^sión, de mayor número de habitantes y la más floreciente
y rica. En las i8o leguas de superficie de aquel antiguo señorío
y condado, contiene hoy una población de más de 200,000 almas,
cuando apenas excedían de la mitad á principios de este siglo. Su
terreno quebrado, aunque no tan abrupto como el de Guipúzcoa,
sus verdes montañas de diferentes alturas, sus lindos valles y
estrechas vegas, presentan panoramas encantadores, cuando no
terroríficos é imponentes como los desfiladeros y peñascos de
Mañaria, ricos en mármoles, que abundan también en el elevado
^3-l
VIZCAYA
Ereño y en Arteaga. Los ríos Ibaizabal ó Nervión, Cadagua,
los de Mundaca, Plencia, Lequeitio y Ondarroa, sobre embelle-
cer el país que atraviesan, sirven de motor á multitud de moli-
nos harineros y á otras industrias, desembocando después en
el Océano por los pueblos de quien toman su nombre los tres
últimos, y el Cadagua unido al Nervión, por Portugalete.
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Vista de Bermeo
La costa que se extiende desde Ondarroa hasta el lado
oriental de la ensenada de Ontón, es una de las más bravas del
mar cuyas olas la baten impetuosamente : y es admirable que
junto á aquellos cabos y peñascos despedazados por la impetuo-
sidad del oleaje, se mezan tranquilamente las aguas en las areno-
sas playas de Ondarroa, Lequeitio, Ea, Mundaca, Bermeo, Baquio,
Plencia, Algorta, Las Arenas, Santurce y Poveña; tan pobladas
de bañistas los veranos, que apenas pueden aquellos compren-
der ni explicarse, á no ver algún día alterado el mar, cómo en
aquella inmensa superficie, casi llana constantemente en el es-
tío, se arrostran tantos peligros, y encuentran la tumba tantos
VIZCAYA 435
seres y tantas riquezas. Adelantándose en la costa como vigía el
Cabo Machichaco, aconsejamos al viajero que recorra aquel
país, suba al faro para disfrutar de bellas y extensas vistas : á
un lado la costa de Francia, á otro hasta el Cabo de Quejo, y
en el intermedio de uno y otro extremo, multitud de puebleci-
llos, semejando las casas de unos á bandadas de gaviotas des-
cansando á la orilla del mar; otros, como Elanchove, un pinto-
resco nacimiento colgado en un monte; las islas de Izaro, de San
Nicolás y la pequeña de Aquecho; y si es á la caída de la tarde,
cuando el sol semejando un globo de fuego se sumerge en el
Océano, vuelven las lanchas pescadoras de Ondarroa, de Le-
queitio, de Bermeo, de todos los pueblos de la costa, desplega-
das sus blancas velas apenas hinchadas por viento suave, se
siente concluya la claridad y las barcas lleguen á puerto, por lo
que contemplándolas en el mar se goza.
Otro espectáculo no menos agradable ofrecen aquellas lan-
chas ya en el puerto, á donde llevan la abundante pesca que
llena sus fondos. Si vuelven con sardinas, brillan como de plata,
enganchadas aún en las mallas de las redes que las aprisiona-
ron, de las cuales las van desprendiendo para llenar las cestas
que recogen y lavan alegres las mujeres de los pescadores, lle-
vándolas en el acto á los mercados inmediatos, y salando las
que han de venderse más lejos. El atún y el bonito van en su
mayor parte á las fábricas de conservas y escabecherías, así
como una buena cantidad de besugos. La demás clase de pesca
se destina á los mercados (i).
(i) En Bermeo están agremiados los pescadores, que tienen una alhóndiira
para la venta de lo que pescan, digna de ser visitada. La sala de subastas es un
salón circular con un saliente donde estala mesa presidencial. Los subastantes se
sientan todos en sillones de madera con respaldo y brazos, y en los que hay un
botón al que tocan para señalar la cantidad de pescado que cadauno desea adqui-
rir, cuyo número aparece en una bola que se ostenta en una grande urna circular
que hay en medio, con una casilla delante de cada uno de los asientos ; así no
se oye más voz que la del pregonero ó del presidente, y se efectúan las contra-
taciones en medio del mayor orden y silencio. El precio se señala por la presiden-
cia.
La pesca es uno de los principales ramos de la riqueza de esta villa, cuyos ha-
43^ VIZCAYA
El viaje por la costa desde Ondarroa hasta Guecho, que
puede hacerse una gran parte de él siguiendo la carretera, que
parece en muchos trechos colgada sobre el mar y á gran altura,
es encantador, ofreciendo á cada instante los más caprichosos
panoramas. Y si se deja el camino para subir al enhiestado Ere-
ño, al Sollube ó al Jata, se ve desde la cúspide de cualquiera de
estas eminencias un paisaje de esos que no sólo producen entu-
siasmo, sino que arrebatan, particularmente desde Sollube. De
aquella altura se domina una buena extensión de terreno, exube-
rante de vegetación y vida, con verdor perenne, descollando
Bermeo hacia la falda meridional y en la occidental varios pue-
blecillos, destacándose sus blancas casas en el oscuro verdor de
los bosques vecinos, y en el alegre de los prados y sembrados.
Si esto produce grata y á la par tranquila meditación, aterrori-
zan por su imponente sublimidad los hondos barrancos cortados
á pico, cuyo fondo oscuro son abismos que reciben con aterra-
dor ruido el agua, más espumosa que cristalina, con ser pura,
que se precipita en ruidosas cascadas desde elevadas peñas: por
otra parte, rocas peladas, jamás holladas ni aun por animales
montaraces ; pero lo terrorífico y agreste es lo menos ; la vege-
tación, aunque sea en algunos puntos de añosas encinas, hayas
y robles seculares, es lozana, y abundan bosques de castaños,
laderas de madroños y tierras bien cultivadas.
hitantes son descendientes de los que en lo antiguo iban á buscar bacalao á los
bancos de Terranova, de Escocia y Noruega, y las ballenas á la Groenlandia. Hoy
pescan atún, merluza, besugo, sardina, lija, anchoa, chicharro y verdel, que abun-
dan en sus mares y costas, siendo su merluza la más estimada, y merece segura-
mente serlo. De anchoa y sardina suelen pescar al año de 150 á 180,000 arrobas,
lo mismo de merluza, y de toda clase de pescado un año con otro suele ascender
de 380 á 400,000 arrobas.— Los únicos pescados exentos del gremio son la sardina
y la lija, que es libre el pescador de venderlas al precio que le conviene, sin que
tenga que ir su producto al acerbo común.
Más de 1 ,000 hombres se ocupan de la pesca, con unas i 30 embarcaciones de
todos tamaños. Hay excelentes establecimientos de escabecherías y de conserva
en latas, que gozan de justa y merecida fama, como el del Sr. Nardiz.
En Ondarroa hay también una excelente fábrica de conservas, cuyas latas van
todas á Francia.
VIZCAYA 437
Esto y el camino que serpentea á la elevada montaña, es lo
inmediato; que el grandioso panorama que se divisa desde So-
llube, es la gran extensión de terreno que se abarca desde
Machichaco hasta los picos de Larrún y el cabo de las tumbas de
Hendaya y la farola de Biarritz, formando olas de espuma el lími-
te del mar y la costa: divísanse pareciendo monolitos gigantescos
las montañas de Ereño, Arteaga y Gorbea ; y cuánto en este
espacio hay de blancos caseríos, cristalinos arroyuelos, y los
ríos Plencia, Mundaca y Lequeitio ; corre el primero haciendo
multitud de ondulaciones desde que llega á Munguía, por regar
los valles de Gatica, Lauquiniz y Urduliz, y tardar más en llegar
á Plencia para perderse en' el mar; el segundo parece enseño-
rearse desde GuernicaLuno, marchando casi derecho al Océa-
no, del que si Mundaca es puerto, debiera ser la villa juntera el
desembarcadero; pues nada más necesario que la canalización de
este río que corre por una de las más vistosas y fértiles vegas de
Vizcaya; y el Lequeitio desde su nacimiento en el elevado monte
Oiz, en cuya falda opuesta nace también el Durango, corre
aquél serpenteando por muy estrechos valles, siguiendo siem-
pre la carretera de Guerricaiz á Lequeitio.
Y no son sólo los montes que hemos referido los que ofre-
cen tan bellos y majestuosos espectáculos, que más á la orilla
del mar hay otro, el Serantes, que si no excede por los encantos
con que convida á los anteriores, no es inferior. Artillado hoy
para defender el Abra de Bilbao y hacer imposible la repetición
de los sangrientos y lastimosamente dirigidos combates que en
Febrero y Marzo de 1874 se libraron en el Montano, teniendo
en su falda oriental á Santurce y Abanto, al norte la punta de
Lucero, rompiendo á sus pies las olas, si su posición, desde
cualquier parte que se la mire es hermosa, ascendiendo á su
cumbre, el cuadro que se ofrece á la vista embarga los sentidos.
Es verdaderamente mágico: por un lado el Océano con su inmen-
sa grandeza, la costa hasta Quejo viéndose claramente Castro
Urdiales, Laredo y Santoña ; al Sur todo el distrito minero de
438
VIZCAYA
Somorrostro, Triano y Galdames, con su incesante movimiento
de trenes, que parece corren suspendidos por las faldas de las
montañas, en cuyo seno penetran á cada instante por numero-
sos túneles para volver á salir al borde de un precipicio que
salvan por un viaducto; y los colgados valdes de los tran-
vías aéreos, que, cual fantasmas suspendidos en el espacio.
ígáfeS
-Minas de S o m o k r o s t r o
sin distinguirse el apoyo, suben altas montañas, atraviesan
profundos barrancos, dirígense unos cargados de mineral á
desocuparlo en los depósitos junto á la ría, y vuelven otros á
llenarse en la mina. Mas si todo esto es fantástico y ofrece
encantador paisaje, el fértil y ancho valle de Baracaldo regado
por el Cadagua y el Galindo, supera á todo el aspecto del Ner-
vión desde el Desierto á su desembocadura en el mar en Portu-
galete, viéndose una verdadera procesión de grandes vapores,
surcando majestuosos las aguas, llenas de espuma por el rápido
movimiento de la hélice, siendo tal la aglomeración y el número
de ellos, que son frecuentes los choques entre sí ó el derribo de
los pretiles. Concíbese esto al tener en cuenta que en 1883 han
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<
u
410 VIZCAYA
entrado por aquella no muy ancha desembocadura 5764 vapo-
res y 569 buques de vela, que representan el paso de entrada y
salida de i2,óóó buques. En ningún puerto de España hay
igual ni aproximado movimiento, tanto más notable cuanto está
limitado á un solo artículo de exportación, el mineral de hierro,
del que se extraen cerca de cuatro millones de toneladas alano.
No presentan menos bellezas el interior de la provincia, sus
altas montañas pobladas de arboleda y sus poblados valles, en
los que hay vegas tan vistosas como la de Orduña, de Amora-
vieta, de Durango, de Elorrio, de Guernica, de Asua, Baracaldo
y otras aunque menores, no menos fértiles, con muy esmerado
cultivo, debido más que á la bondad del terreno al constante y
penoso trabajo de sus cultivadores (i). Así cosechan cereales
y toda clase de legumbres, hortalizas y frutas ; hacen excelente
chacolí, que aún podría ser mejor en algunos puntos apresuran-
do menos la vendimia y empleando mayor esmero en la elección
de la uva (2),
(i) úsase en \'izcaya, para removerla tierra, de la laya, instrumento semejante
á un tenedor con dos puntas de hierro, como de media vara de largas, separadas
paralelamente como medio pié, unidas por las cabezas con una barretilla, a un ex-
tremo de la cual y perpendicular está el mango de madera. Juntándose dos ó más
labradores (incluso las mujeres, que trabajan tanto como los hombres, pues uno
solo hace poca y mala labor; toma cada uno dos layas en las manos : puestos en
fila los clavan, y subiéndose después en las barretillas, unidas por la parte opues-
ta á los mangos, mueven luego los dos instrumentos atrás y adelante, todos á
una, y arrancan un gran terrón que echan delante volviéndole lo de abajo arriba,
y así siguen por todo el largo de la heredad, llamándose á esto layar. Por la zanji-
ta que dejan formada, va un trabajador cortando las raíces de algunas yerbas; des-
pués quebranta los terrones con azada, y los fríos de invierno los acaban de des-
moronar. En la primavera pasan por la heredad un rastro de puntas tirado por
bueyes para destrozar más los terrones ; después otro cuyos dientes rematan en
unas paletas de figura de corazón para revolverlos, y si aún quedan terrones suel-
tos, los desmenuzan con un mazo de madera. Tales son los trabajos que ejecutan
para preparar las tierras, cuyas cosechas se suceden unas á otras; donde se ha
recogido el trigo ó cebada, se siembra nabo al que sustituye el maíz; á éste los ce-
reales y así sucesivamente, además de la remolacha, alubias, etc., interpolándose
con otras legumbres.
(2) ((Para sardinas, Bcrmeo,
para guindas, Baracaldo (a),
para chacolí, Santurce,
y para naranjas, Baquio.»
{a) Y Bii5turia.
VIZCAYA
mi
Ocupado constantemente el aldeano y repartida como está
la propiedad, además de no experimentar onerosos tributos, es
general el bienestar; lo cual, y la poca desigualdad délas fortu-
nas, hacen que reinen las virtudes públicas, que allí no escasean,
y que faltan donde la ociosidad y la holgazanería no pueden
proporcionar ciertas comodidades que con el trabajo se adquie-
P o R T f r, A L E T E
ren. Así son honrados, corteses y participan de todas las cuali-
dades que hemos atribuido á los vascongados ; diferenciándose
entre sí en que los alaveses son serios, los guipuzcoanos graves
y los vizcaínos alegres. Son dóciles bien conducidos; pero, cuan-
do se les contraría, duros, inflexibles y tercos. Respetuosos para
con sus superiores, con autoridad el padre en la familia, reinan
en el seno de ella las virtudes y el cariño ; y como en la familia
se refleja la sociedad, es altamente honrada la vizcaína.
En Vizcaya se canta:
<sUna heredad en un bosque
y una casa en la heredad,
y en la casa pan y amor,
iJesiís, qué felicidad! 56
442 VIZCAYA
II '
K
Signifique la etimología de la palabra Vizcaya tierra mou
tilosa, altura^ 7nontafias elevadas, costa espumosa^ etc., es lo
cierto, que 1^ historia de esta importante región de España es
completamente desconocida en lo que se refiere á época anterior
áJ* dominación romana en España, y aun aquel período es tan
oscuro qué, además de no ser nombrada Vizcaya por ningún
escritor anterior á D. Alfonso el Magno, siglo ix, las noticias
que pudieran referirse á aquel país son contradictorias é incier-
tas. Así que, con escasa diferencia, es aplicable á Vizcaya lo
que respecto á antiguos tiempos hemos atribuido á Álava y
Guipúzcoa ; pudiéndose hacer una excepción, y es, que si en esas
dos provincias se han hallado vestigios de dominación romana,
no puede afirmarse lo mismo de Vizcaya, salvo algún pueblo de
la costa.
Careciendo Vizcaya de historia escrita y publicada (i), aun-
que no faltan algunos cronicones manuscritos, son estos por lo
general tan deficientes, y admiten tantas consejas y fábulas, que
en vez de servir de guía, confunden. El primer cronista conocido
es Lope García de Salazar, que escribió una crónica de Vizcaya
impresa sin lugar ni año de impresión, en el reinado de D. Car-
los I. Varaona, cronista y rey de armas del mismo emperador,
publicó esta obra tomándola de un cuaderno escrito en el año
de 1454, que existía en el monasterio de Oña; mas como no se
propuso otro objeto al escribirla que el de informar á sus suce-
( I ) Escrito esto se han pufelicado en ^Barcelona La Historia General de Vizcaya,
por D. Juan Ramón de Iturriza y Zabala, m. s. de 178$, precedida de un prólogo
del P. Fita, y el Señorío dcí-j(i~caya^'por D. Arístides Artiñano. En Biliíao se está
aún publicando una repYÓ'íl acción de la primera con abundantes comentarios y
consideraciones.
lili ''''l^\
V.
. I
\ 1
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— ^^yae*-
^Xt^'j^"
GUIPÚZCOA. — Campesino de xas cieroanias de S. Sebastián
VIZCAYA 443
sores en las casas de San Martín y Muñatones, de los príncipes
de Vizcaya, señores que la dominaron, su sucesión y memorias,
y en fin de los linajes de Haro, Lara, Castro, Ayala, Salazar,
Avendaño, Butrón, Mujica y los demás del país con quienes es-
taban enlazados los Salazares, proponíase sólo celebrar su es-
clarecido linaje y manifestar las muchas é ilustres casas con que
estaba conexionado. Algo añadió Varaona, que no han sido muy
escrupulosos los reyes de armas en tales cosas, cuando podían
hallar pretexto para añadir algún cuartel ó signo á las armas
de una familia (i). Hemos hojeado el manuscrito de esta cróni-
ca, escrita á lo que parece en Febrero de 1454, cuyo título pri-
mero lleva por epígrafe < de dónde y cómo fué poblada primero
y señoreada Vizcaya , » y empieza con la misma conseja de que
se han ocupado otros, ó sea de la venida ó más bien traída á
Mundaca de la famosa infanta escocesa, cuya doncellita fué
madre de Jaun Zuria. Iturriza cuenta este mismo suceso con
algunos más detalles diciendo que Lope Chope Ortiz, codicioso
de honra y ascensos, en vida de su padre, navegó á tratar cier-
tas amistades y paces á Irlanda y Escocia, entendiendo los is-
leños la parentela que con los vizcaínos tenían por haber sido
pobladores de aquellas tierras (2). Bien recibidos, trabó amistad
Lope con la hermana del rey de Escocia, la cual tenía derecho
al reino, y para conferírsele parece que conspiraban sus parcia
les, originando turbulencias, que terminó Lope para tener pro-
picio al rey y á los suyos para los asuntos de Vizcaya. Impidió
la rebelión, y al marcharse, ó más bien fugarse de noche, llevóse
á la escocesa, con la que desembarcó en Mundaca, donde tu-
vieron un hijo, que se llamó Lope Fortún y por sobrenombre
Jaun Zuria, por ser blanco y rubio; y añádese que fué el que
venció á las fuerzas de Ordoño en Arrigorriaga, ó Padura, per-
(1) D. Nicolás Antonio atribuyó á Salazar en vez de la Crónica de Vizcaya, la
Crónica de los condes de Vizcaya, que podía llamarse asi también.
(2) Otros atribuyen su descubrimiento y población á guipuzcoanos, con la
misma falta de pruebas que se atribuye á los vizcaínos.
q44 VIZCAYA
siguiéndolas hasta el árbol Malato, escapándose por la peña de
Orduña. De aquí el que se eligiera al capitán Lope señor de
Vizcaya. Podemos decir con el venerable Prudencio Sandoval:
« donde avia tanto valor, también avria gente ilustre, de quien
se pueden preciar mucho venir los que ahora son, sin yrlos á
buscar á Escocia, ni otras partes, como dicen algunas historias
que vinieron los Señores de Vizcaya (i).»
Ocúpase después la crónica de García de Salazar de la in-
cestuosa pasión de la condesa de Vizcaya, mujer de D. Munio,
que estando éste prisionero de los moros, llamó al hijo de aquél,
al que propuso, la madrastra partir con él, tálamo y poder, lo
cual rechazado, convirtió á aquella en nueva mujer de Putifar,
acusando al inocente que huyó; y al volver el padre rescatado,
acusó la infiel al virtuoso joven su hijastro; desafióle su padre;
puso el hijo por condición, después de negarse, que su padre
lidiase con cota y lanza acerada y él sin cota ni hierro en la
lanza, y á pesar de esto, murió el padre en la pelea.
Seguramente que ni esta es la historia de Vizcaya ni estos
son sus principios.
(i) Añade después el ilustre historiador de Alfonso VII: «El nombre de Eu-
don, que es lo mismo que Eudo, dice claramente ser estos señores de los antiquí-
simos españoles, y primeros pobladores de la tierra : porque así como aora usamos
ponerlos nombres de los Santos, usaban en aquella primera edad poner á la gente
mas noble el nombre del Dios mas señalado que tenia y en nuestra España huvo un
Dios celebradísimo, llamado Endo, cuya memoria se ha hallado en Villaviciosa,
que está en unas piedras que están en el portal de San Agustín, las cuales se tra-
xeron de Aramenea que es un sitio allí cerca, donde se hallan señales de gran
población, que debió ser la de Herminiu, y en estas piedras hay inscripciones que
dicen: Endo Volteo Deo prxjtantifsimi prcefentijsimi numinis. W. S. L. .M. esto es,
Voitun Soluit libens mérito, y Tulio, lib. de natura Deorum, dice : Aniiqíii Déos Eii-
dos, olios vocabant; y así en llamarse los señores de Vizcaya, Etidos ó Eudos, que
todo es uno, se vee que ni eran Godos, ni Bretones, ni Escoceses sino Españoles
de los que primero poblaron : y deste nació Don Adar, en tiempo de Don Fruela
key de Asturias, casado con doña Momerana, hija de este caballero Endo, y del
don Eudon, en tiempo de don Ramiro I, de Eudo Lope Zuria, que quiere decir
Blanco, el cual casó con Dalda, hija de Sancho Estiguez Ortun, Señor de Tavira,
de Durango, de la cual hubo un hijo que se llamó Manso López, que sucedió en lo
de Vizcaya y Tavira. Dicen que don Zuria casó segunda vez con doña Munia, mas
solo nos importa el casamiento de que resultó sucesión». (Descendencia, de los se-
ñores de Vizcaya, apellido de Haro y origen de ¡os de Mendoza.)
VIZCAYA ^45
El mismo cronista escribió las Bienandanzas y fortunas^
recientemente impresas, y las Guerras de Vizcaya, que abun-
dante asunto daban los linajes y bandos, como veremos oportu-
namente.
Tanto llamaron la atención las casas ilustres de Vizcaya,
que son muchos los escritores que á reseñarlas y sus hechos se
dedicaron, de todas las cuales se ocuparon Sandoval, Iturriza y
Llórente; éste en sus Noticias históricas de las Provincias Vas-
congadas, el obispo en su Descendencia de los Sefiores de Vizcaya^
é Iturriza en su Historia general de Vizcaya , la más acreditada,
aunque no se distingue por muy severa y detenida crítica al na-
rrar ciertos hechos que pasarían en su tiempo como moneda
corriente y hoy son considerados con justicia en el número de
las fábulas. Algunas refiere como consignadas en crónicas anti-
guas, que se desconocen, y si de ellas han tenido conocimiento
los escritores modernos que de aquel país se han ocupado, no
las han dado crédito cuando para nada las han tenido en cuen-
ta; y se trataba de sucesos tan notables como la reproducción
de las plagas de Egipto, pero aumentadas; porque si aquellas
fueron 7, en Vizcaya dice que hubo 12 en el primer tercio del
siglo VI (i).
Como estas plagas debieron destruir el país, añade Iturriza
que, con la gran bonanza de los años sucesivos, se recuperó lo
perdido.
(1} Consistió la primera en manar sangre los pozos, fuentes, manantiales y
arroyos, careciéndose un mes de agua limpia, lo cual causó la muerte de muchas
personas; la segunda fue de multitud de sapos y ranas que emponzoñaban á las
gentes ; la tercera de mosquitos, avispas, etc., muriendo las personas ó animales
á quienes picaban; la cuarta fué de cantáridas, moscones grandes, etc., de ponzo-
ñosa picadura ; la quinta, de ratones y lirones venenosos ; la sexta, de vejigas que
se formaban en las manos, pies y boca, convirtiéndose al reventar en mortíferas
llagas; la séptima, una constante lluvia de agua y granizo por espacio de diez días
y noches, cuya lluvia corrompió frutos y aguas: la octava, de langostas; la novena,
una oscura tiniebla ; la décima, de zorras y lobos rabiosos ; la undécima, de hor-
migas ponzoñosas que volaban; y la última, de haber salido la mar de madre inun-
dando mas de cuarenta estados, dejando en tierra al retirarse gran cantidad de
pescados, desbordándose asimismo los ríos, que destruyeron muchos pueblos.
44^) VIZCAYA
No nos hemos propuesto escribir la historia de Vizcaya, que
atrevimiento fuera en nosotros, y encomendada como está á
mejor pluma; pero hiciéranos desistir de nuestro propósito la
escasez ó falta de datos, no ya de remotos siglos sino aun de
los ocho ó nueve primeros del cristianismo; así que, si como se
ha dicho, los pueblos sin historia son felices, por tales ha
de tenerse no sólo á los vizcaínos, sino á los guipuzcoanos y
aun á los alaveses durante muchos siglos. Nos ocuparemos sólo
de algunos hechos que den á conocer el país y puedan servir de
guía al lector que le recorra, admitiendo los más verosímiles.
Lo son indudablemente y exactas las más de las narraciones de
Iturriza y sus aseveraciones; al admitir las afirmaciones de otros
escritores confirmando la veracidad de sus documentos, no hay
motivo para dejar de darles el mismo crédito, mientras no se
destruya aquella veracidad. Porque no hayan llegado hasta nos-
otros los documentos escritos en vascuence que aquel escritor,
y otros antes que él, citan haber visto, no podemos en buena
ley negar su autenticidad, teniendo solamente el derecho de la-
mentar su desconocimiento por la utilidad que su examen hu-
biera reportado en nuestros días. Sin embargo, el asunto á que
se refieren abona su autenticidad : se trata de hechos que llenan
verdaderamente la historia de aquella tierra; aun cuando no
se consideraban tan antiguas las luchas de linajes, aquellas
enemistades en Vizcaya, hay que creer en ellas en vista de los
documentos escritos en vascuence, de que se valió Iturriza (i),
su fecha 19 de Junio del año del Señor de 564, haciendo constar
que en dicho día se congregaron en el Palacio de Andramendi
Gonzalo González, López y Ochoa, sus hijos y otros muchos
escuderos para hacer las amistades entre Aramac, Obeilos y
( I ) El Dr. Fernández Cachopín— á quien cita iñiguez de Ibarguen en la Crónica
General de España, cuaderno 6 5 — dice haber visto algunos instrumentos y pape-
les auténticos de mucha fe. escritos en vascuence y en latín correcto y natural,
en cueros de animales y en hojas y cortezas de árboles adobadas, con letra le-
gible.
VIZCAYA 447
Ranicio: «se besaron, abrazaron é hiciéronse amigos en gracia
de todos los presentes para siempre jamás, y de no quebrantar
esta amistad, paz y treguas echas sopeña de malos hombres
traidores, y como tales serán desterrados á voluntad de su Ca-
pitán y cabeza. >
No por esto dejaron de reproducirse más adelante las lu-
chas domésticas ; pues en otro documento en vascuence, de la
misma procedencia ( i ), se dice : « estando presentes en pie Ochoa
González cabeza de todos los de su linage, y después de él muy
cercanos sus queridos hermanos Sancho, Juan y Gonzalo, con
mucha gente escudera con larga lanza en puño : estando todos
ellos juntos en su Junta general se les vino Iñigo Pagoeta Tan-
tai, con su lanza y dardos nuevos, y les dijo que sus armas viejas
habia roto y quebrado delante de su pariente major el de Ibar-
guren por el gran pesar que le habia causado, y que dejándo-
le queria agregarse á Ochoa González, mientras que le diese
satisfacción bolviendole lo que suio ; y con esto todos los pre-
sentes le recivieron por suio ; y Iñigo de Pagoeta Tantai con
placer y contento de todo ello le dijo en reconocimiento asu
nuebo pariente maior, Ochoa González, agur, agur.»
También admite Iturriza, siguiendo á Rodrigo Martínez Sil-
va, que en el tercer concilio toledano celebrado en 589, abju-
raron sus errores los vizcaínos, y por la fama de las virtudes
del católico rey Flavio Suintila, se le encomendaron con sus fue-
ros, franquezas y libertades, que hasta entonces se habían go-
bernado independientes, según Paulo Emilio. De la celebración
de aquel concilio al comienzo del reinado de Suintila (621),
transcurrieron 32 años; y es opinión generalmente admitida que
hasta el siglo vii no imperó el cristianismo en el país vasconga-
do. A este mismo siglo, y al rey Ervigio atribuye el principio de
las merindades fundándose algunas en Vizcaya. Los elegidos
( I ) En el robledal que está en la delantera del palacio de Andramendi é igle-
sia, á 25 de Julio, año 738 del nacimiento de Cristo.
44^ VIZCAYA
por los más ancianos y sabios so el árbol de Guernica en junta
que en vascuence se llama Bahizarra (ayuntamiento de ancia-
nos), deliberaban y acordaban lo más conveniente á la merin-
dad y al señorío. El presidente era elegido por toda su vida y
los merinos por tres ó cuatro años. Residía cada uno en su me-
rindad para administrar justicia en los pueblos de su jurisdicción,
y atender á la defensa déla patria, por cuya causa tenía Vizcaya
en campo rojo cinco torres de plata y en cada una un hombre
tañendo una bocina, significando llamar á junta de ancianos
(Batuzarra). Las cinco torres demostraban las cinco merinda-
des. Los merinos avisaban además á los parientes mayores para
que acudiesen á junta á Busturia, Idoibalzaga y árbol de Guer-
nica, donde estaba el sexto electo que era merino mayor, pre-
sidente y gobernador de la tierra, el cual proponía lo que se
había de hacer, y cuando las guerras, distribuía la fuerza á
donde más necesaria era.
Si los primitivos ó antiguos vizcaínos vivían en pequeñas ba-
rracas de madera cubiertas de césped y heno, y en chozas, y
estaba además muy esparramada la población, era motivo bas-
tante para no excitar la codicia de extraños invasores ; pues los
extranjeros buscaban más grandes focos de población y tierras
fértiles para su comercio ; sin que tales circunstancias la exi-
mieran de acometidas de piratas y corsarios, que hacían fre-
cuentes desembarcos para saciar su rapacidad y malos instintos.
Efectuada una de estas algaradas por asturianos, penetraron en
Vizcaya por la parte de Baquio cometiendo tantos desafueros,
que cargaron sobre ellos los vizcaínos y los derrotaron, que-
dando como eterno recuerdo el dicho de: guárdate del cazo de
Baqtiio. También en la playa de Arbiluaga desembarcaron in-
gleses, con los que trabaron gran combate los pocos vizcaínos
que fueron contra ellos, obligándoles á reembarcarse, con tan
mala suerte que una tormenta les sumergió en el mar.
De otros desembarcos y remotos hechos hablan tradiciones,
transmitidas, según es fama, de unos á otros en sencillos versos;
VIZCAYA 449
que en Vizcaya como en Guipúzcoa, no han faltado inspirados
versolaris^ poseyendo más imaginación que conocimientos histó-
ricos.
Cuenta el comendador Hernando de Zarate (i), que hacia el
año de 796 un caudillo moro que residía en Navarra cerca de
los Pirineos, con gran compañía de infieles entró por tierra de
cristianos en Álava, llevando con crueldad la desolación á su
paso; penetró en Vizcaya, se internó hasta Tavira de Durango,
aquí le hicieron frente los vizcaínos, ayudándoles algunos de
Aramayona y Álava que iban en seguimiento de los moros;
trabóse la batalla que duró dos días, peleando de rato en rato,
quedando la victoria por los cristianos; cuyo triunfo se fija el
1 1 de Junio, día de San Bartolomé. Admitiendo este hecho Itu-
rriza, cita los nombres de algunos de los capitanes vizcaínos.
No podrá deducirse por lo referido que los moros domina-
ron en Vizcaya ; pues si pisaron aquella pequeña parte de su
territorio, escarmentados quedaron. Pudieron efectuar algunas
otras algaradas de esta naturaleza, pero sin importancia ; aun-
que sí la tendría, á nuestro juicio, la que se supone librada á fin
del siglo IX en Eure-Caona, en cuyo sitio se unieron gamboinos
y oñacinos y juntos pelearon con los moros y los vencieron (2).
No se hallan en el mismo caso que los musulmanes los ro-
manos. Aun prescindiendo de las fundaciones atribuidas á Ves-
pasiano, y del origen romano de algún puerto de la costa, en
Forua se han encontrado monedas de plata de Tiberio César y
en la anteiglesia de Morga, aparecieron (1770) en las excava-
ciones de una obra, varias piedras con inscripciones romanas.
No demuestra esto, seguramente, que dominaran aquellos en
Vizcaya, ni lo creeríamos nosotros á no ver pruebas muy evi-
dentes ; mas no parece muy improbable que residieran en pue-
blos de la costa como Bermeo, desde donde era fácil algún
(i) Antigüedad y \'obleza de Vizcaya.
(2) Iturriza. .M. s.
57
450 VIZCAYA
avance hasta Forua, si bien era algo más atrevido llegar hasta
Morga, y hasta Izurza, donde refieren las más antiguas crónicas
que la célebre torre de Echaburu se fundó en tiempo del empe-
rador Antonino Pío, y se demolió en los de Ataúlfo (i).
Algunas otras citas podríamos hacer ; pero no tenemos em-
peño en estas disquisiciones. Consignaremos sin embargo que
el arcediano de Valencia D. Francisco Pérez Bayer, hizo un ex-
celente trabajo del que dio conocimiento la Gaceta de Madrid
en el siglo pasado, participando el hallazgo en 1777, de varias
monedas antiguas de plata, del tamaño de las de media peseta,
al cavar cajigos en el monte Lejarza propiedad de la casa de
Zugasti, jurisdicción de Larrabezua, cuyas monedas con otras
alhajas también de plata, se remitieron á Madrid para averiguar
( t) Iturriza dice, « que fué por los enemigos derribadaá causa de las continuas
guerras de aquel tiempo.» Todo puede ser verdad, porque fué reparada muy de
antiguo y la destruyó la hermandad por mandado de Enrique IV. Volvió á ser re-
edificada á principios del siglo xvi, para ser totalmente abandonada después.
El mismo Iturriza le da origen romano. Admitiendo lo referido por el licencia-
do Gaspar de Peña y Galdocho respecto al valeroso Juan de Echaburu (señor ca-
beza de casas) muerto en el cerco de Navarra, yendo en ayuda del rey Gesalico,
que le dejó abandonado, cuando vislumbraba la victoria; sucedióle D. Juan de
Aguirre y Guevara, como descendiente legítimo de la antigua y noble casa sola-
riega y cabeza de bando armero de Echaburu, que radicaba en la iglesia de San
Nicolás de Izurza de la vecindad de Durango, «que está plantada al pié de la gran
sierra de Urquiola de la cual armas y blasón dicen que en el principio de su fun-
dación fué un castillo inexpugnable y fuerte fabricado sobre una gran roca y de-
bajo de él iba una grande y larga cueva hecha con industria por donde podían
caminar gentes á caballo y de á pié á una parte donde había dos grandes boque-
rones, y que cuando se hacía esta cava repentinamente salió de una morada un
puerco espino monstruoso.» Continúa relatando lo que más parece cuento fantás-
tico que historia y añade :
« Este castillo de Echaburu se echaba de ver haber sido fabricado en tiempo de
los romanos por haberse encontrado allí én la antigüedad lanzas, escudos, dardos,
ballestas, armatistes con poleas en lugar de gafas, y ser costumbres en aquellos
tiempos fundar fortalezas en altos y por debajo cuevas para entrar y salir, para ofen-
der á los enemigos y salir cuando se veían apurados, y hasta el día de hoy le duran
sus vestigios y se han hallado en las cuevas huesos y calaveras de hombres fina-
dos. Después de su destrucción se reedificó por su dueño y duró hasta el tiempo
del rey D. Enrique II y porque se refugiaban los malhechores mandó incendiar y
arrasar por el suelo. Y últimamente volvió á reedificar Sancho López de Ibargüen
de Durango que fué allá en casamiento con D.° Estibaliz de Echaburu. por lo cual
quieren decir algunos escritores que de la casa de Ibargüen de Durango se fundó
y pobló la dicha Torre de Echaburu. siendo en esta parte la verdad en contrario,
pasando el cuento de la manera que tengo notado.»
VIZCAYA 451
SU procedencia descifrando sus inscripciones, lo cual no se con-
siguió por completo, prevaleciendo únicamente la opinión de que
eran monedas samaritanas, que importarían fenicios ó griegos.
Si parece evidente que no faltaban bríos á los vizcaínos para
que se dejaran dominar por extraños, y que avezados á cons-
tante guerra entre sí, no podía arredrarles el pdear , antes al
contrario, estaban connaturalizados con la lucha, debía serles
grato el tañer de las bocinas bélicas, ya fueran acaudillados por
los jefes de casas ó linajes, ya por los valerosos Lope Fortún y
Sancho Estiguiz, señor del Duranguesado, que se había segre-
gado del señorío, formando un condado hereditario, reincorpo-
rado por entonces al Estado de que se había desprendido.
Era la merindad de Durango una de las cinco en que se ha-
llaba dividido el condado de Vizcaya, del que se separó hacia el
año de 756, en el que Aznar, hijo de Andeca, á su muerte dejó
á sus dos hijos Eudón y Aznar, al primero el señorío de Vizcaya, y
al segundo la Merindad de Durango, que por sucesión pasó con el
tiempo á Sancho Estiguiz (i), y casada su hija Dalda con Lope
Zuria volvió á reunirse Durango con Vizcaya á los 1 14 años de
haberse separado. Al principio de su separación formó condado
aparte bajo la protección de los reyes de Navarra, que dieron
fueros y privilegios á sus labradores. Experimentando el conda-
do no pocas vicisitudes, agradecido el rey D. Alfonso III á los
eminentes servicios de D. Diego López de Haro, en las guerras
que aquél tuvo con Navarra cedióle el protectorado que en el
Duranguesado ejercía. Denominábase antes Villanueva de Ta-
vira, cuyo nombre se lee aún en el escudo de sus armas (2).
(i) Estiguiz fue mal mirado de sus vasallos por las censuras eclesiásticas en
que incurrió á causa de haber sepultado á su mujer D." Tido en la iglesia de San
Pedro de Tavira, contraviniendo á la costumbre de aquel tiempo que sólo permi-
tía se enterrase dentro de los templos á los prelados y sacerdotes de notoria san-
tidad y virtud. Por esto se consideró como sacrilega profanación aquel enterra-
miento, inspirado por el profundo amor que Estiguiz profesaba á su mujer, muerta
al dar á luz una niña que recibió el nombre de Dalda. — Trueba.
(2) Lo son un castillo, un río y dos lobos andantes, ostentando en una orla
este lema : Durango noble y leal á la corona real.
Tavira era la antigua población, cuya torre pertenece á antiquísimo linaje.
CAPITULO II
Señores de Vizcaya
J
'iGURA ya por este tiempo
^como primer señor de Viz-
^¡ caya Lope Fortún , ó sea Jaun
Zuria, hijo de Fruiz López, caba-
llero de Busturia. Casó con Doña
Dalda, hija de Estiguiz, señor del
Duranguesado, y asistió en 905
con las huestes castellanas á la
toma de Lara.
Al anterior sucedió como se-
gundo señor, su hijo Munio ó
Manso López, que casó en segun-
das nupcias con D.^ Belazquita
hija de D. Sancho Carees, rey de Navarra (i). El hijo de D. Mu-
(i) Á esta señora se refiere lo que en la página 444 manifestamos de la mujer
de D. Munio y madrastra de D. Iñigo.
454 VIZCAYA
nio, D. Iñigo López, conocido por Ezquerra^ esto es, zurdo,
fué el tercer señor, muy amado de los vizcaínos, por su valor y
virtudes; sucedióle su hijo D. Lope Iñiguez, llamado por unos
D. Lope Díaz, y por otros D. Lope Núñez, de sobrenombre el
Lindo^ casó con D.^ Elvira Bermúdez, nieta de Laín Calvo, juez
de Castilla ; y por los servicios que este cuarto señor prestó al
conde Fernán González y al rey de Navarra en sus guerras con-
tra los moros, obtuvo de ellos grandes honores, que en mucho
tuvieron la ayuda vizcaína.
Sucedióle en el señorío su hijo mayor D. Lope Iñiguez, que
murió á poco de un saetazo cuando al volver de pelear con los
moros trató de apaciguar un motín que produjeron sus soldados
en Subijana (Álava). La corta edad de sus hijos Iñigo y García,
en aquellos tiempos en los que más que minorías se necesitaban
señores de fuerte brazo para empuñar la lanza, hizo se procla-
mara sexto señor á D. Iñigo López de Ezquerra, hermano del
muerto, dándose á los dos niños los valles de Orozco y de
Llodio.
Todos los anteriores detalles parecen demasiados para te-
nerlos por fabulosos, como algunos han pretendido; y aun
cuando no sea exactamente riguroso el orden de sucesión, las
fechas del desempeño de sus cargos, ó de su fallecimiento y has-
ta los hechos en que parece intervinieron, su existencia como
personajes en Vizcaya está en algunos comprobada con docu-
mentos. Hay más; independiente ó sujeta á otros reyes aquella
parte de la península, no podía menos de tener algún jefe que
gobernara inmediatamente en ella. Era ya conocida también co-
mo señorío, y no siéndolo de realengo, lo era de condado ó de
persona conspicua. Podrá cuestionarse la soberanía de Zuria;
podrá confundirse á Zenón con Eilón que gobernaba en Álava,
y aun considerar á esta provincia como Vizcaya, por lo general
que ha sido llamar vizcaínos á todos los vascongados; pero si
Álava tenía su gobierno de una ú otra manera ó nombre, si lo
tenía igualmente Guipúzcoa, no puede negarse lógicamente que
VIZCAYA .}55
lo tuviera Vizcaya, de tanta ó mayor importancia que las ante-
riores.
No será una razón que aune la independencia del país el
ejercicio de la soberanía por los señores de Vizcaya, el que con-
gregaran á sus pueblos, el que los reyes trataran muchas veces
con aquellos de igual á igual, para formar pactos y alianzas,
porque esto sucedía con otros señoríos, en los que regía el de-
recho de behetría, sin que unos ni otros se consideraran como
soberanos absolutos, independientes de la monarquía; pero no
puede perderse de vista el estado especial de Vizcaya, ya en
tiempo de los romanos, ya en el de los moros, para no conside-
rarla en iguales circunstancias y situación que las demás pro-
vincias de España. Así que, en nuestro concepto, no tiene rela-
ción con el país vascongado, el derecho público constitucional
que los reyes tuvieran sobre los ricos hombres y principales
personas del reino, los derechos y prerrogativas que estos goza-
ran cerca del trono y sobre sus vasallos, porque en casi toda la
dominación goda en España más se puede asegurar la indepen-
dencia vascongada que su sumisión á aquellos reyes, oque estos
ejercieran el pleno dominio como en lo demás del territorio su-
jeto á la monarquía.
Si los reyes godos se vieron precisados á compartir su po-
der con los grandes, estableciendo á veces más bien una aristo-
cracia que una monarquía , sin ser fija ni estable la sucesión
hereditaria en el trono, y precisados los monarcas á contempo-
rizar con los valientes y osados caudillos que les ayudaban á
sostenerse y á ensanchar sus dominios, concertando con aquellos
magnates las más importantes resoluciones de la paz y de la
guerra, ¿se hallaban los reyes en el caso de imponerse á pue-
blos que habían permanecido independientes, ó aislados, si se
quiere, contra los que era difícil la guerra por la misma natura-
leza del terreno que ocupaban, y que de tanta utilidad eran como
auxiliares?
Podría prevalerse Vizcaya de la debilidad de la monarquía
456 VIZCAYA
para afirmar su autonomía ó extender sus franquicias y privile-
gios ; pero sobre que esto lo hacían los demás pueblos, no se
hallaban estos sin embargo con precedentes autonómicos tan
antiguos como los vascongados, ni por su situación ni por su
idioma podían comparárseles, aun prescindiendo de la mayor ó
menor riqueza del suelo.
Afectando poco á los sucesos generales del reino lo que
aconteciera en Vizcaya, alejada de las fronteras en las que esta-
ba la vida de la nación, por la constante guerra sostenida con
el mahometano, y careciendo aquel país por aquellos tiempos de
cronistas propios, no es extraño prescindiera de él la historia.
En la misma Vizcaya harto había que hacer por la enconada lu-
cha de los linajes. Así que, no creemos aventurado afirmar que
hubo condes ó señores, ó gobernadores ó jefes de Vizcaya, el
nombre no importa, que ejercieron omnímoda autoridad en ella
antes que D. Iñigo López Ezquerra, el hermano de Sancho
López.
Aquel señor casó con D.^ Toda Ortiz ; ejerció importantes
cargos en Castilla y Navarra; y dejó fama de valiente, discreto
y piadoso : se titulaba Conde por la gracia de Dios. D. Lope
Iñiguez, del mismo nombre que el designado como cuarto señor,
y nombrado por algunos igualmente que aquel D. Lope Díaz,
causa de no pocas confusiones y dudas, sucedió á su padre, ca-
só con la castellana D,^ Tido Díaz, sirvió á D. Alfonso VI, se
tituló en muchas escrituras de Castilla, señor de Álava y Gui-
púzcoa, y á su muerte le heredó su hijo D. Diego López I, de-
nominado el Blanco^ constando tener por el rey de Castilla los
gobiernos de Nájera, Grañón y Buradón, y ser poblador de Haro
ó de su castillo por lo que tomó aquel apellido. Su hijo D. Lope
Díaz de Haro le sucedió en el señorío, siguiendo alternativa-
mente á los reyes de Castilla y de Navarra, y contra ésta cuan-
do su rey D. Sancho el Sabio atacó en 1 1 60 á Vizcaya por el
de Haro valerosamente defendida. Fué conde de Nájera, como
firma varios instrumentos, sin que figure en ninguno como de
VIZCAYA ^S7
Vizcaya. Asistiendo voluntariamente con gentes propias al cer-
co de Zurita, la ganó, y queriendo darle el rey en premio el se-
ñorío de Nájera , no le quiso recibir porque hallándose el mo-
narca en necesidad no creía justo tomar de él cosa alguna (i).
Si celebridad adquirió Lope Díaz, mayor fué la de su primo
D. Diego López de Haro II, el Bueno^ quien tuvo por el rey
de Navarra el gobierno de Álava y Guipúzcoa hacia los años
de 1181 y 82, según consta en escrituras; siendo de lamentar
no se hiciera constar en ellas la situación de Vizcaya, ó sea de su
señorío, que podría suponerse pertenecía á Navarra, cuando se
daban al conde aquél gobiernos tan importantes como el de
Álava y Guipúzcoa, á cuyos territorios alegaba el rey de Casti-
lla mejores derechos que los que presentaba el navarro. Á poco
se le ve de alferiz regis de D. Alfonso de Castilla y teniendo
por él el gobierno de Haro. Ayudó á este rey á la conquista de
Vitoria, se restituyó al conde el mando que en Álava y Guipúz-
coa ejerciera, y «bajo la dominación de D. Alfonso mandaba Don
Diego en Borobia y Soria hasta el mar de Vizcaya. » Desnatu-
ralizóse del monarca castellano por agravios hechos á su her-
mana D.'^ Urraca, viuda del rey de León y madrastra del que
ocupaba aquel trono. Peleando D. Diego contra él y el de Cas-
tilla, vencido, se refugió en Navarra, siendo de extrañar que no
lo hiciese á Vizcaya, sin duda por contar con la ayuda de este
monarca y del de Aragón, mal avenidos con el castellano. Eje-
cutó Diego algunas algaradas en Castilla, se vio encerrado en
Estella por el castellano y leonés ; pero concertados éstos con
el aragonés y el navarro, vióse solo D. Diego y despechado se
pasó á los moros de Valencia. En un encuentro de éstos con los
aragoneses, muerto el caballo del rey hubiera éste caído prisio-
(1) En su sepultura en Santa María de Nájera se puso esta inscripción: «Aquí
yace el conde D. Lope de Haro el de Nájera, de noble generación, de noble sabi-
duría, gran señor, hombre de mucha virtud. Vivió muchos años, fue generoso, de
ilustres abuelos : venció todo su linaje por nobleza y buenas costumbres. Fué su
muerte triste caida en el Obispado de Sigüenza, do la luz murió y el duelo nació,
y la virtud fué cubierta. Este tan amado ha fallecido y su honra está aquí.»
58
458 VIZCAYA
ñero si D, Diego que por aquella parte peleaba, no acudiera
apresuradamente, y dándole su caballo le salvara. Si pudo dis-
gustar esta generosa acción á los musulmanes, le reconcilió con
los cristianos, á cuya gracia y amistad volvió, contribuyendo
después con la gente vascongada al señalado triunfo de las Na-
vas de Tolosa, formando la vanguardia del ejército cristiano.
Se ha dicho que se confirió á D. Diego la distribución del
botín, que fué riquísimo ; y al ver el rey lo espléndido que fué
con todos sin reservar nada para sí, dijo: «Y para vos, ¿qué
guardáis .f*
— Señor, le contestó, para mí guardo la parte de honra que
me corresponde en esta gloriosa empresa.»
Otros dicen que á la anterior pregunta respondió no querer
otra cosa sino que se volviese al monasterio de Nájera la villa
del Puerto, que dada por reyes anteriores no la poseía á la
sazón. Natural respuesta de la gran devoción de D. Diego, que
tanto distinguió á aquella iglesia y á la de Toledo, pues además
de las donaciones que á la metropolitana hizo, colocó allí las
banderas ganadas en aquella memorable batalla. El cabildo
agradecido colocó en el coro de la catedral su estatua, de rodi-
llas, en ademán de orar. En Nájera se honra dignamente su
memoria (1). Es de lamentar que en los archivos de Vizcaya no
se hayan encontrado documentos que demostraran los beneficios
debidos á estos condes, que no podían menos de tener á las
iglesias de este país, sino la misma afición devota, alguna al
menos. En cambio dio fueros y leyes para el gobierno de Viz-
caya.
Heredóle D. Lope Díaz de Haro, cabeza brava ^ y de su bra-
vura necesitó para hacer frente á los Laras, cuyas huestes
llegaron á Vizcaya, valerosamente defendida por aquel insigne
alférez del rey, á quien también defendió contra la tendencia
(i) Hase dicho que este D. Diego agregó los dos lobos á las armas de Vizcaya,
como recuerdo, según unos, de que su padre había batido moneda con el anverso
de los dos lobos, y, según otros, en memoria de su apellido López.
VIZCAYA ^59
opresora y dominante de aquellos señores. Protegió la minoría
de D. Fernando el Santo, y le ayudó en sus belicosas empresas
á sujetar á Baeza y conquistar á Ouesada, Martos, Ubeda y Cór-
doba. Á él debe su fundación la villa de Placencia ó Plencia. Su
hijo D. Diego López de Haro, que le sucedió, se indispuso en
un principio con San Fernando, y se desnaturalizó de Castilla re-
tirándose á Vizcaya (i); mas reconciliado luego, asistió á la con-
quista de Sevilla, en que tanta parte tuvieron los vascongados
como soldados y como marinos: indispuesto después con Don
Alfonso el Sabio, se desnaturalizó de nuevo, pasando al servicio
del rey de Aragón. Bañándose en Bañares de la Rioja, envol-
vióse en una sábana impregnada de alcrebite ó azufre derretido,
y prendida por descuido se quemó y murió el conde. Continuó
sirviendo al de Aragón su hijo D. Lope Díaz de Haro; acompa-
ñó después á D. Alfonso de Castilla en todas sus empresas: por
sus consejos y apoyo ocupó el trono D. Sancho el Bravo, á lo
que se oponían los de la Cerda, uno de los cuales, el infante
D. Fernando, armó caballero á D. Lope y le concedió grandes
(i) «La historia de aquel tiempo no nos instruye del motivo de semejantes
desavenencias : pero la razón es que se alborotó D. Diego, al dar por uno de sus
primeros pasos el de desnaturalizarse de Castilla, la atención que le mereció al
rey santo esta novedad, pues envió contra Vizcaya á su hijo primogénito, y aun él
mismo se acercó en persona á sostenerle; todo hace muy verosímil la conjetura
que ya propuso el erudito D. Miguel de Manuel en una de sus notas á las memo-
rias del P. Burriel para la vida de aquel rey ; es a saber, que D. Diego fué leal has-
ta el monjío de la infanta D.'' Berenguela, y que cayendo el rey enfermo en Bur-
gos, tomó ocasión para tentar la independencia por creer débil el brazo de su so-
berano en tales circunstancias, en que además estaban las mejores tropas de éste
ocupadas en Andalucía. Lope García de Salazar escribe, que habiéndose descom-
puesto D. Diego con los vizcaínos sobre la observancia de sus fueros, y habiéndo-
se juntado en Guernica hasta i 0,000, determinaron expatriarse, buscando tierras
francas donde poblar, y habiéndose llegado hasta Lequeitio, los alcanzó allí Doña
Constanza, mujer del D. Diego, que les prometió se les guardarían dichos fueros:
con lo que se tornaron á sus casas. Pero faltando nuevamente D. Diego á lo pro-
metido, le cercaron en el pueblo de Bilbao, y allí lo tuvieron tres meses, donde
enfermó, por lo cual les otorgó todos sus fueros y libertades.
)).Mas estas noticias de Salazar van tan desnudas de todo apoyo y fundamento,
que nadie puede atreverse a tenerlas por suficientes para inclinarse a su creencia.
Ello es cierto que el carácter ardiente é inquieto de D. Diego era el más á propó-
sito para semejantes aventuras...» (Diccionario Geogrdfico-Hisiórico. por la Real
Academia de la Historia.)
460 VIZCAYA
mercedes á cambio de sus servicios, amenazándole, si del rey y del
infante se apartaba, con perder á Vizcaya y todo cuanto poseían
en los reinos de Castilla y de León. Por cuestión de enlaces y
de carácter se indispuso con el rey D. Sancho; y como esta falta
de armonía originó grandes males en el reino, acordaron rey y
conde verse en Alfaro para concertar su unión. Pidióle el rey
sus fortalezas, so pena de aprisionarle, dejóse llevar D. Lope
de su orgullosa altivez, llegando hasta á echar mano á la espa-
da contra el rey, y fué muerto por los que á su lado estaban.
Ardiendo su hijo D. Diego López de Haro en deseos de
venganza, que no necesitaba estímulos seguramente, pasó á
Aragón, proclamó en Jaca rey de Castilla al libertado infante
D. Alfonso de la Cerda; invadió al saberlo D. Sancho la tierra
de Vizcaya, apoderándose de Orduña y de su castillo, y cuando
se aprestaba su recuperación, falleció D. Diego.
Su tío, del mismo nombre, uno de los pretendientes al seño-
río de Vizcaya, lo obtuvo alegando que el infante D. Juan,
marido de D.^ María Díaz de Haro, su sobrina, á quien corres-
pondía la sucesión, estaba preso y necesitaban los vizcaínos
señor que les defendiese de los invasores, dueños ya de toda
Vizcaya excepto de la torre de Unzueta. No consiguió D. Diego
recobrar su señorío, encomendado por el rey al infante D. En-
rique; pero muerto D. Sancho, con el auxilio del rey de Aragón,
quedó Vizcaya por los vizcaínos y D. Diego de señor con el
consentimiento de D."^ María, que sería su heredera. Débese á
este décimo-quinto señor de Vizcaya la fundación de Bilbao,
previa real aprobación (1300).
Renovada por el infante D. Juan la pretensión de los dere-
chos de su mujer D.^ María al señorío, deseó complacerle Don
Fernando IV, y propuso á D. Diego que quedándose con Viz-
caya, Orduña, Encartaciones y Durango, cediese al infante las
villas de Tordehumos, Iscar y Santa Olalla, y lo que tenía en
Cuéllar y en el reino de Murcia; pero D. Diego mostrando rara
discreción y tacto político, contestó al rey entre otras cosas:
VIZCAYA 461
<Ca cierto sed, que si nos todos somos avenidos, toda la ave-
nencia será sobrevos; lo uno en que no nos sufriremos que haga-
des ninguna cosa de quantas vos hacedes: lo otro en que querre-
mos nos ser señores y poderosos de todos los reynos, é querre-
mos que todos los hechos libren por nos. Y así se tomará toda
esta avenencia en nuestro daño y desapoderamiento.»
Produjéronse después algunas diferencias, en las que siem-
pre se acudía á las armas; y terminadas aquellas, insistió Don
Juan en sus pretensiones contra el señor de Vizcaya; hízose
comparecer á éste en la corte, sometióse el pleito á prelados y
letrados que informaron sobre las omnímodas atribuciones del
rey, considerándole exentó de la jurisdicción de la Iglesia roma-
na, y que podía pronunciar sentencia en que adjudicase á Doña
María, Orduña, Valmaseda, las Encartaciones y Durango, de-
biendo D. Diego entregar Vizcaya á la misma señora que había
probado ser heredera de su hermano D. Diego y de D. Lope
su padre. Aunque se dio en este sentido ejecutoria al infante y
á su mujer, fué á condición de que no usaran de ella hasta que
el rey lo mandase. Pretendió éste reducir á D. Diego á que á
su muerte heredase el señorío D.^ María, y D. Lope, hijo de
D. Diego, Orduña y Valmaseda, además de lo que el monarca
le daría; el infante por su parte propuso se le diesen á él y á
su mujer la provincia de Guipúzcoa y Salvatierra de Álava;
mas D.''^ María manifestó que aunque le diesen diez veces el
valor de Guipúzcoa y cuanto valiese Vizcaya, no dejaría su
derecho. Indispuso tal negativa al infante con su mujer, y pro-
curó amistad con D. Diego, al mismo tiempo que el rey procu-
raba desunir á éste de su yerno D. Juan Núñez: en vez de ave-
nencia se produjeron discordias, desnaturalizóse D. Diego y
aun su hijo D. Lope, á pesar de no haber estado en todo con-
forme con su padre; ocasionáronse mutuos daños; se hizo la
paz por intervención de la reina ; aprovechó el rey esta ocasión
para separar á D. Juan Núñez de su suegro, consiguiéndolo con
dádivas y mercedes, que si quebrantan peñas más quebrantarían
462 VIZCAYA
no sólo el deber filial, sino la gratitud de aquellos nobles^ que
tenían en más la ambición y el interés que los vínculos de la
sangre y de la familia, la palabra dada y el juramento otorgado;
llegó este D. Juan á concertarse con el infante el más constante
y enconado enemigo de D. Diego, quien abandonado por su
ingrato yerno, convino al fin, no muy á su gusto, sino más bien
violentado, en el heredamiento de D.'^ María en la forma ante-
riormente concertada. Juntóse el señorío ; pero habiendo éste
prestado homenaje á D. Lope, no podían ir contra su propio
hecho prestándolo á D.^ María; dio D. Lope su consentimiento
alzando el homenaje que le habían prestado, y recibióse á Doña
María por heredera de D. Diego (1308). Murió éste al año
siguiente en el cerco de Algeciras, con gran pesadumbre del
rey, que tuvo que pactar con los moros la retirada. — Fué sepul-
tado en el convento de San Francisco de Burgos.
A poco de tomar D.^ María posesión del señorío, disputó-
sele su primo D. Lope, reconocido su derecho en documento
real (i), con el cual amparado se presentó en Burgos como tal
señor de Vizcaya, pues por tal le reconoció el rey «é por alcal-
U) En una escritura ó privilegio referido por Garibay, Salazar de Mendoza y
Diccionario déla Academia de la Historia, fechado en Burgos en 29 de Enero, era
de I 349 (año i 3 i i ) se dice : «Y aunque dixeron que por fuero era Vizcaya y todo
lo demás suyo, y se paraban á derecho y mostraban cartas fechas con juramentos
y aprobadas por S. M., en que el infante y D.' María su mujer, en 26 de Junio del
año I 300 se apartaron de toda voz y demanda que tenian á Vizcaya y demás lu-
gares, consintiendo que fuese D. Diego, y los que de él viniesen de la línea dere-
cha, señores herederos de Vizcaya, de la qual y de los otros lugares avia muchos
años que era señor y tenedor en faz y en paz, todavía el rey no lo quiso oír, hasta
que con fuerza y premio y por miedo se rindieron á quitar á los vizcaínos el home-
nage que les avian hecho, y consentir que D." María Díaz en vida de D. Diego tu-
viese gran parte de sus heredamientos de Castilla, Navarra y Aragón, y después
de su vida tuviese á Vizcaya, Durango y las Encartaciones, y para ello la hicieran
homenaje los vizcaínos, en cuyo tiempo declaró D. Diego la violencia que padecía
y la protestó. Y porque el rey habido consejo sobre esto con omes buenos, alcal-
des y foreros de su corte, halló por fuero y por derecho, que todo quitamiento,
homenaje y partimiento hecho por miedo y fuerza, mayormente de rey, es enga-
ñoso y no vale, y que el primer homenaje, juicio y pleito es valedero, debe ser
guardado y no se deshace por otro, por guardar derecho y quitar su alma de peca-
do, de su oficio da por ninguno el alzamiento de homenage que D. Diego y D. Lope
hicieron á los vizcaínos, y la concordia que entre ellos y el infante y D.' María
Diaz se hizo ante él el dicho día de 14 de Noviembre de i 307...»
VIZCAYA 463
de mayor de las alzadas de nuestra corte, así como debe ser
todo señor de Vizcaya.» A su virtud, al ir D. Lope á Burgos,
ocupó la posada llamada de San Juan, destinada para los seño-
res de Vizcaya. Concordias posteriores dejaron sin efecto la
restitución del señorío á D. Lope.
Fué D.'"* María muy amada de los vizcaínos, que la llamaron
\di Buena. K ella debe Lequeitio (1325) la señalara términos
y diera á sus pobladores y moradores el fuero de Logroño, el
mismo que dio cuatro años después á Ondarroa y el título de
villa (i).
En este año de 1327 se retiró al convento de Perales, y la
heredó en vida D. Juan el" Tuerto^ su hijo; aun cuando es du-
doso desempeñara el Señorío. Fué inquieto y bullicioso, sucedió
á su padre en la tutoría de D. Alfonso XI, quien le llamó á Toro
y le hizo asesinar en un banquete, confiscándole todos sus bie-
nes menos el señorío de Vizcaya, por reclamarle su madre Doña
María, ó más bien por venderle al rey D. Alfonso (2) ; que así
se disponía de los pueblos como de rebaños ; y así se suscitaban
discordias y guerras como las que produjo D. Juan Núñez de
Lara en defensa de los derechos de su mujer D.'^ María Díaz
de Haro, como hija de D.'^ María Díaz, Aún era niña cuando
fué asesinado su padre; al saberlo el aya, abandonó á Vizcaya y
se refugió con la niña en Bayona; la casó después con el de Lara,
quien tomó posesión del señorío en nombre de su mujer, y se
(i) En Estella el 28 de Setiembre.
(2) Dice á este propósito la crónica de D. Alfonso XI : « Et porque D. Juan avia
muchas villas ct muchos castiellos ct muchas heredades en muchas partes del
regno, entre tanto que el Rey iba a tomar lo uno enviaba los sus oficiales ct los
de su casa que entrasen et tomasen lo otro en su voz et para él. Et aviendo envia-
do por esto á algunos logares á Garcilaso de la Vega, que era su Merino mayor en
Castiella, este Garcilaso pasó por un monesterio que dicen Perales, que es mones-
terio de .Monjas, et falló y á D.' María Et Garcilaso entróla á ver en aquel mo-
nesterio, como quier que el Rey non ge lo oviese mandado: pero él por servir al
Rey su Señor fabló con ella et traxo con manera porque ella le vendió para el Rey
el señorío de Vizcaya, et fizo la carta dende. Et el Rey envió caballeros de su casa
con las cartas que entregasen, et tomasen el señorío de la tierra. En dende ade-
lante llamóse el Rey grand tiempo en sus cartas Señor de Vizcaya et de .Molina.»
46 I VIZCAYA
declaró en contra de D. Alfonso. Acudió éste á Vizcaya, se le
presentaron en Orduña los de la tierra de Ayala y de las Encar-
taciones, á prestarle homenaje, como señor; fué á Bilbao, donde
permaneció unos días ; siguió á Bermeo, cuyos moradores le
suplicaron no se dañasen sus haciendas, ofreciéndoselo el rey;
recibiéronle por señor otras villas y tierras llanas, le juraron en
Guernica, y dejando defensa en Bermeo cercó el castillo de San
Juan de la Peña, ó de Gaztelugache, casi rodeado por el mar,
sin que al cabo de 30 días de asedio lograse rendirle, como no
pudo rendir ninguna de las fortalezas que estaban por D,^ María.
Considerando larga la empresa y temiendo que en su ausencia
se combinasen en su contra el hijo del infante D. Manuel, Don
Juan Alfonso de Haro y otros, dejó parte de sus huestes para
que se apoderasen de aquella fortaleza y regresó á Burgos.
Cayó después sobre algunos de los pueblos que en Castilla per-
tenecían á D. Juan Núñez, mediaron tratos entre éste y el rey,
y al fin se concertó que éste dejase libre á D. Juan el señorío
de Vizcaya, ofreciendo servirle bien, leal y verdaderamente < así
como debe servir vasallo leal á su señor » . Se cambiaron rehe-
nes y se ajustó la paz.
No duró mucho: vióse á poco en guerra á D. Juan Núñez
con el rey, servir aquél al de Portugal; pero cercado en Lerma,
la necesidad le obligó á rendirse á D. Alfonso, pidiéndole < mer-
ced que le non quisiere matar, et que le quisiese para su servi-
cio á él et á los que eran con él, et que saldrian todos á la su
merced » . Dio en rehenes al rey los castillos y torres de Vizca-
ya, salvando el resto del señorío, mostrándose D. Juan tan agra-
decido al perdón, que él y los que le acompañaban « siempre
serian tenidos de le servir et morir en su servicio » . D. Alfonso le
nombró su alférez mayor dispensándole otras muchas mercedes.
Ya en quieta posesión del señorío D. Juan y su esposa, otorga-
ron privilegio de fundación de la villa de Haro, hoy Villaro. —
Ayudó eficazmente al valioso triunfo del Salado, que muy
bien lidiara, hiriendo de corazón, como dice la Crónica rima-
VIZCAYA 465
da (1), al frente de la caballería y de los vascongados, con los que
asistió también á las conquistas de Alcalá de Benzaide y Algeciras
y al sitio de Gibraltar. — Llegó á adquirir tal prestigio, que en
peligro la vida del rey D. Pedro que acababa de heredar el
reino, pensóse en D. Juan para sucederle en el trono de Castilla.
Dos años tenía D. Ñuño de Lara cuando murió su padre
(1350); y su aya, temiendo las iras del rey D. Pedro, desde
Paredes de Nava donde se le criaba, le llevó á Vizcaya. Fué en
su seguimiento el rey, le detuvo en Puentelarrá la rotura de un
arco del puente, lo cual aumentó su saña contra el niño y sus
salvadores que le guarecieron en Bermeo ; y aunque regresó el
rey á Burgos, envió fuerzas á Orozco contra las propiedades
del aya D.'^ Mencía y de su familia, y otras contra las Encarta-
ciones. Defendieron los vizcaínos á su infantil señor ; pero los
defensores de la casa fuerte de Orozco no pudieron resistir un
asedio de más de dos meses, combatida con bombardas y otros
ingenios que arrojaban bolas de piedra de gran peso, y capitu-
laron, obteniendo su libertad. No pudieron las fuerzas reales
obtener el mismo triunfo en la Torre de Unzueta, defendida por
el hijo de D.'^ Mencía; sí rindieron en las Encartaciones el cas-
tillo de Aranguti; mas acudió gran número de vizcaínos, que
si no pudieron recobrar el castillo, murado y bien guarnecido,
hicieron huir de las Encartaciones á Fernán Pérez de Ayala que
(i) y añade:
I 740 Bien así los (;ibdadanos
Facían gran cauallería,
Fijos dalgo castellanos,
Leuauan la mejoría.
I 7 SO Lioneses, asturianos,
Gallegos, portugaleses,
Biscaynos, guipuscanos,
E de la montanna e alaueses
1731 Cada vnos bien lidiauan.
Que siempre será fasanna,
E la mejoría dauan
Al muy noble rrey de Espanna.»
Poema d¿ Alfonso XI.
59
466 VIZCAYA
mandaba la hueste invasora, vengándose de la retirada con abra-
sar y destruir cuánto en Gordejuela hubo á mano.
El niño D. Ñuño, guarecido en Bermeo, murió en Agosto
de este año ( 1352) recayendo el señorío en su hermana mayor
D.'* Juana de Lara, á la cual y á su hermana D.^ Isabel retuvo
el rey en su poder juntamente con el gobierno y señorío de Viz-
caya. El matrimonio de D.''^ Juana con D. Tello, hermano del
rey, la puso en posesión del señorío y todos sus bienes; ofendido
D. Tello se unió á los enemigos de D."^ María de Padilla, y ene-
mistóse con D. Pedro, quien para quitarle el señorío casó á doña
Isabel con D. Juan infante de Aragón, haciendo se titulase señor
de Vizcaya. Para que de ella tomase posesión le auxilió con
fuerzas acometiendo unas por las Encartaciones y otras por
Ochandiano. Hízolas frente D. Tello ayudado por Juan de Aven-
daño, destrozándolas completamente.
Parecía natural la venganza deD. Pedro; pero apeló á otros
medios, ayudándole por el pronto la actitud de Avendaño y
otros que deseaban la concordia de aquellos hermanos, por lo
que con ello ganaba el señorío, en cuyo sentido escribió al rey;
reuniéronse además en Bilbao representantes de algunas villas
y otros particulares que deseaban la paz, aunque se ha dicho
que servían en esto los intereses de D. Pedro, que obraba con
intencionada sagacidad; mas el resultado fué que suscribieron
con D. Tello y su mujer (21 Junio 1356) un compromiso en que
se estipulaba que si D. Tello desirviese al rey, los vizcaínos no
le acogerían ni ayudarían en Vizcaya ; que si le desirviese Don
Tello y no D.'^ Juana ésta quedaría por señora y obedecerían
las cartas y mandamientos del rey con tal de que se les guar-
dasen sus fueros ; y que si le desirviesen ambos, reconocerían
por su señor al rey siempre que éste les jurase previamente sus
fueros.
Enemistados de nuevo aquellos hermanos que parecían con-
trariados cuando en paz estaban, se propuso el rey matar á Don
Tello ; corrió á sorprenderle en Aguilar de Campóo donde es-
VIZCAYA 467
taba cazando; sabedor de la aproximación de su hermano se
guareció en Vizcaya, contando con el ayuda de los vizcaínos;
pero éstos se la negaron, aceptando como suyo el compromiso
de algunos hecho en Bilbao, alegando que D. Tello comprome-
tía á Vizcaya faltando á sus deberes señoriales, mezclándose en
cuestiones agenas al señorío, puramente personales y de fami-
lia; por lo cual, viéndose perdido L). Tello, corrió á Bermeo,
siguióle D. Pedro aún por el mar hasta Lequeitio
« y saben allí que al alba
huyóse á Francia i). Tello > (i).
Este marchó á San Juan de Luz y el rey volvió á Bermeo.
Convocó junta general so el árbol de Guernica, ya porque no
le pareciera conveniente imponer señor á Vizcaya, ó porque
contara con que no aceptasen al infante, y aun para ello, según
es fama, predispusiera los ánimos; lo cierto es que, al manifestar
D. Pedro que según el compromiso de Bilbao había perdido
D. Tello el señorío por deservirle y huido al extranjero, y que eli-
giesen en su reemplazo al infante D.Juan, á quien le correspondía
como esposo de D.'^ Isabel, los vizcaínos contestaron que no
querían otro señor en Vizcaya que el rey de Castilla, « y que
querían ser de la su corona del y de los reyes que después del
reinasen en Castilla, y que no les hablase hombre del mundo
en cosa contraria » (2).
Lisonjeado ó conformándose aquel altivo monarca con esta
respuesta dijo al infante que ya veía que los vizcaínos no le ad-
mitían por señor, lo cual no era culpa suya ; mas puesto que le
había ofrecido apoyar su pretensión, iba á hacerlo en Bilbao.
Hospedóse en la antigua torre de Zubialdea; á ella acudió el in-
fante confiando en el cumplimiento de la promesa de D. Pedro,
(i) La Quincena de D. Pedro, leyenda histórica por D. Nicanor de Zuricalday,
premiada en el certamen literario celebrado en Bilbao con motivo de la Exposi-
ción provincial de 1882.
(2) Crónica del rey D. Pedro.
468 VIZCAYA
y según algunos con más siniestra intención ; pero fué muerto
por orden del rey y arrojado su cadáver á la plaza llena de gen-
te, á la que dijo D. Pedro asomándose á una ventana: catad ahí
el vuestro señor de Vizcaya que vos pedía.
La reina D.^ Leonor, madre del infante, y D.^ Isabel su mujer,
sufrieron la misma suerte envenenadas.
A la muerte de D. Pedro (i), recobró D. Tello el señorío,
haciendo creer á los vizcaínos que vivía aún su mujer D.^ Juana,
envenenada por D. Pedro, á la que sustituyó con otra á ella pa-
recida, cuya superchería sostuvo hasta su muerte.
Accidentado en verdad fué el señorío de D, Tello, que no se
distinguió por muy heroicas acciones, y sí por prestarse con fa-
cilidad á actos de feroz venganza, que parecían caracterizar á
aquellos grandes señores. Cuéntase que, aficionado á correr ja-
balíes, teniendo algunos en Albia los echó en un cercado que
mandó construir al efecto en la plaza de Bilbao. « Cabalgando
un brioso caballo, metióse en el cercado para perseguir los puer-
cos monteses, como las crónicas les llaman, y no lograba darles
alcance. D. Juan de Abendaño que como otros caballeros prin-
cipales asistía al espectáculo y era hombre galán, diestro, va-
liente y audaz, dijo entonces á D. Tello; — Señor, dejadme ca-
balgar en ese caballo, que yo le haré saltar por sobre los puer-
cos.— Accedió D. Tello á esta demanda y arremetiendo D. Juan
á los jabalíes, el caballo dio tan violento salto que cayó al suelo
sin que perdiera la silla el caballero. Hízole éste levantar y saltó
con la mayor agilidad y gallardía por encima de los jabalíes en
medio de los aplausos de los espectadores y del mismo D. Tello.
Engreído D. Juan con su triunfo, dijo á D. Tello chanceramente:
(i) «Cuando D. Pedro vino ayudado de los ingleses á recobrar su reino, ofre-
ció al príncipe de Gales dicho señorío; y en efecto, vencedor en la batalla de
Nájera, envió á Fernán Pérez de Ayala con los procuradores ó apoderados del
príncipe á tomar posesión por éste ; mas los vizcaínos se levantaron contra tal pre-
tensión, diciendo que no querían conocer dominio de príncipe extranjero. Tornó
D. Pedro á jurar á aquél que lo pondría en posesión del estado, pero en venci-
miento y ente.» (Diccionario Histórico, etc., por la Academia.)
VIZCAYA 469
— «Aunque ruin malandante, yo fuera para señor de Vizcaya,»
es decir, aunque mal cabalgador, sirvo para hacer las veces del
señor de Vizcaya. Retiróse D. Tello á comer, acompañándole
en la mesa Pedro Ruiz de Lezama. Era este un caballero de
pocos bríos que odiaba á Juan de Abendaño, porque éste galan-
teaba á su mujer, que era muy hermosa, y aprovechó la oca-
sión para airar á D. Tello con D. Juan, diciéndole que Aben-
daño le había insultado públicamente con las palabras que le
dirigió y no debía dejarle sin castigo. D. Tello se fué enojado
de tal modo con aquella malquistación, que concluyó por llamar
á Abendaño, y al llegar éste á su presencia, le hizo matar y
arrojar su cadáver por aquella misma ventana por donde más
tarde hizo arrojar D. Pedro el del infante, sin duda recordando
la acción de su hermano bastardo D. Tello» (i).
Muerto éste (1370) pasó el señorío á la corona de Castilla
por recaer en D." Juana Manuel, mujer del rey D. Enrique la
sucesión de las casas de Haro, Lara y Villena ; y aunque esta
señora renunció el señorío en su primogénito el infante D. Juan,
que fué reconocido y jurado con arreglo á fuero, se incorporó
definitivamente á la monarquía cuando D. Juan ascendió al
trono.
Gestionó el señorío D.^ María Díaz de Lara como tercera
hermana de D. Juan Núñez; mas como estaba casada en Fran-
cia con el conde de Estampes, y el rey puso por condición para
concederle á uno de los hijos de aquella señora, que viniese á
ser vasallo de Castilla, no consintió ninguno en esto por agra-
darles más vivir en Francia.
(1) Trueka.
CAPITULO II r
Importancia política del. señorío.
Hermandades.— D. Enrique III en
Vizcaya. — Anteiglesias y villas
I
AN breve reseña de los se-
ñores de Vizcaya, contiene
la historia del país de su tiempo:
algunos de aquellos señores ocu-
pan además muchas é impor-
tantes páginas de la historia de
España, por la influencia que
tuvieron en los asuntos generales
de la nación. Las casas de Haro
y de Lara tuvieron representan-
tes ejerciendo los más altos des-
tinos de la nación á la vez que el
señorío de Vizcaya, llegando al-
guno como D. Lope de Haro á influir tanto en el ánimo del rey,
y de un rey como D. Sancho el Bravo, que, como dice Lafuente,
«todo el vigor, toda la bravura, toda la energía de carácter que
había desplegado D. Sancho así en las relaciones exteriores co-
472 VIZCAYA
mo en los negocios interiores del reino, así cuando era príncipe
como después de ser rey, desaparecía en tratándose deD. Lope
de Haro, señor de Vizcaya, que parecía ejercer sobre el ánimo
del monarca una especie de influjo mágico. Á pesar de la acti-
tud semi-hostil que el de Haro había tomado desde la retirada
de Sevilla, ni pedía al rey gracia que no le otorgara, ni había
honor, título ni poder que D. Lope no apeteciera. Habiendo fa-
llecido en Valladolid D. Pedro Álvarez, mayordomo del rey
(1286), solicitó el de Haro que le nombrase su mayordomo y
alférez mayor, y que le hiciese conde además con todas las fun-
ciones y toda la autoridad que en lo antiguo los condes habían
tenido, con lo cual, decía, se aseguraría la tranquilidad del rei-
no, y acrecerían cada año las rentas del tesoro. Concedióselo
todo el rey; mas no satisfecho todavía con esto D, Lope, atre-
vióse á proponerle, que para seguridad de que no le revocaría
estos oficios, le diese en rehenes todas las fortalezas de Castilla
para sí, y para su hijo D. Diego si él muriese. D. Sancho con
una condescendencia que maravilla y se comprende difícilmente
en su carácter, accedió también á esto, y así se consignó y pu-
blicó en cartas signadas y selladas, obligándose por su parte
D. Lope y su hijo D. Diego á no apartarse jamás del servicio
del rey y de su hijo y heredero el infante D. Fernando. En el
mismo día que tales mercedes fueron concedidas, dio el rey el
adelantamiento de la frontera á otro D. Diego hermano de
D. Lope, á título hereditario (Enero 1287). Dio además al se-
ñor de Vizcaya una llave en su cancillería. De modo que la fa-
milia de Haro, emparentada ya con el rey y con el infante
D. Juan, teniendo en su mano los castillos, el mando de la fron-
tera, el del ejército, y la mayordomía de la casa real, no sólo
quedaba la más poderosa del reino sino que tenía como supedi-
tada á sí la corona. Crecieron con esto las exigencias del orgu-
lloso D. Lope, y habiendo pedido que fuese despedida de pala-
cio la nodriza de la infanta D.^ Isabel, tampoco se lo negó el
monarca, y el aya y todos los que suponía ser de su partido
VIZCAYA 473
fueron expulsados de la real casa con gran sentimiento de la
reina. Esto era precisamente ló que buscaba D. Lope, indispo-
ner á los regios consortes, con el pensamiento y designio, si el
matrimonio se disolvía ó anulaba, de casar al rey con una so-
brina suya, hija del conde D. Gastón de Bearne. Penetrábalo
todo la reina, que era señora de gran entendimiento ; pero disi-
mulaba y esperaba en silencio la ocasión de que el rey conocie-
ra la mengua que con la excesiva privanza del de Vizcaja pade-
cían él y el reino. »
La consecuencia era lógica y ha solido ser en política natu
ral. Podía ser D. Lope digno de tantas distinciones y de tan ex
traordinario encumbramiento; pero se desvaneció á tanta altura
le ofuscó su ambición; no sólo se atrevió contra la reina sino con
tra el prelado de Astorga á quien después de insultar impía
mente, le dijo: marav¿¿¿of)ze cómo no os saco el alma á estocadas
Lo que al principio produjo envidias y rivalidades, convirtióse
en alteraciones y alzamientos de los ricos-hombres y señores,
acabando con la muerte del favorito (i).
El deseo de venganza llevó al hijo de D. Lope á proclamar
por rey y señor de Castilla á D. Alfonso de la Cerda, produ-
ciéndose una guerra tan desastrosa para el reino ; pues de tales
disturbios se aprovechaban los magnates para enriquecerse á
costa de la nación y ensanchar su poder enflaqueciendo el del
monarca.
Es verdad que los señores de Vizcaya ejercían más influen-
cia por tener mayor poder que los demás señores del reino, por
la situación de la provincia donde dominaban, á un extremo de
la península, fácil de defenderse por lo quebrado de su suelo y
(i) Al encontrarse presos en palacio D. Juan y D. Lope. « ¿ cd;;¡o .'— exclamó
el conde —¿presos ? ¡ Hd de los vitos. ' V echando mano á un gran cuchillo fue'sc el
brazo levantado derecho al rey. .Mas acudiendo á protegerle dos de sus caballeros
dieron tan fuerte mandoble con su espada al osado conde, que cayó su mano cor-
tada al suelo con el cuchillo empuñado : luego golpeándole, sin orden del rey. con
una maza en la cabeza, acabaron de quitarle la vida. » — Lafiente : Historia de
España..
6o
474 VIZCAYA
por el valor siempre acreditado de sus naturales. Así era la pro-
vincia de Vizcaya, como se ha dicho, alhaja preciosa en todos
tiempos, deseada por los reyes de Navarra y de Castilla en dife-
rentes ocasiones; y aun después de unida á esta corona, ambicio-
nada su posesión por los magnates de la monarquía, vino á ser
ocasión de grandes turbulencias entre ellos, é influyó poderosa-
mente en los demás sucesos del Estado en general. Los reyes
mismos no contentos con el alto dominio que allí conservaban,
procuraban apropiarse el señorío inmediato de aquellos pueblos,
gloriarse después de conseguido con ese dictado, y contar su
goce como una de las más preciadas joyas de su diadema. « En
todos estos acontecimientos fué preciso siempre á los que tenían
la posesión tener contentos á sus subditos para que les defen-
dieran en ella, y á los que pretendían subrogarse en lugar de
aquellos, prometer para lo subcesivo aun mas lisonjeras espe-
ranzas. He ahí el origen de tantos privilegios, fueros y liberta-
des como ha disfrutado y aun disfruta aquel noble señorío, y
que concedidos en distintos tiempos y lugares, llegaron á for-
mar con el tiempo una especie de código constitucional suma-
mente útil y glorioso para aquellos habitantes» (i).
II
En tiempo de D. Enrique II tomaron parte los vizcaínos en
la guerra de Castilla con Navarra ; pues si el navarro llamó en
su auxilio á los ingleses á quienes dio algunas plazas de su reí-
no, el castellano envió á su hijo el infante D. Juan con 4,000
lanzas y buen golpe de ballesteros vascongados, con los cuales
penetró hasta las murallas de Pamplona, devastó la comarca,
tomó algunos lugares y conquistó á Viana.
(i) González Arnao.
V I Z C AYA ^7^
No sólo en la anterior guerra, sino en cuantas importantes
hubo en la península, figuran los vizcaínos acreditando en todos
sus hechos el elevado y merecido concepto que de ellos se ha
tenido siempre : hasta por sí mismos, igualmente que Guipúzcoa
en sus cuestiones marítimas con Inglaterra, concertaban con
esta nación tratados de paz y amistad, como el firmado en
Fuenterrabía (21 Diciembre 1353) entre los apoderados de Ba-
yona y Biarritz, entonces de los ingleses, de una parte y de la
otra los de las villas marítimas de Vizcaya : aprobado todo por
el rey de Castilla, con estas frases : c A lo que me pidieron por
merced en razón de la tregua que fué puesta entre el rey de In-
glaterra é los de las marismas de Castilla, de Guipúzcoa é de
las villas de Vizcaya, que me pluguiese ende: á esto respondo
que me place é que lo tengo por bien.»
No era tan bonancible la situación interior de Vizcaya, pre-
cisando apelar á las hermandades para hacer frente á los crimi-
nales y á los bandos que la destrozaban. Se acordaron en junta
general las ordenanzas que sometieron á la aprobación de
D. Enrique III, como señor de la provincia; pero, escrupuloso
guardador éste de los fueros, envió al Dr. Gonzalo Moro para
preguntar á los vizcaínos, reunidos en efecto en Guernica, si al-
guno de los capítulos de la hermandad era contra-fuco. No
sólo declararon que á él no se oponían dichos capitu^.s sino que
le mejoraban ; por lo que el monarca aprobó y sancionó tales
ordenanzas, añadiendo «que cuando quier que dijese Vizcaya ó
la T'*":-yor parte de ella que en este dicho cuaderno habia algún
capítulo que fuese contra fuero de lo quitar é tirar dende é lo
dar por ninguno. »
Estas mismas hermandades, en observancia extricta de los
fueros, pidieron que el rey, como señor, acudiera á jurarlos, ne
gándose á pagar en tanto los pedidos ; y el rey, mientras las
Cortes se reunían, determinó ir para tomar á la vez personal-
mente posesión del señorío que acababa de heredar de su padre.
Exigían los fueros la presencia del rey y su juramento en los
47^ VIZCAYA
lugares y con las formalidades de costumbre, para poderse titu
lar señor de Vizcaya: se dirigió á Bilbao desde donde convocó
la junta (i); juró D. Enrique sucesivamente en Larrabezua, en
Bermeo y só el árbol de Guernica, guardar los fueros, privile-
gios y costumbres según que les fueron guardados por sus su-
cesores, y cuenta la Crónica que al presentarle los bermeanos
tres arcas, empeñándose en que jurara guardarles todos los
privilegios en ellas contenidos, el rey contestó que él confirma-
ba todos los privilegios que tenían, según les habían sido guar-
dados por sus predecesores ; mas en cuanto á los de las arcas,
no podía hacerlo sin saber lo que contenían ; de lo cual no que-
daron muy satisfechos los de aquella villa (2).
No rigiendo en Vizcaya el derecho del reto ó desafío, como
en Castilla, le concedió á petición de la mayoría de los congre-
gados, que consideraban se evitarían así muchas muertes y ma-
les. Otorgó algunas peticiones más, y con mayor entereza que
á la que á sus pocos años correspondía, pues apenas había cum-
plido catorce, negó demandas que le parecieron injustas, como
la de condonar rentas atrasadas, respondiendo á otras que to-
maría su acuerdo y consejo, y resolvería lo que fuese más en
pro de su servicio y de Vizcaya. Así lo hizo respecto á perdonar
delitos antes cometidos (3).
Aquella provincia iba acreciendo su importancia. En un
principio no tuvo más que anteiglesias, llamadas así porque en
las mañanas de los días festivos, cuando se juntaban los feligre-
ses para oir misa, daban poderes, elegían fieles y otorgaban es-
crituras; y como en la antigüedad no había conjunto de casas,
ni edificios concejiles, sino unas caserías esparramadas, escribía
(i) En Arechabala halló á los vascongados que, como enemistados entre sí,
estaban apartados con sus compañas. « E en otra parte falló muchas compañas
que se llamaban la Hermandad que desque el regnara eran puestos en hermandad
por rescelo de los mayorales de la tierra si quisiesen atreverse á facer algún daño
para non gelo consentir.» — Crónica de D. Enrique III.
(2) Ayala. —Crdw.
(3) Consultó el rey con los de su Consejo é con los mayores de Vizcaya, acor-
dando se hiciese justicia con los malhechores.
VIZCAYA 477
el notario: «en la anteiglesia de tal parte», como si dijese: en
la puerta de tal iglesia; esto es: eleze ateac^ según los vizcaínos;
en Guipúzcoa se dice : elizaco-atia.
Para aumentar la población, y por consiguiente la renta de
los señores se fueron fundando villas en terrenos que pertene-
cían ó habían pertenecido á las anteiglesias, y á fin de favorecer
el desenvolvimiento de aquellas nuevas poblaciones, los reyes y
señores hacían concesiones, muy á disgusto de aquellas, origi-
nándose no pocas turbulencias, viéndose obligadas las villas de
buen ó mal grado á reducirse á los más estrechos límites. Así
sucedía á Guernica, á pesar de su importancia foral, que no te-
nía más terreno que el que ocupaban las casas, pues la misma
iglesia parroquial, el edificio de las juntas y hasta el famoso ro-
ble de Guernica, están en terreno de Luno (i). Bilbao, la flore-
ciente capital de la provincia, estaba encerrada en un verdadero
lecho de Procusto, impidiendo su crecimiento las anteiglesias de
Begoña, Deusto y Abando, hasta que se legisló su ensanche
en 18Ó5.
Las grandes desavenencias entre las anteiglesias y las villas,
produjeron además ruidosos pleitos, terminados el año 1630
con una concordia por la cual vinieron á ser elegibles los veci-
nos de las villas, que antes no lo eran, y se hizo aún en otros
puntos menos desigual la condición de los pobladores de las vi-
llas, bajo cierto aspecto, porque en cuanto á privilegios, los te-
nían grandes: sólo así adquirieron gran desenvolvimiento y pro-
greso (2).
Es indudable que el estado social de Vizcaya ha sufrido
alguna transformación, aunque no tan grande como la que otros
( i) Hace tres años que el autor de estas líneas realizó la fuxión de la anteigle-
sia de Luno con la villa de Guernica, decretada por las Cortes Á propuesta de
nuestro malogrado amigo el diputado por aquel distrito D. Ángel Allende Salazar.
(2) « Hay en Vizcaya unas 800 casas labradoriegas tributarias ó censuarlas al
señor, que tuvieron principio en la elección de Jaun Zuria, año de 870, y desde
dicho año hasta el de 1480 se fundaron las más anteiglesias de Vizcaya. Anterior
al año 870 apenas había en Vizcaya una docena de parroquias.»— Trleba.
478 VIZCAYA
pueblos han experimentado ; porque el país, las costumbres y
el idioma, aunque no en toda la provincia se hable el vascuen-
ce, han sido valladares, sino insuperables, algo poderosos para
mantener á los vizcaínos en cierto aislamiento que les agrada-
ba, aun cuando con él sufriese su prosperidad y riqueza. Allí,
como en ninguna otra parte de España, los segundones nobles
ó hidalgos, como si temieran la nostalgia, consumían su inteli-
gencia y ejercitaban su valor y su fuerza en aumentar las desdi-
chas de su país. Los solares infanzones de Vizcaya, llamados de
parientes mayores, son la cuna de los infanzones labradoriegos,
por ser fundados por los hijos segundones de estas casas princi-
pales; y Trueba dice que, «cuando se fundaban las iglesias pa-
rroquiales tomaban denominación de las casas por ser erigidas
junto á ellas.» Eran por consiguiente estas casas más antiguas
que las parroquias de Vizcaya.
Experimentara en lo antiguo poca ó mucha variación el es-
tado social de Vizcaya, su forma de ser, su gobierno, ya fuese
republicano, patriarcal ó como quiera que fuese en la esencia y
en la forma, en su prestigio ó poder, tenía necesariamente que
transformarse al contacto de otra civilización, porque ésta no
podía menos de afectar, como afectó, á los hombres y á las cos-
tumbres, á sus leyes, á todo el modo de ser de la sociedad vas-
congada, que no había de permanecer inalterable, como petrifi-
cada, á ese impulso regenerador que ha removido y remueve
hasta en sus cimientos las instituciones seculares.
CAPITULO IV
JL,>_ Guerra de linajes. — Horribles venganzas. — Ferocidad.
;' D. Lope García de Salazar. — Retos. — Severidad
de la justicia. — El Clero
I
^v A considerado un ¡lustrado escritor alavés, como un ele-
'-*— ^mento nuevo que venía desarrollándose lentamente, sin per-
der nunca su carácter democrático, el de las casas solariegas lla-
madas de parientes mayores, y dice: «Soldados godos españoles
de los que se refugiaron en estas montañas : hijos de la tierra
que siguieron á los reyes en sus empresas contra los moros;
quizás algunos de los más beneméritos servidores del país, tal
fué sin duda el origen de esta clase social.» Pudo serlo; pero
vemos muy claro que en aquella continua lucha de bandos y
linajes no se peleaba por ninguna idea que beneficiara al pueblo
ni al país. Inspirados todos en un ardiente y nunca satisfecho
deseo de venganza y de predominio, en pos de aquellas huestes
480 VIZCAYA
no quedaba más que sangre, ruinas y cenizas, que no son segu-
ramente elementos civilizadores cuando no fueron producidos
tales desastres por la defensa de una idea ó de un principio
civilizador. Antes por el contrario, se conculcaban los deberes
más sagrados, los principios más humanitarios, los respetos
más santos; porque ni los vínculos de la familia ni del paren-
tesco, ni la ancianidad, la niñez, ni el sexo, ni aun los templos
consagrados á Dios se respetaban. ¡Tristes páginas de la histo-
ria de Vizcaya escribieron los linajes, los parientes mayores,
los gamboinos y oñacinos, y desde bien remotos tiempos !
Si en 1390 se levantaron las hermandades con el corregidor
Moro; años después (141 5) se alzaron en su contra porque em-
barcaba trigo para Asturias por mandado del rey. Tenían esto
por desaforamiento, juntaron unos y otros fuerzas, y no queda-
ron bien parados los de la hermandad, que poderosos vizcaínos
ayudaron al corregidor (i); en general, podían más las rivalida-
des de familia que los intereses del país. Abundaba el odio y
faltaba el patriotismo.
En todos los encuentros de aquella tan sostenida lucha fra-
tricida se ve saña, ferocidad en la pelea (2); en ninguno esa
(i) Los levantados en su contra «cercáronle en la villa de Guefnica, en las
casas que había junto á la iglesia de arriba, salió de ella por pleitería, se fué á Zor-
noza y llamó á todos los vasallos del Rey de Vizcaya y Encartación, y con ellos
Juan de Abendaño y Ochoa de Salazar; en la villa de Larrabezua, juntáronse los de
la hermandad de Vizcaya y Encartaciones, y estando á punto de pelear, el Dr. Moro
tuvo maña porque se fuesen los de la Encartación, y los de Villela viendo aquello
se retrageron á Erandio, y por consejo de Martin Ortiz de Martiarto, que era gober-
nador mayor, y con él los alcaldes de Busturia ibancaronse allí; llegó el Dr. Gon-
zalo Moro con toda la gente y Juan de Abendaño con todos los parientes según la
voluntad, como á contra del enemigo, dio el primero encima de un caballo en
ellos y todos los basallos con el dicho Doctor, y como era comu'nidad fueron todos
desbaratados, murieron Martin Ortiz de Martiarto, un alcalde de Busturia y
otros 58 hombres entre heridos y ahogados en el pasage de Luchana. — Iturriza.
(2) Entre los infinitos ejemplos que podríamos presentar y aun presentare-
mos, de bárbara crueldad, no debemos omitir que en la empeñada lucha de los
de Durango con sus vecinos los de Zaldivar, en la que también tomp parte Elorrio
(1468), reuniéronse en los campos de esta villaalgunos miles de hombres, pues
sólo de los que acudieron contra ella, oayuntáronse en Comna de Durango fasta
cuatro mil omes mucho armados, e ochenta de caballo con los de Zarate, que ve-
nicron diez de caballo, e fueron derechamente á la villa de Elorrio. por la cercar
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VIZCAYA 481
elevada humanidad y nobleza que enaltece al hombre; más que
guerra entre cristianos, parecía serlo entre salvajes. Así la historia
no lamenta el trágico fin de casi todos aquellos que se llamaban
nobles y caballeros; y el mismo García de Salazar, refiriendo la
muerte de algunos de éstos dice: «E así fenecieron los cua-
les lebantaron todas estas guerras e fueron causadores de todas
estas cosas e omecidas que fasta aquí se ficieron. E de todas
las otras que después se fisieron e farán de aquí adelante en el
dicho señorio de Vizcaya e de la Encartación, e aun algunos
de Burgos abajo. E fesieron ir muchas almas al otro mundo á
dar cuenta de todos sus fechos. E después fueron ellos en pos de
ellos, á dar cuenta de los suyos ante el juicio de Dios.»
La mala semilla por ellos sembrada no podía menos de fruc-
tificar. Cuando se carecía de fuerzas propias se apelaba á las
agenas; y entró en Vizcaya el conde Diego Gómez Sarmiento
con gente de á caballo á sueldo, por llamamiento de Pedro de
Avendaño y sus parientes, quemando y robando cuánto de los
gamboinos encontraron á su paso desde Ochandiano á Duran-
go, Guernica y Bermeo; peleándose con tal encono, que los de
Zaldivar prefirieron quemar su casa antes que se apoderaran de
ella sus enemigos, é hicieron lo mismo con otras.
c combatir con las Lombardas de Santander, que llevaba Juan Alonso, que era
mucho buena, e grande, con grand soberbia, no consenticndo pleitesías ningu-
nas...» Llegaron hasta 600 hombres que llevaban el cargo de asentar las lombar-
das, y los que habían quedado atrás con Juan Alonso, no sabiendo si por traición
ó por misterio de Dios, huyeron «derrancadamentc. echando los pabcses en tierra
á una hora, mas de tres mil quinientos omes.»
Las de la villa trabaron entonces la pelea «e como 'lonzalo de Salazar se vio
ferido por la cara de una lanza, dejó el pabcs e tomó la espada en la mano, ca era
el mas valiente ome de su cuerpo, é esforzado, que se tallaba entre los omes, c
pribado en muchos logares, e dio con la espada al caballo de Juan de .\vendaño
en el pescuezo, que gelo echó en tierra con la cabeza, e cayó el caballo en tierra.
Juan de Avendaño delante del, e como le vio en tierra caido. le lebar la cabeza
por so el capacete que tenia atacado, e dióle sobre la visera del que entró la espa-
da mucho por él, e en esto lo cargaron de golpes en la cabeza, quel háblese alzado
la barreta, e en los muslos, que fué luego muerto, e morieron con él, de los
suyos...» De los dos prisioneros, que heridos y contra lo acostumbrado llevaban á
la villa, mataron á uno á la puerta de ella y murió sofocado el otro, como otros mu-
chos, pues «lastimaban de feridas á los que yacian afogados e muertos, e desnu-
dábanlos sino los paños menores.»
ÓI
482 VIZCAYA
Para atajar tantos males fué á Vizcaya por virrey de ella,
con poderes del monarca, el conde D. Pedro de Velasco, pedido
también por los mercaderes de Burgos y por las villas del se-
ñorío, cuyos habitantes no estaban seguros ni aun por el mar,
que en todas partes les robaban, y si alguno de aquellos hidalgos
bandoleros no robaba, tomaba, «como Lope Hurtado, la tercia
parte de lo que otros robaban, dando gelo ellos.» Y fué tam-
bién el conde de Haro con poderosa hueste, que le permitió
ejecutar severos castigos, colgando á unos y desterrando á
otros.
Todo este rigor era necesario, porque constantemente se
cometían los más feroces asesinatos y traidoramente. «En el
año de i 330, según García de Salazar, convidaron los escuderos
de Ibarguen á comer á Juan Ruiz de Zaldivar, y cuando se sen-
taron á comer pidieron sal, y salieron de una cámara 50 hom-
bres que hacian escondidos y mataron á dicho Juan Ruiz de
Zaldivar y á los 15 hombres, y quedó por refrán que cuando
alguno pide sal que digan no sea lo de Ibarguen. » — «En el año
del Señor de 1370 años salió Juan López de Gamboa, el viejo,
abuelo de Fernando de Gamboa, con poderosa gente de los
Gamboynos, con la luna, e amanecióle en Marquina, e quemó á
Gonzalo Iñiguez de Marquina, e á dos fijos e otros ocho omes
de los suyos dentro de su casa, e derribáronla por el suelo.»
Más de veinte años duró la sangrienta guerra emprendida
por los del linaje de Leguizamón con los de Zurbarán; y en
medio de estas luchas se promovían otras y nuevas discordias.
El Dr. Gonzalo Mora, corregidor de Vizcaya, casado con
D.'^ María Urtiz de Ibarguen, además de estos vínculos de
parentesco, tenía derechos á la gratitud de los vizcaínos por
los beneficios que les prestó en la larga duración de su corregi-
miento, por haber reedificado y ampliado la ermita juradera de
Santa María la Antigua de Guernica, donde yace sepultado,
por las muchas pruebas que dio de su amor á la provincia.
¡Cuan poco le hubieran valido todos éstos méritos si buenos
VIZCAYA 48^
vizcaínos no le hubieran ayudado en las luchas que tuvo que
sostener!
Por este tiempo, convocando D. Pedro de Avendaño toda
su parentela á voz de justicia, acompañado del Prestamero
Ochoa Sánchez de Guinea, fué á Ochandiano, donde quemó las
casas fuertes de Butrón, 20 más en Aramayona, de las cuales
eran 14 de Juan de Mendiola, que corrió á tomar venganza (i).
Iturriza refiere que hacia 1438 fué Pedro Avendaño á la
villa de Munguía con 300 hombres y una bombarda, comba-
tiendo con ella la casa de Bertiquiz, de Gómez González, «tirán-
dole noches y dias y pasándola de parte á parte por ser de
madera y paredes delgadas, púsole en mucho aprieto; vino
Gómez González con todos sus parientes, y no la pudo socorrer,
porque la combatian y derribaban de dentro de la villa con la
bombarda, y porque Pedro de Avendaño no queria salir de ella,
convinieron que Gómez González derribase totalmente la dicha
casa de Bertiquiz, y que Avendaño por consiguiente deshiciese
una buena casa que tenia en Zornoza y hiciese treguas.»
De estos odios de linajes participaban las mujeres, quizá
con mayor pasión. Cabeza del linaje de los Vélaseos D.^ San-
cha de Carrillo, cuyo esposo había muerto en una de las bata-
llas con los Salazares y Calderones, anhelaba venganza y la
inspiraba á su hijo de pocos años; pero estaba dividido el linaje
de los Vélaseos, al que se propuso reconciliar y unir, cual lo
consiguió, uno de sus principales miembros, Diego el Gallardo;
(1) «Como el de Mendiola no les hallase fué buscándolos y topó con uno de
Arratia que yba diciendo á voces: balda, balda; y como le vio arrojóle una lanza
que en las manos llevaba diciendo : fcaia emenbera y la cotalaUa. que quiere de-
cir: pues aquí también debe haber otro como tú: y del golpe quedó muerto el
Arratiano, y pasando adelante topó con Gasto Apala que andaba recogiendo los
suyos, los quales andaban sin orden robando la tierra, y como le vio le arrojo un
dardo con que le hirió y se asieron y el de Mendiola le asió de los cabellos y arras-
tró y mató queriéndole quemar; acudieron unas mugeres del diciéndole que fuese
á defender la tierra de los vivos, que ya aquel no tenia mas mal.— Asi fué contra
el Prestamero y Pedro de Abendaño. que se iban cargados del robo hecho por el
paso de Aratondo á los que andaban robando, y después de haber bien peleado
vencieron los de .Aramayona.»— Mendieta, M. S.
484 VIZCAYA
y como sólo un pariente s^ negara á la concordia, obligóle so
pena de muerte á llevar un cencerro al cuello, «para que fuese
conocido do quiera que ándase.» «Un día estaba D.^ Sancha
Carrillo con los suyos orilla del Ebro, junto á Oña, y el del
cencerro se le escapó pasando á nado el río. D.^ Sancha soltó
en pos de él sus perros alanos, que le alcanzaron y sujetaron
hasta que pasó á allá Pedro Ruiz de Barcena y le cortó la
cabeza por encargo de D.^ Sancha (i).»
Alentando ésta á los suyos, no perdonando medio ni fatiga
para lastimar á sus contrarios, obtuvo del rey D. Alfonso que
depositara en ella la justicia y fuera por Adelantado Fernán
Pérez de la Orden, quien juntando fuerzas acometió á Sancho
de Salazar al que cortó la cabeza Fernán Pérez. Era tío del de-
capitado, Lope García, el de los ciento veintidós hijos, y con
40 de ellos y hasta más de 300 de á pié y á caballo corrió á
vengar á su sobrino y á socorrer á dos de sus hijos y algunos
criados á quienes se pretendía quemar dentro de la casa en la
que estaban cercados: interpúsose el Cadagua entre ambas
huestes, Lope alentó á las suyas, remitiéndose á su decisión;
ninguno respondió embargados ante el peligro, hasta que uno
de sus hijos bastardos, dijo: ■ — « Señor, allí tenéis dos hijos de...,
y aunque vos maten aquellos, vos quedamos otros ochenta ; pero
tenedes allí también doce criados que los criasteis de pequeños,
y si aquellos habéis de ver morir delante de vuestros ojos,
malo fué el dia que vos nacisteis é mas vos valiera morir una
muerte é no dos ó más. Por ende, vayamos lo mismo en esta
ocasión que en otras, á los enemigos, é matémonos con ellos, é
con la gracia de Dios yo mataré con esta lanza cinco, é con esta
espada otros cinco, é otros cinco con esta daga, é á dentadas
otros cinco despedazaré. Vamos á ellos, é haga cada uno de vos
así. > — Espoleó á su caballo, lanzóse al río, le esguazó, siguié-
ronle los demás, arremetieron á los enemigos que se vieron
(i) Trueba.
VIZCAYA 485
también acometidos por la espalda |)or los cercados, mató Juan
López por su propia mano más del número que ofreciera, incluso
al Adelantado la Orden (i); admiraron amigos y enemigos
sus heroicas proezas, y al fin después de mucho derramamiento
de sangre triunfó el de Salazar, muriendo unos i 20 de los Vé-
laseos. Entre los prisioneros se contó D.'^ Sancha, que debió
quedar pronto en libertad, porque, «continuándose la guerra
entre estos Vélaseos é Ángulos é Salazares, esta D." Sancha
Carrillo de Velasco derribó la casa é palacios de Salazar que
eran de Lope García, é tomó las maderas é tejas, é escrituras,
é salió á un campo para hacer con ello unos palacios é casa. E
como lo supo Lope García, tomó consigo 50 de á caballo é 200
hombres de á pié é salió una noche de Nograro con la luna é
amanecióle en Salazar. É como los vieron todos los vecinos é
carpinteros echaron á huir hacia el monte que es cerca; é como
él los vio así ir huyendo, llamólos diciéndoles: — «Tornad acá
mis naturales é parientes, que no tenedes culpa. > — E torna-
dos, dióles de comer allí con los suyos, é dio fuego á las made-
ras por cuatro lugares é también á la teja. É asi quemado, dí-
joles: Ahora parientes é naturales, quedadvos á Dios, que nunca
mas aquí me veredes; pero D.'^ Sancha ni los de Velasco nunca
harán casa ni palacio con lo que mis antecesores dejaron ».
Si en este hecho mostró Lope García sentimientos de hu-
manidad no acostumbrados, su bastardo Juan López creyóse
obligado á ser hidalgo y á arriesgar su vida aun en defensa de
criminales. Seis de estos, perseguidos por la justicia se entraron
en su casa de San Pelayo cuando estaba comiendo. Pedro Nú-
ñez de Avellaneda, merino y prestamero de las Encartaciones
por el señor de Vizcaya, pidió amparo á Juan López, que con-
testó que aunque le pesaba verlos en su casa, no los desampa-
(i) Como una prueba de la saña con que se combatía, cuenta la Crónica que
Lope García cortó la cabeza á la Orden, ya muerto, y dándose golpes con ella, gri-
taba : «¡Oh sobrino Sancho Salazar, qué mal trueco tomo yo en esta cabeza por la
tuya que él cortó malamente !»
486 VIZCAYA
raría. Acudió entonces el n^rino con su gente; aprestó López
diez jinetes y 50 peones que aun en tiempo de paz tenía para
su defensa; le requirieron dos alcaldes y escribanos para que
entregase á la justicia aquellos malhechores, y contestó: que
sentía hubiesen entrado en su casa aquellos hombres, que ni
sabía quiénes eran, « por lo que les ruego é pido con mucha gra-
cia que pues con el temor de la muerte entraron cuidando es-
capar de él con mi esfuerzo, por honra mia é del mi linaje no
quieran dar tal baldón é amenguamento á mi casa é persona.»
Insistió uno en que había de dar á los acotados ó él entraría
por ellos. — Otra vez respondió López: « decid al caballero de
Avellaneda que no me quiera poner en tal prueba é será cosa
que yo mucho se lo agradeceré. > No atendiendo el merino Ave-
llaneda á más razones, mandó cercar la casa, lanzóse López
fuera con su gente, y como la del merino sólo estaba armada
con ballestas y lanzas, y eran gente de comunidad que no ca-
taban uno de otro, mató 25 y prendió 100, cuyas vidas respetó.
No fué muy agradecida esta generosidad, ni se tuvo á sus
canas el respeto y consideración debida, que veinte años después,
contando López ya ochenta, obtuvo Pedro Fernández de Velas-
co un albalá del rey D. Pedro para matar á López. No atre-
viéndose á acometerle de frente, usó de astucia, invitándole á
que le ayudase á la toma de Arceniega, á lo cual accedió acu-
diendo con 20 caballeros y 700 peones. Aun cuando Velasco
tenía mayores fuerzas no se atrevió con las de López, y le con-
vidó á comer con él en Villasana, dejándose la gente. En vano
le advirtieron sus parientes que iba á buscarla muerte; les recha-
zó diciéndoles que no era Pedro Fernández de Velasco caballero
capaz de una alevosía, y sólo le acompañó uno de sus hijos, de
18 años.
Al entrar á comer en Villasana, quitáronle la espada, daga
y manto para que se sentase. Terminada la comida, retiraron
los cuchillos y diez hombres armados le prendieron y á su hijo.
Al punto dijo á su mozo de espuelas corriera á Arceniega «é di
VIZCAYA 487
á los mios que curen de sí que lo mió hecho es » . — « É el mozo
tiró á poder de cabalgadura é fuese haciendo grandes llantos.»
Atado y sobre una muía con un hombre á las ancas llevá-
ronse á Juan López á la puente de Caniego, donde le preguntó
Velasco en qué sitio murió López de la Orden, y respondió: ■ —
€ Aquí, aquí le corté la cabeza con la mi espada y á otros
muchos de vuestro linage. La vida me quitáis, pero no podéis
quitarme 80 años que yo he vivido ensangrentando las mis
armas é las mis manos en los vuestros, no con alevosía, mas si
en plaza é como todo hijo-dalgo debe hacer. La muerte que me
dais, en los tiempos del mundo que de ella habrá memoria vos
será retraida por aleve á vos é á vuestra generación é á estos
mis enemigos que son con vos en ella».
Aquel hombre que así respondía á su enemigo en cuyo
poder estaba, que tantas veces había arrostrado la muerte y pro-
ducídola, que jamás la temió, entristecióse, y dicela Crónica tque
fué un rato callando é llorando.» Lejos de respetar su desgra-
cia insultáronle sus apresadores, instando á Velasco le acabase
pronto empozándole, que sino le acabarían ellos; diéronle un
clérigo y otro á su hijo, empozaron á éste antes para dar al
padre mayor pena, y sin que éste acabara de confesarse, echá-
ronle en el pozo del río, «étan esforzado se mostró, que cuando
salia mostraba la cara alegre. Como el agua era asaz pequeña,
quedaba con los pies metidos en ella é salia la cabeza sobre el
agua é le daban los enemigos en ella con los cuentos de las
lanzas é algunos con los fierros, é cada vez que así salia é le
daban les decia: — Dad, dad hijos de p..., que si como tengo una
alma en mi cuerpo tuviera cien, no vos podríades vengar de mí,
que yo he sido tal en sacar sangre del vuestro linage, que no lo
podríades vengar en otros trescientos tales como yo. Dad cuanto
pudierades, hijos de p...!» Así acabaron con aquel anciano de
tanta fuerza y bríos como espíritu.
Sin aplacar estas muertes los vengativos deseos de Velasco,
que obtuvo del rey D. Enrique el favor que D. Pedro le dispen-
^88 VIZCAYA
sara, derribó 37 casas fuertes del linaje Salazar, y no pudiendo
hacer lo mismo con la de la Cerca, defendida por dos hermanos,
obligó á éstos á encerrarse en la pegante iglesia de .Santa Ma-
ría, por considerarse seguros en aquel lugar sagrado; pero ni
esto detenía al vengativo Velasco, que creyendo acallar los es-
crúpulos de su conciencia encomendando á otros su venganza,
llamó á unos judíos para acometer la iglesia, los cuales la de-
rribaron, cogieron á los Salazares, los de Velasco y les corta-
ron la cabeza junto á la iglesia de Medina de Pomar.
No impedía todo esto que continuara la lucha encarnizada
de linajes y bandos en Vizcaya, llevándola á Álava y Guipúz-
coa, como vimos al referir la expedición en 1420 de Fernando
de Gamboa el Ladrón de Balda con todo el poder de los gam-
boinos contra Lezcano.
No fué sola D.^ Sancha la que de su sexo se mezcló en
aquellas contiendas tomando una parte activa en ellas; pues
cuando entró Avendaño con gran golpe de gente en Bermeo,
( 1440) cercó á Arbolancha en su torre y trabóse pelea, acudió
D.^ María Alonso, mujer de Butrón, en su socorro y recrude-
cióse el combate.
Dos años después, siendo corregidor de Vizcaya y de toda
Guipúzcoa Gonzalo Muñoz de Castañeda « y habiendo hecho á
muchos entre linages de Bilbao prisioneros por sus barbaridades
y omicidios y dejando allí su teniente se fué á Guipúzcoa lle-
vando consigo á Juan Marroquin de Salcedo, a Martin Saenz de
Aun-cibay y otros de sus linages y entró en la villa de Mondra-
gon y recrecióse nudo entre los que llevó el corregidor con los
del bando de la villa, y habiendo peleado entre ambas partes
murieron Juan Marroquin de Salcedo y Martin Saenz de Aun-
cibay y otros también algunos de dicha villa de Mondragon > (i).
En este mismo año, según Garibay al que sigue Soraluce,
para que nada faltase de infausto recuerdo, Fray Alonso de
(i) Itupriza. — M.5.
VIZCAYA
489
Mella tuvo la osadía de predicar en Durango y otros pueblos
inmediatos la comunidad de mujeres. No parece sino que ade-
más de los ánimos, estaban perturbadas las creencias religiosas
y hasta las nociones de toda moral, los principios más vulgares
de derecho, de respeto y aun de consideración mutua. Pero aún
no hemos terminado la narración de horrores, increíbles á no
consignarlos escritores autorizados y especialmente uno que fué
además de narrador, testigo y actor en muchos de ellos.
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Castillo df. Muñatones
D. Lope García de Salazar, á quien ya hemos citado, que
además de la Crónica de Vizcaya, escribió el precioso libro de
las Bienandanzas ¿fortunas , cuando, como se ha dicho oportu-
namente, por su mala andanza y peor fortuna se hallaba preso
en la torre de San Martín de Muñatones por su ingrato y des-
naturalizado hijo, es una de las más notables figuras de Vizcaya.
Niño aún D. Lope peleó en los campos de Santullán con los
Marroquines de Samano, con quienes por tercera vez guerreaba
su linaje, y al año siguiente fué con siete de los suyos á sor-
prender á Lope Ochoa de Mendieta, y lo consiguió, atravesán-
dole de parte á parte con su ballesta. Siguió interesándose en
peleas sucesivas, constituyendo la guerra su más predilecta ocu-
pación, pues si alguna vez daba tregua al pelear era para es-
J<)0 VIZCAYA
cribir sus crónicas: heredó á su padre en la jefatura y cabeza
de su linaje y bando; declaró la cuarta guerra á los Marroquí
nes, á los que se pasaron sus sobrinos del solar de Alcedo,
dándole con esto uno de los mayores sentimientos que tuvo en
su vida; otros parientes siguieron el ejemplo de aquellos, dicien-
do Salazar que por su falta de corazón se le tornaron enemigos;
no le desanimó esto ni disminuyó sus bríos, que emplearlos supo
en repetidos combates en los que puso á sus contrarios en tal
aprieto que de nuevo pidieron ayuda al conde de Haro, dicién-
dole que si no les ayudaba se verían obligados á pasarse á los
Salazares ; y aun con la ayuda que el conde les envió, lejos de
arredrarse García de Salazar, convocó todos sus parientes y
aliados, resistiendo con ellos tan valerosamente que desesperan-
zados sus enemigos de vencerle, abandonaron las Encartaciones
dejando en pos de sus huellas el incendio.
Durante aquella constante lucha murió Juan de Salcedo, y
un hijo de García de Salazar solicitó la mano de la hermosa y
rica viuda de Juan, y como se le negara, se apoderó de noche
por fuerza de la torre del difunto y de la viuda, y acompañando
le un clérigo se efectuó violentamente el casamiento. Produjo
este escandaloso hecho terrible guerra, y no menos terribles de-
sastres. Por una sopa de pan que había comido en la caldera
uno de los linajes de los Galochas con los de la Sierra se produ-
jo «mucha guerra é muertes, é omecidos, é salieron todos mu-
cho guerreros, é profiosos, é perversos por ser omes comu-
nes » (i).
No era seguramente muy distinguido ni muy honroso el
origen de la mayor parte de aquella civil guerra, que á partir
del siglo XII ensangrentó á Vizcaya, Guipúzcoa y Álava ; pues
aun haciendo caso omiso de ciertos y no comprobados incestos,
aunque otros son evidentes (2), la feroz lucha entre las casas
(i) Salazar.
(2) En pugna los linajes de Mendoza y Guevara en Álava, sobre quién valía
más, se realizó, como prenda de unión, el casamiento de D. íñigo de Guevara con
VIZCAYA 49 1
(Je Mendoza y de Mendivil, procedía del rapto de una hija de
aquél ; la producida entre Ochoa de Butrón é íñigo Ortiz de
Ibargijen su primo, comenzó en vida de sus padres, que eran
hermanos, sobre cuál valía más; la persecución de un jabalí, el
levantamiento de una casa de madera, un dicho jactancioso y
aun menores motivos lo eran para matarse mucha gente y aso-
lar una comarca. Transmitíanse los rencores no sólo en el mismo
linaje sino en los de los parientes y amigos. Era así constante
el pelear sin que arredraran las muertes que cada combate pro-
ducía, ni aun tratándose de los principales, como en la pelea de
Altamira (1425),
La enemistad entre los 'de Butrón y los de Zamudio les lle-
vaba á no respetar ni las treguas (i); bien es verdad que nada
se respetaba, ni el regazo de la madre para matar sobre él al
hijo del enemigo, ni el encontrar á éste solo é inerme, como hi-
cieron los de Zarriaga y de Martierto con Diego Pérez de Le-
guizamón, que viéndole solo en la cuesta de Castrejana, le cor-
taron la cabeza huyendo los asesinos : ni se reparaba en herir á
traición y por la espalda; centenares de muertes las califican los
cronistas de malamente hechas. Veinte años más tarde, los hijos
del degollado quemaron á uno de los Martierto dentro de su
casa con 15 hombres más, y algún tiempo después «los de Mar-
tierto e los Zamudianos con los alcaldes de la hermandad, que-
maron á los hijos de Diego Pérez de Leguizamon, e a sesenta
omes e catorce mugeres de su linage, e escapó Sancho Diaz su
la hermana de D. Lope González de Mendoza, la cual, al poco tiempo querellóse á
su hermano de «quel su marido yantaba é cenaba con ella, e se iba acostar con
una manceba que tenia, e por esta causa creció tanto desamor, quel dicho D. Lope
González, por le dar baldón, dormió con la dicha su hermana, c después buscó
achaque sobre la demanda de los bienes quel D. Íñigo habia lebado con ella para
que los tornase, pus quel la habia dejado.»
Devolvió los bienes, excepto una bocina de cuerno, y ésta fué la causa de la
guerra entre ambos linajes que á tantos costó la vida, incluso á sus jefes, siendo
unos gamboinos y otros oñacinos. Fué sangrienta la batalla dada en la sierra de
Arvato. en Álava.
(i) «Por las treguas de Butrón
No dejes el Larogón.»
492 VIZCAYA
nieto, que era de diez años, en la torre vieja de Leguizamon. E
escondiólo so las aldas una su ama, ferido de dos saetas. E de-
rribaron la dicha Torre. » Se preparaban celadas para cazar
hombres como si se tratara de fieras. Porque Zaldivar contra-
riaba á los Avendaños en el mando de la tierra, le mataron en
una celada cerca de Durango.
Por muerte del Dr. González de Santo Domingo (1451) dio
el rey el corregimiento de Vizcaya á D. Juan Hurtado de Men-
doza, Prestamero del Señorío. Antes de ir á Guernica á tomar
posesión y prestar el acostumbrado juramento, comunicó su nom-
bramiento á todos los nobles y escuderos, convocándolos para
dicho acto, obteniendo respuestas satisfactorias, excepto de Gar-
cía de Salazar, á pesar de ser deudo de Mendoza, al que contes-
tó que si el rey le hubiera dado villas y lugares y señoríos en
Castilla, placiérale mucho y le ayudara con su cuerpo y hacien-
da; pero le pesaba tal nombramiento «ca es perdición de mi li-
bertad é de todo el condado é señorío de Vizcaya é de la En-
cartación, é cosa que es en daño de la tierra non me puede
placer.» La merced hecha á Mendoza la consideró Salazar como
desafuero, porque el prestamero que era ejecutor, no podía ser
corregidor, que era á la vez juez; y como era libertad de Vizcaya
que el rey había de dar á los vizcaínos corregidor por vida y
pagado por sus dineros, sin tomarlos por sentencia civil ni crimi-
nal, y había de ser letrado del Ebro arriba para que no fuera
parcial, ya que no podía remediar se hiciera junta en Guernica,
por ser cabeza de Vizcaya, ¡ría allá á decir la verdad á los que
consintieran el desafuero.
Antes, convocó García de Salazar junta general en Avella-
neda, y exponiendo su opinión todos los caballeros de las En-
cartaciones juraron morir primero que consentir que Vizcaya ad-
mitiese por corregidor á Mendoza.
No pensaban lo mismo los de las villas, cuya cooperación no
consiguió, respondiendo que pues ellos tenían buenos alcaldes,
y el rey no les hacía agravio, no querían mezclarse en la cues-
VIZCAYA 103
tión, máxime cuando Mendoza no era su prestamero ni ejecutor,
como lo era de la tierra llana y de las Encartaciones. Estos
mandaron procuradores al rey, suplicándole revocase el nombra-
miento de Mendoza, á lo cual no accedió ni quiso oírlos, expi-
diendo hasta tres cartas confirmatorias que fueron obedecidas y
710 cumplidas.
Alentado Mendoza con la confianza del rey obtuvo albalá
para prender á Salazar en las juntas de Guernica, si insistía en
su propósito ; pero no era aquél de los que cedían ; y á pesar de
aconsejarle sus amigos que no fuese á ella, temeroso de que en
su ausencia se admitiese al corregidor, se negó á faltar á la jun-
ta, creyéndose por su posición más obligado que otro á defen-
der las libertades de Vizcaya, y que si ésta le desamparaba en
vez de ayudarle, acudiría personalmente al rey.
Al frente de 3,000 hombres se presentó Salazar en Guerni-
ca, lo cual visto por Mendoza, consideró prudente marchar á Bil-
bao. Los reunidos acordaron entonces fuesen Mugica y García
de Salazar á defender ante el rey los fueros del señorío. Murió el
rey D, Juan antes que partiesen, y su hijo D. Enrique les dio
«provisiones para sus libertades. >
Grandes alardes de virilidad mostraban los vizcaínos; pero
generalmente los empleaban en contra de ellos mismos, en des-
trozarse y la tierra. ¿Qué producían estas guerras ó más bien
qué las sostenían ? Originadas por el orgullo, la vanidad ó la
ambición, nadie quería ser menos fuerte ni menos poderoso;
para conseguirlo se ahogaba toda clase de afecciones y de sen-
timientos, toda noción de humanidad; se producían incendios,
se cometían los más repugnantes asesinatos, los crímenes más
nefandos; no había escrúpulos en escoger los medios de ven-
ganza. Ofuscados unos y otros contendientes con la sangre que
derramaban, no se saciaban de ella, uniéndose á la terquedad
de carácter, mucho del espíritu aventurero de la época y no
poco de la belicosa ferocidad de las costumbres.
Apenas se hallará anteiglesia ni villa en Vizcaya que dejara
494 VIZCAYA
de ser teatro de las funestas escenas que tanto abundan en
aquella fratricida lucha: no había linaje, ni familia que no tuvie-
se que llorar la pérdida de más de uno de sus esclarecidos
miembros. Así es una larga serie de crímenes y horrores la na-
rración de las peleas entre los linajes, de los Yarzas con los
Arancibias, de los Mugicas con los Butrones, de los López Ibá-
ñez con los Barroetas, y los Lezamas, Zugastis, Leguizamones,
Urquizus, Zangronis, Asuas, Luzunagas, Ochoas, Salazares y
cuántos tenían poder alguno, casa fuerte ó á su disposición gen-
tes, quienes, si no luchaban por sí, peleaban en bandos de pa-
rientes ó amigos; que á ninguno faltaba pequeña ofensa que
vengar ó medio de satisfacer su deseo de combatir, demostrar
su valor, que parecía ser la ejecutoria más preciada. De aquí el
que se apelara á la fuerza no á la justicia, que no estaba segu-
ramente ensalzada.
Para evitar muchos de estos males se pidió el derecho del
reto ó desafío; porque de esta manera, había que acudir ante el
rey á formar el proceso; pero esto pareció dilatorio á muchos
que querían tomarse la justicia por su mano prontamente y se
hacían jueces á sí mismo de su honra ó de su agravio. Si no de-
generada, estaba perturbada la raza humana; mas no solamente
en Vizcaya.
¡Qué severidad se usaba al hacer justicia! No bastaba sólo
castigar el delito ; á los mozos azotados y sus mancebas que pe-
dían viandas por las caserías « por la primera vez que el tal
mozo ó la tal manceba sean traídos publicamente desnudos
como nacieron, é con una soga á la garganta é las manos atadas
atrás por la villa más cercana de la Merindad donde los tales
fuesen tomados, é les corten la una de las orejas en raiz del
casco, en la puerta de la tal villa... é por la segunda que fueren
hallados que les corten ambas orejas á raiz del casco, é la ter-
cera vez que mueran por ello. » — Á testigo falso, «que le qui-
ten los dientes, sacándole de la boca en pública plaza de cinco
dientes uno.» — Contra los peones lanceros que se desmandaban
VIZCAYA 495
como villanos del condado de Vizcaya, se les imponía la pena
de la horca, de la que no se les había de descolgar. — Un alcal-
de de Hermandad degolló por su mano en la plaza de Bilbao
(141 7) á Sancho López de Marquina y á Ochoa de Landaburu
c por causa de haber escondido los de Leguizamon el sayón
berdugo. » Se derribaban también las casas fuertes si al guare-
cerse en ellas los azotados y banderizos, no se les entregaban ;
pero ya vimos que cuando el dueño déla casa tenía fuerzas para
resistir hacía- lo que dijimos hizo García de Salazar.
De extrañar es qué una clase de natural y legítima influen-
cia, no la hubiera tenido entonces para intervenir atenuando si
apaciguar no podía aquellas luchas que tenían tanto de inhuma-
nas como de anti-cristianas : nos referimos al clero; pero vemos
que participaba de las pasiones y de los vicios de la época. El
mismo P. Mariana refiere la ignorancia que se apoderara de los
eclesiásticos en España en tanto grado, « que muy pocos se ha-
llaban que supiesen latin, dados de ordinario á la gula y desho-
nestidad, y los menos mal á las armas. La avaricia se apodera-
ba de la Iglesia, y con sus manos robadoras lo tenia todo
estragado: comprar los beneficios en otro tiempo se tenia por
simonía, en este por grangería ; no entendían los príncipes cie-
gos y los prelados que esta sacrilega manera de contratación
mucho enoja y ofende á Dios, así bien el disimulallo como el
hacello » (i). Si esta era la situación del clero en España, no
hemos de pedir mayores virtudes al de Vizcaya. Permitiéndose
á los clérigos casarse, y que ellos y los legos tuvieran cuantas
concubinas pudieran sustentar, cuidándose más de las cosas del
mundo que de las de Dios, tomando parteen aquellas luchas, se
enagenaron las simpatías de muchos y el respeto de casi todos.
Así vemos que « estando los vizcaínos hechos al cebo de estos
Arciprestes cuando los tiempos corrieron más ¡lustrados y blan-
dos y habían de venir á manos de Obispos, concibieron contra
(i) Libro 2^.— Cap. XVIII.
^<)b V I Z C A Y A
ellos tal odio que ni su nombre podían sufrir, ni quisieron que
les viese ni les oyese, sobre que ordenaron en su fuero viejo
del año 1452 una ley que es la 226 que antes estaba en uso,
en la cual se dice: Que á los vicarios y fiscales que por vengan-
zas habian llevado algunos parientes mayores é linages, lo cual
se consideraba en usurpación de la jurisdicción de nuestro señor
el Rey é de las sus justicias: é otro sí en quebrantamiento de
los fueros, usos é costumbres de Vizcaya, é otro sí en escanda-
lizamiento de los fijos-dalgo-escuradores de ella, buscando en
los tales procesos é pleitos el dicho fiscal achaques para cohe-
char é llevar dineros seyendo su final conclusión del dicho vica-
rio. » Por esto el prohibirse se diera favor á los vicarios ó fiscales,
comisarios ó presentadores de cartas del Obispo, y si « fuesen
muertos ó feridos por algunos de los vizcaínos por ser quebran-
tadores del dicho fuero, que los tales no hayan pena alguna, >
ni los puedan prender, etc., etc., (i). Continuó esta mal queren-
cia ó entredicho con tal decisión, que cuando D. Fernando el
Católico fué á Vizcaya á jurar los fueros, tuvo que despedir al
Obispo de Pamplona D. Alonso Carrillo que le acompañaba,
por no permitírsele la entrada en Vizcaya (1476); y hasta el
año de 1545 que fué el prelado de Calahorra, siendo ya mejor
regidas las cosas de la iglesia, no había entrado obispo alguno.
Para tomar posesión del Señorío, jurar sus fueros y poner
algún orden en Vizcaya fué á ella el rey D. Enrique IV (1456).
Mandó derribar muchas casas principales, impuso castigos y
desterró á « todos los mejores desta tierra de Vizcaya é de la
Encartación» (2).
Uno de los desterrados fué Lope García de Salazar, y ado-
leciendo en Sevilla de tercianas, le manifestaron los médicos
que sólo se recobraría la salud y aun salvaría la vida con los
aires de la tierra natal : se fué á ella enviando á su hijo á decir
( 1 ) M. S., existente en la Biblioteca de Caridad de Bilbao, folios 4q8 á 494.
(2) Sai.azak.
VIZCAYA 107
al rey, que estaba en Jaén, lo que le obligaba á ir á Vizcaya,
pidiéndole por merced no se enojase. En cuanto supieron su lle-
gada los corregidores de Vizcaya y de Guipúzcoa, acudieron
con las respectivas hermandades, y aun otros colindantes de
Santander, á Somorrostro. No se movió Salazar, ya muy mejo-
rado de su dolencia; demostró no proponerse hacer resistencia
á la justicia, poniendo sólo 100 hombres para la guarda de su
casa; pero pidiósela el rey y que se entregara á su merced; así
lo hizo con sus hijos, y anduvo tres años cumpliendo su destie-
rro por donde le plugo fuera de Vizcaya y de las Encartaciones
hasta que fué perdonado con los otros desterrados.
Cuenta la Crónica qué durante este tiempo se vio muy per-
seguido por causas criminales y civiles, ante el rey, la Chanci-
llería, los obispos de Burgos y de Calahorra, por el corregidor
y hermandad de Vizcaya y de la Encartación, ocupándole su casa
y bienes y ocasionándole muchos gastos. No tuvo en esto poca
parte el prestamero Mendoza, en odio á haberse opuesto á que
fuera corregidor de Vizcaya.
Cuando Salazar, cumplido su destierro volvió á su casa, aun-
que no se la habían entregado, « llamáronlo á la Cadena con
700 ornes, parientes de los suyos, por la fuerza de la muger que
fuera de Juan de Salcedo, que tomara Fernando de Salazar su
fijo... condenándolos a muerte sino se presentasen a la dicha
Cadena, e fueron mucho fatigados por el Corregidor e por Men-
doza. » Querellóse Salazar, fué privado Ruiz de Ulloa del corre-
gimiento, y se hizo justicia á Salazar tornándole su casa.
Mucho se trabajó por las autoridades para restablecer com-
pletamente el orden; propúsose conseguirlo el corregidor Juan
García de acuerdo con los alcaldes de la Hermandad; hacía jus-
ticia < é derecho á todos;» pero no satisfacía esto á aquellos
orgullosos y mal apaciguados banderizos, quienes no pudiendo
por sí combatir el poder del corregidor y el de la Hermandad,
acudieron al conde de Haro, cuyo hijo, de acuerdo con varios
nobles del Señorío fué á él á quitar el corregimiento á García,
4g8 VIZCAYA
poniendo en su lugar al Dr. López de Burgos (1465) que había
obtenido del rey, á mucho precio, dicho nombramiento. Entraron
en Valmaseda á prender á García ; mas no estaba éste en áni-
mo de entregarse, ni los que le seguían en el de consentirlo,
ofendidos desde luego con la invasión ; armóse gran pelea que
duró dos días con sus noches, sin que se dirimiera la contienda;
continuó por el contrario con no poca saña, se incendiaron casas
y Terrerías; excedióse el hijo del conde de las instrucciones que
llevaba, lo cual pesó mucho á su padre, y quizá contribuyó á
que terminara por el pronto esta cuestión, sufriendo el país
las funestas consecuencias de antiguos odios y enemistades.
Continuaron éstas con tanto ó mayor furor que antes, espe-
cialmente entre gamboinos y oñacinos; pues si algunas veces
se concertaban treguas, rompíanse antes que espirase su tér-
mino. Hubo combates sangrientos, como el librado en los cam-
pos de Elorrio, teatro de muchos en años anteriores, y en el
que nos ocupa murieron 45 hijos y nietos de Lope García Sala-
zar, (i) que se opuso á aquella lucha fundándose en que si bien
estaban obligados los de su linaje á defender el solar de Butrón
y de Mugica, no había razón ni causa para ir contra Avendaño,
que esto nunca lo hicieron sus antecesores. No bastaron estas
consideraciones ni aun la maldición de su padre y pariente, para
realizar aquella campaña, reuniendo en Durango hasta 4,000
hombres; pero 3,000 de éstos estando ya al frente de Elorrio,
huyeron desordenadamente arrojando los paveses ; y al notar
aquel inesperado suceso los de Avendaño salieron de la villa,
dieron sobre los que quedaron sin saber la huida de sus compa-
ñeros, asentando el real y las bombardas ; resistieron valerosa-
mente; pero sucumbieron. De los fugitivos perecieron muchos
ahogados de calor y sed, y á golpes de los contrarios que les
alcanzaron. No sólo fué importante la pérdida por el número de
los que murieron, sino por la calidad. Para cuantos sabían la
(i) Aún le quedaban 8=; hijos }■ nietos, legítimos y bastardos.
VIZCAYA
49Q
oposición de García Salazar á aquella lucha, fué providencial el
desastre, como consideraron misteriosa la retirada de los 3,000
que guiaba Juan Alonso de Mugica.
CAPITULO V
San Martín de Muñatones. — Disturbios. — Jura los fueros Isabel la Católica.
Ordenanzas de Chinchilla. — Justicia
I
/^N el año 1467, Fernando Sánchez y otros considerándose
^^-^dueños de Santander, la vendieron al marqués de Santillana
por dineros y vasallos; opusiéronse á tal venta la mayor parte de
los santanderinos que no querían dejara de pertenecer la villa á
la corona real, acudieron en su ayuda hombres esforzados de
toda la costa hasta Fuenterrabía, pelearon con denuedo en las
mismas calles, pusieron navios en la mar, fueron en su socorro
los Mugicas con todos sus parientes, Gonzalo de Salazar, Agüe-
ro y otros vizcaínos « porque Santander les daba sueldo del, o
del Rey, o porque les pesaba de tal merced fecha, aposentaron-
502 VIZCAYA
se varreados encima de la Villa, por donde los del Marques ha-
bian de venir; e llegados los del Marques a la puente, darse, e
no se atreviendo venir el término complido, combatieron la Villa,
e entráronlo por fuerza, e posieron a sacamano a los que en ella
estaban, ca eran tres mil ornes escogidos de solares, e de cada
Villa, e mucho armados, e entrados, derribaron las casas de los
susodichos que la vendieron, e tomados sus bienes por señia, e
quedó por Corregidor e defensor de la dicha Villa, Gonzalo de
Salazar por un año e medio, e asi se quedó por del Rey, e con
todos sus términos e libertades cuando el la dejó. Después dio
el Rey encomienda de la dicha Villa al dicho Marques, e queda-
ron libres por el Rey fasta agora » (i).
Como si á García de Salazar no le bastaran las contrarie-
dades y sinsabores que experimentara en su ancianidad, que por
otra parte sabía sobrellevarla (2); tuvo uno de los mayores do-
lores que puede tener un padre; el de verse despojado de sus
bienes y sitiado en la torre de San Martín por uno de sus hijos,
que díscolo y ambicioso, pretendía el mayorazgo que correspon-
día á los hijos de su hermano mayor muerto en Elorrio.
Durante esta forzosa reclusión (1471) y en el mes de Julio,
fué cuando García de Salazar compuso y escribió su famoso
Libro de las Buenas andanzas ¿fortunas, en el que relata las
guerras que asolaron á Vizcaya. Puro y copioso manantial al
que con frecuencia hemos acudido; que de él no puede prescin-
dir el que se haya de ocupar de la historia de Vizcaya, aun
cuando lo haga tan en bosquejo como lo hacemos.
(i) Salazak.
(2) «En 1469 perdió Lope á su mujer D." María Alonso Mugica, con quien ha-
bía casado en 1425 y de quién había tenido seis hijos y tres hijas. Y á propósito
de hijos, debernos notar una circunstancia. Sin duda para consolarse de la pérdida
de sus hijos y de su mujer, que á la verdad debió apenarle mucho en su avanzada
edad de setenta años, Lope pidió al amor sus consuelos y el amor se los dio dán-
dole unos cuantos hijos bastardos, porque en punto á fecundidad, como en punto
á valor, Lope García tampoco negaba la casta, como hubiera dicho el hidalgo de
la Cerca ». — Trueba.
V I Z o A Y A 503
Obligado á rendirse á su descastado hijo á los pocos meses
que éste le sitiara, falleció años después.
Aun cuando la casa ó torre de San Martín, que subsiste
como representa el grabado, no tuviera otro mérito que el haber
sido construida por García de Salazar, haberla habitado y escri-
to en ella el anterior libro, debiendo suponerse fuese también
en ella enterrado, merece algún más respeto del que se le tiene,
pues su estado es ruinoso, y estuvo á punto de desaparecer por
completo cuando en sus inmediaciones se efectuaron, en 1874,
las inolvidables batallas de Somorrostro, no menos sangrientas
y en civil lucha también, como las de la Edad Media en aquellos
mismos sitios.
La torre de San Martín de Muñatones, cuánto desde su fun-
dación con ella se relaciona y la tierra que la rodea, se prestan
á muy extensas é importantes reflexiones, que las vemos con-
densadas en estos elevados y exactos pensamientos : « Tenemos
tal afición los españoles, desde que el mundo es mundo, á rom-
pernos unos á otros la crisma (sin perjuicio de rompérsela tam-
bién al vecino, y al no vecino, tan luego como criamos una poca
sangre ó reunimos un poco dinero), que todos los sucesos algo
dramáticos ocurridos en nuestro país, en que pueden aprove-
charse los aficionados á composiciones históricas, resultan coe-
táneos ó dependientes de alguna guerra civil^ ya sea entre
magnates y magnates, ya entre los magnates y el rey, ya entre
el rey y las comunidades ó municipios, ya entre los varios rei-
nos en que casi siempre ha estado dividida la Península espa-
ñola, ya entre moros y cristianos, ya entre inquisidores y here-
jes, ya entre absolutistas y liberales, ya entre monárquicos y
republicanos, ya entre republicanos y federales, ya entre fede-
rales y petroleros. — Dijérase que los nacidos en esta tierra de
garbanzos somos capaces de todas las virtudes cívicas y de
todos los afectos privados, de todas las grandezas y de todos
los heroísmos, excepto del amor fraternal » (i).
(i) D. Pedro Antonio de Alarcón.
$04 VIZCAYA
II
Los trascendentales sucesos que conturbaron el ánimo de to-
dos los españoles en los últimos años del reinado y vida de D. En-
rique IV, afectaron como no podían menos de afectar á los viz-
caínos, obligándoles á tomar en ellos una parte más activa que la
que hasta entonces tomaron. Representaron en unión con los gui-
puzcoanos, y muy enérgicamente al rey contra la boda ajustada
con Francia (1470) del duque de Guiena, hermano de Luís XI
con la princesa D.^ Juana (la Beltraneja), declarándose además
partidarios de D.^ Isabel, hasta el punto de elegirla por Señora
desconociendo la autoridad del rey su hermano que no pareció
muy respetuoso de los fueros que jurara; la mayor ofensa que
á los vizcaínos pudiera hacerse. Este desgraciado rey se había
anulado de tal manera, que la mayor parte del reino se sepa-
raba de su obediencia sometiéndose gustoso á la de aquella
ilustre princesa cuyas virtudes y cualidades excelentes ponían más
en evidencia los vicios y la ineptitud de su hermano. A pesar de
la oposición de D.^ Isabel á ejercer soberanía alguna, mientras
viviera su hermano, y como si no existiera la desgraciada niña
D.^ Juana, no tuvo escrúpulo en aceptar el señorío, quizá por
evitar mayores males.
No eran pequeños los que Vizcaya experimentaba á la sazón,
aumentados con los graves disturbios entre los condes de Tre-
viño y de Haro, virrey éste de Guipúzcoa y Vizcaya. Originaba
la enemistad cuestiones mujeriles, ó desdenes que el de Treviño
recibiera de la de Haro y trataba de vengar con las armas.
Aprovechando esta ocasión algunos vizcaínos desterrados por
el de Haro, se confederaron con el de Treviño, como lo habían
hecho ya con Pedro López de Padilla, adelantado de Castilla,
que era fácil entonces á los descontentos hallar toda clase de
VIZCAYA 505
alianzas, por lo perturbada que la nación estaba, reuniéndose
todos en Vizcaya.
Para desbaratar el conde de Haro aquella formidable co-
alición y recuperar el señorío para el rey, trasladóse á Burgos,
juntó sus gentes con las del conde de Salinas, las de D. Luís y
D. Sancho de Velasco sus hermanos y otros, dirigiéndose á Viz-
caya con poderoso ejército especialmente de caballería, y cinco
millones. Topáronse unas y otras fuerzas en Munguía (27 Abril
de 147 I ), se bregó todo el día con encarnizamiento, y quedó el
triunfo por los vizcaínos, perdiendo sus contrarios más de mil
hombres (i).
Las ventajas que para el país se obtenían en victorias sobre
enemigos extraños, las esterilizaban intestinas discordias, cuan-
do no sobrevenía la pérdida de las cosechas, produciendo hambres
como la de 1474 (2). No disminuía esto el belicoso espíritu de
aquellos guerreros, que por no desmerecer de sus antepasados,
militaban por necesidad y peleaban por costumbre ; hasta que
ocupando el trono los Reyes Católicos se propusieron acabar de
una vez con las malas pasiones que impulsaban á la grandeza á
destruirse y destruir el reino, terminar sus discordias, atajar su
ambición y dar paz al país. Acudió el mismo rey á Vizcaya, rin-
dió la torre de San Martín donde se defendía el ambicioso y mal
hijo Juan de Salazar, el Moro, y mostróse severo con los dísco-
los y amoroso con los obedientes, restableciendo definitivamente
la paz.
Para mejor restablecerla y asegurarla, comisionaron los re-
(i) De este hecho data este cantar:
«Esta es \'izcaya Esta es \'izcaya
Buen conde de Haro, Que no Belorado.»
(2) En \izcaya y en Guipúzcoa la fanega detrigo llevado de Inglaterra y Fran-
cia se pagó á corona de oro ó á quintal de fierro.
Como se infringieron las leyes del reino sacando de el oro, plata é moneda
amonedada para comprar con ella cereales, los reyes perdonaron esta infracción á
Bilbao, a petición de la villa, según carta real otorgada en Tordesillas a 4 de Mar-
zo de I 476.
64
S06 VIZCAYA
yes al licenciado García Lope de Chinchilla, que de acuerdo
con las autoridades y vecinos de Bilbao dieran las ordenanzas
que mejor cumplieran á su servicio, t é á la paz é sosiego é bien
común de la dicha villa». Chinchilla propuso las ordenanzas
dadas poco antes por el rey á Vitoria, con el mismo objeto de
tranquilizar los bandos; las aceptaron, y aprobaron unánimes
los bilbaínos, las juraron y quedaron establecidas. Por enton-
ces ( 1483) fué D.'^ Isabel la Católica á jurar los fueros so el ár-
bol de Guernica, como años antes lo hizo su marido.
Reemplazó á Chinchilla en el corregimiento el licenciado
Logroño, á cuya admisión se opusieron los vizcaínos, y no sien-
do á propósito para el establecimiento de las ordenanzas en toda
Vizcaya, volvió Chinchilla, formó ordenanzas más fuertes que
las anteriores, porque los males se reproducían y no toleraban
los reyes en su amor á la justicia y al orden, continuase en aque-
lla tierra la anarquía; reclamaron contra ellas los vizcaínos; au-
torizóse á Chinchilla para que en unión de los representantes
de las villas, adoptasen lo conveniente para concluir con las di-
sensiones y falta de administración de justicia que se observaba,
y reunidos acordaron quince ordenanzas, « que no puede negar-
se suspendieron por algún tiempo los más preciosos derechos y
libertades de las villas de Vizcaya, pero que cayeron en desuso
inmediatamente que desaparecieron las causas que las motiva-
ron, y más principalmente después de la muerte de los Reyes
Católicos, que llamados á regenerar en cierto modo el estado
anárquico de la monarquía, trataron á las Provincias Vasconga-
das con algo de rigor, suspendiendo ya que fio conculcando, al-
gunos de los fueros y libertades que de inmemorial disfrutaban,
y que con levísimas excepciones respetaron todos los reyes pre-
cedentes. La población las admitió sin repugnancia, cansada
de los desórdenes, inseguridad y sobresalto en que los bandos
la tenían sumida» (i).
(i) Historia de Lx Legislaciíjn.ctz., -por \o?, señores Mariciialar y Manrique.
V I / (■ \ N A 507
Porque á virtud de tales ordenanzas, Chinchilla, * hobo su
información, é fizo ciertos procesos, y pronunció ciertas senten-
cias contra los que halló en culpa, condenando á unos á pena de
muerte, y á otros á destierro, y á otros á perdimiento de bienes
y derribamiento de sus casas, y á otros á penas pecuniarias
para la guerra contra los moros » .
Había en las ordenanzas un artículo, el 8.", mandando « que
en ninguna junta general ni particular no se juzgue ni se den
por desaforadas las cartas de sus Altezas, firmadas de sus nom-
bres ó de los de su muy alto Consejo ú Oidores de su Audien
cía, ni de otros sus jueces que son superiores del condado de
Vizcaya, pues para ello ho tienen jurisdicción ni autoridad, ni
facultad ni privilegio alguno ; y es ofensa de la magestad real,
usurpación y perjuicio de su jurisdicción y preeminencia, y mala,
damnada, detestable y muy escandalosa costumbre é corruptela
que sobre esto querian introducir algunos en Vizcaya, queriendo
juzgar y determinar los subditos sobre el juicio de su rey ó
reina; sopeña que cualquier procurador de juntas, y sus jue-
ces y diputados que lo contrario ficieren, mueran por ello ; y así
mismo los letrados que tal consejo dieren, y la parte que pidie-
re se dé la cart« por desaforada ; y el escribano que signase la
escritura ó diere fé de ella, pierda el oficio y le corten la mano » ...
Estas ordenanzas se mandaron guardar en el arca de sus
privilegios, con carta de los reyes, porque lo en ella contenido
fuera mejor cumplido y guardado en todo tiempo.
Prescindiendo de estas ordenanzas, la junta de Guernica
(i 49 i) se quejó á los Reyes Católicos del licenciado Toro, juez y
pesquisidor de Vizcaya, por haber mandado degollar sin las for-
malidades de derecho á tres vizcaínos, y fué atendida la queja,
sustituyendo á Toro con el licenciado Castillo. No es de extra-
ñar, pues, que se considerasen en desuso las Ordenanzas y se
eliminaran de la compilación de 15 26; pero no podía negarse
su utilidad porque, merced á ellas, se extinguieron las constan-
tes disputas y pleitos entre las villas y las anteiglesias. No con-
$08 VIZCAYA
siderando Carlos III revocadas las tales Ordenanzas, mandó
en 1773 «se imprimiese é incorporase literalmente á los fueros
del Señorío el capitulado de Chinchilla, para que según y como
estaba prevenido, se tuviese por parte de ellos» (i).
El grande empeño que pusieron los Reyes Católicos en paci-
ficar á Vizcaya y hacer que imperase en ella su autoridad, le
consiguieron al fin; pues desde el principio de su reinado para
conseguirlo trabajaron. Ya se exponían ante el trono las quejas,
ninguna desoída (2) ; eran atendidos los intereses de Vizcaya, á
donde se enviaban comisionados para que se labraran en las
Terrerías armas necesarias para proveer las fortalezas de Si-
cilia y la armada contra el Turco; se daba comisión á los co-
rregidores en favor de los labradores vizcaínos (1483) para que
averiguaran los montes y exidos que estuviesen usurpados por
poderosos y caballeros, cuya influencia inutilizaba el cumpli-
miento de la justicia, y mermaba las rentas reales; «por cuanto
los dichos montes son de nuestro patrimonio real, é les fueron
dados é dotados con sus solares labradoriegos, é si los montes
que así les pertenescen les hobiesen de estar entrados é toma-
(2) Como no se cumpliera este mandato, el Supremo Consejo de Castilla expi-
dió una real provisión, é hizo insertar en ella el capitulado, remitiéndola al Corre-
gidor de Vizcaya en abundante número de ejemplares, para que se comunicase á
todos los pueblos, mandando guardar el capitulado y la resolución real de 1771
á consulta del Consejo, y que uno y otro documento se incorporasen á los fueros
como parte de ellos, cuando se reimprimiesen, para su cumplimiento porla Dipu-
tación y demás á quienes correspondiese, sin permitir lo contrario bajo ningún
pretexto.
Al reimprimirse los fueros se excluyó otra vez el capitulado, decretando la Junta
general de Guernica de 19 Febrero de 1789, que el capitulado de Chinchilla se
reputase contra fuero atendida su inobservancia.
(2) .Martín de Ochoa, vecino de Bermeo, como procurador de la Orduña, etc.,
expuso á la reina que sobre los alborotos, talas, quemas, robos, muertes, prisio-
nes, etc., que en tiempos pasados se hicieron entre los solares de Butrón, Mugica,
Urquizo, Arteaga y otros; entrada de los condes de Haro, Treviño, Salinas, alia-
dos y parciales, trataron nuevamente de querellarse criminalmente los unos contra
los otros; y para impedir se renovasen causas ya sobreseídas, facultó al corregi-
dor y cuatro diputados especiales elegidos por los cuatro consejos contendientes
entiendan con los elegidos también por los cuatro solares querellosos, conozcan
en las causas y las fallen, sin que hubiese que acudir á justicias algunas criminal-
mente.
1::
<
>
$10 VIZCAYA
dos que nos non podrian dar ni pagar el pedido é otros dere-
chos que nos son tenidos á dar en cada un año » . Autorizó á dos
vecinos de Burgos y otro de Segovia para abrir y labrar mine-
ros de cobre, plomo con plata y estaño en las provincias vas-
cas (1484); amparó á los judíos de Valmaseda para que la
justicia los dejase vivir en la villa y no los maltratase (1486);
facultó á Chinchilla para que averiguase los repartimientos he-
chos sin licencia real, por quién, por qué causas, en qué cuantía,
por quién se habían gastado, etc., etc., para proveer como
cumplía al real servicio y á la buena gobernación y regimiento
del condado ; declaró libre el aprovechamiento de la vena de
Somorrostro (1487); castigó á los que debiendo ser guarda-
dores de la fe pública, la vendían; proveyó á las necesidades
délos pueblos, dirimiendo sus contiendas domésticas, nombrando
alcaldes; y procurando hacer siempre justicia, se inauguró en
Vizcaya un período de prosperidad.
No parecían estar muy avenidos con ella algunos vecinos de
Lequeitio y de sus inmediaciones, que obligaron á los Reyes Ca-
tólicos á enviar á Chinchilla y al corregidor á hacer pesquisa y
juzgar á los que tomaron parte en la pelea entre los del Solar
de Arteaga y Cenearra ó Zubieta (i) en la que hubo muertos y
heridos ; y después de saber quiénes apellidaron la tierra, man-
daron tocar las campanas, salieron al ruido, favorecieron los ban-
dos, fueron causadores é principiadores del ruido é feridores é
matadores, procediera brevemente contra los que hallase culpa-
bles y contra los vecinos de Lequeitio que quebrantaron la co-
munidad de Hermandad.
Á la vez que los reyes empleaban el rigor contra los per-
turbadores del orden en Lequeitio, hacían justicia á los mismos
lequeitianos que se quejaban de que habiendo en su iglesia doce
clérigos de misa las decían todas juntas quedándose sin oiría los
que á aquella hora no podían ir; por lo cual, aquellos católicos
(1) La carta real dice: Artoanga é Cenniera.
VIZCAYA S ' I
monarcas mandaron al Arcipreste que se repartieran las misas
comenzando desde la mañana hasta la misa mayor, para que
todos los vecinos puedan oir misa, « cuando buenamente las
puedan oir, » y * que la dicha iglesia sea bien servida á sus
tiempos convenibles » . Esto * so pena de la nuestra merced é de
perder las naturalezas é temporalidades que en estos nuestros
Reynos habedes é tenedes é de ser habidos por ágenos y ex-
traños dellos, etc.»
Como si en algunos puntos de Vizcaya estuvieran mal ave-
nidos con la paz, si no podían perturbarla, trataban de proteger
á los perseguidos por la justicia, hasta que los Reyes Católicos
mandaron en 1494 que dé allí adelante y para siempre no se
nombrasen parentelas ni parcialidades por vía de bando en las
Encartaciones ni en su tierra, mandando hacer juramento de
así lo guardar, y de que ni pública ni secretamente ayudaran
por vía de bando á caballeros ni escuderos, ciudades ni villas,
ni que por bandos acudiesen á misas nuevas ni á bodas, bajo la
pena de perder la cuarta parte de sus bienes y cualquier oficio
que por merced del rey tuviera, ser condenados á dos años de
destierro por la primera vez, por la segunda extrañados del
reino, y á la pena de muerte por la tercera. Esta ley se hizo
después extensiva á toda Vizcaya, Álava y Guipúzcoa.
>/*«
X
CAPITULO VI
Bondad del pueblo. — Camino de Orduña.
Milicia.— Servicio de millones. —Impuesto sobre
la sal. — Motín popular
I
'lEMPOS bonancibles y aun de glo-
ria siguieron para Vizcaya termi-
nadas sus guerras de banderías. Ter-
cios vizcaínos tomaron parte en la
conquista de Granada y en triunfos
tan valiosos como el obtenido en Pa-
vía. A ser aquel país más atendido
por sus señores, mayor fuera su pros-
peridad. Hace nueve siglos tenía Viz-
caya más extensión hacia Álava y
Guipúzcoa, llegando por esta parte
hasta Deva. Hubo desmembraciones por el señalamiento y res-
tauración de términos del obispado de Pamplona que hizo el
6S
514 VIZCAYA
rey D. Sancho el Mayor. El valle de Aramayona había sido
de Vizcaya, de cuyos fueros gozaba, así como los de Llodio,
Oquendo y tierra de Ayala ; y posteriormente el de Mena y la
villa de Castro Urdíales. Es verdad que Llodio había pertene-
cido antiguamente á la Cofradía de Arriaga.
Aun con los privilegios de la tierra, si los señores no eran
feudales, eran tiranos, y admira la paciencia de los vizcaínos so-
portándoles, y aun matándose por ellos de grado ó por fuerza.
Si no parece admisible, aunque esté consignado, que hubo seño-
res que enviaban á las anteiglesias sus perros para que los man-
tuviesen y sus criados para que los gobernasen, es evidente el
bandolerismo y la incalificable conducta de los que tan mal tra-
taban á los vizcaínos, que hasta desmembraban su territorio,
cediendo porciones de él como si se tratara de bienes muebles.
Sólo podían tener yeguas en Vizcaya la abadía de Cenarruza y
la casa solar de Iturretajauregui.
" Oponíanse á su engrandecimiento las otras provincias her-
manas. Al comenzarse en tiempo de Carlos I la construcción del
camino carretil de Bilbao para Castilla por la peña de Orduña,
se opusieron Álava, Guipúzcoa y Navarra, la primera « con
fuerza de armas deshaciendo cuánto se trabajaba, llegando á
tanto extremo que fué preciso que el señorío pusiese gente ar-
mada para impedir semejante atrevimiento; la segunda, y Na-
varra molestando con pleitos continuos » , resultando que aquel
monarca absoluto mandara (1553) suspender la apertura de
dicho camino. Muchos años después se enviaron diputados á
Madrid, y á pesar de la oposición de Álava y Santander, no se
imitó el arbitrario y absurdo proceder de D. Carlos, y se dierpn
cédulas para que el señorío con la villa de Bilbao y su consu-
lado, á terceras partes, hicieran construir (1770) el camino
nuevo por Arrigorrjaga á Orduña, á su elevada peña y Berbe-
rana hasta Pancorbo : 14 leguas terminadas en 1 775. Es verdad
que el buen rey no era tan despótico ni tirano como el primero
de su nombre ; trataba más paternalmente á los pueblos y en
VIZCAYA 515
cuestión de caminos á él se deben los primeros de España.
Tanto en tiempo del Emperador como en el de su hijo Don
Felipe II, para nutrir los ejércitos eran necesarias constantes
levas en las que se cometían atropellos y desmanes; y al llegar
hasta el rey las quejas por las molestias, agravios y vejaciones
que recibían sus subditos, con aquel motivo, de parte de los co-
misarios, capitanes, oficiales, soldados, etc., trató con su consejo
de poner el debido remedio, y se acordó establecer una milicia
de 60,000 infantes, con las libertades y exenciones que se con-
signaron; dirigióse el rey para su cumplimiento al señorío de
Vizcaya, Encartaciones y tierra llana; por la novedad que en-
trañaba en los privilegios de que gozaba aquella tierra, fué obe-
decido el regio mandato pero no cumplido, produciendo además
protestas y reclamaciones en las juntas de Guernica; mostró el
rey grande extrañeza y disgusto de que no se cumpliera lo por
él mandado, ordenó con apremio se ejecutase sin demora; no
obtuvo este segundo mandamiento mejor éxito, y aquella indo-
mable, absoluta y despótica voluntad hubo de ceder ante la
tenaz negativa de quienes se amparaban en los fueros y exen-
ciones por los mismos monarcas concedidos.
Hallándose Felipe II en Portugal, pretendieron sus ministros
imponer en Vizcaya un real por el consumo de cada fanega de
sal, acudieron en queja al rey, como contrafuero, y atendióles
el monarca, al cual no molestaban tanto las libertades de Viz-
caya como las de Aragón.
Al servicio de millones, que tuvo que pordiosear D. Feli-
pe III de ciudad en ciudad, se mandó que contribuyesen todas
las ciudades, villas y lugares del reino < esentos y no esentos
sin perjuicio de sus privilegios y libertades; > mas también lo
consideraron como un atropello á sus fueros, juntáronse los viz-
caínos só el árbol de Guernica, y dirigieron al rey una exposi-
ción diciendo en ella entre otras cosas : * Hallamos que querien-
do usar V. M. de tanta riguridad con nosotros, y quebrantar
nuestros honrados privilegios, y la authoridad que nuestros hon-
5l6 VIZCAYA
rados padres han tenido; que debíamos suplicar y pedir humil-
demente á V. M. sea servido de mandar, que se borre, teste, y
atilde de sus Pragmáticas Reales, lo que á nosotros toca, pues
es justicia loque pedimos, y suplicamos á V, M. no hubiese
lugar de hacernos, nosotros quedamos obligados á defender
nuestra muy querida, é amada Patria, hasta ver quemada y aso-
lada esta Señoría, y muertos mujeres, é hijos, y familia, é bus-
car quien nos ampare y trate bien » . En vez de ofender al rey
aquella amenazadora y valiente actitud de los vizcaínos, accedió
á lo que le pedían. Al año siguiente (1602) aprobó y confirmó
D. Felipe todos los fueros, privilegios y libertades del señorío.
Había declarado la diputación vizcaína ( 1631) libre la venta
de la sal, y al año siguiente se pregonó por mandado del Corre-
gidor que pagase cada fanega una cantidad para el rey, á lo cual
se opusieron como contrario á sus fueros, representando al mo-
narca en este sentido; mas no fué tan atendida esta exposición
como las anteriores, resolviéndose que el señorío debía obede-
cer y cumplir lo mandado, exigiéndose sin remisión un tributo
por cada fanega de sal que entrase en el señorío. Para su cum-
plimiento se prescindió de las autoridades forales ; se amotinó el
pueblo; reuniéronse los diputados y síndicos, suplicando al co-
rregidor interino Calderón de la Barca, suspendiese la ejecución
del bando ; negóse á ello ; aumentó el tumulto que en vano tra-
taron de apaciguar el alcalde y regidores de Bilbao, hasta que
no se halló otro medio de contenerle que suspender la ejecución
del bando publicando otro en tal sentido.
No duró mucho esta tranquilidad : había interesados en per-
turbarla y en fomentar gran desorden. Circuló entre las masas
la especie de que algunos vizcaínos habían aconsejado el im-
puesto é insistido en su exacción : se les calificó de traidores y
enemigos del fuero: amotinado el pueblo se entregó furioso al
asesinato y al incendio, cometiéndose por el populacho ultrajes
indignos, actos vituperables de venganza personal, de pillaje y
devastación, derramándose sangre inocente.
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$l8 VIZCAYA
Inquieto y suspicaz el pueblo, sublevado por predicaciones
apasionadas, no exentas de particulares intereses, desbordada
su cólera, desconoció inconscientemente insignes virtudes y
grandes merecimientos por no menores servicios á la patria; y
ésta en último resultado era la que más sufría, porque es en la
que influyen siempre así las torpezas de sus malos gobernantes
como las deplorables consecuencias de motines impulsados por
mezquinos propósitos.
Reuniéronse en el Ayuntamiento las autoridades y cuánto de
notable residía en Bilbao, cuya villa contaba á la sazón unos 7 ,000
habitantes, y convinieron unánimes en ordenar ciertas medidas
administrativas respecto á derechos sobre los paños de Castilla,
lanasyvinos, sin ocuparse absolutamente de la cuestión de la sal.
Perseguidas por los amotinados algunas de las principales
personas de Bilbao, no podía tener el motín el carácter de ge-
neral y tampoco lo era, sino impulsado por D. Agustín de Mor-
ga y Saravia, de quien eran principales instrumentos, Juan de
la Puente y Ortusaústegui, Martín Ochoa de Ayorabide y un
escribano revoltoso é intrigante, conocido por el mote de Amu-
zuri; cuyos cuatro individuos fueron ajusticiados con otros dos
el 24 de Mayo de 1634: los tres primeros, como personas de
calidad é importancia, garrotados dentro de la cárcel, y los otros
tres ahorcados en la plaza pública, en medio del silencio pro-
fundo y espantoso de la población, inmóvil y aterrada, que con-
templaba de lejos el siniestro espectáculo.
Antes de esto, al llegar á oídos del rey la noticia de los re-
feridos sucesos, no faltaron quienes aconsejaran medidas de ri-
gor; pero se procuró saber antes la verdad, cual cumple á pru-
dente monarca, y ordenó lo conveniente á D. Lope Morales y al
duque de Ciudad-Real, para que éste como vizcaíno tratase de
pacificar á sus paisanos y auxiliar al corregidor en el castigo de
los delincuentes, y á las anteiglesias del infanzonado para que
informasen á Su Majestad, pasando después todo al Supremo
Consejo de Castilla.
VIZCAYA 519
El señorío envió como diputado en Corte al que lo era ge-
neral D. Gonzalo de ligarte y Mallea, á implorar del rey el pleno
reintegro de la inmunidad, la piedad en la corrección ó castigo
de las principales cabezas del motín y el indulto á los demás.
Expuso Ugarte la evidente infracción del fuero y el proceder que
hubo en la ejecución de la Real orden, cuyo proceder poco co-
rrecto originó las turbulencias. El Consejo informó y el rey
mandó que, «atendiendo á los seiíalados servicios que tiene he-
chos ese Señorío, y de presente hace y espera harán en adelan-
te, como tan fieles y leales vasallos, he tenido por bien de man-
dar... que ese Señorío goce de la paz y gobierno con que se ha
gobernado y gobernaba antes que se enviasen las nuevas Órde-
nes, cerca de lo tocante á la Sal, de 3 de Enero de 631, las
quales, y las que después acá se han dado, tocantes á ella... que
cesen, y que no se use de ellas en manera alguna. >
Concedido un amplío indulto, se exceptuó sólo á unas cuan-
tas personas.
Así terminaron aquellas tristes y funestas turbulencias, pro-
vocadas por la insensatez de un ministro y la facilidad de un
pueblo en acoger interesadas y malas sugestiones.
Se ha culpado, y en recientes publicaciones, de no pocas
desgracias y desastres de Vizcaya, particularmente en los si-
glos XVI y XVII á los escribanos, por el gran número de ellos ; y
como testimonio de mayor excepción, el mismo cronista de aque-
lla provincia dice que «quizás las ruidosas y lamentables cues-
tiones habidas por tanto tiempo entre la tierra llana y las villas
y ciudad, se debieron en grandísima parte á los escribanos, que
eran los que parecían tener el monopolio de la cosa pública.
Asómbrase el que lee y estudia los acuerdos y cuentas del Se-
ñorío al ver á los escribanos mezclados en todos los asuntos y
monopolizando todas las comisiones, todas las diligencias y to-
dos los oficios.» Llegó á formar un verdadero batallón de unas
700 plazas, esta gente armada de pluma ; no pudiendo menos
de ser exacto «que la sangre de los pobres se empleara sólo en
520 VIZCAYA
engordar á los curiales.» Pero ¿qué clase social se veía entonces
libre de merecer los más severos cargos y más fuertes censu-
ras? Lo mismo que los tiempos, han vanado las clases y las
personas, mejorando en sus costumbres y condiciones, que ex-
celencia es de la civilización de nuestros tiempos la condenación
de la rudeza de los antiguos y la desaparición de privilegios de
castas y clases, á los cuales más que á su propio valer y mere-
cimientos debían su poderío y prepotencia, empleados general-
mente contra el débil ; de lo cual no se vio exenta Vizcaya, como
no se veía ningún pueblo de España. Podrá, como creen algu-
nos apasionados aún por lo antiguo, haber variado la forma de
aquella preponderancia; pero sobre no haber distinción de cla-
ses, y siendo igual la justicia para todos, es hoy penable lo que
antes era privilegiado.
^JMÉá
CAPITULO VII
Nuevos motines. — Sublevación. — Excesos.— Castigos. — Generosidad
I
/] N los años de paz que disfrutó Vizcaya prosperaba su co-
^'-^mercio y acrecentaba su riqueza, adquiriendo así tanta con-
sideración y respeto que en la paz de Utrech entre España é
Inglaterra (17 13) se consignó «y porque por parte de España se
insta sobre que á los vizcaínos y otros subditos de S. M. C. les
pertenece cierto derecho de pescar en la isla de Terranova; con-
siente y conviene S. M. Británica que á los vizcaínos y otros
pueblos de España se conserven ilesos todos los privilegios que
puedan con derecho reclamar.» En el convenio de arreglo de
aranceles para el tratado de comercio, entre los mismos monar-
60
522 VIZCAYA
cas celebrado también en Utrech, se exceptúa de los derechos
de entrada y salida, á los puertos de Guipúzcoa y Vizcaya, ú
otros no sujetos á las leyes de Castilla.
Nuevas turbulencias vienen á poco á dañar los sagrados in-
tereses que con la paz florecían.
Al disgusto que causó á los vizcaínos la trasladación de la
Aduana de Orduña á Bilbao, se añadió el que produjo la incon-
veniente conducta del administrador de la misma « y del codi-
cioso é indecoroso modo de sus guardas que daba motivo á que
mis hijos habitadores de mi tierra llana del infanzonado se ma-
nifiesten ofendidos de que sus mujeres é hijas inmodestamente
atropelladas con el pretexto de ser registradas á la entrada y
salida en mi villa de Bilbao con sus verduras y demás viandas
que diariamente traen á vender á la plaza para el abasto.» Así
decía el corregidor de Vizcaya al dar cuenta al rey de aquellos
sucesos, implorando su piedad y justicia «no debiendo persua-
dirse que el Real ánimo de S. M. fuese exterminar vasallos tan
leales.»
A la vez que se denunciaban los anteriores hechos, excita-
dos los bilbaínos con el proceder de los aduaneros quienes aun-
que cumplieran con su deber, quizá se excedieron en él, faltán-
doles la prudencia necesaria en tales casos, produjeron riñas^
pendencias, heridas, muertes y tumultos, que ya no se contu-
vieron en cuestiones aisladas los exasperados vizcaínos. Eí
tumulto produjo incendios (i) y excesos graves, que pocas ve-
ces se contiene una conmoción popular, aun siendo justa, en los
límites de la justicia. Las pasiones desbordadas son como las
inundaciones; pero sin dejar como estas el limo que fertiliza los
campos.
Mal avenidos, pues, los vizcaínos con el planteamiento de
las aduanas, como contrario á sus fueros, aunque favorable á
(i) .\ntes quemaron los bermeanos el barco destinado á la guarda de la
Aduana.
VIZCAYA 523
SU industria y riqueza, y no bastándoles las anteriores escenas,
se propusieron sublevar el país. Para alentar á los bilbaínos,
acudió á la villa tumultuosamente la república de Begofia; no ha-
llando al diputado general, que huyó por los tejados, saquearon
su casa, robando alhajas, quemando papeles y cuánto encontra-
ron; ejecutaron lo mismo en otras casas principales; viéronse
las autoridades desamparadas y sin fuerza, alentó esto á los re-
voltosos para mayores excesos; ni los jesuítas eran respetados;
se sacó en procesión el Santísimo Sacramento para ver de apla-
car la ferocidad de aquellos desalmados, alentados por iracun*
das mujerzuelas; mas ni esto les contuvo, «atropellaron con
implacable furor y con tal desenfreno al P. Rector que tenía el
Santísimo Sacramento, que sin duda hubiera sufrido un sacrile-
gio y espantoso desacato á no haberse retirado y en comunidad
con el desconsuelo que se deja ver» (i). Lo mismo sucedió á
los PP. Agustinos; más afortunados los franciscanos impidieron
algunos incendios, aunque no los actos de barbarie ejecutados
en las personas de respetables clérigos, y sólo la noche dio va-
gar á aquellos incendiarios, aun cuando no necesitaban la oscu-
ridad para guardar lo robado. Sirvió esto sin duda de aliciente
á otras repúblicas inmediatas y aun de la marina, para volver á
Bilbao el día siguiente (5 Setiembre) cometiendo no menos ex-
cesos y horrores que el anterior, y crueles asesinatos, cebándose
con inhumana furia en el dignísimo é inocente diputado general
D. Enrique de Arana, al que asesinaron lenta y villanamente
después de haberle hecho salir del convento la multitud ofre-
ciendo respetar su vida. Ni el sagrado de la iglesia era respeta-
do por aquellas furias que dentro de la capilla de San Patricio
del Convento de San Agustín arrastraron á D. Carlos Aguirre,
que yacía mal herido, «y á un religioso, que por amor les pedia
que le dejasen hasta el umbral de la puerta, para arrojarle á la
(i) Relación de los sucesos que tuvieron lugar en la villa de Bilbao y otros
pueblos en 1718, á consecuencia de tumulto comunmente llamado Machinada
para la extinción de las Aduanas.
524 VIZCAYA
ria.» Se intentó por cuatro veces incendiar á San Agustín, se
allanaron y robaron conventos, sin respetar el que fuera de re-
ligiosas, y al irse retirando muchos aldeanos terminado el día,
incendiaron muchos caseríos y posesiones inmediatas ala villa (i).
Empezaron entonces á armarse algunos vecinos ; volvió en
sí el Ayuntamiento, y si bien eran ya muchos los daños causa-
dos, pudieron evitarse mayores, porque era el plan de los aldea-
nos para el día 6, saqueo general é incendiar á Bilbao por cua-
tro partes y por el centro ; pero les impuso la actitud de los
bilbaínos armados : sólo se permitieron algunos robar tal ó cual
casa é incendiarla.
Se formaron numerosas guardias en todas las bocas calles,
avenidas y puertas, se colocó artillería en algunos puntos, y esto
impuso.
En Portugalete robaron y quemaron las casas de algunos
vecinos; los de Busturia, Mundaca y otros, cometieron actos de
(i) En un papel de aquellos días que tenemos á la vista, dirigido por D. Carlos-
de Soracoiz y Ayala á D. Nicolás de Ubilla, refiriéndose á lo sucedido en Vizcaya
se dice : «han entrado en conventos de monjas á quienes han atropellado y han
sacado refugiados de ellas y los han muerto alevosamente, y asimismo ha habido-
hombres de estos asimilados á los gentiles que al P. Rector de la Compañía que
llevaba el Santísimo le atropellaron y porque no se cayera el copón fué preciso
que el compañero del Rector tomase en sus manos dicho copón, y finalmente son
tantos los casos que es menester una resma de papel para relatarlos. En cuanto á
lo que me dice Vmd. es tratarlo y mirar á este señorío con mucha honra y esa me-
rindad se porta con ella por estar prevenidos para esperar á todos los malvados-
que tuviesen atrevimiento de arrimarse y me parece muy bien que los esperen
con fusilazos porque de otra suerte no se logrará nada con ellos, como consta de
la experiencia que tenemos en esta villa, pues el día 4 y 5 del corriente hicieron
lo que quisieron profanando templos y casas de santas religiosas, y el dia 6 salí
de San Francisco y toda la gente de orden de esta villa tomó las armas formando
en cada calle su compañía y desde entonces no se han atrevido á-ejecutarinsolen-
cias como los dos dias antecedentes, que si no hubiera tomado esta resolución
toda la gente honrada conmigo á la hora de aora estuviera quemada toda la villa,
que ojalá el primer dia se hubiera tomado esta determinación, como yo lo vocea-
ba y invitaba el dia 4 por la tarde en la lonja de la compañía y ha vista de que no-
querían seguirme me refugié en el colegio de la compañía y de allí me fui á San
Francisco donde capitulé que habla de salir con mi fusil como todos los demás y
habiendo salido se remedió lo que arriba he referido. Vmd. me mande lo que se le
ofreciere con la seguridad de que será obedecido con la mayor puntualidad. Guar-
de Dios á Vmd. muchos años. Bilbao y Setiembre i 2 de i 7 1 8.
VIZCAYA 525
feroz vandalismo en Guernica, hasta en el convento de religio-
sas de Santa Clara; corrieron después á Bermeo, donde em-
plearon su cruel saña y aun en una señora que murió abrazada
á su marido, arrojando sus cadáveres por la ventana, y arras-
trando otros.
Penetró la sublevación en Guipúzcoa cometiendo no menos
punibles excesos, y con las armas de Eibar y de otros pueblos
se armaron muchas gentes decididas á oponerse á las tropas
reales que avanzaban.
A castigar tamaños excesos acudió el general Loya con
unos 3000 hombres, llevando fiscal y juez (i), que sentenciaron
á pena de muerte, sufriendo la de garrote en la cárcel ló reos,
cuyas cabezas se colocaron en varios pueblos.
Estas justicias no terminaron aquella situación verdadera-
mente violenta para la provincia, hasta que al fin, buscando los
medios de una avenencia equitativa, en junta general (1726) se
transigieron todas las pretensiones que sobre intereses tenían
contra los causantes y complicados en las turbulencias las perso-
nas que daños sufrieron, y se pidió al rey el indulto (2) que con-
cedió, aprobando además los capítulos estipulados en la junta;
quedando así satisfechos los que habían sufrido daños en el tu-
multo, los delincuentes perdonados y en libertad de volver á
sus casas, el señorío repuesto en sus fueros, libertades y exen-
(i) Temiendo el señorío las consecuencias, representó al rey suspendiera la
ejecución de su real mandato y encomendara al mismo señorío el restablecimien-
to del orden y el castigo de los delincuentes.
(2) Se elevó una reverente súplica á S. M. diciéndole el señorío entre otras
cosas, que era importante acabaran de extinguirse los recuerdos y centellas de
las infaustas turbaciones, que no pudieran renacer con los sollozos y continuas
lágrimas de los que no podían dejar de estar bien castigados y escarmentados con
muy cerca de ocho años que padecían la pena de presidio, galeras y destierro, y
el rubor de la fuga, desperdicio y abandono de sus casas y familias, con el temido
amago y continuo sobresalto de la prisión y del castigo : se volvía á implorar la
piedad del rey, remitiendo los desmerecidos ultrajes que tan indebidamente pa-
decieron, y condonando los crecidos intereses de bienes incendiados; que aten-
diera las penalidades con que los lastimados habían satisfecho a la suprema real
autoridad y severa justicia de S. M. y se habían habilitado para soberana clemen-
cia y real gratitud del piadoso indulto que esperaban.
526
VIZCAYA
clones, y aun cuando algunos de aquellos fueran más perjudi-
ciales que beneficiosos para el bien común, como al fin lo han
comprendido en lo relativo á esta cuestión de aduanas.
\^vf^"^
CAPITULO VIII
Vizcaya ante los franceses. — Puerto de la Paz. — Zamácola.
Lucha entre el señorío y Bilbao. — Nueva sublevación y nuevos excesos.
Enemiga de Godoy. — Invasión francesa. — Patriotismo y desconcierto.
Excesos de los franceses guerrilleros. — Guerra civil
I
V T L dominar los franceses en el pasado siglo la provincia de
j-*^Guipúzcoa, quisieron enseñorearse también de la de Vizcaya,
cuya Diputación acudió al rey en i6 de Agosto (1719), el cual
contestó á los cuatro días desde Inojosa, por medio de D. Mi-
guel Fernández Duran, que le extrañaba mucho la conducta del
mariscal imputando la guerra á caprichos del Ministerio, lo cual
hacía apartar á S. M, de su libre y soberano arbitrio ; que era
acusación injusta el que se mandara despóticamente en España
cuando era notorio en el mundo la constancia de S. M. en de-
fender lo justo y conveniente á sus vasallos, exponiendo su real
persona á los peligros y descomodidades de las campañas en
defensa de su justa causa ; que también había extrañado
528 VIZCAYA
á S. M. que el Mariscal hubiese hecho llamar á uno de la Di-
putación para tratar con él de los intereses de la provincia,
amenazando con las calamidades de la guerra si no condescen-
día la Diputación, lo que se consideraba asimismo contra todas
las reglas y prácticas de la buena guerra, pues nadie podía ig-
norar que una provincia, donde el enemigo no tenía plazas ni
tropas establecidas, ni podía, ni debía darle la obediencia, ni
enviar diputado ni otro individuo á tratar con los enemigos de
su legítimo soberano ; y aun cuando llegase el caso de que en-
trasen en ellas algunas partidas ó destacamentos amenazando
con hostilidades ó practicando algo para atemorizar, debía saber
el Mariscal que tampoco bastaba esto para que una provincia
abandonase á su soberano y se entregase á otro dueño, y sí
sólo para que los lugares más expuestos á la extorsión se com-
pusieran violenta y temporalmente con los jefes militares ó con
el intendente del ejército enemigo mediante alguna moderada
contribución ó en otra forma, como quien se sujeta á padecer
algún daño para evitar otro mayor, todo lo cual no podía igno-
rarlo el Mariscal sabiendo que deben excusarse las hostilidades
á los pueblos cuando éstos no cometen acción que pueda justa-
mente excitar la ira á los enemigos; que si á pesar de esto ex-
perimentase Vizcaya las extorsiones con que se les amenazaba,
tomaría S. M. las resoluciones convenientes para el desagravio
de sus vasallos por medio de las represalias y otros actos que
no se podría negar la justicia de S, M. aunque los había de sus-
pender y prohibir hasta entonces sin permitir se hiciera á los
pueblos de Francia daño alguno ni por mar ni por tierra, no
obstante la injusta y sangrienta que le hacía el Duque Regente;
antes bien les había dejado el libre comercio en sus dominios por
el amor que S. M. conservaba á la nación francesa, facilitando
sus conveniencias en todo aquello que no se opusieran á las de
sus fieles vasallos que merecían siempre la primera atención
de S. M.: de todo lo cual deducía que eran remotos los motivos
que pudiesen obligar á la Diputación á obedecer á los enemigos
VIZCAYA 529
y que por consecuencia tampoco debía enviar diputado ni otra
persona alguna á tratar con ellos; que al tener el Mariscal pre-
sentes los mencionados motivos así como el celo y la constante
fidelidad de la Diputación á su dueño legítimo, hubiera excusa-
do el Mariscal su solicitud, sabiendo además el amor y confian-
za que debía Vizcaya á S. M.
No consta que se sometiera esta provincia como se some-
tieron las de Guipúzcoa y Álava.
Decretado por las juntas generales que se construyese un
puerto libre en la anteiglesia de Abando, se opusieron tenaz-
mente Bilbao y el consulado de comercio, suscitándose un rui-
doso pleito, defendiendo los de Abando los derechos del seño-
río y las atribuciones de sus juntas, y sosteniendo los bilbaínos
los intereses de la villa, que consideraban destruidos por los de
la república vecina.
No se esgrimieron seguramente en este asunto armas de
buena ley; porque nombrado por el gobierno del señorío para
que le representara en la corte y le defendiese á D. Simón Ber-
nardo de Zamácola, alcalde del fuero de la merindad de Arra-
tia, de talento y patriotismo, tales intrigas contra él se tramaron
que al llegar á Madrid fué encerrado en la cárcel por secreta
delación, incomunicado y sin la menor noticia de su proceso.
Prendióse también á algunos de sus amigos de Bilbao, acusados
todos de que en una posada de Orduña ó inmediata habían re-
cibido, al ir Zamácola á Madrid, importantes pliegos de D. Ma-
riano Luís de Urquijo, para darles el curso que en la delación
suponían ; pero como Zamácola ni había recibido tales plie-
gos ni pasado por Orduña, pues fué por el valle de Arratia á
Ochandiano, se probó la falsedad de la acusación y la inocencia
del acusado (i).
(i) Aunque se mandó la averiguación del falso delator, se opuso el noble
Zamácola, que al presentarle la delación exclamó suspirando: «¡Ah!... yo le per-
dono... ha sido amigo mío... le he querido mucho... demasiado tendrá que sufrir
con los remordimientos de su conciencia, pero cortaré todo trato con él.»
67
530 VIZCAYA
La injusta persecución sufrida por Zamácola le granjeó las
simpatías del gobierno y favoreció la causa que defendía, que
no informaban en favor de la contraria los malos indicios que
algunos al menos empleaban. El puerto de la Paz, que así se
bautizó el que debía construirse en Abando, con absoluta inde-
pendencia de Bilbao y de su consulado, se decidió por el Con-
cejo de Castilla en pleno y aprobación del rey.
No podían conformarse los bilbaínos con esta resolución
que suponían arruinaba su querida villa; agitáronse aún más los
ánimos, acudieron con nuevas súplicas al soberano, obtuvieron se
mandase reconocer por otras personas facultativas los planos del
nuevo puerto; el Señorío se opuso á esta suspensión de la obra
exponiendo al rey los inconvenientes que producía, no siendo el
menor el desprestigio en que quedaban las juntas forales y los
derechos del Señorío; mas impacientes sus contrarios, antes de
que llegara la contestación de Madrid apelaron al supremo y
funesto recurso de las revueltas. Vecinos de Abando y Begoña,
aunque arrendatarios de los de Bilbao, bajaron en tropel y como
impetuoso torrente (i6 Agosto 1804) á Bilbao, gritando «mue-
ra Zamácola, el corregidor, el consultor, los diputados genera-
les, todos los zamacolistas!» No había ejemplo de sublevación
parecida, de tamaño desacato á sus principales autoridades fo-
rales, á los padres de provincia. A estas turbas se juntaron los
de Bilbao y algunos de Deusto y Baracaldo; fueron en busca
de Zamácola que pudo huir á Dima , su pueblo, y por no com-
prometer á los arratianos, resueltos á defenderle, se marchó á
Echarriaranaz, Navarra: corrieron los sublevados á Dima, y no
hallándole allanaron su casa, recogieron sus alhajas y efectos, y
lo entregaron todo en Guernica á la junta revolucionaria allí
constituida.
Como si no bastaran los gritos que sirvieron de bandera á
aquella sublevación, se amplió su objeto «á castigar á todos los
que habían dispuesto en las juntas generales armar á todo el
país, y, convertido en compañías de soldados, entregarlo á los
VIZCAYA 531
generales de los ejércitos del rey.» Arrestaron al corregidor
Pereyra, á los diputados generales, al secretario general del Se-
ñorío, maltrataron al consultor Aranguren y á su segundo Albo-
niga, prendieron á otros, allanaron varias casas y se entregó
aquel desenfrenado populacho á los más criminales y punibles
excesos, entretenido en ellos algunos días.
El gobierno acudió á remediar aquel desorden, enviando á
Bilbao un ministro togado del Consejo real con tropas. Su ines-
perada presencia en la villa aterró á los sublevados. Así pudo
más fácilmente restablecer el orden é imponer severos castigos,
que se cumplieron. Entre otros fueron condenados á extraña-
miento de Vizcaya el ex ministro Urquijo, y Mazarredo, capitán
general de Marina.
Empeñado Zamácola en su propósito que consideraba be-
neficioso para los intereses de Vizcaya, aunque no tanto para
los de Bilbao, á pesar de que pudieran armonizarse, volvió á
Madrid acompañado del consultor Aranguren, á fin de obrar de
consuno para vencer los obstáculos que se oponían á la ejecu-
ción del puerto de la Paz; pero, ya se ha dicho, aquellos parti-
darios ardientes de la libertad de Vizcaya, pudieron ver con sus
propios ojos que en la corrompida corte de Carlos IV no se tra-
taba ya tanto de llevar á efecto la ejecución del puerto de Aban-
do, como de arrancar de cuajo el árbol secular de las libertades
vascongadas. «Los trabajos y desvelos de estos dos buenos pa-
tricios y las aflicciones que con tal motivo sufrieron, no se pue-
den referir». Mostróse infatigable, sobretodo para desvanecer
en Godoy las prevenciones que tenía contra las provincias vas-
congadas y muy especialmente contra Vizcaya ; por saber que
algunos y muy importantes vizcaínos simpatizaban con los fran-
ceses y habíanseles mostrado muy amigos en la campaña
de 1795 (i).
(i) Así pudo escribir Monsey que «las poblaciones de Vizcaya y Álava habían
recibido á sus soldados como á verdaderos hermanos y amigos, observándose
que prestaban sus servicios con lealtad y franqueza.»
532 VIZCAYA
Esmerábase Zamácola en desvirtuar estas prevenciones,
que eran mayores que sus constantes y celosos afanes, y al ver
la poca eficacia de estos, es fama que al volver desalentado á
su casa, dejábase caer exclamando: « Vizcaya, ya acabaron tus
días. Tus mismos hijos te dan la muerte. Yo no quiero sobrevi-
vir á tu desgracia > . Y no sobrevivió mucho tiempo : trastornada
á veces su razón, enfermo, no pudo ocuparse más de su desea-
do puerto de la Paz, del que apenas volvió á hablarse.
II
El triunfo obtenido por las armas españolas en Bailen alen-
tó á los mal avenidos con la dominación francesa en Vizcaya,
alborotóse el pueblo, se impuso, se adhirió Bilbao con entusias-
mo á la causa nacional, se constituyó una junta suprema de
Gobierno, que estimuló el armamento general ; pero se compo-
nía aquella corporación de elementos algo heterogéneos, dis-
traíanla de sus patrióticas ocupaciones las inconvenientes exi-
gencias de los partidarios de que se restituyese á la Diputación
foral el pleno de sus atribuciones, produjo todo choques y de-
fecciones, y tuvo que restablecerse á poco la Diputación en sus
funciones normales, á pesar de la fuerte oposición que hicieron,
fundados en justos y patrióticos motivos políticos y militares, al-
gunos vocales de la Junta, además del comisario inglés que se
había presentado con una escuadrilla, conduciendo abundantes
armas, municiones y recursos para proteger y secundar la organi-
zación de la defensa; todo fué inútil. La Diputación, aunque ani-
mada de los mejores deseos, había producido ya lamentables
divisiones; obró con precipitación, aturdimiento y desconcierto ;
en el cuartel general de Orozco, donde habían de reunirse los
VIZCAYA 533
14,000 hombres alistados, no se establecía la organización, ni
la disciplina; conocía la Diputación lo falso de su posición; pero
confiaba en el apoyo del ejército de Asturias y Galicia.
José Napoleón, en tanto, había llegado á Miranda de Ebro;
el movimiento de Bilbao le apenó y contrarió (i); dictó ordenes
enérgicas para sofocarlo á todo trance, marchó á conseguirlo
una división francesa, venció en el Puente Nuevo la valerosa
pero mal organizada resistencia de los bilbaínos, y la entrada
de los vencedores en la villa ( 16 Agosto) fué un día de saqueo,
de sangre, de horrible duelo. El rey José dijo en su parte que
Bilbao «había recibido una terrible lección, costándole su rebel-
día la sangre de 1200 personas». Con tal y tan cruel saña pro-
cedieron los franceses. No se había dado motivo para cometer
tamaños excesos; pero la imprudencia de un patriota de poco
juicio excitó la cólera y el espíritu de venganza del general
francés.
Reunida en Bilbao la Junta general del Señorío bajo la pre-
sidencia del general Mazarredo, que había acudido solícito á la
villa, á remediar los males posibles, ofreció en nombre del nuevo
rey libertad de las industrias terrestres y marítimas, y otras liber-
tades, que se concedían á la vez á toda la nación, pues no había
de consentir en España la existencia de tiranías, abusos y ver-
güenzas políticas y aun sociales que humillaban al individuo sin
enaltecer á sus dominadores, y juraron todos los diputados viz-
caínos amor, obediencia y fidelidad al rey José Napoleón, jurán-
dole como su señor.
Desalojada al mes la corta guarnición francesa de Bilbao por
la división del marqués del Portazgo, tuvo ésta que seguir á
poco el movimiento general de retirada, abandonando la villa
que ocupó con poderoso ejército el mariscal Ney, encontrando
vacío el pueblo, cuyos vecinos temiendo la repetición de los ho-
(i) Confiaba, según le habían asegurado los vizcaínos, el general D. José Do-
mingo Mazarredo y D. Mariano Huiz de Urquijo. ambos ministros del nuevo rey,
en que Vizcaya permanecería adicta ó sumisa á los franceses.
534 VIZCAYA
rribles excesos anteriores, huyeron despavoridos. Para que re-
gresaran, publicó Ney un bando en el que daba 24 horas de
término para que los vecinos volvieran á sus casas, amenazan-
do en caso de negativa con el saqueo de la villa. Volvieron
muchos y se abrieron la mayor parte de las tiendas.
Simultáneamente ocupada Bilbao por franceses ó españoles,
derrotados estos en Zornoza, y aquellos poco después en los
campos de Valmaseda, dejó de ser Vizcaya teatro de operacio-
nes de considerables ejércitos para serlo de hazañas de guerri-
lleros, como el desgraciado Echavarri, D. Juan de Aróstegui,
jefe de los bocamorteros con los que alcanzó grande y merecida
fama, y algunos otros que guiaban paisanos ó francos, cuyo
cuerpo no llegó á reglamentarse por completo.
Llegó á instalarse en Vizcaya la Junta patriótica, reunién-
dose en Orduña, formáronse tres batallones de i 200 hombres
cada uno, mandados por D. Mariano Renovales, se formaron
nuevos focos de insurrección, operóse con éxito ayudando al-
gunas fuerzas marítimas inglesas, conquistó Jáuregui (el Pastor)
la villa de Lequeitio, obtuvo Longa otros triunfos, y el avance de
Porlier obligó á los franceses á evacuar á Bilbao, volviendo á
ocuparle después de los rudos y encarnizados combates soste-
nidos en Bolueta: el interés de los invasores de atender á San-
toña les hizo abandonar de nuevo á Bilbao, que celebró con
grandes regocijos su libertad, reunió sus juntas, publicó con
toda pompa la Constitución y se atendió á cuánto la defensa del
país exigía, encomendada con la presidencia á D. Gabriel Men-
dizábal, general en jefe del séptimo ejército.
No pudo impedir que otra vez ocuparan los franceses á Bil-
bao, constantemente asediada desde entonces por los vizcaínos,
y aun invadida momentáneamente como lo fué el 8 de Enero y
10 de Mayo (18 13); hubo reñidos encuentros en Ceberio,
Marquina y Guernica, y cuando se iba organizando tenaz y bien
combinada resistencia, abandonaron los franceses la provincia y
España.
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Id
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O)
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5 ^0 VIZCAYA
III
El año de 1833 inauguró uno de los períodos más intere-
santes y más sangrientos de la historia contemporánea de Viz-
caya. Lo que fué en un principio una lucha de localidad, de ri-
validad personal, se convirtió en una cuestión de partido político,
en guerra de pasiones, que hizo estallar la muerte de Fernan-
do VII.
Se propusieron organizar la insurrección el brigadier dipu-
tado Zavala y el comandante de voluntarios Novia, para lo que
invitaron al marqués de Valde-Espina que vivía en Ermua y acu-
dió presuroso al llamamiento. Formó parte de la nueva Diputa-
ción que publicó un manifiesto proclam.ando á D. Carlos, se
reunieron cerca de tres millones de reales de los fondos públi-
cos, contribución impuesta al vecindario y de fuertes sumas exi-
gidas á los liberales; ayudó poderosamente el clero secular y
regular ejerciendo poderosa coacción en los sencillos aldeanos;
con grande abnegación se prestaban muchos á sacrificar su vida
en obsequio de la causa que aclamaban, llegando á originarse
serias desavenencias por cuestiones de celos; pero puestos todos
de acuerdo, se llamó á las armas á los voluntarios realistas de
toda la provincia, se invitó á los demás á que secundaran el al-
zamiento, y se formaron columnas para recorrer el país, reclutar
gente y proclamar á la vez á D. Carlos en todos los pueblos de
su tránsito. Así se ejecutó en Begoña, Abando, Baracaldo, Por-
tugalete, Somorrostro, Sopuerta, Valmaseda y en cuantos pue-
blos visitaron hasta el valle de Mena.
Dirigiéronse algunas fuerzas á Guipúzcoa para apoyar otros
movimientos, y los resultados no pudieron ser más favorables.
Realistas y paisanos corrían á alistarse bajo los pendones de
D. Carlos; el fuego de la insurrección se propagó á todo el país
VIZCAYA 537
vascongado, á Navarra y á la Rioja, aprovechando en todas
partes la impericia del gobierno, que trató á poco de recuperar
el tiempo perdido, mas lo hizo de mala manera.
El general Sarsfield arrollando á todos los realistas de Cas-
tilla la Vieja que mandaba el cura Merino, haciendo huir des-
pavoridos á los alaveses, posesionándose fácilmente de Vitoria,
en la que se detuvo sin necesidad dos días, siguió á Bilbao por
Durango, para acabar con la insurrección en Vizcaya con la
misma facilidad que en Álava.
La junta carlista de Vizcaya mandó temerosa reconcentrar
las fuerzas á las inmediaciones de Bilbao, saliendo de la villa
Zabala á ponerse á la cabeza de los carlistas para infundirles la
confianza que ya perdían, desertando unos en pelotones, reti-
rándose otros á ocultarse al abrigo de las montañas, ó á escon-
derse en los barrancos, siendo tal el pánico que se introdujo,
que en vano apelaron Zabala y la Junta á todos los medios po-
sibles, invocando los fueros y la religión, palabras que les llena-
ban antes de entusiasmo. Todo fué en vano; el desaliento era
profundo, general el desorden. Rotaeche y Urquiju no secunda-
ron los denodados esfuerzos de Zabala, que, incansable, comi-
sionó á varios oficiales para que al frente de los menos temero-
sos, reclutaran jóvenes, recogieran las escondidas armas y
reanimaran el espíritu público. Sólo unos 200 hombres perma-
necieron en Ermua y sus inmediaciones retenidos por su honor.
Los tres batallones que quedaron en Bilbao la abandonaron
en cuanto supieron la aproximación de Sarsfield, que entró al
día siguiente concediendo indulto general á los que en el tér-
mino de 1 5 días depusieran las armas.
El jefe liberal obtuvo fácilmente un triunfo no disputado.
Destruyó en su paseo triunfal desde el Ebro al Nervión los prin-
cipales focos del carlismo; pero parecía que lo que á su frente
se destruía, anhelaba se organizase á su espalda, pues al entrar
en Durango, el alcalde á quien entregaron muchos carlistas sus
fusiles le preguntó:
68
5^8 VIZCAYA
• — ¿Qué hago, general, con estos fusiles?
— Cuidarlos — le contestó.
— No tengo tropa : le ruego me deje un batallón para guar-
necer la plaza.
— No, ni una compañía — le replicó Sarsfield.
Quedaron allí abandonadas las armas; otras las escondieron
sus dueños ; así que, cuando Sarsfield regresó de Vizcaya, vol-
vieron muchos á empuñarlas, se obligó á que lo hicieran otros,
se puso la Diputación de acuerdo con Zumalacarregui que ya
empezaba á distinguirse en Navarra y se fué organizando la
guerra civil que duró 7 años. No ayudaron poco los desaciertos
del gobierno y la impericia de algunos generales. Narrados es-
tán estos hechos, que ni aun en extracto podemos presentar
aquí, porque excedería su narración á los límites de que dispo-
ner podemos, y á su historia nos remitimos. Sólo diremos res-
pecto á Vizcaya, que fué teatro de muy reñidos encuentros, que
su capital sostuvo tres sitios, inmortalizándola el último del que
la salvó su constancia y Espartero en la memorable batalla de
Luchana. Es tanto más de admirar el heroísmo de los bilbaínos,
cuanto que basta ver la posición que ocupa Bilbao, rodeada de
montañas, en las dos terceras partes de su perímetro, para com-
prender hasta qué punto tuvieron que emplear aquella virtud,
tanta constancia, tanta privación, tanto sufrimiento para que los
carlistas no se apoderaran de la invicta villa por ellos tan codiciada.
Nuevas vicisitudes producidas por cuestiones políticas, expe-
rimentó después de terminada la guerra civil ; emprendió otra
en 1872, concluida á poco por el tratado de Amorevieta; de
este mal apagado incendio renació el fuego de la última lucha,
que si no duró tanto como la primera, no fué menos considera-
ble é imponente: volvió su suelo á ensangrentarse; las lade-
ras del Ciérvana, del Montano, de las Carreras y de Abanto,
presenciaron los combates más sangrientos que se han librado
en toda la guerra ; también Bilbao sostuvo empeñado sitio y te-
rrible bombardeo, sufrido con la ya proverbial constancia y pa-
VIZCAYA
539
triotismo de sus liberales habitantes; y el restablecimiento de la
paz restauró las ruinas, y devolvió ala invicta villa el movimien-
to comercial que la distingue y la honra, que la coloca en un
lugar preeminente y merecido, como he tenido ocasión de cono-
cerlo, apreciarlo y admirarlo.
.i:;^.^3m¿S¿
CAPITULO TX
Vizcaya artística. — Bilbao. — Iglesias , ediñclos civiles , paseos.
El Puerto y la Ría
I
/\^ primer deseo del viajero que llega á Bilbao, es el de ir á
^^-^las Arenas, á Portugalete y á las minas. El trayecto á cual-
quiera de estos sitios no puede ser más encantador.
En el pequeño espacio que media de Bilbao á las Arenas
(unos 14 kilómetros), recréase la vista con los más bellos pano-
ramas, y aliméntase la imaginación con los más interesantes he-
chos históricos y novelescos.
Antes de salir de la invicta villa, junto al hermoso y aban-
donado palacio de Quintana, existió el convento de San Agus-
tín, que conquistó imperecedero nombre en la guerra de los siete
542
VIZCAYA
años, en la cual adquirieron no menor celebridad el puente y
campo de Luchana, los altos de San Pablo, de Cabras, de Ban-
deras y de Aspe; y muchos de los caseríos, en los que apenas
repara el viajero, han sido teatro de conmovedoras y dramáticas
escenas.
BILBAO. — Palacio de Quintana
El Arenal, que así se llama uno de los más cómodos y her-
mosos paseos de Bilbao, era en lo antiguo, como su nombre
indica, un campo de arena, erial ó más bien fangoso, cubierto
por las aguas de pleamar, que hasta la villa y más allá llegaba
y llega la creciente. El casco de Bilbao era pequeño y murado,
y fuera de las murallas formáronse los barrios de Ascao y San
Nicolás, no habiendo noticias de que se edificara en lo que es
hoy paseo, sino que encauzadas las aguas del Nervión quedó li-
bre de la inundación de las mareas ese extenso espacio que se
convirtió después en alameda, sufriendo no pocas variaciones y
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VIZCAYA
un espantoso huracán en Julio de 1851. Ese bello paseo es un
gran respiro para los apiñados pobladores de la villa, que en la
mayor parte de sus calles carecen de luz y de aire ; de lo que
puede convencerse el que recorra por la calle de la Ronda, los
Cantones, etc. El gran salón, en un tiempo alumbrado con luz
eléctrica, los corpulentos árboles que le adornan y forman her-
BILBAC— Campo de Volantín
mosas calles, cubiertas con las ramas de los árboles que se en-
lazan, las lindas plazas circulares, teniendo una en medio un pre-
cioso estanque con caprichosos surtidores, que elevan el agua
á 20 pies de altura, y otra un kiosco para música, la cual ame-
niza á veces las horas de paseo, la variedad de arbustos y flores
que adornan y matizan este predilecto sitio de los bilbaínos, jus-
tifican la fama del Arenal. Lleno de cómodos asientos, hacen allí
agradable la estancia y muy entretenida en la calle paralela al
río, frente á la cual atracan los vapores que navegan de Bilbao
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á Santander y vice-versa, y la mayor parte de los buques que
conducen mercancías.
El campo de Volantín es otro paseo, grande y hermoso á
orilla de la ría, con vistas encantadoras. En su principio, ostenta,
como se ve en la lámina, una serie de elegantísimos hoteles, con
jardín por delante, formando una de las calles más lindas de
Bilbao, por la que pasa el tranvía á las Arenas; y entre esta
calle y la ría, corpulentos y altísimos árboles trazan frondosas
alamedas, en algunas de las cuales impiden penetren los rayos
del sol las entrelazadas ramas de las hayas, álamos, robles, fres-
nos, arces, acacias y tilos.
A continuación de estas alamedas hay lindos jardines á la
inglesa, extensos parterres y frondosas arboledas, formando
todo un paseo que empieza en el Arenal y acaba en la Salve;
unos dos kilómetros.
Dando frente al salón del Arenal, se ve la poco artística fa-
chada de la iglesia parroquial de San Nicolás de Bari, erigida á
fines del siglo xv sobre las ruinas de la ermita que bajo la mis-
ma advocación de aquel santo existió en el propio sitio para que
no carecieran de culto los marineros y pescadores que poblaban
el arrabal de San Nicolás, extramuros de la villa.
Mucho sufría ésta con las inundaciones; fué memorable la
del año 1553, que arrasando las casas de calles enteras, causó
grandes desperfectos en este templo, que se hubiera cerrado al
culto sin los donativos del acaudalado comerciante Juan de Ben-
gochea, enterrado entre el altar mayor y el colateral del lado
del Evangelio; pero mal restaurado y amenazando inminente
ruina, hubo al fin de cerrarse al culto en 1740, por carecer
el Municipio de fondos para las grandes reparaciones que el
templo exigía, hasta que por acuerdo general los dineros que
se habían reunido para construir una Casa de Misericordia de
que se carecía siendo tan indispensable, se dedicaron á la recons-
trucción de San Nicolás, ayudando los capitales que á censo te-
nía. No bastando aún lo que á los pobres se quitaba, se crea-
VIZCAYA
$47
ron arbitrios sobre los necesarios artículos de comer y beber (i);
se dispuso de rentas municipales, y se reunieron así recursos
bastantes para levantar un templo que demostraba indudable-
BILBAC — San Nicolás
mente la gran piedad de sus autores, pero no benéfica caridad,
por aquello de que primero es el precepto positivo que el nega-
tivo, como dicen los teólogos.
(i) El Gobierno, que se oponía á esta concesión por lo que gravaba al pueblo,
sólo los concedió al Ayuntamiento hasta el 29 de Julio de i 746, por 3 años.
548
VIZCAYA
Después de citar á concurso á todos los maestros de obras
de Vizcaya, Álava, Guipúzcoa y la Montaña, no estuvo muy acer-
tado el municipio en la elección de las personas que designó para
BILBAO. — Portada de Santiago
hacer los proyectos, ni en el que escogió. Destruido el anterior
templo se puso la primera piedra del actual el 6 de Diciembre
de 1743: después de algunas vicisitudes y variaciones en la fa-
chada, haciéndose una torre más y entre ambas una espadaña
que ocultara el tejado del coro, cuya vista ofrecía gran fealdad,
y sin terminarse completamente las obras, el 11 de Agosto
VIZCAYA
BILBAO.— Puerta lateral de Santiago
550 VIZCAYA
de 1756 se trasladó con gran pompa el Santísimo Sacramento
desde la iglesia de Santiago, quedando la de San Nicolás abier-
ta para el culto público. Concedió el Gobierno se celebraran en
la plaza principal corridas de toros de Castilla y Salamanca, en
los días 19, 20 y 21 del mismo mes de Agosto, con otros fes-
tejos verdaderamente espléndidos, que á presenciarlos llevaron
á Bilbao multitud de forasteros, y cuando todo terminó, el pue-
blo cantaba por las calles unas canciones que terminaban con
este estribillo:
Adiós, toros y toreros,
adiós, fiestas sin igual ,
ya no queda más recuerdo
que la Plaza y Arenal.
En este templo se celebraron las famosas juntas generales
extraordinarias (181 2) en medio del mayor entusiasmo, no bas-
tando su capacidad al público que ansiaba presenciar las delibe-
raciones, y que recibió con el mayor entusiasmo la proclamación
del Código Gaditano.
Durante las dos guerras civiles sirvió San Nicolás de parque
de artillería y almacén de pólvora y proyectiles, hasta que
en 1879 se construyó el Parque en San Francisco, se devolvió
la iglesia, sufriendo importantes reparaciones, y se abrió al culto
con gran solemnidad el 21 de Enero de 188 1.
Fundada Bilbao el año de 1300, no se hallan en ella monu-
mentos anteriores á aquella fecha, y los de la posterior no son
notables sino por los recuerdos históricos de algunos.
Debemos hacer una excepción á favor de la iglesia de San-
tiago, cuya existencia se supone antes de la fundación de la vi-
lla, porque de ella, así como del puente viejo de San Antón, se
habla en antiguos documentos. Mucho dice en favor de aquel
templo el gótico purísimo de la construcción que se tiene por
primitiva; pero se amplió hacia 1379, el incendio de 1571 que-
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552 VIZCAYA
mó sus naves laterales, quedando sólo en pié la principal y la
torre délas campanas; en 1650 se le añadió una malísima fa-
chada de cuatro columnas dóricas de mármol. de Mañana; se
efectuaron después otras construcciones ó reparaciones; se edi-
ficaron en el siglo pasado el coro y el presbiterio, y en medio
de la mescolanza de estilos que ostenta el templo, se distingue
la pureza y elegancia de las columnas, de los andenes y ojivas
de la obra antigua que armonizan mal con las pesadas pilastras
y follajes de la moderna.
Las tres espaciosas naves de que consta esta iglesia están
sostenidas por seis pilares: muchas de sus trece capillas osten-
tan hornacinas góticas. El frontal y el tabernáculo son de plata;
la custodia rica por la profusión de pedrería, notable por su al-
tura, 6 pies, es obra preciosa y de gran paciencia.
La iglesia de S.Antonio Abad se construyó sobre los cimien-
tos del antiguo alcázar de Bilbao, á principios del siglo xv. Es
graciosa y elegante la decoración de la puerta dé ingreso, del
renacimiento; faltan algunas estatuas y no pocos detalles, bár-
baramente destruidos.
La parroquia de los Santos Juanes, colegio antes de jesuítas,
sin ser una obra notable, está bien entendida. Su fachada de
cuatro columnas dóricas, de piedra, empotradas con su corres-
pondiente cornisamento, hace buen efecto.
Si nada más hay que admirar respecto á templos en la
invicta villa, aunque admiración no cause, es más que nota-
ble el Hospital civil, por lo suntuoso de su fábrica, de piedra
sillería, si bien, higiénicamente considerada su distribución,
deja mucho que desear. Hospicio de peregrinos en el siglo xv,
se amplió y mejoró á principios del xvi, y se hizo de nuevo
en el presente bajo la dirección y planos de D. Gabriel Benito
de Orbegozo, á costa del vecindario, siempre generoso y cari-
tativo.
Constituyen la fachada principal cuatro columnas dóricas de
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554 VIZCAYA
3 2 pies de altura, con su cornisamento (i), y por remate el escudo
de armas de la villa. El edificio consta de cuatro cuerpos, que le
dan un aspecto extraño. Su capacidad es grande y los enfermos
reciben esmerada asistencia.
El Instituto, situado donde estuvo el antiguo convento de la
Cruz, regalado por la reina á la provincia, empezó á construirse
en 1844. Su fachada de orden jónico, es severa y elegante á la
vez. Para obviar los inconvenientes del terreno, da acceso al
edificio una gran escalera, que se divide en dos anchos tramos,
que van á concluir en una plataforma con su barandillaje de
piedra. Desde esta meseta se penetra en el Instituto, en el que
hay un elegante salón de actos. Todas sus dependencias están
bien distribuidas. En la planta baja hay la capilla, museo de
pinturas, biblioteca, escuela pública, etc., y en la principal las
cátedras, gabinetes de física é historia natural, sala de recepción
y oficinas. En una extensa huerta, hay jardines, gimnasio, juego
de pelota y otros.
La plaza Nueva y los tres puentes son las construcciones
más notables de Bilbao, que carece de grandes edificios públicos.
Adornada la primera con bellos jardines, en los que crecen
lozanas y corpulentas magnolias, hermosos naranjos, grandes
acacias de bola y variedad de plantas, ocupa el centro una mag-
nífica fuente de juegos de aguas, con 18 surtidores y uno más
en la cúspide, que arroja aquella á 25 pies de altura; reco-
giéndose todas las aguas en un tazón superior que formando
un hermoso fanal, las deja caer sobre otro mayor, desde el que
se desprenden al gran receptáculo inferior.
Ocupa toda la plaza un espacio de 234 pies de largo por 196
de ancho. Rodéanla anchos y por la noche bien alumbrados so-
portales compuestos de 64 arcos con 66 columnas dóricas. Todo
el caserío está construido con hermosa piedra sillería. Se comen-
zó á edificar la Plaza el 31 de Diciembre 1829 y se terminó el
( I ) Encima se ostenta un tarjetón con estos versos :
Enfermos que gemís en la indigencia
aquí hallaréis solícita asistencia
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VIZCAYA
mismo día de 1849. En ella se han celebrado vistosas fiestas, y
cuando la visita á Bilbao del rey D. Amadeo en 1872, se convir-
tió la plaza en un estanque, surcado con góndolas á la veneciana.
BILBAO. — Plaza Nueva
En el centro de uno de sus lados, armonizando con las casas,
está la de la Diputación general, que no se distingue segura-
mente por sus proporciones artísticas, ni por su comodidad in-
terior; y aunque el salón de sesiones es elegante, no corresponde
sin embargo á la importancia de la corporación provincial.
Su fachada, como representa la lámina, la forman cuatro
pilastras jónicas, sosteniendo su correspondiente cornisamento
ático, en cuyo centro hay un buen reloj de esfera transparente.
Sobre el sotabanco que corona el frente descansa el escudo de
armas de Vizcaya.
Reconocida por la Diputación la deficiencia de este edificio,
va á construir otro en el ensanche.
VIZCAYA
BILBAO. — Diputación
55^ VIZCAYA
Respecto á puentes desapareció el llamado Viejo unido á la
torre de la iglesia de San Antonio Abad, y se construyó el
Puente nuevo de San Antón, que hemos presentado más ade-
lante.
Al arquitecto D. Antonio de Goicoechea se debe el puente
colgante que vivió 22 años sin alteración sensible, hasta que
en 1 85 I fué sustituido con uno de alambre, que ya no existe.
El actual de Isabel II ha sustituido también á otro del mismo
nombre. Autor del proyecto y director de la obra el ingeniero
de caminos D. Adolfo de Ibarreta; la belleza de la misma, lo
atrevido de sus arcos y lo magnífico del conjunto revelan la in-
teligencia y el buen gusto de su distinguido autor.
El no menos ilustrado ingeniero D. Pablo Alzóla proyectó
y construyó el elegante de San Francisco, de hierro, á cuyo
puente sirve de acceso por la parte de la Ribera una bonita es-
calinata de dos tramos, lo cual impide sirva para el paso de
caballerías y carruajes.
El antiguo convento de frailes, titulado de San Mames, si-
tuado en una bellísima altura á la izquierda de la ría, y desde
cuya eminencia se dominan las hermosas vegas de Abando,
Deusto y dilatado espacio, sirve hoy de Asilo de pobres ó casa
de Misericordia. Sin otros bienes que la generosa y espléndida
caridad del vecindario, sostiene á cerca de quinientos asilados y
ascienden sus gastos anuales á más de 200,000 pesetas.
En Bilbao, sin embargo, todo es secundario ante el puerto
y su ría. Fundada la villa en una pequeña barriada de la ante-
iglesia de Begoña, á orilla del Nervión, á 14 kilómetros del
mar, reunía siempre excelentes condiciones para ser un puerto
productivo y seguro. Ya se llamaba puerto de Bilbao al otorgar
el de Haro su carta puebla, en la que consignó que ni su puer-
to de Portugalete, «nin en la barra, nin en toda la canal que
non haia precio ninguno de nabe, nin de bagel que vengan ó
salan del Logar, cargados con sus mercaderías et mostrando
recabdos que vienen á esa villa de Bilbao ó van de ella.»
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VIZCAYA
La barra y la falta de encauzamiento de la ría eran un
grande obstáculo para la navegación , que procuró ir facilitando
el Consulado de Comercio, el cual adquirió importancia y crédito
en tiempo de los Reyes Católicos. Se proyectaron muchas obras,
se hicieron algunas, inclusos los muelles de Portugalete y las
BILBAO.— San Mames
Arenas; pero no remediaba esto el mal estado de la barra y de la
ría, que sobre dificultar la navegación causaban averías y desgra-
cias. Se crearon arbitrios para atender á las obras necesarias, y
aquel Consulado, años antes modelo, evidenció en ocasiones, tener
una organización administrativa deplorable; sólo dedicaba para
aquel importante objeto poco más de un 6°/^, mientras que en
salarios de jueces, escribanos, tesorero, procuradores, agentes,
misas, etc., etc., se invertía lo restante (i). Fueron remedián-
(i) «En los expresados i 7 años (1613 a 1630) los arbitrios que recaudó el
Consulado produjeron un total de 9.437,'í03 mrs. y lo que de ello se separó para
atender á las obras de la ría y barra fué 591,006 mrs.» (Memoria sobre las obras
de la ría, etc., por el Sr. Churruca.)
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562 VIZCAYA
dose estos vicios de administración; al mejorar ésta se atendía
más á las importantes obras que tanto afectaban al comercio de
Bilbao y á la construcción de buques, en la que tanto se distin-
guían los constructores bilbaínos; se fueron prolongando los mue-
lles de Portugalete y las Arenas (Mojijonera), que daban admi-
rables resultados, se acometió en i 753 la grande obra del muelle
de la Benedicta y el correspondiente de la margen derecha,
cada uno de los cuales pasa de 2,400 metros de longitud;
en 1 804 se empezó la construcción del Puerto de la Paz^ en el
que estaba tan empeñado Zamácola, como vimos, pretendiendo
con él «librar á Vizcaya de la presión que á su juicio ejercían el
Consulado y municipio de Bilbao en el resto del Señorío»; sien-
do esto causa de las turbulencias que dejamos narradas; en 1844
dejó de existir el Consulado pasando el servicio de las obras á
la Dirección general de las públicas, la que después de orde-
nar nuevos estudios en la ría y la barra, determinó (1856) á
virtud de un proyecto del ingeniero Peironcely, que se limitaba
á la mejora de la ría desde Bilbao á Portugalete, que se hiciera
otro que «comprendiera las obras necesarias en el puerto y ría,
á fin de hacer una entrada fácil y segura y que se pueda practi-
car á todas horas la navegación hasta Bilbao con buques de
gran porte»; ni de este ni de otros proyectos resultó nada prác-
tico, no llevándose á efecto ninguna de las obras proyectadas,
con muy contadas excepciones; presentaron distinguidos planos
los ingenieros Lázaro, Orense, Alzóla y otros extranjeros, pero
hacía falta más que proyectos ; la importancia del puerto y el
colosal desarrollo de la industria minera, motivaron que la junta
de Comercio de Bilbao solicitara del gobierno la creación de una
junta de Obras del Puerto, viendo conseguidos sus deseos
en 1877, impidiendo la guerra civil lo fueran antes.
Nombrado director facultativo de las obras el tan modesto
como ilustrado y eminente ingeniero D. Evaristo Churruca, y
arbitrados recursos, han recibido aquellas grande impulso, á la
vez que se ven en la barra los resultados que se venían buscan-
do hace siglos.
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VIZCAYA
Verdaderamente grandiosos los trabajos que se han reali
zado y se están realizando desde Bilbao, es evidente además su
utilidad, porque aquella barra que en la baja mar equinoccial
de 1878 se sondeaba 1 metro 14 centímetros, después de lo
construido prolongando el muelle de Portugalete en 800 metros,
BILBAO. — El Desierto
de los que haj^ concluidos 600, ha aumentado hasta tal punto
la profundidad que ya en las mismas anteriores circunstancias,
en 1884, daba la sonda mínima en el talweg de la barra 4 me-
tros y 1 5 centímetros; así que, considerándose antes casi como
un prodigio el que salvaran aquel peligroso y movedizo obs-
táculo buques de poco más de 600 toneladas, hoy se balan-
cean sobre sus crespadas olas vapores de 3,000 y llegan
hasta los muelles de Bilbao buques que no podían salvar el
paso ó canal de los Churros. De aquí que se halla multiplicado
el comercio de aquella importante plaza cuya aduana es la ter-
cera y á veces la segunda en productos.
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$66 V 1 Z C A Y A
En cuanto á exportación, el principal artículo es la vena de
hierro, acercándose á cuatro millones de toneladas , arrancadas
de los ricos criaderos de la César, la Orconera, Galdames y
Somorrostro. Esto es lo que constituye la gran riqueza de Viz-
caya, y uno de los espectáculos más asombrosos para el viajero
la visita á las minas, á las que se va cómodamente en ferro-carril
que penetra en la mina César.
Ya que las minas citamos, no creemos ociosos ciertos re-
cuerdos históricos importantes, con ellas relacionados.
Las cortes de Valladolid de 1537 dijeron al rey en la peti-
ción 58 de su cuaderno: «El metal mas necesario que hay en
estos reinos es el hierro; y en Vizcaya y en las montañas donde
hay la mayor abundancia dello, se van acabando los mineros
porque se saca mucha vena para los reinos de Francia y de
otras partes, en tanto grado, que si no se remedia, dentro de
diez años se acabarán los mineros y valdría mucho dinero el
hierro y el acero, y no se podría haber sin dificultad, y por sa-
carse la vena se dejaran de m.antener muchos naturales de los
reinos que se sostienen de labrarla y hacer carbón para este
trato, y se siguen otros daños ; y ejt el fuero de Vizcaya confir-
mado por S. M. se proveyó que no se saque de estos reinos.
Suplicamos á S. M., porque la guarda de esto es muy conve-
niente y necesaria, mande que se guarde el Fuero de Vizcaya
en el capítulo que desto habla y poner mayores penas contra
los transgresores del (i).»
(i) En efecto, la ley i 7 délos Fueros y 'privilegios de Vizcaya áic&aíSi: «Otrosí,
dixeron: Que havian de Fuero, Franqueza, y Libertad, y establecían por Ley, que
ningún natural ni extraño, assi del dicho Señorío de Vizcaya, como de todo el
Reyno de España, ni de fuera de ellos, no puedan sacar á fuera de este dicho Se-
ñorío para Reynos estraños, Vena, ni otro metal alguno para labrar Fierro ó Aze-
ro: Sopeña, que la Persona que lo sacare pierda la mitad de sus bienes, y sea
desterrado perpetuamente de estos Reinos; é la Nao, ó Baxel, ó otra cualquier
otra cosa, en que la sacare, é la Mercadería que en ella llevare, pierda, é sea todo
ello, é la dicha mitad de bienes, la tercia parte para los reparos de los caminos de
este dicho Señorío, é la otra tercia parte para el Acusador, y la otra tercia parte
para la Justicia que lo executare.»
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$68 VIZCAYA
Ya antes, en 1499, expuso el Señorío que debía el aumen-
to de su población y de su riqueza á la industria de labrar el
hierro y el acero que se exportaba labrado con gran provecho
del vecindario y aprovechamiento de las rentas reales, habién-
dose al efecto prohibido la extracción de vena ; pero teniendo
algunas personas el privilegio de sacarla fuera del reino, «donde
lo vuelven con otra vena, é diz que labran dello fierro ó acero,
á cuya causa los estrangeros que solían venir á comprar é lle-
var el dicho hierro é acero... non vienen por ello, por lo tener
dentro de sus tierras, é que las ferrerías se pierden é dejan de
labrar, etc.,» pedían no se sacase vena bajo grandes penas, y
así lo mandaron los Reyes Católicos.
No debió cumplirse este mandato cuando se reprodujo
en 1503; y á pesar de esto, Ochoa de Salazar, preboste de Por-
tugalete, exportaba vena en gran cantidad para Francia, auto-
rizado para ello por real carta: reclamó Guipúzcoa y se anuló la
autorización dada al preboste,
Al mediar el siglo .xvi había en Vizcaya y en Guipúzcoa
unas 300 ferrerías en las que se labraban anualmente 300,000
quintales de fierro y acero: un siglo después, en 1644, existían
sólo en Vizcaya 152 ferrerías mayores y menores: 14 años
después, 177. En las mayores se fundían las mazas que llama-
ban agoas, de i 2 y 16 arrobas, y con cada agoa hacían 4 to-
chos á manera de unas barras de á vara de largo, y en las
menores reducían á barras largas como las que se usan ahora.
Desde fines del siglo xvii dieron en hacerlas de una misma
clase, fundiendo mazas de 5 arrobas y tirando las barras de
proporción regular en el yunque y martinete; dejando el mode-
lo antiguo de labrar tocho, porque el fierro no salía tan refinado
como después. La rutina por un lado, la falta de estímulo por
otro, carencia de emulación y sobra de conformidad, pocas ne-
cesidades, mucha indolencia y adormecido el amor propio, ni el
hombre se enaltecía ni la industria adelantaba. Y eso que
en 1775 prohibió Carlos III la introducción de fierro de Suecia
VIZCAYA 569
ó de otro reino, á instancia de los caballeros y Terreros de las
Provincias Vascongadas, por el escaso consumo y poca estima
ción que tenía el que en ellas se labraba, vendiéndole los sue-
cos á 70 reales el quintal, no pudiendo producirle los vasconga-
dos menos de 80. A su virtud llegó á venderse en Bilbao
á 110 reales, y pocos años después contaba Vizcaya con 154
ferrerías, inclusas unas 8 sarteneras, labrándose más de 100,000
quintales de fierro, aunque muchos artefactos dejaban de fun-
cionar algunas temporadas por falta de agua y carbón ; y dice
un cronista vizcaíno: «en lo sucesivo me parece que no se labra-
rá tanto porque los montazgos se van minorando considerable-
mente por razón de reducir los terrenos á heredades de pan
sembrar y omisión de varias repúblicas y caseros en no plantar
cagigos, por cuya causa sin duda se acordó en Junta general
de 6 de Junio de 1642 que se dividieran entre los vecinos de
las repúblicas los ejidos y montes concejiles poniendo mojones
y límites para que cada uno plantase la porción que le cupiese,
pero no se efectuó aquella determinación. >
Explotábanse las minas de la manera que la ignorancia de
los tiempos permitía: mas no se apreciaba debidamente la gran-
de importancia de tan colosal riqueza.
Es verdad que la invención de la pólvora fué un terrible
golpe para las ferrerías vascongadas, empezando entonces á
disminuir las que se dedicaban á labrar armas para la guerra; y
á fines del siglo pasado, se dijo, hablando de la disminución de
ferrerías, que fué « de tal suerte que al presente no existe nin
guna en Vizcaya. » Pero no mató la pólvora la industria armera,
pues la disminución del arma blanca estaba compensada con la
construcción de mosquetes y cañones; y aun creemos que, si
por el pronto padeció la industria armera, fué esto momentáneo,
porque es sabido que en tiempo de Felipe II se construían bas-
tantes armas de fuego en las provincias vascongadas y no se que-
daría rezagada Vizcaya seguramente. Con posterioridad se acudía
á aquellas provincias por armas.
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$70 VIZCAYA
De todas maneras, poseyendo Vizcaya montañas de hierro,
mal explotadas, víctimas de absurdas ideas económicas, exis-
tían las bases de una gran riqueza y colosal industria que el
progreso de los tiempos había de desenvolver en la forma pro-
digiosa que actualmente se desenvuelve, pudiendo considerar
hoy nosotros asombrados, cómo á la pesada carreta que trans-
portaba el mineral ha sustituido el ferro-carril; é importando
poco los elevados montes y los profundos barrancos , vías
aéreas llevan como por magia el pesado mineral de la mina al
barco, dejando absorto nuestro ánimo y asombrada nuestra in-
teligencia.
Millares de obreros deben su subsistencia á esta industria y
miles de colosales naves llevan á todas las partes del mundo
los despedazados montes para convertirlos en variados objetos,
que así se fabrica con ese mineral la poderosa locomotora, el
colosal cañón , el gigantesco edificio , como la pequeñísima
aguja.
No todo el mineral que se arranca va al extranjero; grandes
fábricas con altos hornos funden el mineral y elaboran objetos,
distinguiéndose muy especialmente la de Bolueta, la de los se-
ñores Ibarra, en la que se acaba de montar la fabricación de
acero, primera que lo hace en España, y la del marqués de
Múdela, y ya está funcionando otra. La Vizcaya^ con dos altos
hornos.
Existen además en la provincia las fábricas de Astepe
en Zornoza, de los Sres. Jáuregui, y en Galdácano la de D. Fer-
nando Campos, en las cuales se construyen efectos de hierro.
También en Galdácano acaba de instalarse una fábrica de
productos químicos, con los que se confeccionan las primeras
materias para la dinamita, cuyos productos se traían antes del
extranjero, y otra de abonos artificiales en la que antes era de
harinas.
Conociendo los verdaderos industriales sus intereses, que son
también los de la provincia, irán disminuyendo la exportación de
VIZCAYA 571
la vena y aumentando la de los productos con ella fabricados,
aun cuando sólo llevaran lingotes á las grandes fábricas de Ale-
mania, Inglaterra y Francia, en vez del mineral que van á bus-
car á Bilbao sus grandes vapores.
En el sitio denominado El Desierto^ á la orilla de! Nervión,
frente al histórico puente de Luchana, y á los célebres Monte
de Cabras y alto de Banderas, que tan belicosos recuerdos evo-
can, toda aquella fértil comarca de Baracaldo , que hoy atravie-
san ferro-carriles y tranvías, no hace muchos años que apenas
veía interrumpido el silencio de sus campos y de sus aislados
caseríos por otros vehículos que la chillona y pesada carreta:
en el Desierto se ostentaba antes silencioso convento; hoy se ve
poblado de bulliciosas fábricas , y en vez de las gruesas y pesa-
das torres, cuyas campanas llamaban al recogimiento, se ven
ahora elegantes, esbeltas y enhiestadas chimeneas que anuncian
los progresos de la industria y los milagros de la inteligencia;
y aquellas blancas y perennes nubes de vapor que hienden los
aires, parecen coronar en el cielo los admirables destellos de la
inteligencia humana, que no pretende, locamente, como los tita-
nes de la fábula, escalar el cielo, sino ponerse en inmediata co-
municación con Dios por ser su instrumento en la tierra, derra-
mando en ella dones de sabiduría que producen veneros de
riqueza.
La civilización se mide hoy por los progresos de los pue-
blos. ¡Desgraciados los que la desatienden! los que apegados á
añejas costumbres se quedan rezagados en la marcha de la hu-
manidad ! El hombre no se pertenece á sí mismo ; esto sería la
apoteosis del egoísmo. La inteligencia humana tiene mucho
campo en qué obrar, y si no refleja sobre los demás, sobre la
humanidad toda, será estéril, infecunda, inútil. Es también la
inteligencia humana como el sol que para todos luce, á todos
alumbra, á todas partes lleva el vivificante ardor de sus esplén-
didos rayos.
¡Qué aspecto tan diferente el de aquellos campos hoy al
572 VIZCAYA
que presentaban durante las guerras civiles! Allí reina la paz,
antítesis de la guerra ; allí se rinde culto al trabajo que produ-
ce, que enaltece al obrero, más útil que el guerrero, pues si
aquél construye, éste destruye y deja en pos de su terrible
huella montones de ruinas y cenizas, arroyos de sangre, char-
cos de lágrimas, luto y orfandad, vergüenza y miseria.
Así presenta Bilbao la magnífica perspectiva, el encantador
panorama, del que dan idea las láminas; y poco más adelan-
te, á la izquierda de la ría, los muelles de todas las sociedades
mineras, que descargan el mineral conducido por ferrocarriles
en los mismos buques. La lámina que representa los muelles
de la sociedad franco-belga, hace concebir en parte el gran
movimiento de vapores y de caminos de hierro, dedicado todo
exclusivamente al transporte del mineral, venero de tanta ri-
queza.
Vizcaya artística. — Durango.
ídolo de Miqueldi. — San Miguel de
Arrechinaga.
Sepulcros de Elorrio ó Arguineta. — Guernica. —
palacio de Arteaga.
Lequeitio. — Romerías y diversiones. — Fin
Torre
""1^ A antigua Villanueva de Tavira, Durango, cabeza
^-1-*1 del Duranguesado, que se separó de la provincia
á mediados del siglo ix, tiene en su recinto con la ad-
vocación de San Pedro de Tavira, un templo conside-
rado como el primero de la religión cristiana en Vizcaya.
Conserva poco de su fundación por los reparos que ha
sufrido : frente á la puerta de ingreso se ve del lado
del evangelio en su parte baja un trozo de gótico purísimo,
ejecutado en tabla ; tienen mérito también cuatro pequeñas es-
tatuas de madera colocadas sobre otros tantos tizones que so-
bresalen de las paredes laterales, y que se supone fundadamente
fueron en un tiempo peanas de estatuas de piedra. Un sepulcro
de la misma materia, que se cree guarda ó guardó los restos
S74
VIZCAYA
convertidos en esqueletos ó momias de Sancho Estiquiz y Dalda
su mujer, fallecidos á fines del siglo ix, no ha sido conservado
como por la tradición y la historia merecía ; bien es verdad que
tampoco lo ha sido el templo, próximo á desaparecer.
DUKANGO. — Pórtico de Santa María de Uribarri
Entre las pocas obras del renacimiento que hay en Vizcaya,
sobresale el coro de la iglesia de Santa María de Uribarri, en
Durango. Esta es más antigua, y reedificada y ampliada á fines
del siglo XVI, debe ser de esta época el coro, formado de un
atrevido arco escarzano, en bóveda, sostenido por cuatro lindí-
simas columnas empotradas en las primeras pilastras de la igle-
sia, todo recamado de una rica ornamentación, cuyo frontis
representa el firmamento tachonado de estrellas, con el sol y la
luna en sus extremos. De buena talla la sillería del coro, sobre-
sale como verdadera obra de arte el grandioso marco tallado y
dorado de un cuadro representando á Nuestra Señora de Gua-
dalupe de Méjico, regalado por el durangués D. Antonio de
VIZCAYA 575
Meabe. Hay en la sacristía é iglesia algunos otros objetos no-
tables, aunque nada llama tanto la atención como el pórtico de
este templo, formado de atrevidos arcos de madera. Pueden
cobijarse en este pórtico más de dos mil personas, y sirve de
mercado y de paseo en los días lluviosos.
Se concede mérito á la cruz de piedra que se conserva en el
barrio de Crutriaga, junto al antiquísimo humilladero de la Ve-
racruz. Están esculpidos en ella personajes y escenas del Pa-
raíso y del Evangelio, atribuyéndose esta obra correcta á los
siglos XIV y XV. — La cruz de Goigo-errota, también es notable.
Durango, que en el siglo xv tenía su caserío todo de tablas,
hoy tiene buenos edificios y la torre de Lariz, que albergaba á
los reyes en sus visitas á la villa.
II
Después de lo mucho que se ha escrito y cuestionado refe-
rente al ídolo de Miqueldi (i), que, como se ha dicho, está muy
lejos de ser despreciable para el discreto arqueólogo, y no es
deshonroso ni indigno del pueblo á que es debido, y convinien-
do en su significación histórica, el Sr. Delmas, libre de las pre-
(i) Según el Sr. Trueba, «la escultura de Miqueldi no es monumento de car-
tagineses, ni romanos, ni ningún otro pueblo extranjero y mucho menos monu-
mento religioso;» y añade: «Sabido es porque lo atestiguan aún muchos monu-
mentos, que en la Edad media se adornaban los edificios más suntuosos con
esculturas, algunas extravagantísimas, que representaban animales, escenas pu-
ramente fantásticas ó alegóricas y pasajes de la Historia Sagrada y profana. En los
terribles incendios que redujeron casi completamente á cenizas la villa de Duran-
go en los años de 1^54 y i Ó7 2, desaparecieron edificios muy notables, en los
que, si existieran aún, llamarían la atencién del viajero las caprichosas esculturas
á que aludo, pues se ven en el día en una de las pocas casas que no desaparecieron
en los incendios ó inundaciones que también han desolado á la villa.»
Conviene sin embargo en que «la escultura de Miqueldi, prescindiendo de que
tuviese ó no el origen y la significación que le habían atribuido Otálora y Flórez,
era ya un objeto curioso y digno de ser conservado por el solo hecho de haber
servido de tema por espacio de más de dos siglos á tantas suposiciones y contro-
versias».
570 VIZCAYA
ocupaciones que empequeñecen á los pueblos y no subliman á
los hombres, nada ha visto de ofensivo y denigrante en que tal
ídolo pertenezca, cual monumento positivo, á uno de los pue-
blos idólatras que en la antigüedad penetraron en el suelo vasco.
Se han recogido tradiciones idolátricas en las colinas de San
Adrián de Arguinetas, vestigios de antigüedad gentílica y lápi-
das latinas en Ochandiano, Meacáur de Morga y Gentrubi ; han
mencionado geógrafos griegos y romanos ciertas poblaciones
idólatras en el litoral vizcaíno, dando origen á la intrincada con-
troversia sobre la colonia de jfuliobriga^ y consta, como afirma
Amador de los Ríos, de un modo que sería temeridad descono-
cer, el hecho histórico de que los pueblos vascos de una y otra
vertiente del Pirineo dieron culto á no escaso número de ídolos.
Los nombres, añade, de Bopian, Munso^ Ele^ Lixo^ Bihoscin^
Artahé^ Abelioni^ Leherem^ Ilhimb, Lahé^ Bensosia, conservados
en lápidas votivas, que guardan los museos de Cominges y de
Tolosa, nombres son de divinidades vascas ; y con los de mu-
chas otras deidades de igual índole y naturaleza, han convencido
sin duda al Sr. Delmas, y tiene razón, de que lejos de ser el pue-
blo éuscaro una horda, desposeída de todo sentimiento religioso,
como resultaría de la insostenible imposición de sus irreflexivos
encomiadores, pagó antes de ser cristiano, semejante á los de-
más pueblos de la tierra, el tributo de su respeto y de su ado-
ración á todas las fuerzas protectoras de la naturaleza, como lo
pagó también á la idealización que exaltaba y santificaba las
humanas virtudes.
Convengamos pues en que el ídolo de Miqueldi lejos de ser
un mamarracho^ ofrece todos los caracteres de un monumento
arqueológico ; que en vez de ser ofensiva su existencia para el
pueblo vizcaíno, por arrojar sobre él la supuesta mancha de la
idolatría, puede contribuir á ilustrar la historia, enlazándose de
una manera más eficaz con los monumentos ya felizmente cono-
cidos, los cuales nos revelan una parte no indiferente de las
creencias religiosas, profesadas desde la más remota antigüedad
V I Z C A V A
Cruz de piedra en Durango
57^ VIZCAYA
por la raza pobladora de las vertientes occidentales del Pirineo;
que persistiendo á uno y otro lado en esta idolatría, hasta el
siglo X, según testifica la predicación y el martirio de San León,
fundador de la Sede de Bayona, como sobrevivió también en
otras comarcas de España hasta la invasión mahometana, y re-
presentando las divinidades vascas fuerzas y atributos de la
naturaleza, y aun la naturaleza misma, sobre no repugnar á la
sana razón el que simbolice alguno de estos atributos ó se enla-
ce el ídolo de Miqueldi^ más ó menos directamente, con los he-
chos relativos á la historia religiosa del pueblo vizcaíno, no sólo
ha podido ser fruto de muy remota edad, sino también de
tiempos más cercanos al citado siglo x, reducidos, por su mismo
aislamiento y amor á la independencia, aquellos moradores de
la montaña á un invencible estado de primitiva y embrionaria
cultura; y finalmente que no es necesario, para explicar allí la
presencia del Idolo^ el suponer determinadas y triunfantes inva-
siones de pueblos extraños, pues que, fuera de las que sólo po-
drían comprobarse con un gran desarrollo de las investigacio-
nes prehistóricas, conviene repetir que después de la constitución
definitiva del pueblo éuscaro, debida á la irrupción de los celtas,
no han sospechado siquiera los historiadores más diligentes de
la antigüedad invasión alguna que penetre, arraigue y fructifi-
que en el suelo vasco.
III
En la merindad de Marquina y anteiglesia de Jemein, entre
las cinco ermitas antiguas que allí existen, se distingue la de
San Miguel de Arrechinaga, construcción del pasado siglo. For-
mando su planta un exágono regular, ofrece en su interior el
peregrino espectáculo de levantarse en medio de aquella cons-
trucción religiosa (que mide en cada uno de sus seis chaflanes
41 pies, recibiendo una cúpula de 28 en su mayor desarrollo
VIZCAYA
S79
horizontal ) tres grandes rocas, que describiendo cierta especie
de pirámide, se sostienen mutuamente, ocupando un espacio de
_r - ^
MAHQUINA.- San Miguel de Arreciunaga
1 1 0 pies de circunferencia. € Las tres se apoyan sobre piedra ca-
liza, que sobresale del pavimento por partes un pié y por otras
hasta seis; la que está hacia el Norte tiene i8 pies de altura
y 6i de circunferencia; su figura es irregular y toca ala piedra
580 \ I Z C A Y A
caliza, y sirve á todas tres de base por un espacio de 18 pies
de circunferencia. Entre mediodía y poniente está la otra de
46 pies de circunferencia y 1 4 de altura, tocando á la base porun
espacio que apenas tendrá dos de circunferencia: la tercera está
entre mediodía y levante y tiene 292 pies de alto, siendo su cir-
cunferencia de 10 por donde toca á la base de 44 á dos varas
del pavimento y de 87 en la cima, donde se engancha con las
otras dos, formando con ellas como tres grutas, en las cuales
hay otros tantos altares. De estos el principal se halla en el
centro de la ermita, frente á su puerta, y en él hay una hermo-
sa escultura de San Miguel, que sustituyó á la antigua, á la
que el pueblo tiene mucha devoción. En uno de los otros dos
hay un dosel formado naturalmente, que no lo haría mejor la
mano del hombre. A toda la mole cubre una media naranja á
vuelta de cordel de 28 pies de radio, y todo el edificio que se
concluyó el año de 1741 es de buena arquitectura» (i).
Préstase indudablemente la reseñada ermita á profundas re-
flexiones y no creemos ocioso exponer las de los que, como el
Sr. Amador de los Ríos, la han estudiado. Así pregunta: «¿Era
sin embargo la colocación de aquellas piedras resultado fortuito
de algún sacudimiento de la naturaleza, ó respondía más bien á
un designio especial, siendo por tanto fruto de los esfuerzos
y de la industria de los hombres, y como tal, un verdadero mo-
numento? ¿A qué estado de cultura pertenecía este, en el se-
gundo caso, y qué pudo significar, levantado en el centro de un
valle por todas partes cerrado y sin correspondencia alguna
con otro agrupamiento de rocas análogas? ¿Porqué había llega-
do aquel monumento misterioso hasta la primera mitad del
siglo xviii, cobijado por las alas de la religión, no desdeñándose
los católicos vizcaínos de consagrarlo de nuevo con renaciente
devoción, y no sin alguna magnificencia, en 1741?»
El Sr. Amador nada resuelve de una manera definitiva, si bien
(i) D. J. E. Delmas.
VIZCAYA ;8i
se inclina á creer que las tres piedras de San Miguel de Arre-
chinaga, formaron en realidad una construcción megalítica, agena
del pueblo celta, aunque celtas parecieran, cuya nómada planta
jamás llegó á penetrar hasta el valle de aquella merindad; y
muéstrase tentado á admitir la hipótesis de que hubieron de
componer estas colosales rocas un 7nenhir (i), por más que este
linaje de monumentos, propios de la Edad de piedra bruñida,
según quieren hoy los apóstoles de la ciencia nueva, rara vez
ofrecieron agrupamiento análogo.
Hablan, en efecto, historiadores de antiguas razas, de nota-
bilísimas pirá^nides de cinco á diez metros de alto sobre tres
de base , colocadas en cerrados valles y estrechas gargantas,
aisladas unas de otras, aunque pareadas á veces, construidas
de piedra sin labra alguna y con muy escaso cemento, y osten-
tando en su frente á la altura de tres metros, profundos nichos
ú hornacinas; deduciéndose de aquí, que no vacilaran los más
distinguidos arqueólogos considerarlas como fundidas sobre el
tipo del prehistórico mc7ihir, < vinculando por tanto la antigua
tradición religiosa de un modo tan vividero que no puede causar
maravilla, á quien conozca semejantes monumentos, el hecho,
tomado ya en cuenta, de que llega la idolatría, dentro del pue-
blo vasco, hasta los primeros días del siglo x».
Créese, pues, en la existencia de un adoratorio semejante
á los que habían servido, al otro lado del Pirineo, de tipo y mo-
delo á las construcciones vasco-romanas, á la veneración de
ídolos vascos, trazada, después de abrazada la religión cristiana
por aquellos indígenas, por la veneración al arcángel San Miguel.
« De esta manera, testigo é intérprete á la vez de la varia
(i) Consagrados los me;j/i/Ves por el supersticioso respeto de los primitivos
hombres á la memoria de los muertos, llegaron luego á ser objeto de cierto culto
religioso, como eran también el punto obligado donde se congregaban aquellos,
en determinados días, para sus grandes festividades; y en estos hechos, pro-
clamados recientemente por los más hábiles cultivadores de la ciencia prehistó-
rica, parécele al señor Amador vislumbrar ya la primera luz, que empieza á
iluminar las rocas de San Miguel de Arrechinaga.
582 VIZCAYA
y sucesiva cultura de tantas generaciones, aparece á nuestra
vista el monumento megalítico de San Miguel de Arrechinaga,
cual misterioso lazo que uniendo, dentro del suelo vasco, en in-
destructible cadena, las edades prehistóricas con los tiempos
históricos, perpetúa y transmite hasta nuestros días la memoria
de aquellos hombres, á quienes fué dado acaso el asentar su
planta por vez primera en sus encrespados valles y monta-
ñas » (i).
Un escritor vascongado, el Sr. Velasco, no admitiendo la
dominación de celtas , fenicios, ni cartagineses, cree pueda
atribuirse el monumento á los indígenas ó éuscaros para con-
signar con él algún hecho ó recuerdo; y pregunta: « ¿Acaso los
ibero-éuscaros eran menos rudos que los celtas? ;No tenían
ambos pueblos en la manifestación de sus recuerdos ó sucesos,
las rocas y sus fornidos brazos para arrastrarlas? — Es necesa-
rio un esfuerzo violento de imaginación para colocar cual ae-
reolito caído del cielo un supuesto monumento celta en aque-
llas montañas, sin poderlo clasificar ó eslabonarlo con otro
vestigio ó huella; en tanto es más natural y sencillo ver en
aquellas tres rocas, la expresión de una obra de los primeros
hombres del país. He dicho, me inclinaba á creer que las pie-
dras de Arrechinaga eran un capricho de la naturaleza».
No es el único que de esta manera piensa (2).
(i) Amador de los Ríos.
(2) «Siendo el éuscaro lengua antiquísima y fundándose los nombres éusca-
ros en las condiciones de la localidad ó del objeto que designan, no es posible
dejar de ver si el nombre de Arrechinaga da alguna luz con cuya ayuda podamos
penetrar en la oscuridad que rodea el origen del Santuario de que nos ocupamos.
Arrechinaga, ó Arrichinaga, ó Arruchinaga. pues de todas estas maneras he visto
escrito este nombre y le he oído pronunciar, significa sitio de piedras suspendidas
de arrió arria-a^ piedra, j' echinóeuchin, cosa suspendida ó en suspensión, y aga
nota de localidad. Nadie que tenga el más vulgar conocimiento de la lengua vas-
congada dudará de que ésta sea la significación de Arrechinaga. Es indudable,
pues, que este nombre es descriptivo del fenómeno que tanto llama la atención
en aquella localidad, y este fenómeno está descrito con la precisión que se admira
^ todos los nombres primitivos éuscaros. La palabra arri arri-a con el artículo
positivo significa precisamente piedra ó roca suelta, pues para designar la roca
viva ó nacidiza, el éuscaro emplea en el dialecto vizcaíno la palabra ach acha-a y
en el guipuzcoano ailz a/Zz-a».— Trueba.
VIZCAYA
S«J
IV
Si llamaron la atención de algunos arqueólogos y de cuan-
tas personas las han visitado las antiguas sepulturas de Audí-
cana y de Sobrón, no son comparables con las de Elorrio ó Ar-
guineta.
Sepulcros de Euorrio ó Akguineta
Entre las muchas ermitas, unas 20, que se encuentran en
los alrededores de Elorrio, y las hay como la de San José con
columnas monolíticas en su pórtico, la de Ntra. Sra. de Gáseta,
con su imagen bizantina, la de Santa Marina de Menaya (i),
(1) Según documentos antiguos, se denominaba parroquia monasterial, y exis-
tía en sus paredes una piedra con caracteres romanos, que se empotró en las de la
ermita de San Roque.
584
VIZCAYA
que es fama albergó á los templarios que se instalaron después
en la antigua iglesia de San Agustín y alguna otra, ninguna tan
notable como la de San Adrián de Arguineta que en vascuence
significa sitio de luz.
ELORRIO. — Ek.MiTA de San Agustín
En sus inmediaciones se encontraron hace tiempo muchos
sepulcros y lápidas fijnerarias, de piedra ; habiéndolos de la
misma clase cerca de algunas de las ermitas que hemos citado,
en la de Santo Tomás de Mendraca, de San Esteban de Berrio:
Iturriza habla de «la muy grandísima infinidad de sepulcros
que solia haber» en derredor de la iglesia de Santa Lucía de
Garay, de remota antigüedad, hoy ermita : se han visto en otros
puntos y casi junto al mar; pero á ningunos se ha dado la im-
portancia que á los de Arguineta, pues aunque parecen perte-
necer á la misma época, y quizá á los mismos hombres, es dife-
rente su construcción, conteniendo signos que caracterizan la
religión y la fecha en que se labraron.
VIZCAYA
S85
Escritores vascongados antiguos y modernos se han ocupa-
do de estos sepulcros copiando sus inscripciones (i).
Esparcidas estas sepulturas, algunas de ellas á muy larga
distancia, fueron recogidas unas 23 y colocadas formando tres
Paisaje de Elokrio á Düuango
lados de un cuadrado, con unos discos de piedra bastante curio-
sos, é iguales al que hay en el pórtico de la iglesia parroquial
de Arrigorriaga delante de una sepultura que se ha atribuido
(I)
Nariates de Ibater XVII Kalend.
AvGuSTi. Era DXDXXI.
ó sea: Nariates de Ibater, 16 Julio. Año 883.
En otra :
In Dei Nomine in Corpore Vi-
VENS Fecit. In Era DCCCCXXXI.
HiC DORMIT.
En el nombre de Dios. Hizo Munio esta sepultura viviendo en cl cuerpo.
Año 893. Aquí duerme.
Tenían estas sepulturas cruces de alfa y omega, y la letra T. el Tau. sigjno que
los cristianos ponían contra el arrianismo.
Estas inscripciones han desaparecido.
74
1)86 VIZCAYA
sin mucho fundamento al infante D. Ordoño, hijo de D.Alfonso
el Magno de León, muerto en la batalla de Padura ó Arrigo-
rriaga.
Se han atribuido también estos sepulcros á los llamados
conditorios de los primeros siglos de la iglesia ; y su orientación,
mirando los discos y los sepulcros á Oriente, era común á todos
los monumentos consagrados al culto católico desde sus prime-
ros días; atribuyéndose su origen á los refugiados en el país
vascongado que al derramarse por los valles de Álava penetra-
rían desde el de Aramayona en el territorio vizcaíno por Elo-
rrio. Así el Sr. Velasco los considera casi contemporáneos á los
de Audícana y Sobrón, fundándose para ello en que si estos de-
ben atribuirse á los primeros tiempos de los refugiados, desde
que llegaron al país en la última mitad del siglo viii, los de Ar-
guineta corresponden, como hemos visto, á los años 883 y 893.
V
Para los fueristas ha sido siempre Guernica la verdadera
capital de Vizcaya, políticamente considerada; y tenían razón.
Residencia de su Congreso, símbolo del Código foral, crecía allí
el roble bendecido y adorado, el signo de las libertades viz-
caínas,
« á cuya sombra entre infanzones fieros
reyes juraban populares fueros.»
Allí, en la campa, se celebraban en lo antiguo, después de ser
convocados por las bocinas de los Merinos, las primitivas juntas
para la población rural, llamada tierra llana ó Infanzonado, con
objeto de reunir los esfuerzos individuales contra los malhecho-
res que no dejaban en paz á los aislados habitantes de los cam-
pos y organizar su persecución ; apropiándose después atribu-
ciones más generales para la defensa de sus privilegios y liber-
V I Z C A ^ A
GUEHXICA. — AuBOL viejo
S88
VIZCAYA
tades, de sus fueros, buenos usos y costumbres. Allí, en Santa
María de la Antigua, reedificada á principios del siglo xv por el
corregidor Moro, se eligió el recinto de la ermita para la cele-
bración de las juntas generales en sustitución del campo raso que
GUERXICA. — Árbol nuevo
á su frente sé extendía. En ió86 se construyó en su parte za-
guera una sacristía para que sirviese de archivo ; en 1 700 se
pusieron bancos de madera con respaldos para los representan-
tes de los pueblos, y decretada su demolición en 1826, le susti-
tuyó el edificio que se alzó sobre sus antiguos cimientos y re-
presenta la lámina la parte construida, porque debe constar de
cuatro fachadas.
V I Z C A Y A
íl.
Ib»!
vmmr
--v-MBÍ»-*'
.■«*?■-
íi
ÜL'ERMCA. — Portada de ua igi i-.sia
590
VIZCAYA
La principal al poniente consiste en tres pabellones, forman-
do en su centro un martillo de dos columnas y dos machones en
los extremos, con sus lápidas en los vacíos y su cornisamento:
la del mediodía sirve de archivo ; coronan estas dos fachadas
dos hermosos escudos de armas de Vizcaya, y por el costado
GUERWICA. — Palacio de las Juntas
del N. descuella sobre el cuerpo de los pórticos, un ático en for-
ma de rotunda, cuya planta es un elipse sin casquetes, forman-
do anfiteatro á su alrededor cuatro hileras de bancos de piedra
forrados de madera con respaldos de hierro, y encima una có-
moda galería para el público : en la parte inferior más inmedia-
ta á la testera, los bancos para los padres de provincia, y en la
testera el altar con una buena imagen de la Concepción. En él
se dice misa los días de sesiones y se cubre durante las juntas
generales. Banderas y armas, recuerdo de la guerra de África y
una colección de retratos de los señores de Vizcaya, excepto
las señoras, aun cuando alguno como el infante D. Juan, hijo de
<
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59- VIZCAYA
D. Alfonso XI, y D. Tello, hermano del rey D, Pedro, lo fue-
ron, el primero por su matrimonio con D.^ María Díaz de Haro
y el segundo por marido de D.^ Juana, tenían indisputable de-
recho para estar allí retratados. También se ve un cuadro al
óleo representando la jura de los fueros por D. Fernando el
Católico, rodeado de ilustres vizcaínos, de damas y del pueblo.
«Bajo el árbol de Guernica y delante del salón de juntas,
sobre un estrado cubierto de losas y circuido de una elegante
verja de hierro, se eleva un pequeño solio de piedra de 22 co-
lumnas corintias de 10 pies de altura con su cornisamento y
frontispicio. Frente á este solio hay dos tribunas cercadas de
balcones, en una de las cuales se sitúa el secretario de la Dipu-
tación en los días de juntas para proceder al llamamiento de
los apoderados de los pueblos, que van dejando sus poderes
respectivos á medida que se les nombra, sobre una gran mesa
de jaspe, fija y preparada al intento. Recogidos los poderes, en-
tra la diputación en el santuario congreso, y los apoderados pe-
netran también en él después de ser llamados nuevamente por
el secretario desde el umbral de la puerta. Las sesiones duran
generalmente tres ó cuatro horas, desde las 9 y media ó 10 de la
mañana hasta la i ó 2 de la tarde, si bien suelen celebrarse alguna
vez de noche y cuando las necesidades lo exigen, en cuyo caso
se ilumina la magnífica araña que cuelga desde el techo del sa
lón. El aspecto que presenta una de estas asambleas es por de-
más curioso: allí la antigua anguarina vizcaína, el calzón corto y
la montera ó el cónico sombrero campesino, lucen su vetustez al
lado del aristocrático frac, del elegante pantalón y del apretado
guante: la espesa melena del echecojaiina y el ancho cuello de la
camisa que cubre la mitad de la espalda del rústico aldeano, se
confunde con el esmerado traje del habitante de la villa ; y como
en todo lo que se relaciona con estas populares asambleas, rei
na el más perfecto principio de igualdad, los discursos en vas-
cuence y en castellano alternan, ó se confunden, empero guar-
dándose siempre el mayor respeto á la más leve advertencia del
V I / C A Y A $93
presidente corregidor, que es el representante de la corona en la
noble tierra solariega. Excusado parece decir que durante los
diez ó doce días que permanece abierta la asamblea, reina en la
villa el movimiento y alegría más completos. Y esto no es ex-
traño, teniendo en cuenta que en tales días se reúnen en ella,
además de la Diputación y casi todos sus empleados, más de 250
representantes de los pueblos, las personas que tienen negocios
que ventilar en las sesiones, los padres de provincia, los candi-
datos á diferentes oficios del gobierno que se eligen cada dos
años y los naturales y forasteros á quienes la curiosidad, ó el
interés, ó la distracción, traslada al santuario de las leyes fora-
les á presenciar las cuestiones que en la lengua vascongada y
castellana se debaten públicamente (i).»
Esto sucedía en efecto, y eran estas juntas motivo de gran-
des comidas y festejos que se celebraban en Guernica, llevando
á ella gran concurrencia de toda la provincia, atraída por la fa-
ma de las celebradas fiestas; pero ya no ha quedado de todo
ello más que el recuerdo y el edificio. El mismo roble ha sido y
sigue siendo sustituido por retoños del antiguo. A la Diputación
foral ha reemplazado la provincial que se rige por la misma ley
que las demás de España, excepto en la parte relativa á conta-
bilidad, disfrutando así de una autonomía tan necesaria como
conveniente, por lo que contribuye al mayor desenvolvimiento de
la prosperidad de la provincia.
VI
Cerca de Guernica, en la anteiglesia de Gautéguiz de Artea-
ga, cuyo origen proviene de haber construido allí Gonzalo Fuer-
te de Noreña y su hijo Fortún Ordóñez en 798, una casa fuerte
con el nombre de Gautéguiz, y en 914, García de Noreña y
(1) D. J. E. Delmas.
75
594 VIZCAYA
Gautéguiz otra semejante denominada Arteaga, reuniéndose
ambos nombres para dársele al pueblo, se ostenta la casa fuerte
de Arteaga que absorbió el nombre de la anterior. Reedificada
por Fortún García, muerto alevosamente de orden del rey Don
Pedro de Castilla en Villareal de Álava en 1398, fué demolida
por los Mugicas y Avendaños enemigos de Arteaga en 1468;
volvió á reedificarla á poco el sucesor de Fortún, más sólidamen-
te y con arreglo al arte militar de la época dotándola de artille
ría, construyendo un espeso muro almenado formando cuadro,
con sólidos torreones ó cubos en sus cuatro ángulos, y dentro y
casi en el centro, una altísima torre aislada, coronada de saete-
ras y de almenas.
Despertaba, como no podía menos, la curiosidad del viaje-
ro, porque excepto la torre de San Martín de Muñatones y la
de Butrón, ninguna conservaba en Vizcaya los restos que la de
Arteaga, lamentándose cuantos la veían de que no se reparase,
pudiendo hacerlo su opulenta dueña Eugenia de Montijo; pero
llegó á ocupar el trono de Francia, y teniendo en cuenta la Di-
putación de Vizcaya, que la Emperatriz era propietaria en el
país, en las juntas celebradas en Guernica en 1856 declararon
vizcaíno originario al príncipe Napoleón por la procedencia de
su madre.
Lisonjeada ésta con tal acuerdo en favor de su hijo, encar-
gó á su arquitecto Mr. Couvrechef, la reparación de la torre, re-
formarla ó construirla de nuevo; para esto último levantó pla-
nos, siguiendo las inspiraciones de la misma señora, y al año
siguiente (1857) se comenzaron las obras sobre los cimientos
de la antigua torre, conservándose toda la parte sólida de las
murallas ó recinto, y dos de sus cubos, quedando como repre-
senta la lámina (i).
Fabricado todo este hermoso edificio con mármol de dife-
(i) Habiendo muerto Mr. Couvrechef, antes de terminada la obra, le reempla-
zó y la concluyó el también joven arquitecto francés Mr. Ancelet, rectificando al-
gún tanto el proyecto de su antecesor.
VIZCAYA
505
rentes colores de las abundantes canteras de Ereño y Gautéguiz,
si llama justamente la atención el exterior, los trozos ó hilada
primera de la torre, de la escalera exterior y las de los cubos,
no es menos notable el interior, en cuyas principales habitacio-
nes se ostentan frisos de roble negro, techo tallado de la misma
Torre-palacio ds Arteaga
materia, paredes vestidas de rica tapicería, altas chimeneas de
mármol con coronamiento de roble tallado, capilla con magnífica
ventana de vidrios de colores y una soberbia escalera espiral,
verdadera obra de arte, que arranca desde el suelo hasta la
azotea del edificio, y desde cuya azotea se descubre uno de los
más bellísimos panoramas de Vizcaya.
La corta distancia que hay de Arteaga á Lequeitio merece
recorrerse y Lequeitio visitarse por su hermosa posición á orilla
del mar.
Su mejor monumento es la iglesia parroquial consagrada á
596 VIZCAYA
Nuestra Señora de la Asunción. Se ha supuesto su fundación en
el siglo VIII : pero no merece completa fe el documento en que
esto se apoya; ni que fuese consagrada en 1287, quemada
en 1442, y terminada su reconstrucción en 1508; consérvanse
del siglo XIII dos sepulturas notables, en el suelo, cubiertas
con chapas de bronce. Cinceladas con raro mérito, representa
la una, dos figuras hombre y mujer en traje de la época; (i) la
otra un guerrero con escudo y una mujer al lado (2).
« Estos monumentos respetables, por su raro mérito, por su
venerable antigüedad, serían en otros países objeto de especial
cuidado. Se habrían sacado calcos, grabados, figurarían en los
museos... no pedimos tanto... pero ¿porqué una barandilla de
madera no los preserva al menos de la destrucción? » (3).
La señora de Vizcaya D.'^ María Díaz de Haro señaló tér-
minos á Lequeitio y la dio el fuero de Logroño, el año 1325:
seis después, para que se pudiera mejor poblar, c mandó que
todos aquellos que han poblado casas en la dicha villa, et non
son idos de morada a ellas que baian de pies et de cabeza a
morar, a las dichas sus casas, et facer Vecindad fasta el dia de
Carrestoliendas primero que viene » .
D. Alfonso XI concedió á Lequeitio los mismos fueros y pri-
vilegios que disfrutaban los de Bermeo en tierra de Castilla,
disponiendo después que no fuese nunca la villa incorporada á
la corona, señalando el tributo que debía recibir. A la vez man-
dó construir murallas de seis pies de espesor, de las cuales se
conservan algunos restos.
(i) Con estas inscripciones: Aquí yace Joiian Pérez de Omaegui difunto que
Dios PERDONE QUE FINÓ Á... de... EN la ERA DE MCCCXX ANOS. ROGAD POR LA SO
ALMA.
Aquí yace doña Auria Martínez de Ceranga so moger que Dios perdone que
FINÓ Á I 3 días andados DE NOVIEMBRE EN LA ERA MCCCXIX ANOS. KOGAD POR LA SO
ALMA.
(2) La inscripción de este sepulcro del guerrero, que formaba la orla de la
chapa no existe. La mitad correspondiente á su mujer, dice: Aquí yace doña Mary
IbAÑEZ de UrIBARREN so moger FINADA QUE DiOS PERDONE QUE FINÓ... Á DEL MES
DE... ANO M É CCC ANOS. QUE DiOS HAYA SO ALMA.
(3) Lequeitio en i8)j, por D. Antonio C/.vanilles.
\' I / C A N \
LEQL'EITIO. —Fachada de la h.lesia de la Aslnción
598
VIZCAYA
La iglesia de la Asunción, que hemos citado, era suntuosa;
hoy lo es más por las grandiosas obras que en ella se han eje-
cutado costeadas con esplendidez por la generosa piedad de los
Sres. Uribarren y Abaroa. Hay en ella obras de verdadero
mérito.
LEQUEITIO.— Exterior de la iglesia de la Asunción
Merecen también visitarse las regias moradas de los seño-
res Adán de Yarza y del conde de Torregrosa, ésta á la orilla
del mar, aquella en las afueras de la villa, en Zubieta, donde
estuvo en lo antiguo la torre de Ondarra.
Aun cuando no hay en Vizcaya templos como los que se ad-
miran en la mayor parte de España, no faltan notables, y en
casi todas las anteiglesias y pequeñas villas se ostentan iglesias
que exceden á las erigidas en más considerables poblaciones del
resto de la península.
No carecen tampoco de historia algunos templos, y enojosa
tarea sería la nuestra si á referirla nos entretuviéramos, máxi-
\\zc A ^ \
f
i^Éi^&K^M^^ÉÉÍ&dBMiNI
BILBAO. — Nuestra Señora de Begoña
6oO ■VIZCAYA
me ofreciendo sólo una enseñanza, en general poco fructuosa,
aunque abundante en guerras é incendios. No ha mermado esto
sin embargo la piedad de los vizcaínos, de lo que es buen ejem-
plo, entre los muchos que pudiéramos citar, la iglesia de Santa
María de Begoña, admirablemente situada en una eminencia que
domina á Bilbao, como si le tuviera á sus pies y al encantador
valle del Ibaizabal, con las repúblicas de Abando, Deusto y
Olaveaga. Allí se ostenta un templo que tiene algo de gótico y
poco de notable, artísticamente considerado.
Reedificado y ampliado en el siglo xvi, consta de tres naves
con bóvedas sostenidas por diez columnas, tres altares, capillas,
coro, gran retablo de plata que circuye á la imagen de la Virgen
elevada sobre el tabernáculo, y presbiterio ; y cuya Virgen, rica
en ornamentos y alhajas, es objeto de grande veneración, con-
siderándola los marinos como su protectora. Se le atribuyen
muchos milagros, y á su historia consagró Fray Tomás Granda
un libro publicado en 1796.
La posición que ocupa la iglesia de Begoña y su proximidad
á Bilbao ha contribuido á aumentar su fama histórica, pues en
los sitios que sufrió la invicta villa en las dos guerras civiles úl-
timas, fué medio destruida, reedificándose diferentes veces, es
pecialmente su fachada principal, especie de atalaya religiosa de
toda una gran comarca. Algunas cosas, sin embargo, han des-
aparecido, porque el retablo de madera y los seis altares pe-
gados á sus paredes laterales, con soberbias estatuas atribuidas
á Juan de Mena, sirvieron para calentar los ranchos á las tropas
que guarnecían la iglesia.
No debemos omitir, aunque de bastantes santuarios pres-
cindamos á nuestro pesar, el de Nuestra Sra. de la Antigua en
las inmediaciones de Orduña, asentado sobre una escarpada
meseta, al pié de la famosa Peña de Orduña, como si aquella
pequeña eminencia sirviera de primer escalón de la enhiestada
Peña. Es la ermita un monumento moderno, bien acabado, da-
tando su construcción de 1782.
VIZCAYA 6oi
El enorme tiesto que se ve al lado, contiene un vastago,
árbol robusto ya, de la morera en que la tradición asegura se
apareció la Virgen.
Hace 3 años se celebró una concurrida peregrinación, y el
8 de mayo de cada año se festeja á la Virgen, concurriendo
procesionalmente el vecindario del valle de Arrastaria, con el
ayuntamiento á la cabeza, y precedido de estandartes y cruces,
efectuándose actos tan originales como corteses.
VII
La afición que hay en Vizcaya á las romerías y fiestas reli-
giosas, es antigua: si entonces eran motivo de escándalo y de
crímenes, apenas se cuenta hoy uno en tales actos, lo cual
prueba cuánto han mejorado las costumbres en Vizcaya, á pesar
de todo lo que se esfuerzan en repetir diariamente los aferrados
á añejas instituciones, defendidas por ellos más por tradición y
odio á lo presente, que por conocimiento de aquellos usos y
costumbres. No lo decimos nosotros: escritores antiguos de co-
nocida religiosidad lo consignan, c Hasta ahora 33 años (i)
había tanto desorden en las fiestas de parroquias y hermitas que
hera compasión ver tanto ebrio tendido en el suelo, entre ellos
muchos postulantes pordioseros ; y otros descalabrados y en-
sangrentados, á causa de las rehiertas, y fuertes palizas, que
precedian antes de separarse unos de otros para sus casas; por
cuyo motivo y ebitar inconvenientes y gastos superfluos se ban
suprimiendo las fiestas de varias Hermitas y arruinando lasque
estaban en despoblado y en eminencias. En la anteiglesia de
Cenarruza determinaron el año de i 763 que no hubiese funcio-
nes en los ermitorios de San Pedro de Asta, San Lorenzo de
Elorriaga y Santa María Magdalena de Mendivitarte y en la
(i) Historici de Vizcaya, manuscrito del siglo pasado.
76
bü2
VIZCAYA
parroquia de Santo Tomás de Bolibar la que se celebraba el
dia 4 de Julio por la traslación de las reliquias de San Martin
Obispo de Tours en Francia.
> Acabadas las danzas á las Aves Marias, se retiran los con-
currentes á sus casas con acelerados pasos y confusa gritería
ORDUNA. — Santuario de la Antigua
por tener que andar muchos de ellos una legua, relinchando de
rato en rato como las yeguas, y algunos de los relinchos que
regularmente llaman ijuijac y Zauzuac^ suelen ser de desafío á
palos para acreditarse de valientes; sin duda costumbre anti-
quísima originada como escribe Juan Iñiguez de Ibargüen, en el
Quaderno 65 de la Crónica general Española y sumario de la
Casa de Vizcaya citando al Dr. García Fernandez Cachopín, de
los centinelas quesolian estar en guardia en los oteros, y eminen-
cias, etc., etc. >
VIZCAYA (Jü3
¡De cuan distinta manera se celebran hoy estas fiestas! Ex-
traordinariamente concurridas, apenas tiene que intervenir la
autoridad, respetada siempre.
Otra de las diversiones favoritas de los vizcaínos, sino la
principal, es el juego de pelota, en el que se atraviesan grandes
cantidades, se celebra también con el mayor orden. La gran
afluencia de gentes á este espectáculo y el beneficio que redun-
da al pueblo en que se efectúa, ha hecho que algunos constru-
yan y>'í7;¿/¿';/^5' de piedra verdaderamente notables, como el de
Durango, el de Abando y algún otro.
Las novilladas son también otra de las diversiones que tie-
nen apasionados, y con frecuencia se contentan con correr no-
villos de cuerda ó atados, que los capean por las calles. Pero
respecto á novilladas se lleva la primacía Valmaseda. Desde muy
antiguo gozan de merecida fama. Por morir en 1599 de la peste
700 personas no se celebraron toros según costumbre los días
de San Juan y San Pedro ; pero se corrieron el día de San Se-
verino « no obstante la mortandad y ser tan grande la miseria
pública, que para remediarla en parte hubo de empeñarse hasta
la cruz de plata de la iglesia » . Acompañan á estas corridas otras
fiestas que evidencian la cultura de los habitantes de una de las
más lindas poblaciones de Vizcaya, pues Valmaseda merece
ocupar el lugar que en la historia, la industria y la riqueza pú-
blica ha ocupado en para ella mejores tiempos.
Los juegos de la barra y de bolos son comunes, y lo era,
como diversión absurda é interesada por las apuestas que se
hacían, la prueba de fuerza de las yuntas de bueyes, que he te-
nido la satisfacción de haber concluido con ella, obligando á
destruir las grandes moles de piedra á la que se ataba la pareja
para ver lo que la movían á fuerza de aguijonear á los anima-
les, prorrumpiendo los que lo hacían en los mayores denuestos.
Más que prueba de fuerzas, era destrucción de las mismas.
Aunque todos los domingos y días de fiesta se baila en la
plaza pública, en los días solemnes ó de romería reviste el baile
604 VIZCAYA
el aspecto de un espectáculo oficial. En el campo ó en la plaza
donde se haya de bailar el zorzico se coloca un banco destinado
á la autoridad local : delante se hinca en el suelo uno ó dos es-
petones ó chuzos, atributo de los antiguos alcaldes pedáneos,
respetados aquellos por el pueblo como si fuese el mismo alcal-
de, pues cuando éste deja desierto el banco se observa la misma
respetuosa compostura. La autoridad que preside el baile desig-
na su principio y conclusión.
En estas fiestas es indispensable el zorzico, que quiere decir
ocho, porque en rigor debía bailarse entre cuatro parejas; pero
es indefinido el número. El alguacil hace plaza, y una hilera de
hombres agarrados de las manos, pasea gravemente el recinto,
siguiendo al tamboril y al pito. De rato en rato, el que va á la
cabeza, aurresco^ baila el contrapás dando saltos y piruetas á
compás, que obtienen nutridos aplausos; porque tanto el au-
rresco como el atzeco, el último, son bailadores. Después de esta
especie de prólogo, sale de la hilera una comisión á buscar la
pareja para el primer bailarín, y como ninguna joven se niega
á este honor, la conducen con el mayor respeto sombrero ó
boina en mano, paseándola por delante de todos los del zorzico
para saber si es aceptable. En seguida se paran delante del
aurresco^ quien después de saludar á la dama, arroja á sus
pies la boina, baila un rato como celebrando la elección y ha-
ciendo méritos, termina con una reverencia á la que contesta
con otra la dama y se coloca ésta á la izquierda del hombre.
Con la misma solemnidad conducen la segunda pareja, ó sea la
del atzeco^ último de la hilera, que repítelo que el primero; bai-
lan estos también uno enfrente del otro: las parejas restantes
van todas de una vez sin que al recibirlas se baile delante de
ellas. Agarrados todos de las manos, y algunas veces de pa-
ñuelos, se forman arcos pasando por debajo hombres y mujeres;
y terminada esta primera parte, la más grave y vistosa y segu-
ramente la más antigua, sigue el fandango, terminando con el
arin, arin^ que significa ligero, ligero.
VIZCAYA 605
En grandes solemnidades tomaban parte en estos zorzicos
las primeras autoridades )• personas más caracterizadas de uno
y otro sexo.
La espata danza es un baile guerrero con espadas, que se
bailaba de tres en tres y ha caído en desuso.
Hoy se baila en las romerías vascongadas mucha polka y
mucho vals, que los prohiben algunos mal humorados alcaldes,
por no creerlos tan honestos como las antiguas danzas del país.
VIII
Vizcaya, que merced á sus ferrocarriles, á su gran comer-
cio y floreciente industria, á su red de carreteras que facilita la
comunicación de todos sus pueblos entre sí (i), y á la laboriosi-
dad de sus habitantes, sale como por encanto del aislamiento
en que ha vivido, renace á nueva vida vigorosa y lozana , y bo-
rrará definitivamente hasta las huellas de funestos aconteci-
mientos.
No há mucho que aún parecía querer perpetuar el recuerdo
de sus discordias, de los deplorables bandos y parcialidades,
condenados expresamente por el capitulado de Chinchilla. Ade-
más de haber sido inútil y hasta repugnante que la Diputación
conservase los nombres de los antiguos bandos de oñacinos y
gamboinos, era una falta, una transgresión latente contra las
regias disposiciones, que no ponía en muy buen lugar á una
corporación de tan alta importancia, que tantas pruebas de
lealtad había dado, y que podía dudarse de ella y quizá de sus
intenciones, cuando desde su nacimiento en cada bienio salía
manchada con el pecado original de su oposición á todo gobier-
no y aun al mismo fuero, la escritura de Chinchilla.
De origen menos distinguido la tierra llana que las villas
(i) y la facilitará más cuando desaparezcan las cadenas, ó portazgos, que sólo
existen en las Provincias vascongadas.
bob VIZCAYA
fundadas con fueros castellanos, monopolizó, sin embargo, la
representación que, á pesar de las innumerables alteraciones que
por distintas causas había sufrido, era viciosa hasta el punto de
que, de 192 apoderados y 67 suplentes de que constaba la junta
de Guernica, designados unos y otros por los ayuntamientos
respectivos, sólo tocaban 33 de los primeros y 21 délos segun-
dos á las villas y ciudad , repartiéndose los demás entre las an-
teiglesias, valles y concejos. Población había que nombraba dos
representantes por menos de 300 habitantes, y otras con más
de 600 sólo enviaba uno. También había pueblos sin este dere-
cho. No se aviene con nuestras actuales costumbres, ni con la
equidad el que se dé mayor intervención y mando á los menos
que á los más. Era muy frecuente verse sin representantes la
propiedad, el comercio, el talento, la industria, cuando en aque-
llas juntas se llegaban á discutir asuntos de verdadera impor-
tancia administrativa y política y se tomaban acuerdos de tras-
cendencia.
Vizcaya, pues, al experimentar la grande transformación
que está experimentando, creciendo su población considerable-
mente, dada la honradez, laboriosidad é ilustración de sus habi-
tantes, no llegará á ser, sino que es ya una de las provin-
cias predilectas de España.
Antiguo viajero yo por las vascongadas, á la vez que las
admiraba, compadecía siempre los extravíos de los hombres
que ultrajaban la riente naturaleza de aquel suelo, haciéndole
teatro de sangrientas escenas ; interrumpiendo la preciada paz
de sus campos con el rencoroso grito de guerra; talando sus
bellas montañas, pobladas de seculares hayas, fuertes robles y
fértiles castaños, devastando los preciosos valles, ensangrentan-
do los cristalinos arroyos, incendiando los enhiestados caseríos,
y llevando la desolación y el exterminio á donde antes reinara
la paz y el amor.
¡Parece imposible que donde tanto se ama el trabajo se
abandonara por la destrucción ! ¡ donde tan preciada es la inde-
VIZCAYA 607
pendencia individual, se trocara por la disciplina militar! ¡donde
tanto se respeta el individuo se gozara con el derramamiento
de sangre fraternal!
He procurado estudiar estas aberraciones y sólo me las he
explicado por la servil docilidad que hace del honrado aldeano
y del obediente joven, el inconsciente instrumento de los que
saben explotar esa docilidad y obediencia paraproducir con ellas
la ruina del país.
Pero hemos dicho que Vizcaya experimenta una gran trans-
formación, y lo ha demostrado de una manera tan honrosa
como evidente en la exposición provincial que há tres años ce-
lebró, protestando con este certamen que representa la civi-
lización moderna, de las antiguas luchas. En éstas emulan los
más nobles y elevados pensamientos ; en aquella las malas pa-
siones: en la guerra todo conspira á destruir; en esta liza de la
inteligencia y del trabajo compiten todos en crear; pretendiendo
demostrar unos que no se ha extinguido la fratricida raza de
Caín, ostentan otros su amor á la humanidad empleando su in-
teligencia en obras útiles ó amenas, cumpliendo así mejor la
misión del hombre en la tierra. El individuo lucha por la exis-
tencia, los pueblos por su prosperidad. La exposición á que nos
referimos evidencia los grandes elementos con que Vizcaya
cuenta para conseguirla. En ella lució la inteligencia, ese des-
tello de la divinidad : en ella se vio ese afán de todos por el
perfeccionamiento de la humanidad ; por crear ó perfeccionar
esos grandes inventos que contribuyen á enaltecer al hombre, á
facilitar sus relaciones, á hacer frecuente su trato, á estrechar
los vínculos sociales, á que fraternicen los hombres; y hasta la
invención de esas poderosas máquinas de guerra, si no acaba
con esas luchas á que parece estar condenada la humanidad,
las abrevia. El tiempo es hoy un gran factor en la vida humana.
No podía suceder otra cosa cuando nos comunicamos instan-
táneamente de polo á polo, cuando los mares que parecían ser
límites del mundo son el medio de rápida y económica comuni-
6o8 VIZCAYA
cación. Intérprete el hombre, aunque limitado, de la sabiduría
divina, penetra su imaginación en los arcanos de la naturaleza,
avanza de maravilla en maravilla, se apodera del rayo para di-
rigirle á su antojo, lleva la escritura y aun el sonido á través de
los mares, y hace que un pequeño carbón reproduzca por la
noche la clara luz del día. Asombran los estudios cósmicos, y
hay que agradecer á la ciencia su constante empeño de poner
al alcance de todas las inteligencias, tantas maravillas desco-
nocidas antes, y hoy patrimonio del vulgo.
No sólo la Exposición vizcaína ha evidenciado el progreso
de aquel país, sino que ha ayudado á ello su prensa que además
de numerosa, es ilustrada ; contribuyendo así todos de con-
suno á ese perfeccionamiento relativo que busca anhelante la
ciencia así en política como en todos los múltiples ramos del
saber humano. El trabajo, ó más bien la existencia del jornale-
ro, el mejoramiento del proletario, la beneficencia, deber del
Estado, todo se estudia, todo se mejora, y lo mismo contribuye
al bien público el modesto trabajador que crea ó perfecciona un
aparato que produce economía en el uso doméstico, afina y
abarata una tela ó pone á disposición de todas las fortunas
lo que antes estaba sólo al alcance de los poderosos, que el que
populariza los estudios astronómicos, el que halla nuevos reme-
dios á inveterados males, y arrebata á la muerte desgraciados
seres, que, si no eran sacrificados á la ignorancia, eran víctimas
del atraso de las ideas y de los tiempos.
La paz, don del cielo, elemento de riqueza pública, en pocas
partes es más necesaria que en las Provincias vascongadas ; pu-
diendo suponerse cuál sería hoy su riqueza, si no hubiera derro-
chado en las guerras civiles tantos millones de reales. Vizcaya
sola gastó más de doscientos, é inmoló miles de hombres ; y
esto sin tener en cuenta lo que dejó de producir, lo que perdió
el comercio, la industria, la agricultura, todas las artes, todos
los oficios, porque ni éstos se ejercían: del extranjero se lle-
vaban, generalmente, vestuarios, armas y municiones.
VIZCAYA 609
La distinguida provincia de Vizcaya, que no carece de
timbres de gloria, no podía verse privada del que adquirió con
su notable Exposición. Era una necesidad si no había de ir á la
raza de pueblos de muchísima menos importancia ; y la invicta
villa, familiarizada con el heroísmo, no podía menos de estarlo
con la civilización, poseyendo los poderosos elementos de la
riqueza, de la ilustración y del trabajo.
Hay en Vizcaya hombres de grande ingenio; pero pocos es-
critores. Más lucrativo el comercio, tiene éste la preferencia.
Entre los publicistas que se han distinguido debemos citar al tan
conocido D. Antonio Trueba, al erudito profundo D. Camilo
Villavaso, al gran pensador D. Vicente Arana, los laureados
poetas éuscaros Sres. Zuricalday y Arrese, á los distinguidos
escritores D. José M.^ Lizama, D. Fidel Sagarminaga, D. Juan
Delmas, Artiñano, y otros que no por dedicarse á los rudos y
anónimos trabajos del periodismo, dejan de merecer un lugar
eminente entre los pensadores y literatos de Vizcaya.
Finsr
77
APÉNDICES
I^díD- \
Álava. — Pág. 9 :
Escritura de la incorporación de Álava á Castilla en el año de 1332
£^^ N el nombre de Dios Padre, e Fijo, e Espiritu Santo, que son tres per-
€ I sonas e un solo Dios verdadero que vive e reina por siempre jamás, e de
vía bienaventurada Virgen Señora Santa Maria su madre, á quien Nos te-
nemos por Señora e por abogada de todos nuestros fechos, e a honra e a ser-
vicio de Dios, e a todos los Santos de la Corte celestial : porque es natural
cosa que todo home que bien face quiere que lo lleven adelante, e que se non
mengüe e se pierda, que como quierque crece e mengua el curso de la vida de
este mundo, aquello es lo que finca en remembranza por el mundo, e este bien
es guiador de la su alma ante Dios, e por no caer en olvido lo mandaron los
Reyes poner en escrito en sus privillejos, porque los otros que reinasen des-
pués dellos, e tuviesen su lugar fuesen temidos de guardar aquello, e de lo le-
var adelante confirmándolo por sus privilegios : Por ende Nos catando esto
queremos, que sepan por este nuestro previlegio todos los homes que agora son
o serán de aquí adelante, como Nos Don Alfonso por la gracia de Dios, Rey de
Castilla, de Toledo, de León, de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia,
de Jaén, del Algarve, de Algecira, e Señor de Vizcaya, e de Molina, en uno con
la Reina Doña Maria mi mujer, e porque Don Lope de Mendoza, e Don Bel-
tran Yañez de Guevara, señor de Oñate, e Juan Furtado de Mendoza, e Fer-
nand Ruiz, Arcediano de Calahorra, e Rui López, fijo de Don Lope de Men-
doza e Ladrón de Guevara fijo del dicho Don Beltran Yañez, e Diego Furtado
6l2 APÉNDICES
de Mendoza, e Fernán Pérez de Ayala, e Fernant Sanchas de Velasco, e Gon-
zalo Yañez de Mendoza, e Furtado Díaz su hermano, e Lope García de Sala-
zar, e Rui Diaz de Torres fijo de Rui Sanches, e todos los otros fijosdalgo, co-
mo otros cualesquier cofrades que solian ser de la cofradía de Álava, nos
otorgaron la dicha tierra de Álava que hobiesemos ende el señorío, e fuese rea-
lenga, e la pusieron en la corona de los reinos nuestros, e para Nos e para los
que reinasen después de Nos en Castilla e en León, e renunciaron e se partie-
ron de nunca haber cofradía ni ayuntamiento en el campo de Arriaga ni en
otro lugar ninguno á voz de cofradía, ni que se llamen cofrades, e renunciaron
fuero, e uso e costumbre que habían en esta razón para agora e para siempre
jamás, e sobre esto ficiéronnos sus peticiones.
L — E primeramente pidiéronnos por merced, que no diésemos la dicha tie-
rra de Álava nin la enagenasemos á ninguna villa, nin á otro ninguno, mas que
finque para siempre en la Corona Real de los nuestros Reinos de Castilla e de
León : por el conocimiento del gran servicio que los dichos fijosdalgo de Álava
nos ficieron como dicho es, tenérnoslo por bien ; pero que retenemos en Nos
lo de las Aldeas sobre que contienden con los de Salvatierra, para facer dello
lo que la nuestra merced fuere.
II. — Otrosí, á los que Nos pidieron por merced los dichos fijosdalgo, que
les otorgásemos que sean francos, e libres, e quitos, e esemptos de todo pecho
e servidumbre con cuanto han e pedieren ganar de aquí adelante, según que lo
fueron siempre fasta aquí ; otorgamos á todos los fijosdalgos de Álava, e tene-
mos por bien que sean libres e quitos de todo pecho ellos e los sus bienes que
han e hobieren de aquí adelante en Álava.
III.— Otrosí, nos pidieron por merced, que los Monesteríos e los Collazos
que fueron de siempre acá de los fijosdalgo, que los hayan según que los ho-
bieron fasta aquí, por doquiera quellos fueren ; e si por aventura los Collazos
desampararen las casas ó los solares de sus señores, que los puedan tomar los
cuerpos doquier que los fallaren, e que les entren las heredades que hobieren;
tenemos por bien e otorgamos, que los dichos fijosdalgo hayan los Monesteríos
e los Collazos segund que los hobieren e los deben haber ; pero que retenemos
en ellos para Nos el Señorío Real e la justicia.
IV. — Otrosí, que sea guardado á las Aldeas que há Vitoria la sentencia que
fué dada entre ellos en esta razón.
V. — Otrosí, nos pidieron que los labradores que moraren en los suelos de
los fijosdalgo que sean suyos según que lo fueron fasta aquí, en cuanto moraren
en ellos; tenemos por bien e otorgamos, que los fijosdalgo de Álava hayan en
los homes que moraren en los sus suelos, aquel derecho que solian e deben ha-
ber; pero que retenemos en ellos para Nos el Semoyo e el Buey de Marzo, e
el Señorío Real e la Justicia.
VI. — Otrosí, nos pidieron por merced, que los homecíllos e las colonias que
acaescíesen de los dichos Collazos e labradores, que los hayan los Señores de
los Collazos e de los solares o moraren los labradores: tenemos por bien e
otorgamos que los fijosdalgo hayan las colonias e los homecíllos cada uno de
ellos de los sus Collazos e de los homes que moraren en los sus suelos segund
que los solian e deben haber : pero que retenemos en ellos para Nos el derecho
si alguno hi habían los Señores que solian ser de la cofradía de Álava.
APÉNDICES 613
VII. — Otrosí, nos pidieron por merced, que otorgásemos á los fijosdalgo y
á todos los otros de la tierra el fuero e los privilegios que há Portilla Dibda : á
esto respondemos que otorgamos e tenemos por bien que los fijosdalgo hayan
el fuero de Soportiella para ser libres e quitos ellos e sus bienes de pecho: e
cuanto en los otros pleitos e en la justicia tenemos por bien que ellos t- todos
los otros de Álava hayan el Fuero da las Icj-cs.
VIII. — Otrosi, nos pidieron por merced, que les diésemos Alcaldes fijosdal-
go naturales de Álava, e si alguno se alzare dellos, que sea la alzada para ante
los Alcaldes fijosdalgo que fueren en la nuestra Corte : tenemos por bien e
otorgamos, que los fijosdalgo de Álava, que hayan Alcalde ó Alcaldes fijosdal-
gos de Álava e que ge los damos assi, e que hayan la alzada para nuestra
Corte.
IX. — Otrosi, nos pidieron por merced que les otorgásemos, que el Merino ó
justicia que hobieremos de poner en Álava, que sea fijodalgo, natural e here-
dado e raigado en Álava, e non de las Villas; e que non puede redimir por
pago á ninguno, ni prender ni matar á ninguno, sin querelloso e sin juicio de
Alcalde, salvo ende si fuere encartado, e si alguno fuere preso con querelloso,
que dando fiadores migados de cumplir de fuero, que sea luego suelto : leñé-
moslo por bien e otorgamoslo ; pero que si alguno ficiere maleficio atal porque
merezca pena en el cuerpo, tenemos por bien que lo pueda prender el Merino,
y no sea sacado por fiadores.
X. — Otrosi, nos pidieron por merced que les otorgásemos, que cuando Nos
ó los que reinaren después de Nos, hobieramos á echar pecho en Álava, que
los que fueren moradores en los Monesterios e los Collazos, e los moradores
que moraren en los suelos de los fijosdalgo, que sean quitos de todo pecho e
de pedido, salvo del pecho aforado que habemos en ellos que es el Buey de
Marzo e el Semoyo, e esto que lo pechen en la manera que lo pecharon siem-
pre fasta aqui : tenérnoslo por bien e otorgamoslo, salvo cuando nos fuere otor-
gado de sus señores.
XI. — Otrosi, nos pidieron por merced, que les otorgásemos que los labrado-
res que morasen en los Palacios de los fijosdalgo, e los amos que criaren los
fijos de los Caballeros, que sean quitos de pecho, según que lo fueron fasta
aqui : tenérnoslo por bien e otorgamos, que los que moraren en sus palacios que
sean quitos de pecho, e que sea uno el morador e no mas.
XII. — Otrosi, que los amos que criaren los fijos legítimos de los Caballeros,
que sean quitos de pecho en cuanto los criaren, e que sea á Nos guardado el
derecho que en ellos habemos.
XIII. — Otrosi, nos pidieron por merced, que les otorgásemos que los fijos-
dalgo que moraron ó moraren en las aldeas que dimos á \'itoria, que hayan el
fuero que dimos á los fijosdalgo de Álava, e que sean librados ellos e lo que
ellos hobieren por los Alcaldes que Nos dieremos en Álava : tenemos por bien
e otorgamos, que esto pase segund que se contiene en la sentencia que fué dada
entre ellos, e los de Vitoria.
XIV. — Otrosi, nos pidieron por merced, que les otorgásemos que los mon-
tes, e seles, e prados que hobieran facto aqui los fijosdalgo, que los hayan se-
guro que los hobieren facta aqui, como dicho es, e que los ganados de los fijos-
dalgo que puedan andar en cada lugar, o quier que los fijosdalgo fueren devi-
6i4
APÉNDICES
seros e hobieren calas e solares, e todos los otros de la tierra que pascan según
que lo hobieren de uso e de costumbre fasta aquí : tenemos por bien e otorga-
mos que los montes, e seles, e prados que hayan cada uno dellos lo suyo, e que
puedan pascer con sus ganados en los pastos de los lugares donde fueren devi-
seros, e los ganados de los labradores e de los otros que puedan pascer, e usar
e cortar libremente.
XV. — Otrosí, nos pidieron por merced, que si alguno matare a home fijodal-
go, que peche a Nos, quinientos sueldos por el homecillo, e si alguno firiere ó
deshonrare a algún home fijodalgo, o fijodalgo que peche quinientos sueldos á
aquel que rescibiere la deshonra : tenérnoslo por bien e otorgamoslo.
XVI. — Otrosi, nos pidieron por merced, que les otorgásemos que Nos, ni
otro por Nos que no pongamos ferrerias en Álava porque los montes no se yer-
men ni se astraguen : tenemoslo por bien y otorgamoslo.
XVII.— Otrosi, nos pidieron por merced, que defendiésemos que ninguno
non faga casa fuera de las barreras : tenemos por bien e otorgamos que esto
pase según que pasó fasta aqui.
XVIII. — Otrosi, nos pidieron por merced, que les otorgásemos que las com-
pras e vendidas, e donaciones e fiadurias, e posturas e contratos que fueren fe-
chos, e otrosi los pleitos que fueren librados e los que son comenzados fasta
aqui, que pasen por el fuero que fasta aqui hobieren: tenemoslo por bien e
otorgamoslo.
XIX. — Otrosi, nos pidieron por merced, que les otorgásemos que si a algunt
fijodalgo fuere demandado pecho, que faciéndose fijodalgo segund fuero de
Castilla, que sea libre e quito de todo pecho: tenemoslo por bien e otorga-
moslo.
XX. — Otrosi, nos pidieron por merced, que les otorgásemos que ningún
fijodalgo natural de Álava no sea desafiado salvo mostrando a los Alcaldes que
dieremos en Álava, razón derecha porque non deba haber enemistad e que
dando fiadores e cumpliendo cuanto mandaren los Alcaldes, que le non desa-
fien, e si lo desafiaren, que el nuestro Merino que lo faga afiar : tenemoslo por
bien e otorgamoslo.
XXI. — Otrosi, nos pidieron por merced, que les otorgásemos que los que
vienen de solares de Piedrola e de Mendoza, e de Guevara, e los otros Caballe-
ros de Álava, no hayan los sesteros e deviseros en los logares do hobieren de-
visa, según que lo hobieren fasta aqui, e porque esto fuese mejor guardado,
que les otorgásemos de non facer puebla nueva en Álava : tenemos por bien e
otorgamos que los fijosdalgo non hayan sesteros nin devisas de aqui adelante
en Álava.
XXII. — Otrosi, nos pidieron por merced, que las aldeas de Mendoza e de
Mendivil que sean libres e quitos de pecho e que sean al fuero que fueron fasta
aqui : tenemoslo por bien por les facer merced, e otorgamos que sean quitos
los de las dichas aldeas de pecho, pero que retenemos para Nos el Señorio
Real.
XXIII. — Otrosi, nos pidieron por merced, que les otorgásemos que la aldea
de Guevara onde Don Beltran lleva la voz, que sea escusada de pecho, e de Se-
moyo, e de Buey de Marzo, segunt que fue puesto e otorgado por junta otro
tiempo : tenemoslo por bien por le facer merced e otorgamos que la dicha al-
APÉNDICES 6l$
dea sea quita de pecho, según dicho es, pero que retenemos en Nos el Señorío
Real e la Justicia.
E sobre esto mandamos e defendemos firmemente que ninguno ni ningunos
nos sean osados de ir nin de pasar contra esto que dicho es, en ningún tiempo
por alguna manera, si non cualquier ó cualesquier que lo ficiesen, habrá la
nuestra ira, y demás pecharnos hi han en penas mil maravedís de oro para la
nuestra Cámara, e si alguno e algunos contra ello quisieren ir ó pasar, manda-
mos á los Alcaldes e al que fuere justicia por Nos, agora e de aqui adelante en
tierra de Álava, que ge lo non consientan e que los prendan por la dicha pena,
e los guarden para facer dellos lo que Nos manderemos. E non fagan ende al,
so la dicha pena : e demás a ellos e a lo que hobiesen nos tornaríamos por ello.
E desto mandamos dar a los fijosdalgo de Álava este nuestro previlegio rodado
e sellado con nuestro sello de plomo. Fecho el previlegio en Vitoria dos días
de Abril. Era de mil e trescientos e setenta años. E nos el sobredicho Rey Don
Alfonso, reinante en uno con la Reina Doña María mi muger en Castilla, en
Toledo, en León, en Galicia, en Sevilla, en Córdoba, en Murcia, en Jaén, en
Baeza, en Badajoz, en el Algarve, en Vizcaya y en Molina otorgamos este pre-
vilegio e confirmamoslo. — Juan Pérez, Tesorero de la Iglesia de San Juan, te-
niente lugar por Fernán Rodríguez, Camarero del Rey lo mandó facer por man-
dado del dicho Señor Rey en el veinte e un años que el sobredicho Rey Don
Alfonso reinó. — Yo Hernán Ruiz lo escribí. (Siguen numerosas firmas de con-
firmantes.)
E agora los fijosdalgo de Álava con este nuestro previlegio, enviáronnos
pedir por merced en estas Cortes que ficieramos en Burgos, que les confirmá-
semos e mandásemos guardar el dicho previlegio en todo bien e cumplidamen-
te según que en él se contiene : e Nos el sobre dicho Rey Don Juan, por facer
bien e merced á los dichos fijosdalgo de Álava, confirmamosvos el dicho pre-
vilegio, e mandamos que vos vala e vos sea guardado e todo bien e cumplida-
mente según que mejor e mas cumplidamente vos fue guardado en tiempo del
Rey Don Alfonso nuestro abuelo, e del dicho Rey Don Enrique nuestro Padre,
que Dios perdone, e en el nuestro fasta aqui e defendemos firmemente por este
nuestro previlegio ó por el traslado del, signado de Escribano publico que al-
guno ni algunos, no sean osados de los ir ni pasar el dicho previlegio del Rey
Don Alfonso nuestro abuelo, que Dios perdone, agora ni de aqui adelante en
ningún tiempo, ni por alguna manera e cualquier que contra ello vos fuere e
pasare, habrá nuestra ira e demás pecharnos, y ha en pena mil maravedís desta
moneda usual, por cada vegada que contra ello vos fuere ó pasare, e a vos los
dichos fijosdalgo o a quien la vuestra voz tuviese, todo el daño e menoscabo
que por ende rescibiesedes doblado : e desto mandamos dar a vos los dichos
fijosdalgo de Álava este nuestro previlegio rodado e sellado con nuestro sello
de plomo colgado : fecho el previlegio en las Cortes que Nos fecimos en la muy
noble ciudad de Burgos á trece dias de Agosto. Era de mil e quatro cientos e
diez y siete años. — Don Pedro, Obispo de Plasencia, Notario mayor de los pre-
vilegios rodados lo mandó faser por mandado del Rey, en el año primero que
el sobre dicho Rey Don Juan reinó, se coronó e armó caballero. — Yo Diego
Fernandez Escribano del Rey lo fice escribir. — Gonzalo Fernandez. — Vista
Juan Fernandez Alvar Martínez. — Alfonso Martínez.
6l6 APÉNDICES
E agora los fijosdalgo de Álava enviáronme pedir merced que les confir-
mase el dicho privilegio e ge lo mandase guardar e cumplir. Yo el sobredicho
Rey Don Enrique, con acuerdo de los del mi Consejo, e por facer bien e merced
á los dichos fijosdalgo, tóvelo por bien e confirmóles dicho privilegio e las mer-
cedes en el contenidas e mando que les vala e sea guardado, según que mejor
e mas cumplidamente les valió e les fué guardado en tiempo del Rey Don Enri-
que mi abuelo e del Rey Don Juan mi padre e mi Señor, que Dios perdone, ó en
el tiempo de cualquier dellos en que mejor les valió e les fué guardado, en el
mismo fasta aquí; e defiende firmemente que ninguno sea osado de les ir ni
pasar contra el dicho privilegio, confirmado en la manera que dicho es, ni con-
tra lo en el contenido, ni contra parte dello, para que lo quebrantar ni men-
guar en algún tiempo, por alguna manera, que cualquier que lo ficiese habrá la
nuestra ira e pecharme y há la pena contenida en dicho privilegio, e á los
dichos fijosdalgo o a quien su voz toviere, todas las costas e dagnos e menos-
cabos que por ende recibiesedes doblados: e demás mando a todas las Justicias
e oficiales de los mis Reinos do esto acaesciere, asi á los que agora son como
á los que serán de aqui adelante e a cada uno dellos, que ge lo non consientan,
mas que los defiendan e amparen con la dicha merced en la manera que dicho
es, e que prendan en los bienes de aquellos que contra ello fueren por la dicha
pena, e guarden para faser dellos lo que la mi merced fuere, e que enmienden
e fagan enmendar á los dichos fijosdalgo de Álava o a quien su voz toviere, de
todas las costas, e daños, e menoscabos que rescibieren, doblados, como dicho
es, e ademas por cualquier e cualesquier por quien fincare de lo asi faser e
cumplir, mando al home que este privilegio les mostrare o el treslado del, sig-
nado de Escrivano público, sacado con autoridad de Justicia ó Alcalde, que
los emplace que parezcan ante Mi en la mi Corte del dia que los emplazare a
quince dias primeros siguientes, so la dicha pena a cada uno a decir porque
razón no cumplen mi mandado; e mando so la dicha pena a cualquier Escri-
vano público que para esto fuere llamado, que dé ende al que vos la mostrare
testimonio signado con su signo ; e de esto les mandé dar este mi privilegio
escrito en pergamino de cuero e rodeado e sellado mi sello de plomo pendien-
te: el privilegio leido dadgelo. Dado en las Cortes que yo mandé faser en la
villa de Madrid a veinte dias de Abril año del nacimiento de nuestro Salvador
Jesucristo de mil e trescientos e noventa un años. — El Infante Don Fernando
hermano del Rey, Señor de Lara, Duque de Peñafiel, Señor de Mayorga con
firma, etc. (Siguen numerosas confirmaciones.)
Concuerda con el registro que está en los libros de mercedes y privilegios;
con otro que obra en las Contadurías generales, núm. 21 56, y con un testimo-
nio auténtico que está entre los papeles de la Secretaria de Hacienda.
A excepción de levísimas variantes de copia, pero no sustanciales en el
fondo, excepto en la cláusula vii que es vi en la de Vitoria, concuerda esta
copia del Archivo de Simancas con el original que existe en el de la provincia
de Álava. El privilegio está confirmado por el Rey D. Pedro en i363; D. Enri-
que II en ¡374; D. Juan I en 1 1 de Agosto de 1379; D. Enrique III, 20
Abril I 39 1, cuando se hallaba celebrando Cortes en Madrid la Reina regen-
te D.» Catalina, durante la minoría de D. Juan II, 5 Abril 141 3, y luego el Rey
1 5 Marzo 1420; D. Enrique IV en 2 de Abril de 1455 ; los Reyes Católicos en
APÉNDICES
617
20 Setiembre de 1483 y i5 de Fehrero de 1484; el Emperador I). Carlos
en 1524; D. Felipe II en 3o Agosto de i56o, mencionándose en esta confirma-
ción la de su padre el Emperador y la de su abuela la Reina D.« Juana; D. Fe-
lipe III el 4 de Marzo de 1602; D. Felipe IV en 28 Enero de i63i; D. Carlos II
en 26 Marzo 1G80; D. Felipe V en 1 1 Julio de 1701 ; D. Fernando VI en 5 Ju-
nio de 1748; D. Carlos III en 6 de Febrero de 1760; D. Carlos IV en 20 Octu-
bre de 1789; D. Fernando VII 8 de Setiembre de 1814.
Guipúzcoa. — Pág. 248
.-^'^ oÑA Juana, por la gracia de Dios, Reyna de Castilla, de León, de Gua-
I W dalajara, de Toledo, de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia, de
Jaén, de los Algarbes, de Algecira, de Gibraltar, de las Islas de Cana-
rias, de las Islas, Indias é Tierra Firme del mar Occeano, Princesa de Aragón,
de las dos Sicilias, de Jerusalen, de Navarra, Archiduquesa de Austria, Du-
quesa de Borgoña e de Bravante, Condesa de Flandes é de Tirol, Señora de
Vizcaya é de Molina. Por cuanto á mi, é a todos es público é notorio, que en
el mes de Diciembre del año pasado de mil quinientos y doce, al tiempo que
el Exército de los Franceses, autores y favorecedores de la Cisma, en que habia
mucho numero de Alemanes, é otras Naciones, alzaron el Cerco de sobre la
Ciudad de Pamplona, que es en el nuestro Reyno de Navarra, los Fijos-Dalgo
Vecinos é moradores de la mi M. N. y M. L. Provincia de Guipúzcoa que á la
sazón se fallaron en la Tierra, aunque la mayor parte de los Hombres de Gue-
rra de la dicha Provincia, andaban fuera de ella en mi Servicio, especialmente
en dos armadas de Mar, la una mia, y la otra de los Ingleses, que yo mandé
proveer, y en otras Armadas de Mar y de tierra se levantaron esforzadamente,
é salieron á ponerse en la delantera de los dichos Franceses, é los fallaron en
el Lugar llamado Veíate, e Leyzondo, que son en dicho Reyno de Navarra,
donde varonilmente pelearon con ellos, é desbaratándolos, é matando muchos
de ellos, les tomaron por fuerza de armas toda el Artilleria que llevaban, que
eran doce Piezas de metal, conque valieron y combatieron á la dicha Ciudad
de Pamplona, á la cual los dichos Guipuzcoanos, que asi ganaron la dicha Ar-
tillería, la levaron á su costa, y con la gente que la ganó y la entregaron al
Duque de Alva, nuestro Capitán General, que alli estaba, para que aquella Ar-
tillería, que primero le ofendió y le tuvo cercado en la dicha Ciudad, fuese
dende en adelante en su favor, é de ella, é quedase, como quedó, para nos, é
78
6i8
APÉNDICES
Armas de Guipúzcoa
para nuestro servicio. Y porque es razón, que de tan señalado servicio quede
perpetua memoria, y entre las otras honras y mercedes, que por ello la dicha
Provincia merece, tenga la dicha Artillería por Armas. Por la presente acatan-
do lo suso dicho, e porque á la dicha Provincia quede perpetua memoria de
ello, y los que ahora son y serán de
aqui adelante tengan voluntad de
guardar y acrecentar su honra en los
fechos de Armas, que se recrecieren,
y otros tomen ejemplo, y se esfuercen
a facer semejantes cosas ; doy por
Armas á la dicha Provincia las dichas
doce piezas de Artillería, y les doy
poder é facultad para que juntamente
con las armas que ahora tiene, que
es un Rey asentado sobre la Mar con
una Espada en la mano, puedan poner
la dicha Artillería en sus Escudos,
Armas y Sellos, Vanderas y obras, é
otras cosas, en que se hubieren de
poner sus Armas, las quales han de
ser de la manera que en este Escu-
do van pintadas, é mando al Ilustrisimo Principe Don Carlos, mi muy caro é
muy amado Fijo, é á los Infantes, perlados. Duques, Marqueses, Condes, Ri-
cos-Homes, Maestres de las Ordenes é á los del mi Consejo, Oydores de las
mis Audiencias, Alcaldes, Alguaciles de la mi Casa y Corte, é Chancillerias, é
á los Priores, Comendadores, Subcomendadores, Alcaydes de los Castillos,
Casas Fuertes é Llanas, é á todos los Consejos, Justicias, Regidores, Caballe-
ros, Escuderos, Oficiales, é Homes Buenos de todas las Ciudades é Villas é
Lugares délos mis Reynos é Seiíorios, así á los que ahora son, como á los que
serán de aqui adelante, é á cada uno, é qualquíer de ellos, que guarden é cum-
plan, é fagan guardar esta mi carta de privilegio en todo lo en ella contenido,
é que en ello ni en parte de ello no pongan, ni consientan poner embarazo, ni
impedimento alguno ahora, ni en algún tiempo, ni por alguna manera, so pena
de la mi merced é de mil doblas de oro para la mí Cámara é Fisco á cada uno
que lo contrario ficíese, é demás mando al Home, que les esta mi Carta mos-
trase que los emplace, que parezcan ante mi en la mí Corte, do quier que yo
sea, del día que los emplazare fasta quince días primeros siguientes, so la dicha
pena; só la qual mando á qualquíer Escribano público, que para ello fuere lla-
mado, que dé al que ge la mostrare Testimonio signado con su Signo, porque
Yo sepa en como se cumple mi mando. Dada en la Villa de Medina del Campo
á veinte y ocho días delxnes de Febrero, año del Nacimiento de nuestro Señor
Salvador Jesu-Cristo de mil quinientos y trece años. — Yo el Rey. — Yo Lope
Couchillos, Secretario de la Reyna nuestra Señora, lo fice escribir por manda-
do del Rey su Padre.
A p i: N ü 1 c E s 619
I^dCD.
Guipúzcoa. — Pág. 370
^>^ ERENÍsiMO Señor : — Don José Antonio de Yarza, Diputado General de
v^^ esta M. N. y M. R. Provincia de Guipúzcoa, Don Miguel de Aramburu.
/"^^ Don Juan Felipe de Murguia Idiazquez y Don Antonio de Iriarte Eli-
salde todos cuatro con el secretario de la dicha Provincia, Diputados por ella,
para prestar su obediencia en manos de V. A. al señor Rey cristianísimo que
Dios conserve, en virtud de lo que ayer, quando se sirvió V. A. admitir benig-
namente este acto, les ordeno, proponen á la clemencia de V. A. que esta pro-
vincia, desde su primitiva población, se mantubo siempre libre hasta el año de
mil y docientos, en que voluntariamente se unió á la corona de Castilla con la
misma livertad y fuero particular, usos y costumbres, que los señores Reyes
Católicos han mantenido, añadiendo su Real generosidad y fortificación diver-
sos privilegios y confirmando según los tiempos leyes y ordenanzas especiales
con las cuales se ha governado la Provincia con el aprecio y provecho que es
publico en el Mundo.
Estos fueron leyes, ordenanzas y privilegios, practicados y observados in-
concusamente por los señores Reyes Católicos sus predecesores los confirmo
el presente Rey de España el señor Don Felipe 5.« especifica y literalmente en
Providencia Real de 28 Febrero de 1704 y están impresos en el libro separado;
lo que los suplicantes en nombre de esta providencia deven pedir al señor Rey
Cristianisimo y que V. A. en su Real nombre, es que se digne declarar que la
obediencia prestada por la Provincia en manos de V. A. se entiende por su
soverana piedad debajo de la calidad de guardarle todos sus fueros, privile-
gios, leyes, usos y costumbres, en la misma forma que están impresos y de
guardarla tamvien como á sus ciudades, villas y lugares, los demás particulares
privilegios, honores, gracias, mercedes, facultades y arvitrios que gozan para
su govierno y subsistencia en servicio del Rey, sirviéndose V. A. conceder á la
Provincia su declaración y providencias, de modo que la aseguren en el honor
y en el consuelo de la futura observancia de su natiba livertad, fueros, privile-
gios y franquezas, que quedan referidos.
Proponen á V. A. que en la esterilidad de este terreno como resulta de los
fueros, los medios casi únicos de mantener á sus habitadores, han sido el co-
mercio franco, de libre empleo del fierro y de los pocos puntos propios, la
Introducción y abasto de los estraños, y la fábrica de Bajeles y de Armas, para
620 APÉNDICES
que es acomodada la situación de la Provincia, y lo facilita el genio de los ha-
bitadores de ella y piden á V. A. se sirba recibir y florecer con las probiden-
cias y órdenes más prontas de S. M. estos medios como precisos para que estos
naturales no abandonen por la pobreza el País y puedan ser de servicio
á S. M. como lo desean.
Proponen á V. A. que una parte esempcial del Comercio de esta Provincia
ha sido la libre pesca del Bacalao en los puertos de Plasencia y Terranoba de
que los hijos de esta Provincia fueron los primeros descubridores, resultando
de esta nabegacion, un especial beneficio de la Monarquía en la abundancia de
este necesario mantenimiento, y la crianza de numerosa y diestra marinería y
porque sobre la libertad de esta pesca pactada en el tratado de la paz de Utrech
á nuestro favor tiene la Provincia debajo del Real amparo, instancias pendien-
tes en la Corte de Inglaterra, suplican á V. A. sus oficios para que S. M. se
interese eficazmente desde luego con el señor Rey Británico en el cumplimien-
to de lo pactado en favor de la Provincia y de sus habitadores, para que así
reciba y asegure en su alibio esta ventaja de Comercio, que hasta estos últimos
tiempos han continuado sin contradicion. Proponen á V. A. también que los
señores Reyes Católicos en fuerza de la Natural Nobleza y libertad de esta
Provincia, nunca la han grabado con alojamiento de soldados, ni cuando se
han ofrecido tránsitos, sino con el solo simple cubierto y que esta exempcion
se la observo también S. M. quando pasaron sus auxiliares tropas el año de mil
setecientos y cuatro, formándose con sus Ministros y por la Provincia, regla-
mento particular con el posible alivio y comodidad de los soldados, y por algu-
nos desórdenes que á principios de este presente año se han esperimentado y
aprobado por el Señor Rey Católico el reglamento general de que ponen una
copia en manos de V. A. y piden á V. A. sus órdenes para que observe perpe-
tuamente como providencia competente á la nobleza y livertad de la Provincia,
y precisa en su esterilidad para la conserbacion de sus habitadores: Todo lo
esperan los suplicantes, de la magnanimidad y justificación de S, M. y de los
favorables benignos oficios de V. A. y lo firmamos en este Campo Real de San
Sebastian á 5 de Agosto de 1719 : — Don José Antonio de Yarza — Don Miguel
de Aramburu — Don Juan Felipe de Murguia Idiaquez — Don Antonio de Iriarte
y Elizalde. — Por la M. N. y M. L. Provincia de Guipúzcoa, — Don Felipe de
Aguirre, Secretario.
Por las noticias que tengo de las Reales intenciones del Rey cristianísimo
mi amo (que Dios guarde) y de las de su Alteza Real el Señor Duque de Orleans
Regente del Reino, en favorecer á los pueblos de la Provincia de Guipúzcoa
recientemente conquistada, acepto en el Real nombre de S. M. las muy humil-
des representaciones insertas en las cartas que me dieron los Diputados de
dicha Provincia los quales se havian juntado en Tolosa, y la copia de dicha
carta esta antes de este decreto, y porque no quede alguna dificultad sobre los
capítulos que han contenidos en dicha carta he convenido con los dichos Di-
putados: 1.0 Que no se dará ningún toque á los fueros, privilegios, leyes, usos,
costumbres, honores, gracias, mercedes, facultades y arbitrios de que goza la
dicha Provincia de Guipúzcoa para su govierno y subsistencia de los cuales
les concedo desde luego la confirmación como á sus ciudades, villas, Pueblos
y Lugares, de suerte que gozen de ellos coníorme han sido confirmados por
APÉNDICES 621
los Señores Reyes Católicos, y en estos últimos tiempos por el Rey Don Fe-
lipe 5.» que Dios guarde, sin innobar cosa alguna, prometiendo á la dicha Pro-
vincia y á sus havitadores y moradores de procurarles un decreto de S. M. mi
Amo si fuere necesario. 2." Que los habitadores de la dicha Provincia, siendo
ahora sugetos del Rey mi Amo, tendrán el comercio libre, no solamente en los
puertos del Reyno del Rey mi Amo, mas tamvien en los de sus confederados,
y amigos de S. M., en la conformidad que le tienen sus Basallos, y de la suerte
que les pareciere el mas útil para subsistencia y conveniencia de los pueblos y
conforme se practicaba antes de la declaración de la guerra. 3." Haré mis ofi-
cios con el Señor Stanhope, Ministros y plenipotenciarios de Inglaterra en lo
que toca al libre comercio y pesca de vacallao en Plasencia y en los demás
Puertos de Terranova. 4.0 que no será innobado cosa alguna en lo que toca al
transito y alojamiento de las tropas en las tierras de la dicha Provincia, sea en
lo que puede concernir los presidios, sea en lo que tocare las tropas que tran-
sitaren por los lugares del territorio, conforme al cap. 6." del título 24 del libro
de la recopillacion de los fueros de la Provincia, el cual capítulo trata de las
lebantadas y cosas de guerra, y dice que los comisarios de guerra del Rey,
conduciendo las tropas las remitirán y entregarán á los comisarios nombrados
por la Provincia para que los dichos comisarios los conduzcan en sus tránsitos
hasta los lugares á donde deven llegar; y por evitar todos géneros de desórde-
nes se hará en reglamentos sobre este Capitulo entre el señor intendente el
Ejercito el Rey mi amo y los Diputados de la Provincia dado en el campo de
San Sevastian Agosto 7 de 1719. — Berwick. — Don Pedro de Merville.
Il^DIG^
PÁGINAS.
Prólogo . v
Capítulo primero. — Primitivos pobladores de Álava. — Vestigios pre-
históricos.— Monumentos celtas. — Dominación romana. — Restos de
monumentos romanos 47
Cap. II. — Siglo v. — Los godos en España. — Dominación de los Reyes
de Asturias. — Formación del condado de Álava. — Guerras entre los
reyes de Navarra y Castilla. — Conquista de Álava por D. Alfonso
de Castilla. . ., 63
Cap. III. — Unión de Álava con Castilla. — Célebre cofradía de^Arriaga.
— Fueros, privilegios y exenciones concedidos á Vitoria y Álava por
varios monarcas '. 87
Cap. IV. — Estado social. — Orden de la Banda. — Servicios de los alave-
ses.— El conde de Salvatierra y los comuneros. — Pero López de
Ayala, — Ordenanzas 99
Cap. V. — Álava antigua. — Basílica de Armentia. — Santuarios de Nues-
tra Señora de Ayala y de Estibaliz. — Monumentos antiguos de Vi-
toria.— Santa María. — ^an Vicente. — San Pedro. — Casas de la Cu-
chillería.— Casa de los Álavas 119
Cap. VI. — Disensiones civiles. — Deplorable situación del pueblo. — Des-
potismo de los magnates ,. iSg
Cap. VII. — Apuntes de la historia moderna de Álava. — Señoríos. — Des-
población.— Aduanas.— Sumisión á Francia. — Patriotismo de los
alaveses. — El general Álava 149
Cap. VIII.— Fueros 161
Cap. IX. — Álava moderna. — Ediíicios públicos de Vitoria. — Aspecto de
la población. — Paseos 169
GI-XJi:PtJZOO.A.
Capítulo primero. — Investigaciones históricas. — Señores en Guipúzcoa.
— Cambios de dominio. — Su voluntaria unión á Castilla. — Lealtad y
nobleza de ambas. — Cuestiones exteriores 189
Cap. II. — Guerras y tratados de Guipúzcoa con Inglaterra 2o3
Cap. III. — Beotivar. — Servicios y mercedes. — Los guipuzcoanos en Ca-
narias 211
Cap. IV. — Luchas por mar y tierra. — Parientes mayores. — Oñacinos y
gamboinos. — Desastres. — Hermandad 221
Cap. V. — Entrevista regia. — Muerte de Gaón en Tolosa. — Mala adminis-
tración de justicia. — Ingleses y guipuzcoanos. — Rivalidades de pue-
blos.— Invasión francesa. — Servicios marítimos y terrestres de los
guipuzcoanos. — Complemento al escudo de armas de Guipúzcoa. —
Capitulación de Fuenterrabía. — Valerosos guipuzcoanos. — Recupe-
ración de Fuenterrabía 289
Cap. VI. — Los comuneros y los guipuzcoanos. — Francisco I y Carlos V
en San Sebastián 255
Cap. VII. — Glorias marítimas de Guipúzcoa. — La monja alférez. . . 259
Cap. VIII. — Antigüedades artísticas de Guipúzcoa 269
Cap. IX. — Viajes regios. — Armamentos. — Nuevas armas. — D. Felipe IV
en San Sebastián 3o3
ÍNDICE 623
PXCINAS.
Cap. X. — Conspiraciones. — Piratería inglesa. — Segregaciones. — Los gui-
puzcoanos en Terranova y en Spitzberg. — Rivalidad de los ingleses.
— Marina pesquera de San Sebastián 309
Cap. XI. — Sitio y gloriosa defensa de Fuenterrabía 317
Cap. XII. — Servicios de la provincia. — Isla de los Faisanes. — Paz de los
Pirineos. — Reyes de P'rancia y de España. — Incidentes. — Tratados y
proyecto de repartición de lispaña 341
Cap. XIII. — Principios del reinado de Felipe V. — Aduanas. — Nueva gue-
rra con Francia. — Defensa y sumisión de Guipúzcoa 35 1
Cap. XIV. — Compañía de Caracas. — Presas. — Penaflorida y la Sociedad
Vascongada de Amigos del País. — Disturbios. — Comercio con Ma-
rruecos 371
Cap. XV.— Oñate 379
Cap. XVI. — Guipúzcoa ante la república francesa. — Actitud de Godoy
para con los vascongados. — Heroísmo de José Goicoa. — Saqueo é
incendio de San Sebastián .' 385
Cap. XVII. — Industria antigua y moderna 393
Cap. XVIII. — Guerras civiles 401
Cap. XIX. — San Sebastián moderno. — Edificios notables. — Paseos. —
Puerto. — El Casino. — Motrico. — Mondragón. — Leyendas y tradicio-
nes.— Escritores guipuzcoanos contemporáneos 4o3
Capítulo primero. — El país y sus habitantes. — Su antigüedad. . . . 433
Cap. II. — Señores de Vizcaya 453
Cap. III. — Importancia política del señorío. — Hermandades. — D. Enri-
que III en Vizcaya. — Anteiglesias y villas 471
Cap. IV. — Guerra de linajes. — Horribles venganzas. — Ferocidad. — Don
Lope García de Salazar. — Retos. — Severidad de la justicia. — El
clero 479
Cap. V. — San Martín de Muñatones. — Disturbios. — Jura los fueros Isa-
bel la Católica. — Ordenanzas de Chinchilla. — Justicia 5oi
Cap. VL — Bondad del pueblo. — Camino de Orduña. — Milicia. — Servi-
cio de millones. — Impuesto sobre la sal. — Motín popular. . . . 5i3
Cap. vil — Nuevos motines. — Sublevación. — Excesos. — Castigos. — Ge-
nerosidad 521
Cap. VIII. — Vizcaya ante los franceses. — Puerto de la Paz. — Zamácola.
— Lucha entre el señorío y Bilbao. — Nueva sublevación y nuevos
excesos. — Enemiga de Godoy. — Invasión francesa. — Patriotismo y
desconcierto. — Excesos de los franceses guerrilleros. — Guerra civil. 527
Cap. IX. — Vizcaya artística. — Bilbao. — Iglesias, edificios civiles, paseos.
— El Puerto y la Ría. . . . .^ 541
Cap. X. — Vizcaya artística. — Durango. — ídolo de Miq^ueldi. — San Miguel
de Arrechinaga. — Sepulcros de Elorrio ó Arguineta. — Guernica. —
Torre-palacio de Arteaga. — Lequeitio. — Romerías y diversiones.
—Fin 573
Apéndices 611
PL.\NTILL.\ PÁR.\ LA COLOCICIÓN DE LAS LÁ^IIMS
ÁLAVA Vitoria. — San Vicente i34
» » Paseo de la Florida 182
GUIPÚZCOA. Santuario de Loyola. 298
» OÑATE. — Fachada de la Universidad 3S2
» Campesino de las cercanías de San Sebastián. . . . 424
VIZCAYA. . . . Aldeana de Alonsótegui 442
» Castillo de Zaldua 480
» Ría de Bilbao. — La Orconera 566
ERRATAS
Páginas. Línea.
Dice.
Dibe decir.
XIII
20
á la Iberia.
á Iberia.
XVIII
2
(durísimos robles y más durísi-
\ mas hayas.
^durísimas y más durísimos ro-
t bles.
XXVII
3
hay una tradición.
hay tradición.
XXIX
18
Babilonia.
Babel.
48
27
cosecha de toda.
cosecha toda.
62
i3
y que no.
y no.
160
2
obra iba.
obra que iba.
160
3
que se suspendió.
se suspendió.
3o8
8
alumbrando.
alum.brado.
344
7
como.
cual.
399
3o
Felipe.
Felipa.
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conjunto.
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