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Full text of "España, sus monumentos y artes, su naturaleza e historia"

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EX  LIBRIS 

WALTER  MUIR 

WHITEHILL  JÚNIOR 

DONATED  BY 

MRS.  W.  M.  WHITEHILL 

1979 


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Provincias  Vascongadas 


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:eROviNCiAS  Vascongadas 


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D.  p;ntonio  ®rala 


Fotograbados  y  heliografías  de  Joarizti  y  Mariezcurrena 

Dibujos  á  puma  de  Ángel  Pikala  ,   M.    O.   Dei.caoo  y  Passos 
Gradados  de  Gómez  Polo — Cromos  de  Xumelra 


BARCELOIS^A 
Establecimiento  Tipográfico  -  Editorial  de  DANIEL  CORTEZO  Y  C 

Calle  de  Ausias-March  ,  Números  95   y  97 

1885 


-f^>(sí^MPÍQF^f- 


:^oiíO©o 


¥  .AS  provincias  vascas,  más  visitadas  que  conocidas,  presen- 
^^^tan,  cual  ningunas  otras  de  España,  condiciones  y  carac- 
teres originalísimos.  La  desigualdad  y  belleza  de  su  suelo,  lo 
diseminado  de  su  población,  las  costumbres  de  sus  habitantes, 
y,  sobre  todo,  su  idioma,  exigen  de  este  país  especial  y  detenido 
estudio;  tanto  más  necesario,  cuanto  más  ignorados  son  sus 
orígenes,  aunque  tantos  se  le  suponen.  Si  como  afirma  Estrabón, 
en  su  tiempo  había  en  España  monumentos  que  tenían  más  de 
600  años  de  antigüedad,  no  se  referiría  seguramente  á  ninguna 
de  aquellas  provincias,  porque  no  se  tiene  ni  la  más  remota  idea 


VI  PROLOGO 


de  ellos ;  y  si  á  los  hoy  conocidos  pudiera  señalárseles  tal  fecha, 
su  descubrimiento  no  data  de  la  época  del  ilustre  geógrafo,  sino 
de  nuestros  días. 

En  los  pocos  monumentos  que  se  conocen  de  los  vasconga- 
dos, parece  que  han  tenido  presente  aquello  de  que  los  pueblos 
no  viven  ni  deben  vivir  de  sus  glorias ;  bastábales  sin  duda  te- 
nerlas, no  necesitaban  evocarlas  ó  perpetuarlas,  por  creerse 
siempre  capaces  ó  dispuestos  á  repetirlas,  y  estar  habituados  ó 
tener  afición  á  los  goces  tranquilos  del  hogar  y  de  la  familia. 
Más  nos  inclinamos  á  esta  creencia,  que  á  comparar  á  los  vas- 
cos con  esos  degenerados  individuos  de  la  nobleza,  que  debiendo 
sus  títulos  á  las  heroicas  proezas  y  caballerosos  hechos  de  sus 
antepasados,  olvidan  su  origen  profanándole,  y  venden  ó  man- 
chan sus  ejecutorias,  para  ellos  inútiles,  por  sustituir  con  actos 
vergonzosos  y  feos  los  muy  elevados  que  merecieron  las  debi- 
das recompensas,  honrando  á  los  que  los  ejecutaron,  que  á  la 
vez  que  se  enaltecían  á  sí  mismos  enaltecían  á  la  patria. 

Aislado  siempre  el  vascongado,  hallábase  sin  duda  bien  ave- 
nido en  su  aislamiento,  sin  cuidarse  de  consignar  sus  hechos.  No 
conozco  país  más  desprovisto  de  antiguos  documentos,  si  excep- 
tuamos algunos  llamados  poemas  ó  versos,  conocidos  sólo  por  co- 
pias, en  los  que  se  cantan  antiguas  hazañas,  y  aunque  su  antigüe 
dad  no  neguemos,  no  está  comprobada  de  una  manera  evidente. 

Y  no  es  porque  asintiendo  á  agena  opinión,  admitamos  que 
la  historia  sea  una  fría  cronología,  en  la  cual  deban  marchar 
todos  los  sucesos  derechamente  para  adquirir  en  todas  partes  á 
la  vez  igual  importancia ;  porque  alcánzasenos  también  que, 
sometida  la  humanidad  á  las  mismas  perturbaciones  que  el  cuer- 
po humano,  la  fiebre  y  la  calma,  la  agitación  y  el  reposo,  obran 
alternativamente  sobre  cada  parte  del  organismo,  y  no  falta 
algún  miembro  ó  algún  órgano,  que  atrae  hacia  sí  la  vida  de  la 
historia  y  la  atención  pública.  Esto  habremos  de  conseguir  á 
costa  de  exquisitas  investigaciones,  supliendo  el  afanoso  celo  y 
la  constancia,  el  vacío  del  monumento  y  del  libro. 


PRÓLOGO  Vil 


Aun  cuando  en  algunos  puntos,  después  de  lo  mucho  que 
de  ellos  se  ha  escrito,  <  sábese  que  nada  se  sabe,»  como  ya  se 
ha  dicho  acertadamente  al  tratarse  del  idioma  éuscaro,  no  por 
eso  hemos  de  desanimarnos  y  dejar  de  consultar  liasía  las  pie 
(iras,  con  la  esperanza  de  que  no  sea  completamente  infructuoso 
nuestro  trabajo;  pues  ya  que  no  profundicemos  ninguno  de  los 
asuntos  que  afectan  á  la  historia  del  país  vasco,  en  todas  sus 
manifestaciones,  de  todos  hemos  de  ocuparnos,  y  quizá  con  al- 
gún provecho,  aun  dada  la  escasez  de  nuestras  fuerzas,  que  no 
corre  el  tiempo  en  vano  para  el  esclarecimiento  de  algunos  ig- 
norados ó  desficfurados  hechos. 


II 


Un   distinguido  bilbaíno   (i),    pretendiendo   encerrar   en  la 
hoja  de  un  álbum  toda  una  historia,  ha  dicho: 

«Vemos  en  todas  épocas  al  pueblo  vascongado,  ni  indepen- 
diente ni  sujeto,  con  tales  condiciones  de  sujeción  é  independen- 
cia, que  le  pongan  por  completo  en  el  caso  de  meras  provincias 
ó  señoríos  subalternos,  ni  le  coloquen  tampoco  en  el  más  alto 
predicamento  de  las  monarquías  influyentes.  Envuelve  sus  prin- 
cipios la  oscuridad  de  los  tiempos  como  la  niebla  sus  montañas, 
y  bien  así  como  los  rayos  del  sol  la  disuelven  poco  á  poco  mos- 
trando al  cabo  entre  las  flotantes  nubes  que  se  alejan  las  cum- 
bres y  los  valles  antes  ocultados,  de  la  misma  manera  va  disi 
pando  el  tiempo  la  confusión  y  duda  de  nuestra  historia  para 
enseñar,  sino  soberbios  alcázares  y  torres  primorosas,  sencillas 
viviendas  y  amenísimos  lugares,  donde  se  invoca  á  Dios  con 
nombre  no  aprendido  de  pueblos  conquistadores». 


(O     D.  Fidel  de  Snííarminaga. 


VIII  P  R  6  L  o  (,  O 


Indudablemente  que  sólo  el  tiempo  puede  ir  disipando  la 
confusión  y  la  duda  de  la  historia  del  país  vascongado,  cuando 
hasta  el  mismo  suelo  era  desconocido  de  los  primeros  historia- 
dores, y  aun  geógrafos.  Ya  fuera  por  aversión  al  pueblo  éuscaro, 
como  lo  declaran  los  mismos  escritores  romanos,  por  la  dificul- 
tad de  la  pronunciación  de  sus  nombres  y  de  los  de  las  pobla- 
ciones, los  cuales  les  latinizaban,  ó  por  no  tener  un  completo  y 
exacto  conocimiento  del  país  y  de  los  hechos  de  sus  pobladores, 
la  confusión,  en  efecto,  no  puede  ser  más  grande. 


1 


III 


Contemporáneos  de  la  creación,  testigos  y  compañeros  de 
todos  los  cataclismos,  son  los  eternos  Pirineos,  que  cruzan  el 
país  vasco,  y  nosotros  los  cruzamos  para  visitarle. 

No  podemos  comprender  encerrados  en  un  coche,  y  con 
vertiginosa  velocidad  conducidos,  la  imponente  grandeza  del 
trayecto  que  se  recorre  desde  poco  más  allá  de  Salvatierrra 
hasta  Irún,  sin  que  prescindamos  de  la  alegre  llanada  de  Álava. 
La  estrecha  garganta  de  la  Borunda  por  la  que  pasamos  para 
ir  á  Alsasua ;  el  circular  paso  de  la  divisoria  de  Otzaurte ;  los 
bellísimos  panoramas  que  se  extienden  á  nuestra  vista  cada  vez 
que  salimos  de  uno  de  los  26  túneles  que  horadan  los  Pirineos, 
sucediéndose  estos  túneles  casi  sin  interrupción  y  habiéndolos 
como  el  de  Oazurza,  de  cerca  de  3  kilómetros ;  el  viaducto  de 
Ormaiztegui,  verdadera  obra  de  titanes,  y  serpenteando  siem- 
pre el  tren  por  entre  elevados  montes,  cubiertos  de  verdor  pe- 
renne, y  por  encantadores  valles  sembrados  de  blancos  caseríos, 
siguiendo  las  carreteras  el  tortuoso  curso  de  los  ríos,  aparece 
todo  á  nuestra  vista  como  un  sueño  fantástico,  y  se  suceden, 
como  en  una  linterna  mágica,  los  más  bellos  cuadros.  Y  si  á 


PROLOGO  IX 


la  izquierda  de  Miranda  tomamos  el  camino  de  Vizcaya,  al 
ascender  á  la  Peña  de  Orduña,  rodeándola,  para  bajar  á  la  ciu- 
dad vizcaína,  hallándose  el  viajero  casi  al  nivel  del  elevado  Gor- 
bea,  á  su  frente  domina  los  pintorescos  valles  que  se  van  suce- 
diendo sin  interrupción  hasta  Bilbao,  valles  surcados  por  ríos, 
cercados  de  montañas  y  adornados  con  cascadas. 

Por  todas  partes  los  Pirineos  ó  sus  derivaciones ;  esas  altas 
montañas  que  han  tenido  y  no  pueden  menos  de  tener  siempre 
grande  importancia,  no  sólo  en  los  límites  de  los  Estados  y  de 
las  provincias  sino  en  las  condiciones  especiales  de  sus  habitan- 
tes, por  la  naturaleza  del  suelo,  por  el  clima,  por  la  vegetación, 
por  el  gran  papel  que  representan  en  las  revoluciones  políticas 
antiguas  y  modernas,  aun  cuando  ellas  no  fueran  hasta  cierto 
punto  las  bases  de  la  geografía  física. 

Esa  elevada  cadena  que  desde  el  cabo  de  Creus  en  Catalu- 
ña se  extiende  hasta  el  cabo  de  Finisterre  en  Galicia,  en  su  parte 
oriental  separa  á  Francia  de  España,  y  domina  á  Cataluña,  Ara- 
gón y  Navarra,  formando  los  Pirineos  propiamente  dichos,  atra 
viesa  la  parte  occidental  las  provincias  vascas,  y  la  septentrio- 
nal Castilla  la  Vieja,  Asturias  y  Galicia,  teniendo  como  punto 
dominante  el  Alonte  de  la  Maladetta,  que  se  eleva  3403  metros 
sobre  el  nivel  del  mar,  poseyendo  también  su  historia  ó  su  tra- 
dición mitológica,  que  no  carece  de  belleza.  Así  la  refiere  Mon- 
caut  (i)  : 

«  Hércules,  ese  titán  humano,  que  parece  servir  de  lazo  de 
unión  alegórico  entre  el  trabajo  de  la  Naturaleza  primitiva  y  el 
primer  esfuerzo  civilizador  del  hombre,  siguiendo  sus  peregrina- 
ciones en  el  límite  de  España  y  de  las  Gallas,  encontró  á  la  nin- 
fa Pirene  de  la  que  estaba  perdidamente  apasionado.  Observe- 
mos que  esta  ninfa  actiática  contiene  como  raíz  de  su  nombre 
la  palabra  griega  pur,  puros,  fuego...  una  ninfa  de  fuego;  lo 
cual  parecería  extraño,  si  no  hubiésemos  hablado  del  foco  cen- 


( 1 )    Histoiid  .ics  Pyrenées. 


X  PROLOGO 


tral,  trabajando  bajo  los  mares  para  romper  la  corteza  supe- 
rior. 

♦  Debía  ser  un  espantoso  y  gigantesco  amor  el  de  este  semi- 
diós que  recorría  la  tierra  para  exterminar  los  monstruos.  En 
los  mayores  esplendores  de  su  pasión,  el  objeto  que  la  inspira- 
ba desaparece  por  un  suceso  trágico...  Al  aspecto  del  ensan- 
grentado cuerpo  de  su  amante,  Hércules  prorrumpe  en  clamores 
y  amenazas  dignas  del  héroe  cuya  maza  es  como  el  rayo  de  Jú- 
piter.— La  enterró  llorando,  y  para  erigirle  un  mausoleo  que  no 
le  pudiesen  destruir  los  hombres  ni  el  tiempo,  pone  roca  sobre 
roca,  montaña  sobre  montaña  y  forma  esas  inmensas  pirámides 
que  denomínalos  Pirineos. — La  ninfa  del  fuego,  durmiendo  bajo 
la  cadena  de  montañas  que  le  sirve  de  tumba,  ¿no  es  la  traduc- 
ción poética,  reducida  á  las  proporciones  de  la  mitología  griega, 
del  gran  cataclismo  del  cual  la  geología  nos  ha  revelado  la  ra- 
zón y  las  leyes?» 

Esa  inmensa  línea  de  90  kilómetros  que  se  eleva  desde  el 
Mediterráneo  al  Océano,  no  es  solamente  una  solución  provi- 
dencial del  sistema  hidráulico  para  regar  extensas  comarcas  de 
España  y  Francia,  sino  un  santuario  de  independencia  abierto  á 
las  razas  oprimidas. 

Y  en  efecto,  como  la  historia  enseña,  casi  todas  las  monta- 
ñas han  llenado  á  su  vez  esta  misión :  los  Alpes  á  la  voz  de 
Guillermo  Tell;  el  Olimpo  y  el  Oeta  amparando  á  los  últimos 
griegos  perseguidos  por  los  turcomanos,  y  en  nuestros  días  los 
Krapachs,  el  Cáucaso  y  el  Atlas  ofreciendo  el  mismo  refugio  á 
los  polacos,  á  los  georgianos  y  á  los  berberíes,  débiles  todos  pa- 
ra resistir  á  los  enemigos  que  les  arrebatan  ó  turban  su  nacio- 
nalidad;  pero  este  carácter  protector  de  las  montañas,  en  nin- 
guna parte  se  presenta  más  permanente ,  más  grandioso  y 
rodeado  de  más  heroísmo  que  en  los  Pirineos. 

Es  muy  competente  nuestra  generación  para  dar  testimonio 
de  tales  afirmaciones :  si  Francia  y  España,  campo  de  batalla 
de  tantos  pueblos  conquistadores,  han  visto  en  estas  montañas 


I'  R  ü  L  O  (i  O  XI 


SU  Yugurta  y  su  Guillermo Tell,  su  Abd-el-Kader  y  su  Chamil,... 
y  últimamente  un  Zumalacarregui,  han  sido  además  el  asilo  na- 
tural donde  los  vencidos  de  todas  las  naciones,  griegos  é  iberos, 
romanos,  vándalos,  cántabros  y  visigodos  se  refugiaron  en  ellas 
para  protestar  contra  el  sistema  de  exterminio  practicado  por 
los  devastadores. 

Así  los  Pirineos  fueron  el  asilo  bienhechor  donde  los  restos 
de  aquellas  naciones  conservaron  sus  penates  y  sus  creencias  ; 
y  en  aquellos  valles  ha  encontrado  el  historiador  al  ibero,  al 
galo,  al  cántabro,  al  autrígon,  al  caristo  y  al  várdulo,  con 
sus  costumbres  y  libertades  primitivas;  pues  aunque  dos  mil 
años  de  lucha  las  modificaran,  no  las  destruyeron  ni  aun  con 
todo  el  poder  y  la  saña  de  una  especie  de  feudalismo  gro- 
sero y  feroz,  que  en  pocas  partes  de  España  ha  tenido  más 
dominio  que  en  el  país  vascongado,  merced  á  la  docilidad 
de  sus  sencillos  pobladores. 

Y  es  notable  y  triste  verdad ;  « estos  pueblos  de  una  misma 
familia ,  esta  región  de  una  naturaleza  tan  particular,  no  posee 
historia  propia:  se  necesita  para  hallar  sus  anales,  examinar  una 
multitud  de  crónicas,  de  monografías  parciales,  después  de  cuyo 
estudio  habrá  pocos  lectores  que  no  retrocedan  asustados.  Se 
comprende  desde  luego  cómo  estas  obras  son  impotentes  para 
enseñar  el  conjunto  de  los  hechos,  á  pesar  de  la  importancia  de 
sus  indagaciones  bajo  el  punto  de  vista  local. 

»Las  poblaciones  pirenaicas  no  son  mejor  tratadas  por  los 
historiadores  de  Francia  y  de  España,  que  muy  preocupados 
con  las  fronteras  políticas  que  separan  las  dos  naciones,  no  han 
tenido  bastante  en  cuenta  la  homogeneidad  política  y  social  que 
ha  reinado  especialmente  en  las  mesetas  pirenaicas  en  los  siglos 
pasados:  han  considerado  á  sus  habitantes  como  separados  por 
la  cresta  de  las  dos  vertientes,  y  han  confundido  con  Cataluña, 
Aragón  y  Navarra,  el  país  vasco,  el  bearnés,  el  bigorrés,  el  Co- 
minges  y  el  Rosellón ;  y  esta  nacionalidad  compacta,  hablando 
la  misma  lengua,  compartiendo   las   mismas  vicisitudes,  se  en- 


XII  PROLOGO 


cLientra  destruida  por  una  violenta  separación  en  dos  partes  que 
nada  puede  justificar  (i).  » 

Hemos  reproducido  las  anteriores  líneas,  como  una  demos- 
tración de  cuál  es  también  nuestro  trabajo,  no  para  hacer  la 
historia  de  un  país  mal  conocido  y  peor  juzgado,  que  no  es 
nuestro  propósito,  bastándonos  sólo  presentar  sus  vicisitudes  y 
hechos  más  salientes ;  pero  aun  para  esto,  no  sólo  se  carece  de 
monumentos  escritos,  sino  artísticos,  y  los  que  de  estos  existen 
en  algunas  comarcas,  unos  no  se  han  explicado  bien  y  otros  se 
desconocen.  Se  ha  carecido  siempre  de  una  base  segura,  se 
cuestiona  hasta  la  raza  á  que  pertenecían  los  primeros  poblado- 
res de  las  provincias  vascas,  y  todo  son  dudas  y  suposiciones, 
que  han  revestido  cierto  carácter  por  el  apasionamiento  con  que 
algunos  puntos  se  han  tratado ;  apasionamiento  que  aún  existe. 

Han  consignado  algunos  que  los  vascos-cántabros  fijeron 
los  primeros  habitantes  de  los  Pirineos  Occidentales;  que  se  es- 
tablecieron incendiando  los  bosques  que  cubrían  las  montañas, 
perpetuando  la  memoria  de  este  incendio  los  nombres  de  diver- 
sos sitios  y  de  pueblos  como  Zibero,  Zuhara,  Subaste,  Zugarra- 
murdi,  Germendi,  etc.,  etc.  «Diodoro  de  Sicilia,  hablando  con 
la  exageración  familiar  á  los  autores  griegos,  cuenta  que  el  ex- 
cesivo calor  del  incendio  hizo  correr  un  río  de  oro  y  plata  que 
los  Pirineos  contenían  abundantemente  en  su  seno.»  Y  añade 
Chaho:  «Un  hecho  digno  de  notarse  es  que  aun  en  tiempo  de 
Estrabón,  los  éuscaros  y  los  celtíberos,  que  no  poseían  mone- 
das, y  sólo  comerciaban  cambiando,  pagaban  frecuentemente  en 
granos,  láminas  ó  lingotes  de  oro  y  de  plata,  las  mercancías 
que  compraban.» 

Estos  metales  preciosos  se  han  convertido  sin  duda  en  hie- 
rro; porque  ni  memoria  existe  de  que  los  Pirineos  contuvieran 
oro  ni  plata,  y  menos  para  que  corrieran  ríos  ni  arroyos  de  tan 
preciosos  metales. 


(i)     Histoire  des  Pyrcnées,  por  M.  Cénac  Moncaut. 


PROLOGO  XIII 


IV 


La  cuestión  iniciada  en  el  siglo  xvi  por  el  sabio  historiador 
Jerónimo  Zurita  en  su  descripción  de  los  verdaderos  límites  de 
la  Cantabria,  ha  sido  desde  entonces  tratada  por  muchos  y  muy 
ilustrados  escritores,  y  parécenos  que  si  no  está  ya  dilucidada, 
nos  ha  puesto  en  camino  de  serlo  el  Sr.  D.  Aureliano  Fernán- 
dez Guerra,  cuya  opinión  siguen  otros,  rindiendo  el  debido  tri- 
buto á  lo  que  considera  verdad  histórica ,  á  la  cual  todo  debe 
sacrificarse. 

En  este  asunto  no  comprendemos  el  empeño  de  los  escrito- 
res vascongados  (i),  porque  á  nuestro  juicio  ni  aumenta  ni  dis- 
minuye la  gloria  del  país.  ¿Qué  importa  á  los  éuscaros  ser  ó 
haber  sido  cántabros. r'  ¿Puede  dudarse  de  su  valor,  de  su  cons- 
tancia, de  todas  las  virtudes  que  han  poseído  y  poseen  porque 
procedan  de  Tubal  ó  de  Jafet,  de  los  iberos  ó  de  cualquiera  de 
las  muchas  razas,  naciones  ó  pueblos  á  que  pertenecían  los  pri- 
meros invasores  de  nuestra  Península,  porque  hayan  estado  en 
paz  ó  en  guerra  con  cartagineses  y  romanos? 

No  intentamos,  ni  espacio  para  ello  tenemos,  aun  cuando 
la  aptitud  no  nos  faltara  como  nos  falta,  contender  en  la  deba- 
tida cuestión  de  si  los  celtas  vinieron  á  la  Iberia  de  la  Galia  ó 
fueron  á  ésta  desde  nuestra  Península;  bástenos  la  evidencia  de 
que  existió  en  este  suelo  aquella  raza  belicosa,  bárbara,  y  como 
era  semi  nómada,   lo  mismo  pudo  mezclarse  con  los  iberos  por 


(t)  Entre  los  que  debemos  exceptuar  está  el  Sr.  D.  Ladislao  \'elasco.  que 
dice  en  su  libro  Los  Éuscaros:  «Difícil  sino  imposible  es  señalar  con  precisión  los 
límites  de  la  llamada  Cantabria  en  las  tres  épocas  citadas,  moviéndose  sus  fronte- 
ras al  compás  de  los  sucesos,  y  señalados  sus  diversos  pueblos  por  autores  que 
escribían  desde  lejos,  muchos  años  después,  é  ignorando  casi  siempre  sus  verda- 
deros nombres  ó  desfigurándolos  lastimosamente.» 


XIV 


l>  R  Ü  L  o  G  o 


la  fuerza,  que  pacíficamente,  según  opina  Estrabón,  y  según 
üiodoro  de  Sicilia,  después  de  larga  lucha.  Lo  cierto  es  que  vi- 
vieron mezclados  los  celtas  y  los  iberos,  y  que  no  ocuparon  sólo 
la  Celtiberia,  sino  toda  la  Península.  De  que  así  lo  encontraron 
los  romanos,  dan  testimonio  sus  escritores  y  los  griegos ;  y  el 
vacío  que  ellos  dejan,  de  anteriores  épocas,  le  llenan,  en  parte, 
los  monumentos  que  no  faltan,  aunque  no  abundan,  en  las  pro- 
vincias vascongadas  (i). 


(i)  «Los  fragosos  términos  boreales  de  nuestra  Península,  ceñidos  en  exten- 
sión de  I  20  leguas  por  el  Océano  desde  el  cabo  de  Finisterre  hasta  la  desembo- 
cadura del  Bidasoa  y  arranque  de  los  montes  Pirineos,  fueron  en  la  niíis  remota 
edad  asiento  dt  aquellas  tribus  jaféticas  un  tiempo  acampadas,  á  orillas  de  los 
ríos,  en  las  faldas  meridionales  del  Cáucaso,  entre  la  Cólquide,  la  Armenia  y  la 
Abania.  Decíanse  iberos,  esto  es,  ribereños,  en  oposición  á  los  celtas,  ó  siquier 
montañeses. 

«Parte  de  los  iberos  emigraron  hacia  el  Norte,  pasando  el  Wolga  y  subiendo 
hasta  los  estribos  de  los  montes  Urales,  donde  aún  quedan,  según  parece,  vesti- 
gios de  su  antiquísima  lengua. 

«Parte  vadearon  el  Don,  el  Dniéper  y  el  Dniéster,  ya  tomando  rumbo  hacia  las 
fuentes  del  \"ístula  por  detrás  de  los  montes  Carpacios,  ya  viniendo  á  las  orillas 
del  Danubio.  Cuando  lograron  esguazarle,  bajaron  á  Tracia,  cuyo  río  principal, 
hoy  Maritza,  que  nace  en  los  Balkancs  y  desemboca  en  el  Archipiélago  frente  á  la 
isla  de  Samotracia,  guardó  en  su  antonomástica  denominación  de  Ebro  memoria 
de  aquella  gente. 

«Creciendo  en  pueblo  numeroso  c  inquieto,  rebosaron  por  los  términos  occi- 
dentales, poblaron  la  Liguria  y  la  Aquitania,  y  pudo  tan  sólo  el  vasto  Océano 
español  (diez  y  ocho  siglos  antes  de  la  era  cristiana)  ser  dique  á  su  espíritu  aven- 
turero. 

"Otra  nación  más  oriental,  nómada  y  feroz,  enemiga  implacable  de  las  honra- 
das tribus  agrícolas,  hecha  á  vivir  de  salteamientos  y  robos,  y  por  ello  á  guarecer- 
se astuta  en  muy  cerrados  bosques  (de  donde  les  vino  el  renombre  de  celias), 
ocupó  las  intratables  llanuras  de  la  Tartaria  ó  Escitia.  Complacíase  en  abandonar 
sus  aduares  y  ranchos  cada  primavera,  invadiendo  los  territorios  vecinos,  sin 
detenerse  hasta  encontrar  sitio  á  su  gusto  que  á  viva  fuerza  domin£\ban.  Unas 
veces  superados  los  montes  Rífeos,  subían  hasta  los  hielos  del  Norte;  y  no  pocas 
deteniéndose  largos  siglos  entré  el  Don  y  las  apacibles  riberas  del  Danubio,  lan- 
zaban desde  allí  valientes  colonias  á  las  faldas  alpinas  y  pirenaicas  y  á  las  tierras 
de  los  señores  y  keltorios. 

"Mil  y  quinientos  años  antes  del  nacimiento  de  Cristo  cayeron  sobre  España, 
llevando  la  desolación  y  la  muerte  á  sus  campos,  y  encendiendo  horrible  lucha 
entre  sus  pacíficos  moradores.  Domado  el  Pirineo,  se  corrió  la  mayor  parte  de  los 
celto-galos  hacia  las  fuentes  del  Ebro,  encastillándose  en  los  agrios  montes  de 
Galicia  y  Asturias,  para  dominar  más  adelante  las  sierras  de  Portugal  y  Andalu- 
cía; mientras  los  célticos  embreñados  en  las  de  Aragón  y  Navarra,  cuáles  por 
alianza  con  las  tribus  ibéricas  primitivas,  cuáles  uniéndose  á  muchas  en  matri- 
monio, se  vieron  señores  de  la  extensa  región  que  por  este  vínculo  se  hubo  de 


P  R  ó  L  o  (1  o  XV 


Á  cinco  kilómetros  al  sur  de  Vitoria  se  han  encontrado  no 
há  mucho,  dos  brazaletes  de  oro,  de  tosca  y  sencilla  manufactu- 
ra, hachas  de  piedra,  cuchillos  de  silex,  puntas  de  flechas,  de 
lanzas,  alisadores,  cuñas  de  silex  ó  piedra,  y  dientes  de  anima- 
les desconocidos,  cuyos  objetos  parecen  pertenecer  á  los  aborí- 
genes ú  hombres  de  las  primeras  edades,  á  pueblos  anteriores 
al  celta;  informando  de  todas  maneras  respetable  antigüe- 
dad (i). 

Y  no  sólo  en  Álava,  sino  en  Guipúzcoa  y  en  Vizcaya,  si  hu- 


llamar  Celtiberia.  Todavía  mediado  el  sif-lo  viii  de  nuestra  era,  y  cuando  con  la 
insensata  revolución  que  entregó  la  península  ibérica  al  yuyo  de  los  alárabes, 
quisieron  nuestros  pueblos  hacer  ostentación  de  su  origen  y  antigua  libertad,  dí- 
jose  oficialmente  CcUtbena,  (lindante  con  las  provincias  cartaginense  y  galaica) 
así  cuánto  se  extiende  desde  el  río  España  en  Asturias  hasta  la  desembocadura 
del  Bidasoa.  como  cuánto  hay  desde  las  riberas  saguntinas  hasta  el  límite  de 
Francia.  La  línea  meridional  de  la  genuina  Celtiberia,  cortaba,  pues,  las  montañas 
de  Asturias,  buscando  el  nacimiento  del  Carrión  ;  y  por  bajo  de  herma  y  Salas  de 
los  Infantes,  y  por  cima  de  Soria,  Teruel  y  Segorbc,  llegaba  al  .Mediterráneo,  poco 
después  de  tocar  en  .\ra-Christi  del  Puig.  entre  .Murviedro  y  Valencia.  ¡Con  cuán- 
ta razón  Tito  Li\  lo  llamó  á  la  primitiva  Celtiberia  «región  entre  dos  mares"  ! 

»E1  incesante  flujo  y  reflujo  de  tan  varias  y  numerosas  tribus  cazadoras,  gue- 
rreras y  mercaderes,  como  invadieron  la  península  durante  los  diez  y  ocho  siglos 
anteriores  á  nuestra  redención,  trajo  á  tlspaña  gentes  de  toda  la  redondez  de  la 
tierra.  Pasaban  de  treinta  las  naciones  que  sólo  entre  la  Coruña  y  el  Tajo  se  nu- 
meraban al  tiempo  de  la  división  de  Augusto:  mientras  que  en  la  genuina  Celti- 
beria subían  á  diez  y  nueve,  ya  iberas  y  celtas,  ya  celto-escitas  (es  decir  los  habi- 
tantes de  las  selvas  armados  de  arco),  ahora,  de  tracios.  lacones  y  focenses.  Bien 
se  ha  de  imaginar  que  las  mas  inquietas  y  audaces  ejercieron  el  supremo  domi- 
nio, arbitras  de  la  paz  y  de  la  guerra.  Así  llegaron  á  prevalecer  los  sacies  en  la 
comarca  del  Sil:  los  kempsos  en  la  del  Duero;  mientras  en  las  antiguas  montañas 
y  costas  de  Burgos,  reinó  la  prosapia  de  los  draganes.  Había  esta  última  abando- 
nado las  nevadas  selvas  de  la  Escitia:  y  su  primer  población.  Drdkina,  que  signi- 
fica la  breñosa  y  áspera,  en  la  provincia  de  Santander,  aún  no  se  sabe  dónde 
estuvo. 

"Poseían  los  cántabros,  ó  sean  los  más  atrevidos  e  inquietos  de  los  celticos- 
draganes,  la  marina  que  corre  de  N'illaviciosa  á  Laredo,  y  lo  mediterráneo  limita- 
do por  las  guájaras  de  Covadonga  y  Lic-bana,  fuentes  del  Carrión  ;  Bucnavista  en 
las  márgenes  del  Valdavia:  conlluencia  del  río  Fresno,  ó  de  Amaya.  con  Pisuerga; 
y  desde  la  antigua  Móreca  (hoy  Castro-.Morca,  oriental  y  finítima  á  \illadiegoj 
hasta  el  río  de  Agüera,  occidental  á  Castro-Urdiales.  Ese  fué  el  territorio  de  la 
Cantabria.» — El  Libro  de  Saníoüa.  por  el  Sr.  Fernández  Gi  erra. 

(i)  Conserva  estos  objetos,  que  hemos  visto,  nuestro  antiguo  amigo  D.  La- 
dislao de  ^'elasco. 

Los  dientes  ó  muelas  parecen  pertenecer,  una  al  Hispariaw  Proslylimus.  fósil 
de  la  época  terciaria,  anterior  al  hombre,  y  las  otras  dos  al  E^uiis  /osilis  de  la 
cuarta. 


XVI  PROLOGO 


biera  más  afición  á  estas  investigaciones,  se  hallarían  objetos 
parecidos;  pues  algunos  otros  existen  que  acusan  no  menor 
antigüedad.  Ya  que  no  hay  monumentos  escritos,  lo  son,  y 
grandes,  los  de  piedra  y  hierro;  y  así  como  los  encontrados  en 
Álava  dan  testimonio  de  la  existencia  de  una  raza  primitiva,  de 
los  iberos  quizá,  existiendo  éstos  en  aquella  tierra,  no  podían 
menos  de  existir  en  la  más  montuosa  de  Guipúzcoa  y  Vizcaya, 
antes  de  mezclarse  con  los  celtas,  que  no  serían  seguramente 
los  que  habitaban  en  Álava  anteriores  á  los  de  aquellas  monta- 
ñas (i). 

Así  á  la  vista  de  los  monumentos  hasta  hoy  conocidos,  dijo 
con  razón  el  Sr.  Amador  de  los  Ríos:  «Observando  el  número 
de  sus  monumentos  arquitectónicos,  su  especial  carácter  y  la 
época  en  que  fueron  los  más  construidos,  concíbese  fácilmente 
que  aquellas  comarcas  vivieron  largo  tiempo  en  un  estado  ex- 
cepcional, y  en  un  alejamiento  un  tanto  sistemático,  de  las  co- 
rrientes de  la  civilización  general  del  Occidente;  hecho  peregri- 
no, de  que  da  visible  y  cabal  testimonio  la  existencia  allí  de  una 
lengua  primitiva,  como  lo  es  sin  duda  la  lengua  éuscara.»  Allí 
ha  encontrado,  en  efecto,  á  la  vez  que  ruinas  arquitectónicas, 
numerosas  inscripciones  romanas  y  notables  fragmentos  esta- 
tuarios del  arte  clásico. 

Escritores  antiguos  han  referido  las  costumbres  de  los  can 
tabros,  presentándolos  como  enemigos  del  reposo  y  de  la  ocio- 
sidad, insensibles  al   frío  y   al   calor,  tolerando  con  alegría  los 
trabajos  más  penosos;  y  en  efecto,  examinando  el  retrato  que 


(i)  Resulta,  por  ejemplo,  de  un  pasaje  deDiodoro  de  Sicilia,  que  los  celtas  y 
los  iberos,  mezclados  en  Aragón,  provenían  de  dos  razas  diferentes.  Véase  la  tra- 
ducción literal  :  «Después  de  haber  hablado  de  los  celtas  con  bastante  extensión, 
ya  es  tiempo  de  pasar  á  sus  vecinos  los  celtíberos.  Estos  dos  pueblos,  los  iberos 
y  los  celtas,  después  de  hacerse  la  guerra  para  la  posesión  del  territorio  que  ocu- 
paban, concertaron  la  paz,  conviniendo  poseer  el  país  en  común,  contrayendo 
alianzas,  y  recuerdan  aún  que  de  esta  fusión  les  vino  el  nombre  de  celtíberos, 
pueblo  heroico  procedente  de  dos  poderosas  naciones.»  Martial,  que  era  aragonés, 
nos  enseña  que  sus  compatriotas  se  consideraban  como  procedentes  de  una  mez- 
cla de  iberos  y  de  celtas. — Chaho. 


PRÓLOGO  XVII 


nos  han  legado  de  aquellos  naturales,  ya  por  ser  finítimo  el 
vascongado  que  no  podía  menos  de  participar  de  idénticas  cua- 
lidades, ó  porque  también  se  refirieran  á  ellos,  de  todas  mane- 
ras hallamos  poco  diferentes  sus  hábitos  antiguos  de  sus  cos- 
tumbres actuales.  Hoy  los  vemos  tan  sobrios  como  en  su  vida 
primitiva  nos  cuentan;  y  los  que  eran  infatigables  aficionados  á 
todos  los  ejercicios  propios  para  fortalecer  el  cuerpo,  son  hoy 
incansables  y  apasionados  por  los  juegos  de  pelota,  de  la  barra 
y  de  la  carrera.  Sencillos  y  modestos  en  su  porte,  abrigan  un 
corazón  valiente  y  un  alma  demasiado  altiva;  y  así  como  se 
someten  voluntariamente  á  la  mayor  servidumbre,  sacrificarán 
su  bienestar  y  su  vida  antes  que  someterse  á  una  esclavitud 
odiada,  ó  perder  su  libertad  querida.  Orgullosos  de  ella  desde 
sus  primitivos  tiempos,  consideran  su  más  sagrado  deber  con- 
servarla, y  saben  que  no  es  tan  fácil  arrebatársela,  porque  la 
defiende  su  suelo. 

En  los  vascos  y  en  los  cántabros  se  transmitían  de  padres 
á  hijos,  con  el  amor  entusiasta  por  la  independencia,  el  odio  im- 
placable hacia  los  enemigos*  Así  preferían  las  madres  degollar 
á  sus  hijos  antes  que  verlos  en  poder  del  contrario;  los  hijos 
mataban  á  su  padre  cuando  le  veían  cargado  de  cadenas ;  her- 
manos al  hermano.  Rudas  virtudes  belicosas  que  eclipsaban  las 
de  los  espartanos. 

Transmitiéndose  de  padres  á  hijos  aquella  intrepidez  y  per- 
severancia en  todos  los  peligros  y  fatigas  de  la  guerra,  aquel 
desprecio  de  la  muerte,  aquella  constancia  en  sus  aficiones, 
aquel  odio  implacable  en  sus  enemistades,  eran  no  menos  á 
propósito  para  provocar  al  enemigo  que  para  combatirle.  Ági- 
les, flexibles,  nerviosos  y  muy  vivos  en  sus  danzas,  que  no  han 
sufrido  variación  alguna,  al  son  de  un  tamboril  y  de  una  flauta 
de  tres  agujeros;  inquietos,  turbulentos,  tan  prontos  para  irri- 
tarse como  para  sosegarse,  vese  en  los  actuales  vascos  retrata- 
Jos  los  primitivos  pobladores  de  las  costas  de  aquel  mar  que 
las  azota  impetuoso,  de  aquellos  montes  que  abrigan  entrafías 


XVlll  PROLOGO 


de  hierro,  de  aquellas  cordilleras  cubiertas  de  bosques  secula- 
res, pobladas  de  durísimos  robles  y  más  durísimas  hayas,  y  de 
aquel  suelo,  que,  en  general,  sólo  presenta  alguna  pequeña  lia 
nura  donde  los  ríos  tienen  su  lecho. 

Para  pelear  usaban  una  especie  de  escudos  llamados /¿jZ/ízí, 
el  venablo,  la  honda,  la  espada  y  armas  así  ligeras,  que  no  es- 
torbaban su  agilidad  para  correr  por  las  montañas  y  asaltar  ó 
sorprender  al  enemigo.  Era  tal  la  costumbre,  ó  la  necesidad  de 
guerrear,  al  menos  en  los  tiempos  á  que  se  refieren  los  antiguos 
historiadores,  que,  cuando  se  creían  inútiles  para  la  guerra, 
preferían  la  muerte  á  una  vejez  que  consideraban  deshonrosa, 
y  se  precipitaban  de  lo  alto  de  una  roca  (i). 

Estrabón  enseña  que  los  éuscaros  no  se  trataban  mucho  con 
los  demás  españoles.  Según  él,  la  vida  de  aquellos  montañeses 
era  pobre  y  miserable,  comparándola  sobre  todo  con  el  lujo  que 
reinaba  en  Roma  bajo  Augusto  y  Tiberio.  «Comían,  dice  este 
geógrafo,  pan  de  bellotas  dulces;  durante  la  tercera  parte  del 
año,  no  bebían  más  que  agua;  cuando  por  ventura  se  procuraban 
vino,  le  consumían  prontamente  en  sus  alegres  banquetes  á  los 
cuales  convidaban  á  sus  parientes  y  amigos.  La  manteca  y  la 
grasa  sustituían  al  aceite  para  la  preparación  de  los  alimentos. 
Para  sus  comidas,  se  sentaban  al  rededor  de  una  mesa  circular, 
ocupando  los  puestos  de  honor  los  ancianos  y  las  dignidades  de 
la  república.  Los  jóvenes  cantaban  y  bailaban  durante  el  festín. 
En  algunas  comarcas  los  montañeses  formaban  sus  lechos  en 
tierra  con  yerbas  y  hojas.  No  poseían  moneda  nacional,  y  co- 
merciaban cambiando.  Castigaban  con  la  muerte  los  grandes 
crímenes,  precipitando  á  los  culpables  de  lo  alto  de  una  roca, 
y  á  los  parricidas  se  les  llevaba  fuera  del  país  para  matarlos. 
Las  mujeres  cántabras   vestían   trajes  floridos  y  brillantes;  los 


(i)  Cum  pigra  incanuit  retas 

imbellcs  jamdudum  annos  pra'vertere  saxo 
nec  vitam  sine  Marte  pati... 

Simo  Itálico,  I,  iii. 


IM<  o  L  Ü  G  o  XIX 


hombres  de  negro,  dejando  caer  afeminadamente  sobre  sus  espal- 
das los  bucles  de  su  larga  cabellera,  siempre  desnuda  la  cabeza, 
aun  en  campaña,  y  combatiendo  con  la  espada  y  el  escudo.  En 
las  noches  de  luna  llena,  se  les  ve  á  la  puerta  de  sus  habitacio- 
nes con  su  familia,  cantar  á  coro,  ejecutar  danzas  y  venerar  á 
un  Dios  desconocido,  por  el  que  celebraban  festejos  que  dura- 
ban hasta  el  amanecer». 

«Los  éuscaros  combatían  armados  á  la  ligera,  teniendo  por 
armas  defensivas,  dice  el  geógrafo,  un  haz  de  nervios  fuerte- 
mente unidos  (eskuta),  ó  una  pequeña  rodela  redonda  (errede- 
la)  que  se  ajustaban  con  correas.  Sus  armas  ofensivas  eran  la 
javelina,  el  hacha,  y  una  espada  de  su  invención,  larga,  punti- 
aguda, de  dos  filos,  la  espada  iberiana,  elogiada  por  Polibio,  que 
los  romanos  adoptaron,  y  que  aterrorizó  á  los  griegos  la  pri- 
mera vez  que  experimentaron  sus  terribles  efectos». 

Según  los  límites  señalados  por  antiguos  geógrafos,  no  ha- 
bía más  vascos  que  los  pobladores  desde  Pasajes,  Fuenterrabía, 
Irún  y  el  valle  de  Oyarzún  para  arriba  :  antepasados  diferentes 
de  los  actuales  guipuzcoanos,  vizcaínos,  alaveses  y  navarros  es- 
pañoles, todos  los  cuales,  dice  el  P.  Flórez:  «bajaban  mucho 
del  Norte  al  Mediodía».  Estos  vascos  españoles,  son  reputados 
por  Moncaut,  por  tronco  y  progenie  de  los  vascos  franceses ; 
fundándose  para  esta  afirmación,  en  que  la  irrupción  céltica  que 
quince  ó  diez  y  seis  años  antes  de  Cristo,  penetró  en  España 
por  las  fronteras  pirenaicas  más  vecinas  al  Mediterráneo,  obligó 
á  los  iberos  á  cejar  hacia  el  Pirineo  Oceánico,  desde  donde  se 
fueron  dilatando  hasta  topar  con  los  cántabros,  los  cuales  pu- 
sieron ya  un  dique  á  su  inundación,  obligándoles  á  contentarse 
con  el  abrigo  de  los  fragosos  montes  que  se  alzan  en  Guipúzcoa 
y  Vizcaya,  ó  á  pasar  al  otro  lado  á  las  vertientes  septentriona- 
les de  la  gran  cordillera,  como  con  efecto  pasaron  muchos,  ocu- 
pando y  poblando  la  Aquitania. 

Chaho  opina  que  los  vascos  de  los  Pirineos  se  dividen  en 
siete   principales   familias  ó   tribus :  souletinos,  altos-navarros, 


XX  PROLOGO 


bajos-navarros,  labordanos,  guipuzcoanos,  alaveses  y  vizcaínos, 
y  de  estas  siete  poblaciones  que  constituyen  un  conjunto  miste- 
rioso, cuyo  origen  tanto  ha  preocupado  á  los  anticuarios,  cua- 
tro: los  labordanos,  los  guipuzcoanos,  los  alaveses  y  los  vizcaí- 
nos, los  considera  como  pertenecientes  á  la  familia  cántabra. 
La  alta  y  baja  Navarra  es  representación  de  los  antiguos  vasco- 
nes.  Los  souletinos  son  de  raza  vascona  ó  navarra ;  á  menos 
que  por  sabias  inducciones  sacadas  de  su  dialecto  particular,  no 
se  les  considere  como  un  resto  de  los  iberos  que  habitaron  pri- 
mitivamente la  Nueva-populania  ó  Aquitania  del  César. 

De  todos  modos,  el  país  que  media  entre  el  Bidasoa  y  el 
Nervión  se  dividía  en  tres  distintos  pueblos:  autrígones,  caristos 
y  várdulos. 


V 


«  Algunos  hijos  de  este  suelo,  arrastrados  por  su  excesivo 
cariño  al  país,  han  pretendido  con  más  patriotismo  que  razón, 
negar  toda  fundación  romana  no  ya  dentro  del  recinto  sagra- 
do de  la  montaña,  sino  en  sus  vertientes  del  Oeste  y  Mediodía, 
en  la  llanura  de  Vitoria  y  Valle  de  la  Borunda  (i).» 

Citamos  estas  líneas  de  un  vascongado  nada  sospechoso 
por  su  grande  amor  á  su  país,  para  prevenir  juicios  de  apasio- 
nados euscalrriacos,  que  no  sólo  han  negado  que  los  romanos 
pisaran  siquiera  el  territorio  vascongado,  sino  que  se  oponen 
terminantemente  á  que  no  sean  unos  mismos  los  vascos  y  los 
cántabros.  No  parece  sino  que  hay  interés,  como  ha  dicho  muy 
oportunamente  un  distinguido  escritor  moderno,  en  representar 
á  sus  antepasados  como  indóciles,  belicosos   y   ferocísimos,   se- 


(i)     Los  Éuscaros. 


PROLOGO  WI 


gún   fueron,  á  no  dudar,  los  naturales  de  la  Cantabria  antigua. 

No  volvió  á  abrir  Augusto  las  puertas  del  templo  de  Jano 
para  batir  á  los  vascongados,  sino  á  los  cántabros,  que  inquie- 
tos por  demás  y  malos  vecinos,  t  movían  á  toda  hora  litigios  y 
guerras  á  sus  otros  vecinos  y  aliados  de  Roma :  es  decir,  á  los 
vácceos,  de  tierra  de  Campos;  á  los  turmódigos,  de  Burgos  y  á 
los  autrígones,  raza  vasca  ó  ibera  primitiva  que  poblaba  los  tér- 
minos de  Castro  Urdíales  y  Bilbao,  juntamente  con  los  valles 
de  Mena,  Orduña,  Sedaño  y  Trías,  y  los  alfoces  de  Pancorboy 
Briviesca  (i).» 

No  fué  campo  de  pelea  el  territorio  vascongado  ó  sea  el  de 
los  autrígones,  caristos  y  várdulos,  sino  el  de  los  cántabros ;  y 
en  tierra  cántabra  ganaron  los  romanos  las  batallas  de  Véllica, 
junto  á  Aguilar  de  Campóo;  de  Vhinio,  ó  Sierras  Albas,  donde 


(i)  El  Ltbro  de  Saitioíia,  y  añade  :  «Guerrero  por  inclinación,  la  vida  sin  con- 
tinua batalla  era  enojosa  c  insoportable  para  el  cántabro,  excitándole  á  buscar  sol- 
dada en  extranjera  hueste.  Ni  halló  igual  la  indomable  fiereza  cantábrica.  .Muchos 
de  ellos,  los  cóncanos  especialmente,  habitadores  en  la  Liébana  y  en  la  marina  de 
Comillas  y  Santillana,  conservaban  la  costumbre  escítica  de  beber  sangre  de  ca- 
ballo :  otros,  reconociéndose  hijos  de  los  masagctas  y  gelonos  de  la  Tartaria,  lle- 
vaban tocados  á  manera  de  turbantes;  y  todos  ellos  comían  pan  de  bellotas,  be- 
bían en  vasos  de  cera,  embriagábanse  con  el  zitho  ó  cerveza,  no  usaban  aceite  sino 
la  grosura  y  la  manteca  de  vacas,  y  tenían  por  cama  el  duro  suelo.  Muchos  no  ha- 
bían perdido  aún  las  costumbres  traces,  militando  todo  varón,  y  dejando  para 
mujeres  la  tarea  de  labrar  y  cultivar  los  campos.  El  esposo  había  de  dotar  á  la 
doncella:  pero  extraños  á  la  plata  y  al  oro,  desconocían  la  moneda  ó  jamás  se 
prestaban  á  recibirla.  Cambiaban  frutos  por  frutos  ó  por  manufacturas,  óus  armas 
defensivas  y  ofensivas  consistían  en  pequeños  broqueles,  envenenadas  Hechas,  y 
espadas  falcatas,  ó  á  manera  de  hoz,  de  hierro  por  industria  felicísima  templado. 
Sus  naves,  horadados  troncos  ó  pellejos  henchidos  de  viento.  Nunca  la  pereza  fué 
parte  á  detenerlos  para  no  salir  á  buscar,  por  la  contratación  y  el  comercio,  los 
frutos  y  comodidades  que  les  negaba  la  tierra. 

»  Espíritu  de  emigración,  innato  en  la  raza,  llevábalos  á  regiones  desconocidas, 
aguijoneándolos  para  descender  á  la  desembocadura  del  Ebro.  entrar  por  la  mar 
y  establecerse  en  la  isla  de  Córcega,  así  como  el  odio  á  naciones  tiránicas  y  des- 
apoderadas, fué  en  el  cántabro  una  pasión  invencible.  Horacio  le  llama  antiguo 
enemigo  de  los  romanos,  porque  desde  que  sus  águilas  rapaces  acosaron  nuestra 
península  se  declaró  contra  Roma.  Por  ello  militó  en  las  huestes  de  .Aníbal,  y  pe- 
leó en  Cannas  y  Trasimeno :  por  ello  no  siguió  la  facción  pompeyana.  antes  si  la 
revolucionaria  de  César,  que  brindaba  con  esperanzas  de  libertad  á  las  naciones 
opresas  de  la  ambición  latina ;  por  ello,  en  fin,  sostuvo  más  de  cinco  años  de  gue- 
rra á  muerte,  contra  el  hijo  artificial  de  César,  cuando  quiso  éste  y  logró  hacer 
una  sola  ciudad  de  todo  el  orbe.  » 


XXH  PROLOGO 


nacen  el  Carrión  y  Pisuerga;  de  Aracillo,  Aradillos,  sobre  Rei- 
nosa;  de  Asíiira,  río  Ezla,  cerca  de  Mansilla;  y  la  del  monte 
Medullio,  sierra  de  Mamed,  sobre  el  Sil.  Pero  tales  triunfos  no 
vencen  la  altivez,  la  constancia,  el  heroísmo,  la  ferocidad  de  los 
cántabros ;  irritado  y  enfermo  se  retira  Augusto,  y  Marco  Agri- 
pa, á  quien  encomienda  aquella  lucha,  la  prosigue  por  mar  y 
tierra  y  la  termina  en  las  aguas  de  Santoña  y  Laredo. 

Es  evidente  que  los  autrígones  ó  vizcaínos,  no  fueron  venci- 
dos en  esta  guerra,  sino  vencedores,  porque  era  á  ellos  á  quie- 
nes molestaban  los  cántabros,  sus  vecinos.  Los  vascongados 
gozaban  de  una  especie  de  independencia  garantizada  por  su 
lealtad,  por  sus  sencillas  y  patriarcales  costumbres;  así  que,  le- 
jos de  inspirar  temor  á  los  señores  del  mundo,  inspiraban  tran- 
quila confianza.  La  población  vascongada,  además,  debía  ser 
pequeña ,  porque  sobre  serlo  el  territorio,  sus  montes  eran  se- 
guramente bosques  casi  impenetrables;  pues  aun  muchos  siglos 
después,  se  limitaba  la  existencia  de  ferrerías  por  la  mucha  leña 
que  consumían ;  sin  cultivo  las  laderas  de  las  montañas,  y  esca- 
so en  los  valles,  no  se  tiene  noticia  de  ninguna  población  impor- 
tante; no  existían  las  villas  de  Vizcaya,  y  es  más  que  verosímil 
que  ni  la  naturaleza  del  país  ni  sus  pobladores  ofrecieran  incen- 
tivo alguno  á  dominadores  tan  poderosos  como  los  romanos, 
acostumbrados  á  una  civilización  que  no  había  de  ser  cultivada 
seguramente  en  aquella  pequeña  y  pobre  comarca. 

El  Sr.  Velasco,  en  el  párrafo  de  sus  Éuscaros^  con  el  cual 
comenzamos  este  capítulo,  tiene  razón  respecto  á  Álava;  pero 
no  se  hallan  esos  vestigios  de  dominación  romana  en  Guipúz- 
coa ni  en  Vizcaya;  así  que,  aunque  estuvieran  sometidas  volun- 
tariamente al  imperio,  no  se  veían  inmediatamente  dominadas  y 
teniendo  que  soportar  en  su  suelo  á  los  romanos;  que  á  ha- 
ber esto  sucedido  habrían  legado  multitud  de  documentos  como 
en  los  que  en  otros  puntos  comprueban  su  existencia,  de  la  cual 
no  son  testimonio  el  hallazgo  de  algunas  monedas  de  las  que 
usaron  en  su  tráfico  en  las  costas. 


PROLOGO  X  X 1 1 1 


La  fundación  de  Bermeo  y  de  Fuenterrabía,  por  algunos 
atribuida  á  romanos,  no  está  probada:  sólo  puede  exponerse  el 
paso  de  la  gran  vía  militar  de  Astorga  á  Burdeos,  para  cuyo 
sostenimiento  y  seguridad  solía  haber  de  trecho  en  trecho,  cas- 
tros  con  poca  gente  guarnecidos;  y  ni  aun  de  estas  pequeñas 
fortalezas  hay  restos. 

Para  estos  limitados  presidios  dejaría  Augusto  las  cohortes 
de  que  habla  Estrabón  y  se  repartieron  desde  Asturias  al  Piri 
neo,  añadiendo  Josefo  que  una  legión  sola  bastaba  para  el  pre 
sidio ;  sin  que  deba  deducirse  de  esto  que  estuviesen  destinadas 
tales  fuerzas  á  sujetar  á  los  vascongados,  porque  no  creemos 
que  jamás  necesitaron  estarlo;  y  aun  necesitándolo,  no  bastara 
seguramente  una  legión  sola. 

No  pretendemos  por  esto,  sostener,  ni  creemos  que  perma- 
necieran siempre  tranquilos ;  pues  parece  evidente  que  en  las 
guerras  de  Julio  César,  al  pedir  Petreyo  socorro  á  los  lusitanos, 
pidióle  Afranio  á  los  cántabros,  «y  á  todos  los  demás  bárbaros 
que  pertenecían  al  Océano.  >  No  quiere  decir  esto  que  se  refi- 
riera concretamente  á  los  habitantes  desde  Laredo  á  Fuente 
rrabía;  y  aun  cuando  no  pocas  veces  á  todos  se  denominaba  cán- 
tabros, y  muchas  bárbaros,  es  muy  frecuente  en  los  antiguos 
escritores  dar  una  misma  denominación  á  pobladores  de  comar- 
cas de  distinto  nombre,  y  omitirlos  con  frecuencia. 

De  todas  maneras  no  puede  ya  asegurarse  de  un  modo  ter- 
minante que  los  autrígones,  caristos  y  várdulos,  continuaran  tan 
aislados  y  sin  tomar  parte  en  los  grandes  acontecimientos  exte- 
riores; esto,  admitiendo  que  fuera  completo  su  aislamiento,  pues 
no  podemos  hacer  afirmaciones  seguras,  porque  es  general  la 
creencia  de  la  gran  confusión  que  reinó  entre  los  antiguos  histo- 
riadores y  geógrafos  al  deslindar  el  país  cántabro  desde  sus 
orígenes. 

Si  cántabros  y  vascongados  tomaron  parte  en  las  guerras 
de  César  peleando  en  la  Aquitania,  también  la  tomaron  bajo  las 
enseñas  cartaginesas,  y  « después  de  las  batallas  de  Cannas  } 


XXIV  PROLOGO 


de  Trasimena  que  hicieron  temblar  á  Roma  sobre  sus  cimientos, 
y  en  las  cuales  los  cántabros  participaron  no  poco  de  la  gloria 
y  del  peligro,  los  romanos  arrepentidos  de  haber  dejado  sucum- 
bir á  Sagunto,  sin  socorrerla,  resolvieron  atacar  á  los  cartagi- 
neses en  España  (i).  ' 

Refiriéndose  á  la  parte  que  los  vascos  tomaron  en  la  guerra 
de  Italia  en  las  legiones  de  Aníbal,  cita  Chaho  una  composición 
vascongada,  de  desconocido  bardo,  en  la  cual  un  joven  guerre- 
ro se  dirige  á  un  pájaro,  suponiéndole  su  amada  ausente  y  dice: 
«Hace  mucho  tiempo  que  no  oigo  tu  voz  melodiosa.  No  hay 
hora,  ni  momento  que  tu  imagen  no  se  presente  á  mi  triste  re- 
cuerdo. A  este  apostrofe,  el  bardo  en  escena,  responde  á  la  jo- 
ven, sin  otra  transición. — Una  tarde  pasaba  al  pié  de  nuestras 
montañas  el  extranjero  que  venía  de  África  con  soldados  ex- 
tranjeros. Dice  á  nuestros  ancianos  y  á  nuestros  padres,  que  sus 
hijos  son  valientes,  es  verdad;  y  dice  además  que  él  no  nos  bus- 
caba, sino  nuestros  enemigos,  los  romanos. — Entonces  gritó  la 
juventud:  Aníbal,  si  no  mientes,  si  tales  son  tus  proyectos,  nos- 
otros no  nos  mezclaremos  con  tus  soldados  extranjeros ;  pero  sí 
marcharemos  delante  de  ellos  y  delante  de  ti.  En  vano  es  que 
los  romanos  hayan  querido  sublevar  las  Galias  contra  nosotros; 
te  seguiremos  hasta  el  fin  del  mundo. — Y  partimos  á  la  hora 
que  las  mujeres  dormían  tranquilamente,  sin  despertarse  los  ni- 
ños echados  sobre  el  seno  de  sus  madres.  Y  los  perros  fieles, 
pensando  que,  como  de  costumbre,  volveríamos  con  la  aurora, 
no  ladraron. — Muchos  días,  desde  entonces,  muchas  noches  han 
pasado  y  no  hemos  vuelto,  valientes  éuscaros,  con  pierna  suelta 
y  pié  ligero.  Hemos  peleado  por  el  africano :  hemos  atravesado 
el  Rhóne,  más  furioso  que  el  Ebro ;  hemos  franqueado  los  Al- 
pes, más  empinados  que  los  Pirineos. — Vencedores  en  todas 
partes,  hemos  descendido  como  un  torrente  en  la  bella  Italia, 
donde  se  encuentran  campiñas  fértiles,  ciudades  doradas,  muje- 


(i;    Moncaut. 


PROLOGO  X\V 


res  encantadoras;  mas  todo  esto  no  vale  más  que  nuestras  mon- 
tañas, nuestras  madres,  nuestras  hermanas  y  nuestras  novias. 
— Dicen  que  antes  de  un  mes  entraremos  en  la  ciudad  de  los 
romanos,  y  adquiriremos  oro  á  casco  lleno.  Mas  yo  respondo: 
Yo  no  quiero.  Ya  basta:  prefiero  volver  á  las  montañas  y  vol- 
ver á  ver  á  la  que  amo.  Mi  país  está  lejos,  el  tiempo  es  largo.» 
Al  fin  de  esta  campaña,  de  la  que  dice  Polibio  que  la  bra- 
vura de  los  españoles,  auxiliares  de  los  cartagineses,  tuvo  la 
mejor  parte  en  las  victorias  de  Aníbal,  los  vascos  cambiaron  y 
se  aliaron  con  los  romanos.  La  federación  cantábrica  llama  sus 
milicias  que  combatían  al  otro  lado  de  los  Alpes.  Trescientos 
de  los  principales  montañeses  fueron  encargados  de  conducir  á 
sus  compatriotas  á  España  y  de  llevarlos  á  Scipión  (i).  Los  éus- 
caros y  los  celtíberos  exigieron  de  los  romanos  el  mismo  sueldo 
que  de  los  cartagineses,  y  fueron,  dice  el  mismo  Tito  Livio,  el 
primer  pueblo  extranjero  que  Roma  admitía  á  este  título,  para 
tener  el  honor  de  combatir  bajo  sus  águilas.  La  defección  de  la 
liga  cantábrica  produjo  la  caída  de  los  cartagineses  en  Italia. 
Los  vasco  cántabros  contribuyeron  poderosamente  á  su  expul- 
sión de  España  (2). 


VI 


Los  vándalos  que  en  el  siglo  v  invadieron  el  mediodía  de 
las  Gallas  y  destruyeron  la  Nuevapopulania,  impacientes  por 
penetrar  en  España,  intentaron  franquear  los  Pirineos  occiden- 
tales, por  sitios  menos  difíciles  que  los  del  narbonés;  pero  por 
aquella   parte,   los  cántabros  ó  más  bien  los  vascongados,  no 


(i)     Tito  Livio. 

(2)      ClIAHO. 


XXVI  PROLOGO 


enervados  por  la  sensual  civilización  romana,  les  opusieron  fuer- 
te resistencia.  En  este  peligro  común,  las  poblaciones  de  Aquí- 
tania  tuvieron  la  prudencia  de  rodearse  al  patricio  Constancio, 
jefe  de  la  milicia  imperial,  fortificaron  á  Lapurdún,  así  como  la 
línea  de  la  Nive  y  de  la  Nivela,  é  hicieron  frente  á  los  ván- 
dalos (i). 

Derrotados  después  por  las  huestes  montañesas  y  prisio 
ñeros  sus  jefes,  la  organización  de  los  individuos  pirenaicos  que 
habían  cerrado  la  entrada  de  aquellos  verdaderos  bárbaros  en 
España,  se  encontró  momentáneamente  destruida ;  lo  cual  hizo 
decir  á  Orosa,  «que  Constancio  retiró  de  los  Pirineos  á  los  fieles 
paisanos  encargados  de  defenderlos». 

Pero  por  este  tiempo,  más  que  en  los  Pirineos  occidentales, 
era  en  los  orientales  y  en  la  antigua  tierra  de  los  vascones, 
donde  se  efectuaban  sucesos  importantes  en  los  que  intervienen 
franceses  y  españoles  (2). 

No  hubo  ni  podía  haber  tanto  movimiento  por  la  parte  de  Gui- 
púzcoa, que  no  tenía  la  dependencia  francesa  que  Navarra;  pero 
se  efectuaba,  ó  se  aspiraba  en  todos  los  Pirineos,  á  un  movimien- 
to de  concentración  y  de  autonomía  que  ofrecía  muy  serias  y 
aun  invencibles  dificultades,  á  pesar  de  que  no  faltan  escritores, 
especialmente  franceses,  que  la  consideran  una  necesidad  en  el 
porvenir ;  y  han  consignado  que,  así  como  los  antiguos  vascos 
decían  á  los  romanos  que  los  Pirineos  comenzaban  en  el  Ebro 
y  terminaban  en  el  Adour,  é  ingertos  en  sus  rocas,  de  las  que 
se  consideraban  parte  integrante,  tenían  los  que  habitaban  á 
uno  y  otro  lado  de  los  Pirineos  identidad  de  origen,  de  lengua- 
je, de  costumbres,  leyes,  etc.,  puede  ser  que  algún  día  intenten 


(i)     _Moncaut. 

(2)  «Una  carta  de  Arsius,  primer  obispo  del  Labourd, — 980— clasifica  en  su 
diócesis  el  valle  del  Baztán  hasta  el  col  de  Belate,  el  valle  de  Lerhis,  el  territorio 
de  Hernani  y  de  San  Sebastián  hasta  Santa  María  d'Arosi,  en  Guipúzcoa:  proban- 
do esto  que  los  límites  separativos  de  Francia  y  España  han  variado  frecuente- 
mente, y  que  el  principio  según  el  cual  se  han  fijado  es  arbitrario».  Histotre  ■pri- 
mitive  des  Euskan'ens-B.xsq2ies,  por  Agustín  Chaho. 


PROLOGO  XXVII 


los  modernos  la  unidad  nacional,  de  que  particularmente  goza- 
ron en  lo  antiguo  (i). 

En  todo  el  país  verdaderamente  vasco,  no  hay  una  tradi- 
ción, ni  monumento  ó  ruina  que  denuncie  la  dominación  ó  es- 
tancia del  pueblo  godo,  si  exceptuamos  una  pequeña  parte  de 
Álava  invadida  por  Leovigildo.  vSisebuto  y  Suintila  pelearon  con 
la  gente  vascona  en  los  llanos  de  Álava  y  Rioja ;  pero  sin  in- 
tentar siquiera  penetrar  en  el  interior  montuoso  del  país  vas- 
congado (2). 

Tampoco  se  han  hallado,  hasta  ahora,  en  los  valles  y  mon- 
tañas de  Vizcaya  y  Guipúzcoa  vestigio  alguno  del  arte  latino- 
bizanthio.  Es  inútil  buscar  los  restos  de  aquellos  monumentos 
que  han  inmortalizado  á  Tarragona,  Ampurias,  Mérida,  Clunia, 
Itálica,  Córdoba,  Sevilla  y  Granada:  no  han  podido  existir  en 
sus  montañas  monumentos  árabes,  porque  no  llegaron  hasta 
ellas  los  sectarios  de  Mahoma,  ni  los  visigodos.  Hay  sin  embar- 
go templos  de  notable  arquitectura,  tomada  de  la  que  más  so- 
bresalía en  Castilla.  De  aquí  que,  en  los  siglos  x,  xi,  xii  y  parte 
del  XIII,  las  basílicas  de  Armentia  y  de  Estivaliz  en  Álava  y  la 
de  Iciar  con  el  monasterio  de  agustinas  de  Hernani,  en  Guipúz- 
coa, iniciaron  las  construcciones  que  durante  las  centurias  xiii  y 
XIV  levantaron,  en  todo  el  país  vasco,  monumentos  tan  notables 
como  la  iglesia  parroquial  de  Mondragón,  la  de  San  Ildefonso 
y  San  Pedro  en  Vitoria. 


( 1 )  «L'interposition  d'un  petit  peuple  libre  previent  les  Iiittes  que  le  seul  voi- 
sinage  des  grandes  nations  est  capablc  de  faire  naitre.  6i  de  mauvaises  inspira- 
tions  ne  viennent  contradiré  la  voix  de  la  justice  et  de  la  saine  politique,  Tinde- 
pendance  de  la  fédération  cantabrique  será  proclamée  sans  combato.— Chaho. 

(2)  «El  territorio  comprendido  entre  los  términos  de  Pamplona,  Logroño  y 
Zaragoza,  los  Pirineos  aragoneses  y  catalanes,  y  alguna  vez  que  otra  los  llanos 
de  .Álava,  donde  los  cántabros  y  celtíberos  fácilmente  hacían  incursiones,  lo  mis- 
mo que  los  vascones  orientales,  fueron  el  teatro  constante  de  aquellas  confusas 
luchas;  nunca  el  antiguo  territorio  de  los  autrígones,  caristos  y  várdulos,  ni  si- 
quiera el  de  los  vascones  que  habitaban  entre  el  Urumea  y  el  Arga,  y  que  hasta 
los  tiempos  de  Garibay  hablaron  el  vascuence,  como  le  hablan  en  gran  parte  to- 
davía».—C.4novas. 


m» 


XXVIII  P  U  o  L  o  ü  o 


Caveda  (i)  cita  como  notables  en  el  segundo  período  de  la 
arquitectura  ojival  las  iglesias  de  San  Sebastián  de  Azpeitia,  con 
una  fachada  moderna;  la  de  Guetaria,  de  tres  naves;  la  colegial 
de  Santa  María  de  Vitoria ;  la  de  Santiago,  en  Bilbao,  capillas 
y  claustro,  correspondiente  todo  al  siglo  xiv  y  otras,  como  ve- 
remos, pues  en  ninguna  de  las  tres  provincias  hermanas  faltan 
verdaderas  obras  de  arte  que  merecen  ser  más  conocidas  de  lo 
que  lo  son. 

El  borromonismo,  siglos  xvii  y  xviii,  ó  estilo  borrominesco, 
sobresale  y  le  usa  D.  Ignacio  Ibero  director  de  la  suntuosa  fá- 
brica de  Loyola,  en  la  construcción  de  la  torre  de  Elgoibar. 
Autor  de  muchos  detalles  en  Guipúzcoa  fué  Tomás  Jáuregui. 
En  estas  construcciones  y  otras  muchas  que  pudieran  citarse  de 
la  escuela  borrominesca,  predomina  constantemente  el  mismo 
carácter:  libertad  suma  y  profusión  en  el  ornato;  capricho  y,  si 
se  quiere,  extravagancia  en  la  invención ;  variedad  infinita  en  las 
formas;  licencia  y  muchas  veces  desquiciamiento  en  los  miem- 
bros de  un  orden  y  en  la  manera  de  combinarlos  (2). 

Si  como  se  ha  dicho,  son  los  monumentos  la  verdadera  cró- 
nica de  los  pueblos,  los  pocos  que  de  aquellos  existen  en  el  país 
vascongado,  nos  ayudan  fácilmente  á  formar  su.  historia,  no 
complicada  en  verdad  por  grandes  vicisitudes.  «Cuántas  veces 
se  vea  á  la  Aquitania  cambiar  de  formas,  otras  tantas  la  civili- 
zación se  ha  renovado.  Si  se  para  la  atención  en  una  época  cu- 
yas construcciones  no  tienen  originalidad,  puede  asegurarse  sin 
temor,  que  de  ella  carecen  también  sus  ideas  (3).» 

No  es  de  extrañar  se  ignoren,  no  sólo  obras  de  arte,  sino 
muchas  de  las  grandes  glorias  de  los  vascongados.  Sin  revelar 
está  aún  la  remota  fecha  en  que  se  lanzaron  atrevidos  á  la  pes- 
ca de  la  ballena  en  los  lejanos  mares  de  Terranova;  y  si  sabe 


(O     En  un  notable  Ejisayo  histórico  sobre  los  diversos  géneros  de  Arquitectura 
emplecidos  en  España  desde  la  dominación  romana  hasta  nuestros  días. 

(2)  Cayeda. 

(3)  El  Arte  en  Alemania,  por  Fortoul. 


PROLOGO  XXIX 


mos  que  adquirieron  esclarecido  renombre  y  eterna  fama  un 
Zamudio  en  Rávena,  un  Urbieta  en  Pavía,  un  Cristóbal  de  Mon- 
dragón  en  Flandes,  un  Martín  de  Idiáquez  en  Nordihinghen, 
conquistando  las  Filipinas  Legazpi,  dando  El  Cano  el  primero 
la  vuelta  al  mundo  (i),  adquiriendo  igualmente  en  los  mares 
honor  y  gloria  Oquendo,  amén  de  otros  que  en  mar  y  tierra 
ejecutaron  grandes  proezas,  no  todas  sabidas  (que  son  muchos 
los  héroes  ignorados),  sobresalen  como  figuras  relevantes  en  la 
historia  patria,  ilustrada  también  por  eminencias  políticas  y  lite- 
rarias, especialmente  en  los  siglos  xvi  y  xvii,  como  secretarios 
de  Estado. 


VII 


Erro  afirma  que  el  vascuence  fué  la  lengua  universal,  y  por 
consiguiente  la  primitiva  del  género  humano,  la  que  precedió  al 
diluvio.  Larramendi  la  considera  como  la  matriz,  la  primitiva  )• 
universal  de  España.  Astarloa  corrobora  los  argumentos  por 
otros  alegados  para  demostrar  que  el  vascuence,  no  sólo  fué  la 
primera  lengua  que  se  habló  en  España,  sino  que  la  formó  el 
mismo  Dios  en  la  confusión  de  la  Torre  de  Babilonia;  y  tan  en- 
cantadora halló  su  extraordinaria  perfección  que  declaró  ser  la 
única  lengua  digna  de  ser  comunicada  por  Dios  al  primer  hom 
bre.  Hablando  después  con  más  seguridad,  confiesa  de  buena  fe 
no  poder  probar  ni  aun  si  vino  á  España  el  vascuence  con  los 
primeros  pobladores,  y  menos  justificar  la  formación  ó  creación 
de  tal  idioma  en  la  Torre  de  Babel.  Guillermo  Humboldt  da  al 
vascuence  origen  europeo   y   el  más  antiguo  de  los  idiomas  de 


(i)  «Por  tierra  y  por  mar  profundo 

con  imán  y  derrotero. 
un  vascongado,  el  primero, 
dio  la  vuelta  a  todo  el  mundo.» 


XXX  P  R  o  L  o  (i  o 


nuestro  continente;  no  dudando  que  se  haya  hablado  en  otro 
tiempo,  en  toda  la  península  ibérica ;  Thierry  sostiene  que  la 
lengua  vascongada  fué  la  de  los  iberos;  Chaho  encuentra  ana- 
logías de  vocalización  entre  el  vascuence  y  el  sánscrito;  y  ape- 
nas hay  escritor  que  se  haya  ocupado  del  idioma  vascongado 
que  no  le  atribuya  analogías  con  otros,  estando  todos  contestes 
en  declarar  su  antigüedad.  Y  en  efecto,  á  falta  de  antiguos  mo- 
numentos y  de  documentos  de  toda  clase,  está  el  idioma  éusca- 
ro (i)  que  cuenta,  cuando  menos,  más  de  37  siglos  de  antigüe- 
dad, que  no  se  parece  á  ninguno  otro  europeo,  ni  tiene  seme- 
janza con  las  lenguas  conocidas,  aunque  sean  análogas  algunas 
palabras;  y  reconociendo  Tragia,  que  no  cede  en  cultura,  ri- 
queza y  suavidad  á  ninguna  otra  lengua;  y  en  su  misma  riqueza, 
su  mucho  artificio  y  reglas  exactas,  su  fecundidad  en  variar  los 
nombres  y  los  verbos,  su  suavidad  y  cultura,  energía  y  número, 
halla  suficientes  motivos  para  considerar  increíble  sea  una  de 
las  primitivas  lenguas,  siendo  las  conocidas  por  tales,  pobres  y 
faltas  de  todo  esto.  De  esta  misma  perfección  se  vale  Astarloa, 
como  del  más  robusto  argumento,  para  probar  su  antigüedad, 
que  todo  la  informa  (2). 

Es  evidente  que  las  cuestiones  de  origen  son  difíciles  de  re- 
solver, con  especialidad  cuando  se  trata  de  pueblos  muy  anti- 
guos, á  menos  que  no  se  pretenda  sacar  únicamente  del  Génesis 
y  de  la  tradición  de  los  judíos,  toda  la  filosofía  de  la  historia ; 


(i)  Lo  escribimos  con  c  y  no  con  k,  porque  con  c  escribe  este  adjetivo  el  no- 
vísimo diccionario  de  la  Academia. 

(2)  Reconoce  también  su  antigüedad  el  Sr.  Fernández  Guerra,  y  separa  el  éus- 
caro del  idioma  de  los  cántabros,  diciendo  que  estos,  «por  el  contrario,  usaban 
un  lenguaje  celta,  más  ó  menos  rudo,  que  en  otro  semiculto  y  nuevo  se  vino  á  co- 
rromper y  transformar.  Hizo  esto  la  comunicación  forzosa  y  continua  con  las  fa- 
milias y  cohortes  romanas,  fortalecidas  en  las  ciudades,  atalayas  y  cumbres,  de 
que  fueron  desposeídos  por  Marco  Agripa,  bajados  al  llano,  aquellos  naturales.  Ya 
en  el  trance  de  tenerse  que  entender  á  toda  hora,  y  sin  remedio,  los  cántabros  con 
soldados  nacidos  en  Italia  y  Grecia,  en  Siria  y  Egipto,  en  Libia  y  Mauritania,  brotó 
de  tantas  aquella  enérgica  y  sonora  lengua,  que,  al  decir  del  Emperador  de  las 
Españas  Alfonso  VII,  enardecía  los  corazones  como  el  vibrante  y  agudo  clamor  de 
una  trompeta,  y  que  andando  los  tiempos  se  había  de  inmortalizar  en  la  venturo- 
sísima pluma  de  Cervantes.»— £/  Libro  de  Santoiia. 


PRÓLOGO  XXXI 


cuya  empresa  es  tan  ardua  como  la  de  restaurar  los  títulos  de 
los  orígenes  primitivos,  no  existiendo  un  solo  pueblo  en  cu)o 
favor  haya  podido  hacerse  satisfactoriamente.  Respecto  á  la 
existencia  de  las  relaciones  de  origen  entre  el  éuscaro,  las  len- 
guas indostánicas,  el  antiguo  egipcio  y  algunos  dialectos  de  la 
América  meridional,  es  un  punto  sobre  el  cual  se  han  abstenido 
sabios  filólogos,  así  como  de  saber  si  los  patriarcas  que  de  las 
costas  de  África  pasaron  á  España,  venían  de  Oriente  ó  de  Oc- 
cidente. Esto  no  puede  contestarse,, dice  Chaho;  y  que  los  éus- 
caros no  eran  de  la  raza  blanca  del  septentrión,  ni  de  la  raza  ne- 
gra africana;  pudiéndoseles  mirar  como  una  raza  intermediaria 
del  Indostán  al  Occidente,  ó  que  quizá  escapase  al  naufragio  de 
la  antigua  Atlántida,  habiendo  enviado  desde  las  regiones  del 
Oeste  sus  colonias  hacia  el  Oriente.  En  medio  de  estas  dudas, 
llama  excéntricos  y  absurdos  á  Astarloa  y  á  sus  continuadores. 

Eickhoff  ha  afirmado  el  parentesco  del  éuscaro  con  las  len- 
guas africanas:  Wíseman,  su  comunidad  con  el  egipcio  antiguo; 
fundándose  el  primero  en  los  muchos  nombres  de  poblaciones 
africanas  que  son  vascongados ;  deduciendo  que  este  estudio  de 
la  geografía  antigua  lleve  á  suponer  la  existencia  de  los  éusca- 
ros en  el  Indostán,  y  haga  descubrir  las  relaciones  del  vasco  y 
del  sánscrito,  hasta  ahora  inapercibidas. 

Sin  investigar  nosotros  la  verdadera  etimología  de  los  nom- 
bres vascongados  de  no  pocas  poblaciones,  ríos  y  montes  de 
España,  que  hacen  suponer  ser  el  vascuence  el  idioma  de  los 
primitivos  pobladores  (i),  si  no  con  el  mismo  fundamento,  le  hay 
para  suponer  también  que  no  han  podido  ó  debido  ser  extraños 
los  vascongados  al  origen  de  los  nombres  que  han  tenido  y  tie 
nen  poblaciones  de  Italia  y  África  y  aun  de  países  más  remotos. 

Grim  considera  interesante  averiguar  si  el  idioma  vasco  po- 
see afinidades  reales  con  las  lenguas  caucásicas,    ó   si  se  limita 


(i)  Humboldt,  en  sus  investigaciones,  deduce  del  estudio  comparativo  de  los 
nombres  de  los  lugares  de  la  península  ibérica  y  de  la  lengua  vasca,  que  era  esta 
la  de  los  iberos  que  no  hablaban  otra. 


XXX  11  I'  R  o  L  o  G  o 

toda  relación  á  alguna  vaga  semejanza  en  la  forma  exterior  de 
las  palabras :  Abbadía  declara  que  en  el  sánscrito,  georgiano, 
finés  y  en  muchas  lenguas  de  África  y  de  la  América  del  Norte, 
se  desvía  de  la  sintaxis  vasca:  Chaho,  siguiendo  á  Eickhoff  res- 
pecto á  la  «originalidad  africana»  de  la  lengua  vasca,  ha  creído 
poder  unir  los  iberos  á  las  poblaciones  indígenas  del  norte  de 
África,  que,  en  una  época  ante-histórica,  invadieron  á  España 
como  más  tarde  lo  hicieron  los  árabes:  Bergmann  considera  á 
los  vascos  como  un  pueblo  de  raza  saab-méenne  (lapofinesa), 
procedente  de  las  orillas  del  Báltico  en  Germania  y  en  Gaulia, 
y  sucesivamente  rechazada  por  los  celtas  hasta  el  pié  de  los  Pi- 
rineos: para  Maury  y  Schleicher,  el  vasco  es  una  lengua  poli- 
sintética, cuyo  organismo  se  parece  al  de  los  idiomas  del  Nuevo 
Mundo:  Charencey  encuentra  afinidades  en  el  vasco  con  ciertos 
idiomas  del  Oural;  afinidades  que  no  excluyen  diferencias  con- 
siderables, expuestas  por  el  príncipe  Luciano  Bonaparte  en  su 
obra  La  lengua  vasca  y  los  idiomas  fineses ;  y  por  este  estilo 
podríamos  ir  exponiendo  las  infinitas  y  variadas  ideas  de  cuan- 
tos se  han  ocupado  del  idioma  vascongado,  objeto  para  todos 
de  muy  profundos  estudios  ;  deduciéndose  siempre  que  no  es  un 
idioma  arbitrario,  porque  corresponde  á  los  sonidos  articulados 
por  el  hombre,  á  los  ruidos  y  murmullos  de  la  naturaleza. 
O,  por  ejemplo,  designa  lo  que  es  redondo,  i,  lo  agudo,  u,  lo 
hueco. 

Careciendo  los  vascongados  de  escritos  antiguos,  no  han 
fijado  aún  la  ortografía  de  la  lengua  de  una  manera  terminante, 
no  marchando  muy  acordes  los  más  sabios  vascófilos  respecto  á 
su  alfabeto. 

«Hay  buenas  razones  para  que  los  iberos  pirenianos  perdie- 
ran la  escritura  nacional :  después  de  su  establecimiento  en  las 
montañas  y  en  un  período  de  30  siglos  hasta  la  Edad  media,  no 
han  tenido  literatura  escrita.  Aun  durante  los  primeros  siglos 
de  su  residencia  en  los  Pirineos,  les  ocuparon  tan  exclusivamen- 
te la  agricultura  y  la  guerra,  que  descuidaron  y  perdieron  todas 


í*  r<  9  L  o  (i  o  XXXIII 


las  otras  artes  que  no  les  eran  necesarias ;  ni  aun  fabricaban 
moneda,  y  en  el  siglo  de  Augusto  comerciaban  por  cambios.» 
De  aquí  deduce  Chaho  que  los  cronistas  de  la  Edad  media  em- 
pleaban las  letras  romanas  ó  góticas  para  escribir  en  romance  ó 
en  latín,  pues  el  alfabeto  ibérico  no  le  usaban  los  montañeses. 

No  nos  ocuparemos,  ni  hace  á  nuestro  objeto,  de  los  oríge- 
nes del  idioma  éuscaro:  multitud  de  escritores  españoles  y  ex- 
tranjeros se  han  ocupado  y  ocupan  con  grande  ingenio  y  pocas 
pruebas  en  esclarecer  asunto  tan  controvertido,  hallando  siem- 
pre el  gran  vacío  de  la  falta  de  monumentos  literarios. 

Inútilmente  buscamos  en  las  provincias  vascas  códices  y  li- 
bros antiguos;  se  ha  dudado  de  que  sus  leyendas,  sus  sencillos 
poemas,  los  improvisados  cantos  de  sus  bardos,  que  hoy  cono- 
cemos, sean  obra  del  tiempo  que  representan,  ni  aun  antiguos, 
porque  no  es  testimonio  de  remota  ancianidad  su  primitiva  sen- 
cillez, que  se  halla  esta  en  todas  las  leyendas  y  tradiciones  mo- 
dernas, y  son  el  sello  peculiar  que  las  distingue,  el  que  también 
sobresale  en  las  composiciones  de  los  versolaris ^  esos  vates  del 
pueblo,  cuyas  improvisaciones  son  tan  celebradas.  Pero  á  falta 
de  los  anteriores  monumentos,  ha  conservado  uno  que  parece 
indestructible,  el  de  su  lengua  viva  (i),  que,  aunque  no  existen 
documentos  que  acrediten  su  antigüedad,  pues  los  más  antiguos 
que  se  conocen  son  de  la  Edad  media,  está  probada  la  existen- 
cia de  este  idioma  por  el  testimonio  de  los  mismos  historiado- 
res y  yeóorafos  romanos. 

Y  dice  con  razón  el  escritor  antes  citado,  ¿qué  libro  sería 
comparable  á  ese  concierto  vivo  de  un  millón  de  voces  cuyos 
acentos  impregnados  de  atrevimiento  y  de  originalidad,  singula- 
res, incomprensibles,  sin  analogía  con  casi  todas  las  lenguas  de 


( 1 )  «  Lengua  virgen  y  sabia,  tal  como  la  hablaba,  después  de  haberla  improvi- 
sado, la  sociedad  indiana  ó  atlántica  en  la  cuna  :  verbo  sonoro,  mágico,  cuyo  so- 
plo inspirador  separa,  á  los  ojos  extasiados  del  éuscaro,  los  velos  que  ocultan  á 
las  miradas  extrañas  los  esplendores  de  su  venerable  historia.»— Ciiauo,  Hisioiie 
Primitive  des  Eiiskariens-B.iscjues. 

5 


X.WIV  H  R  o  L  o  G  o 


los  pueblos  existentes,  parece  murmuran  aún,  después  de  24 
siglos,  las  últimas  armonías  de  un  mundo  destruido!  Una  esta- 
tua  exhumada  de  las  ruinas  es  un  monumento  del  pasado: 
cuando  representa  una  deidad  venerada  es  como  una  religión 
muda  que  habla  al  espíritu:  ;qué  será  pues  un  pueblo  entero,  un 
pueblo  vivo? 

Es  notable  la  conservación  de  un  idioma  cuya  existencia  co- 
nocida se  remonta  á  tantos  siglos,  sin  hermandad  verdadera 
con  otros  idiomas,  como  tampoco  se  les  encuentra  parentesco 
con  otras  razas  á  los  aborígenes  que  aún  hablan   el  vascuence. 

No  para  afirmaciones  seguras,  ni  para  aproximadas  deduc- 
ciones, sino  para  confundir  más  y  más,  se  examinan  rastros  vi- 
sibles del  idioma  éuscaro  en  la  isla  de  Cerdeña,  en  la  Liguria, 
en  el  Lacio,  en  Sicilia;  y  Hervás  (i)  publica  una  copiosa  lista 
de  vocablos  de  Italia  de  origen  vascongado  como  los  siguientes: 

Liguria — ligoniria,  tierra  árida. 
AsTüTUS—í^í //<:«,  adivino. 
Horror — orróa.  bramido  espantoso. 
Ínsula.    — de  ins.  mar,  ulia.  población. 

Puede  divagarse  respecto  al  remoto  origen  de  la  lengua 
éuscara;  pero  no  puede  admitirse  la  opinión  en  obra  de  la  Real 
Academia  de  la  Historia  expuesta  « de  que  debió  haber  empe- 
zado á  introducirse  á  mediados  del  siglo  viii,  no  debiendo  haber 
tenido  forma  ni  consistencia  de  lengua  particular  hasta  el  si- 
glo XII». 

El  carácter  primitivo  ó  de  muy  remota  antigüedad,  de  tal 
idioma,  no  dialecto,  es  evidente.  No  por  alardear  de  vanidosos, 
sino  por  considerar  pertinentes  cuantas  pruebas  puedan  presen- 
tarse en  un  proceso  que  aún  no  está  sentenciado  y  no  es  del 
todo  indiferente,  al  menos  para  España,  no  concluiremos  nues- 
tras ligeras  observaciones  y  somera  exposición  sin  consignar 


(1)     C.t/.i/o,i,'o  delle  tingue  conosciule. 


P  R  o  L  o  <i  o  XXXV 


opiniones  tan  autorizadas  como  la  de  César  Cantú,  que  mani 
fiesta  que  los  iberos,  precedieron  á  los  celtas  y  á  los  pelasgos: 
de  ellos  vinieron  los  turdetanos,  los  lusitanos,  los  cántabros  de 
España,  los  aquitanios  de  la  Galia,  los  ligurianos  de  Italia  y  los 
vascos,  únicos  que  conservan  el  lenguaje.  Y  añade:  «El  finés  y 
el  vasco  son  los  únicos  que  se  separan  de  todos  los  idiomas  de 
Europa.  Desde  los  primeros  tiempos  históricos  se  encuentra  el 
segundo  en  el  Mediodía  de  ésta ;  lloreció  en  España  hasta  el 
momento  en  que  los  celtas  derramaron  en  aquel  país  sus  toscos 
dialectos.  Confinado  en  el  día  á  Vizcaya,  Guipúzcoa  y  Navarra, 
conserva,  según  dicen,  su  primitiva  pureza,  monumento  de  los 
siglos  primitivos.  Mientras  que  en  las  demás  lenguas,  las  raíces 
de  las  palabras  compuestas  se  unen  entre  sí  para  representar 
una  ¡dea  y  se  convierten  en  elementos  nuevos  del  lenguaje,  en 
el  vasco,  por  el  contrario,  permanecen  agrupadas  en  su  primi- 
tiva integridad  como  los  elementos  de  las  letras  chinas.  Por 
ejemplo.  Egiizquid^  sol,  significa  hacedor  de  la  luz;  Illarguiá, 
luna,  luz  apagada;  Jainigoicoa^  Dios,  el  que  está  arriba». 

Se  han  establecido  también  relaciones  entre  el  vascuence  y 
la  lengua  de  Abraham  ó  sea  el  antiguo  caldeo,  con  el  fenicio,  el 
cananeo  y  púnico;  conviniendo  sabios  lingüistas,  antiguos  y 
modernos,  en  el  estrecho  parentesco  de  los  vascos  con  ciertas 
tribus  antiquísimas,  hebreas,  caldeas  ó  fenicias;  ya  un  dialecto 
tártaro,  perteneciente  á  la  familia  de  las  lenguas  de  aglutina- 
ción, que  hablan  aún  más  del  medio  millón  de  españoles  en  el 
espacio  comprendido  entre  el  Ebro  y  el  golfo  de  Vizcaya,  divi- 
dido en  tres  ramas,  el  labortano,  el  vizcaíno  y  el  guipuzcoano; 
eslabón  evidente  por  analogías  con  las  lenguas  americanas,  en- 
tre estas  familias  y  las  úgrico  tártaras  (i).  Esto  mismo  dice 
Mr.  Maury  (2)  fundándose  en  «muchas  particularidades  comu- 
nes entre  el  vasco  y  otros  varios   idiomas  hablados  desde  el 


(  i)     Recuerdos  de  la  villa  de  Laredo. 
(2)     La  Terre  et  ihomme. 


XXXVI  1M<  o  L  o  G  O 


norte  de  Suecia   hasta   los  últimos  términos   del  Kamchatka  y 
desde  Hungría  al  Japón». 

Sigue  sin  embargo  cuestionándose  y  se  cuestionará  por  mu- 
cho tiempo  en  nuestro  humilde  juicio,  sobre  el  origen  semítico 
ó  jafético  del  vascuence,  sus  analogías  con  antiquísimos  idiomas 
y  dialectos  hasta  de  América ;  pero  hay  que  reconocer  que  es 
de  admirar  la  existencia  de  este  antiguo  idioma,  careciendo  de 
monumentos  literarios,  de  arte,  hasta  casi  de  gramática,  com- 
batido por  civilizaciones  llenas  de  vitalidad  y  de  gloria,  perma- 
neciendo como  petrificado  en  las  montañas  más  que  en  los  va- 
lles, en  las  dispersas  caserías  más  que  en  las  apiñadas  y  grandes 
poblaciones,  sucediéndose  siglos  y  siglos  y  pareciendo,  cual  se 
ha  dicho  exactamente,  como  el  eco  perdido  de  una  civilización 
misteriosa  que  se  ha  borrado  de  la  memoria  de  los  hombres;  y 
esto  sucede  cuando  vemos  que  los  idiomas  griego  y  latino,  á 
los  que  no  se  concede  la  antigüedad  que  al  vascuence,  sosteni- 
dos por  gallardas  y  vigorosas  civilizaciones,  depurados  y  enno- 
blecidos por  el  arte,  la  ciencia,  la  filosofía  y  la  literatura,  sólo 
viven,  há  muchos  años,  en  sus  espléndidas  creaciones  intelec- 
tuales. 


VIII 


No  hay  tradición,  historia,  documentos,  ni  el  menor  vestigio 
de  un  templo,  de  un  monasterio,  que  permita  aventurar  la  me- 
nor conjetura  ni  del  paganismo  que  precedió  á  la  religión  de 
Jesucristo,  ni  del  ejercicio  del  cristianismo  en  los  primeros  si- 
glos de  este.  No  hay  noticia  de  un  santo,  de  un  mártir  vascon- 
gado anterior  al  siglo  viii.  Tan  supuesta  es  la  ida  del  Apóstol 
Santiago  á  predicar  en  la  Cantabria,  como  la  de  San  León 
obispo  de  Bayona,  para  lo  que  hubo  necesidad  de  adelantar 
nueve  siglos  su  existencia  (i). 


(i)     Floreciendo  este  santo  en  el   siglo  x,   víctima  de  su  celo  fué  martirizado 


PROLOGO  XXX  Vil 


Los  monumentos  que  en  Vizcaya  se  han  descubierto  hasta 
ahora,  no  prueban  que  debieran  su  extraña  construcción  á  reli- 
gión alguna  determinada.  Ni  el  supuesto  ídolo  de  Miqueldi,  ni 
la  actual  ermita  de  San  Miguel  de  Arrechinága,  ni  algunos  otros 
restos  de  monumentos  ó  cosa  parecida,  pueden  presentarse  con 
verdad  como  de  procedencia  religiosa. 

Silio  Itálico  supuso  á  los  gallegos  y  asturianos  muy  lejos  de 
seguir  la  religión  patriarcal,  porque  practicaban  la  adivinación 
por  el  fuego,  por  las  entrañas  de  ¡as  víctimas  y  el  vuelo  de  los 
pájaros,  así  como  los  sacrificios  bárbaros  de  los  galos  y  los 
celtas;  y  respecto  á  los  vasco-cántabros,  se  les  atribuyó  ser  los 
verdaderos  adoradores  de  Jaungoicoa^  el  Dios  de  arriba. 

<E1  bearnés  y  el  país  vasco,  iniciados  más  tarde  que  el  Lan- 
güedoc  en  las  grandezas  del  cristianismo,  habían  conservado  en 
sus  valles,  alejados  del  movimiento  social,  un    cierto   sello  de 


en  su  misma  diócesis.  Un  distinguido  vasconííado  dice  á  este  propósito  :  u\ino  á 
España,  n  Fucnterrabía,  y  predicó  el  cristianismo  en  esa  comarca,  que  hacía  parte 
del  obispado  de  Bayona.  Su  muerte  y  su  predicación  en  el  Pirineo,  no  son  sucesos 
que  nos  hagan  presumir  la  completa  conversión  de  los  éuscaros  dos  siglos  antes. 
El  fin  de  estos  sobrado  entusiastas  panegiristas  del  país,  es  presentarlo  desde  los 
orígenes  del  cristianismo  á  la  cabeza  del  movimiento  religioso,  halagando  con 
ello  los  sentimientos  populares.  Pero  la  inexorable  realidad  histórica,  estti  muy 
distante  de  sus  sueños  y  afirmaciones;  luímos  á  no  dudarlo  de  los  últimos  en 
nuestra  patria  en  entrar  en  el  girón  de  la  Iglesia  y  somos  hoy  quizás  los  primeros 
en  conservar  el  sentimiento  católico. 

»Hijo  de  este  prurito  de  dar  antigüedad  al  conocimiento  de  la  Religión,  é  im- 
portancia á  santos  del  país,  son  las  diversas  y  remotas  épocas  en  que  se  supone 
florecieron. 

»E1  más  antiguo,  sino  el  primero  de  los  santos  vascongados,  es  San  Prudencio, 
que  nació  en  la  pequeña  aldea  de  Armentia,  á  2  kilómetros  de  Vitoria.  En  tanto 
los  unos  le  hacen  figurar  en  el  siglo  iii,  otros  en  el  iv,  y  así  sucesivamente  hasta 
el  .\ii.  No  nos  detendremos  á  probar  como  lo  han  hecho  los  más  formales  cronis- 
tas é  historiadores  eclesiásticos,  que  no  pudo  San  Prudencio,  hijo  de  Álava,  obis- 
po de  Tarazona,  florecer  hasta  después  de  la  caída  de  la  monarquía  goda.  Con 
buen  criterio,  nuestro  paisano  el  historiador  de  .\lava.  Landázuri,  lo  confirma, 
sin  que  sea  pertinente  a  mi  propósito  investigar  si  fué  por  los  años  844  ó  i  200. 

»Otro  tanto  diré  de  San  Fausto,  labrador,  hijo  de  Cataluña,  cuyo  cuerpo  se  ve- 
nera en  el  pueblo  de  Bujanda  ( Álava )  y  es  otro  de  los  justos,  á  que  la  cariñosa 
piedad  del  país  ha  querido  dar  un  antiquísimo  origen  con  demasiada  credulidad. 

»Las  provincias  de  Guipúzcoa  y  Vizcaya,  no  sabemos  tengan  otros  santos  que 
con  algún  fundamento  pretendan  á  una  fecha  anterior  á  la  que  señalamos  o—Aos 
Éuscaros,  por  D.  Ladislao  de  Velasco,  pág.  131. 


XXX  vm  PROLOGO 


superstición  pagana  )■  de  relajamiento  moral  romano,  que  se 
oponía  constantemente  al  completo  establecimiento  del  catoli- 
cismo: reinaba  sin  duda  la  Iglesia,  los  obispos  ocupaban  sus 
sillas,  las  parroquias  tenían  iglesias  y  párrocos;  pero  los  sacer- 
dotes no  ejercían  su  poder  más  que  á  condición  de  cerrar  los 
ojos  á  las  costumbres,  á  las  creencias  y  á  las  adoraciones  más 
extrañas:  el  clero  y  el  pueblo  parecían  observar  aún  cierta  ca- 
pitulación tácita,  que  se  elevaba  á  la  introducción  del  cristianis- 
mo, y  cuando  los  montañeses  habían  dicho  á  los  sacerdotes : 
Nosotros  queremos  abriros  los  templos  del  Dios  vivo  y  rezar 
con  vosotros  al  Eterno,  al  Jehová  de  los  judíos,  el  Jaugoicoa  de 
los  vascos;  pero  queremos  también  conservar  las  divinidades  de 
las  fuentes  y  de  los  árboles,  los  espíritus  del  hogar  y  de  las 
montañas;  en  su  consecuencia,  las  piedras  druídicas  de  Crechets 
y  de  Peyros  Marines,  en  Barouse  el  pedernal  de  Laraye  de 
Héas,  la  piedra  de  Tous  en  Lartiga  de  Salabre,  continuarán 
veneradas  como  lo  fueron,  aterrorizando  á  los  pastores  de  las 
altas  montañas;  nadie  osará  tocar  á  estas  rocas,  temiendo  ser 
heridos  en  el  acto  por  el  rayo.  El  viajero,  al  contrario,  nunca 
deja  de  cortar  una  rama  y  deponerla  con  la  plegaria  suplicante, 
DioiL  noiis  counserbé  (Dios  nos  proteja),  sobre  estos  monu- 
mentos temidos.  Las  rocas  tienen  el  alma  sensible  y  son  sus- 
ceptibles de  fiereza;  un  descreído  prorrumpió  en  injurias  cerca 
de  la  capilla  de  Tabes  y  arrojó  piedras  en  el  lago  vecino;  se 
oyó  en  seguida  el  trueno  á  pesar  de  estar  el  cielo  sin  una  nube 
y  el  rayo  cayó  sobre  la  cabeza  del  culpable.  El  habitante  del 
valle  de  Aure  dirigía  sus  plegarias  á  las  piedras  sagradas  del 
cantón  de  Nestier,  entre  Nistos  y  Hechettes ;  es  verdad  que  los 
latigazos  dados  á  aquellos  altares  groseros  terminaban  algunas 
veces  la  ceremonia  y  acababan  de  decidir  á  los  dioses  que  con- 
cedieran las  lluvias  bienhechoras  que  reclamaban  los  campos. 
Las  piedras  de  Nanrouse  en  el  Lauragais,  no  han  perdido  aún 
la  espantosa  cualidad  que  les  atribuía  la  superstición  de  los  ga- 
los: esparcidas  en  veinte  leguas  á  la  redonda,  cuenta  la  tradi- 


PROLOGO  XXXIX 


ción,  que  fueron  reuniéndose  poco  á  poco  en  la  cima  del  mismo 
ribazo.  A  pesar  de  la  columna  erigida  á  la  gloria  de  Riquet, 
que  las  abruma  con  su  peso,  no  cesan  de  aproximarse:  apenas 
las  separa  el  espesor  de  una  hoja  de  sable,  y  el  día  en  que  se 
junten,  se  cumplirán  los  destinos  de  la  humanidad,  la  trompeta 
del  juicio  final  conmoverá  el  mundo». 

Las  crónicas  francesas  de  los  Pirineos  están  llenas  de  estas 
supersticiones  populares  que  adulteraban  la  pureza  del  cristia- 
nismo, manteniendo  al  vulgo  en  una  especie  de  reserva  y  con- 
tribuyendo á  conjurar  el  cambio,  á  toda  innovación  que  preten- 
diera minar  las  creencias  oficiales.  Así  se  comprende  el  éxito 
que  en  un  pueblo  de  tal  modo  preparado  obtenían  los  sarcas- 
mos irreligiosos  y  cómo  los  montaiieses  tomaban  en  serio  los 
chistes  obscenos  que  la  reina  Margarita  esparció  en  el  suelo 
bearnés,  presentando  la  llanura  del  Gave  por  teatro. 

Su  Heptamerón,  más  peligroso  que  el  Decamerón  de  Bo- 
cado, retrata  las  costumbres  del  clero  bajo  el  aspecto  más 
odioso,  atribuyéndole  los  vicios  más  torpes  y  vergonzosos  á  la 
vez  que  unos  crímenes  cuya  relación  debe  omitirse.  Es  todo  un 
trabajo  verdaderamente  enérgico  y  de  influencia  para  perturbar 
el  catolicismo. 

Esto  que  pasaba  al  lado  allá  de  los  Pirineos  en  los  que  no 
había  tanto  aislamiento  como  en  la  parte  de  acá,  no  podía  me- 
nos de  suceder  en  ésta  lo  mismo  respecto  á  la  existencia  de 
supersticiones  populares,  de  las  que  no  faltan  testimonios. 

En  el  siglo  x,  cuando  San  León  fundaba  en  la  Vasconia 
francesa,  aún  pagana,  la  diócesis  de  Bayona,  costándole  pronto 
la  vida  su  celo  apostólico,  la  nueva  diócesis  se  extendía  hasta 
los  valles  del  Baztán  y  de  Guipúzcoa,  pudiendo  deducirse  que 
el  estado  religioso  de  los  vascos  españoles,  en  esta  época,  no 
difería  apenas  del  de  los  pobladores  de  la  otra  vertiente.  Lejos 
de  haber  conocido  los  primeros,  ni  aun  presentido,  el  cristianis 
mo,  excepto  en  la  llanada  de  Vitoria,  á  donde  la  invasión  sa- 
rracénica había  obligado  á  guarecerse  las  familias  cristianas  de 


XL  I-  R  O  L  O  G  O 


la  orilla  derecha  del  Ebro,  los  vascos,  al  contrario,  rechazaron 
la  nueva  religión  y  defendieron  sus  antiguas  creencias  con  esa 
tenacidad  y  esa  energía  que  constituye  el  carácter  de  su  raza. 
Y  con  estas  mismas  cualidades,  en  cuanto  abrazaron  el  cristia- 
nismo, no  hubo  creyentes  más  convencidos  y  más  fervientes. 
Nada,  en  efecto,  comparable  con  el  ardor  de  su  fe  sencilla,  sin 
cera,  inquebrantable,  que  no  admite  ni  discusión  ni  temperamen- 
to. Parece  que  sobre  aquellas  alturas  el  hombre  se  considera 
más  cerca  de  Dios,  y  se  ve  invenciblemente  impulsado  á  elevar 
á  Él  su  pensamiento.  Dice  un  canto  vasco:  «¡Quien  no  conozca 
la  plegaria,  vaya  por  nuestras  montañas  y  aprenderá  en  seguida 
á  orar  sin  que  nadie  le  enseñe!»  De  aquí  la  grande  influencia  de 
que  goza  el  sacerdote  en  las  tres  provincias ;  prestándose  á  ello 
la  configuración  del  país,  la  dispersión  de  los  caseríos  que  exi 
gen  la  asistencia  de  un  clero  cuatro  veces  más  numeroso  que  en 
cualquiera  otra  región  de  España ;  pero  este  estado  de  cosas 
no  existe  sin  peligro  bien  comprendido  por  los  antiguos  legisla- 
dores, que  prohibían  al  clero  mezclarse  en  la  política;  y  el  mis- 
mo fuero  de  Tolosa,  consignaba  que  cualquiera  que  iba  á  votar, 
habiéndole  visto  con  algún  eclesiástico,  sería,  por  esta  circuns 
tancia,  excluido  del  voto.  ¡Cuántas  desgracias  se  hubieran  evi- 
tado á  observarse  rigurosamente  el  espíritu  de  sabiduría  y  pre 
visión  que  dictara  esta  ley ! 

Las  turbulencias  que  agitaban  á  Francia  excitaban  la  exal 
tación  intolerante  de  Felipe  II.  Mientras  este  rey  hacía  levantar 
en  el  Escorial  la  octava  maravilla,  iba  en  peregrinación  á  Mont- 
serrat y  cambiaba  con  los  barceloneses  los  juramentos  ordina- 
rios (1564),  las  provincias  vascas  conservaban  aún  ciertas  rela- 
ciones con  el  país  de  Labour,  porque  Guipúzcoa  y  Vizcaya  de- 
pendían del  obispado  de  Bayona.  D.  Felipe  quería  poner  las 
circunscripciones  religiosas  en  relación  con  los  límites  políticos, 
y  romper  toda  la  que  pudiera  existir  entre  sus  estados  y  los  he- 
réticos de  Gascuña  y  de  Bearne.  Pretendió  de  Su  Santidad 
Pío  V,  y  obtuvo  sin  dificultad,  un  breve  que  autorizaba  al  arzo 


P  R  o  L  ü  (i  o 


XLI 


bispo  de  Auch  y  al  obispo  de  Bayona,  á  nombrar  dos  vicarios 
generales  escogidos  en  España  para  gobernar  aquellas  dos  pro- 
vincias. Este  breve  amenazaba  á  la  vez  á  los  dos  prelados  gas- 
cones á  unir  el  país  vasco  al  obispado  de  Pamplona,  si  pasaban 
seis  meses  sin  nombrarse  los  delegados. 

Retardando  los  prelados  gascones  el  cumplimiento  del  man- 
dato papal,  del  que  reclamaron,  tuvo  Su  Santidad  que  dirigir 
una  excomunión  que  afectaba  no  sólo  al  arzobispo  de  Auch  sino 
á  sus  sufragáneos  de  Dax,  (florón  y  Lesear,  lo  cual  excitó  las 
iras  calvinistas  de  Juana  de  Albret,  cuyo  culto  proclama  ofi- 
cialmente, y  hace  destruir  los  altares  y  las  imágenes  en  todas 
las  iglesias. 


Evidentes  son  las  relaciones  del  desenvolvimiento  material 
con  el  pensamiento  humano,  encargado  de  acoger  y  presentar 
á  la  vista  todas  las  manifestaciones  de  aquel ;  y  mucho  habría 
adelantado  la  historia  con  el  detenido  estudio  de  todas  sus  vici- 
situdes, como  hoy  registra  notables  y  originales  progresos  y 
elocuentes  enseñanzas  á  cada  descubrimiento  de  ignorados  mo- 
numentos. 

Estudio  y  muy  especial  merece  la  transformación  de  la  ar- 
quitectura, coincidiendo  con  el  movimiento  interior  de  la  exis- 
tencia monástica;  así  cuando  quedó  el  clero  á  la  cabeza  de  esta 
cuestión  de  arte,  como  si  hubiese  continuado  al  frente  de  la 
reorganización  civil  y  política.  La  sustitución  del  gótico  al  ro- 
mano, de  la  ojiva  al  arco,  de  la  elegancia  atrevida  á  la  solidez 
armoniosa  y  fuerte,  ofrece  vastísimo  campo  á  muy  importantes 
consideraciones,  en  las  que  no  podemos  engolfarnos,  aunque 
para  ello  fuéramos  competentes;  así  como  para  examinar  la 
forma  del  templo  y  la  del  claustro,  tan  en  combinada  armonía 
con  el  movimiento  operado  en  el  espíritu  del  clero  regular  y  se- 
cular que  los  habitaba;  pues  no  sólo  en  el  espíritu,  y  en  sus  ten- 


XLIl  PROLOGO 


dencias,  sino  en  el  templo  y  el  claustro  revelaban  su  poder,  su 
predominio  y  su  influencia. 

La  civilización  cristiana  había  seguido  las  huellas  de  la  civi- 
lización romana;  y  podría  ser,  como  algunos  han  dicho,  que  co- 
menzara sus  conquistas  por  los  Pirineos  orientales  y  las  costas 
del  Mediterráneo,  ó  más  bien  de  levante,  puesto  que  Narbona  y 
Tarragona  fueron  antiguos  y  verdaderos  focos  del  cristianismo, 
que  avanzó  poco  á  poco  hacia  él  norte  de  España  y  por  el  me- 
diodía de  Francia;  estableciéndose  los  primeros  obispos  en  Elna, 
en  Carcasona,  Barcelona,  Gerona  y  Lérida.  No  nos  compete  ex- 
tendernos en  este  asunto;  lo  que  sí  creemos  poder  afirmar,  es 
que,  en  la  parte  occidental  de  los  Pirineos,  tanto  franceses  como 
españoles,  no  se  extendieron  las  predicaciones  evangélicas  sino 
mucho  más  tarde;  y  en  aquellas  regiones,  por  regla  general, 
permanecieron  en  un  estado  aproximado  á  la  idolatría;  y  esto, 
cuando  los  pueblos  del  litoral  del  Mediterráneo  vivían  á  la  som- 
bra y  bajo  la  protección  de  numerosos  obispos  y  abades  de  gran 
influencia.  Los  habitantes  de  los  Pirineos,  que  se  hallaban  bien 
con  su  estado  social,  que  le  defendían  resueltos,  á  la  vez  que  su 
independencia  y  libertades,  no  podían  menos  de  ser  refractarios 
á  toda  innovación  extraña,  máxime  cuando  esta  innovación  afec- 
taba á  sus  creencias,  que  no  se  veían  combatidas  por  santas  y 
ejemplares  predicaciones;  pues  no  tenemos  noticia  de  que  fue- 
ran á  predicarles  en  vascuence,  y  no  poseían  otro  idioma. 

Dedúcese,  pues,  de  todo,  que  la  naturaleza  del  país,  la  es- 
pecialidad de  sus  habitantes,  sus  costumbres  antiguas,  su  idio- 
ma, forman  un  conjunto  original,  un  tanto  discrepante  del  resto 
de  la  nación  española,  sin  que  discrepancia  haya  en  el  patrio- 
tismo. 

Objeto  los  vascongados  de  muy  profundos  estudios,  hechos 
más  por  extranjeros  que  por  nacionales,  aún  no  han  esclarecido 
tales  y  tantas  investigaciones  la  historia  antigua  del  país  éusca- 
ro, la  fecha  y  naturaleza  de  su  independencia,  absoluta  ó  relati- 
va, la  procedencia  de  su  idioma,  y  otras  cuestiones  de  tiempos 


PRÓLOGO  XLIII 


menos  remotos  que  esclarecimiento  merecen,  siquiera  por  lo  que 
interesa  al  verdadero  conocimiento  del  estado  social  de  España, 
en  el  cual  nos  hallamos  casi  á  oscuras. 

A  podernos  guiar  por  nuestro  propio  sentimiento,  hubiéra- 
mos abarcado  en  conjunto  la  historia  general  de  las  tres  provin- 
cias hermanas,  asimilada  en  muchos  sucesos,  aun  cuando  éstos 
no  fueran  presentados  con  la  claridad  y  el  orden  de  una  crónica 
más  limitada  por  el  sacrificio  necesario  que  exigiera  el  desem- 
peño de  una  obra  que,  además  de.  informar  sus  relaciones  políti- 
cas, sociales,  administrativas,  su  historia  general  en  fin,  pudiera 
deducirse  de  ella  la  saludable  enseñanza  que  ofrecer  debe  esta 
clase  de  obras.  Nuestra  tarea  es  más  modesta;  iniciamos  el  plan 
presentando  nociones,  procurando  historiar  someramente  algu- 
nos de  los  acontecimientos  que  puedan  dar  idea  del  modo  de 
ser  de  cada  una  de  las  tres  provincias  aisladamente. 

Necesitando  sujetarnos  al  objeto  de  la  publicación  para  la 
que  se  escribe  este  tomo,  á  aquél  es  preciso  someter  las  inves- 
tigaciones y  el  pensamiento,  supeditar  los  juicios  y  ceñir  las 
deducciones,  limitando  siempre  éstas,  cosa  más  difícil  que  dejar 
correr  la  pluma  impulsada  por  el  propio  sentir,  si  éste  se  halla 
inspirado  por  el  amor  al  país  vascongado,  por  el  patriotismo  y 
por  ese  sentimiento  que  la  humanidad  imprime  en  nuestro  cora- 
zón, cuando  al  bien  de  la  humanidad  quiere  uno  consagrar  su 
existencia. 


CAPITULO   I 


Primitivos   pobladores   de   Álava.  —  Vestigios  prehistóricos.  —  Monumentos 
celtas.  —  Dominación    romana.  —  Restos   de  monumentos  romanos 


I 


/^L  viajero  que  penetra  en  Álava  por  la  garganta  de  las  Con- 
^-\  chas  de  Tuyo,  se  encuentra  agradablemente  impresionado 
al  ver,  é  ir  recorriendo,  la  extensa  llanada,  ceñida  por  montes 
bravos,  peñas  escarpadas  y  enhiestas  cordilleras. 

La  sierra  de  San  Adrián  que  majestuosa  se  eleva  entre 
Álava  y  Guipúzcoa,  y  es  parte  y  continuación  de  la  inmensa 
cordillera  del  Pirineo,  aseméjase  á  una  gran  muralla;  su  comu- 


^8  ÁLAVA 

nicación  por  este  lado  sería  imposible  si  la  industria  humana  no 
hubiera  vencido  los  obstáculos  de  la  naturaleza.  En  su  cumbre 
se  halla  el  puerto,  en  lo  antiguo  fortaleza  de  San  Adrián  y  la 
famosa  Peña  Horadada,  llamada  así  por  estarlo  naturalmente 
en  el  espacio  de  unas  70  varas  de  largo  y  10  de  ancho;  y  á  la 
parte  sur  está  horadada  artificialmente  para  paso  de  carruajes. 
En  no  interrumpida  continuación  de  la  sierra  de  San  Adrián, 
elévanse  también  la  de  Aránzazu,  asiento  del  célebre  Santuario 
tan  venerado  por  las  tres  provincias  hermanas,  y  del  que  nos 
ocuparemos  al  hablar  de  Guipúzcoa,  en  cuya  jurisdicción  se 
erigió;  los  altos  de  Arlaban,  tan  célebres  en  la  guerra  de  la  In- 
dependencia y  en  la  primera  carlista ;  la  enhiesta  cumbre  de 
Gorbea  y  la  de  Amboto,  origen  de  fantásticas  y  poéticas  leyen- 
das; la  alta  peña  de  Orduña,  al  otro  frente,  el  elevado  monte 
Ibar,  la  brava  sierra  de  Toloño,  y  luego  la  encumbrada  cordi- 
llera de  Andia. 

Parece  que  la  naturaleza  quiso  rodear  por  todas  partes  el 
terreno  conocido  por  la  llanada  de  Álava  (i),  cortándose  sólo 
aquel  anillo  de  cordilleras  para  dar  paso  al  río  Zadorra,  ó  más 
bien  éste,  á  fuerza  de  tiempo,  se  abrió  camino  por  entre  estos 
peñascos,  como  parece  habérsele  abierto  también  el  Ebro  por 
las  Conchas  de  Haro;  siendo  opinión  admitida,  que  aquella  lla- 
nura, así  como  la  de  la  hermandad  de  la  Ribera,  Miranda,  Santa 
Gadea  y  parte  de  la  Bureba,  no  podía  menos  de  ser  una  gran 
laguna,  hasta  que  el  Ebro  se  abrió  el  camino  citado  y  que  lleva. 

Abundante  el  país  en  frondosas  arboledas  de  hayas,  robles, 
encinas,  en  sabrosos  pastos,  en  aguas  minerales,  cosecha  de 
toda  clase  de  cereales,  no  faltan  minas  de  hierro,  turba,  etc.,  no 
escaseando  las  canteras  de  piedra  y  mármoles,  y  préstase  alguna 
atención,  aunque  sin  muy  especial  cuidado,  á  la  productiva  cría 
de  ganados. 

El  perenne  verdor  del   suelo,   el   casi   apiñamiento  de   los 


(i)    Álava  significa  llanura  inmediata  á  las  montañas. 


A  L  A  ^    A 


49 


pueblos,  el  tortuoso  curso  del  Zadorra,  y  las  bellas  alamedas  y 
frecuentes  plantaciones  de  toda  clase  de  árboles  desde  el  chopo 
piramidal  hasta  el  recortado  roble,  ofrecen  al  viajero  que 
contempla  el  paisaje 

desde   una   torre  de  ^^-         ^^^  ^\ 

Vitoria,  uno  de  los 
más  encantadores 
panoramas  de  que 
puede  disfrutarse.  En 
aquella  poética  lla- 
nura se  ven  más  de 
150  pueblos  ,  cada 
uno  con  su  monte  al 
lado,  y  el  Zadorra, 
cuyas  aguas  cristali- 
nas en  unos  sitios, 
y  cubiertas  en  otros 
de  variadas  yerbas  y 
flores  acuáticas,  que 
parecen  vestir  al  río 
de  gala  y  le  hacen 
bellamente  poético  , 
serpentea  por  entre 
las  arboledas  ó  los 
prados  que  alimen- 
tan á  numerosos  ga- 
nados, que  allí  pace 
el  lanar,  el  vacuno  y 
el  caballar. 


I  Hacha  de  piedra. — 2  Cuchillo  de  silex. —  -  Puntas  de   piedra, 
silex  y  hueso  — (Colección  del  Sr.  D.  Ladislao  de  Velasco.i 


II 


Respecto  á   los  primeros    pobladores  de   Álava  no   hemos 
de  repetir  lo  que  en  otro  lugar  hemos  expuesto,  y  á  lo  cual 


50  Á  I-  A  V  A 

nos  remitimos;  pues  si  no  son  exactamente  iguales,  no  puede 
haber  mucha  diferencia  entre  ellos  y  los  primitivos  habitantes 
de  una  y  otra  vertiente  de  las  sierras  de  Andia,  de  Aránzazu  y 
de  Arlaban.  Los  escasos  historiadores  que  se  han  ocupado  del 
territorio  alavés,  hacen  suyo,  por  lo  general,  cuánto  los  anti- 
guos han  atribuido  peculiar  á  los  cántabros,  y  aplican  á  Álava 
la  misma  historia,  sin  dejar  por  esto  de  consignar  la  absoluta 
carencia  de  datos  concernientes  á  remotos  tiempos.  Modernos 
descubrimientos  y  detenido  estudio  de  antiguos  y  sencillos  mo- 
numentos, conducen  á  fundadas  conjeturas  respecto  a  que  los 
primitivos  pobladores  de  esta  región,  hayan  sido  indígenas  ó 
exóticos;  pero  lo  que  está  fuera  de  toda  duda  es  que  los  celtas 
y  los  romanos  han  existido  en  Álava,  de  lo  cual  se  descubren 
cada  día  evidentes  testimonios,  y  aun  de  mayor  antigüedad  (i). 


(i)  á  cinco  kilómetros  próximamente  al  Sur  de  la  ciudad  de  Vitoria,  en  la 
vertiente  Norte  de  la  cordillera  que  separa  á  Álava  del  condado  de  Treviño,  y  es 
conocido  con  el  nombre  de  Puerto  Vitoria,,  se  emprendió  hace  ^  años  la  explota- 
ción de  un  terreno  llamado  la  dehesa  de  San  Bartolomé.  Forma  éste  un  valle  es- 
trecho y  bastante  accidentado,  que  corre  de  Este  á  Oeste,  elevado  a  más  de 
300  pies  sobre  la  llanura  en  que  se  asienta  la  ciudad  de  Vitoria,  y  pertenece  á  la 
serie  de  terrenos  de  la  época  cuaternaria.  Al  año  de  emprendidas  las  labores  de 
esta  explotación  agrícola,  asomaron  un  día  al  surco  de  los  fuertes  y  penetrantes 
arados  de  roturar  dos  brazaletes  (?)  de  metal.  Reconocidos,  resultó  eran  de  oro, 
con  peso  de  19  onzas,  2  ochavos  y  3  adarmes,  y  su  valor  5,897  reales.  \o  había 
transcurrido  un  año,  cuando  en  punto  no  lejano  á  aquel  en  que  apareciéronlos 
brazaletes  (?),  aunque  algo  más  elevado  y  á  mayor  profundidad,  ai  abrir  zanjas  de 
desagüe,  mostráronse  sucesivamente  no  reunidas  y  sí  á  distancia  unas  de  otras, 
varias  hachas  de  piedra,  enteras  las  unas  y  rotas  las  otras,  cuchillos  de  silex, 
alguno  casi  completo,  y  trozos  de  otros;  y  más  tarde,  en  aquel  y  otros  sitios, 
puntas  de  flechas',  de  lanzas,  alisadores,  cuñas  de  silex,  ó  de  piedra,  y  dientes  de 
animales  desconocidos. 

La  antigüedad  prehistórica  de  estos  objetos  parece  evidente,  así  como  la  exis- 
tencia en  aquellos  sitios  de  unos  pueblos  ó  habitantes  en  estado  de  embrionaria 
y  primitiva  cultura;  y  antigüedad  y  remota  acusan  también  los  fósiles  allí  descu- 
biertos que  pertenecen  más  al  hiparion-^Y05ty\u.m,  cuadrúpedo  de  la  época  ter- 
ciaria, y  anterior  por  tanto  á  la  existencia  del  hombre,  y  otros  al  eqiiiis  Josilis,  ó 
princigenius,  correspondiente  á  la  cuaternaria,  en  la  que,  al  decir  de  los  mas  doc- 
tos geólogos,  ya  el  hombre  aparece. 

El  estar  los  instrumentos  hallados  hechos  ó  tallados  en  una  clase  de  piedra  que 
no  existe  en  aquel  país,  demuestra  que  los  que  los  usaron  no  podrán  reputarse 
como  indígenas,  aunque  fueran  de  los  primeros  pobladores,  los  antiquísimos 
iberos  que  halló  Julio  César  adheridos  á  una  y  otra  vertiente  del  Pirineo,  pobla- 


A  L  A   \'  A 


SI 


Tiénenla,  en  efecto,  los  monumentos  celtas   encontrados  en 
Álava,  )•  muy  especialmente  el  de  Eguilaz,  mucho  más  grande 


Dolmen  de  Eglilaz 


y  notable  que  la  mayor  parte  de  los  descritos  por  los  anticua 


dores  aborígenes,  de  cuya  opinión  participa  Humboldt,  y  es  la  más  admitida  y 
generalizada. 

El  Sr.  Rodríguez  Ferrer  posee  en  su  finca  denominada  el  Retiro,  á  dos  leguas 
y  media  de  \'itoria,  una  hermosa  es/>/'oc'/!a  de  piedra  hallada  en  1867  junto  a  su 
finca  en  unas  minas  de  calamina  antiguas  y  abandonadas.  De  pizarra  talcosa.  per- 
fectamente bruñida,  pertenece  á  los  últimos  tiempos  de  la  Edad  de  piedra.  ¡'Dis- 
curso iuauoura!  del  Ateneo  de  Vitoria  el  10  de  Octubre  de  iSjo,  por  D.  Ladislao  de 
Velasco.— Los  Éuscaros,  por  el  mismo.) 


52 


ÁLAVA 


ríos.  « No  tiene  como  otros  de  su  clase  nichos   ó   separaciones 
sepulcrales,  sino  una  fosa   ó   excavación  practicada  en  el  suelo 


V 


■A 


Dolmen  de  Arrízala 


sobre  el  cual  se  eleva  el  monumento.  Esto  unido  al  hacinamien- 
to de  huesos  que  hay  dentro  de  él  hasta  la  altura  de  más  de 
cinco  pies,  manifiesta  que  este  túmulo  no  era  de  una  familia,  sino 
la  tumba  de  algunos  guerreros  muertos  en  algún  combate»  (i). 


(i)  Informe  de  D.  Pedro  Andrés  Zabala  en  30  de  Enero  de  i  83  3  á  la  Academia 
de  San  Fernando;  y  añade:  «Á  poca  distancia  del  camino  cubierto  de  la  entrada 
del  sepulcro  y  en  la  misma  linea  al  Oriente  se  encuentra  tierra  que  parece  que- 


ÁLAVA 


53 


De  las  tres  armas  encontradas,  dos  tenían  forma  de  flecha  ó 
lanza,  y  una  de  clavo  sin  cabeza :  eran  de  cobre. 

Con  razón  dice  el  Sr.  Becerro  Bengoa,  que,  algo  de  lo  más 
curioso  que  encierra  la  comarca  alavesa,  respecto  á  los  desco- 
nocidos tiempos  de  su  primitiva  historia,  es  la  colección  de  mo- 
numentos megalíticos  llamados  dólmenes,  y  cuya  construcción 
se  atribuye  al  pueblo  celta. 

Además  del  de  Eguilaz,  compuesto  de  seis  enormes  piedras 
calizas,  menos  la  de  la  pared  del  fpndo  que  es  arenisca,  se  des- 
cubrió á  2  kilómetros  de  Salvatierra,  en  el  mismo  llano  que  el 
anterior,  el  dolmen  de  Arrizala,  conocido  en  el  país  con  el  nom- 
bre vascongado  de  Sorguinecke  (casa  de  las  brujas).  De  cons- 
trucción más  sencilla  que  el  de  Eguilaz,  se  compone  de  7  piezas 
calizas,  procedentes  sin  duda  de  la  inmediata  rica  cantera  de 
Arrigorrista.  Cerca  existen  restos  de  otros  dos  destruidos  (i). 


mada  en  un  grueso  de  tres  pies  ó  más  que  sigue  en  distancia  do  diez  pies  descu- 
biertos hasta  el  día.  Esto  puede  ser  efecto  de  las  hogueras  que  encendían  los 
celtas  el  último  día  de  Abril  en  los  túmulos,  para  honrar  á  los  muertos,  ó  bien 
por  haber  quemado  encima  de  la  misma  fosa  en  donde  habían  dado  sepultura  a 
los  guerreros,  los  cuerpos  de  los  enemigos  y  sus  armas,  cosa  que  creían  los  anti- 
guos era  un  sacrificio  que  apaciguaba  los  manes  de  los  héroes  difuntos.» 

(1)  Añade  el  Sr.  Becerro :  «Entre  Bctoño  y  Durana  existen  dos  montículos 
que  contienen  cada  uno  un  dolmen.  El  primero,  bastante  elevado,  á  la  derecha  de 
la  carretera,  se  llama  Cafelcimendi,  esto  es,  Gael  celta,  mendi  monte  sepulcral  :  y 
el  segundo,  más  pequeño,  comprendido  en  la  huerta  de  la  fábrica  de  harinas  del 
Sr.  Guiroga,  detrás  de  la  venta,  se  llama  Euskal-meiidi,  esto  es,  monte  sepulcral 
de  los  éuscaros ;  innegable  muestra  de  que  allí  se  riñó  una  gran  pelea,  y  de  que 
después  los  celtas  vencedores  enterraron  las  víctimas  principales  de  ella,  respec- 
tivamente separadas.  Y  vencieron  allí  los  celtas  y  construyeron  sus  dólmenes, 
porque  los  iberos  ó  éuscaros  no  los  construían,  ni  los  hubieran  alzado  tales  cua- 
les son,  de  quedar  dueños  del  campo. 

))Xo  es  esa  la  única  localidad  que  lleva  en  el  llano  de  Álava  el  nombre  de  Gael 
(celta),  puesto  que  el  pico  más  elevado  de  la  cordillera  que  se  alza  al  (rente  de  la 
de  Salvatierra  á  Arlaban,  donde  dominaban  los  iberos,  en  la  sierra  que  va  desde 
los  montes  de  Vitoria  á  la  Encía,  es  el  llamado  Capeldui  6  sea  «  alto  celta  «,  sin  du- 
da ocupado  por  los  invasores  cuando  dominaron  en  el  llano  y  alzaron  estos  mo- 
numentos. 

»En  un  ligero  registro  que  hice  en  1870  en  el  dolmen  de  EtisLalmendi.  halle  un 
número  grande  de  esqueletos  colocados  en  tres  capas  ó  líneas,  separados  entre  sí 
por  losas  pequeñas  de  cayuela. 

»En  el  valle  de  Cuartango,  que  riega  el  Bayas  (Ibaya;  el  río)  y  que  termina  en 
la  angostura  de  Techa  {Atedia,;  portillo)  existen  cuatro  dólmenes,  uno  admirable- 


54  ÁLAVA 

AI  preguntar  el  Sr.  Becerro  si  hay  más  dólmenes  en  los  lla- 
nos de  Álava,  se  contesta  afirmativamente,  y  tiene  razón  en 
manifestar  que  debiendo  ser  la  colección  más  completa  consti- 
tuirá para  el  pasado  prehistórico  uno  de  los  capítulos  más  ricos 
de  todas  las  naciones. 

El  Sr.  Baraibar  además,  con  gran  copia  de  datos  y  abun- 
dante ilustración,  se  ha  ocupado  también  de  la  existencia  de 
dólmenes  en  el  valle  de  Cuartango,  cerca  de  Anda,  de  los  de 
Escalmendi,  Capelamendi  y  Arrizala  en  el  valle  de  Salvatierra. 
Cree  asimismo  fueron  construidos  por  los  celtas,  y  para  probar 
este  punto,  apoya  en  respetables  autoridades  la  invasión  céltica; 
se  hace  cargo  de  algunas  costumbres  características  de  aquel 
pueblo,  del  prestigio  que  en  él  gozaban  las  mujeres,  de  los  sa- 
crificios de  víctimas  humanas  y  de  los  enterramientos,  dedu- 
ciendo de  la  descripción  de  los  túmulos  celtas  más  auténticos, 
que  los  alaveses  lo  son  también.  Corrobora  su  opinión  con  los 
rastros  de  la  lengua  céltica  que  se  encuentran  en  algunos  nom- 
bres de  lugares,  inmediatos  al  camino  que  verosímilmente  de- 
bieron seguir  los  celtas  invasores,  y  con  algunos  nombres  célti- 
cos encontrados  en  lápidas,  descubiertas  por  él  mismo,  si  bien 
de  época  romana.  También  presentó  al  Ateneo  de  Vitoria  una 
hacha  de  cobre  muy  bien  conservada,  encontrada  bajo  una  roca 
en  el  pueblo  de  Nograro.  De  los  estudios  hechos  por  el  Sr.  Ba- 
raibar á  consecuencia  de  estos  y  otros  descubrimientos,  deduce 
que  los  dólmenes  alaveses  son  indudablemente  célticos;  que  la 
invasión  céltica  debió  seguir  en  Álava  el  itinerario  madreado  por 
el  Sr.  Velasco  en  su  obra   Los  Éuscaros^  penetrando   por  el 


mente  construido  de  mármol  negro  de  Anda,  rodeado  aún  de  su  montículo,  excep- 
to por  la  parte  superior,  en  la  que  se  ve  la  tapa  desprendida;  y  los  otros  tres  más 
pequeños  situados  en  las  tierras  inmediatas  á  la  derecha  del  río  y  del  ferrocarril 
de  Miranda  á  Bilbao.  No  se  tenía  noticia  de  la  existencia  de  estos  últimos  monu- 
mentos hasta  que,  por  ligeras  indicaciones  de  algunos  habitantes  del  valle,  nos 
decidimos  á  recorrerlo  en  1870  el  inspirado  novelista  y  académico,  mi  querido 
compañero  de  N'itoria  D.  Sotero  Manteli,  y  yo,  y  tuvimos  la  satisfacción  de  verlos, 
dibujarlos  y  darlos  á  conocer  entonces,  aunque  sin  tiempo  suficiente  para  estu- 
diarlos con  atención.» 


ÁLAVA  ^5 

hondo  barranco  de  la  Borunda,  extendiéndose  por  los  valles 
alaveses  incluso  el  de  Cuartango  y  partiendo  después  á  Casti- 
lla por  las  salientes  naturales;  que  en  su  invasión  debieren  re- 
ñir empeñadísimos  combates,  desalojando  á  los  éuscaros  de  la 
tierra  llana  y  obligándoles  á  refugiarse  en  los  montes,  siendo 
puntos  principales  de  estos  hechos  los  señalados  por  los  dólme- 
nes, los  cuales,  por  contener  muchos  cadáveres,  fueron  quizá 
sepulcros  destinados  á  los  soldados  muertos  en  una  misma  ba- 
talla; y  por  último,  que  el  dolmer^  de  Arrizala  debió  construirse 
poco  antes  de  ser  expulsados  los  celtas  por  los  éuscaros,  re- 
hechos de  la  primera  derrota,  como  hacen  sospechar  las  cir- 
cunstancias de  no  haber  sido  terminado,  ni  enterrádose  bajo  un 
montículo  como  los  otros,  v  de  tener  en  sus  inmediaciones  res- 
tos  de  otros  dos  dólmenes  que  no  llegaron  á  ser  erigidos. 

Pertenezcan  estos  sepulcros  á  los  celtas  ó  á  los  aborígenes 
ú  hombres  de  las  primeras  edades,  informan  de  todas  maneras 
muy  respetable  antigüedad,  y  enseñan  que,  si  no  se  estaba  en 
este  país  en  contacto  con  otros  pueblos,  se  practicaban  sus  eos 
tumbres;  si  bien  los  dólmenes  estaban  generalizados  en  toda 
Europa  (i). 


(i)  Los  altares  druídicos  y  los  Slone-hetií; .  6  piedras  sueltas  de  Inglaterra. del 
país  de  Gales  y  de  la  Cermania,  pertenecen  al  estilo  ciclópeo  más  imperfecto.  Era 
ritual  el  uso  de  las  piedras  no  desbastadas,  para  los  antiguos  altares  (a) :  así  lo 
hacían  los  druidas  cuyos  dólmenes  {b)  se  formaban  de  seis  ó  siete  piedras  planta- 
das verticalmente,  sobre  las  cuales  se  colocaba  una  más  larga  y  de  más  anchura, 
desde  donde  corría  la  sangre  humana  por  un  surco  hendido  al  efecto.  Todavía  se 
encuentran  en  América  muchos  Mefihiros  (c),  monolitos  en  bruto,  de  altura  de 
dos  a  veinte  metros  y  algo  semejantes  á  los  obeliscos  (i,\  En  el  condado  de  Cor- 
nouailles  y  en  el  pais  de  Gales,  los  CrowIcUe  e)  son  piedras  circulares  ó  cuadra- 
das, sostenidas  por  otras  que  les  sirven  de  base:  Noruega.  Francia  (/)  y  Portu- 

(<i)  Quod  si  altare  lapideum  feceris  mihi,  non  xdifícabis  illud  de  sectis  lapidibus  ;  si  enim  levaveris  cul- 
trum  super  eo  poUuetur  (ExoJo,  XX i.  Et  .í^dificavis  ibi  altare  Domino  Deo  tuo  de  lapidibus  quod  ferrum  non 
tetigit.  Et  de  saxis  ¡nformibus  et  impoUitis  et  afferes  super  eo  holocausta  Domino  Deo  tuo.  < DeuU-ronO- 
mió,  XXVII.) 

(¿)     Dol-men,  mesa  de  piedra. 

(c)  Men-hir,  piedra  larga . 

(d)  Á  veces  se  les  denomina  Hir-iiien-su!,  larga  piedra  del  Sol,  lo  cual  las  asemejaría  al  destino  de  !os 
obeliscos,  según  se  h.i  supuesto. 

(í)     Croum-lechs,  lugar  curvo.  Véase  De  Tremenville:  Antigüedades  de  la  Bretaña. 
(/)     Piedra  suelta,  piedra  de  hadas. 


56  ÁLAVA 


III 


Es  opinión  por  muchos  consignada  y  en  general  admiti- 
da, que  « conservaron  los  alaveses  su  independencia  y  amada 
libertad  por  más  tiempo  que  las  otras  provincias  de  España,  ora 
porque  su  ferocidad  y  barbarie  los  hiciese  temibles  á  los  extran- 
jeros, ora  por  la  ignorancia  que  éstos  tuvieron  de  aquella  re- 
gión, ó  en  fin,  porque  la  fragosidad  y  esterilidad  del  país  pre- 
sentaba la  empresa  más  trabajosa  que  útil,  ni  ofrecía  objetos 
capaces  de  fomentar  su  ambición  y  codicia  »  (i).  Hase  dicho 
también  que  lo  que  se  ha  atribuido  á  los  asturianos  y  cántabros 
más  occidentales,  de  que  aún  no  habían  recibido  el  yugo  de  la 
dominación  extranjera  el  año  728  de  la  fundación  de  Roma, 
aislados  entre  los  montes  y  el  Océano,  sin  trato  ni  sociedad  con 
las  demás  provincias,  viviendo  desconocidos  é  ignorados,  y  los 
elogios  que  algunos  hicieron  de  su  valor,  constancia  y  pericia 
militar,  debe  aplicarse  á  los  alaveses,  vizcaínos,  guipuzcoanos  y 
navarros ;  pues  aunque  libres  é  independientes,  su  espíritu  beli- 
coso y  rnarcial  les  hacía  abandonar  la  patria  para  alistarse  en 
los  ejércitos  de  otras  naciones,  en  los  que  se  distinguieron  ad- 
mirablemente. Formaban  la  vanguardia;  á  ellos  debióse  en  gran 
parte  la  victoria  que  Aníbal  consiguió  del  cónsul  Flamino,  así 
como  la  de  la  batalla  de  Cannas,  y,  altamente  celebrados,  se  ha 


gal  (a),  poseen  muchas  de  esta  especie.  En  el  condado  de  Wilt,  no  lejos  de 
Salisburgo,  se  ve  un  Sione-keiig  formado  de  cuatro  hileras  de  piedras  en  bruto  en 
circunferencias  concéntricas  de  6  pies  de  diámetro  y  de  20  á  28  de  altura,  sobre 
las  cuales  están  colocadas  horizontalmente  otras  piedras  largas,  unidas  en  sus  ex- 
tremidades por  dentellones  (i»):  algunas  de  estas  piedras  pesan  hasta  30  to- 
neladas. 

(1)     Diccionario  Geográfico  de  España,  por  la  Real  Academia  de  la  Historia. 

{a)     Antas. 

(¿J     Filé  derruido  el  3  de  Enero  de  1797. 


ÁLAVA 


">/ 


deducido  que  los  cántabros  tan  enaltecidos,  no  eran  los  vasco- 
nes  de  los  pueblos  del  Pirineo,  ni  los  cántabros  situados  en  el 
nacimiento  del  Ebro,  sino  los  confinantes  ó  vecinos  á  los  vasco- 


TORSO  DE  SOLDADO  ROMANO,  HALLADO  EN   LAS  RUINAS  DE  IrUXA 

nes,   que  eran  precisamente  los  vizcaínos,  alaveses  y  guipuz- 
coanos. 

No  seguiremos  por  tan  escabroso  terreno  á  los  escritores 
que  podrán  ser  más  ó  menos  exactos,  pero  que  aducen  pruebas 
deficientes,  si  algunas  aducen,  para  probar  sus  hipótesis  ó  teo- 
rías; y  no  remontando  tanto  nuestro  vuelo,  nos  limitaremos  al 


58  ÁLAVA 

tiempo  de  los  romanos,  creyendo  debe  quedar  sentado  de  una 
vez  para  siempre,  que  aquellos  señores  del  mundo  lo  fueron 
también  de  Álava  y  en  ella  moraron.  En  este  sentido  se  expresó 
el  ilustrado  Marina  á  principios  de  este  siglo,  apoyándose  en 
verdaderas  autoridades  antiguas;  antes  el  P.  Risco  adujo  prue- 
bas de  lo  mismo ;  negaron  terminantemente  Henao  y  otros 
que  las  legiones  imperiales  hubieran  paseado  por  Álava  sus 
águilas  vencedoras,  y  trató  de  explicar  la  existencia  de  epígrafes 
y  ruinas  romanas,  con  la  peregrina  especie  de  que  habrían  sido 
llevados  por  capricho  de  algún  coleccionador;  y  últimamente, 
Landázuri,  Ortiz  de  Zarate  y  Moraza,  con  apasionado  provin- 
cialismo, llegaron  á  afirmar  qn&  jamás  ¿os  romanos  conquistaron 
á  los  vascos ;  que  « no  han  sufrido  los  alaveses  la  dominación 
fenicia  ni  cartaginesa,  romana,  goda  ni  árabe  » . 

Limitándonos  á  los  romanos,  ¿nada  decían  á  aquellos  seño- 
res, muy  ilustrados  por  cierto,  los  evidentes  testimonios  de  do- 
minación romana  encontrados  en  tantos  pueblos?  Las  pruebas 
aducidas  por  D.  Diego  de  Salvatierra  y  D.  Lorenzo  del  Pres- 
tamero  (i),  son  elocuentes;  así  como  las  expuestas  por  Amador 


( 1 )  El  primero  en  su  historia  m.  s.  compuesta  en  el  último  tercio  del  siglo  xvi, 
cita  sin  detallarlas  varias  estatuas  romanas  descubiertas  en  Iruña;  y  el  segundo 
refiere  haberse  hallado  en  1  799  el  medio  cuerpo  inferior  de  otra  de  mármol  blanco, 
casi  del  tamaño  natural. 

Hay  más,  en  la  Academia  de  la  Historia  se  hallan  el  expediente  y  los  dibujos  de 
los  descubrimientos  que  hizo  el  Sr.  Prestamero  en   i  7Q4  en  la  villa  de  Comunión 
(Álava),  término  de  Cabriana  y  de  Miranda  de  Ebro,  cuyas  láminas  representan: 
I."  Plano  general  de  un  edificio  romano  con  diez  pavimentos  mosaicos. 
2."  Pavimento  de  mármol  negro  y  blanco. 

de  los  mismos  mármoles  en  forma  de  cruces, 
id.  en  forma  de  pina.— Este  tenía   3  i   pies,  3  pulgadas  y  media 
largo  y  9  y  1  de  ancho. 

id.  blanco  y  más  blanco  en  forma  de  ladrillos, 
de  grecas  entrelazadas  en  cuatro  colores. 
Diana  cazadora,  labrada  de  mármoles  y  vidrios. 
Juego  de  cuadrados,  con  cubos  por  orla, 
de  una  masa  compuesta  de  cal,  arena  y  tierras  cocidas. 
Galería  de  la  misma  masa. —  77  pies  5  pulgadas  largo,  y  8  pies 
I  pulgada  ancho. 
II   Un  hipocaustum  ó  estufa.— Tenía  dos  hornos  contiguos  de  16  pies  2  pul- 
gadas largo,  y  1 4  pies  ancho  cada  uno. 


3.- 

Id. 

4-° 

Id. 

"     0 

Id. 

6.» 

Id. 

7-° 

Id. 

8.0 

Id. 

9.° 

Id. 

lO 

Id. 

A   I.   A  V    A 


50 


de  los  Ríos  (i)  y  D.  Miguel  Rodríguez  F'errer  que  conserva  un 
torso  de  soldado  romano,  de  mármol  y  delicada  labor.  Pero  hay 
además  los  testimonios  recientes  é  incontestables  presentados 
por  el  Sr.  Baraibar,  que  en  el  despoblado  de  Iruña,  á  dos  leguas 
al  Occidente  de  Vitoria,  describe  vestigios  de  población  romana, 
restos  de  murallas  y  mosaicos,  monedas  é  inscripciones  (2);  y 
muy  recientemente,  —  Mayo  de  1883 — tuvo  él  mismo  la  for- 
tuna de  encontrar  dos  importantes  lápidas,  formando  una  parte 
del  enlosado  de  una  habitación  en  Trespuentes,  y  la  otra  en 
una  heredad  de  Iruña  al  clavar  la  reja  del  arado. 
Merecen  conocerse:  son  las  siguientes  (3). 


(ICÍNIVS 

EREMVS 
15PAN11 


!TVT1,/\E 

SAC 


r 


V 


El  Instituto  provincial  de  Vitoria   conserva  parte  de  una  es- 


I  2  Cimento  subterráneo  que  sostenía  un  peristilo. 

I  3  Estanques  ó  baños. 

1 4  Pavimento  con  las  4  estaciones  del  año.—  2  5  pies  largo,  y  i  6  ancho. 

Se  encontraron  además  barros  de  Sagunto,  monedas  que  justificaban  ser  cons- 
truido aquel  edificio  en  el  tiempo  del  buen  gusto  de  los  romanos,  lápidas  con  ins- 
cripciones, etc.,  etc. 

Las  dimensiones  informan  una  gran  casa,  con  estanque,  fuentes,  columnas,  etc. 

(O     Estudios  monitmentciles y  arqueolóoicos  en  las  Provincias  Vascongadas. 

(2)  Marina  copia  varias. 

(3)  La  de  la  izquierda  es  de  piedra  arenisca  y  mide  o'4q  metros  de  ancho 
por  o'Ó2  de  largo.  La  de  la  derecha  es  un  trozo  de  mármol  rojo  y  blanco,  roto  por 
la  mitad  y  forma  como  el  dado  de  una  columna  ó  aras.  Su  altura  es  de  0*44  m.  y 
su  anchura  de  ©'25  m. 


6o 


ÁLAVA 


tatúa  de  mujer,  atribuida  al  siglo  de  Augusto:  es  mayor  del 
natural  y  sobre  la  subtúnica  y  túnica  ostenta  un  pallium  ó 
manto,  que  envuelve  la  parte  superior  del  pecho,  derribándose 
sobre  la  espalda  en  amplios  y  bien  dispuestos  pliegues.  Cíñese 
la  túnica  perfectamente  al  desnudo,  con  noble  estilo  estatuario 
y  revélase  aquel  con  bellas  y  grandiosas  formas,  sin  detrimento 
alguno,  antes  bien  con  mayor  gracia  y  perfección  en  el  movi- 
miento del  plegado. 

Los  hallazgos  de  inscripciones  superan  en  número  y  signi- 
ficación á  los  de  estatuas;  y  se  han  hallado  también  muchos 
mármoles  de  diferentes  especies,  cornisas,  pilastras  de  lo  mismo 
y  de  alabastro  blanco;  piezas  de  vajilla  de  Sagunto,  abundancia 
de  piedrecitas  cuadradas  sueltas,  como  de  pavimentos  de  mosai- 
cos, y  á  poco  más  de  un  metro  de  profundidad  un  piso  embaldo- 
sado de  mármoles  jaspeados  oscuros  y  rojo  claros. 

Es  indudable  que  hubo  allí  población  romana.  Contra  los 
que  han  afirmado  lo  contrario  y  que  la  hubiera  en  ningún  lugar 
de  Álava  están  los  testimonios  expuestos,  y  los  hallados  en  Sal- 
vatierra, Ocáriz,  San  Rornán,  Albéniz,  Araya,  Alegría,  Arcenie- 
ga,  Armentia,  Asa,  Asteguieta,  Contrasta,  Ibarguren,  Ilarduya, 
Margarita,  Barcabao,  Urabain,  Ollabarri,  Eguilaz,  Castillo  y  El- 
ciego;  la  calzada  que  desde  Puentelarrá  atraviesa  toda  la  pro- 
vincia y  la  de  Guipúzcoa,  siguiendo  por  Andoaín  á  Francia;  los 
mosaicos  y  baños  de  Cabriana,  el  campamento  de  Carasta,  los 
puentes  de  Mantible,  Trespuentes  y  Mamario,  y  otra  multitud 
de  restos  de  autenticidad  evidente. 

Tolomeo  menciona  en  los  Caristos,  pueblos  de  Álava,  el  iti- 
nerario de  la  vía  romana  que  la  atravesaba  como  hemos  dicho, 
y  aún  se  han  encontrado  restos  de  otro  camino  romano  desde 
las  inmediaciones  de  Zuazo  hasta  las  ruinas  iruñenses,  lo  cual 
demuestra  la  importancia  que  tuvo  Iruña,  que  no  estando  sobre 
el  camino  de  Asturica  ad  Burdegala,  se  unía  á  él  por  un  ramal 
aislado,  según  acostumbraban  á  hacer  los  romanos  para  sus 
principales  fortalezas  y  poblaciones,  y  lo  era  evidentemente  la 


ÁLAVA  6l 

antigua  Vennia,  que  tal  nombre  afirma  el  Sr.  Baraibar  tenía  la 
célebre  Iruña,  que  no  se  limitaba  ciertamente  á  ser  una  de  las 
mansiones  ó  castros  escalonados  y  bien  guarnecidos,  que  había 
en  toda  vía  romana  para  su  seguridad ,  pues  ya  vimos  que  esta- 
ba separada  de  ella. 

El  sabio  catedrático  del  Instituto  de  Vitoria,  con  la  exposi- 
ción de  descubrimientos  romanos,  ha  terminado  brillantemente 
la  tarea  que  comenzó  hace  tres  siglos  Salvatierra  en  su  «Gobier- 
no y  República  de  Vitoria»  y  lo  copió  el  Dr.  Arcaya  en  1656, 
dando  pruebas  de  perspicacia  al  suponer  que  los  romanos  tu- 
vieron en  el  despoblado  de  Iruña  larga  y  floreciente  man- 
sión; si  bien  no  podían  menos  de  creerlo  así,  en  nuestro 
juicio,  al  encontrarse  con  tantos  testimonios  de  indubitable  pro- 
cedencia romana,  y  los  que  aún  pueden  hallarse,  pues  mucho 
hay  allí  todavía  por  descubrir.  No  puede  ya  dudarse  de  la  afir- 
mación del  ilustrado  alavés,  é  importa  poco  á  nuestro  objeto  el 
nombre  que  tuviera  Iruña  en  la  antigüedad  y  la  exacta  posición 
que  ocupara  en  las  vías  romanas,  aunque  fuese  otra  de  la  fijada. 

«Los  llanos  de  Vitoria,  Alegría  y  Salvatierra,  todas  las  co- 
marcas que  defendía  la  cordillera  Cantábrica,  y  corrían  hasta  el 
Ebro  en  Álava,  Navarra  y  Castilla,  todo  el  país  en  fin  al  Este  y 
Sud  del  Pirineo,  pasó  á  poder  de  los  romanos  (i).» 

En  el  valle  de  la  Borunda,  allí  inmediato,  obligado  paso  por 
aquella  parte  de  Álava  á  Navarra,  hay  también  testimonios  de 
su  ocupación,  no  sólo  por  los  romanos,  sino  por  los  celtas,  como 
se  evidencia  en  el  monumento  de  Eguilaz:  vestigios  y  ruinas  de 
sus  fortalezas  y  vía  dejaron  los  romanos,  y  aquella  vía,  ó  su 
trazado,  le  conservó  la  Edad  media  entre  senda  y  camino,  con- 
vertido en  carretera  en  1832.  En  nuestros  días,  cruza  el  ferro- 
carril la  senda  del  celta,  la  vía  romana,  la  carretera  española  y 
el  valle  todo,  que  si  en  los  más  remotos  tiempos  albergó  á  ra- 
zas que  no  existen,  no  há  mucho  ha  sido  aquel  valle  y  los  inme- 


(i)     Los  Éuscaros. 


62 


ÁLAVA 


diatos,  teatro  de  sangrientas  batallas  y  de  hecatombes  no  me- 
nos feroces  que  las  de  aquellos  siglos  llamados  bárbaros,  porque 
ahora  peleaban  hermanos  contra  hermanos  en  civil  contienda. 
Si  los  primitivos  iberos  ó  aborígenes  se  distinguían  por  sus 
pacíficas  y  patriarcales  costumbres,  la  necesidad  de  rechazar  á 
los  invasores,  que  jamás  suelen  presentarse  en  son  de  paz,  ó  su 
trato  con  belicosos  pueblos,  si  no  variaron  sus  hábitos,  desperta- 
ron en  ellos  ese  instinto  guerrero,  ya  tuvieran  que  emplearle 
para  la  propia  defensa,  ó  ya  para  limpiar  el  país  de  enemigos: 
de  todos  modos,  aquellos  pacíficos  pobladores  de  las  montañas 
y  de  los  valles,  mostraron  que  sabían  ser  guerreros;  que  si  la 
civilización  ha  convertido  en  ciencia  el  arte  de  la  guerra,  la  natu- 
raleza dotó  al  hombre  de  agilidad,  astucia,  fuerza  y  valor,  y  que 
no  se  necesitaba  más  para  pelear.  De  cualidades  tan  sobresa- 
lientes no  carecen  los  alaveses,  por  lo  que  puede  fundadamente 
juzgarse  que  tampoco  carecerían  de  ellas  sus  más  remotos  an- 
tepasados. 


CAPITULO  II 

Siglo  V. — Los  godos  en  España. — Domina- 
ción de  los  Reyes  de  Asturias. — Forma- 
ción del  condado  de  Álava.  —  Guerras 
entre  los  reyes  de  Navarra  y  Castilla. — 
Conquista  de  Álava  por  Don  Alfonso  de 
Castilla. 


I 


^^iGLO  de  regeneración  social  el  v 
/^  de  nuestra  era,  porque  iba  en 
efecto  á  tener  su  natural  desenlace 
y  aun  desenvolvimiento  la  revolu- 
ción social  que  se  operaba  no  sólo 
en  España  sino  en  toda  Europa, 
encaramándose  sobre  las  ruinas  del 
ya  caduco  imperio  romano,  el  visi- 
godo, que  llegó  en  tiempo  de  Euri- 
co,  primer  soberano  godo  indepen- 
diente, á  su  mayor  apogeo;  sigue  la  oscuridad  respecto  al  país 
de  los  caristos,   autrígones  y  várdulos,  cuyo  nombre  conserva- 


6-1 


ÁLAVA 


ban  sin  embargo  á  principios  de  este  mismo  siglo  los  guipuz- 
coanos,  vizcaínos  y  alaveses,  denominándose  vascones  á  los 
navarros. 

Dueños  los  godos  de  todo  el  país  desde  el  Duranzo,  el  mar 
y  los  Alpes  Ligurios,  en  la  Galia  desde  el  Ródano  y  el  Loira 
hasta  el  Océano,  abarcaba,  según  Lafuente,  de  este  lado  de  los 
Pirineos  la  España  entera,  excepto  las  montañas  de  Galicia. 
Esta  absoluta  afirmación  parece  comprender  todo  el  país  vasco; 
pero  si  aun  cuando  era  la  mayor  monarquía  que  se  fundó  sobre 
las  ruinas  del  imperio  de  Occidente,  dejó  de  dominar  en  las 
montañas  de  Galicia,  ¿  no  puede  suponerse  que  también  estu- 
vieran exentos  los  cántabros,  los  autrígones,  los  caristos  y  los 
várdulos?  Si  lo  estaban  en  el  reinado  de  Eurico,  continuarían 
estándolo  después,  porque  ya  no  fueron  tan  poderosos  los  si- 
guientes reyes.  De  todos  modos  no  pudo  ser  muy  duradera  esta 
sumisión,  porque  vemos  á  los  guipuzcoanos  unidos  con  los  vas- 
cones levantarse  contra  Recaredo,  y  obligar  á  Leovigildo  á  ter- 
minar sus  diferencias  con  su  hijo  y  volar  á  su  socorro,  entrando 
como  un  torrente  en  Álava,  devastándolo  todo  á  su  paso  (i); 
también  debieron  tomar  parte  los  alaveses  ó  antiguos  várdulos 
en  aquella  guerra,  en  la  que  fueron  los  que  más  sufrieron ;  por- 
que Leovigildo  se  detuvo  ante  los  montes  de  Navarra  y  Gui- 
púzcoa, pactando  con  estos  montañeses. 

Ya  porque  temiera  que  estos  bajaran  á  los  llanos  de  Álava, 
en  ayuda  de  sus  habitantes,  y  no  muy  seguro  Leovigildo  de  la 
tranquilidad  de  éstos,  para  contenerlos  y  elevar  un  trofeo  que 
perpetuara  el  triunfo  que  había  obtenido,  construyó  una  forta- 
leza á  la  cual  dio  el  nombre  de  Victoriaco .  Podía  vanagloriarse 
del  dominio  de  un  campo  de  batalla,  ó  más  bien  de  un  vasto 
desierto,  humeando  aún  los  incendios  que  él  mismo  había  pro- 
ducido, y  enrojecido  el  suelo  con  la  sangre  de  los  suyos  y  la  de 
los  alaveses;  pero  no   tuvo  la  satisfacción  de  que  quedara  uno 


(i)     Moret  cree  efecto  de  esta  guerra  la  ruina  de  Iruña. 


ÁLAVA  65 

siquiera  en  aquella   tierra  desolada,  para  conseguir  Leovigildo 
imponer  los  hierros  que  llevaba  preparados. 

Este  heroico  pueblo,  dice  un  escritor  francés    (i),  atraviesa 
los  Pirineos  y  se  hace  dueño,  á  despecho  de  todas  las  resisten- 
cias, y  con  el  concurso  de  sus  hermanos  pirenaicos,  de  una  por- 
ción de  la  Nuevapopulania  que  toma  de  ellos   su   nombre,  com- 
prendiendo la  Gascuña  de  nuestros  días.  Añade  que  el  descendiente 
de  Leovigildo,  Recaredo,  que  había  demostrado  en  sus  brillantes 
campañas  contra  los  francos,  que  sabía  manejar   dignamente  la 
espada  de  su  padre,  y   á  pesar  de  que  no  se  distinguieron  sus 
armas  en  sus  vengativos  propósitos  contra  los   visigodos  ó  po- 
bladores de  la  Nuevapopulania,  ajustó  la  paz  con  los  francos  y 
llevó  la  guerra  contra  los  vascones  de  la  Cantabria,  á  los  que 
pretendía  someter.  Aunque  este  párrafo  esté  algo  oscuro,  nos 
importa  especialmente  consignar  que  en  la  Nuevapopulania  ha- 
bía vascongados  ó  procedentes  de  España   y  que  los  vascones 
contra  quienes  se  dirigía  Recaredo  no  podían  ser  otros  entonces 
que  los  navarros,  y  quizá  los  guipuzcoanos;  de  todos  los  cuales 
dice  que,  fuertes  en   su  posición,  orgullosos  de  su  libertad  vir- 
gen, aquellos  hijos  de  las  montañas  se  entendieron ;   y  Álava  y 
Vizcaya  opusieron  tal  resistencia  á  los  visigodos,  que  se  vieron 
éstos  obligados  á  retirarse,   sin  haber  obtenido  otro  resultado 
que  el  incendio  de  algunas  poblaciones  de  la  llanura. 

En  el  reinado  de  Suintila  se  sublevaron  los  montañeses  de 
la  Cantabria,  á  los  cuales  se  llama  indóciles,  y  los  vascones; 
nada  se  dice  de  los  vascongados,  que  si  no  se  les  considera  como 
cántabros,  seguramente  que  residiendo  en  medio  de  éstos  y  los 
vascones,  no  dejarían  de  tomar  parte  en  esta  nueva  guerra, 
como  la  habían  tomado  en  la  anterior.  El  triunfo  que  obtuvo  el 
rey  visigodo,  lo  sería  en  la  llanura,  porque  sobre  no  decirse 
que  fuera  larga  su  expedición,  no  era  empresa  de  poco  tiempo 
vencer  á  aquellos  montañeses  á  cuyo   esforzado   valor  ayudaba 


(i)     En  la  Histoire  primitive  des  Euskariens-Basques. 


66  ÁLAVA 

lo  abrupto  del  país;  así  que,  si  «envueltos  por  todas  partes  los 
sublevados  vascones,  rindieron  las  armas  y  se  le  sometie- 
ron >  (i),  sobre  no  referirse  en  tal  laconismo  nada  más  que  á 
los  vascones,  cuando  el  historiador  había  manifestado  antes  que 
también  se  sublevaron  los  montañeses  de  la  Cantabria,  sería  á 
nuestro  parecer  violento  deducir  que  fué  la  sumisión  general  y 
en  absoluto. 

Ayuda  á  tal  juicio,  ó  más  bien  afirmación,  el  ver  que  en  el 
reinado  de  Recesvinto,  los  vascones  de  España  ayudaron  á  los 
de  Aquitania,  que  guiados  por  el  noble  Troya  perturbaron 
aquel  pacífico  reinado;  haciendo  lo  mismo  en  el  siguiente  de 
Wamba,  quien  con  grande  ejército  entró  á  sangre  y  fuego  por 
la  Bureba  y  Álava,  y  conseguida  la  paz  á  los  7  días  se  dirigió 
por  Calahorra  y  Huesca  á  Cataluña,  contra  el  griego  Paulo  que 
le  disputaba  el  trono,  olvidando  mercedes  recibidas.  Derrotadas 
sus  huestes,  vencido  en  Nimes  y  condenado  á  muerte,  le  conce- 
dió Wamba  generosamente  la  vida. 


II 


Ocupándose  ya  en  el  siglo  viii  más  concretamente  de 
las  provincias  vascongadas  nuestras  antiguas  crónicas,  aunque 
siempre  de  una  manera  deficiente,  vemos  que  por  este  tiempo 
Álava  era  Álava  y  alaveses  los  alaveses,  no  caristos,  ni  vár- 
dulos:  de  aquella  manera  los  nombra  ya  el  obispo  D.  Sebastián 
y  el  monje  de  Albelda,  y  al  tratar  de  la  irrupción  mahometana 
el  arzobispo  D.  Rodrigo,  dice  que  los  sarracenos  se  apodera- 
ron de  toda  España,  «á  excepción  de  algunas  pocas  reliquias 
que  se  conservaron  en  las  montañas  de  Asturias,  Vizcaya,  Álava, 
Guipúzcoa,  Ruconia  y  Aragón. »  Vense  también  desde  entonces 


(1)    Lafuente:  Historia  de  España. 


ÁLAVA  t)? 

clasificados  los  alaveses  en   dos  estados:  el  noble  y   el   llano. 

D.  Alfonso  I,  al  ascender  al  trono,  ó  más  bien,  al  ponerse 
al  frente  de  los  reconquistadores  de  España,  para  reinar  pe- 
leando, llevaba  la  ventaja  de  ensanchar  el  reino  de  Asturias, 
anexionándole  el  ducado  de  Cantabria,  ó  al  menos  los  países 
montuosos  de  Santander,  la  Bureva,  Álava  y  la  Rioja,  en  cuyas 
comarcas  y  hasta  el  Pirineo  levantó  castillos  para  defensa  de 
los  cristianos,  reparándose  también  por  los  naturales  Orduña  y 
otros  pueblos  de  Álava  y  de  Vizcaya.  La  monarquía  asturiana 
empezó  á  ser  grande  bajo  el  reinado  del  primero  de  los  Alfon- 
sos; y  si  antes  no  habían  pertenecido  á  ella,  sino  todos,  algunos 
vascongados  y  navarros  pertenecían  ahora,  y  gloria  de  estos 
pueblos  es  haber  tomado  parte  en  los  primeros  tiempos  de  la 
restauración  española,  como  no  sería  muy  patriótico,  ni  muy 
cristiano,  haber  permanecido  siempre  aislados  en  una  indepen- 
dencia que  pudiera  parecer  egoísta. 

Aunque  la  elección  del  rey  católico  allegara  nuevas  gentes 
y  territorios,  aún  era  pequeña  aquella  monarquía  para  tan 
grande  rey;  y  como  si  no  pudiera  respirar  libremente  entre 
aquellas  montañas,  alza  la  cruz,  suena  la  trompa,  excita  el  celo 
religioso,  enciende  en  todos  los  pechos  el  santo  amor  de  la  pa- 
tria, inflama  el  ánimo  guerrero,  hace  sentir  en  todos  su  elevado 
esfuerzo,  allega  recursos,  é  improvisa  un  ejército  de  astures, 
cántabros,  éuscaros,  galaicos  y  de  algunos  godos  allí  refugia- 
dos. No  ostentaban  estos  guerreros  improvisados  el  reluciente 
casco  romano,  ni  vistosos  arreos;  los  más  llevaban  un  grosero 
traje,  y  otros  cubrían  su  cabeza  con  un  birrete  ó  morrión  tos- 
quísimo, formando  un  enrejado  de  hierro  y  sujeto  al  cuello  con 
una  correa,  y  la  cabellera  bastante  larga  y  tendida.  Sus  armas, 
los  útiles  de  la  labranza,  como  la  hoz,  la  segur  y  la  guadaña, 
manejadas  diestramente,  la  saeta  de  tres  pies  de  larga,  el  chuzo 
y  el  bidente,  que  era  una  ancha  media  luna  de  hierro  sobre  un 
mango  de  más  de  una  vara  de  largo.  Los  jefes  vestían  mejor 
arreo,  ceñían  espada  y  embrazaban  escudo. 


68  ÁLAVA 

Con  aquella  pobre  gente  que  no  llevaba  más  enseña  que  la 
cruz,  ni  más  pensamiento  que  el  de  la  victoria,  ensanchó  gran- 
demente el  reino. 

Antes  que  emprendiera  D.  Alfonso  sus  triunfales  campañas 
y  fructíferas  algaradas,  correspondía,  como  hemos  visto,  á  aquel 
monarca,  el  territorio  alavés,  no  hollado  por  los  musulmanes; 
así  que  ninguna  expedición  penetró  en  Álava;  y  respecto  áDon 
Fruela,  dice  D.  Alfonso  el  Magno,  ó  más  bien  el  obispo  D.  Se- 
bastián, que  venció  y  domó  á  los  vascones  rebeldes;  vascones 
revelantes  superávit  atque  edomuit,  por  lo  cual  se  han  sacado 
inexactas  deducciones  de  supuestas  rebeldías  de  alaveses  y  viz- 
caínos, cayendo  todo  por  su  base  al  manifestar  que  nada  tenían 
que  ver  los  naturales  de  aquellas  provincias  con  los  vascones 
que  eran  los  navarros  (i). 

En  el  mismo  defecto  incurrieron  otros  escritores  respecto  al 
reinado  de  D.  Fruela,  que  sucedió  á  D.  Alfonso,  diciendo  que 
se  rebelaron  los  alaveses  y  vizcaínos,  como  acostumbraban 
hacerlo  al  principio  de  cada  reinado,  acudiendo  el  rey  á  suje- 
tarlos; pero  esta  expedición  fué  contra  los  navarros,  como  cla- 
ramente lo  dice  el  monje  de  Silos:  domuit  quoque  navarros  sibi 
revelantes.  Y  no  fué  al  empezar  á  reinar  Fruela,  sino  al  ter- 
cer año. 

En  cuanto  á  la  señora  que  tuvo  la  fortuna  de  caer  prisio- 
nera ,  así  como  á  otros  les  trae  el  cautiverio  servidumbre,  ésta 
fué  vencida  para  triunfar,  cual  consigna  el  P.  Flórez,  y  lejos  de 
estar  probado  que  esta  D.*^  Munia  fuese  alavesa,  como  preten- 
den ó  han  pretendido  algunos,  el  Tudense  y  D.  Rodrigo  dicen 
que  era  de  la  sangre  real  de  Navarra.  De  todas  maneras,  el  que 


(i)  Refiere  una  memoria  de  Oña  que  el  conde  Fernán  González  quiso  imperar 
también  en  la  provincia  de  Álava,  y  que  los  condes  que  la  gobernaban  por  los 
reyes  de  León,  dejasen  á  estos  y  se  sujetasen  á  él  solo:  y  Vela,  que  era  entonces 
conde  de  Álava,  no  lo  podía  llevar  con  paciencia,  porque  el  rey  «D.  Alfonso  el  1, 
yerno  del  santo  rey  D.  Pelayo,  cuando  ganó  deles  moros  á  Álava,  la  dio  en  tenen- 
cia á  Vela  Jiménez  su  progenitor»,  el  cual  la  defendió  de  los  infieles  que  por  dos 
veces  pretendieron  cobrarla  á  fuerza  de  mano.  Á  ser  cierto  cuánto  aquí  se  con- 
signa, más  resonancia  hubiera  tenido  y  no  fuera  sólo  Sota  quien  lo  publicara. 


ÁLAVA  69 

fuera  alavesa  no  es  testimonio  bastante  para  que  la  guerra  fuese 
con  los  alaveses,  que  pudo  caer  prisionera  en  Navarra,  ó  por  su 
hermosura  ser  cautivada  sin  ser  cautiva  por  quien  la  elevó  al 
trono ;  y  comp  antes  de  ser  reina  había  sido  poderosa  señora, 
era  natural  que  tuviese  poderosos  parientes  en  Álava  y  que  á 
la  sombra  de  ellos  se  guareciese  su  hijo  D.  Alfonso  huyendo  de 
Mauregato;  pues  como  dice  Morales,  ele  podían  dar  buen  am- 
paro y  seguridad » . 

Más  turbulentos  los  navarros  que  los  vascos,  se  les  ve  casi 
en  constante  lucha  con  sus  vecinos  los  franceses,  ó  aliados  con 
ellos  para  pelear  contra  otro  enemigo;  y  si  antes  de  la  derrota 
de  Roncesvalles  sacudían  la  tutela  que  les  querían  imponer  los 
monarcas  franceses,  después  de  aquel  triunfo,  « sosteníanse  en 
una  situación  no  bien  definible,  ni  enteramente  sujeta  á  los  reyes 
de  Asturias,  ni  del  todo  independiente»;  eran  los  que  se  aliaban 
á  veces  con  los  sarracenos  para  libertarse  del  dominio  ya  de  los 
cristianos  de  Aquitania,  ya  de  los  de  Asturias. 

Álava  venía  sirviendo  há  tiempo  de  asilo  á  las  muchas  fa- 
milias que  huían  de  la  invasión  sarracénica,  como  consta  de  una 
escritura  del  archivo  de  San  Millán  de  la  Cogulla,  año  871,  en 
la  que  así  lo  consignan  al  conceder  ciertos  bienes  que  hereda- 
ron de  sus  abuelos  cuando  fueron  de  León  á  tierra  alavesa.  Sus 
nombres  no  son  vascongados. 

Al  examinarse  los  sepulcros  de  Arguineta  en  Elorrio,  se 
cree  procedan  también  de  cristianos  refugiados  en  el  país  vas- 
congado, no  limitándose  á  guarecerse  sólo  en  Álava;  penetra- 
rían en  Vizcaya  y  aun  en  Guipúzcoa,  donde  no  podían  menos  de 
hallar  hospitalaria  acogida. 

Al  proclamar  Hixem  la  guerra  santa,  juntó  tres  grandes 
cuerpos  de  ejército,  destinando  el  segundo  á  los  montes  Albas- 
ketises  (montañas  vascas),  penetró  por  Vizcaya  hasta  la  Vas- 
conia;  y  no  obtendría  grandes  ni  notables  resultados  cuando 
los  omiten  las  crónicas. 

Otra  vez  sirve  Álava  de  refugio  á  un  rey  perseguido,  á  Don 


70  ÁLAVA 

Alfonso  111,  cuyo  suceso  repetido  enaltece  á  esta  noble  tierra; 
y  se  cuenta  que,  á  poco  de  restituido  á  su  trono,  tuvo  que  vol- 
ver á  Álava,  no  como  huésped  sino  á  reprimir  una  insurrección 
de  los  alaveses.  Mas  reuniendo  antecedentes  y  en  vista  del  re- 
sultado de  esta  insurrección,  sólo  puede  culparse  á  los  alaveses 
la  docilidad  en  prestarse  á  ser  instrumento  de  agenas  ambicio- 
nes, ó  condolerse  de  que  se  vieran  obligados  á  serlo.  Aquella 
sublevación  fué  originada  por  las  ambiciosas  aspiraciones  del 
conde  Eilón  quien,  como  el  conde  Fruela  de  Galicia,  se  sublevó 
contra  el  poder  del  joven  monarca,  cuya  presencia  bastó  para 
desconcertar  á  los  sublevados,  que  se  le  sometieron  al  instante; 
y  el  conde,  cargado  de  cadenas,  acabó  sus  días  en  un  calabozo 
en  Oviedo,  sin  que  haya  noticia  del  interés  de  los  alaveses  por 
su  rescate.  Consideramos  por  lo  tanto  como  cargo  injusto  el 
que  se  atribuya  aquella  insurrección  de  los  alaveses  á  estar 
<  siempre  inquietos  y  mal  avenidos  con  la  dominación  de  los 
reyes  de  Asturias»  (i). 


III 


Al  conde  Eilón,  que  ya  parece  había  ejercido  el  mando  ó 
gobierno  de  Álava,  sucedió  el  conde  Vela  Jiménez,  que  defen- 
dió bizarramente  el  castillo  de  Celorico  contra  las  coaligadas 
huestes  musulmanas  de  Córdoba  y  Toledo,  como  el  conde 
de  Castilla  Diego  Rodríguez  defendió  también  no  menos  gallar- 
damente el  fuerte  castillo  de  Pancorbo.  Sólo  se  apoderaron  los 
enemigos  de  Castrojériz,  que  por  indefendible  abandonó  el  conde 
Ñuño. 

Afición  tomaron  los  mahometanos  á  esta  parte  de  la  Penín- 


(i)    Lafuente. 


A  I.   A  V  A  71 


sula  confinante  con  Álava,  cuyas  fronteras  invadían  frecuente- 
mente; y  para  defenderlas,  como  una  parte  de  su  reino  (i),  en- 
comendó D.  Alfonso  al  conde  Diego  Rodríguez  la  fundación  del 
castillo  y  ciudad  de  Burgos,  como  punto  avanzado  y  estraté- 
gico; que  mucho  ocupó  al  monarca  la  construcción  de  estos  y 
otros  fuertes  no  menos  importantes.  Vemos  desde  entonces  que 
los  condes  Vela  y  Diego  recibieron  orden  de  su  rey  D.  Alfonso 
para  molestar  y  perseguir  al  mahometano,  que  tuvo  que  sos- 
tener muchas  persecuciones  y  ataques,  hasta  que  apurado  por 
los  condes,  dirigió  sus  legados  á  nuestro  rey,  dice  el  Albeldense, 
pidiendo  la  paz,  que  no  le  quiso  conceder  entonces  el  príncipe 
cristiano,  por  más  que  insistía  en  solicitarla  con  repetidas  em- 
bajadas. 

Atacados  de  nuevo  por  los  infieles  Celorico  y  Pancorbo,  de- 
fendiéronlos con  el  mismo  ó  mayor  brío  que  anteriormente  los 
condes  de  Álava  y  de  Castilla. 

La  pérdida,  por  los  coaligados  reyes  de  Navarra  y  de  León, 
de  la  célebre  batalla  de  Valjunquera,  atribuyéronla  á  la  nega- 
tiva de  acudir  á  ella  los  cuatro  condes  de  Castilla  Ñuño  Fer- 
nández, Abolmondar  el  Blanco,  su  hijo  Diego  y  Fernando  An- 
súrez,  por  lo  que  invitados  por  D.  Ordoño  á  una  conferencia  en 
Tejares,  fueron  allí  cargados  de  cadenas  y  conducidos  á  las 
cárceles  de  León,  á  sufrir  ejecución  sangrienta. 

Como  vemos,  no  figura  Vela  Jiménez,  aunque  se  habla  de 
haber  sido  invitado  y  castigado  él  conde  de  Álava,  que  segu- 
ramente no  estaba  gobernando  su  provincia  y  sí  alguno  de  los 
condes  de  Castilla;  pues  ya  en  escrituras  de  este  tiempo  apa- 
rece el  conde  Fernán  González  siéndolo  también  de  Álava  (2), 


(1)  Lafuente  dice:  «Se  aseguró  al  rey  de  Oviedo  la  posesión  del  condado  de 
Álava».  No  conocemos  el  pacto,  y  esto  demostraría  que  no  tenía  antes  tal  po- 
sesión. 

(2)  «Regnante  Regimiroin  Legione,  et  comité  Ferdinando  Gundisalvizin  Cas- 
télla  et  in  Álava».— Escritura  de  donación  al  monasterio  de  San  .Miguel  de  Sal- 
cedo, año  927. —  Sandoval  y  Berganza  citan  otras  con  la  misma  denominación. 


72 


ÁLAVA 


y  dependiendo  del  rey  de  León  á   mediados  del  siglo  x,  desde 
cuya  época  data  la  independencia  de  Castilla. 

Esté  ó  no  ligada  á  ella  la  batalla  de  Simancas,  y  fuera  el 
conde  D.  Vela  en  contra  de  Fernán  González,  ya  defendiendo 
la  soberanía  del  rey  de  León,  ó  la  propia  de  Álava,  resulta  que 
abandonó  á  los  alaveses  perseguido  por  el  de  Castilla,  pare- 
ciendo lo  natural,  si  al  monarca  leonés  había  defendido,  que  á  él 
se  guareciese,  que  poderoso  era;  pero  al  ir  á  Córdoba  con  los 
moros,  mostraba  desconfiar  tanto  del  rey  como  del  conde;  y  así 
era.  Continuaron  los  Velas  con  los  sarracenos,  á  los  que  incita- 
ban á  hostilizar  al  castellano,  acompañándoles  algunas  veces  en 
sus  expediciones;  hasta  que  esperando  poco  de  los  musulma- 
nes, ó  menos  vivas  las  pasiones,  acogióse  aquella  familia  á  Cas- 
tilla, recibiéndoles  bien  el  conde  D.  Sancho.  Aun  cuando  éste 
restituyera  á  los  Velas  su  anterior  poder,  le  consideraría  depen- 
diendo de  él;  porque  á  no  serlo,  no  se  concibe  que  volvieran  á 
ponerse  en  actitud  tal,  que  los  arrojara  el  conde  desús  estados, 
é  ignominiosamente,  como  se  ha  escrito.  Buscaron  asilo  en  el 
reino  de  León,  cuyo  monarca  D.  Alfonso  V,  no  sólo  les  acogió 
benévolo,  sino  que  les  dio  haciendas  con  que  pudiesen  vivir 
bien  ;  y  cuando  más  olvidados  debían  estar  los  odios  de  los  Velas 
á  los  condes  de  Castilla,  ó  sea  á  los  descendientes  de  Fernán 
González,  se  renovaron  con  la  llegada  del  conde  García  á  León 
á  concertar  con  D.  Bermudo  su  matrimonio  y  consentimiento 
para  que  tomara  el  título  de  rey  de  Castilla;  mataron  entonces 
al  conde,  con  la  rara  y  horrible  coincidencia  de  que  Rodrigo 
Vélez,  que  cuando  estuvo  reconciliado  con  el  conde  D,  Sancho, 
tuvo  en  la  pila  bautismal  al  niño  García,  fué  el  asesino  de  su 
ahijado  (i). 


(i)  Tuvo  lugar  este  suceso  el  i  3  de  Marzo  de  1029,  ausente  de  León  D.  Ber- 
mudo. Para  huir  los  asesinos  del  merecido  castigo  se  retiraron  al  castillo  de  Mon- 
zón, en  tierra  de  Campos,  a  donde  fué  á  buscarlos  el  viejo  rey  de  Navarra,  cercó 
el  castillo,  le  asaltó  y  degolló  á  sus  defensores,  excepto  á  los  tres  hijos  de  Vela 
que  fueron  quemados  vivos. 


A   I.   A    V    A  J'J 

Extinguida  la  línea  masculina  de  los  Fernán  González,  el 
condado  de  Castilla  correspondía  ala  mujer  de  Sancho  el  Grande 
de  Navarra  que  alzándose  con  la  soberanía  de  Castilla,  se  en- 
contraba el  más  poderoso  de  los  monarcas  cristianos.  Su  auto- 
ridad en  Álava  está  probada  por  documentos  conocidos ;  así 
como  que,  dividiendo  el  reino  entre  sus  hijos,  dejó  á  Fernando 
el  condado  de  Castilla  con  las  tierras  conquistadas  al  reino  de 
León;  á  González  el  señorío  de  Sobrarbe  y  Rivagorza;  á  Ra- 
miro, habido  fuera  de  matrimonio,  el  territorio  que  formaba  el 
condado  de  Aragón;  y  al  primogénito  García,  Navarra,  incluyen- 
do Álava,  que  ya  no  pertenecía  ó  dejó  de  pertenecer  á  Castilla, 
y  se  consideraba  como  parte  integrante  de  Navarra,  cuyo  rey 
nombraba  los  condes  que  la  gobernasen. 

Esta  dominación  debía  ser  muy  violenta  para  los  alaveses; 
porque  en  efecto,  las  leyes  primitivas  de  Sobrarbe,  base  del  sis- 
tema político  aragonés  y  navarro,  no  admitían  ni  era  fácil  ave- 
nir con  ellas  la  independencia  ó  autonomía  alavesa;  y  dicen 
escritores  no  sospechosos  (i),  que,  «si  la  cofradía  de  Arriaga 
no  hubiese  tomado  por  protector  al  rey  de  Castilla,  uniéndose 
voluntariamente  á  él,  riesgo  corría  de  que  D.  Sancho  Ramírez 
tratase  á  la  provincia  como  lo  exigían  las  leyes  políticas  de  su 
país,  es  decir,  como  territorio  de  honor  encomendable  necesa- 
riamente á  los  ricos-hombres  navarros  de  naturaleza  y  transmi- 
sible á  sus  hijos.  Los  derechos  de  la  cofradía  y  la  independen- 
cia de  que  hasta  entonces  habían  gozado,  desaparecían.» 

Más  aceptable  y  conveniente  para  los  alaveses  el  dominio 
de  Castilla,  fué  un  acto  de  buena  política,  y  un  reconoci- 
miento explícito  de  la  mayor  libertad  que  permitían  las  leyes 
castellanas;  pues  aunque  no  fuera  más  que  el  derecho  de  behe- 
tría, ya  de  mar  á  mar  ó  de  linaje,  era  una  garantía  de  sus  li- 
bertades,  más  seguras  con  la  protección   de   Castilla.  De  ella 


(i)    Los  Sres.  Marichalar  y  Manrique. 


74 


ÁLAVA 


disfrutaban  en  1085  (i),  reinando  Alfonso  VI:  el  VII  agregó  á 
Miranda  de  Ebro  varios  solares  de  Álava,  disponiendo  á  la  vez, 
que  si  algún  hombre  de  aquella  comarca,  ó  de  Losa,  ó  de  Val- 
degovia,  tuviere  querella  con  los  pobladores  de  Miranda,  y  se 
tomasen  por  esta  causa  prendas,  en  este  caso  obliga  á  los  de 
Álava  á  que  acudan  á  la  iglesia  de  San  Nicolás,  situada  cerca 
del  puente  de  Miranda,  llevando  consigo  su  alcalde  de  fuero, 
para  que  con  el  de  esta  villa  juzgasen.  En  el  privilegio  dado  á 
la  villa  de  Cerezo  en  1 146,  la  concede  el  Emperador  jurisdic- 
ción civil  y  criminal  en  142  lugares,  entre  los  que  se  cuentan 
muchos  de  Álava;  apareciendo  en  otros  documentos  como  rei- 
nante en  Toledo,  León,  Álava  y  Zaragoza,  y  como  conde  de 
Álava,  Lope,  que  parece  sucedió  á  D.  Ladrón.  Vemos  otra  vez 
á  los  reyes  de  Navarra  dominando  en  Álava,  cuya  gente  con 
su  rey  D.  García  acudió  á  la  conquista  de  Almería.  D.  Sancho 
el  Sabio  concedió  á  la  villa  de  La  Guardia  su  fuero  de  población, 
señalándole  su  gobernador  y  jefe  militar. 

La  Guardia,  villa  murada,  que  aún  conserva  los  restos  de 
su  castillo,  cuyo  torreón  se  distingue  desde  muy  larga  distancia, 
sirve  como  de  atalaya  en  el  país.  La  fundó  D.  Sancho  Abarca, 
cuya  estatua  se  ve  en  el  bello  pórtico  de  la  iglesia  de  Santa 
María,  de  estilo  ojival,  poseyendo  algunas  obras  de  arte.  Fué 
plaza  de  armas  considerable  desde  el  siglo  xii.  En  11 65  la 
aumentó  D.  Sancho  cuando  la  dio  el  fuero,  que  experimentó 
bastantes  vicisitudes,  y  no  pocas  extorsiones  y  violencias  sus  ve- 
cinos, en  todo  el  tiempo  que  la  villa  perteneció  á  Navarra.  En- 
tregóse á  D.  Alfonso  VIII  de  Castilla,  cuando  éste  conquistó  á 
Vitoria ;  pero  á  virtud  de  pactos  se  restituyó  al  rey  de  Navarra. 
Como  plaza  fronteriza  de  Castilla  sostuvo  en  diferentes  ocasiones 
continuas  escaramuzas,  señaladamente  por  la  parte  de  Briones. 


(i)  En  el  monasterio  de  San  Juan  de  la  Peña  hay  una  escritura  de  donación 
otorgada  en  la  era  1123,  año  1085,  en  que  se  dice  al  fin,  reinando  Alonso  en 
León,  en  Naxera,  en  toda  Castilla  y  en  Álava:  el  Sr.  Fortunio  obispo  en  Armentia 
y  el  conde  Lope  íñiguez  en  Álava. — Marine. 


ÁLAVA  75 

En  1366  constaba  su  población  de  hijosdalgo,  francos,  clé- 
rigos y  judíos,  que  contribuían  con  1497]  florines. 

Volvió  á  Castilla  en  1367  en  calidad  de  rehenes,  hasta  que 
en  1386  la  restituyó  graciosamente  D.  Juan  I  á  su  cuñado  Don 
Carlos  III  de  Navarra;  fué  tomada  la  villa  por  asalto  en  1430 
por  los  castellanos  y  aunque  resistieron  los  navarros  en  la  for- 
taleza, la  cedieron  también  y  poco  después  el  castillo,  al  valero- 
so empuje  de  los  castellanos.  Firmada  la  paz  en  1437  se  de- 
volvió Laguardia  á  la  corona  de  Navarra  que  se  incorporó 
definitivamente  á  Castilla  en  el  reinado  de  Enrique  IV,  obte- 
niendo después  suerte  más  próspera.  En  las  dos  últimas  guerras 
civiles,  ha  sido  sitiada  y  conquistada  algunas  veces,  y  destruidas 
por  último  la  mayor  parte  de  sus  antiguas  obras  fuertes,  que 
no  lo  eran  mucho  para  la  artillería  moderna. 

El  mismo  D.  Sancho  el  Sabio,  comprendiendo  las  ventajas 
del  terreno  en  que  se  hallaba  situado  el  pequeño  pueblo  de 
Gazteiz,  le  aumentó  y  fortificó,  le  hizo  como  á  La  Guardia  plaza 
de  armas  y  la  dio  en  1 181  el  fuero  de  Logroño,  poniendo  áesta 
población,  que  reedificaba  como  nuev^a,  el  nombre  de  Vitoria, 
que,  según  Larramendi,  significa  cosa  sobresaliente  y  escogida, 
aunque  sólo  ocupaba  á  la  sazón,  de  la  que  es  hoy  linda  capital 
alavesa,  la  parte  denominada  villa  de  Suso.  Un  año  después 
concedió  el  mismo  rey  á  Bernedo  y  Antoñana  el  fuero  de  La 
Guardia,  que  era  entonces  de  Navarra,  y  con  dársele,  *  les  qui- 
taba las  malísimas  costumbres  y  sujeciones  con  que  anterior- 
mente se  regían,  y  que  les  eximía  del  fuero  de  batalla,  hierro  y 
agua  caliente ». 

A  los  Sanchos  de  Navarra  debió  Álava  la  creación  de  bas- 
tantes villas ;  los  dos  primeros  Teobaldos  echaron  los  funda- 
mentos á  las  de  Antoñana  y  Peñacerrada;  Alfonso  VII  había 
poblado  á  Salinas  de  Oñana,  y  Álava  toda  iba  adquiriendo  la 
importancia  debida. 

Las  perturbaciones  que  trabajaron  á  Castilla,  ocasionadas 
en  primer  término  por  el  funesto  afán   de  dividir  el   reino  insti- 


76  Á  1.   A   V   A 

luyendo  una  monarquía  castellana  y  otra  leonesa,  presentó  oca- 
sión propicia  al  rey  de  Navarra  para  entrar  con  buen  ejército 
por  la  Rioja,  apoderándose  de  diferentes  plazas  de  Castilla  y 
de  Álava,  alegando  á  su  propiedad  añejos  derechos,  que  si  no 
eran  exactos,  así  se  les  suponía.  Hízole  frente  el  castellano; 
contuvo  al  navarro  la  fuerza  más  que  la  razón;  regresó  á  los  lí- 
mites de  su  reino;  asentáronse  paces  en  11 58,  pero  duraron 
poco ;  porque  las  nuevas  turbulencias  que  produjo  la  minoría 
de  D.  Alfonso  VIII,  cuya  tutela  fué  tan  disputada  por  los  Cas- 
tros  y  los  Laras,  á  la  vez  que  debilitaban  el  poder  de  Cas- 
tilla, permitían  que  el  leonés  por  una  parte  y  el  navarro  por 
otra,  deseando  el  primero  vengar  agravios  y  el  segundo  engran- 
decer y  ensanchar  sus  estados,  apoderáranse  ambos  de  impor- 
tantes plazas. 

Próxima  Castilla  á  ser  unida  toda  á  la  corona  de  León,  cuyo 
monarca  llegó  á  Toledo,  necesitóse  de  toda  la  energía  y  valer 
del  joven  Alfonso  para  hacer  frente  á  tantos  disturbios  y  des- 
gracias. Aun  sin  haber  alcanzado  la  mayor  edad,  convocáronse 
Cortes  en  Burgos,  que  se  celebraron  en  1 1  70,  encomendósele 
el  reino,  y  diósele  además  esposa,  la  princesa  Leonor,  hija  del 
rey  Enrique  II  de  Inglaterra,  á  lo  cual  contribuyóla  esperanza  de 
que  por  este  medio  viniese  á  D.  Alfonso  el  condado  de  Gascu- 
ña, que  poseía  el  monarca  británico,  y  que  confinaba  con  los 
dominios  del  de  Castilla  por  la  parte  de  Guipúzcoa.  Tanto  este 
territorio  como  el  de  Álava,  según  hemos  visto,  no  eran  á  la 
sazón  independientes  como  algunos  han  supuesto,  ni  pertenecían 
de  derecho  al  reino  de  Navarra.  Ocupaba  este  monarca  algunas 
poblaciones  por  derecho  de  conquista;  y  alegando  el  de  verda- 
dero propietario  D.  Alfonso,  en  cuanto  se  concertaron  sus 
bodas,  llamó  al  rey  de  Aragón  D.  Alfonso  II,  para  poner  fin  á 
la  discordia  que  entre  ambos  mediaba,  ajustaron  en  Sahagún 
un  tratado  de  alianza  y  amistad,  cambiándose  mutuamente  al- 
gunas fortalezas;  marcharon  juntos  á  Zaragoza ;  celebráronse 
las  bodas  en   Tarazona,  con  asistencia   del    rey  de  Aragón;  y 


ÁLAVA  77 


entrando  de  lleno  D.  Alfonso  en  el  ejercicio  de  su  autoridad 
suprema,  contando  apenas  15  años  de  edad,  atendió  á  las  cosas 
del  reino,  que  bien  necesitaba  de  sus  cuidados  después  de  tan 
turbulenta  minoría.  Aprovechando  su  amistad  con  el  aragonés, 
•quiso  recuperar  cuánto  el  navarro  le  conquistara.  Por  Tudela 
el  rey  de  Aragón  y  por  Logroño  el  de  Castilla,  llegó  éste  á 
Pamplona;  no  fué  tan  fácil  la  prosecución  de  la  campaña,  por  lo 
prevenidas  que  el  navarro  tenía  sus  plazas;  pero  al  cabo  de 
cinco  años,  recuperó  el  castellano  cuántas  le  pertenecían. 

No  cesó  por  esto  la  contienda,  porque  no  se  avenía  Don 
Sancho  de  Navarra  á  ver  reducido  su  reino,  considerándose  con 
derecho  á  diferentes  pueblos  de  la  Rioja.  Mediaron  entonces 
prelados  y  ricos  hombres,  y  convinieron  en  exponer  sus  quejas 
y  someter  sus  diferencias  al  rey  de  Inglaterra,  al  que  enviaron 
sus  embajadores,  no  sin  pactar  antes  ambos  reyes  de  Castilla  y 
de  Navarra  las  necesarias  treguas,  dándose  mutuamente  en 
fieldad  varios  castillos  que  perdería  quien  embarazase  la  ejecu- 
ción de  la  sentencia  (i). 

A  los  embajadores  acompañaron  á  Londres  dos  caballeros 
destinados  á  defender  con  las  armas  los  derechos  de  estos  prín- 
cipes. No  hubo  que   apelar  á  este  extremo,  tan   autorizado  en- 


(i)  III.  «El  Rey  Alfonso  pone  en  fieldad  á  Xaxara  castillo  de  Christianos,  y  Or 
castillo  de  Judíos,  y  Arnedo  castillo  de  Christianos,  y  Celorico  castillo  de  Judíos. 

IV.rtEl  Rey  de  Navarra  pone  así  mismo  en  esta  fieldad  á;Estella.  castillo  que 
tiene  Pedro  Ruiz,  y  el  castillo  de  los  Judíos,  y  Funes  y  Marañón. 

XVII.  rtDemas  do  esto  entrambos  Reyes,  empeñando  cada  uno  su  fe  y  palabra, 
firmaron  y  establecieron  buenas  y  firmes  treguas  por  siete  años,  asi  por  los  vasa- 
llos y  castillos  y  tierras,  como  por  otras  cualesquier  cosas.  V  para  que  permanez- 
can firmes  pone  Sancho  Rey  de  Xavarra,  á  Ergun  en  rehenes  y  Alfonso  á  Cala- 
horra. 


XXI.  También  establecieron,  que  todos  los  vasallos  de  entrambos  Reyes,  que 
desde  que  empezó  esta  guerra,  hubieren  perdido  heredades,  las  vuelvan  á  reco- 
brar enteramente  y  de  la  manera  que  las  poseían  el  dia  en  que  les  fueron  quita- 
das; y  no  las  pierdan  por  ningún  delito  que  hasta  entonces  hubieren  cometido,  ó 
auto  contra  ellos  proveído,  ni  dentro  de  estos  siete  años  estén  obligados  á  res- 
ponder á  ninguna  demanda». 


78  ÁLAVA 

tonces  á  pesar  de  su  barbarie,  y  de  llevar  en  sí  aparejada  la 
razón,  no  al  que  la  tenía,  sino  al  más  fuerte  ó  al  más  diestro.  Y 
no  bastaba  á  veces  para  el  triunfo  de  la  causa  que  se  defendiera 
quedar  vencedor  en  el  combate,  que  vencedor  fué  el  que  en  el 
reinado  de  Alfonso  VI  peleó  en  defensa  del  oficio  toledano  ó 
mozárabe  contra  el  paladín  del  romano,  y  sin  embargo,  á  pesar 
de  los  aplausos  del  pueblo  y  de  la  nobleza  que  á  ambos  repre- 
sentaba el  castellano  viejo  Ruiz  de  Matanzas,  fué  inútil.  Osti- 
gado  el  rey  por  su  Santidad,  dio  por  nulo  el  duelo,  hizo  que  se 
introdujera  el  rito  romano,  y  para  vencer  la  resistencia  que  de 
todas  partes  se  oponía  al  nuevo  rezo,  se  convino  en  echar  al 
fuego  los  dos  misales,  prevaleciendo  el  que  saliera  ileso  de  las 
llamas.  De  nuevo  triunfó  en  este  juicio  de  Dios;  pero  no  fué 
más  atendido  que  el  anterior  duelo;  y  al  gran  regocijo  del  pue- 
blo, de  la  nobleza  y  del  clero,  encariñados  todos  con  un  rito  con- 
servado por  tantos  siglos  y  en  medio  de  la  dominación  musul- 
mana, sucedió  el  asombro  y  la  pena  de  verse  obligados,  por 
mandarlo  así  el  rey,  á  desterrar  de  las  iglesias  de  Castilla  el  ve- 
nerado oficio  gótico. 

Nos  hemos  permitido  esta  digresión,  no  del  todo  ociosa, 
porque  considerándose  aquellos  tiempos  de  caballería,  se  ve 
que  cuando  al  poderoso  convenía,  ni  el  Juicio  de  Dios  bastaba, 
cuando  menos  el  duelo;  irreligiosa  costumbre,  anatematizada 
por  varios  pontífices.  Los  pueblos  guerreros  podían  poner  el 
valor  sobre  la  justicia;  pero  la  sociedad  cristiana  del  siglo  xiii, 
cometía  una  grande  aberración  sometiendo  á  un  singular  com- 
bate el  mejor  derecho  á  unos  lugares,  en  caso  de  no  querer 
sentenciar  el  rey  de  Inglaterra.  Se  podrá  objetar  que  en  último 
resultado,  este  derecho  de  la  fuerza  ha  regido  siempre;  es 
exacto,  y  aun  hoy  rige  por  desgracia;  pero  esto  no  probará 
que  con  la  fuerza  vayan  hermanadas  la  razón  y  la  justicia.  La 
civilización  de  la  humanidad  tiene  aún  muchas  etapas  que  re- 
correr. 

Oídas  por  el  inglés  y  su  parlamento  las  pretensiones  de  los 


ÁLAVA  79 

monarcas  de  Castilla  (i)  y  de  Navarra  (2),  sacando  delante  de 
todo  el  pueblo  los  Santos  Evangelios,  hizo  jurar  á  los  embaja- 
dores antes  de  pronunciar  la  sentencia,  que  los  reyes  sus  repre- 
sentados la  observarían  firmemente,  en  cuanto  tocase  á  las  mu- 
tuas restituciones  y  á  la  tregua  ó  suspensión  de  armas,  «  y  sino 
lo  hiciesen  así,  entregarían  sus  personas  á  la  disposición  del 
mismo  rey;»  y  sentenció  mandando  que  firmaran  y  guardaran 


(1)  «  En  el  nombre  del  señor,  Alfonso  Kcy  de  Castilla  y  de  Toledo  se  que  xa  de 
D.  Sancho  su  tio.  Rey  de  Navarra,  y  pide  le  restituya  á  Logroño,  Atle\  a,  X'enared, 
que  está  cerca  de  Rivaronia  y  a  Agoseyo,  -Autol,  Resa  y  a  Álava  con  sus  merca- 
dos Estgualete  y  Divina,  y  de  todo  el  derecho  á  la  tierra  que  llamaban  Dl  rango: 
todo  lo  cual  poseyó  por  derecho  hereditario  el  rey  Alfonso  de  buena  memoria,  el 
que  ganó  de  poder  de  los  Sarracenos  a  Toledo,  y  después  de  su  muerte  lo  poseyó 
con  el  mismo  derecho  la  Reina  Urraca  su  hija;  la  cual  muerta,  su  hijo  el  Empera- 
dor Alfonso  de  buena  memoria  lo  poseyó  también  por  derecho  hereditario:  y 
después  de  la  muerte  del  Emperador,  el  Rey  Sancho  su  hijo  lo  poseyó  sin  con- 
tienda por  derecho  hereditario :  y  después  de  la  muerte  del  Rey  Sancho,  poseyó 
también  por  derecho  hereditario  todo  lo  referido  su  hijo  el  Rey  Alfonso  nuestro 
señor,  hasta  que  el  mismo  Rey  de  Navarra  se  lo  quitó  todo  al  sobredicho  Rey  de 
Castilla,  su  sobrino,  huérfano,  pupilo  inocente,  hijo  de  su  amigo  y  señor,  y  sin 
haber  sido  requerido  sobre  ello  y  se  lo  detiene  violentamente». 

Pedía  además  la  devolución  de  Roa,  los  frutos  que  percibió  el  rey  de  Navarra 
de  Logroño  y  de  los  demás  lugares  y  los  daños  causados  apreciados  en  cerca  de 
cien  mil  marcos  de  oro;  y  solicitaba  «Puente  la  Reina  y  Sangucra,y  todo  el  terri- 
torio que  hay  desde  estas  dos  villas  hasta  el  río  Ebro,  porque  fué  del  Rey  Alfonso 
de  buena  memoria,  abuelo  del  Emperador,  que  le  poseyó  en  paz,  y  por  él.  según 
costumbre  de  España,  el  Rey  Sancho  de  Aragón  su  pariente 

«  Pide  también  por  causa  de  sucesión  materna,  la  mitad  de  Tudela,  que  el  conde 
de  Percha  dio  á  la  reina  .Margarita  su  sobrina,  que  fué  mujer  del  Rey  García,  y 
abuela  del  mismo  Rey  Alfonso,  pues  no  pertenece  ya  á  Navarra  esta  villa.» 

(j)  «  Pide  Sancho  Rey  de  Navarra  el  .Monasterio  de  Cudeyo,  .Monte  de  Oca,  el 
valle  de  San  Vicente,  el  valle  de  Olio  Casto,  Cinco  Villas,  Monte-negro,  Zerralvo 
hasta  Agreda.  Todo  esto  pide  y  todo  lo  que  hay  debajo  de  esto  hacia  Navarra,  y 
todos  los  frutos  de  esta  tierra,  desde  que  murió  el  Rey  Sancho  de  Peñalen.  porque 
todo  esto  pertenece  a  su  reino,  y  lo  poseyó  quieta  y  pacíficamente  su  rebisabuelo 
García  Rey  de  Navarra  y  de  Naxara;  y  su  bisabuelo  por  su  imbecilidad  fué  despo- 
jado violentamente  de  este  reino  por  Alfonso  Rey  de  Castilla  su  pariente.  Pero  en 
tiempo  subsecuente  el  Rey  García  su  nieto  y  padre  de  éste,  de  ilustre  memoria, 
por  permisión  divina  y  por  la  lealtad  de  sus  naturales  recobró,  aunque  no  entera- 
mente, su  reino.  Y  lo  que  falta  todavía  lo  pide  su  hijo  Sancho  al  presente  Rey  de 
Navarra». 

Pedía  el  castillo  de  Nájera,  Gramón,  Pancorbo,  Belorado,  «el  Monasterio  de 
Zerezo,  Celorico,  Bilivio,  Medria,  Vegueta,  Clauves,  Ne^^bea  y  Lantarón;  y  la  res- 
titución, con  las  rentas  de  los  castillos  de  «Kel,  Ocón,  Parnugos,  Gramón.  Zcrezo, 
Valorcanas,  Trepcana,  .Milier,  Amihugo,  Hayaga,  Miranda.  Santa  Gadea,  Pórtela, 
Malvecín,  Leguín  y  el  castillo  que  tiene  Godín».  V  solicitaba  además  le  restituyera 
el  rey  de  Castilla  hasta  la  cantidad  de  cien  marcos  de  plata. 


8o  ÁLAVA 

perpetua  é  inviolable  paz  ambos  reyes,  se  restituyeran  recípro- 
camente por  entero  todo  lo  pedido  en  derecho,  y  el  rey  de  Cas- 
tilla diese  durante  diez  años  al  de  Navarra  su  tío,  tres  mil  mara- 
vedís en  cada  uno,  pagados  en  Burgos  en  tres  plazos.  Después 
de  expresada  su  conformidad  á  la  sentencia  por  los  monarcas 
españoles,  reuniéronse  en  la  Abadía  de  Fitero,  donde  juraron 
una  tregua  de  diez  años,  y  mantenerla  «  fielmente  sin  fraude  ni 
engaño, »  siendo  perjuro  y  alevoso  el  que  la  quebrantare.  No 
tardó  esto  en  suceder,  demostrándose  el  poco  aprecio  que  daban 
los  monarcas  á  sus  propias  palabras :  volvieron  á  guerrear  los 
reyes  de  Castilla  y  de  Navarra;  pero  efectuaron  á  poco  y  sin 
intervención  agena,  una  conferencia  entre  Logroño  y  Nájera,  y 
arreglaron  sus  diferencias.  Cítanse  los  castillos  y  pueblos  que 
se  devolvieron  en  la  Rioja;  mas  nada  se  dice  del  territorio  ala- 
vés, que  creemos  continuaría  en  poder  del  monarca  de  Navarra 
por  cuanto  en  una  escritura  del  año  1 184  se  intitula  «Rey  de 
Pamplona  y  de  Álava  » . 

Y  en  efecto,  debió  haberse  distribuido  este  territorio;  y  así 
se  consigna  en  el  mismo  instrumento  citado  por  Garibay,  en  el 
que  se  dice:  «  Yo  D.  Alonso  Rey  de  Castilla,  doy  por  quito  á 
»vos  D.  Sancho  Rey  de  Navarra,  de  Álava  perpetuamente  para 
» vuestro  Reino,  conviene  á  saber,  desde  Ichiar  y  Durango,  que 
» quedan  dentro  de  él,  exceptuando  el  castillo  de  Malvesín,  que 
> pertenece  al  Rey  de  Castilla,  y  también  Zufivarrutia  y  Badaya, 
»como  caen  las  aguas  hacia  Navarra,  excepto  Morellas  que 
» pertenece  al  Rey  de  Castilla,  y  también  desde  allí  á  foca  y  de 
»foca  abajo,  como  divide  el  río  Zadorra  hasta  que  cae  en  el 
sEbro». 

Poco  duraderas  eran  las  paces  en  aquellos  tiempos,  pues  el 
afán  de  pelear  ó  el  de  satisfacer  insaciables  ambiciones  podía  más 
que  las  palabras,  lo's  juramentos  y  los  más  solemnes  contratos; 
no  siendo  obstáculo  tampoco  para  invadir  un  reino  el  que  el 
monarca  estuviera  guerreando  con  los   infieles,  que  hasta   la 


ÁLAVA  8 1 

alianza  de  estos  se  buscaba  en  las  luchas  que  entre  sí  sostenían 
los  cristianos.  Así  sucedió  al  Rey  de  Navarra,  con  quien  se  ajus- 
taron paces,  merced  á  la  intervención  de  los  papas  Celestino  líl 
é  Inocencio  III,  por  medio  de  sus  legados  Gregorio  y  RaL^^nerio, 
quienes  le  obligaron  bajo  las  penas  de  excomunión  y  entredicho 
á  apartarse  de  la  alianza  y  amistad  de  los  musulmanes,  ni  jus- 
tificada ni  honrosa. 

Poco  le  afectaban  tan  terribles  castigos,  porque  no  conten- 
tándose con  sus  amistosos  tratos  con  el  emir  mahometano,  mar- 
chó á  Áfi'ica  á  entenderse  directamente  con  él ;  aunque  algunos 
cronistas  han  supuesto,  sin  probarlo,  que  le  indujeron  á  tan 
atrevido  viaje,  ciertos  amores  con  una  princesa  africana.  Des- 
mentida esta  novela,  por  extranjero  inventada,  y  sólo  cierta  su 
marcha  al  África,  dejando  huérfano  el  reino,  sin  duda  para  in- 
teresar en  su  demanda  al  musulmán,  ayudóle  tomando  parte 
activa  en  sus  guerras,  en  las  cuales  demostró  el  navarro  el  he- 
roísmo que  le  conquistó  el  sobrenombre  de  Fuerte,  á  costa 
indudablemente  de  su  descrédito  político. 

La  orfandad  en  que  D.  Sancho  dejó  su  reino  la  aprove- 
charon los  reyes  de  Aragón  y  de  Castilla,  apoderándose  el  pri- 
mero de  la  antigua  Ruconia  y  el  segundo  no  paró  hasta  la  fron- 
tera francesa. 

De  no  escasa  importancia  la  conquista  de  Álava  por  D.  Al- 
fonso, ha  sido  presentada  de  muy  distintas  maneras  y  en  com- 
pleta contradicción.  El  príncipe  de  Viana  consigna  que  el  rey 
de  Navarra  «  vióse  con  el  rey  de  Castilla  su  primo,  é  díjole  como 
le  era  forzado  ir  á  tierra  de  moros,  é  encomendóle  su  regno ;  é 
como  quier  quel  dicho  su  primo  daba  por  consejo  al  dicho  rey 
que  hobiese  de  ir  de  allende  en  socorro  del  dicho  rey  moro, 
ansí  el  dicho  rey  de  Navarra  fué.  E  siendo  en  la  dicha  Treme- 
cén  adolesció  muit  fuertement,  é  cuidó  morir;  é  algunos  de  Cas- 
tilla, que  fueron  con  él,  tubiendole  sus  físicos  por  muerto, 
vinieron  á  Castilla,  é  fueron  al  rey  de  Castilla  su  señor  á  le 
facer  reverencia,  é  eil  demandóles  nuevas  del  dicho  rey  de  Na- 


82  Á  L  A   V  A 

varra,  é  eillos  le  dijeron  como  lo  dejaban  en  tal  estado,  que  ya 
debía  ser  muerto,  ca  ya  le  habían  sus  físicos  desamparado.  E 
sobre  esto  el  rey  de  Castilla,  hubo  su  consejo,  especialment, 
entre  otros,  con  D.  Diego  de  Vizcaya;  fuele  dado  por  consejo, 
que  pues  el  rey  de  Navarra  era  tanto  su  deudo,  é  non  hubiese 
ningún  fijo,  que  pusiese  esfuerzo  en  correr  é  tirarle  su  tierra, 
antes  que  el  Conde  de  Champaña,  el  cual  era  su  sobrino,  ni  los 
del  regno,  lo  supiesen  si  se  apercebiesen ;  é  si  no  que  el  dicho 
conde  regnaria  en  el  regno  de  Navarra,  porque  era  su  sobrino 
del  dicho  Rey  D.  Sancho,  é  más  cercano  por  parte  de  su  madre; 
é  con  el  deudo  que  había  con  el  rey  de  Francia  lo  podía  empes- 
cer;  é  que  no  le  habría  tanto  de  amor  é  de  vergüenza  como 
debía.  E  ansí,  el  dicho  Rey  de  Castilla  corrió  toda  la  tierra  de 
Álava,  é  Guipúzcoa  é  Navarra  »  (i).  Prescindimos  de  exponer 
algunas  contradicciones  en  que  incurre  después  el  desventurado 
Príncipe,  y  veamos  cómo  refiere  el  mismo  hecho  el  arzobispo 
D.  Rodrigo  contemporáneo  de  los  sucesos: 

« El  noble  Rey  D.  Alfonso  queriendo  vengar  los  agra- 
vios que  había  recibido  del  de  Navarra,  congregó  contra  ella  su 
ejército,  y  con  el  del  Rey  de  Aragón  su  fiel  amigo  ganaron  á 
Ruconía  y  á  Aybar,  que  tocaron  al  Rey  de  Aragón;  ganaron 
también  á  Isaura  y  á  Miranda,  que  quedaron  al  noble  rey:  y 
así  habiendo  hecho  varios  estragos,  volvieron  entrambos  re- 
yes á  sus  Reinos.  Al  mismo  tiempo  el  noble  rey  de  Castilla  em- 
pezó á  infestar  á  Ibída  y  Álava,  y  ganó  con  dilatado  sitio  á 
Vitoria  » 

«Entretanto  cansados  los  de  Vitoria  con  los  asaltos  y  traba- 
jos del  sitio,  y  extenuados  con  la  falta  de  víveres,  se  vieron  pre- 


(i)  Y  continúa  diciendo,  que  Navarra  por  tener  su  gente  con  el  rey  no  pudo 
defenderse:  que  se  rindió  Vitoria;  que  se  enviaron  letras  al  rey  de  Navarra  parti- 
cipándole todo:  que  no  las  recibió  hasta  cerca  de  un  año,  y  aunque  doliente  aún 
el  navarro,  las  comunicó  al  rey  moro,  c  vino  á  Cartagena  y  por  Aragón  á  Navarra, 
desde  donde  envió  mensajeros  al  rey  de  Castilla  sobre  su  conducta,  y  el  de  Cas- 
tilla con  dilaciones  y  excusas  no  le  quiso  rendir  nada,  y  como  el  navarro  se  sintió 
flaco  de  su  cuerpo  no  pudo  recobrar  lo  perdido  en  Álava  y  Guipúzcoa.  (Crónica 
de  los  Reyes  de  Navarra.) 


ÁLAVA  83 

cisados  á  entregarse.  Pero  el  venerable  García  obispo  de  Pam- 
plona, agradable  por  el  deseo  que  tenía  de  su  libertad,  recono- 
cida la  opresión  de  la  hambre,  pasó  apresuradamente  á  hablar 
al  Rey  Sancho  en  tierra  de  moros  con  uno  de  los  sitiados;  y 
declarando  la  verdad  de  las  cosas,  obtuvo  licencia  para  que  se 
entregase  Vitoria  al  Rey  de  Castilla.  Y  así  volviendo  en  el  tiem- 
po aplazado  con  aquel  caballero  que  habían  enviado  los  sitiados 
de  Vitoria,  les  manifestó  la  orden  del  Rey  Sancho,  para  que  se 
entregase  la  ciudad  al  Rey  de  Castilla.  Con  que  ganó  el  noble 
Rey  Alfonso  á  Vitoria,  Ibida,  Álava  y  Guipúzcoa  con  sus  casti- 
llos y  fortalezas,  á  excepción  de  Previno,  que  después  le  fué 
dado  á  trueque  de  Inzura.  También  dio  á  Miranda  en  semejante 
trueque  por  Portella:  y  adquirió  á  San  Sebastián,  Fuenterrabía, 
Beloaga,  Zeguitagui,  Aircorroz,  Aslucea,  Arzorozia,  Vitoria  la 
vieja,  Marañón,  Ausa,  Atavit,  Irurita  y  San  Vicente». 

Más  acertado  el  arzobispo  que  el  príncipe,  ya  tuviera  ó  no 
D.  Alfonso  agravios  que  vengar,  consideró  propicia  la  ocasión 
de  estar  huérfano  el  reino  por  la  ausencia  de  D.  Sancho;  no 
habiendo  noticias  de  que  dejara  Regencia  ni  delegara  solemne- 
mente el  poder  soberano  en  autoridad  alguna. 

La  conquista  de  Vitoria  no  fué  obra  de  poco  tiempo,  porque 
parece  evidente  que  D.  Alfonso  encomendó  á  D.  Diego  López 
de  Haro  la  continuación  del  cerco  mientras  el  rey  iba  á  Guipúz- 
coa. Y  fué  brava  la  resistencia;  pues  aunque  la  amparasen  fuer- 
tes murallas,  necesitaron  los  vitorianos  mostrar  valor  y  cons- 
tancia, y  probar  hasta  dónde  llegaba  el  sufrimiento  por  las 
privaciones  de  todo  género  que  experimentaron;  no  siendo 
menos  de  alabar  su  lealtad :  precisados  á  rendirse,  solicitaron 
del  rey  de  Castilla  un  plazo  para  saber  la  voluntad  de  D.  Sancho 
su  señor.  Entonces  fué  cuando  pasó  a  África  el  obispo  de  Pam- 
plona, informó  al  rey  de  la  situación  de  la  ciudad,  y  concedida 
su  entrega,  lo  fué  á  D.  Alfonso  de  Castilla  en  el  año  i  200.  Don 
Alfonso  le  confirmó  sus  fueros  y  libertades,  sin  poner  en  ella 
justicia  ni  autoridad  alguna. 


84  Á   I.   A    V   A 

Dueño  el  castellano  de  Vitoria,  lo  fué  de  toda  Álava  y  Arra- 
ya (i),  dando  su  gobierno  á  D.  Diego  López  de  Faro  ó  Haro 
cuya  jurisdicción  se  extendía  hasta  el  mar  de  Vizcaya  (2) ;  y 
como  el  prestigio  de  su  nombre,  y  sus  gallardos  hechos,  le  cons- 
tituían la  persona  más  conspicua  de  aquel  país,  hasta  muerto 
fué  considerado,  « Aunque  han  pasado  cerca  de  seis  siglos  des- 
pués del  fallecimiento  de  este  héroe,  se  le  pide  á  su  memoria  un 
obsequio  muy  particular,  pues  todos  los  años,  luego  que  el 
ayuntamiento  de  la  ciudad  de  Nájera  hace  el  nombramiento  de 
sus  constituyentes  para  el  gobierno  del  año  siguiente,  pasa  á 
publicar  y  leer  la  elección  delante  del  panteón  de  D.  Diego 
López,  diligencia  tan  necesaria,  que  es  nula  la  elección  si  se 
omite  esta  circunstancia;  por  lo  que  á  cualquiera  hora  que  se 
concluya,  aunque  sea  la  más  intempestiva,  se  pasa  á  el  monas- 
terio, cuyo  abad  y  monjes  cuidan  bien  de  tener  abiertas  sus 
puertas  hasta  que  se  finalice  el  acto »  (3). 

Con  D.  Diego  habían  acudido  hijosdalgo,  caballeros  y  sol- 
dados de  la  cofradía  de  Álava,  á  las  inmediatas  órdenes  de  Ro- 
dríguez de  Mendarizqueta  á  la  batalla  de  las  Navas  de  Tolosa; 
después  á  la  conquista  de  Baeza;  adquiriendo  importancia  y 
gloria,  que  no  en  balde  era  uno  de  los  magníficos  florones  de 
la  corona  de  Castilla.  Así  que,  cuando  la  inmortal  D.^  Beren- 
guela  concertó  la  boda  de  su  hijo  D.   Fernando  III  con  la  prin- 


(O  Arraya  y  la  Minoría  constituíanla  hermandad  de  la  cuadrilla  de  Salva- 
tierra compuesta  de  las  cinco  villas  de  Maestu,  Alauri,  Vírgara  mayor,  Vírgara 
menor  y  Azaceta,  y  las  del  Valle  Real  de  la  Minoría  eran  Arenaza,  Ibisate,  Igoroin, 
Cicujano,  Muntu,  Alecha  y  Leorza,  siendo  villas  separadas  Berroci,  Izarza,  On- 
raita,  Raitegui,  Corres,  Apellaniz,  Arlucea  y  Urarte. 

Fué  señor  del  valle  de  Arraya  el  famoso  fabulista  D.  Félix  María  Samaniego, 
natural  de  La  Guardia. 

(2)  En  una  escritura  del  año  i  20  i  se  dice  :  «  reinando  el  rey  Alonso  en  Tole- 
do, en  Castilla,  en  Álava  y  en  San  Sebastián,  y  bajo  su  dominación  Diego  López 
en  Borobia  (que  será  Bureba)  y  Soria  hasta  el  mar  de  Vizcaya».  (Archivo  de  San 
Milldn,  etc.— Marina,  Diccionario  de  la  Academia).  En  otra  escritura  de  i  2  i  o,  se 
dice  también  que  dominaba  Diego  López  de  Faro  en  Castilla  la  Vieja,  en  Álava, 
en  Vizcaya  y  en  Nájera,  reinado  D.  Alfonso  en  toda  Castilla,  en  Toledo  y  en  Álava 
hasta  San  Sebastián. 

(3)  Marina. 


ÁLAVA  85 

cesa  Beatriz,  recibió  á  su  nuera  en  Vitoria,  acompañando  á  la 
reina  gran  séquito  de  prelados  y  caballeros,  de  los  maestros  de 
las  Órdenes,  de  abadesas  y  de  mucha  nobleza  de  caballería. 

Confinó  el  rey  Fernando  á  su  hijo  D.  Alfonso  el  mando  ó 
adelantamiento  de  la  frontera,  y  estando  en  Vitoria,  faltó  á  la 
confianza  por  su  padre  en  él  depositada,  acogiendo  á  D.  Diego 
López  de  Haro  que  indispuesto  con  el  rey  se  retiró  á  Vizcaya 
y  promovió  rebelión,  hallando  D.  Fernando  fácil  manera  de 
apaciguarla,  y  que  los  mismos  que  la  promovieron  le  ayudaran 
poderosamente  á  conquistar  Sevilla,  á  cuya  gloriosa  empresa 
acudieron  alaveses. 

También  el  rey  D.  Sancho  tuvo  que  morar  en  Vitoria  al  ir 
á  apaciguar  la  rebelión  de  vizcaínos,  y  unióse  allí  con  la  reina 
que  acababa  de  dar  á  luz  en  aquella  ciudad  al  infante  D.  En- 
rique. 

Prósperas  siempre  para  Álava  las  regias  visitas,  la  recibió 
de  San  Fernando  (1239)  y  fueros  Antuñano;  Salvatierra  de 
D.  Alfonso  X,  repoblándola  (i),  Arceniega  el  de  Vitoria,  y  Es- 
tavillo  y  Armiñón  el  de  Treviño. 


(i)     Villa  que  se  había  llamado  Hagurain  y  que  volvió  á  tomar  el  nombre  de 
Alba-tierra,  de  la  antigua  Alba  de  los  romanos. 


CAPITULO   III 


Unión  de  Álava    con  Castilla.  —  Célebre  cofradía 

de  Arriaga. — Fueros,  privilegios  y  exenciones 

concedidos  á  Vitoria  y  Álava  por 

varios  monarcas 


^A  historia  de  Álava,  unida  ya  á  la  de 
Castilla,  si  antes,  como  dice  el  cro- 
nista de  D.  Alfonso  XI  se  gobernaba  y 
regía,  no  por  fuero  escrito  sinon  por  alve- 
cirio,  y  lo  era  ahora  inmediatamente  por 
los  adelantados  mayores  de  Castilla,  según 
consta  en  documentos  publicados,  no  ofrece 
más  de  notable  que  nuevas  fundaciones  de 
villas  y  concesiones  de  cartas-pueblas  y 
privilegios  otorgados  por  los  reyes  castellanos,  los  cuales  po- 
seían en  el  territorio  alavés  muchas  poblaciones  de  realengo, 
designadas  en  escrituras  conocidas.  Hallábanse  en  este  caso 
Vitoria,  Salvatierra  y  hasta  i6  más,  (i)  y  para  que  acudieran  á 


(i)     El  i  8  de  Enero  de  12^8  la  Cofradía  de  Álava  entregó  espontáneamente  al 
rey  16  aldeas  inmediatas  á  Vitoria  y  Salvatierra. 


88  ÁLAVA 

ellas  pobladores  concedían  los  reyes  los  privilegios  que  en  todas 
partes. 

Además  del  realengo,  había  en  Álava  el  señorío  de  aba- 
dengo, solariego  y  de  behetría,  de  que  disfrutaban  las  iglesias, 
monasterios  y  prelados,  caballeros,  ricos  hombres  y  Hijosdalgo ; 
concedido  todo  por  los  reyes  (i),   reteniendo  siempre  «en  ellos 

para   nos  el   señorío  real  é  la  justicia; el  semoyo  é  el  buey 

de  marzo  »  ;  de  cuyo  tributo  se  eximía  á  algunos  pueblos. 

En  general  los  monarcas  solían  ser  un  dique  á  las  desme- 
didas pretensiones  y  ambición  de  la  nobleza,  que  redundaban 
en  perjuicio  de  sus  vasallos,  viéndose  estos  obligados  á  acudir 
al  rey  que  por  su  parte  unas  veces  y  por  las  cortes  otras,  dic- 
taban leyes  para  armonizar  en  lo  posible  las  diferentes  clases 
del  estado,  como  se  hizo  en  las  cortes  de  León,  Benavente,  etc., 
si  bien  produciendo  una  legislación  confusa  y  casi  incomprensi- 
ble, que  aumentaba  las  dudas  y  los  pretendidos  derechos,  y 
por  consecuencia  los  excesos  y  desórdenes.  De  aquí  los  pleitos, 
violencias,  injusticias,  muertes,  guerras  intestinas  entre  villas  y 
lugares  realengos  con  los  de  señorío,  solariego  y  de  behetría, 
entre  señores  y  vasallos,  de  cuyos  males  no  se  vio  libre  Álava; 
y  entonces  aparece  la  célebre  cofradía  del  campo  de  Arriaga, 
verdadero  pacto  de  fraternidad  que  no  podía  menos  de  producir 
muy  beneficiosos  resultados  para  la  concordia  de  todos  y  buena 
administración  del  país.  Podrá  ser  más  antigua  la  creación  de 
esta  cofradía ;  podrá  remontarse  á  los  primeros  años  de  la  irrup- 
ción musulmana;  no  hemos  tropezado  con  la  cofradía  ni  hallado 


( I )  Solía  usarse  en  tales  concesiones  esta  fórmula  que  hallanios  en  varios  do- 
cumentos, con  la  variante  del  objeto  de  la  concesión:  «et  nos  por  faccrvos  bien 
é  mercet,  damos  vos  é  otorgamos  vos,  por  esto  que  nos  dades,  que  todos  los  vues- 
tros vasallos,  ó  collazos,  ó  abarqueros  que  habedes  en  Álava,  también  los  que  nos 
vos  damos  que  eran  vecinos  de  Vitoria  ¿  de  Salvatierra,  como  los  que  vos  habe- 
des, que  non  vos  los  coian  en  Vitoria,  nin  en  Salvatierra,  é  que  los  ayades  libres 
é  quitos,  salvo  todo  nuestro  sennorio,  é  todos  los  nuestros  derechos  en  todas 
cosas,  que  nos  finquen  asi  como  los  habemos  en  los  otros  vuestros  vasallos  de 
Álava,  en  tal  manera,  que  cualquiera  labrador  que  este  heredamiento  poblare,  ó 
labrare,  que  nos  dé  aquel  derecho  que  nos  dan  los  otros  vuestros  vasallos,  ó  abar- 
queros, ó  collazos  que  son  en  Álava».  (Privilegio  de  D.  Aljonso  X). 


ÁLAVA  89 

documento  en  nuestras  investigaciones;  pero  de  seguro  que  aun 
existiendo  no  tendría  la  grande  autoridad  que  después  tuvo  (i). 
No  conocemos  documento  alguno  que  cite  la  cofradía  de  Arria- 
ga  anterior  al  privilegio  de  Alfonso  X,  dado  en  Sevilla  á  18  de 
Agosto  de  1258  á  virtud  de  un  convenio  entre  la  provincia  de 
Álava  y  las  villas  de  Vitoria  y  Salvatierra,  sobre  la  adquisición 
de  varios  pueblos,  en  el  que  dice:  «Campo  de  Arriaga  que  sea 
término  de  Vitoria,  e  que  finque  prado  para  pasto,  e  que  no  se 
labre,  e  que  se  fagan  hi  las  yuntas  assi,  como  se  suele  facer » . 
Componíase  la  cofradía  de  infanzones,  hijos  dalgo,  ricos- 
hombres,  caballeros  y  escuderos,  obispo  de  Calahorra,  su  arce- 
diano y  clérigos  de  la  provincia,  teniendo  también  su  parte  se- 
ñoras y  damas  alavesas.  Esta  cofradía  elegía  los  cuatro  alcaldes 
y  jueces  universales  que  habían  de  gobernar  aquel  año  toda  la 
tierra,  de  los  cuales  uno  era  siempre  justicia  mayor,  á  quien 
tocaban  las  apelaciones  y  daba  las  sentencias  definitivas.  Ade- 
más de  las  juntas  ordinarias  celebraban  otras  cuando  ocurría 
algún  especial  motivo,  conservando  por  medio  de  ellas  y  de  sus 
acertadas  providencias,  invariables  é  ilesas  sus  propias  y  priva- 
tivas leyes,  usos  y  costumbres,  exenciones,  franquezas  y  liber- 
tades. Además  de  los  alcaldes  tenía  para  el  gobierno  militar  y 
político,  un  señor  ó  conde,  elegido  libre  y  espontáneamente  por 
la  misma  provincia,  que  le  servía  de  capitán  general  ó  jefe  de 
guerra  para  ocurrir  á  las  que  se  ofrecieran.  No  vemos  que  esto 
se  efectuase. 


(i)  El  ¡lustrado  Sr.  Becerro  Bengoa  en  su  excelente  Libro  de  Álava,  dice  que 
en  los  sifílos  vnt  y  ix  »  aparece  gobernada  la  provincia  por  sí  misma,  congregán- 
dose los  alaveses  para  los  asuntos  de  su  gobierno,  en  la  Cofradía  del  Campo  de 
Arriaga,  y  sitio  de  Lacua,  á  la  cual  pertenecían  el  llano  de  Álava  y  los  valles  in- 
mediatos. Todos  los  años,  el  día  24  de  Junio,  se  reunían  en  dicho  punto  los  cofra- 
des, después  de  haber  traído  en  procesión  desde  el  alto  de  Estiváliz  la  imagen  de 
la  Virgen,  y  de  haber  hecho  oración  en  la  ermita  de  San  Juan  el  Chico,  existente 
aún  pero  muy  reducida  sobre  el  río  Avendaño;  allí,  á  la  sombra  de  los  grandes 
árboles,  que  poblaban  el  extenso  campo,  escogían  en  pública  asamblea  sus  cuatro 
alcaldes  mayores,  uno  de  ellos  jefe  de  la  Justicia,  quienes  por  espacio  de  un  año 
gobernábanla  provincia.  En  estas  juntas  se  hacía  también  la  elección  del  Señor  6 
jefe  militar». 


90  ÁLAVA 

Lo  que  sí  es  de  consignar  que  no  se  ve  representada  en  la 
cofradía  la  clase  popular;  así  representaba  un  conjunto  aristo- 
crático, sistema  gótico  observado  en  Asturias,  Aragón  y  Nava- 
rra. Hubo  de  sufrir  notable  variación,  porque  ya  en  tiempo  de 
D.  Alfonso  XI,  como  veremos,  se  presentaron  á  este  rey  en 
Burgos,  labradores  con  la  procura  de  la  cofradía;  lo  cual  prueba 
que  estaba  en  ella  representada  esta  clase;  aun  cuando  en  Álava 
no  formaban  los  labradores,  ni  podían  formar  una  clase  tan  pre- 
ponderante como  en  otros  puntos  de  España,  porque  ninguno 
disponía  de  muchas  tierras,  para  ser  opulento.  De  todas  ma- 
neras, esta  representación  era  popular.  No  podía  menos  de  serlo 
así  cuando  ya  en  las  cortes  de  Benavente,  años  antes,  se  había 
admitido  el  brazo  popular  en  ellas,  en  lo  cual  se  anticipó  Espa- 
ña en  medio  siglo  á  Francia  é  Inglaterra. 

La  antiquísima  y  célebre  aldea  de  Arriaga,  cuna  de  San 
Prudencio,  patrón  de  Álava,  cuya  casa  está  en  lo  alto  del  tér- 
mino, se  halla  en  las  inmediaciones  de  Vitoria :  merece  visitarse 
por  los  recuerdos  que  evoca,  y  para  contemplar  la  elegante 
torre  greco-romana  de  su  iglesia.  Cuando  en  su  término  en  el 
campo  de  Lauca,  se  reunía  la  cofradía  que  gobernaba  la  pro- 
vincia, era  grande  su  vecindario  que  hoy  apenas  cuenta  15  ve- 
cinos. Allí  está  también  el  histórico  puente,  donde  murió  el  ge- 
neral francés  Serret,  en  la  célebre  batalla  de  Vitoria,  puente 
desde  donde  se  echaba  la  carta  al  Zadorra,  para  ver  si  no  retro- 
cedían las  aguas  en  su  curso  (i). 

A  corta  distancia  se  ve  la  ermita  juradera  de  San  Juan  el 
Chico,  donde  tantas   fiestas  se  celebraban  por  aquella  cofradía 


(i)  Cuando  D.  Alfonso  VIII  confirmó  los  fueros  de  Vitoria  concedidos  por  Don 
Sancho  el  Sabio,  parece  que  les  dijo,  que :  «mientras  corriera  el  río  Zadorra  hacia 
el  Ebro,  los  tendrían».  Á  su  virtud,  desde  entonces  y  hasta  hace  38  años,  los  vi- 
torianos  acompañados  de  su  procurador  síndico,  del  escribano  y  los  alguaciles 
del  municipio,  acudían  anualmente  en  la  mañana  de  San  Juan  á  la  orilla  del  río 
Zadorra,  é  introduciéndose  en  él  á  caballo  un  alguacil,  lanzaba  una  carta  á  las 
aguas,  la  corriente  la  arrastraba,  el  escribano  levantaba  testimonio,  y  probado 
que  las  aguas  seguían  su  curso  natural  y  que  los  fueros  continuaban,  tornaban  á 
Vitoria  por  la  ermita  de  San  Juan  el  Chico  y  se  festejaba  el  acto. 


ÁLAVA  91 

promiscua,  pues  podían  pertenecer  á  ella,  como  vimos,  las  due- 
ñas y  señoras  principales  alavesas. 

La  cofradía  de  Álava  ejerció  sin  duda  jurisdicción,  mero, 
mixto  imperio,  como  consta  del  convenio  celebrado  el  24  de  Di- 
ciembre de  I  291  entre  el  concejo  de  Vitoria  y  la  cofradía,  la 
que  otorgaba  al  concejo  la  jurisdicción  y  el  derecho  de  imponer 
pena  de  muerte:  «  si  por  aventura  alguno  volviere  baraia  nin 
feriere  á  otro  en  la  villa  nin  fuera  de  la  villa  por  enemistad  que 
hayan  nin  por  otra  razón  ninguna  fasta  estos  moyones,  damos 
poder  á  vos  el  conceio  sobre  dicho,  que  á  cualquier  que  lo  fi- 
ciere  que  lo  podades  matar,  quier  por  justicia,  quier  por  otra 
muerte  qual  vos  quisieredes  ó  por  bien  tovieredes,  sin  nuestro 
mandado  e  sin  nuestro  conseio  » . 

Todo  esto  es  verdaderamente  significativo,  porque  corres- 
pondiendo la  jurisdicción  y  justicia  al  rey,  la  delegaba,  ó  con- 
sentía ú  otorgaba  cierta  independencia  en  Álava,  ó  sea  en  el 
territorio  de  la  cofradía;  sin  que  esto  pudiera  influir,  en  nues- 
tro concepto,  en  el  derecho  de  behetría  de  mar  de  que  há 
tiempo  disfrutaban  los  alaveses,  el  cual,  mientras  existiese, 
nadie  podía  coartarlo,  siendo  independiente  de  los  demás  dere- 
chos que  pudiera  tener  el  monarca. 

No  se  libraba  la  tierra  alavesa  de  los  desórdenes  y  contien- 
das, tan  generales  entonces,  por  lo  que  pugnaban  intereses  en- 
contrados. Vitoria  pleiteaba  con  la  cofradía  sobre  la  propiedad 
de  45  aldeas;  envió  D.  Alfonso  á  su  merino  mayor  de  Castilla 
Juan  Martínez  de  Leyva,  ante  el  que  expuso  la  cofradía,  «  que 
el  consejo  de  Vitoria  les  tenía  forzadas  las  45  aldeas,  e  que 
estas  dichas  aldeas  e  toda  la  tierra  de  Álava  era  e  debia  ser 
suya,  así  como  lo  fué  de  aquellos  onde  ellos  venian :  »  Vitoria 
contestaba,  «  que  dichas  45  aldeas  eran  e  debian  ser  del  rey  su 
señor  e  suyas  sin  parte  de  los  cofrades  de  Álava,  porque  las 
habian  comprado  e  ganado  asi  como  debian  »  ;  y  el  arbitro  sen- 
tenció que  41  de  estas  aldeas  pertenecían  á  Vitoria  y  4  á  la  co- 
fradía ;  reiterando  que  los  vitorianos  no  pudiesen  tener  en  tierra 


92  ÁLAVA 

de  Álava,  n¡  por  compra,  ni  por  donación,  ni  por  prenda,  ni  por 
otra  razón  alguna  más  aldeas  que  las  que  les  adjudicaba  la  sen- 
tencia, mandándoles  al  mismo  tiempo  vender  dentro  de  un  año 
las  heredades  que  tuviesen  fuera  de  realengo,  para  que  nada 
poseyesen  en  territorio  de  los  cofrades.  Confirmó  el  rey  la  sen- 
tencia y  se  restableció  la  paz,  aunque  no  de  una  manera  segura 
y  permanente,  porque  á  los  dos  meses,  hallándose  D.  Alfonso 
en  Burgos,  se  le  presentaron  procuradores  de  la  Cofradía,  hijos- 
dalgo y  labradores  á  ofrecerle  «  el  señorío,  etc.,  toda  la  tierra  de 
Álava,  et  que  fuese  suyo  ayuntado  á  la  corona  de  los  regnos; 
et  que  le  pedian  merced  que  fuese  rescebir  el  señorío  de  aquella 
tierra,  et  que  les  diese  fuero  escripto  por  do  fuesen  juzgados, 
et  posiese  oficiales  que  feciesen  y  la  justicia».  Partió  el  rey  á 
Vitoria,  presentósele  el  obispo  de  Calahorra,  individuo  por  de- 
recho propio  de  la  Cofradía,  exponiendo  que  hidalgos  y  labra- 
dores reunidos  en  el  campo  de  Arriaga,  le  rogaban  por  su  con- 
ducto fuese  á  la  junta,  « et  que  vos  darán  el  señorío  de  Álava, 
según  que  vos  lo  enviaron  decir  con  sus  mandaderos ;  »  acudió 
D.  Alfonso  al  campo  de  Arriaga  y  « diéronle  el  señorío  de 
aquella  tierra  con  el  pecho  forero,  et  que  oviese  los  otros  pechos 
reales,  según  que  los  avia  en  la  otra  del  su  señorío  > .  A  su  vir- 
tud se  otorgó  en  Vitoria  el  2  de  Abril  de  1332,  el  notable  ins- 
trumento en  que  tal  sesión  se  consigna  y  el  otorgamiento  del 
fuero  (i). 

Vitoria,  capital  de  Álava,  asentada  en  un  principio  en  la  an- 
tigua Gazteiz,  correspondiente  á  aquella  parte  de  la  población 
llamada  villa  de  Suso  ó  Campillo,  debe,  sino  su  fundación,  su 
engrandecimiento  primitivo  al  rey  D.  Sancho  el  Sabio  de  Nava- 
rra, que  fué  quien  ocupó  á  la  cofradía  de  Arriaga  el  lugar  de 
Gazteiz,  en  1 181.  Considerando  la  ventaja  del  sitio,  una  eminen- 
cia, rodeada  de  extensa  llanura,  la  fortificó,  construyendo  dos 
castillos  y  cercándola  de  altas  murallas:   nombró  jefe  militar  de 


(i)    Véase  Apéndice  núm.  i. 


ÁLAVA 


93 


esta  plaza  de  armas  á  Pedro  Ramírez,  concedió  el  monarca  fue- 
ro y  legislación  particular,  viniendo  á  ser  en  sustancia  el  mismo 
de  Logroño,  la  dio  el  título  de  villa  y  nombre  de  Vitoria,  que 
significa  sobresaliente  y  escogido.  Lo  era  también  su  legislación, 
como  lo  prueban  los  siguientes  artículos,  que  hoy  envidiamos 
algunos:  «Si  el  gobernador  de  la  villa  tuviese  justo  motivo  para 
hacer  justicia  en  algún  vecino,  no  le  pondrá  en  la  cárcel  con  tal 


Objetos  de  hierro  y  piedra  encontrados  en   \'illasuso 

(Colección  del  Sr.   Velasco) 

■que  el  delincuente  dé  fianza,  y  caso  de  que  por  no  darla  y  cons- 
tar el  delito  fuese  encarcelado,  al  salir  no  pagará  carcelaria.  >  Se 
prohibe  en  la  decisión  de  las  causas  y  litigios  la  bárbara  costum- 
bre de  las  pruebas  vulgares  de  hierro  caliente,  agua  hirviendo 
y  desafío  ó  lid  campal,  reduciéndose  la  forma  del  juicio  á  la  de- 
posición de  testigos,  los  cuales  debían  jurar  en  la  iglesia  de  San 
Miguel,  situada  á  la  puerta  de  la  villa,  delante  de  la  cual,  como 
se  acostumbraba  en  todas  partes,  tenía  el  alcalde  su  tribunal 
para  juzgar  y  administrar  justicia.  Se  establece  que  los  clérigos  é 
infanzones  contribuyeran  como  los  demás  vecinos,  y  no  tuvieran 


91  ÁLAVA 

en  la  misma  población  casa  más  libre  que  las  de  los  vitorianos. 
Se  eximía  de  todo  pecho  y  contribución  las  heredades  de  los 
nuevos  colonos  y  pobladores ,  así  como  las  de  los  antiguos, 
tanto  las  patrimoniales  como  las  adquiridas  de  cualquiera  mane- 
ra, contentándose  el  legislador  con  el  tributo  personal  de  dos 
sueldos  al  año  por  casa;  «é  sino  fuere  con  vuestra  voluntad,  nin- 
gún otro  servicio  hagáis.»  Este  fuero  de  Vitoria,  que  se  hizo 
célebre,  se  comunicó  á  muchas  villas  y  lugares,  como  Orduña, 
Salvatierra,  Tolosa,  Vergara,  Arceniega,  Lasarte,  Deva,  Azpei- 
tia  y  Elgueta, 

Confirmados  por  D.  Alfonso  VIII,  cuando  conquistó  á  Vito- 
ria, concedió  nuevas  exenciones  y  privilegios,  confirmado  todo 
porD.  Fernando  III  y  D.  Alfonso  el  Sabio  que  aumentóla  pobla- 
ción y  la  concedió  después  el  Fuero  Real  que  unificaba  el  caos 
legislativo  que  á  la  sazón  existía,  sin  que  por  entonces  consi- 
guiera su  objeto,  por  negarse  los  pueblos  y  los  señores  á  des- 
prenderse de  sus  privilegios,  á  cuya  conservación  contribuían  las 
turbulencias  del  reino.  Los  confirmó  D.  Sancho  IV  para  que  le 
ayudaran  contra  su  padre  :  D.  Juan  II  la  dio  el  título  de  ciudad  (i). 
Apenas  ha  habido  monarcas  que  no  concedieran  mercedes  á 
Vitoria:  D.  Fernando  el  Católico  la  hizo  la  de  que  se  titulara 
Muy  Noble,  y  la  reina  D.^  Isabel  obtuvo  de  Alejandro  VI,  la 
traslación  de  la  iglesia  colegial  de  Armentia  á  la  parroquia  de 
Santa  María,  hoy  catedral. 

Hemos  insinuado  anteriormente,  que  las  vicisitudes  de  los 
tiempos,  y  en  especialidad  las  producidas  por  las  disensiones 
locales,  disminuyeron  la  población  de  Álava ;  y,  en  efecto,  ya  en 
principios  de  este  siglo  contaba  cerca  de  lOO  lugares  menos, 
arruinados  unos  y  agregados  otros  á  Castilla,  Vizcaya  y  Guipúz- 
coa ;  lo  cual  se  hacía  fácilmente  cuando  reyes  y  señores  dispo- 
nían de  los  pueblos  como  de  cosas  muebles.  Pero  estas  desmem- 
braciones paulatinas  no  afectaban  tanto  á  la  provincia  y  á  la 


(i)    En  I  o  de  Noviembre  de  143  i  desde  Medina  del  Campo. 


ÁLAVA 


95 


corona  como  la  expulsión  de  los  judíos  que  pechaban  anualmente 
cerca  de  i  2  millones  de  maravedises.  En  Vitoria,  hasta  sin  médicos 
se  quedaron,  porque  eran  judíos  los  que  ejercían  esta  profesión. 

Aunque  no  se  han 
reedificado  algunos 
pueblos,  de  los  que 
sólo  quedan  las  ermi-  á 
tas,  fué  reponiéndose  ^' 
poco  á  poco  la  pobla- 
ción de  Álava;  pero 
sin  cuidarse  de  con- 
servar ó  restaurar  sus 
más  antiguos  y  pre- 
ciados monumentos, 
tanto  más  dignos  de 
ser  atendidos  cuanto 
que  no  abundaban. 

Siendo,  como  fué, 
voluntaria  la  entrega 
de  Álava  á  la  corona 
de  Castilla,  es  evi- 
dente que  en  ello  ga- 
naban los  entreoía- 
dos,  y  para  ganar 
tenían  que  verse  ne- 
cesariamente ó  muy 
oprimidos  ,    ó     muy 

recargados  de  tributos,  y  éstos  eran  sin  duda  grandes,  por- 
que el  Sr.  Becerro  nos  dice,  que,  con  la  entrega  « quedaron 
libres  de  tributos,  pechos  y  servicios  > ;  y  como  el  realengo  no 
les  eximía  de  ciertos  tributos,  de  aquí  el  que  éstos  fueran  meno- 
res que  los  que  pagaban  antes,  aun  disfrutando  «  de  todas  las 
franquicias,  buenos  usos  y  costumbres  que  desde  antiguo  te- 
nían > . 


Restos  encontrados  en  la  parte  anticua  de 
V1TOR1.4,  incendiada  en   1202 

(Colección  del  Sr.  Velascol 


96  ÁLAVA 

Careciendo  Álava  de  fuero  escrito  y  gobernándose  por  el  de 
costumbre  ó  tradicional,  ó  por  albedrío,  debía  inspirar  poca  ga- 
rantía al  débil,  porque  era  un  arma  terrible  para  el  poderoso. 
La  Monarquía  castellana  significaba  un  gran  adelanto  en  el  pro- 
greso de  los  tiempos,  era  la  primera  en  poder  y  en  ilustración, 
y  siempre  se  ganaba  en  formar  parte  de  tan  poderoso  estado; 
así,  pues,  la  entrega,  ó  más  bien,  anexión  de  Álava  á  Castilla, 
fué  un  acto  de  grande  importancia  y  de  no  menor  trascendencia 
por  los  males  que  se  remediaron  y  los  que  se  evitaron ;  y  tiene 
razón  el  Sr.  Becerro  en  calificar  de  patriótico  el  pensamiento 
presentado  por  D.  Pedro  de  Egaña  á  las  juntas  de  Álava,  de 
erigir  en  el  campo  de  Lacua,  inmediato  á  Arriaga,  un  monumento 
que  conm^emore  y  perpetúe  aquel  acto,  al  que  contribuyeron 
alaveses  de  todas  las  clases  y  de  todos  los  bandos,  inspirados 
unánimemente  en  los  más  elevados  sentimientos  de  unión,  de 
fraternidad  y  de  patriotismo. 

No  puede  menos  de  llamar  la  atención  la  existencia  en  Álava, 
como  consigna  la  escritura,  de  los  collazos  que  habían  desapareci- 
do completamente  de  Castilla,  y  allí  se  concedía  á  los  hijos-dalgo 
que  los  collazos  de  su  propiedad  siguiesen  perteneciéndoles,  y 
que  si  desamparasen  las  casas  ó  solares  de  sus  señores,  pudiesen 
éstos  prenderlos  donde  los  encontrasen  y  ocuparles  sus  hereda- 
des. Estos  collazos  recordaban  los  siervos  colonos  de  los  impe- 
rios romano  y  gótico,  adheridos  al  terruño,  y  que  no  podían  li- 
brarse del  territorio  de  los  señores,  más  que  ascendiendo,  por 
medio  del  rescate,  ala  condición  de  labradores  colonos.  Una  ven- 
taja tenían  sin  embargo  los  collazos  de  Álava,  la  de  que  reserván- 
dose el  rey  la  jurisdicción  y  administración  de  justicia,  podían 
recurrir  al  trono  contra  las  vejaciones  del  señor,  lo  cual  les 
ponía  en  mejor  condición  que  á  los  vasallos  aragoneses  y  cata- 
lanes. 

Todos  ó  casi  todos  los  monarcas  que  siguieron  á  D.  Alfonso 
hasta  Carlos  III,  aun  Fernando  VII,  confirmaron  la  anterior  es- 
critura; en  la  que  además  de  lo  que  dejamos  expuesto  se  con- 


ÁLAVA 


97 


signaba  que  los  labradores  que  morasen  en  las  tierras  de  las 
iglesias  monasteriales  y  collazos  de  los  hidalgos,  fuesen  libres  de 
todo  pecho  y  pedido,  salvo  del  buey  de  marzo  y  el  semoyo, 
pero  si  los  señores  lo  tuviesen  por  bien  no  quedasen  libres:  que 
los  hidalgos  de  las  aldeas  de  Vitoria  tuviesen  el  mismo  fuero 
que  los  de  Álava:  se  establecían  otras  excepciones  y  penas  por 
delitos,  etc. ;  y  que  no  pudiese  haber  herrerías  en  Álava,  porque 
no  se  consumiesen  los  montes.  También  se  dictaban  disposicio- 
nes sobre  la  caza,  ventas,  compras,  donaciones,  desafíos;  que  no 
haría  el  rey  ninguna  nueva  población  en  Álava,  y  eximía  á  cier- 
tas aldeas  de  todo  pecho. — Para  disfrutar  del  privilegio  de  la 
cláusula  XV — los  500  sueldos — el  hidalgo  en  Álava,  era  preciso 
lo  fuese  <  segund  fuero  de  Castilla  >,  conforme  la  cláusula  XIX 
de  la  escritura. 


'3 


CAPITULO   IV 

Estado  social. — Orden  de  la  Banda.  — Servicios  de  los  alaveses. —  El  conde 
de  Salvatierra  y   los  comuneros. — Pero  López  de  Ayala.  — Ordenanzas 


I 


Atravesaba  España,  y  de  ello  no  se  libraba  Álava,  una  de 
las  épocas  más  turbulentas  de  su  variada  historia.  Sólo  la  justi- 
ficación y  la  valiente  energía  de  D.  Alfonso  XI,  pudieron  hacer 
frente  á  tantos  desórdenes  y  á  tantos  enemigos.  No  podía,  en 
efecto,  afirmar  la  autoridad  soberana  sin  enfrenar  la  licencia  de 
la  nobleza;  para  conseguirlo,  mandó  la  observancia  de  las  leyes 
que  prescribían  que  ninguna  persona  poderosa  comprase  casas, 
ni  tierras,  ni  tuviese  heredamiento  en  las  ciudades,  villas  ó  luga- 
res pertenecientes  á  la  corona;  prohibió  embargar  la  jurisdicción 
real,  cobrar  pechos  desaforados  y  hacer  daños  y  fuerzas;  impu- 
so graves  penas  á  los  motores  de  armadas;  limitó  los  casos  de 
desafiamiento;  hizo  volver  los  alcázares  tomados  á  los  pueblos; 
ordenó  derribar  las  fortalezas  roqueras,  que  no  se  consintiese 
levantar  otras,  y  tomó  bajo  su  guarda  y  encomiéndalos  castillos 
de  los  prelados,   ricos  hombres,   hijos  dalgo  y  otro  cualquiera 


100  ÁLAVA 

para  que  fuesen  seguros  y  se  evitasen  querellas  (t).  También  se 
propuso  coartar  las  libertades  de  los  municipios,  sustituyendo  la 
elección  popular  de  alcaldes  por  los  de  elección  real;  alterando 
así  gravemente  la  existencia  de  los  concejos,  en  cuanto  á  la  pro- 
visión y  á  la  duración  de  los  oficios ;  porque  si  se  recibían  antes 
los  cargos  de  la  república  de  los  vecinos  constituidos  en  ayunta- 
miento, elegíalos  ahora  la  corona,  y  se  convirtieron  de  anuales 
en  vitalicios ;  lo  cual  era  un  retroceso  en  las  libertades  públicas. 

Es  evidente  que  D.  Alfonso  trató  de  amenguar  el  desmedido 
poder  de  algunos  orgullosos  magnates ;  pero  yerran  los  escrito- 
res que  le  juzgan  por  esto  enemigo  de  la  nobleza ;  pues  en  pro- 
tegerla fué  más  allá  que  ninguno  de  sus  antecesores,  y  hasta 
faltó  al  principio  no  desmentido  en  nuestra  antigua  jurispruden- 
cia, de  que  los  señores  no  pudieran  ejercer  jurisdicción  sino  por 
expreso  privilegio  de  la  corona;  así  es  que,  cediendo  sin  duda  á 
poderosas  influencias,  «  Et  establesgemos,  dijo,  que  la  justiciase 
» pueda  ganar  de  aquí  adelante  contra  el  Rey  por  espagio  de 
»gient  annos,  continuadamiente  sin  destaiamiento  ninguno  (2)  e 
>non  menos...  Et  la  jurisdigion  givil,  que  se  gane  contra  el  Rey 
>por  espacio  de  quarenta  annos  e  non  menos  >  (3). 

Estando  en  Vitoria  D.  Alfonso,  creó  la  Orden  de  caballería 
de  la  Banda,  que  ha  sido  seguramente  una  de  las  más  distingui- 
das, y  su  creación  un  excelente  pensamiento  por  lo  que  contri- 
buía á  dulcificar  la  rudeza  de  las  costumbres  de  aquella  época, 
á  consolidar  la  amistad  y  cariño  entre  los  asociados,  á  hacer 
renacer  el  espíritu  de  unión,  y  á  que  fuesen  todos  más  caballe- 
ros, más  leales  y  más  nobles :  que  los  hijos  segundos  y  terceros 
de  las  casas  más  distinguidas,  dejaran  la  vida  oscura  que  hacían, 
cuando  no  era  insurrecta  ó  vandálica ;  mostrando  el  regio  funda- 
dor de  la  Orden  que,  si  los  crímenes  y  desmanes  le  obligaban 


(i)    Cortes  de  Valladolid,  i  32  5.  — De  Medina  del  Campo,  1328.  — De  Madrid, 
I  329,  etc.,  etc. 

(2)  B.  X.,  Esc.  y  Tol.  omiten  :  ninguno. 

(3)  Esc. :  e  non  de  menos. 


ÁLAVA 


lOI 


á  un  rigor  inexorable  no  acostumbrado  hasta  entonces,  quería 
imperasen  en  sus  reinos  esas  costumbres  dulces  y  galantes,  ori- 
gen de  las  más  heroicas  acciones,  para  decir  al  mundo  que  en 
aquella  sociedad  eminentemente  guerrera,  se  rendía  el  debido 
culto  á  la  cortesanía  y  á  la  civilización.  Y  tan  adelante  fué  en 
esto  España,  como  en  otras  muchas  cosas,  que  lo  que  hizo  Al- 
fonso XI  en  1332,  lo  imitó  Eduardo  III  de  Inglaterra  en  1350, 
fundando  la  Orden  de  la  Jarretierra,  y  Juan  lien  Francia  institu- 
yendo la  de  la  Estrella;  pero  en  ninguna  había  como  én  la  cas- 
tellana tanta  delicadeza  en  el  objeto,  tanta  originalidad  en  la 
idea,  ni  el  espíritu  caballeresco  que  en  todo  sobresalía  (i). 

Al  pretender  D.  Alfonso  abrir  ancho  campo  de  gloria  y  for- 
tuna á  los  hijos  desheredados  de  nobles  y  opulentas  familias,  y 
perpetuar  sus  honores,  le  engañó  su  buen  deseo:  lo  consiguió 
al  pronto,  pero  no  estaba  en  su  mano  contener  ó  dirigir  esos 
grandes  sacudimientos  que  así  como  los  terremotos  derriban 
por  su  base  la  secular  encina  y  el  fortísimo  alcázar.  Las  turbu- 
lencias de  los  tiempos  y  aquel  estado  de  continua  guerra,  no 
permitían  á  aquella  sociedad  asentar  nada  permanente  que  nece- 
sitase orden  y  justicia,  para  que  hubiera  derechos  respetados  y 
deberes  ejercidos. 

Regresó  D.  Alfonso  á  Burgos,  y  desde  aquella  ciudad  dirigió 


(i)  El  distintivo  de  los  caballeros  era  una  banda  del  hombro  izquierdo  ala 
cadera  derecha.  Negra  en  un  principio,  fué  después  encarnada  y  de  otros  colores, 
con  estos  escudos : 


102  ÁLAVA 

á  Vitoria  (i)  una  real  cédula  mandando  que  ningún  judío  pudiese 
tener  obligación  sobre  los  cristianos  vecinos  de  aquella  población, 
previniendo  á  los  alcaldes  y  jurados  de  ella,  que  no  consintiesen 
ú  otorgaran  cartas  de  deudas  de  cristianos  á  judío,  dando  por 
nulas  las  que  se  hiciesen,  é  imponiendo  la  pena  de  cien  marave- 
dís de  la  moneda  nueva  á  cualquier  escribano  que  contraviniere 
á  este  decreto,  fundado  en  la  costumbre  inmemorial  observada 
constantemente  en  Vitoria,  la  cual  reclamaron  al  rey  sus  vecinos. 
Concurrieron  los  alaveses  con  los  guipuzcoanos  y  vizcaínos 
á  la  batalla  del  Salado,  peleando  bien,  como  dice  la  Crónica 
rimada : 

«  Lioneses,  asturianos, 
Gallegos ,  portugaleses, 
Biscaynos,  guipuscoanos, 
E  de  la  montanna  alaueses, 

»Cada  uno  bien  lidiauan, 
Que  siempre  será  fassanna, 
E  la  mejoría  dauan 
Al  muy  noble  rrey  de  Espanna.» 

También  acudieron  al  cerco  de  Algeciras,  comandados  por 
D.  Ladrón  de  Guevara  y  D.  Beltrán  Vélez,  su  hermano,  cuyo 
D.  Ladrón  murió  en  la  campaña  (2);  y  no  sólo  ayudó  Álava  al 
rey  con  hombres,  sino  con  alimentos,  que  las  crónicas  refieren  las 


(i)    El  28  de  Abril  de  1332. 

(2)  «Á  poco  tiempo  finara 

Un  rrico  omne,  buen  varen, 
El  rrico  omne  de  Gueuara, 
Que  llamaron  don  Ladrón. 

wReal  varón  en  sus  manos, 
En  batalla  grand  braqero, 
En  él  perdieron  lipuscoanos  (a), 
Buen  escudo  de  acero. 

»Dios  lo  quiera  perdonar, 
Pues  por  él  la  muerte  priso, 
E  le  quiera  dar  lugar 
En  el  su  santo  Paraiso.» 

Crónica,  rimada,  2265  y  sig. 

{a)     Guipuzcoanos. 


I 


ÁLAVA  10^ 

llegadas  de  bastimentos  de  Vitoria  y  de  otros  puntos.  D.  Alfon- 
so mostró  su  gratitud  concediendo  á  los  alaveses  exenciones, 
fueros  y  privilegios,  además  de  los  que  años  antes  concediera  á 
Villarreal,  á  Alegría  (i)  y  á  diferentes  poblaciones. 

La  parte  que  alguna  tierra  de  Álava  tomó  en  defensa  de  la 
bandera  levantada  por  los  comuneros  de  Castilla,  no  fué  en  pro 
de  los  mismos  derechos  y  libertades,  como  se  ha  supuesto,  que 
en  nada  se  mermaban  las  de  los  alaveses,  sino  impulsado  el  cau- 
dillo por  deseos  de  venganza,  y  por  obediencia  los  que  le  se- 
guían, porque  era  su  señor  y  disponía  de  la  vida  de  sus  vasallos. 

Tiempo  hacía  que  el  conde  de  Salvatierra  D.  Pedro  de  Ayala 
andaba  indispuesto  con  la  corte  de  la  reina  Isabel,  que  ponía 
coto  á  sus  ambiciones  y  tiranía.  Había  hecho  degollar  el  conde 
á  un  escribano,  vasallo  suyo,  por  haber  dado  á  D."^  María  su  ma- 
dre una  copia  del  testamento  de  su  difunto  esposo,  y  al  saberlo 
los  reyes  le  hicieron  prender  y  confiscar  sus  bienes,  de  lo  cual 
resultó  grave  daño  á  sus  tierras.  Llevado  el  de  Salvatierra  á  la 
corte,  se  temió  por  su  vida ;  pero  la  reina  aseguró  no  se  le  im- 
pondría pena  de  muerte  ni  mutilación  de  miembro,  y  se  remiti- 
rían al  concejo,  como  se  hizo,  las  diferencias  entre  madre  é  hijo. 
Concluido  este  asunto,  no  por  eso  dejó  el  conde  de  inquietar  á 
la  corte,  por  cuyo  motivo  mandó  el  concejo  ( 1499)  que  no  per- 
maneciese en  Vizcaya,  ipor  lo  tal  redunda  en  nuestro  deservicio 
é  en  dagno  é  escándalo  de  ese  dicho  condado  é  Encartaciones.» 
Posteriormente  se  restringieron  los  injustos  derechos  que  el  de 
Ayala,  como  dueño  y  señor,  exigía  de  sus  vasallos,  que  sólo  se 
atrevían  á  quejarse. 

En  1520  estaba  en  desacuerdo  el  conde  con  su  mujer  por 
los  muchos  agravios,  y  como  Sandoval  dice,  por  la  mala  vida 
que  por  la  recia  condición  del  conde  la  condesa  padecía;  razón 
bastante  para  haber  mandado  el  rey  que  la  condesa  D.''*  Marga- 


(i)     La  concedió  título  de  villa  y  á  sus  vecinos  facultad  para  nombrar  anual- 
mente alcalde  y  merino  naturales  del  pueblo. 


104 


ÁLAVA 


rita  con  sus  hijos  estuvieran  en  Vitoria,  dándoles  el  conde  ali- 
mentos según  su  calidad  (i). 

Considerándose  el  de  Ayala  gravemente  ofendido  y  revol- 
viendo en  su  mente  proyectos  de  venganza,  porque  no  era  de 
los  que  á  las  ofensas  se  rendían,  halló  propicia  ocasión  de  satis- 
facer su  saña  contra  el  rey  en  el  levantamiento  de  las  Comuni- 
dades:  alzó  en  Agosto  (1520)  el  mismo  pendón  en  las  merin- 
dades  de  Castilla  la  Vieja,  favorecido  por  Burgos,  cuya  ciudad 
envió  comisionados  á  Vitoria  para  que  se  unieran  á  la  junta: 
negóse  aquella  por  no  faltar  al  rey;  pero  no  era  este  el  verda- 
dero motivo,  sino  la  discordia  que  reinaba  en  los  pueblos,  que 
en  el  estado  de  centralización  en  que  no  hacía  mucho  tiempo  se 
encontraban,  querían  todos,  validos  de  sus  antiguas  preeminen- 
cias, erigirse  en  cabeza,  y  cada  cual,  á  su  vez,  exponer  los  dere- 
chos que  para  ello  le  asistían.  Decidióse,  pues,  Vitoria  á  no  ayudar 
á  las  comunidades,  aun  cuando  lo  solicitó  Guipúzcoa  y  Vizcaya, 
que  deseaban  se  uniesen  todos;  y  deseábanlo  también  los  de 
Nájera  y  Haro  que  demandaban  además  ayuda  contra  el  condes- 
table de  Castilla  y  el  duque  de  Nájera  que  decían  les  tenía  tira- 
nizados ;  mas  á  éstos  y  á  Vizcaya  y  Guipúzcoa  respondió  Vitoria 
graciosamente,  y  con  desdén  á  Burgos,  desatendiendo  el  verda- 
dero espíritu  que  en  Álava  reinaba. 

Consta  en  el  archivo  de  la  Diputación,  que  viendo  el  diputado 
general  Diego  Martínez  de  Álava  que  los  ánimos  se  inclinaban 
á  favorecer  las  pretensiones  de  los  pueblos  levantados  y  á  con- 
federarse con  ellos,  por  lo  que  de  popular  tenía  la  causa,  echó 
mano  á  cuantos  recursos  estuvieron  á  su  alcance  para  aquietar- 
los y  al  efecto  hizo  determinar  un  acuerdo  y  nombrar  á  Juan  de 
Álava  para  que  fuese  á  Tordesillas  y  viese  lo  que  hacían  los 
procuradores  de  las  comunidades  con  encargo  de  que  diera  des- 
pués cuenta  de  todo  á  la  provincia. 


(i)    El  diputado  Diego  Martínez  de  Álava  fué  el  encargado  del  cumplimiento 
de  lo  por  el  rey  mandado. 


ÁLAVA 


I.»5 


Como  el  tiempo  urgía,  y  el  de  Salvatierra  apretaba,  la  junta 
de  Tordesillas  envió  á  la  provincia  y  ciudad  de  Vitoria  á  Anto- 
nio Gómez  de  Ayala,  como  juez  ejecutor,  con  provisiones  para 
los  que  se  le  presentasen,  y  encargo  de  que  le  diese  favor  el 
conde  de  Salvatierra.  Afanábase  éste  por  decidir  á  la  junta  de 
la  provincia;  pero  se  excusaban  sus  individuos  con  la  falta  de 
poderes  para  obrar  en  vista  de  tan  difíciles  y  extraordinarias 
circunstancias;  volvieron  á  reunirse  asistiendo  los  procuradores 
de  Salvatierra  y  Laguardia,  y  después  de  una  sesión  tumultuosa, 
acordaron  estorbar  que  la  provincia  y  ciudad  tomasen  parte  en 
las  alteraciones  de  Castilla. 

Gran  contrariedad  era  ésta  para  el  conde,  cada  vez  más 
exasperado,  pues  hasta  le  habían  quitado  á  Ampudia  los  impe- 
riales, si  bien  se  la  recuperaron  Padilla  y  el  obispo  Acuña,  espe- 
rando que  él  en  tanto  se  apoderase  de  Burgos;  pero  «un  deudo 
del  conde  de  Salvatierra  supo  halagar  á  éste  andando  un  día  de 
camino  hasta  encontrarle  y  decirle  que  le  estaban  muy  agrade- 
cidos los  de  Burgos,  por  lo  cual  si  tuviesen  algún  motivo  de 
temor  le  pedirían  socorro.  Esto  y  la  seguridad  de  haberle  ya 
recuperado  la  villa  de  Ampudia  templó  sus  fueros,  y  nada  á  gus- 
to de  sus  capitanes  Gonzalo  de  Barahona  y  el  Abad  de  Ruella, 
volvió  la  espalda  á  Burgos,  y  comenzó  á  tomar  sus  medidas 
para  posesionarse  de  Vitoria  (i).» 

En  posesión  el  conde  del  cargo  de  gobernador  y  capitán  ge- 
neral desde  Burgos  hasta  Fuenterrabía,  algo  podía  hacer :  alte- 
róse la  tranquilidad  en  Vitoria  con  la  prisión  del  juez  ejecutor  y 
un  escribano,  aunque  estaban  amparados  por  el  de  Salvatierra, 
lo  cual  no  les  evitó  ser  conducidos  con  grillos  á  la  fortaleza  de 
Bernedo;  agitáronse  los  ánimos  del  pueblo  vitoriano,  y  una  or- 
den de  la  junta  de  Tordesillas  al  conde  para  que  levantara  gente 
y  tomara  la  artillería  que  el  condestable  había  de  conducir  desde 


(i)     Decadencia  de  España—  ¡ .'  Parle,  Historia  del  levantamiento  de  las  Comu- 
nidades de  Castilla,  por  D.  A  n  ionio  Ferrer  del  Rio. 

í4 


106  ÁLAVA 

Fuenterrabía,  acabó  de  excitar  á  todos,  haciéndose  teatro  de 
guerra  civil  la  provincia. 

Los  más  seguían  al  conde,  quien  con  su  gente,  la  levantada 
por  su  capitán  Gonzalo  de  Barahona  y  otros,  presentó  en  el 
campo  de  Arriaga  (Marzo  de  1521)  unos  13,000  hombres,  con 
los  que  se  apoderó  de  7  cañones  en  Arratia,  procedentes  de  Bil- 
bao; pero  los  destruyeron  sus  conductores.  Parece  que  también 
impidieron  el  paso  de  la  artillería  que  para  las  tropas  imperiales 
se  llevaba  de  Fuenterrabía,  aunque  nos  inclinamos  á  creer  que 
ambos  hechos  son  uno  mismo.  Acudió  el  conde  contra  Vitoria: 
aumentando  sus  filas  con  la  voz  de  que  iba  á  ser  saqueada,  sen- 
tó sus  banderas  en  Arriaga,  á  una  media  hora.  Su  triunfo  no 
parecía  dudoso;  mas  no  le  deseaban  los  de  la  ciudad,  ni  el  com- 
bate, y  para  quitar  pretextos  al  conde,  rogó  la  ciudad  á  los 
contrarios  de  aquél  que  se  retiraran  á  Treviño.  Entonces  se 
abrieron  las  puertas  de  la  ciudad  y  Gonzalo  de  Barahona  se  con- 
tentó con  cruzarla  con  banderas  desplegadas,  retirándose  des- 
pués al  pueblo  de  Audagoya  de  la  hermandad  de  Cuartango. 

Decidióse  la  Diputación  á  servir  mejor  la  causa  del  rey  que  la 
del  pueblo,  pues  aunque  no  interesara  tanto  la  de  las  comunidades 
á  los  vascongados  como  á  los  castellanos,  afectaba  á  toda  Espa- 
ña. El  poder  temió  que  se  propagara  la  insurrección  á  todo  el  país 
vasco,  y  cllegó  á  tanto  la  alarma,  que  pidió  y  obtuvo  de  las  jun 
tas,  no  sin  gran  oposición,  la  suspensión  de  las  garantías  forales, 
estableciendo  así  una  cosa  parecida  á  la  que  hoy  llamamos  es- 
tado de  sitio  ó  guerra » .  No  siempre  las  corporaciones  populares 
se  inspiran  en  el  sentimiento  público,  y  á  veces  le  olvidan,  aun 
cuando  no  falten  ocasiones  en  que,  si  no  contrariarle,  deban  diri- 
girle por  el  camino  más  conveniente:  en  esta  ocasión,  y  ya  de 
parte  del  Gobierno,  ordenó  que  todas  las  hermandades  acudie- 
sen armadas,  ó  á  lo  menos  con  la  mitad  del  importe  de  sus  fo- 
gueras, al  lugar  de  Aranguiz,  surtidas  de  víveres  para  ocho 
días.  Dióse  el  mando  de  estas  gentes  á  D.  Martín  Ruiz  de  Gam- 
boa y  Avendaño,  como  capitán  general  de  Álava ;  se  reforzaron 


A  LAVA  107 

SUS  huestes,  sorprendieron  á  las  fuerzas  del  conde  en  Audaij^oya, 
saqueando  y  quemando  el  pueblo;  pasaron  en  seguida  á  Salva- 
tierra, tomándola;  quemaron  la  casa-fuerte  de  Gauna,  y  el  i  2  de 
Abril  pelearon  ambos  contendientes  en  el  puente  de  Durana, 
quedando  derrotados  los  comuneros.  Preso  Barahona,  fué  de<^o- 
liado  en  Vitoria;  y  preso  también,  poco  después  el  conde,  le  con 
dujeron  á  Bunios,  donde  se  vio  tan  pobre  y  desamparado  que 
hubo  de  aceptar  los  socorros  de  un  antig^uo  criado  suyo  que  se 
hallaba  al  servicio  del  condestable  su  enemigo.  ¡Cuánto  debió 
sufrir  la  orgullosa  altivez  de  aquel  magnate!  (i). 

En  1524,  estando  en  Burgos  el  emperador,  que  no  había 
olvidado  la  saña  que  tuvo  á  los  comuneros,  ni  saciado  su  sed  de 
sangre,  habiéndose  derramado  tanta,  hizo  morir  al  conde  desan- 
grado. Al  llevarle  á  enterrar  iba  con  grillos  en  los  pies  descu- 
biertos y  éstos  fuera  del  ataúd.  Ni  aun  al  muerto  se  perdonaba. 

En  la  contienda  entre  el  rey  D.  Pedro  y  su  hermano  D.  En- 
rique, siguió  Álava  en  un  principio  el  partido  del  monarca  legí- 
timo, á  costa  de  no  pocos  sufrimientos,  que  sabía  arrostrar  su 
noble  lealtad.  Intereses  encontrados  y  pasiones  bastardas  divi- 
dieron á  los  alaveses,  y  mientras  los  gamboinos  apoyaban  á 
D.  Pedro,  defendían  los  oñacinos  á  D.  Enrique.  En  poco  estuvo 
que  en  su  llanada  se  dirimiera  la  cuestión  fratricida:  el  ejército 
de  D.  Pedro  penetró  en  Álava  por  la  parte  de  Salvatierra,  y  el 
de  D.  Enrique,  compuesto  en  gran  parte  de  aventureros  y  no 
muy  distinguidos  extranjeros,  acampó  debajo  de  la  montaña  en 
cuya  cumbre  estaba  el  castillo  de  Zaldiarán:  detuviéronse 
poco  y  marcharon  á  la  Rioja  donde  se  libró  la  famosa  batalla 
de  Nájera  en  la  que  fué  derrotado  D.  Enrique,  debiendo  su  sal- 
vación al  caballero  alavés  Ruiz  Fernández  de  Gauna. 

Hallóse  en  esta  batalla  Pero  López  de  Ayala,  una  de  las 
figuras  más  conspicuas   de  la  Edad    media.    Descendiente   de 


(i)     La  casa-solar  de  la  familia  del  conde  de  Salvatierra,  en  Vitoria,  fue  á  poder 
de  la  ciudad  que  la  destinó  á  cárcel,  hasta  18^7  que  fue  demolida. 


I08  ÁLAVA 

¡lustre  familia  alavesa,  antes  y  después  enlazada  con  la  regia 
estirpe  de  Aragón  y  de  Castilla,  nació  en  1332;  mozo  ya,  fué 
doncel  del  rey  D.  Pedro  de  cuyo  servicio  se  separó  para  ir  al 
de  D.  Enrique.  Poeta  insigne  y  discreto  historiador  de  cuatro 
diferentes  reinados,  pues  así  manejaba  bien  la  espada  como  la 
pluma;  creado  alférez  mayor  de  la  Orden  de  la  Banda,  llevó  en 
esta  pelea  el  respetado  pendón  de  aquella ,  experimentando  la 
desgracia  de  quedar  prisionero  de  los  ingleses,  librándose  mer- 
ced á  un  crecido  rescate.  Unióse  después  á  D.  Enrique,  quien 
en  sus  larguezas  dio  al  de  Ayala  la  puebla  de  Arceniega  y  la 
Torre  del  Valle  de  Orozco,  confirmándole  la  posesión  del  valle 
de  Llodio:  nombróle  en  1374  alcalde  mayor  de  Vitoria,  le  con- 
firió al  año  siguiente  el  mismo  cargo  en  Toledo;  le  envió  como 
su  embajador  á  la-  corte  del  rey  de  Aragón  para  concertar  las 
diferencias  que  habían  provocado  el  desafío  de  Juan  Ramírez  de 
Arellano,  mereciendo  grandes  elogios  su  comportamiento;  no 
menos  distinciones  mereció  de  D.  Juan  I,  quien  le  otorgó  por 
privilegio  rodado  la  villa  y  aldeas  de  Salvatierra  de  Álava :  de 
él  se  valió  el  rey  para  que  ofreciera  su  amistad  á  Carlos  VI  de 
Francia :  y  hallándole  Ayala  ocupado  en  guerra  contra  ingleses 
y  flamencos,  sirvióle  tan  eficazmente  con  su  consejo  en  la  famo- 
sa batalla  de  Rosebeck,  que  no  sólo  mereció  la  honra  de  que  le 
nombrase  su  camarero,  sino  que  le  concedió  durante  su  vida  y 
la  de  su  hijo  mayor,  Fernán  Pérez  de  Ayala,  mil  francos  de  oro 
anuales. 

Continuó  prestando  á  Juan  de  Castilla  sus  servicios  ayudán- 
dole con  dignos  y  políticos  consejos,  y  en  la  batalla  de  Aljuba- 
rrota,  después  de  reconocer  la  posición  ventajosa  que  tenían  los 
portugueses  y  suplicar  al  rey  que  esquivase  hasta  la  menor  es- 
caramuza en  aquel  lugar,  que  entendía  había  de  resultar  contra 
la  reputación  y  salud  de  sus  soldados,  como  la  gente  moza  lo 
achacara  á  temor  y  comenzara  la  pelea,  peleó  bizarramente 
Ayala,  hasta  caer  en  poder  de  los  enemigos  abrazado  al  pen- 
dón  de  la  banda.  Paseáronle   metido  en  una  jaula  de  hierro; 


ÁLAVA  109 

encerráronle  cargado  de  hierros  en  el  castillo  de  Oviedes; 
obluvo  su  rescate  por  30,000  doblas ;  agracióle  el  rey  con 
los  cariaos  de  copero  y  camarero  mayor;  fué  de  embajador 
á  Inglaterra,  y  en  las  cortes  de  Guadalajara  de  1390,  prestó  al 
rey  uno  de  esos  servicios  que  no  suelen  ser  agradecidos,  porque 
en  vez  de  falaz  lisonja  son  valerosa  y  digna  contrariedad.  Que- 
ría D.  Juan  apellidarse  rey  de  Portugal  abrigando  el  descabe 
Hado  proyecto  de  abdicar  en  su  hijo  D.  Enrique  el  reino  de 
Castilla,  reservándose  los  de  Andalucía  y  Murcia  con  el  señorío 
de  Vizcaya;  con  lo  cual  juzgaba  que,  aplacados  los  portugueses 
para  quienes  la  posibilidad  de  unirse  en  una  sola  cabeza  ambas 
coronas,  había  sido  pretexto  á  la  rebelión,  abandonarían  la  cau- 
sa del  de  Avís,  declarándosele  sus  vasallos.  Al  tratarse  de  esto, 
López  de  Ayala,  penetrado  de  los  desastres  que  acarrearía  tan 
menguado  proyecto,  posponiendo  toda  lisonja,  con  gran  entere- 
za y  dignidad  lo  desaprobó  en  un  discurso,  abundoso  en  máxi 
mas  políticas  y  morales,  y  el  rey  considerando  primero  irreve- 
rente la  libertad  de  Ayala,  y  deponiendo  después  su  infundado 
enojo,  mostró  su  grandeza  de  ánimo  pidiéndole  perdón  de  haber 
dudado  de  su  fidelidad  y  olvidó  su  descabellada  empresa. 

Durante  la  minoridad  de  Enrique  III,  intervino  Ayala  más 
directamente  en  la  gobernación  del  Estado,  formando  parte  del 
consejo  de  regencia  por  voto  de  las  Cortes  de  Madrid.  En  1392 
ajustó  treguas  con  Portugal.  Determinado  el  rey  en  el  siguiente 
año  de  tomar  sobre  sí  el  peso  de  la  república,  retiróse  Ayala  á 
sus  posesiones  de  Quejana  de  Álava,  para  descansar,  en  el  seno 
de  su  familia  y  en  la  dulce  paz  de  las  letras,  de  las  inquietudes 
de  la  Corte. 

Entonces,  1396,  dotó  á  la  iglesia  de  San  Juan  del  retablo 
mayor  y  frontales  del  mismo.  En  otras  obras  pías  se  ocupaba 
cuando  fué  investido  en  1398  con  el  título  de  Canciller  mayor 
de  Castilla,  de  cuyo  cargo  era  exonerado  el  arzobispo  de  San- 
tiago, D.  Juan  García  Manrique.  Volvió  á  la  Corte;  logró  que 
sus  hijos  Fernán  Pérez  y  Pedro  López  fuesen  honrados  por  el 


lio  A   1.  A   V   A 

rey  con  los  empleos  de  merino  mayor  de  Guipúzcoa  y  alcalde 
mayor  de  Toledo,  carg^o  que  él  había  hasta  entonces  por  sí 
ó  por  sus  tenientes  desempeñado;  se  dedicó  asiduo  á  servir  la 
Cancillería,  de  cuyas  tareas  se  desquitaba  con  el  cultivo  de 
las  letras  durante  el  estío,  ora  en  su  casa  de  Quejana,  ora  en  el 
monasterio  de  San  Miguel  del  Monte,  retiro  agradable,  cercano 
á  Miranda  de  Ebro,  hasta  que  falleció  en  1406  en  Calahorra, 
sepultándose  en  el  monasterio  de  Quejana,  fundación  de  su 
padre,  uno  de  los  alaveses  que  firmaron  el  acta  de  la  entrega 
en  1332. 

Está  situada  la  casa  monasterio  de  Quejana,  que  no  repre- 
sentamos por  su  poca  importancia  artística,  y  perteneció  á  la 
Orden  de  Santo  Domingo,  á  2  leguas  de  Orduña;  conserva  aún 
notables  enterramientos  de  los  Ayalas,  Sarmientos  y  Guzmán, 
y  en  la  capilla,  fundación  de  Pero  López  de  Ayala  y  de  su  mu- 
jer D.^  Leonor  de  Guzmán,  tiene  unas  grandes  tablas  góticas 
con  los  retratos  de  los  Ayalas,  Fernán  y  Pero,  y  delante  de 
estas  magníficas  tablas,  curas  ignorantes  colocaron  unos  altares 
churriguerescos  que  inspiran  horror.  En  cambio,  la  capilla,  los 
sepulcros  con  estatuas  y  otros  ricos  y  gloriosos  vestigios  están 
cerrados,  abandonados,  y  cubiertos  de  polvo,  telarañas  y  ense- 
res viejos.  Esta  capilla  se  llamó  de  Nuestra  Señora  del  Cabello, 
por  una  imagen  de  oro  de  peso  de  14  marcos,  teniendo  en  la 
coronilla  de  su  cabeza  un  cabello  de  Nuestra  Señora  dado  por 
los  fundadores. 

El  extenso  recuerdo  que  hemos  consagrado  al  eminente 
López  de  Ayala,  no  sólo  es  merecido,  sino  que  debiera  servir  de 
estímulo  á  la  provincia  para  que  se  honraran  más  los  restos 
y  el  sitio  en  que  yacen,  del  que  además  de  gran  político,  se 
distinguió  como  poeta  y  filósofo,  como  historiador  y  moralista. 
Tradujo  del  latín  al  castellano  el  libro  del  Sumo  Bien  de  Isido- 
ro de  Sevilla,  y  la  Visión  ó  Libro  de  la  Consolación  de  Boecio; 
sacó  de  los  Morales  de  Job^  de  Gregorio  Magno ,  preciado  ra- 
millete de  flores  y  sentencias ;  vertió  también  al  castellano  para 


Á  I.   A   V   A  III 

hacerlas  familiares  Las  Décadas  de  Tito  Livio,  hasta  entonces 
descubiertas,  la  Historia  Troyana  de  Guido  de  Colonna,  y  la 
Caida  de  Principes^  de  Boccacio :  compuso  el  famoso  poema 
Rimado  del  Palacio,  en  el  que  con  inusitada  valentía  combate 
todos  los  vicios  de  la  época,  sin  perdonar  al  mismo  Sumo  Pon- 
tífice, porque  dice  muy  bien, 

igi.     Si  la  cabeza  duele,  todo  el  cuerpo  es  doliente. 

No  librándose  los  prelados  y  el  clero  de  sus  censuras ,  tam- 
poco podían  librarse  los  reyes. 

235.     Este  nombre  de  rey  |  de  bien  regir  desciende: 
Quien  há  buena  ventura  |  bien  assy  lo  entiende; 
Kl  (jue  bien  á  .su  pueblo  |  gobierna  et  defiende 
Este  es  rey  verdadero;  |  tírese  el  otro  dende. 

Escribió  además  Ayala  las  crónicas  del  Rey  D.  Pedro,  de 
D.  Enrique  II,  de  D.  Juan  /  y  de  Z?.  Enrique  III,  en  cuyas 
meritorias  vigilias  llegó  á  sorprenderle  la  muerte:  en  todas  estas 
obras  es  claro,  conciso,  elegante  más  que  otro  alguno  de  los 
escritores  de  su  tiempo:  en  todas  resplandece  el  decoro  de  la 
narración,  la  pureza  y  frescura  del  lenguaje,  la  sencillez  del  es- 
tilo, sin  que  asome  en  ella,  ni  aun  remotamente,  aquella  pedan- 
tesca afectación ,  que  algún  tiempo  después  caracteriza  la  prosa 
de  los  más  notables  escritores  castellanos,  que  se  precian  de 
imitar  en  sus  producciones  las  elegancias  latinas  (i). 

También  acometió  López  de  Ayala,  siguiendo  el  camino  que 
su  padre  le  trazara,  la  empresa  de  escribir  la  Historia  de  su 
casa  y  el  Libro  de  cetrería,  que  no  ha  visto  aún  la  luz  pública 
y  le  escribió  en  1386  estando  preso  en  el  castillo  de  Oviedes. 

Véase,  por  lo  expuesto,  si  hasta  estamos  obligados  á  reco- 
mendar á  la  provincia  de  Álava,  que  no  olvide  á  uno  de  sus 
más  preclaros  hijos;  que  honre  sus  abandonados  restos,  que 
enaltece  á  los  vivos  honrar  á  los  muertos,   y  considere  debida- 


( I )    Hisiorix  critic.i  de  la,  literatura  española,  por  D.  Josi:  Amador  de  los  Ríos. 


112  ÁLAVA 


mente  la  memoria  del  que  no  sólo  es  una  gloria  de  Álava  sino 
de  España. 


II 


Aun  cuando  Álava  no  hubiera  tomado  parte,  que  la  tomó  y 
mucha,  en  la  fratricida  lucha  entre  D.  Pedro  y  D.  Enrique,  bas- 
taba lo  que  en  ella  figuró  Ayala.  Pero  no  podía  eximirse  aquella 
provincia  aunque  no  fuera  más  que  de  experimentar  las  conse- 
cuencias de  la  guerra  y  de  las  vicisitudes  á  ella  inherentes.  En 
el  parlamento  que  el  rey  D.  Pedro  tuvo  en  Bayona,  obligábase 
el  de  Navarra  á  dejar  libre  á  las  tropas  confederadas  el  paso 
por  su  territorio,  y  á  combatir  personalmente  por  D.  Pedro,  el 
cual  le  daría  en  compensación  las  provincias  de  Guipúzcoa  y 
Álava,  Calahorra,  Alfaro,  Nájera  y  todas  las  tierras  que  decía 
haber  pertenecido  antiguamente  á  Navarra.  Su  rey,  Carlos  el 
Malo,  en  vez  de  cumplir  lo  que  pactó  y  firmó,  conferenció  á 
poco  con  D.  Enrique  en  Santa  Cruz  de  Campezu,  á  presencia 
de  los  arzobispos  de  Toledo  y  Santiago  y  de  varios  magnates 
de  Castilla,  y  juró  por  la  hostia  sagrada  que  no  daría  paso  á 
las  huestes  de  D.  Pedro  y  serviría  con  su  poder  y  persona  á 
D.  Enrique,  que  le  dio  en  recompensa  la  villa  de  Logroño. 
Mas  así  como  los  reyes  disponían  á  su  antojo  de  los  pueblos, 
éstos,  cuando  la  ocasión  se  les  deparaba,  se  entregaban  á  quie- 
nes más  beneficios  les  otorgaba.  Derecho  tenían  los  pueblos  de 
Álava  á  ser  atendidos  y  amparados  por  D.  Pedro  cuyo  partido 
seguían  ;  pero  no  les  pudo  otorgar  el  socorro  que  demandaron 
al  verse  sitiados  por  D.  Enrique.  Suplicáronle  entonces  les  per- 
mitiese capitular  honrosamente,  por  no  poder  soportar  ya  más 
tiempo  el  hambre  y  la  miseria,  y  D.  Pedro  les  contestó  que 
nunca  se  partiesen  de  la  corona  de  Castilla,  y  que  en  vez  de  en- 
tregarse al  navarro,  como  pretendían,  se  diesen  á  D.  Enrique. 
Dispuestas  estaban  Vitoria,  Salvatierra  y  Santa  Cruz  de  Cam- 


I  1  I  ÁLAVA 

pezu,  á  cumplir  los  deseos  de  D.  Pedro,  pero  el  versátil  don 
Tello,  unido  á  la  sazón  con  el  navarro,  medió  poco  noble  y 
caballerosamente  en  estos  tratos,  y  acompañó  á  D.  Carlos  á 
tomar  posesión  de  aquellas  villas.  Procuró  cobrarlas  D.  Enrique 
al  suceder  á  su  hermano;  lo  consiguió  respecto  á  Salvatierra 
y  Santa  Cruz;  y  para  que  el  navarro  devolviera  á  Vitoria,  tuvo 
que  mediar  el  cardenal  Guido  de  Boloña,  legado  de  Su  Santidad. 

Poco  después,  en  la  guerra  de  Castilla  con  Navarra,  forma- 
ron parte  los  alaveses  del  ejército  castellano,  siempre  leales, 
por  lo  que  les  mostraban  todos  los  reyes  su  agradecimiento 
confirmándoles  sus  privilegios  y  aumentándolos. 

Las  hermandades,  á  la  vez,  no  habían  estado  ociosas  ;  pero 
careciendo  sus  acuerdos  de  la  debida  unidad,  la  tuvieron 
en  141 7,  en  cuyo  año  las  villas  de  Vitoria,  Treviño  y  Salva- 
tierra, con  motivo  de  los  muchos  y  graves  delitos  que  se  come- 
tían en  ellas  y  en  sus  comarcas,  formaron  entre  sí  hermandad 
y  un  cuaderno  de  34  ordenanzas  para  su  gobierno,  que  aprobó 
D.  Juan  II  ó  más  bien  la  reina  tutora  D.''^  Catalina,  añadiendo 
que  entrasen  en  la  hermandad  otros  lugares,  so  pena  de  no 
protegerlos  de  los  malhechores.  Las  penas  que  contra  éstos  se 
establecían,  eran  severas,  y  demuestran  lo  que  aquellos  abun- 
daban además  del  mucho  daño  que  hacían:  «por  la  tala  maliciosa 
de  diez  cepas  de  vino  ó  de  parral  ó  de  diez  manzanos  ú  otros 
frutales  para  arriba,  que  puedan  llevar  fruto ,  sea  muerto. »  Los 
alcaldes  de  hermandad,  con  arreglo  afuero,  ejercían  jurisdicción 
y  administraban  justicia. 

Las  anteriores  ordenanzas  llegaron  á  regir  en  toda  la  pro- 
vincia; se  ampliaron  en  1458  cuando  D,  Enrique  IV,  para  arre- 
glar el  gobierno  de  Álava,  mandó  á  tres  letrados  que  con  los 
procuradores  de  ella,  formasen  un  nuevo  cuaderno  de  ordenan- 
zas, completándose  con  él  el  cuerpo  de  leyes  de  la  provincia  (i), 


(i)    Para  el  completo  y  cabal  conocimiento  de  la  legislación  alavesa,  puede 
verse  su  historia  por  los  Sres.  Marichalar  y  Manrique. 


ÁLAVA  115 


que  ocupaba  más  extensión  que  al  presente;  pues   á   las  juntas 
para  ultimar  la  anterior  legislación,  vemos  que  asistieron  repre 
sentantes  de  las  hermandades   de   Miranda,    Pancorbo,   Saja  y 
otros  pueblos  que  no  forman  hoy  parte  de  Álava. 


III 


Los  bandos  gamboÍ7io  y  oñacino  que  tanto  ensangrentaron 
el  suelo  de  las  tres  provincias  hermanas,  y  de  los  que  nos  ocu- 
paremos al  escribir  de  Vizcaya,  porque  allí  quedaron  perpetua- 
dos hasta  nuestros  días,  tuvieran  ó  no  su  origen  en  tierra  ala- 
vesa (i),  es  lo  cierto  que  en  el  siglo  xiii  mandaba  en  Álava  el 
bando  gamboino  representado  por  D.  Pedro  Ladrón  de  Gue- 
vara, señor  de  Ulibarri  Gamboa,  y  á  su  lado  los  Vélaseos  de 
Álava,  los  Olasos  de  Guipúzcoa,  y  los  Avendaños  y  Urquizus 
de  Vizcaya;  y  los  oñacinos  tenían  á  su  frente  á  D.  Lope  de 
Oñaz,  y  le  seguían  los  Mendozas  de  Álava,  los  Lazcanos  y 
Loyolas  de  Guipúzcoa  y  los  Múgicas  de  Vizcaya,  peleando  con- 
tinuamente y  con  ferocidad  en  Murguía,  en  Arratia,  en  Sal- 
vatierrra,  en  Elorrio  y  en  otros  puntos,  lo  mismo  de  Álava 
que  de  Guipúzcoa  y  Vizcaya;  y  esto  por  espacio  de  cerca  de 
cuatro  siglos,  durante  los  cuales  la  historia  alavesa  no  registra 
más  que  horrores,  porque  parecían  haberse  extinguido   hasta 


(i)  Cuentan  algunos,  y  como  cuento  lo  referimos,  por  ser  común  opinión  y 
por  antiguos  escritores  consignada,  que  en  las  procesiones  que  se  celebraban  en 
Mayo  para  trasladar  la  virgen  de  Estivaliz  desde  su  iglesia  al  campo  de  Arriaga, 
llevando  ofrendas  que  consistían  en  cirios,  algunos  hasta  de  ?  quintales  de  peso, 
se  disputó  sobre  si  el  gran  cirio* encendido  y  con  andas,  se  llevaría  en  lo  alto 
(Gamboiá),  en  hombros,  ó  en  bajo  (Oñez),  en  las  manos;  que  á  ellas  vinieron  agria- 
da la  disputa,  resultando  muertos  y  heridos,  y  de  aquellas  palabras  tomaron  su 
nombre  los  contendientes. — Pueril  es  indudablemente  el  pretexto;  pero  no  menos 
pueriles  lo  han  sido  otros  que  han  ensangrentado  reinos.  Supónese  también  que 
tomaron  el  nombre  de  las  tierras  ó  casas  pertenecientes  á  ambos  partidarios:  pues 
Gamboa  se  llamaba  y  se  llama  una  hermandad  de  la  cuadrilla  de  Mendoza  com- 
puesta de  ocho  pueblos,  separándola  de  Guipúzcoa  la  alta  sierra  de  Elguea.  y  al 
otro  lado  de  ella,  en  aquella  provincia  y  en  lo  más  bajo  (Oñez,'  de  los  valles,  hacia 
las  tierras  de  uñate,  está  el  asiento  de  la  casa  de  Oñez. 


ii6 


ÁLAVA 


las  nociones  de  humanidad.  Tan  exacerbadas  estaban  las  pasio- 
nes y  tan  endurecido  el  corazón  de  todos.  Prolongábase  tal 
estado,  porque  en  aquel  constante  bregar  hacían  su  aprendizaje 
guerrero  los  hijos  de  los  caudillos  que  perpetuaban  con  su 
nombre  los  rencores  de  familia  y  perpetuaban  también  á  la  vez 


Detalle  de  la  Basílica  de  Armentja 


la  destrucción  del  país ;  pues  apenas  se  daba  un  paso  sin  encon- 
trar campos  y  montes  talados,  pueblos  incendiados  y  caseríos 
en  ruinas.  El  blasón  de  una  de  las  casas  antiguas  de  Álava,  de 
Zarate,  es  la  representación  de  las  anchas  hojas  acuáticas  del 
río  Zadorra,  que  parece  quedaron  cubiertas  con  el  polvo  levan- 
tado por  el  tropel  de  los  contendientes,  con  un  cerco  de  sangre; 
que  fué  mucha  la  derramada  en  la  batalla  del  Zadorra,  librada 
al  pié  del  alto  Araca  y  sobre  el  viejo  puente  del  camino  de 
Arriaga,  mandando  á  los  oñacinos  Fernando  Ortiz  de  Zarate, 
primero  de  este  apellido. 


ÁLAVA  ir 


IV 


Fundada  Vitoria  en  una  colina,  apenas  era  dueña  de  más 
terreno  que  el  que  ocupaba,  y  como  la  villa  pertenecía  al  rey 
de  Navarra,  los  del  llano,  que  era  de  los  alaveses,  no  podían 
menos  de  oponerse  á  las  aspiraciones  de  ensanche  de  la  nueva 
población.  De  aquí  la  continua  lucha  entre  unos  y  otros,  pues 
aunque  en  menor  número  los  vitorianos,  hallaban  siempre  seguro 
asilo  y  defensa  en  sus  torres  y  murallas.  De  ellas  salían  á  sor- 
prender á  sus  enemigos  y  á  efectuar  algaradas,  dejando  en  pos 
tristes  recuerdos.  Molestábanles  mucho  los  vecinos  de  Avenda- 
ño,  y  quejándose  de  ello  al  rey  de  Navarra,  es  fama  que  sacó 
su  espada,  cortó  de  un  golpe  una  planta  que  cerca  de  él  había, 
y  dijo  á  los  mensajeros:  «Esto  habéis  de  hacer  con  vuestros 
enemigos;»  á  poco  arrasaron  á  Avendaño. 


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CAPITULO  V 

Álava  antigua. — Basílica   de   Armentia. 

Santuarios  de  Ntra.  Sra.  de  Ayala  y  de  Estibaliz. — Monumentos  antiguos  de 

Vitoria. — Santa  María. — San  Vicente. — San  Pedro. — Casas  de  la 

Cuchillería. — Casa  de  los  Álavas 


I 


Algunos  templos  de  Álava,  sin  distinguirse  por  lo  suntuosos 
y  antiguos  como  los  de  otras  provincias,  son  sin  embargo  nota- 
bles, sobresaliendo  entre  todos  los  restos  de  la  Basílica  de  Ar- 
mentia, cuya  iglesia  ya  existía  en  el  siglo  ix. 

La  actual  y  casi  despoblada  aldea  de  Armentia,  que  se  cree 
fundadamente  ocupa  el  mismo  sitio  que  la  antigua  Suisacio,  de 
que  hablan  Tolomeo  y  Antonino  en  su  itinerario,  como  una  de 


120 


ÁLAVA 


las  mansiones  del  camino  romano  de  Astorga  á  Burdeos,  tuvo 
en  aquellos  tiempos  y  posteriores  verdadera  importancia  por  su 
gran  población.  De  haber  existido  en  tiempo  de  los  romanos, 
hay  testimonios  evidentes  (i).  En  sus  cercanías  y  en  todo  el  dis- 
trito desde  Irufia  hasta  Alegría,  en  cuyas  inmediaciones  estuvo 
Tulonio,  se  notan  vestigios  de  la  vía  romana. 

A  la  iglesia  de  Armentia  se  trasladó  la  cátedra  episcopal  de 
Calahorra,  y  se  fijó  allí,  después  del  cautiverio  de  esta  ciudad, 
la  silla  del  Obispado  alavense ;  cuyo  establecimiento  se  debió  á 
la  piedad  de  los  reyes  de  Asturias,  los  cuales,  viendo  á  sus  pre- 
lados fugitivos  á  causa  de  la  invasión  sarracénica,  crearon,  para 
conservar  el  culto,  el  obispado  de  Álava.  Excelente  prueba  de 
haberse  visto  libre  de  mahometanos  aquella  región,  aun  la  llana, 
porque  á  dominar  en  ésta,  hubieran  llevado  á  sitio  más  montuo- 
so el  Obispado.  Los  obispos  Teodomiro,  Recaredo  y  Vivere  que 
existieron  en  los  siglos  viii  y  ix,  confirman  escrituras  como  obis- 
pos de  Calahorra  residentes  en  Álava.  La  extensión  de  esta  dió- 
cesis, en  algún  tiempo,  se  dilataba  por  el  N.  hasta  el  Cantábrico, 
comprendiendo  el  señorío  de  Vizcaya;  por  el  E.  confinaba  con  el 


(i)    Cuando  se  reedificó  la  iglesia  de  Armcnlia  en   1776  se  encontró  la  si- 
guiente inscripción  romana  en  una  piedra  rota  por  el  medio. 


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Dice:  Á   los   Dioses   Manes.— Á  Tito  Domicio  Lutacio  Marido  Piadosísimo  de 
85  años  de  edad,  Apuleia  su  mujer  cuidó  de  hacerle  este  sepulcro. 


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O 

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122  ÁLAVA 


obispado  de  Pamplona,  al  cual  correspondía  la  provincia  de  Gui- 
púzcoa; por  el  S.  se  extendía  hasta  la  sonsierra  de  Navarra  y 
Rioja;  confinando  por  esta  parte  con  el  de  Valpuesta,  y  por  O. 
llegaba  hasta  la  hermandad  de  Urcabustaiz.  Uno  de  los  obispos 
de  Armentia,  D.  Fortunio,  formó  parte  de  la  comisión  que  llevó 
á  Roma  el  oficio  muzárabe,  para  presentarle  al  papa  Alejan- 
dro II,  cuando  se  trataba  de  abolir  aquél.  Muerto  Fortunio,  hacia 
el  año  1 088,  se  suprimió  el  Obispado  alavense  y  silla  de  Armentia, 
agregando  su  jurisdicción  á  la  de  Calahorra,  quedando  la  iglesia 
de  San  Andrés  de  Armentia  en  clase  de  colegial,  con  canónigos 
y  dignidades  de  las  cuales  la  principal  era  la  del  arcediano  de 
Álava,  que  residió  por  muchos  años  en  Armentia,  hasta  que 
en  1498  se  trasladó  la  colegial  á  Vitoria,  quedando  aquella  re- 
ducida á  una  simple  parroquia. 

Según  Iturriza,  Alaquide  fué  el  primer  obispo  de  Armentia 
elegido  hacia  el  año  de  750,  á  causa  de  haberse  aumentado  la 
población  con  la  ida  de  los  españoles  huyendo  de  los  moros; 
manifestando  además  que  éste  y  los  obispos  siguientes,  fundaron 
las  cuatro  parroquias  de  San  Prudencio,  de  San  Martín,  de  San 
Pelayo  y  de  Santa  Lucía,  cerca  ésta  del  año  871,  y  barrio  de 
Cestra:  todas  en  la  gran  población  de  Armentia  que  la  supone 
con  18,000  vecinos  en  el  siglo  ix,  como  consta  en  el  testamento 
que  otorgó  el  señor  Ildemiro,  rico  hombre  de  Armentia,  el  año 
citado  de  871. 

La  iglesia  de  San  Andrés,  fundada  por  San  Saturnino,  os- 
tenta, según  las  láminas  que  presentamos,  arquitectura  gótica, 
toda  de  piedra  de  sillería  blanca  y  bien  labrada;  es  de  una  nave 
muy  capaz,  planta  prolongada,  con  su  crucero,"  las  bóvedas 
afianzadas  en  arcos  sillares  de  medio  punto:  la  fachada  constaba 
de  dos  cuerpos;  en  el  superior  estaba  Cristo  con  su  apostolado 
de  talla  entera;  en  el  segundo  varios  relieves  y  letreros  alusivos 
á Jesucristo  y  á  la  iglesia;  el  más  notable  de  ellos,  sobre  el  din- 
tel de  la  puerta ,  dice :  huís  \  operis  •  avtores  rodericus  [  eps. 
Falta  un  trozo  de  piedra  en  el  extremo   derecho   de  la   inscrip- 


A  LAVA 


123 


ción.  La  reedificación  que  sufrió  esta  iglesia  en  1776,  mudó 
enteramente  el  semblante  de  la  antigua.  En  las  excavaciones 
que  se  hicieron  para  la  nueva  fábrica,  se  encontraron  algunos 
fragmentos  de  piedra  con  inscripciones,  varios  capiteles  y  basas 
de  columnas  que  se  ocultaron  con  gran  descuido  en  las  paredes 
del  nuevo  edificio  ¡  bien  que  teniendo  consideración  con  la  refe- 


'T%:.'^Í^^iílfl&^.^^,^ 


Santuario  de  Xta.  Sra.  de  Avala 


rida  puerta,  la  colocaron  en  el  atrio  como  antes  estaba,  con  el 
laudable  fin  de  conservar  esta  antigua  memoria,  que  es  induda- 
blemente la  más  preciada  de  Álava  ;  la  que  representa  los  pri- 
meros alardes  del  arte  cristiano,  en  forma  y  manera  que  tanto 
enaltece  el  sentimiento  religioso  del  país,  como  honra  su  ilus- 
tración, evidenciando  su  progreso  en  la  marcha  civilizadora  ini 
ciada  en  lo  restante  de  la  península. 

Otro  de  los  monumentos  notables,  que  conserva  la  provin- 
cia, es  el  Santuario  de  Ntra.  Sra.  de  Ayala. 


124  ÁLAVA 

Asentada  Ayala  en  jurisdicción  de  la  villa  de  Alegría,  dio 
nombre  á  la  famosa  hermandad  de  36  poblaciones.  Era  tam- 
bién Ayala  la  3.^  cuadrilla  de  las  seis  en  que  se  dividía  la 
provincia  de  Álava,  y  Vicariato  del  obispo  de  Calahorra,  com- 
prendiendo 28  pueblos. 

La  antigüedad  de  Ayala  infórmala  una  bella  ermita  ó  más 
bien  restos  de  la  parroquia  que  fué  de  aquel  lugar,  cuyos  veci- 
nos con  los  de  otras  aldeas  inmediatas  pasaron  á  poblar  la  villa 
de  Alegría  según  consta  del  privilegio  de  población  que  le  dio 
Don  Alfonso  XI  en  Sevilla  á  20  de  Octubre  del  año  1337. 

La  ermita,  cuya  vista  reproducimos,  está  dedicada  á  Nuestra 
Sra.  de  Ayala.  Es  digna  de  que  se  evite  su  completa  destrucción. 

En  una  pequeña  eminencia,  desde  la  cual  se  descubre  una  di- 
latada y  deliciosa  campiña,  á  1 1  kilómetros  de  Vitoria,  está  el  cé- 
lebre santuario  dé  Estibaliz,  cuya  existencia,  bajo  la  advocación  de 
Santa  María,  consta  en  el  siglo  xi.  Su  dueña  en  el  siglo  xv.  Doña 
María  López,  lo  vendió  á  Fernán  Pérez  de  Ayala  en  2,000  mara- 
vedises de  juro  de  heredad,  situados  en  las  alcabalas  de  la  villa  de 
Nájera  y  mil  florines  de  oro  del  cuño  de  Aragón:  y  la  casa  de  Aya- 
la  lo  traspasó  al  hospital  de  Santiago  de  Vitoria  por  1 500  ducados 
de  oro  el  5  de  Marzo  de  1542.  Ha  conservado  pila  bautismal  y 
sacramento,  á  pesar  de  no  tener  más  feligreses  que  un  sacerdote 
que  la  sirve  y  pone  de  su  cuenta  la  ciudad,  como  patrona,  y  un 
ermitaño  que  cuida  de  su  aseo  y  limpieza. 

Según  la  opinión  más  admitida,  pertenece  el  santuario  al 
arte  románico  de  transición.  El  conjunto  de  su  fachada  es  bello, 
como  pueden  ver  nuestros  lectores  por  la  lámina  que  la  repre- 
senta, que  demuestra  además  los  deterioros  sufridos  por  el 
tiempo  y  por  la  guerra  civil,  que  tanto  han  destruido  la  parte  deco- 
rativa. Su  sencilla  planta  coronada  por  tres  ábsides,  sus  colum- 
nas embellecidas  por  curiosos  capiteles  historiados,  la  pila  bau- 
tismal y  un  frontal  de  piedra  del  altar  del  Cristo,  ostentan 
detalles  que,  según  opinión  del  señor  Amador  de  los  Ríos,  lo 
hacen  remontar  á  la  época  visigoda. 


ÁLAVA 


125 


En  aquel  santuario  se  reverencia  á  la  patrona  de  los  alave- 
ses, conducida  antiguamente  todos  los  años  al  campo  de  Arria- 


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Santuario  de  Ntra.  Sra.  de  Estibaliz 

ga,  donde  celebraba  sus  juntas  la  célebre  cofradía.  Poco  esti 
mado  este  valor  histórico,  aquella  imagen  mutilada  y  vestida  á 
la  moderna,  se  conserva  en  Villafranca  de  Estibaliz,  población 


126 


A  I    A    V   A 


situada  en  el  término  del  referido  santuario,  el  cual  debió  ser 
parroquia  de  esta  villa,  muy  considerable  en  lo  antiguo.  Con 
razón  dice  el  erudito  alavés  señor  Becerro  de  Bengoa  que: 
«  Procede  de  toda  justicia  y  honra  de  Álava,  que  esta  basílica, 
verdadero   monumento  arqueológico,    se  restaure  cottcienzuda- 


I 


Santuario  de  Estibaliz. — Detalle  de  la  Portada 


J 


mefite,  puesto  que  aún  queda  casi  toda  en  pié;...  y  procede  asi- 
mismo que  cumplida  por  la  provincia  esta  reparación,  debida  á 
su  honroso  pasado,  señale  la  Excma.  Diputación  un  día  al  año, 
al  siguiente  del  regreso  de  las  juntas  de  Mayo,  por  ejemplo,  en 
el  cual  los  vitorianos  y  los  alaveses  del  llano,  acompañen  al 
Diputado  á  celebrar  en  Estibaliz  una  función  solemne.» 


A  L  A  V  A 


V  I T  O  R  I  A  .  —  C  A  r  E  D  R  A  L 


128  Á  L   A   V   A 

Esta  reparación,  que  el  arte  y  la  historia  exigen  de  consuno, 
sobre  conservar  los  preciosos  restos  que  aún  existen,  evitará, 
no  que  sirva  de  establo  de  ganados,  como  equivocadamente  se 
ha  dicho,  sino  ni  aun  de  casa  de  labranza. 

Cerca  de  Estibaliz,  hubo  otra  ermita  famosa,  el  Otero  de  San 
Román,  en  el  cual  fué  armado  caballero  D.  Pedro  I  de  Castilla 
con  otros  muchos  caballeros  en  1367,  por  el  príncipe  de 
Gales. 

También  en  Marquínez,  donde  además  de  una  parroquia 
dedicada  á  Santa  Eulalia,  había  tres  ermitas  tituladas  Nuestra 
Señora  de  Violarra,  San  Roque  y  San  Juan,  hay  aún  bellezas 
artísticas  que  admirar  y  antigüedades  que  estudiar. 

Época  de  progreso  para  Vitoria  fué  el  final  del  siglo  xiv  y 
todo  el  XV,  por  lo  mucho  que  aumentó  su  población,  erigiéndose 
entonces  las  iglesias  de  Santa  María,  San  Vicente,  San  Pedro  y 
San  Miguel. 

De  este  tiempo  datan  también  los  edificios  de  la  calle  de  la 
Cuchillería,  erigidos  por  los  mismos  que  contribuían  á  la  des- 
trucción del  país  por  la  parte  que  aquellos  señores  tomaban  en 
las  sangrientas  discordias  que  ocuparon,  sin  interrupción  apenas, 
toda  la  Edad  media.  Excitadas  las  pasiones  de  todos  parecían 
querer  neutralizar  su  afán  destructor,  ya  erigiendo  templos  don- 
de pedir  el  perdón  de  sus  culpas  y  dar  descanso  á  los  restos 
del  que  en  vida  sólo  se  ocupó  de  la  guerra,  ya  levantando  sun- 
tuosas moradas  que  eran  á  la  vez  fortalezas,  pues  se  necesitaban 
gruesas  paredes  y  altos  torreones  que  amparasen  la  defensa  y 
garantizasen  la  acometida. 

II 

Si  después  de  esta  breve  excursión  por  la  provincia,  entra- 
mos en  Vitoria,  y  recorremos,  uno  á  uno  los  restos  de  su  glo- 
riosa antigüedad,  forzoso  es  conceder  la  primacía  entre  todos  á 
la  Catedral  de  Santa  María. 


ÁLAVA 


^^^¿¡^^^^^^^^¿^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^¡^^^¿^^¿¿jí 


VITORIA.— Poi;tada  de  la  Catedual 


1^0  ÁLAVA 

En  1 1 8 1  era  á  la  vez  iglesia  y  castillo ;  y  al  elevarse  la  fá- 
brica actual  en  el  siglo  xiv,  desapareció  todo  vestigio  de  la  obra 
románica  y  del  fuerte.  Luce  hoy  el  gusto  gótico  ú  ojival,  con 
un  hermoso  pórtico  cubierto,  decorado  con  tres  arcadas  de  ri- 
quísimo trabajo,  en  las  que  bajo  elegantes  doseletes  acompa- 
ñan á  la  imagen  de  la  Virgen  multitud  de  santos  de  tamaño 
natural,  ojivas  cuajadas  de  estatuítas  y  diversos  asuntos  de  es- 
cultura (i).  Forman  el  templo  tres  sencillas  naves  y  el  crucero, 
donde  hay  un  notable  enterramiento. 

En  el  centro  del  crucero  se  eleva  la  capilla  mayor  con  un 
lindo  tabernáculo,  un  elevado  retablo  de  hermosa  talla,  obra 
del  original  escultor  alavés  Valdivielso,  dos  elegantes  pulpitos 
y  encima  la  bandera  y  banderines  que  los  alaveses  llevaron  á  la 
guerra  de  África,  una  espingarda  y  una  gumía,  cogidas  al  moro. 
Hay  en  la  iglesia  algunos  enterramientos  notables  que  los  reve- 
lan las  inscripciones.  En  la  sacristía,  además  de  la  sublime  Con- 
cepción de  Juan  de  Carreño,  es  de  admirar  el  magnífico  cuadro 
que  representa  á  Jesucristo  yacente  en  brazos  de  su  madre, 
contemplado  de  rodillas  por  la  Magdalena,  llamado  de  la  Pie- 
dad, que  se  atribuye  á  Van-Dick,  y  la  cruz  de  clerecía  de  plata 
y  oro,  primorosamente  labrada,  de  grandes  dimensiones  y  que 
se  supone  ser  trabajo  de  Benvenuto  Cellini  (2).  Hay  además 
otra  cruz  de  plata,  fiiigranada  de  primoroso  trabajo  y  de  mé- 
rito. 

Notable  preciosidad  histórica,  por  ser  obra  de  hacia  el  siglo  xii, 
según  la  opinión  más  admitida,  aunque  podría  atribuírsele  ma- 
yor antigüedad ,  y  se  considera  como  el  único  resto  románico 
que  queda,  es  una  imagen  de  la  Virgen,  sentada,  denominada 
de  la  Esclavitud ^  llevando  en  la  mano  derecha  un  clavo  den- 


(i)  Cree  la  tradición  que  está  allí  representada  la  cabeza  del  artista  que  enri- 
queció aquel  pórtico. 

(2)  No  tiene  mas  historia  esta  cruz  que  haber  pertenecido  al  botín  que  se  co- 
gió á  los  franceses  en  la  célebre  batalla  de  Vitoria. 

Sino  tan  rica  de  metal,  por  ser  de  madera  la  cruz  que  reproducimos,  es  uno  de 
los  signos  más  notables  por  su  trabajo  artístico  del  que  puede  envanecerse  Álava. 


ÁLAVA 


131 


tro  de  una  S.  Guardada  en 
una  pieza  de  la  sacristía,  sólo 
la  sacaban,  poniéndola  moder- 
nas vestiduras,  en  la  procesión 
del  Corpus.  Sin  duda  para  que 
armonizase  más  con  los  trajes 
con  que  incautamente  la  vestía 
poco  ilustrada  piedad,  ha  su- 
frido algunas  reparaciones  pro- 
fanas, que  son  de  lamentar, 
porque  es  la  imagen  más  anti- 
gua de  Vitoria,  y  aunque  no 
tuviera  otro  mérito ,  conside- 
ración merece. 

La  parroquia  de  San  Vi- 
cente, aparte  de  su  antigüedad, 
ofrece  poco  de  notable,  si  ex- 
ceptuamos la  torre  de  gusto 
bizantino  recién  construida,  que 
es  bella,  y  se  ha  alzado  sobre 
el  asiento  de  la  antigua  del 
telégrafo  óptico  ,  y  las  dos 
grandes  conchas,  de  peso  de  6 
arrobas  cada  una,  que  sirven 
de  pila  de  agua  bendita.  La  de 
San  Miguel,  erigida  sobre  las 
ruinas  de  una  modesta  iglesia 
románica,  ostenta,  á  la  altura 
de  la  población  á  que  está  el 
templo,  en  un  alto  pórtico  de 
dos  grandes  arcos  que  contie- 
nen una  preciosa  hornacina  de 
jaspe,  la  imagen  de  la  Virgoi 
Blanca,  patrona  de  los  vitorianos ;   y   hay  en  el  mismo  pórtico 


Crl'z  gótica   de  madera 


1:^2 


ALA    VA 


una  bella  portada  de  gusto  romano;  en  el  altar  mayor,  un 
magnífico  retablo  de  tres  cuerpos  con  esculturas  de  Gregorio 
Hernández;  al  lado,  un  curioso  arco  con  labores  del  renacimien- 
to, y  en  la  parte  exterior  del  ábside  está  el 
sitio  famoso  donde  se  guardaba  el  Machete 
vitoriano,  sobre  el  que  juraba  el  Síndico 
cumplir  fiel  y  lealmente  su  cargo,  bajo  pena 
que  le  cortarían  la  cabeza  caso  contrario, 
con  el  alfanje  de  hierro  y  acero  agudo  se- 
mejante á  el  Machete  vitoriano^  sobre  el 
cual  el  que  juraba  ponía  la  mano  (i).  La 
parroquia  de  San  Pedro  tiene  por  la  calle 
de  la  Herrería  un  ancho  y  elegante  pórtico, 
con  doseletes  y  labores  qne  debieron  ador- 
nar las  estatuas,  que  no  se  colocaron,  en 
la  vuelta  de  su  bonito  ábside ;  conserva  la 
iglesia  curiosos  sepulcros  con  magníficas 
estatuas  yacentes,  distinguiéndose  la  del 
obispo  de  Córdoba,  D,  Diego  de  Álava, 
que  falleció  en  1562,  ejecutada  en  Milán; 
en  la  capilla  de  los  Reyes  una  admirable 
tabla  del  siglo  xv  adornando  el  fondo  la 
decoración  de  un  enterramiento;  en  la  de  la 
Soledad  llama  la  atención  una  estatua  de 
Gregorio  Hernández,  y  en  la  sacristía  una 
losa  de  una  pieza  de  mármol  negro  de 
Anda, — valle  de  Cuartango, — que  forma  el  tablero  de  la  mesa, 
de  13    pies   y   9  pulgadas  de  largo  y  5  y  4  de  anchó. 

Los  conventos  de  San  Antonio,  Las  Brígidas  y  Santa  Cruz, 
no  ofrecen  particularidad  notable;  menos  aún  los  que  se  deno- 


-*- 


Machete  vitoriano 


(i)  El  último  juramento  prestado  íué  en  1841  y  desde  entonces  no  ha  vuelto 
á  repetirse  la  ceremonia,  trasladándose  el  A/ac/je/e  al  Ayuntamiento,  en  cuyo  ar- 
chivo se  conserva  como  recuerdo  histórico,  y  en  el  sitio  donde  estaba  hay  una 
lápida  conmemorativa  del  acto  de  la  trasladación. 


A  L  A  \'  A 


VITORIA. — Puerta  lateral  de  la  Catedral 


134 


ÁLAVA 


minaron  de  Santo  Domingo  y  de  San  Francisco.  Fundó  el  pri^me- 
en   1194  Santo  Domingo  de  Guzmán  sobre  la  casa  fortaleza 


VI  rORIA. -Iglesia  de  San  Pedro 


de  D.  Sancho  el  Fuerte  de  Navarra.  Después  de  haber  servido  de 
cuartel  de  caballería,  ocupaba  casi  todas  sus  dependencias  el 
Hospital  militar.  El  segundo,  destinado  á  acuartelamiento  de  in- 


ÁLAVA 


Vitoria.  —  San  Vicente 


A  L  A  V  A 


VITORIA.— Iglesia  de  San  Miguel 


136  ÁLAVA 

fantería,  fué  fundado  por  el  patriarca  San  Francisco  en  12 14, 
según  la  tradición;  aunque  no  consta  de  documentos  auténticos, 
parece  exacto,  como  se  consigna  en  una  lápida,  que  al  santo 
fundador  se  debe  el  pequeño  templo  de  Santa  María  Magdalena, 
cuna  y  origen  de  la  actual  fábrica,  según  lo  demuestra  el  señor 
Cola  y  Goiti,  en  su  libro  La  ciudad  de  Vitoria. 

Más  interesante  sin  duda  alguna  para  el  artista  la  casa  del 
Cordón  llamada  así  por  un  extenso  cordón  de  piedra,  como  los  de 
la  orden  de  San  Francisco,  sobre  el  doble  arco  ojival  y  una 
pequeña  puerta  al  lado  de  la  grande  del  arco.  Obra  del  siglo  xiv 
este  caserón  como  su  curiosa  capilla,  más  que  por  su  belleza 
artística,  es  notable  por  sus  recuerdos  históricos.  Habitábala, 
cuando  debido  á  las  influencias  del  rey  D.  Carlos  fué  elevado 
al  solio  pontificio  en  1522,  por  muerte  de  León  X,  el  carde- 
nal Adriano,  maestro  de  D.  Carlos  y  venido  á  España  á  encar- 
garse del  gobierno  por  fallecimiento  del  rey  Fernando  el  Cató- 
lico; pero  no  pudo  competir  con  las  relevantes  prendas  de 
Cisneros,  el  regente,  que  aunque  tuvo  asociado  á  Adriano,  fué 
una  figura  decorativa  en  el  gobierno.  D.  Carlos  le  nombró 
posteriormente  único  regente  del  reino,  cuyo  nombramiento  y 
el  embarque  del  rey  en  la  Coruña,  acabó  de  desazonar  á  los 
magnates,  que  no  querían  ser  gobernados  por  un  extranjero, 
aun  cuando  ya  gobernaban  tantos,  y  á  pesar  de  las  excelentes 
condiciones  del  honrado  Adriano.  Á  llevarle  la  noticia  de  la 
elección  del  cónclave,  y  á  cumplimentarle  de  parte  de  Carlos  V, 
fué  su  mensajero  Hurtado  á  la  casa  del  Cordón.  Celebróse  en 
Vitoria  con  grandes  fiestas  este  nombramiento,  y  de  todas  partes 
acudían  á  felicitar  al  nuevo  pontífice  (que  prometió-  elevar  á  ca- 
tedral la  colegiata  de  Santa  María);  no  pudiendo  quizá  cumplirlo 
por  el  corto  tiempo  de  su  reinado,  pues  apenas  duró  un  año. 

En  la  misma  calle  de  la  Cuchillería  hay  alguna  otra  casa  de 
la  propia  época,  como  la  de  la  Sra.  D.^  Guadalupe  de  Cincune- 
gui  y  de  Zavala,  n.°  36,  cuya  sencilla  portada  revela  su  anti- 
güedad, no  exenta  de  belleza,   y  muy  especialmente  la  casa 


ÁLAVA 


137 


palacio  del  marqués  de  Bendaña,  en  estado  ruinoso,  demos- 
trando su  antigua  grandeza  una  bellísima  galería  interior,  de  la 
que  la  lámina  da  exacta  idea. 

La  gran  parte  que  en  las  discordias  civiles  tuvieron  los  Ben- 


VITORIA.— Casa  del  Cordón 


dañas,  obligó  á  hacer  de  esta  casa  una  de  las  principales  forta- 
lezas, en  la  que  se  libraron  muchos  y  sangrientos  combates. 
Así  su  aspecto  exterior  tiene  más  de  castillo  que  de  casa. 

Muy  desfigurado  su  interior  y  sin  reparaciones  de  ningún 
género,  no  tardarán  mucho  en  desaparecer  hasta  los  restos 
verdaderamente   monumentales  de  este  edificio,  que  si  infurma 


i3 


138 


ÁLAVA 


la  grandeza  de  sus  fundadores,  acusa  la  incuria  artístico-histórica 
de  sus  sucesores. 

Lo  propio  podemos  decir  de  la  casa  llamada  de  los  Ala- 
vas.  Asentado  este  edificio  entre  las  calles  de  la  Zapatería  y  de 
la  Herrería,  construido  hacia  el  año  de  1530,  hay  que  compren- 
der, por  lo  que  ha  quedado,  la  grandeza  de  lo  que  ha  sido.  Da 
á  la  primera  calle  parte  de  una  severa  fachada  de  sillería,  con 
dos  grandes  puertas  de  arcos  de  medio  punto,  y  con  varios 
huecos  de  balcones  y  ventanas  que  caracterizan  la  época  de  la 
construcción,  con  otros  restos  de  mayor  grandeza,  sin  faltar  los 
correspondientes  escudos  de  armas.  Á  la  calle  de  la  Herrería 
mira  la  otra  fachada,  compuesta  de  dos  partes;  una  de  tres 
pisos  de  mampostería  con  un  cuadrante  de  reloj  y  campana, 
apresado  en  25  de  Julio  de  1782  por  el  ilustre  marino  D.  Igna- 
cio María  de  Álava  en  un  navio  inglés,  y  la  otra  parte  de  la 
fachada  la  forma  una  galería  de  arcos  y  columnas  del  mejor 
gusto;  no  lucen  lo  que  debieran  por  las  obras  en  ellos  ejecu- 
tadas. 

Los  Alavas,  de  esclarecido  renombre,  que  constituyen  una 
de  las  glorias  alavesas  y  de  España,  han  dejado  notables  re- 
cuerdos en  esa  casa,  que  puede  ser  considerada  como  un  museo 
de  familia  tan  distinguida  y  por  tantos  títulos  apreciable. 


ccooa 


CAPITULO  VI 

Disensiones  civiles. — Deplorable  situación  del  pueblo.  —  Despotismo 

de  los  magnates 


I 

/]S  tan  antigua  la  fecha  de  las  deplorables  disensiones  que 
^^-^han  ensangrentado  la  tierra  alavesa,  que  ya  en  tiempo  del  rey 
D.  Sancho  García  y  de  D.^  Urraca  su  mujer,  año  924,  consta 
que  había  bandos  y  enemistades  en  Álava  y  dice  «que  los  de- 
safíos y  desagraviamentos  que  acostumbraban  hasta  allí,  los 
hayan  y  puedan  hacer  en  adelante  en  el  lomo  de  Otero  de  Es- 
tibaliz  en  los  días  primeros  de  Mayo,  después  del  sol  salido 
hasta  el  sol  entrado,  y  no  desde  más  adelante  hasta  el  otro 
día  i.°  de  Mayo  venidero.» 

Aquí  se  daban   reglas  ó  se   consignaba   cierta  especie  de 
organización  á  aquellas  luchas,  que  no  es  presumible  observasen 


140 


ÁLAVA 


regularidad  alguna  y  se  atuviesen  á  reglas,  si  no  había  autori- 
dad que  las  impusiera,  y  siendo  los  contendientes  dueños  de 
la  fuerza  y  por  consiguiente  del  país.  Si  nos  atenemos  á  otros 
pareceres,  ya  en  el  siglo  vi  existían  enemistades  entre  los  vas- 
congados, que  si  no  eran  producidas  por  gamboinos  y  oñacinos, 
lo  eran  entre  otros  linajes;  no  faltando  quienes  las  hagan  ascen- 


a  fe"  •¿^''v  v*'^'-'    ^^'^    <5^  s^K    I 

AL  ■  ^í  fe3#^ 


VITORIA.-  Palacio  de  Bendaña 


der  á  los  tiempos  de  los  romanos.  En  todos  podían  existir, 
porque  la  ambición,  el  interés  y  todas  las  malas  pasiones  tienen 
más  antiguo  abolengo. 

Al  comenzar  el  siglo  xv  no  pudo  librarse  Álava  de  la  per- 
turbación que  por  todas  partes  y  más  á  su  alrededor  reinaba. 
Trataron  algunos  valerosos  alaveses  de  hacer  frente  ó  poner 
término  á  las  mutuas  diferencias  de  los  magnates,  especialmente 
del  conde  de  Castañeda,  y  más  adelante  de  D.  Pedro  López  de 
Ayala,  contra  quien  se  hicieron  fuertes  las  hermandades,  llegan- 


ÁLAVA  I  ^  I 

do  hasta  cercarle  en  su  villa  de  Salvatierra ;  pero  acudió  en  su 
ayuda  á  levantar  el  cerco  el  conde  de  Haro,  que  cayó  sobre  la 
hermandad  con  500  lanzas  y  4,000  infantes  y  la  mató  gente. 
Así  se  protegían  mutuamente  los  magnates  poderosos;  prolon- 
gaban las  luchas,  aumentaban  los  desastres  y  devastaban  la 
tierra. 

En  las  contiendas  entabladas  por  los  aristócratas  Ayalas 
contra  los  demócratas  Callejas,  llegaron  á  hacerse  campo  de 
batalla  las  calles  y  casas  de  Vitoria  (i).  <Los  Ayalas  celebra- 
ban y  tenían  sus  hermandades  en  San  Miguel;  los  Callejas  en 
San  Pedro.  Los  primeros  á  veces  en  los  hospitales,  cuyas  ha- 
ciendas gastaban  en  bandolerías,  comidas  y  borracheras.  Así 
continuaron  hasta  el  año  de  1476,  en  que  el  católico  rey  Don 
Fernando  VIos  extinguió,  dándoles  para  su  gobierno  y  oficios  el 
famoso  arreglamento  capitulado  {2) ^>  ó  sean  las  ordenanzas  de 
aquel  año  y  el  siguiente,  que  estuvieron  en  vigor  hasta  que 
en  1  747  se  sancionaron  las  modernas. 

Los  servicios  que  á  los  reyes  prestaron  los  alaveses  en  las 
guerras  contra  Navarra  (para  la  que  sólo  el  valle  de  Arama- 
yona  aprestó  500  hombres)  y  Portugal,  en  la  invasión  francesa 
en  Guipúzcoa,  y  en  las  expediciones  contra  Málaga,  VélezMá- 
laga  y  Granada,  en  cuya  conquista  les  guiaba  Diego  Martínez 
de  Álava,  les  granjearon  de  tal  manera  la  voluntad  de  los  Reyes 
Católicos,  que  guerreando  éstos  con  el  de  Navarra,  accedió  á 
los  deseos  de  los  alaveses  de  que  conquistaran  para  sí  la  forta- 
leza de  Estella.  Y  tan  deferente  estuvo  siempre  con  ellos,  que 
cuando  entró  en  Vitoria  D.  Fernando  al  frente  del  ejército  que 
conducía  á  Guipúzcoa  contra  los  franceses,  como  en  Álava  estu- 
vieran preocupados  desfavorablemente  respecto  á  ciertos  pre- 
lados que  en  sus  negocios  mostraron  malas   intenciones  á  favor 


(i)  Hasta  hace  pocos  años  han  existido  algunas  con  sus  torres,  y  hoy  existe 
la  de  Avendaño  y  otras,  aunque  ya  desfiguradas  por  las  reparaciones  que  han  ex- 
perimentado. 

(2)     Padre  \'itoria. 


142 


ÁLAVA 


de  los  privilegios  alaveses,  no  querían  estos  en  su  término  nin- 
gún obispo;  iba  con  el  rey  el  prelado  de  Pamplona,  se  resistie- 
ron á  recibirle,  y  D.  Fernando  por  complacerles  le  despidió.  No 


4   --oK}^  ■<N,:^>1 


^1 

•  i 

ii 


VITORIA.— Casa  antigua  en  la  Cuchillería 


podía  de  esto  deducirse,  como  dedujo  el  obispo  de  Girona  en 
su  Parolipome7ion  HispanicB  de  los  alaveses,  que  «la  religión 
cristiana  sólo  en  sus  labios  la  profanan.»  Quizá  en  Álava,  como 
sucedía  en  Vizcaya  y  en  Guipúzcoa,  no  estaría  el  país  muy  sa- 


ÁLAVA  143 

tisfecho  de  la  ingerencia  del  clero  en  ciertos  asuntos  que  debie- 
ran serles  algo,  sino  totalmente,  extraños. 

No  es  porque  en  Álava  dejase  de  estar  encarnado  el  espí- 
ritu democrático ;  pero  dominaban  corporaciones  más  aristócra- 
tas que  populares,  y  los  señores  atendían  más  á  sus  disensiones 
intestinas  y  rivalidades  que  á  los  principios  que  informaban  la 
constitución  político  administrativa  del  país  que  les  debe  algu- 
nos infortunios.  Aquel  pueblo  que  no  abría  las  puertas  de  Vito- 
ria á  D.'^  Isabel  la  Católica,  y  la  detuvo  ante  ellas  hasta  que 
juró  sobre  los  Evangelios  la  observancia  y  confirmación  de  sus 
fueros  y  privilegios  (i);  y  que,  á"  pesar  de  las  regias  cartas  con 


(i)  «En  veinte  y  dos  de  Setiembre,  año  del  nacimiento  de  Nuestro  Señor  Jesu- 
Christo,  de  mil  y  quatrocicntos  y  ochenta  y  tres  años,  este  dicho  dia  fueron  en 
las  puertas  que  dicen  el  portal  de  Arriaga  de  la  leal  ciudad  de  Vitoria,  estando 
cerradas  las  dichas  puertas  é  las  cerraron  por  acuerdo  de  dicha  ciudad  é  de  la 
Junta  general  de  la  provincia  de  Álava,  que  en  el  dicho  tiempo  estaban  juntos  en 
la  dicha  ciudad,  estando  la  Reina  Nuestra  Señora  Doña  Isabel,  por  la  gracia  de 
Dios,  Reina  de  Castilla,  de  León,  Aragón  y  de  Galicia,  etc.,  que  venia  á  estar  en  la 
dicha  ciudad  con  otras  muchas  gentes  de  perlados  y  caballeros  que  con  su  Alteza 
venían,  en  presencia  de  mí,  el  escribano,  y  testigos  de  ínso  escritos,  salieron  fue- 
ra de  las  puertas  de  la  dicha  ciudad  á  recibir  á  su  Alteza  el  alcalde,  justicia  y  re- 
gidores, caballeros,  escuderos,  hijosdalgo  de  la  dicha  ciudad,  e  los  diputados, 
alcaldes,  e  procuradores  de  las  hermandades,  villas  e  tierras  de  la  dicha  provin- 
cia, e  juntamente  suplicaron  e  pidieron  por  merced  á  dicha  Señora  Reina  Nuestra 
Señora,  que  á  su  Alteza  pluguiese,  pues  ahora  nuevamente  venia  y  entraba  en  la 
ciudad  y  su  provincia,  de  les  observar  y  mandar  que  les  fuesen  guardados  y  ob- 
servados, y  confirmados  todos  los  privilegios,  exenciones,  libertades,  fueros, 
buenos  usos  y  costumbres  de  la  dicha  ciudad  de  Vitoria  e  su  tierra,  e  de  las  otras 
villas,  e  lugares  que  son  comprchensos  en  la  dicha  provincia  tierra  de  Álava,  e 
de  no  nos  enagenar  de  su  corona  real,  e  guardar  todo  el  privilegio  que  señalada- 
mente la  dicha  tierra  de  Álava  tenia  dado  y  otorgado  por  los  reyes  de  gloriosa 
memoria,  e  confirmado  por  sus  Altezas :  e  aquello  le  di.xeron  á  su  Alteza  como 
Reina  y  su  señora  natural:  e  luego  la  Reina  Nuestra  Señora  dixo,  que  á  su  Alteza 
le  placia  de  lo  así  facer,  e  pusieron  delante  á  su  Alteza  un  libro  délos  Evangelios, 
e  sobre  el  libro  una  cruz,  e  su  Alteza  quitó  un  guante  que  en  su  mano  traía  e  tocó 
con  su  mano  derecha  sobre  la  cruz  en  el  dicho  libro  e  dixo  que  juraba  por  Dios 
vivo  e  verdadero,  e  por  la  gloriosa  Virgen  María  su  Madre,  e  á  las  palabras  de  los 
Santos  Evangelios  do  quier  que  son  escritas,  que  su  Alteza  guardaría  e  observa- 
ría, e  mandaría  guardar  e  observar  todos  los  privilegios  y  libertades,  y  exencio- 
nes, buenos  usos  y  costumbres,  e  preheminencias,  e  franquezas  que  la  dicha  ciu- 
dad de  Vitoria  y  su  tierra,  e  las  otras  villas  e  lugares  de  la  dicha  provincia  de 
Álava  tenían,  e  no  enagenaria  su  Alteza,  ni  daría  lugar  que  fuesen  enagenados  de 
su  corona  real  por  ninguna  vía  ni  manera,  ni  que  los  fuese  contravenido  ni  pasa- 
do contra  ellos  por  ninguna  ni  alguna  nanera,  e  que  para  lo  así  facer  dixo  su  Alte- 
za que  daba  e  dio  su  palabra  real:  e  así  fecho  este  auto  por  su  Alteza,  abrieron  las 


M4 


ÁLAVA 


que  trataron  de  establecerse  los  jesuítas  en  Vitoria  los  expulsa- 
ron de  la  ciudad  en  tiempo  nada  menos  que  de  Felipe  II  (i),  no 
era  seguramente  el  pueblo  de  las  comunidades,  ni  el  pueblo 
libre  que  no  se  doblegaba  á  los  tiranos;  pero  éstos  excitaban  su 
vanidad,  su  orgullo  quizá  para  manejarle  á  su  voluntad,  para 
tener  en  él  un  instrumento  dócil  á  sus  conveniencias.  No  era  el 
pueblo  el  que  disfrutaba  libertades,  sino  sus  señores :  la  condi- 
ción del  pueblo,  de  las  clases  inferiores,  no  sólo  desheredadas 
sino  vilipendiadas,  no  podía  ser  más  abyecta,  ni  más  degradan- 
te, á  la  par  que  más  humilde  y  bajamente  servil;  pues  hasta 
para  cuidar  y  vengar  su  honor  ultrajado,  cuando  el  ofensor  era 
hidalgo  ó  noble,  necesitaba  acudir  al  soberano,  como  sucedió  en 
el  caso  siguiente,  que  no  es  el  solo  que  la  tradición  y  crónicas 
refieren.  Enlazados  los  Mugicas  con  los  de  Butrón,  se  enseño- 
rearon del  valle  de  Aramayona  y  requirieron  á  solteras  y  casa- 
das acudieran  á  pernoctar  al  castillo,  amenazando,  en  caso  de 
resistencia,  con  colgar  de  las  almenas  al  padre  ó  marido  de  la 
que  no  acudiese.  Hubo  aldeana  que  si  no  imitó  á  la  Lucrecia  ro- 
mana y  á  la  Coronel  de  Sevilla,  se  embadurnó  la  cara  con  boñiga 
fresca  de  sus  vacas  para  inspirar  repulsión  al  brutal  requirente. 
De  estos  y  otros  atropellos  inauditos  quejáronse  los  del  valle  á 
los  Reyes  Católicos,  enviaron  éstos   un  juez  pesquisador;  en  el 


puertas  déla  dicha  ciudad  e  su  Alteza  entró  en  ella,  e  de  este  auto  como  pasó  así 
el  alcalde,  regidores  de  la  dicha  ciudad,  como  la  dicha  junta,  diputados,  alcaldes 
e  procuradores  de  la  dicha  junta  de  Álava,  pidiéronlo  así  por  testimonio,  y  á  todo 
lo  cual  fueron  presentes  por  testigos  el  cardenal  de  España,  D.  Pedro  González 
Mendoza,  y  el  duque  D.  Alfonso  de  Aragón,»  etc.,  etc. 

(i)  Pretendieron  los  jesuítas  fundar  un  colegio  en  Vitoria,  se  opuso  el  Ayun- 
tamiento, obtuviéronlos  PP.  regias  cartas  de  recomendación,  escudados  con  ellas 
llegaron  á  poner  campanas  y  Sacramento;  pero  apenas  lo  supo  el  municipio,  llamó 
á  ayuntamiento  general,  y  juntos  ciudad  y  vecinos,  el  20  de  Marzo  de  i  577,  se 
acordó  la  expulsión  de  los  jesuítas. 

Si  más  adelante  permitió  el  obispo  residieran  en  la  ciudad  uno  ó  dos  de  sus 
individuos,  continuó  la  prohibición  de  fundar  casa  y  de  adquirir  hacienda  raíz 
en  toda  la  comarca. 

Posteriormente,  D.  Diego  de  Rojas  y  Contreras,  obispo  de  Cartagena,  y  gober- 
nador del  Supremo  Consejo  de  Castilla,  les  permitió  fundar  el  colegio  de  San 
Prudencio. 


ÁLAVA 


M5 


propio  día  de  su  llegada  tuvo  veinticinco  denuncias  de  forza- 
mientos de  otras  tantas  mujeres,  y  á  su  virtud  fué  demolido  el 
castillo  de  Barajuen,  teatro  de  tamaña  afrenta. 


\"ITORIA.— Casa  antigua  en  la  Clciullería 


En  el  mismo  libro  Los  Vascongados  en  que  se  refiere  este 
suceso,  se  dice:  «También  hasta  la  misma  época  (la  publicación 
de  la  Constitución  de  1820)  tenían  el  derecho  los  señores  de  la 
casa  ó  castillo  de  Villanáñez,  de  que  los  vecinos  de  este  pueblo 
vinieran   durante   la  siesta   á  apalear   con   varas  las  aguas  del 


19 


I  |6  ÁLAVA 

íoso  de  esta  casa  para  que  no  cantasen  sus  innumerables 
ranas.» 

¿Qué  clase  de  privilegios  y  libertades  gozaban  estos  des- 
graciados? Cuando  los  hombres  no  salían  de  la  tierra  á  pelear 
con  sus  señores  que  se  ponían  á  sueldo  de  los  reyes  para  en- 
grandecer sus  estados,  se  veían  obligados  á  tomar  las  armas 
para  destrozarse  en  civil  contienda,  y  era  el  premio  de  la  san- 
gre que  derramaban  y  de  los  sacrificios  que  hacían,  la  deshonra 
de  sus  madres,  de  sus  mujeres  ó  de  sus  hijas,  y  la  abyección  de 
todos.  ¡Qué  utilidad  reportaba  al  honrado  labrador,  al  pueblo 
todo,  el  no  contribuir  al  mayor  esplendor  y  riqueza  de  la  patria 
común,  y  hacerlo  al  señor  que  disponía  de  su  vida  y  ultrajaba 
su  honor!  Solamente  la  grande  ignorancia  en  que  se  tenía  al 
pueblo,  y  su  respetuosa  obediencia,  por  no  decir  servilismo, 
podía  sostener  aquel  estado  de  cosas  que  tanto  se  ha  prolon- 
gado, porque  se  ha  prolongado  también  la  ignorancia,  basada 
en  la  superstición  y  en  el  aislamiento  (i).  No  hubieran  dispues- 
to seguramente  aquellos  señores  tan  á  voluntad  de  aquellas 
pobres  gentes  constituidas  en  verdadera  servidumbre,  á  disfrutar 
el  pueblo  de  verdaderas  libertades  y  fueros;  pero  éstos  eran 
para  los  que  les  envilecían.  ¡Cuan  distinta  era  la  situación  de 
los  pobladores  de  realengo!  Así  se  amplió  tanto,  y  mejor  hu- 
biera sido  á  ser  los  reyes  menos  dadivosos  con  los  magnates  y 
más  justos. 

Los  monasterios  que  empezaron  á  establecerse  con  humil- 
dad cristiana,  desinterés  y  modestia,  fueron  haciéndose  tan  alti- 
vos, interesados  y  soberbios,  que  las  Juntas  generales  de  Álava 
(5  Mayo,    1523)  acordaron  suplicar  en  nombre  de  la  provin- 


(i)  Explotábase'admirablemente  esta  triste  condición  del  pueblo.  En  algunos 
del  valle  de  Ayala,  ciertos  especuladores  devotos,  inventores  de  milagros  para 
explotar  más  la  caridad  pública  y  fe  religiosa,  obteniendo  mayor  abundancia  de 
limosnas,  llevaban  dos  crucifijos,  uno  de  ellos  calentado  á  muy  elevada  tempera- 
tura, y  según  eran  ó  no  favorablemente  acogidas  sus  postulaciones,  así  daban  á 
besar  una  ú  otra  de  las  dos  sagradas  imágenes,  abrasándose  por  consiguiente  los 
labios  de  los  poco  dadivosos  con  aquellos  embaucadores,  hasta  que  fueron  des- 
cubiertos. 


ÁLAVA  147 

cia  á  SS.  MM.  mandasen  refrenar  las  compras  de  heredamien- 
tos y  juros  que  hacían  los  monasterios,  por  el  gran  daño  que 
reportaban  á  sus  vecinos. 

No  era  pues  muy  lisonjera  la  condición  del  pueblo  en  Ala- 
va,  donde  tal  predominio  ejercían  los  señores,  que  desmesura- 
damente lisonjeados,  por  necesitarlos  D.  Enrique  II  para  sus 
guerras  con  D.  Pedro  y  hacerse  perdonar  su  bastardía,  prodigó 
señoríos  y  mercedes,  y  su  hijo  D.  Juan  I  tuvo  que  poner  coto  á 
la  prodigalidad  de  su  padre,  prohibiendo  á  los  vasallos  realen- 
gos, que  pudiesen  serlo  á  la  vez  de  los  magnates  y  caballeros. 
Ejercer  poder  y  usurpar  atribuciones  era  moneda  corriente,  en 
el  que  tenía  fuerza,  la  cual  era  la  verdadera  razón  de  estado. 

« Los  mismos  y  aún  más  desastrosos  efectos  que  las  debili- 
dades y  necesidades  de  los  monarcas  habían  producido  en  Ála- 
va respecto  al  señorío  particular  antes  de  los  Reyes  Católicos, 
produjeron  después  la  tiranía  y  despotismo  de  la  casa  de  Austria, 
mayormente  pasadas  las  guerras  de  las  comunidades,  en  que 
tan  activa  parte  tomaron  algunos  señores  alaveses.  El  señorío 
se  desbordó,  y  al  tratar  de  la  jurisdicción  hemos  ya  visto,  que 
de  las  53  hermandades  que  componían  la  provincia,  hubo  épo- 
cas en  que  sólo  1 7  eran  realengas,  y  todas  las  demás  pertenecían 
á  señorío,  y  que  las  casas  de  Hijar,  Oñate,  Infantado,  etc.,  po- 
seían en  señorío  las  tres  cuartas  partes  de  la  provincia.  El  mal 
ha  llegado  hasta  nuestros  días,  y  gracias  á  las  cortes  de  Cádiz, 
ha  desaparecido  para  no  volver,  contribuyendo  poderosamente 
á  desarraigar  de  cuajo  la  influencia  señorial,  las  leyes  de  desvin- 
culación y  abolición  de  diezmos,  porque  apenas  había  población 
en  cuyo  diezmo  no  fuese  partícipe  algún  señor,  viéndose  cons- 
tantemente molestadas  por  diezmeros,  silleros  y  demás  cobra- 
dores de  esta  prestación  (i).> 


( I )     Historia  de  la  Legislación  citada. 


m 


CAPITULO  VII 


Apuntes  de  la  historia  moderna  de  Álava 
Señónos.  —  Despoblación.  —  Aduanas.— Sumisión  á  Francia, 
de  los. alaveses. — El  general  Álava 


Patriotismo 


V  T  PENAS  se  había  restablecido  la  paz  que  interrumpieran  las 
j --^comunidades,  cuando  tuvo  que  aprontar  Álava  un  contingen 
te  de  2,000  hombres  de  guerra  para  enviarlos  contra  los  france- 
ses mandados  por  Andrés  de  Fox  que  acababa  de  conquistar  á 
Pamplona,  en  cuya  defensa  fué  herido  Ignacio  de  Loyola.  Co 
frieron  los  alaveses  á  levantar  el  sitio  de  Logroño ;  obtuvieron 
después  valioso  triunfo  en  Noain,  haciendo  su  prisionero  al  ge- 
neral Fox;  vertieron  generosa  y  bizarramente  su  sangre  ante 
los  muros  de  Fuenterrabía ;  y  en  todo  el  reinado  de  Carlos  I  y 
en  el  de  Felipe  II,  continuaron  contribuyendo  con  hombres  y 
provisiones  para  aquella  constante  lucha  con  los  franceses. 

Entonces  aquellos  magnates,  que  tanto  llevaban  la  voz  del 
pueblo  cuando  les  convenía,  se  apresuraron  á  aprovechar  los 
rigores    del  poder  absoluto,  siguiendo  malas  costumbres  por 


I!^0  ÁLAVA 

las  cofradías  toleradas,  y  faltando  á  lo  pactado,  á  lo  que  cons- 
tituía fuero  y  privilegio  en  la  provincia,  á  la  cláusula  primera  de 
la  concordia  de  1332  que  prohibía  enagenar  ningún  pueblo  de 
Álava  separándolo  del  señorío  de  la  corona.  Varios  nobles,  de 
los  que  cuidaban  más  estar  al  lado  de  los  reyes  que  otorgaban 
mercedes,  que  al  de  los  pueblos  que  pedían  justicia  y  protección, 
hallaron  fácil  manera  de  obtener  el  señorío  de  varias  localidades 
alavesas,  titulándose  descaradamente  señores  y  exigiendo  con- 
tribuciones, como  si  las  merecieran  mejor  los  particulares  que 
el  Estado.  Y  todo  esto,  sin  protesta  de  los  pueblos  ni  de  sus 
autoridades,  que  soportaban  todos  la  tiranía  del  poder,  la  orgu- 
llosa  ambición  de  la  aristocracia  y  la  abyección  propia.  ¡Qué  de 
extrañar  es  lo  reducida  que  quedó  la  población  de  Álava,  pues 
en  el  siglo  xvii,  según  el  pleito  seguido  entre  la  provincia  y 
Vitoria,  parece  que  ésta  tenía  800  vecinos  y  aquella  14,000, 
aún  contando  con  más  pueblos  que  hoy ! 

Es  verdad  que  había  contribuido  mucho  á  su  despoblación 
la  expulsión  de  los  judíos  en  1492  ;  pero  aún  así,  en  1490,  tenía 
más  habitantes  que  á  principios  del  siglo  actual. 

En  1636,  á  pesar  de  la  pobreza  en  que  estaban  sumidos  sus 
pueblos,  envió  la  provincia  400  hombres  para  la  defensa  de 
Fuenterrabía ;  se  les  unieron  600  más  al  año  siguiente,  invadie- 
ron la  tierra  francesa  de  Labort,  y  al  regresar  á  Álava,  no  to- 
dos, llevaron  consigo  una  epidemia  que  apestó  al  país. 

Al  tomar  Irún  los  franceses  y  amenazar  á  Fuenterrabía  (i  638) 
envió  Álava  800  hombres  y  12,000  fanegas  de  trigo.  Aun  en 
medio  de  la  miseria  creciente  de  los  sufridos  alaveses  enviaban 
hombres  para  las  guerras  de  Francia  y  Cataluña,  hasta  que 
^^  1653,  no  había  hombre  disponible  que  dar;  en  los  tres  años 
siguientes  aún  se  pudo  disponer  de  100  hombres  en  cada  uno; 
de  ninguno  en  1659,  y  posteriormente  se  fueron  dando  otros 
ciento,  tripulando  los  del  año  1663  la  escuadra  de  Oquendo. 

No  fué  menos  triste  para  Álava,  que  lo  fué  para  toda  Espa- 
ña, el  funesto  reinado  de  la  casa  de  Austria;  y  aunque  no  pu- 


ÁLAVA  I  ;  I 


dieran  esperar  grandes  atenciones  de  la  nueva  dinastía,  procu- 
róles, á  la  v^ez  que  á  España  toda,  un  gran  beneficio,  poco 
estimado  de  los  alaveses,  por  ser  menos  comprendido.  Mandó 
D.  Felipe  V  en  1717  (i)  que  las  aduanas  de  Vitoria,  Orduña  y 
Balmaseda  se  trasladaran  á  la  frontera  y  puertos  de  mar ;  pero 
reclamó  la  provincia  contra  esta  medida  como  contraria  al  fuero, 
y  á  los  cinco  años  se  ordenó  que  las  aduanas  establecidas  en 
Bilbao,  San  Sebastián  é  Irún,  volvieran  á  los  puntos  en  que  an- 
tes estaban.  Daba  así  el  rey  á  los  alaveses,  á  los  guipuzcoanos 
y  vizcaínos  una  evidente  prueba  de  lo  mucho  que  estimaba  tsu 
especialísima  fidelidad  y  amor,  y  que  nunca  había  sido  ni  era  su 
ánimo  perjudicarles,  ni  minorarles  sus  privilegios,  exenciones  y 
fueros,  y  pesando  más  en  mi  estimación  confirmarles  este  con- 
cepto que  cualesquiera  intereses  que  pudieran  de  lo  contrario 
resultar  en  favor  de  mi  real  Hacienda,  etc.»  ;  pero  perjudicaba 
á  los  vascongados,  ó  más  bien  se  perjudicaban  ellos  mismos, 
pidiendo  la  conservación  de  unas  aduanas  que  les  hacía  apare- 
cer como  extranjeros  en  su  patria,  que  imposibilitaban  la  crea- 
ción de  toda  industria  y  manufactura,  que  eran  la  remora  de 
todo  progreso,  de  su  riqueza  y  de  su  bienestar ;  así  que,  los  más 
ilustrados  vascos  desearon  después  la  traslación  de  las  adua- 
nas á  la  frontera,  y  al  efectuarse  esto  en  1841  comenzó  para  las 
provincias  vascongadas  la  era  de  prosperidad  de  que  hoy  dis- 
frutan, por  el  desenvolvimiento  que  han  adquirido  las  artes  y  la 
industria,  sustituyendo  á  las  humildes  ferrerías  antiguas,  las  ad- 
mirables fábricas  de  fundición  que  ostenta  Bilbao,  y  las  no  me- 
nos notables  fábricas  de  toda  clase  de  artefactos  que  se  hallan 
en  las  tres  provincias,  merced  al  contrafuero  del  establecimiento 
de  las  aduanas  en  la  frontera  y  puertos  de  mar.  Se  han   creado 


(i)  Este  monarca  había  dicho  ya  en  6  de  Agosto  de  i  703.  confirmando  la  Es- 
critura de  1332:  «Siendo  la  provincia  antes  libre  y  que  no  reconocía  superior  en 
lo  temporal,  gobernándose  por  propios  fueros  y  leyes  como  consta  en  la  escritura 
de  contrato  de  dicha  entrega  que  está  confirmada  por  los  reyes  mis  predecesores, 
y  por  mi  en  13  de  Julio  de  i  70  i .  etc.» 


152  ÁLAVA 

tantos  intereses  desde  entonces  al  abrigo  de  los  aranceles,  y  se 
ocupan  tantos  brazos,  que  no  hay  fuerza  humana  capaz  de  des- 
truir la  obra  benéfica  de  la  industria  moderna,  ni  quien  lo  intente 
con  razón.  El  país  lo  ve  y  lo  reconoce:  sobrellevando  antes  una 
existencia  más  miserable  que  próspera,  abiertas  sus  fronteras  al 
trabajo  extranjero,  desde  que  han  protegido  el  suyo  las  aduanas, 
ha  cesado  en  gran  parte  esa  emigración  dolorosa  á  Ultramar  en 
busca  del  sustento  que  les  negaba  su  suelo  por  no  hallar  en  él 
ocupación.  Hágase  la  estadística  de  los  obreros  que  mantienen 
las  fábricas  de  las  tres  provincias  levantadas  desde  la  traslación 
de  las  aduanas,  y  se  verá  de  cuánta  prosperidad  es  deudor  el  país 
á  este  contrafuero,  no  sólo  consentido  sino  sustentado,  desechan- 
do la  junta  de  1843  ^^  Vizcaya  una  proposición  en  sentido  con- 
trario. Y  no  es  sólo  la  industria  la  que  puede  concurrir  en  mu- 
chos ramos  á  la  sombra  de  la  protección  con  la  extranjera 
similar;  también  el  comercio  se  ha  desarrollado  extraordinaria- 
mente, reducido  antes  á  los  pobres  consumos  de  un  país  pobre, 
y  al  contrabando  á  Castilla.  Testigo,  sino,  Bilbao,  cuya  aduana 
es  de  las  más  productivas;  cuya  matrícula  y  número  de  casas 
envidiarían  otros  puertos,  cuya  marina  aumenta  de  día  en  día, 
y  su  riqueza  y  población. 

Los  franceses  que  trajeron  y  defendieron  á  Felipe  V,  le 
declararon  á  poco  la  guerra,  invadieron  Guipúzcoa,  de  la  que 
se  hicieron  dueños  sin  mostrar  los  invasores  grande  saña,  pues 
decían  que  no  era  la  guerra  contra  el  rey  ni  contra  los  españo- 
les, sino  contra  el  ministerio.  Solicitaron  en  este  sentido  la  sumi- 
sión de  Álava,  y  se  dirigió  ésta  al  rey  mostrándole  su  situación ; 
y  aquel  monarca,  desde  Almansa,  el  22  de  Agosto,  escribió  á 
la  diputación  exponiendo  la  injusticia  de  lo  que  el  Mariscal  pre- 
tendía, y  que  no  debía  enviar  diputado  alguno  á  tratar  con  el 
mismo,  «pues  una  provincia  en  que  el  enemigo  no  tenía  plazas 
ganadas  ni  tropas  establecidas,  no  debía  darle  la  obediencia  ni 
enviar  diputados.  ^ — Ó  no  llegó  á  tiempo  esta  comunicación  ó 
no  pudieron  complacer  al  rey,  porque  los   diputados   Salinas, 


ÁLAVA  13^ 


Salazar,  Berastegui  y  Montoya,  con  el  secretario  de  la  provincia 
Echávarri  y  además  Landázuri,  acudieron  á  Bayona  á  prestar 
en  manos  del  mariscal  Berwick  su  obediencia  al  rey  de  Fran- 
cia (i).  Por  los  poderes  que  el  de  Berwick  tenía,  concedió  todo 


(1)  Y  dice  el  documento  ele  adhesión  :  «en  consecuencia  de  lo  que  V.  A.  se 
sirbió  prebenirles  y  ordenarles  después  de  haverles  admitido  benignamente,  el 
acto  de  su  reberente  sujeción,  proponen  á  la  generosa  y  Noble  piedad  de  V.  A.  que 
la  dicha  Provincia  desde  su  primera  erección,  se  mantuvo  siempre  libre,  gober- 
nándose por  sí,  sin  conocer  superior  en  lo  temporal,  en  la  hera  de  mil  trecientos 
y  setenta  años,  en  que  boluntariamentc  se  unió  á  la  Real  corona  de  Castilla,  en- 
tregándose a  el  Señor  Rey  Don  Alfonso,  el  onceno,  debajo  de  ciertos  pactos,  y 
con  la  misma  libertad,  fueros,  usos  y  costumbres  en  que  se  gobernaron,  y  los  Se- 
ñores Reyes  Católicos  la  han  mantenido  cada  uno  en  su  tiempo,  añadiendo  su 
gran  justificación,  otros  diversos  privilegios  confirmados  y  jurados  por  los  Seño- 
res Reyes  sus  subcesores,  y  últimamente  por  el  Señor  Fhelipe  Quinto,  con  el  es- 
pecialisimo  de  las  entregas,  de  que  dimanan  sus  mayores  franquezas  y  exemp- 
ciones,  Inconcusamente  observadas  y  guardadas,  sin  cosa  en  contrario,  como 
todas  las  demás  leyes  del  Quaderno  con  que  la  dicha  Provincia  se  gobierna,  lo 
que  los  dichos  comisarios  en  su  representación  suplican  rendidamente  al  Señor 
Rey  Cristianísimo  y  á  V.  A.  en  su  real  nombre  se  sirva  declarar  competerles.  Y 
que  la  obediencia  prestada  en  manos  de  \'.  A.  debe  entenderse  por  su  soberana 
piedad,  debajo  de  la  estimable  condición  de  guardarla  y  hacerla  guardar  en  todos 
tiempos  y  acontecimientos,  todos  sus  fueros,  leyes,  privilegios,  usos  y  costum- 
bres, en  la  misma  conformidad  que  les  han  sido  observadas,  guardadas,  y  practi- 
cadas hasta  su  última  confirmación,  y  juramento,  como  también  á  su  ciudad,  villas 
y  lugares  los  demás  honores,  gracias  particulares,  privilegios,  franquezas  y  liber- 
tades, mercedes,  establecimientos,  costumbres,  facultades  y  arbitrios  que  gozan 
para  su  gobierno  y  consistencia,  en  que  esperan  que  V.  A.  les  dispense  el  des- 
aogo  y  providencia  que  solicitan,  para  que  la  Provincia  quede  asegurada  en  el 
honor  y  en  la  complacencia  de  que  en  lo  futuro  también  se  le  observarán,  los  fue- 
ros, franquezas  y  privilegios  :  Así  de  su  Natiba  libertad  como  de  las  que  le  han 
concedido  la  benignidad  de  los  Señores  Reyes.— Proponen  á  V.  A.queel  terreno  de 
dicha  Provincia,  es  y  ha  sido  tan  estéril,  que  no  goza  de  otros  írutos  que  de  una 
corta  cosecha  de  granos  tan  escasa,  que  apenas  alcanza  á  la  manutención  de  sus 
Naturales,  y  que  con  la  Industria  de  el  comercio  en  que  la  necesidad  le  á  puesto, 
y  le  ha  facilitado  la  situación  de  las  Aduanas  de  su  territorio,  con  la  total  libertad 
de  no  contribuir  con  derechos  algunos  de  todo  cuanto  necesitan  sus  Naturales  y 
habitadores,  conduciéndolo  de  cualesquiera  puertos  .Marítimos  y  otros  parajes,  á 
podido  subsistir  y  atraer  dependencias  y  géneros  que  necesita  para  su  conserva- 
ción, en  cuya  posesión  invariable  deribada  del  citado  privilegio  de  las  entregas, 
sea  mantenido,  y  esperan  para  que  no  se  disipe  y  aniquile  enteramente  :  sea  de 
serbir  \'.  A.  de  preferir  la  forma  que  le  asegure  en  el  goze  de  la  referida  fran- 
queza. 

«—Proponen  á  V.  A.  también  que  los  Señores  Católicos  Reyes  en  atención  á  la 
libertad  y  nobleza  de  esta  dicha  Provincia  nunca  la  han  pensionado  con  alojamien- 
tos de  tropas,  y  en  todos  tiempos  y  ocasiones  que  los  señores  comisarios  de  Gue- 
rra del  Rei  han  conducido  algunas  por  el  territorio  de  dicha  Provincia,  antes  de 
entrar  en  ella  y  con  término  competente  han  dado  aviso  a  su  diputado  General 
como  Maestre  de  Campo  y  Comisario  General   que  es  de  ella,  para  que  nombre 

ao 


154  ÁLAVA 

lo  que  se  le  pedía,  «la  manutención  de  sus  fueros,  privilegios, 
exenciones,  libertades  y  demás  contenido  en  dicho  memorial, 
y  por  tan  grande  beneficio  no  les  pido  otra  cosa  que  quedar 
quietos  en  sus  bienes,  conforme  á  la  obediencia  que  me  ha  dado 
la  Provincia  por  sus  cartas  de  22  y  24  de  este  mes  y  acta  que 
en  su  consecuencia  han  ratificado  sus  diputados;  dado  en  Bayo- 
na á  29  de  Agosto  de  17 19. — Berwick  (i).» 

Sometida  á  Francia  quedó  Álava  y  en  situación  especial 
y  difícil,  hasta  que  ajustada  la  paz  en  1721,  volvió  á  ser 
española  esta  preciosa  parte  de  la  Península,  aun  cuando  no 
había  sido  francesa  más  que  en  el  papel  ó  contrato  otorgado 
por  la  necesidad;  pues  no  se  registra  el  menor  hecho  en  que 
desmerecieran  los  alaveses  de  su  acendrado  españolismo;  así 
que,  al  decir  un  distinguido  y  apasionado  escritor  alavés,  «no 
se  mostró  resentido  el  monarca  con  el  país  sino  muy  al  contra- 
rio,» se  ignoraban  los  verdaderos  antecedentes  de  la  sumisión; 
y  era  justo  que  dijera  D.  Felipe,  como  dijo,  que:  «atendiendo  á 


comisarios  y  salgan  á  recibir  dichas  tropas,  á  quienes  las  entregan  los  del  Rey 
para  que  las  bayan  conduciendo  por  los  tránsitos  mas  cómodos  á  fin  de  ebitar 
desórdenes  y  hacer  que  se  prebenga  todo  lo  que  necesiten  y  de  que  han  dado  sa- 
tisfacción á  los  mas  justos  y  moderados  precios,  sin  que  por  la  Provincia  se  les 
aya  dado  mas  que  el  cubierto  como  sea  executado  siempre,  y  practico  en  el  año 
de  mil  setecientos  y  cuatro  cuando  pasaron  por  dicha  Provincia  las  auxiliares 
tropas  de  Francia,  en  consideración  de  los  dichos  privilegios  y  de  la  pobreza  de 
sus  Naturales,  y  ninguna  disposición  que  ay  en  los  pueblos  de  su  recinto  para 
alojarlos,  y  mucho  menos  para  poderlo  executar  sobre  esperar  los  referidos  comi- 
sarios experimentar  los  sobresalientes  efectos  de  la  soberana  conmiseración  de 
V.  A.  Asi  lo  esperan  de  la  noble  propensión  de  su  Magestad  cristianísima  y  de  que 
se  dignara  su  Real  benignidad  de  Interponer  sus  Fleales  Oficios  con  los  Señores 
Aliados,  y  especialmente  con  el  rey  de  la  Gran  Bretaña  á  fin  deque  se  sirban  con- 
ceder su  protección  en  todo  lo  que  ba  espresado  en  este  memorial  como  se  lo  pro- 
meten de  los  favorables  y  eficaces  influjos  de  V.  A.  y  lo  firman  en  la  ciudad  de 
Bayona  á  veinte  y  nuebe  dias  del  mes  de  Agosto  de  mil  setecientos  y  diez  y  nue- 
be. — D.  Pedro  de  Salinas.— D.  Tomás  Francisco  de  Salazar.— D.  Benito  de  Beraste- 
gui.— Landázuri.  — D.  Diego  de  Montoya  por  la  xM.  N.  y  M.  L.  provincia  de  Álava  su 
secretario  D.  Pedro  González  de  Echávarri.» 

(t)  Este  pacto  le  garantizó  Stanhope  en  nombre  del  rey  de  Inglaterra,  bajo 
cuya  real  protección  ponía  á  la  provincia  de  Álava,  y  la  «  prometía  su  Real  garan- 
teria  de  el  mismo  modo  y  extensión  que  ha  sido  concedido  y  prometido  á  ella,  aqui 
sobre  referido,  por  el  señor  Mariscal  duque  de  Berwich,  de  parte  del  señor  Rey 
Cristianísimo.» 


ÁLAVA  155 

lo  que  aquellos  naturales  tienen  merecido  en  mi  servicio  por  su 
especialisima  fidelidad  y  amor,  y  á  que  mi  ánimo  no  ha  sido  ni 
será  nunca  perjudicarles  ni  minorarles  sus  privilegios,  exencio- 
nes y  fueros,  y  pesando  más  en  mi  estimación  confirmarles  este 
concepto  que  cualesquiera  intereses  que  pudieran  de  lo  contra- 
rio resultar  en  favor  de  mi  real  Hacienda...  he  resuelto...  que 
las  aduanas  planteadas  en  los  puertos  marítimos  de  Bilbao,  San 
Sebastián  é  Irún,  se  trasladasen  á  los  puertos  secos  y  parajes 
de  Orduña,  Vitoria  y  Balmaseda,  donde  antes  existían. > 


II 


La  revolución  francesa  que  inauguró  el  período  de  progreso 
y  libertad  en  Europa,  tuvo  gran  resonancia  en  las  provincias 
vascongadas,  en  las  cuales  se  dio  prueba  de  una  ilustración 
poco  común  en  el  resto  de  España,  leyéndose  con  avidez  las 
publicaciones  de  los  enciclopedistas  extraordinariamente  gene- 
ralizadas en  todo  el  país  vasco,  especialmente  en  las  capitales 
y  pueblos  de  importancia.  De  aquí  el  que  tanto  simpatizaran  los 
vascongados  con  los  principios  liberales  proclamados  por  Vol- 
taire  y  Rousseau. 

Fuera  por  este  sentimiento  político,  aunque  sólo  encarnado 
en  la  gente  más  principal  de  las  Provincias,  ó  por  lo  que  á 
Godoy  disgustaran  los  fueros  que  con  frecuencia  se  oponían  á 
sus  deseos,  aun  cuando  halló  diputados  que  le  consideraban, 
como  al  rey,  sagrado  é  inviolable  (i),  se  propuso  destruirlos, 
cediendo  sólo  obligado  por  las  circunstancias  (2). 


(t)  Al  exigir  Godoy  la  reposición  de  cierto  comisionado, contestó  el  diputado: 
«cuando  relevé  á  D.  Gaspar  de  Vivanco,  no  pensé  que  podía  ofender  el  decoro 
personal  de  V.  E.,  sagrado  inviolable,  de  todos  mis  respetos.» 

(2)  En  I  794  el  duque  de  la  Alcudia  escribía  al  general  Rubí  que  mandaba  á 
la  sazón  el  ejército  de  Guipúzcoa,  «que  por  entonces  disimulara  para  no  embara- 


1^6  ÁLAVA 

Los  excesos  á  que  se  entregó  el  jacobinismo  francés,  asus- 
taron á  los  que  en  España  habían  simpatizado  con  las  ideas 
que  comenzaron  la  revolución,  y  al  tener  que  hacer  frente  á 
sus  ejércitos  invasores,  no  alentó  á  los  españoles  más  que  un 
sentimiento,  aun  cuando  por  contrarrestar  á  los  franceses  se 
sostuviera  una  política,  ó  lo  que  la  personificaba,  refractaria  á 
las  personas  de  más  ilustración  en  el  país.  Acudieron  los  alave- 
ses á  la  defensa  de  la  patria,  tomando  parte  en  las  campañas 
de  1793,  94  y  95,  derramando  su  sangre  en  los  combates  de 
Elgueta  y  Sasiola. 

Un  hecho  notable  para  los  vitorianos  registra  la  historia  de 
este  tiempo.  Al  llegar  el  14  de  Abril  de  1808  Fernando  VII 
á  Vitoria  de  paso  para  Francia,  se  propusieron  libertarle,  con- 
certando el  plan  el  alcalde  Urbina,  D,  Mariano  Luís  de  Urqui- 
jo  y  el  duque  de  Mahón.  Dispúsose  que  huyera  disfrazado, 
ya  saliendo  por  la  carretera  de  Vergara  para  Francia,  protegi- 
do por  el  regimiento  de  infantería  del  Rey,  ó  hacia  Durango. 
Don  Fernando,  por  no  distinguirse  en  aquella  ocasión  como  en 
ninguna  se  había  distinguido  con  un  acto  valeroso,  é  incapaz  de 
apreciar  el  generoso  sacrificio  de  los  vitorianos,  ni  su  patriótico 
deseo,  no  tuvo  ánimo  para  secundar  el  proyecto  ni  arrostrar  el 
menor  peligro.  No  querían  los  vitorianos  que  saliese  de  la  capi- 
tal, y  sobre  todo  que  siguiera  á  Francia;  pero  bastaron  al  rey 
las  seguridades  y  pruebas  de  afecto  que  le  daba  Napoleón,  en 
carta  que  el  i  7  recibió  en  Vitoria,  para  apresurarse  á  seguir  á 
Francia.  Impulsados  los  vitorianos  por  su  afecto  monárquico,  y 
sin  cuidarse  de  que  estaba  Vitoria  guarnecida  por  4000  france- 
ses mandados  por  el  general  Verdier,  y  300  granaderos  de 
caballería  de  la  guardia  imperial,  reuniéronse  en  la  puerta  su- 
perior del  Ayuntamiento  donde  estaban  los  coches,  protestaron 
contra  la   partida   y  el   manifiesto  engaño,  rompieron  por  dos 


zar  las  disposiciones  de  la  guerra,  porque  era  conveniente  halagar  á  los  estúpi- 
dos del  país  y  sacar  partido.»  (Colección  de  documentos  de  la  guerra  con  Francia, 
desde  lyg)  á  lyq^f.) 


i 


< 
> 


1^8  ÁLAVA 

veces  los  tirantes  del  coche,  y  se  decidieron  á  morir  antes  que 
consentir  que  el  rey  marchara.  Estando  como  estaba  la  guarni- 
ción sobre  las  armas,  el  conflicto  era  inminente  y  sería  sangrien- 
to; la  partida  de  Fernando  iba  á  ser  la  señal ;  pero  se  apresuró 
á  publicar  un  decreto  asegurando  á  los  vitorianos  « que  estaba 
cierto  de  la  sincera  y  cordial  amistad  del  emperador  de  los  fran- 
ceses, y  que  antes  de  cuatro  ó  seis  días  darían  gracias  á  Dios  y 
á  la  prudencia  de  Su  Majestad  de  la  ausencia  que  ahora  les  in- 
quietaba»: hubieron  de  resignarse.  Creían,  en  su  entusiasmo  y 
respeto  monárquico,  que  el  rey  no  les  engañaba. 

Y  no  fué  Fernando  VII,  sino  el  engañado  José  I  el  que  entró 
á  poco  en  Vitoria  (i  i  de  Julio)  de  paso  para  Madrid,  á  ocupar 
casi  por  fuerza  un  trono  que  no  ambicionaba,  y  que  le  obli- 
gaba á  sostener  la  despótica  voluntad  de  su  hermano.  Volvió 
á  la  capital  alavesa  al  mes,  á  consecuencia  de  la  derrota 
de  Bailen,  y  allí  esperó  al  emperador  que  llegó  el  8  de  No- 
viembre. 

En  aquella  lucha,  verdaderamente  titánica,  los  alaveses  hi- 
cieron lo  que  todos  los  españoles,  tomar  las  armas  y  derramar 
valerosamente  su  sangre.  Invadió  Napoleón  las  provincias  vas- 
congadas, suspendió  los  fueros,  volvió  á  llevar  las  aduanas  á  las 
costas  y  fronteras,  y  creó  el  Gobierno  de  Vizcaya  que  compren- 
día las  tres  provincias;  las  cuales,  á  despecho  de  los  invasores 
procuraban  reunirse  en  juntas,  y  en  una  de  estas  se  nombró  di- 
putado al  general  D.  Miguel  Ricardo  de  Álava,  que  había  apren- 
dido como  marino  el  manejo  de  las  armas  en  los  encuentros  en 
el  cabo  de  San  Vicente  y  en  el  de  Finisterre,  valiéndole  el  pri- 
mero el  ascenso  á  oficial,  y  teniendo  en  el  segundo  la  honra  de 
pelear  al  lado  de  Gravina,  como  ayudante  suyo.  También  os- 
tentaba el  glorioso  timbre  de  haber  peleado  valerosamente  en 
Trafalgar.  Ascendido  á  capitán  de  fragata,  como  ya  no  era  en 
el  mar  donde  más  había  que  defender  la  patria,  sino  en  tierra, 
ingresó  en  el  ejército  en  el  que  derramó  su  sangre  y  conquistó 
la  faja  de  general. 


ÁLAVA  I  Sq 

Tuvo  Álava  no  pequeña  parte  en  la  célebre  batalla  de  Vi- 
toria el  2  1  de  Junio  de  1813,  y  debióle  la  ciudad  el  no  haber 
sufrido  el  saqueo  y  el  incendio  de  que  fueron  víctimas  otras  po- 
blaciones que  no  tuvieron  la  suerte  de  que  las  salvara  tan  vale- 
roso patricio,  al  que  en  prueba  de  agradecimiento  regaló  Vito- 
ria una  espada  de  oro,  y  quedó  grabado  en  el  corazón  de  todos 
los  vitorianos  el  nombre  de  tan  esclarecido  alavés  (i).  Sólo  una 
reacción  insensata  y  un  inconsciente  fanatismo  político  de  quie- 
nes tienen  en  más  sus  extraviadas  pasiones  que  el  alto  senti- 
miento de  la  patria,  podían  haberse  atrevido  á  quemar  en  la 
plaza  pública  de  la  Diputación,  por  ser  liberal,  el  retrato  del 
que  tantos  beneficios  había  dispensado  aun  á  los  mismos  que 
con  tan  negra  ingratitud  le  pagaban ;  llegando  sus  compatriotas 
hasta  á  embargarle  sus  rentas  y  sueldos,  teniendo  que  buscar 
en  suelo  extraño  la  seguridad  y  consideraciones  que  su  patria 
le  negaba. 

Fernando  VII,  al  que  disgustaban  los  fueros  vascongados, 
nombró  en  18 14  una  junta  que  «refórmaselos  abusos  que  nota- 
ra en  las  provincias  vascongadas  respecto  al  Ministerio  de  Ha- 
cienda»: en  1820  se  consideró  la  Constitución  más  justa  y  be- 
néfica para  las  provincias  que  los  fueros  y  se  suspendieron 
éstos,  restableciéndose  en  1823;  al  año  siguiente  se  cometió  el 
contrafuero  protestado  por  el  país  y  aplaudido  por  los  realistas, 
de  exigir  un  donativo  temporal  de  tres  millones  de  reales  al 
año;  en  1829  se  mandó  al  canónigo  D.  Julián  González,  que 
€  imprimiese  la  colección  de  todos  los  documentos  relativos  á  las 


(1)  No  puciiendo  consentir  la  provincia  que  los  restos  de  D.  Miguel  Ricardo 
de  Álava  continuaran  en  Barégés  (Altos  Pirineos)  donde  falleció  el  14  de  Junio 
de  I  84  3.  los  trasladó  á  Vitoria,  y  el  .2 1  de  Junio  de  i  884,  después  de  haberlos  te- 
nido expuestos  al  público  en  el  Palacio  de  la  Diputación,  los  condujo  procesio- 
nalmcnte  á  la  iglesia  de  San  Pedro,  en  la  que  se  celebraron  solemnes  honras 
y  Misa  de  Réquiem,  pronunciando  la  oración  fúnebre  el  ilustrado  párroco  señor 
Lámbari,  y  por  la  tarde,  con  honores  de  capitán  general  en  mando,  se  llevaron 
al  panteón  de  familia  que  existe  en  el  cementerio  de  la  ciudad. 

No  recuerda  Vitoria  se  haya  efectuado  entierro  más  suntuoso,  ni  fiesta  cívica 
más  solemne;  pero  esto  no  basta:  la  ciudad,  la  provincia  toda,  debe  un  monumen- 
to público  á  tan  esclarecido  patricio. 


l60  ÁLAVA 

provincias  vascongadas,  recogidos  y  copiados  por  él  mismo ;^  y 
esta  obra  iba  á  servir  de  fundamento  para  la  extinción  de  los 
fueros,  que  se  suspendió  por  las  invasiones  liberales  en  1830. 

La  historia  de  Álava,  después  de  la  guerra  de  la  Indepen- 
dencia, no  se  distingue  más  que  por  la  exacerbación  de  las  pa- 
siones políticas;  pues  hasta  en  la  insurrección  de  1827  que  tuvo 
su  principal  foco  en  Cataluña,  tomaron  también  parte  los  alave- 
ses, formando  D.  Pedro  Lansagorreta  una  pequeña  partida, 
con  la  que  penetró  por  sorpresa  en  Ullibarri-Arrazua,  á  legua 
y  media  de  Vitoria,  se  apoderó  de  las  armas  de  algunos  volun- 
tarios realistas  y  se  encaminó  á  Guipúzcoa.  Los  de  Aramayona 
arrestaron  después  á  Lansagorreta,  y  dieron  fin  á  aquel  amago 
de  insurrección.  Siete  años  duró  la  que  acaudilló  en  1833  el  di- 
putado foral  D.  Valentín  de  Verastegui,  ayudado  por  los  domi- 
nicos y  franciscanos  desde  el  pulpito:  consignados  están  en  otra 
obra  los  hechos  de  aquella  fratricida  lucha,  así  como  la  parte 
que  Álava  tomó  en  los  tristes  sucesos  políticos  de  1 841,  en  la 
guerra  de  África  y  en  la  de  Cuba. 

Modesto  y  sencillo  el  alavés  en  su  trato ,  honrado,  valiente, 
fiel  cumplidor  de  su  palabra  ,  cuando  obra  impulsado  por  sus 
propios  instintos,  vese  siempre  en  él  al  hombre  de  ejemplares 
costumbres,  de  virtudes  públicas  y  privadas,  al  buen  ciudadano, 
al  honrado  padre  de  familia ;  pero  cuando  abdica  de  su  propia 
voluntad  por  seguir  la  del  que  le  conduce  á  servir  sus  pasiones, 
se  identifica  con  ellas  y  se  hace  instrumento  de  muerte  y  de  ho- 
rrores el  que  por  propio  instinto  lo  es  en  estado  normal  de  paz 
y  de  ventura. 


CAPITULO  VIII 


Fueros 


Antes  de  incorporarse  Álava  á  Castilla,  se  gobernaba  y  re- 
gía la  provincia  no  por  fuero  escrito  sinon  por  alvedrío;  pero  na 
fué  obstáculo  para  que  D.  Alfonso  X  otorgara  á  Vitoria  y  á 
algún  otro  pueblo  de  la  provincia  el  Fuero  Real  ó  Libro  de  las 
leyes,  que  se  fué  generalizando  á  todo  el  territorio  perteneciente 
á  la  cofradía  de  Arriaga. 

En  141  7,  como  vimos,  Vitoria,  Treviño  y  Salvatierra  que 
formaban  hermandad,  se  reunieron  para  formar  un  cuaderno  de 
34  ordenanzas,  á  fin  de  perseguir  y  castigar  los  malhechores,  y 
evitar  « los  muchos  e  enormes  e  graves  delitos  que  se  hablan 
>  cometido  e  perpetrado  asi  de  noche  como  de  dia,  robando  e 
»furtando  e  pidiendo  pan,  vino,  e  tomando  viandas  en  poblada 
le  en  despoblado,  e  desafiando  sin  razón,  e  matando  á  los  ino- 


102  ÁLAVA 

>centes  sin  culpa;»  cuyo  cuaderno  aprobó  la  reina  tutora  Doña 
Catalina,  á  cuya  aprobación  se  sometió,  enmendando  algunas 
ordenanzas.  Organizóse  á  su  virtud  la  hermandad  de  Álava, 
creándose  los  alcaldes  de  hermandad,  sin  suprimir  por  esto  la 
jurisdicción  de  los  jueces  ordinarios  de  los  lugares. 

Ó  abundaban  los  delitos  ó  se  estimaba  en  muy  poco  la  vida 
de  las  personas,  por  lo  que  se  prodigaba  la  muerte  en  aquellas 
ordenanzas ;  pues  hasta  por  un  hurto  insignificante  se  ahorcaba 
al  villano,  y  si  era  fijodalgo  se  le  enterraba  vivo.  Por  delitos  pe- 
queños se  cortaba  las  orejas  al  delincuente  á  raíz  del  casco.  No 
se  concedía  apelación  del  juicio  y  sentencia  de  los  alcaldes  en  el 
momento  que  hubiesen  comprobado  la  verdad.  Lo  cierto  es  que 
se  necesitaba  todo  este  rigor,  porque  según  de  las  mismas  orde- 
nanzas se  deduce,  la  osadía  y  atrevimiento  de  los  malhechores 
tenía  por  causa  principal  la  protección  que  les  dispensaban  algu- 
nos caballeros  y  personajes  de  la  provincia.  Confirmó  este  cua- 
derno D.  Enrique  IV  en  1458,  formando  uno  nuevo  con  leves 
aumentos  y  correcciones,  y  en  4  de  Mayo  de  1463  mandó  desde 
Fuenterrabía  á  los  doctores  González  de  Toledo  y  Gómez  de 
Zamora  y  al  licenciado  Alonso  de  Valdivieso,  que  acababan  de 
formar  las  ordenanzas  de  Guipúzcoa,  que,  por  no  guardarse  algu- 
nos de  los  capítulos  del  cuaderno  de  la  hermandad  de  1458, 
porque  otros  debían  ser  reformados,  corregidos  y  algunos  aña- 
didos, y  por  otras  causas  que  habían  redundado  en  deservicio 
del  rey  y  daño  de  la  provincia,  les  daba  poder  para  que  cono- 
ciesen de  las  reformas  de  la  hermandad,  reformasen  y  corrigie- 
sen los  capítulos  del  cuaderno  que  vieren  se  debían  corregir  y 
enmendar  y  añadiesen  los  capítulos  y  cosas  que  fuesen  necesa- 
rias y  cumplideras.  Á  su  virtud  se  formó  un  nuevo  cuaderno  de 
60  ordenanzas,  le  presentaron  para  su  discusión  y  aprobación  á 
los  procuradores  de  las  hermandades  de  Álava,  y  reunidos  en 
Rivavellosa  le  aprobaron  el  1 1  de  Octubre  de  1463,  sancionán- 
dole luego  D.  Enrique. 

Este  cuaderno,  que  es  una  de  las  bases  del  derecho  político 


ÁLAVA  lÓ'J 

de  la  provincia  de  Álava,  ocupábase  de  los  alcaldes,  de  la  con- 
tabilidad, repartimientos,  estableciendo  que  en  ningún  caso  se 
podrían  tomar  ni  vender  los  vestidos  y  ropas  de  cama ;  decretá- 
base la  revisión  de  cuentas  desde  1460  por  sospechas  de  infor- 
malidad y  poca  exactitud  en  ellas;  se  exigía  para  los  enviados 
en  corte  que  no  tuviesen  negocios  particulares  en  ella,  y  que 
antes  de  pagarles  á  su  vuelta  el  salario  que  se  les  señalase, 
prestasen  juramento  de  no  haber  agenciado  negocio  suyo  parti- 
cular; se  prohibía  que  los  caballeros  y  otras  personas  poderosas 
tomasen  prendas  por  autoridad  propia  y  sin  mandamiento  de 
juez,  bajo  severísimas  penas  pecuniarias ;  que  se  protegiera  á  los 
malhechores  y  acotados,  y  si  alguno  los  acogiere  en  su  casa, 
sufriría  la  misma  pena  que  mereciesen  los  delincuentes,  y  sus 
casas  tomadas,  derrocadas  y  quemadas  por  la  hermandad,  «por- 
que sea  pena  á  ellos  y  á  otros  ejemplo  ;  »  los  nombres  y  señas 
de  todos  los  criminales  acotados  se  escribirían  y  publicarían  en 
la  junta  general,  circulándose  las  listas  por  todas  las  hermanda- 
des para  que  nadie  los  acogiese,  pudiendo  ser  presos  y  muertos 
por  cualquiera  que  los  hallase  dentro  de  la  hermandad  sin  incu- 
rrir en  pena  alguna ;  nadie  podría  apoderarse  de  fortaleza  agena 
contra  la  voluntad  del  señor,  salvo  el  caso  de  acogerse  á  ella 
para  salvar  la  vida;  los  caballeros,  personas  poderosas  ó  con- 
cejos que  protegiesen  ó  sostuviesen  algunos  acotados  ó  malhe- 
chores, deberían  entregarlos  á  la  hermandad,  imponiendo  graves 
penas  á  los  contraventores.  Si  hubiese  riñas,  diferencias  ó  deba- 
tes entre  linajes  y  linajes,  concejos  y  concejos  ó  personas  pode- 
rosas de  que  pudieran  nacer  escándalos  ó  grandes  ruidos,  la 
hermandad  general  acudiría  y  pondría  paz,  adoptando  las  medi- 
das convenientes  para  ello,  y  aun  haciendo  pesquisas  y  castigando 
á  los  culpados:  se  imponían  graves  penas  á  los  que  quebrantasen 
tregua  pactada,  ó  puesta  por  el  rey  ó  las  autoridades  de  la  pro- 
vincia, y  aun  cuando  no  estuviese  consentida  por  las  partes. 

Este  cuaderno  y  los  de  141 7  y  1458  son  las  únicas  leyes 
coleccionadas  y  peculiares  á  toda  la  provincia  de  Álava,  resul- 


164  ÁLAVA 

tando  ser  su  situación  legal:  sobre  administración  de  justicia 
civil  el  Fuero  Real;  sobre  juntas  de  provincia,  justicia  criminal, 
casos  y  alcaldes  de  hermandad  y  demás,  el  cuaderno  de  1463; 
porque  respecto  al  estado  político  y  derechos  de  las  distintas 
clases  de  aquella  sociedad,  la  escritura  de  1332,  el  uso  y  la 
costumbre  inmemorial  suplían  las  faltas  ú  omisiones  de  que  ado- 
leciesen los  anteriores  escritos. 

El  fuero  de  Soportilla  Ibda  ó  sea  Portilla,  concedido  para 
los  pleitos  de  hidalguía  en  la  cláusula  VII  del  convenio  de  13321 
es  otra  de  las  disposiciones  legales  más  importantes  de  Álava, 
pero  se  ignora  el  texto  de  este  fuero  por  haberse  extraviado,  y 
sólo  por  una  carta  de  los  Reyes  Católicos  y  una  real  cédula  de 
Felipe  IV,  se  sabe  oficialmente  parte  de  lo  que  disponía  este 
fuero  que  parece  fué  concedido  por  D.  Fernando  el  Emplazado 
á  los  nuevos  pobladores  de  Soportilla;  el  original  se  hallaba 
en  1480  en  el  archivo  de  Beranteville.  En  este  fuero  se  excep- 
tuaba de  empréstitos  y  pechos  á  los  nuevos  pobladores,  excepto 
los  dos  tributos  de  moneda  forera  y  martiniega,  y  el  yantar  del 
rey  cuando  pasase  por  Portilla,  debiéndole  cobrar  en  especie  y 
no  en  dinero ;  y  sábese  por  la  cláusula  VII  del  citado  convenio 
de  1332,  que  aquel  fuero  se  hizo  extensivo  después  á  todos  los 
hidalgos  de  Álava,  sirviendo  siempre  de  norma  para  los  pleitos 
de  hidalguía. 

Cartas,  cédulas  reales  y  pragmáticas  sobre  diferentes  puntos 
de  administración  provincial  y  local,  se  han  expedido  también, 
ya  á  instancia  de  sus  juntas  ó  por  real  iniciativa.  Se  halla  en 
este  caso  lo  mandado  en  Octubre  de  1476  por  los  Reyes  Cató- 
licos, quienes  para  extinguir  los  funestos  bandos  de  Ayalas  y 
Callejas  que  tanto  perturbaban  la  provincia  y  la  misma  Vitoria, 
establecieron  la  Santa  Hermandad;  que  las  hermandades  de  Ala- 
va  tuviesen  por  jefe  á  un  diputado,  juez  superior  y  ejecutor,  que 
lo  fué  D.  Lope  López  de  Ayala,  creándose  entonces,  aunque 
duraron  poco,  los  alcaldes  cuadrilleros;  acordándose  después  en 
junta  general,  para  el  mejor  gobierno  de  la  provincia,  dividirla 


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l66  ÁLAVA 

en  seis  cuadrillas,  asignando  á  cada  una  de  ellas  cierto  número  de 
las  hermandades,  en  que  según  el  orden  civil  y  económico,  esta- 
ba ya  dividida  desde  tiempos  muy  remotos  (i).  Los  mismos  re- 
yes, á  petición  de  la  provincia,  dispusieron  que  ningún  caballero 
ni  otra  persona  alguna  pusiese  fiscales  en  ninguna  tierra  de 
dicha  provincia,  por  pertenecer  á  la  corona  el  nombramiento  de 
tales  oficios,  no  sólo  en  el  territorio  de  realengo  sino  en  el 
de  señorío. 

Consecuencia  de  las  leyes  generales  de  la  Santa  Hermandad, 
acordadas  en  las  cortes  de  Madrigal  de  1476,  fué  la  provisión 
de  los  Reyes  Católicos  de  3 1  de  Agosto  del  mismo  año,  man- 
dando que  la  hermandad  general  de  Álava,  formada  ya  desde 
los  tiempos  de  D.  Juan  II,  unida  á  la  hermandad  de  Guipúzcoa 
y  al  señorío  de  Vizcaya,  se  incorporasen  á  la  general  del  reino. 
El  juez  ejecutor  y  diputado  de  Álava  continuó  siéndolo,  excepto 
en  un  pequeño  intervalo ;  y  de  vitalicio  que  fué  este  cargo  en 
los  dos  primeros  diputados,  Ayala  que  lo  desempeñó  hasta  1501, 
y  Diego  Martínez  de  Álava  que  falleció  en  1533,  se  hizo  después 
trienal,  ocasionando  la  elección  no  pocas  disputas  entre  Vitoria 
y  la  provincia,  hasta  que  la  concordia  de  28  de  Enero  de  1534, 
convino  en  que  la  elección  se  hiciese  por  3  votos  de  la  provincia 
y  3  de  la  ciudad  de  Vitoria,  y  el  elegido  fuese  vecino  precisamen- 
te de  esta  ciudad.  En  contra  de  esto  pleiteó  la  provincia,  consi- 
guiendo la  anulación  de  la  Concordia  (1804)  declarándose  se  eli- 
giese el  diputado  general  por  las  juntas,  y  circulase  el  cargo  entre 
todos  los  vecinos  de  las  53  hermandades  de  Álava.  Jefe  supremo 
de  la  provincia  el  diputado,  sólo  cesaban  sus  facultades  cuando 
estaba  congregada  la  junta  general. 

El  sistema  municipal,  sin  unidad  ni  uniformidad  de  jurisdic- 


(i)  La  I. a  cuadrilla  de  Vitoria  la  componían.  .  i  8  hermandades. 

La  2."  de  Salvatierra 6  » 

La  3.'  de  Ayala 5  » 

La  4.'  de  la  Guardia 7  » 

La  5.»  de  Zuya. 5  » 

La  6.'  de  Mendoza 12  » 


ÁLAVA  167 

ción,  era  un  verdadero  caos:  apenas  había  dos  pueblos  con 
igual  organización.  Merced  á  las  muchas  poblaciones  de  señorío 
particular,  era  muy  frecuente,  que  además  de  los  alcaldes  ordi- 
narios hubiera  alcaldes  mayores  ó  gobernadores  puestos  por  el 
señor  (i):  así  era  variada  la  organización  y  elección  de  Ayunta- 


( I )  «otra  causa  de  esta  confusión  jurisdiccional  era,  el  que  á  veces  los  pueblos 
que  componían  una  misma  hermandad,  pertenecían  á  distintas  jurisdicciones.  Así 
por  ejemplo,  la  hermandad  de  Arraya  y  Laminoria,  compuesta  de  dos  valles,  per- 
tenecíala fines  del  siglo  pasado,  el  primero  á  su  señor  D.  Felipe  de  Samaniego,  y 
segundo  a  la  abadía  de  Santa  Pía,  cuyo  abad  confirmaba  los  oficiales  municipales 
elegidos  el  día  i."  del  año  por  los  concejales  salientes.  La  hermandad  de  la  Rive- 
ra, dividida  en  alta  y  baja,  correspondía  en  jurisdicción,  la  primera  á  los  condes 
de  Orgaz  y  la  baja  á  los  duques  de  Frías.  Sucedía  también,  que  algunas  herman- 
dades estaban  sujetas  á  un  mismo  alcalde,  como  las  de  Ariñiz,  Badayoz,  Cigoitia, 
Ubarrundia,  ¡ruña  y  Arrazua,  que  tenían  por  señor  al  duque  del  Infantado,  y  eran 
conocidas  por  tierras  del  duque  con  un  solo  alcalde  ordinario  en  Foronda,  asis- 
tiendo al  duque  el  derecho  de  nombrar  un  gobernador  cuando  lo  tuviese  por  con- 
veniente. Fallaba,  pues,  en  Álava  la  unidad  y  uniformidad  de  jurisdicción  como 
consecuencia  de  los  derechos  del  señorío  particular,  desconocido  y  no  consentido 
en  Vizcaya  y  Guipúzcoa,  participando  de  este  señorío  algunas  municipalidades 
privilegiadas.  Vitoria  le  tenía  sobre  los  cuarenta  y  tres  lugares  de  su  jurisdicción, 
y  por  concesiones  de  los  Reyes  Católicos  sobre  las  hermandades  de  Zuya  y  Ber- 
nedo,  y  sobre  las  villas  de  Elburgo  y  Alegría.  Salvatierra  sobre  los  pueblos  de  la 
hermandad  de  San  Millán.  Los  principales  personajes  que  disfrutaron  señoríos  en 
Álava,  fueron  el  conde  de  Oñate  sobre  Guevara  y  Salinillas;  los  duques  de  Frías 
sobre  la  Riberabaja;  del  Infantado  sobre  las  tierras  que  llevaban  su  nombre;  de 
Hijar  sobre  las  tierras  llamadas  del  Conde  y  Salinas  de  Anana  con  sus  pueblos;  y 
el  de  Werwik  sobre  las  hermandades  de  Ayala,  Urcabustaiz,  Arcenicga,  Arrasta- 
ria  y  Llodio.  El  marqués  de  Mirabel  tuvo  el  señorío  de  Berantevilla  y  las  villas  de 
Hereña  y  Turiso,  y  el  de  Villamcnasar  sobre  Berguenda.  Fontecha  perteneció  al 
conde  de  Orgaz.  La  hermandad  de  Aramayona  á  la  casa  de  Mortara,  y  las  de  Mas- 
troda  y  los  Cuetos  á  la  casa  de  Hurtado  de  Mendoza.  Llegó  á  tal  punto  la  división 
y  subdivisión  de  señoríos  en  Álava,  que  el  solo  pueblo  de  Portilla  tenía  á  la  vez 
los  tres  distintos  señoríos  del  duque  de  Frías,  de  D.  Iñigo  Ladrón  de  Guevara  y 
de  D.  José  de  Abalas.  La  extensión  del  señorío  particular  absorbía  casi  todo  el  te- 
rritorio, y  durante  algunas  épocas  no  hubo  otras  hermandades  realengas  que 
Vitoria,  Salvatierra,  Labraza,  Vellogin,  Morillas,  Cuartango,  Valdegovia,  \'alde- 
rejo,  Villa-Real,  Mendoza,  Gamboa,  Axparrena,  Berrundia,  Laguardia,  Oquina, 
Marquiniz  é  Iruraiz,  menos  la  villa  de  Alegría,  Elburgo  con  sus  pueblos,  Erenchun 
y  Garma;  y  aun  de  estas  diez  y  siete  hermandades  las  seis  de  Salvatierra,  .Mori- 
llas, Cuartango,  Valdegovia,  Valderejo  y  Villa-Real,  pertenecieron  á  las  casas  de 
los  señores  de  Ayala  y  Avendaño  hasta  los  siglos  xvi  y  xvii :  y  las  de  Gamboa,  Ax- 
parrena y  Barrundia  al  señorío  del  conde  de  Oñate.  ¡  Excelente  modo  de  cumplir 
los  reyes  sucesores  de  D.  Alonso  XI  la  cláusula  I  del  contrato  de  1332,  sobre  no 
poder  enagenar  ninguna  villa  ni  aldea  de  .\lava,  debiendo  fincar  para  siempre  en 
la  corona  real  los  nuestros  reinos  de  Castilla  é  de  León,  debiendo  ser  toda  realen- 
ga !  Por  fortuna  han  desaparecido  ya  tales  señoríos,  depresivos  de  la  dignidad  real 


l68  ÁLAVA 

mientos  y  pugnaba  en  ella  la  nobleza  con  el  estado  llano  y  los 
plebeyos,  que  los  había:  en  las  hermandades  donde  existía  esta 
distinción  de  estados,  obtenían  los  hidalgos  preferencia  en  la 
obtención  de  los  cargos  municipales.  Los  alcaldes  salientes  solían 
elegir  en  algunos  pueblos  su  sucesor;  en  otros  el  alcalde  con 
dos  ó  más  vecinos;  en  Contrasta  todos  los  vecinos  elegían  dos 
candidatos  que  proponía  el  señor  para  que  eligiera  el  alcalde; 
el  señor  de  Comunión  elegía  el  ayuntamiento  sin  intervenir  nin- 
gún vecino :  en  Elciego  y  Ereña  los  cargos  de  alcalde  y  síndico 
alternaban  entre  los  de  estado  noble  y  llano ;  y,  por  último, 
desde  el  sufragio  universal  que  se  practicaba  en  Marquines,  la 
insaculación  en  varios  pueblos,  hasta  el  aristocrático  sistema  de 
San  Vicente  de  Arana,  donde  sólo  podían  ser  electores  los  hijos- 
dalgo, eligiéndose  entre  ellos  mismos  á  la  suerte  por  medio  de 
habas  blancas  y  negras,  no  se  conocía  seguramente  forma  elec- 
toral que  en  Álava  no  se  practicara  hasta  1845. 


y  conculcadores  de  las  libertades  populares.»  (Historia  de  la  Legislación  y  Recita- 
ciones del  Derecho  Civil  de  España  por  los  Sres.  marqués  de  Montesa  y  D.  Caye- 
tano Manrique). 


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CAPITULO  IX 

Álava   moderna.  —  Edificios  públicos  de  Vitoria. 
Aspecto  de  la  población.— Paseos 


N  toda  la  provincia,  si  exceptuamos  alguno  que 
^^f    ^^otro  caserón,   llamados  palacios  por  sus  dimen- 
"f   siones  y  haberlos  habitado   personas  que    se  distin- 
'^''/V     guieron,  no  se  conserva  edificio  antiguo  notable  (i). 
En  cambio  los  hay  modernos  muy  notables;  merecien- 
do especial  mención  las  escuelas  de  Yodio,   mandadas  erigir 


(i)  Lo  es  por  la  historia  más  que  por  el  arte  el  llamado  palacio  de  Larraco. 
Casi  consumida  la  población  varonil  de  Álava  por  los  incesantes  pedidos  de  hom- 
bres para  las  guerras  en  que  estaba  empeñado  con  mejor  deseo  que  fortuna 
Don  Felipe  IV,  un  insigne  patricio  que  vivía  en  el  rincón  de  Larraco  (campo  cer- 
cado) no  lejos  del  histórico  solar  de  Mariaca,  y  descendiente  de  él,  armó  á  su  costa 
un  regimiento  de  voluntarios  y  los  ofreció  al  rey  enviándolos  á  campaña. 

Tales  son  los  antecedentes  que  para  la  consideración  pública  tiene  la  casa-pa- 
lacio de  Larraco,  reconstruido  en  el  siglo  xvii,  y  modernamente  reformado,  sin 
nada  notable  que  le  distinga  si  exceptuamos  un  alto  mirador  que  sirve  de  montera 
al  edificio. 

Hasta  principios  de  este  siglo  conservábanse  allí  armas  y  recuerdos  del  ilus- 


I  yo 


ÁLAVA 


y  sostenidas  por  el  marqués  de  Urquijo,  verdadera  providencia 
de  aquel  su  pueblo  natal,  al  que  ha  dotado,  á  mucha  costa,  de 
abundantes  aguas  potables  y  de  un  excelente  cementerio,  ade- 
más de  los  muchos  y  constantes  beneficios  que  ha  dispensado  y 
dispensa. 


VITORIA.  — Casa  Consistorial 


No  se  distingue  esta  generación  y  las  que  la  han  precedido 
en  el  presente  siglo,  por  la  construcción  de  magníficos  conven- 
tos y  suntuosas  catedrales ;  pero  sí  lega  á  nuestros  descendien- 


tre  patricio  Ugarte  pero  si  han  sabido  apreciarse  no  se  han  conservado  en  su 
sitio. 

Lo  que  sí  se  conserva  inmediata  es  la  casa  primitiva  de  la  familia,  los  restos  de 
una  ermita  y  ruinas,  como  testigos  mudos  de  mayor  grandeza. 

Todo  esto  lo  puede  contemplar  el  viajero  desde  el  ferrocarril  de  Miranda  á  Bil- 
bao; pues  al  llegar  á  la  altura  de  la  estación  de  Inoso,  en  la  enhiestada  Peña  de 
Orduña,  tendiendo  la  vista  por  los  hondos,  frondosos  y  pintorescos  valles  de  Leza- 
ma  y  Orduña,  que  parecen  la  base  del  alto  y  casi  siempre  nevado  Gorbea,  allá 
bajo,  cerca  de  la  apenas  visible  carretera  de  Altuba,  se  distingue  la  casa-palacio 
que  nos  ocupa,  y  se  le  ve  por  algún  tiempo  merced  á  las  revueltas  de  la  vía  férrea 
para  salvar  la  Peña,  cuyo  trayecto  merece  especial  visita. 


ÁLAVA  171 


tes  admirables  hospicios,  suntuosas  casas  de  misericordia,  eri- 
gidas muchas,  como  la  de  Vitoria,  sobre  las  ruinas  de  aquellas 
casas  de  oración  y  recogimiento,  albergue  de  las  órdenes  mo- 
násticas, que  tuvieron  su  época  gloriosa,  pero  que  pasaron. 

Se  halla  instalado  el  Hospicio  en  el  antiguo  local  del  cole- 
gio de  San  Prudencio,  á  su  vez  alzado  cerca  del  derruido  tem- 
plo de  San  Ildefonso,  cuyo  nombre  tomó  la  primitiva  iglesia  en 
honor  y  memoria  de  los  reyes  Alfonsos  de  Castilla,  que  allí  in- 
mediato tuvieron  siempre  su  palacio.  Construyóse  el  colegio 
fundado  por  el  vitoriano  Salvatierra,  obispo  de  Segorbe  y  de 
Ciudad-Rodrigo,  en  el  siglo  xvii,  con  verdadero  lujo  y  esplen- 
didez, como  aún  se  ve  en  su  fachada  y  distribución  general.  Es 
todo  excelente ;  su  portada  de  columnas  dóricas  empotradas 
sostienen  el  balconaje  y  columnata  jónica  del  segundo  cuerpo, 
coronado  por  una  moderna  escultura  que  represéntala  Caridad, 
la  cual  se  ejerce  verdaderamente  y  de  una  manera  tan  admirable 
que  honra  á  Vitoria. 

Otro  de  los  edificios  destinados  á  beneficencia,  digno  de 
mentarse,  es  el  hospital  civil,  llamado  de  Santiago.  De  construc- 
ción moderna,  tan  notable  en  su  conjunto  y  detalles,  como  en  su 
servicio  y  administración,  es  monumental,  de  grandes  proporcio- 
nes y  capacidad,  y  puede  servir  de  modelo. 


II 


La  llamada  Plaza  Nueva  de  Vitoria  es  una  de  las  más  lindas 
de  España.  Comenzóla  el  arquitecto  D.  Justo  Antonio  de  Ola- 
guibel  en  1781  y  la  concluyó  á  los  diez  años.  Es  un  cuadro  de 
sillería  de  220  pies,  cuya  línea  dividen  19  arcos:  en  el  piso  llano 
hay  un  pórtico  de  1 5  pies  de  ancho  con  pavimento  de  losa  y  te- 
chumbre de  capillas:  encima  dos  pisos,  y  todo  el  edificio  tiene  50 


172  ÁLAVA 

pies  de  altura.  La  casa  consistorial ,  que  con  dos  colaterales  cie- 
rra el  frente  de  mediodía,  se  distingue  de  las  demás,  que  son 
treinta  y  cuatro,  por  su  riqueza  y  acabado.  Cuatro  calles  forma- 
das de  nuevo  con  hermosos  asientos  de  piedra  y  de  hierro,  ha- 
cen otro  cuadro  exterior  al  de  la  plaza,  proporcionándole  des- 
ahogo, comodidad  y  belleza.  Costó  más  de  cuatro  millones  y 
medio. 

Lo  que  distingue  de  las  demás  á  la  casa  consistorial  es  un 
gran  resalto  que  abrazando  los  cinco  arcos  centrales  con  arqui- 
trabe plano  y  columnas  de  una  pieza  aisladas,  tiene  sobre  ellas 
un  bello  balcón  corrido,  con  balaustrada  de  piedra  en  el  piso 
principal  y  balconaje  de  hierro  en  el  segundo.  Al  adorno  en  los 
marcos  de  los  huecos  y  pilastras  recuadradas,  se  añade  un  bien 
proporcionado  ático  guarnecido  de  dos  jarrones,  sobre  acrote- 
ras,  coronado  con  las  armas  del  municipio. 

La  fachada  posterior  que  da  á  la  calle  de  San  Francisco, 
hace  en  su  centro  un  resalto  de  buena  sillería  almohadillada, 
airosa  y  grande  puerta  que  soporta  un  gran  balcón  voladizo, 
teniendo  también  esta  fachada  por  remate  otro  ático  con  escudo 
de  armas  en  la  cima. 

En  el  salón  de  sesiones,  una  faja  que  recorre  todo  su  perí- 
metro por  la  parte  superior,  contiene  una  leyenda  recordatoria 
de  la  jura  de  los  fueros  por  D.^  Isabel  la  Católica  el  2  de  Se- 
tiembre de  1483,  cuya  acta  existe  en  el  Archivo.  En  otro  salón 
se  recuerda  en  tarjetones  la  fundación  de  Vitoria  por  D.  San- 
cho, y  la  declaración  de  ciudad  por  D.  Juan  II  de  Castilla  en 
Noviembre  de  1431. 

Independiente  de  la  hermandad  ó  cofradía  de  Arriaga,  la 
tuvo  también  Vitoria;  y  la  primera  memoria  de  su  hermandad 
se  halla  en  un  privilegio  rodado  de  D,  Fernando  IV,  á  favor  de 
la  entonces  villa,  fechado  en  Burgos  á  27  de  Julio  de  1302. 
En  1 3 1 5  se  agregó  Vitoria  con  otras  villas  de  Álava,  á  las  céle- 
bres hermandades  de  Castilla,  Galicia,  Asturias  y  León,  cuyos 
procuradores  suscribieron  lo  que  sé  acordó  sobre  sus  demandas 


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1/4 


ÁLAVA 


en  las  Cortes  de  Burgos  de  este  año.  También  consta  que  Vi- 
toria en  6  de  Agosto  de  1358,  formaba  hermandad  con  las 
villas  de  Haro,  Logroño,  Nájera,  Santo  Domingo,  Miranda, 
Treviño,  Briones. 

Igualmente  es  notable  en  el  mismo  orden,  el  palacio  de  la  Di- 
putación, que  no  poseía  en  lo  antiguo  local  á  propósito  para  sus 
juntas;  pues  hasta  el  primer  tercio  del  siglo  xvii,  las  corres- 
pondientes á  Vitoria  se  habían  celebrado  indistintamente  ya  en 
casa  del  Diputado  General,  ya  en  el  salón  del  Hospital  de  San- 
tiago ó  en  la  portería  ó  refectorio  del  convento  de  San  Francis- 
co, sin  que  esto  disminuyera  el  prestigio  de  su  autoridad,  como 
no  disminuía  la  de  los  reyes  que  administraban  justicia  en  el 
pórtico  de  las  iglesias:  creyóse,  sin  embargo,  en  la  necesidad  de 
tener  local  á  propósito,  y  arregló  la  provincia  una  gran  sala  con 
archivo,  armería  y  dependencias,  en  el  expresado  convento, 
donde  se  celebraron  muchos  años  las  sesiones.  Pudieron  muy 
bien  albergar  los  frailes  á  la  Diputación,  hasta  principios  de 
este  siglo;  pero  iniciada  nuestra  revolución  política  y  social,  era 
imposible;  tenía  que  pensar  en  local  propio;  exigíalo  su  decoro, 
y  comenzó  su  construcción  en  1833,  bajo  la  dirección  y  planos 
del  arquitecto  señor  Saracibar;  se  suspendió  por  la  guerra  civil; 
terminada  ésta  se  concluyó  el  primer  cuerpo  en  1844  y  el  se- 
gundo en  1858. 

Más  que  por  su  importancia  artística,  aunque  es  de  agrada- 
ble conjunto  y  excelente  perspectiva,  el  palacio  de  la  Diputa- 
ción contiene  de  suyo  recuerdos  históricos  notables,  ó  más  bien 
personifica  la  historia  de  la  provincia. 

Forman  la  fachada  principal  dos  esbeltos  cuerpos  salientes, 
en  medio  de  los  cuales  y  sobre  anchurosa  y  suave  gradería  de 
ingreso,  se  levanta  un  elegante  intercolumnio  dórico,  de  una 
pieza  cuyas  columnas  soportan  una  corrida  y  graciosa  balaus- 
trada de  piedra  tallada,  sirviendo  de  antepecho  á  otro  interco- 
lumnio más  pequeño  de  orden  jónico  del  balcón  central,  corona- 
do todo  por  el  escudo  de  armas  de  la  provincia.   Las  estatuas 


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lyÓ  ÁLAVA 

de  dos  diputados  generales,  D,  Prudencio  M,^  Verástegui  y 
Don  Ricardo  de  Álava,  que  se  ven  á  los  lados  en  el  primer 
cuerpo,  grandes  candelabros  y  balaustradas  entalladas  en  pie- 
dra, realzan  la  belleza  del  magnífico  peristilo.  En  los  balcones 
y  en  las  puertas  hay  guardapolvos  primorosamente  tallados,  y 
sobre  aquellos,  los  escudos  de  las  principales  villas  alavesas.  El 
salón  de  sesiones  está  cubierto  con  airosa  rotonda,  de  prolija 
labor,  que  alumbra  con  luz  zenital,  sostenida  aquella  por  co- 
lumnas arrimadas  de  orden  compuesto,  entre  cuyos  huecos 
hay  colocadas  en  grandes  hornacinas  seis  estatuas,  de  mayor 
tamaño  del  natural,  sobre  las  cuales  se  lee  en  grandes  tarjeto- 
nes  con  letras  de  oro :  Vela  Giménez,  conde  y  señor  de  Ala- 
va,  882;  Fernán  González,  primer  conde  de  Castilla,  931;  Al- 
fonso XI  de  Castilla,  1332;  Isabel  I,  1474  76-84;  Carlos  V  de 
Alemania,  I  de  España,  1521;  Felipe  V  de  Borbón,  1 701. En  la 
cabecera  de  este  salón  en  forma  de  hemiciclo,  con  doble  fila  de 
escaños,  de  buena  talla,  y  bajo  dosel  con  el  retrato  del  rey,  se 
halla  la  silla  presidencial;  detrás  de  este  asiento,  la  capilla,  cuya 
puerta  cubre  el  dosel  durante  las  sesiones.  En  esta  capilla  hay 
que  admirar  un  crucifijo  de  Ribera,  de  10  pies  y  8  pulgadas  de 
alto  por  7  y  7  de  ancho,  y  en  la  inmediata  sala  de  remates,  un 
San  Pedro  y  San  Pablo,  del  mismo  autor,  ambos  de  7  pies  y  7 
pulgadas  de  alto  y  4  y  8  de  ancho.  Lamentable  es  que  se  per- 
diera la  riquísima  biblioteca  compuesta  de  las  mejores  impresio- 
nes del  apogeo  de  las  artes  en  Flandes. 

La  Diputación  foral,  verdadero  congreso  vascongado,  la 
constituían  el  Diputado  general,  los  procuradores  de  los  pueblos 
por  éstos  nombrados,  los  alcaldes  de  la  hermandad  donde  la 
junta  se  reunía,  y  los  secretarios  por  ciudades  y  villas  y  tierras 
esparsas.  Sin  previa  convocatoria,  celebraban  sus  sesiones  dos 
veces  al  año :  en  4  de  Mayo  y  en  1 8  de  Noviembre ;  duraban 
ocho  días,  precediéndoles  grande  aparato  de  fiestas,  banquetes 
y  regocijos,  que  tenían  lugar  en  todo  el  trayecto  que  recorría 
el  Diputado  general  desde  Vitoria  al  pueblo  en  que  se  cele- 


o 


7) 


^ 


178 


ÁLAVA 


braban  las  sesiones,  en  lo  cual  se  alternaba.  Levantábanse  en 
los  pueblos  del  tránsito  arcos  de  ramajes  para  el  paso  del  Dipu- 
tado general,  al  que  se  recibía  y  despedía  con  cohetes,  repiques 
de  campanas  y  comparsas  de  las  más  apuestas  jóvenes,  que  le 
rodeaban  bailando  al  son  de  las  panderetas;  así  demostraban  el 


VITOIUA.— Calle  del  Instituto 


respeto  y  cariño  consagrados   á   aquella  autoridad  por  todos 
acatada  y  obedecida. 

Hemos  dicho  que  la  Diputación  foral  era  un  verdadero  con- 
greso vascongado,  y  en  efecto,  allí  se  trataban  todas  las  mate- 
rias administrativas  y  sobre  todo  se  legislaba.  Y  es  digno  de 
notarse  que,  cuando  ya  en  sesiones  ordinarias  ó  extraordinarias 
se  presentaban  asuntos  graves  contrarios  al  régimen  foral,  se 
suspendía  la  resolución,  volviendo  los  procuradores  á  sus  her- 
mandades á  consultar  á  sus  representados,  y  hecha  esta  verda- 
dera consulta  al  país,  se  reanudaban  las  sesiones. 


A   1.   A    V   A  179 

El  Diputado  general  era  en  lo  antiguo  el  único  jefe  civil, 
político  y  militar,  titulándose  también  Maestre  de  Campo  y 
Comisario.  Así  en  tiempo  de  guerra  guiaba  las  fuerzas  alavesas 
como  sucedió  en  la  conquista  de  Granada  (i),  en  guerras  poste- 
riores, y  últimamente  en  África ;  si  bien  en  esta  ocasión  era 
nominal  el  cargo  militar  del  diputado,  porque  mandaba  las  fuer- 
zas vascongadas  un  general  del  ejército,  D.  Carlos  María  de  la 
Torre. 

El  establecimiento  de  los  juzgados  de  i.^  instancia  y  de  los 
corregidores  políticos,  anuló  las  atribuciones  judiciales  que 
tenían  los  alcaldes  y  disminuyó  en  mucho  las  generales  de  la 
Diputación,  muy  especialmente  desde  el  concierto  económico 
de  1876,  cuya  corporación  está  asimilada  á  las  demás  del  reino 
excepto  en  lo  relativo  á  presupuestos  y  cuentas  provinciales. 

Descuella  también  entre  los  edificios  modernos  el  Semina- 
rio Conciliar,  cuyas  obras  empezaron  en  1878,  para  inaugurarse 
en  1880  bajo  la  advocación  de  San  Prudencio  y  San  Ignacio. 
Regalados  los  terrenos  por  el  Ayuntamiento  y  varios  particula- 
res, se  ha  costeado  su  construcción  con  limosnas  de  los  dioce- 
sanos y  de  sus  prelados.  Ocupa  1,500  metros  cuadrados ;  35 
lineales  su  fachada  principal.  La  capilla  está  llena  de  grandes 
cuadros,  entre  los  que  sobresalen  un  San  Jerónimo,  un  San 
Agustín,  una  Resurrección  de  Lázaro  y  un  Paso  del  Mar  Rojo. 
La  biblioteca,  que  cuenta  con  algunos  miles  de  volúmenes,  se 
ha  formado  con  donativos  de  libros. 

Han  cursado  de  1882  á  83,  95  alumnos  internos  y  90  ex- 
ternos. Aumentado  este  número,  se  hizo  necesaria  la  ampliación 
del  edificio,  y  el  actual  dignísimo  obispo  de  la  diócesis,  D.  Ma- 
riano de  Miguel  y  Gómez,  con  verdadero  é  ¡lustrado  celo,  y 
con  la  energía  y  actividad  que  le  distingue,  se  propuso  ejecutar 
el  necesario  ensanche  y  lo  consiguió.  Compró  la  antigua  casa- 
solar  del  marqués  de  Arabaca  con  su  jardín  y  huerta,  y  se  em- 


(i)    El  diputado  Diego  Martínez  de  Álava,  salió  de  Vitoria  el  2   de  .Marzo  de 
1491  con  una  compañía  y  regresó  el  2  3  de  .Marzo  de  i  492. 


1 8o 


ÁLAVA 


prendieron  inmediatamente  las  obras,  aumentando  al  seminario 
1,200  metros  cuadrados,  quedando  su  principal  fachada  de  83 
metros  lineales  y  más  embellecida,  ostentando  en  un  pináculo 
en  medio  los  escudos  de  armas  del  fundador,  el  Exmo,  é  limo, 
obispo  Sr.  D.  Sebastián  de  Herrero  y  Espinosa  y  del  actual 
prelado. 


i 


\'1T0RIA. — Monasterio  de  las  Salesas 


El  Instituto  provincial  es  otro  de  los  edificios  consagrados  á 
la  instrucción  pública,  tan  atendida  en  la  capital  alavesa.  Situado 
en  la  calle  de  su  nombre,  á  la  que  da  la  fachada  principal,  está 
rodeado  de  otros  tres  por  los  lindos  jardines  de  la  Florida.  De 
buena  piedra  sillería  aquella  fachada,  ofrecen  excelente  golpe  de 
vista  la  esbeltez  de  sus  líneas  y  la  solidez  del  conjunto. 

Creado  en  1842,  se  instaló  humildemente,  y  cuando  la  Dipu- 
tación y  el  Ayuntamiento  proyectaban  la  construcción  de  un 
edificio  de  nueva  planta,  se  ordenó  (1850)  la  suspensión  del  Ins- 
tituto: reclamaron  aquellas  corporaciones,  lograron  una  R.  O. 
para  la  existencia  del  Instituto,  declarándole  de  primera  clase,  y 


ÁLAVA  l8l 

aprobados  los  planos  del  arquitecto  D.  Pantaleón  Iradier,  comen- 
zaron las  obras  en  Junio  de  1851,  inaugurándose  aquel  centro 
de  enseñanza  el  i.*^  de  Noviembre  de  1855. 

Los  gabinetes  científicos  y  la  biblioteca,  son  notables.  A  ésta 
legó  D.  Paulino  Álvarez  Aguiniga,  las  dos  selectas  y  numerosas 
que  poseía  en  Haro  y  en  la  Habana.  ¡Digna  muestra  de  agra- 
decimiento por  la  enseñanza  que  en   aquel  Instituto   recibiera! 

Merece  consignarse  el  Seminario  de  Aguirre,  cuyo  nombre 
lleva  por  haberle  comprado  este  señor  en  1853.  Es  magnífica 
su  fachada  principal,  estilo  Berruguete,  con  hermosos  y  valien- 
tes detalles;  en  el  patio,  esbeltas  columnas  y  medallones;  la 
escalera  ha  perdido  parte  de  su  antiguo  y  tallado  balaustre  de 
piedra  por  haber  servido  de  almacén  de  víveres  á  la  administra- 
ción militar  en  la  última  guerra  civil. 

La  cárcel  construida  en  1858-59  con  planos  y  dirección  del 
arquitecto  D.  Martín  Saracibar,  es  la  primera  celular  construida 
en  España.  Es  su  planta  en  forma  de  cruz,  cuyos  cuatro  marti- 
llos, están  tres  destinados  á  celdas,  y  el  cuarto  con  la  fachada 
principal  al  Juzgado  y  sus  dependencias,  cuerpo  de  guardias  é 
ingreso.  Colocado  un  altar  en  el  centro  del  crucero,  todos  los 
presos  ven  la  misa  sin  verse  unos  á  otros.  Pueden  colocarse  100 
presos  en  sus  correspondientes  celdas  independientes:  el  núme- 
ro de  detenidos  por  todos  conceptos  es  de  unos  40,  término 
medio. 

Llama  grandemente  la  atención  de  todo  viajero  que  llega  á 
Vitoria  el  suntuoso  monasterio  de  las  Salesas,  que  ve  al  pasar 
en  el  ferrocarril.  Á  expensas  de  D.'^  Rosario  del  Wal  Fernán- 
dez de  Córdoba  (sor  María  de  Gracia),  se  ha  construido  este 
edificio  cuyas  obras  se  inauguraron  el  8  de  Diciembre  de  1879, 
con  arreglo  á  los  planos  del  arquitecto  D.  Cristóbal  Lecumbe- 
rri,  que  designó  para  ejecutar  la  obra  á  D.  Fausto  Iñiguez  de 
Betolaza. 

Ocupa  el  edificio  un  gran  rectángulo  de  228  metros  de  fon- 
do por  223  de  fachada,  que  da  sobre  el  paseo  de  la  ciudad. 


iSa  ÁLAVA 


Como  puede  verse  por  la  lámina,  es  un  edificio  de  estilo  del 
siglo  XIII,  y  en  su  conjunto  y  por  su  aspecto  uno  de  los  prime- 
ros monasterios  de  España. 


III 


No  terminaremos  la  reseña,  siquier  ligera,  de  lo  más  notable 
que  encierra  Vitoria,  sin  dar  una  idea  de  lo  que  constituye,  como 
se  ha  dicho,  «  un  verdadero  monumento  arquitectónico  greco- 
romano,  en  el  que  se  aunan  la  valentía  de  la  construcción,  la 
severidad  del  estilo,  y  el  acierto  y  el  conocimiento  del  terreno  en 
el  proyecto  Los  Arquillos  •*  (i).  Y  en  efecto,  ofrece  un  golpe  de 
vista  sorprendente,  y  es  de  gran  comodidad  además  aquel  gran 
paseo  de  soportales  y  balcones,  encima  y  debajo  de  viviendas 
particulares,  y  á  considerable  altura ;  pues  se  halla  esta  galería 
al  nivel  de  los  tejados  de  la  Plaza  Nueva. 

Sobre  los  planos  de  Güemes,  dirigió  aquellos  Arquillos  Ola- 
guibel  en  1794. 

El  viajero  que  haya  visitado  cuánto  de  notable  encierra  la 
ciudad,  sin  excluir  el  Círculo  Vitoriano,  en  cuyo  centro  de  ilus- 
tración y  recreo  se  admira  la  franqueza  y  bondad  de  sus  socios, 
vaya  luego  á  la  Florida^  uno  de  los  más  bellos  paseos  de  Es- 
paña. 

La  avenida  de  la  calle  del  Prado,  según  representa  la  lámi- 
na, es  encantadora,  y  más  moderna;  porque  el  salón  central, 
construido  en  1820,  conserva  los  gigantescos  chopos  que  le  cir- 
cundan y  se  plantaron  aquel  año. 

Constituyen  la  Florida  extensas  alamedas,  grandes  jardines 
ingleses,  que  ostentan  cien  especies  distintas  de  lozanos  y  her- 
mosos árboles  y  plantas,  teniendo  todos  y  todas  una  etiqueta 


(i)     Cola  y  Goiti. 


ÁLAVA 


Vitoria.  —  Paseo  de  la  Florida 


Á   I.  A   V  A 


183 


con  su  nombre  en  latín  y  castellano,  magnífico  invernadero,  y 
linda  casa  del  jardinero  que  adorna  aquel  verdadero  pensil,  al 
que  nuestras  discordias  políticas  convirtieron  en  patíbulo,  pues 
en  uno  de  sus  paseos  laterales  fué  fusilado  en  1841  Montes  de 
Oca. 


\'  I T  o  R  I  A  .  —  L  o  s    A  R  o  u  1 1-  L  o  s 


El  magnífico  paseo  primitivo  está  decorado  con  las  estatuas 
de  Ataúlfo,  Sigerico,  Teudis  y  Luiva,  compañeras  de  las  que 
adornan  la  Plaza  de  Oriente  en  Madrid. 

Con  razón  dice  el  Sr.  Becerro  que  « nada  hay  comparable  á 
la  hermosura  y  frescor,  bellas  perspectivas,  calma  y  puro  am- 
biente de  este  sitio  en  las  plácidas  mañanas  del  verano.  No  hay 
nada  más  animado  y  magnífico  que  esas  tardes  de  los  días  fes- 
tivos en  que  todo  el  vecindario  acude  á  solazarse  á  este  punto. 
Sitúase  el  tamboril  vascongado  al  pié  de  la  estatua  de  Ataúlfo; 
dentro  del  gran  círculo  y  en  torno  suyo  se  forma  agitado  baile. 
Alternando  con  él  toca  la  música  del  regimiento  que  guarnece 


l8; 


ÁLAVA 


á  Vitoria,  alegres  aires,   á  cuyo  compás  bailan  también  en  re- 
vuelto concurso  los  jóvenes,  debajo  de  la  estatua  de  Luiva, 
» Entre  ambos  bailes  y  en  la  línea  principal  de  la  Florida  se 


VITORIA.  —  Avenida  del  Prado 


mueve  el  paseo  de  artesanos,  costureras,  estudiantes,  sirvientas 
y  militares.  Paralelamente  á  él,  y  en  la  hermosa  alameda  de  los 
olmos  se  sitúa  el  de  las  clases  más  elegantes.  En  uno  y  otro 
luce  sus  galas,  su  lozanía  y  su  humor,  siempre  complaciente,  la 
juventud  vitoriana.   En  los  paseos  inmediatos  pululan  animados 


ÁLAVA 


18-, 


grupos,  moviéndose  en  todas  direcciones.  Así  es  que  en  la  últi- 
ma hora  del  día,  cuando  el  crepúsculo  hermoso  empieza  ,  y  los 
rayos  del  sol  desde  Bedoya  vienen  á  dorar  las  altas  puntas  de 
los  chopos  y  las  frondosas  cimas  de  los  olmos,  de  los  platanoi- 
des  y  de  los  castaños;  cuando  las  tres  filas  de  los  paseos,  cua- 


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VITORIA.— Salón  dkl  Prado 


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jadas de  hermosas  jóvenes ,  de  elegantes  damas  y  de  todo  un 
pueblo  risueño  y  animado,  van  y  vienen  entre  los  jardines  y  las 
arboledas,  cuyos  asientos  ocupan  alegres  grupos;  cuando  los 
ecos  de  la  música  pueblan  el  espacio,  y  el  confuso  murmullo  lo 
inunda  también;  cuando  un  precioso  mundo  de  elegantes  y  her- 
mosos niños  baila  en  lo  alto,  en  mano  de  sus  ayas,  formando 
vistosísimo  contraste  con  el  fondo  de  la  verde  y  nutrida  vegeta- 


24 


1 86 


ÁLAVA 


ción  de  las  alamedas,  cuando  aquel  cuadro  se  ofrece  lleno  de 
vida  y  de  encanto,  compréndese  por  qué  las  bellezas  de  la  Flo- 
rida no  se  olvidan,  sino  que  quedan  agradablemente  grabadas 
en  la  memoria  de  cuántos  han  contemplado  este  paseo,  cuyas 
flores  forman  una  maravillosa  alfombra  puesta  á  los  pies  de  la 
ciudad  y  perfuman  con  sus  aromas  aquel  puro  ambiente  del  que 
son  fragante,  vistoso  y  riquísimo  pebetero.» 


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7 


CAPITULO  T 


Investigaciones  históricas.  —  Señores  en  Guipúzcoa. —  Cambios  de  dominio. 

Su  voluntaria  unión  á  Castilla. —  Lealtad  y  nobleza  de  ambas. 

Cuestiones  exteriores 


I 


^^i  hubiéramos  de  hacer  la  historia  de  Guipúzcoa,  nos  vería- 
^^^mos  precisados  á  prescindir  de  sus  orígenes:  tal  carencia 
hay  de  datos.  Sólo  por  meras  conjeturas  nos  haríamos  eco  de 
los  que  han  dicho  que  los  iberos  no  vivieron  sin  mezclarse  con  los 
celtas,  más  que  en  las  inmediaciones  de  los  Pirineos;  pues  aun- 
que es  verdad  que  no  tenemos  noticia  de  que  los  celtas  dejaran 
monumentos  como  testimonio  de  su  existencia  en  la  provincia 


190  GUIPÚZCOA 

de  Guipúzcoa,  como  los  hemos  visto  en  Álava,  y  es  un  dato 
importante  que  puede  y  debe  apreciarse,  hay  que  proceder  en 
todo  por  conjeturas,  inclinándonos  siempre  á  considerar  á  los 
guipuzcoanos  como  los  más  antiguos  habitantes  en  la  península, 
sino  los  primitivos;  fundándonos  para  esta  verosímil  creencia 
en  el  idioma  y  en  la  naturaleza  del  país.  Así,  pues,  los  constan- 
tes pobladores  de  aquella  región,  los  antiguos  éuscaros,  caristos 
ó  várdulos,  pueden  mirarse  como  descendientes  de  los  primitivos 
pobladores  de  tan  seculares  montañas,  los  legítimos  guardadores 
del  idioma  vascongado. 

Constituyendo  primitivamente  la  población  de  Guipúzcoa 
caserías  esparcidas,  á  la  vez  que  el  aumento  de  sus  moradores, 
se  harían  precisas  las  divisiones  de  territorios  gobernados  con 
independencia  unos  de  otros  por  medio  de  sus  respectivas  judi- 
caturas, cualesquiera  que  fuesen.  «Estos  particulares  territorios 
con  limitadas  dimensiones  se  titularon  valles,  y  es  el  más  anti- 
guo género  de  población  que  nos  consta  por  auténticos  docu- 
mentos haber  tenido  esta  provincia.»  Después  se  fueron  creando 
las  villas,  como  atestiguan  los  privilegios  otorgados  por  los 
reyes  sus  fundadores. 

A  lo  que  dejamos  escrito  respecto  a  la  Cantabria  y  á  las 
guerras  de  Roma,  poco  nos  resta  que  añadir.  Insistiremos  en  la 
creencia  de  algunos,  de  que  en  la  segunda  guerra  púnica  siguie- 
ron los  guipuzcoanos  como  auxiliares  y  confederados  las  bande- 
ras de  Aníbal,  ocupando  puesto  preeminente  y  hallándose  en 
las  batallas  del  lago  Trasimeno  y  de  Cannas. 

En  cuanto  á  la  dominación  romana,  la  acusan  las  piedras  de 
valor  y  monedas  encontradas  en  Irún  (i),  habiendo  méritos, 
según  el  erudito  investigador  Sr,  Gorosabel,  para  considerar 
á  Irún  como  colonia  romana.  Que  no  fueron  extraños  á  las  gue- 
rras.de  aquellos  tiempos,  lo  dicen  las  tan  debatidas  palabras  de 
Julio  César,   que  los  considera  auxiliares  de   los   aquitanos  ;  y 


(i)    Se  encontraron  en  1790  en  el  prado  de  Beraun. 


GUIPÚZCOA  191 


aunque  no  hay  prueba  evidente  de  que  lo  fueran  los  guipuzcoa- 
nos,  lo  hace  probable  la  vecindad. 

De  todas  maneras,  no  se  han  hallado  aún  en  Guipúzcoa  los 
vestigios  romanos  que  en  Álava;  y  sólo  se  han  visto  en  el  límite 
de  ella,  pudiendo  creerse  con  fundamento  que  no  habría  resi- 
dencia de  romanos  en  t\  interior  de  la  provincia.  Esto  no  impi- 
de ni  afecta  á  su  independencia,  que  más  se  la  garantizaba  el 
país  que  á  los  alaveses,  ni  el  que  tomaran  parte  en  algunas 
guerras  de  Roma,  como  enseñan  algunas  tradiciones  y  relacio- 
nes históricas,  y  aun  el  famoso  canto  de  Lelo,  si  tiene  la  anti- 
güedad que  se  le  supone  (i). 

Las  irrupciones  de  los  suevos,  deque  hablan  antiguas  histo- 
rias, más  se  refieren  á  los  vascones  que  á  los  várdulos ;  á  éstos 
pudieron  afectar  de  rechazo  las  de  los  érulos;  consta  que  Eurico 
se  apoderó  de  Pamplona  después  de  vencer  á  los  suevos,  y  sólo 
por  conjeturas  se  cree  que  combatiera  contra  los  guipuzcoanos. 
Por  conjetura  también  cree  Moret  que  en  el  tratado  que  ya  no 
subsiste,  entre  el  rey  godo  Atanagildo  y  el  emperador  Justinia- 
vo,  tal  vez  se  estipularía  la  conservación  de  la  libertad  de  los 
vascongados  amigos  del  imperio,  y  que  no  estuviesen  sujetos  á 
los  godos,  siendo  cierto  que  aquel  tratado  en  nada  era  favora- 
ble á  los  mismos  godos,  y  por  eso  San  Gregorio  Magno  excusó 
enviar  copia  suya  á  Recaredo,  sin  embargo  de  haberla  solici- 
tado (2). 


(i)  Lelo,  ill  Lelo 

Lelo,  ill  Lelo 
Lcloa  Zarac 
111  Lcloa,  etc.,  etc. 

Es  el  argumento  que  un  tal  Zara  tuvo  relaciones  ilícitas  con  una  matrona  mujer 
de  Lelo,  durante  la  ausencia  de  este  en  la  guerra.  Habiendo  quedado  la  matrona 
embarazada,  temió  la  vuelta  del  marido,  resolviendo  matarle  de  acuerdo  con  el 
amante,  que  lo  ejecutó  así  al  regresar  aquél.  Averiguado  el  crimen,  se  formó  el 
Baizaaró  junta  de  mandones  del  país,  se  desterró  á  perpetuidad  a  los  adúlteros- 
asesinos,  y  se  mandó  que  en  lo  sucesivo,  en  los  cantos  poéticos  ó  Erectas  se  men- 
cionase la  muerte  del  inocente  Lelo.  (Los  Euskaros.) 

(2)  Diccionario  Geográfico-Histórico  d¿  España,  por  la  Heal  .Academia  de  la 
Historia. 


192  GUIPÚZCOA 


En  la  lucha  que  los  reyes  godos  tuvieron  con  los  vascones, 
no  permanecerían  indiferentes  los  guipuzcoanos,  como  no  lo 
estuvieron  los  alaveses;  y  si  nada  tuvo  que  temer  el  centro  de 
la  provincia,  no  sucedería  lo  mismo  á  los  extremos,  particular- 
mente los  confinantes  con  Francia;  no  siendo  extraño  que  Fuen- 
terrabía  debiera  su  fundación  á  alguno  de  aquellos  monarcas, 
si  no  es  que  la  debió  antes  á  los  romanos. 

Garibay  es  de  opinión  que  los  guipuzcoanos  efi  tiempo  de 
Suintila  «vinieron  al  señorío  y  unión  de  los  reyes  godos,  habien- 
do 644  años  andado  en  la  devoción  y  amor  de  los  romanos. » 
Ora  formando  alianzas  ú  organizando  resistencias,  no  podían 
menos  los  guipuzcoanos  de  ser  guerreros ;  y  ya  fuera  por  verse 
estrechados  por  Leovigildo  ó  por  necesidad  de  extenderse  ó 
vengarse,  atravesaron  el  Bidasoa  invadiendo  la  provincia  de 
Labourd  y  otras  colindantes.  Los  mismos  escritores  franceses 
no  ocultan  la  importancia  que  allende  los  Pirineos  adquirieron 
los  éuscaros,  que  llegaron  hasta  Angulema,  y  sino  á  Tolosa 
cerca  de  ella,  pudiendo,  si  no  afirmarse,  admitirse  que  dejaron 
su  idioma  y  costumbres,  que  uno  y  otras  generalizadas  están 
aún  más  allá  del  Adour ;  cuyo  idioma  y  cuyas  costumbres 
tenían  ya  de  antes  mucha  semejanza,  si  no  se  confundían  los 
de  una  y  otra  vertiente  del  Pirineo. 

En  cuanto  á  monumentos  godos,  no  tenemos  noticia  de  su 
existencia  en  Guipúzcoa. 


II 


La  crónica  de  Sebastián,  obispo  de  Salamanca,  cita  á  Gui- 
púzcoa, ya  conocida  así  en  el  siglo  viii,  considerándola  exenta 
y  libre  de  la  dominación  musulmana,  si  bien  en  los  documentos 
de  aquella  época  hasta  el  siglo  xii,  se  la  titula  Ipuzcoa;  D.  Al- 
fonso el  Sabio  en  su  Crónica  general  de  España,  la   llama  Lei- 


GUIFUZCOA  193 


puzcoa:  la  Historia  Compostelana  la  designa  con  el  nombre  de 
Ispucia. 

Según  el  arzobispo  D.  Rodrigo  y  la  Crónica  general  de 
D.  Alfonso  X,  se  libró  Guipúzcoa  de  la  irrupción  sarracena  por 
lo  fuerte  de  sus  montañas.  De  los  siglos  ix  y  x  no  dan  noticia 
de  este  país  ninguno  de  los  historiadores,  ni  se  hallan  docu- 
mentos de  esté  tiempo  que  den  alguna  luz  de  su  historia. 

No  hallando  el  diligente  Garibay  con  qué  llenar  este  vacío 
de  la  historia  de  su  patria,  «se  contentó  con  deducir  por  conje- 
turas y  persuasiones  nada  fundadas,  algunos  sucesos  que  atri- 
buye y  contrae  á  Guipúzcoa  en  lo  relativo  á  los  siglos  expresa- 
dos. Por  esto  aunque  no  desdijese  de  la  verosimilitud  respecto 
á  Guipúzcoa  lo  que  refiere  Garibay,  como  no  puede  fundarlo 
con  solidez,  se  hacen  sospechosos  en  su  historia  á  los  que  con 
alguna  crítica  hagan  reflexión  sobre  su  narrativa. » 

Y  sin  embargo,  no  parece  verosímil  estuvieran  inactivos  los 
guipuzcoanos  en  aquella  época,  en  la  cual  todo  era  movimiento 
en  los  límites  del  dominio  de  los  musulmanes,  ora  pretendiendo 
éstos  penetrar  en  el  país  montuoso  no  conquistado,  ora  procu- 
rando los  peninsulares  molestar  á  los  invasores  (i). 

La  existencia  de  los  señores  y  jefes  de  Guipúzcoa  es  evi- 
dente. Sandoval  dice  que  en  la  batalla  de  Guadalete  murió 
Arducia,  que  era  señor  de  Álava  y  Guipúzcoa,  pero  no  dice  ni 
se  sabe  de  dónde  tomó  esta  noticia,  pues  hasta  el  año  de  1025 
no  se  halla  escritura  alguna ;  y  en  la  de   este  año  figura  como 


(i)  «Al  invadir  á  toda  España  los  fanatizados  hijos  del  Desierto,  imagino  yo 
que  un  golpe  de  muy  atrevidos  guipuzcoanos  hubo  de  adelantarse  con  naves  á 
fortificar  y  mantener  (en  la  linde  occidental  délos  autrígonesj,  ^\ Ama,numPorlus, 
el  puerto  de  los  Amanes,  que  en  honra  de  los  emperadores  Vespasiano  y  Tito  se 
quiso  llamar  Flaviobriga  Colonia  (1714).  Desde  allí,  sin  duda  contribuyeron  al 
empuje  de  los  alarbes  enseñoreados  de  la  Cantabria;  y  haciéndose  defensa,  ejem- 
plo y  admiración  de  todos,  vino  el  forastero  y  gentílico  nombre  de  los  várdulos  á 
ser  el  de  la  ciudad  ;  y  muy  pronto,  el  de  la  nueva  provincia  autrígona  y  cantábrica 
en  una  refundida.  La  romana  colonia  se  dijo  ya  Castro  Vardulias,  fortaleza  de  vár- 
dulos. Castro  Urdiales  ahora,  y  toda  la  nueva  y  gemela  región  se  ufanó  con  el  títu- 
lo de  Vardulia.»  (El  Libro  de  Sanioña.) 

23 


194  GUIPÚZCOA 


tal  señor  García  Azenariz  «que  la  gobernaba  bajo  el  imperio 
del  rey  D.  Sancho  de  Navarra.  >  Á  él  sometida  estaba  Guipúz- 
coa en  921,  según  Garibay  y  Moret,  reinando  D.  Sancho  Abar- 
ca, no  el  segundo  de  aquel  nombre,  pues  éste  fué  quien  estando 
en  San  Sebastián  en  17  de  Abril  de  loi  4  como  soberano  de  ella, 
dio  al  monasterio  de  San  Salvador  de  Leyre,  «en  los  términos 
de  Hernani  á  la  orilla  del  mar,  un  monasterio  que  se  dice  de 
San  Sebastián  con  su  parroquia,  y  aquella  villa  que  los  antiguos 
llamaban  Izurum  con  sus  iglesias,  conviene  á  saber,  de  Santa 
María  y  San  Vicente  mártir...» 

En  10Ó6  gobernaba  á  Guipúzcoa  Órbita  Aznárez,  al  que 
siguió  el  conde  Lope  íñiguez,  señor  de  Vizcaya  y  Álava,  cuyas 
escrituras  de  donación  confirmó  D.  Alfonso  VI  de  Castilla;  pues 
en  1076,  ya  no  estaba  Guipúzcoa  sometida  á  Navarra;  porque 
con  motivo  de  las  turbulencias  que  resultaron  por  la  muerte 
violenta  que  dio  al  rey  de  Navarra  D.  Sancho,  su  hermano  Don 
Ramón,  « los  naturales  de  las  provincias  de  Guipúzcoa,  Vizcaya 
y  Álava,  regiones  de  Cantabria,  considerando  que  los  naturales 
del  reino  de  Pamplona  se  habían  unido  con  el  rey  de  Aragón  y 
que  el  rey  D.  Alonso  se  había  apoderado  del  reino  de  Nájera, 
siguieron  la  parte  y  voz  del  rey  D.  Alonso  por  parecerles  ser 
mejor  el  título  y  derecho  que  el  rey  D.  Alonso  tenía  á  Navarra, 
agora  por  querer  estar  en  la  gracia  y  protección  de  más  pode- 
roso rey  que  el  de  Aragón,  ó  por  estar  para  sus  contrataciones 
y  las  demás  cosas  más  á  mano  Castilla,  ó  por  todo  ello  ó  otras 
causas  que  á  ello  les  movió.» 

En  1123  volvió  á  unirse  Guipúzcoa  á  Navarra,  de  resultas 
de  la  paz  que  se  ajustó  entre  ambos  reinos  en  este  mismo  año. 

En  el  señorío  de  Guipúzcoa  habían  sucedido  al  conde  Lope, 
Sancho  y  Diego  López,  y  á  éstos  D.  Ladrón  de  Guevara,  cons- 
tando por  documentos  que  en  esta  provincia  como  en  las  de 
Álava  y  Vizcaya,  ejercía  por  este  tiempo  el  rey  de  Navarra  la 
soberanía  ó  protectorado,  y  seguía  ejerciéndole  en  1 147.  Suce- 
dió en  1 150  á  Guevara  su  hijo  Vela,  primer  sucesor  á  la  vez  de 


G  u  I  p  r  z  c  O  A  1 95 


los  mayorazgos  que  fundó  la  casa  de  Oñate;  en  1181  Diego 
López  y  en  1187  Iñigo  de  Oriz,  quien  así  como  su  antecesor 
sólo  figuran  en  las  escrituras  como  señores  de  Guipúzcoa  y 
Álava. 

Como  primer  merino  de  Guipúzcoa  por  D.  Alfonso  VII,  apa- 
rece D.  Diego  López  de  Salcedo  (i),  desempeñando  también  el 
cargo  de  Adelantado  en  Álava  y  en  Guipúzcoa,  según  Landá- 
zuri;  pero  no  se  ve  una  sucesión  de  cargos  exacta;  pues  aunque 
hasta  el  año  i  200  produjera  alguna  confusión  aquel  frecuente 
cambio  de  dominio  ó  pertenencia,  correspondiendo  tan  pronto  á 
Navarra  como  á  Castilla,  desde  aquel  primer  año  del  siglo  xiii, 
ya  está  más  despejado  el  terreno  y  podemos  caminar  más  des- 
embarazadamente, á  pesar  de  no  podernos  detener  como  quisié- 
ramos en  el  examen  de  algunos  sucesos  importantes,  limitándo- 
nos á  exponerlos. 


III 


Cuando  en  i  200  cercaba  á  Vitoria  D.  Alfonso  VIII,  envióle 
Guipúzcoa  embajadores  ofreciéndole  abandonar  á  Navarra  para 
unirse  á  Castilla,  pidiéndole  acudiese  personalmente  á  recibir  el 
homenaje  de  los  guipuzcoanos,  disgustados  de  los  desafueros 
que  les  hacían  los  reyes  de  aquel  país.  Acudió  el  castellano,  y 
dice  la  Crónica  m.  s.  que  <  le  entregaron  la  tierra,  especialmente 
las  villas  de  San  Sebastián,  Fuenterrabía  y  la  fortaleza  y  casti- 
llo de  Veloaga  que  es  en  el  valle  de  Oyarzun,  que  son  en  la 
frontera  de  Francia,  cuya  tierra  con  esto  hacia  el  Rey  D.  Alonso 
libre  entrada  para  los  pretensos  que  le  podian  resultar  especial- 
mente en  el  ducado  de  Guiana  Patrimonio  de  Inglaterra.  En  las 


(i)     Confirma  como  tal    un   precioso   documento  expedido  en   la  era   1194, 
año  I  I  56,  á  favor  de  la  iglesia  de  Tuy. 


196  GUIPÚZCOA 


fronteras  de  Navarra  le  dieron  el  castillo  de  Alhaiin  con  otras 
fortalezas  que  oy  están  arruinadas  y  en  la  frontera  de  Álava  le 
dieron  el  castillo  de  Achoriz  de  el  valle  de  Lenis  y  en  la  frontera 
de  Vizcaya  el  castillo  de  Amásate  que  agora  se  dice  Mondragon 
y  en  la  misma  frontera  le  dieron  el  castillo  de  Helosua  que  en 
algunas  memorias  de  tal  manera  se  refiere  esto  que  dicen  aver 
entrado  el  Rey  D.  Alonso  en  esta  tierra  con  solos  veinte  de 
á  caballo  de  su  servicio.» 

¡Evidente  prueba  no  sólo  de  lo  voluntaria  que  fué  la  unión 
de  Guipúzcoa  á  Castilla,  sin  que  mediara  intimación  ni  fuerza  de 
ninguna  especie,  sino  de  la  grande  y  completa  confianza  de 
Don  Alfonso  en  la  nobleza  y  lealtad  de  los  guipuzcoanos!  Ante 
ellos  se  presentó  casi  solo,  poniéndose  á  merced  de  sus  nuevos 
vasallos,  que  ya  en  otras  épocas  habían  podido  apreciar  cuan 
digna  y  bondadosa  era  la  soberanía  de  Castilla,  que  nunca  de- 
jara de  estimar  en  todo  su  valor  las  elevadas  condiciones  que 
distinguían  á  los  guipuzcoanos.  Además,  ¡  cuánto  confiaron  mu- 
tuamente el  rey  y  la  provincia,  cuando  no  consta  se  firmaran  nin- 
guna clase  de  pacto  ni  condiciones,  sometiéndose  todos  á  prome- 
sas verbales  !  Tanto  más  de  apreciar  en  aquellos  tiempos  en  los 
que  ni  aun  se  respetaban  solemnes  pactos,  escrituras  y  juramen- 
tos, de  lo  que  dan  solemne  testimonio  las  crónicas  (i). 


(i)  Mucho  se  ha  escrito  sobre  la  existencia  ó  falta  de  una  escritura  que  consig- 
nara lo  que  se  pactase,  si  se  pactó  algo,  entre  D.  Alfonso  y  Guipúzcoa;  pero  lo  que 
es  incuestionable  es  la  falsedad  de  la  escritura  presentada  por  Lupián  Zapata 
(D.  Antonio  de  Nobis)  á  las  juntas  celebradas  en  Vitoria  el  2  de  Mayo  de  1664, 
creyendo  obtener  los  4,000  ducados  ofrecidos  al  que  presentara  el  instrumento 
que  deseaba  la  provincia;  la  cual  no  aceptó  el  presentado  considerándole  apócri- 
fo. No  lo  creyó  así  Núñez  de  Castro,  cronista  de  D.  Alfonso  VIII,  suponiéndole  en- 
contrado por  el  Jerónimo  Fray  Luís  de  la  Vega,  en  el  archivo  de  la  catedral  de 
Santo  Domingo  de  la  Calzada,  y  nada  menos  que  el  diploma  original,  siguiéndo- 
le Mondejar  y  otros  que  obraron  con  más  ligereza  que  cuidadoso  esmero;  pero  no 
ha  podido  resistir  al  análisis  de  regular  crítica,  y  no  se  acreditaría  hoy  segura- 
mente de  mediano  investigador  el  que  conociendo  lo  publicado  sostuviera  su  au- 
tenticidad, hasta  por  el  mismo  Llórente  negada.  En  la  junta  2.'  celebrada  por  la 
Diputación  en  la  villa  de  Azcoitia  á  7  de  Mayo  de  1 6g  i  «  hizo  la  presentación  por 
medio  de  una  carta  de  la  nueva  recopilación  de  los  fueros  con  que  actualmente  se 
gobernaba,  D.  Miguel  de  Aramburu,  caballero  de  la  Orden  de  Santiago  y  vecino 
de  la  de  Tolosa,  compuesta  y  coleccionada  por  este  mismo  caballero  en  virtud  de 


GUIPÚZCOA  197 


Cesaron  desde  entonces  las  intermitencias  de  la  unión  de 
Guipúzcoa  á  Castilla;  ya  es  una. la  historia  de  ambas,  y  partici- 
pan los  guipuzcoanos  de  muchas  de  las  glorias  de  los  caste- 
llanos. 

Dos  años  después  (1202)  confirmó  D.  Alfonso  en  Burgos 
los  fueros,  usos,  costumbres  y  privilegios  de  la  villa  de  San 
Sebastián,  concediendo  además  diferentes  franquezas  y  merce- 
des (i);  en  1203,  los  de  Fuenterrabía;  dio  título  de  población  y 


comisión  de  la  misma  provincia.  Recibió  ésta  con  la  maior  estimación  y  aprecio 
la  nueva  recopilación  y  solicitó  yobtuvo  por  medio  y  dirección  del  mismo  autor 
la  aprovacion  del  Rey  y  la  impresión  en  el  número  de  mas  de  3,000  cxemplares 
como  todo  consta  de  las  actas  y  acuerdos  succesivos  de  otras  juntas  en  las  que 
también  se  acredita  la  gratitud  de  la  provincia  á  la  laboriosidad  de  su  hijo  y  dili- 
gencias y  dirección  la  mas  acertada  con  que  manejó  este  negocio  hasta  su  entera 
conclusión.»  (Landázuki,  Historia  m.  s.) 

(i)  Era  este  privilegio  el  concedido  por  el  rey  de  Navarra  D.  Sancho  el  Sabio 
hacia  el  año  de  1  i  50,  y  según  otros  el  de  i  1  80,  pues  carece  de  fecha,  dando  á 
San  Sebastián  los  fueros  de  repoblación  y  aumento,  confórmese  los  que  tenían  Es- 
tella  y  Jaca.  Por  este  precioso  privilegio  se  señalaron  á  San  Sebastián  los  términos 
que  había  de  tener  su  territorio;  se  le  confirmaron  los  fueros  y  buenas  costum- 
bres de  que  á  la  sazón  gozaba  ;  se  le  concedieron  además  diferentes  franquezas  y 
mercedes,  según  los  capítulos  siguientes:  i ."  Los  pobladores  de  San  Sebastián 
no  vayan  en  hueste  ni  en  cabalgata,  sino  que  sean  libres  é  ingenuos  de  todo  fuero 
malo  y  de  toda  mala  costumbre  perpetuamente.  2."  Los  pobladores  de  San  Sebas- 
tián, que  arribaren  á  ella  por  mar  ó  por  tierra  con  sus  mercaderías,  no  paguen  la 
Iczda  allí  ni  en  todo  el  territorio  de  su  majestad;  salvo  por  las  que  comprando  en 
Bayona  llevasen  á  vender  á  otra  parte.  3."  Las  naves  propias  de  San  Sebastián 
sean  exentas  de  pagar  el  portazgo  y  lezda,  y  las  extrañas  paguen  una  tercera  par- 
te menos  que  en  Pamplona.  4.°  Los  habitantes  de  San  Sebastián  pueden  hacer 
hornos,  baños  y  molinos,  sin  tener  que  pagar  al  rey  ningún  censo.  1;.°  Nadie  se 
hospede  en  casas  propias  de  vecino  á  no  ser  con  voluntad  de  su  dueño.  ó.°  Nin- 
guno, no  siendo  navarro,  sea  poblador  en  la  villa  á  no  ser  con  licencia  del  rey  y 
consejo  de  todos  los  vecinos.  7.°  Cualquiera  que  poblase  en  San  Sebastián,  si  fuese 
deudor,  no  responda  ni  él  ni  su  fiador  al  acreedor  hasta  dos  años.  8.°  Cualquiera 
que  tuviese  querella  de  poblador  de  San  Sebastián  venga  á  recibir  el  derecho  en 
San  Sebastián;  y  sino  hiciese  así,  y  llevase  prendas,  pague  mil  sueldos  al  rey. 
Q."  Si  acaeciese  que  alguna  nave  se  quebrase  en  el  término  de  San  Sebastián,  y 
los  dueños  de  ella  la  recuperasen  con  todas  sus  mercaderías,  paguen  diez  sueldos 
y  la  lezda,  según  queda  dicho,  i  o."  Los  pobladores  de  San  Sebastián  gocen  siem- 
pre en  todo  territorio  de  su  majestad  los  pastos,  bosques  y  aguas,  así  como  los 
hombres  que  vivan  en  la  comarca,  i  i."  Donde  quiera  que  los  pobladores  de  San 
Sebastián  comprasen  heredad,  y  habitasen  en  el  término  de  la  misma  villa  ó  fuera 
en  sus  heredades,  gocen  de  tal  adquisición  libremente,  y  sin  ningún  mal  interdic- 
to ó  caso.  I  2.°  No  hagan  guerra  ni  duelo  con  hombres  de  fuera  bajo  ningún  pacto, 
sino  que  pongan  por  testigos  uno  navarro  y  otro  francés  ;  y  si  no  tuvieren  testi- 
gos, hagan  un  juramento,  i  3.°  Ninguno  sea  preso  dando  fianzas  de  estar  á  dcre- 


198  GUIPÚZCOA 


villa  á  Guetaria  en  i  209  cuando  á  su  regreso  de  Francia  quiso 
mejorar  y  fortificar  las  marinas,  y  pobló  á  Motrico,  dándole  tam- 
bién los  fueros  de  San  Sebastián. 

El  afecto  de  los  guipuzcoanos  á  su  rey,  mostráronle  esplén- 
didamente cuando  al  venir  á  España  D.^  Beatriz  á  unirse  con  su 
esposo  el  santo  rey  D.  Fernando  la  recibieron  en  Guipúzcoa. 

Libre  D.  Alfonso  de  los  disgustos  producidos  por  la  disolu- 
ción del  matrimonio  de  su  hija  D.^  Berenguela  con  el  rey  de 
León  y  habiendo  anteriormente  dejado  expedito  el  camino  para 
Gascuña,  cuyo  ducado  cedió  en  dote  á  la  reina  D.^  Leonor  su 
padre  D.  Enrique  II  de  Inglaterra  al  casarse  aquella  con  nues- 
tro rey,  cesión  que,  más  parecía  haberla  hecho  con  ánimo  de 
dejarla  estampada  que  cumplida,  atravesó  Guipúzcoa  con  su 
ejército  y  le  movió  contra  los  gascones,  apoderándose,  sino  del 
todo,  de  la  mayor  parte  de  lo  que  la  correspondía  en  aquel 
país  (i). 


cho  ;  y  si  no  pudiese  cumplirlo,  vuelva  de  su  pié.  i  4.°  Si  algún  poblador  de  San 
Sebastián  tuviese  acto  con  alguna  soltera  de  la  misma  villa  con  voluntad  de  ella, 
no  pague  la  calumnia;  pero  sí,  cuando  es  con  casada,  i  5 .°  Si  alguno  trajese  contra 
su  vecino  lanza,  espada,  maza,  cuchillo  ú  otra  arma,  pague  mil  sueldos  y  pierda 
el  puño.  í6.°  Si  alguno  pegase  á  otro  con  el  puño  ó  le  agarrase  por  los  cabellos, 
pague  sesenta  sueldos  ;  y  si  le  echase  en  tierra  260.  i  7.°  Si  alguno  entrase  en  la 
casa  de  su  vecino,  y  le  tomase  prendas  por  fuerza,  pague  veinte  sueldos;  pero  si 
fuese  fiador,  podrá  prenderle  según  es  de  fuero.  i8.°  El  merino  del  rey  no  reciba 
calumnia  de  ningún  hombre  de  San  Sebastián,  á  no  ser  con  aprobaciónde  i  2  buenos 
vecinos.  19.°  Ningún  hombre  de  San  Sebastián  sea  citado  á  juicio  fuera  de  la  mis- 
ma villa ;  ni  sea  juzgado  sino  es  por  sus  propios  alcaldes.  20.°  Los  pobladores  de 
San  Sebastián  nombren  al  fin  de  cada  año  el  preboste  y  alcalde.  21.°  Los  pobla- 
dores de  San  Sebastián,  donde  quiera  que  se  hallen,  sea  en  territorio  ó  corte  de 
Su  Majestad,  sean  juzgados  según  el  fuero  de  la  misma  villa.— Las  demás  disposi- 
ciones son  penales,  de  derecho  civil  privado:  lo  que  se  debía  pagar. por  las  merca- 
derías que  traídas  del  extranjero  se  vendiesen  en  la  ciudad,  etc. 

(i)  Al  regresar  de  esta  expedición  y  hallándose  en  San  Sebastián  en  Octubre 
(1204)  con  su  mujer  y  sus  hijos  Fernando  y  Enrique,  donó  al  obispo  y  catedral 
de  Santa  María  de  Acqs-Dax— de  i  5  villorios  que  tenía  en  Angón  y  en  Sa,  con  todos 
los  derechos  con  que  le  estaban  obligados  por  juro  hereditario,  para  que  los  hu- 
biesen y  poseyesen  «irrevocablemente  para  siempre». — Firma  reinante  en  Gascu- 
ña.—Firmaban  con  el  rey  los  obispos  de  Burgos,  de  Bayona,  de  Vacas,  etc.;  el 
vizconde  de  Bearne  y  el  conde  de  Armañac. 

No  debió  haberla  subyugado  toda,  cuando  volvió  al  año  siguiente  (i  205)  á  re- 
cobrar del  rey  de  Inglaterra  lo  restante  del  territorio  que  le  pertenecía,  pues  no 


GUIPÚZCOA  igq 


A  la  gratitud  que  los  guipuzcoanos  debían  á  D.  Alfonso  VIII, 
correspondieron  con  su  afectuosa  lealtad  y  tomando  parte  en 
empresas  tan  gloriosas  para  la  monarquía  y  la  cristiandad  como 
la  de  las  Navas  de  Tolosa,  y  en  el  reinado  de  San  Fernando  en 
la  conquista  de  Sevilla,  para  la  que  el  almirante  Bonifaz  formó 
una  armada  en  los  puertos  de  Guipúzcoa  y  Vizcaya,  tripulada 
con  vascongados  que  mostraron  la  pericia  y  el  valor  que  han 
sido  y  son  proverbiales  en  los  marineros  de  aquellas  bravísimas 
costas. 

No  sólo  tenían  ya  fama  entre  nosotros,  sino  hasta  en  leja- 
nos países;  porque  ya  desde  mediados  del  siglo  xii,  la  pesca  de 
la  ballena  y  el  curtido  de  cueros  ocupaban  á  una  gran  parte  de 
vascongados  (i). 

No  se  conformaban  los  reyes  de  Navarra  con  la  pérdida  de 
Guipúzcoa  y  de  Álava,  por  lo  que  no  desistían  en  su  propósito 
de  recuperar  aquellas  provincias  aprovechando  cuantas  ocasio- 
nes creían  propicias,  y  haciendo  alianzas  con  enemigos  siempre 
del  rey  de  Castilla;  lo  cual  motivaba  las  frecuentes  estancias  de 
estos  monarcas  en  San  Sebastián,  aprovechadas  para  los  fueros 
y  cartas  de  población  que  se  otorgaban  á  las  villas  que  se  re- 
poblaban (2).  En  todas  estas  divergencias  con  Navarra,  y  aun 
en  las  que  produjo  el  señor  de  Vizcaya,  D.  Lope  Díaz  de  Haro, 
no  consta  que  los  guipuzcoanos  faltasen  á  la  fidelidad  prometi- 
da á  los  monarcas  de  Castilla,  que  hasta  en  las  contiendas  que 
la  vecindad  de  Guipúzcoa  y  Francia  producía  entre  sus  natura- 


había  dominado  á  Burdeos,  Regla  y  Bayona.  Redújose  esta  nueva  campaña  á  atre- 
vidas excursiones,  que  dejaban  en  pos  la  desolación  y  el  exterminio. 

Parece  que  al  regreso  de  esta  expedición  vinieron  con  el  rey  familias  bcarnesas 
que  se  establecieron  en  las  inmediaciones  de  Pasajes. 

(i)  En  la  carta-puebla  concedida  por  D.  Fernando  III  á  Zarauz  ,  en  Burgos 
á  28  de  Setiembre  de  1237,  otorga  el  fuero  de  San  Sebastián,  salvo  que  le  diesen 
por  San  Martín  de  cada  año  dos  sueldos  por  cada  casa,  y  por  cada  ballena  que  ma- 
tasen, una  tira  de  ella  desde  la  cabeza  hasta  la  cola. 

(2)  Hallándose  en  San  Sebastián  el  rey  D.  Sancho,  el  13  de  Abril  de  1290, 
tomó  bajo  su  protección  y  amparo  el  monasterio  de  canónigos  de  San  Bartolo- 
mé de  la  misma  villa,  y  en  este  propio  año  dio  fueros  á  Tolosa^  Segura  y  Villa- 
franca. 


200  GUIPÚZCOA 


les,  esmerábanse  nuestros  reyes  en  que  no  se  vulnerasen  en  lo 
más  mínimo  los  derechos  de  sus  vasallos. 

En  las  treguas  ajustadas  en  1293,  entre  los  bayoneses  y 
maestres  Juan  y  Gonzalo  Martínez,  procuradores  del  rey  Don 
Sancho,  juntáronse  en  Fuenterrabía  y  San  Juan  de  Luz  los  jue- 
ces comisionados  para  valuar  los  daños  que  recíprocamente  se 
hicieron,  y  procurar  su  reintegro  (i). 

Por  cuestiones  de  Navarra  con  Francia  unas  veces,  de  Na- 
varra con  Castilla  ó  Aragón  otras,  y  no  pocas  con  los  alaveses 
y  guipuzcoanos,  andaban  con  frecuencia  inquietos  los  siempre 
belicosos  navarros,  no  siendo  límites  las  fronteras  á  las  algara- 
das en  que  mutuamente  se  causaban  graves  daños,  talando  é 
incendiando  cuánto  unos  y  otros  encontraban  á  su  paso,  aunque 
no  hallaran  la  menor  resistencia. 

En  la  lucha  entablada  ó  más  bien  sostenida  en  Francia  so- 
bre el  señorío  del  condado  de  Bigorre^  en  la  que  peleaban  en- 
carnizadamente franceses ,  ingleses  y  navarros,  apoderáronse 
los  segundos  de  Bayona  (i.°  de  Enero  de  1295),  base  natural 
de  las  operaciones  inglesas  con  Navarra  y  las  provincias  vascas. 
Enojadas  éstas  entonces  con  los  franceses,  parece  que  cuatro 
mil  vascos  ofrecieron  su  concurso  al  general  inglés,  y  este  re- 
fuerzo les  permitió  apoderarse  de  Sardes  y  Saint  Sever.  Los 
franceses,  guiados  por  el  conde  de  Valois ,  se  reforzaron  tam- 
bién y  se  apoderaron  de  esta  última  villa  después  de  tres  meses 
de  sitio  (2). 

No  resuelve  esto  la  cuestión,  se  hace  precisa  la  alianza  de 


(1)  En  I  294  tuvieron  otra  conferencia  en  el  valle  de  Larraun  los  comisionados 
por  Guipúzcoa  y  Navarra,  producida  por  los  daños  que  mutuamente  se  cau- 
saron. 

En  este  mismo  año,  á  24  de  Junio,  dio  D.  Sancho  carta- puebla  ala  villa  de  Deva, 
con  nombre  de  Monreal,  concediéndola  el  fuero  de  Vitoria.  Habíase  principiado 
su  edificación  en  el  alto  de  Iciar,  con  el  nombre  de  Monreal  de  Deva ;  pero  conoci- 
dos los  inconvenientes  de  tal  localidad,  solicitaron  bajar  á  la  orilla  del  mar,  con 
el  goce  de  las  mismas  mercedes  concedidas,  y  lo  concedió  D.  Alfonso  XI  en  Aige- 
ciras  á  I  7  de  Junio  de  i  343,  á  condición  de  que  los  pobladores  de  Deva  le  paga- 
sen los  pechos,  fueros  y  derechos  con  que  habían  de  contribuirle  én  Iciar. 

(2)  Histoire  des  Pyrénées. 


GUIPÚZCOA  201 


Felipe  el  Bello  con  los  reyes  vecinos  y  su  establecimiento  defi- 
nitivo en  el  Bigorre ;  pide  á  la  reina  de  Castilla  una  nueva  de- 
marcación de  fronteras  y  la  restitución  de  los  castillos  que 
conservaba  de  los  navarros :  la  reina  consintió  en  ir  á  Vitoria 
para  preparar  el  arreglo;  pero  se  hizo  éste  difícil,  y  terminaron 
las  conferencias,  sin  contraer  compromiso  alguno  aquella  se- 
ñora. 

No  satisfacía  á  Felipe  el  Bello  poseer  el  señorío  de  Bigorre 
teniendo  secuestrada  esta  provincia,  pues  la  propiedad  directa 
estaba  en  litigio,  en  espera  de  sentencia  definitiva,  que  se  ocu- 
paba de  obtener,  aunque  con  la  calma  de  un  hombre  hábil  que 
espera  que  el  tiempo  y  las  circunstancias  ayudarán  sus  pro- 
yectos. 


26 


CAPITULO    II 


Guerras  y  tratados  de  Guipúzcoa  con  Inglaterra 


I 


¥  .AS  guerras  y  tratados  de  Guipúzcoa  con  Inglaterra,  apenas 
^-^^han  llamado  la  atención  á  nuestros  historiadores  antiguos  y 
modernos,  y  necesario  fué  que  la  ilustrada  y  celosa  diputación 
de  la  Provincia  en  1863,  anunciara  concurso  público  para  pre- 
miar la  memoria  que  con  mayor  exactitud  y  mejor  crítica  pre- 
sentara las  luchas  que  los  vascongados  sostuvieron  con  la  na- 
ción inglesa  en  los  siglos  xiv  y  xv,  y  los  tratados  de  paz  que 
las  terminaron.   Fué  justamente  premiado  el  erudito  guipuzcoa- 


204  G  U  I  P  L'  Z  C  o  A 


no  D.  Pablo  de  Gorosabel,  y  gracias  á  él   puede  llenarse  este 
gran  vacío  en  nuestra  historia  patria  (i). 

La  antigua  Aquitania,  situada  entre  el  río  Garona  y  los  Pi- 
rineos, pertenecía  al  principio  del  siglo  xii  á  Guillermo  X,  y  á 
mediados  del  mismo  á  su  hija  Leonor  que  casó  en  segundas 
nupcias  con  el  duque  de  Normandía,  heredero  presunto  del 
trono  de  Inglaterra,  que  ocupó  después  con  el  nombre  de  Enri- 
que II  de  la  dinastía  de  los  Plantagenets ;  así  se  transmitió  el 
ducado  de  Guiena  á  la  casa  inglesa.  No  bien  avenidos  con  ella 
los  habitantes  del  ducado,  se  sublevaban  con  frecuencia ,  prote- 
gidos por  los  reyes  de  Francia,  á  los  que  prestó  homenaje  En- 
rique, cuyo  ejemplo  siguieron  los  sucesores  en  el  ducado,  con- 
viniéndose que  el  rey  de  Inglaterra  y  sus  herederos  tendrían  en 
feudo  lo  que  poseían  aún  de  Bayona  y  de  Burdeos,  á  título  de 
pairia  en  la  corte  de  Francia.  No  fué  esta  paz  muy  duradera: 
excesos  cometidos  por  los  ingleses  dieron  motivo  ó  pretexto  á 
Felipe  el  Hermoso  para  citar  á  Eduardo  I  en  su  calidad  de  va- 
sallo ante  el  tribunal  de  pares  del  reino,  y  por  su  negativa  á 
comparecer  se  le  confiscaron  los  feudos;  lo  cual  ocasionó  una 
nueva  y  encarnizada  guerra ;  ocuparon  los  ingleses  á  Bayona,  y 
á  los  ocho  años  (1302)  se  hizo  la  paz,  restituyéndose  á  Ingla- 
terra las  ciudades  que  le  habían  sido  confiscadas.  Rómpense  de 
nuevo  las  hostilidades  en  1324;  fué  sangrienta  la  lucha;  prisio- 
nero el  rey  Juan  de  Francia,  el  tratado  de  Bretigny  (1360)  ase- 
guró la  paz,  concediendo  á  Eduardo  la  posesión  con  plena 
soberanía  independiente  del  ducado  de  Aquitania,  al  que  se 
agregaron   importantes   provincias ,    y   desapareció  el  vasallaje 


(i)  Xo  hallando  el  Sr.  Gorosabel  los  suficientes  datos  en  nuestros  antiguos  y 
modernos  historiadores,  sin  exclusión  del  mismo  Garibay  tan  cercano  á  los  suce- 
sos, acudió  á  los  cuadernos  de  las  antiguas  Cortes  y  á  los  archivos,  y  como  él 
dice,  «no  era  bastante  aún  todo  esto  para  conseguir  el  importante  objeto  á  que  me 
dirijo;  por  lo  cual,  á  fin  de  completar  en  lo  posible  el  trabajo,  ha  sido  necesario 
consultar  los  historiadores  nacionales  y  extranjeros.  Estos  han  sido  Wallingham, 
Froissard,  Villani  y  Meyer,  y  sobre  todo  la  gran  colección  diplomática  de  trata- 
dos hecha  por  Tomás  Rymer.» 


GUIPÚZCOA  205 


del  rey  de  Inglaterra.  Nuevamente  se  sublevaron  los  aquitanos 
que  no  soportaban  la  tiranía  del  de  Gales,  al  que  llamaban  el 
príncipe  Negro,  por  la  armadura  que  usaba  de  este  color:  pro- 
dújose  otra  sangrienta  lucha  entre  Francia  é  Inglaterra,  con- 
quistando en  poco  tiempo  los  franceses  toda  la  Guiena  menos 
Bayona  y  Burdeos;  se  echó  á  los  ingleses  de  la  Normandía;  so- 
metiéronse á  Francia  Burdeos  y  Bayona ,  y  concluyó  la  domina- 
ción inglesa  en  la  Guiena,  después  de  tres  siglos. 

Durante  este  período  había  estado  enlazada  la  casa  real  de 
Castilla  con  las  de  Inglaterra  y  Francia,  inclinándose  por  esto 
unas  veces  á  la  primera  y  otras  á  la  segunda.  D.  Alfonso  VIII 
casó  en  1 160  con  Leonor  de  Inglaterra,  heredera  también  de  la 
duquesa  de  Guiena,  y  por  enlaces  sucesivos  perteneció  á  Casti- 
lla el  ducado  de  Gascuña,  de  no  escasa  importancia  por  confi- 
nar con  Guipúzcoa,  desde  donde  pasó  con  sus  tropas  á  tomar 
posesión  de  aquella  tierra,  y  á  defenderla  de  las  pretensiones 
del  rey  Juan  de  Inglaterra.  Por  muerte  de  D.  Alfonso  se  trans- 
mitió el  ducado  á  su  hijo  D.  Enrique  I,  y  por  las  turbulencias  que 
enflaquecieron  la  monarquía  castellana  durante  la  minoría  de 
aquél,  se  apoderaron  los  ingleses  de  aquel  territorio.  Desconten- 
tos sus  habitantes,  ofrecieron  en  1253  la  soberanía  á  nuestro 
monarca,  pero  no  anduvo  perezoso  el  de  Inglaterra  en  enviar 
poderosa  escuadra  y  refuerzo  de  tropas  á  Gascuña,  y  esperando 
los  gascones  en  vano  la  ayuda  del  de  Castilla,  tuvieron  que  su- 
cumbir á  pesar  de  sus  esfuerzos,  asegurándose  el  inglés  en  su 
posesión  por  medio  de  un  tratado  de  paz  celebrado  con  el  cas- 
tellano y  el  enlace  del  príncipe  de  Gales  con  la  infanta  Doña 
Leonor,  que  aportaría  al  matrimonio  el  ducado  de  Gascu- 
ña (1254). 

Continuaron  bastante  tiempo  muy  cordiales  las  relaciones 
políticas  y  de  familia  entre  las  cortes  de  Inglaterra  y  de  Casti- 
lla; ofreció  D.  Fernando  IV  (1295)  auxilio  de  tropas,  pero  no 
armonizaban  tan  bien  los  subditos  de  ambas  naciones  habitantes 
en  la  costa  del  Océano,  tomándose  mutuamente  barcos,  y  oca- 


206  GUIPÚZCOA 


sionándose  grandes  pérdidas  al  comercio  de  Bayona,  terminan- 
do estos  daños  al  celebrarse  un  convenio,  además  de  las  treguas 
que  los  bayoneses  pactaron  con  los  de  Santander,  Laredo  y 
Castro  Urdiales,  no  muy  bien  observadas  por  parte  de  éstos. 

No  tuvieron  los  guipuzcoanos  en  estas  disensiones  una  par- 
te directa,  hasta  que  al  renovarse  (1324)  las  hostilidades  entre 
Inglaterra  y  Francia,  la  tomaron  las  provincias  de  Guipúzcoa, 
Vizcaya  y  Santander,  acabando  en  1344  por  ajustar  éstas  con 
Bayona  un  tratado  de  tregua  (i),  natural  consecuencia  de  la 
que  habían  convenido  los  reyes  de  Francia  é  Inglaterra  para 
tres  años,  interviniendo  en  esta  concordia  los  legados  del  papa. 

Poco  sincera  esta  concordia,  no  duró  mucho  tiempo.  Reno- 
váronse al  año  siguiente  las  hostilidades  entre  ingleses  y  fran- 
ceses :  se  hallaron  empeñados  en  estas  querellas  los  habitantes 
de  nuestras  costas  del  Cantábrico  ;  se  ajustó  por  el  merino 
mayor  de  Guipúzcoa  tregua  por  un  año,  cuya  prórroga  no  fué 
respetada,  como  consta  por  las  reclamaciones  que  los  guipuz- 
coanos hicieron  en  las  cortes  de  Castilla  contra  los  robos  y 
violencias  de  que  aquellos  habían  sido  objeto  por  parte  de  los 
gascones  y  otros  subditos  de  Inglaterra ;  y  no  obteniendo  la 
debida  reparación,  trataron  de  tomar  venganza  por  sí  mismos, 
apresando  naves  inglesas  cargadas  de  vinos  y  otras  mercancías 
que  iban  de  la  Vasconia,  matando  cruelmente  á  sus  conductores. 
Como  si  esto  no  bastara,  en  1350  reunieron  una  gran  escuadra 
de  naves  bien  tripuladas,  pertrechadas  de  armas  y  provistas  de 
todo  género  de  defensa  y  ofensa,  y  se  presentaron  en  los  mis- 
mos dominios  de  Inglaterra,  resueltos  á  destruir  la  marina  de 
esta  ya  orgullosa  y  perturbadora  nación.  Tal  terror  infundieron 
en  ella,  que  su   rey  apeló   á   los   arzobispos  de   Cantorbery  y 


(i)  Resulta  esto  justificado  por  medio  del  poder  que  la  villa  de  Bermeo  dio  el 
mismo  año  á  Martín  Juan  de  Arrcscurrenaga,  «para  que  fuese  á  la  puente  de  Fuen- 
terrabía,  donde  los  comisarios  de  los  reyes  de  Castilla  é  Inglaterra,  y  de  D.  Juan 
Nuñez  de  Lara,  señor  de  Vizcaya,  se  habían  de  juntar  á  librar  los  robos  y  agravios 
que  habían  acontecido,  y  para  pedir  á  ciertos  vecinos  de  Bayona  y  Blarriz  algunos 
hurtos.» 


GUIPÚZCOA  207 


York,  pidiéndoles   procesiones  y  que  impetraran   la  ayuda  di- 
vina (i). 

Llegó  nuestra  escuadra  á  las  costas  de  Inglaterra,  hízola 
frente  el  mismo  rey  Eduardo  III,  peleóse  brava  y  encarnizada- 
mente el  29  de  Agosto  del  mismo  año  en  las  aguas  de  Rye  ó 
Winchelsea,  con  grave  daño  de  ambas  partes ;  se  celebraron  al 
año  siguiente  treguas  (2)  de  veinte  años  por  mar  y  por  tierra  (3), 
consignándose,  entre  otras  cosas,  que  los  de  Castilla  y  Vizcaya, 
en  los  que  se  comprendía  Guipúzcoa,  podían  pescar  libremente 
en  los  puertos  de  Inglaterra,  Bretaña  y  demás  lugares  y  puer- 
tos, pagando  los  derechos  acostumbrados  á  los  señores  del  país. 
Celebrada  esta  concordia  sin  real  licencia,  se  solicitó  de  las 
cortes,  y  el  rey  contestó  á  la  petición,  que  «á  lo  que  me  pidieron 


(i)  Escribíales  entre  otras  cosas  :  «  En  verdad  no  creemos  que  ignoráis  cómo 
los  españoles,  con  quienes  determinamos  renovar,  por  medio  de  la  unión  conyu- 
gal de  nuestra  hija,  el  tratado  celebrado  poco  tiempo  há  entre  sus  reyes  y  nues- 
tros antecesores,  convertidos  ahora  en  enemigos  con  sus  cómplices,  invadieron 
hostilmente  a  muchos  mercaderes  de  nuestra  nación,  y  á  otros  que  navegaban 
por  la  mar  con  vinos,  lanas  y  otras  mercaderías,  les  robaron  sus  bienes  matándo- 
los inhumanamente,  destruyendo  además  no  poca  parte  de  nuestros  navios  y 
causando  otros  muchos  males,  sin  desistir  de  perpetrar  otros  en  adelante.  Tanta 
es  ya  su  soberbia,  que  habiendo  reunido  en  las  partes  de  Flandes  una  inmensa 
escuadra  tripulada  de  gente  arnr.ada,  no  solamente  se  jactan  de  destruir  todos 
nuestros  navios  y  dominar  el  mar  anglicano,  sino  también  de  invadir  nuestro 
reino  y  exterminar  el  pueblo  sometido  á  nosotros.  Siendo  así,  pues  que  nos  pro- 
ponemos marchar  prontamente  bajo  la  confianza  de  la  divina  misericordia,  de 
cuya  voluntad,  más  bien  que  de  la  humana  potencia,  depende  la  victoria:  para 
obviar  á  nuestros  enemigos  semejantes  cosas,  en  defensa  de  la  santa  iglesia  y  so- 
corro de  nuestro  reino,  os  rogamos  atentamente  con  respecto  á  nosotros  y  al  ejer- 
cito que  con  nosotros  ha  de  marchar,  hagáis  reunir  las  acostumbradas  procesio- 
nes, ofrecer  oraciones  devotas,  celebrar  misas,  ofrecer  limosnas  y  otros  oficios  de 
alabanza  divina  que  creáis  serán  agradables  á  Dios,  por  vos,  el  clero  y  pueblo  de 
vuestra  ciudad  y  diócesis,  por  vuestros  sufragáneos,  varones  religiosos,  y  otros 
de  vuestra  provincia  donde  consideréis  conveniente,  para  que  el  Dios  omnipoten- 
te, que  por  su  clemencia  nos  sacó  poco  há  á  nosotros  y  á  nuestro  ejército  de  tan- 
tos peligros,  extendiendo  la  diestra  de  su  protección,  abata  la  soberbia  de  nues- 
tros enemigos,  conceda  á  nosotros  y  al  pueblo  el  triunfo  de  su  victoria  para  ala- 
banza de  su  nombre,  y  pueda  disfrutar  con  quietud  la  dulzura  de  la  paz. — Testigo 
el  rey,  en  Retherheth,  á  i  o  de  Agosto  de  i  3  5  o.» 

(2)  En  Londres,  á  i .°  de  Agosto  de  1351,  representando  á  los  españoles  Juan 
López  de  Salcedo,  de  Castro  Urdíales;  Diego  Sánchez  de  Lupardo,  de  Bermeo,  y 
Martín  Pérez  de  Golindano,  de  Guetaria. 

(3)  Los  de  Bayona  y  Biarritz  habían  ajustado  tregua  por  4  años  con  el  rey  de 
Castilla  y  condado  de  Vizcaya.  Por  Vizcaya  se  entendía  también  Guipúzcoa. 


208  GUIPÚZCOA 


por  merced  en  razón  de  la  tregua  que  fué  puesta  entre  el  rey 
de  Inglaterra  á  los  de  las  marismas  de  Castilla,  de  Guipúzcoa, 
é  de  las  villas  de  Vizcaya,  que  me  pluguiese  ende ;  á  esto  res- 
pondo que  me  place  é  que  lo  tengo  por  bien.» 

En  1353  celebróse  en  la  iglesia  de  Santa  María  de  Fuente- 
rrabía  tratado  de  paz  perpetua,  amistad  y  benevolencia,  entre 
Bayona  y  Biarritz  y  Castro  Urdiales,  Laredo,  San  Sebastián, 
Fuenterrabía,  Guetaria  y  Motrico. 

Merced  á  la  paz  convenida,  mercaderes  de  la  marina  de 
Castilla  y  de  Guipúzcoa  tenían  establecimientos  y  factorías  en 
la  Rochela  y  otros  puntos  de  las  costas  de  Francia  y  Flandes 
pertenecientes  á  los  ingleses  que  les  protegían  y  favorecían, 
como  lo  habían  hecho  los  franceses  antes  del  tratado  de  paz  de 
Bretigny  (8  Mayo  1360),  por  lo  que  la  población  se  beneficiaba, 
no  sólo  por  el  comercio  que  tanto  fomentaban  los  españoles, 
sino  porque  mercaderes  y  marineros  de  la  marina  de  Castilla  y 
de  Guipúzcoa  se  establecieron  en  la  Rochela. 

Durante  este  tiempo  había  dado  Fernando  IV  á  Azpeitia 
privilegio  de  población  y  título  de  villa ;  Alfonso  el  Sabio  pobló 
é  hizo  lo  mismo  con  la  que  es  hoy  Mondragón,  y  favoreció  á 
Vergara;  D.  Sancho  IV  á  Tolosa  y  á  Segura  concediéndolas 
privilegios,  mostrando  así  su  afecto  á  Guipúzcoa  todos  los 
reyes. 

Fué  por  este  tiempo,  año  13 18,  cuando  D.  Alfonso  XI, 
para  evitar  los  naufragios  en  los  que  perecían  tantos  buques 
guipuzcoanos,  señaló  el  sitio  en  que  debían  anclarlos  bajeles  en 
la  concha  de  San  Sebastián  y  en  el  canal  de  Pasajes;  disponiendo 
además  que  los  de  San  Sebastián  no  pagasen  en  la  aduana  de 
Sevilla  más  que  la  veintena ,  como  los  bayoneses  y  geno- 
veses. 

Al  año  siguiente  de  haber  poblado  y  dado  el  fuero  de  San 
Sebastián  y  título  de  villa  á  Rentería,  D.  Alfonso  XI,  llamándola 
Villanueva  de  Oyarzun,  y  dado  también  el  mismo  fuero  á  Zu- 
maya, refieren  las  crónicas  que  fué  la  famosa  batalla  de  Beotivar, 


GUIPÚZCOA 


209 


llamada  así  por  el  sitio  en  que  se  dio,  y  en  la  cual  hicieron  pro- 
digios de  valor  los  guipuzcoanos.  Pero  ella  merece  capítulo 
aparte. 


87 


CAPITULO    III 


Baotivar. —  Servicios  y  mercedes.— Los  guipuzcoanos  en  Canarias 


I 


^EGÚN  vemos  en  las  Averiguaciones  de  Cantabria  por  Henao, 
«quedaron  muy  desavenidos  los  navarros  con  los  guipuz- 
coanos desde  que  éstos  dejaron  la  Confederación  con  el  Reino 
de  Navarra  y  se  unieron  al  de  Castilla,  año  de  mil  y  doscientos. 
Y  si  bien  desde  entonces ,  no  hubo  guerra  entre  los  reyes  de 
ambas  coronas,  no  cesaban  de  procurarse  navarros  y  guipuz- 
coanos todo  el  daño  posible  con  correrías,  robos  y  destrucción 
de  los  lugares  de  las  rayas,  en  tanto  grado  que  no  pudiera  ex- 
perimentarse mayor,  si  entre  las  dos  naciones  estuviera  rota  la 
guerra  declaradamente  con  acuerdo  de  los  dos  príncipes.  Fueron 
más  sensibles  estos  males  en  el  año  de  mil  trescientos  veinte  y 
uno  (i)  por  parte  de  Larrauns  porque  los  navarros  con  el  abrigo 


(i)    «En  el  año  de  1321  de  la  Natividad  del  Señor.  Remembranza  sea,  que  vino 
de  Francia  D.  Ponce  de  Morentaya,  vizconde  Anay,  Gobernador  general  de  Nava- 


212  GUIPÚZCOA 


de  los  castillos  de  Lecumberri  y  Gorriti,  donde  se  recogían,  hi- 
cieron grandes  hostilidades  en  la  comarca  de  Tolosa.  Para  em- 
barazarlas los  guipuzcoanos  de  una  vez  se  apoderaron  por  fuerza 
de  armas  de  la  fortaleza  de  Gorriti,  distante  tres  leguas  de  To- 
losa, entrando  por  la  parte  de  Gasselu,  esto  es  castillo,  por  el 
que  en  el  más  alto  de  él  hacia  Navarra  había  antiguamente,  como 
se  ve  en  sus  ruinas  que  están  bien  manifiestas;  y  la  compañía 
de  Tolosa  demolió  casi  al  mismo  tiempo  la  fortaleza  de  Lecum- 
berri, apartada  de  ella  cuatro  leguas  y  media.  Era  entonces 
Ponce  de  Moreutain  gobernador  de  Navarra,  por  D.  Carlos  pri- 
mero de  este  nombre  allí  y  cuarto  en  Francia,  cognominado  el 
Hermoso,  y  con  ardiente  deseo  de  recobrar  los  puestos  perdidos 
y  asolar  toda  la  provincia  de  Guipúzcoa,  juntó  con  presteza  un 
ejército  copioso  de  navarros,  gascones  y  franceses  y  rompió  con 
furia  por  Verástegui,  etc.,  etc.» 

El  valioso  triunfo  obtenido  por  tan  pocos  guipuzcoanos,  se 
debió  á  subir  éstos  á  las  montañas  y  cerros  de  Beotivar  calderas 


rra,  el  dia  miércoles  ante  la  fiesta  de  Santa  Cruz  de  Setiembre,  que  vino  nueva  que 
los  guipuzcoanos  avian  tomado  el  castillo  de  Gorriti  y  mandó  el  gobernador  jun- 
tar cuanta  gente  pudo.  E  todo  esto  no  fué  por  otra  cosa  salvo  por  destruir  á  Gui- 
púzcoa. E  salió  el  dicho  Gobernador  de  Pamplona  con  gran  gente  un  dia  domingo 
víspera  de  Santa  Cruz,  y  érala  gente  cincuenta.  Y  partieron  el  dicho  dia  de  Santa 
Cruz  é  anduvieron  recogiendo  la  gente  toda  la  semana  fasta  que  se  juntaron  de 
Navarros  é  Gascones  é  Franceses  hasta  setenta  mil  combatientes,  y  entraron  en 
Guipúzcoa  dia  viernes  ante  la  fiesta  de  San  Mateo,  é  quemaron  á  Berastegui.  Y  el 
dia  siguiente  llegaron  fasta  Beotivar.  Y  salióles  entonces  Gil  López  de  Oñaz,  que 
era  señor  de  la  casa  de  Larrea,  con  ochocientos  guipuzcoanos,  y  desbarataron 
toda  la  hueste  é  tomaron  preso  á  Martin  de  Aybar  que  decía  que  vendería  el  sol 
por  dineros  en  Guipúzcoa,  é  al  tercero  dia  murió  é  mataron  á  Juan  López  de  Urroz 
Merino  de  las  Montañas  é  á  Pero  de  Aybar  é  Martin  de  Ursa  fijo  de  dicho  Martin 
de  Aybar  é  á  Pero  de  Sotes  é  Pero  García  é  Juan  de  Oriz  fijo  de  Diego  Pérez  Faget 
e  bien  á  otros  cincuenta  y  siete  caballeros  é  otra  mucha  gente...  é, mucha  gente  de 
la  ciudad  fueron  presos  é  muertos  y  el  señor  de  Bosovvel  é  Juan  Cerberan  é  Juan 
María  de  xVledrano  é  Juan  Hcnriquez  y  murió  el  hermano  del  Gobernador,  y  el  Al- 
mirante Benaut  Caritut  y  D.  Martin  de  la  Peña.  Lo  vieron  Gil  López  y  su  compa- 
ñía toda  la  Hostillamenta  de  vestías  y  armas  d  e  la  hueste  que  montaba  cien  mil 
libras.  Y  escapó  el  Gobernador.  Y  todos  los  otros  fueron  presos  ó  muertos.  Y  esto 
acaeció  el  sobre  dicho  dia  savado.  Hasta  aquí  la  memoria  de  la  batalla  de  Beotivar, 
la  qual  cita  Esteban  de  Garibay  como  existente  en  la  villa  de  que  se  sacó  copia, 
como  notó  Henao  y  permanecer  en  el  Archivo  general  de  la  Provincia  {a).» 

[a)     Garíbay,  libro  26,  cap.  15,  f.  295. — Henao,  libro  3,  cap.  45,  f.  394. — Land.^zuri,  m.  s. 


GUIPÚZCOA  213 


y  tablas  de  cubas  deshechas,  y  armándolas  las  llenaron  de  pie- 
dras y  cal,  y  cuando  los  enemigos  iban  por  los  caminos,  las 
arrojaron  con  ímpetu  furioso,  arremetiendo  otros  en  aquellos 
angostos  pasos  con  tanto  empuje  á  la  vanguardia,  que  causaron 
gran  destrozo  y  mayor  pánico.  Esto  desvanece  la  extrañeza  de 
que  escaso  número  de  guipuzcoanos  vencieran  á  tantos  enemi- 
gos (i). 

Otros  escritores  disienten  en  los  detalles;  pero  todos  con- 
vienen en  que  los  guipuzcoanos  obtuvieron  un  gran  triunfo, 
consignado  también  por  los  autores  franceses.  No  le  negare- 
mos nosotros,  ni  el  que  debieran  tan  colosal  resultado  á  que  el 
terreno  fuera  como  le  describen  los  antiguos  cronistas,  que 
seguramente  no  estuvieron  en  él  como  nosotros  hemos  estado. 
Situado  á  2  kilómetros  de  Tolosa,  hemos  visto  que  el  valle  al 
que  supusieron  «que  en  más  de  dos  tiros  de  mosquete,  es 
incapaz  de  dar  paso  á  cinco  hombres  de  frente,»  es  una  faja  de 
tierra  llana  de  cosa  de  un  kilómetro  de  largo  por  cerca  de  200 
metros  de  ancho,  teniendo  unos  100  metros  en  los  extremos 
opuestos  (2).  En  cuanto  al  horrible  despeñadero,  no  existe;  pues 


(i)  Esta  batalla  la  recuerda  anualmente  el  regocijo  de  la  burdun-danza  ó  dan- 
za de  espadas,  que  se  celebra  en  Tolosa  el  día  de  San  Juan  Bautista. 

Para  demostrar  la  alegría  de  los  victoriosos  triunfadores  guipuzcoanos,  al  vol- 
vea  éstos  á  sus  casas  formaron  su  danza  enlazados  unos  con  otros  con  las  mismas 
armas  que  quitaron  á  sus  contrarios.  De  aquí  el  origen,  según  algunos,  de  la  lla- 
mada esj>ata-danza. 

(2)  Beotivar-co-Celaya. — Prado  de  Beotivar.— Forma  la  figura  de  un  óvalo 
irregular,  encerrado  hacia  el  Sur  por  la  elevada  montaña  de  Zumisaldapa  de 
jurisdicción  de  Beláunza,  con  sus  hijuelas  de  Betor  Iramendi  y  otras;  hacia  el 
Norte,  por  una  estribación  de  la  gigantesca  cordillera  de  Usturre  dividida  en  los 
altos  peñascales  de  Elordieta  y  Arnicu,  ó  Arrizcu,  es  decir />e«ascoso;  y  por  fin 
hacia  Oriente  y  Occidente  por  los  boquetes  de  entrada  y  salida  de  la  mencionada 
encañada. 

Tanto  el  Arnicu  y  Elordieta,  como  Zumisaldapa  y  demás  montes  de  Beláunza, 
son  aún  hoy  de  dificilísimo  acceso,  á  pesar  de  los  caseríos  de  Beotivar,  Areva  y 
otros  que  se  han  levantado  en  sus  términos,  y  de  los  jarales  que  se  han  desmon- 
tado en  sus  faldas,  pero  lo  eran  más  todavía  en  aquella  época  en  que  la  mano  del 
hombre  no  había  despojado  sus  abruptas  cumbres  y  sus  bosques  vírgenes,  de  su 
salvaje  y  vigorosa  aspereza. 

Pasan  por  el  valle  el  camino  y  las  aguas  de  Berástegui,  que  vienen,  hasta  llegar 
allí,  tocándose  constantemente;  apartándose  á  su  entrada,  el  camino  para  el  Xortc, 


214  GUIPÚZCOA 


las  eminencias  á  uno  y  otro  lado  del  valle  tienen  una  inclinación 
más  horizontal  que  vertical.  No  podía  deberse  tan  valioso  triunfo 
solamente  al  terreno;  algo  podría  ayudar  éste;  pero  no  puede 
presentarse  como  el  cercano  de  Dos-hermanas,  Peñas  de  San 
Fausto  y  otros  que  adquirieron  por  sus  circunstancias  notoria 
celebridad  en  la  guerra  civil  de  los  siete  años:  serían  sorprendidos 
los  enemigos,  podría  mucho  el  valor  de  los  guipuzcoanos,  y 
aun  creemos  que  unos  y  otros  no  lucharían  en  el  número  desig- 
nado, en  el  que  puede  haber  error  ú  omisión  sin  duda.  El  mis- 
mo Moret  rechaza  las  fuerzas  y  el  número  de  muertos,  expo- 
niendo razones  poderosas;  pareciendo  exacto  que  acudieron 
gran  número  de  señores  guipuzcoanos  con  los  servidores  y  gen- 
tes de  sus  casas ;  no  faltando  cronista  que  se  incline  á  creer  que 
en  vez  de  800  pudieran  ser  8000  los  combatientes  vencedores, 
debiendo  atribuirse  esta  diferencia  á  descuido  de  copista. 

Respecto  á  la  verdad  de  la  batalla  y  al  triunfo  obtenido 
por  los  guipuzcoanos,  es  evidente,  y  fué  de  inmensa  importancia 
para  la  monarquía,  tan  combatida  durante  la  minoridad  de  Al- 
fonso XI.  En  su  Poema  ó   crónica  rimada  escrita  por  Rodrigo 


y  las  aguas  para  el  Sur,  las  cuales  después  de  pasar  por  debajo  de  un  puentecillo 
conocido  en  aquel  tiempo  con  el  nombre  de  Igiterapeco-Ziibi-Chiquiya,  vuelven  á 
reunirse  con  el  camino  cerca  de  los  molinos  de  Beláunza,  empujados  el  uno  y  las 
otras  por  las  laderas  del  valle,  que  se  acercan  en  aquel  punto  casi  hasta  tocarse. 

La  extensión  de  la  encañada  desde  su  entrada  cerca  de  Berrobi  hasta  los  moli- 
nos de  Beláunza,  será  como  de  media  legua;  y  su  anchura  que  en  algún  sitio  podrá 
llegar  á  unos  800  pies,  se  estrecha  en  tiles  términos,  en  su  mayor  parte,  que 
apenas  deja  espacio  entre  las  montañas  que  la  flanquean,  á  la  calzada  y  á  laregata 
que  van  por  su  fondo. 

Se  ve  pues  por  lo  expuesto,  que  para  llegar  á  Tolosa,  el  ejército  invasor  había 
de  atravesar  grandes  y  peligrosos  desfiladeros,  muy  fáciles  de  guardar;  y  en  cuya 
total  extensión  no  había  de  encontrar  más  que  el  mezquino  valle  de  Beotivar,  con 
espacio  suficiente  para  mover  desahogadamente  algunos  centenares  de  hombres. 

Pero  aun  llegado  aquí,  podría  verse  encerrado  hacia  la  izquierda  por  las  ele- 
vadas montañas  de  Beláunza,  como  Zumisaldapa  y  otras  ;  hacia  la  derecha  por  los 
ásperos  breñales  de  Elordieta  y  Arnicu,  y  finalmente  de  frente  por  el  estrecho  bo- 
quete que  forma  la  aproximación  de  las  indicadas  montañas. 

Oñar,  que  conocía  detalladamente  los  menores  accidentes  de  este  terreno,  y  que 
sabía  por  lo  tanto  que  era  el  único  que  ofrecía  la  posibilidad  de  alguna  resistencia, 
se  fijó  en  él  para  aguardar  al  enemigo  y  probar  un  esfuerzo,  con  la  esperanza  li- 
viana de  suplir  con  sus  ventajosas  condiciones  topográficas  la  inferioridad  de  sus 
fuerzas.  (Araquistain  :  Tradiciones  vasco-cdnlabras.) 


GUIPÚZCOA 


215 


Yáñez,  contemporáneo  de  los  sucesos  que  describe,  se  halla 
esta  notable  narración  de  la  batalla  de  Beotivar,  cuyo  triunfo 
se  presenta  con  claridad  aun  cuando  sacrifica  á  la  brevedad  he- 
chos importantes  y  muy  especialmente  la  parte  que  los  franceses 
tomaron  en  la  pelea. 


«Todos  están  mal  andantes 
E  grandes  guerras  auian, 
Ya  muertos  sson  los  infantes 
Que  á  Castiella  defendían. 

El  rey  su  defendedor 
Chiquillo  le  tienen  agar, 
Non  tienen  rrey  nin  sennor 
Que  los  pueda  amparar. 

Castellanos  tienen  tierras 
En  que  derecho  avenios, 
Por  muertes  e  por  guerras 
A  Nauarra  les  tornemos. 

En  aquesto  acordaron 
Nauarros  e  su  conpanna, 
Con  muy  gran  poder  entraron 
Por  tierras  de  la  montanna. 

Amenasando  los  castellanos 
Que  todos  serian  muertos, 
Supiéronlo  lepuscanos  (i) 
E  tomaronge  los  puertos. 

Con  los  de  la  montanna 
Todos  fueron  ayuntados 
Assás  poca  companna 
Todos  apeonados. 

Dios  les  dio  aquel  dia 
Grant  seso  e  saber 
De  vna  nueva  maestría 
Que  luego  fueron  facer. 

Las  calderas  que  tenian 
Con  sogas  las  ataron, 
De  piedras  las  enchian, 
E  del  monte  las  echaron. 


Por  donde  yua  vna  ladera. 
Bien  commo  varones. 
Dieron  en  la  delantera 
Do  estauan  los  pendones. 

Los  cauallos  se  espantaron 
Que  tener  non  los  podian, 
Contra  la  (,'aga  tornaron 
Que  los  franceses  trayan. 

Los  de  la  gaga  cuydaron 
Que  algunos  los  seguían. 
Las  riendas  todos  tornaron. 
Contra  Navarra  foyan. 

Debieron  de  la  montanna, 
Lepuscanos,  poca  gente. 
En  los  nauarros  con  sanna 
Ferian  brauamente. 

Leuaron  los  arrancados 
E  callauan  e  ferian, 
De  asconetas  e  de  dardos 
Muy  grandes  golpes  tfasian. 

En  alcani^e  los  leuron 
Muy  gran  tierra  de  andadura, 
Desta  lid  escaparon 
Nauarros  con  amargura. 

El  caudiello  escapó 
Con  muy  poca  conpanna, 
E  dexó  bien  nueve  mili 
Muertos  por  esa  montanna. 

Aquesta  los  dexemos 
Que  lepuscanos  vencieron, 
E  los  fechos  declaremos 
Que  después  contescieron  (2).  » 


(i)     Así  llama  á  los  guipuzcoanos. 

(2)    Otras  muchas  poesías  refiriendo  aquella  batalla  podríamos  citar;  pero 
basta  la  expuesta. 


2l6  GUIPÚZCOA 


II 


A  pesar  del  triunfo  que  sobre  los  navarros  y  franceses 
obtuvieron  los  guipuzcoanos,  no  desistieron  los  primeros  de  los 
derechos  que  creían  tener  sobre  Guipúzcoa ;  y  como  siempre 
procuraban  aprovecharse  de  las  turbulencias  de  Castilla,  incli- 
nados como  estaban  al  partido  de  los  Cerdas,  cedióles  el  pre- 
tendiente D.  Alfonso  sus  derechos  sobre  aquella  provincia,  la 
de  Álava  y  Rioja,  para  cuando  reinase.  No  dio  resultado  tan 
gran  liberalidad  con  los  bienes  ágenos;  antes  contribuyó  á 
acentuar  los  rencores  de  ambos  pueblos  limítrofes,  hasta  el 
punto  de  que  los  guipuzcoanos  conducidos  por  Lope  García 
de  Lazcano,  entraron  en  son  de  guerra  en  Navarra,  tomando 
pueblos  y  castillos  y  saqueándolos. 

Don  Alfonso  que  había  continuado  otorgando  mercedes  á 
aquella  provincia,  poblando  á  Azcoitia,  Salinas  de  Leniz,  Elgue- 
ta,  Plasencia,  llamada  entonces  Soraluca  y  campo  de  Herlaivia, 
á  Eibar,  Elgoibar,  etc.,  concediéndoles  privilegios  y  dándoles 
indistintamente  el  fuero  de  Vitoria,  de  San  Sebastián,  de  Logro- 
ño, etc. ;  permitió  á  la  villa  de  San  Sebastián  nombrar  sus  escri- 
banos, sin  embargo  de  haberse  apropiado  el  monarca  todas  las 
escribanías  numerarias ;  y  confirmó  cierta  sentencia  de  jueces  ar- 
bitros á  favor  de  aquella  villa  contra  la  de  Tolosa,  sobre  la  dis- 
cordia que  de  antiguo  tenían  entre  sí  ambas  repúblicas,  y  han 
continuado  teniendo,  por  considerarse  cada  una  con  derecho  á 
la  capitalidad. 

Merece  especial  mención  que  D.  Alfonso  permitiera  á  San 
Sebastián,  en  i6  de  Enero  de  1332,  construir  molinos  de  viento 
dentro  del  palenque  y  arcas  del  pueblo,  y  atalaya,  porque  son 
los  más  antiguos  de  España  y  aun  de  Europa. 


GUIPÚZCOA  217 


En  la  célebre  batalla  del  Salado  se  distinguieron  los  guipuz- 
coanos,  como  en  funciones  de  guerra  sabían  distinguirse,  tenien- 
do por  caudillos  á  D.  Pedro  Núñez  de  Guzmán,  que  moraba  en 
las  montañas  de  León  y  á  Amador  de  Lazcano,  al  que  hizo  el 
rey  alcalde  y  gobernador  de  Cazorla  y  caballero  después  de 
la  Banda  (i);  no  fué  menos  notable  el  comportamiento  de  los 
guipuzcoanos  en  el  cerco  de  Algeciras,  guiados  por  el  meri- 
no mayor  de  la  provincia  D.  Baldomero  Vélez  de  Guevara, 
yendo  además  hacia  el  Estrecho  varios  bajeles  de  la  misma  pro- 
vincia, por  lo  que  agradecido  D.  Alfonso,  expidió  cédula  real, 
diciendo  á  los  de  San  Sebastián  :  <  al  tiempo  que  nos  teníamos 
cercada  la  nuestra  ciudad  de  Algeciras  por  el  grand  menester 
en  la  goarda  de  la  mar,  que  nos  vinisteis  á  servir  con  naos  * , 
declaraba  que  este  servicio  no  había  sido  forzoso. 

Siempre  los  reyes  de  Navarra  con  la  mira  puesta  en  Guipúz- 
coa y  Álava,  concertó  secretamente  Carlos  II  con  D.  Pedro  de 
Aragón,  en  Tudela,  alianza  contra  D.  Pedro  de  Castilla,  y  que 
lograda  que  fuese  la  conquista  de  este  reino,  se  darían  al  de 
Navarra  las  tres  provincias  vascongadas. 

En  la  lucha  entre  D.  Pedro  y  D.  Enrique  siguió  Guipúzcoa 
á  su  rey,  que  entró  en  San  Sebastián  en  1366  de  paso  para  Ba- 
yona; y  en  este  mismo  año,  estando  en  Libornia,  cerca  de  Bur- 
deos, se  otorgó  la  escritura  por  la  cual  cedía  al  príncipe  de 
Gales  las  provincias  de  Guipúzcoa  y  Álava  (2).  No  era  este  el 
mejor  medio  de  obligar  á  aquellos  naturales  á  seguir  los  pendo- 
nes de  D.  Pedro,  y  disculpaban  tal  comportamiento  el  que  se 
pusieran  como  se  pusieron  muchos  de  parte  de  D.  Enrique, 
aun  cuando  no  extrañara  en  aquellos  desventurados  tiempos  se 
dispusiera  de  pueblos  y  provincias  enteras  como  de  rebaños. 
Continuaron,  no  obstante,  obedeciendo  á  D.  Pedro  San  Sebas- 


(i)  Antes  que  éste,  Lope  García  de  Lazcano  acaudilló  á  los  guipuzcoanos  que 
entraron  en  Navarra  y  tomaron  el  castillo  de  Unsa  en  el  año  de  i  3^4,  según  la 
Crónica  de  D.  Alfonso  XI,  cap.  CL,  y  Mariana,  Lib.  XVI,  cap.  IV. 

(2)    Lleva  este  documento  la  fecha  de  2  3  de  Setiembre. 

38 


2l8  GUIPÚZCOA 


tián  y  Guetaria,  sin  cuidarse  para  nada  de  los  ingleses  sus  veci- 
nos, pues  residían  en  el  ducado  de  Guiana,  del  que  les  separaba 
sólo  el  río  Bidasoa. 

Debió  ser  completamente  nominal  la  cesión  de  Guipúzcoa  á 
los  ingleses,  porque  no  vemos  que  ejercieran  acto  ninguno  de 
dominio,  como  lo  ejerció  D.  Enrique  en  cuanto  sucedió  á  su  her- 
mano, ya  haciendo  población  y  dando  título  de  villa  á  Usurbil  á 
la  que  concedió  el  fuero  de  San  Sebastián,  ya  estando  después 
en  Mondragón,  villa  solicitada  por  D.  Beltrán  de  la  Cueva,  señor 
de  Oñate,  á  cuyas  instancias  repetidas  no  accedió  el  rey,  y  sí  á 
concederle  la  villa  de  Leniz  (i). 

D.  Enrique  II  y  D.  Juan  I  favorecieron  á  algunas  poblaciones 
de  Guipúzcoa,  que  no  se  registra  reinado  del  que  no  recibiera 
mercedes,  y  D.  Enrique  III  autorizó  que  una  pequeña  flota  tri- 
pulada por  andaluces,  vizcaínos  y  guipuzcoanos,  zarpara  de  Se- 
villa (1393)  á  explorar  las  costas  de  África.  Visitaron  desde  el 
paralelo  34  al  29,  y  al  encontrarse  frente  de  las  Canarias,  las 
llamas  del  volcán  de  Tenerife  asustaron  de  tal  modo  á  los  expe- 
dicionarios, que  la  llamaron  isla  del  Infierno  sin  atreverse  á  abor- 
darla, como  lo  hicieron  á  Lanzarote,  trayéndose  á  España  ciento 
sesenta  indígenas,  entre  ellos  un  rey  y  reina,  cera,  pieles  y  otras 
producciones:  <  Ovieron  moy  grand  pro  los  que  allá  fueron.  E 
enviaron  á  decir  al  Rey  lo  que  allí  fallaron,  é  como  eran  aque- 
llas islas  ligeras  de  conquistar, »  para  lo  que  solicitaron  permiso 
del  rey  que  nada  contestó  á  tal  petición.  De  esta  incuria,  que 
entonces  también  existía,  se  aprovechó  más  adelante  el  nor- 
mando Juan  de  Bethencourt  (2). 


( 1 )  A  petición  de  los  mondragoneses  había  ido  el  rey  á  Mondragón,  cuya  villa, 
para  que  aquél  íuera  á  Oñate,  construyó  un  camino  llamado  en  el  idioma  del  país 
Erreguevidea,  camino  del  rey. 

(2)  No  fué  la  expedición  de  los  vascongados  la  primera  que  fué  á  Cananas.  En 
la  historia  de  aquellas  islas  por  D.  Agustín  Miralles— Las  Palmas,  1860— se  habla 
de  un  escrito  árabe,  cuyo  m.  s.  original  se  conserva  en  la  Biblioteca  de  París. 
Refiriéndose  al  año  334  de  la  Egira,  999  de  Cristo,  dice  hablando  de  una  expedi- 
ción de  musulmanes:  «Esta  expedición,  desconocida  de  todos  nuestros  historia- 
dores, es  la  I  .*  relación  circunstanciada  y  auténtica  que  ha  llegado  hasta  nosotros 


GUIPLIZCOA  219 


sobre  la  Gran  Canaria,  dándonos  una  curiosa  idea  del  país  y  de  sus  habitantes  en 
aquella  lejana  época.»  Ya  había  en  las  islas  otros  árabes  náufragos. 

En  I  :j9  I  dos  capitanes  genovescs,  Doria  y  Vivaldi,  emprendieron  un  viaje  de 
exploración  á  Canarias;  pero  no  se  volvió  á  tener  noticia  de  ellos. 

En  1341,  Alfonso  IV  de  Portugal  encomendó  al  ilustre  aventurero  florentino 
Corbizzi  una  expedición  que  da  mucha  luz  sobre  el  estado  de  las  islas  en  el  si- 
glo xiv.Eli.°dcJuliodel  mismo  año  tres  carabelas  bien  aprovisionadas,  tripuladas 
por  florentinos,  genoveses  y  castellanos,  zarparon  de  Lisboa  con  rumbo  á  Canarias, 
llevando  caballos,  armas  y  maquinas  de  guerra  :  á  los  cinco  días  aportaron  á  una 
de  las  islas  del  grupo,  abundantes  en  cabras  y  otros  animales,  hombres  y  mujeres 
desnudos.  Aquí  adquirieron  grandes  cantidades  de  pieles  y  sebo,  sin  atreverse  á 
internarse  en  el  país.  Pasaron  á  otra  isla  Canaria,  donde  descubrieron  multitud  de 
gente  que  les  salió  al  encuentro...  «Cuando  los  isleños  conocieron  que  los  extran- 
jeros no  querían  desembarcar,  intentaron  algunos  llegar  nadando  á  los  navíosí 
pero  aunque  lo  consiguieron,  su  tentativa  les  salió  muy  cara;  pero  los  portugueses 
retuvieron  cuatro  á  bordo,  que  luego  fueron  conducidos  á  Lisboa.» 

¿Irían  aquí  los  guipuzcoanos?  • 

1345.  Una  expedición  que  salió  de  Cádiz  dirigida  por  Alvaro  Guerra,  encon- 
tró á  algunos  españoles,  restos  de  antiguas  expediciones  ó  de  anteriores  naufra- 
gios, que  les  sirvieron  de  intérpretes  con  los  naturales. 

I  360.  Expedición  de  mallorquines  que  quedaron  prisioneros  y  fueron  tiempo 
después  sacrificados. 

1377.  «  Martín  Ruiz  de  Avendaño,  noble  vizcaíno,  aporta  á  Lanzarote,  y  es  re- 
cibido con  afectuoso  ínteres  por  aquellos  naturales. 

1382.  Una  tempestad  arroja  sobre  las  costas  de  la  Gran  Canaria  un  buque 
mandado  por  Francisco  López,  salvándose  del  naufragio  trece  españoles,  hechos 
prisioneros.  Los  trataron  como  amigos,  contribuyendo  con  sus  conocimientos  á 
suavizar  las  costumbres  de  los  insulares,  «  hasta  que  en  i  399  una  armada  de  viz- 
caínos y  andaluces  al  mando  de  Gonzalo  Peraza  Martel,  se  presentó  entre  las  costas 
de  la  isla  y  saqueó  cuánto  encontró  á  su  paso ;  consecuencia  de  esta  invasión  fué 
la  desconfianza  con  que  principiaron  los  canarios  á  mirar  á  los  mallorquines,  su- 
poniéndoles espías  de  los  españoles  y  la  cruel  resolución  que  adoptaron  de  aho- 
garlos á  todos  en  el  mar,  haciendo  sufrir  la  misma  suerte  á  siete  prisioneros  que 
habían  caído  en  su  poder  en  las  últimas  refriegas.» 

1  402.  1 ."  Mayo.  Bethencourt  con  más  de  doscientos  hombres  de  armas  salió 
de  la  Rochela,  preso  en  Sevilla,  queda  en  libertad  y  zarpa  para  Lanzarote. 

2!  Octubre  de  1480.  Expedición  de  trescientos  hombres  á  las  órdenes  del 
guipuzcoano  Miguel  Mujica  á  las  Canarias,  donde  murió  peleando  en  el  referido 
mes. 


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1 


■^  CAPITULO   lY 


Luchas  por  mar  y  tierra.— Parientes  mayores.— Oñacinos  y  gamboinos. 

Desastres.  —Hermandad. 


y  l"  pesar  délos  tratados  de  paz  ajustados  en  1351  yi353(0 
j-^se  declararon  los  guipuzcoanos  en  hostilidad  contra  los  in- 
gleses á  instancias  del  rey  D.  Enrique,  temeroso  de  las  pretensio- 
nes del  duque  de  Lancáster,  como  marido  de  la  infanta  D.''  Cons- 
tanza, respecto  á  la  corona  de  Castilla.  Muy  hábiles  ya  los  ingleses 


( I )  El  2Q  de  Octubre  001353  se  extendió  un  tratado  entre  los  moradores  de 
Bayona  y  Biarritz,  por  una  parte,  y  los  vascongados  por  otra,  «para  poner  fin  á 
los  inveterados  odios  y  sangrientas  agresiones  que  hasta  entonces  habían  espar- 
cido la  desolación  y  la  muerte  en  el  litoral  del  país  vascongado  y  de  la  tierra  de 
Labort.» 


222  GUIPÚZCOA 


y  poderosos  en  las  cosas  de  mar,  había  que  contenerlos  con  otra 
fuerza  que  les  hiciera  frente  en  el  propio  elemento,  y  lo  consi- 
guieron los  audaces  y  expertos  marinos  de  la  costa  del  Cantá- 
brico, distinguiéndose  en  los  combates  por  mar  y  tierra  ocurri- 
dos cerca  de  la  Rochela.  Y  tanto  agradeció  el  rey  de  Castilla 
el  servicio  prestado  por  los  vascos,  que  apenado  al  saber  que 
unas  de  sus  naves  mercantes  habían  sido  embargadas  en  Lisboa, 
pidió  su  restitución  y  la  negativa  fué  causa  de  una  guerra  entre 
ambos  pueblos  vecinos,  consiguiendo  así  rescatar  las  naves. 

Invitado  por  el  rey  de  Francia  concurrió  D.  Enrique  desde 
Burgos,  con  cuantas  tropas  pudo  reunir,  sobre  Bayona  que  hacía 
gran  daño  en  las  costas  de  Guipúzcoa  y  Vizcaya;  mas  no  pudo 
tomarla  por  no  haber  concurrido  el  de  Anjou,  como  ofreciera,  y 
regresó  por  Guipúzcoa,  otorgando  algunas  mercedes  en  recom- 
pensa de  servicios  prestados.  Siguieron  prestándolos  los  guipuz- 
coanos  en  aquella  sostenida  lucha  contra  Inglaterra  á  la  que  nos 
empujaba  la  alianza  con  el  francés;  hubo  épocas  en  que  más  que 
lucha  de  nación  á  nación,  lo  era  de  piraterías;  el  mismo  rey  de 
Castilla,  D.  Juan  II,  al  recibir  una  embajada  bretona  para  poner 
fin  á  las  hostilidades  que  tantos  daños  mutuamente  ocasiona- 
ban, mostró  su  disgusto  por  semejante  guerra,  y  para  la  con- 
cordia nombró  juez  representante  de  Guipúzcoa  á  Fernán  Pérez 
de  Ayala,  merino  mayor  de  la  misma;  firmóse  en  Segovia  el  tra- 
tado de  paz  y  la  indemnización  de  los  daños  causados  por  una 
y  otra  parte;  mas  como  no  se  incluyó  en  esta  paz  á  los  subditos 
ingleses,  continuó  la  lucha  la  flota  castellana,  cuyo  capitán  era 
Fernán  Pérez  de  Ayala,  y  en  la  que  iba  gran  golpe  de  gente 
guipuzcoana;  recorrió  el  litoral  del  golfo  de  Gascuña,  incendió 
San  Juan  de  Luz  y  Biarritz,  cayó  sobre  Bayona  (14  Agosto  141 9) 
é  incendiando,  talando  y  asolando  la  tierra,  la  corrieron  toda  has- 
ta Burdeos.  '^ 

Las  guerras  en  que  habían  tomado  parte  los  guipuzcoanos 
parecía  haberles  connaturalizado  tanto  con  el  uso  de  las  armas, 
que  era  la  lucha  su  estado  normal,  y  apenas  cesaba  por  las 


GUIPÚZCOA  223 


fronteras:  tuviéronla  con  Navarra  y  Aragón  (i)  (1430  á  1435); 
ayudaron  á  los  guipuzcoanos  los  vizcaínos  y  alaveses :  los 
grandes  daños  que  produjeron,  afectaron  al  duque  de  Bretaña, 
que  se  vio  precisado  á  enviar  sus  embajadores  pidiendo  al  rey 
D.  Juan  II  cesaran  tantos  desastres  y  que  los  daños  ocasionados, 
según  costumbre,  se  pagaran  recíprocamente,  como  así  se  con- 
vino. En  otras  cuestiones  entre  ingleses  y  guipuzcoanos  arregla- 
ron entre  sí  sus  diferencias,  sin  intervención  del  monarca  ni  de 
otros  poderes;  si  bien  D.Juan  II  contribuyó  mucho  amenazando 
al  de  Armagnacq  que  <  le  haría  la  guerra  con  toda  la  provincia 
de  Guipúzcoa,  si  otra  vez  -deserviese  al  rey  de  Francia.  > 

Es  verdad  que  en  medio  de  aquel  desorden,  sino  todo  pare- 
cía lícito,  se  toleraba.  Por  alardear  de  más  valor  ó  de  mayor 
poder  se  concertaban  duelos  á  muerte  entre  guipuzcoanos  y  gas- 
cones de  la  frontera,  y  lo  que  empezaba  por  un  combate  perso- 
nal, para  vengar  la  muerte  del  vencido  en  él  se  reunían  sus 
parientes,  deudos  y  vasallos,  hacían  lo  mismo  los  del  vencedor 
y  se  empeñaban  sangrientas  luchas,  trabándose  mortíferas  bata- 
llas, como  la  librada  en  San  Juan  de  Luz,  tan  funesta  á  Fernando 
de  Gamboa  y  su  gente. 


II 


En  el  reinado  de  D.  Enrique  IV  atravesó  Guipúzcoa  una  de 
las  épocas  más  funestas  de  su  historia.  Parecían  demostrar  los 
sangrientos  sucesos  en  que  tanta  parte  tomaban  todos,  lo  que 
pueden  las  pasiones  inspiradas  más  en  el  amor  propio  que  en 
legítimas  y  poderosas  causas. 


(i)  En  estas  guerras  los  tolosanos  conquistaron  los  lugares  de  Leiza  y  Arcso 
(Navarra),  dejándolos  para  la  corona  y  en  ellos  a  sus  moradores,  y  el  rey  D.  Juan  II 
los  dio  á  Tolosa,  reteniendo  para  sí  el  señorío  mayor  y  las  alcabalas.  — En  Sala- 
manca á  20  de  Setiembre  de  i  430. 


224  GUIPÚZCOA 


Los  que  se  llamaban  parientes  mayores  (i),  cabezas  de  li- 
naje y  bando,  que  fueron  una  de  las  mayores  calamidades  que 
tuvo,  y  los  bandos  gamboinos  y  oñacinos  con  aquéllos  enlaza- 
dos, hacen  el  proceso  de  los  señoríos.  «No  es  fácil,  dice  la  Cróni- 
ca m.  s.,  individualizar  todos  los  sucesos  que  ocurrieron  en  este 
particular  ni  dar  puntual  noticia  de  la  gran  efusión  de  sangre  y 
de  los  males  y  daños  que  se  ocasionaron  en  el  país  de  resultas 
de  estas  parcialidades  y  banderías.»  El  concienzudo  y  grave 
Henao,  dice  ocupándose  de  estos  bandos  que  «deben  entrar  en 
la  cuenta  de  los  más  execrables  que  sustentó  en  Europa  la  vana 
porfía  de  los  mortales  para  ruina  y  asolación,  no  sólo  de  íamilias 
sino  de  república  y  provincias.  Que  mientras  duraron  fueron  más 
perniciosos  para  Guipúzcoa,  Vizcaya  y  Álava  que  si  crueles  y 
bárbaros  las  talaran,  porque  de  sus  mismos  hijos  eran  alteradas 
y  consumidas  perpetuamente  con  rencillas  y  debates  sangrientos. 
Nadie  vivía  en  quietud,  el  padre  se  recelaba  del  hijo,  éste  de 
aquél,  los  hermanos  peleaban  entre  sí  cual  si  fueran  extraños; 
matándose  unos  á  otros,  y  bebiendo  su  sangre,  y  las  haciendas 
y  casas  carecían  de  dueños  ó  eran  de  quien  se  les  antojare.» 

En  efecto,  el  saqueo  é  incendio  de  caserías  y  pueblos,  la  tala 
de  montes  y  de  árboles  frutales,  los  más  feroces  asesinatos  y  los 
choques  más  sangrientos  era  el  estado  en  que  por  mucho  tiempo 
estuvo  sumida  la  provincia,  sin  que  hubiera  autoridad  que  pudiera 
poner  coto  á  tales  desmanes;  pues  los  alcaldes  de  Hermandad 
que  tenían  autoridad  y  poder  para  ello,  participaban  de  las  mis- 
mas pasiones  y  formaban  parte  de  uno  ú  otro  bando. 

No  sólo  se  ensañaban  mutuamente  parientes  y  linajes,  sino 


(i)  Parientes  ríxZiyoxt's.-Aiie-mcigusiac.  Llamábanse  así  los  jefes  de  algunas 
familias  que  por  circunstancias  que  se  ignoran,  merecieron  tan  honorífico  título 
entre  los  demás  de  Guipúzcoa.  No  se  sabe  si  además  de  la  excepción  de  la  justa 
ordenanza,  gozaban  de  algunos  otros  privilegios  y  derechos;  pero  sea  que  así 
fuera,  ó  sea  por  el  prestigio  que  les  daban  su  nombre  y  sus  riquezas  es  lo  cierto 
que  ejercían  una  gran  influencia  en  los  asuntos  del  país. 

En  Echave.  Izarti,  Zaldivia,  y  otros  escritores  vascongados  pueden  verse  noti- 
cias curiosas  sobre  ellos.  (J.  V.  Araquistain.) 


GUIPÚZCOA  225 


que  se  desafiaba  á  villas  como  lo  hicieron  Lazcano ,  Gamboa  y 
otros,  por  cartel  formal  (Julio  de  1456)  fijado  á  las  puertas 
de  la  villa  de  Miranda  de  Iraurgui,  que  es  Azcoitia,  no  Azpei- 
tia,  como  dijo  equivocadamente  Garibay.  Les  desafiaban  entre 
otras  muchas  causas,  por  <  aver  hecho  hermandad  é  ligas,  é 
monipodios  contra  ellos,  é  averies  hecho  derribar  sus  casas 
fuertes,  é  muertoles  sus  deudos;  é  parientes,  é  tomadoles  sus 
bienes,  é  puestolos  mal  con  el  Rey,  é  finalmente  aver  procura- 
do de  desfacerlos,  é  quitarlos  sus  nombres  de  la  tierra;  é  queri- 
doles  quitar  sus  ante-iglesias  é  monasterios,  é  otras  muchas  co- 
sas   Por  las  cuales  razones,  é  causas,  é  cada  una  de  ellas,  é 

por  la  naturaleza,  é  superioridad,  é  lealtad,  é  fidelidad,  que  de- 
bemos al  dicho  señor  Rey,  á  nosotros,  é  á  cada  uno  de  nos 
pertenece  derecho  vos  tomar  la  amistad  en  enemistad,  é  vos 
desafiar,  é  facer  guerra,  é  cruel  destruicion  de  vuestras  perso- 
nas, é  bienes,  como  á  enemigos  de  nuestro  señor  el  Rey  é  nues- 
tros, etc.,  etc.> 

La  resonancia  que  tuvieron  en  Castilla  estos  desórdenes 
obligaron  al  rey  á  trasladarse  á  Guipúzcoa,  á  donde  llegó  en 
Febrero  de  1457;  recorrió  la  tierra,  entró  en  San  Sebastián 
el  15  de  Marzo,  morando  en  la  casa  del  Preboste  de  la  villa; 
embarcóse  para  Pasajes,  en  una  carabela  que  los  de  este  pue- 
blo habían  tomado  á  los  ingleses;  navegó  á  Fuenterrabía,  retro- 
cedió por  mar  á  Guetaria,  y  bien  informado  de  la  permanencia 
del  desorden  que  tanto  perturbaba  la  provincia .  para  cortarlo 
radicalmente  hizo  derribar  las  guaridas  de  aquellos  famosos 
parientes  mayores,  que  prevalidos  de  sus  fortalezas  ejecutaban 
sus  lucrativas  y  sangrientas  algaradas,  y  se  arruinó  la  torre  de 
Olaso  en  Elgoibar,  la  de  Zaldivia  en  Tolosa,  la  de  Lazcano  en 
este  pueblo,  de  Astigarritia  en  Guetaria,  la  de  Lizaur  en 
Andoain,  las  de  San  Millán  y  de  Murguía  cerca  de  Hernán!, 
las  de  Ozaeta  y  Gaviria  en  Vergara  y  otras  muchas,  demos- 
trando su  número  la  parte  que  en  aquellas  banderías  tomaban 
todos.  Ordenó  D.  Enrique  nuevas  leyes  de  hermandad  y  cuán- 


J9 


2  2b  GUIPÚZCOA 


to  le  sugirió  su  celo  para  devolver  la  tranquilidad  á  Guipúzcoa. 
Era  bien  necesario  fortificar  el  poder  de  estas  hermandades  que 
tuvieron  que  levantarse  contra  algunos  caballeros  y  escuderos 
que  tornaban  á  revolver  la  provincia,  atajando  sus  atrevimien- 
tos. «Con  todo  ello,  siendo  muchas  las  pasiones  y  continuas  par- 
cialidades de  vandos  y  diferencias  acia  tan  travajoso  bivir  en  ella 
que  ambas  gentes  en  sus  propias  casas  y  habitaciones  no  eran 
seguras  (i).» 

Las  tres  provincias  vascongadas  enviaron  gente  á  D.  Enri- 
que con  motivo  de  la  guerra  contra  Navarra  (2),  en  favor  de  su 
primo  el  príncipe  de  Viana.  Si  esto  daba  una  tregua  á  veces  á 
las  civiles  discordias,  se  reproducían  al  volver  estas  huestes. 

No  produjo  menos  desgracias  y  fué  más  permanente  la  lu- 
cha entre  los  bandos  gamboinos  y  oñacinos  que  tuvieron  su 
origen  ó  existían  ya  hacia  el  siglo  xii,  por  rivalidades  entre  las 
poderosas  casas  de  Oñaz  en  Guipúzcoa  y  de  Gamboa  en  Ála- 
va, y  los  parientes  y  deudos  que  una  y  otra  tenían  en  Viz- 
caya tomaron  también  parte  en  la  lucha  que  se  extendió  á  las 
tres  provincias  hermanas  y  aun  á  las  confinantes ;  que  ninguna 
se  vio  libre  de  los  horrores  á  que  con  inusitada  ferocidad  se 
entregaban  ambos  bandos,  llegando  hasta  asesinar  á  niños  en 
los  brazos  de  su  madre  (3). 


(i)     Garibay. 

(2)  A  18  de  Mayo  de  1461  manifestó  D.  Enrique  á  la  provincia  que  había  he- 
cho un  señalado  servicio  en  el  socorro  del  castillo  de  Ortzorroz  con  los  trabajos 
que  había  sufrido,  ofreciendo  pagar  sus  sueldos  según  le  había  escrito  con  Gon- 
zalo Correo.  (Archivo  de  la  Diputación  de  Guipúzcoa.) 

(3)  Entre  los  muchos  hechos  que  pudiéramos  citar,  lo  haremos  del  siguiente, 
no  por  ser  el  más  horrible,  sino  por  su  comprobada  exactitud. 

«En  1420  Fernando  de  Gamboa  el  Ladrón  de  Váida,  y  los  de  Carames,  e  de 
Iraeta,  e  de  Achega,  con  todo  el  poder  de  los  gamboanos,  con  una  luna  de  noche 
de  Navidad  y  atravesando  montes  y  valles  llegaron  á  la  alborada  á  Lezcano,  y  sal- 
tó Juan  López  de  Lezcano  de  la  cama  en  camisa  por  una  ventana  al  rio  que  va  so  la 
casa  y  pasó  á  nado  allende,  y  así  escapó  de  la  muerte,  y  mataron  unos  10  hom- 
bres en  la  casa  y  cerca  de  ella  degollaron  á  Martin  López  su  hermano,  de  i  2  años, 
en  los  brazos  de  su  madre,  y  tornándose  á  donde  habían  salido,  que  era  toda 
comarca  de  Onis,  dábanles  en  las  espaldas  y  mataban  muchos  dellos  y  llegando 
sobre  Azpeitia  saliólo  al  través  Juan  López  Yarza  con  sus  parientes  y  mataron  á 
Fortuno  de  Váida  hermano  de  Ladrón  de  Váida  y  otros  muchos  con  él  en  manera 


GUIPÚZCOA  227 


No  pudiendo  los  enemigos  de  la  casa  de  Loyola  derribarla,  por 
muy  fuerte,  derribaron  la  deYarza  *é  hicieron  muchas  muertes.  > 

En  1446,  pelearon  en  Zumarraga,  quemaron  á  Azcoitia; 
perdieron  unos  y  otros  contendientes  muchos  hombres,  y  de  los 
principales,  en  estos  y  otros  encuentros  que  se  repetían,  pues 
siempre  el  vencido  deseaba  vengarse ;  y  el  vacío  de  los  jefes  y 
principales  los  llenaban  los  parientes  más  próximos,  que  nunca 
faltaban,  pues  eran  extensos  los  linajes,  y  vemos  pelear  en  1447 
á  los  de  Váida,  de  Ortiz  y  de  Sánchez,  del  bando  de  Gamboa, 
y  en  Socorro  de  Lazcano,  los  del  linaje  de  Onís,  de  Butrón  y  de 
Mugica. 

Al  año  siguiente  los  gamboinos  cercaron  á  todo  el  bando 
de  la  casa  de  San  Millán  «e  pusiéronle  Lombardas,  e  otros  per- 
trechos, ca  eran  2500  omes,  e  mucho  armados,»  y  acudieron 
en  su  socorro  los  Lezcanos,  el  señor  de  Urtubia,  y  otros  del 
linaje  de  Onis,  peleando  parcial  y  colectivamente  con  empeñada 
crueldad.»  «Unos  á  otros  se  tiraban  de  saetas,  hasta  de  unas 
ventanas  á  otras,  sin  temor  de  justicia,  porque  no  la  habia  sino 
en  el  cielo  (i).> 

En  1457  se  levantaron  las  hermandades  de  la  provincia 
«contra  todos  los  parientes  mayores,  no  acatando  á  Onis  ni  á 
Gamboa,  porque  facian  e  consentían  muchos  robos  e  maleficios, 
en  la  tierra  y  en  los  caminos,  e  en  todos  logares,  e  fecieronles 
pagar  todos  los  maleficios,  e  derribáronles  todas  las  casas  fuer- 
tes que  una  sola  no  dejaron  en  toda  la  provincia e  quitáron- 
les todos  los  parientes  de  las  treguas  de  los  solares,  que  no  les 
quedó  uno  solo,  e  fecieronse  todos  comunidades,  e  echaron  des- 
terrados a  los  dichos  parientes  mayores  por  cierto  tiempo  de  la 
provincia  toda,  e  han  vivido  fasta  aquí  en  justicia.» 


que  antes  que  llegasen  en  su  tierra  dejaron  muertos  150  hombres  y  todas  las 
armas,  acémilas  y  cosas  de  arreo  que  habían  lebado.»  (Bienandanzas  de  G.'  de  So- 
lazar.) 

Kn  este  mismo  año,  y  en  noche  de  luna  quemaron  los  gamboinos  la  casa  de 
Unzuetacon  doce  hombres  que  había  en  ella.  Era  de  madera. 

(i)    Garibay. 


228  GUIPÚZCOA 


Y  aún  se  hizo  más:  los  abogados  y  clérigos  fueron  excluidos 
de  las  Juntas,  porque  aquellos  según  el  fuero  <eran  habidos  por 
parientes  mayores,»  y  el  clero,  porque  no  debía  entrometerse 
en  materias  políticas. 

Se  expulsó  también  á  los  que  se  consideraban  sospechosos, 
y  se  consignó,  cque  qualquier  persona  de  esta  provincia  que 
fuere  á  tierra  de  Vizcaya,  é  Encartaciones,  é  Oñati,  é  Aramaya- 
na,  é  Álava,  é  Navarra,  é  Labort  de  aquí  adelante,  en  qualquier 
tiempo  en  son,  é  continente  de  vandear  ende  algunos,  ó  usar  de 
armas;  allende  las  otras  penas  del  Quaderno  de  esta  Herman- 
dad, que  tales  cosas  hablan,  seanles  quitadas  las  casas,  é  los 
que  alias  no  tuvieren  de  suyo  casas;  sean  acotados,  é  encarta- 
dos por  el  mismo  caso  de  toda  esta  Provincia,  é  mueran  por 
ello  (i).» 

No  bastó  esto,  ni  los  esfuerzos  de  la  hermandad  para  dar 
paz  á  Guipúzcoa,  ni  las  leyes  que  al  efecto  se  crearon,  fueron 
bastantes,  y  tuvo  el  rey  que  enviar  (1469)  al  conde  de  Haro 
con  el  carácter  de  virrey  de  aquella  provincia  y  de  la  de  Vizca- 
ya, para  apaciguar  los  bandos,  necesitando  para  conseguirlo 
imponer  la  pena  capital  á  algunos  individuos  principales. 


III 


Dice  la  historia  m.  s.  que  «á  imitación  de  la  hermandad  que 
se  hizo  en  el  tiempo  de  su  padre  entre  el  reino  de  Navarra  y 
Guipúzcoa,  quiso  que  se  hiciese  otra  nuevamente  el  rey  D.  En- 
rique II.»  Leída  la  real  orden  en  junta  celebrada  en  Tolosa,  á 
fin  de  que  se  uniese  en  hermandad  toda  la  tierra  de  Guipúzcoa 
en  conformidad  á  lo  que   tenía   ordenado    dicho    rey    en    Me- 


(1)    Tit.  XXVIII,  cap.  III  de  los  fueros  de  Guipúzcoa. 


GUIPÚZCOA  2  ¿4 

dina  del  Campo,  comprendiendo  á  toda  la  tierra  guipuzcoana 
con  Navarra,  «según  que  fuera  en  tiempo  del  rey  D.  Alfonso 
nuestro  padre  que  Dios  perdone;»  dieron  cuenta  los  procurado- 
res del  cumplimiento  de  lo  ordenado  por  el  rey  haciéndose  la 
hermandad  de  «Guipúzcoa  con  Navarra  como  también  entre 
ella  misma ;  pero  que  respecto  á  que  la  tierra  de  esta  provincia 
(Guipúzcoa)  era  montaña  y  apartada  y  se  cometian  en  ella  hur- 
tos y  otros  delitos  de  noche  por  los  montes  que  no  se  podia 
guardar  la  hermandad  no  concediendo  S.  M.  el  permiso  de  po- 
ner en  el  cuaderno  de  ella  quatro  capítulos  por  no  bastar  los 
ordinarios  para  mayor  seryicio  de  Dios  y  beneficio  de  la  tierra.» 
Limitábanse  éstos  á  la  creación  y  nombramiento  de  siete  alcal- 
des; á  residenciarlos  si  cumplían  mal;  á  la  investigación  de  los 
delitos,  y  á  la  seguridad  de   los   caminantes    (i);   todo   lo  cual 


(O  Lo  consignado  en  estos  cuatro  capítulos  es  muy  importante  para  el  cono- 
cimiento del  estado  social  de  aquella  época  en  Guipúzcoa,  dejando  por  nuestra 
parte,  al  lector,  que  haga  las  muchas,  importantes  y  graves  consideraciones  á  que 
se  prestan. 

«El  I .°  que  se  creasen  y  nombrasen  siete  alcaldes  de  hermandad  de  la  misma  Gui- 
púzcoa, de  los  cuales  los  tres  de  un  Alcaldía  (estas  eran  las  de  Aistondo.  Avería  y 
Sayaz  a  quienes  llaman  Alcaldías  nacionales  en  esta  Provincia)  recaiendo  la  ele- 
cion  en  las  personas  mejores  déla  tierra,  hombres  de  bien  de  buena  fama  arraiga- 
dos y  abonados  en  lo  que  pareciese  conveniente,  imparciales  y  sin  adhesión  á 
vando  ni  á  intriga  y  que  mirasen  á  el  bien  y  provecho  del  pays  y  á  los  cuales  se 
les  recibiese  juramento  en  una  cruz  y  santos  evangelios  y  que  su  judicatura  fuese 
común  y  se  estendiese  á  toda  Guipúzcoa  sin  respecto  al  territorio  de  su  do- 
micilio. 

»2."  que  por  si  acaso  los  de  la  Hermandad  tuviesen  noticia  cierta  que  los  di- 
chos Alcaldes  ó  algunos  de  ellos  usan  mal  de  su  oficio,  que  en  este  caso  se  con- 
greguen todos  los  procuradores  de  las  villas  y  lugares  de  Guipúzcoa  ó  la  maior 
parte  en  aquel  pueblo  que  les  pareciera  conveniente  y  puedan  remover  de  su  ofi- 
cio el  Alcalde  ó  Alcaldes  y  poner  en  su  lugar  aquel  ó  aquellos  que  mejor  les  pare- 
ciese, teniendo  facultad  qualesquier  Alcalde  ó  Alcaldes  de  Hermandad,  de  juzgar 
y  hacer  justicia  en  los  malechores  y  sus  bienes,  y  que  si  no  se  conformasen  los 
Alcaldes,  que  tomasen  conocimiento  en  la  causa  en  dar  el  juicio  ó  juicios,  la  sen- 
tencia ó  sentencias,  que  aquello  que  mayor  parte  acordase  prevaliese  y  que  no 
hubiese  apelación  alguna. 

»3.°  que  el  Alcalde  ó  Alcaldes  ante  quien  se  diese  la  querella  del  delito  ó  de- 
litos, fuesen  obligados  á  investigar  la  verdad  de  la  acusación  por  qunntos  medios 
pudiesen  bajo  juramento  y  por  otras  provanzas  manifiestas  y  pudiesen  dar  sobre 
ellos  la  sentencia  ó  sentencias  que  se  debiesen. 

»Lo  4.°  que  para  que  los  transitantes  por  los  caminos  andubiesen  con  livertad 
y  seguridad,  y  en  atención  a  que  en  los  hiermos  y  despoblados  y  por  las  hereda- 


230  GUIPÚZCOA 


confirmó  el  rey  D.  Enrique,  añadiendo  que  los  siete  alcaldes 
fuesen  nombrados  anualmente  y  que  si  falleciese  alguno  durante 
el  año  y  hubiese  por  consiguiente  que  sustituirle,  «diese  cuenta 
la  provincia  al  rey  para  que  lo  aprobase  y  confirmase  y  lo  mis- 
mo en  el  caso  de  ser  depuesto  por  algún  motivo  (i).» 

No  debió  distinguirse  la  hermandad  por  su  celo ,  cuando 
D,  Enrique  III  decía  en  1397  á  D.  Gonzalo  Moro,  oidor  de  su 
audiencia  y  corregidor  y  veedor  puesto  por  el  rey  en  Guipúz- 
coa, que  habían  ocasionado  sus  habitantes  algunos  bullicios, 
alborotos  y  discordias,  y  que  la  hermandad  no  cuidaba  de  la 
observancia  de  lo  dispuesto  por  los  reyes  su.  padre  y  abuelo; 
por  lo  que  le  mandó  pasar  á  Guipúzcoa,  congregar  los  procura- 
dores suficientes,  reconocer  el  cuaderno  de  leyes  que  confirma- 
ron sus  predecesores  y  las  reformase,  aprobando  el  rey  desde 
luego  cuánto  hiciese. 

Celebróse  á  su  virtud  en  Guetaria  la  junta  general  en  Julio 
del  citado  año  de  1397,  y  con  acuerdo  unánime  se  ordenaron 
63  capítulos,  en  los  cuales  se  prodigaba  la  pena  de  muerte  y 
otros  castigos  á  fin  de  atajar  tíos  muchos  delitos  de  muertes  y 
heridas  que  se  cometían  en  la  provincia.»  Se  imponía  la  pena 
de  muerte  al  que  robase,  en  un  camino,  de  10  florines  para  arri- 
ba, satisfaciendo  además  lo  que  robó  y  las  costas;  el  ladrón 
reincidente  por  cualquiera  cantidad  menor  también  moría,  y  el 
que  encubriese  al  ladrón  y  lo  robado,  sabiendo  que  lo  era  ;  asi- 
mismo el  forzador  de  mujer,  el  que  quebrantase  casa  ó  iglesia 
para  hurtar;  el  que  cortare  barquines  en  las  herrerías,  con  inten- 
ción de  hacer  mal ;  el  que  talare  árboles  ó  viñas ;  el  que  incen- 
diara mieses,  frutales  ó  herrerías ;    se  imponían  fuertes  penas  á 


des  especialmente,  los  hijosdalgo  y  andariegos  de  el  pays  pedian  á  otros  que 
transitaban  algunas  cosas  y  se  las  hacian  dar  contra  su  voluntad  por  lo  qual  se 
perjudicaba  mucho  y  de  diversas  maneras,  ordenaron  que  ninguno  tuviese  atre- 
vimiento de  pedir  ni  de  mandar  á  otro  cosa  alguna  asi  á  caminante  como  á  otro 
qualquiera,  fuese  hombre  ó  muger,  y  en  el  caso  de  que  lo  hiciese  quedase  com- 
prehendido  en  la  clase  de  robador  y  perseguido  como  tal.» 

(i)     D.  Juan  I  confirmó  .en  Burgos  el  i8de  Setiembre  del  año  i  379  (era  i  41  7) 
los  anteriores  capítulos. 


GUIPÚZCOA 


231 


los  que  acogiesen  á  los  acotados,  y  á  los  mozos  de  éstos  y  á 
sus  mancebas  que  fueren  cogidas,  «por  la  primera  vez  sean 
traídos  públicamente  desnudos  y  en  camisa  con  una  soga  á  la 
garganta  y  las  manos  atadas,  á  la  villa  más  cercana,  y  peguen 
una  de  las  orejas  á  raiz  del  casco  en  la  puerta  de  la  villa  y  per- 
manezcan en  esta  postura  desde  la  hora  de  prima   hasta  la   de 


G  U  E  T  A   U  I  A 


vísperas,  y  si  no  se  quisieren  corregir,  por  la  segunda  vez  que 
delinquieren  que  les  corten  ambas  orejas  á  raiz  del  casco,  y  por 
la  tercera  que  muera  por  ello.  Cualquiera  que  pidiere  en  casa, 
ferrería,  monte  ó  villa,  pan,  carne,  sidra,  dinero  ú  otra  vianda, 
por  la  primera  vez  vuelva  duplicado  lo  que  tomó,  y  si  fué  den- 
tro de  la  villa  fuese  para  el  Preboste,  y  si  fuera  de  la  cerca 
para  el  Merino ; »  la  reincidencia  aumentaba  las  devoluciones 
hasta  imponer  la  pena  de  muerte,  exceptuándose  «ser  hombres 
viejos  que  no  lo  pueden  ganar  con  ningún  oficio,  los  quales 
tengan  licencia  de  pedir  por  amor  de  Dios,  pero  porque  no  se 
abuse  de  esto,  que  los  que  hubiesen   de  pedir  soliciten  la  licen- 


232  GUIPÚZCOA 


cia  del  Alcalde  del  lugar  de  donde  son.»  Para  la  persecución  de 
los  malhechores  se  convocaban  colaciones,  una  especie  de  soma- 
tenes que  obligaban  á  todos  los  hombres  de  25  á  58  años,  y  el 
pueblo  que  no  lo  hacía,  indemnizaba  al  robado:  «que  porque 
algunas  veces  hay  sospechas  que  cosas  robadas  ó  hurtadas  se 
hallan  en  casas  fuertes  de  caballeros  ú  otras  personas  y  también 
algunos  malhechores,  que  se  lo  hagan  saber  á  los  dueños  de  la 
tal  casa  el  Alcalde  de  la  Hermandad  y  que  tenga  obligación  de 
mostrársela,  y  hecho  el  reconocimiento  se  hallase  alguna  cosa 
robada  ó  hurtada,  la  tome  y  se  la  entregue  á  su  dueño,  y  si  el 
de  la  casa  fuere  persona  de  mala  fama  de  encubridor,  aunque 
dé  actor  de  quien  son  las  cosas,  y  sino  le  diere  que  sea  tenido 
por  ladrón  de  ellas,  incurriendo  en  las  mismas  penas  que  el 
ladrón  según  fama  de  actor,  ó  no  lo  dé  á  el  Alcalde  y  Merino 
que  éste  se  las  quitó  por  un  juramento,  y  si  el  Alcalde  con  el 
Merino  ó  sin  él  si  lo  pudiere  hallar  en  la  dicha  casa  á  algún 
malhechor,  que  haga  deel  justicia  con  arreglo  á  los  capítulos 
de  este  quaderno,  y  si  el  dueño  de  la  casa  no  quisiere  consentir 
el  que  á  el  Alcalde  ó  Merino,  que  éstos  hagan  la  combocatoria 
por  las  villas,  lugares  y  colaciones,  disponiendo  la  cosa  de  modo 
que  no  se  cese  hasta  que  se  tome  la  casa,  y  halladas  en  ella  las 
cosas  que  se  buscan  ó  los  delincuentes  en  quienes  tenian  sos- 
pechas, que  entreguen  las  cosas  hurtadas  á  su  dueño  y  le  derri- 
ben las  tales  casas  pagando  el  Señor  de  ellas  las  costas  causa- 
das á  la  Hermandad,  y  si  no  estuviere  en  ella  el  reo  sino  es 
otro  que  la  tiene  por  él  que  sea  la  casa  derribada  y  el  que  ha- 
bita en  ella  pague  las  costas  si  tubiere  de  dónde  y  sino  que  sea 
desterrado  de  toda  la  Merindad  de  Guipúzcoa  por  dos  años, 
teniendo  esto  lugar  en  las  casas  fuertes,  pues  deben  poner  en 
ellas  hombres   de  bien    (i).»   Se   establecían   por  primera  vez 


(i)  Para  eludir  estos  castigos  hicieron  estos  señores  «casillas  cerca  de  sus 
palacios  y  en  otras  partes,  y  sostener  en  ellas  y  en  otras  muchos  acotados  y  mal- 
hechores;a  y  á  su  virtud  se  ordenó  que  «por  cada  vez  que  conocidamente  lo  hicie- 
ren en  cualquiera  tiempo,  sehan  comprehendidas  sus  casas  principales  en  la  mis- 


GUIPÚZCOA  233 


alcaldes  en  multitud  de  villas  que  se  designan,  dotándolos,  y 
«los  lugares  que  hubieren  de  poner  el  alcalde,  juntarán  concejo 
á  son  de  campana  repicada  y  en  él  escogerán  entre  sí  el  alcalde 
que  sea  bueno,  abonado  y  arraigado  y  no  de  tregua,  y  no  pu- 
diendo  convenirse  en  uno  escojan  dos  y  hechas  suertes  para 
qual  de  aquellos  dos  lo  obtendrá  en  cada  un  año,  y  el  que  salie- 
se queda  alcalde  de  aquel  año,  y  así  en  lo  sucesivo. » 

En  la  forma  de  administrar  la  justicia  á  la  vez  que  se  daba 
gran  importancia  al  testigo,  por  no  poderse  usar  el  tormento  (i) 
á  causa  de  ser  comunmente  todos  hijosdalgo,  al  que  faltando  al 
juramento  encubría  la  verdad,  le  quitaban  en  la  plaza  pública 
de  cinco  dientes  uno ;  y  lo  mismo  á  los  que  amenazaban  ó  so- 
bornaban á  los  testigos. 

Se  prohibían  los  andariegos  que  sin  tener  señor  que  los 
mantuviera  y  vistiese  eran  llamados  por  algunos  caballeros,  con 
daño  y  pidiendo  por  la  tierra  ocasionaban  muchos  males  y  per- 
juicios al  país;  los  desafíos  así  á  las  personas  como  á  las  ferre- 
rías,  á  no  ser  por  razones  justas,  las  cuales  eran  si  un  hijodalgo 
hiriere  á  otro,  prendiere  ó  corriere  por  muerte  de  padres,  abue- 
los, hijos,  nietos,  biznietos,  hermanos,  tíos,  cuñados  ó  primos 
del  que  desafió  por  herida  ó  prisión,  y  no  haciéndolo  el  que 
tuviese  motivo,  no  podría  hacerlo  ningún  pariente  por  ellos: 
se  establecían  reglas  para  autorizar  los  desafíos  y  penas  á  los 
contraventores;  se  vedaba,  bajo  pena  de  la  vida,  el  uso  de  los 
rallones   (2),  cuya  herida  no  se  curaba,   y   causaban   muchas 


ma  pena...  que  debía  corresponder  al  que  á  los  acolados  acogiesen  y  tuviesen  en 
ellas.» 

(i)  Por  el  abuso  que  se  hacía  de  la  pena  de  muerte  se  estableció  el  tormento, 
del  que  debió  abusarse  cuando  en  1469  pidió  la  provincia  y  aprobó  el  rey  que 
«ninguno  de  los  Alcaldes  de  la  hermandad  no  puedan  dar  tormento  á  ningún 
hermano  de  ella  sin  consejo  y  firma  de  letrado  conocido,  hermano  de  la  misma 
hermandad,  incurriendo  en  pena  de  muerte  el  Alcalde  que  lo  contrario  hiciere, 
porque  la  Provincia  lo  puede  mandar  matar  por  ello,  aplicándose  sus  bienes  á  la 
hermandad.» 

(2)  Arma  que  termina  en  un  hierro  ancho  como  escoplo.  Dispárase  con  la  ba- 
llesta y  servía  especialmente  para  caza  mayor. 

30 


2^4  GUIPÚZCOA 


muertes;  y  al  herrero  que  le  fabricase  se  le  quemaría  su  casa, 
y  si  no  la  tuviese  le  empozarían  hasta  que  espirase. 

No  pudieron  menos  de  producir  tan  rigurosas  ordenanzas 
los  apetecidos  resultados;  y  como  algunos  cabezas  de  bandos, 
viendo  minorados  sus  partidos  y  por  huir  de  que  no  se  les  im- 
pusiesen las  penas  del  cuaderno,  interponían  apelación  en  la 
Real  Chancillería,  presentándose  ante  sus  alcaldes  con  varios 
pretextos,  alegando  no  ser  seguros  los  jueces  en  Guipúzcoa,  se 
seguía  de  esto  no  poderse  ejecutar  la  justicia,  y  para  proveer 
el  debido  remedio,  el  rey,  en  conformidad  con  el  privilegio  y 
leyes  que  tenía  Guipúzcoa  de  no  poder  apelarse  de  sus  alcaldes 
de  hermandad  sino  á  la  real  persona,  en  los  cinco  casos  de  her- 
mandad, declaró  el  monarca  ser  estos  el  hurto  ó  robo,  forza- 
miento, incendios,  talas  y  cortas,  y  el  poner  asechanza  para 
herir  ó  matar. 

No  terminaron  sin  embargo  los  desórdenes  y  crímenes  en 
Guipúzcoa ;  y  deseando  D.  Enrique  IV  evitarlos,  atendiendo  los 
clamores  y  quejas  que  á  él  llegaban,  pasó  personalmente  á 
aquel  país,  como  dijimos;  mandó  derribar  ciertas  casas  fuertes 
y  llanas  en  las  cuales  se  refugiaban  los  delincuentes;  hizo  en 
algunos  justicia ;  ordenó  el  examen  del  cuaderno  de  leyes,  que 
aprobó  y  confirmó,  y  representándole  la  provincia  la  necesidad 
de  aumentarlas,  se  consignan  147  en  la  Real  cédula  dada  en 
Vitoria  en  30  de  Marzo  de  1457,  estableciendo  mayor  regula- 
ridad en  la  administración  de  justicia,  en  la  celebración  de  las 
juntas,  que  las  monopolizaban  algunos  pueblos,  y  se  declaró  á 
otros  el  derecho  de  que  en  ellos  se  celebraran,  limitando  su 
duración  por  gravosa  á  sólo  doce  días  (i). 


(i)  También  se  establecía  que  «  en  atención  á  que  en  las  villas  de  San  Sebas- 
tian y  Tolosa  se  administra  mejor  la  justicia  por  sus  alcaldes  de  hermandad  que 
no  en  las  demás  de  la  provincia,  y  que  según  una  ordenanza  del  cuaderno,  la  villa 
de  San  Sebastian  con  las  de  Fuenterrabía  y  Villanueva  de  Oyarzun  con  sus  tierras, 
tenian  un  alcalde  de  hermandad  de  forma  que  San  Sebastian  lo  tuviese  en  dos 
años,  la  de  Fuenterrabía  el  3."  y  la  de  Villanueva  de  Oyarzun  el  4.°,  y  por  lo  que 
toca  á  alcaldía  de  la  villa  de  Tolosa  con  Hernani,  la  de  Tolosa  en  3   años  y  la  de 


GUIPÚZCOA  235 

Consígnase  en  estas  ordenanzas  que  «en  adelante  no  solo 
los  de  la  provincia,  pero  ni  tampoco  los  de  fuera  de  ella  que 
llevan  trigo  á  su  territorio  no  lo  conduzcan  por  mar  ni  por  tie- 
rra á  ningún  reino  estraño  especialmente  á  tierra  de  Labort, 
bajo  de  la  pérdida  del  trigo,  el  qual  se  aplicará  á  los  que  lo 
descaminaren.» 

En  el  artículo  144,  «el  rey,  usando  de  su  plena  potestad, 
anula  y  da  por  de  ningún  valor  todos  los  capítulos  anteriormen- 
te hechos  por  la  hermandad  para  que  no  se  cumplan  algunas 
de  sus  reales  cartas  y  mandamientos  ni  diesen  lugar  á  que  fue- 
sen llevadas  ni  presentadas  en  Juntas  y  que  los  escribanos  no 
diesen  fe  de  la  presentación  de  ellas  para  que  no  recibiesen  ni 
aceptasen  derramas  algunas  ó  imposiciones  que  el  Rey  mandase 
y  todos  los  otros  estatutos,  ordenanzas,  y  costumbres  contrarias 
al  real  servicio,  rentas,  pechos  y  derechos  y  otras  qualesquiera 
que  en  este  cuaderno  están  insertos  y  de  que  no  se  hace  men- 
ción mandando  y  prohibiendo  el  que  no  se  use  mas  de  ellas  por 
ningún  motivo  y  que  no  se  hagan  otras  sin  su  licencia  y  especial 
mandato,  y  prohive  y  manda  á  los  procuradores  y  demás  oficia- 
les de  la  hermandad  que  no  se  introduzgan  á  conocer  en  otras 
cosas  que  las  contenidas  en  este  cuaderno  y  el  del  Dr.  Gonzalo 
Moro  bajo  la  pena  en  que  incurren  los  que  se  meten  á  conocer 
en  lo  que  no  tienen  jurisdicción  y  facultad  para  ello.» 

Hubo  necesidad  de  reformar  á  poco  estas  leyes  municipales 


Hernani  el  quarto,  pero  habiéndose  experimentado  que  el  año  que  faltaba  el  al- 
calde de  Hermandad  en  San  Sebastian  y  en  Tolosa  se  ocasionaba  perjuicio  á  la 
justicia  en  esta  provincia,  de  lo  qual  tomaban  atrevimiento  los  delincuentes  para 
hacer  mal,  se  ordena  que  desde  el  dia  24  de  Junio  del  presente  año  en  adelante, 
las  villas  de  Tolosa  y  San  Sebastian  tengan  siempre  un  alcalde  de  Hermandad,  y 
que  las  villas  de  Fuenterrabía,  Villanueva  de  Oyarzun,  Hernani  y  todas  las  demás 
de  la  provincia  tengan  sus  alcaldes  de  Hermandad  en  los  años  que  los  solian  tener 
en  los  tiempos  anteriores,  en  la  forma  que  los  usaron  y  acostumbraron  según 
curso  y  cuaderno  de  hermandad,  y  sin  que  por  esto  las  villas  de  San  Sebastian  y 
cada  una  de  las  otras  dejen  de  tener  insolidum  un  Alcalde  de  hermandad  en  los 
años  que  en  las  dichas  villas  de  Fuenterrabía,  Villanueva  de  Oyarzun  y  Hernani 
los  tuvieren,  y  los  alcaldes  que  hubieren  de  ser  en  estos  años  ejerzan  su  empleo 
como  hasta  allí  lo  usaron  en  la  provincia,  con  arreglo  á  la  disposición  del  cuader- 
no y  de  la  hermandad.» 


236  GUIPÚZCOA 


y  el  gobierno  de  la  provincia,  y  el  mismo  D.  Enrique  IV  hallán- 
dose en  Fuenterrabía  el  4  de  Mayo  de  1463,  la  encomendó  á  los 
doctores  González  de  Toledo  y  González  de  Zamora  y  á  los 
licenciados  Alonso  de  Valdivieso  y  García  de  Santo  Domingo, 
que  habían  entendido  en  la  reforma  de  las  leyes  de  Álava:  jun- 
tóse la  provincia  en  Mondragón  el  13  de  Junio  del  mismo  año; 
reconocieron  que  las  anteriores  ordenanzas  de  la  hermandad  no 
habían  proveído  cumplidamente  á  los  casos  y  cosas  que  poste- 
riormente se  habían  experimentado  y  en  los  que  pudieran  en  ade- 
lante ocurrir,  é  hicieron  una  recopilación,  ascendiendo  á  217  el 
número  de  las  ordenanzas  que  habían  de  ser  tenidas  por  cuader- 
no de  leyes,  derogando  los  anteriores  cuadernos  en  todo  lo  que 
no  estuviesen  conformes  con  el  nuevo,  y  dejando  en  su  fuerza  y 
vigor  las  cartas  y  privilegios  que  los  reyes  hubiesen  dado  á  la 
hermandad.  Nuevas  leyes  se  añadieron  en  los  años  de  1469 
y  70,  ampliando  las  anteriores  y  llenando  los  vacíos  que  la  ex- 
periencia aconsejaba ;  y  aun  hubo  que  formar  otras  en  tiempo 
de  los  Reyes  Católicos.  Congregados  los  procuradores  de  las 
villas  y  Alcaldes  en  Basarte  el  8  de  Enero  de  1482  en  la  Iglesia 
de  Santa  María  de  Olas,  con  asistencia  del  corregidor  de  Gui- 
púzcoa Juan  de  Sepúlveda  y  á  virtud  de  un  llamamiento ;  y  fun- 
dándose « en  que  por  el  mal  Gobierno  y  desorden  de  los  Minis- 
tros de  la  hermandad  de  esta  Provincia  y  defecto  de  corregidor, 
estaba  la  justicia  muy  perjudicada,  los  querellantes  aumentados 
y  los  malhechores  ensoberbecidos»,  acordaron  nuevos  capítulos 
ó  leyes,  cuyo  cumplimiento  mandó  el  mismo  corregidor  á  virtud 
de  las  facultades  que  tenía.  No  se  conformaron  algunos  procu- 
radores con  lo  que  establecía  respecto  á  la  asistencia  del  escri- 
bano á  junta ;  pero  los  mandó  el  corregidor  saliesen  de  la  pro- 
vincia en  el  término  de  seis  días  y  en  el  de  veinte  se  presentasen 
en  la  Corte,  con  testimonio  de  todo  lo  sucedido;  mas  temiendo 
sin  duda  el  castigo  que  se  les  impondría,  otorgaron  su  completa 
aprobación  á  las  ordenanzas,  que  confirmaron  los  Reyes  Católi- 
cos el  17  de  Marzo  de  1482. 


GUIPÚZCOA  237 


No  dicen  mucho  en  favor  de  las  costumbres  públicas,  y  muy 
especialmente  de  los  encargados  de  moralizarlas  y  de  administrar 
justicia  la  mayor  parte  de  las  adiciones  que  se  hacían  á  las  orde- 
nanzas, limitadas  muchas  de  aquellas  á  corregir  abusos  de  alcal- 
des, letrados,  procuradores  y  escribanos,  intentando  además 
poner  límites  á  desmedidas  codicias,  á  vergonzosos  sobornos  y 
á  escandalosos  abusos,  siendo  siempre  el  pobre  el  peor  librado. 

Como  convenientes  para  la  paz  y  buen  gobierno  de  la  pro- 
vincia, se  formaron  otras  ordenanzas,  respectivas  á  las  juntas, 
que  confirmaron  en  15  19  los  reyes  D.^  Juana  y  D.  Carlos.  Se 
recopilaron  en  1583  y  1692  las  anteriores  leyes,  añadiéndose 
algunas  otras,  omitiéndose  en  la  compilación  la  prolijidad  de 
muchas;  no  pareciendo  aún  suficiente  la  anterior  recopilación, 
determinó  la  provincia  hacer  otra  más  extensa,  incluyendo  en 
ella  cuantos  documentos  había  en  su  archivo  que  tuviesen  rela- 
ción con  la  parte  legislativa  así  municipal  como  provincial,  cuya 
colección,  calificada  por  Landázuri  de  extensa  y  difusa,  obtuvo 
real  aprobación  en  Madrid  el  28  de  Febrero  de  1704  (i). 

Posteriormente,  en  1758,  se  unió  á  la  precedente  Recopila- 
ción el  Suplemento  de  los  fueros,  privilegios  y  ordenanzas,  im- 
preso en  San  Sebastián  el  mismo  año. 


( t )  Es  la  impresa  en  Tolosa  por  Bernardo  de  Ugartc  en  i  6q6  con  el  título  de 
Nueva  recopilación  de  lósjueros,  privilegios,  buenos  usos  y  cosíumtres,  leyes  y  or- 
denanzas de  la  muy  noble  y  muy  leal  provincia  de  Guipúzcoa. 


CAPITULO  V 

Entrevista  regia. — Muerte  de  Gaón  en  Tolosa. —  Mala  administración  de  justicia. 
— Ingleses  y  guipuzcoanos. — Rivalidades  de  pueblos. — Invasión  francesa. — 
Servicios  marítimos  y  terrestres  de  los  guipuzcoanos. —  Complemento  al 
escudo  de  armas  de  Guipiizcoa. — Capitulación  de  Fuenterrabía. — Valerosos 
guipuzcoanos. — Recuperación  de  Fuenterrabía. 


I 


^Y'^o  debemos  omitir  el  viaje  á  Guipúzcoa  del  rey  D.  Enri- 
^■^^que  IV  con  motivo  de  las  vistas  y  conferencias  con  el  de 
Francia  Luís  XI  entre  Fuenterrabía  y  San  Juan  de  Luz  en  la  isla 
de  los  Faisanes,  c Llegó  el  Monarca  á  la  villa  de  Salinas  de  Leniz 
primer  territorio  de  Guipúzcoa  y  de  allí  se  dirigió  á  las  de  Mon- 
dragon,  Vergara,  y  las  demás  de  la  carrera  hasta  S,  Sebastian 
en  donde  entró  el  29  del  mes  de  Marzo  como  escribió  Garibay, 
acompañado  del  Arzobispo  de  Toledo,  del  marqués  de  Villena, 
del  Obispo  de  Calahorra  y  de  muchos  grandes  del  Reino,  ecle- 
siásticos y  seculares  y  otras  muchas  gentes.  Viéronse  los  dos 
Monarcas  en  S.  Juan  de  Luz,  territorio  del  Reino  de  Francia, 


240  GUIPÚZCOA 


después  de  haber  concluido  y  terminado  las  diferencias  de  Cata- 
luña entre  los  reyes  tio  y  sobrino  por  mediación  del  Rey  de 
Francia.  Vinieron  después  á  la  ribera  del  Rio  Vidasoa  acompa- 
ñados de  diferentes  caballeros  de  esta  provincia  de  Guipúzcoa 
y  de  mucha  grandeza  y  de  resultas  arreglaron  los  límites  de 
ambas  coronas  por  esta  parte  quedando  para  Fuenterrabía  por 
propio  y  pribativo  territorio  hasta  el  otro  lado  y  margen  opues- 
ta del  rio  Vidasoa  lo  que  actualmente  posee.  Advierte  Garibay 
que  para  la  pesca  de  salmones  de  que  es  tan  abundante  el 
Vidasoa  conviniendo  el  que  las  Nasas  se  pongan  en  el  territorio 
pribativo  de  Francia  en  donde  hace  su  pesca  Fuenterrabía  hay 
condición  de  que  por  ello  se  dé  anualmente  por  el  arrendador 
un  salmón  al  señor  de  Ortuvia  casa  Principal  de  Parientes  ma- 
yores en  Francia  situada  á  legua  y  media  de  distancia  del  rio.» 
En  esta  entrevista  es  fama  que  dijo  Luís  XI,  que  tenía  alto  con- 
cepto del  valor  de  Guipúzcoa,  de  donde  podía  sacar  los  soldados 
más  ágiles  y  animosos,  especialmente  para  la  guerra  marítima.  > 

Este  año  fué  también  famoso  por  la  muerte  de  Gaon,  judío 

de  Vitoria  en  la  villa  de  Tolosa «Resultó  esta  muerte  por 

haber  ido  Gaon  á  cobrar  á  esta  Provincia  el  derecho  llarnado  el 
pedido  á  lo  que  se  resistían  los  naturales  en  virtud  de  su  libertad 
y  exención  nativa.  Hízose  esta  muerte  en  el  dia  6  de  Mayo  ha- 
llándose á  la  sazón  el  Rey  en  Fuenterrabía  y  aunque  se  indignó 
mucho  por  el  atentado  y  empezó  á  proceder  contra  los  delin- 
cuentes, estos  se  retiraron  á  los  montes  huiendo  del  primer  mo  • 
vimiento  de  irritación  del  Rey,  pero  informado  éste  de  la  libertad 
que  gozaba  el  pays  por  razones  y  documentos  antiguos  que  se 
le  exhibieron  y  de  no  haberse  pagado  en  él  semejante  impuesto 
perdonó  á  los  culpados  y  mandó  que  no  se  pagase  este  derecho 
en  Guipúzcoa  imponiendo  en  la  materia  perpetuo  silencio»  (i). 

Aprovechando  el  estado  de  agitación  y  desconcierto  que 
hemos  procurado  describir,   aunque  someramente,    comprome- 


(i)    Landázuri,  Garibay, 


GUIPÚZCOA  241 


tían  algunos  el  honor  de  la  provincia  y  el  de  la  nación.  A  la 
sombra  de  la  paz  concertada,  varios  mercaderes  ingleses  carga- 
ron en  Londres  un  navio  con  paños ,  joyas  y  efectos  de  gran 
valor  para  venderlos  en  Guipúzcoa.  Fatigada  la  tripulación  por 
lo  que  trabajó  en  una  recia  tormenta  de  dos  días,  se  echó  á  des- 
cansar, menos  tres  guipuzcoanos  y  dos  vizcaínos,  quienes  ha- 
llando la  ocasión  propicia  á  su  depravado  propósito,  degollaron 
á  todos  los  ingleses,  echando  los  cadáveres  al  mar,  y  dueños 
del  buque  y  su  valioso  cargamento  lo  vendieron  todo  en  un 
puerto  de  Galicia.  Dos  de  los  asesinos,  Necola  y  Larrea,  fueron 
á  poco  á  Orio  y  á  Asteasii,  sus  pueblos  natales,  á  gozar  del  fruto 
de  su  maldad;  aparecieron  por  entonces  en  la  costa  de  la  Breta- 
ña los  cadáveres  de  los  degollados;  gestionó  Inglaterra  la  cap- 
tura y  castigo  de  los  delincuentes;  el  mismo  embajador  español, 
el  bachiller  Sasiola,  que  era  guipuzcoano,  vino  á  esta  provincia, 
interesó  á  la  Diputación  para  apresar  á  los  asesinos,  prendió  á 
uno  en  Orio;  pero  los  alcaldes  del  pueblo  y  los  vecinos  le  qui- 
taron á  la  fuerza,  so  pretexto  de  que  carecía  de  jurisdicción 
para  semejante  procedimiento.  Arrancado  de  esta  manera  el 
preso  de  poder  del  alcalde  de  la  hermandad,  entregáronle  al 
lugarteniente  del  preboste  carcelero  de  la  misma  villa,  erigién- 
dose éste  en  juez  de  la  causa,  y  por  sí  y  ante  sí  puso  en  libertad 
al  reo,  como  inocente.  Alarmó,  como  es  natural,  tan  escandalo- 
so hecho,  que  era  un  baldón  para  la  provincia  y  un  sarcasmo 
de  sus  privilegios;  tomó  parte  más  activa  la  Diputación,  y  á  sus 
resultas,  Necola  y  Larrea  y  el  teniente  de  preboste  de  Orio, 
fueron  condenados  á  la  pena  de  muerte,  que  no  pudo  ejecutarse 
en  los  dos  primeros  por  haberse  fugado,  y  sí  en  el  tercero  por 
real  mandato. 

Profundamente  impresionados  los  ingleses,  concluyeron  sus 
relaciones  políticas  y  comerciales  con  los  vascongados ;  por  lo 
que  uno  y  otro  país  sufrían  con  esto  grandes  perjuicios.  Envió 
Guipúzcoa  comisionados  al  rey,  que  se  interesó  con  el  de  Ingla- 
terra, y  comisionados  ingleses  y  guipuzcoanos,  previo  el  regio 


31 


242  GUIPÚZCOA 


permiso,  concluyeron  un  tratado  firmado  en  Londres  á  9  de 
Marzo  de  1482,  en  el  que  se  concertaba  entre  los  subditos  de 
Inglaterra  y  Guipúzcoa  amistad,  buena  inteligencia  y  abstinencia 
de  hostilidades  por  mar  y  tierra  y  aguas  dulces,  por  diez  años; 
á  no  declarar  los  reyes  de  ambos  países,  con  seis  meses  de  an- 
ticipación que  no  querían  se  observase:  se  restablecía  la  compra, 
venta  y  tráfico  de  cualquier  modo  en  mercaderías  salvo  los 
derechos  é  impuestos  establecidos  de  antiguo;  se  garantizaba  la 
seguridad  de  las  tripulaciones  y  efectos  de  los  buques ,  y  se 
establecían  indemnizaciones  y  represalias  á  los  contraventores. 
Tal  fué  el  tratado  que  de  potencia  á  potencia  ajustó  la  que 
ya  entonces  comenzaba  á  ser  poderosa  Albión  con  la  pequeña 
y  humilde  provincia  de  Guipúzcoa;  pobre  en  productos,  rica 
en  actividad  y  audacia.  Su  escasa  agricultura  la  sustituía  sur- 
tiéndose de  la  Bretaña,  Normandía  y  otros  puertos  de  Francia 
y  de  los  Países  Bajos,  del  trigo  y  comestibles  que  le  faltaban, 
á  cambio  de  los  cortos  productos  de  su  propia  industria.  Y  en 
aquel  continuo  batallar  por  mar  y  tierra,  infestados  los  mares 
de  corsarios,  se  distinguieron  admirablemente  los  marinos  vas- 
congados. En  la  conquista  de  Sevilla,  en  el  cerco  de  Algeciras, 
en  la  expedición  contra  Inglaterra  y  contra  la  Rochela,  en  el 
puerto  de  Lisboa,  en  las  islas  Canarias  (i)  ocuparon  las  naves 
vascongadas  lugar  eminente,  y  merecida  importancia  adquirie- 
ron. Numerosa  y  fuerte  marina  de  guerra  poseía  Guipúzcoa  en 
los  siglos  XIII  y  XIV,  que  debió  aumentarse  después,  como  se 
fué  aumentando  la  importancia  de  Pasajes,  San  Sebastián, 
Aguinaga,  Zarauz,  Deva  y  otros  puertos;  no  de  otra  manera 
hubiera  estado  en  lucha  como  con  Inglaterra  estuvo,  atrevién 
dose  á  ir  á  atacarle  en  sus  mismas  aguas,  en  unión  unas  veces 
con  las  escuadras  castellanas  y  atreviéndose  otras  á  aventura- 
das correrías. 


(i)     Henao  al  que  sigue  Lainza  en  su  Ilisloria  de  hiinzazu,  dice  que  Irlanda  fué 
colonia  de  españoles  vascongados;  pero  ni  uno  ni  otro  presentan  pruebas. 


GUIPÚZCOA  24^ 


La  misma  importancia  que  adquirieron  los  puertos,  fué  cau- 
sa de  discordias  y  litigios  como  los  producidos  por  Rentería  á 
San  Sebastián  sobre  el  puerto  y  canal  de  Pasajes,  los  cuales 
pusieron  en  una  terrible  conmoción  á  Guipúzcoa  y  á  los  turbu- 
lentos parientes  mayores.  Hubo  peleas,  muertes,  robos,  talas  de 
viñas,  de  manzanales  y  de  toda  clase  de  árboles,  por  una  y  otra 
parte.  Se  sometieron  de  nuevo  las  disidencias  al  rey,  cuya  sen- 
tencia mandó  ejecutar  bajo  ciertas  penas  (1377);  ocurrieron  sin 
embargo  nuevas  diferencias;  declaróse  en  1455  que  la  jurisdic- 
ción de  Pasajes  y  sus  aguas  desde  las  puntas  hasta  la  iglesia 
de  Lezo,  en  pleamar,  pertenecía  á  San  Sebastián;  varióse  á  poco 
este  límite;  no  se  conformaba  Renteria  con  ninguna  decisión,  en 
su  contra  todas ;  pretendió  después  el  Pasajes  de  San  Juan  se- 
gregarse  de  la  jurisdicción  de  Fuenterrabía,  constituyéndose  en 
villa,  y  consiguiólo  al  fin  y  su  autonomía,  no  sin  tener  que  hacer 
frente  á  las  pretensiones  de  San  Sebastián  de  que  se  reincorpo- 
rase, sosteniéndose  por  una  y  otra  parte  pretensiones  aún  no 
terminadas. 


II 


Reconocidos  y  aclamados  por  los  guipuzcoanos  los  Reyes 
Católicos,  con  motivo  de  la  guerra  contra  Portugal,  formaron 
parte  del  ejército  muchos  individuos  de  las  tres  provincias,  dis- 
tinguiéndose los  de  Guipúzcoa  por  su  acrisolada  fidelidad  al 
monarca  (i). 


(i)  Hase  dicho  que  estando  guipuzcoanos  en  el  cerco  del  castillo  de  Burgos, 
echando  de  menos  al  rey,  temieron  por  él,  y  amotinados  prorrumpieron  en  las 
frases  de  daca  rey.  daca  rey.  sin  sosegarse  hasta  que  supieron  su  paradero:  pero 
no  creemos  que  esto  sucediera  en  Murgos.  sino  en  el  cerco  de  Zamora,  que  al  te- 
ner que  abandonarle  produjo  tal  disgusto  y  murmuración,  que  una  compañía  de 
vizcaínos  ó  vascongados,  oyendo  decir,  y  acaso  pensando  ellos  también,  que  ha- 
bía traición  de  parte  de  los  nobles,  pronunciaría  aquellas  frases  y  penetró  tumul- 
tuariamente en  un  templo  donde  el  rey  conferenciaba  con  sus  oficiales,  y  en  bra- 
zos le  arrancó  de  entre  aquella  gente. 


2^1  GUIPÚZCOA 


Auxiliado  el  portugués  por  Luís  XI  de  Francia,  envió  éste 
contra  Guipúzcoa  poderoso  ejército  que  penetró  en  la  provincia; 
la  cual  para  evitar  la  toma  de  Fuenterrabía  por  el  francés,  salió 
á  su  encuentro,  introduciendo  mucha  gente  en  aquella  plaza  y 
en  Irún :  quemaron  los  invasores  algunas  casas  de  este  pueblo, 
de  Renteria  y  de  Oyarzun ;  fueron  desde  la  corte  en  auxilio  de 
los  guipuzcoanos  Juan  López  de  Lazcano  y  Sancho  del  Campo, 
con  gente  de  á  caballo,  se  introdujeron  en  Fuenterrabía,  en  una 
salida  derrotaron  á  un  destacamento  francés  de  unos  looo  hom- 
bres; guareciéronse  los  fugitivos  en  la  torre  de  Urdanivia,  se 
quemaron  en  ella  unos  120,  y  muchos  de  los  franceses  no 
queriendo  perecer  abrasados  se  arrojaban  encima  de  las  picas, 
prefiriendo  esta  muerte. 

Doña  Isabel,  que  se  hallaba  en  Burgos,  envió  ayuda  á  Gui- 
púzcoa; se  defendió  valerosamente  Fuenterrabía,  y  convencido 
el  francés  de  la  imposibilidad  de  conquistarla,  levantó  el  campo, 
bastante  hostigado  además  por  los  guipuzcoanos  que  escaramu- 
ceaban por  aquellos  contornos,  aunque  no  pudieron  impedir  la 
quema  de  la  iglesia  y  torre  de  Oyarzun  (20  de  Abril  de  147Ó) 
donde  perecieron  cincuenta  hombres.  Avanzaba  el  francés  que- 
mando caseríos,  hacia  Renteria;  acudió  á  defenderla  el  merino 
mayor  de  Guipúzcoa  Pérez  de  Sarmiento;  no  pudo  evitar  que  la 
incendiasen,  y  se  retiró  á  San  Sebastián,  aprovechando  los 
franceses  esta  retirada  para  volver  sobre  Fuenterrabía.  Sitiáron- 
la; las  esforzadas  acometidas  fueron  rechazadas  con  no  menor 
esfuerzo,  hasta  que  socorrida  la  plaza  por  mar,  levantaron  el 
sitio,  con  gran  pérdida  de  gente. 

No  se  retiraron  sin  embargo  de  la  provincia,  donde  no  po- 
día menos  de  ser  excesivamente  molesto  un  ejército  de  40,000 
hombres,  exasperados  con  la  tenaz  resistencia  que  por  dos 
veces  les  opuso  Fuenterrabía,  y  la  insistencia  de  los  guipuz- 
coanos en  molestar  de  continuo  su  campamento.  Para  obligarles 
á  pasar  el  Bidasoa,  juntaron  los  Reyes  Católicos  (Junio  1476) 
un  ejército  de   50,000   hombres,    compuesto  de  vascongados  y 


GUIPÚZCOA  24<í 


castellanos,  se  dirigieron  con  él  á  Guipúzcoa,  y  bastó  para  que 
los  franceses  se  retiraran  á  Bayona,  quedando  sin  embargo 
algunas  fuerzas  merodeando  en  España  (i). 

Como  si  no  fueran  bastantes  para  ocupar  á  los  guipuzcoa- 
nos  los  franceses  que  en  su  territorio  quedaban,  aún  se  presentó 
en  el  mismo  año  el  famoso  pirata  Colora  con  nueve  navios,  en 
el  cabo  de  Higuer,  saltó  á  tierra  alguna  de  su  gente;  pero  les 
rechazaron  los  guipuzcoanos  matándoles   loo  hombres. 

De  nuevo  sitiada  Fuenterrabía ,  se  pactaron  treguas  por 
unos  tres  meses;  mas  sólo  por  tierra,  pues  por  la  mar  conti- 
nuaba la  guerra,  hasta  que  en  1478  se  ajustó  la  paz. 

Continuaba  en  tanto  la  guerra  contra  Inglaterra  y  Portugal, 
ayudando  algo  á  esta  nación  los  gallegos,  por  lo  que  ordenó  el 
rey  de  España  una  expedición  marítima  á  las  costas  de  Gali- 
cia, se  aprestó  en  San  Sebastián,  tomando  en  ella  parte  algunos 
otros  pueblos  de  la  provincia,  y  regresó  victoriosa  (2). 

Para  hacer  frente  á  los  turcos  que  combatían  en  los  estados 
de  Ñapóles,  se  acudió  á  Guipúzcoa  y  Vizcaya,  las  cuales  con- 
gregadas, si  en  un  principio  se  negaron,  consideraron  al  fin  ser 
causa  urgente  y  del  servicio  de  Dios  el  aprieto  en  que  se  halla- 
ba la  cristiandad  por  medio  de  estos  infieles  y  acordaron  el 
socorro  como  se  pedía.  Este  fué  de  cincuenta  navios  con  buena 
tripulación  y  municiones,  mandados  por  el  capitán  general  Don 
Francisco  Henríquez,  primo  del  Rey  Católico.  Juntóse  la  escua- 
dra vascongada  en  Laredo,  donde  se  celebró  misa  y  se  bendi- 
jeron las  banderas  y  estandartes. 

Iban   llenos  los  buques  de  caballeros  é  hijosdalgo,   bien  ar- 


(i)  En  esta  guerra,  dice  la  Crónica  de  los  Reyes  Católicos  por  Pulgar,  los  gui- 
puzcoanos se  mostraron  leales  á  su  Rey,  esforzados  en  las  peleas  y  liberales  de 
sus  bienes  porque  mantuvieron  la  guerra  á  sus  propias  expensas  todo  el  tiempo 
que  duró;  y  añade  la  Crónica  m.  s.:  «  Este  merecido  elogio  del  ilustre  autor  coetá- 
neo acredita  y  realza  muy  bien  el  singular  mérito  de  Guipúzcoa.» 

(2)  Entre  los  trofeos  con  que  volvieron,  llamaron  la  atención  dos  piezas  de 
artillería,  de  hierro,  una  tomada  en  Bayona  de  Minor  que  tiraba  bala  de  piedra  de 
ciento  setenta  y  cuatro  libras,  y  la  otra  Basa  volante  tomado  en  Vivero,  que  la 
arrojaba  de  30  libras. 


2/\b  GUIPÚZCOA 


mados,  como  viaje  tan  largo  y  tal  empresa  requerían.  Uniéronse 
en  las  costas  de  Galicia  y  Andalucía  veinte  navios  más,  y  todos 
se  dirigieron  al  reino  de  Ñapóles,  cayendo  sobre  ütranto  del 
que  se  había  apoderado  el  turco.  Allí  acudió  también  la  escua- 
dra portuguesa,  capituló  la  plaza  (1481),  y  finalizada  la  expedi- 
ción volvieron  los  vascongados  á  sus  casas  llenos  de  gloria. 

Años  después  concurrieron  igualmente  los  vascongados  á  la 
conquista  de  Baza  y  sitio  de  Granada,  hasta  su  rendición: 
en  1496,  buques  de  Guipúzcoa  y  Vizcaya  condujeron  á  la  infan- 
ta D.^  Juana  á  los  estados  de  Flandes  donde  se  hallaba  su  es- 
poso D.  Felipe,  yendo  lucida  nobleza  de  guipuzcoanos  y  viz- 
caínos, á  su  costa :  para  transportar  después  á  la  infanta  Doña 
Catalina,  hija  de  los  Reyes  Católicos,  á  desposarse  con  el  prín- 
cipe de  Gales,  se  dispuso  grande  armada  de  navios  guipuzcoa- 
nos y  vizcaínos,  en  la  Coruña,  de  donde  zarparon  en  1501;  al 
año  siguiente,  procedentes  de  Flandes  entraron  en  Fuenterrabía 
Doña  Juana  y  su  esposo  D.  Felipe,  quienes  admiraron  el  mar- 
cial continente  de  los  guipuzcoanos,  así  como  agradecieron  las 
grandes  pruebas  y  demostraciones  de  afecto  que  les  prodigaron. 
Dirigiéndose  los  príncipes  al  puerto  de  San  Adrián,  fueron  pa- 
drinos de  pila  de  D.  Felipe  de  Lazcano,  primogénito  de  la  casa 
de  este  apellido  en  Guipúzcoa. 

En  guerra  nuevamente  con  Francia,  el  duque  de  Borbón,  el 
de  Angulema  y  Montpensier,  con  10,000  infantes  y  400  caba- 
llos invadieron  Guipúzcoa  (15 12),  incendiando  á  Irún,  Oyarzun, 
Rentería  y  Hernani,  y  sitiando  á  San  Sebastián;  pero  la  defen- 
dieron bizarramente  sus  naturales  mandados  por  el  infante  Don 
Juan  de  Aragón,  y  á  pesar  de  no  ser  sus  murallas- tan  fuertes 
como  las  que  después  tuvo,  y  de  la  brecha  abierta,  se  rechaza- 
ron valerosamente  ocho  asaltos  y  los  franceses  levantaron  el 
cerco  (i). 


(i)     Al  enviar  un  parlamentario  los  sitiadores  á  San  Sebastián  para  que  se  rin- 
diera, sus  habitantes  anticipáronse  á  incendiar  i  56  casas  extramurales  á  la  vista 


GUIPÚZCOA  247 


Al  retirarse  éstos  en  el  mismo  año  del  sitio  de  Pamplona, 
persiguiéronles  los  guipuzcoanos  por  la  sierra  de  Veíate  y  Eli- 
zondo,  y  los  batieron,  apoderándose  de  las  12  piezas  de  artille- 
ría con  las  que  habían  batido  á  la  capital  de  Navarra,  las  cuales 
condujeron  á  Pamplona  (13  Diciembre  de  15 12)  custodiadas 
por  500  infantes  guipuzcoanos  y  500  vizcaínos  (i). 


del  enemigo,  después  de  lo  cual   con  el  mismo  parlamentario  respondieron  que 
juzgasen  por  aquel  incendio  la  respuesta.  (Soraluce.) 

A  vista  de  tales  hechos  -;qué  de  extrañar  era  que  el  Rey  confiara  tanto  en  Gui- 
púzcoa, que  encomendara  á  ella  sola  su  defensa,  y  que  dijera  que  »  no  importaba 
menos  Guipúzcoa  que  todo  el  reino?  » 

(i)  Keunidos  en  junta  general  en  Motrico  el  23  de  Noviembre  de  1,13  los 
procuradores  de  los  escuderos  fijos-dalgo  de  la  provincia  con  el  corregidor  «pla- 
ticando en  cosas  del  servicio  de  Dios  é  de  su  Alteza  é  pro  é  bien  común  de  las 
Repúblicas  de  la  dicha  provincia  especial  en  lo  del  privilegio  c  merced  de  las  ar- 
mas por  su  Alteza  nuevamente  concedidas  á  la  dicha  provincia  por  la  toma  de 
.  artillería  á  los  franceses  en  el  lugar  de  \'elate  que  es  en  el  Reino  de  Navarra  don- 
de varonilmente  pelearon  con  los  dichos  franceses  los  vecinos  de  esta  provincia 
desbaratándolos  c  matando  muchos  de  ellos,  les  tomaron  por  fuerza  de  armas  la 
Artillería  que  llevaban  que  eran  i  2  piezas  de  metal  con  que  vatieron  é  convatie- 
ron  d  la  ciudad  de  Pamplona  é  la  dicha  Artillería  así  ganada  é  tomada  la  llevaron 
á  su  costa  con  la  gente  que  la  ganó  é  la  entregaron  al  duque  de  Álava  capitán  ge- 
neral de  su  Alteza  que  en  la  dicha  ciudad  de  Pamplona  estaba,  para  que  la  dicha 
Artillería  que  primero  le  ofendió  y  le  tuvo  cercado  en  la  dicha  ciudad  fuese  desde 
en  adelante  en  su  favor  é  de  ella  c  quedase  como  quedó  para  su  Alteza  y  á  su  ser- 
vicio y  acatando  lo  susodicho  porque  a  la  dicha  provincia  quedase  perpetua  me- 
moria de  ello  á  los  que  agora  son  y  serán  de  aquí  adelante  en  la  dicha  provincia 
tengan  voluntad  de  guardar  é  acrecentar  su  honra  en  los  fechos  de  armas  que  se 
les  ofrecieren,  dio  por  armas  á  la  dicha  provincia  las  dichas  doce  piezas  de  Arti- 
llería c  dio  herencia  poder  é  facultad  para  que  juntamente  con  las  Armas  que  de 
primero  tenia  y  tiene  la  dicha  provincia  que  es  un  Rey  asentado  sobre  la  Mar  con 
una  espada  en  la  mano  pudiesen  poner  por  armas  la  dicha  Artillería,  etc.,  según 
que  todo  ello  mas  largamente  parcscia  por  la  carta  de  merced  de  su  Alteza  é  sobre 
ello  platicando  largamente  la  dicha  junta  é  procuradores  dijeron  que  porque  las 
Naos  de  la  dicha  provincia  van  á  Reynos  extraños  que  consentían  é  consintieron 
é  daban  é  dieron  herencia  que  tomasen  las  dichas  Armas  los  Maestres  de  Naos  de 
la  dicha  provincia  para  pintar  en  sus  vanderas  c  divisas  todas  ellas  enteramente 
é  bien  así  los  consejos  de  la  dicha  Provincia  para  que  puedan  pintar  é  asentar  las 
dichas  Armas  si  quisiesen  en  las  obras  públicas  de  los  tales  consejos  poniendo 
las  dichas  Armas  de  la  dicha  Provincia  encima  de  las  Armas  de  tal  concejo  é  po- 
niendo é  escribiendo  allí  los  dichos  Maestres  como  los  dichos  concejos  al  derre- 
dor del  escudo  en  la  orladura  de  las  dichas  Armas  Armcv  Provincice  Giiipuz- 
coce.» 

La  Real  cédula  original,  dada  en  Medina  del  Campo  el  28  de  Febrero  de  1513, 
la  presentó  á  la  junta  el  procurador  de  V'crgara.  En  ella  se  dice  que,  aunque  mu- 
chos guipuzcoanos  de  guerra  andaban  fuera  de  la  provincia  en  el  servicio  de  la 
reina  «especialmente  en  las  armas  de  mar  la  una  mia  e  la  otra  de  los  Ingleses  que 


248  GUIPÚZCOA 


De  nuevo  atacaron  los  franceses  del  ejército  de  Labrit  á 
Fuenterrabía  (15.13)  y  otra  vez  les  rechazaron  los  guipuzcoanos. 
Insistieron  aquellos  en  1521,  se  apoderaron  de  su  castillo  que 
estaba  en  el  camino  llamado  el  Peñón,  saquearon  y  quemaron 
algunos  caseríos,  embistieron  á  la  codiciada  plaza  con  tal  furia 
que  apenas  quedaba  tiempo  á  los  sitiados  para  preparar  los 
desperfectos  que  la  artillería  enemiga  causaba,  acudieron  en  su 
socorro  de  Castilla,  pero  no  tan  pronto  que  apretado  el  alcaide 
de  Fuenterrabía  Diego  de  Vera  y  sus  defensores,  juzgaran  im- 
posible prolongar  la  resistencia;  capitularon,  saliendo  libremente 
la  gente  de  guerra  con  armas  y  ropa,  y  que  los  vecinos  sin  ser 
robados,  pudieran  quedarse  ó  salir  de  la  villa. 

Dolió  mucho  esta  capitulación,  de  la  que  culparon  á  Vera 
que  no  esperase  algunos  días  más  el  socorro;  le  procesaron  y  á 
la  sumaria  del  fiscal  real  contestó  que  la  gente  le  obedecía  mal, 
y  que  le  faltaban  algunas  cosas  necesarias  á  la  defensa  (i). 

No  había  llegado  Fuenterrabía  á  tal  extremo  que  no  hubie- 
ra podido  esperar  algunos  días,  como  lo  prueba  él  deseo  de  sus 
defensores  y  el  que  unos  quinientos  de  ellos  resueltos  á  morir 
por  defender  lo  que  pudiesen  de  su  patria,  salieron  de  la  plaza, 
se  fortificaron  en  Lezo  y  formaron  un  presidio  militar,  eligiendo 
por  jefe  á  Juan  Pérez  de  Ascué,  quien  con  aquel  puñado  de  va- 
lientes se  atrevía  contra  los  tres  mil  franceses  escogidos  que 
guarnecían  á  Fuenterrabía.  Repitiendo  las  emboscadas  y  los  asal- 


yo  mandé  proveer  y  otras  armadas  de  mar  se  levantaron  esforzadamente  é  salie- 
ron á  ponerse  en  la  delantera  de  los  franceses  en  el  lugar  llamado  Veíate,  etc.» 

Merece  ser  bien  conocido  este  documento  que  damos  en  el  Apéndice,  copiado 
de  la  Cédula  impresa  con  el  sello  de  armas  de  la  Provincia  c.omo  lo  publicó  la 
Diputación.— Véase  el  Apéndice  n.°  2. 

(i)  Algo  habría  de  verdad  en  esto,  porque  sacada  de  Fuenterrabía,  sino  toda, 
la  mayor  parte  de  la  artillería,  para  combatir  á  los  comuneros,  quedó  desmantela- 
da la  plaza,  cuya  circunstancia  aprovecharon  los  franceses  para  sitiarla.  Escasea- 
ban las  municiones  de  guerra  y  de  boca,  insuficientes  para  la  mucha  gente  que  se 
había  introducido  en  la  plaza,  según  expuso  Vera;  pero  también  es  cierto  que  se 
opusieron  á  la  entrega  los  caballeros  guipuzcoanos  y  naturales  de  Fuenterrabía, 
añadiendo  éstos  que,  con  sus  mujeres  é  hijos,  querían  morir  en  servicio  de  r.us 
reyes  y  en  la  defensa  de  la  villa,  queriendo  ponerse  delante  de  todos  en  la  batería 
ó  donde  hubiese  más  afrenta. 


GUIPÚZCOA  249 


tos  que  inopinadamente  daban,  causaron  notables  daños  al  ene- 
migo, le  mataron  á  su  nuevo  gobernador  Mr.  Champarrón  y  á 
mucha  de  su  gente,  con  la  cual  iba  á  incendiar  Irún;  y  en  el 
puente  de  Mendelo,  á  tiro  de  cañón  de  la  plaza,  derrotaron  á 
seiscientos  de  su  presidio  que  acampaban  fuera  de  ella  (i). 

No  se  avenían  los  vascongados  con  la  pérdida  de  Fuenterra- 
bía,  que  les  importaba  y  á  España,  toda  su  reconquista:  ayuda- 
ron á  ella  los  alaveses  acaudillados  por  Juan  Ruiz  de  Vergara; 
nombróse  capitán  general  de  Guipúzcoa  á  D.  Beltrán  de  la 
Cueva,  encargándole  muy  especialmente  la  defensa  de  San  Se- 
bastián ;  trabaron  los  guipuzcoanos  rudas  peleas  en  Irún,  Oyar- 
zun  y  Renteria,  y  pusieron  en  tal  aprieto  á  los  franceses  que  no 
podían  separarse  de  la  plaza  un  tiro  de  ballesta  sino  en  orden 
de  batalla  y  mucha  gente.  Esto  obligó  á  los  nuevos  dueños  de 
Fuenterrabía  á  aumentar  sus  fortificaciones,  no  dejando  más  que 
una  puerta,  y  ésta  hacia  la  parte  de  Francia ;  y  puede  decirse 
que  cuando  no  se  peleaba  se  tramaba  alguna  emboscada  ó  aco- 
metida, porque  no  había  tregua  en  la  enemistad  de  unos  y  otros: 
interesaba  á  los  franceses  conservar  Fuenterrabía,  y  recuperarla 
á  los  españoles  (2). 


(i)  En  uno  de  los  muchos  combates  que  constantemente  emprendía  Azcué,  le 
mató  una  bala  de  cañón. 

(2)  Entre  la  multitud  de  algaradas  y  hechos  de  guerra  que  tuvieron  lugar  y 
refiere  Garibay,  renunciando  nosotros  con  pena  á  reseñarlos  todos,  por  faltarnos 
espacio,  lo  haremos  de  alguno,  como  demostración  gráfica  de  la  saña  con  que  se 
combatía. 

Uno  de  los  guipuzcoanos  que  más  se  distinguieron  fué  Pedro  de  Urdanivia, 
dueño  de  la  casa  de  Aranzate.  En  una  cuestión  con  Juan  de  Aeza  de  Irún,  dio  á  éste 
una  bofetada  en  público.  N'o  tuvo  por  entonces  otro  efecto  este  hecho :  pero  ha- 
biéndose pasado  Aeza  al  servicio  de  Francia,  de  donde  era  originario  por  línea 
paterna,  después  de  estar  al  parecer  reconciliado  con  su  ofensor,  insistió  con  el 
gobernador  francés  en  la  necesidad  de  prender  á  Urdanivia,  por  ser  el  causante  de 
todos  los  daños  que  experimentaban  los  franceses.  Conseguido  por  Aeza  el  per- 
miso, salió  en  una  noche  de  Enero  (i  5  22)  de  Fuenterrabía  con  seiscientos  hom- 
bres, dirigiéndose  sigilosamente  á  Oyarzun ;  el  ladrido  de  unos  perros  despertó 
al  casero  Pedro  de  Tampes,  que  acudió  á  la  alarma,  pero  le  prendieron  y  maniata- 
ron, llegaron  á  Oyarzun  con  las  mayores  precauciones,  y  á  la  casa  de  Urdanivia, 
quien  viéndose  rodeado  de  enemigos,  pudo  evadirse  de  ellos,  hizo  repicar  las 
campanas,  y  con  sólo  cinco  ó  seis  hombres  que  se  le  unieron  al  principio,  aumen- 
tados luego  con  otros  seis,  procuró  detener  á  los  franceses  hasta  que  llegasen  los 

32 


250 


GUIPÚZCOA 


Viendo  Mr.  de  Beofit,  alcaide  del  castillo  de  Beobia,  que  no 
podía  conservarle,  intentó  destruirle ;  lo  que  sabido  por  Beltrán 
de  la  Cueva,  congregó  las  gentes  de  la  frontera  de  Guipúzcoa, 
y  se  apoderó  del  castillo.  Quisieron  recuperarlo  los  franceses 
reuniendo  al  intento  mil  hombres  de  la  tierra  de  Labort,  que 
con  tres  mil  quinientos  alemanes  pasaron  en  dos  gabarras  de 
extraordinaria  grandeza,  con  piezas  de  artillería  para  batir  el 
castillo;  pero. trastornó  su  proyecto  su  alcalde  Ochoa  de  Asua, 
impidiéndoles  atravesar  el  río.  Entonces  dirigiéndose  por  los 
montes,  aprovecharon  la  oscuridad  de  la  noche  para  vadear  silen- 
ciosamente el  río  por  Arizmacurra,  distante  un  cuarto  de  legua 
de  Beobia,  ante  cuyos  muros  asentaron  su  artillería. 

Dos  valerosos  guipuzcoanos,  Juan  Pérez  de  Ascué  y  Miguel 
de  Ambulode,  de  Fuenterrabía  el  primero  y  de  Oyarzun  el  se- 
gundo, aunque  vecino  de  Irún,  al  frente  cada  uno  de  cuatrocien- 
tos hombres  determinaron  acometer  al  enemigo.  Comunicaron 
su  proyecto  al  general  que  mandaba  en  San  Sebastián ;  le  negó 
considerando  harto  difícil  su  realización  y  la  poca  ayuda  que 
podía  prestarles;  pero  tanto  insistieron,  resueltos  á  ejecutarle 
por  sí  solos,  que  condescendió  al  fin,  y  aquellos  caudillos,  tal 
maña  se  dieron  y  tales  ardides  emplearon,  que,  dice  la  crónica, 
f  fueron  muertos  2,800  alemanes  con  su  coronel,  presos  700,  sin 
que  muriese  más  de  un  solo  español  por  equivocación  que  pade- 
cieron los  de  su  nación,  persuadidos  que  era  uno  de  los  alema- 
nes por  hallarse  con  el  traje  de  estos.»  Los  franceses  volvieron 
las  espaldas.  Contribuyeron  á  la  expedición  hasta  las  mujeres. 
Atendió  esmeradamente  D.  Beltrán  á  los  prisioneros,  casi  todos 


refuerzos.  Creyendo  los  enemigos  verse  combatidos  por  mayor  número,  fueron 
retirándose  hasta  territorio  de  Irún.  Llevando  ya  Urdanivia  más  de  doscientos 
hombres,  atacó  impetuoso  á  los  franceses,  mató  á  más  de  la  mitad  de  ellos,  pren- 
dió á  otros  y  Aeza  con  el  resto,  y  trasponiendo  el  monte  Jaizquivel,  se  guareció  en 
Fuenterrabía.  De  los  guipuzcoanos,  según  la  crónica,  sólo  murió  uno,  quedando 
muy  pocos  heridos. 

Soltado  el  prisionero  Pedro  de  Tampes,  derramó  heroicamente  mucha  sangre 
enemiga. 


(J  U   I   P  I    Z  C  o  A  251 


heridos,  y  dice  Belsunce  (i)  que  cuando  se  supieron  en  Roma 
los  pormenores  de  este  combate,  escribió  el  papa  á  Beltrán  pi- 
diéndole como  gracia  el  envío  de  estos  bravos  y  fieles  alemanes, 
con  los  que  quería  formar  la  guardia  de  su  persona. 

Llevados  de  su  ardimiento  los  vencedores  quisieron  penetrar 
en  Francia  (2)  el  30  de  Junio  de  1522,  fiesta  de  San  Marcial. 

El  alcaide  de  Fuenterrabía  Mr.  Leida,  solicitó  su  relevo  á  la 
vez  que  refuerzos.  Sustituyóle  en  el  mando  Mr.  Chaufarón,  ve- 
terano gascón,  acompaiíado  de  mil  hombres.  Extrañado  de  que 
un  pueblo  de  la  poca  importancia  de  Irún  causara  tantas  moles- 
tias y  daños  á  los  franceses,  parece  que  juró  reducirle  á  cenizas, 
y  á  efectuarlo  fué  con  sus  mil  soldados.  Acudió  á  hacerles  fren- 
te Juan  Pérez  de  Azcué  con  gente  de  Irún,  Oyarzun  y  Renteria: 
separaba  á  ambos  combatientes  el  río  Amute ;  preguntó  Chau- 
farón si  había  algún  español  hidalgo  que  se  quisiera  batir  de 
pica  con  él,  á  lo  que  respondió  Azcué  que  no  sólo  con  pica  sino 
con  lanza  y  rodela  y  aun  montante,  combatiría  con  él :  admitido 
por  el  francés  le  dijo  pasara  el  río;  á  lo  propio  le  invitó  Azcué, 
exponiendo  que  sólo  tenía  consigo  seis  compañeros  y  Chaufarón 
mucha  gente,  asegurándole  bajo  palabra  de  honor  que  él  sería 
el  único  combatiente  y  ninguno  de  los  demás  le  ocasionaría  el 
menor  daño. 

Acudieron  en  esto  gran  número  de  guipuzcoanos  y  Ortiz  de 
Roxas  con  veinticuatro  jinetes;  y  como  no  decidiera  el  francés, 
pasaron  todos  el  río,  rechazaron  á  los  gascones ;  alcanzó  Azcué 
á  Chaufarón.  al  que  dio  una  fuerte  cuchillada  ;  y  temerosos  los 
de  Fuenterrabía  se  introdujeran  en  ella  mezclados  los  españoles 
con  los  franceses,  cerraron  las  puertas  é  hicieron  fuego,  sin  cau- 


(i)    Hisiotre  des  Basques. 

(2)  Juan  Pérez  del  Puerto,  dueño  de  la  casa  de  Aguirre,  pasó  el  Bidasoa.  en- 
contró en  la  Isla  de  los  Faisanes  una  pieza  de  artillería  francesa;  montado  sobre 
ella,  gritó  :  Santiago,  España  y  Vilorta,  estimulando  á  cuantos  estaban  en  la  parte 
de  acá  á  seguirle  ;  lo  impidió  el  general  Beltrán  de  la  Cueva,  bajo  pena  de  la  vida: 
mandó  á  Pérez  del  Puerto  regresara,  y  auxiliado  por  doce  hombres  trajeron  la 
pieza  sin  que  los  franceses  lo  impidieran. 


252  GUIPÚZCOA 


sar  el  menor  daño  á  los  españoles,  que  no  experimentaron  en 
toda  la  acción  ni  una  baja  (i). 

Nuevo  triunfo  obtuvieron  los  guipuzcoanos  el  25  de  Marzo 
de  1523,  verificando  una  bien  urdida  emboscada,  aunque  costó 
la  vida  al  alférez  Juan  de  Alquiza,  sepultado  en  la  iglesia  parro- 
quial de  Irún :  otra  emboscada  bien  cara  á  los  gascones  y  nava- 
rros, efectuaron  los  guipuzcoanos  en  Setiembre  de  aquel  mismo 
año ;  y  de  grande  auxilio  fueron  cuando  el  Emperador  trasladó 
parte  de  su  ejército  de  Flandes  á  Guipúzcoa  para  llevar  la  gue- 
rra á  Francia  por  este  lado.  Encomendó  al  condestable  de  Cas- 
tilla D.  Iñigo  Fernández  de  Velasco  y  al  príncipe  de  Orange  el 
sitio  de  Fuenterrabía ;  establecieron  riguroso  bloqueo,  esperan- 
do rendir  por  hambre  á  los  bloqueados,  que  supieron  resistir 
bravamente;  pero  el  hambre  y  los  padecimientos  los  diezmaban; 
pidieron  socorros,  los  envió  Francisco  I,  con  Gaspar  de  Coligny, 
que  murió  en  Dax;  le  reemplazó  el  mariscal  de  La  Palice,  que 
llegaba  de  Italia,  reuniéronsele  en  San  Juan  de  Luz  las  milicias 
vascas  de  los  Pirineos  ;  acamparon  en  Hendaya,  frente  á  Fuen- 
terrabía, á  donde  debía  conducirlos  el  almirante  de  Bretaña  Lar- 
tigue,  con  sus  buques  ;  mas  no  pareció,  y  dispuso  el  mismo  La 
Palice  el  paso  del  Bidasoa,  que  lo  efectuó  hábilmente  superando 
toda  clase  de  obstáculos,  y  levantó  el  cerco,  abasteciendo  á  la 
plaza,  cuya  guarnición  relevó,  aumentándola  hasta  cuatro  mil 
hombres.  Poco  tiempo  después  ordenó  Carlos  V  al  condestable 


(i)  Tuvieron  los  franceses  trescientos  muertos  y  cuatrocientos  prisioneros, 
que  íueron  llevados  á  Irún  aquel  mismo  día. 

Al  siguiente  murió  Chaufarón,  siendo  magníficamente  sepultado  en  el  cemen- 
terio de  la  Iglesia  parroquial. 

También  lo  fué  á  poco  en  el  de  Irún  el  valeroso  jefe  de  la  gente  guipuzcoana, 
constante  fatigador  de  la  guarnición  francesa  de  Fuenterrabía,  cuyas  centinelas 
mataba.  Ocupado  en  esto,  hallándose  en  el  foso  de  la  plaza,  mandó  al  soldado  Juan 
Pérez  de  Cigarroa  que  tirara  á  un  centinela,  y  al  hacerlo  circulaba  al  mismo  tiem- 
po Azcué  por  delante  del  soldado,  que  no  pudo  verle  por  la  oscuridad  de  la  noche, 
y  le  atravesó  la  cabeza  de  un  balazo,  cayendo  muerto  al  foso. 

La  insistencia  en  las  cometidas,  especialmente  de  los  guipuzcoanos,  fué  tal, 
que  no  cesaron  de  día  ni  de  noche;  distinguiéndose  veinticuatro  compañeros  de 
la  tierra. 


GUIPÚZCOA  253 


y  al  de  Orange,  que  continuaban  en  Guipúzcoa,  pasar  el  Bida- 
soa  con  sus  veinticuatro  mil  combatientes  y  arrojarse  sobre  el 
Bearn  y  el  territorio  de  aquel  lado  de  los  Pirineos  :  al  hacerlo 
incendiaron  cuantas  poblaciones  osaron  defenderse:  trescientos 
vasco  navarros  contuvieron  tres  días  á  poderosos  enemigos  de- 
lante del  castillo  de  Bidache,  pereciendo  en  las  llamas  sus  defen- 
sores, excepto  algunos  que  prefirieron  precipitarse  de  lo  alto 
de  las  murallas  para  ser  recibidos  por  las  picas  españolas:  mien- 
tras por  esta  parte  continuaban  la  campaña,  se  reunían  fuerzas 
para  recobrar  á  Fuenterrabía. 

Atendida  con  especial  cuidado  por  los  franceses,  cuya  soli- 
citud se  extendía  á  Bayona,  desnuda  de  tropas  y  mal  fortificada 
en  algunos  puntos,  pusieron  en  un  estado  de  defensa  imponente 
la  confluencia  de  la  Nive  y  del  Adour:  la  presencia  de  Lautrec, 
gobernador  de  la  Guiena,  inspiró  confianza  á  los  bayoneses, 
que  resistieron  los  sucesivos  ataques  de  los  españoles  durante 
tres  días  y  sus  tres  noches,  al  cabo  de  las  cuales  volvieron  sobre 
Fuenterrabía,  verdadera  manzana  de  discordia  entre  Francia  y 
España,  empeñada  ésta  en  recuperarla  y  en  conservarla  aque- 
lla. Estableciéronse  las  baterías  de  sitio  del  lado  de  Miranda  y 
cañonearon  el  bastión  de  la  reina;  se  abrió  brecha,  se  causaron 
grandes  destrozos  en  la  plaza;  un  convoy  que  se  la  enviaba 
cayó  en  poder  de  los  españoles  entre  Bayona  y  Biarritz,  y  Fuen- 
terrabía se  rindió  al  fin  á  últimos  de  Setiembre  de  1524,  desfi- 
lando la  guarnición  con  armas  y  banderas  desplegadas  (i). 
Entonces,  aunque  tarde,  comprendió   el  rey  de  Francia  cuánto 


(i)  La  pérdida  de  Fuenterrabía  exasperó  de  tal  modo  á  Francisco  I,  que  sin 
tener  en  cuenta  las  razones  que  expuso  su  gobernador  Franget,  ni  sus  eminentes 
servicios,  sus  nobles  cicatrices  y  sus  gloriosas  canas,  se  le  acusó  hasta  de  cobar- 
de y  traidor,  y  aquel  caballero,  honor  del  ejército  francés,  como  le  llaman  histo- 
riadores de  la  misma  nación,  subió  al  cadalso  en  la  plaza  de  Lyon,  despojado 
de  su  armadura,  de  sus  títulos  y  de  sus  blasones,  que  rom'pió  el  verdugo,  y 
degradado  de  su  nobleza,  declarado  traidor  y  plebeyo,  infamado  y  sus  descendien- 
tes inhabilitados  para  llevar  jamás  las  armas.  Después,  el  noble  anciano  fué  em- 
pujado violentamente  por  los  ejecutores  y  precipitado  al  banquillo  de  los  crimi- 
nales. 


254 


GUIPÚZCOA 


le  hubiera  valido  seguir  el  consejo  del  duque  de  Guisa,  al  apo- 
derarse los  franceses  de  Fuenterrabía.  Aconsejó  arrasar  la 
plaza,  y  con  sus  materiales  reconstruirla  en  Hendaya. 


CAPITULO   VI 


Los  comuneros  y  los  guipuzcoanos. — Francisco  1 
y  Carlos  V  en   San  Sebastián 


*-Y|0  era  sólo  en  Fuenterrabía  y  en  la  frontera  donde 
.<^— ^peleaban  los  guipuzcoanos;  pues  como  si  no  bastase 
tanta  lucha,  inicióse  civil  discordia,  siguiendo  gran  parte  de  la 
provincia  la  bandera  de  los  comuneros,  y  San  Sebastián  la  del 
Emperador,  por  lo  cual  fué  situada  y  sufrió  grandes  talas  y 
destrozos  en  sus  alrededores,  de  cuyas  pérdidas  la  indemnizó 
D.  Carlos   después. 

Hase  dicho  que  influyó  en  aquellos  acontecimientos  la  sus- 
pensión de  las  garantías  forales  pedida  á  la  junta  por  el  monar- 


256  GUIPÚZCOA 


ca ;  pero  mal  podía  ser  ésta  la  causa  cuando  D.  Carlos  había 
confirmado  los  fueros  el  23  de  Mayo  de  aquel  año,  estando  en 
Wuormacia,  y  hasta  el  1 1  de  Noviembre  no  ordenó  al  corregi- 
dor de  Guipúzcoa,  Acuña,  que  suspendiese  las  garantías  forales 
durante  las  agitaciones  y  guerra  de  los  comuneros;  así  que  aun 
la  confirmación  de  los  fueros  fué  después  del  levantamiento  de 
las  comunidades,  y  aun  para  suspender  las  garantías  no  anduvo 
seguramente  muy  precipitado  el  Emperador,  que  no  tenía  fama 
de  perezoso.  Si  á  favor  de  reales  privilegios  se  alzaban  los  pue- 
blos contra  el  que  acababa  de  confirmárselos,  perdían  ipso  facto 
todo  derecho  á  su  protección.  Pero  no  podemos  ni  debemos 
presentar  como  causa  los  fueros;  á  lo  más  servirían  de  pretexto 
á  los  mal  avenidos  con  la  armonía  que  debía  reinar  entre  los 
guipuzcoanos,  á  los  que  acostumbrados  al  ejercicio  de  toda  clase 
de  abusos  á  la  sombra  de  las  luchas  de  bandos  y  linajes,  se 
veían  vencidos,  sometidos  y  sus  casas  derribadas,  considerando 
ocasión  propicia  el  tumulto  que  produjeron  las  comunidades 
para  alzarse  en  armas,  arrastrar  en  pos  de  sí  fuerzas  incons- 
cientes y  recuperar  lo  perdido.  Esto  no  podía  consentirlo  ningún 
poder  sin  abdicar  de  su  autoridad. 

No  hay  identidad  alguna  entre  el  grito  de  los  comuneros  de 
Castilla  y  el  de  los  vascongados,  como  lo  vimos  en  Álava  y  lo 
vemos  en  Guipúzcoa.  A  la  cabeza  de  la  civilización  de  entonces 
iba  San  Sebastián  por  su  comercio  con  casi  toda  Europa ;  y  no 
sólo  no  siguió  el  partido  de  los  comuneros,  sino  que  los  resistió, 
porque  importaba  más  á  la  provincia  agruparse  á  los  pendones 
del  rey  que  otorgaba  mercedes,  que  pelear  por  los  señores  que 
tanto  daño  habían  hecho  á  la  provincia  y  al  mismo  San  Sebas- 
tián. Los  que  en  Guipúzcoa  se  declararon  comuneros  lo  hicieron 
para  tener  motivo  de  satisfacer  venganzas  personales,  desper- 
tando odios  mal  apagados;  así  que  San  Sebastián  que  sólo 
atendía  á  aumentar  su  comercio  y  riqueza,  que  nada  le  impor- 
taba el  triunfo  ó  la  derrota  de  los  comuneros,  porque  en  nada 
afectaba  á  su  política  y  administración,  tenía  el   mayor  interés 


GUIPÚZCOA  257 


en  que  se  mantuviera  la  paz,  base  de  su  prosperidad  y  de  la  de 
toda  la  provincia. 

Los  valientes  vascongados  no  podían  faltar  en  el  ejército  de 
Italia,  cuando  tomaban  parte  en  todas  las  campañas  en  que  se 
interesaba  la  monarquía;  así  que  en  la  celebre  batalla  de  Pavía, 
después  de  distinguirse  por  la  certera  puntería  de  sus  arcabuces, 
en  deslizarse  y  escurrirse  por  entre  las  patas  de  los  caballos, 
dando  cuenta  de  muy  famosos  capitanes  franceses,  un  guipuzcoa- 
no,  Juan  de  Urbieta,  es  fama  que  intimó  el  primero  la  rendición 
al  rey  de  Francia  que  acababa  de  caer  con  su  caballo. 

A  San  Sebastián  fué  el  ilustre  prisionero,  haciéndole  la 
guardia  el  virrey  de  Ñapóles,  y  allí  permaneció  cinco  días  (i); 
y  á  San  Sebastián  fué  también  el  Emperador  cuando  para  tras- 
ladarse á  reducir  á  los  sublevados  de  Gante,  prefirió  como 
camino  más  corto  ir  por  Francia,  confiando  en  la  caballerosidad 
del  que  había  sido  años  antes  su  prisionero.  Se  estaba  en  paz 
con  la  nación  vecina,  y  así  se  celebraban  concordias  entre  los 
diputados  de  Guipúzcoa,  Vizcaya,  Encartaciones  y  cuatro  villas 
de  la  costa  de  mar,  con  los  de  Bayona  y  tierra  de  Labort,  para 
el  libre  comercio  y  satisfacción  de  daños  que  mutuamente  se 
causasen. 

De  luto,  por  la  muerte  de  la  emperatriz  D.^  Isabel,  se  pre- 
sentó D.  Carlos  en  San  Sebastián,  á  cuya  villa  dio  el  timbre  de 
Noble  y  Leal  por  sus  servicios  contra  los  comuneros ;  se  hospe- 
dó en  la  casa  de  su  secretario  de  Estado  D.  Alonso  de  Idiá- 
quez  (2),  é  hizo  los  honores  al  regio  huésped  un  gallardo  escua- 
drón de  1,500  hombres,  bien  armados,  y  vestidos  de  luto  con 
capotes  de  terciopelo  negro. 

Dos  años  después  (1542)  rota  la  armonía  con  Francia, 
amenazaban  á  Guipúzcoa  50,000  franceses;  acudió  el  Empera- 


(i)  Mandó  el  ayuntamiento  (g  Marzo  i  526)  que  «ninguno  suba  á  la  sierra  del 
Castillo  mientras  que  el  dicho  rey  de  Francia  estuviese  en  esta  dicha  villa.» 

(2)  Guipuzcoanos  eran  también  el  confesor  Ibarra  y  los  médicos  de  cámara 
Escoriaza  y  Zavala. 

33 


258  GUIPÚZCOA 


dor  á  defender  á  San  Sebastián  con  dinero  y  refuerzos;  obraron 
unidos  y  acordes  guipuzcoanos  y  navarros,  siguiendo  las  órde- 
nes de  D.  Carlos,  y  limitóse  esta  campaña  á  pequeñas  algara- 
das; no  sacando  de  ellas  la  mejor  parte  los  franceses;  algaradas 
que  se  repitieron  en  1558  reinando  D.  Felipe  II,  dirigiéndolas 
D.  Beltrán  de  la  Cueva,  el  alcaide  de  Fuenterrabía,  D.  Diego 
de  Carvajal  y  el  comendador  D.  Juan  de  Borja,  dueño  de  la 
casa  de  Loyola  y  coronel  de  Guipúzcoa.  Ocuparon  sin  resisten- 
cia á  San  Juan  de  Luz,  talaron  el  territorio  excepto  Ziburu, 
donde  se  alojaron  los  guipuzcoanos,  y  aunque  no  pasaron  más 
adelante  y  regresaron  á  España,  fué  nuestro  ejército  el  valladar 
que  se  opuso  á  la  con  insistencia  intentada  invasión  francesa. 


CAPITULO    VII 


Glorias  marítimas  de  Guipiizcoa. —  La  monja  alférez 


I 


V  I  las  glorias  marítimas  que  tenía  conquistadas  Guipúzcoa, 
j-^aumentó  otras  nuevas  emulando  su  gente  de  mar  las  proe- 
zas de  la  de  tierra.  El  héroe  de  las  expediciones  marítimas  del 
siglo  XVI,  Machín  de  Munguía,  opuso  (1538),  con  una  sola  nave, 
heroica  resistencia  á  la  armada  de  Aradino  Barba  roja,  consi- 
guiendo, después  de  sostener  por  tres  días  rudos  combates, 
reunirse  en  Corfú  á  la  escuadra  de  Andrea  Doria,  quien  al  verle 
llegar  exclamó:  «Pluguiera,  capitán,  á  Dios,  que  yo  fuera  Ma- 
chín de  Munguía,  y  vos  Andrea  Doria. » 

En  1540  contribuyeron  los  guipuzcoanos  y  vizcaínos  á  la 
rendición  del  famoso  corsario  turco  Caramani,  que  acababa  de 
saquear  á  Gibraltar,  y  con  quien  se  trabó  terrible  y  sangriento 
combate  marítimo,  cuyo  triunfo  debióse,  según  el  general  Don 
Bernardino  de  Mendoza  que  mandaba  la  escuadra  española,  á 
Dios  y  á  los  vascongados. 

Entre  todos  descolló  entonces  el  inmortal  hijo  de  Queta- 


26o  GUIPÚZCOA 


ria,  Juan  Sebastián  del  Cano  (i),  el  primero  que  dio  la  vuelta  al 
mundo  en  la  pequeña  nave  Victoria,  única  salvada  de  las  cinco 
de  la  expedición  de  Magallanes,  que  salió  de  Sanlúcar  el  20  de 
Setiembre  de  15  19,  y  después  de  la  muerte  de  aquel  atrevido 
portugués  y  de  otros  jefes  que  durante  el  viaje  le  sucedieron 
en  el  mando,  del  Cano  fué  el  venturoso  que  regresó  al  mismo 
Sanlúcar  de  Barrameda  el  6  de  Setiembre  de  1522,  concedién- 
dole el  emperador  D.  Carlos  el  escudo  de  armas  con  el  mun- 
do, al  que  rodea  una  cinta  con  esta  inscripción  :  Primus  cir- 
CUNDEDISTI  ME,  y  una  pensión  vitalicia  de  quinientos  ducados. 

En  su  segundo  viaje  en  1526,  falleció  del  Cano  en  el  Océa- 
no Pacífico  el  4  de  Agosto,  siendo  capitán  general  de  la  flota. 

La  Provincia  de  Guipúzcoa  erigió  la  estatua  de  bronce  que 
se  ostenta  en  Guetaria. 

Otro  ilustre  marino,  D.  Miguel  López  de  Legazpi,  hijo  de  Zu- 
márraga,  cuya  casa  natal  aún  existe  medio  ruinosa,  junto  á  la  es- 
tación del  ferro-carril,  de  padres  acomodados,  siguió  la  carrera  de 
Jurisprudencia,  pasó  á  Méjico  donde  fué  Escribano  mayor  y  alcalde 
ordinario,  y  merced  á  la  amistad  dé  otro  guipuzcoano  no  menos 
distinguido,  el  P.  Andrés  de  Urdaneta,  que  después  de  haber 
sido  militar  y  marino  vestía  el  hábito  de  agustinos  en  Méjico, 
tuvo  la  suerte  de  capitanear  la  expedición  á  Filipinas  que  zarpó 
de  la  Natividad,  Méjico,  el  21  de  Noviembre  de  1564,  y  la  for- 
tuna que  no  consiguieron  los  cuatro  que  le  precedieron,  ayudán- 
dole poderosamente  como  piloto  mayor  el  infatigable  Urdaneta, 
«que  era  tan  cabal  para  todo,  para  la  navegación,  la  guerra,  la 
predicación  y  fundación  de  iglesias,  que  no  había  otro  que  le 
igualara  (2),»  De  valer  era  en  efecto,  pues  se  le  debe  el  cono- 


(i)  Adoptamos  este  apellido  porque  así  se  firmaba  el  interesado  ;  porque  así 
consta  en  documentos  firmados  por  él  mismo ;  en  el  expediente  seguido  por  su 
madre  y  en  el  incoado  años  después  por  su  sobrino,  Rodrigo  de  Gaínza:  por  nom- 
brarle así  Garibay,  Mariana  y  otros  de  sus  contemporáneos  ;  no  debiendo  omitir 
que  el  finado  Sr.  Soraluce  ha  presentado  muchas  y  muy  atendibles  pruebas  para 
que  deba  llamarse  del  f^ano  y  no  Elcano. 

(2)     Historia  de  Méjico,  por  el  P.  Grijalva. 


G  U   I  t'  Ú  Z  C  o  A  261 


cimiento  del  rumbo  de  los  mares  para  comunicarse  ventajosa- 
mente entre  América  y  China,  y  á  él  deben  también  los  marinos 
conocer  el  viento  llamado  huracán  y  otros  datos  cosmográficos. 

Urdaneta  volvió  á  Méjico  y  vino  á  España  á  dar  cuenta  de 
la  expedición.  Legazpi  en  tanto,  más  con  la  cruz  que  con  la  espa- 
da^ con  política  que  con  la  fuerza,  fué  enseñoreándose  de  varias 
islas  hasta  la  de  Luzón;  rechazó  á  los  portugueses  que  acudieron 
desde  las  Molucas  á  disputarle  la  conquista,  apaciguó  subleva- 
ciones de  indios,  usando  del  perdón  en  vez  de  la  venganza;  y  así 
la  colonización  de  Filipinas  tomó  un  carácter  de  estabilidad  y 
homogeneidad  de  que  ningpna  nación  había  dado  ejemplo,  inclu- 
so España,  en  América.  Es  verdad  que  este  ilustre  guipuzcoano, 
fundador  de  Zebú,  conquistador  de  Filipinas,  su  primer  gober- 
nador y  capitán  general,  fué,  como  militar,  inteligente  y  bravo; 
como  gobernador  de  la  colonia,  político,  prudente,  justiciero  y 
previsor;  ni  ensangrentó  sus  conquistas,  ni  fué  mercader  en  vez 
de  colonizador,  atendiendo  sólo  á  los  intereses  generales  al  esta- 
blecer por  el  pronto  el  gobierno  de  Filipinas.  De  todos  sentido 
y  por  la  patria  llorado,  falleció  el  20  de  Agosto  de  1572. 

En  los  alrededores  de  San  Sebastián,  entre  el  camino  á  Pa- 
sajes y  la  Zurrióla,  al  pié  del  monte  Ulia,  y  lamiéndola  las  aguas 
del  Océano,  se  ve  la  modesta  casería  que  representa  la  lámina, 
en  cuya  casa  nació  en  1577  D.  Antonio  Oquendo,  hijo  del  céle- 
bre D.  Miguel  que  llegó  á  ser  general  de  marina.  Al  lado  de  los 
generales  D.  Pedro  de  Toledo  y  D.  Luís  Fajardo  aprendió  el  gran 
valor  y  pericia  que  se  necesitan  para  distinguirse  en  los  comba- 
tes navales  y  llegar  á  adquirir  tal  fama  que  de  él  dijera  el  general 
holandés  Tromp,  al  acusársele  por  no  haber  apresado  ó  echado 
á  pique  con  su  armada  á  la  fragata  de  Oquendo,  que  la  tuvo 
rodeada  ametrallándola:  «Que  la  Capitana  Real  de  España  con 
D.  Antonio  Oquendo  era  invencible.  >  Así  consideraban  sus  ene- 
migos al  que  en  cien  combates  lumca  fué  veiicido.  Mereció  por 
sus  proezas  se  le  encomendara  el  gobierno  de  la  escuadra  vas- 
congada, ser  luego  general  de  ella  y  de  las  flotas  de  Nueva 


202 


GUIPÚZCOA 


España;  subió  á  Almirante  general  de  la  armada  del  Océano;  tal 
encumbramiento,  á  pesar  de  sus  méritos,  aumentó  las  rivalida- 
des de  sus  émulos;  pudieron  éstos  más  en  el  ánimo  del  débil 
Felipe  IV  que  consintió  fuese  arrestado  en  el  presidio  de  Fuen- 
terrabía,  cuando  disfrutaba  en  su  casa  el  retiro  que  había  pedido, 
por  no  ser  juguete  de  sus  contrarios ;  mas  no  se  cebó  en  él  lá 


Casa  donde  nació  Oquendo 


desgracia;  la  patria  necesitaba  emplear  su  valor  y  pericia,  y  pró- 
digamente los  empleó,  hasta  que  murió  en  la  Coruña  en  1 640, 
al  regresar  victorioso  (1). 


(i)  En  las  escaleras  del  Ayuntamiento  de  San  Sebastián  existen  dos  grandes 
cuadros  al  óleo,  costeados  por  suscrición,  representando  dos  de  sus  combates 
principales :  el  de  1631  en  las  aguas  del  Brasil  contra  la  armada  holandesa,  á  la 
que  tomó  doce  banderas,  y  el  del  Canal  de  la  Mancha  en  1639. 

El  P.  Menao  que  le  asistió  en  sus  últimos  momentos  dice  que  estando  muy  de 
peligro  oyó  el  estruendo  de  la  artillería  por  la  salida  de  la  procesión  del  Corpus  y 
creyendo  que  se  disparaba  contra  enemigos,  pronunciando  esta  palabra  se  esforzó 
por  incorporarse  en  la  cama  para  ir  á  la  capitana  á  defender  la  armada  y  morir  en 
ella;  y  añade:  «Entré  en  persuasión  que  el  ahinco  para  salir  de  la  cama  habia 
apresurado  la  muerte Después  fué  abierto  el  cadáver  para  embalsamarle  y  lle- 
varle así  al  templo  de  la  Compañía  en  S.  Sebastian,  y  notamos  como  cosa  particu- 
lar que  el  corazón  era  muy  grande,  aunque  el  cuerpo  pequeño,  y  que  del  corazón 
brotaba  un  pelo  crecido,  que  en  héroes  tan  de  primera  magnitud  que  D.  Antonio 
Oquendo  es  para  reparado.» 


GUIPÚZCOA  263 


Su  hijo  D.  Miguel  procuró  seguir  las  gloriosas  huellas  de  su 
padre  y  de  su  abuelo ;  pero  tuvo  la  desgracia  de  perder  todos 
los  navios  de  su  mando  contra  las  costas  de  Rota  (9  de  Octubre 
de  1663)  y  se  retiró  á  su  casa  á  escribir  las  hazañas  de  su 
padre. 

Muchas  páginas  llenaríamos  si  hubiésemos  de  narrar,  aunque 
sólo  fuera  la  vida  ó  breve  reseña  de  los  más  ilustres  marinos 
guipuzcoanos,  aun  omitiendo  los  que  en  otras  carreras  se  han 
distinguido  tanto  que  la  historia  ha  transmitido  sus  nombres  á  la 
posteridad;  esto  sin  separarnos  de  la  época  que  estamos  narran- 
do ;  pero  no  es  tal  nuestro  pbjeto ;  si  bien  no  podemos  ni  debe- 
mos prescindir  de  consagrar  algunas  líneas  á  un  héroe  original 
y  extraño,  ó  más  bien  á  una  heroína,  la  Monja  alférez,  que 
alguna  instrucción  y  no  poco  deleite  los  dramáticos  lances  de  su 
vida  proporcionan. 


II 


De  San  Sebastián  procede  una  de  las  mujeres  más  notables 
por  sus  aventuras  que  ha  producido  España;  que  mereció  ser 
retratada  en  Sevilla  por  el  célebre  Pacheco,  y  sirvió  á  Mon- 
talván  de  argumento  para  una  comedia  famosa. 

El  año  de  1585  nació  en  aquella  entonces  villa  D."^  Catalina 
de  Erauso,  que  heredó  de  su  padre  el  capitán  D.  Miguel  el  es- 
píritu guerrero  en  el  que  tanto  se  distinguió.  De  opuestos  senti- 
mientos su  madre  D.^  María  Pérez  de  Galarraga,  entró  á  Cata- 
lina, cuando  apenas  contaba  4  años  de  edad,  en  el  convento  de 
monjas  dominicas  del  que  era  priora  una  tía  suya.  Allí  continuó 
once  años,  hasta  que  pocos  días  antes  de  su  profesión,  riñendo 
con  otra  monja,  fué  maltratada,  é  indignada,  fingiendo  una  indis- 
posición, se  retiró  del  coro,  escapándose  del  convento.  Ya  en  la 
calle,  nueva  para  ella,  se  internó  en  el  monte,  acomodó  sus  ropa- 


264  GUIPÚZCOA 


jes  al  traje  varonil,  á  costa  de  no  pocos  trabajos  llegó  á  Vitoria 
donde  se  colocó  al  servicio  de  un  catedrático,  al  que  abandonó 
por  su  rigor  en  enseñarle  latín,  admitióle  en  Valladolid  de  paje 
el  secretario  del  rey,  D.  Juan  de  Idiáquez,  y  visitando  á  éste  un 
día  el  padre  de  Catalina,  lamentando  ambos  su  desaparición, 
temió  dieran  resultado  las  diligencias  que  se  practicaban  en  su 
busca  y  como  no  la  habían  enseñado  á  querer  á  sus  padres,  por- 
que ni  les  había  tratado,  y  sólo  la  habían  hecho  odiosa  la  clau- 
sura, se  fugó  de  Valladolid  á  Bilbao.  Por  herir  aquí  de  una 
pedrada  á  un  muchacho  que  se  burlaba  de  ella,  pasó  un  mes  en 
la  cárcel.  Siguiendo  su  vida  aventurera  sirvió  en  Estella  á  un 
caballero  de  Santiago;  tuvo  el  valor  de  volver  á  San  Sebastián, 
donde  oyó  en  la  iglesia  de  un  convento  la  misma  misa  que  su 
madre  y  hermanas;  embarcóse  en  Pasajes  para  Sanlúcar,  de  aquí 
á  las  Indias  en  calidad  de  grumete  en  un  galeón  al  mando  de  un 
tío  suyo,  peleó  contra  los  holandeses ;  sustrajo  á  su  tío  quinien- 
tos pesos  que  le  ayudaron  á  escapar,  púsose  al  servicio  de  un 
rico  mercader,  y  la  siguiente  aventura,  por  la  misma  Catalina 
referida,  la  retrata. 

«Estábame  yo  un  día  de  fiesta  en  la  comedia,  en  mi  asiento 
que  había  tomado,  y  sin  más  atención,  un  fulano  Reyes,  vino  y 
me  puso  otro  tan  delante  y  tan  arrimado  que  me  impedía  la 
vista.  Pedíle  que  lo  apartase  un  poco,  respondió  desabridamen- 
te, y  yo  á  él;  y  díjome  que  me  fuese  de  allí  que  me  cortaría  la 
cara.  Yo  me  hallé  sin  más  armas  que  una  daga ;  salíme  de  allá 
con  sentimiento :  entendido  por  unos  amigos  me  siguieron  y  so- 
segaron. El  lunes  por  la  mañana  estando  yo  en  mi  tienda  ven- 
diendo, pasó  por  la  puerta  el  Reyes,  y  volvió  á  pasar.  Yo  reparé 
en  ello,  cerré  mi  tienda,  tomé  un  cuchillo,  fuime  á  un  barbero,  y 
hízelo  amolar  y  picar  el  filo  como  sierra  ;  púseme  mi  espada,  que 
fué  la  primera  que  ceñí ;  vide  á  Reyes  delante  de  la  iglesia  pa- 
seando con  otro,  fuíme  á  él  por  detrás,  y  díjele :  «ah,  señor  Re- 
yes!» volvió  él  y  dijo.  ¿Qué  quiere?  Dije  yo:  esta  es  la  cara  que 
se  corta,  y  doile  con  el  cuchillo  un  refilón  de  que  le  dieron  diez 


G  u  I  p  i;  z  c  o  A  265 


puntos :  él  acudió  con  las  manos  á  su  herida,  su  amigo  sacó  la 
espada  y  vínose  á  mí;  yo  á  él  con  la  mía  ;  tirémonos  los  dos,  y 
yo  le  entré  una  punta  por  el  costado  izquierdo  que  lo  pasó,  y 
cayó.  Yo  al  punto  me  entré  en  la  iglesia  que  estaba  allí.  Al  pun- 
to entró  el  corregidor  D.  Mendo  de  Quiñones,  de  hábito  de  Al- 
cántara, y  me  sacó  arrastrando  y  me  llevó  á  la  cárcel,  la  primera 
que  tuve,  y  me  echó  grillos,  y  me  metió  en  un  cepo.> 

Hizo  el  obispo  que  volviera  Catalina  á  la  iglesia,  cuyo  asilo 
había  sido  violado ;  por  el  dinero  de  su  amo  se  vio  libre  de  toda 
persecución ;  pero  no  contaba  con  la  amorosa  de  cierta  dama 
que  se  enamoró  de  ella,  y  por  evadirla  huyó  á  Trujillo,  donde 
un  nuevo  duelo  con  el  dicho  Reyes  y  su  amigo,  á  quien  esta  vez 
mató,  la  obligó  á  ir  á  Lima :  sirvió  en  esta  ciudad  á  un  mercader 
que  la  despidió  «por  haberle  sorprendido  enamorando  á  su  hija;» 
cansada  de  servir  sentó  plaza ;  se  encontró  en  la  Concepción  de 
Chile,  en  casa  del  gobernador,  á  su  hermano  D.  Miguel,  quien 
en  cuanto  supo  la  patria  de  Catalina,  le  hizo  muchas  preguntas 
sobre  su  padre  y  acerca  de  ella  misma  sin  llegar  á  conocerla ;  la 
tomó  por  soldado  de  su  compañía,  en  la  que  estuvo  tres  años, 
hasta  que  celoso  de  ella  por  suponer  que  galanteaba  á  su  que- 
rida, la  envió  á  la  frontera  á  pelear  diariamente  con  los  indios. 
En  uno  de  estos  encuentros,  viendo  Catalina  arrebatar  la  ban- 
dera de  su  compañía,  se  precipitó  sobre  los  enemigos,  mató  por 
su  mano  al  cacique,  y  recuperó  con  heroísmo  y  á  costa  de  su  san- 
gre la  bandera,  que  le  fué  concedida  con  el  grado  de  alférez. 
Distinguiéndose  en  todos  los  encuentros  y  acciones,  hubiera  sido 
nombrada  capitán  de  la  compañía  cuyo  mando  tuvo,  á  no  haber 
hecho  ahorcar  á  un  jefe  indio,  al  que  el  gobernador  quería  con- 
servar prisionero. 

En  la  vida  de  guarnición  no  escasearon  los  duelos  y  las 
muertes,  y  sirviendo  de  padrino  en  un  desafío,  queriendo  defen- 
der los  padrinos  á  sus  ahijados,  se  acometieron  mutuamente, 
resultando  herido  y  muerto  el  de  su  contrario,  cuyo  padrino  era 
su  propio  hermano  el  capitán  D.  Miguel  de  Erauso. 

34 


266  GUIPÚZCOA 


Huyó,  atravesó  con  mil  trabajos  los  Andes,  llegó  al  Potosí 
después  de  mil  peripecias  y  aventuras ;  sufrió  hasta  el  suplicio 
del  tormento  porque  confesara  sobre  cierta  sangrienta  riña  de 
dos  señoras,  sin  que  el  castigo  quebrantara  su  entereza;  por 
haber  matado  á  un  portugués  se  vio  condenada  á  muerte,  lle- 
gando el  caso  de  ser  conducida  al  patíbulo,  mostrando  feroz 
entereza,  salvándose  milagrosamente  por  una  feliz  combinación; 
nuevos  desafíos  y  quimeras  la  privaron  varias  veces  de  su  liber- 
tad; pero  nada  la  amilanaba  ni  disminuía  su  entereza.  «Éntreme 
un  día,  dice  ella  misma,  en  casa  de  un  amigo  á  jugar:  sentémo- 
nos dos  amigos;  fué  corriendo  el  juego;  arrimóse  á  mí  el  nuevo 
Cid  que  era  un  hombre  moreno,  velloso,  muy  alto,  que  con  la 
presencia  espantaba  y  llamábanle  el  Cid.  Proseguí  mi  juego, 
gané  una  mano  y  entró  una  mano  en  mi  dinero  y  sacóme  unos 
reales  de  á  ocho  y  fuese.  De  allí  á  poco  volvió  á  entrar;  volvió  á 
entrar  la  mano  y  sacó  otro  puñado  y  púsoseme  detrás ;  previne 
la  daga:  proseguí  el  juego;  volvióme  á  entrar  la  mano  al  dine- 
ro ;  sentíle  venir,  y  con  la  daga  clávele  la  mano  sobre  la  mesa. 
Levántele,  saqué  la  espada,  sacáronla  los  presentes,  acudieron 
otros  amigos  del  Cid,  apretáronme  mucho,  y  diéronme  tres  he- 
ridas; salí  á  la  calle  y  tuve  ventura,  que  sino  me  hacen  pedazos; 
salió  el  primero  tras  mí  el  Cid ;  tiréle  una  estocada ;  estaba  ar- 
mado como  un  reloj  :   salieron  otros  y  fuéronme  apretando 

Llegando  cerca  de  San  Francisco  me  dio  el  Cid  por  detrás  con 
la  daga  una  puñalada  que  me  pasó  la  espalda  por  el  lado  izquier- 
do de  parte  á  parte;  otro  me  entró  un  palmo  de  espada  por  el 
lado  izquierdo  y  caí  á  tierra  echando  un  mar  de  sangre.  Con 
esto  unos  y  otros  se  fueron;  yo  me  levanté  con  ansias  de  muerte 
y  vide  al  Cid  á  la  puerta  de  la  iglesia,  fuíme  á  él  y  él  se  vino  á 
mí  diciendo:  Perro,  ¿todavía  vives  .^^  Tiróme  una  estocada  y  apár- 
tela con  la  daga,  y  tiréle  otra  con  tal  suerte  que  se  la  entré  por 
la  boca  del  estómago,  atravesándolo,  y  cayó  pidiendo  confesión: 
yo  caí  también > 

Curada  milagrosamente  de  sus  heridas,  tuvo  que  huir  perse- 


GUIPÚZCOA  267 

guida  por  la  justicia  hasta  Giiamanga,  donde  trabó  también  lucha 
con  sus  perseguidores;  acudió  el  obispo  al  ruido  de  la  pelea;  se 
apoderó  de  Catalina,  llevósela  á  su  casa ;  y  merced  á  sus  conse- 
jos y  exhortaciones,  declaró  aquella  singular  mujer  su  estado  y 
la  verdad  de  su  vida.  Entró  en  el  convento  de  Santa  Clara;  pasó 
al  de  la  Santísima  Trinidad  de  Lima;  comprobado  no  ser  profe- 
sa, regresó  á  España,  donde  volvió  á  vestir  su  uniforme  de  alfé- 
rez, obteniendo  del  rey  una  pensión.  No  aviniéndose  su  carácter 
aventurero  á  residir  tranquila  en  Madrid,  partió  para  Italia,  re- 
gresó á  poco  á  España  y  fué  á  Méjico,  donde  se  cree  que  murió 
aquella  mujer  singular,  que  tanto  tiempo  ocultó  su  sexo,  y  es 
fama  guardó  siempre  su  virtud. 


CAPITULO   VIH 


Antigüedades  artísticas  de  Guipúzcoa 


I 


/^  I.  que  recorra  la  provincia  de  Guipúzcoa,  en  vano  buscará 
^^^  restos  ni  indicaciones  de  monumentos  antiguos,  de  castillos 
señoriales,  tan  frecuentes  en  el  resto  de  España,  y  aun  en  otras 
partes  de  los  mismos  Pirineos,  y  muy  especialmente  en  la  ver- 
tiente francesa.  No  los  han  hecho  desaparecer  la  cólera  de  los 
hombres,  ni  una  gran  revolución,  ó  uno  de  esos  cataclismos  que 
transforman  la  faz  de  la  tierra,  porque  después  de  uno  de  estos 
terribles  acontecimientos,  quedan  las  ruinas  en  el  suelo  para  tes- 
timoniar la  existencia  de  lo  que  fueron. 

Ya  expusimos  en  el  prólogo  que  la  falta  de  monumentos 
celtas,  cuando  se  han  hallado  en  Álava,  demostraba  la  carencia 
de  esta  raza  en  Guipúzcoa :  de  la  dominación   romana  sólo  se 


270  GUIPÚZCOA 


han  encontrado  vestigios  en  las  inmediaciones  á  Francia,  y  res- 
pecto á  los  musulmanes,  nada.  Como  las  razas  conquistadoras 
siempre  dejan  señales  de  su  dominio,  no  debió  existir  en  lo  ge- 
neral de  la  provincia.  Pudo  ésta  ser  amiga  de  los  romanos,  no 
conquistada,  bastándoles  á  aquellos  señores  del  mundo  con  do- 
minar en  algún  puertcr,  en  algún  punto  importante  y  necesario 
á  su  gran  vía. 

Las  familias  que  por  su  preponderancia  basada  en  la  rique- 
za, en  el  valor  ó  en  otras  causas,  llegaron  á  tener  gran  influencia 
en  el  país,  aun  cuando  dieran  á  su  poderío  el  carácter  feudal  que 
en  otros  pueblos,  como  no  luchaban  con  extraños  sino  entre  sí 
mismos,  no  erigieron  esos  soberbios  castillos  que  en  otras  partes 
de  España,  sino  casas  torres  de  piedra  algo  fuertes  y  poco  bellas. 
Si  alguna  sobresalía  por  su  arquitectura  no  ha  quedado  el  menor 
resto.  Dada  la  poca  riqueza,  en  general,  de  la  provincia,  no  es 
de  creer  se  gastaran  grandes  sumas  en  esta  clase  de  construc- 
ciones. De  todos  modos,  se  derribaron  por  completo  cuando 
D.  Enrique  IV  consideró  este  castigo  oportuno  para  acabar  con 
aquella  constante  y  encarnizada  lucha  de  gamboinos  y  oñacinos, 
con  aquel  eterno  batallar  de  unos  con  otros  linajes.  Las  torres 
que  ellos  dejaron  en  pié  las  mandó  destruir  el  monarca :  los 
pueblos  se  prestaron  gustosos  á  esta  destrucción,  aumentán- 
dola. 

No  se  hallarían  antes  en  Guipúzcoa  esas  fortalezas,  testimo- 
nio del  antagonismo  entre  el  pueblo  y  la  aristocracia;  no  porque 
dejaran  de  existir  estas  clases,  sino  porque  no  era  la  lucha  en- 
tre ellas,  sino  entre  los  mismos  señores;  y  naturalmente,  éstos 
necesitaban  del  pueblo  para  defenderse  y  ofender;  así  vemos 
que  á  Mugica  seguían  sus  colonos  y  siervos  y  sus  lacayos,  y  lo 
propio  á  Lazcano. 

La  guerra  se  ha  hecho  en  Guipúzcoa  en  todos  tiempos, 
como  hemos  visto  en  las  dos  últimas  guerras  civiles,  y  lo  mismo 
que  no  vemos  hoy  el  menor  rastro  de  las  terribles  defensas 
improvisadas   por  los   carlistas,  porque   la   disposición  de   sus 


G  U   1   1'  U  Z  C  o  A 


271 


montañas,  sus  profundos  barrancos,  la  naturaleza  especial  de 
su  suelo,  se  presta  todo 
con  poquísimo  trabajo  á 
convertirse  en  podero- 
sos fuertes  y  formidables 
ciudadelas,  con  la  retira- 
da siempre  segura,  por- 
que están  escalonadas 
las  montañas,  lo  propio 
sucedería  y  sucedía  anti- 
guamente, pues  más  que 
de  organizadas  batallas 
campales,  nos  hablan  las 
crónicas  de  sorpresas  de 
pueblos  ó  casas  fuertes, 
de  ataques  aislados  y  de 
celadas. 

Para  rechazar  los 
guipuzcoanos  las  inva- 
siones francesas  se  fiaron 
más  de  su  valeroso  es- 
fuerzo que  de  la  defensa 
que  pudieran  ofrecerles 
las  fortalezas,  si  excep- 
tuamos las  de  Fuente- 
rrabía ,  San  Sebastián, 
Renteria,  Tolosa,  Her- 
naniy  Villafranca.  Estas, 
más  que  del  país,  fueron 
obra  de  los  reyes. 

Las  casas-torres  que  .T    ' 

se  conservan ,  casi  rui- 
nosas las  más,  no  pare- 
cen   hechas  para  ofrecer  una  formidable  resistencia   y  menos 


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272 


ü  II  I  P  U  Z  C  o  A 


á  la  artillería;  por  lo  cual  no  debieron  tener  grande  importan- 
cia, y  así  lo  revelan  sus  vetustos  paredones.  En  muchos  sitios, 
en  particular  á  la  cabeza  de  los  puentes  y  en  bifurcación  de 
sendas  y  caminos,  se  ven  de  esas  antiguas  torres  conservando 
sólo  el  primer  piso  convertido  en  casería. 

Hay  alguna  excepción : 
la  Torre- Lucía  ó  real  Torre- 
larga  en  Zarauz,  como  pue- 
den verlo  los  lectores  en  la 
lámina  que  acompañamos. 
Es  de  piedra  sillería  y  per- 
tenece á  la  arquitectura  do- 
méstica de  fines  del  siglo  xv, 
de  la  que  hay  en  Orio 
ejemplares  curiosos.  Según 
Saavedra  (  i )  ,  los  muros 
laterales  que  van  volando 
piso  á  piso ,  eran  de 
mucho  uso  en  el  norte  de 
Francia  á  fines  de  la  Edad 
media.  Por  una  hermosa 
escalera  exterior  se 
'  penetraba  en  el  pri- 
mer piso:  en  el  alto 
debió  haber  un  mag- 
nífico balconaje  co- 
rrido en  toda  la  fa- 
chada, y  para  sos- 
tenerlo prolongaron  los  dos  macizos  laterales  á  la  altura 
conveniente.  Las  ventanas  son  ojivales  trazadas  con  sumo 
gusto,  con  elegantes  parteluces.  Como  el  vuelo  del  balcón  era 
considerable,   el  arquitecto  perforó  las  dos  paredes  que  le  limi- 


ZARAUZ.— ToRKE-LucÍA 


( I )    Anales  de  la  Construcción  v  de  la.  Industria. 


(',  U  I  P  Ú  Z  C  o  A 


FUENTERRABIA.  — Casa  Echeveste 


274 


GUIPÚZCOA 


taban  por  los  costados,  resultando  de  esta  combinación   un  mi- 
rador del  más  bello  aspecto. 

En  Fuenterrabía,  la  casa  de  Echeveste ,  que  también  repro- 
ducimos, es  otro  ejemplar  notable,  aunque  no  tan  bello  como 
el  de  Zarauz  ;  pudiendo  decir  lo  mismo  de  algunas  casas  en 
Tolosa,  Azpeitia,  Deva,  Mondragón,  Vergara  y  otras  poblacio- 
nes; recordando  dos  de  Vergara,  la  de  Ozaeta  y  la  de  Gaceiria, 
á  los  señores  de  estos  antiguos  solares,  jefe   cada   uno   de   los 


fuenterrabía,  — Antiguas  Murallas 


bandos  que  tanto   daño  hicieron  á  la  villa  y  á  la  provincia  por 
satisfacer  sus  personales  odios  y  venganzas. 

Fuenterrabía,  como  plaza  fronteriza,  tenía  castillo  y  muros 
formidables;  pero  carecía  aquél  de  carácter  feudal.  Encierra  dos 
partes  distintas ;  la  fachada  del  Poniente  que  es  de  la  época  de 
Carlos  V,  y  las  construcciones  sobre  el  Bidasoa  que  son  ante- 
riores. La  fachada  del  Poniente  tiene  en  su  centro  una  puerta  con 
arco  elíptico  y  cuatro  aspilleras  sobre  las  que  se  ven  otras  cua- 


G  U  I  I'  L    Z  C  o   \ 


275 


tro  ventanas  cuadriláteras  con  guardapolvos.  Termina  en  una 
gran  terraza,  sobre  la  que  hay  tres  troneras  para  piezas  de  ar- 
tillería, apoyándose  dicha  terraza  en  magníficos  arcos  de  sille- 
ría. Es  notable  esta  parte  como  construcción.  De  la  ornamenta- 
ción interior  no  queda  el  menor  vestigio.  Muros  ruinosos,  restos 
de  una  elegante  escalera,  ojivas  muy  agudas  de  elegante  traza- 
do y  no  muy  cargadas  de  ornamentación,  es  lo  único  que  se  ve 
dentro  del  edificio. 


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FUENTtKRABÍA.— Restos  dk  las  antiguas  KOin  hicaciones 


En  los  montones  de  ruinas  del  castillo  y  del  recinto  de  la 
población,  podrían  descubrirse,  desembarazándolos,  los  restos 
de  las  fortificaciones  de  Sancho  el  Fuerte ;  permitiendo  apreciar 
la  gran  importancia  que  tuvo  y  todo  revela ;  pues  además  de  lo 
mucho  que  Fuenterrabía  ha  figurado  en  los  tiempos  de  que  nos 
hemos  ocupado,  aún  la  veremos  figurar  en  hechos  de  más  alta 
prez  y  trascendencia. 

Pasajes  tuvo  también  su  pequeña  fortaleza  destinada  á  de= 
fender  la  pintoresca  y  no  muy  ancha  entrada  de  su  puerto   que 


276  GUIPÚZCOA 


se  esconde  entre  dos  elevadas  montañas,  como  si  las  hubiera 
cortado  de  un  tajo  un  gigante.  La  fortaleza  se  reduce  á  una 
torre  no  de  gran  consideración,  de  hacia  el  tiempo  de  los  Reyes 
Católicos. 

La  inmediata  Renteria  posee  una  antigua  casa  particular, 
cuyas  ventanas  trilobadas  ojivas  en  asterisco  y  una  puerta 
adelantada  con  ménsulas ,  pertenecen  á  la  última  época  del 
período  ojival.  Fué  villa  murada  con  cinco  puertas,  y  las  ca- 
sas torres  de  Laztelu,  Morroncho,  Urdinso,  Orozco  y  Uranzu, 
con  un  baluarte  cerca  de  la  puerta  que  mira  á  Francia.  Era 
su  mayor  enemigo  y  el  que  en  las  frecuentes  entradas  en 
esta  villa  acabó  con  todos  los  vestigios  que  en  ella  quedaban 
de  su  remota  antigüedad ;  conociéndose  sólo  algunos  del  cas- 
tillo de  Beloaga,  situado  en  lo  que  ahora  es  término  del  valle 
de  Oyarzun. 

En  lo  antiguo  había  astilleros  en  Renteria;  en  1762  se 
halló  en  el  principio  del  muelle  una  escalera  de  piedra  de  14 
gradas,  y  una  argolla  de  fierro,  como  en  los  embarcaderos.  Su 
comercio  marítimo  era  tan  floreciente,  que  en  los  papeles  de  su 
archivo  se  registran  buques  hasta  de  800  toneladas  y  se  conta- 
ban en  los  lugares  de  aquella  frontera  y  contornos  más  de  2000 
marineros.  Hoy  impide  el  fango  la  llegada  de  buque  alguno. 

Merece  especial  mención  el  retablo  principal  de  la  iglesia 
parroquial,  todo  de  jaspes  del  monte  Archipi,  término  de  la 
villa,  cuyo  retablo  es  obra  de  D.  Ventura  Rodríguez. 

Ni  en  Renteria  ni  en  sus  inmediaciones,  aun  cuando  vecina 
á  la  vía  romana,  si  por  ella  no  pasaba,  ó  algún  ramal,  y  próxima 
á  la  frontera  y  de  importancia  siempre  el  valle  de  Oyarzun  en 
el  que  se  asienta,  se  han  hallado  apenas  restos  de  construccio- 
nes romanas,  que  no  son  muy  importantes  los  de  que  se  tiene 
alguna  noticia;  tampoco  hay  castilos  feudales  ni  construcciones 
religiosas  románicas  ó  bizantinas  notables,  ni  en  el  resto  de  la 
provincia.  Las  construcciones  ojivales  debieron  seguramente  ser 
importadas  por  los  ingleses  que  edificaron  la  catedral  de  Bayo- 


GUIPÚZCOA  277 


na.  Algunas  casas  particulares  ensayaron  el  estilo  gótico,  pero 
tímidamente.  En  cambio,  el  renacimiento,  y  más  tarde  el  chu- 
rriguerismo, han  dejado  huellas  indelebles  de  su  paso. 

Las  iglesias  ó  más  bien  ermitas ,  que  debieron  elevarse  en 
los  siglos  XIII  al  XV,  y  se  salvaron  de  la  destructora  guerra 
de  los  bandos,  fueron  destruidas  por  el  orgullo  de  los  arqui- 
tectos del  renacimiento  que  hicieron  tabla  rasa  del  pasado,  con 
muy  raras  exepciones.  Vese  en  algunas  iglesias  conservada  una 
puerta  antigua,  alguna  pila  para  tomar  agua  bendita,  algún 
capitel :  pero  en  cantidad  insignificante  para  poder  apreciar  la 
importancia  de  la  iglesia  destruida  y  sobre  cuyas  paredes  se  han 
construido  las  que  han  llegado  hasta  nosotros. 

El  descubrimiento  de  las  Américas  fué  para  los  vasconga- 
dos un  gran  venero  de  riqueza,  y  aún  lo  es  hoy  mismo  para 
algunos,  si  bien  no  tantos  como  anteriormente.  Emigraban  mu- 
chos, perecían  ó  no  salían  de  la  pobreza  los  más;  pero  los  que 
ayudados  por  la  suerte  ó  el  ingenio,  ó  á  fuerza  de  trabajo 
y  economía  juntaban  un  buen  capital,  regresaban  á  su  pueblo, 
donde  el  deseo  de  mejorar  la  casa  nativa,  les  hacía  derribarla, 
así  como  la  pobre  ermita  que  á  los  ojos  del  mdmfio  se  presen- 
taba fea  y  miserable  comparándola  con  las  construcciones  que 
había  visto  en  las  tierras  que  recorrió  á  su  regreso;  y  eficaz- 
mente ayudado  por  los  arquitectos  del  renacimiento,  destruyó 
sin  piedad  todas  las  construcciones  de  algún  valor  histórico, 
para  él  de  ninguna  importancia  por  desconocerla  (i).  Á  estos 
indía?ios  se  deben  hoy  excelentes  edificios  de  escuelas,  cemen- 
terios y  otras  obras  modernas  no  menos  útiles,  que  informan  el 


(i)  León  del  Zureo,  alcalde  de  Kenteria,  propuso  en  29  de  Diciembre  i  6=;  5  lo 
siguiente:  «En  este  día  dijo  el  dicho  alcalde  que  la  villa  de  Tolosa.  Universidad  de 
Irun  y  la  villa  de  Hernani  valiéndose  de  la  ocasión  de  tener  en  esta  provincia  á 
Bernabé  Cordero,  insigne  arquitecto,  han  fabricado  los  altares  de  sus  parroquias 

con  admiración y  así  es  conveniente  valerse  de  esta  ocasión  y  que  sacando  dos 

trazas  la  una  se  remita  al  general  Martin  de  Zamalvide,  dándole  cuenta  como  las 
dichas  villas  y  Universidad  han  conseguido  el  tener  obras  tan  grandiosas  mediante 
el  favor  y  socorro  que  han  tenido  de  sus  hijos  devotos  y  generosos  que  han  teni- 
do en  Indias,  etc.,  etc.» 


278  GUIPÚZCOA 


progreso  de  los  tiempos,  y  más  se  les  debería  á  tener  más  pa- 
triotismo algunos  de  estos  afortunados  emigrantes  de  gran  for- 
tuna y  sin  familia. 

Llama  la  atención  de  cuantos  recorren  las  provincias  vascas, 
que  en  las  casas  más  humildes,  en  las  caserías  más  insignifican- 
tes situadas  en  los  más  elevados  cerros,  se  encuentren  blasones 
esculpidos  en  las  fachadas,  y  no  recientes,  sino  de  épocas  remo- 
tas; observándose  que  en  general  dominan  en  sus  cuarteles  el 
lobo,  el  jabalí,  el  perro,  la  zorra,  el  buey,  que  pueden  dar  una 
idea  de  las  costumbres  primitivas.  El  león  y  el  leopardo,  las  ca- 
bezas de  moros,  la  media  luna,  las  estrellas,  la  cruz,  la  grana- 
da, etc.,  tienen  su  origen  en  las  cruzadas  y  en  las  luchas  de 
Castilla  y  Aragón;  no  siendo  tan  comunes,  ni  viéndose  aisladas 
sino  acompañando  á  otros  signos. 

Encerrado  el  vasco  en  sus  montañas,  no  se  mezclaba  en  los 
grandes  acontecimientos  europeos  y  no  podían  ejercer  en  él  in- 
fluencia las  modificaciones  aristocráticas.  Cada  valle  era,  y  es 
hoy  en  parte,  una  especie  de  confederación:  adoptaba  un  signo 
que  luego  grabó  en  la  casa  consistorial  y  á  él  se  añadían  los 
que  los  reyes  autorizaban  á  poner.  Orgulloso  el  vascongado  de 
pertenecer  al  valle  que  le  vio  nacer,  que  le  defendía  con  heroís- 
mo y  le  amaba  con  pasión,  tomó  por  signo  las  plantas  que  en 
él  crecían,  los  animales  contra  los  que  constantemente  tenía  que 
luchar.  Más  tarde,  los  reyes  de  Navarra,  de  Aragón  y  de  Cas- 
tilla añadieron  á  esos  signos  primitivos  otros  tomados  del  bla- 
són caballeresco  de  Europa  para  perpetuar  los  servicios  presta- 
dos. Las  familias  vascas,  en  general,  se  contentaban  con  la 
sencillez  heráldica  del  primer  blasón;  las  de  más.  riqueza  é 
importancia,  cuyos  servicios  podían  ser  mayores,  ó  las  que  se 
unían  por  enlaces  á  casas  castellanas,  aragonesas  ó  navarras, 
recargaron  los  blasones  de  cuarteles  y  multitud  de  detalles  de 
los  que  hacían  ostentoso  alarde. 

Inútil  es,  pues,  buscar  monumentos  anteriores  al  siglo  xv. 
Si  alguno  pudo  quedar  en  San  Sebastián  de  construcción  poste- 


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28o  GUIPÚZCOA 


rior  como  las  casas  palacio  de  Mortara,  San  Millán,  del  conde 
de  Villalcázar  y  la  de  Balencegui,  perecieron  en  1813,  de  cuyo 
incendio  sólo  se  libró  la  parte  de  la  calle  de  la  Trinidad,  hoy  del 
Treinta  y  uno  de  Agosto^  pegada  al  monte  de  Urgull,  en  el  que 
está  el  fuerte.  De  esta  destrucción  se  salvaron  el  convento  de 
San  Telmo,  y  las  parroquias  de  San  Vicente  y  de  Santa  María. 

El  convento  de  San  Telmo  ó  San  Pedro  González,  trazado 
por  fray  Martín  de  Santiago,  de  la  misma  orden ,  era  un  sun- 
tuoso templo  acabado  en  155 1 ,  siendo  sus  fundadores  el  secre- 
tario de  Estado  D.  Alonso  Idiáquez  y  sn  mujer  D.^  Engracia  de 
Olazabal,  en  él  enterrados ;  sus  arquitectos,  Burbocoa  y  Sagar- 
sola,  vizcaínos:  hoy  sirve  de  parque  y  almacenes,  se  halla  en 
lastimoso  deterioro  y  sólo  da  idea  de  su  antiguo  esplendor  una 
de  las  fachadas  del  patio,  que  aparte  reproducimos,  obra  del 
religioso  Juan  de  Santesteban. 

En  privilegios  de  principios  del  siglo  xi  se  habla  ya  de  las 
parroquias  de  Santa  María  y  de  San  Vicente;  pero  la  construc- 
ción de  la  actual  fábrica  es  más  moderna.  La  de  San  Vicente 
data  del  año  1507,  y  se  debe  á  Miguel  de  Santa  Celay  y  Juan 
de  Urrutia,  vecino  de  Alquiza.  Se  compone  de  tres  naves  de 
arquitectura  gótica:  el  retablo  del  altar  mayor  de  gran  ostenta- 
ción, con  tres  cuerpos  de  distintos  órdenes,  y  el  airoso  atrio  fué 
todo  ejecutado  en  1584  por  Ambrosio  Bengoechea  y  Juanes  de 
Iriarte.  El  apostolado  y  otras  estatuas  con  varios  relieves  que 
representan  los  misterios  de  Cristo  son  de  mérito,  así  como  el 
dorado  y  la  medalla  de  las  ánimas  con  Nuestra  Señora  en- 
cima. 

Al  sur  del  templo  se  acusa  el  crucero  por  la  mayor  eleva- 
ción y  por  una  rosa  central  que  da  luz  al  interior.  Dos  grandes 
ventanas  ojivales  adornadas  de  toros  y  perfiles  de  la  época, 
surmontadas  de  arquivoltos  que  se  apoyan  en  cabezas  de  que- 
rubines, se  abren  á  derecha  é  izquierda  del  crucero.  En  los  án- 
gulos de  los  contrafuertes  se  ven  dos  capiteles  representando 
una  cabeza  de  hombre  colocada  entre  dos  personajes  dispuestos 


GUIPIZCOA 


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SAN  SEBASTIÁN'.  — Iglesia  de  San   \icenti 


282  GUIPÚZCOA 


horizontalmente  que  ponen  sus  manos  delante  de  la  boca  de 
aquel.  La  portada,  de  la  que  estos  capiteles  hubieron  de  formar 
parte,  ha  desaparecido  con  la  construcción  de  otra  de  mal  gusto, 
de  época  muy  reciente.  Corre  á  mitad  de  la  altura  del  muro  y 
sólo  en  la  parte  sur  una  banda  adornada  de  flores  con  grandes 
frutos.  En  el  lado  norte  se  observan  piedras  salientes  en  inten- 
to de  continuar  la  construcción.  Una  pesada  torre  carga  sobre 
este  pórtico.  La  puerta  de  ingreso  es  de  distinta  época  y  de 
muy  mal  gusto.  El  interior  responde  también  al  estilo  ojival  de 
la  decadencia,  viéndose  en  muchas  de  sus  partes  el  renacimien- 
to. Los  altares  están  empotrados  en  los  contrafuertes  y  los  hay 
de  todas  clases  y  estilos. 

Puede  observarse  que  debió  durar  mucho  tiempo  la  cons- 
trucción de  este  templo,  pues  las  bóvedas  que  cierran  la  iglesia 
acusan  ya  una  época  más  avanzada  que  las  demás  partes 
que  hemos  examinado.  Apenas  tiene  esta  iglesia  cimientos.  Fun- 
dada sobre  arena,  demuestra  la  confianza  que  en  hacerlo  así 
tenían  los  arquitectos  de  aquella  época ;  confianza  que  por  tra- 
dición se  ha  transmitido  sin  duda  á  los  de  nuestros  días  en 
aquella  ciudad  cimentada  toda  del  mismo  modo. 

Pedro  de  Zaldua,  natural  de  Asteasu,  uno  de  los  arquitectos 
de  más  fama  de  la  provincia  á  principios  del  siglo  xvii,  trazó  y 
dirigió  en  1604  el  pulpito  de  piedra  negra  con  balaustres  de 
mármol  trabajado  en  Lisboa  para  la  iglesia  de  Santa  María;  y 
á  él  se  debe  también  la  portada  principal  que  tenía  aquel  tem- 
plo, que  ya  no  existe  por  haberse  construido  otro  mayor  que 
el  antiguo,  en  el  mismo  sitio  (i). 

Lazardi  y  Salazar  trazaron  y  construyeron  en  1743  la  actual 
iglesia  de  Santa  María;  los  retablos  mayor  y  laterales  son  de 
Villanueva,  y  los  de  la  Soledad  y  Nuestra  Señora  del  Socorro 


(1}  Zaldua  construyó  también  el  palacio  de  D.  Juan  Mancisidor,  secretario  de 
guerra  de  Felipe  III  en  Flandes :  le  mandó  edificar  al  estilo  flamenco,  junto  á  Za- 
rauz,  en  un  prado  inmediato  al  convento  de  San  Francisco.  Si  lo  hubiera  acabado^ 
sería  una  de  las  obras  más  celebradas  de  Guipúzcoa. 


G  U  ¡  P  I    /  C  O  A 


SAN  SEBASTIÁN'.  —  Iglesia  de  Santa  María 


284  GUIPÚZCOA 

del   famoso   Rodríguez.    Ibero  acabó   en    17Ó4   la   iglesia,  que 
consta  de  3  naves  (i). 

Todas  las  partes  de  la  iglesia  de  Santa  María  pertenecen  á 
aquella  época  churrigueresca,  cuyo  género  lo  invadía  todo;  pues 
Gracián  en  la  prosa,  Góngora  en  la  poesía,  Rizi  en  la  pintura, 
el  mismo  Jordán,  seguían  aquellas  corrientes  amenazadoras;  sin 
que  por  esto  dejemos  de  reconocer  en  la  mayor  parte  de  las 
obras  de  aquel  tiempo  y  en  todos  los  géneros,  imaginación 
fecunda  y  gran  talento,  siquiera  se  extraviaran  con  frecuencia. 
Y  tiene  razón  el  ilustrado  arquitecto  de  Guipúzcoa  Sr.  Goicoa, 
al  que  tan  preciosos  datos  debemos;  al  arquitecto  no  debe  juz- 
gársele sólo  como  ornamentista,  hay  que  estudiar  el  conjunto 
de  sus  obras,  la  disposición  de  sus  trazas  y  el  repartimiento 
interior,  para  lo  cual  son  necesarias  grandes  dotes  que  adorna- 
ron en  alto  grado  á  Churriguera.  Así,  en  la  disposición  general 
de  los  cornisamentos  de  la  iglesia  que  nos  ocupa,  hay  una  pure- 
za de  líneas  que  no  se  ven  generalmente  en  las  obras  de  los 
discípulos  de  Churriguera,  como  salta  á  la  vista  comparando 
los  altares  que  hemos  citado  con  el  resto  del  templo.  Y  es  que 
Lizardi  y  Salazar,  si  bien  influidos  por  el  gusto  dominante,  su- 
pieron sustraerse  á  los  delirios  de  los  churrigueristas,  que 
derrocharon  caudales  para  dar  fama  á  sus  fantasías,  entre  las 
que  merece  especial  mención  el  famoso  transparente  de  Toledo, 


(i)  Había  nacido  Ibero  en  Azpeitia,  en  i  724,  y  sin  salir  de  Guipúzcoa  apren- 
dió con  su  padre  la  arquitectura,  ayudándole  en  la  construcción  del  colegio  de 
jesuítas  de  San  Ignacio  de  L.oyola.  Trabajó  con  él  en  la  tnonsiniosa  torre  de  Eigoi- 
bar,  y  edificó  la  casa  Ayuntamiento  y  dos  posadas  en  esta  villa,  dos  claustros  á 
los  lados  de  la  iglesia.  Construyó  la  graciosa  fachada  de  la  parroquia  de  San  Sebas- 
tián de  Azpeitia,  á  satisfacción  de  Ventura  Rodríguez.  (Son  seguramente  de  Ibero, 
que  seguía  aún  las  huellas  de  Churriguera,  la  portada  de  la  iglesia  y  el  ábside  del 
altar  mayor,  de  un  gusto  pervertido.)  Los  altares  del  Consulado  y  su  inmediato 
son  de  Tomás  Jaúregui,  otro  continuador  de  Churriguera  (a).  Churriguera  se  creía 
muy  superior,  y  hay  en  sus  trazas  gran  imaginación  y  un  dibujo  preciso.  Sus 
obras  son  en  general  muy  superiores  á  las  de  sus  discípulos  y  continuadores,  que 
extremaron  la  ornamentación.  1£1  bueno  ó  mal  gusto  camina  en  todas  las  cosas  á 
un  mismo  paso. 

(ít)     Se  deben  á  Jáuregui  otros  muchísimos  retablos  de  la  provincia  de  Guipúzcoa. 


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286  GUIPÚZCOA 


admiración  todavía  de  los  bobalicones.  Y  fué  una  época  en  la  que 
se  construyeron  muchas  obras  en  España ;  así  es  que  por  todas 
partes  se  encuentran  ejemplos  del  mal  gusto  entonces  predo- 
minante, y  que  debía  morir  gracias  al  renacimiento  que  se  inició 
en  las  artes  con  la  construcción  del  real  palacio  de  Madrid  y  la 
venida  de  arquitectos  extranjeros  para  dirigirlo,  por  más  que 
hubiera  entre  nosotros  eminencias  capaces  de  hacerlo. 

La  corrupción  en  el  arte  arquitectónico  se  debió  también  á 
influencias  exóticas;  que  no  es  justo  atribuirlo  sólo  á  Churri- 
guera,  cuyo  antecesor  fué  Berromino,  como  parece  querer  indi- 
car la  palabra  churriguerismo,  aplicada  á  todo  aquello  que 
está  ejecutado  sin  orden  ni  concierto,  cual  si  hubiese  sido  su  in- 
ventor. 

Consignadas  las  anteriores  observaciones,  por  creerlas  per- 
tinentes y  muy  á  propósito  al  tratarse  de  la  arquitectura  de 
Guipúzcoa,  terminaremos  manifestando  que  son  de  gran  valen- 
tía los  arcos  de  la  iglesia  de  Santa  María  que  unen  entre  sí  los 
pilares,  del  centro.  Son  estos  octógonos,  adornados  de  cuatro 
capiteles  corintios,  perfilándose  en  la  cornisa  todas  las  líneas 
inferiores.  Cuatro  estatuas  de  Evangelistas  completan  la  deco- 
ración de  estos  pilares.  Todo  acusa  la  intención  de  terminar  con 
una  cúpula  y  cuerpo  de  luces  en  esta  parte  central,  que  se  halla 
cubierta  por  un  casquete  esférico  apoyado  en  una  cornisa  muy 
decorada. 

El  coro  ocupa  todo  el  ancho  de  la  iglesia;  el  arco  central 
es  muy  elegante,  muy  rebajado.  El  total  del  templo  presenta 
un  conjunto  armonioso  y  bello.  Su  órgano,  moderno,  es  uno  de 
los  de  más  mérito  de  España,  y  si  no  es  superior,  no  le  excede  el 
de  la  Magdalena  de  París  y  el  de  San  Francisco  el  Grande  en 
Madrid. 

Domingo  de  Estala  y  Juan  de  Alzolaraz,  construyeron  la 
puerta  de  tierra  de  la  fortaleza  de  San  Sebastián,  en  la  que  se 
colocó  en  1 5  7  7  un  magnífico  escudo  de  armas  reales  trabajado  por 
el  arquitecto  Pedro  Picart,  destruido  por  los  franceses  en  la  gue- 


Cí  U  I  P  U  2  C  o  A 


287 


rra  de  la  Independencia.  Esta  fortaleza,  de  planta  cuadrada,  se 
empezó  en  1 5  1 6  por  anteriores  planos  del  conde  Pedro  Navarro, 
inventor  de  las  minas  que  se  usan  ahora,  y  se  siguió  trabajando 


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SAN  SEBASTIÁN.- Subida  al  Castillo  de  la  Mota 


hasta  1542  bajo  la  dirección  de  Diego  de  Vera.  Se  construyó 
este  año  el  lienzo  de  Oriente  de  unos  i  2  pies  de  espesor,  y  el 
de  Occidente  de  7,  rematando  ambos  en  cubos.  En  medio  de 
ellos  el  de  Mediodía,  más  alto  que  los  otros,  de  32  pies  de 
grueso  y  con  un  cubo  en  el  medio  llamado  imperial  por  haberse 


288  GUIPÚZCOA 


trabajado  en  tiempo  del  emperador  Carlos  V.  D.  Juan  Acuña, 
capitán  general  de  Guipúzcoa,  trazó  en  1567  el  rebellín  situado 
junto  al  postigo  de  San  Nicolás,  y  otros  ingenieros  dirigieron 
los  baluartes  y  demás  obras  exteriores  que  se  construyeron  en 
los  reinados  de  Felipe  III,  Felipe  IV,  Carlos  II  y  Felipe  V. 

Se  dice  que  Hércules  Torels  ó  Torrelli,  ingeniero  y  arqui- 
tecto militar,  trazó  y  dirigió  la  construcción  del  castillo  de  la 
Mota.  Habrá  sido  alguna  parte  de  él,  porque  es  del  tiempo  de 
Carlos  V,  y  sobre  otro  más  antiguo  que  mandó  levantar  Don 
Sancho  el  Fuerte  de  Navarra,  y  porque  en  este  mismo  reinado 
de  Carlos  II  el  arquitecto  ingeniero  D.  Diego  Luís  Arias  cons- 
truyó almacenes,  cisternas  y  otras  piezas  subterráneas.  Lo  que 
es  indudable,  es  que  Torrelli  trabajó  en  el  castillo  hasta  el 
año  1694,  que  pasó  á  reconocer  las  plazas  de  la  costa  de  Anda 
lucía  y  África. 

Hoy  es  este  castillo  casi  inútil,  como  se  vio  en  la  última 
guerra  civil,  que  no  evitó  el  bombardeo  de  la  ciudad,  como 
tampoco  le  impidió  en  1835.  Pueden  dominarse  sus  fuegos  per 
fectamente  desde  los  montes  Igueldo  y  UÜa,  y  desde  las  alturas 
de  San  Bartolomé;  para  la  defensa  del  puerto  y  de  la  parte  de 
la  Zurrióla,  es  deficiente;  así  que  en  caso  de  guerra  sería  más 
perjudicial  que  útil  para  el  vecindario,  que  há  tiempo  está  pidien- 
do su  desaparición  para  dar  más  conveniente  destino  á  toda 
aquella  montaña,  desde  la  que  se  disfrutan  encantadoras  vistas, 
de  las  que  suele  estar  privado  el  público  por  la  rígida  cuanto 
absurda  suspicacia  militar. 

Si  es  de  lamentar  que  no  podamos  registrar  muchas  obras 
antiguas,  eslo  también  que  el  Tratadillo  de  los  célebres  arqui- 
tectos de  Guipúzcoa  escrito  por  el  Dr.  Isasti,  no  se  imprimiera 
ni  el  manuscrito  parezca.  Se  opuso  á  que  se  diera  á  la  estampa 
la  diputación  de  aquel  tiempo  y  el  censor  Gil  González  Dávila, 
cronista  del  rey,  que  tenía  en  más  las  muchas  sandeces  y  fana- 
tismo de  sus  obras,  que  las  noticias  que  pudiera  dar  el  ilustrado 
Isasti. 


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290 


GUIPÚZCOA 


II 


El  santuario  de  Nuestra  Señora  de  Iciar,  jurisdicción  de 
Deva,  es  uno  de  los  más  venerados  de  la  provincia.  Situado 
en  una  eminencia,  desde  la  que  se  descubre  una  gran  extensión 


Vista  de  Iciar 


del  Océano,  no  sólo  la  invocan  en  sus  peligros  los  marinos  pró- 
ximos á  naufragar  á  la  vista  de  aquella  imagen,  sino  los  que  en 
lejanos  mares  le  son  devotos  y  esperan  por  su  intercesión  la 
vida.  Así  hacen  á  la  Virgen  tantas  ofertas,  religiosamente  cum- 
plidas; y  son  de  ver  las  conmovedoras  procesiones  de  marine- 
ros que  acuden  fervorosos  y  agradecidos  á  poner  á  las  plantas 
de  la  sagrada  imagen  las  ofrendas  de  su  piedad,  siendo  de  ad- 
mirar que  aquellos  hombres  de  piel  curtida,  de  feroz  aspecto, 
que  parecen  haber  desechado  ó  no  haber  abrigado  jamás  en  su 


G  U  I  P  I    /.  C  o  A 


DEVA. — Claustro  de  la  Iglesia 


292  GUIPÚZCOA 


corazón  el  menor  sentimiento  de  ternura,  por  su  costumbre  de 
luchar  con  los  elementos  en  su  mayor  impetuosidad  más,  ó 
tanto  como  para  defender  la  vida,  para  salvar  su  buque,  derra- 
man abundantes  lágrimas  al  postrarse  de  hinojos  ante  la  Vir- 
gen de  Iciar. 

Cuenta  la  tradición  que  esta  milagrosa  imagen,  que  se  ve- 
nera en  el  altar  mayor  de  la  parroquia  bajo  la  advocación  de 
Santa  María,  se  apareció  á  una  doncellita  de  Iciar.  Se  tienen 
noticias  de  su  existencia  á  principios  del  siglo  xi,  y  hay  documen- 
tos posteriores  que  áella  se  refieren.  Más  antiguo  Iciar  que  Deva, 
pues  ésta  villa  se  fundó,  como  hemos  visto,  en  el  término  de 
aquél,  y  siendo  éste  algo  dilatado,  los  pobladores  de  ambos  pue- 
blos rendían  culto  á  la  milagrosa  imagen  (i)  que  ha  sido  objeto 
de  una  gran  peregrinación  en  1884. 

El  templo  es  muy  capaz,  de  una  sola  nave,  de  buena  arqui- 
tectura y  sólida  construcción.  La  sacristía  con  su  media  naranja, 
y  el  camarín  de  Nuestra  Señora  son  obras  dignas  de  mención  y 
de  ser  visitadas. 

Lo  es  asimismo  la  iglesia  parroquial  de  Deva,  por  su  ele- 
gante claustro,  en  cuyo  patio  estaba  el  cementerio,  y  el  pórtico 
de  entrada  al  templo,  de  arcos  ojivales  de  buen  gusto  con  san- 
tos, figuras  y  adornos,  todo  de  piedra  y  resguardado  en  gran 
parte  de  la  intemperie  por  el  grande  atrio  ó  portalón  que  le 
cubre.  Se  ha  contado  que  este  gran  templo  se  costeó  con  el 
producto  de  algunos  maravedises  por  cada  arroba  de  lana  de 
la  que  se  embarcaba  en  el  puerto  de  Deva,  al  que  acudían,  por 
más  próximo,  todas  las  lanas  de  la  Rioja  y  Castilla,  hasta  que 
el  camino  que  por  la  Peña  de  Orduña  se  abrió  á  Bilbao,  llevó  á 
esta  villa  tan  productivo  comercio. 

La  ermita  del  Cristo  de  Lezo,  la  de  Nuestra  Señora  de 
Guadalupe  en  Fuenterrabía,  cuya  basílica  fué  construida  en  1639, 


(i)     Existe  una  Historia  de  la  Virgen  de  Iciar ^  por  D.  Pedro  José  de  Aldazabal 
Y  MuRGUíA,  publicada  en  Pamplona  en  i  767. 


GUIPÚZCOA 


29  J 


en  grato  recuerdo  de  la  victoria  conseguida  el  año  antes  contra 
los  franceses,  y  otras  muchas  bajo  la  advocación  de  vírgenes  y 


¿ui: 


DEVA.  —  Portada  de  la  Iglesia 


santos  que  hay  en  Guipúzcoa,  sólo  tienen  de  notables  la  vene- 
ración que  el  pueblo  les  profesa  y  lo  bullicioso  de  sus  concurri- 
das romerías;  si  bien  en  ninguna  hay  festejos  tan  originales 
como  en  Fuenterrabía  el  8  de  Setiembre  de  cada  año,  en  cuya 


294  GUIPÚZCOA 


fiesta  de  la  Natividad  de  la  Virgen,  se  conmemora  el  triunfo 
obtenido  contra  los  tenaces  sitiadores  de  la  ciudad,  parodiando 
sencilla  y  teatralmente  un  alarde  militar,  en  el  que  no  faltan 
repetidas  descargas  de  fusilería  por  los  entusiastas  titiribitis , 
que  así  llaman  á  los  protagonistas  de  la  fiesta. 

Otro  de  los  $antuarios,  más  célebres  en  lo  antiguo  que  con- 
currido en  el  día,  es  el  de  Nuestra  Señora  de  Aranzazu,  situado 
en  una  de  las  estribaciones  de  los  Pirineos,  alta  sierra  que  sepa- 
ra á  Guipúzcoa  de  Navarra  y  de  Álava,  dirigiéndose  desde  el 
puerto  de  San  Adrián,  de  oriente  á  occidente.  En  una  de  sus  pro- 
longaciones, en  la  alta  de  Aiztgorri,  cuyas  aguas  van  á  ambos 
mares,  ya  mediado  el  siglo  xv,  se  apareció  en  un  espino  la  Virgen 
que  aún  se  venera  con  el  nombre  de  Aranzazu,  que  quiere  decir 
fjVos  en  el  espino:'  que  parece  fueron  las  palabras  que  al  des- 
cubrirla pronunció  el  pastorcillo  Rodrigo  Balzátegui.  Comunicó 
éste  al  día  siguiente  á  la  vecina  Oñate  su  hallazgo,  esforzándose 
para  que  le  creyeran,  cuando  casualmente  se  efectuaba  proce- 
sión de  rogativas  para  que  cesara  la  pertinaz  sequía  de  dos  años 
que  arruinaba  al  país,  la  cual,  según  Iturriza,  fué  enviada  por  Dios 
para  castigar  la  obstinación  de  los  bandos  contendientes,  se  apa- 
ciguasen, «abrieran  los  ojos  y  pidiesen  misericordia  de  tantos 
delitos  cometidos  en  más  de  40  años  de  continua  discordia,» 
después  de  haberla  profetizado  San  Vicente  Ferrer  que  anduvo 
predicando  en  la  provincia.  Acordaron  al  fin  ir  los  más  robustos 
del  clero  y  del  pueblo  por  ser  largo  y  áspero  el  camino,  lleno 
de  barrancos  y  despeñaderos,  y  al  llegar  al  sitio  donde  está  la 
aparecida  imagen  la  rindieron  fervoroso  culto,  cubriéndola  des- 
pués con  ramas,  tablas  y  otras  cosas  que  al  intento  llevaban. 
Con  esta  visita  á  la  Virgen  coincidió  comenzarse  á  nublar  el  cie- 
lo, y  al  regresar  los  peregrinos  á  Oñate  con  la  fausta  nueva  de  la 
verdad  de  la  aparición  de  la  Virgen,  comenzó  abundante  y  ferti- 
lizadora  lluvia  á  enloquecer  á  todos  de  alegría,  pues  ya  comen- 
zaban á  experimentar  la  milagrosa  intercesión  de  aquella  Señora 
en  favor  del  país. 


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296  GUIPÚZCOA 


Nada  más  natural  que  el  agradecimiento  de  los  devotos  oña- 
tenses ;  por  lo  que  acordaron  trasladar  la  Virgen  á  la  parroquial 
de  San  Miguel  ó  á  alguna  de  las  32  ermitas  que  había  dentro 
de  la  jurisdicción  de  la  villa;  así  lo  hicieron;  pero  la  imagen  se 
volvió  al  espino;  y  comprendiendo  los  hijos  de  Oñate  que  no 
quería  la  Virgen  recibir  homenajes  en  la  villa,  determinaron 
construir  una  iglesia  en  el  pequeño  llano  que  se  extiende  desde 
Arrieruz  hasta  Guesalza.  Acopiáronse  materiales;  mas  al  comen- 
zar la  obra  se  encontraron  los  operarios  con  que  aquellos,  así 
como  la  imagen,  habían  desaparecido,  trasladándose  todo  al  lu- 
gar de  la  aparición.  Decidióse  edificar  una  ermita,  no  precisa- 
mente en  aquel  lugar,  por  las  dificultades  que  presentaba  el 
terreno,  sino  en  otro  muy  próximo,  el  que  ocupa  hoy  la  Capilla 
del  Santo  Cristo:  se  colocó  la  Virgen  provisionalmente  en  una 
capilla  de  madera ;  desapareció  otra  vez,  y  no  se  insistió  más 
en  separarse  del  espino. 

Erigióse  primero  una  pequeña  capilla,  después  proyectaron 
los  frailes  mercenarios  establecerse  en  aquellas  asperezas,  y  co- 
menzaron á  fabricar  un  convento ;  pero  arredrados  por  el  frío  y 
rudeza  del  sitio,  abandonaron  la  obra,  que  la  continuaron  los 
franciscanos,  los  cuales,  ó  sea  los  moradores  de  esta  casa,  no 
queriendo  aceptar  la  reforma  de  la  Ord,en  y  reducirse  á  su  pri- 
mitivo instituto,  abrazaron  el  de  la  Orden  de  predicadores,  que 
ocuparon  el  monasterio.  Disputáronles  su  posesión  los  francisca 
nos,  y  después  de  haber  intentado  las  vías  de  hecho,  y  aun  el 
rigor  de  las  armas,  obtuvieron  los  dominicos  en  los  tribunales 
de  justicia  ejecutorias  de  pertenencia. 

Á  los  treinta  y  ocho  años  de  su  establecimiento,  en  1552,  se 
quemó  el  convento,  quedando  la  iglesia  intacta,  pereciendo  casi 
todos  los  documentos  de  su  archivo;  le  reedificó  la  caridad  pú 
blica;  volvió  á  quemarse  en  1622;  y  con  las  limosnas  que  se 
fueron  reuniendo  se  construyó  el  actual  Santuario  sobre  un  ba- 
rranco profundísimo,  formado  de  duras  rocas,  apoyando  la  obra 
en  tres  gigantescas  puntas  ó  peñascos  que,  caprichosamente  co- 


GUIPÚZCOA  297 


locados  por  la  naturaleza,  le  ofrecían  tan  difícil  como  inusitada 
base,  pareciendo  colgado  en  un  barranco.  Nada  más  grandioso 
é  imponente  que  la  naturaleza  que  rodea  al  edificio. 

En  creciente  progreso,  se  hizo  casa  de  estudios,  contando  á 
principios  de  este  siglo  más  dé  sesenta  y  un  profesos,  varios 
criados,  una  sindica  y  cinco  criadas;  llegó  á  poseer  grandes  rique- 
zas en  alhajas  ofrecidas  á  la  Virgen,  albergando  además  el  tem- 
plo algunas  preciosidades  artísticas,  obras  de  Gregorio  Hernán- 
dez y  una  Concepción  de  Murillo :  los  franceses  expulsaron  á 
los  religiosos  en  1809;  en  1822  fué  saqueado  é  incendiado  el 
convento;  se  reedificó  después;  nuevamente  se  incendió  de  or- 
den de  Rodil  en  1834,  disolviendo  la  comunidad,  simpática  á  los 
carlistas.  Reedificado  el  templo  en  1846,  volvió  á  él  la  Santa 
Imagen  conducida  en  ostentosa  procesión;  se  autorizó  en  1878 
la  fundación  de  una  comunidad  de  franciscanos  que  viviera  con 
arreglo  á  su  instituto  sin  gravamen  alguno  para  el  Estado  ni 
para  los  municipios;  se  efectuó  al  año  siguiente  una  concurrida 
peregrinación,  y  hoy  sólo  es  el  Santuario  de  Nuestra  Señora  de 
Aranzazu  objeto  de  devoción  para  peregrinos  y  de  curiosidad 
para  turistas. 


III 


A  los  anteriores  Santuarios  sobrepujó  bajo  todos  conceptos 
el  templo  erigido  al  fundador  de  la  Compañía  de  Jesús. 

Entre  las  villas  de  Azcoitia  y  de  Azpeitia,  en  uno  de  los  más 
encantadores  valles  de  Guipúzcoa,  fertilizado  por  el  río  Urola, 
se  comenzó  á  levantar  en  el  siglo  xvii  por  el  arquitecto  Fontana 
el  celebrado  Santuario  de  Loyola,  con  la  expresa  condición  al 
cederse  para  él  el  terreno,  de  que  no  se  demoliera  pared  alguna 
de  la  casa  solar  en  que  nació  San  Ignacio  de  Loyola.  Así  forma 

parte  integrante  de  tan  famoso  edificio  la  llamada  Casa  Santa, 

38 


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298 


GUIPÚZCOA 


que  se  conserva  y  una  especie  de  zaguán  ó  pórtico  en  el  primer 
departamento  de  la  casa. 

Por  los  recuerdos  que  representa,  no  por  su  arquitectura,  es 
notable  la  casa  solar  del  guerrero  jesuíta.  En  el  último  piso,  que 


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Casa    solar   de   Lo  vola 

(De  una  estampa  antigua) 


se  supone  fué  habitado  por  el  Santo  antes  y  después  de  su  con- 
versión, se  ve  la  alcoba  y  el  mismo  cielo  de  la  cama  de  San  Igna- 
cio, sin  que  el  destrozo  causado  por  los  años  impida  traslucir 
la  elegancia  del  damasco  y  del  fleco  de  plata  que  aún  la  guar- 
necen. 


GUIPÚZCOA 


Santuario  de  Loyola 


300  GUIPÚZCOA 


De  este  dormitorio  se  pasa  á  una  pieza  destinada  á  sacristía, 
que  contiene,  entre  otras  cosas  notables,  dos  trozos  de  mármol 
de  extraordinario  mérito.  Junto  á  la  alcoba  está  el  oratorio,  que 
tanto  excita  la  piedad  de  los  fieles,  especialmente  la  imagen  del 
Santo,  en  cuyo  pecho  ostenta  uno  de  los  huesos  extraídos  de  su 
cuerpo  mortal.  En  aquel  oratorio,  de  forma  cuadrangular,  dice 
la  tradición  que  tuvo  el  Santo  la  visión  de  San  Pedro  al  regre- 
sar del  cerco  de  Pamplona ;  y  allí  él  arte  ha  transmitido  por  me- 
dio de  la  pintura,  diferentes  milagros,  y  una  conferencia  con  San 
Francisco  de  Borja,  que  también  abandonó  las  grandezas  del 
mundo  para  militar  en  la  Compañía  de  Jesús. 

Sobre  la  puerta  morisca  hay  esta  inscripción : 

Casa  solar  de  Loyola 
Aquí  nació  S.  Ignacio  en  1491 
Aquí,  visitado  por  S.  Pedro  y  la  Santísima  Virgen, 
Se  entregó  á  Dios  en  1 5  2 1 . 

Encima  de  esta  lápida  están  las  armas  representando  una 
caldera  colgada  de  unas  llaves  en  campo  de  plata  y  á  cada  lado 
un  lobo  empinado  agarrando  el  borde  y  las  asas. 

Una  gran  tranca  que  se  conserva  detrás  de  la  puerta,  se 
muestra  al  público  como  la  antigua,  con  la  cual,  en  tiempo  del 
Santo,  se  cerraba  por  dentro.  Tiene  aspecto  de  antigüedad,  y 
está  desgastada  por  las  muchas  astillas  arrancadas  de  ella. 

Fundadora  del  Santuario  la  reina  D.^  María  Ana  de  Austria, 
viuda  de  Felipe  IV,  había  comenzado  por  obtener  (1682)  de  los 
marqueses  de  Alcañices  y  de  Oropesa,  dueños  de  la  antigua 
torre  de  la  casa  de  Loyola,  la  cediesen,  para  cederla  á  su  vez  y 
el  santuario  á  los  jesuítas  á  fin  de  que  situaran  en  aquel  sitio 
el  colegio;  pidió  á  D.  Carlos  II,  su  hijo,  le  incorporase  en  el  pa- 
tronato real  con  los  mismos  privilegios  que  gozaba  el  monaste- 
rio del  Escorial  y  los  conventos  de  las  Descalzas  y  de  la  Encar- 
nación de  Madrid,  á  lo  que  accedió  tan  piadoso  monarca,  y  dueña 
la  Compañía  de  Jesús  de  la  casa   de   Loyola,  se  encargó  de 


GUIPÚZCOA  301 


levantar  el  suntuoso  edificio  denominado  exageradamente  la  ma- 
ravilla de  Guipúzcoa. 

Su  bella  escalinata  y  hermosa  cúpula,  llaman  seguramente 
la  atención  del  viajero. 

La  planta  del  edificio  es  un  paralelógramo  rectángulo,  con 
dos  resaltos,  figurando  todo  una  águila  levantando  el  vuelo:  su 
cuerpo  es  la  iglesia,  el  pico  la  portada,  las  alas  la  casa  santa  y 
el  colegio,  y  la  cola  varias  oficinas. 

La  fachada  principal  tiene  524  pies;  lo  mismo  la  opuesta, 
y  las  de  los  costados  210  cada  una;  siendo  la  área  total  de 
unos  I  22,000. 

Sobre  la  majestuosa  escalinata,  de  tres  ramales,  con  balaus- 
tradas de  piedras  con  leones  y  otros  ornamentos,  se  alza  la  por- 
tada, pesada,  de  figura  convexa,  constando  de  un  cuerpo  con 
tres  arcos  de  medio  punto;  sirve  de  entrada  al  de  enfrente,  ador- 
nado con  cuatro  medias  columnas,  con  pilastras  en  las  dos  res- 
tantes, terminando  todo  con  un  frontispicio  triangular,  sin  gallar- 
día, un  escudo  de  armas  en  medio  y  balaustradas  por  ambos 
lados.  Lo  más  notable  de  este  pórtico  son  los  exquisitos  már- 
moles con  que  está  fabricado:  le  decoran  cuatro  estatuas;  y  es 
unánime  la  opinión  de  la  falta  de  buen  gusto  ;  además  de  que  su 
forma  semi-circular  no  es  la  más  á  propósito  para  el  mejor  efec- 
to de  tan  rico  vestíbulo. 

Por  la  puerta  de  en  medio  (por  no  dejarla  quizá  sola  hay 
otras  pequeñas  con  frontones  triangulares),  y  entre  dos  colum- 
nas salomónicas,  se  entra  en  la  iglesia,  que  es  una  rotonda  de 
131  pies  de  diámetro,  sosteniendo  su  cúpula  ocho  grandes  pila- 
res que  forman  una  galería  circular. 

El  decorado  interior  es  de  tan  mal  gusto  como  el  exterior. 
El  retablo  mayor  que  pudo  ser  una  excelente  obra  de  arte,  y  en 
el  que  se  emplearon  los  más  ricos  mármoles,  no  tiene  más  de 
notable  que  su  empleo  en  embutidos  y  mosaicos  del  peor  gusto. 
Compone  su  mezquino  cuerpo  dos  columnas  espirales  con  una 
imagen  de  San  Ignacio,  que  ha  sustituido  á  una  de  plata  rega- 


302  GUIPÚZCOA 


lada  por  la  compañía  de  Caracas,  y  que  hoy  conserva,  para  ma- 
yor seguridad,  la  villa  de  Azpeitia. 

Dos  altares  laterales,  consagrado  el  uno  á  Nuestra  Señora 
del  Patrocinio,  y  á  San  Francisco  Javier  el  otro,  buenas  imáge- 
nes talladas  y  bien  colocadas  en  nichos  con  guarniciones  y  otros 
adornos  en  talla  y  dorado,  resaltan  á  su  vez  y  hacen  resaltar 
los  mármoles  del  retablo,  perfectamente  ligados  sus  colores  y 
clases,  sobresaliendo  las  columnas  brillantes  de  una  pieza  con 
las  bases  y  capiteles  de  mármol  blanco.  La  mesa  de  altar  está 
sostenida  por  una  urna  hecha  con  dos  piedras  ricas ;  y  corona  el 
altar  un  cascarón  ó  cuarto  de  esfera  cóncavo,  adornado  de  floro* 
nes,  ángeles,  rayos  de  luz  y  atributos  peculiares  á  la  imagen. 

Lo  mayor  parte  de  los  demás  altares  están  sin  concluir. 

Ocho  pequeñas  puertas  comunican  la  iglesia  con  el  colegio, 
con  la  casa  santa  y  las  dos  sacristías;  y  hay,  sobre  aquellas,  otras 
tantas  tribunas,  no  del  mejor  efecto. 

La  cúpula,  toda  de  piedra,  de  75  pies  de  diámetro,  fué  ce- 
rrada, á  pesar  de  los  que  opinaban  la  imposibilidad  de  hacerlo, 
por  D.  Ignacio  de  Ibero,  que  habría  realzado  su  gloria,  si  en 
otras  partes  de  la  fábrica  no  se  hubiera  dejado  llevar  del  mal 
gusto  de  la  época.  Ocho  ventanas  dan  luces  al  grandioso  cimbo- 
rio, cuya  linterna  remata  á  200  pies  de  elevación;  ostentando  en 
el  cascarón  mantos,  coronas  y  obeliscos  pareados. 

La  solidez  de  la  obra,  la  riqueza  de  los  materiales  en  ella 
empleados,  el  pavimento  de  mármoles  de  diversos  colores,  la 
forma  del  edificio,  el  aspecto  de  triste  severidad  que  le  da  lo 
oscuro  de  sus  mármoles,  y  no  pocos  detalles  verdaderamente 
hermosos,  revisten  todo  cierta  magnificencia  y  grandiosidad,  que 
sostienen  justamente  la  fama  de  aquel  santuario,  tanto  más  no- 
table cuanto  que  no  hay  en  estas  provincias  templos  de  extraor- 
dinario mérito.  Sin  terminarse  una  de  las  alas  del  edificio,  des- 
luce el  conjunto  de  toda  la  obra;  pero  ahora  se  han  reunido 
fondos  para  terminarla,  y  se  está  terminando. 

Casi  todos  los  mármoles  empleados  son  de  la  provincia. 


APITULO   IX 


.  —  Armamentos. — Nuevas  armas. 
Felipe  IV  en  San  Sebastián 


'UADA  la  paz  de  Cambray, 
concertóse  la  entrevista  de  Doña 
Catalina,  reina  de  Inglaterra,  con  su 
hija  Doña  Isabel  que  lo  era  de  España; 
cuya  señora  acompañada  de  los  du- 
ques de  Alba,  Infantado  y  Osuna,  del 
cardenal  de  Burgos  y  otros  persona- 
jes, salió  de  Madrid  (1565)  entró  en 
Guipúzcoa  por  Alsasua,  recibióla  la 
diputación  en  la  jurisdicción  de  Segu- 
ra (i);  confesó  y  comulgó  en  la  pa- 
rroquia de  esta  villa  por  ser  la  Pascua 


(i)    Acompañados  de  mucha  gente  en  traje  y  orden  de  guerra,  estaban  los  di- 
putados vestidos  con  capotes  tudescos  de  terciopelo  negro  guarnecidos  con  fran- 


304  GUIPÚZCOA 


del  Espíritu  Santo,  diciendo  la  misa  de  pontifical  el  obispo  de 
Pamplona;  siguió  á  Villafranca,  donde  se  hallaba  congregada  la 
junta  general  de  Guipúzcoa,  se  repitió  el  besamanos,  al  que 
asistieron  los  procuradores  y  alcaldes  de  todas  las  villas  de  la 
provincia,  y  por  Tortosa  y  Hernani  se  dirigió  á  San  Sebastián, 
acompañada  ya  del  duque  de  Orleans  y  muchos  caballeros  fran- 
ceses (i).  Marchó  la  reina  el  13  de  Junio  á  Rentería  (2),  con- 
tinuó por  Oyarzun  á  Irún  donde  pernoctó,  y  al  día  siguiente 
abrazó  en  Francia  á  su  madre  y  á  su  hermano  el  rey  Carlos  IX, 
quienes  con  los  cardenales  y  obispos  que  les  acompañaban  hi- 
cieron á  la  reina  española  suntuoso  recibimiento.  Regresó  Doña 
Isabel  el  3  de  Julio  del  mismo  año,  atravesando  el  Bidasoa  en 
una  magnífica  embarcación,  destinada  al  efecto  por  Guipúzcoa, 
acompañándola  hasta  Irún  su  madre  y  el  delfín  de  Francia, 
procediendo  de  la  misma  manera  la  diputación  al  día  siguiente 
con  la  reina  de  Inglaterra  al  regresar  ésta  á  Francia  por  que- 
darse con  la  de  España  el  delfín;  volvieron  por  Rentería  á  San 
Sebastián,  donde  durante  su  breve  estancia  paseó  la  reina  por 
mar  con  sus  damas.  En  Tolosa  deseó  ver  funcionar  una  ferrería, 
lo  cual  presenció  en  la  de  Yarza.  En  Villafranca  se  despidió  la 
junta  de  procuradores  de  la  provincia;  en  Segura,  el  delfín,  y  al 
pisar  Navarra,  la  diputación  guipuzcoana. 

Sirvió  Guipúzcoa  á  Felipe  II  con  gente  de  mar  y  tierra  para 
las  guerras  de  los  Países-Bajos  y  Portugal;  se  presentaron 
^^  I579>  á  hacer  retirar  á  los  franceses  que  de  nuevo  aspiraban 
á  Fuenterrabía ,  y  la  paz  en  que  se  vivió  en  el  reinado  de  Feli- 
pe III  se  aprovechó   en   ejercicios   militares,   que  la  diputación 


jas  de  plata,  y  sus  caballos  lujosamente  enjaezados,  seguidos  de  muchos  pajes  y 
criados  vestidos  de  librea,  acompañados  además  de  muchos  parientes  y  principa 
les  hijos-dalgo,  precedidos  de  la  tropa. 

Después  de  besar  la  mano  á  la  reina  la  arengó  el  diputado  y  comendador  de 
Santiago  D.  Pedro  de  Zuezola. 

(i)  Recibida  ostentosamente  en  las  anteriores  poblaciones,  pudo  distinguirse 
San  Sebastián  por  presentar  más  gente  de  guerra  y  por  los  disparos  de  la  artillería 
de  la  plaza,  castillo  y  embarcaciones. 

(2)     Aquí  comieron  y  bebieron  cuantos  quisieron. 


GUIPÚZCOA  305 


mandó  se  efectuaran  en  todas  las  villas  y  lugares  (1600 -1609), 
y  que  t  hicieren  lista  y  muestra  de  armas  de  las  que  tienen  los 
vecinos  de  V.  S.  y  á  los  que  no  las  tuvieren  siendo  de  edad 
de  18  años  hasta  70,  compelan  y  apremien  á  que  las  tengan  á 
su  costa  ayudándoles  para  que  se  las  den  de  los  almacenes 
de  S.  M.  por  su  dinero  (i).> 

No  era  esto  difícil,  porque  la  industria  armera  estaba  muy 
desarrollada  en  Guipúzcoa.  En  el  mismo  San  Sebastián  había 
por  entonces  fábricas  de  armas  de  fuego  y  blancas  de  todas  cla- 
ses, de  armaduras,  morriones,  rodelas,  etc.,  etc.,  y  en  1574, 
Juan  Pérez  Ercilla  inventó  en  aquella  población  un  cañón  de 
hierro  de  926  libras,  que  disparaba  con  32  de  pólvora  una  bala 
de  33  libras  á  enorme  distancia;  y  Andrés  Lloydi,  célebre  maes- 
tro de  armas,  trabajó  para  Felipe  III  en  San  Sebastián  cinco 
arcabuces  ochavados  de  cinco  tiros  cada  uno,  con  sólo  un 
fuego. 

Concertados  los  desposorios  del  príncipe  de  Asturias,  luego 
Felipe  IV,  aun  cuando  sólo  tenía  cinco  años,  con  D.^  Isabel  de 
Borbón ,  hija  del  rey  de  Francia  Enrique  IV,  y  de  su  mujer 
Doña  María  de  Médicis,  y  á  la  vez  el  matrimonio  de  la  infanta 
Doña  Ana  con  Luís  XIII,  se  ajustaron  ambos  enlaces  por  pode- 
res, en  Burgos  y  en  Burdeos  (161 5)  y  se  dispuso  la  entrega  de 
ambas  señoras  «en  el  Bidasoa  y  paso  de  Behovia  cerca  de  Irún.> 
Al  efecto  escribió  el  rey  á  la  provincia  reparase  los  caminos 
para  que  pudieran  pasar  los  coches  y  carros ;  mas  ya  se  había 
anticipado  Guipúzcoa  á  disponer  lo  necesario  para  el  espléndido 
recibimiento  de  la  regia  comitiva,  que,  según  el  itinerario  que 
tenemos  á  la  vista,  saldría  de  Burgos,  y  pernoctaría  en  los  si- 
guientes pueblos:  Quintanapalla,  Bribiesca,  Pancorbo,  Miranda, 
Vitoria,  Salinas,  Oñate,  Villafranca,  Tolosa,  Hernani  é  Irún  (2). 


(i)  Son  curiosas  las  instrucciones  que  respecto  á  municiones  y  demás,  dio  la 
Diputación  en  las  juntas  celebradas  en  Villafranca  en  Abril  y  Mayo  de  i  6  i  o. 

(2)  Además  de  remitir  el  rey  este  itinerario  escribió  á  la  provincia  excitando 
su  celo,  y  encargando  y  mandando  que  <- siguiendo  vuestra  antigua  costumbre 

39 


306  GUIPÚZCOA 


Recomendóse  que  presentara  Guipúzcoa  4000  hombres, 
«siendo  gente  bien  vestida  con  sus  plumas,  y  cadenas  de  oro,  ó 
bandas  rojas,  espadas,  dagas  y  arcabuces,  y  siendo  posible  no 
usando  de  vestidos  negros  sino  es  de  mezcla. »  Celosa  la  provin- 
cia por  el  mejor  cumplimiento  presentó  4,443  hombres,  «todos 
ellos  armados  de  espadas,  dagas,  arcabuces,  mosquetes,  picas, 
coseletes,  y  adornados  con  vestidos  y  bandas  lucidos  y  brillantes.  > 

A  su  virtud ,  desistió  el  rey  de  llevar  ninguna  gente  de 
armas,  muy  satisfecho  de  lo  prevenido  por  Guipúzcoa,  en  cuyo 
territorio  penetró  el  30  de  Octubre,  jinete  en  hermoso  alazán, 
habiendo  abandonado  su  carroza  á  pesar  de  la  lluvia;  y  la  reina 
con  la  duquesa  de  Medina  de  Rioseco  en  una  litera.  Recibió 
á  SS.  MM.  el  duque  de  Ciudad  Real,  virrey  de  Navarra  y  ca- 
pitán general  de  la  gente  de  guerra  de  Guipúzcoa,  la  comisión 
de  diputados  y  «más  de  1500  soldados  provincianos,  gente  lu- 
cidísima y  bien  industriada  toda  en  el  arte  militar  de  los  quales 
formó  S.  E.  un  muy  bien  ordenado  esquadron,  en  cuya  van- 
guardia en  el  cuerno  derecho  puso  la  compañía  de  la  villa  de 
Vergara  por  ser  muy  numerosa  en  gente  y  de  muy  gallardos  y 
bizarros  soldados  y  muy  bien  disciplinados  todos  en  las  salvas 
reales  que  hicieron  en  presencia  de  Sus  Magestades  de  que  los 
Reyes  recivieron  muy  grande  contentamiento  y  hicieron  de  ello 
demostración  dando  S.  M.  con  favorecidas  palabras  las  gracias 
de  todo  al  Duque  de  Ciudad  Real  atribuyendo  á  su  buena  industria 
la  destreza  de  los  soldados  y  respondiendo  el  Duque  muy  en 
favor  de   todos   ellos  y  honrándolos   como  buen  capitán  (i).> 


luego  que  recibáis  este  despacho  prevengáis  y  pongáis  á  punto  de  guerra  la  gen- 
te de  esa  provincia  en  el  mayor  número  que  pudieredes,  y  armada,  vestida  y 
puesta  en  buena  orden  para  en  cualquier  suceso  la  encaminéis  para  que  se  arrime 
á  la  frontera  de  Francia  por  la  parte  de  esa  provincia  hallándose  en  aquel  puesto 
para  asistir  á  las  entregas  al  tiempo  que  os  señalare  y  del  amor  y  celo  con  que 
acudis  á  lo  que  se  os  encarga  de  mi  servicio  espero  que  en  esta  ocasión  os  aven- 
tajareis á  las  pasadas  y  que  la  gente  saldrá  con  lucimiento  y  prevención  que  pide 
el  caso,  pues  aviendo  de  ser  á  vista  de  tantas  naciones  como  han  de  concurrir 
conviene  que  os  señaléis...» 

(i)    Relación  verdadera  de  lo  sucedido  en  la  jornada  de  las  entregas,  etc.,  etc., 
por  Fr.  Tomás  de  Lasarte  :  m.  s. 


GUIPÚZCOA  307 


Era  de  ver  el  magnífico  espectáculo  que  todo  representaba, 
y  lo  mucho  que  alegraba  el  gran  ruido  de  chirimías,  trompetas, 
clarines,  cajas  y  pífanos,  al  que  acompañaba  el  estampido  de 
las  repetidas  descargas  de  arcabuces  y  mosquetes.  El  coronel 
dejó  la  pica,  se  acercó  con  los  tres  diputados  al  rey,  quien  le 
echó  los  brazos;  se  saludó  á  SS.  MM.  con  un  breve  discurso, 
contestado  con  palabras  de  favor  y  estimación ;  alabó  mucho  el 
rey  el  marcial  continente  de  la  milicia  guipuzcoana,  haciéndole 
la  guardia  en  Salinas  la  de  Mondragón,  donde  al  día  siguiente 
vio  el  regio  huésped  forjar  y  barrenar  un  mosquete,  expresan- 
do el  capitán  veedor  de  la  fábrica  de  armas,  que  forjadas  en  ella 
tenía  en  la  provincia  ochenta  mil. 

Por  Oñate  y  Villareal,  siguió  la  jornada  á  Villafranca  donde 
vio  labrar  fierro  en  la  herrería  de  agua  del  palacio  de  Yarza, 
continuando  por  Alegría,  Tolosay  Hernani  á  San  Sebastián,  que 
recibió  á  la  regia  comitiva  con  salvas  del  castillo,  plaza  y  navios 
que  estaban  en  la  Concha,  y  la  milicia  formada  en  los  arenales, 
disparó  la  arcabucería  y  mosquetería,  en  cuanto  divisaron 
á  SS.  MM.  que  bajaban  de  lo  alto  de  San  Bartolomé. 

Constituían  el  tren  de  la  corte,  74  coches,  174  literas, 
190  carrozas,  548  carros,  2750  muías  de  silla,  128  acémilas 
con  reposteros  bordados,  otras  256  acémilas,  1750  machos  con 
cascabeles  de  plata,  sumando  el  número  de  personas  6500. 

Visitó  el  rey  los  conventos  y  castillo  y  desde  el  Cubo  del 
Ingente  vio  botar  al  agua  un  galeón  de  600  toneladas,  que  le 
bautizaron  con  el  nombre  de  Santa  Ana. 

Al  proseguir  la  regia  comitiva  á  Fuenterrabía,  en  el  embar- 
cadero de  la  Herrera  había  aprestada  una  pinaza  bien  esquifa- 
da con  muchos  remeros  de  librea,  bien  toldada  para  pasar 
á  SS.  MM.  á  Renteria;  mas  teniendo  Renteria,  en  el  mismo  em- 
barcadero de  la  Herrera,  un  gran  bajel,  en  forma  de  galera 
ricamente  adornada  con  toldo  de  proa  á  cubierta  y  dos  sillas 
en  ella  y  cortinas  corridas  por  los  lados,  para  no  estorbar  la 
vista,   cubierto   el    suelo   de   alfombras,  el  Alcalde   de    Corte 


3o8 


GUIPÚZCOA 


de  S.  M.  escogió  esta  embarcación  por  ser  más  firme,  y  se  em- 
barcaron con  ella  SS.  MM.,  su  hija  con  el  duque  de  Uceda, 
marqués  de  Velada  y  otros  muchos  titulados,  dueñas  y  damas 
de  la  reina:  el  resto  del  acompañamiento  se  embarcó  en  chalu- 
pas y  otros  barcos,  yendo  todos  á  la  lengua  del  muelle  de  Ren- 
tería. 

A  pesar  de  la  copiosa  y  constante  lluvia,  continuó  la  jornada, 
ya  de  noche,  alumbrando  el  camino  con  muchas  hachas  ó  teas  de 
palo  encendidas,  llegando  á  Fuenterrabía  á  las  lo  de  la  misma, 
en  estado  bien  lastimoso. 

Despedido  el  rey  tiernamente  de  su  hija  y  después  de  haber 
visitado  la  muralla  de  la  ciudad  sin  aguardar  á  las  entregas  que 
se  hacían  en  virtud  de  los  poderes,  dio  vuelta  á  Castilla  á  la 
ligera,  alargando  las  jornadas;  en  Oñate  visitó  el  monasterio  de 
Vidaurrieta  y  el  de  Aranzazu,  á  pesar  de  lo  mucho  que  llovió. 
El  13  de  Noviembre  salió  de  la  provincia. 

La  futura  reina  de  Francia  fué  acompañada  con  gran  sé- 
quito hasta  el  otro  lado  de  Behovia,  donde  la  recibieron  con  no 
menos  ostentación  los  duques  de  Guisa,  de  Buf,  de  Nevers  y  la 
duquesa,  la  guardia  tudesca,  todos  con  grande  ornato  de  vesti- 
dos pajes  y  libreas;  pasando  el  Bidasoa  en  barcas. 


CAPITULO   X 

Conspiraciones.  —  Piratería  inglesa.  —  Segregaciones 
Los  guipuzcoanos  en  Terranova  y  en  Spitzberg. — Rivalidad  de  los  ingleses 

Marina  pesquera  de  San  Sebastián 


I 


^^i  en  1579  se  fraguaban  pequeñas  conspiraciones  en  Francia 
^^^ contra  plazas  españolas,  y  el  conde  de  Gramont  se  aprestó 
á  apoderarse  de  San  Sebastián,  conduciendo  á  los  bearneses  y 
á  otros,  contando  con  la  infidelidad  de  un  capitán  español  y 
algunos  pocos  soldados  de  Fuenterrabía,  cuyo  plan  fracasó; 
años  después  (1592),  como  compensación  al  anterior  proyecto, 
se  fraguó  en  San  Sebastián  entre  el  gobernador  de  Fuenterra- 
bía y  el  médico  de  Bayona  Blampignon,  el  de  la  entrega  de  esta 
ciudad  á  los  españoles.  Una  flotilla  de  lanchas,  bien  tripuladas, 


310  GUIPÚZCOA 


llevaría  gente  á  propósito  para  conseguir  su  intento  durante  la 
procesión  de  Natividad ;  pero  descubrió  esta  conspiración  de  la 
Liga  el  conde  de  Lahiliére,  y  tuvo  peor  desenlace  que  la  ante- 
rior conjura,  porque  fueron  ajusticiados  los  cómplices. 

No  cesaban  por  esto  las  mutuas  conspiraciones,  pues  en 
una  carta  de  lo  de  Mayo  de  1594  se  denunció  un  proyecto  de 
los  franceses  de  apoderarse  por  sorpresa  de  San  Sebastián,  por 
lo  que  dice  salieron  de  Burdeos  dos  navios  con  600  hombres: 
también  se  frustró  este  plan. 

En  el  reinado  de  Felipe  III,  que  si  fué  un  santo  varón  mere- 
ce como  rey  el  dictado  de  funesto,  reinó  la  paz :  la  grandeza 
por  la  nación  adquirida  presagiaba  un  gran  progreso  en  todos 
los  ramos;  la  marina  de  Guipúzcoa  necesitaba  corresponder  á 
su  pasado;  mas  fué  desgraciada:  once  buques  con  valioso  car- 
gamento, dispuestos  para  Andalucía,  se  incendiaron  en  Pasajes 
por  efecto  de  un  descuido.  Procuró  rehacerse  de  tamaña  pérdi- 
da, sin  abandonar  especialmente  la  productora  pesca  de  la  ba- 
llena, allí  donde  la  hallase:  un  buque  de  San  Sebastián  volvió 
bien  cargado  de  Groenlandia,  á  donde  fué  y  hasta  el  78^°  lati- 
tud N.,  por  escasear  aquel  cetáceo  en  Terranova;  alentó  esto  á 
salir  1 2  embarcaciones  de  los  puertos  de  Guipúzcoa  para  igual 
destino  y  pesca;  pero  los  ingleses,  á  pesar  de  la  paz  y  de  las 
patentes  de  garantía  que  los  buques  llevaban,  les  despojaron 
de  todos  sus  aparejos,  causándoles  considerables  pérdidas,  no 
indemnizadas. 

Golpes  terribles  eran  éstos  para  la  provincia,  aunque  no  los 
únicos  que  la  lastimaban,  que  daño,  y  grande,  se  hacía  á  sí  mis- 
ma con  intestinas  discordias,  causantes  de  la  segregación  de 
muchos  pueblos  que  dependían  en  parte  de  Tolosa,  Villafranca, 
Segura,  etc.,  á  los  cuales  se  habían  anexionado  espontánea- 
mente á  fines  del  siglo  xiv,  para  tener  entre  todos  más  fuerza  á 
menos  costa.  Se  comprende  la  segregación  de  Irún  de  Fuente- 
rrabía,  por  la  gran  extensión  de  terreno  que  aquel  tenía,  por  lo 
numeroso  de  su  vecindario,  por  la  tiranía  que  la  ciudad  ejercía, 


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312 


GUIPÚZCOA 


pues  no  permitía  á  Irún  construir  casas  de  piedra,  razón  por  la 
que  en  vano  se  buscan  en  este  pueblo  fronterizo  edificios  anti- 
guos; y  por  la  multitud  de  razones  alegadas  en  los  eternos 
pleitos  sostenidos  por  ambas  poblaciones  hasta  que  se  separa- 
ron en  1766;  pero  las  anteriores  segregaciones  de  que  nos  ocu- 
pamos, obedecían,  en  general,  á  móviles  menos  levantados  y 
patrióticos,  no  á  los  que  obedecen  hoy  las  anexiones  que  se 
realizan. 


PASAJES  DE  SAN  JUAN.  —  Entrada  del  Puerto 


La  marina  de  Guipúzcoa  no  podía  abandonarse;  en  su  pro- 
vecho se  erigió  la  Torre  de  Pasajes  (1621)  en  cuyo  puerto  se 
guarecieron  en  aquel  invierno  unos  60  navios  balleneros. 

Los  vascongados  se  habían  adelantado  hasta  el  Océano 
boreal,  hasta  Groenlandia  y  Spitzberg,  enviando  todos  los  años 
flotas  de  50  á  60  naves.  Evidencian  el  gran  comercio  de  los 
guipuzcoanos  en  el  N.,  la  lonja  nacional  que  establecieron  con 
los  demás  vascongados  en  Bruselas,  célebre  emporio  comercial 
en  aquellos  tiempos,  mediados  del  siglo  xiv,  adelantándose  á 


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GUIPÚZCOA 


los  irlandeses,  escoceses,  catalanes,  ingleses,  repúblicas  anseáti- 
cas y  venecianos,  en  la  formación  de  sus  factorías  en  aquella 
ciudad  comercial,  centro  de  toda  la  correspondencia  mercantil  de 
los  pueblos  marítimos  del  norte  y  mediodía  de  Europa.  Tam- 
bién había  en  la  Rochela  otra  compañía  de  mercaderes  guipuz- 
coanos  (i). 


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PASAJES  DE  SAN  JUAN.  — Plaza  y  juego  de  pelota 

Era  natural  esta  primacía,  no  sólo  debida  á  que  el  primero 
que  descubrió  Terranova  fué  un  hijo  de  San  Sebastián,  Juan  de 
Echaide ,  que  abrió  aquella  navegación  á  sus  compatriotas 
(con  la  gloria  de  ser  ellos  los  únicos  que  frecuentaban  allí  la 
pesquería  y  el  comercio),  sino  por  la  grande  inteligencia  y  vale- 
rosa audacia  que,  como  marinos,  han  mostrado  siempre  los  vas- 
congados. 

Rivales  de  ellos  los  ingleses,  se  apoderaron  de  los  mares 
de  Groenlandia  á  últimos   del  siglo   xvi  por   derecho  del  más 


(i)    Diccionario  geografico-histórico  de  España,,  por  la  Real  Academia  de  la  His- 
toria. 


GUIPÚZCOA  315 


fuerte;  pero  no  se  dieron  por  vencidos  los  vascongados;  no 
abandonaron  el  mar,  y  «con  sus  galizablas  y  pataches  tomaron 
más  de  ciento  y  veinte  navios  de  cuatrocientas  toneladas  abajo, 
con  muchos  géneros  de  mercadurías,  de  holandeses  enemigos, 
y  alguno  de  rocheleses  y  ingleses,  peleando  con  ellos  con  su 
artillería  y  mosquetes  valerosamente,  y  los  han  traido  á  San 
Sebastián  y  al  puerto  del  Pasaje,  y  los  han  vendido  en  almone- 
da, y  su  procedido  se  les  ha  aplicado  por  Su  Magestad  para  su 
provecho  y  ayuda  de  costa,  porque  ellos  mismos  han  armado 
los  navios  y  tripulado  de  marineros,  que  son  guerreros  y  ani- 
mosos con  la  licencia  que  Vuestra  Magestad  les  ha  dado  para 
ello;  y  lo  continúan  cuando  hay  ocasión.  Con  lo  cual  han  dismi- 
nuido las  fuerzas  y  poder  del  enemigo,  y  ensalzado  el  nombre 
y  valor  Guipuzcoano,  sin  que  Su  Magestad  les  ayude  con  dine- 
ros, barcos,  municiones,  bastimentos,  gente  ni  otra  cosa  alguna. 
— Anónimo  (i).> 

En  1625  contaba  San  Sebastián  41  bajeles  para  la  pesca  de 
la  ballena,  248  chalupas  y  1475  hombres;  así  pedíase  con  razón 
al  año  siguiente  en  las  cortes  de  Aragón  celebradas  en  Bar- 
bastro,  se  declarase  á  Pasajes  puerto  franco. 


(i)    Isasti:  Compendio  historial^  etc. 


k 


CAPITULO   XI 

Sitio  y  gloriosa  defensa  de  Fuenterrabía 


I 


"Y^^oco  sincera  la  paz  establecida  entre  Francia  y  España, 
*-^  -  contribuyeron  ambos  pueblos  á  romperla.  Apoderados  los 
españoles  de  Tréveris  (1635)  prendiendo  á  su  arzobispo,  que  se 
hallaba  bajo  la  protección  de  Francia,  se  valió  de  esto  Richelieu 
para  declarar  la  guerra  á  España,  aliada  de  Austria ;  y  mientras 
se  peleaba  en  Flandes  y  se  disputaban  los  Países-Bajos  espa- 
ñoles, insistía  Francia  en  poseer  á  Fuenterrabía,  llave  por  aque- 
lla parte  del  territorio  español,  y  cuya  ocupación  por  los  fran- 
ceses sería  para  los  españoles  tan  ignominiosa  como  lo  es  la 
posesión  de  Gibraltar  por  los  ingleses. 


3l8  GUIPÚZCOA 


Richelieu  aprestaba  tropas  en  Burdeos  esperando  ocasión 
de  lanzarlas  á  la  frontera ;  la  provincia,  ante  este  temor,  oponía 
sus  milicias,  reforzaba  á  Fuenterrabía  y  preparaba  el  resto  de 
su  gente  de  armas.  La  derrota  que  los  franceses  sufrieron  en  el 
Tesino,  aun  siendo  menor  el  número  de  los  combatientes  impe- 
riales y  españoles,  infundieron  temores  y  alentaron  grandes 
resoluciones;  navarros  y  guipuzcoanos  invadieron  á  Francia; 
una  escuadra  guipuzcoana  peleó  en  las  aguas  de  Socoa  y  San 
Juan  de  Luz,  triunfando  de  los  franceses;  se  sucedieron  los  com- 
bates por  tierra,  tomando  los  españoles  á  Urruña,  Hendaya, 
Ciburu,  San  Juan  de  Luz  y  Socoa,  hasta  que  considerando  Ri- 
chelieu la  ocasión  propicia  por  estar  debilitada  y  mal  gobernada 
España,  se  decidió  á  invadirla,  resuelto  á  apoderarse  lo  primero 
de  Fuenterrabía,  ante  la  que  se  presentó  (i.°  Julio  1638)  con 
grande  y  lucido  ejército,  guiado  por  el  célebre  príncipe  de  Conde, 
á  la  vez  que  el  arzobispo  de  Burdeos  dirigía  poderosa  armada 
contra  los  pueblos  de  nuestra  costa  y  quemaba  una  escuadra 
española  que  iba  á  introducir  socorros  en  la  plaza. 


II 


Sobre  un  derruido  torreón  de  la  que  fué  espantosa  muralla 
y  lastimosa 

reliquia  es  solamente 
de  su  temida  gente, 

y  que  si  no  albergaron  aquellos  muros  una  población  de  la 
grandiosidad  de  Itálica,  formaron  el  recinto  de  la  Muy  Noble, 
Muy  Leal,  Muy  Valerosa  y  Muy  Siempre  Fiel  ciudad  de  Fuen- 
terrabía, comienzo  á  trazar  á  grandes  rasgos  la  historia  de  uno 
de  los  asedios  que  más  celebridad  le  conquistaron. 


GUIPÚZCOA  319 


Contemplo  la  tierra  francesa  de  la  que  sólo  me  separa  la 
desembocadura  en  el  mar  del  Bidasoa,  y  comprendo  la  mal 
reprimida  saña  de  sus  guerreros  habitantes  viendo  de  continuo 
las  murallas  ante  las  que  tanta  sangre  de  sus  compatriotas  se 
había  derramado. 

No  podían  los  franceses  dar  un  paso  por  esta  parte  de  la 
tierra  española,  sin  ser  dueños  de  Fuenterrabía ;  á  la  vez  que 
los  españoles  podían  recorrer  parte  de  la  antigua  Aquitania 
hasta  cerca  de  Bayona. 

De  fundación  romana,  pues  se  atribuye  á  los  tiempos  de 
Suintila,  principios  del  siglo,  vii,  hase  afirmado  que  fué  estación 
también  romana,  por  indicarlo  así  las  muchas  piedras  de  labor 
é  inscripción  latina  en  el  palacio  de  los  Casabantes. 

Además  de  la  importancia  de  población  fronteriza,  debió 
tenerla  por  sí  misma  cuando  en  el  año  943  de  nuestra  era  con- 
vocóse un  Concilio  en  Fuenterrabía;  pero  no  há  menester  anti- 
guas glorias  quien  tantas  y  tan  preclaras  más  recientes  las 
ostenta.  Y  sólo  quedará  de  ellas  el  libro,  verdadero  monumen- 
to, ya  que  carezca  de  otro.  Ni  una  pirámide,  ni  una  lápida, 
ni  un  cuadro  hay  en  toda  la  ciudad  que  recuerde  sus  gloriosos 
hechos;  les  basta  haberlos  ejecutado.  Sólo  en  una  fiesta  á  la 
Virgen,  el  8  de  Setiembre,  al  obsequiar  á  Nuestra  Señora  de 
Guadalupe  que  se  venera  en  la  elevada  sierra  de  Jaizquivel,  se 
conmemora  el  famoso  sitio  de  1638  con  una  fiesta  cívico-reli- 
giosa, alarde  militar,  con  descargas  de  fusilería,  y  en  cuyo  alarde 
muéstrase  el  buen  deseo  por  la  originalidad  de  los  celebrados 
titiribitis,  como  ya  dijimos. 

Destruidas  las  murallas  en  casi  todo  el  recinto,  ni  aun  puede 
formarse  idea  de  lo  que  fué  alcázar  de  Carlos  V,  del  que  sólo 
se  conservan  algunas  fuertes  y  altas  paredes  revestidas  de 
yedra,  como  si  pretendiera  esta  planta  trepadora,  con  su  peren- 
ne verdor,  hacer  que  hasta  desaparezca  el  belicoso  aspecto  de 
aquellos  muros  ennegrecidos.  Dentro  de  algunos  años  apenas 
quedará  reliquia  de  aquellas  murallas,  mandadas  reforzar  por  el 


320 


GUIPÚZCOA 


Emperador  con  un  muro  de  1 4  pies  de  ancho,  n¡  podrá  decirse 
al  viajero  dónde  estuvieron  los  baluartes  de  la  Reina,  de  Leiva 
y  el  Cubo  de  la  Magdalena,  situados  en  la  parte  del  Poniente  y 
Mediodía:  han  desaparecido  gloriosas  ruinas  de  muy  célebres 
casas,  comprendiéndose  la  fortaleza  de  la  de  Echeveste  por  lo 
que  de  sus  paredes  resta. 


FUENTERRABÍA 


Y  es  de  lamentar  que  á  su  pasada  gloria  no  sustituya  Fuen- 
terrabía  un  florecimiento  presente.  Pueblo  de  pescadores,  la  mar 
es  su  recurso,  y  aunque  podía  alimentar  algunas  fábricas  de 
conservas  y  otras  industrias,  sólo  tiene  tres  de  escabeche.  Su 
vega  ostenta  hermosos  maizales,  y  es  afán  de  todos  que  sea 
Fuenterrabía  estación  balnearia,  á  lo  cual  se  presta  admirable- 
mente su  segura  y  hermosa  playa,  la  excelente  situación  de  la 
ciudad  y  de  la  marina,  el  clima,  y  sobre  todo,  los  encantadores 
panoramas  de  que   se  disfruta  desde  cualquier  punto.   La  des- 


GUIPÚZCOA 


321 


embocadura  del  Bidasoa  en  el  Océano,  la  lengua  de  tierra  en  la 
que  va  surgiendo  el  naciente  Ondarraizu  francés,  con  esbeltos 
edificios,  la  costa  desde  el  puente  sobre  el  Bidasoa  hasta  el  cabo 


Hntrada  á  Fuenterrakía 


donde  parecen  haberse  separado  dos  gruesos  monolitos  llamados 
las  Tumbas,  el  pintoresco  pueblo  de  Hendaya,  la  bien  cultivada 
costa  sembrada  de  caseríos  y  casas-palacios,  las  elegantes  esta- 
ciones del  ferro-carril,  y  formando  el  fondo  de  tan  bellísimo 
cuadro  el  enhiestado  monte  Larrún,  las  peñas  de  Aya  y  Árcale, 


41 


322  G  U   I  P  U  Z  C   O  A 

cuántas  eminencias  forman  los  Pirineos,  el  histórico  San  Marcial 
y  la  cordillera  toda  que  llega  hasta  San  Marcos. 

Unida  España  y  Francia  por  el  puente  de  Behobia  y  el  del 
ferro-carril,  por  el  que  cruzan  constantemente  trenes  que  ponen 
en  rápida  y  frecuente  comunicación  á  españoles  y  franceses, 
harán  que  se  consideren  las  ruinas  de  Fuenterrabía  como  triste 
recuerdo  de  aquellos  tiempos  en  que  la  ambición  ó  el  amor 
propio  de  los  reyes  lanzaban  á  los  pueblos  á  destrozarse  mutua- 
mente, con  más  saña  cuanto  más  vecinos ;  sin  parar  mientes  en 
que  esa  misma  vecindad  debiera  servir  para  estrechar  más  sus 
relaciones  en  provecho  propio  y  el  del  país  de  cada  uno. 

La  presencia  del  ejército  francés  ante  los  muros  de  Fuente- 
rrabía, alarmó  á  Guipúzcoa  y  á  España  (i).  El  conde-duque 
de  Olivares  que  no  había  querido  creer  en  la  existencia  del  ejér- 
cito en  Burdeos  y  ni  aun  su  entrada  en  España,  y  contestaba 
al  de  los  Vélez  que  se  afligía  y  temía  sin  motivo,  cuando  ya  ha- 
cía tres  días  que  estaba  sitiada  Fuenterrabía,  tuvo  al  fin  que 
creer  en  la  evidencia;  y  lo  que  el  inepto  ministro  no  hizo,  procu- 


(i)  «Dos  águilas  reales  de  extraordinaria  corpulencia  aparecieron  en  los  aires 
sobre  el  campo  indicado  (el  de  Lumbier-Navarra)  riñendo  una  pelea,  con  tan  tenaz 
porfía,  que  principiaba  á  la  aurora  y  terminaba  al  caer  de  la  tarde,  envuelta  ya  en- 
tre las  sombras  de  la  noche  oscura,  viniendo  exactas  al  combate  en  el  momento 
preciso  cada  día.  La  una  regresaba  á  su  guarida  y  volvía  al  horizonte  del  campo 
de  Lumbier,  por  aquella  parte  de  Francia  que  se  halla  al  oriente  pasando  el  Piri- 
neo; la  otra  retirándose  por  el  lado  occidental  al  interior  de  España,  donde  tenía 
su  nido;  y  remontando  el  espacio  al  despuntar  el  alba,  se  lanzaba  rápidamente  al 
encuentro  de  su  competidora  con  denodado  empeño. 

"Tres  días  duró  tan  encarnizada  lucha,  que  presenciaron  las  gentes  de  las  al- 
deas y  villas  fronterizas,  siguiendo  atónitas  desde  el  amanecer  con  la  vista  fija  en 
la  cóncava  atmósfera  de  un  cielo  de  verano  puro  y  azulado,  el  vuelo  circular  y 
fiero  encuentro  de  las  reinas  de  las  aves,  que  al  .'sangriento  golpe  de  la  garra  y 
acerado  pico,  bajaban  cada  vez  más,  á  fuerza  de  terribles  aletazos,  hasta  llegar 
próximas  al  suelo  ;  y  cual  si  despreciaran  tan  ¡mísero  palenque,  separándose  con 
igual  altivez,  volvían  potentes  á  remontar  hasta  los  cielos.  Al  fin  cayeron  muer- 
tas, rojas  con  la  sangre  y  despedazadas  las  entrañas  y  las  plumas,  pero  agarradas 
con  las  uñas  hincadas  en  la  carne,  y  por  el  cuello  sujetas  con  el  pico. 

»Llevadas  á  Pamplona  á  casa  de  D.  Carlos  de  Lizarazu,  y  luego  remitidas  á  Ma- 
drid con  testimonio  auténtico,  causó  en  la  corte  y  en  la  villa  profunda  sensación 
este  suceso. 

«Tres  días  duró  el  combate  de  las  águilas.»  (Sitio  de  Fuenterrabía  ^  por 
O'Reilly.) 


G  U    I  P  U  Z  C  O  A  J23 


ró  remediarlo  con  su  actividad  y  acierto  el  Consejo  de  guerra 
y  Estado:  se  enviaron  á  aquella  provincia  500  veteranos,  los  más 
de  ellos  jefes  de  marina  y  del  ejército,  dióse  el  mando  al  almi- 
rante de  Castilla  Enrico  Cabrera,  adoptáronse  en  la  corte  acti- 
vas y  eficaces  disposiciones  para  hacer  frente  á  tan  temible 
enemigo ;  al  coronel  de  los  guipuzcoanos,  D.  Diego  de  Isasi, 
que  se  había  replegado  á  Hernani  después  de  haber  resistido 
heroicamente  delante  de  Irún  á  los  franceses,  se  le  mandó  espe- 
rase fortificado  al  ejército  que  se  aprestaba,  procurando  moles- 
tar en  tanto  al  enemigo  cuánto  pudiese,  á  fin  de  estar  en  dispo- 
sición de  recuperar  Pasajes,  donde  los  franceses  se  habían 
apoderado  de  muchas  armas  dispuestas  para  embarcarse  y  de 
cuatro  navios  amarrados  al  muelle.  Por  de  pronto  acudió  Isasi 
con  el  corregidor  D,  Juan  Chacón  á  salvar  á  San  Sebastián,  á 
cuya  vista  se  presentaron  los  invasores,  retirándose  al  punto  sin 
intentar  ataque  ni  amago. 

Mal  provista  Fuenterrabía  de  cuánto  constituye  lo  necesario 
para  resistir  un  sitio,  y  en  el  mismo  estado  sus  murallas  en  que 
quedaron  después  de  los  reinados  de  Carlos  I  y  Felipe  II;  con 
sólo  700  hombres  entre  soldados  y  paisanos  en  disposición  de 
tomar  las  armas  para  defender  la  plaza,  no  decayó  el  ánimo  de 
sus  intrépidos  moradores,  incluso  mujeres  y  niños.  A  la  vista  mis- 
ma del  ejército  francés,  salieron  desarmados  los  habitantes  todos 
de  Fuenterrabía,  con  grave  aspecto  y  paso  mesurado,  hasta  la 
ermita  de  Nuestra  Señora  de  Guadalupe,  la  condujeron  devota- 
mente al  pueblo,  la  colocaron  sobre  un  altar,  y  de  rodillas  todas 
las  mujeres  y  niños  y  en  el  centro  de  pié  los  hombres  de  comba- 
te, <  al  primer  estampido  del  cañón  enemigo  tendieron  la  mano 
ante  la  santa  imagen,  y  juraron,  si  les  concedíala  victoria,  guar- 
dar todos  los  años  su  festividad  desde  la  víspera,  con  un  día  de 
ayuno,  y  devolverla  en  procesión  á  la  ermita,  su  antiguo  y  pre- 
dilecto asilo  (i).> 


(i)     O'Reilly. 


324  GUIPÚZCOA 


Distribuyéronse  acto  continuo  los  defensores,  aumentados 
con  50  tolosanos  y  22  azpeitianos  que  entraron  en  la  ciudad  en 
aquellos  momentos;  encargóse  el  alcalde  del  punto  más  débil, 
que  por  privilegio  insigne  le  correspondía,  y  establecidas  todas 
las  defensas,  el  gobernador  escribió  al  rey  informándole  del  es- 
tado precario  de  la  plaza  por  no  haberse  atendido  los  reiterados 
avisos  enviados  á  la  Corte,  debiéndose  á  tal  descuido  que  los 
franceses  se  apoderaran  de  todos  los  lugares  comarcanos  *  no 
tanto  por  su  valor,  como  por  nuestra  desidia; >  y  que  si  habían 
avanzado  casi  hasta  el  foso  y  murallas,  la  guarnición  estaba  re- 
suelta á  morir  para  conservar  al  rey  la  plaza.  Al  cercarla  los 
sitiadores,  cien  mujeres  se  vistieron  de  hombre,  y  armadas  con 
lanzas  y  arcabuces  se  presentaron  al  gobernador  pidiéndole 
puesto  en  los  muros,  ofreciéndoles  que  lo  haría  cuando  la  nece- 
sidad lo  exigiese.  Si  estímulo  necesitara  el  valor  de  los  defenso- 
res de  Fuenterrabía,  el  anterior  hecho,  por  todos  aplaudido, 
infundiera  en  ellos  nuevo  aliento;  pero  era  grande,  como  fueron 
mostrándolo  en  la  multitud  de  incidentes  en  que  se  puso  á  prue- 
ba no  sólo  su  esfuerzo  sino  su  heroísmo,  la  completa  abnegación 
que  de  su  vida  hacía  cada  uno  en  todos  los  instantes. 

Construidas  por  los  franceses  las  trincheras  de  línea,  comen- 
zaron á  disparar  sus  baterías  hasta  balas  de  40  libras  que  cau- 
saban grandes  destrozos ,  si  no  en  las  murallas,  en  las  casas, 
sufriendo  éstas  más  con  las  bombas  que  cayeron  por  primera  vez 
en  aquel  recinto;  contestaron  los  cañones  de  los  sitiados  vigoro- 
samente y  con  acierto;  tuvieron  éstos  la  satisfacción  de  que  el 
gobernador-propietario  de  la  plaza,  Pérez  de  Egea,  salvando  el 
cerco,  entrara  en  ella  con  156  veteranos  irlandeses,  algunos 
vascongados  que  acudían  desde  Sevilla  y  otros  puntos  y  varias 
mujeres  del  pueblo.  Aumentados  así  los  defensores  de  la  ciudad, 
efectuóse  una  salida  nocturna  que  produjo  el  destrozo  de  trin- 
cheras, perturbar  al  enemigo  y  causarle  algunas  bajas,  sin  expe- 
rimentarlas sensibles  los  españoles;  otra  salida  dispuesta  fracasó 
por  una  voladura  de  pólvora,  que  ocasionó  unas  40  víctimas, 


GUIPÚZCOA  325 


tanto  más  de  lamentar  cuanto  que  no  sobraban  defensores  á  la 
plaza. 

Aumentó  la  triste  situación  de  ésta  que,  á  1 80  pasos  de  la 
muralla,  se  levantó  y  artilló  un  reducto  con  cuatro  gruesos  ca- 
ñones, que  arreciaron  el  fuego  de  los  sitiadores,  causando  las 
bombas  grandes  destrozos  en  el  caserío  y  en  las  baterías,  des- 
montando sus  cañones,  lo  cual  permitió  se  hicieran  dueños  del 
foso  los  franceses,  poniendo  á  los  sitiados  en  la  más  crítica  si- 
tuación. 

Á  alentarla  llegó  una  carta  del  rey  alabando  el  valor  y 
la  constancia  de  aquellos  valientes,  ofreciendo  premiar  su  leal- 
tad, y  avisándoles  que  por  mar  y  tierra  acudirían  socorros. 
Bien  los  necesitaban;  pues  los  sitiadores  comenzaron  sus  tra- 
bajos de  zapa,  que  los  acertados  tiros  de  un  pedrero  les  obligó 
á  interrumpir.  Prosiguieron  de  noche  los  trabajos  de  mina ; 
trataron  de  impedirlos  los  sitiados  arrojando  grandes  piedras, 
ollas  de  lumbre  y  agua  hirviendo;  iluminóse  el  foso  con  guir- 
7ialdas  de  fuego;  viéronse  los  minadores  obligados  á  desistir 
por  las  muchas  pérdidas  que  experimentaron  y  emprendieron  el 
quinto. ataque  para  derribar  desde  lejos  los  muros  de  Fuente- 
rrabía,  sin  poder  oponer  sus  defensores  más  que  las  dos  piezas 
del  palacio,  porque  las  demás  estaban  rotas  ó  fuera  de  servicio. 
Sin  cordón  la  muralla,  dejaba  á  descubierto  el  cuerpo  de  sus  de- 
fensores. Estos  necesitaban  socorro ;  no  llegaba  el  que  tanto  se 
les  ofrecía;  le  impidió  por  mar  la  escuadra  mandada  por  el  Arzo- 
bispo, haciendo  así  más  precaria  la  situación  de  la  ciudad,  agra- 
vada con  lo  que  sufrieron  los  dos  costados  del  baluarte  de  Leyva, 
cayendo  al  foso  al  rigor  de  las  balas  las  fajinas  y  cestones  con 
que  sus  defensores  estaban  parapetados :  las  lluvias  socavaron 
la  estacada  que  defendían  los  paisanos:  todo  era  luto,  destruc- 
ción y  muerte. 

Sólo  el  respeto  que  imponían  aquellos  bravos  defensores  con- 
tenía al  enemigo  entrar  por  la  tendida  brecha.  « Los  nuestros, 
cubriendo  con  una  vela  de  navio,  á  guisa  de  sudario,  las  vigas 


326  G  U   I  P   C  Z  C  o  A 


descarnadas  cual  si  fuera  el  esqueleto  de  la  que  enhiesta  fué  su 
protectora  y  maternal  defensa,  colocándose  bien  el  arnés  y  ten- 
diendo los  nervudos  brazos  con  el  puño  cerrado  para  ensayar 
su  fuerza  y  elasticidad,  con  ceño  altivo  y  semblante  sereno  se 
aprestaban  á  resistir  el  asalto,  según  lo  exigía  de  su  honra  la 
independencia  nacional »  (i). 

Envió  el  Almirante  algunas  fuerzas  para  que  penetraran  en 
la  plaza  cautelosamente  guiadas  por  el  veterano  D.  Miguel  Ubi- 
lia;  pero  después  de  algunos  padecimientos  se  descubrió  la  ex- 
pedición por  el  casual  disparo  de  un  arcabuz,  y  sólo  unos  80  con 
el  jefe  pudieron  llegar  á  nado  á  la  ciudad  por  estar  alta  la  marea. 
La  satisfacción  que  produjo  este  pequeño  socorro  de  gente,  la 
neutralizó  el  saber  que  aún  tardaría  un  mes  en  aprestarse  el 
ejército  que  había  de  salvarles,  siendo  como  era  cada  día  más 
crítica  su  situación. 

El  valeroso  gobernador  Egea  no  pensó  ya  más  que  en  batir- 
se á  campo  raso  para  morir  ó  vencer.  Escogió  de  entre  los  más 
esforzados  250  hombres  para  clavar  los  cañones  enemigos.  En 
vano  le  suplicaron  que  desistiese  de  tan  arriesgada  empresa :  se 
lanzaron  á  ella  con  tal  furor,  que  derribaron  muertos  ó  heridos 
cuantos  hallaron  al  paso.  El  gobernador,  de  pié  sobre  el  cercano 
cubo  de  Leyva,  les  alentaba,  llamando  á  cada  uno  por  su  nombre, 
alabándoles  sus  proezas,  y  á  cada  una  agitando  su  sombrero, 
sin  que  mermaran  su  valeroso  esfuerzo  la  multitud  de  balas  que 
zumbaban  á  sus  oídos  hasta  que  le  atravesó  una  por  medio  de 
la  cruz  encarnada  de  la  orden  de  Montesa,  de  la  que  era  comen- 
dador. En  aquel  momento  llegaban  nuestros  soldados  al  interior 
de  los  cuarteles ;  pero  reforzados  los  franceses,  les  cerraron  por 
todas  partes;  no  pudiendo  cargar  su  arcabuz,  le  empuñaban  por 
el  cañón,  sirviéndoles  de  maza;  las  picas  y  las  espadas  centellea- 
ban en  el  aire;  aquello  era  un  combate  desesperado  cuerpo  á 
cuerpo:  más  que  en  defenderse  se  pensaba  en  matar.  Los  que 


(I)     OReilly. 


GUIPÚZCOA  327 


desde  el  muro  lo  presenciaban,  tenían  el  ánimo  suspenso:  no 
podían  arrojar  granadas  para  proteger  la  retirada  de  sus  com- 
pañeros porque  los  dañarían,  y  tuvieron  el  sentimiento  de  ver  la 
pérdida  de  más  de  cien  hombres  entre  muertos,  heridos  y  prisio- 
neros; no  siendo  menor  el  número  de  los  muertos  y  heridos 
franceses. 

Al  preclaro  Egea  que  vivió  con  gloria  y  murió  ensalzado, 
reemplazó  el  anterior  gobernador  D.  Domingo  de  Eguía,  no  me- 
nos esforzado,  al  que  ayudaban  infatigables  el  Padre  Isasi  y  el 
alcalde  Butrón,  que  de  la  actividad  de  éstos  y  de  todos  se  nece- 
sitaba para  hacer  frente  al. cada  día  más  terrible  y  empeñado 
fuego  de  los  sitiadores,  trabajando  éstos  y  los  sitiados  sin  des- 
canso en  minas  y  contraminas.  La  plaza  apenas  contestaba  al 
cañón  enemigo:  profundamente  enterrado  el  pedrero  que  tanto 
sirvió  para  destruir  los  trabajos  avanzados  en  el  foso,  se  procu- 
raba en  medio  de  un  Qrranizo  de  balas  desembarazar  la  masa 
informe  que  cubría  un  resto  de  muralla  para  sacar  dos  piezas  de 
grueso  calibre,  reparar  sus  antiguas  galerías,  y  dificultar  la 
entrada  por  la  brecha  abierta. 

Pensóse  en  Madrid  enviar  á  las  aguas  de  Fuenterrabía  la 
escuadra  preparada  en  Lisboa  para  recuperar  el  Brasil ;  pero 
se  opuso  á  ello  el  conde-duque  con  quijotesco  empeño;  también 
á  que  fuera  el  rey  á  la  cabeza  de  un  ejército  á  salvar  la  ciudad 
guipuzcoana,  por  juzgarse  que  se  daba  demasiada  importancia 
al  príncipe  de  Conde,  rebajándose  la  fama  de  nuestra  monar- 
quía, como  si  no  se  rebajara  más  dejando  perder  una  plaza  de 
aquella  importancia  y  por  tan  valerosos  españoles  defendida, 
cuya  sangre  valía  más  que  todos  los  esfuerzos  y  trabajos  que 
pudiera  experimentar  el  monarca,  que  en  vez  de  rebajarse  se 
elevaba  acudiendo  al  socorro  de  tan  heroicos  y  fieles  subditos. 

No  amedrentados  éstos  por  el  alarde  marítimo  que  hizo  la 
escuadra  francesa,  ni  por  las  voces  que  corrían  de  que  Conde 
iba  á  anunciar  la  rendición  de  Fuenterrabía,  enarbolaron  bande- 
ra roja  en  lo  más  alto  del  palacio.  Irritados  los  enemigos  diri- 


328  GUIPÚZCOA 


gieron  inútilmente  el  fuego  contra  ella ;  irritándoles  más  ver  un 
grupo  de  paisanos  sentados  al  pié  del  enhiesto  pendón,  con  las 
armas  en  reposo,  y  riendo  de  la  porfiada  saña  de  los  franceses, 
Llamábanles  estos  locos ^  vanos  y  obsiinados ;  les  gritaban  los 
nuestros:  cobardes^  topos ;  «que  no  hacían  cosa  alguna  que  no 
fuese  á  lo  ratero ;  que  este  era  el  lance  de  verse  su  valor ;  que 
bien  patentes  estaban  las  brechas,  que  las  asaltasen,  cumplien- 
do como  buenos  soldados  su  obligación ;  y  que  aquella  bandera 
significaba  no  parar  hasta  arruinar  á  los  franceses  á  sangre  y 
fuego.  > 

El  15  de  Agosto  no  hubo  fuego.  Los  sitiados  rindieron  fer- 
voroso culto  á  la  Asunción  de  Nuestra  Señora  y  confesaron  y 
comulgaron  todos.  Al  día  siguiente  continuó  el  bombardeo. 

El  Almirante,  en  tanto,  reunía  en  Hernani  seis  mil  infantes  de 
los  que  800  correspondían  á  Vizcaya  y  500  á  Álava:  1200  eran 
irlandeses;  los  demás  habían  ido  acudiendo  desde  Madrid.  De 
Navarra,  después  de  cubrir  los  desfiladeros  del  Pirineo  y  guar- 
necer á  Pamplona,  llevó  Redin  4,500  soldados,  y  500  nobles 
voluntarios ;  cuatro  estandartes  de  caballería,  la  mayor  parte 
hijosdalgo  elegidos,  sumando  en  junto  400  caballos,  guiadas 
todas  estás  fuerzas  por  el  marqués  de  los  Vélez  que  se  unió  con 
el  Almirante  cerca  de  Oyarzun,  abandonado  precipitadamente 
por  los  franceses,  así  como  Lezo,  Renteria  y  Pasajes,  donde  de- 
jaron cuatro  cañones  intactos,  faltándoles  para  llevárseles  el 
tiempo  que  les  sobró  para  quemar  muchas  casas. 

Como  si  los  franceses  quisieran  resarcirse  de  la  pérdida  de 
los  anteriores  puntos,  arreciaron  el  fuego  contra  Fuenterrabía, 
y  prendieron  á  una  mina  que  lanzó  al  aire  con  parte  del  muro 
á  seis  de  nuestros  soldados  envueltos  en  humo  y  escombros, 
si  bien  por  mal  asegurado  el  fogón,  causó  la  explosión  la 
muerte  de  30  soldados  enemigos.  Dada  la  señal  del  asalto, 
« á  todo  remo  se  lanzaron  sobre  la  estacada  que  defendían 
los  paisanos  multitud  de  chalupas  equipadas  con  buena  gente 
de  armas ;  al  propio  tiempo  dos   lucidos  escuadrones,  acometía 


GUIPÚZCOA  329 


uno  la  muralla  de  San  Nicolás  y  el  otro  por  la  parte  tocante 
á  la  mar. »  Era  de  ver  el  reflejo  de  un  sol  brillante  en  los  es- 
cudos chapeados  de  bruñido  acero,  dando  matices  á  los  pe- 
nachos y  plumajes  de  variados  colores,  tornasolando  las  ban- 
das de  seda  que  desde  el  hombro  cruzaban  sobre  las  cotas 
de  malla.  Armados  de  pica  ó  espada  avanzaron  aquellos  va- 
lientes á  asaltar  el  baluarte  de  la  Magdalena,  que,  con  gran 
sorpresa  y  estupefacción  de  los  asaltantes,  quedó  entero,  porque 
al  reventar  la  mina  se  desahogó  por  las  grietas.  Buscaron  afa- 
nosos otro  sitio  propicio  para  entrar  y  le  hallaron  al  costado 
derecho  de  Leyva.  Subieron,  gallarda  y  briosamente  á  la  brecha, 
calada  la  pica  y  en  alto  las  espadas ;  pero  les  recibieron  no  me- 
nos bravamente  nuestros  soldados,  con  tan  nutrido  fuego  de 
arcabuz  y  lluvia  de  piedras  y  granadas  que  los  que  no  quedaron 
tendidos  retrocedieron  tristes  arrastrando  las  picas. 

Al  día  siguiente  se  presentaron  én  el  alto  de  Jaizquivel  tres 
mil  hombres  que  el  Almirante  envió  á  las  órdenes  del  marqués 
de  Mortara."  Al  mismo  tiempo  sucedía  en  las  aguas  de  Zarauz 
una  inmensa  desgracia.  Don  Lope  de  Hoces  que  mandaba  la  es- 
cuadra enviada  desde  la  Coruña  en  socorro  de  Fuenterrabía, 
ó  aturdido  ó  inepto  se  dejó  acometer  por  la  francesa,  ser  por 
ella  destrozado,  é  incendiados  sus  buques ;  y  apelando  él  mis- 
mo á  este  medio  por  considerar  que  el  barco  que  no  se  que- 
mase caería  en  poder  del  enemigo,  mandó  á  todos  los  capitanes 
que  cada  uno  pegase  fuego  á  su  navio.  Desparramando  por  sí  la 
pólvora  por  la  plaza  de  armas,  dio  el  ejemplo  volando  con  su 
propia  mano  la  altiva  capitana.  Estalló  el  incendio  en  todos  los 
buques;  cada  navio  era  el  cráter  de  un  volcán:  extraviado  el 
juicio  de  todos,  corrían,  se  atropellaban,  sin  oir  órdenes,  ni  res- 
petar jerarquías ;  saltaban  en  los  esquifes,  botes  y  lanchones  de 
á  bordo  ó  de  la  gente  que  acudió  de  Zarauz ;  unos  se  iban  á  pi- 
que, otros  zozobrando  los  arrojaban  á  la  mar;  quienes  saltando 
empujados  ó  sin  medir  la  distancia  caían  en  las  olas ;  muchos  se 
herían  gravemente  en  los  palos  que  flotaban :  de  nada  servía  el 


330  GUIPÚZCOA 


saber  nadar :  no  existía  la  piedad,  ni  la  compasión  se  conocía. 
Con  la  precipitación  nadie  pensó  en  descargar  los  cañones,  y  al 
penetrar  las  llamas  por  las  baterías,  despidieron  tal  borrasca  de 
balas,  que  destrozaron  numerosos  lanchones  cargados  de  tropa; 
y  como  si  esto  no  bastara,  como  nadie  pensó  tampoco  en  la 
Santa  Bárbara  de  su  navio,  atestada  de  barriles  de  pólvora,  voló 
con  horrísono  estruendo,  lanzando  á  los  aires  balerio,  piezas  de 
artillería  del  más  grueso  calibre  y  el  maderamen  incendiado,  lle- 
vando los  estragos  á  las  casas  del  pueblo  en  el  que  hubo  inocen- 
tes y  sensibles  víctimas.  Pasaron  de  1500  los  muertos;  muchos 
los  heridos;  los  restantes  convertidos  en  mendigos. 

Se  salvó  el  navio  Santiago,  cuyo  capitán  Montanio  se  negó 
á  volarle  y  supo  evitar  el  encuentro  de  los  brulotes  incendiarios; 
rechazó  bravamente  los  ataques  y  abordajes  de  toda  la  escuadra 
francesa  por  espacio  de  siete  días,  y  aunque  muy  destrozado  el 
buque  le  llevó  victorioso  á  Pasajes.  Evidente  prueba  de  la  ofus- 
cación é  ineptitud  de  Hoces,  que  desde  un  peñasco  presenció 
este  último  titánico  combate,  y  avergonzado  pedía  á  gritos  se 
asestaran  cañones  contra  el  Santiago,  para  que  desapareciese 
en  el  mar  aquel  elocuente  testimonio  de  lo  que  hubiera  podido 
hacerse  con  más  pericia  de  la  que  demostró  el  desgraciado  jefe 
de  aquella  lucida  escuadra  (i). 

Coincidieron  con  el  anterior  desastre  proposiciones  y  conse- 
jos de  capitulación  á  los  defensores  de  Fuenterrabía,  quienes 
consideraron  como  ignominioso  todo  lo  que  no  fuera  vencer  ó 
morir,  sin  que  les  importara  el  desastre  de  la  armada,  pues  sólo 
confiaban  en  el  esfuerzo  de  sus  brazos  y  en  su  resolución  inque- 
brantable. De  lo  que  esta  era  capaz  lo  experimentaron  los  fran- 
ceses en  el  combate  de  caballería  que  se  trabó  en  los  campos 
de  Irún,  entre  unos  50  jinetes  navarros  del  estandarte  de  Ayanz, 


(i)  Perecieron  en  Guetaria  once  navios.  Sólo  se  salvaron  las  piezas  medio  de- 
rretidas que  sacaron  los  buzos.  Doscientas  cincuenta  mil  libras  de  bronce  que  se 
llevaron  á  Lisboa  para  hacer  cañones,  sirvieron  á  los  portugueses  para  rebelarse 
contra  España  dos  años  después. 


GUIPÚZCOA  331 


guiados  por  este  señor,  y  tres  escuadrones  enemigos  mandados 
por  Mr.  Dorsa,  llegando  el  coraje  de  estos  dos  jefes  á  pelear 
personalmente,  agarrados  cuerpo  á  cuerpo,  quedando  vencedor 
el  español  y  prisionero  el  francés. 

Aprestábase  un  nuevo  asalto;  Butrón  activó  la  contramina 
y  dio  con  la  de  los  sitiadores,  quienes  ignorando  tan  hábil  tra- 
bajo, prendieron  fuego,  encontró  la  llama  respiradero  y  no  hizo 
daño  en  la  muralla  (i). 

Dos  meses  duraba  ya  el  sitio  é  iban  en  aumento  los  desas- 
tres ;  escaseaba  el  agua ;  la  falta  de  plomo  y  de  hierro  para  el 
balerío  la  remedió  la  patriótica  generosidad  de  los  vecinos. 
Intimó  Conde  la  rendición  por  escrito  y  en  la  misma  forma  se 
le  contestó  con  arrogante  dignidad.  Arreció  en  los  trabajos  de 
mina,  que  iban  dando  excelentes  resultados  á  los  sitiadores,  los 
cuales  quedaron  al  fin  dueños  de  una  gran  brecha,  después  de 
empeñado  combate. 

Aumentadas  en  tanto  las  fuerzas  de  socorro  que  mandaban 
el  Almirante  y  el  de  los  Vélez,  escribióles  el  rey  «que  no  admi- 
tía disculpa  alguna,  si  el  francés  se  apoderase  de  la  plaza,  á 
vista  de  dos  generales  y  de  dos  ejércitos  de  tropas  españolas. » 
Aprestáronse  á  dar  la  batalla  al  rayar  el  alba  del  3  de  Setiem- 
bre, ocupando  los  españoles  el  monte  Jaizquivel ;  pero  una  gran- 
de y  extraordinaria  tempestad,  que  duró  dos  días,  lo  impidió;  y 
lo  que  fué  peor,  produjo  la  deserción  de  más  de  7,000  soldados 
que  no  pudieron  hacerse  superiores  á  tamaño  desastre,  y  los 


(i)  «Bernardo  Bardón,  soldado  castellano,  se  hallaba  de  centinela  junto  á  la 
boca  de  la  contramina:  y  al  reventar  la  misma,  la  llama  le  lanzó  á  los  aires  hasta 
las  trincheras  del  enemigo,  donde  lo  recibió  un  alférez  con  la  punta  del  espon- 
tón  (a)  Bardón  cayó  al  suelo  mal  herido,  y  al  irle  a  sujetar  para  llevarle  prisionero, 
se  levantó  recogiendo  y  sosteniéndose  los  intestinos  con  las  manos,  echó  a  correr 
y  se  arrojó  d  la  mar.  Al  poco  rato  llegó  á  la  estacada  entre  los  suyos,  y  quedó  no 
obstante  con  vida  debido  á  los  cuidados  que  le  prodigaron  sus  camaradas  y  ami- 
gos." (O'Reillv.) 

(rti     Especie  de  lanza  de  poco  mas  de  dos  varas  de  largo  que  usaban  los  oficiales  de  infantería,  con  el  re- 
mate de  hierro  en  forma  de  corazón. 


332  GUIPÚZCOA 


sufrieron  mayores  (i).  Ni  un  solo  veterano,  ni  un  noble  de  los 
que  voluntariamente  se  alistaron  viniendo  de  Castilla,  Navarra 
y  otros  reinos  abandonaron  sus  banderas:  ¡se  encontraron  varios 
soldados  muertos,  apoyados  en  sus  picas  y  arcabuces,  y  soste- 
nidos derechos  por  el  contacto  de  sus  compañeros  !  Conservando 
alguna  fuerza  en  Jaizquivel,  se  retiró  el  ejército  para  reorgani- 
zarse. A  los  defensores  de  Fuenterrabía  se  les  escribió:    «que 
en  resolver  ó  rehusar  la  rendición,  sólo  atendiesen  á  sus  fuerzas, 
y  no  contasen  sino  las  que  estaban  dentro  de  los  muros,  á  lo 
menos  ínterin  sereno  el   tiempo   no  fuese  juntando  el  ejército 
que  disipó  lluvioso.»    Mas  no  llegó  esta  carta  á  la  plaza.  En 
cambio,   Conde  intimó  de  nuevo   la   rendición  por  última  vez, 
amenazándoles  con  indefectible  ruina  si  dilataban  la  entrega,  y 
asegurándoles  que  no  esperasen  del  ejército  español  su  salva- 
ción. Reunido  consejo,  varios  fueron  los  pareceres,  dominándo- 
los el  del  alcalde  Butrón,  que  dijo:  «sabía  muy  bien  si  Fuente- 
rrabía estaba  ó  no  para  muchos  días  bien  provista  de  guarnición, 
de  víveres   y  de   armas:   que  la   falta  de  plomo  no  era  tanto 
como  se  ponderaba ;  y  que  fuese  la   que  fuese  él  la  sustituiría 
con  plata  por  lo  que  faltase  de  plomo:  que  tenía  él  en  casa,  de 
plata  acuñada,  diez  y  ocho  mil  pesos  en  su  especie  (unas  1500 
libras):  que  todo  este  tesoro  lo  haría  común  para  que  se  fun- 
diese en  balas:   que   como  hubiese  valor  no  faltarían  empleos 
para  él ;  pero  que  ni  faltarían  los  instrumentos :  que  perecerían 
los  enemigos  á  manos  del  mismo  interés,  cuyo  pillaje  les  engo- 
losinaría y  se  acabarían  de  desengañar  de  que  bien  se  podían 
agotar  los  tesoros  de  Fuenterrabía,  pero  no  el  valor.»  Y  ter- 
minó diciendo  con  airado  semblante:    «al  primero  que  averigüe 
que  me  anda  soltando  especie  alguna  que  suene  á  entregarnos, 
yo  propio  lo  he  de  coser  á  puñaladas,  >    Animados  todos  del 


(i)  Verdaderos  espectros,  «hecho  un  harapo  el  uniforme,  sin  armas,  bando- 
lera, ni  chambergo,  pálidas  y  enjutas  las  mejillas  y  el  cabello  desordenado,  se  pre- 
sentaron á  las  puertas  de  Oyarzun,  Lezo,  Renteria,  y  los  dos  caseríos  separados 
por  el  arenal  de  Pasajes.»— OReilly. 


GUIPÚZCOA  33^ 


mismo  sentimiento,  se  contestó  á  Conde  <que  bien  podía  pegar 
fuego  á  las  minas;  que  intentasen  el  asalto;  que  ellos  no  nece- 
sitaban socorros  forasteros,  y  que  Fuenterrabía,  sin  ayuda  de 
vecinos,  tenía  para  su  defensa,  en  sí  sola,  lo  bastante.» 

Intentó  Conde  doblegar  la  entereza  de  Butrón  recordándole 
que  tenía  casa  y  una  hija  soltera,  que  una  y  otra  serían  presa 
del  pillaje  y  de  la  licencia  del  soldado,  á  lo  cual  contestó  con 
digna  y  valerosa  patriótica  entereza.  Imitando  su  desprendi- 
miento ofrecieron  otros  muchos  cuánta  plata  tenían  para  que 
se  fundiese  en  balas,  y  se  dispusieron  todos  á  no  escasear  ni 
aun  la  última  gota  de  su  sangre. 

Los  sitiadores  que  tenían  ya  prevenidos  algunos  hornillos, 
les  prendieron,  disparando  á  la  vez  la  artillería  un  diluvio  de 
balas,  para  impedir  que  los  sitiados  defendieran  la  brecha,  y  á 
ella   se  lanzaron   en   seguida   con   denuedo  varias   compañías. 
Hiciéronles  frente  los  capitanes  navarros  Beaumont  y  Esain,  y 
rechazaron  gallardamente  la  acometida.  Aunque  los  vencedores 
permanecieron  de  pié  en  la  brecha,  á  cuerpo  descubierto,  de- 
safiando al  enemigo,   no  se  atrevió  éste  á   repetir  el  asalto,  y 
enfilaron  contra  ellos   sus   cañones.  Los  españoles  que  caían 
eran  inmediatamente  reemplazados.  Asombrados  los  franceses 
de  tanto  valor,  dispusieron  nuevo  asalto,  que  se  repitió  hasta 
por  tercera  vez,  en  todos  rechazados.  Volvieron  al  cuarto  usan- 
do la  estratagema  de  llevar  teas  encendidas  en  la  mano  para 
que  con  el  humo  les  ocultase,  y  arrojándolas  sobre  los  nuestros 
les  cegara :  cargaron  impetuosos  sobre  montones  de  cadáveres 
penetrando  en  la  brecha  sin  disparar  un  tiro;  pero  en  ellas  los 
recibieron  los  sitiados  con  una  descarga  cerrada  á  quema  ropa, 
y  soltando  los  arcabuces  arremetieron  con  las  picas.   Apiñados 
los  franceses,  no  daban  un  paso  que  no  fuera  adelante,  empu- 
jados por  los  que  iban  detrás  en  forma  de  cuña:  el  combate  era 
casi  cuerpo  á  cuerpo;  sólo  se  peleaba  con  pica  y  espada;   los 
españoles  atentos  á  herir  sin  descanso;  los  franceses  á  marchar 
adelante  á  toda  costa.  Si   los   franceses  se  multiplicaban,  los 


^34  GUIPÚZCOA 


españoles  se  veían  á  cada  instante  reforzados,  porque  allí  exis- 
tía el  mayor  peligro  y  á  él  acudían,  si  no  los  más  bravos,  que 
todos  lo  eran,  los  más  cercanos;  hasta  muchachos,  que  cogiendo 
escopetas  caídas  y  buscando  municiones  por  el  suelo,  propor- 
cionábanse sitio  desde  donde  hacer  daño  al  asaltante  (i):  las 
mujeres,  atendiendo  á  heridos  y  á  muertos  y  llevando  municio- 
nes á  los  hombres,  estuvieron  admirables  y  ayudaron  al  triunfo 
que  al  fin  se  obtuvo,  retrocediendo  los  franceses.  Pero  apenas 
tuvieron  tiempo  los  vencedores  de  celebrarle;  porque  ordenados 
los  fugitivos  y  con  tropas  de  refresco  intentaron  el  quinto  asal- 
to, no  menos  mortífero  é  inútil,  pudiendo  avalorar  otra  vez  más 
los  sitiadores  el  indomable  valor  y  la  resolución  de  los  sitiados. 
Más  de  cuatro  horas  duró  el  mortífero  pelear  de  aquel  día.  Los 
dos  siguientes  los  emplearon  unos  y  otros  en  reparar  los  des- 
trozos y  ejecutar  nuevas  obras  de  aproche  y  de  defensa,  de 
zanjas  y  minas. 

En  disposición  las  obras  de  los  franceses  de  ejecutar  un 
nuevo  asalto,  á  él  se  lanzaron  con  resolución  y  bizarría ;  pero 
con  no  menor  fueron  rechazados.  Con  gente  de  refresco  volvie- 
ron á  dar  el  séptimo  asalto,  teniendo  que  retroceder  perseguidos 
por  los  españoles  hasta  las  trincheras,  los  que  en  la  brecha  y 
en  el  foso  no  quedaron  tendidos  (2).  Con  nuevo  furor  volvieron 
los  franceses  al  octavo  asalto,  llegando  valerosamente  á  la  bre- 
cha, en  la  que  les  esperaban  el  valiente  Osorio,  de  Deva,  y  seis 
tolosanos  armados  con  pica  y  ciñendo  casco  y  cota.  Guiaba  á 
los  franceses  apuesto  coronel,  al  que  Osorio,  con  la  mayor  sere- 


(i)  Dos  de  estos  chicos,,  no  hallando  piedra  en  la  que  encaramarse  para  desde 
la  muralla  hacer  fuego,  arrastraron  el  cadáver  de  un  paisano  para  que  les  sirviera 
de  pedestal. 

(2)  «Parecerá  imposible  al  que  no  conozca  el  carácter  español,  que  después 
de  tan  rudos  combates  tuviera  en  seguida  nuestra  gente  ganas  de  divertirse.  Con 
grande  algazara  dejaron  bien  cargadas  las  armas  en  sus  puestos  y  principiaron  á 
saltar  al  foso  á  despojar  los  cadáveres,  registrar  las  faltriqueras  y  tirarles  la  ropa 
y  el  dinero  á  los  franceses  con  manifestaciones  de  burla  y  de  desprecio;  y  toda 
esta  bullanga  tuvo  lugar  en  medio.de  las  balas  de  mosquete  y  de  cañón,  porque 
irritado  el  enemigo  al  verles  rompió  el  fuego.» — O'Reilly. 


GUIPÚZCOA  33$ 


nidad,  del  primer  bote  le  quitó  el  magnífico  penacho  que  lucía 
en  su  lujoso  morrión,  como  para  dejarle  desairado,  y  del  segun- 
do le  atravesó  el  pecho.  Los  ocho  primeros  franceses  que  aco- 
metieron de  frente  cayeron  al  empuje  de  los  seis  tolosanos, 
y  reforzados  éstos  arrollaron  á  todos  los  asaltantes  hasta  el 
foso.  Otro  asalto,  por  la  desesperación  preparado,  no  obtuvo 
mejor  éxito. 

Tantos  asaltos  inútiles  y  tanta  sangre  derramada,  hirieron 
en  lo  más  vivo  la  vanidad  de  los  sitiadores.  Habido  consejo,  se 
acordó  el  asalto  general  con  todas  las  fuerzas  disponibles  de 
mar  y  tierra. 

Fuenterrabía  que  había  llegado  á  reunir  hasta  mil  defen- 
sores, sólo  contaba  con  400,  no  muy  bien  parados  después 
de  69  días  de  continua  lucha.  Escaseaba  la  pólvora ;  concluidos 
el  hierro  y  el  plomo,  se  había  apelado  al  peltre  de  las  cocinas, 
casi  consumido,  y  se  disponía  la  plata  para  fundir  balas.  Pero 
se  mantenía  inalterable  el  valor  y  el  patriotismo.  Y  había  sufrido 
la  ciudad  los  terribles  efectos  de  16,000  balas  de  cañón  y  463 
bombas,  no  habiendo  casa  que  no  estuviese  hundida  ó  espanto- 
samente agujereada;  por  el  baluarte  de  la  Reina  podía  penetrar 
el  enemigo  á  pié  llano ;  no  se  dudaba  volaría  pronto  el  de  Ley- 
va;  nada  atemorizaba,  y  esperaron  todos  con  tranquila  sereni- 
dad la  acometida  del  enemigo,  confiando  los  españoles  en  salir 
de  ella  tan  victoriosos  como  en  las  anteriores.  Ni  el  buen  humor 
les  abandonó  un  instante. 

Reorganizado  el  ejército  que  había  de  socorrer  á  Fuente- 
rrabía, se  aprestó  á  dar  la  batalla  el  7  de  Setiembre;  el  mismo 
día  que  el  francés  iba  á  ejecutar  el  asalto  general. 

Encomendándose  á  la  Virgen  cuya  Natividad  se  celebraba, 
al  siguiente  día  avanzaron  los  españoles  con  orden  y  resolución 
ocupando  el  Jaizquivel ;  y  al  comenzar  la  batalla,  los  de  Fuente- 
rrabía, de  hinojos  ante  la  imagen  de  Nuestra  Señora  de  Gua- 
dalupe y  expuesto  el  Santísimo  Sacramento,  elevaron  sus  ple- 
garias pidiendo  la   victoria.   Esta  fué   completa.  Pelearon  bien 


3^6  GUIPÚZCOA 


los  franceses,  pero  les  vencieron  los  españoles.  Sobre  mil  qui- 
nientos muertos  en  combate,  dos  mil  ahogados  é  igual  número 
de  prisioneros  perdieron  los  franceses,  además  de  8o  banderas, 
25  piezas  de  artillería  de  sitio,  armas,  tiendas,  bastimentos, 
dinero,  alhajas  y  muchos  efectos  (i);  lo  cual  evidenciaba  lo  pre- 
cipitada que  fué  la  retirada.  La  pérdida  del  ejército  español  en 
el  que  había  irlandeses  y  napolitanos,  pequeña. 

Fué  para  los  franceses  terrible  esta  derrota;  porque  conta- 
ban segura  la  conquista  de  Fuenterrabía.  Así  escribía  Richelieu 
á  Conde  :  «Tengo  por  muy  importante  que  se  fortifique  á  Fuen- 
terrabía,» y  que  en  este  asunto  procediera  con  la  misma  activi- 
dad que  si  los  españoles  la  hubieran  de  sitiar  al  día  siguiente 
de  rendida. 

El  almirante  de  Castilla  y  el  marqués  de  los  Vélez,  que 
penetraron  en  Fuenterrabía  á  caballo  por  la  brecha,  seguidos 
de  la  comitiva  y  de  varios  escuadrones  de  su  bizarra  caballería, 
entrando  la  infantería  por  la  puerta,  fueron  recibidos  todos  con 
delirante  entusiasmo,  dirigiéndose  en  el  acto  á  la  iglesia  donde 
se  cantó  un  solemne  Te-Deum. 

Al  llegar  la  noticia  de  tan  valioso  triunfo  á  Madrid,  inundá- 
ronse calles  y  plazas,  aclamando  todos  al  rey:  arrolló  el  pueblo 
la  guardia  de  palacio,  invadió  la  misma  cámara  real,  y  no  paró 
hasta  felicitar  cara  á  cara  á  S.  M.  Fué  el  día  siguiente  de  gala, 
hubo  besamanos,  regia  visita  á  la  Virgen  de  Atocha,  se  dispu- 
sieron otras  fiestas  religiosas,  casar  huérfanas  y  rescatar  cauti- 
vos, y  se  dio  este  decreto  (22  Setiembre  1638):  «El  valor,  fide- 
lidad y  constancia  de  los  de  Fuenterrabía  en  la  defensa  de 
aquella  plaza  ha  sido  tan  grande,  que  por  el  ejemplo  se  debe 
conservar  en  la  memoria,  encaminándose  á  su  mayor  beneficio 
las  obras  pías,  en  hacimiento  de  gracias  de  la  merced  que  Dios 
Nuestro  Señor  se  ha  servido  hacernos;  y  así  he  resuelto,  que 


(i)    En  los  reales  franceses  estaban  los  aparadores  llenos  de  vajilla  de  plata,  y 
en  las  tiendas  abundaban  preciosas  alhajas. 


GUIPÚZCOA  337 


en  primer  lugar  sean  preferidas  á  todas,  las  hijas  de  Fuenterra- 
bía  para  la  colocación  de  huérfanas;  y  ni  mas  ni  menos  en  la 
redención  de  cautivos  los  que  fueren  hijos  de  la  misma  villa ; 
en  2."  lugar  las  hijas  de  soldados  de  las  fronteras  de  África,  y 
los  que  estándome  sirviéndome  allí  fueren  prisioneros  de  moros, 
en  3.*^  hijas  de  soldados  marineros  perdidos  peleando,  en  la 
dotación  de  huérfanas,  y  ellos  en  la  redención  de  cautivos ;  y 
en  4.*^  en  ambos  géneros,  entrarán  criados  de  mi  casa. » 

A  Fuenterrabía  escribió  esta  carta;  4 El  Rey.  Consejo,  Jus- 
ticia, Regimiento,  Caballeros  Hijosdalgo  de  la  muy  noble  y  muy 
leal  villa  de  Fuenterrabía:  por  lo  que  ha  escrito  el  Almirante 
de  Castilla  en  7  de  Setiembre  se  ha  entendido,  como  después 
de  haber  acometido  al  enemigo  aquel  dia,  fué  Nuestro  Señor 
servido  de  dar  tan  feliz  suceso  á  mis  armas,  que  pudo  aquella 
noche  entrar  en  esa  villa,  después  de  haber  rompido  y  puesto 
en  huida  al  enemigo  con  gran  pérdida  de  su  gente,  banderas, 
artillería,  municiones  y  bagajes,  con  que  salió  esa  plaza  del 
aprieto  en  que  se  hallaba,  habiendo  con  vuestro  valor  resistido 
por  discurso  de  69  dias  el  sitio  que  puso  sobre  ella,  llevando 
las  incomodidades  que  en  este  tiempo  se  ofrecieron  con  tal  biza- 
rría, que  sin  reparar  en  las  haciendas  y  vidas,  mantuvisteis  la 
reputación  de  mis  armas  con  la  fidelidad  que  siempre  lo  habéis 
hecho,  dando  ejemplo  á  todas  las  naciones  vuestra  constancia  y 
valor  de  que  haré  siempre  singular  estimación  como  merece 
servicio  tan  particular ;  pues  en  él  consistió  la  gloria  de  tan  feliz 
suceso.  Y  aunque  todo  viene  de  mano  de  Nuestro  Señor,  reco- 
nozco la  parte  que  en  él  habéis  tenido  que  es  muy  conforme  á 
vuestras  obligaciones :  y  así  lo  manifestaré  haciéndoos  grandes 
mercedes;  y  si  bien  tengo  resuelto  algunas,  me  diréis  las  que  se 
os  ofrecieren  que  sean  de  mayor  conveniencia  vuestra  para  que 
tome  resolución  de  ellas ;  y  desde  luego  ofrezco  la  pronta  re- 
edificación de  vuestras  casas  ;  y  he  mandado  al  Almirante  me 
envié  relación  de  lo  que  importa  este  gasto  para  que  se  provea 

sin  dilación;  y  que  se  dé  á  cada  vecino  por  ahora  el  socorro  que 

43 


338  GUIPÚZCOA 


de  él  entenderéis.  También  he  mandado  me  informe  los  que  se 
señalaron  en  esta  ocasión,  á  quien  se  deban  dar  ventajas  sobre 
cualquier  sueldo,  porque  tan  buenos  vasallos  queden  remune- 
rados y  haya  memoria  en  todos  tiempos  de  la  fineza  con  que 
habéis  perseverado  y  resistido  en  la  oposición  del  ejército  ene- 
migo; pues  hasta  las  mugeres  acudieron  á  todo  lo  necesario, 
gobernándose  con  tal  valor,  que  no  escusaron  las  acciones  de 
mayor  riesgo,  de  que  me  doy  por  muy  obligado  y  de  lo  mucho 
y  bien  que  obráisteis  en  este  sitio  así  en  daño  del  enemigo  como 
en  nuestra  defensa;  y  es  cierto  no  olvidaré  el  amor  y  perseve- 
rancia con  que  os  habéis  expuesto  á  la  fuerza  del  enemigo,  pues 
habéis  tenido  tanta  parte  en  que  mis  armas  conserven  el  crédito 
que  han  adquirido  en  todas  partes  y  escusado  otros  inconve- 
nientes.— De  Madrid  á  15  de  Setiembre  de  1638. — Yo  el  Rey. 
— Por  mandado  del  R.  N.  Sr,,  D.  Fernando  Ruiz  de  Contre- 
ras.» 

También  el  conde-duque  escribió  á  Fuenterrabía  ofreciendo 
que  las  mercedes  que  les  haría  el  rey  y  «merecían  tan  justa- 
mente, serán  mayores  que  su  deseo  mismo  de  Vm.;  las  cuales 
solicitaré  yo  con  mucho  gusto  ;>  se  ponía  á  su  servicio  y  que 
nada  quisiera  sino  haber  nacido  hijo  de  aquella  villa  (ignoraba 
que  era  ciudad),  á  la  cual  se  añadió  á  los  títulos  de  Muy  Noble 
y  Muy  Leal,  el  de  Muy  Valerosa. 

Y,  consecuencias  del  vergonzoso  favoritismo  que  entonces 
reinaba:  cuando  nadie  con  menos  títulos  que  el  de  Olivares,  que 
quiso  abandonar  Fuenterrabía  á  los  franceses,  que  se  negó  á 
que  fuera  en  su  auxilio  la  escuadra  dispuesta  para  el  Brasil,  que 
no  se  movió  de  Madrid,  y  que  más  bien  perjudicó  que  favoreció 
la  salvación  de  la  plaza,  fué  el  más  favorecido ;  era  el  favorito 
del  rey  y  se  le  dio  el  gobierno  perpetuo  de  Guipúzcoa  con  el 
título  de  Adelantado  (i),  12  mil  escudos  de  renta  al  año,  se  le 


^i)    No  consta  que  el  conde-duque  tomara  posesión  y  ejerciera  el  empleo  de 
Adelantado  mayor  de  Guipúzcoa  ;  pero  si  que  quiso  tomarla  su  sucesor  el  duque 


GUIPÚZCOA  339 


hizo  gobernador  de  Fuenterrabía,  con  su  sueldo,  pudiendo 
delegar  este  puesto  en  persona  elegida  por  él  mismo,  y  se  le 
concedió  además  una  copa  de  oro  que  le  entregaría  el  rey 
todos  los  años  en  recuerdo  de  la  victoria  y  de  su  mérito;  de- 
biendo advertirse  que  estos  honores  y  rfentas  se  heredarían, 
no  por  derecho  de  sangre  sino  por  libre  disposición  del  conde- 
duque. 

Butrón,  que  adquirió  nombre  inmortal,  tuvo  que  ser  reco- 
mendado.— Las  indemnizaciones  y  mercedes  ofrecidas  se  cum- 
plieron. Ya  que  hubo  injusticias,  no  hubo  regia  ingratitud,  tan 
frecuente  en  aquellos  y  otros  tiempos. 

Tal  fué  el  sitio  y  famosa  defensa  de  Fuenterrabía,  honra 
de  Guipúzcoa,  gloria  de  España. 


de  .Medina  de  las  Torres,  y  aunque  los  alcaldes  ordinarios  de  Fuenterrabía  admi- 
tieron su  presentación,  suspendieron  su  ejecución.  Expuso  la  provincia  al  rey  con- 
tra tal  nombramiento,  y  quedó  extinguido  el  cargo  en  Guipúzcoa: 


rn 


--^::^ 


f} 


CAPITULO  XII 


Servicios  de  la  provincia. — Isla  de  los  Faisanes. — Paz  de  los  Pirineos 
Reyes  de  Francia  y  de  España.  —  Incidentes.  —  Tratados  y  proyecto  de 

repartición  de  España 


I 


1  .AS  guerras  en  que  se  vio  envuelto  Felipe  IV  le  obligaban  á 
<^^^pedir  servicios  á  las  provincias,  los  cuales  se  convertían  ya 
en  verdaderos  sacrificios.  No  era  Guipúzcoa  la  que  menos  hacía, 
á  pesar  de  que  toda  la  gente  capaz  de  tomar  las  armas,  excep- 
tuando la  de  los  presidios  de  Fuenterrabía  y  San  Sebastián,  lle- 
gaba á  4700  hombres.  A  la  sazón,  además  de  los  600  que  había 
enviado  al  ejército  sin  obligación  de  reemplazarlos  y  con  la  de 


342  GUIPÚZCOA 


volver  á  sus  casas  finalizada  la  guerra,  tenía  ofrecido  para  cam- 
pear y  hacer  resguardos  en  Guipúzcoa  2000;  se  ocupaban  en 
las  fábricas  de  armas  de  Placencia,  Tolosa,  Eibar,  Mondragón, 
Elgoibar,  Vergara  y  otros  pueblos  800;  en  el  tren  que  se  destina- 
ba para  el  ejército,  pontones  y  cabalgamento  de  las  dos  plazas 
y  castillos  de  San  Sebastián,  Fuenterrabía,  el  Pasaje  y  Guetaria 
se  entretenían  300;  y  en  las  obras  y  fortificaciones  150  carpinte- 
ros y  oficiales  y  800  peones  sin  las  mujeres  y  gente  voluntaria, 
Y  aún  se  pedían  más  servicios,  y  secundaba  al  rey  el  consejo  de 
Cantabria  que  residía  en  Vitoria:  hacía  esfuerzos  la  Diputación 
para  complacer  al  monarca,  y  cuando  el  Corregidor,  por  orden 
del  rey  mandó  que  todos  los  guipuzcoanos  desde  la  edad  de 
16  años  hasta  la  de  50  tuviese  cada  uno  su  arma  de  fuego,  pól- 
vora, balas  y  cuerda,  para  cuando  se  ofreciese,  la  junta  respon- 
dió que,  careciendo  de  armas,  suplicase  el  Corregidor  á  S.  M.  y 
señores  de  su  consejo  de  Cantabria  ordenasen  que  á  la  gente 
de  la  provincia  se  la  surtiese  de  armas  y  municiones  (i). 

Las  necesidades  crecientes  de  aquella  desgraciada  monar- 
quía, aumentaban  sus  exigencias,  y  tales  hizo  á  Guipúzcoa  que 
no  se  creyeron  bastante  autorizados  sus  representantes  para 
concederlas  todas;  no  fueron  más  condescendientes  los  reunidos 
en  nueva  junta  en  Tolosa ;  pero  mostróse  inexorable  el  Corregi- 
dor en  cumplimiento  de  las  órdenes  del  rey,  y  por  temor  á  ma- 
yores males,  obedeció  la  provincia  (2).  Acudió  gente  de  ésta  á 
la  guerra  de  Cataluña  y  á  la  conquista  de  Portugal,  haciéndose 
además  levas  para  la  real  escuadra  (3),  después  de  haberse  apa- 


(i)  «Y  que  respecto  á  que  no  se  le  habia  querido  dar  pólvora,  plomo  y  cuerda 
en  Pamplona  ni  en  otras  partes,  ni  en  Placencia  armas  de  fuego- por  su  dinero  á 
fin  de  que  en  alguna  ocasión  repentina  que  se  ofreciese  se  hallasen  prevenidos  los 
guipuzcoanos  se  determinó  lo  conveniente.»  (Acia  de  la  junta  del  ]o  Marzo  lójg.) 

(2)  Junta  particular  celebrada  en  la  Iglesia  parroquial  de  San  Bartolomé  de 
Vidania  en  ó  de  Febrero  de  i  640. 

(3)  Eran  tan  estimados  los  guipuzcoanos  para  la  marina,  que  en  los  continuos 
pedidos  que  de  ellos  se  hacían  para  tripular  buques,  merece  consignarse  el  que  en 
20  de  Marzo  de  1663  hizo  el  rey  á  la  provincia  de  «la  mas  numerosa  tripulación 
que  pudiera  verificar  para  servir  de  guarnición  á  los  cuatro  Galeones  que  fabricó 
el  general  D.  Miguel  de  Oquendo  y  que  se  hallaban  ya  prontos  para  salir  al  mar, 


G  U  I  H  L'  z  c  o  A  343 


rejado  en  San  Sebastián  algunas  y  hasta  una  se  armó  de  17  na 
víos  con  destino  á  Burdeos  en  favor  de  los  sitiados,  rebeldes  á 
Luís  XIV. 

Veinticinco  años  de  asoladora  guerra  entre  Francia  y  Espa- 
ña, hacían  necesaria  la  paz :  al  cabo  de  no  pocas  peripecias,  se 
convino  en  una  tregua  mientras  se  ajustaban  ciertos  prelimina- 
res ;  terminados  los  cuales  y  dada  la  última  mano  á  los  capítulos, 
se  convino  en  firmarla  en  la  frontera  de  ambos  reinos,  señalando 
la  Isla  de  los  Faisanes. 

Entre  varias  isletas  que  forma  el  río  Bidasoa,  es  una  la 
de  los  Faisanes,  que  llamada  así  desde  tiempo  inmemorial,  )■ 
colocada  más  arriba  del  paso  de  Behobia,  y  media  legua  larga 
de  Fuenterrabía,  consta  de  quinientos  pies  de  longitud  y  de  se- 
tenta de  latitud.  Sobre  ésta,  se  empezó  á  edificar  algunos  meses 
antes,  de  común  acuerdo  de  ambos  reyes,  una  casa,  para  que  al 
fin  de  los  ajustamientos  sirviese  á  estas  funciones.  Y  porque  la 
posesión  y  derecho  que  tiene  Fuenterrabía  á  todo  el  Río  que- 
dase salvo  é  ileso,  se  repitieron  en  esta  ocasión  por  dicha  ciudad 
á  los  ministros  franceses  las  protestas  judiciales  que  siempre  ha 
hecho  en  los  demás  actos  celebrados  sobre  sus  aguas  por  las 
dos  coronas,  como  el  que  se  ofreció  con  el  rey  Francisco  I  de 
Francia  el  año  de  1526  y  el  de  1530  con  sus  hijos:  el  de  las 
vistas  de  la  reina  D.'^  Isabel  de  la  Paz,  con  la  reina  madre  y  su 
hermano  Carlos  IX  en  el  de  1565,  y  el  de  las  entregas  de  las 
reinas  D.'^  Ana  de  Austria  y  D.^  Isabel  de  Borbón  el  año  de  1 6 1 5 , 
como  consta  de  los  mismos  instrumentos  auténticos  que  guarda  el 
Archivo  de  Fuenterrabía  y  lo  escriben  Cabrera,  Mantuano,  Sa- 
lazar  de  Mendoza  y  otros.  Iba  caminando  la  obra  al  paso  de  los 
tratados  y  estuvo  perfecta  cuando  la  conclusión  de  ellos  la  hizo 
necesaria.  Era  su  forma  prolongada,  por  haber  de  obedecer  la 


pues  necesitaba  de  Infantería  de  buena  calidad  á  propósito  como  la  que  se  puede 
sacar  de  vuestros  naturales  por  las  experiencias  que  se  tienen  de  su  valor  y  cons- 
tancia.» 

El  rey  autorizaba  además  á  la  Diputación  para  nombrar  capitanes  guipuzcoanos. 


3-14  GUIPÚZCOA 


fábrica  á  la  comodidad  que  dispensaba  la  isla;  é  hízose  igual- 
mente común  á  las  dos  naciones,  de  suerte  que  cada  una  de  ellas 
tenía  las  mismas  piezas,  y  de  igual  proporción  y  distancia  que 
la  otra,  y  con  el  mismo  lujo  amuebladas ;  pues  no  se  escaseó  la 
ostentación  más  esmerada.  Como  la  mitad  correspondía  á  Fran- 
cia y  la  otra  mitad  á  España,  cada  ministro  tenía  su  entrada,  y 
cada  uno  se  presentó  con  el  más  ostentoso  aparato,  como  si  mu- 
tuamente pretendieran  eclipsar  en  grandeza  y  ofuscar  en  lujo. 

Al  cabo  de  veinticuatro  conferencias  en  cerca  de  tres  meses, 
se  ajustaron  los  i  24  artículos  que  constituyen  el  famoso  tratado 
de  Paz  de  los  Pirineos  (i),  que  demostraba  el  estado  á  que  ha- 
bían reducido  á  España  reyes  ineptos  é  indignos  favoritos. 

También  se  estipuló  que  Luís  XIV  casaría  con  la  infanta 
D.^  María  Teresa  de  Austria,  primogénita  de  Felipe  IV,  renun- 
ciando ésta  á  la  sucesión  de  la  monarquía  española,  mediante  el 
dote  de  500,000  escudos. 

Como  el  príncipe  de  Conde,  el  sitiador  de  Fuenterrabía,  se 
había  puesto  al  servicio  de  España,  por  lo  cual  le  odiaba  Maza- 
rino  y  le  protegía  nuestro  rey,  fué  objeto  igualmente  del  tratado, 
conviniendo  el  cardenal  en  reponer  á  Conde  en  su  gobierno  de 
Borgoña. 


(i)     Recuerda  esta  paz  una  columna  conmemoratoria  con  cuatro  inscripciones. 

Mirando  á  Irún,  dice  : 

MDCCCLXI 

En  la  cara  que  mira  á  la  carretera  de  Irún  á  Behovia,  dice : 

En  Memoria  de  las  conferencias  de 
MDCLIX 

Por  las  cuales 
Felipe  IV  y  Luis  XIV 
Con  una  feliz  alianza 

Pusieron  término 
A  una  empeñada  guerra 
Entre  sus  dos  naciones. 

Restauraron  esta  isla 
Isabel  II,  reina  de  las  Españas 

y 

Napoleón  111,  Emperador  de  los  franceses 
En  el  año  MDCCCLXI. 

En  el  lado  oriental  qué  mira  al  puente,  la  misma  inscripción  en  francés. 


o  u  I  ('  u  2  c  O  A  345 


A  entregar  á  Luís  XÍV  la  infanta  de  España  que  había  de 
ser  reina  de  Francia,  salió  Felipe  IV  de  Madrid,  lo  que  se  avisó 
á  la  provincia,  para  que  procediera,  como  procedió,  con  la  es- 
plendidez que  en  el  viaje  de  Felipe  III,  si  no  se  excedió  (i). 


(i)     Es  curiosa  la  relación  de  este  viaje  : 

El  I  5  de  Abril  salió  de  Madrid  la  corte  con  gran  séquito,  tardando  cerca  de  un 
mes  en  llegar  á  San  Sebastián:  tan  cortas  eran  las  jornadas,  tantas  y  tan  grandes 
las  detenciones,  por  no  dejar  convento  que  visitar,  y  encontrarse  con  algunos  obs- 
táculos que  vencer  ;  así  al  tratarse  de  la  bajada  de  la  cuesta  de  Salinas,  dice  la  rela- 
ción: «el  cuidado  de  quien  avia  ido  á  prevenir  los  caminos  y  la  diligencia  de  las 
«justicias  de  los  lugares  cercanos,  y  de  los  demás  de  la  Provincia,  tenian  repara- 
»dos  los  malos  passos  de  ella,  y  aderezada  esta  cuesta  en  la  mejor  forma,  que  avia 
«permitido  su  terreno,  y  la  incomodidad  con  que  habia  porfiado  á  impedirlo  el 
«temporal,  y  así  el  coche  de  sus  .'^lagestades,  baxó  con  toda  seguridad,  y  todos  los 
«demás,  sin  azar  considerable,  ayudándose  muchos  con  la  precaución  de  quitar 
«los  tirantes,  y  muías  de  delante,  y  con  la  industria  de  amarrar  una  rueda,  para 
oque  la  firmeza  de  ella  fuese  deteniendo,  y  suspendiendo  el  ruedo  en  las  pendien- 
»tes  de  la  cuesta,  con  que  al  anochecer  llegaron  sus  Magestades  á  Mondragon:  pero 
«muchas  personas  mas  tarde. « 

Dice  más  adelante  :  <>  Iba  llegando  á  Villareal  el  séquito  de  la  corte  con  gran  di- 
«ficultad,  por  la  que  habia  dado  á  la  cuesta  el  rigor  del  dia.  Ksto  obligó  á  variar  el 
«orden  prevenido,  y  dispuesto  :  porque  aviendo  de  pasar  en  el  siguiente  á  comer, 
«y  dormir  á  Tolosa  :  determinó  su  Magestad  dividir  la  jornada,  quedándose  á  ha- 
»zer  medio  dia  en  \illafranca  ;  lugar,  que  parte  la  distancia  :  pero  ni  aun  esto  pudo 
«executarse,  porque  no  bastando  las  hogueras  que  se  pusieron  á  trechos  del  cami- 
«no.  ni  la  providencia  de  salir  á  él  muchos  hombres  con  teas  encendidas,  eran  las 
«diez  de  la  noche  sin  que  hubiessen  arribado  algunos  coches:  por  lo  qual  tomó  su 
«Magestad  nueva  resolución,  de  no  passar  de  Villareal  al  otro  dia.  para  que  se  rc- 

«cobrase.  y  uniesse  toda  la  familia dudóse,  si  avria  allí  la  provisión  suficiente 

«)de  bastimentos,  por  avérseles  perdido  muchos,  que  tenian  prevenidos,  para  el 
«tránsito  de  su  Magestad,  á  este,  y  á  los  demás  lugares,  desde  Burgos,  á  causa  de 
«la  detención  que  tuvo  en  aquella  ciudad,  contra  los  primeros  avisos  que  les  fuc- 
«ron,  y  el  tiempo  á  que  los  aguardaban  :  y  también,  porque  consumiendo  cada  dia 
«los  vagages  de  la  corte  700  fanegas  de  cevada.  quanta  se  gasta  en  aquella  tierra 
))se  conduce  de  acarreo.» 

Todos  los  pueblos  se  esmeraban  en  agasajar  á  la  corte.  Este  fervor  monárquico, 
estuvo  á  punto  de  producir  un  conflicto  entre  el  vecindario  de  ambos  Pasajes.  cEs 
«de  la  jurisdicción  de  S.  Sebastian,  el  Passage  que  está  de  su  banda ;  y  de  P'uenie- 
«rrabía.  el  que  está  de  la  otra  parte,  y  defiende  cada  uno  de  estos  lagares  con  tan- 
«ta  observancia  la  inmunidad  de  sus  términos,  que  no  permite,  que  use  el  otro  en 
«ellos  de  ningún  acto  de  superioridad.  Los  del  Passage  de  Fuenterrabía.  qui- 
«sieron  entrar  aquella  tarde  con  estandarte  arbolado  en  la  jurisdicción  del  de  San 
«Sebastian,  defendiéronlo  los  de  este  con  resolución,  y  los  otros  en  dos  compa- 
«ñías.  que  tenían  formadas,  para  hazer  alarde  delante  de  su  Magestad,  venían  á 
«franquearse  el  paso  con  las  armas,  á  tiempo,  que  D.  Juan  del  Águila,  cavallero  de 
«la  Orden  de  Santiago,  Oidor  de  la  Chancí Hería  de  Valladolid,  Corregidor  de  aque- 
olla  Provincia:  y  otras  personas  de  quenta,  que  á  la  sazón  se  hallaron  allí,  compu- 
«sieron  la  diferencia,  y  hizieron  contener  en  los  limites,  y  en  los  de  la  razón  á  los 
«de  Fuenterrabía.» 

44 


3-46  '".  u  I  p  i"  z  c  o  \ 


Verificados  los  desposorios  en  España,  hízose  la  entrega  de 
la  infanta,  ya  reina,  á  su  marido,  en  la  raya  de  Francia;  hallan 
dose  allí  la  reina  D.^  Ana  de  Austria,  hermana  de  Felipe  IV, 
viéndose  ambos  hermanos  después  de  tantos  años  de  ausencia  y 
tantos  desabrimientos  como  habían  tenido. 

En  el  mismo  Bidasoa  se  separaron  las  cortes  de  ambas  na 


Describiendo  los  festejos  celebrados  en  Pasajes,  después  de  expresar  la  inmen- 
sa concurrencia  de  toda  clase  de  gentes,  y  multitud  de  botes,  añade:  «Estaban 
wsurtas  en  el  Puerto  siete  fragatas  ostentosas,  un  Galeón  de  la  Plata,  nombrado 
»Roncesvalles,  y  un  navio  de  particular  grandeza,  que  fuera  ya  del  astillero,  y  en 
»los  términos  de  aprestarse,  se  había  destinado  desde  el  principio  de  su  fábrica 
»por  quenta  de  Su  Magestad,  para  Capitana  Heal  de  la  Armada  del  (.cceanoíy  como 
«tal  há  número  de  meses  que  navega,  quando  se  dá  á  la  estampa  LSte  resumen). 
"Extiéndese  la  quilla  hasta  66  codos  y  medio  de  longitud;  contiene  la  manga,  que 
aviene  á  ser  lo  ancho,  el  espacio  de  veintiquatro ;  la  Esloria  ique  es  lo  más  largo) 
)>en  la  tercera  cubierta,  87  ;  desde  el  Soler,  hasta  la  tercera  cubierta,  ay  veinte  y 
»dos;  tiene  ciento  y  cinco  portas  para  la  artillería,  y  llevará  encavalgadas  hasta 
«noventa  piezas  ;  há  menester  i  600  quintales  de  jarcia,  8000  varas  de  pacage,  ó 
«lienzo,  para  velas,  y  es  de  mil  quinientos  y  veinte  y  dos  toneladas:  y  en  suma 
«dizcn,  no  averse  visto  Nao  de  tanto  porte  en  Europa,  ni  aun  en  el  Orbe:  excepto 
))las  Carracas  de  las  Indias  Orientales,  que  por  su  desmedida  grandeza,  no  pueden 
«navegar,  sino  en  aquellos  inmensos  mares 

«Luego  que  se  descubrió  el  vareo  de  Sus  .Magestades,  les  hizo  una  salva  toda  la 
«artillería,  y  mosquetería  de  la  Capitana  Real,  de  Roncesvalles,  de  las  fragatas  Os- 
«tendesas,  del  Castillo,  y  de  la  gente  de  los  Passages,  en  que  se  dispararon  hasta 
«doscientos  cañonazos,  y  mas  de  dos  mil  mosquetes,  que  con  ruidoso  estruendo, 
«y  dilatado  eco,  resonaron  por  aquellos  espacios  del  agua,  y  de  la  tierra,  y  con 
«densidad  de  volcanes  de  fuego,  y  de  opacas  nubes  de  humo,  embarazaron  todo 
»el  aire. 

«Assi  como  se  fué  levantando  este  nublado,  se  ofreció  á  los  ojos  un  hermosíssi- 
»mo  objeto.  Venia  la  gavarra  de  Sus  Magestades,  vestida  de  toldo,  y  paramentos 
«de  color  pajizo,  y  remolcada  de  dos  chalupas  de  á  seis  remeros  cada  una  por 
«vanda,  vestidos  todos  de  encarnado,  y  que  á  fuerza  de  brazos,  en  la  alta  marea,  la 
«conducían  en  veloz  serenidad,  contra  la  corriente. 

«Rodeábanla  algunos  vareos  con  clarines,  violones,  y  otros  instrumentos  músi- 
«cos,  con  que  también  otras  naciones  (no  solo  la  Española)  procuraban  festejar,  y 
«servir  á  tal  .Monarca,  poblando  aquellos  huecos  de  armonía  suave,  y  gustosas 
«consonancias.  Dábanla  infinitos  bordos  muchas  gavarras,  y  vareos,  queremolca- 
«das  unas,  y  conducidos  otros,  de  aquellas  varoniles  mugeres,  admiraba  á  todos 
«la  constancia  con  que  remaban,  y  la  (irmeza,  y  brio  con  que  disparaban  á  pecho 
«los  mosquetes. 

«Entretenía  la  diversidad  de  gente,  que  se  miraba  al  rededor  de  aquellas  naos, 
»y  la  que  iba  por  medio  del  canal  en  chalupas,  en  gavarras,  en  falúas,  y  en  otros 
«géneros  de  embarcaciones  pequeñas,  la  diferencia  de  colores  con  que  venían 
«ellas  aparejadas,  y  vestidos  sus  remeros,  el  ardor  con  que  contendían  unas  con 
«otras,  sobre  ganarse  el  varlobento,  y  vencer  en  la  velocidad  ;  y  últimamente,  la 
«ansia,  y  deseo  con  que  todas  procuraban  adelantarse  á  viva  fuerza,  y  diligencia, 
«y  ganar  tierra,  ó  ganar  agua  en  la  cercanía,  y  vista  de  su  Rey.» 


'}  u  I  p  u  z  c  o  A  ^47 

clones,  muy  satisfechas  de  aquel  matrimonio,  concertado  como 
prenda  de  paz,  «  que  había  de  ser  fuente  inagotable  de  gravísi- 
mos acontecimientos  para  España,  y  el  suceso  que  más  había  de 
influir  en  el  porvenir  de  esta  nación  (i).» 

Durante  las  anteriores  conferencias  para  la  paz,  tuvo  Gui- 
púzcoa I  ooo  hombres  armados. 

Poco  tiempo  después  se  estuvo  á  punto  de  que  ocurriera  un 
grave  conflicto,  que  afortunadamente  no  hizo  más  que  iniciarse. 

Al  cangearse  y  restituirse  á  sus  reinos  los  embajadores  de 
España  y  Francia  (22  Diciembre  1Ó73)  en  la  salva  que  al  pasar 
el  Bidasoa  hacían  las  fuerzas  de  naturales  de  una  y  otra  nación, 
celebrando  el  recibo  de  su  embajador,  los  franceses  dispararon 
con  bala  é  hirieron  gravemente  en  un  muslo  al  señor  de  la  casa 
solar  de  Ribera,  y  al  ver  tal  alevosía  la  gente  de  Irún,  disparó 
también  con  bala  matando  á  dos  franceses  é  hiriendo  á  otros. 
Por  ambas  partes  se  trabó  la  lucha,  peligrando  las  personas  de 
los  embajadores,  que  al  fin  quedaron  ilesos,  lográndose  apaci 
guar  á  los  contendientes,  de  suyo  exasperados,  con  los  ánimos 
más  dispuestos  á  la  guerra  que  á  la  paz. 


II 


Los  apuros  del  tesoro  por  la  conquista  de  Portugal,  obliga- 
ron al  rey  á  pedir  á  Guipúzcoa  un  donativo,  y  concedió  el  de 
20,000  duros,  además  de  tener  que  acudir  á  la  defensa  del 
país  amenazado  con  las  fuerzas  que  Francia  presentó  á  la  dere- 
cha del  Bidasoa,  frente  á  Irún  (lóóó);  teniendo  que  apresurar 
al  año  siguiente  la  conclusión  de  fuertes  exteriores  de  San  Se- 
bastián y  prepararse  á  rechazar  la  posible  invasión  francesa. 
No  corrían  seguramente  buenos  tiempos  para  Guipúzcoa. 


(i)     Laflente. 


348  GUIPÚZCOA 


Siguieron  las  peticiones  de  gente  de  mar  y  tierra  en  el  rei- 
nado de  Carlos  II,  quien  en  1677  solicitó  de  la  provincia  la 
formación  de  una  escuadra  de  bajeles,  acordándose  en  la  junta 
celebrada  en  Motrico  el  14  de  Octubre  que  se  compusiera  de 
cinco  bajeles,  vergas  en  alto,  de  3,600  toneladas  en  junto,  con 
tal  que  el  rey  auxiliara  á  la  provincia  con  26  ducados  de  plata 
por  cada  una  de  las  toneladas,  supliendo  Guipúzcoa  todo  lo  res- 
tante (i). 

Pero  el  mayor  peligro  de  Guipúzcoa  era  su  vecindad  del 
otro  lado  del  Bidasoa;  llegando  los  franceses  (1680)  á  construir 
en  Hendaya  un  fuerte,  que  al  terminarle,  tres  años  después, 
dispararon  desde  él  algunas  bombas  á  Fuenterrabía.  Temióse  la 
invasión  francesa  en  la  provincia;  pero  se  dirigió  á  Cataluña;  á 
allí  fueron  también  guipuzcoanos;  efectuaron  éstos  además  una 
ligera  excursión  hacia  Sara,  que  si  no  tuvo  por  objeto,  coincidió 
á  poco  con  la  celebración  de  un  tratado  entre  Labourd  y  Gui- 
púzcoa sobre  la  pesca  del  bacalao  en  Terranova;  en  1696,  quiso 
Francia  poner  obstáculo  á  la  navegación  y  pesca  de  los  buques 
guipuzcoanos,  desistiendo  por  las  representaciones  de  sus  jun- 
tas; aunque  no  cejando  el  francés  en  tener  como  en  jaque  á 
Guipúzcoa  ó  más  bien  á  España,  con  el  ejército  considerable  que 
mandaba  en  Bayona  el  general  Harcourt,  á  la  espectativa  de  las 
intrigas  que  en  Madrid  pululaban  á  la  cabecera  del  lecho  del 
monarca  hechizado.  Á  tal  extremo  llegaron  los  propósitos  de 
Luís  XIV,  que  viendo  próximo  el  fallecimiento  de  Carlos  II  y 


(i)  Habiendo  pedido  el  rey  después  200  infantes  para  la  tripulación  de  los 
bajeles  de  Oquendo  y  respondiendo  la  provincia  que  no  podía  dar  cumplimiento  á 
este  servicio  si  había  de  formar  la  escuadra,  la  relevó  S.  M.  de  ella'. 

Merece  referirse  la  gran  tempestad  que  sufrió  San  Sebastián  eV.-j  de  Diciem- 
bre de  1688.  Coincidió  con  la  del  cielo  un  desusado  movimiento  en  el  mar,  á  la 
hora  de  la  pleamar  de  la  tarde.  Inundó  el  mar  camino  y  huertas,  y  subió  el  agua  á 
tanta  altura  que  excedió  en  mucho  á  la  de  las  murallas  de  la  ciudad  que  miran  al 
muelle,  entrándose  el  agua  dentro  de  ella  á  la  parte  llamada  el  Ingente.  Al  terror 
que  infundió  esta  inundación,  se  añadió  el  que  producían  los  truenos  y  relámpa- 
gos;  que  un  rayo  cayó  en  el  castillo  prendiendo  los  780  quintales  de  pólvora  que 
habia  en  el  almacén  con  la  voladura  de  i  o  hombres  :  conmovió  el  estruendo  á  toda 
la  población,  produjo  un  pánico  y  azoramiento  indescriptibles  y  no  pocos  daños. 


r,  U  I  P  L'  Z  C  o  A 


349 


dudando  conseguir  su  deseo  de  que  le  heredara  el  duque  de 
Anjou,  pensó  en  un  tratado  con  sus  coaligados  para  repartirse 
los  dominios  españoles,  reservándose  para  sí  Guipúzcoa  y  Na- 
varra (i). 


(i)     Oainza.  Historia  de  Iruiiuranzii. 


< 


CAPITULO  XIII 

Principios  del  reinado  de  Felipe  V. — Aduanas. — Nueva  guerra  con  Francia. 

Defensa  y  sumisión  de  Guipúzcoa. 


p: 


I 


L  venir  Felipe  V  á  reinar  en  España,  entró  por  Guipúz- 
coa (i),  cuya  Diputación  se  esmeró  en  sus  obsequios,  pro- 


(i)  Conforme  a  íuero  correspondía  a  irún  dar  la  guardia  al  rey  cuando  se  alo- 
jara en  esta  villa,  alegó  el  mismo  derecho  Fuenterrabía,  ninguno  quería  ceder, 
dióse  cuenta  a  D.  Felipe  que  estaba  ya  en  la  frontera,  }•  se  detuvo  tres  días  en  San 
Juan  de  Luz  mientras  se  resolvía  la  cuestión,  mandando  que  la  guardia  la  diesen 
militares  del  presidio  de  San  Sebastián,  y  que  ni  el  alcalde  de  Fuenterrabía  ni  el 
de  Irún  salieran  á  recibirle. 

Formóse  un  largo  proceso  que  se  sentenció  en  1702,  dando  sobre  lo  militar 
voz  y  voto  á  la  Universidad  de  Irún,  con  separación  y  total  independencia  de 
Fuenterrabía. 

En  17^4  se  decretó  á  favor  de  Irún  la  exención  de  jurisdicción  de  Fuenterrabía, 
para  poder  ejercerla  por  medio  de  sus  alcaldes  ordinarios  con  independencia  de 
los  de  aquella  ciudad,  sin  embargo  de  los  antecedentes,  reales  resoluciones,  etc. 


352  (iUlPÚZCOA 


duciendo  la  gratitud  del  monarca,  que  hasta  mandó  retirar  la 
guardia  de  honor,  en  demostración  de  la  confianza  que  tenía  en 
sus  nuevos  subditos.  Desembarcó  en  Irún,  en  cuya  iglesia  pa- 
rroquial oyó  un  Te-Deum^  visitó  á  Fuenterrabía  y  San  Sebastián, 
y  siguió  á  Madrid. 

Inminente  la  guerra  con  la  que  ya  empezaba  á  ser  poderosa 
Albión,  ordenó  el  rey  se  resguardasen  las  plazas  marítimas  de 
la  provincia  «  por  si  fuesen  atacadas  como  se  recelaba  por  escua- 
dras inglesas  y  holandesas,  que  se  tomasen  las  medidas  condu- 
centes para  precaver  cualquiera  insulto,  teniendo  en  buen  estado 
las  guarniciones  y  artillería  y  prevenida  la  gente  y  milicias  del 
país  para  entrar  en  San  Sebastián,  Fuenterrabía  y  los  Pasajes 
luego  que  tuviesen  la  primera  noticia  de  hallarse  los  enemigos 
en  el  mar.»  De  todo  cuidó  la  Diputación,  llamando  la  atención 
de  S.  M.  hacia  la  importancia  de  los  demás  puertos  de  la  pro- 
vincia, especialmente  del  de  Guetaria ;  y  en  cuanto  supo  haberse 
dado  á  la  vela  las  escuadras  de  Holanda  é  Inglaterra  con  gran 
número  de  navios  y  gente  de  desembarco,  nombró  por  su  coro- 
nel al  príncipe  de  Esquilache,  y  adoptó  cuantas  determinaciones 
le  sugería  su  celo,  contribuyendo  con  hombres  y  dinero  á  los  in- 
cesantes pedidos  de  unos  y  otros. 

No  impidió  esto  se  produjeran  graves  disgustos  con  la  corte, 
por  cuestiones  de  contrabando,  y  quererse  establecer  una  adua- 
na en  Hernani,  además  de  las  que  había  en  Tolosa  y  Ataun. 
Fundábase  para  esto  la  Real  Hacienda  en  el  mucho  contrabando 
que  se  hacía ;  y  apoyaba  é  inspiraba  este  propósito  el  rey  en  su 
deseo  de  crear  y  fomentar  la  industria  nacional,  tan  lastimosa- 
mente abatida.  Opúsose  la  provincia  alegando  sus  fueros ;  con- 
sideró el  rey  esta  oposición  perjudicial  al  resto  de  España,  y  ya 
no  pensó  en  la  aduana  de  Hernani  sino  en  llevar  á  Irún  y  San 
Sebastián  la  de  Miranda  ó  Vitoria:  juntóse  la  provincia  en  San 
Sebastián  (29  Enero  1718),  reclamó  alegando  sus  fueros  y  dere- 
chos, desagradaron  al  rey  sus  reclamaciones,  envió  tropas,  mar- 
chando desde  luego  ocho  batallones  de  guardias  y  el  regimiento 


GUIPÚZCOA  353 


de  caballería  de  Armendariz,  llamó  á  la  corte  á  tres  de  los  prin- 
cipales caballeros  de  Guipúzcoa,  y  amenazó  al  Diputado  general, 
al  Secretario  y  á  otros  caballeros  con  igual  llamamiento. 

Tan  extremadas  resoluciones  asombraron  á  la  provincia,  á 
la  que  no  convenía  apelar  á  otras  armas  que  á  las  de  la  persua- 
sión, como  lo  demostró  la  misión  que  llevó  á  la  corte  el  marqués 
de  Rocaverde,  que  regresó  desengañado.  También  probó  la  pro- 
vincia sus  pacíficos  sentimientos  en  la  ayuda  y  hasta  protección 
que  dispensó  á  las  tropas  para  salvar  las  dificultades  que  tuvie- 
ron que  vencer  en  su  marcha  por  el  temporal  de  nieves  que 
sobrevino. 

Los  desmanes  á  que  sé  entregaron  los  bilbaínos  al  estable- 
cerse en  la  capital  de  aquella  provincia  la  aduana,  contagiaron  á 
los  guipuzcoanos  de  genio  levantisco.  No  estaban  menos  alar- 
mados los  más  pacíficos;  y  cuando  escribió  el  ministro  de  parte 
del  monarca  que,  « la  providencia  de  las  aduanas  no  ha  tenido 
en  la  voluntad  del  Rey  otro  fin  que  el  bien  común  de  sus  vasa- 
llos y  una  igualdad  en  sus  reinos  sin  el  menor  perjuicio,  >  envió 
Guipúzcoa  dos  diputados  para  que  se  quitasen  las  aduanas,  pero 
nada  consiguieron  y  las  aduanas  continuaron  en  la  frontera. 

Motivos  eran  éstos  seguramente  de  disgusto  para  los  gui- 
puzcoanos, añadiendo  á  aquellos  la  impericia  militar  y  conducta 
harto  incorrecta  del  general  que  mandaba  las  tropas  de  Guipúz- 
coa, y  cuando  más  acierto  se  necesitaba  por  los  rumores  de 
guerra  con  Francia  que  empezaron  á  esparcirse  (17 19).  Sin  em 
bargo,  atenta  la  provincia  á  servir  al  rey,  le  expuso  lo  dispuesta 
que  estaba  á  repetir  los  sacrificios  que  otras  veces  hiciera ;  pero 
que  tenía  desmanteladas  sus  plazas,  desprovistos  sus  almacenes, 
inermes  los  pueblos,  por  haber  confiado  en  una  paz  eterna  con 
Francia,  y  el  rey  mandó  se  proveyese  á  todo,  nombrando  gober- 
nador de  Fuenterrabía  al  mismo  diputado  que  tenía  Guipúzcoa 
en  Madrid  D.  Francisco  de  Emparan,  demostrando  así  su  gran 
confianza  en  aquel  país,  pues  confería  á  uno  de  sus  hijos  el 

puesto  de  mayor  gravedad  é  importancia. 

45 


354  GUIPÚZCOA 


Puso  la  provincia  sobre  las  armas  cerca  de  5000 hombres  (i), 
demandó  ayuda  á  sus  hermanas  Vizcaya  y  Álava ;  mas  ésta  res- 
pondió que  sentía  mucho  no  hallarse  en  disposición  de  contribuir 
con  las  asistencias  que  deseaba  y  debía,  ofreciendo  procurar 
hacer  lo  que  pudiese,  y  Vizcaya  puso  á  disposición  del  rey  el 
servicio  de  800  á  1000  hombres  armados  y  equipados;  así  que 
el  peso  de  todo  cayó  sobre  Guipúzcoa,  y  aun  el  peso  de  la  gue- 
rra, porque  no  obstante  estar  allí  un  ejército  de  tropas  regula- 
res, las  milicias  guipuzcoanas,  que  así  las  llamaban  y  eso  eran, 
ocupaban  en  los  avances  la  vanguardia,  y  la  retaguardia  en  las 
retiradas. 

Era  el  causante  de  la  nueva  guerra  con  Francia  el  cardenal 
Alberoni,  quien  no  contento  con  habernos  indispuesto  con  In- 
glaterra, como  nos  indispuso  con  toda  Europa,  pretendió  que 
sus  disensiones  con  el  duque  de  Orleans  las  dirimiera  España 
con  las  armas.  Francia  declaró  formalmente  la  guerra  ( 9  de 
Enero  de  1 7 1 9 )  publicando  antes  un  manifiesto  en  el  que  con- 
signaba que  « aunque  los  soberanos  no  están  obligados  á  dar 
cuenta  más  que  á  Dios  de  sus  operaciones,  cuando  importa  á  su 
gloria,  ó  á  la  tranquilidad  pública ,  es  bien  informar  al  mundo 
de  su  justicia :  Que  había  tomado  esta  empresa  por  el  propio 
bien  de  España ;  que  no  conocía  sus  actuales  intereses,  y  era 
preciso  mantenerla,  sin  imputar  esta  infracción  de  tratados  á  la 
religiosidad  del  rey  Felipe  sino  al  inconsiderado  empeño  de  sus 

ministros ; 

que  España  había  querido  turbar  su  estado   (Francia)   con  se- 
cretas conjuraciones;  que  para  asegurarse  de  ellas  había  hecho 


(i)  ('Entendiéndose  muy  á  tiempo  que  quando  havian  cesado  ó  á  lo  menos  en- 
flaquecido considerablemente  las  sospechas  de  que  la  Francia  invadiese  á  Guipúz- 
coa, una  porción  numerosa  de  la  marinería,  se  encaminaba  á  la  pesquería  de  las 
Vallenas  y  del  Vacallao,  y  conociendo  que  seria  muy  sensible  su  íalta,  la  Provin- 
cia embarazó  con  facilidad  su  salida  porque  ni  los  marineros  querían  dejar  á  su 
Patria  en  el  riesgo  sin  contribuir  á  la  defensa  y  verdaderamente  fué  de  grande 
ventaja  para  el  Real  servicio  esta  providencia  porque  los  marineros  llenaron  en 
ambas  plazas  la  suma  falta  que  tenia  el  Rey  de  artilleros,  haciendo  las  mejores 
granadas  y  disparando  con  raro  acierto  la  artillería»  (7)1.  s.  anónimo). 


GUIPÚZCOA  355 

una  alianza,  que  aunque  perjudicial  á  España  podría  resultarle 
útil,  pues  si  eran  precisas  las  armas  después  de  avisado  del  ri- 
gor de  ellas  el  Rey  católico,  y  aun  dádole  la  utilidad  de  las  pro- 
posiciones, era  una  de  ellas  que  el  Cristianísimo  alcanzaría  para 
el  Rey  de  España  á  Gibraltar;  y  que  todas  habían  sido  despre- 
ciadas, creyendo  que  ir  contra  la  neutralidad  de  Italia  y  Sicilia, 
no  era  de  cuenta  de  los  aliados.  > 

D.  Felipe  dio  otro  manifiesto  motivando  por  qué  no  había 
admitido  el  tratado  de  la  cuádruple  alianza,  la  rescisión  del  con- 
trato de  la  neutralidad  de  Italia,  violado  muchas  veces  por  el 
emperador  de  Austria  ;  se  quejaba  de  Inglaterra  tan  beneficiada 
en  el  comercio  ;  ponderaba  la  ambición  de  la  Casa  de  Austria  y 
se  ensangrentaba  contra  el  regente  de  Francia.  Otro  papel  es- 
cribió Alberoni  defendiéndose  é  injuriando  al  duque  de  Orleans, 
lo  cual  le  exaltó  y  avivó  la  guerra  determinando  hacerla  contra 
Cataluña,  Navarra  y  las  Provincias  Vascongadas. 

Aunque  el  duque  de  Berwich  y  Liria  era  grande  de  España 
y  tenía  un  hijo  casado  con  la  hermana  del  duque  de  Veraguas, 
se  puso  al  frente  del  ejército  francés  invasor,  restituyendo  el 
Toisón  de  oro  á  D.  Felipe  que  no  le  quiso. 

Penetraron  los  franceses  en  España  por  Vera,  forzando  el 
puente  (i),  con  intento  de  seguir  á  Pasajes  á  quemar  los  buques 
en  aquel  puerto  anclados,  en  lo  cual  mostraban  grande  interés 
los  ingleses,  que  siempre  han  tenido  para  con  nosotros  tan  bue- 
nas intenciones.  Acudieron  los  guipuzcoanos  á  disputarles  el 
paso  de  Arichulegui,  no  se  atrevieron  los  franceses  á  forzarlo, 
torcieron  la  marcha  por  camino  muy  áspero  en  el  monte  á  tomar 


(i)  Cuanto  narramos  sobre  esta  campaña  esta  tomado  de  una  relación  manus- 
crita anónima.  Con  gusto  lo  copiaríamos  íntegro  por  los  importantes  y  desconocidos 
detalles  que  contiene,  exactos  todos,  si  la  naturaleza  de  nuestro  trabajo  lo  permi- 
tiera; pero  nos  vemos  precisados  á  hacer  solamente  un  ligero  extracto.  Y  es  inte- 
resante; porque  se  ocupan  muy  poco  de  aquellos  hechos  todos  los  historiadores: 
pues  aun  el  marqués  de  S.  Felipe,  en  sus  Comentarios,  en  los  que  tantos  detalles 
refiere,  siendo  parte  ó  testigo  en  muchos  de  ellos,  pasa  como  sobre  ascuas  en  los 
referentes  á  Guipúzcoa;  lo  cual  da  mayor  importancia  al  manuscrito  de  que  nos 
ocupamos. 


356  GUIPÚZCOA 


la  ruta  de  Irún;  se  destacaron  inmediatamente  cuatro  compañías 
para  interceptarles  el  paso,  pero  una  niebla  densa  acompañada 
de  un  constante  diluviar,  impidió  se  atinase  con  una  oculta  vere- 
da que  se  debía  ganar,  y  los  franceses  penetraron  en  Irún,  á 
donde  condujeron  grandes  fuerzas  las  barcas  de  Hendaya,  pa- 
sando otras  por  un  puente  que  echaron  sobre  la  Isla,  debajo  de 
la  pesquería  de  la  ciudad,  junto  á  la  casa  de  Martinenea.  El  fue- 
go de  la  escasa  artillería  del  castillo  de  Behovia  causó  á  los  fran- 
ceses algunas  bajas ;  lo  cual  no  impidió  que  reunieran  en  nues- 
tro terreno  más  de  8000  hombres  que  se  apoderaron  fácilmente 
de  la  basílica  de  San  Marcial,  débilmente  atrincherada,  y  caye- 
ron sobre  el  castillo  de  Behovia.  Rechazados  dos  veces  por  su 
corta,  pero  valerosa  guarnición,  acudieron  los  enemigos  en  gran 
número,  atacaron  con  insistencia ;  y  como  fabricadas  reciente- 
mente con  tierra  las  obras  exteriores,  podían  resistir  poco  y  las 
dañaban  las  grandes  lluvias  de  los  días  anteriores,  suplieron  con 
su  valor  la  debilidad  de  la  fortaleza,  jugando  incesante  la  escasa 
artillería  y  mala  fusilería. 

Admirado  el  francés  de  tanta  bizarría  intimó  la  rendición  del 
castillo,  permitiendo  á  sus  defensores  paso  libre  para  cualquiera 
de  las  dos  plazas,  á  lo  que  respondió  el  comandante  que  las  pla- 
zas del  rey  de  España  no  se  rendían  tan  fácilmente  y  prosiguió 
el  fuego.  Á  las  dos  horas  un  segundo  parlamento  anunció  que 
pasaría  á  cuchillo  la  guarnición  si  no  se  rendía ;  obtuvo  la  misma 
respuesta,  y  continuó  defendiéndose  hasta  que  al  día  siguiente, 
destruidas  unas  obras,  amenazando  inminente  ruina  otras,  contan- 
do apenas  con  37  hombres,  careciendo  de  lo  más  preciso,  capituló 
la  guarnición  quedando  prisionera  de  guerra. 

Dice  muy  bien  Gaínza  lamentándose  del  abandono  en  que 
el  rey  tenía  á  Guipúzcoa  cuando  penetraron  en  ella  los  france- 
ses (19  Abril  1 7 19),  que  las  pocas  fuerzas  enviadas,  parecían 
«que  más  bien  vinieron  á  cumplimentar  al  ejército  de  Francia, 
que  á  hacer  la  oposición  ; »  y  añade : 

« Se  me  hará  muy  creible  lo  que  digo  de  que  el  rey  nuestro 


GUIPÚZCOA  357 


señor  nunca  asintió  á  que  tal  invasión  hiciesse  la  Francia  en 
España;  y  para  esto  devo  suponer,  que  S.  M.  nada  ignoraba 
de  la  Corte  de  Francia,  pues  tenia  en  Paris  por  Maestro  Emba- 
xador  suyo  al  Príncipe  de  Chalamar,  Señor  Italiano  de  rara 
viveza,  y  aun  de  travesura,  según  publicaron  los  afectos  al  Du- 
que de  Orleans  en  la  Francia  y  también  en  el  Exército;  y 
ademas  de  esto  sabia  muy  bien  que  los  Príncipes  de  la  Sangre 
de  Francia,  y  especialmente  el  Duque  de  Borbon,  le  eran  muy 
afectos,  y  se  oponian  á  las  ideas  de  Orleans.  Y  últimamente  que 
los  Mariscales  mas  experimentados  de  la  Francia  se  escusaron 
de  Comandar  la  guerra  contra  España ;  y  los  Tenientes  Gene- 
rales, Mariscales  de  Campo,  Brigadieres,  hasta  los  Capitanes  y 
Oficiales  Subalternos  salian  á  Campaña  mas  de  fuerza  que  de 
grado;  y  que  esto  fué  así,  puedo  yo  certificar  por  confesión 
universal  de  todos  los  que  entraron  en  Irun ;  pues  muchos  de 
ellos,  los  mas  principales  del  Exército,  me  lo  aseguraron  con  la 
ponderación  de  que  hasta  los  soldados  ordinarios  hacian  la 
campaña  violentos.  ^ 

Por  su  parte  los  de  Irún,  con  las  pocas  fuerzas  que  allí 
había,  se  propusieron  entorpecer  cuando  menos  el  avance  de 
los  enemigos,  haciendo  grandes  cortaduras  en  los  caminos  es- 
trechos, trincheras  en  las  laderas  y  disparando  desde  las  altu- 
ras; pero  se  dispuso  la  retirada,  pensada  antes,  y  se  ejecutó 
con  gran  pesadumbre  de  todos. 

Al  ocupar  los  franceses  á  Irún  la  saquearon. 

Avanzaron  los  invasores  á  Oyarzun,  desguarnecido;  procu- 
raron, para  más  fácilmente  realizar  sus  intentos,  hacer  creer 
que  no  luchaban  contra  el  rey  sino  contra  su  ministerio;  atajó 
oportunamente  la  diputación  estos  trabajos,  y  seguramente  que 
la  leal  decisión  de  los  guipuzcoanos  merecía  más  ayuda  por 
parte  del  rey,  si  bien  no  debe  prescindirse  de  los  apuros  de 
aquel  monarca  por  las  empresas  en  que  estaba  comprometido  á 
la  sazón,  bien  distantes  unas  de  otras. 

Continuaron  avanzando    los   franceses,   se  apoderaron   del 


358  GUIPÚZCOA 


castillo  de  Santa  Isabel,  que  les  dio  la  posesión  de  Pasajes; 
quemaron,  en  obsequio  de  los  ingleses,  uno  de  los  seis  navios 
que  se  fabricaban  por  cuenta  del  rey  en  el  astillero  apartado  de 
la  población,  y  no  los  otros  cinco  por  no  incendiar  las  casas 
contiguas,  pero  los  destrozaron,  saqueando  los  almacenes,  cuyas 
existencias  condujeron  á  Francia.  Guarnecieron  los  puestos  que 
ganaron  á  costa  de  300  hombres,  muertos  por  los  de  Oyarzun 
y  Rentería,  que  defendieron  los  navios,  volviéndose  al  campa- 
mento de  Irún. 

Ocupados  por  los  franceses  ambos  Pasajes,  creyeron  conve- 
niente atacar  á  Fuenterrabía  y  San  Sebastián,  que  no  podrían 
ser  socorridas  por  las  tropas,  tan  ocupadas  en  la  guerra  de 
Cataluña.  Entonces  conocieron  los  enemigos  lo  útiles  que  les 
habrían  sido  los  navios  que  destruyeron  con  daño  ageno  y 
sin  provecho  propio.  Pero  no  era  este  solo  el  gran  peligro  de 
Guipúzcoa.  Abandonados  sus  puertos  de  Motrico,  Deva,  Zuma- 
ya, Guetaria,  Zarauz  y  Orío,  les  amenazaban  tres  navios  ingle- 
ses de  á  50  cañones,  que  bordeaban  por  la  costa,  apoderándose 
de  barcas  y  chalupas  desarmadas.  Embarcaban  tropas  francesas 
con  las  que  amenazaban  temidos  desembarcos,  y  dificultaban 
los  socorros  á  Fuenterrabía  y  San  Sebastián. 

En  breve  experimentaron  los  efectos  de  la  dominación  fran- 
cesa Rentería,  Lezo  y  Astigarraga :  se  corrieron  desde  allí  á  la 
vista  de  San  Sebastián  por  el  monte  Ulia,  algunos  destacamen- 
tos franceses,  pero  salieron  800  hombres  contra  ellos  y  les  hi- 
cieron retirarse  á  Pasajes.  Hiciéronse  temer  algunos  paisanos 
de  Oyarzun  é  inmediaciones;  se  estimuló  la  deserción  de  los 
franceses,  que  supieron  atajarla  sus  jefes;  trabáronse  algunos 
pequeños  combates  parciales  que  costaron  la  vida  á  no  pocos 
franceses,  pero  prevaliéndose  los  guipuzcoanos  del  conocimiento 
del  terreno  escogíanle  á  propósito  para  bruscas  acometidas, 
asegurando  siempre  la  retirada.  En  estas  pequeñas  algaradas, 
se  distinguían  hasta  los  muchachos  (i). 


(i)    «Otro  dia,  cinco  muchachos  que  no  pasaban  de  á  i6  años  de  edad,  embis- 


s; 


< 


300  G  U  I  P  Ú  Z  C  o  A 

Decididos  los  franceses  á  ocupar  á  Hernani,  aunque  no 
tuvieron  que  vencer  más  que  muy  pequeños  obstáculos  en  Asti- 
garraga  y  Ergovia,  saquearon  la  villa  y  la  abandonaron  á  las  dos 
horas,  llevándose  rico  botín;  y  lo  que  era  más  sensible  bajo  el 
punto  de  vista  del  honor  militar,  <  algunas  vanderas,  mucha 
ropa  y  varios  equipajes  que  por  la  aceleración  de  su  marcha  dejó 
en  la  villa  el  batallón  de  África  (i).» 

Además  de  ser  Hernani  punto  estratégico  en  aquellos  tiem- 
pos, y  que  podía  defenderse,  fortificado  el  monte  de  Santa  Bár- 
bara, á  cuyo  pié  se  asienta  la  villa,  está  en  su  iglesia  parroquial 
enterrado  Juan  de  Urbieta,  el  apresador  de  Francisco  I  en  Pa- 
vía, según  la  inscripción  que  se  lee  al  lado  del  altar  mayor  (2). 

Sitiada  de  nuevo  por  los  franceses  Fuenterrabía,  establecie- 
ron sus  trincheras  y  primera  paralela  á  poca  más  distancia  de 
tiro  de  fusil ;  comenzó  el  fuego  de  cañón  y  arcabuces  por  una  y 
otra  parte;  y  «la  nueva  batería  situada  entre  la  cortina  de  San 
Nicolás  y  el  Cubo  de  la  Magdalena,  disparó  con  bala  menuda 
matando  y  hiriendo  gran  número  de  los  enemigos  que  cubiertos 
de  la  trinchera  disparaban  también  mucho  con  carabinas  raia- 
das  (3).» 

Pronto  presentaron  los  sitiadores  20  cañones  frente  al 
baluarte  de  la  reina,  y  otros  cuatro  en  el  padrasto  alto  de  la 
ermita  de  Santa  Engracia,  para  quitar  los  fuegos  del  Cubo  sobre 
la  puerta  de  Santa  María,  que,  según  decían  los  franceses,  les 
causaban  imponderable  daño  por  la  suma  destreza  de  los  arti- 


tieron  á  siete  franceses  que  estaban  hurtando  habas  en  la  casería  de  Aldecoa,  ma- 
taron á  tres  y  los  demás  huieron  á  contar  el  suceso  á  su  modo  á  su  exército,  de 
donde  se  destacó  un  coronel  con  un  grueso  de  gente  considerable  -y  llegó  al  barrio 
de  Alcibar,  llamó  á  uno  de  los  alcaldes  de  Oyarzun  y  le  llevó  preso  á  su  campo 
donde  se  le  hizo  cargo,  á  que  satisfizo  el  alcalde  manifestando  que  no  era  de  su 
arbitrio  el  contener  á  la  gente  que  el  key  tenia  alistada;  y  así  soltaron  al  Alcalde 
previniendo  al  coronel  que  impidiese  á  su  gente  el  hacer  corros  en  Oyarzun,  de 
donde  salían  siempre  descalabrados.» — (M.  s.  anónimo.) 
(i)     M.  s.  anónimo. 

(2)  «Aquí  yace  enterrado  el  capitán  Joanes  de  Urbieta,  caballero  de  la  orden 
de  Santiago  y  contino  de  su  majestad.» 

(3)  j\l.  s.  anónimo. 


GUIPÚZCOA 


361 


lleros,  vecinos  de  la  ciudad,  hábilmente  elegidos.  Ocho  cañones 
más  batían  diferentes  puntos  de  la  plaza,  que  abrieron  en  breve 
brecha  en  el  baluarte  de  la  reina ;  y  si  bien  trabajaban  de  noche 
en  limpiar  el  foso  de  las  ruinas  que  despedía  la  muralla,  pronto 


Iglesia  de  Hernam 


precisaba  á  los  soldados  retirarse  el  continuado  fuego  de  los 
sitiadores,  quienes  dejando  en  tal  estado  aquella  brecha,  ases- 
taron la  artillería  á  la  otra  que  estaban  abriendo  en  la  cortina 
de  San  Nicolás  y  que  la  pusieron  también  accesible.  Metiéronse 
por  un  ramal  en  la  estrada  cubierta  y  se  acercaron  con  otro  al 
foso  por  la  parte  que  miraba  á  Santa  Engracia,  y  si  no  pene- 


40 


362  G  U   1  1^  Ú  Z  C  o  A 


traron  dentro  del  rastrillo,  tenían  ya  deshechos  los  parapetos 
de  la  media  luna  de  San  Nicolás  y  abierta  brecha  suficiente  para 
poder  avanzarla,  tan  descubiertamente  todo,  que  no  podía  man- 
tenerse en  aquellos  parajes  la  gente  de  la  plaza  que  los  guar- 
necía. 

No  obstante  la  peligrosa  disposición  en  que  se  hallaban  este 
rebellín  y  el  camino  cubierto,  enfilado  por  todas  partes,  la  plaza 
se  mantuvo  firme :  al  día  siguiente  avanzaron  los  enemigos  á  la 
media  luna  de  San  Nicolás  y  á  la  estrada  encubierta,  con  gran 
fiíego  de  artillería  y  arrojando  bombas,  correspondiendo  la  pla- 
za con  el  mismo  empeño,  con  la  artillería  que  no  había  sido 
desmontada,  y  con  la  que  desmontada  una  vez  volvía  á  plan- 
tarse sobre  cestones  y  tierra.  La  gente  que  guarnecía  aquellos 
puestos  los  mantuvo  con  gallarda  resistencia  hasta  la  temeridad, 
y  entonces  precediendo  la  orden,  se  retiró,  sin  descomponerse,  á 
la  plaza.  Dueños  los  fi^anceses  de  la  estrada  y  rebellín  donde  se 
alojaron,  temiendo  el  fuego  que  se  les  haría  desde  la  muralla, 
volvieron  cara  á  su  campo,  disparando  contra  los  suyos  con  pól- 
vora sola.  Intentaban  con  este  ardid  engañar  á  los  de  la  plaza; 
pero  en  breve  lo  descubrieron,  y  con  tan  buena  puntería  dispa- 
raron contra  los  enemigos,  que  por  la  mañana  se  vio  la  media 
luna  cubierta  de  cadáveres. 

El  diluvio  de  bombas,  muchas  de  ellas  incendiarias,  arroja- 
das á  la  ciudad,  que  es  de  corto  recinto  y  las  casas  fácilmente 
combustibles,  causó  grandes  destrozos :  el  fuego  de  los  sitiado- 
res no  cesaba  ni  de  noche,  que  lo  continuaba  la  batería  de 
morteros,  que  había  arrojado  ya  400  bombas  y  muchas  pie- 
dras (i). 


(1)  Una  bomba  incendiaria  cayó  en  la  bóveda  del  almacén  de  pólvora;  el  to- 
rreón de  dicha  bóveda  estaba  dentro  de  la  casa  vieja  de  la  munición,  en  cuyo 
techo  se  fué  cebando  el  fuego  y  vióse  arder  el  almacén  que  contenía  a  la  sazón 
600  quintales  dentro  del  torreón.  «Pudo  aterrarse  toda  la  gente  en  el  conocimien- 
to de  que  si  prendiese  la  pólvora  volaría  la  ciudad  ;  pero  los  vecinos,  hombres  y 
mugeres,  despreciando  todo  aquel  peligro  con  inimitable  arrojo,  sacaron  agua  de 
los  pozos,  la  subieron  al  techo,  y  cortando  y  arrojando  cuanto  ardia  y  echando 


G  u  I  P  r  z  r  o  A  363 


Perdidas  las  fortificaciones  exteriores,  estaba  facilitada  la 
ocupación  de  Fuenterrabía.  Temió  su  jefe  las  consecuencias  de 
que  fuese  tomada  á  viva  fiierza,  y  aunque  el  vecindario,  sin 
exclusión  de  las  mujeres,  estaba  resuelto  á  sacrificar  no  sólo 
sus  haciendas  sino  su  vida,  se  pidió  parlamento,  se  enviaron  las 
bases  de  la  capitulación,  y  aceptada  (i)  se  rindió  la  plaza  el  16 
de  Junio  de  i  7  19. 

Habíanse  arrojado  á  ella  sobre  5,000  bombas  y  28,000  pro- 
yectiles sólidos. 

Considerada  heroica  su  defensa,  fueron  recompensados  el 
jefe  D.  Francisco  José  de  Emparán,  el  gobernador  D.  Anto- 
nio de  Mata  y  Arnau,  y  los  jefes  y  oficiales  superiores  de  los 
cuerpos.  En  cuanto  á  «los  oficiales  y  soldados  ciudadanos,  fue- 
ron quando  menos  iguales  en  los  méritos  y  escedieron  en  repug- 
nar las  remuneraciones,  porque  nunca  las  pretendieron  sus  pre- 
decesores (2).> 

La  ciudad  escribió  á  los  ocho  días  al  rey,  el  cual  contestó 
mostrándose  satisfecho  del  celo  y  fidelidad  mostrados  por  su 
real  servicio  en  cuanto  se  había  hecho,  lo  mucho  que  sentía  sus 
desgracias  «y  no  haberla  podido  socorrer,  como  lo  solicitó,  por 


agua  apagaron  el  incendio  con  tan  extraña  felicidad,  que  no  hubo  quien  no  lo  atri- 
buyese d  manifiesto  milagro  de  María  Santísima,  en  especial  cuando  se  advirtió 
que  estaban  abiertas  dos  ventanas  que  tiene  el  almacén  para  ventilar  el  ambien- 
te.»—C.V.  s.  anónimo.) 

(1)  Sólo  se  discutió  el  articulo  en  el  que  los  españoles  habían  de  salir  de  la 
plaza  con  tambor  batiente,  etc.,  pretendiendo  el  mariscal  francés,  duque  de  Ber- 
Avik,  que  permanecieran  algún  tiempo  sin  defender  al  rey,  pero  se  negaron  á  con- 
ceder ni  un  día  de  permanencia  en  tal  situación,  y  hubo  al  fin  de  accederse  a  tan 
noble  pretensión. 

La  guarnición  saldría  con  armas,  banderas  y  cajas  y  cuatro  tiros  para  cada  sol- 
dado: pudiendo  ir  á  Pamplona  por  el  camino  de  San  Juan  de  Pié  del  Puerto,  ca- 
minando de  ^  á  4  leguas  diarias,  con  los  bagajes  posibles,  y  escoltada  hasta 
Pamplona. 

Habiendo  en  el  ejército  francés  algunos  príncipes  que  deseaban  ver  desfilar  á 
los  capitulados,  lo  presenciaron  admirados  y  convidaron  á  comer  á  sus  jefes,  que 
recibieron  loables  distinciones.  Componían  la  guarnición  de  Fuenterrabía  unas 
compañías  de  guardias  españolas  y  valonas,  un  batallón  de  Zamora,  el  regimiento 
de  Galicia  y  dos  piquetes  de  África.  Una  gran  parte  de  estos  soldados  eran  biso- 
ños,  acabados  de  reclutar. 

(2)  M.  s.  anónimo. 


364  GUIPÚZCOA 

haberse  rendido  dos  días  antes  del  arribo  de  S.  M.  con  su  exér- 
cito  á  esas  cercanías,  y  que  en  consequencia  del  amor  que  tiene 
á  V.  S.  procurará  por  quantos  medios  sean  posibles  ponerla 
quanto  antes  en  libertad  (i).» 


II 


A  moverse  con  más  diligencia  la  corte,  se  hubiera  podido 
socorrer  á  Fuenterrabía  (2) ;  pero  todo  eran  entorpecimientos, 
de  muchos  de  los  cuales  se  podía  prescindir  y  otros  evitar,  de- 
biendo ser  mayor  el  interés  que  se  tomara  en  abreviar  las  mar- 
chas, cuando  hasta  había  que  abrir  camino  para  el  paso  de  la 
artillería. 

El  9  de  Junio  salió  el  rey  de  Tudela,  precediéndole  el  prín- 
cipe Pío  que  apareció  impensadamente  en  Tolosa  en  la  tarde 
del  21,  y  siguió  á  San  Sebastián,  satisfaciéndole,  ó  aparentando 
satisfacerle,  las  obras  de  defensa  de  esta  plaza.  Prometió  que 
nada  faltaría  ni  aun  la  oportuna  llegada  del  rey,  y  regresó  á 
Hernani  «  donde  se  detuvo  mientras  se  acercaban  menos  los  pe- 


(i )  Está  fechada  esta  carta  en  «Campo  Real  de  Lizaso,  á  30  de  Junio  de  i  7  19.» 
(2)  D.  Felipe  que  llegó  hasta  Lesaca  (3  leguas  de  Irún)  con  su  mujer,  más  que 
á  pelear  con  los  franceses,  dice  Gaínza  que  iba  á  «  hacer  llamada  con  la  proximi- 
dad de  sus  personas  reales  á  los  afectos  suyos,  que  había  muchos  en  el  ejército  de 
Francia  ó  lo  eran  todos.»  Añade  después  que  se  pasaban  muchos  franceses;  «  pues 
compañías  enteras  y  hasta  en  número  de  más  de  6,000  soldados  pasaron  á  tomar 
partido  en  España.» 

«Pudo  el  rey,  dice  el  marqués  de  San  Felipe,  apresurar  su  viage,  y  la  m&rcha 
de  las  tropas,  pero  no  quería  el  Cardenal  ni  el  príncipe  Pío  exponer  la  persona 
del  rey  á  una  empresa  imposible,  por  ser  tan  inferiores  en  número  los  españoles: 
con  todo  esto  el  rey,  sin  sabida  del  Cardenal,  mandó  apresurar  su  exército;  pero 
como  las  montañas  por  donde  habia  de  pasar  eran  tan  difíciles,  no  pudo  llegar  á 
tiempo  de  ponerse  el  rey  á  vista  de  las  tropas  francesas,  que  era  lo  que  deseaba, 
esperando  que  su  presencia  facilitase  la  deserción;  y  como  miraba  al  Cardenal 
como  impedimento  de  su  designio,  esplicólo  su  indignación  con  palabras,  que 
podían  significar  haber  caído  de  su  gracia;  pero  la  reina  le  mantuvo  en  ella,  por- 
que aun  estaba  persuadida,  que  las  disposiciones  del  Cardenal  eran  las  mas  acer- 
tadas, para  el  bien  de  la  monarquía.» 


GUIPÚZCOA  365 


ligros. »  Y  era  el  capitán  general  del  ejército  destinado  á  salvar 
á  Fuenterrabía. 

No  confiaba  mucho  seguramente  el  buen  príncipe  en  la  de- 
fensa de  San  Sebastián  ni  en  la  de  Guetaria  cuando  insinuó  se 
retiraran  de  esta  última  las  nueve  piezas  de  artillería  de  bronce 
que  había  en  su  puerto,  por  temor  de  que  sirviese  de  trofeo  á 
los  enemigos,  y  se  ordenó  además  al  comandante  de  San  Sebas- 
tián que  después  de  defender  la  ciudad  hasta  donde  alcanzase, 
se  retirara  al  castillo,  dejando  clavada  la  artillería  que  no  pudie- 
se llevar,  inutilizados  los  víveres  y  municiones  y  voladas  las 
fortificaciones.  También  ordenó  la  voladura  de  los  puentes  de 
Usurbil  y  Zubieta  ;  mostrándose  más  aficionado  á  evadir  peligros 
que  á  afrontarlos  ;  pues  al  proponerle  el  mayor  Atorrasagasti 
fortificar  un  sitio  ventajoso  desde  el  que  se  podía  disputar  el 
paso  á  los  enemigos,  agradeció  el  celo  é  inteligencia  del  mayor, 
pero  se  aplicó  más  á  ponderar  inconvenientes  que  á  vencerlos. 
Regresó  á  poco  al  campo  del  rey,  dejando  en  Oyarzun  600  ca- 
talanes, denominados  fusileros  reales  de  la  banda  roja;  mas 
fueron  tan  funestos  que  tuvieron  que  regresar  aceleradamente 
los  que  no  se  habían  pasado  á  los  franceses. 

La  situación,  en  tanto,  de  la  provincia,  iba  siendo  cada  vez 
más  crítica.  Los  franceses  se  aseguraban  en  sus  posiciones  y 
avanzaban  para  dominar  en  toda  Guipúzcoa  :  en  Zarauz,  en  Gue- 
taria, en  Orio,  en  toda  la  costa,  combatían  diariamente  nuestros 
pequeños  barcos  y  lanchas  con  las  de  los  ingleses  y  franceses, 
cuyo  bloqueo  rompían  audaces  y  valientes  los  incomparables 
marineros  de  la  más  brava  de  las  costas.  Se  exponía  al  rey  (que 
continuaba  en  Lizaso  esperando  siempre  la  reunión  de  un  ejér- 
cito que  nunca  se  reunía)  el  deplorable  y  apurado  estado  de  la 
provincia,  y  contestaba  :  «  Gran  lástima  tengo  á  mis  nobles  gui- 
puzcoanos,  mucho  estimo  sus  finos  procederes  y  el  amor  que 
me  tienen ;  jamás  olvidaré  sus  esfuerzos ;  haré  siempre  todo  lo 
posible  para  sus  alivios. »  Y  tal  vez  cruzaba  las  manos  compelido 
de  su  amorosa  compasión,  dice  el  manuscrito  anónimo,  y  continúa: 


^66  G  U  I  1>  ú  z  c  o  A 


«Con  estas  expresiones  volvió  el  diputado  á  su  patria  y  pudo 
enternecer  también,  pero  no  pudo  ni  quiso  desalentar  á  sus  com- 
pañeros, que,  si  bien  conocian  que  engañaban  al  Rey,  su  animo- 
so corazón  y  su  condición  amorosa  y  que  cada  dia  se  disminuian 
las  fuerzas  de  la  Provincia  con  la  opresión  de  tantos  pueblos 
dominados  del  enemigo,  sacando  las  mayores  fuerzas  de  los  ma- 
yores desengaños,  trabajaron  con  mas  calor  para  encender  los 
espíritus  de  sus  naturales.» 

Y  sin  embargo,  como  dice  San  Felipe,  «D.  Blas  de  Loyá,  á 
cuyo  cargo  estaba  salir  de  los  puertos  de  Larado  y  Santander, 
con  dos  navios  cargados  de  armas,  y  patentes  para  algunos 
caballeros  de  la  Bretaña,  nunca  salió  de  los  puertos,  pretes- 
tando  el  mal  temporal,  que  muchos  llamaron  miedo,  por  no  te- 
ner el  mayor  crédito  de  valor  en  las  tropas  este  oficial.  Llegóse 
á  esto,  el  que  poniendo  de  mala  fe  con  Alberoni  al  coronel  Boi- 
siniene,  le  fué  mandado  retirar  como  preso  á  Burgos»  (i). 

Avanzaron  los  franceses  á  Tolosa,  venciendo  las  parciales 
resistencias  que  al  amparo  del  terreno  se  presentaban,  y  favore- 
ciéndoles la  traición  de  un  sargento  de  dragones  que  en  vez  de 
avisar  el  avance  de  los  enemigos,  avisó  á  estos  que  los  españo- 
les estaban  descansando  y  desprevenidos  :  en  la  antigua  capital 
guipuzcoana  recibieron  á  los  franceses  el  alcalde,  la  comunidad 
de  San  Francisco  y  algunos  pocos  vecinos,  acogiéndolos  afable- 
mente Lilli ;  fueron  obsequiadas  con  vino  sus  tropas  que  pasea- 


(i)  «Túvose  por  cierto,  que  Boisiniene  tenia  la  comisión  y  el  secreto  de  ganar 
á  muchos  de  los  que  venian  en  el  Ejército  de  Bervich,  para  que  se  pasasen  al  Rey 
Felipe  y  mantener  la  correspondencia  con  los  principales  franceses  de  la  Bretaña, 
que  estaban  esperando  armas,  patentes  y  órdenes  del  Rey  Católico,  para  la  suble- 
vación; pero  cortada  la  comunicación,  iban  con  el  arresto  de  Boisiniene,  y  las  es- 
peranzas de  los  Bretones,  con  la  detención  y  miedo  de  Loya  que  nunca  tuvo  áni- 
mo de  embarcarse;  muchos  de  ellos  descubiertos  ya,  se  arrojaron  al  peligro  del 
mar,  por  huir  el  evidente  de  caer  en  las  manos  del  Regente,  y  en  una  pequeña 
embarcación,  arribaron  á  Santander,  y  de  aquí  á  Madrid,  donde  se  quejaron 
agriamente  de  la  mala  conducta  y  poca  resolución  de  D.  Blas  de  Loya.  De  este 
modo  se  mojaba  con  las  desgracias  y  con  la  fatalidad  de  los  subalternos  el  ardi- 
miento del  Cardenal  y  se  desvanecían  sus  intentos.  De  estas  malas  resultas  salió, 
que  se  enviase  preso  al  Castillo  de  Alicante  al  Duque  de  Veraguas,  porque  éste 
se  correspondía  con  el  de  Bervich,  y  aun  suponía  que  con  el  de  Orleans.» 


GUIPÚZCOA  367 


ron  las  calles  desde  la  Magdalena  hasta  el  convento  de  Santa 
Clara,  batiendo  los  pañuelos  en  señal  de  amistad,  y  verdade- 
ramente la  practicaron,  correspondiendo  el  vecindario  con  su 
conducta.  A  todos  decían  los  franceses  que  amaban  á  Felipe  V 
y  á  España,  querellándose  sólo  del  ministerio,  suponiendo  que 
con  su  mala  conducta  y  con  sus  irreverencias  con  todo  un  du- 
que de  Orleans,  regente  de  Francia,  había  obligado  á  la  ro- 
tura. Lilli  preguntó  por  el  príncipe  Pío  y  censuró  el  que  sin  más 
tropas  hacía  aquel  aparato  fútil  de  defensa  solamente  para  en- 
gañar y  destruir  los  pueblos. 

Á  las  cuatro  de  la  tarde  abandonaron  los  franceses  á  Tolo- 
sa,  lamentando  muchos  caseríos  la  rapacidad  de  insubordinados 
soldados  que  ni  aun  respetaron  las  campanas  de  Santa  Lucía  y 
de  San  Juan,  que  las  robaron  también. 

Era  de  todos  modos  devastadora  la  guerra  que  se  hacía  en 
Guipúzcoa ;  pero  no  temía  tanto  la  provincia  verse  ocupada  por 
los  franceses,  como  por  los  ingleses  los  puertos.  Así  suplicó  al 
rey  no  la  desatendiese,  porque  «  era  la  común  opinión  de  que 
rendidas  las  plazas  de  Fuenterrabía  y  San  Sebastian  se  guarne- 
cerian  por  los  ingleses,  que  no  enteramente  asegurados  de  la 
Francia,  decian  que  hablan  de  ser  depositarios  ó  dueños  de  estas 
plazas.  >  Acudió  de  nuevo  la  Diputación  al  rey,  quien  otra  vez 
más  demostró  la  triste  y  vergonzosa  situación  á  que  estaba  re- 
ducido, y  lo  consignó  así  el  cardenal  Alberoni  en  la  respuesta 
que  dio  á  la  representación  de  Guipúzcoa,  fechada  en  el  Campo 
Real  de  Asiain,  24  Julio  17 19. 

Durante  el  sitio  de  Fuenterrabía  comenzaron  los  enemigfos  á 
bloquear  á  San  Sebastián.  Cerraron  el  puerto  atravesando  fra- 
gatas de  guerra  y  pinazas  armadas,  que  se  ponían  en  cordón 
desde  el  anochecer  enfrente  de  la  barra.  Las  chalupas  españolas 
hábilmente  dirigidas,  sabían  eludir  la  vigilancia  enemiga  y  pasar 
por  entre  sus  buques ;  lo  cual  hacían  con  frecuencia  los  barcos 
de  Lequeitio  que  se  esmeraban  en  surtir  á  San  Sebastián  de 
provisiones. 


368 


GUIPÚZCOA 


Sin  terminar  sus  obras  de  defensa  tuvo  que  resistir  San  Se- 
bastián el  vigoroso  ataque  de  los  fran- 
';  ceses,  quienes  no  sólo  acometieron  á 
^  la  plaza,  sino  que  en  combinación  por 
mar  con  los  ingleses  atacaron  el  4  de 
Julio  la  isla  de  Santa  Clara,  asestándola 
más  de  150  cañones,  que  disparaban 
desde  los  navios,  á  la  vez  que  desde 
la  batería  de  la  Antigua  y  desde  el 
Arenal  hacían  fuego  los  franceses  con 
sus  cañones  y  carabinas  rayadas. 

En  once  barcazas,  dirigiéronlos  in- 
gleses al  asalto  nueve  compañías  de 
granaderos;  pero  los  azpeitianos  que 
defendían  la  isla,  «  montaron  dos  pie- 
cezuelas  que  tenian  solamente,  seña- 
lándoles por  artilleros  dos  de  sus  sol- 
dados,» y  con  los  demás,  bien  coloca- 
dos por  su  mayor  Alcibar,  resistieron 
valerosamente  á  los  enemigos,  á  los 
cuales  rechazaron  después  de  hora  y 
media  de  combate.  Alentada  la  guar- 
nición de  la  isla  con  tan  lisonjero  éxito, 
la  defendió  no  menos  gallardamente 
de  muy  repetidos  ataques. 

Avanzando  los  sitiadores  de  la 
plaza,  llegaron  á  establecer  una  línea 
á  tiro  de  pistola  de  la  enipalizada  por 
la  parte  de  la  Concha;  quedó  comple- 
tada la  circunvalación  de  mar  á  mar; 
derribáronse  el  hospital  de  la  Caridad, 
la  parroquia  de  Santa  Catalina  y  va- 
rias casas,  que  se  estimaron  en  20,000  ducados,  y  cortada  el 
agua  hubo   de  surtirse  con  la  de  las  balsas  de  los  pozos,  que 


■*  *'  .til  •  > 


GUIPÚZCOA  369 


ocasionó  una  especie  de  contagio  y  gran  mortandad:  lamentable 
desgracia  que  aumentó  las  que  se  experimentaban,  y  de  las  que 
nadie  se  libraba,  si  bien  nadie  lo  pretendía,  porque  hasta  las 
más  tímidas  mujeres,  de  varonil  aliento  inspiradas,  tomaban  par- 
te en  las  más  rudas  y  peligrosas  faenas. 

Aún  tiraron  los  enemigos  otro  ramal  hacia  la  brecha  por 
debajo  del  camino  cubierto  que  salía  á  Santa  Catalina;  una  línea 
desde  su  tercera  paralela  por  la  orilla  del  río  hasta  el  puerto  en 
que  se  amontonaba  la  vena;  levantaron  nuevas  baterías,  sustitu- 
yendo prontamente  los  cañones  desmontados  é  inutilizados  por 
el  fuego  de  la  plaza;  no  había  vagar  en  el  ataque  y  la  defensa; 
rechazóse  valerosamente  lá  embestida  á  que  se  lanzaron  los  sitia- 
dores en  la  noche  del  29  al  30  (Julio);  pero  estando  practicable 
la  brecha  se  consideró  temeraria  la  defensa.  El  comandante  de 
la  plaza  D.  Alejandro  de  la  Mota,  manifestó  al  vecindario  la 
necesidad  de  capitular,  para  lo  cual  le  invitó  á  que  nombrara 
sus  representantes.  Aún  quisieron  resistir,  acudiendo  á  defender 
la  brecha  practicable  en  baja  mar ;  les  engañaba  su  buen  deseo. 
El  jefe  militar  no  quería  exponer  al  vecindario  á  las  consecuen- 
cias de  un  asalto,  y  para  más  obligar  á  aquél,  se  retiró  con  la 
guarnición  al  castillo. 

El  mariscal  Berwick,  que  deseaba  la  benevolencia  mejor  que 
la  enemistad  de  los  guipuzcoanos,  asintió  á  cuánto  le  pidieron  y 
ocupó  la  población,  asegurando  la  vida  y  los  intereses  de  todos 
los  vecinos. 

Sólo  quedó  por  ocupar  el  castillo,  cuya  guarnición  apuró  su 
defensa,  capitulando  al  fin  el  17  de  Agosto  en  los  términos  más 
honrosos;  así  como  los  bizarros  defensores  de  la  isla  de  Santa 
Clara. 


III 


Rendida  San  Sebastián,  podían  considerarse  los  franceses 
dueños  de  toda  la  provincia;  pero  querían  la  sumisión  volunta- 

47 


370  GUIPÚZCOA 


r¡a.  Al  efecto  escribió  el  de  Berwik  á  la  Diputación  mostrando 
su  extrañeza  de  que  no  hubiera  acudido  á  prestarle  obediencia 
hacía  un  mes,  lo  disculpaba;  mas  no  podía  menos  de  manifestar, 
que  ya  no  era  tiempo  de  diferirla,  no  sólo  por  el  honor  de  las 
armas  francesas,  sino  también  para  no  exponer  á  los  pueblos  á 
desdichas  inexcusables,  por  lo  que  citaba  á  los  diputados  para 
la  mañana  siguiente  á  prestar  obediencia  en  nombre  de  la  pro- 
vincia y  convenir  con  él  en  lo  que  fuere  del  mayor  servicio  del 
rey  y  ventaja  de  los  pueblos. 

De  acuerdo  la  Diputación  con  los  generales  Alarcón  y  Loza, 
y  obedeciendo  las  órdenes  del  rey,  accedieron  á  los  deseos  del 
mariscal  francés  (i),  que  asintió  por  su  parte  á  las  proposiciones 
que  le  presentaron,  expositivas  de  la  conservación  de  sus  fueros, 
privilegios,  usos  y  costumbres,  del  comercio  franco  y  libre  empleo 
de  los  pocos  frutos  del  país,  de  la  introducción  y  abasto  de  los 
extraños;  y  « que  la  pesca  del  vacallao  en  los  puertos  de  Plasen- 
cia  y  Terranova  descubierta  y  enseñada  por  los  naturales  de 
este  país,  se  les  franquee  absoluta  y  libremente  por  el  Rey  Bri- 
tánico como  es  justo  y  se  capituló  últimamente  por  las  paces  de 
Utreq. »  A  esta  proposición  contestó ;  «  Haré  mis  oficios  con  el 
Sr.  Stanop,  Ministro  y  plenipotenciario  de  Inglaterra,  en  lo  que 
toca  al  libre  comercio  y  pesca  de  vacallao  en  Plasencia  y  en  los 
demás  puertos  de  Terranova  »  (2). 

En  unos  tres  meses  perdió  España  dos  provincias,  Álava  y 
Guipúzcoa,  y  experimentó  daños  que  importaron  más  de  tres 
millones  de  pesos:  todo  por  la  soberbia  del  cardenal  y  la  incuria 
del  rey  que  sostenía  en  el  poder  á  tan  funesto  ministro. 

A  virtud  de  la  paz  celebrada  en  1721  se  nos  devolvieron 
San  Sebastián,  Fuenterrabía,  Pasajes  y  cuánto  habían  ocupado 
los  franceses.  San  Sebastián  fué  guarnecido  por  las  tropas  del 
rey  mandadas  por  el  brigadier  D.  Fermín  de  Veraiz. 


(i)     Véase  el  Apéndice  n."  3. 

(2)     Durante  el  anterior  sitio  experimentó  la  ciudad  la  pérdida  de  uno  4  millo- 
nes de  reales  de  plata. 


CAPITULO   XIV 

Compañía  de  Caracas.  —  Presas.  —  Peñaflorida  y  la  Sociedad  Vascongada  de 
Amigos  del  País. — Disturbios. —  Comercio  con  Marruecos 


I 


/|\erced  á  la  paz  prosperó  Guipúzcoa,  que  llegó  á  constituir 
^-*-^la  Real  compañía  guipuzcoana  de  Caracas,  de  floreciente 
vida,  uniéndose  después  á  la  compañía  de  Filipinas. 

Más  tarde  (1735)  por  estar  ocupado  el  ejército  en  las  gue- 
rras de  Italia,  hubieron  de  armarse  los  guipuzcoanos,  á  los  que 
se  encomendó  la  guarnición  de  las  plazas  de  San  Sebastián  y 
de  Fuenterrabía. 

No  permanecía  en  tanto  ociosa  la  gente  de  mar,  y  muy 
especialmente  cuando  por  cuestiones  mercantiles,  ó  más  bien 


372  ü  U  1  P  II  z  c  o  A 

por  el  afán  de  Inglaterra  de  ejercer  en  el  comercio  de  América 
la  influencia  que  su  industria  necesitaba,  se  declaró  la  gue- 
rra (1739),  y  con  verdadero  entusiasmo  tanto  en  Londres  como 
en  Madrid  y  en  toda  España.  Los  ingleses  porque  soñaban  con 
las  minas  de  plata  del  Perú  y  Potosí,  y  los  españoles  que  no 
podían  soportar  á  aquellos  isleños,  consideraban  como  una  lucha 
nacional,  que  á  todos  interesaba,  y  para  sostenerla  se  impusie- 
ron todos  los  mayores  sacrificios.  Grandes  daños  nos  causaron 
los  ingleses;  pero  no  los  sufrieron  menores;  pues  se  ha  afirmado 
tque  á  los  tres  meses  de  publicadas  las  represalias  ya  habían 
entrado  en  el  puerto  de  San  Sebastián  diez  y  ocho  presas  ingle- 
sas, y  que  antes  de  un  año,  una  lista  que  se  remitió  de  Madrid 
y  se  publicó  en  Holanda,  hacía  ascender  el  valor  de  las  presas 
hechas  á  234,000  libras  esterlinas  (más  de  23.000,000  de  rea- 
les) (i).. 

En  junta  general  celebrada  en  Cestona  (3  Mayo  1741)  se 
leyó  una  carta  del  comandante  general  de  los  presidios  de  Gui- 
púzcoa, fechada  en  San  Sebastián  el  mes  anterior,  haciendo  pre- 
sente á  dicha  junta  que  estaba  pronta  á  salir  de  Inglaterra  la 
escuadra  del  almirante  Norris,  y  á  su  virtud  que  se  hallase  pre- 
venida para  hacer  el  servicio  con  las  más  oportunas  providen- 
cias. La  provincia  acordó  que,  respecto  á  tener  formadas  en  los 
pueblos  de  tierra  adentro  42  compañías  y  otras  en  los  mismos 
puertos,  se  solicitase  aprobación  real,  para  que  comunicándose 
Guipúzcoa  con  el  comandante  general  ejecutase  lo  que  convi- 
niese, y  que  á  este  fin  se  diesen  las  órdenes  directamente  á  la 
provincia,  lo  cual  no  dejaba  de  tener  grandes  y  graves  inconve- 
nientes y  ocasionar  perjuicios  á  los  mismos  guipuzcoanos  en  la 
mayor  parte  de  las  circunstancias  en  que  en  apuros  se  vieran. 
La  diputación,  además,  no  carecía  de  atribuciones  militares ;  así 
en  las  juntas  de  Azpeitia  (2  Mayo  1743)  se  determinó  que  con- 
siderando los  riesgos  que  todavía  ocasionaba  la  continuación  de 


(1)      LAI'UENTE. 


C 


374  GUIPÚZCOA 


la  guerra  (en  Italia),  todas  las  repúblicas  de  la  provincia  tu- 
viesen prontas  sus  compañías  para  acudir  con  ellas  á  la  primera 
orden  de  la  diputación  á  donde  lo  pidiese  la  necesidad. 

Restablecida  la  paz  cesó  el  servicio  de  las  milicias  guipuz- 
coanas,  con  el  que  contribuyó  tanto  tiempo,  y  se  recogieron  las 
armas;  pero  apenas  se  habían  comenzado  á  recoger,  cuando 
los  temores  de  guerra  y  de  invasión  de  los  ingleses  hicieron  se 
apercibiesen  las  compañías  para  marchar  al  primer  aviso. 

En  el  reinado  de  Carlos  III  sirvió  Guipúzcoa,  formando  parte 
del  regimiento  de  Cantabria,  con  centenares  de  marineros  para 
la  real  armada  y  considerables  donativos  en  metálico. 

En  este  reinado  de  Carlos  III,  cuyo  ilustrado  monarca  no 
participaba  de  la  ignorancia  tan  generalizada  y  del  fanatismo 
tan  arraigado,  se  inauguró  en  España  una  época  de  verdadera 
ilustración,  contribuyendo  á  ella  no  poco  uno  de  los  más  ilustres 
hijos  de  Guipúzcoa,  de  la  villa  de  Azcoitia,  Munive  é  Idiáquez, 
conde  de  Peñaflorida,  fundador  de  la  Sociedad  vascongada,  de 
Amigos  del  Pais  (1764),  para  el  fomento  de  las  ciencias,  bellas 
letras  y  artes,  aprobada  y  protegida  por  el  rey;  tomaron  en 
ella  parte  Vizcaya  y  Álava;  fué  origen  del  Real  y  patriótico 
Seminario  de  Vergara ;  y  aquella  sociedad,  que  celebraba  sus 
juntas  ó  reuniones  ya  en  Vergara,  Bilbao  ó  Vitoria,  sirvió  de 
base  á  las  denominadas  Económicas  de  Amigos  del  País,  que 
llegaron  á  ser  el  centro  de  las  mayores  ilustraciones  de  Espa- 
ña. Con  razón  y  justicia  fué  el  conde  de  Peñaflorida  merecedor 
de  los  elogios  que  le  tributaron  naciones  extranjeras,  y  de  los 
panegíricos  dedicados  á  su  ilustre  memoria  por  las  sociedades 
matritense  y  vascongada;  merecíalo  todo  su  patriotismo,  su 
ardiente  celo  por  la  prosperidad  de  las  ciencias  y  las  artes,  su 
infatigable  laboriosidad,  su  extraordinario  talento,  cuantas  pren- 
das adornaban  al  que  fué  gloria  de  Guipúzcoa  y  es  hoy  su 
recuerdo  gloria  de  la  patria.  Le  debe  la  provincia  una  estatua, 
y  muy  especialmente  Vergara,  que  gloria  suya  es  haberse  en  ella 
formado  la  Sociedad   Vascongada^   base,  como  hemos  dicho,  de 


(}  U  I  P  U  Z  C  o  A 


37!) 


las  Económicas,  que  tanto  fomentaron  la  ilustración  española  ;  y 
si  bien  no  puede  atribuirse  á 
Azpeitiay  á  Azcoitiael  lauro 
de  celebrarse  antes  en  estas 
villas  las  reuniones  académi- 
cas délos  sabios  fundadores 
de  la  Vascongada^  se  creó 
ésta  en  Vergara  en  i  764. 

No  iban  entonces  los 
enemistados  Ozaetas  y  Ga- 
vinas á  guerrear  por  dominar 
en  el  pueblo,  produciendo 
sus  bandos  tantas  muertes, 
quemas  y  desastres,  que  tu- 
vieron que  ponerles  coto  los 
Reyes  Católicos ,  quienes 
para  extirpar  de  raíz  aque- 
llos males ,  impusieron  la 
ordenanza  de  20  de  Julio  . 
de  1490,  la  primera  munici-  - 
pal  que  tuvo  la  villa ;  absor- 
bida ésta  antes  por  las  ve-  - 
cindades  y  parroquias  de 
Oxirondo  y  Uzarraga,  con 
las  que  tanto  pleiteó  des- 
pués. 

La  nueva  Sociedad  fun- 
dada por  D.  José  M."^  de 
Munive  é  Idiáquez,  conde  de 
Peñaflorida,  era  de  instruc- 
ción, no  de  guerra  sino  de 
paz.  En  breve  empezó  á  dar 
sus  frutos,  fundando  (1776)  el  Real  Seminario  de  Vergara  en 
el  colegio  que  fué  de  jesuítas,  para  la  enseñanza  de  las  lenguas 


376  GUIPÚZCOA 


castellana,  latina,  francesa  é  inglesa ;  matemáticas,  ciencias 
naturales  y  otros  ramos  de  instrucción.  Declaráronse  válidos  y 
académicos  los  cursos  ganados  en  él;  en  1844  quedó  erigido  en 
Instituto  provincial  de  segunda  clase,  y  en  1851  le  elevó  el 
Gobierno  á  la  categoría  de  Real  Seminario  Científico  é  Indus- 
trial. En  él  han  recibido  instrucción  y  la  reciben  además  de 
muchos  españoles  no  pocos  jóvenes  de  las  repúblicas  de  la 
América  que  fué  española,  que  no  pueden  menos  de  conservar 
gratos  recuerdos  de  la  hermosa  villa  de  Vergara,  tan  bien 
sentada  junto  al   río   Deva,  y  rodeada  de  montes. 


II 


Al  tumulto  que  secundando  el  de  Vizcaya  se  produjo  (17 18) 
en  Vergara,  Mondragón  y  Arechavaleta  en  contra  del  estableci- 
miento de  aduanas,  ocasionando  graves  daños,  sucedió  años  des- 
pués (i  766)  otro,  la  Afac/n'naíi^a,  respondiendo  al  que  recorrió 
toda  España  por  la  carestía  del  pan.  Mas  no  se  limitó  en  Gui- 
púzcoa á  la  perturbación  de  algunos  pueblos,  sino  que  los  que 
se  insurreccionaron  en  Azcoitia  y  Elgoibar,  salieron  al  campo  y 
llevaron  la  insurrección  á  otras  villas  y  aldeas,  no  en  todas 
bien  recibidos,  como  sucedió  en  Vergara,  donde  al  presentarse 
unos  700  amotinados  de  Elgoibar,  les  rechazaron  y  les  cogie- 
ron 13  prisioneros;  lo  cual  agradecieron  el  rey  y  el  consejo  de 
Castilla  dirigiendo  á  los  vergareses  sendas  cartas  de  felicitación. 

Los  insurrectos  de  Azcoitia  en  número  de  unos  2,000,  obli- 
garon al  corregidor  á  rebajar  el  trigo  y  los  comestibles;  y  con 
el  bando  que  al  efecto  se  dio  y  un  estandarte  que  hicieron  llevar 
á  un  eclesiástico,  derramáronse  en  partidas  que  fueron  engro- 
sando; amenazaron  á  Vizcaya,  reconcentraron  sus  fuerzas  en 
Hernani  para  caer  sobre  San  Sebastián,  donde  no  faltaban  ele- 


GUIPÚZCOA  377 


mentos  levantiscos  dispuestos  al  motín,  anunciado  ya  por  pas- 
quines, lo  cual  produjo  la  prisión  de  algunas  mujeres,  más 
audaces  que  los  hombres  que  las  ayudaban;  pero  merced  á  las 
precauciones  adoptadas  se  conservó  el  orden  y  aun  pudo  salir 
tropa  y  vecinos  contra  los  sublevados,  ahuyentándolos.  La  acti- 
tud de  San  Sebastián  mató  la  insurrección,  que  falta  de  apoyo 
y  ayuda  en  poblaciones  importantes,  se  fué  disolviendo,  respi- 
rando tranquila  la  provincia  en  cuanto  á  estos  disturbios,  por- 
que respecto  á  sus  intereses  mucho  padecieron  con  las  nuevas 
hostilidades  con  Inglaterra,  por  la  imprudencia  cometida  por 
España  favoreciendo  la  independencia  de  los  Estados  Unidos. 
Guipúzcoa  y  especialmente  la  ciudad  y  consulado  de  San  Sebas- 
tián, pusieron  á  disposición  del  rey  500,000  reales,  ofreciendo 
catorce  compañías  armadas  de  tercios,  y  se  procedió  á  la  for- 
mación de  las  de  toda  la  provincia;  mas  no  indemnizó  esto  las 
pérdidas  en  el  mar  sufridas. 

La  muerte  de  Carlos  III  contuvo  el  progreso  que  su  reinado 
inició  en  España.  Atento  á  todo,  procuró  estrechar  nuestras 
relaciones  comerciales  con  África;  pues  «atendiendo  al  beneficio 
común  en  el  tráfico  y  comercio  de  frutos  y  géneros  de  ambos 
dominios  (Marruecos  y  España),  ha  mandado  S.  M.  circular 
órdenes  á  los  capitanes  y  comandantes  generales  de  las  costas, 
previniéndoles  que  en  tanto  que  se  solemniza  el  tratado  de  paz, 
reciban  como  amiga  siempre  que  arribe  á  nuestros  puertos 
cualquier  embarcación  subdita  de  aquel  príncipe  (el  de  Marrue- 
cos), facilitándola  cuanto  necesitare,  el  desembarco  y  venta  de 
los  efectos  que  condujere  á  este  fin,  y  la  compra  de  los  que 
quisiere  cargar...  (i).> 


(i)  Comunicación  del  marqués  de  Squilace  de  23  de  Enero  de  1  766,  de  orden 
del  Rey.  No  debemos  omitir,  aunque  sea  en  este  sitio,  que  en  el  año  de  i  -?  i  (  Don 
Fernando  W  mandó  á  los  vecinos  de  San  Sebastián  que  aprontasen  cierto  número 
de  bajeles  contra  los  moros,  pero  habiéndole  representado  que  esta  disposición 
ora  contra  fuero,  la  revocó. 


48 


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CAPÍ  TULO   XV 


Oña  te 


I 

OÑATE,  una  de  las  más  importantes  villas  hoy  de  Guipúzcoa, 
permaneció  separada  de  ella  hasta  nuestros  días.  De  re- 
mota antigüedad,  consta  su  existencia  en  1149,  como  pertene- 
ciente al  señorío  de  la  casa  de  Guevara.  La  parte  primeramente 
poblada  fué  la  de  los  barrios  de  Garibay  y  Urribarri,  cuyos  dos 
linajes  estaban  tan  divididos,  que  hasta  ocupaban  bancos  sepa- 
rados en  la  iglesia  parroquial.  Sometida  esta  villa  á  su  señor, 
aparece  perteneciendo  tan  pronto  á  la  provincia  de  Álava  como 
á  la  de  Guipúzcoa,  cuya  suerte  seguía  en  las  vicisitudes  políticas 


380  GUIPÚZCOA 


de  aquellas;  así  que,  agregadas  unas  veces  á  los  reyes  de  Na 
varra,  otras  á  los  de  Castilla,  los  señores  de  Oñate  no  se  sus 
traían    de   la  soberanía  de  las  respectivas  coronas. 

No  podían  estar,  como  no  lo  estaban  los  vecinos  de  Oñate, 
contentos  de  la  sujeción  en  que  les  tenía  su  señor,  mucho  me- 
nos al  ver  las  libertades  de  que  gozaban  sus  comarcanos  de 
Guipúzcoa  y  Álava;  por  lo  que  en  cuantas  ocasiones  se  les  pre- 
sentaban aspiraban  á  eximirse  de  ella.  Por  haberlo  intentado 
en  1389,  D.  Beltrán  de  Guevara,  su  señor,  mandó  quemar  las 
casas  de  los  autores  principales,  talar  sus  manzanales,  deste- 
rrarlos de  la  villa  y  señorío,  é  imponerles  otras  penas ;  de  todo 
lo  cual  se  libraron  por  reconocer  su  culpa,  pedir  perdón  de 
rodillas  y  merced  á  poderosas  intercesiones.  Aún  hizo  más  otro 
señor,  D.  Pedro  López  de  Guevara,  que  fué  incendiar  comple- 
tamente la  villa  de  Mondragón  (23  Junio  de  1448)  en  venganza 
de  no  quererse  unir  al  señorío  de  Oñate. 

En  1540  solicitó  la  villa  ser  de  realengo,  exponiendo  que  el 
conde  que  llevaba  su  título  no  le  tenía  para  llamarse  señor  de  ella 
ni  para  ejercer  ninguna  clase  de  jurisdicción ;  pero  el  pleito  fué 
largo,  y  no  debió  ser  favorable  la  resolución  para  el  pueblo 
cuando  ha  continuado  hasta  la  presente  época  perteneciendo  al 
señorío  de  los  poseedores  de  la  casa  de  Guevara,  que  adminis- 
traba justicia,  nombraba  escribanos  de  número,  confirmaba  los 
alcaldes,  ejercía  la  tutela  de  los  negocios  públicos  de  la  villa,  la 
capitanía  á  guerra  de  la  gente  armada,  cobraba  ciertos  tributos 
pecuniarios  y  el  puerco  ezcurbeste  ( i ) ;  tenía  receptor  de  penas  de 
cámara,  prestamero,  cárcel  pública  en  la  casa  de  éste,  cobraba 
los  derechos  de  carcelaje  de  los  presos,  y  la  horca.  Algunos  de 
los  onerosos  tributos  que  el  conde  cobraba,  los  redimió  la  villa 
dando  una  alzada  cantidad  de  una  vez.  Generalmente  era  cons- 
tante la  lucha  entre  el  señor  y  la  villa  que  resistía  las  desmedi- 


(i)     Consistía  este  tributo  en  que  de  cada  rebaño  de  66  puercos  que  se  engor- 
dasen en  los  montes  que  señala,  le  hubiesen  de  dar  uno  trasañado. 


(iUiPÚzcoA  381 


das  exigencias  de  aquél,  produciéndose  continuos  pleitos  y  aun 
asonadas.  Pretendió  el  conde  D.  Iñigo  Vélez  de  Guevara  se  le 
señalase  un  río  para  pescar  solo,  sin  que  pudiera  hacerlo  otro 
vecino;  los  jefes  de  los  linajes  de  Garibay  y  Uribarri,  aunque 
enemigos  entre  sí,  convinieron  en  oponerse  á  la  demanda  del 
conde,  como  así  lo  hicieron.  Enojado  el  conde,  dijo  á  García 
Ruiz,  capitán  de  los  oñacinos,  que  llevó  la  palabra,  que  por  el 
desacato  que  había  cometido  le  pondría  la  cabeza  donde  tenía 
los  pies,  á  lo  que  Sancho  García,  capitán  de  los  gamboinos, 
replicó  que  pesaba  demasiado  la  cabeza  de  García  Ruiz  para 
podérsela  quitar.  A  vista  de  tal  oposición  de  los  linajes  y  del 
pueblo,  marchó  el  conde  airado  á  su  casa  de  Guevara;  y  como 
tuviese  en  ésta  al  hijo  mayor  de  Sancho  García,  quiso  darle 
con  el  bastón  que  llevaba,  diciéndole  que  era  hijo  de  un  villano, 
y  que  su  padre,  casa  y  todo  Oñate  no  le  querían  obedecer.  Gil 
García  tuvo  que  defenderse  con  su  espada,  y  se  fué  á  casa  de  su 
padre ;  pidió  el  conde  favor  al  condestable  de  Castilla,  el  cual 
dio  una  partida  de  caballería  que  llegó  al  valle  de  Leniz;  acu- 
dieron á  esperarle  los  gamboinos  y  oñacinos ,  levantándose 
padre  por  hijo,  apostándose  en  las  herrerías  de  Marulanda  para 
que  no  entrase  el  conde  en  el  término  de  aquella  villa;  visto  lo 
cual  se  retiró  la  caballería  y  el  conde  retrocedió  con  su  gente  á 
Guevara. 

Apenas  se  comprende  el  estado  anómalo  de  Oñate,  encla- 
vado en  el  confín  de  dos  provincias,  viviendo  independiente  de 
ellas,  sin  lazo  de  unión  con  ningún  pueblo,  ni  el  amparo  de  una 
autoridad  provincial ;  sólo  puede  explicarse  en  aquel  estado  de 
abyección  pública,  cuando  se  tenían  en  más  los  intereses  del 
señor  que  los  de  los  pueblos.  Así  que,  apenas  se  iniciaron  en 
España  las  reformas  políticas  y  administrativas  á  la  sombra  de 
las  ¡deas  liberales,  fué  natural  é  inevitable  la  agregación  de  aque- 
lla villa  á  la  provincia  de  Guipúzcoa,  á  la  que  la  inclinaban  la 
identidad  de  idioma,  la  semejanza  de  costumbres,  y  su  deseo 
de  vivir  sobre  todo  la  vida  de  los  pueblos  libres  y  que  tienen  el 


382 


GUIPÚZCOA 


sentimiento  de  su  dignidad.  Tuvo  esta  anexión  los  intervalos 
que  la  libertad  en  España:  desde  1814  á  1820  y  desde  1823 
hasta  1833,  hasta  que  fué  completa  y  definitiva  y  en  escritura 
de  concordia  consignada  en  9  de  Octubre  de  1845,  por  conve- 
niencia recíproca  y  conformidad  mutua. 

Los  edificios  de  Oñate  que  mención  merecen,  son  la  iglesia 
parroquial,  que  consta  de  tres  naves  sostenidas  con  columnas 


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OXATE.  —  Casas  Consistoriales 


aisladas;  es  templo  espacioso,  claro  y  elegante;  de  estilo  góti- 
co, presentando  su  conjunto  cierto  aire  de  majestad  propia  de 
una  catedral,  aunque  su  mérito  artístico  no  es  muy  notable. 

Otro  edificio  importante  es  el  colegio  mayor  y.  universidad 
de  Sancti-Spiritus,  fundado  á  mediados  del  siglo  xvi  por  la  ilus- 
tración y  generosa  piedad  del  obispo  de  Ávila  D.  Rodrigo  Sán- 
chez de  Mercado  y  Zuazola,  en  cuyo  colegio  cursó  el  historiador 
Garibay  y  otras  personas  eminentes   (i).  Trazada  y  ejecutada 


(i)     Las  vicisitudes  de  este  colegio-universidad  están  perfectamente  reseña- 


GUIPÚZCOA 


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■^^JaHiiieS¿^¿tJf^^ 


Oñate.— Fachada  de  la  Universidad 


G  U  I  P  l'^C  O  A 


ONATE.—  Universidad 


384  GLIPÚZCOA 

la  obra  por  el  arquitecto  francés  Pedro  Picard,  forma  un  cuadro 
perfecto.  En  su  fachada  de  piedra  arenisca  se  descubren  varios 
cuerpos  de  orden  corintio  y  compuesto,  unos  sobre  otros,  con 
abundancia  de  nichos  y  estatuas  aisladas  de  piedra :  sobre  la 
portada  una  que  representa  al  fundador  orando  de  rodillas,  y 
encima  las  armas  imperiales.  Llaman  la  atención  las  figuras  de 
medio  relieve,  ejecutadas  en  unos  cuadros  de  los  pedestales, 
representando  otras  tantas  personas  humanas  del  tamaño  de  la 
mitad  del  natural,  lidiando  con  leones,  sátiros  y  otros  monstruos 
de  la  mitología:  su  ejecución  es  de  gusto  y  tiene  gracia.  Parece 
representar  la  lucha  entre  la  ciencia  renaciente  y  la  barbarie  de 
los  siglos  anteriores. 

La  procesión  del  Corpus  que  se  celebra  en  Oñate,  es  nota- 
ble por  la  asistencia  de  las  figuras  del  Señor  y  de  los  doce  após- 
toles precedidos  de  San  Miguel,  representadas  por  otros  tantos 
hombres  que  llevan  unas  vestiduras  talares  antiguas  y  caretas; 
una  comparsa  de  jóvenes  bailarines  contribuye  á  amenizarla. 
Todo  esto  que  da  gran  realce  á  la  función,  por  lo  bien  dispues- 
ta, lleva  á  la  villa  gran  concurrencia  de  los  pueblos  comar- 
canos. 


das  en  la  Oración  inaugural  que  en  la  apertura  del  curso  académico  de  1870 
á  1 87  I ,  leyó  en  la  universidad  literaria  de  Oñate  D.  Casimiro  de  Egaña  y  Oquen- 
,do,  catedrático  decano  y  rector  interino. 


'^k^i-' 


•       CAPITULO   XYI 

Guipúzcoa  ante  la  república   francesa.  —  Actitud 

de    Godoy   para    con    los  vascongados 

Heroísmo  de  José  Goicoa 

Saqueo  é  incendio  de  San  Sebastián 


i^. 


^L3  á\^  ^^  guerra  de  Españí 
v'%    ^^sa  (1793),  uno  de  los 


a  con  la  república  tránce- 
la '^^-^sa  (1793),  uno  de  los  tres  ejércitos  que  se  for- 
*^f  marón  fué  el  enviado  á  Guipúzcoa  á  las  órdenes  del 
rT^^j  general  D.  Ventura  Caro :  un  batallón  de  guipuz- 
coanos  formaba  la  vanguardia,  ocupando  los  puntos 
más  peligrosos.  Penetró  en  Francia,  destruyó  el  fuerte  de 
Luís  XIV^  en  Hendaya,  rompió  la  línea  de  Sara,  dieron  vista 
nuestras  avanzadas  á  los  muros  de  Bayona,  y  se  peleó  en  el  alto 
de  Tallatueta,  cerca  de  Irún,  mereciendo  el  batallón  de  Guipúzcoa 
justos  aplausos  por  haber  sido  el  primero  que  llegó  á  apoderar- 
se de  una  batería  en  medio  de  nutrido  fuego  enemigo. 

Victoriosos  los  franceses  en  Alemania  é  Italia,  enviaron  nu- 
merosas fuerzas  á  los  Pirineos,  las  cuales^  no  sólo  recuperaron 
lo  perdido  sino  que  bombardearon  desde  Hendaya  á  Fuenterra- 


^o 


386  GUIPÚZCOA 


bía,  y  avanzaron  peleando  en  Irún  (i),  haciendo  retroceder  á 
nuestros  soldados,  en  cuya  retirada  cometieron  tan  punibles  ex 
cesos,  que  la  Diputación  impuso  al  que  los  causara  la  pena  de 
muerte. 

Rendida  Fuenterrabía  á  los  franceses,  cayeron  sobre  San  Se- 
bastián que  también  capituló.  Crítica  la  situación  de  la  provincia, 
en  la  que  no  reinaba  la  mayor  unanimidad  de  pareceres,  pues  se 
ha  publicado  que  no  faltaban  quienes  pensaron  en  «  gozar  de 
una  independencia  absoluta,  persuadidos  de  que  su  provincia 
aunque  pequeña,  podría,  con  el  apoyo  de  Francia,  constituir  una 
república  libre  y  soberana,  por  lo  que  opinaban  que  no  se  debía 
resistir  á  los  franceses,  sino  abrirles  las  puertas  de  todas  las 
poblaciones  »  (2).  Pero  no  era  esta  la  opinión  general,  ni  abun- 
daba en  tales  ideas  la  Diputación  que  se  trasladó  á  Guetaria, 
sitio  que  consideró  más  seguro  que  Hernani  ó  Tolosa,  como 
acordaron  las  Juntas  generales  (Julio  1794).  Pretendía  el  enemi- 
go, que  avanzó  hasta  Tolosa,  se  sometiera  toda  la  provincia,  y 
no  se  hallaría  á  ello  muy  dispuesta  la  Diputación,  cuando  fué 
presa  por  una  columna  de  franceses  enviada  por  el  convencional 
Piner  y  encerrada  en  el  castillo  de  Bayona.  Exasperó  esto  en 
vez  de  amedrentar  y  los  1 8  pueblos  de  la  parte  alta  de  Guipúz- 
coa no  sujetos  al  invasor,  celebraron  juntas  en  Mondragón,  eli- 
gieron Diputación  á  guerra,  que  comenzó  á  adoptar  toda  clase 
de  belicosas  medidas,  proporcionándose  recursos  con  la  plata  de 
las  iglesias  y  donativos  voluntarios;  pidió  ayuda  á  Álava  y  Viz- 
caya ;  formáronse  en  Guipúzcoa  dos  batallones  de  voluntarios; 
trabáronse  escaramuzas  y  aun  acciones  serias,  y  aunque  no  pu- 
dieron detener  el  avance  de  los  franceses  (3),  portáronse  con  su 
acostumbrada  bizarría  los  voluntarios  guipuzcoanos,  mereciendo 
las  frases   más   lisonjeras  del   rey,    que  reconoció  los   grados 


(i)     Tomada  por  capitulación,  infringieron  el  pacto,  saqueándola  y  llevándose 
presos  d  Bayona  á  los  vecinos  más  influyentes. 

(2)  Basques  et  Navarrais,  por  Lande. 

(3)  En  menos  de  un  mes  llegaron  los  franceses  desde  la  orilla  derecha  del 
Deva,  á  su  entrada  en  el  mar,  hasta  Miranda  de  Ebro. 


GUIPÚZCOA  387 

de   todos   los  jefes    y    oficiales   conferidos  por  la   Diputación. 

Ld. />a2  de  Basilea  puso  fin  á  esta  guerra;  se  devolvieron  á 
España  las  plazas  ocupadas  por  los  franceses,  haciendo  éstos, 
con  insigne  mala  fe,  volar  antes  las  murallas  de  Fuenterrabía. 

En  aquella  guerra,  ó  más  bien  invasión,  no  mostró  el  país 
el  entusiasmo  que  en  otras  ocasiones  para  su  defensa  y  del  que 
hizo  justo  alarde  después;  así  que  dada  la  naturaleza  del  terre- 
no que  fueron  ocupando  los  franceses,  no  puede  menos  de  ex- 
trañarse que  Moncey  no  se  quejara  en  sus  partes  de  un  solo 
correo  detenido,  de  un  convoy  asaltado,  y  de  que  no  sólo  no  se 
defendiesen  los  pueblos,  sino  que  le  recibieran  bien.  Godoy  cul- 
paba al  ejército  llamándole  infiel  y  diciendo:  <  sólo  una  turba  de 
oficiales  ignorantes,  y  una  sola  opinión  infame,  sobre  la  cual  se 
apoya  el  honor  de  esos  caballeros,  pudieron  haber  sido  móviles 
capaces  á  destruir  los  planes  que  tenía  formados  un  ministro 
que  se  desvive  para  ponerlos  á  cubierto  de  sus  maldades.  A  ese 
ejército  deberá  la  España  el  sacrificio  de  una  parte  de  sus  fuer- 
zas, la  pérdida  de  las  provincias  y  la  degradación  de  la  sobera- 
nía ;  pero  el  rey  hará  justicia  y  jamás  negará  el  premio.  > 

Zamora,  intendente  del  ejército  y  amigo  de  Godoy,  le  escri- 
bía á  su  vez,  culpando  del  mal  éxito  de  la  guerra  á  las  provincias 
vascongadas,  acusando  á  individuos  y  á  clases  enteras  de  estar 
en  connivencia  con  el  general  francés,  según  delación  de  éste 
mismo.  Su  ayudante  Lamarque  escribía  á  Moncey  que  la  Dipu- 
tación de  Álava  estaba  siempre  en  la  mejor  voluntad,  que  temía 
más  que  deseaba  la  paz,  por  si  olvidados  en  el  tratado  eran  sa- 
crificados á  España  que  tal  vez  los  deshojaría  todos  sus  pri- 
vilegios. «Ellos  merecen  una  suerte  mejor...» 

Por  estos  y  otros  antecedentes,  y  con  especialidad  las  cartas 
que  Zamora  escribía  á  Godoy,  acusando  la  apatía  que,  según 
afirmaba,  tuvieron  los  vascongados  para  hacer  frente  á  los  fran 
ceses  (i),  y  estimulándole  á  establecer  las  aduanas  en  Bilbao, 


(i)    Decía  en  una  de  sus  cartas :  «  Yo  en  mi  conciencia  comprendo  que  la  gene 


3^8  GUIPÚZCOA 

San  Sebastián  y  la  frontera,  « que  serían  unas  fincas  de  las  me- 
jores del  reino  »;  las  contribuciones  catastrales,  quintas,  etc.;  se 
preparó  á  ejecutar  lo  que  consideraba  una  necesidad  y  un  bien 
para  la  monarquía,  y  si  no  tomó  por  entonces  las  medidas  que 
deseaba,  fué  porque  «  como  la  menor  alteración  en  nuestro  sis- 
tema influirá  en  el  éxito  de  la  campaña,  parecía  conveniente  que 
se  halagara  al  país,  sacando  el  partido  posible  en  su  situación... 
y  conviene  el  disimulo.  Dejar  á  un  lado  desavenencias  para  tra- 
tar de  ellas  cuando  no  embaracen  las  disposiciones  de  la  guerra.  > 
Como  preparación  del  terreno  encargó  reservadamente  á  Don 
Juan  Antonio  Llórente  escribiera  la  obra  que  se  publicó  más 
tarde  (i);  originando  esta  publicación  y  la  del  Diccionario  geo 
gráfico  histórico  de  la  Academia,  apasionadas  controversias,  que 
no  son  de  nuestro  objeto,  ni  el  ocuparnos  de  ellas  en  cualquier 
sentido,  conducirían  á  un  fin  práctico. 

De  todos  modos,  las  simpatías  que  pudieran  tener  los  vas- 
congados por  los  enciclopedistas  franceses,  demostraban  un 
grado  de  ilustración  que  no  era  general  en  España,  y  no  fal- 
taban seguramente  quienes  lamentándose  del  atraso  en  que  el 
absolutismo  tenía  sumida  á  esta  nación  deseaban  propagar,  sino 
todas,  la  mayor  parte  de  las  ideas  proclamadas  en  Francia. 

Interesada  España  en  conservar  su  neutralidad  de  la  que 
pretendía  sacarla  Napoleón,  pendientes  estaban  ciertos  tra- 
tos á  los  que  no  podía  ser  indiferente  Inglaterra,  cuando  ésta, 
procediendo  arteramente,  dio  órdenes  secretas  á  sus  cruceros 
para  que  acometieran  los  buques  españoles  en  todos  los  mares. 
Cuatro  fragatas  españolas  que  venían  de  América,  conduciendo 
ochenta  millones  de  reales,  fueron  sorprendidas  y  asaltadas  por 
los  ingleses   en  el   cabo   de  Santa  María  (Octubre  de  1804); 


ralidad  de  la  nobleza  y  gentes  ricas  de  aquel  país  han  abrazado  de  corazón  á  los 
franceses.  Lea  V.  E.  en  apoyo  de  esto  la  copia  de  las  cartas  adjuntas,  que  son  de 
las  primeras  gentes  de  Bilbao  y  Vitoria,  á  sus  parientes  y  amigos.» 

(i)  Noticias  históricas  de  las  tres  -provincias  vascongadas,  en  que  se  procura 
investigar  el  estado  civil  antiguo  de  Álava,  Guipúzcoa  y  Vizcaya  y  el  otigen  de  sus 
fueros. 


GUIPÚZCOA  389 


defendiéronse  heroicamente  nuestros  marinos,  pero  viéndose 
perdida  la  fragata  Alcrcedes  su  capitán  D.  José  Goicoa,  natural 
de  San  Sebastián  á  donde  iba  á  casarse,  habiéndolo  ya  hecho 
por  poderes,  con  D."  Josefa  Berminghau,  antes  que  quedar  pri- 
sionero prefirió  morir,  mandó  prender  fuego  á  la  Santa  Bár- 
bara y  voló  con  los  3000  hombres  que  llevaba  á  bordo.  Las 
otras  tres  fragatas  se  rindieron  y  con  el  dinero  que  conducían 
fueron  llevadas  á  los  puertos  de  la  gran  Bretaña.  Este  hecho  le 
consigna  la  historia;  no  el  nombre  heroico  del  malogrado  don 
José  Goicoa. 

Invadida  Guipúzcoa  por  los  franceses  (1808),  aun  cuando 
continuó  la  Diputación  con  sus  atribuciones,  fueron  más  nomina- 
les que  efectivas;  hasta  que  perdió  la  denominación  de  foral  por 
la  de  Consejo  provincial.  Creóse  una  Junta  universal  que  oscu- 
reció completamente  á  la  Diputación;  y  como  si  esto  no  fuera 
bastante,  se  formó  para  las  tres  provincias  hermanas  un  Conse- 
jo de  Gobierno  con  tres  representantes  de  cada  una  de  ellas, 
cuyo  consejo  residió  en  San  Sebastián  hasta  Enero  de  i  8  1  i  que 
pasó  á  Vitoria. 

Lisonjeaba  al  emperador  la  posesión  del  país  vascongado  y 
de  Navarra,  é  intentó  agregar  á  su  imperio  estas  cuatro  provin- 
cias (1):   pero  su  hermano  José,  que  aunque  francés,  reinaba 


( I )  D.  José  M."  de  Soroa  y  Soroa.  que  tan  importante  papel  representó  en  Gui- 
púzcoa desde  1  808,  en  el  Maniftcsto  que  se  vio  obligado  á  publicar  en  1813,  rela- 
tivo á  las  operaciones  de  la  Diputación.  Administración  y  Consejo  de  la  Provincia 
en  i8  I  3.  ocupándose  de  este  asunto  dice:  «El  general  Thouvenot,  sea  por  insi- 
nuaciones de  París,  ó  por  hacer  mérito  con  el  Emperador,  manifestó  en  varias 
decisiones  lo  útil  que  seria  á  la  provincia  el  solicitar  la  agregación  al  grande  im- 
perio. Ya  se  dexa  conocer  el  horror  con  que  mirarla  todo  español  tal  propuesta,  y 
el  desagrado  silencioso  que  se  manifestarla:  pero  esto  no  desengañaba  del  éxito 
á  aquel  general  perspicaz,  que  esperaba  la  ocasión  oportuna  para  promover  el 
asunto  con  maña.  En  una  de  las  juntas  de  Provincia  á  que  asistí,  halló  persona 
adequada  a  sus  intentos  :  pero  no  de  modo  que  no  los  trasluciésemos.  En  mi  mis- 
ma casa  me  manifestaron  su  aflicción  y  recelos  los  Sres.  .Aguirre,  y  Clarens,  Dipu- 
tados del  Clero  y  Comercio  de  esta  Provincia,  y  los  demás  Diputados  que  se 
hallaban  de  las  otras  dos  provincias;  pero  les  tranquilicé  manifestándoles  con 
franqueza  que  no  ignoraba  cuanto  habia  en  el  asunto,  ni  los  medios  de  evitar  las 
consecuencias,  quedando  además  todos  resueltos  á  oponernos  unánimes  en  el  úl- 
timo extremo,  etc..  etc....» 


390  GUIPÚZCOA 


forzosamente  en  España,  y  aspiraba  á  ser  apreciado  cuando  fue- 
ra más  conocido,  consideró  humillante  para  su  nueva  patria  tal 
segregación  de  territorio  y  se  opuso  á  ella. 


II 


Cinco  años  de  sufrimientos  contaba  San  Sebastián  cuando  á 
fin  de  Junio  (1813)  vieron  entusiasmados  aparecer  en  el  alto  de 
San  Bartolomé  tres  batallones  guipuzcoanos,  á  los  que  se  acó 
gieron  muchos  vecinos,  huyendo  de  los  peligros  de  un  sitio,  a 
que  se  aprestaron  los  franceses  destruyendo  los  barrios  extra 
muros  de  Santa  Catalina  y  San  Martín  :  fueron  pocos  los  fugiti 
vos  por  prohibir  en  seguida  el  gobernador  de  la  plaza  la  salida 

Sitiada  la  ciudad  por  ingleses  y  portugueses  al  mando  de 
general  Thomas  Graham,  destruyeron  sus  baterías  63  casas  en 
el  barrio  cercano  á  la  Brecha,  y  después  de  un  asalto  infructuo- 
so, no  lo  fué  el  ejecutado  el  3 1  de  Agosto,  y  se  enseñorearon 
los  aliados  de  la  ciudad,  guareciéndose  los  franceses  en  el  cas- 
tillo. 

¡Qué  ageno  estaba  el  vecindario  de  San  Sebastián  de  que  el 
día  que  consideraban  de  delirante  júbilo  había  de  serlo  de  tris- 
teza, de  infortunio,  de  muerte!  Á  los  que  alborozados  se  asoma- 
ban á  las  ventanas  y  balcones  tremolando  pañuelos  y  victo- 
reando á  los  vencedores,  les  saludaban  éstos  á  balazos :  á  las 
seguridades  que  los  jefes  ingleses  dieron  al  Ayuntamiento  y  co- 
misión de  vecinos  que  se  le  presentó,  respondieron  sus  tropas  con 
el  saqueo,  acompañado  de  los  más  feroces  excesos.  No  se  ocupa- 
ban de  perseguir  á  los  franceses,  á  los  que  se  trató  con  la  mayor 
benevolencia,  sino  al  vecindario  amigo,  víctima  del  saqueo,  del 
asesinato,  de  la  violación,  del  incendio,  de  toda  clase  de  horro- 


GUIPÚZCOA  391 


res  é  infortunios  (i).  Así  pereció  San  Sebastián,  quedando  desús 
600  casas  sólo  36  por  estar  contiguas  al  castillo  ocupado  por 
los  franceses.  También  se  salvaron  del  incendio  no  del  saqueo, 
las  dos  parroquias  que  servían  de  hospitales  y  cuarteles  á  los 


( I )  «  Kcsonahan  por  todas  partes  los  aves  lastimeros,  los  penetrantes  alaridos 
de  mujeres  de  todas  edades  que  eran  violadas,  sin  exceptuar  ni  la  tierna  niñez,  ni 
la  respetable  ancianidad.  Las  Esposas  eran  forzadas  á  la  vista  de  sus  afligidos  ma- 
ridos, las  hijas  d  los  ojos  de  sus  desgraciados  Padres  y  .Madres  :  hubo  algunas  que 
se  podian  creer  libres  de  este  insulto  por  su  edad,  y  que  sin  embargo  fueron  el 
ludibrio  del  desenfreno  de  los  Soldados.  Una  desgraciada  joven  vé  á  su  madre 
muerta  violentamente,  y  sobre  aquel  amado  cadáver  sufre  ¡  increíble  exceso!  los 
lúbricos  insultos  de  una  vestida  fiera  en  figura  humana.  Otra  desgraciada  mucha- 
cha cuyos  lastimeros  gritos  se  sintieron  hacia  la  madrugada  del  i ."  de  Setiembre 
en  la  esquina  de  la  calle  de  San  Gerónimo,  fue  vista  cuando  rayó  el  dia  rodeada  de 
soldados,  muerta,  atada  a  una  barrica,  enteramente  desnuda,  ensangrentada,  y 
con  una  bayoneta  atravesada  por  cierta  parte  del  cuerpo,  que  el  pudor  no  permite 
nombrar.  En  fin,  nada  de  quanto  la  imaginación  pueda  sugerir  de  mas  horrendo 
dexó  de  practicarse 

»A  los  que  no  fueron  muertos  y  heridos,  no  les  faltó  padecer  de  mil  maneras. 
Sujeto  hubo,  y  en  ellos  Eclesiásticos  respetables,  que  fueron  despojados  de  toda 
la  ropa  que  tcnian  puesta,  sin  excepción  ni  siquiera  de  la  camisa.  En  aquella  no- 
che de  horror  se  veian  correr  despavoridos  por  las  calles  muchos  habitantes 
huyendo  de  la  muerte  con  que  les  amenazaban  los  Soldados.  Desnudos  entera- 
mente unos,  con  la  sola  camisa  otros,  ofrecían  el  espectáculo  más  mísero,  y  hacían 
tener  por  feliz  la  suerte  de  algunas  (sobre  todo  del  sexo  femenino)  que  ya  subién 
dose  á  los  texados,  ó  ya  encenagándose  en  las  cloacas,  hallaban  un  momentáneo 
asilo 

".Mientras  la  Ciudad  ardía  por  varias  partes,  todas  aquellas  á  que  no  llegaban 
las  llamas  sufrían  un  saqueo  total.  No  solo  saqueaban  las  tropas  que  entraron  por 
asalto,  no  solo  las  que  sin  fusiles  vinieron  del  campamento  de  Astigarraga.  dis- 
tante una  legua,  sino  que  los  empleados  en  las  Brigadas  acudían  con  sus  mulos  á 
cargarlos  de  efectos,  y  aun  tripulaciones  de  trasportes  Ingleses,  surtos  en  el  Puer- 
to de  Pasages,  tuvieron  parte  en  la  rapiña,  durando  este  desorden  varios  dias 
después  del  asalto,  sin  que  se  hubiese  visto  ninguna  providencia  para  impedirlo, 
ni  para  contener  á  los  soldados  que  con  la  mayor  impiedad,  inhumanidad  y  bar- 
barie, robaban  ó  despojaban  fuera  de  la  Plaza  hasta  de  sus  vestiduras  á  los  habi- 
tantes que  huían  despavoridos  de  ella,  lo  que  al  parecer  comprueba  que  estos 
excesos  los  autorizaban  los  Jefes,  siendo  también  de  notarse  que  los  efectos  roba- 
dos ó  saqueados  dentro  de  la  Ciudad  y  á  las  avanzadas,  se  vendían  poniéndolos 
de  manifiesto  al  público  á  la  vista  é  inmediaciones  del  mismo  Quartel  general  del 
exercito  sitiador  por  Ingleses  y  Portugueses.»  (Manifiesto  que  el  Ayuntamiento 
constitucional.  Cabildo  eclesiástico,  ¡lustre  consulado,  y  vecinos  de  la  ciudad  de  San 
Sebastian  presentan  d  la  Nación  sobre  la  conducta  de  las  tropas  británicas  y  portu- 
guesas en  dicha  plaza  el  ]i  de  Agosto  de  i8i  ;  y  dias  sucesivos.) 

Son  curiosas  é  importantes  las  comunicaciones  que  mediaron  después  entre 
los  anteriores  y  el  duque  de  Ciudad-Rodrigo  que  negó  hasta  2.000  raciones  al 
hambriento  vecindario,  y  considerando  como  libelos  infamatorios  lo  que  se  había 
publicado  respecto  á  la  quema  de  la  ciudad,  «deseaba  que  no  se  le  hicieran  nuevas 
representaciones  acerca  de  ella,  ni  tuviera  motivo  de  escribir  sobre  este  asunto.» 


392  GUIP    UZCOA 

conquistadores.  Excedió  en  loo  millones  de  reales  el  valor  de 
lo  perdido;   sin  tener  en  cuenta  el  inmenso  de  los  libros  co 
merciales,  registros,  escrituras,  protocolos,  archivo  de  la  ciu- 
dad y  del  consulado,  libros  parroquiales,  bibliotecas,  etc. 

San  Sebastián  quedó  arruinado,  el  infortunio  no  pudo  ser 
más  grande;  pero  no  fué  bastante  para  entibiar  en  lo  más  mínimo 
el  entusiasmo  de  aquellos  patriotas  tan  horriblemente  sacrifica- 
dos. Sobre  los  calcinados  escombros  proclamaron  la  Constitución 
política  de  la  Monarquía  española,  concurriendo  á  tan  solemne 
acto  el  vecindario  disperso  en  los  pueblos  inmediatos;  y  los  que 
tanto  habían  sufrido  aún  tenían  el  valor  de  decir:  «Si  nuevos 
sacrificios  fuesen  posibles  y  necesarios  no  se  vacilaría  un  mo- 
mento en  resignarse  á  ellos....»  y  se  reunían  en  Zubieta  el  8  de 
Setiembre  del  mismo  año  de  1813,  acordando  levantar  de  nue- 
vo la  ciudad,  erigiendo  desde  luego  un  Ayuntamiento  para  que 
sonara  su  existencia  política  ya  que  había  desaparecido  la  física 
por  la  quema. 


Carta  lechada  en  Vera  á  2  de  Octubre  de  18137  firmada  :  Wellington,  duque  de 
Citidad-Rodrigo . 

Se  halla  todo  esto  impreso  en  un  folleto  titulado  :  Primer  Suplemento  al  Mani- 
fiesto publicado  el  16  de  Enero  último  por  el  Ayuntamiento  constitucional,  corpora- 
ciones^ vecinos  de  la  ciudad  de  San  Sebastián.— Al  fin. — Año  18  14. —  En  Tolosa  por 
D.  Francisco  de  la  Lama,  impresor  de  la  M.  N.  y  M.  L.  provincia  de  Guipúzcoa  y  su 
Diputación. 


^ 


CAPITULO  XVII 


Industria  antigua  y  moderna. 


I 

/]i'  combate  de  San  Marcial  fué  el  último  que  hubo  en  la 
^'-^provincia,  libre  ya  de  enemigos.  No  de  guerra,  que  á  los 
pocos  años,  diferencias  políticas  armaron  á  los  mismos  guipuzcoa- 
nos  unos  contra  otros ;  algunos  guiaron  y  escoltaron  á  aquellos 
franceses  que  vinieron  á  España  en  1808  á  destruir  el  despotis- 
mo y  la  teocracia,  y  volvían  en  1823  á  entronizar  lo  que  antes 
destruyeron.  ¡Triste  período  de  la  historia  patria! 

No  fué  más  lisonjero  para  Guipúzcoa  que  presenció  el  decai- 
miento de  todas  sus  industrias  y  muy  especialmente  de  la  del  hie- 
rro; aunque  las  salinas  de  Leniz  eran  productivas,  pues  alimenta- 
ban en  el  siglo  pasado  ocho  duerlas  que  producían  en  el  tiempo 
que  trabajaban  8,500  fanegas  al  año,  beneficiadas  por  medio  del 
fuego  y  de  la  linaza,  vendiéndose  á  ocho  reales  fanega.  Pero  la 
ferretería  era  la  principal  industria,  llegando  á  tener  la  provincia 
en  1626,  82  herrerías  mayores,  sobre  37  martinetes  y  2  máquinas 

destinadas  para  el  acero :  en  el  siglo  pasado  excedían  de  90  las 

50 


394  GUIPÚZCOA 


herrerías  mayores  que  labraban  más  de  i  20,000  quintales  de 
hierro  de  todas  clases,  que  se  exportaban  á  toda  España,  á  Fran- 
cia, Inglaterra,  Flandes  é  Italia,  y  á  las  orientales  de  Asia  donde 
los  portugueses  tenían  su  comercio  y  navegación.  En  Mondragón 
se  labraba  acero  á  fuerza  de  brazos,  en  herrerías  de  agua  con 
gran  beneficio  para  el  comercio  y  riqueza  de  la  población,  «hasta 
que  se  perdió  todo  habiéndose  hallado  en  Alemania  la  invención 
de  convertir  el  hierro  en  acero»  (i). 

Eran  notables  las  armerías  de  Plasencia  y  Tolosa,  en  las 
que  se  fabricaban  arcabuces,  mosquetes,  « coseletes,  arneses  y 
rodelas  de  fierro  para  hombres  y  caballos,  de  orden  de  S.  M., 
dejando  la  pelotería  de  tiros  para  la  ferrería  y  ingenio  de  Eugui, 
que  es  en  Navarra  »  (2).  También  en  Mondragón,  San  Sebastián, 
Elgoibar,  Eibar  y  Vergara,  se  hacía  todo  género  de  armas  como 
espadas,  alfanjes,  machetes,  ballestas,  cuchillos,  picas,  lanzas, 
medias  lanzas,  dardos,  azconas,  venablos,  jinetas,  alabardas  y 
partesanas,  porqueras  (llamadas  templonas  en  Andalucía  y  en 
Portugal  chuzas),  hachas,  azuelas  y  otros  instrumentos  de  todos 
géneros. 

Vizcaya  impuso  derechos  al  fierro  de  la  producción  de  Gui 
púzcoa  (177Ó);  y  aun  cuando  á  poco  se  arregló  esta  imposición, 
prohibió  en  1790  la  exportación  de  sus  venas  de  hierro,  permi- 
tiéndola seis  años  después,  previo  el  pago  de  medio  real  vellón 
en  quintal  macho  (seis  arrobas).  Guipúzcoa  tenía  prohibida  la  ex- 
tracción de  sus  carbones  vegetales. 

En  el  siglo  pasado  se  explotaba  en  Amezqueta  una  mina 
de  cobre. 

La  situación  política  que  estableció  en  España  la  reacción 
de  1823  y  el  adelanto  de  la  industria  en  el  extranjero,  amen  de 
otras  causas  interiores,  hicieron  tan  precario  el  estado  industrial 


( 1 )  Floranes. — El  mecanismo  cómo  se  labraba  el  acero  en  Guipúzcoa  lo  expli- 
can los  Extractos  de  la,  Rdcil  Sociedad  Vascongada,  correspondientes  al  año  i  77í- 
Isasti  dedica  un  capítulo  á  las  herrerías  grandes  y  martinetes,  y  las  designa. 

(2)  ISASII. 


üiJiPÚzcoA  .  395 

y  mercantil  de  Guipúzcoa,  que  las  juntas  de  1831,  inspirándose 
en  verdadero  patriotismo  y  sincero  amor  á  su  país,  haciendo  su- 
yas las  ideas  manifestadas  ya  en  San  Sebastián,  pidieron  el  plan- 
teamiento de  las  aduanas  para  el  fomento  de  la  industria  y  del 
comercio.  Para  vergüenza  de  otras  juntas  que  tenían  en  más  el 
aura  de  una  opinión  extraviada  y  de  un  provincialismo  suicida, 
que  los  verdaderos  y  legítimos  intereses  de  su  país  y  de  su  evi- 
dente prosperidad,  se  opusieron  en  Agosto  del  mismo  año  á  la 
anterior  salvadora  petición.  Aquí  podemos  repetir  lo  dicho  por 
un  escritor  guipuzcoano,  «  en  Guipúzcoa  continuamos  contem- 
plando los  pergaminos  del  título  LXI  y  otros  del  Fuero  tan 
contrarios  al  desarrollo  del  progreso  que  se  observa  desde  hace 
20  años»  (i).  En  idéntico  sentido  se  han  explicado  otros  escri- 
tores no  sospechosos  para  los  fueristas.  El  mismo  Fuero,  en  sus 
títulos  38  y  39  atacaba  al  derecho  de  propiedad  con  disposi- 
ciones que  podían  ser  muy  convenientes  y  acertadas  en  los  si- 
glos XIII  y  XIV,  no  en  nuestros  días.  Podríamos  citar  otras  dispo- 
siciones y  otros  hechos,  pero  ¿cuál  más  elocuente  que  el  fomento 
que  adquirió  Bayona  libre  á  costa  de  San  Sebastián  y  aun  de 
toda  Guipúzcoa  fuerista? 

No  es  nuestro  objeto,  ni  creemos  oportuno  en  este  libro, 
tratar  la  cuestión  foral :  sí  expondremos  que,  amantes  del  país 
vascongado,  partidarios  como  somos  de  una  bien  estudiada  y 
razonada  autonomía  provincial  y  municipal,  creemos  que  en  nin- 
guna ó  en  muy  pocas  provincias  es  tan  necesaria  como  en  las 
vascongadas.  La  absorbente  intervención  del  Estado  es  más  ve- 
ces perjudicial  que  beneficiosa,  y  más  de  una  vez  hemos  tenido 
que  lamentarnos  de  ella,  y  aun  prescindir  de  ella  en  asuntos 
imperiosamente  reclamados  por  la  equidad,  la  justicia  y  la  con- 
veniencia de  los  pueblos,  arrostrando  nosotros  una  respon- 
sabilidad de  la  que  nos  absolvía  nuestra  conciencia  y  el  bien 
público. 


([)       SORALLCE. 


:5(.0  G  U  1  P  r  z  c  o  A 


Abundando  más  el  patriotismo  que  el  amor  propio;  teniendo 
por  norte  la  justicia  y  por  guía  el  bien  del  país,  todo  es  posible. 

Los  grandes  servicios  prestados  por  mar  y  tierra  por  los 
guipuzcoanos  y  vizcaínos,  pararon  muchas  veces  la  tendencia  del 
poder  real,  que  consideraba  como  un  desprestigio  ciertas  resis- 
tencias basadas  en  derechos  concedidos.  Aumentaban  la  presta- 
ción de  esos  mismos  servicios  algunos  reyes  y  buscaban  medios 
de  mermar  ciertos  derechos,  fundándose  en  que  monarcas  débi- 
les ó  de  menos  necesidades  para  la  defensa  ó  el  esplendor  de  la 
patria,  concedieran  exenciones  que  no  tenía  generalmente  el  res- 
to de  los  españoles;  pero  tratándose  de  reyes  poderosos,  y  de  lo 
que  de  suyo  exigía  á  la  vez  la  grandeza  de  la  patria,  necesitan- 
do el  concurso  de  todos  para  su  defensa  ó  su  gloria,  parecíales 
á  tales  reyes  que  ante  las  exigencias  y  necesidades  del  Estado 
no  debía  haber  privilegios  ni  exenciones  que  favorecían  á  los 
menos  en  perjuicio  de  los  más.  Ya  en  1484  se  conformó  Guipúz- 
coa con  que  á  los  servicios  marítimos  debía  contribuir  como 
obligación,  no  voluntariamente  como  hasta  entonces.  En  casi 
todas  épocas  se  han  hecho  mutuas  concesiones  en  beneficio 
mutuo. 

La  tradición  y  la  antigüedad  no  son  títulos  bastantes  al  res- 
peto y  veneración  pública,  si  pugnan  con  lo  moderno  ó  la  con- 
veniencia y  aun  la  justicia.  ¿Admitiríamos  hoy  las  penas  infaman- 
tes, horribles  y  crueles  de  la  Edad  Media?  ¿Seguiríamos  sus 
usos  y  costumbres?  Las  venerandas  juntas  ordinarias  sólo  se 
celebraban  en  poblaciones  que  tenían  título  de  villa,  y  las  extra- 
ordinarias había  libertad  de  convocarlas  para  los  despoblados 
de  Ozarraga  (territorio  de  Vidania)  y  Basarte,  entre  las  villas 
de  Azpeitia  y  Azcoitia ;  pero  experimentando  los  inconvenien- 
tes de  celebrarse  á  la  intemperie,  se  convino  en  1470  en  re- 
unirse en  la  iglesia  de  San  Bartolomé  de  Vidania,  cuando  se 
convocasen  para  Ozarraga,  y  en  la  de  Santa  Cruz  de  Azcoitia  ó 
en  Santa  María  de  Olas,  cuando  fueran  extraordinarias.  Esto  se 
fué  modificando  como  se  modificó  mucho  y  se  alteró  ó  extinguió 


GUIPÚZCOA  397 


no  poco.  Las  ordenanzas  de  1529  se  suprimieron  en  la  compila- 
ción de  1696.  La  necesidad  es  siempre  imperiosa  y  exigía  y 
exigirá  siempre  modificaciones  y  transformaciones  aun  en  las  más 
venerandas  leyes. 

Además,  se  ha  dicho  con  razón,  que  el  comercio  y  la  marina 
figuraban  poco  en  las  juntas,  aunque  eran,  con  la  industria  el  alma 
de  la  importancia  de  la  provincia.  Las  leyes  de  Cataluña  favore- 
cían el  comercio  y  la  marina ;  en  los  fueros  de  Barcelona  pre- 
ponderaba el  espíritu  mercantil ;  en  las  juntas  de  Guipúzcoa  la 
predilección  á  la  propiedad.  Bien  puede  decirse,  que  en  lo  gene- 
ral, fueron  los  propietarios  casi  exclusivamente  los  que  consti- 
tuían el  eje  de  su  rueda  législativoadministrativa,  así  que  de  la 
Diputación  (i). 

Los  tiempos  tienen  de  suyo  exigencias  imperiosas  que  hay 
que  respetar ;  y  por  lo  mismo  que  en  los  antiguos  era  mayor  la 
credulidad  por  estar  menos  difundida  la  ilustración,  hasta  el 
punto  de  ocupar  seriamente  á  las  Juntas  generales  de  Fuenterra- 
bía  la  existencia  de  mucJias  brujas  (1530)  (2);  empeño  debe  ser 
en  los  modernos  seguir  la  corriente  del  siglo  en  lo  que  tiene  de 
moral  y  de  justa,  de  fraternal  y  de  elevada,  de  civilizadora  en 


(1)       SORALUCE. 

(j)  No  sólo  como  notable  recuerdo  tradicional  en  Deva.  sino  como  hecho  his- 
tórico consiiínado  en  los  Ana,les  de  la  inquisición,  y  comprobando  de  lo  que  es 
capaz  la  ignorancia  ayudada  por  el  fanatismo,  merece  referirse  que  una  mujer  del 
citado  pueblo  formaba  parte  de  una  sociedad  de  guipuzcoanos  y  vascos-franceses 
que  teniéndose  por  brujos,  se  reunían  en  Aquelarre,  en  el  que  trataban  de  los  ma- 
leficios y  demás  que  habían  de  ejecutar  para  aterrar  las  comarcas  por  donde  pasa- 
ban, en  las  que  llegaban  á  cometer  delitos  graves.  Complicada  la  mujer  de  Deva 
en  el  proceso  que  con  tal  motivo  llegó  á  formar  la  Inquisición  de  Logroño,  declaró 
sin  vacilar  la  acusada  que  era  bruja.  Deseando  el  tribunal  salvarla  de  la  pena  que 
había  que  aplicarla,  aun  cuando  no  fuera  mas  que  como  auxiliadora  de  aquellos 
malhechores,  la  indujo  á  que  declarase  que  había  sido  engañada  y  que  no  había 
tales  brujerías;  nada  consiguió  :  «  La  mujer  se  había  connaturalizado  de  tal  suerte 
con  aquel  quimérico  y  funesto  oficio,  y  su  terca  obcecación  había  subido  á  tan 
alto  puesto,  que  prefirió  el  suplicio  á  la  rectificación  de  su  error,  y  murió  insis- 
tiendo, sin  titubear,  en  que  era  brujan  {a).  Sobre  este  asunto  es  curioso  el  capítu- 
lo titulado.  Las  hechiceras  vascas.  1609,  que  se  halla  en  el  libro  La  Bruja,  por 
Mr.  Michelct. 

{a)     La  Mujer  de  Guipúzcoa,  por  el  Marqués  de  Valmar. 


39^  (,  uiPÚzcoA 


fin.  «  La  situación  de  la  misma  provincia,  es  hoy  otra,  que  en 
tiempos  antiguos,  distintas  y  mayores  sus  necesidades,  y  muchos 
los  medios  para  cubrirlas  con  utilidad,  pero  para  eso  son  menester 
las  aduanas.  Es  de  eterna  verdad  que  las  leyes  están  sujetas  á 
las  variaciones  que  son  efecto  de  los  adelantos  sociales,  y  de 
exigencias  nuevas  que  crea  el  transcurso  de  los  años»  (i).  Esto 
se  decía  en  nuestros  días,  y  por  un  guipuzcoano  que  no  podía 
ser  tachado  de  anti-fuerista;  pero  era  más  amante  de  la  provin- 
cia, cuyas  necesidades  y  conveniencias  conocía  como  hombre 
práctico,  al  que  no  ofuscaban  teorías  proclamadas  más  por 
costumbre  que  por  convencimiento  de  su  bondad  y  eficacia. 

La  industria  ha  erigido  edificios  monumentales,  como  el  de 
La  Guipuzcoana^  en  Tolosa ;  grandiosa  fábrica  que  construye 
cada  24  horas  5,000  kilogramos  de  papel.  Su  propietario,  el  in- 
teligente industrial  D.  Baldomero  Olio,  lo  es  de  otras  tres  fábri- 
cas más,  tituladas:  La  Tolosana^  La  Guadalupe  y  La  Papelera, 


( I )  Contestación  del  Ayuntamiento  de  San  Sebastián,  i ."  de  Agosto  de  i  844. 
firmada  por  el  alcalde-presidente  Ángel  Gil  de  Alcain,  á  la  circular  de  la  Diputa- 
ción de  la  provincia  para  el  nombramiento  de  apoderados  y  restablecimiento  del 
sistema  foral ;  y  como  con  arreglo  á  fuero  debían  éstos  ser  nombrados  en  la  forma 
antigua,  esto  es,  por  el  estado  noble;  respondía  á  esto  el  municipio,  tributando  el 
debido  homenaje  á  los  principios  políticos  que  profesaba  y  á  la  legalidad;  en  cuan- 
to á  lo  primero,  que  no  alcanza  el  motivo,  que  puede  privar  del  ejercicio  de  un 
derecho,  á  los  ciudadanos  á  quienes  confiere  el  art."  5.°  de  la  Constitución:  a  la 
legalidad  porque  el  art."  7."  del  decreto  de  4  de  Julio,  en  cuya  parte  final  se  halla 
comprendido  este  ayuntamiento,  no  le  da  más,  ni  otras  atribuciones,  que  las  con- 
feridas por  la  ley  común.  El  ayuntamiento  prefiere  los  derechos  políticos  de  los 
ciudadanos,  y  cumplir  con  el  precepto  de  unidad  constitucional,  mandado  en  la 
ley  de  25  de  Octubre  de  1839,  á  tener  mas  atribuciones,  limitadas  á  una  clase 
privilegiada,  que  no  representa  al  pueblo:  las  pedirá,  pero  para  ser  ejercidas  por 
los  ciudadanos  á  quienes  la  ley  confiere  ese  derecho;  ya  guardará  la  decisión  le- 
gal  Las  decisiones  forales  son  exclusivamente  de  la  clase  de  nobles,  y  los  que 

no  tienen  esta  calidad,  quedan  separados  de  la  menor  participación,  á  pesar  de 
que  pueden  ser  tan  útiles  al  país  por  sus  conocimientos  y  luces,  y  ofrecen  por  sus 
bienes  y  fortunas,  toda  garantía :  y  llega  á  tanto  grado,  lo  que  hoy  es  tan  chocan- 
te, que  los  abogados  están  excluidos  de  poder  representar  á  los  pueblos  en  Jun- 
ta, cuando  ésta  y  la  Diputación  tienen  dos  consultores  letrados,  y  cuando  para 
dirimir  con  acierto  las  cuestiones  se  busca  siempre  á  las  capacidades Un  gui- 
puzcoano que  no  sea  noble,  puede  representar  al  país  en  las  Cortes,  puede  llegar 
á  ser  Consejero  de  la  Corona.  ¿  Y  no  conceptúa  V.  S.  muy  extraño,  que  ese  mismo 
guipuzcoano,  si  no  tiene  litigada  su  hidalguía,  no  puede  ser  escribano  de  la  aldea 
mas  miserable  del  país?....» 


r,  u  I  p  u  z  c  o  A  399 

trabajando  todas  sin  descanso,  lo  cual  proporciona  la  subsisten- 
cia de  centenares  de  familias,  y  también  su  bienestar,  á  lo  que 
dedica  sus  desvelos  el  Sr.  Olio,  que  más  que  patrono,  es  el  pa- 
dre de  sus  operarios. 

Hay  en  Tolosa  otras  fábricas  de  papel,  inclusa  la  que  utiliza 
como  única  materia  la  paja;  y  de  tejidos  y  de  pianos.  Se  hallan 
también  otras  de  telas  y  de  hilados  en  Lasarte,  bajo  la  acertada 
dirección  de  los  Sres.  Brunet ;  así  como  en  Villabona,  en  Ver- 
gara,  en  Zarauz  y  en  Renteria,  cuyos  productos  son  muy  estima- 
dos. Las  construcciones  de  mimbres  en  Zumarraga,  se  exportan 
á  toda  España  y  al  extranjero;  igualmente  las  delicadas  armas 
de  Eibar,  de  Plasencia  y  Elgoibar;  los  vidrios  y  productos  quí- 
micos de  San  Sebastián ;  los  fósforos  de  esta  misma  capital,  de 
Irún,  de  Oñate,  de  Arechavaleta  y  de  otros  pueblos;  los  peines 
de  búfalo,  de  concha,  de  cuerno  y  de  madera ;  las  conservas  de 
pescado,  etc.,  etc.;  están  tomando  merecido  incremento  y  gran 
perfección  los  hilados  y  tejidos  con  seda  de  gusanos  criados  con 
hoja  de  roble  y  de  fresno. 

La  industria  de  Guipúzcoa  representa  muchos  millones  de 
reales,  y  su  creación,  su  fomento,  su  prosperidad,  es  debido  todo 
al  establecimiento  de  las  aduanas  en  la  frontera.  Así  lo  recono- 
cen todos  los  guipuzcoanos  en  su  patriotismo ;  sin  que  se  ocupen 
de  comparar  lo  que  producían  sus  ferrerías  antiguas,  con  sus 
martinetes  actuales,  que  también  es  otra  industria  que  prospera. 
Laborioso,  inteligente  el  guipuzcoano,  no  hay  arte,  ni  industria 
que  le  sea  refractaria;  y  así  abre  los  más  difíciles  túneles  con 
asombrosa  maestría  y  construye  atrevidos  puentes  y  viaductos, 
como  maneja  los  instrumentos  de  arte  más  finos  para  producir 
objetos  tan  delicados  y  bellos  cual  esas  encantadoras  incrusta- 
ciones de  oro  y  fierro  en  que  sobresalen  Zuluaga,  Felipe  Guisa- 
sola  y  otros,  y  esos  maravillosos  repujados  que  no  tienen  rival 
y  son  tan  codiciados  por  españoles  y  extranjeros.  Reine  la  paz 
en  Guipúzcoa,  que  es  lo  que  necesita  para  su  riqueza,  esplendor 
y  gloria. 


CAPITULO  XVITI 


Guerras  civiles 


I 


/^  N  las  dos  guerras  civiles  que  tuvieron  su  principal  foco  en 
^>-^el  país  vascongado,  los  guipuzcoanos,  peleando  en  uno  y 
otro  campo,  contribuyeron  de  consuno  á  arruinar  el  país. 

No  fué  la  provincia  de  Guipúzcoa  la  primera  en  promover 
la  guerra  civil  de  1833;  carecía  de  jefe  carlista  que  reuniera  las 
necesarias  condiciones  y  tuvo  su  diputación  que  entregarse  á 
Zumalacarregui,  ya  puesto  al  frente  de  los  navarros,  aunque 
era  guipuzcoano;  pero  valía  más  que  Eraso,  y  aquél  levantó  el 
espíritu  carlista  de  Guipúzcoa,  que  se  sostuvo  en  toda  la  cam- 
paña, hasta  que  en  1839  se  terminó  la  del  norte  por  el  convenio 
de  Vergara,  que  valió  á  Espartero  el  título  de  Pacificador,  y 
años  después,  haciendo  justicia  á  sus  merecimientos,  el  de  Prín- 
cipe (i). 


(i)  Todavía  esta  sin  cumplirse  la  ley  hecha  en  cortes  para  erigir  en  Vergara 
un  monumento  que  perpetúe  aquel  tan  solemne  como  beneficioso  acto;  más  mere- 
cedor de  perpetuarse  que  otros,  que  al  fin  representa  la  paz  entre  hermanos. 

51 


^02  GUIPÚZCOA 


Además  de  experimentar  después  la  provincia  algunas  vici- 
situdes políticas,  pretendiendo  guipuzcoanos  mal  aconsejados 
promover  de  nuevo  la  guerra  civil,  en  la  antigua  capital  foral, 
en  Tolosa,  el  3  de  Abril  de  1849  el  rey  de  Italia,  Carlos  Alber- 
to, fugitivo  de  su  reino,  fué  alcanzado  por  el  general  Lamarmora 
y  el  conde  San  Martino,  y  ante  ellos  abdicó  la  corona,  de  lo 
cual  se  extendió  acta  formal,  firmándola  como  testigos  el  dipu- 
tado general  D.  Javier  de  Barcaiztegui  y  el  gobernador  civil 
D.  Antonio  Vicente  de  Parga. 

Cuando  la  revolución  de  1868,  la  reina  de  España  D.^  Isa- 
bel II,  abandonada  de  los  que  la  perdieron  y  bajo  su  sombra  y 
protección  medraron,  permaneció  en  San  Sebastián  los  últimos 
días  de  su  reinado,  respetada  y  compadecida  por  los  guipuzcoa- 
nos, á  quienes  inexpertos  políticos  pretendieron  comprometer 
para  armarlos  en  defensa  de  lo  que  ya  no  la  tenía:  no  lo- 
graron su  intento,  y  D.^  Isabel  marchó  á  Francia  escoltándola 
los  diputados  vascongados  hasta  la  frontera,  rindiendo  así  caba- 
lleroso tributo  á  la  desgracia. 

Nueva  guerra  civil  se  promovió  en  1873.  Escrita  su  historia 
así  como  la  de  la  anterior,  á  ellas  nos  remitimos.  Sólo  diremos 
que,  á  la  sombra  de  la  paz,  á  la  laboriosidad  é  inteligencia  de 
los  guipuzcoanos,  á  su  amor  al  trabajo  y  al  deseo  de  su  bienes- 
tar, se  debe  el  desenvolvimiento  de  muchas  industrias,  el  fomen- 
to de  las  artes  y  la  prosperidad  del  país,  que,  encantador  de 
suyo,  lleva  á  sus  abundosos  establecimientos  balnearios,  á  sus 
seguras  playas  y  pintorescos  pueblos,  multitud  de  personas  de 
todos  los  de  España,  buscando  unas  salud  en  las  aguas  minera- 
les y  de  mar,  otras  recreo  y  esparcimiento  en  el  clima  y  la 
belleza  del  país,  y  todos  satisfacción  en  el  trato  de  sus  simpáti- 
cos habitantes. 


CAPITULO   XÍX 


San  Sebastián  moderno. 
Ediñcios  notables. — Paseos. —  Puerto. — El  casino. 
Motrico. — Mondragón.— Leyendas  y  tradiciones. 
Escritores  guipuzcoanos  contemporáneos 


L  actual  San  Sebastián  en  nada  se 
^parece  al  antiguo ,  aun  con  ser  éste 
bello.  Reedificada  la  ciudad  en  1 8 14  se 
hicieron  sus  calles  rectas ,  alineadas  sus 
casas,  de  igual  exterior  y  altura,  y  se  dio  á 
todo  belleza ;  así  que  la  plaza  de  la  Cons- 
titución con  sus  cómodos  soportales,  es 
perfectamente  ordenada.  En  ella  está  la  casa 
del  Ayuntamiento  trazada  por  el  célebre 
arquitecto  D.  Silvestre  Pérez,  adornado  de  las  excelentes  cuali- 
dades que  requería  Vitrubio  tuviera  la  profesión ;  dirigiendo  la 
obra  el  arquitecto  Ugartimendi.  Es  el  edificio  de  orden  dórico, 
y  las  columnas  exentas  de  su  fachada  le  dan  una  gran  severi- 
dad. La  escalera  es  ancha  y  espaciosa,  y  la  sala  de  sesiones  ele- 
gante. El  gran  espesor  de  sus  muros  indica  se  tuvo  en  cuenta, 


404 


GUIPÚZCOA 


al  construir  esta  casa- 
ayuntamiento,  que  había 
de  ser  el  centro  de  refu- 
gio de  una  plaza  de  ar- 
mas, como  era  San  Se- 
bastián en  caso  de  sitio. 

La  libertad  de  ense- 
ñanza    que    produjo    la 
revolución    de     1868  ,    y 
adquirida  la  facultad   de 
conferir  títulos  de  bachi- 
ller, hizo  que  el  municipio 
de    San    Sebastián    esta- 
bleciera un  instituto  que 
sustituyó  al  provincial  de 
Vergara,  construyéndose 
un  edificio  en    1872  con 
arreglo  á   su   programa, 
que  obedecía  á  las  nece- 
sidades que  en  aquel  en- 
tonces había  que  satisfa- 
cer.   Trasladado    á   San 
Sebastián,  durante  la  gue- 
rra civil,  el  Instituto  pro- 
vincial   de    Vergara ,    se 
instaló  en  aquel  edificio, 
en  el  que  hoy  continúa , 
desapareciendo    el    Insti- 
tuto libre  municipal.  Al- 
berga también  la  Escuela 
de  artes  y  oficios,   cuya 
organización  es  notable  é 
importantes  los    resulta- 
dos que  en  la  enseñanza 


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4o6  GUIPÚZCOA 


se  obtienen,  perfectamente  dirigida  por  D.  Nicolás  Bustinduy. 
En  el  piso  bajo  está  la  Biblioteca  municipal.  Los  gabinetes  de 
física  é  historia  natural  y  clases  de  dibujo,  se  hallan  bien  dota- 
dos de  material. 

Algo  reducido  es  el  edificio,  pues  los  muchos  y  distintos  ser- 
vicios que  en  él  se  han  establecido  obligará  á  separarlos,  máxi- 
me si  continúa  el  noble  afán  de  los  obreros  á  recibir  la  ense- 
ñanza que  allí  se  da  y  el  creciente  desarrollo  del  Instituto.  La 
fachada  es  de  sillería  arenisca  del  país ;  consta  de  un  piso  bajo 
y  dos  altos;  y  la  ornamentación  así  como  su  aspecto  exterior, 
es  sencillo  y  hermoso,  revelando  el  buen  gusto  del  director  de 
la  obra,  el  arquitecto  D.  José  Goicoa. 

Este  mismo  señor  dirigió  la  construcción  de  las  Escuelas 
Públicas  (i 87 i),  de  piedra  sillería.  Grandes  huecos  antepecha- 
dos acusan  su  destino.  Las  plantas  son  sencillas.  El  piso  bajo 
está  destinado  á  escuela  de  párvulos  y  habitación  del  maestro; 
los  otros  pisos  á  escuelas  de  niños,  con  salas  espaciosas. 

Tanto  el  Instituto  como  las  Escuelas  forman  los  costados 
laterales  del  gran  edificio  de  Guipúzcoa,  que  se  ostenta  en  la 
plaza  del  mismo  nombre;  la  cual  es  un  rectángulo  formado  por 
casas  sujetas  á  un  modelo  de  gusto  elegante,  en  cuya  planta 
baja  tienen  la  primera  crugía  destinada  á  pórticos  anchurosos 
con  pilastras  y  arcos  convenientemente  decorados,  en  número 
de  23  por  los  lados  mayores  del  rectángulo  y  1 5  por  los  me- 
nores. Cruzan  la  plaza  por  sus  ángulos  cuatro  calles ;  de  modo 
que  resultan  ocho  entradas,  donde  se  han  dejado  preparados 
los  arranques  para  voltear  los  arcos  que  completen  y  cierren 
el  perímetro  de  la  plaza.  Ocupa  su  centro  un  jardín  inglés  de 
los  llamados  paisajistas,  con  cascada,  lago  y  puente  rústico; 
columna  meteorológica  en  un  templete  en  cuyo  cielo  están  pin- 
tadas las  constelaciones  y  en  el  friso  interior  vistas  panorámicas 
de  San  Sebastián.  Todo  el  jardín  ofrece  muy  agradable  perspec- 
tiva, y  está  rodeado  de  una  verja  de  hierro  dulce  sobre  zócalo  de 
piedra,  con  seis  entradas,  una  en  cada  ángulo  cortado  en  chaflán 


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GUIPÚZCOA 


y  otra  en  el  centro  en  cada  uno  de  los  lados  mayores  del  rec- 
tángulo.— Es  una  de  las  plazas  más  bellas  de  España. 

A  su  lado  occidental  se  hallan  tres  notables  edificios  públi- 
cos, aunque  formando  un   conjunto  armónico  en  sus  fachadas. 


SAN   SEBASTIÁN.— Columna  meteorológica  de   la 
Plaza  de  Guipúzcoa 


La  central,  marcada  por  una  fuerte  salida,  corresponde  á  la 
Diputación  provincial,  y  forma  por  sí  un  conjunto  compuesto  de 
dos  pabellones  laterales  y  un  cuerpo  central.  Sobre  la  arcada 
general  hay  un  cornisamento  que  sirve  de  apoyo  á  columnas 
exentas  en  el  anterior  cuerpo  y  adosadas  en  los  laterales,  estria- 
das sobre  pedestales  y  con  las   proporciones  y  decoración  del 


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410  GUIPÚZCOA 


orden  corintio.  Abarcan  en  su  altura  estas  columnas,  la  de  los 
pisos  principal  y  segundo,  y  sostienen  un  entablamento  comple- 
to ricamente  decorado,  y  cuyo  friso  lleva  los  nombres  de  cinco 
ilustres  guipuzcoanos.  Los  huecos  del  piso  principal  son  balco- 
nes con  jambas,  ménsulas  y  antepechos  de  balaustres  de  piedra, 
coronados  con  un  amplio  romanato  decorado  de  forma  circular 
y  triangular  alternativamente :  en  el  piso  segundo  hay  ventanas 
antepechadas  con  decoradas  repisas. 

Los  pabellones  laterales  de  esta  fachada  central  son  más 
ricos  en  su  decoración,  y  sobre  el  entablamento  llevan  romana- 
tos  circulares,  en  cuyos  tímpanos  van  los  escudos  de  los  cuatro 
partidos  judiciales.  Sobre  los  romanatos  se  asientan  unos  pedes 
tales  destinados  en  el  proyecto  á  sostener  grupos  alegóricos  de 
estatuas,  que  han  sido  sustituidos,  por  economía,  por  unos  tro- 
feos militares  y  marinos  en  recuerdo  de  las  glorias  guipuzcoa 

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ñas. 

En  la  parte  central  y  sobre  el  entablamento,  hay  un  ático 
decorado  con  pequeñas  pilastras  que  corresponden  sobre  las 
columnas;  y  en  los  espacios  intermedios  los  bustos  de  los  gui- 
puzcoanos Oquendo,  Legazpi,  Urdaneta,  Lezo,  El  Cano.  En  el 
centro,  flanqueado  por  dos  tenantes,  el  escudo  de  Guipúzcoa. 

Las  fachadas  de  los  edificios  laterales,  Gobierno  civil  y  De- 
legación de  hacienda,  armonizan  con  el  centro,  aunque  no  son 
tan  ricas  en  el  decorado. 

En  el  pórtico  general,  que  se  une  con  los  de  los  otros  tres 
lados  de  la  plaza,  se  halla  en  el  centro  la  magnífica  puerta  del 
vestíbulo  principal,  de  un  bello  trabajo  artístico,  tallada  en  roble 
y  erablo.  En  su  decoración  alegórica  campea  el  roble  enlazado 
con  el  laurel,  trofeos  marítimos,  y  en  la  parte  superior  las  armas 
de  la  provincia  con  sus  dos  tenantes  y  el  lema  de  Muy  Noble  y 
Muy  Leal. 

El  vestíbulo  principal,  los  descansos  de  la  escalera  y  las 
gradas  de  la  misma  son  de  mármol  de  Carrara;  la  ornamen- 
tación, pilastras   estriadas   con   capiteles   corintios  dorados;  la 


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412  GUIPÚZCOA 


caja  general  adornada  también  con  pilastras  del  orden  jónico. 
La  escalera,  verdaderamente  regia,  conduce  sólo  al  piso  princi- 
pal. Su  balaustrada  es  de  bronce,  y  su  ornamentación  de  hojas 
de  acanto  corresponde  al  renacimiento,  ocupando  un  lugar  pre- 
ferente las  armas  de  España  y  de  Guipúzcoa  repetidas.  Están 
decoradas  sus  paredes  con  estucos  imitando  mármoles,  recibien- 
do la  luz  por  unas  ventanas  que  ostentan,  formadas  con  crista- 
les de  colores,  las  armas  de  España  y  á  los  lados  las  de  las  pro- 
vincias vascas  y  las  de  la  ciudad  de  San  Sebastián.  El  techo 
está  decorado  con  recuadros  y  florones,  con  un  medallón  central 
pintado  al  óleo  por  un  aprovechado  artista  del  país,  que  repre- 
senta, en  una  figura  alegórica,  la  Administración  apoyada  en  un 
timón,  teniendo  en  la  mano  derecha  el  compás,  símbolo  del 
orden  y  de  la  medida.  Está  trazada  la  figura  con  gran  valentía. 
Otra  de  bronce  con  un  reloj  en  la  mano,  completa,  en  el  último 
descanso  de  la  escalera,  la  decoración  de  la  misma. 

El  salón  principal,  de  22  metros  de  largo  por  8' 7 5  de  ancho, 
es  grandioso.  Lujosamente  adornado,  corre  por  todo  él  y  á  una 
altura  conveniente,  un  friso  de  nogal,  sobrio  en  líneas,  pero  rico 
en  tonos  y  aguas,  por  ser  de  una  madera  escogida.  Sobre  el 
friso  y  constituyendo  el  fondo  de  las  paredes,  hay  bastidores 
imitando  tapices  con  asuntos  de  glorias  guipuzcoanas,  y  las 
vistas  de  San  Sebastián,  Tolosa,  Vergara  y  Azpeitia  como 
cabeza  de  los  cuatro  partidos  judiciales  de  la  provincia,  cuyas 
armas,  artísticamente  enlazadas,  se  hallan  entre  los  balcones. 
También  están,  al  rededor  de  todo  el  salón,  de  relieve  y  pintados 
con  los  colores  heráldicos,  los  escudos  de  todos  los  pueblos  de 
Guipúzcoa. 

Las  puertas  y  los  demás  adornos  del  salón  es  todo  rico  y 
del  mejor  gusto,  especialmente  el  techo.  Un  medallón  represen- 
ta la  provincia  de  Guipúzcoa,  teniendo  en  una  mano  un  remo 
y  apoyada  en  el  escudo.  Las  artes,  la  navegación,  la  pesca,  sus 
hombres  célebres,  la  rodean  en  una  atmósfera  luminosa  y  de 
gran  vigor.  Otros  dos  grandes  medallones  haciendo  juego  con 


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-|I4  GUIPÚZCOA 


el  central,  representan  la  historia  y  la  justicia.  Arabescos  de 
exquisito  gusto,  frisos  de  grupos  de  niños,  ejecutados  con  gran 
perfección,  constituye  el  decorado  de  este  techo,  cuyos  recua- 
dros, molduras  y  fajas  contribuyen  con  sus  entonaciones  y  vue- 
los bien  entendidos  á  dar  realce  á  las  pinturas  de  fondo.  El  oro 
en  las  partes  salientes  y  los  fondos  generales  de  madera,  hábil- 
mente imitados,  dan  al  salón  carácter  de  seriedad  y  riqueza. 
D.  Adolfo  Perea  y  los  Sres.  Zuloaga  hermanos,  son  los  autores 
de  las  pinturas. 

Los  gabinetes  laterales  se  hallan  también  decorados  con 
sumo  gusto.  La  ornamentación  de  sus  muros  está  formada  por 
arabescos  sobre  fondo  guinda  en  uno  de  ellos  y  fondo  oro  en  el 
otro.  Los  techos  representan  asuntos  alegóricos. 

En  el  piso  segundo  está  la  sala  de  sesiones,  departamento 
del  vice-presidente,  secretaría,  oficinas,  etc.,  todo  perfectamente 
distribuido;  bien  es  verdad  que  los  proyectos  y  dirección  honran 
al  distinguido  arquitecto  Sr.  Goicoa:  las  pinturas  á  los  Sres.  Pe- 
rea  (D.  Adolfo)  é  Irureta;  así  que  el  moviliario  á  los  señores 
Echevarría  y  Odhon  Martitu ;  como  enaltece  á  la  provincia  tan 
grandioso  edificio  y  los  más  modestos  laterales  destinados  á 
Gobierno  civil  y  Delegación  de  Hacienda,  en  cuyo  piso  bajo  se 
halla  la  oficina  de  correos. 

En  la  clase  de  obras  importantes  hay  que  colocar  las  eje- 
cutadas para  el  abastecimiento  de  aguas  á  San  Sebastián.  Ya 
en  1566  Juan  Sanz  de  Lapaza,  para  la  conducción  del  agua  de 
la  fuente  de  Olaréu,  situada  al  pié  del  monte  Igualdo,  á  dos 
millas  de  la  ciudad,  construyó  un  magnífico  acueducto,  cuyas 
ruinas  permanecen  para  memoria  de  una  empresa  que  no  llegó 
á  concluirse.  En  1609,  el  famoso  arquitecto  hidráulico  y  militar 
Juan  Ferrier^  que  trabajó  con  gran  crédito  en  el  castillo  de 
Pamplona  y  en  las  fuentes  de  Madrid,  dirigió  el  espacioso  acue- 
ducto que  conduce  las  aguas  desde  Morlans  á  la  capital  guipuz- 
coana.  Continuaron  esta  obra  Pedro  Larrochet,  de  Burdeos,  y 
el  célebre  Francisco  Gienzi,  que  construyó  fuentes   en  Bayona, 


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410  GUIPÚZCOA 

París  y  Pamplona.  Honra  á  cuantos  entendieron  en  esta  obra  el 
notable  cuidado  con  que  están  recogidos  los  pequeños  manan- 
tiales de  Morlans,  en  arquetas  de  sillería ;  cuyas  aguas  se  re- 
unen  en  un  depósito  cubierto,  haciéndolas  pasar  por  una  multitud 
de  pequeños  canalizos  antes  de  penetrar  en  la  tubería,  á  fin  de 
que  en  su  recorrido  vayan  depositando  la  parte  caliza  que  con- 
tienen. 

A  este  caudal  de  agua  se  ha  aumentado  el  que  suministran 
los  montes  de  Ulia  y  de  Choritoquieta;  recogiéndose  las  aguas 
del  primero  por  medio  de  tres  túneles,  cuyas  filtraciones  reci- 
ben en  su  solera  y  corren  á  un  depósito  en  Miracruz,  á  una 
altura  de  45  metros  sobre  las  calles  de  la  ciudad,  pudiendo  así 
subir  las  aguas  hasta  los  pisos  más  elevados,  haber  bocas  de 
riego,  etc.  Débense  estas  obras  á  los  arquitectos  D.  Miguel 
Echeveste  y  D.  Nemesio  Barrio,  entendiendo  éste  solo,  con 
gran  inteligencia,  en  la  conducción  de  Choritoquieta,  cuyas 
aguas  de  manantial  vierten  después  de  un  recorrido  de  cuatro 
kilómetros,  en  los  que  hay  toda  clase  de  obras,  en  el  depósito 
de  Miracruz.  Así  reúne  hoy  San  Sebastián  3,800  metros  cúbi- 
cos diarios  de  agua. 


II 


Cuando  en  1866  se  autorizó  el  derribo  de  las  murallas  que 
oprimían  á  San  Sebastián  é  impedían  su  crecimiento,  respiró  la 
ciudad,  manifestó  su  entusiasmo,  derribó  alegre  aquellos  fuertes 
y  negros  muros,  testigos  de  más  desgracias  que  glorias,  empezó 
á  conquistar  al  Océano  parte  de  sus  dominios  y  edificó  sobre 
ellos  una  nueva  ciudad  hermosa.  Sus  calles  y  plazas,  parques  y 
jardines,  más  propios  por  su  trazado  de  una  ciudad  grande 
y  populosa  que  de  una  estación  veraniega,  forman  un  verdadero 
pueblo  moderno. 


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I  8  G  U   1   P   'J  Z  C  o  A 


Así  que,  vista  San  Sebastián  desde  el  alto  de  Concorronea, 
por  cima  de  la  estación  del  ferrocarril,  ofrece  uno  de  los  más 
encantadores  panoramas.  El  río  Hurumea,  el  magnífico  puente 
de  Santa  Catalina  nuevamente  construido,  pasado  el  cual  se 
entra  en  el  paseo  de  la  Zurrióla,  hoy  ensanchado  por  haberse 
tomado  al  mar  gran  extensión  de  terreno,  quedando  siempre  el 
paseo  á  su  orilla,  la  nueva  población  construida  en  el  espacio 
que  ocuparon  las  antiguas  murallas  y  el  glacis,  ostentando  edi- 
ficios monumentales,  la  Avenida  de  la  Libertad,  de  treinta  me- 
tros de  anchura  aquella  con  cuatro  hileras  de  plátanos,  comien- 
za en  el  puente  de  Santa  Catalina  y  acaba  en  el  paseo  de  la 
Concha,  elegante  barriada  construida  enfrente  de  la  playa  de 
aquel  nombre,  sin  rival  en  toda  la  costa  por  su  extensión,  su 
belleza,  y  la  completa  seguridad  que  ofrece  á  cuantos  en  ella  se 
bañan. 

Partiendo  de  la  Zurrióla  se  halla  el  bellísimo  paseo  de  la 
Alameda,  cuyos  extremos  se  apoyan  en  ambos  mares;  y  de 
cuyo  paseo  apenas  da  pequeña  idea  la  lámina  que  le  representa. 
En  medio  déla  población,  como  la  Rambla  de  Barcelona,  divide 
la  Alameda  el  San  Sebastián  antiguo  del  moderno.  En  el  verano 
es  el  sitio  predilecto  de  los  forasteros,  cuyo  paseo  ameniza  una 
música  colocada  en  un  elegante  kiosko  levantado  en. el  centro 
del  principal  salón.  Por  la  noche  se  alumbra  todo  el  paseo  con 
luz  eléctrica. 

Otros  paseos  tiene  además  San  Sebastián,  uno  de  los  sitios 
de  más  amena  y  encantadora  estancia  en  el  estío;  esto  sin  tener 
en  cuenta  sus  bellísimos  alrededores,  que  están  pidiendo  caminos 
para  mejor  disfrutar  de  las  vistas  panorámicas  que.  la  menor  de 
las  eminencias  proporciona.  La  vista  de  San  Sebastián,  desde  el 
Semáforo,  es  otro  bello  panorama,  pudiéndose  apreciar  la  forma 
del  puerto ;  viéndose  además  la  población  por  toda  aquella  par- 
te, destacándose  en  primer  término,  el  nuevo  casino  y  campo 
de  Alderdieder;  y  desde  la  Concha  es  vistoso  el  puerto,  cuando 
está  poblado  de  buques,  teniendo  por  fondo  el  monte  Urgull, 


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420  GUIPÚZCOA 


en  el  que  está  el  castillo  de  la  Mota.  Á  la  izquierda,  como  re- 
presenta la  lámina,  se  ve  la  Isla  de  Santa  Clara  y  el  monte 
Igueldo,  con  el  antiguo  y  animado  faro  en  la  cima. 

Con  los  elementos  reunidos  ya  en  San  Sebastián  y  su  pro 
bable  y  progresivo  desarrollo,  se  hacía  necesario  un   edificio 
que  satisfaciendo  las  exigencias  del  gusto  y  de  la  comodidad, 
proporcionase  horas  de   solaz  y  esparcimiento,  aparte  de  las 
que  el  país  brinda  con  sus  naturales  encantos. 

De  aquí  nació  la  idea  de  construir  un  gran  Casino,  Llamóse 
á  concurso  á  los  arquitectos  españoles.  Presentados  15  pro- 
yectos, recayó  la  elección  en  uno  cuyo  lema  era:  Aurrerá,  que 
quiere  decir  Adelante. 

El  terreno  destinado  para  su  emplazamiento  es  el  Parque  de 
xA-lderdieder  (campo  hermoso),  al  extremo  de  la  Alameda  próxi- 
ma al  puerto. 

Se  halla  en  construcción,  bastante  avanzada,  esperándose 
termine  dentro  de  un  año,  no  cesando  los  trabajos. 

La  fachada  general  de  sobre  el  Parque,  por  donde  tiene  su 
ingreso  más  importante,  va  precedida  de  una  gran  terraza  que 
se  apoya  en  toda  su  línea.  Otros  dos  ingresos  están  situados, 
uno  en  la  fachada  á  la  Alameda  y  otro  por  el  paso  de  carruajes 
en  la  parte  posterior  que  atraviesa  el  edificio  en  punto  inme- 
diato á  la  escalera  de  honor,  separando  el  Casino,  propiamente 
dicho,  del  gran  Salón  de  Juntas. 

Las  líneas  de  la  planta  del  edificio  presentan  gran  movimien- 
to, así  como  la  altura  de  fachadas,  resultando  un  conjunto  ar- 
mónico cuyo  carácter  está  en  relación  con  su  destino. 

Tiene  dos  solos  pisos,  insistiendo  sobre  su  basamento  de 
I "50,  á  cuya  altura  se  encuentra  la  terraza  de  loi  metros  de 
longitud,  igual  á  la  fachada  que  precede;  mas  para  evitar  el 
efecto  que  produciría  una  masa  de  construcción  en  que  predomi- 
nase la  dimensión  horizontal,  se  han  acentuado  algunos  puntos 
con  líneas  verticales  de  mayor  altura,  resultando  así  las  dos  to- 
rres de  25  metros  de  elevación  á  ambos  lados  del  cuerpo  central, 


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dos  ángulos  cilindricos  sobre  planta  cuadrada  en  los  pabellones 
extremos,  y  finalmente  la  gran  cúpula  central  que  corresponde 
á  la  escalera  grande. 

Como  se  ve  en  el  grabado,  las  galerías  formadas  por  arcos 
rebajados  sobre  columnas  sueltas  separan  el  cuerpo  central  de 
los  pabellones  extremos,  dando  lugar  en  el  piso  principal  á  dos 
grandes  terrazas  que  dominan  la  pintoresca  playa  de  baños. 

En  la  fachada  á  la  Alameda  y  sobre  la  puerta  de  entrada, 
que  es  un  dintel  adovelado,  existe  un  balcón  de  forma  original; 
su  repisa  de  planta  elíptica,  sin  ménsulas  de  apoyo ,  tiene  un 
saliente  de  1,65  sobre  el  haz  del  muro,  que  como  problema  de 
construcción,  acusa  un  detenido  estudio;  á  ambos  lados  del  bal- 
cón dos  columnas  aisladas  sostienen  un  frontón  curvo  que  no  es 
menos  interesante  bajo  el  punto  de  vista  de  su  construcción; 
finalmente,  en  el  fondo  otras  dos  columnitas  sueltas  sostienen 
un  arco  de  medio  punto  que  sirve  para  apoyar  las  grandes  pie- 
dras al  frontón  exterior.  El  aspecto  del  conjunto  tiene  novedad 
y  es  de  efecto. 

El  salón  de  Juntas  en  la  fachada  posterior  se  destaca  de  la 
masa  general  del  edificio,  apoyándose  sobre  un  basamento  de 
4,50,  del  que  forman  parte  á  ambos  lados  los  cuerpos  cilindricos 
que  encierran  los  baños,  y  en  la  parte  posterior  un  cuerpo  acha- 
flanado acusa  el  sitio  para  la  orquesta. 

El  gran  salón  sobre  dicho  basamento  se  eleva  á  la  altura  de 
la  común  general  y  se  ilumina  por  tres  grandes  ventanas  en 
cada  lado  con  arcos  y  columnas,  de  las  cuales  las  del  centro  dan 
sobre  las  monumentales  estufas  de  hierro  y  cristal,  que  además 
de  ser  un  sitio  ameno  sirven  de  expansión  á  la  citada  sala. 

Larga  tarea  fuera  describir  detenidamente  la  distribución  in- 
terior del  edificio,  sus  vestíbulos,  galerías,  escaleras,  salones,  etc.; 
pero  no  debemos  pasar  sin  apuntar  como  la  nota  más  saliente 
de  todo  su  conjunto  la  gran  escalera  de  honor,  por  la  importan- 
cia que  tiene  tanto  por  sus  dimensiones  como  por  su  construc- 
ción y  decorado.  Desde  el  vestíbulo  de  carruajes  arrancan  dos 


VIZCAYA.-  Aldeana  de  Alonsóteaui 


GUIPÚZCOA  -425 


ligro,  y,  de  corazón  esforzado,  siempre  estaba  dispuesto  á  salir  al 
mar  cuando  éste  amenazaba  con  la  muerte,  arriesgando  su  vida 
sólo  con  la  esperanza  de  arrancar  algunas  víctimas  al  Océano. 

Uno  de  estos  hechos,  el  más  conmovedor,  ocurrió  en  Julio 
de  1 86 1.  Después  de  un  calor  sofocante,  el  cielo  con  negras 
nubes  de  tempestad  y  el  mar  enfurecido  desafiaban  á  José  Mari; 
lanchas  pescadoras  pedían  auxilio ;  José  Mari  tripula  con  nueve 
valientes  su  trañera  y  se  lanza  al  mar ;  lucha,  se  ve  cercado  de 
peligros,  su  blusa  roja  aparece  y  se  esconde  en  las  espumosas 
olas ;  pero  al  cabo  de  una  hora,  hora  de  agonía  para  la  gente 
del  muelle,  vuelve  Mari  trayendo  en  su  lancha  los  pescadores  sal- 
vados. Mari  en  terrible  lucha  había  vencido  al  mar.  Teodora 
Lamadrid  estaba  en  el  muelle,  y  emocionado  su  corazón  de  mu- 
jer y  de  artista,  ofreció  una  función  en  honra  del  pescador.  Asis- 
tió éste  al  palco  presidencial  y  apareció  en  el  escénico  al  terminar 
la  función  con  la  boina  en  la  mano  y  su  blanca  cabeza  ceñida 
por  la  corona  de  laurel  que  la  eminente  actriz  le  había  coloca- 
do entre  las  aclamaciones  y  aplausos  del  público. 

Su  muerte  fué  como  su  vida  toda.  El  9  de  Enero  de  1866, 
la  gente  de  San  Sebastián  acude  al  muelle,  llena  de  terrible  an- 
siedad: lanchas  de  pescadores  habían  salido  de  madrugada,  el 
mar  se  había  alborotado  y  las  lanchas  no  volvían ;  al  fin  se  ve 
una  envuelta  en  espuma,  va  tripulada  por  marineros  casi  niños 
y  van  á  sucumbir.  Todas  las  miradas  se  vuelven  á  José  Mari:  al 
poco  tiempo  ya  está  remando  con  sus  compañeros  ;  se  alejan,  se 
los  pierde  de  vista,  tardan  en  volver,  los  gritos  y  llantos  aumen- 
tan, salen  dos  lanchas  á  buscarlos,  y  vuelven  sus  marineros  con 
la  espantosa  noticia  de  no  haber  podido  arrancar  á  las  olas  el 
cuerpo  de  José  Mari. 

Nada  más  honroso  que  el  tributo  de  gratitud  rendido  á  estos 
héroes  del  pueblo  (i). 


(i)    D.  Ramón  Fernández  le  dedicó  unos  sentidos  versos,  en  los  que  se  leen 
estas  dos  estrofas  : 


54 


126  GUIPÚZCOA 


II 


Fuera  de  San  Sebastián,  en  Guetaria,  se  ha  erigido  una  es- 
tatua á  El  Cano,  y  en  Motrico,  villa  fundada  por  D.  Alfon- 
so VIII  en  1209,  otra  á  Churruca  inaugurada  el  28  de  Junio 
último  costeada  en  su  mayor  parte  por  la  diputación  provincial. 
Vergara  está  pidiendo,  como  dijimos,  el  monumento  conmemo- 
rativo de  la  paz  de  1839,  por  las  Cortes  decretado. 

Más  recuerdo  del  que  en  Mondragón  tiene  consagrado,  li- 
mitado á  una  lápida  en  su  casa  nativa,  debido  aquel  á  la  ilustrada 
generosidad  de  los  señores  Medinabeitia  y  Oquendo,  merece  el 
insigne  historiador  Esteban  de  Garibay  y  Zamalloa,  que  nació 
el  9  de  Marzo  de  1533,  según  opinión  más  admitida  que  la  de 
la  fecha  de  1525  que  expresa  Gorosabel. 

Desde  los  23  hasta  los  32  años  escribió  los  cuarenta  libros 
del  Compendio  historial  de  ¿as  Crónicas  y  Universal  historia 
de  todos  los  reinos  de  España. 

Recorrió  a  caballo  toda  la  península  estudiándola  y  escribió 
además:    Grandezas  de   España,  Ilustraciones  Genealógicas  de 


Con  el  valor  de  un  gigante 
y  la  ternura  de  un  niño, 
en  arrojo  y  en  cariño 
eras  todo  corazón ; 
el  amor  de  tus  hermanos 
te  abrasaba  en  sus  destellos; 
vivir  y  morir  por  ellos 
era  tu  sola  ambición. 

Bien  lo  dicen  con  su  llanto 
los  náufragos  que  salvaste, 
y  las  viudas  que  amparaste 
con  santa  solicitud  : 
ese  llanto  es  tu  diadema, 
y  es  tan  pura  y  sin  mancilla 
que  en  cada  lágrima  brilla 
un  rayo  de  tu  virtud. 


c 
.s; 


< 

y. 


428 


GUIPÚZCOA 


¿OS  reyes  católicos  de  España  y  de  los  Emperadores  de  Constan- 
tmopla.  Fué  alcalde  de  Mondragón  y  procurador  foral  en  1569; 


MONDRAGÓN.-Casa  de  Garibay 


aposentador  del  Real  Palacio  en   1576  y  cronista  de  Felipe  II 
desde  1592  á  1599,  en  cuyo  año  murió  en  Valladolid. 


III 


A  lo  que  decimos  en  el  prólogo,  página  xxxiii,  respecto  á 
las  leyendas  vascongadas,  debemos  añadir  que  ellas  son  una 
prueba  de  cuánto  dejamos  expuesto  y  pueden  servir  de  docu- 
mentos justificantes.  Sí;  las  tradiciones  y  cantos  populares,  como 


GUIPÚZCOA  429 


ha  dicho  Herder,  son  los  archivos  del  pueblo,  el  tesoro  de  su 
ciencia,  de  su  religión,  de  su  cosmogonía,  la  vida  de  sus  padres, 
los  factores  de  su  historia ;  así  las  ha  considerado  nuestro  anti- 
guo y  querido  amigo  D.  Juan  Vicente  Araquistain,  autor  de  las 
bellísimas  Tradiciones  Vasco  Cántabras  y  del  Baso  Jaun  de 
liumeta. 

Moralidad  profunda  encierra  seguramente  la  fúnebre  cere- 
monia de  la  Gaii  illa;  pero  en  esta  tradición  se  ve  la  existencia 
de  personas  y  caracteres  tan  malvados  como  puedan  existir  en 
nuestros  días  y  han  existido  en  todas  partes. 

Hurca  mendi,  monte  de  la  horca,  es  una  tradición  preciosa 
y  de  gran  enseñanza  moral :  en  la  Emparedada  de  Irarrazabal^ 
se  retratan  gráficamente  las  costumbres  feroces  y  vengativas  de 
aquellos  tiempos  en  los  que  gamboinos  y  oñacinos  se  destruían 
mutuamente.  En  Las  tres  olas  se  presenta  repugnante  la  per- 
fidia de  Mari  y  de  su  madre;  pero  se  explica  fácilmente  por  la 
influencia  que  ejercía  la  brujería  en  muchos  pueblos  vasconga- 
dos, que  dieron  no  poco  qué  hacer  á  la  Inquisición;  en  cambio 
La  hilandera  de  la  capilla  de  Zubalzu^  ¡cuánto  sentimiento  y 
ternura  encierra!  j^cuánta  belleza  atesora!  Todo  en  ella  es  noble. 

Las  leyendas  populares  suizas  participan  de  una  dulzura  en- 
cantadora :  todas  ó  casi  todas  refieren  amores  puros  y  sosega- 
dos, virtudes  domésticas,  inspiran  aversión  á  los  vicios,  y  llevan 
hasta  el  sacrificio  y  el  martirio  el  culto  á  la  virtud  y  el  honor 
del  individuo ;  así  que  no  hay  ellas  ese  choque  de  pasiones,  esa 
lucha  de  intereses  encontrados  que  tanto  abundan  en  las  pro- 
vincias vascas. 

El  libro  titulado  El  Baso  y  aun  de  Itumeta^  es  también  una 
leyenda  en  la  que  figura  el  ZorguÍ7idanza  ó  baile  de  brujas,  que 
es  ciertamente  notable;  así  como  la  descripción  de  todos  los 
bailes  del  país,  que  reproduciríamos  gustosos  á  contar  con  más 
espacio,  así  como  todo  lo  relativo  á  los  juegos  entre  los  que  se  in- 
cluye el  de  cortar  troncos,  á  lo  que  se  apuesta  quién  corta  más 
en  menos  tiempo,  no  siendo  raro  que  termine  el  vencedor  echan- 


430  GUIPÚZCOA 

do  sangre  por  la  boca,  por  lo  cual  y  otras  causas  suelen  prohi- 
birse tales  juegos  ó  apuestas. 

Al  ocuparnos  del  Sr.  Araquistain,  gustosos  lo  haríamos 
también,  y  con  la  detención  que  merecen,  de  los  demás  escrito- 
res guipuzcoanos ;  mas  no  lo  hemos  hecho  de  los  alaveses  tan 
merecedores  de  honorífica  mención,  como  los  Sres.  Becerro 
Bengoa,  Baraibar,  Herrauz,  Velasco,  Cola  y  Goiti,  y  otros  no 
menos  distinguidos,  y  nos  limitaremos  sólo  á  citar  á  los  señores 
Arana,  de  la  Compañía  de  Jesús,  residente  en  Loyola,  poeta  y 
escritor  éuscaro,  cuyo  idioma  manejan  también  magistralmente 
los  laureados  poetas  Artola,  Arzac,  Iraola  y  Otaegui;  los  pro- 
sistas Arrúe,  Antia,  Guerra,  autor  del  Diccionario  heráldico  de 
/a  noó/eza  g-uipuzcoana  ,•  los  ingenieros  de  montes  y  de  minas 
Aguirre,  Miramón  y  Baroja  y  el  industrial  Bustinduy,  el  aboga- 
do Gorostidi,  el  malogrado  Manterola,  Jamar,  Laffitte,  los  ilus- 
trados poetas  Fernández  y  D.  Marcelino  Soroa,  el  profundo 
investigador  Madinabeitia,  el  joven,  muy  joven  inspirado  poeta 
D.  Carmelo  Echegaray,  verdadera  esperanza  del  país,  y  otros 
cuyo  nombre  no  recordamos,  que  hay  muchos  y  muy  distingui- 
dos escritores  en  Guipúzcoa  que  necesitan  campo  más  dilatado 
que  el  que  les  ofrece  su  tierra  natal,  á  la  cual  están  exclusiva- 
mente dedicados  los  más  cuando  tan  ancho  campo  ofrece  á  su 
clara  inteligencia  la  Patria,  que  de  todos  es  madre. 


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CAPITULO  T 


El  país  y  sus  habitantes.— Su  antigüedad 


"Y^^-  ías  tres  provincias  hermanas,  es  Vizcaya  la  de  más  exten- 
''^-^^sión,  de  mayor  número  de  habitantes  y  la  más  floreciente 
y  rica.  En  las  i8o  leguas  de  superficie  de  aquel  antiguo  señorío 
y  condado,  contiene  hoy  una  población  de  más  de  200,000  almas, 
cuando  apenas  excedían  de  la  mitad  á  principios  de  este  siglo.  Su 
terreno  quebrado,  aunque  no  tan  abrupto  como  el  de  Guipúzcoa, 
sus  verdes  montañas  de  diferentes  alturas,  sus  lindos  valles  y 
estrechas  vegas,  presentan  panoramas  encantadores,  cuando  no 
terroríficos  é  imponentes  como  los  desfiladeros  y  peñascos  de 
Mañaria,  ricos  en  mármoles,  que  abundan  también  en  el  elevado 


^3-l 


VIZCAYA 


Ereño  y  en  Arteaga.  Los  ríos  Ibaizabal  ó  Nervión,  Cadagua, 
los  de  Mundaca,  Plencia,  Lequeitio  y  Ondarroa,  sobre  embelle- 
cer el  país  que  atraviesan,  sirven  de  motor  á  multitud  de  moli- 
nos harineros  y  á  otras  industrias,  desembocando  después  en 
el  Océano  por  los  pueblos  de  quien  toman  su  nombre  los  tres 
últimos,  y  el  Cadagua  unido  al  Nervión,  por  Portugalete. 


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Vista    de   Bermeo 


La  costa  que  se  extiende  desde  Ondarroa  hasta  el  lado 
oriental  de  la  ensenada  de  Ontón,  es  una  de  las  más  bravas  del 
mar  cuyas  olas  la  baten  impetuosamente :  y  es  admirable  que 
junto  á  aquellos  cabos  y  peñascos  despedazados  por  la  impetuo- 
sidad del  oleaje,  se  mezan  tranquilamente  las  aguas  en  las  areno- 
sas playas  de  Ondarroa,  Lequeitio,  Ea,  Mundaca,  Bermeo,  Baquio, 
Plencia,  Algorta,  Las  Arenas,  Santurce  y  Poveña;  tan  pobladas 
de  bañistas  los  veranos,  que  apenas  pueden  aquellos  compren- 
der ni  explicarse,  á  no  ver  algún  día  alterado  el  mar,  cómo  en 
aquella  inmensa  superficie,  casi  llana  constantemente  en  el  es- 
tío, se  arrostran  tantos  peligros,   y  encuentran  la  tumba  tantos 


VIZCAYA  435 


seres  y  tantas  riquezas.  Adelantándose  en  la  costa  como  vigía  el 
Cabo  Machichaco,  aconsejamos  al  viajero  que  recorra  aquel 
país,  suba  al  faro  para  disfrutar  de  bellas  y  extensas  vistas :  á 
un  lado  la  costa  de  Francia,  á  otro  hasta  el  Cabo  de  Quejo,  y 
en  el  intermedio  de  uno  y  otro  extremo,  multitud  de  puebleci- 
llos,  semejando  las  casas  de  unos  á  bandadas  de  gaviotas  des- 
cansando á  la  orilla  del  mar;  otros,  como  Elanchove,  un  pinto- 
resco nacimiento  colgado  en  un  monte;  las  islas  de  Izaro,  de  San 
Nicolás  y  la  pequeña  de  Aquecho;  y  si  es  á  la  caída  de  la  tarde, 
cuando  el  sol  semejando  un  globo  de  fuego  se  sumerge  en  el 
Océano,  vuelven  las  lanchas  pescadoras  de  Ondarroa,  de  Le- 
queitio,  de  Bermeo,  de  todos  los  pueblos  de  la  costa,  desplega- 
das sus  blancas  velas  apenas  hinchadas  por  viento  suave,  se 
siente  concluya  la  claridad  y  las  barcas  lleguen  á  puerto,  por  lo 
que  contemplándolas  en  el  mar  se  goza. 

Otro  espectáculo  no  menos  agradable  ofrecen  aquellas  lan- 
chas ya  en  el  puerto,  á  donde  llevan  la  abundante  pesca  que 
llena  sus  fondos.  Si  vuelven  con  sardinas,  brillan  como  de  plata, 
enganchadas  aún  en  las  mallas  de  las  redes  que  las  aprisiona- 
ron, de  las  cuales  las  van  desprendiendo  para  llenar  las  cestas 
que  recogen  y  lavan  alegres  las  mujeres  de  los  pescadores,  lle- 
vándolas en  el  acto  á  los  mercados  inmediatos,  y  salando  las 
que  han  de  venderse  más  lejos.  El  atún  y  el  bonito  van  en  su 
mayor  parte  á  las  fábricas  de  conservas  y  escabecherías,  así 
como  una  buena  cantidad  de  besugos.  La  demás  clase  de  pesca 
se  destina  á  los  mercados  (i). 


(i)  En  Bermeo  están  agremiados  los  pescadores,  que  tienen  una  alhóndiira 
para  la  venta  de  lo  que  pescan,  digna  de  ser  visitada.  La  sala  de  subastas  es  un 
salón  circular  con  un  saliente  donde  estala  mesa  presidencial.  Los  subastantes  se 
sientan  todos  en  sillones  de  madera  con  respaldo  y  brazos,  y  en  los  que  hay  un 
botón  al  que  tocan  para  señalar  la  cantidad  de  pescado  que  cadauno  desea  adqui- 
rir, cuyo  número  aparece  en  una  bola  que  se  ostenta  en  una  grande  urna  circular 
que  hay  en  medio,  con  una  casilla  delante  de  cada  uno  de  los  asientos  ;  así  no 
se  oye  más  voz  que  la  del  pregonero  ó  del  presidente,  y  se  efectúan  las  contra- 
taciones en  medio  del  mayor  orden  y  silencio.  El  precio  se  señala  por  la  presiden- 
cia. 

La  pesca  es  uno  de  los  principales  ramos  de  la  riqueza  de  esta  villa,  cuyos  ha- 


43^  VIZCAYA 

El  viaje  por  la  costa  desde  Ondarroa  hasta  Guecho,  que 
puede  hacerse  una  gran  parte  de  él  siguiendo  la  carretera,  que 
parece  en  muchos  trechos  colgada  sobre  el  mar  y  á  gran  altura, 
es  encantador,  ofreciendo  á  cada  instante  los  más  caprichosos 
panoramas.  Y  si  se  deja  el  camino  para  subir  al  enhiestado  Ere- 
ño,  al  Sollube  ó  al  Jata,  se  ve  desde  la  cúspide  de  cualquiera  de 
estas  eminencias  un  paisaje  de  esos  que  no  sólo  producen  entu- 
siasmo, sino  que  arrebatan,  particularmente  desde  Sollube.  De 
aquella  altura  se  domina  una  buena  extensión  de  terreno,  exube- 
rante de  vegetación  y  vida,  con  verdor  perenne,  descollando 
Bermeo  hacia  la  falda  meridional  y  en  la  occidental  varios  pue- 
blecillos,  destacándose  sus  blancas  casas  en  el  oscuro  verdor  de 
los  bosques  vecinos,  y  en  el  alegre  de  los  prados  y  sembrados. 
Si  esto  produce  grata  y  á  la  par  tranquila  meditación,  aterrori- 
zan por  su  imponente  sublimidad  los  hondos  barrancos  cortados 
á  pico,  cuyo  fondo  oscuro  son  abismos  que  reciben  con  aterra- 
dor ruido  el  agua,  más  espumosa  que  cristalina,  con  ser  pura, 
que  se  precipita  en  ruidosas  cascadas  desde  elevadas  peñas:  por 
otra  parte,  rocas  peladas,  jamás  holladas  ni  aun  por  animales 
montaraces ;  pero  lo  terrorífico  y  agreste  es  lo  menos ;  la  vege- 
tación, aunque  sea  en  algunos  puntos  de  añosas  encinas,  hayas 
y  robles  seculares,  es  lozana,  y  abundan  bosques  de  castaños, 
laderas  de  madroños  y  tierras  bien  cultivadas. 


hitantes  son  descendientes  de  los  que  en  lo  antiguo  iban  á  buscar  bacalao  á  los 
bancos  de  Terranova,  de  Escocia  y  Noruega,  y  las  ballenas  á  la  Groenlandia.  Hoy 
pescan  atún,  merluza,  besugo,  sardina,  lija,  anchoa,  chicharro  y  verdel,  que  abun- 
dan en  sus  mares  y  costas,  siendo  su  merluza  la  más  estimada,  y  merece  segura- 
mente serlo.  De  anchoa  y  sardina  suelen  pescar  al  año  de  150  á  180,000  arrobas, 
lo  mismo  de  merluza,  y  de  toda  clase  de  pescado  un  año  con  otro  suele  ascender 
de  380  á  400,000  arrobas.— Los  únicos  pescados  exentos  del  gremio  son  la  sardina 
y  la  lija,  que  es  libre  el  pescador  de  venderlas  al  precio  que  le  conviene,  sin  que 
tenga  que  ir  su  producto  al  acerbo  común. 

Más  de  1 ,000  hombres  se  ocupan  de  la  pesca,  con  unas  i  30  embarcaciones  de 
todos  tamaños.  Hay  excelentes  establecimientos  de  escabecherías  y  de  conserva 
en  latas,  que  gozan  de  justa  y  merecida  fama,  como  el  del  Sr.  Nardiz. 

En  Ondarroa  hay  también  una  excelente  fábrica  de  conservas,  cuyas  latas  van 
todas  á  Francia. 


VIZCAYA  437 

Esto  y  el  camino  que  serpentea  á  la  elevada  montaña,  es  lo 
inmediato;  que  el  grandioso  panorama  que  se  divisa  desde  So- 
llube,  es  la  gran  extensión  de  terreno  que  se  abarca  desde 
Machichaco  hasta  los  picos  de  Larrún  y  el  cabo  de  las  tumbas  de 
Hendaya  y  la  farola  de  Biarritz,  formando  olas  de  espuma  el  lími- 
te del  mar  y  la  costa:  divísanse  pareciendo  monolitos  gigantescos 
las  montañas  de  Ereño,  Arteaga  y  Gorbea  ;  y  cuánto  en  este 
espacio  hay  de  blancos  caseríos,  cristalinos  arroyuelos,  y  los 
ríos  Plencia,  Mundaca  y  Lequeitio ;  corre  el  primero  haciendo 
multitud  de  ondulaciones  desde  que  llega  á  Munguía,  por  regar 
los  valles  de  Gatica,  Lauquiniz  y  Urduliz,  y  tardar  más  en  llegar 
á  Plencia  para  perderse  en' el  mar;  el  segundo  parece  enseño- 
rearse desde  GuernicaLuno,  marchando  casi  derecho  al  Océa- 
no, del  que  si  Mundaca  es  puerto,  debiera  ser  la  villa  juntera  el 
desembarcadero;  pues  nada  más  necesario  que  la  canalización  de 
este  río  que  corre  por  una  de  las  más  vistosas  y  fértiles  vegas  de 
Vizcaya;  y  el  Lequeitio  desde  su  nacimiento  en  el  elevado  monte 
Oiz,  en  cuya  falda  opuesta  nace  también  el  Durango,  corre 
aquél  serpenteando  por  muy  estrechos  valles,  siguiendo  siem- 
pre la  carretera  de  Guerricaiz  á  Lequeitio. 

Y  no  son  sólo  los  montes  que  hemos  referido  los  que  ofre- 
cen tan  bellos  y  majestuosos  espectáculos,  que  más  á  la  orilla 
del  mar  hay  otro,  el  Serantes,  que  si  no  excede  por  los  encantos 
con  que  convida  á  los  anteriores,  no  es  inferior.  Artillado  hoy 
para  defender  el  Abra  de  Bilbao  y  hacer  imposible  la  repetición 
de  los  sangrientos  y  lastimosamente  dirigidos  combates  que  en 
Febrero  y  Marzo  de  1874  se  libraron  en  el  Montano,  teniendo 
en  su  falda  oriental  á  Santurce  y  Abanto,  al  norte  la  punta  de 
Lucero,  rompiendo  á  sus  pies  las  olas,  si  su  posición,  desde 
cualquier  parte  que  se  la  mire  es  hermosa,  ascendiendo  á  su 
cumbre,  el  cuadro  que  se  ofrece  á  la  vista  embarga  los  sentidos. 
Es  verdaderamente  mágico:  por  un  lado  el  Océano  con  su  inmen- 
sa grandeza,  la  costa  hasta  Quejo  viéndose  claramente  Castro 
Urdiales,  Laredo  y  Santoña ;  al  Sur  todo  el  distrito  minero  de 


438 


VIZCAYA 


Somorrostro,  Triano  y  Galdames,  con  su  incesante  movimiento 
de  trenes,  que  parece  corren  suspendidos  por  las  faldas  de  las 
montañas,  en  cuyo  seno  penetran  á  cada  instante  por  numero- 
sos túneles  para  volver  á  salir  al  borde  de  un  precipicio  que 
salvan  por  un  viaducto;  y  los  colgados  valdes  de  los  tran- 
vías   aéreos,  que,   cual   fantasmas   suspendidos    en   el  espacio. 


ígáfeS 


-Minas    de    S  o  m  o  k  r  o  s  t  r  o 


sin  distinguirse  el  apoyo,  suben  altas  montañas,  atraviesan 
profundos  barrancos,  dirígense  unos  cargados  de  mineral  á 
desocuparlo  en  los  depósitos  junto  á  la  ría,  y  vuelven  otros  á 
llenarse  en  la  mina.  Mas  si  todo  esto  es  fantástico  y  ofrece 
encantador  paisaje,  el  fértil  y  ancho  valle  de  Baracaldo  regado 
por  el  Cadagua  y  el  Galindo,  supera  á  todo  el  aspecto  del  Ner- 
vión  desde  el  Desierto  á  su  desembocadura  en  el  mar  en  Portu- 
galete,  viéndose  una  verdadera  procesión  de  grandes  vapores, 
surcando  majestuosos  las  aguas,  llenas  de  espuma  por  el  rápido 
movimiento  de  la  hélice,  siendo  tal  la  aglomeración  y  el  número 
de  ellos,  que  son  frecuentes  los  choques  entre  sí  ó  el  derribo  de 
los  pretiles.  Concíbese  esto  al  tener  en  cuenta  que  en  1883  han 


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u 


410  VIZCAYA 

entrado  por  aquella  no  muy  ancha  desembocadura  5764  vapo- 
res y  569  buques  de  vela,  que  representan  el  paso  de  entrada  y 
salida  de  i2,óóó  buques.  En  ningún  puerto  de  España  hay 
igual  ni  aproximado  movimiento,  tanto  más  notable  cuanto  está 
limitado  á  un  solo  artículo  de  exportación,  el  mineral  de  hierro, 
del  que  se  extraen  cerca  de  cuatro  millones  de  toneladas  alano. 
No  presentan  menos  bellezas  el  interior  de  la  provincia,  sus 
altas  montañas  pobladas  de  arboleda  y  sus  poblados  valles,  en 
los  que  hay  vegas  tan  vistosas  como  la  de  Orduña,  de  Amora- 
vieta,  de  Durango,  de  Elorrio,  de  Guernica,  de  Asua,  Baracaldo 
y  otras  aunque  menores,  no  menos  fértiles,  con  muy  esmerado 
cultivo,  debido  más  que  á  la  bondad  del  terreno  al  constante  y 
penoso  trabajo  de  sus  cultivadores  (i).  Así  cosechan  cereales 
y  toda  clase  de  legumbres,  hortalizas  y  frutas ;  hacen  excelente 
chacolí,  que  aún  podría  ser  mejor  en  algunos  puntos  apresuran- 
do menos  la  vendimia  y  empleando  mayor  esmero  en  la  elección 
de  la  uva  (2), 


(i)  úsase  en  \'izcaya,  para  removerla  tierra,  de  la  laya,  instrumento  semejante 
á  un  tenedor  con  dos  puntas  de  hierro,  como  de  media  vara  de  largas,  separadas 
paralelamente  como  medio  pié,  unidas  por  las  cabezas  con  una  barretilla,  a  un  ex- 
tremo de  la  cual  y  perpendicular  está  el  mango  de  madera.  Juntándose  dos  ó  más 
labradores  (incluso  las  mujeres,  que  trabajan  tanto  como  los  hombres,  pues  uno 
solo  hace  poca  y  mala  labor;  toma  cada  uno  dos  layas  en  las  manos  :  puestos  en 
fila  los  clavan,  y  subiéndose  después  en  las  barretillas,  unidas  por  la  parte  opues- 
ta á  los  mangos,  mueven  luego  los  dos  instrumentos  atrás  y  adelante,  todos  á 
una,  y  arrancan  un  gran  terrón  que  echan  delante  volviéndole  lo  de  abajo  arriba, 
y  así  siguen  por  todo  el  largo  de  la  heredad,  llamándose  á  esto  layar.  Por  la  zanji- 
ta  que  dejan  formada,  va  un  trabajador  cortando  las  raíces  de  algunas  yerbas;  des- 
pués quebranta  los  terrones  con  azada,  y  los  fríos  de  invierno  los  acaban  de  des- 
moronar. En  la  primavera  pasan  por  la  heredad  un  rastro  de  puntas  tirado  por 
bueyes  para  destrozar  más  los  terrones  ;  después  otro  cuyos  dientes  rematan  en 
unas  paletas  de  figura  de  corazón  para  revolverlos,  y  si  aún  quedan  terrones  suel- 
tos, los  desmenuzan  con  un  mazo  de  madera.  Tales  son  los  trabajos  que  ejecutan 
para  preparar  las  tierras,  cuyas  cosechas  se  suceden  unas  á  otras;  donde  se  ha 
recogido  el  trigo  ó  cebada,  se  siembra  nabo  al  que  sustituye  el  maíz;  á  éste  los  ce- 
reales y  así  sucesivamente,  además  de  la  remolacha,  alubias,  etc.,  interpolándose 
con  otras  legumbres. 

(2)  ((Para  sardinas,  Bcrmeo, 

para  guindas,  Baracaldo  (a), 

para  chacolí,  Santurce, 

y  para  naranjas,  Baquio.» 

{a)     Y  Bii5turia. 


VIZCAYA 


mi 


Ocupado  constantemente  el  aldeano  y  repartida  como  está 
la  propiedad,  además  de  no  experimentar  onerosos  tributos,  es 
general  el  bienestar;  lo  cual,  y  la  poca  desigualdad  délas  fortu- 
nas, hacen  que  reinen  las  virtudes  públicas,  que  allí  no  escasean, 
y  que  faltan  donde  la  ociosidad  y  la  holgazanería  no  pueden 
proporcionar  ciertas  comodidades  que  con  el  trabajo  se  adquie- 


P  o  R  T  f  r,  A  L  E  T  E 

ren.  Así  son  honrados,  corteses  y  participan  de  todas  las  cuali- 
dades que  hemos  atribuido  á  los  vascongados  ;  diferenciándose 
entre  sí  en  que  los  alaveses  son  serios,  los  guipuzcoanos  graves 
y  los  vizcaínos  alegres.  Son  dóciles  bien  conducidos;  pero,  cuan- 
do se  les  contraría,  duros,  inflexibles  y  tercos.  Respetuosos  para 
con  sus  superiores,  con  autoridad  el  padre  en  la  familia,  reinan 
en  el  seno  de  ella  las  virtudes  y  el  cariño ;  y  como  en  la  familia 
se  refleja  la  sociedad,  es  altamente  honrada  la  vizcaína. 
En  Vizcaya  se  canta: 

<sUna  heredad  en  un  bosque 

y  una  casa  en  la  heredad, 

y  en  la  casa  pan  y  amor, 

iJesiís,  qué  felicidad!  56 


442  VIZCAYA 


II  ' 


K 


Signifique  la  etimología  de  la  palabra  Vizcaya  tierra  mou 
tilosa,  altura^  7nontafias  elevadas,  costa  espumosa^  etc.,  es  lo 
cierto,  que  1^  historia  de  esta  importante  región  de  España  es 
completamente  desconocida  en  lo  que  se  refiere  á  época  anterior 
áJ*  dominación  romana  en  España,  y  aun  aquel  período  es  tan 
oscuro  qué,  además  de  no  ser  nombrada  Vizcaya  por  ningún 
escritor  anterior  á  D.  Alfonso  el  Magno,  siglo  ix,  las  noticias 
que  pudieran  referirse  á  aquel  país  son  contradictorias  é  incier- 
tas. Así  que,  con  escasa  diferencia,  es  aplicable  á  Vizcaya  lo 
que  respecto  á  antiguos  tiempos  hemos  atribuido  á  Álava  y 
Guipúzcoa  ;  pudiéndose  hacer  una  excepción,  y  es,  que  si  en  esas 
dos  provincias  se  han  hallado  vestigios  de  dominación  romana, 
no  puede  afirmarse  lo  mismo  de  Vizcaya,  salvo  algún  pueblo  de 
la  costa. 

Careciendo  Vizcaya  de  historia  escrita  y  publicada  (i),  aun- 
que no  faltan  algunos  cronicones  manuscritos,  son  estos  por  lo 
general  tan  deficientes,  y  admiten  tantas  consejas  y  fábulas,  que 
en  vez  de  servir  de  guía,  confunden.  El  primer  cronista  conocido 
es  Lope  García  de  Salazar,  que  escribió  una  crónica  de  Vizcaya 
impresa  sin  lugar  ni  año  de  impresión,  en  el  reinado  de  D.  Car- 
los I.  Varaona,  cronista  y  rey  de  armas  del  mismo  emperador, 
publicó  esta  obra  tomándola  de  un  cuaderno  escrito  en  el  año 
de  1454,  que  existía  en  el  monasterio  de  Oña;  mas  como  no  se 
propuso  otro  objeto  al  escribirla  que  el  de  informar  á  sus  suce- 


( I )  Escrito  esto  se  han  pufelicado  en  ^Barcelona  La  Historia  General  de  Vizcaya, 
por  D.  Juan  Ramón  de  Iturriza  y  Zabala,  m.  s.  de  178$,  precedida  de  un  prólogo 
del  P.  Fita,  y  el  Señorío  dcí-j(i~caya^'por  D.  Arístides  Artiñano.  En  Biliíao  se  está 
aún  publicando  una  repYÓ'íl acción  de  la  primera  con  abundantes  comentarios  y 
consideraciones. 


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V. 


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GUIPÚZCOA.  —  Campesino  de  xas  cieroanias  de  S.  Sebastián 


VIZCAYA  443 

sores  en  las  casas  de  San  Martín  y  Muñatones,  de  los  príncipes 
de  Vizcaya,  señores  que  la  dominaron,  su  sucesión  y  memorias, 
y  en  fin  de  los  linajes  de  Haro,  Lara,  Castro,  Ayala,  Salazar, 
Avendaño,  Butrón,  Mujica  y  los  demás  del  país  con  quienes  es- 
taban enlazados  los  Salazares,  proponíase  sólo  celebrar  su  es- 
clarecido linaje  y  manifestar  las  muchas  é  ilustres  casas  con  que 
estaba  conexionado.  Algo  añadió  Varaona,  que  no  han  sido  muy 
escrupulosos  los  reyes  de  armas  en  tales  cosas,  cuando  podían 
hallar  pretexto  para  añadir  algún  cuartel  ó  signo  á  las  armas 
de  una  familia  (i).  Hemos  hojeado  el  manuscrito  de  esta  cróni- 
ca, escrita  á  lo  que  parece  en  Febrero  de  1454,  cuyo  título  pri- 
mero lleva  por  epígrafe  <  de  dónde  y  cómo  fué  poblada  primero 
y  señoreada  Vizcaya ,  »  y  empieza  con  la  misma  conseja  de  que 
se  han  ocupado  otros,  ó  sea  de  la  venida  ó  más  bien  traída  á 
Mundaca  de  la  famosa  infanta  escocesa,  cuya  doncellita  fué 
madre  de  Jaun  Zuria.  Iturriza  cuenta  este  mismo  suceso  con 
algunos  más  detalles  diciendo  que  Lope  Chope  Ortiz,  codicioso 
de  honra  y  ascensos,  en  vida  de  su  padre,  navegó  á  tratar  cier- 
tas amistades  y  paces  á  Irlanda  y  Escocia,  entendiendo  los  is- 
leños la  parentela  que  con  los  vizcaínos  tenían  por  haber  sido 
pobladores  de  aquellas  tierras  (2).  Bien  recibidos,  trabó  amistad 
Lope  con  la  hermana  del  rey  de  Escocia,  la  cual  tenía  derecho 
al  reino,  y  para  conferírsele  parece  que  conspiraban  sus  parcia 
les,  originando  turbulencias,  que  terminó  Lope  para  tener  pro- 
picio al  rey  y  á  los  suyos  para  los  asuntos  de  Vizcaya.  Impidió 
la  rebelión,  y  al  marcharse,  ó  más  bien  fugarse  de  noche,  llevóse 
á  la  escocesa,  con  la  que  desembarcó  en  Mundaca,  donde  tu- 
vieron un  hijo,  que  se  llamó  Lope  Fortún  y  por  sobrenombre 
Jaun  Zuria,  por  ser  blanco  y  rubio;  y  añádese  que  fué  el  que 
venció  á  las  fuerzas  de  Ordoño  en  Arrigorriaga,  ó  Padura,  per- 


(1)  D.  Nicolás  Antonio  atribuyó  á  Salazar  en  vez  de  la  Crónica  de  Vizcaya,  la 
Crónica  de  los  condes  de  Vizcaya,  que  podía  llamarse  asi  también. 

(2)  Otros  atribuyen  su  descubrimiento  y  población  á  guipuzcoanos,  con  la 
misma  falta  de  pruebas  que  se  atribuye  á  los  vizcaínos. 


q44  VIZCAYA 


siguiéndolas  hasta  el  árbol  Malato,  escapándose  por  la  peña  de 
Orduña.  De  aquí  el  que  se  eligiera  al  capitán  Lope  señor  de 
Vizcaya.  Podemos  decir  con  el  venerable  Prudencio  Sandoval: 
« donde  avia  tanto  valor,  también  avria  gente  ilustre,  de  quien 
se  pueden  preciar  mucho  venir  los  que  ahora  son,  sin  yrlos  á 
buscar  á  Escocia,  ni  otras  partes,  como  dicen  algunas  historias 
que  vinieron  los  Señores  de  Vizcaya  (i).» 

Ocúpase  después  la  crónica  de  García  de  Salazar  de  la  in- 
cestuosa pasión  de  la  condesa  de  Vizcaya,  mujer  de  D.  Munio, 
que  estando  éste  prisionero  de  los  moros,  llamó  al  hijo  de  aquél, 
al  que  propuso,  la  madrastra  partir  con  él,  tálamo  y  poder,  lo 
cual  rechazado,  convirtió  á  aquella  en  nueva  mujer  de  Putifar, 
acusando  al  inocente  que  huyó;  y  al  volver  el  padre  rescatado, 
acusó  la  infiel  al  virtuoso  joven  su  hijastro;  desafióle  su  padre; 
puso  el  hijo  por  condición,  después  de  negarse,  que  su  padre 
lidiase  con  cota  y  lanza  acerada  y  él  sin  cota  ni  hierro  en  la 
lanza,  y  á  pesar  de  esto,  murió  el  padre  en  la  pelea. 

Seguramente  que  ni  esta  es  la  historia  de  Vizcaya  ni  estos 
son  sus  principios. 


(i)  Añade  después  el  ilustre  historiador  de  Alfonso  VII:  «El  nombre  de  Eu- 
don,  que  es  lo  mismo  que  Eudo,  dice  claramente  ser  estos  señores  de  los  antiquí- 
simos españoles,  y  primeros  pobladores  de  la  tierra  :  porque  así  como  aora  usamos 
ponerlos  nombres  de  los  Santos,  usaban  en  aquella  primera  edad  poner  á  la  gente 
mas  noble  el  nombre  del  Dios  mas  señalado  que  tenia  y  en  nuestra  España  huvo  un 
Dios  celebradísimo,  llamado  Endo,  cuya  memoria  se  ha  hallado  en  Villaviciosa, 
que  está  en  unas  piedras  que  están  en  el  portal  de  San  Agustín,  las  cuales  se  tra- 
xeron  de  Aramenea  que  es  un  sitio  allí  cerca,  donde  se  hallan  señales  de  gran 
población,  que  debió  ser  la  de  Herminiu,  y  en  estas  piedras  hay  inscripciones  que 
dicen:  Endo  Volteo  Deo  prxjtantifsimi  prcefentijsimi  numinis.  W.  S.  L.  .M.  esto  es, 
Voitun  Soluit  libens  mérito,  y  Tulio,  lib.  de  natura  Deorum,  dice  :  Aniiqíii  Déos  Eii- 
dos,  olios  vocabant;  y  así  en  llamarse  los  señores  de  Vizcaya,  Etidos  ó  Eudos,  que 
todo  es  uno,  se  vee  que  ni  eran  Godos,  ni  Bretones,  ni  Escoceses  sino  Españoles 
de  los  que  primero  poblaron  :  y  deste  nació  Don  Adar,  en  tiempo  de  Don  Fruela 
key  de  Asturias,  casado  con  doña  Momerana,  hija  de  este  caballero  Endo,  y  del 
don  Eudon,  en  tiempo  de  don  Ramiro  I,  de  Eudo  Lope  Zuria,  que  quiere  decir 
Blanco,  el  cual  casó  con  Dalda,  hija  de  Sancho  Estiguez  Ortun,  Señor  de  Tavira, 
de  Durango,  de  la  cual  hubo  un  hijo  que  se  llamó  Manso  López,  que  sucedió  en  lo 
de  Vizcaya  y  Tavira.  Dicen  que  don  Zuria  casó  segunda  vez  con  doña  Munia,  mas 
solo  nos  importa  el  casamiento  de  que  resultó  sucesión».  (Descendencia,  de  los  se- 
ñores de  Vizcaya,  apellido  de  Haro  y  origen  de  ¡os  de  Mendoza.) 


VIZCAYA  ^45 

El  mismo  cronista  escribió  las  Bienandanzas  y  fortunas^ 
recientemente  impresas,  y  las  Guerras  de  Vizcaya,  que  abun- 
dante asunto  daban  los  linajes  y  bandos,  como  veremos  oportu- 
namente. 

Tanto  llamaron  la  atención  las  casas  ilustres  de  Vizcaya, 
que  son  muchos  los  escritores  que  á  reseñarlas  y  sus  hechos  se 
dedicaron,  de  todas  las  cuales  se  ocuparon  Sandoval,  Iturriza  y 
Llórente;  éste  en  sus  Noticias  históricas  de  las  Provincias  Vas- 
congadas, el  obispo  en  su  Descendencia  de  los  Sefiores  de  Vizcaya^ 
é  Iturriza  en  su  Historia  general  de  Vizcaya ,  la  más  acreditada, 
aunque  no  se  distingue  por  muy  severa  y  detenida  crítica  al  na- 
rrar ciertos  hechos  que  pasarían  en  su  tiempo  como  moneda 
corriente  y  hoy  son  considerados  con  justicia  en  el  número  de 
las  fábulas.  Algunas  refiere  como  consignadas  en  crónicas  anti- 
guas, que  se  desconocen,  y  si  de  ellas  han  tenido  conocimiento 
los  escritores  modernos  que  de  aquel  país  se  han  ocupado,  no 
las  han  dado  crédito  cuando  para  nada  las  han  tenido  en  cuen- 
ta; y  se  trataba  de  sucesos  tan  notables  como  la  reproducción 
de  las  plagas  de  Egipto,  pero  aumentadas;  porque  si  aquellas 
fueron  7,  en  Vizcaya  dice  que  hubo  12  en  el  primer  tercio  del 
siglo  VI  (i). 

Como  estas  plagas  debieron  destruir  el  país,  añade  Iturriza 
que,  con  la  gran  bonanza  de  los  años  sucesivos,  se  recuperó  lo 
perdido. 


(1}  Consistió  la  primera  en  manar  sangre  los  pozos,  fuentes,  manantiales  y 
arroyos,  careciéndose  un  mes  de  agua  limpia,  lo  cual  causó  la  muerte  de  muchas 
personas;  la  segunda  fue  de  multitud  de  sapos  y  ranas  que  emponzoñaban  á  las 
gentes  ;  la  tercera  de  mosquitos,  avispas,  etc.,  muriendo  las  personas  ó  animales 
á  quienes  picaban;  la  cuarta  fué  de  cantáridas,  moscones  grandes,  etc.,  de  ponzo- 
ñosa picadura ;  la  quinta,  de  ratones  y  lirones  venenosos  ;  la  sexta,  de  vejigas  que 
se  formaban  en  las  manos,  pies  y  boca,  convirtiéndose  al  reventar  en  mortíferas 
llagas;  la  séptima,  una  constante  lluvia  de  agua  y  granizo  por  espacio  de  diez  días 
y  noches,  cuya  lluvia  corrompió  frutos  y  aguas:  la  octava,  de  langostas;  la  novena, 
una  oscura  tiniebla ;  la  décima,  de  zorras  y  lobos  rabiosos  ;  la  undécima,  de  hor- 
migas ponzoñosas  que  volaban;  y  la  última,  de  haber  salido  la  mar  de  madre  inun- 
dando mas  de  cuarenta  estados,  dejando  en  tierra  al  retirarse  gran  cantidad  de 
pescados,  desbordándose  asimismo  los  ríos,  que  destruyeron  muchos  pueblos. 


44^)  VIZCAYA 


No  nos  hemos  propuesto  escribir  la  historia  de  Vizcaya,  que 
atrevimiento  fuera  en  nosotros,  y  encomendada  como  está  á 
mejor  pluma;  pero  hiciéranos  desistir  de  nuestro  propósito  la 
escasez  ó  falta  de  datos,  no  ya  de  remotos  siglos  sino  aun  de 
los  ocho  ó  nueve  primeros  del  cristianismo;  así  que,  si  como  se 
ha  dicho,  los  pueblos  sin  historia  son  felices,  por  tales  ha 
de  tenerse  no  sólo  á  los  vizcaínos,  sino  á  los  guipuzcoanos  y 
aun  á  los  alaveses  durante  muchos  siglos.  Nos  ocuparemos  sólo 
de  algunos  hechos  que  den  á  conocer  el  país  y  puedan  servir  de 
guía  al  lector  que  le  recorra,  admitiendo  los  más  verosímiles. 
Lo  son  indudablemente  y  exactas  las  más  de  las  narraciones  de 
Iturriza  y  sus  aseveraciones;  al  admitir  las  afirmaciones  de  otros 
escritores  confirmando  la  veracidad  de  sus  documentos,  no  hay 
motivo  para  dejar  de  darles  el  mismo  crédito,  mientras  no  se 
destruya  aquella  veracidad.  Porque  no  hayan  llegado  hasta  nos- 
otros los  documentos  escritos  en  vascuence  que  aquel  escritor, 
y  otros  antes  que  él,  citan  haber  visto,  no  podemos  en  buena 
ley  negar  su  autenticidad,  teniendo  solamente  el  derecho  de  la- 
mentar su  desconocimiento  por  la  utilidad  que  su  examen  hu- 
biera reportado  en  nuestros  días.  Sin  embargo,  el  asunto  á  que 
se  refieren  abona  su  autenticidad  :  se  trata  de  hechos  que  llenan 
verdaderamente  la  historia  de  aquella  tierra;  aun  cuando  no 
se  consideraban  tan  antiguas  las  luchas  de  linajes,  aquellas 
enemistades  en  Vizcaya,  hay  que  creer  en  ellas  en  vista  de  los 
documentos  escritos  en  vascuence,  de  que  se  valió  Iturriza  (i), 
su  fecha  19  de  Junio  del  año  del  Señor  de  564,  haciendo  constar 
que  en  dicho  día  se  congregaron  en  el  Palacio  de  Andramendi 
Gonzalo  González,  López  y  Ochoa,  sus  hijos  y  otros  muchos 
escuderos    para  hacer  las   amistades  entre  Aramac,   Obeilos  y 


( I )  El  Dr.  Fernández  Cachopín— á  quien  cita  iñiguez  de  Ibarguen  en  la  Crónica 
General  de  España,  cuaderno  6  5  —  dice  haber  visto  algunos  instrumentos  y  pape- 
les auténticos  de  mucha  fe.  escritos  en  vascuence  y  en  latín  correcto  y  natural, 
en  cueros  de  animales  y  en  hojas  y  cortezas  de  árboles  adobadas,  con  letra  le- 
gible. 


VIZCAYA  447 


Ranicio:  «se  besaron,  abrazaron  é  hiciéronse  amigos  en  gracia 
de  todos  los  presentes  para  siempre  jamás,  y  de  no  quebrantar 
esta  amistad,  paz  y  treguas  echas  sopeña  de  malos  hombres 
traidores,  y  como  tales  serán  desterrados  á  voluntad  de  su  Ca- 
pitán y  cabeza.  > 

No  por  esto  dejaron  de  reproducirse  más  adelante  las  lu- 
chas domésticas ;  pues  en  otro  documento  en  vascuence,  de  la 
misma  procedencia  ( i ),  se  dice :  « estando  presentes  en  pie  Ochoa 
González  cabeza  de  todos  los  de  su  linage,  y  después  de  él  muy 
cercanos  sus  queridos  hermanos  Sancho,  Juan  y  Gonzalo,  con 
mucha  gente  escudera  con  larga  lanza  en  puño :  estando  todos 
ellos  juntos  en  su  Junta  general  se  les  vino  Iñigo  Pagoeta  Tan- 
tai,  con  su  lanza  y  dardos  nuevos,  y  les  dijo  que  sus  armas  viejas 
habia  roto  y  quebrado  delante  de  su  pariente  major  el  de  Ibar- 
guren  por  el  gran  pesar  que  le  habia  causado,  y  que  dejándo- 
le queria  agregarse  á  Ochoa  González,  mientras  que  le  diese 
satisfacción  bolviendole  lo  que  suio ;  y  con  esto  todos  los  pre- 
sentes le  recivieron  por  suio ;  y  Iñigo  de  Pagoeta  Tantai  con 
placer  y  contento  de  todo  ello  le  dijo  en  reconocimiento  asu 
nuebo  pariente  maior,  Ochoa  González,  agur,  agur.» 

También  admite  Iturriza,  siguiendo  á  Rodrigo  Martínez  Sil- 
va, que  en  el  tercer  concilio  toledano  celebrado  en  589,  abju- 
raron sus  errores  los  vizcaínos,  y  por  la  fama  de  las  virtudes 
del  católico  rey  Flavio  Suintila,  se  le  encomendaron  con  sus  fue- 
ros, franquezas  y  libertades,  que  hasta  entonces  se  habían  go- 
bernado independientes,  según  Paulo  Emilio.  De  la  celebración 
de  aquel  concilio  al  comienzo  del  reinado  de  Suintila  (621), 
transcurrieron  32  años;  y  es  opinión  generalmente  admitida  que 
hasta  el  siglo  vii  no  imperó  el  cristianismo  en  el  país  vasconga- 
do. A  este  mismo  siglo,  y  al  rey  Ervigio  atribuye  el  principio  de 
las  merindades   fundándose  algunas   en  Vizcaya.  Los   elegidos 


( I )    En  el  robledal  que  está  en  la  delantera  del  palacio  de  Andramendi  é  igle- 
sia, á  25  de  Julio,  año  738  del  nacimiento  de  Cristo. 


44^  VIZCAYA 


por  los  más  ancianos  y  sabios  so  el  árbol  de  Guernica  en  junta 
que  en  vascuence  se  llama  Bahizarra  (ayuntamiento  de  ancia- 
nos), deliberaban  y  acordaban  lo  más  conveniente  á  la  merin- 
dad  y  al  señorío.  El  presidente  era  elegido  por  toda  su  vida  y 
los  merinos  por  tres  ó  cuatro  años.  Residía  cada  uno  en  su  me- 
rindad  para  administrar  justicia  en  los  pueblos  de  su  jurisdicción, 
y  atender  á  la  defensa  déla  patria,  por  cuya  causa  tenía  Vizcaya 
en  campo  rojo  cinco  torres  de  plata  y  en  cada  una  un  hombre 
tañendo  una  bocina,  significando  llamar  á  junta  de  ancianos 
(Batuzarra).  Las  cinco  torres  demostraban  las  cinco  merinda- 
des.  Los  merinos  avisaban  además  á  los  parientes  mayores  para 
que  acudiesen  á  junta  á  Busturia,  Idoibalzaga  y  árbol  de  Guer- 
nica, donde  estaba  el  sexto  electo  que  era  merino  mayor,  pre- 
sidente y  gobernador  de  la  tierra,  el  cual  proponía  lo  que  se 
había  de  hacer,  y  cuando  las  guerras,  distribuía  la  fuerza  á 
donde  más  necesaria  era. 

Si  los  primitivos  ó  antiguos  vizcaínos  vivían  en  pequeñas  ba- 
rracas de  madera  cubiertas  de  césped  y  heno,  y  en  chozas,  y 
estaba  además  muy  esparramada  la  población,  era  motivo  bas- 
tante para  no  excitar  la  codicia  de  extraños  invasores ;  pues  los 
extranjeros  buscaban  más  grandes  focos  de  población  y  tierras 
fértiles  para  su  comercio  ;  sin  que  tales  circunstancias  la  exi- 
mieran de  acometidas  de  piratas  y  corsarios,  que  hacían  fre- 
cuentes desembarcos  para  saciar  su  rapacidad  y  malos  instintos. 
Efectuada  una  de  estas  algaradas  por  asturianos,  penetraron  en 
Vizcaya  por  la  parte  de  Baquio  cometiendo  tantos  desafueros, 
que  cargaron  sobre  ellos  los  vizcaínos  y  los  derrotaron,  que- 
dando como  eterno  recuerdo  el  dicho  de:  guárdate  del  cazo  de 
Baqtiio.  También  en  la  playa  de  Arbiluaga  desembarcaron  in- 
gleses, con  los  que  trabaron  gran  combate  los  pocos  vizcaínos 
que  fueron  contra  ellos,  obligándoles  á  reembarcarse,  con  tan 
mala  suerte  que  una  tormenta  les  sumergió  en  el  mar. 

De  otros  desembarcos  y  remotos  hechos  hablan  tradiciones, 
transmitidas,  según  es  fama,  de  unos  á  otros  en  sencillos  versos; 


VIZCAYA  449 


que  en  Vizcaya  como  en  Guipúzcoa,  no  han  faltado  inspirados 
versolaris^  poseyendo  más  imaginación  que  conocimientos  histó- 
ricos. 

Cuenta  el  comendador  Hernando  de  Zarate  (i),  que  hacia  el 
año  de  796  un  caudillo  moro  que  residía  en  Navarra  cerca  de 
los  Pirineos,  con  gran  compañía  de  infieles  entró  por  tierra  de 
cristianos  en  Álava,  llevando  con  crueldad  la  desolación  á  su 
paso;  penetró  en  Vizcaya,  se  internó  hasta  Tavira  de  Durango, 
aquí  le  hicieron  frente  los  vizcaínos,  ayudándoles  algunos  de 
Aramayona  y  Álava  que  iban  en  seguimiento  de  los  moros; 
trabóse  la  batalla  que  duró  dos  días,  peleando  de  rato  en  rato, 
quedando  la  victoria  por  los  cristianos;  cuyo  triunfo  se  fija  el 
1 1  de  Junio,  día  de  San  Bartolomé.  Admitiendo  este  hecho  Itu- 
rriza,  cita  los  nombres  de  algunos  de  los  capitanes  vizcaínos. 

No  podrá  deducirse  por  lo  referido  que  los  moros  domina- 
ron en  Vizcaya ;  pues  si  pisaron  aquella  pequeña  parte  de  su 
territorio,  escarmentados  quedaron.  Pudieron  efectuar  algunas 
otras  algaradas  de  esta  naturaleza,  pero  sin  importancia ;  aun- 
que sí  la  tendría,  á  nuestro  juicio,  la  que  se  supone  librada  á  fin 
del  siglo  IX  en  Eure-Caona,  en  cuyo  sitio  se  unieron  gamboinos 
y  oñacinos  y  juntos  pelearon  con  los  moros  y  los  vencieron  (2). 

No  se  hallan  en  el  mismo  caso  que  los  musulmanes  los  ro- 
manos. Aun  prescindiendo  de  las  fundaciones  atribuidas  á  Ves- 
pasiano,  y  del  origen  romano  de  algún  puerto  de  la  costa,  en 
Forua  se  han  encontrado  monedas  de  plata  de  Tiberio  César  y 
en  la  anteiglesia  de  Morga,  aparecieron  (1770)  en  las  excava- 
ciones de  una  obra,  varias  piedras  con  inscripciones  romanas. 
No  demuestra  esto,  seguramente,  que  dominaran  aquellos  en 
Vizcaya,  ni  lo  creeríamos  nosotros  á  no  ver  pruebas  muy  evi- 
dentes ;  mas  no  parece  muy  improbable  que  residieran  en  pue- 
blos de  la   costa  como  Bermeo,   desde  donde  era  fácil  algún 


(i)    Antigüedad  y  \'obleza  de  Vizcaya. 
(2)     Iturriza.  .M.  s. 

57 


450  VIZCAYA 


avance  hasta  Forua,  si  bien  era  algo  más  atrevido  llegar  hasta 
Morga,  y  hasta  Izurza,  donde  refieren  las  más  antiguas  crónicas 
que  la  célebre  torre  de  Echaburu  se  fundó  en  tiempo  del  empe- 
rador Antonino  Pío,  y  se  demolió  en  los  de  Ataúlfo  (i). 

Algunas  otras  citas  podríamos  hacer ;  pero  no  tenemos  em- 
peño en  estas  disquisiciones.  Consignaremos  sin  embargo  que 
el  arcediano  de  Valencia  D.  Francisco  Pérez  Bayer,  hizo  un  ex- 
celente trabajo  del  que  dio  conocimiento  la  Gaceta  de  Madrid 
en  el  siglo  pasado,  participando  el  hallazgo  en  1777,  de  varias 
monedas  antiguas  de  plata,  del  tamaño  de  las  de  media  peseta, 
al  cavar  cajigos  en  el  monte  Lejarza  propiedad  de  la  casa  de 
Zugasti,  jurisdicción  de  Larrabezua,  cuyas  monedas  con  otras 
alhajas  también  de  plata,  se  remitieron  á  Madrid  para  averiguar 


( t)  Iturriza  dice,  «  que  fué  por  los  enemigos  derribadaá  causa  de  las  continuas 
guerras  de  aquel  tiempo.»  Todo  puede  ser  verdad,  porque  fué  reparada  muy  de 
antiguo  y  la  destruyó  la  hermandad  por  mandado  de  Enrique  IV.  Volvió  á  ser  re- 
edificada á  principios  del  siglo  xvi,  para  ser  totalmente  abandonada  después. 

El  mismo  Iturriza  le  da  origen  romano.  Admitiendo  lo  referido  por  el  licencia- 
do Gaspar  de  Peña  y  Galdocho  respecto  al  valeroso  Juan  de  Echaburu  (señor  ca- 
beza de  casas)  muerto  en  el  cerco  de  Navarra,  yendo  en  ayuda  del  rey  Gesalico, 
que  le  dejó  abandonado,  cuando  vislumbraba  la  victoria;  sucedióle  D.  Juan  de 
Aguirre  y  Guevara,  como  descendiente  legítimo  de  la  antigua  y  noble  casa  sola- 
riega y  cabeza  de  bando  armero  de  Echaburu,  que  radicaba  en  la  iglesia  de  San 
Nicolás  de  Izurza  de  la  vecindad  de  Durango,  «que  está  plantada  al  pié  de  la  gran 
sierra  de  Urquiola  de  la  cual  armas  y  blasón  dicen  que  en  el  principio  de  su  fun- 
dación fué  un  castillo  inexpugnable  y  fuerte  fabricado  sobre  una  gran  roca  y  de- 
bajo de  él  iba  una  grande  y  larga  cueva  hecha  con  industria  por  donde  podían 
caminar  gentes  á  caballo  y  de  á  pié  á  una  parte  donde  había  dos  grandes  boque- 
rones, y  que  cuando  se  hacía  esta  cava  repentinamente  salió  de  una  morada  un 
puerco  espino  monstruoso.»  Continúa  relatando  lo  que  más  parece  cuento  fantás- 
tico que  historia  y  añade  : 

«  Este  castillo  de  Echaburu  se  echaba  de  ver  haber  sido  fabricado  en  tiempo  de 
los  romanos  por  haberse  encontrado  allí  én  la  antigüedad  lanzas,  escudos,  dardos, 
ballestas,  armatistes  con  poleas  en  lugar  de  gafas,  y  ser  costumbres  en  aquellos 
tiempos  fundar  fortalezas  en  altos  y  por  debajo  cuevas  para  entrar  y  salir,  para  ofen- 
der á  los  enemigos  y  salir  cuando  se  veían  apurados,  y  hasta  el  día  de  hoy  le  duran 
sus  vestigios  y  se  han  hallado  en  las  cuevas  huesos  y  calaveras  de  hombres  fina- 
dos. Después  de  su  destrucción  se  reedificó  por  su  dueño  y  duró  hasta  el  tiempo 
del  rey  D.  Enrique  II  y  porque  se  refugiaban  los  malhechores  mandó  incendiar  y 
arrasar  por  el  suelo.  Y  últimamente  volvió  á  reedificar  Sancho  López  de  Ibargüen 
de  Durango  que  fué  allá  en  casamiento  con  D.°  Estibaliz  de  Echaburu.  por  lo  cual 
quieren  decir  algunos  escritores  que  de  la  casa  de  Ibargüen  de  Durango  se  fundó 
y  pobló  la  dicha  Torre  de  Echaburu.  siendo  en  esta  parte  la  verdad  en  contrario, 
pasando  el  cuento  de  la  manera  que  tengo  notado.» 


VIZCAYA  451 


SU  procedencia  descifrando  sus  inscripciones,  lo  cual  no  se  con- 
siguió por  completo,  prevaleciendo  únicamente  la  opinión  de  que 
eran  monedas  samaritanas,  que  importarían  fenicios  ó  griegos. 

Si  parece  evidente  que  no  faltaban  bríos  á  los  vizcaínos  para 
que  se  dejaran  dominar  por  extraños,  y  que  avezados  á  cons- 
tante guerra  entre  sí,  no  podía  arredrarles  el  pdear ,  antes  al 
contrario,  estaban  connaturalizados  con  la  lucha,  debía  serles 
grato  el  tañer  de  las  bocinas  bélicas,  ya  fueran  acaudillados  por 
los  jefes  de  casas  ó  linajes,  ya  por  los  valerosos  Lope  Fortún  y 
Sancho  Estiguiz,  señor  del  Duranguesado,  que  se  había  segre- 
gado del  señorío,  formando  un  condado  hereditario,  reincorpo- 
rado por  entonces  al  Estado  de  que  se  había  desprendido. 

Era  la  merindad  de  Durango  una  de  las  cinco  en  que  se  ha- 
llaba dividido  el  condado  de  Vizcaya,  del  que  se  separó  hacia  el 
año  de  756,  en  el  que  Aznar,  hijo  de  Andeca,  á  su  muerte  dejó 
á  sus  dos  hijos  Eudón  y  Aznar,  al  primero  el  señorío  de  Vizcaya,  y 
al  segundo  la  Merindad  de  Durango,  que  por  sucesión  pasó  con  el 
tiempo  á  Sancho  Estiguiz  (i),  y  casada  su  hija  Dalda  con  Lope 
Zuria  volvió  á  reunirse  Durango  con  Vizcaya  á  los  1 14  años  de 
haberse  separado.  Al  principio  de  su  separación  formó  condado 
aparte  bajo  la  protección  de  los  reyes  de  Navarra,  que  dieron 
fueros  y  privilegios  á  sus  labradores.  Experimentando  el  conda- 
do no  pocas  vicisitudes,  agradecido  el  rey  D.  Alfonso  III  á  los 
eminentes  servicios  de  D.  Diego  López  de  Haro,  en  las  guerras 
que  aquél  tuvo  con  Navarra  cedióle  el  protectorado  que  en  el 
Duranguesado  ejercía.  Denominábase  antes  Villanueva  de  Ta- 
vira,  cuyo  nombre  se  lee  aún  en  el  escudo  de  sus  armas  (2). 


(i)  Estiguiz  fue  mal  mirado  de  sus  vasallos  por  las  censuras  eclesiásticas  en 
que  incurrió  á  causa  de  haber  sepultado  á  su  mujer  D."  Tido  en  la  iglesia  de  San 
Pedro  de  Tavira,  contraviniendo  á  la  costumbre  de  aquel  tiempo  que  sólo  permi- 
tía se  enterrase  dentro  de  los  templos  á  los  prelados  y  sacerdotes  de  notoria  san- 
tidad y  virtud.  Por  esto  se  consideró  como  sacrilega  profanación  aquel  enterra- 
miento, inspirado  por  el  profundo  amor  que  Estiguiz  profesaba  á  su  mujer,  muerta 
al  dar  á  luz  una  niña  que  recibió  el  nombre  de  Dalda. — Trueba. 

(2)  Lo  son  un  castillo,  un  río  y  dos  lobos  andantes,  ostentando  en  una  orla 
este  lema  :  Durango  noble  y  leal  á  la  corona  real. 

Tavira  era  la  antigua  población,  cuya  torre  pertenece  á  antiquísimo  linaje. 


CAPITULO    II 


Señores  de  Vizcaya 


J 


'iGURA  ya  por  este  tiempo 
^como  primer  señor  de  Viz- 
^¡  caya  Lope  Fortún ,  ó  sea  Jaun 
Zuria,  hijo  de  Fruiz  López,  caba- 
llero de  Busturia.  Casó  con  Doña 
Dalda,  hija  de  Estiguiz,  señor  del 
Duranguesado,  y  asistió  en  905 
con  las  huestes  castellanas  á  la 
toma  de  Lara. 

Al  anterior  sucedió  como  se- 
gundo señor,   su    hijo    Munio    ó 
Manso  López,  que  casó  en  segun- 
das nupcias  con  D.^    Belazquita 
hija  de  D.  Sancho  Carees,  rey  de  Navarra  (i).  El  hijo  de  D.  Mu- 


(i)     Á  esta  señora  se  refiere  lo  que  en  la  página  444  manifestamos  de  la  mujer 
de  D.  Munio  y  madrastra  de  D.  Iñigo. 


454  VIZCAYA 


nio,  D.  Iñigo  López,  conocido  por  Ezquerra^  esto  es,  zurdo, 
fué  el  tercer  señor,  muy  amado  de  los  vizcaínos,  por  su  valor  y 
virtudes;  sucedióle  su  hijo  D.  Lope  Iñiguez,  llamado  por  unos 
D.  Lope  Díaz,  y  por  otros  D.  Lope  Núñez,  de  sobrenombre  el 
Lindo^  casó  con  D.^  Elvira  Bermúdez,  nieta  de  Laín  Calvo,  juez 
de  Castilla ;  y  por  los  servicios  que  este  cuarto  señor  prestó  al 
conde  Fernán  González  y  al  rey  de  Navarra  en  sus  guerras  con- 
tra los  moros,  obtuvo  de  ellos  grandes  honores,  que  en  mucho 
tuvieron  la  ayuda  vizcaína. 

Sucedióle  en  el  señorío  su  hijo  mayor  D.  Lope  Iñiguez,  que 
murió  á  poco  de  un  saetazo  cuando  al  volver  de  pelear  con  los 
moros  trató  de  apaciguar  un  motín  que  produjeron  sus  soldados 
en  Subijana  (Álava).  La  corta  edad  de  sus  hijos  Iñigo  y  García, 
en  aquellos  tiempos  en  los  que  más  que  minorías  se  necesitaban 
señores  de  fuerte  brazo  para  empuñar  la  lanza,  hizo  se  procla- 
mara sexto  señor  á  D.  Iñigo  López  de  Ezquerra,  hermano  del 
muerto,  dándose  á  los  dos  niños  los  valles  de  Orozco  y  de 
Llodio. 

Todos  los  anteriores  detalles  parecen  demasiados  para  te- 
nerlos por  fabulosos,  como  algunos  han  pretendido;  y  aun 
cuando  no  sea  exactamente  riguroso  el  orden  de  sucesión,  las 
fechas  del  desempeño  de  sus  cargos,  ó  de  su  fallecimiento  y  has- 
ta los  hechos  en  que  parece  intervinieron,  su  existencia  como 
personajes  en  Vizcaya  está  en  algunos  comprobada  con  docu- 
mentos. Hay  más;  independiente  ó  sujeta  á  otros  reyes  aquella 
parte  de  la  península,  no  podía  menos  de  tener  algún  jefe  que 
gobernara  inmediatamente  en  ella.  Era  ya  conocida  también  co- 
mo señorío,  y  no  siéndolo  de  realengo,  lo  era  de  condado  ó  de 
persona  conspicua.  Podrá  cuestionarse  la  soberanía  de  Zuria; 
podrá  confundirse  á  Zenón  con  Eilón  que  gobernaba  en  Álava, 
y  aun  considerar  á  esta  provincia  como  Vizcaya,  por  lo  general 
que  ha  sido  llamar  vizcaínos  á  todos  los  vascongados;  pero  si 
Álava  tenía  su  gobierno  de  una  ú  otra  manera  ó  nombre,  si  lo 
tenía  igualmente  Guipúzcoa,  no  puede  negarse  lógicamente  que 


VIZCAYA  .}55 

lo  tuviera  Vizcaya,  de  tanta  ó  mayor  importancia  que  las  ante- 
riores. 

No  será  una  razón  que  aune  la  independencia  del  país  el 
ejercicio  de  la  soberanía  por  los  señores  de  Vizcaya,  el  que  con- 
gregaran á  sus  pueblos,  el  que  los  reyes  trataran  muchas  veces 
con  aquellos  de  igual  á  igual,  para  formar  pactos  y  alianzas, 
porque  esto  sucedía  con  otros  señoríos,  en  los  que  regía  el  de- 
recho de  behetría,  sin  que  unos  ni  otros  se  consideraran  como 
soberanos  absolutos,  independientes  de  la  monarquía;  pero  no 
puede  perderse  de  vista  el  estado  especial  de  Vizcaya,  ya  en 
tiempo  de  los  romanos,  ya  en  el  de  los  moros,  para  no  conside- 
rarla en  iguales  circunstancias  y  situación  que  las  demás  pro- 
vincias de  España.  Así  que,  en  nuestro  concepto,  no  tiene  rela- 
ción con  el  país  vascongado,  el  derecho  público  constitucional 
que  los  reyes  tuvieran  sobre  los  ricos  hombres  y  principales 
personas  del  reino,  los  derechos  y  prerrogativas  que  estos  goza- 
ran cerca  del  trono  y  sobre  sus  vasallos,  porque  en  casi  toda  la 
dominación  goda  en  España  más  se  puede  asegurar  la  indepen- 
dencia vascongada  que  su  sumisión  á  aquellos  reyes,  oque  estos 
ejercieran  el  pleno  dominio  como  en  lo  demás  del  territorio  su- 
jeto á  la  monarquía. 

Si  los  reyes  godos  se  vieron  precisados  á  compartir  su  po- 
der con  los  grandes,  estableciendo  á  veces  más  bien  una  aristo- 
cracia que  una  monarquía ,  sin  ser  fija  ni  estable  la  sucesión 
hereditaria  en  el  trono,  y  precisados  los  monarcas  á  contempo- 
rizar con  los  valientes  y  osados  caudillos  que  les  ayudaban  á 
sostenerse  y  á  ensanchar  sus  dominios,  concertando  con  aquellos 
magnates  las  más  importantes  resoluciones  de  la  paz  y  de  la 
guerra,  ¿se  hallaban  los  reyes  en  el  caso  de  imponerse  á  pue- 
blos que  habían  permanecido  independientes,  ó  aislados,  si  se 
quiere,  contra  los  que  era  difícil  la  guerra  por  la  misma  natura- 
leza del  terreno  que  ocupaban,  y  que  de  tanta  utilidad  eran  como 
auxiliares? 

Podría  prevalerse  Vizcaya  de  la  debilidad  de  la  monarquía 


456  VIZCAYA 


para  afirmar  su  autonomía  ó  extender  sus  franquicias  y  privile- 
gios ;  pero  sobre  que  esto  lo  hacían  los  demás  pueblos,  no  se 
hallaban  estos  sin  embargo  con  precedentes  autonómicos  tan 
antiguos  como  los  vascongados,  ni  por  su  situación  ni  por  su 
idioma  podían  comparárseles,  aun  prescindiendo  de  la  mayor  ó 
menor  riqueza  del  suelo. 

Afectando  poco  á  los  sucesos  generales  del  reino  lo  que 
aconteciera  en  Vizcaya,  alejada  de  las  fronteras  en  las  que  esta- 
ba la  vida  de  la  nación,  por  la  constante  guerra  sostenida  con 
el  mahometano,  y  careciendo  aquel  país  por  aquellos  tiempos  de 
cronistas  propios,  no  es  extraño  prescindiera  de  él  la  historia. 
En  la  misma  Vizcaya  harto  había  que  hacer  por  la  enconada  lu- 
cha de  los  linajes.  Así  que,  no  creemos  aventurado  afirmar  que 
hubo  condes  ó  señores,  ó  gobernadores  ó  jefes  de  Vizcaya,  el 
nombre  no  importa,  que  ejercieron  omnímoda  autoridad  en  ella 
antes  que  D.  Iñigo  López  Ezquerra,  el  hermano  de  Sancho 
López. 

Aquel  señor  casó  con  D.^  Toda  Ortiz ;  ejerció  importantes 
cargos  en  Castilla  y  Navarra;  y  dejó  fama  de  valiente,  discreto 
y  piadoso :  se  titulaba  Conde  por  la  gracia  de  Dios.  D.  Lope 
Iñiguez,  del  mismo  nombre  que  el  designado  como  cuarto  señor, 
y  nombrado  por  algunos  igualmente  que  aquel  D.  Lope  Díaz, 
causa  de  no  pocas  confusiones  y  dudas,  sucedió  á  su  padre,  ca- 
só con  la  castellana  D,^  Tido  Díaz,  sirvió  á  D.  Alfonso  VI,  se 
tituló  en  muchas  escrituras  de  Castilla,  señor  de  Álava  y  Gui- 
púzcoa, y  á  su  muerte  le  heredó  su  hijo  D.  Diego  López  I,  de- 
nominado el  Blanco^  constando  tener  por  el  rey  de  Castilla  los 
gobiernos  de  Nájera,  Grañón  y  Buradón,  y  ser  poblador  de  Haro 
ó  de  su  castillo  por  lo  que  tomó  aquel  apellido.  Su  hijo  D.  Lope 
Díaz  de  Haro  le  sucedió  en  el  señorío,  siguiendo  alternativa- 
mente á  los  reyes  de  Castilla  y  de  Navarra,  y  contra  ésta  cuan- 
do su  rey  D.  Sancho  el  Sabio  atacó  en  1 1 60  á  Vizcaya  por  el 
de  Haro  valerosamente  defendida.  Fué  conde  de  Nájera,  como 
firma  varios  instrumentos,  sin  que  figure  en  ninguno  como  de 


VIZCAYA  ^S7 

Vizcaya.  Asistiendo  voluntariamente  con  gentes  propias  al  cer- 
co de  Zurita,  la  ganó,  y  queriendo  darle  el  rey  en  premio  el  se- 
ñorío de  Nájera ,  no  le  quiso  recibir  porque  hallándose  el  mo- 
narca en  necesidad  no  creía  justo  tomar  de  él  cosa  alguna  (i). 
Si  celebridad  adquirió  Lope  Díaz,  mayor  fué  la  de  su  primo 
D.  Diego  López  de  Haro  II,  el  Bueno^  quien  tuvo  por  el  rey 
de  Navarra  el  gobierno  de  Álava  y  Guipúzcoa  hacia  los  años 
de  1181  y  82,  según  consta  en  escrituras;  siendo  de  lamentar 
no  se  hiciera  constar  en  ellas  la  situación  de  Vizcaya,  ó  sea  de  su 
señorío,  que  podría  suponerse  pertenecía  á  Navarra,  cuando  se 
daban  al  conde  aquél  gobiernos  tan  importantes  como  el  de 
Álava  y  Guipúzcoa,  á  cuyos  territorios  alegaba  el  rey  de  Casti- 
lla mejores  derechos  que  los  que  presentaba  el  navarro.  Á  poco 
se  le  ve  de  alferiz  regis  de  D.  Alfonso  de  Castilla  y  teniendo 
por  él  el  gobierno  de  Haro.  Ayudó  á  este  rey  á  la  conquista  de 
Vitoria,  se  restituyó  al  conde  el  mando  que  en  Álava  y  Guipúz- 
coa ejerciera,  y  «bajo  la  dominación  de  D.  Alfonso  mandaba  Don 
Diego  en  Borobia  y  Soria  hasta  el  mar  de  Vizcaya. »  Desnatu- 
ralizóse del  monarca  castellano  por  agravios  hechos  á  su  her- 
mana D.'^  Urraca,  viuda  del  rey  de  León  y  madrastra  del  que 
ocupaba  aquel  trono.  Peleando  D.  Diego  contra  él  y  el  de  Cas- 
tilla, vencido,  se  refugió  en  Navarra,  siendo  de  extrañar  que  no 
lo  hiciese  á  Vizcaya,  sin  duda  por  contar  con  la  ayuda  de  este 
monarca  y  del  de  Aragón,  mal  avenidos  con  el  castellano.  Eje- 
cutó Diego  algunas  algaradas  en  Castilla,  se  vio  encerrado  en 
Estella  por  el  castellano  y  leonés ;  pero  concertados  éstos  con 
el  aragonés  y  el  navarro,  vióse  solo  D.  Diego  y  despechado  se 
pasó  á  los  moros  de  Valencia.  En  un  encuentro  de  éstos  con  los 
aragoneses,  muerto  el  caballo  del  rey  hubiera  éste  caído  prisio- 


(1)  En  su  sepultura  en  Santa  María  de  Nájera  se  puso  esta  inscripción:  «Aquí 
yace  el  conde  D.  Lope  de  Haro  el  de  Nájera,  de  noble  generación,  de  noble  sabi- 
duría, gran  señor,  hombre  de  mucha  virtud.  Vivió  muchos  años,  fue  generoso,  de 
ilustres  abuelos  :  venció  todo  su  linaje  por  nobleza  y  buenas  costumbres.  Fué  su 
muerte  triste  caida  en  el  Obispado  de  Sigüenza,  do  la  luz  murió  y  el  duelo  nació, 
y  la  virtud  fué  cubierta.  Este  tan  amado  ha  fallecido  y  su  honra  está  aquí.» 

58 


458  VIZCAYA 


ñero  si  D,  Diego  que  por  aquella  parte  peleaba,  no  acudiera 
apresuradamente,  y  dándole  su  caballo  le  salvara.  Si  pudo  dis- 
gustar esta  generosa  acción  á  los  musulmanes,  le  reconcilió  con 
los  cristianos,  á  cuya  gracia  y  amistad  volvió,  contribuyendo 
después  con  la  gente  vascongada  al  señalado  triunfo  de  las  Na- 
vas de  Tolosa,  formando  la  vanguardia  del  ejército  cristiano. 

Se  ha  dicho  que  se  confirió  á  D.  Diego  la  distribución  del 
botín,  que  fué  riquísimo ;  y  al  ver  el  rey  lo  espléndido  que  fué 
con  todos  sin  reservar  nada  para  sí,  dijo:  «Y  para  vos,  ¿qué 
guardáis  .f* 

— Señor,  le  contestó,  para  mí  guardo  la  parte  de  honra  que 
me  corresponde  en  esta  gloriosa  empresa.» 

Otros  dicen  que  á  la  anterior  pregunta  respondió  no  querer 
otra  cosa  sino  que  se  volviese  al  monasterio  de  Nájera  la  villa 
del  Puerto,  que  dada  por  reyes  anteriores  no  la  poseía  á  la 
sazón.  Natural  respuesta  de  la  gran  devoción  de  D.  Diego,  que 
tanto  distinguió  á  aquella  iglesia  y  á  la  de  Toledo,  pues  además 
de  las  donaciones  que  á  la  metropolitana  hizo,  colocó  allí  las 
banderas  ganadas  en  aquella  memorable  batalla.  El  cabildo 
agradecido  colocó  en  el  coro  de  la  catedral  su  estatua,  de  rodi- 
llas, en  ademán  de  orar.  En  Nájera  se  honra  dignamente  su 
memoria  (1).  Es  de  lamentar  que  en  los  archivos  de  Vizcaya  no 
se  hayan  encontrado  documentos  que  demostraran  los  beneficios 
debidos  á  estos  condes,  que  no  podían  menos  de  tener  á  las 
iglesias  de  este  país,  sino  la  misma  afición  devota,  alguna  al 
menos.  En  cambio  dio  fueros  y  leyes  para  el  gobierno  de  Viz- 
caya. 

Heredóle  D.  Lope  Díaz  de  Haro,  cabeza  brava ^  y  de  su  bra- 
vura necesitó  para  hacer  frente  á  los  Laras,  cuyas  huestes 
llegaron  á  Vizcaya,  valerosamente  defendida  por  aquel  insigne 
alférez  del  rey,  á  quien   también  defendió  contra  la  tendencia 


(i)  Hase  dicho  que  este  D.  Diego  agregó  los  dos  lobos  á  las  armas  de  Vizcaya, 
como  recuerdo,  según  unos,  de  que  su  padre  había  batido  moneda  con  el  anverso 
de  los  dos  lobos,  y,  según  otros,  en  memoria  de  su  apellido  López. 


VIZCAYA  ^59 


opresora  y  dominante  de  aquellos  señores.  Protegió  la  minoría 
de  D.  Fernando  el  Santo,  y  le  ayudó  en  sus  belicosas  empresas 
á  sujetar  á  Baeza  y  conquistar  á  Ouesada,  Martos,  Ubeda  y  Cór- 
doba. Á  él  debe  su  fundación  la  villa  de  Placencia  ó  Plencia.  Su 
hijo  D.  Diego  López  de  Haro,  que  le  sucedió,  se  indispuso  en 
un  principio  con  San  Fernando,  y  se  desnaturalizó  de  Castilla  re- 
tirándose á  Vizcaya  (i);  mas  reconciliado  luego,  asistió  á  la  con- 
quista de  Sevilla,  en  que  tanta  parte  tuvieron  los  vascongados 
como  soldados  y  como  marinos:  indispuesto  después  con  Don 
Alfonso  el  Sabio,  se  desnaturalizó  de  nuevo,  pasando  al  servicio 
del  rey  de  Aragón.  Bañándose  en  Bañares  de  la  Rioja,  envol- 
vióse en  una  sábana  impregnada  de  alcrebite  ó  azufre  derretido, 
y  prendida  por  descuido  se  quemó  y  murió  el  conde.  Continuó 
sirviendo  al  de  Aragón  su  hijo  D.  Lope  Díaz  de  Haro;  acompa- 
ñó después  á  D.  Alfonso  de  Castilla  en  todas  sus  empresas:  por 
sus  consejos  y  apoyo  ocupó  el  trono  D.  Sancho  el  Bravo,  á  lo 
que  se  oponían  los  de  la  Cerda,  uno  de  los  cuales,  el  infante 
D.  Fernando,  armó  caballero  á  D.   Lope  y  le  concedió  grandes 


(i)  «La  historia  de  aquel  tiempo  no  nos  instruye  del  motivo  de  semejantes 
desavenencias  :  pero  la  razón  es  que  se  alborotó  D.  Diego,  al  dar  por  uno  de  sus 
primeros  pasos  el  de  desnaturalizarse  de  Castilla,  la  atención  que  le  mereció  al 
rey  santo  esta  novedad,  pues  envió  contra  Vizcaya  á  su  hijo  primogénito,  y  aun  él 
mismo  se  acercó  en  persona  á  sostenerle;  todo  hace  muy  verosímil  la  conjetura 
que  ya  propuso  el  erudito  D.  Miguel  de  Manuel  en  una  de  sus  notas  á  las  memo- 
rias del  P.  Burriel  para  la  vida  de  aquel  rey ;  es  a  saber,  que  D.  Diego  fué  leal  has- 
ta el  monjío  de  la  infanta  D.''  Berenguela,  y  que  cayendo  el  rey  enfermo  en  Bur- 
gos, tomó  ocasión  para  tentar  la  independencia  por  creer  débil  el  brazo  de  su  so- 
berano en  tales  circunstancias,  en  que  además  estaban  las  mejores  tropas  de  éste 
ocupadas  en  Andalucía.  Lope  García  de  Salazar  escribe,  que  habiéndose  descom- 
puesto D.  Diego  con  los  vizcaínos  sobre  la  observancia  de  sus  fueros,  y  habiéndo- 
se juntado  en  Guernica  hasta  i  0,000,  determinaron  expatriarse,  buscando  tierras 
francas  donde  poblar,  y  habiéndose  llegado  hasta  Lequeitio,  los  alcanzó  allí  Doña 
Constanza,  mujer  del  D.  Diego,  que  les  prometió  se  les  guardarían  dichos  fueros: 
con  lo  que  se  tornaron  á  sus  casas.  Pero  faltando  nuevamente  D.  Diego  á  lo  pro- 
metido, le  cercaron  en  el  pueblo  de  Bilbao,  y  allí  lo  tuvieron  tres  meses,  donde 
enfermó,  por  lo  cual  les  otorgó  todos  sus  fueros  y  libertades. 

)).Mas  estas  noticias  de  Salazar  van  tan  desnudas  de  todo  apoyo  y  fundamento, 
que  nadie  puede  atreverse  a  tenerlas  por  suficientes  para  inclinarse  a  su  creencia. 
Ello  es  cierto  que  el  carácter  ardiente  é  inquieto  de  D.  Diego  era  el  más  á  propó- 
sito para  semejantes  aventuras...»  (Diccionario  Geogrdfico-Hisiórico.  por  la  Real 
Academia  de  la  Historia.) 


460  VIZCAYA 


mercedes  á  cambio  de  sus  servicios,  amenazándole,  si  del  rey  y  del 
infante  se  apartaba,  con  perder  á  Vizcaya  y  todo  cuanto  poseían 
en  los  reinos  de  Castilla  y  de  León.  Por  cuestión  de  enlaces  y 
de  carácter  se  indispuso  con  el  rey  D.  Sancho;  y  como  esta  falta 
de  armonía  originó  grandes  males  en  el  reino,  acordaron  rey  y 
conde  verse  en  Alfaro  para  concertar  su  unión.  Pidióle  el  rey 
sus  fortalezas,  so  pena  de  aprisionarle,  dejóse  llevar  D.  Lope 
de  su  orgullosa  altivez,  llegando  hasta  á  echar  mano  á  la  espa- 
da contra  el  rey,  y  fué  muerto  por  los  que  á  su  lado  estaban. 

Ardiendo  su  hijo  D.  Diego  López  de  Haro  en  deseos  de 
venganza,  que  no  necesitaba  estímulos  seguramente,  pasó  á 
Aragón,  proclamó  en  Jaca  rey  de  Castilla  al  libertado  infante 
D.  Alfonso  de  la  Cerda;  invadió  al  saberlo  D.  Sancho  la  tierra 
de  Vizcaya,  apoderándose  de  Orduña  y  de  su  castillo,  y  cuando 
se  aprestaba  su  recuperación,  falleció  D.  Diego. 

Su  tío,  del  mismo  nombre,  uno  de  los  pretendientes  al  seño- 
río de  Vizcaya,  lo  obtuvo  alegando  que  el  infante  D.  Juan, 
marido  de  D.^  María  Díaz  de  Haro,  su  sobrina,  á  quien  corres- 
pondía la  sucesión,  estaba  preso  y  necesitaban  los  vizcaínos 
señor  que  les  defendiese  de  los  invasores,  dueños  ya  de  toda 
Vizcaya  excepto  de  la  torre  de  Unzueta.  No  consiguió  D.  Diego 
recobrar  su  señorío,  encomendado  por  el  rey  al  infante  D.  En- 
rique; pero  muerto  D.  Sancho,  con  el  auxilio  del  rey  de  Aragón, 
quedó  Vizcaya  por  los  vizcaínos  y  D.  Diego  de  señor  con  el 
consentimiento  de  D."^  María,  que  sería  su  heredera.  Débese  á 
este  décimo-quinto  señor  de  Vizcaya  la  fundación  de  Bilbao, 
previa  real  aprobación  (1300). 

Renovada  por  el  infante  D.  Juan  la  pretensión  de  los  dere- 
chos de  su  mujer  D.^  María  al  señorío,  deseó  complacerle  Don 
Fernando  IV,  y  propuso  á  D.  Diego  que  quedándose  con  Viz- 
caya, Orduña,  Encartaciones  y  Durango,  cediese  al  infante  las 
villas  de  Tordehumos,  Iscar  y  Santa  Olalla,  y  lo  que  tenía  en 
Cuéllar  y  en  el  reino  de  Murcia;  pero  D.  Diego  mostrando  rara 
discreción  y  tacto  político,  contestó  al  rey   entre  otras  cosas: 


VIZCAYA  461 

<Ca  cierto  sed,  que  si  nos  todos  somos  avenidos,  toda  la  ave- 
nencia será  sobrevos;  lo  uno  en  que  no  nos  sufriremos  que  haga- 
des  ninguna  cosa  de  quantas  vos  hacedes:  lo  otro  en  que  querre- 
mos nos  ser  señores  y  poderosos  de  todos  los  reynos,  é  querre- 
mos que  todos  los  hechos  libren  por  nos.  Y  así  se  tomará  toda 
esta  avenencia  en  nuestro  daño  y  desapoderamiento.» 

Produjéronse  después  algunas  diferencias,  en  las  que  siem- 
pre se  acudía  á  las  armas;  y  terminadas  aquellas,  insistió  Don 
Juan  en  sus  pretensiones  contra  el  señor  de  Vizcaya;  hízose 
comparecer  á  éste  en  la  corte,  sometióse  el  pleito  á  prelados  y 
letrados  que  informaron  sobre  las  omnímodas  atribuciones  del 
rey,  considerándole  exentó  de  la  jurisdicción  de  la  Iglesia  roma- 
na, y  que  podía  pronunciar  sentencia  en  que  adjudicase  á  Doña 
María,  Orduña,  Valmaseda,  las  Encartaciones  y  Durango,  de- 
biendo D.  Diego  entregar  Vizcaya  á  la  misma  señora  que  había 
probado  ser  heredera  de  su  hermano  D.  Diego  y  de  D.  Lope 
su  padre.  Aunque  se  dio  en  este  sentido  ejecutoria  al  infante  y 
á  su  mujer,  fué  á  condición  de  que  no  usaran  de  ella  hasta  que 
el  rey  lo  mandase.  Pretendió  éste  reducir  á  D.  Diego  á  que  á 
su  muerte  heredase  el  señorío  D.^  María,  y  D.  Lope,  hijo  de 
D.  Diego,  Orduña  y  Valmaseda,  además  de  lo  que  el  monarca 
le  daría;  el  infante  por  su  parte  propuso  se  le  diesen  á  él  y  á 
su  mujer  la  provincia  de  Guipúzcoa  y  Salvatierra  de  Álava; 
mas  D.''^  María  manifestó  que  aunque  le  diesen  diez  veces  el 
valor  de  Guipúzcoa  y  cuanto  valiese  Vizcaya,  no  dejaría  su 
derecho.  Indispuso  tal  negativa  al  infante  con  su  mujer,  y  pro- 
curó amistad  con  D.  Diego,  al  mismo  tiempo  que  el  rey  procu- 
raba desunir  á  éste  de  su  yerno  D.  Juan  Núñez:  en  vez  de  ave- 
nencia se  produjeron  discordias,  desnaturalizóse  D.  Diego  y 
aun  su  hijo  D.  Lope,  á  pesar  de  no  haber  estado  en  todo  con- 
forme con  su  padre;  ocasionáronse  mutuos  daños;  se  hizo  la 
paz  por  intervención  de  la  reina ;  aprovechó  el  rey  esta  ocasión 
para  separar  á  D.  Juan  Núñez  de  su  suegro,  consiguiéndolo  con 
dádivas  y  mercedes,  que  si  quebrantan  peñas  más  quebrantarían 


462  VIZCAYA 


no  sólo  el  deber  filial,  sino  la  gratitud  de  aquellos  nobles^  que 
tenían  en  más  la  ambición  y  el  interés  que  los  vínculos  de  la 
sangre  y  de  la  familia,  la  palabra  dada  y  el  juramento  otorgado; 
llegó  este  D.  Juan  á  concertarse  con  el  infante  el  más  constante 
y  enconado  enemigo  de  D.  Diego,  quien  abandonado  por  su 
ingrato  yerno,  convino  al  fin,  no  muy  á  su  gusto,  sino  más  bien 
violentado,  en  el  heredamiento  de  D.'^  María  en  la  forma  ante- 
riormente concertada.  Juntóse  el  señorío ;  pero  habiendo  éste 
prestado  homenaje  á  D.  Lope,  no  podían  ir  contra  su  propio 
hecho  prestándolo  á  D.^  María;  dio  D.  Lope  su  consentimiento 
alzando  el  homenaje  que  le  habían  prestado,  y  recibióse  á  Doña 
María  por  heredera  de  D.  Diego  (1308).  Murió  éste  al  año 
siguiente  en  el  cerco  de  Algeciras,  con  gran  pesadumbre  del 
rey,  que  tuvo  que  pactar  con  los  moros  la  retirada. — Fué  sepul- 
tado en  el  convento  de  San  Francisco  de  Burgos. 

A  poco  de  tomar  D.^  María  posesión  del  señorío,  disputó- 
sele  su  primo  D.  Lope,  reconocido  su  derecho  en  documento 
real  (i),  con  el  cual  amparado  se  presentó  en  Burgos  como  tal 
señor  de  Vizcaya,  pues  por  tal  le  reconoció  el  rey  «é  por  alcal- 


U)  En  una  escritura  ó  privilegio  referido  por  Garibay,  Salazar  de  Mendoza  y 
Diccionario  déla  Academia  de  la  Historia,  fechado  en  Burgos  en  29  de  Enero,  era 
de  I  349  (año  i  3  i  i )  se  dice  :  «Y  aunque  dixeron  que  por  fuero  era  Vizcaya  y  todo 
lo  demás  suyo,  y  se  paraban  á  derecho  y  mostraban  cartas  fechas  con  juramentos 
y  aprobadas  por  S.  M.,  en  que  el  infante  y  D.'  María  su  mujer,  en  26  de  Junio  del 
año  I  300  se  apartaron  de  toda  voz  y  demanda  que  tenian  á  Vizcaya  y  demás  lu- 
gares, consintiendo  que  fuese  D.  Diego,  y  los  que  de  él  viniesen  de  la  línea  dere- 
cha, señores  herederos  de  Vizcaya,  de  la  qual  y  de  los  otros  lugares  avia  muchos 
años  que  era  señor  y  tenedor  en  faz  y  en  paz,  todavía  el  rey  no  lo  quiso  oír,  hasta 
que  con  fuerza  y  premio  y  por  miedo  se  rindieron  á  quitar  á  los  vizcaínos  el  home- 
nage  que  les  avian  hecho,  y  consentir  que  D."  María  Díaz  en  vida  de  D.  Diego  tu- 
viese gran  parte  de  sus  heredamientos  de  Castilla,  Navarra  y  Aragón,  y  después 
de  su  vida  tuviese  á  Vizcaya,  Durango  y  las  Encartaciones,  y  para  ello  la  hicieran 
homenaje  los  vizcaínos,  en  cuyo  tiempo  declaró  D.  Diego  la  violencia  que  padecía 
y  la  protestó.  Y  porque  el  rey  habido  consejo  sobre  esto  con  omes  buenos,  alcal- 
des y  foreros  de  su  corte,  halló  por  fuero  y  por  derecho,  que  todo  quitamiento, 
homenaje  y  partimiento  hecho  por  miedo  y  fuerza,  mayormente  de  rey,  es  enga- 
ñoso y  no  vale,  y  que  el  primer  homenaje,  juicio  y  pleito  es  valedero,  debe  ser 
guardado  y  no  se  deshace  por  otro,  por  guardar  derecho  y  quitar  su  alma  de  peca- 
do, de  su  oficio  da  por  ninguno  el  alzamiento  de  homenage  que  D.  Diego  y  D.  Lope 
hicieron  á  los  vizcaínos,  y  la  concordia  que  entre  ellos  y  el  infante  y  D.'  María 
Diaz  se  hizo  ante  él  el  dicho  día  de  14  de  Noviembre  de  i  307...» 


VIZCAYA  463 

de  mayor  de  las  alzadas  de  nuestra  corte,  así  como  debe  ser 
todo  señor  de  Vizcaya.»  A  su  virtud,  al  ir  D.  Lope  á  Burgos, 
ocupó  la  posada  llamada  de  San  Juan,  destinada  para  los  seño- 
res de  Vizcaya.  Concordias  posteriores  dejaron  sin  efecto  la 
restitución  del  señorío  á  D.  Lope. 

Fué  D.'"*  María  muy  amada  de  los  vizcaínos,  que  la  llamaron 
\di  Buena.  K  ella  debe  Lequeitio  (1325)  la  señalara  términos 
y  diera  á  sus  pobladores  y  moradores  el  fuero  de  Logroño,  el 
mismo  que  dio  cuatro  años  después  á  Ondarroa  y  el  título  de 
villa  (i). 

En  este  año  de  1327  se  retiró  al  convento  de  Perales,  y  la 
heredó  en  vida  D.  Juan  el"  Tuerto^  su  hijo;  aun  cuando  es  du- 
doso desempeñara  el  Señorío.  Fué  inquieto  y  bullicioso,  sucedió 
á  su  padre  en  la  tutoría  de  D.  Alfonso  XI,  quien  le  llamó  á  Toro 
y  le  hizo  asesinar  en  un  banquete,  confiscándole  todos  sus  bie- 
nes menos  el  señorío  de  Vizcaya,  por  reclamarle  su  madre  Doña 
María,  ó  más  bien  por  venderle  al  rey  D.  Alfonso  (2) ;  que  así 
se  disponía  de  los  pueblos  como  de  rebaños ;  y  así  se  suscitaban 
discordias  y  guerras  como  las  que  produjo  D.  Juan  Núñez  de 
Lara  en  defensa  de  los  derechos  de  su  mujer  D.'^  María  Díaz 
de  Haro,  como  hija  de  D.'^  María  Díaz,  Aún  era  niña  cuando 
fué  asesinado  su  padre;  al  saberlo  el  aya,  abandonó  á  Vizcaya  y 
se  refugió  con  la  niña  en  Bayona;  la  casó  después  con  el  de  Lara, 
quien  tomó  posesión  del  señorío  en  nombre  de  su   mujer,  y  se 


(i)     En  Estella  el  28  de  Setiembre. 

(2)  Dice  á  este  propósito  la  crónica  de  D.  Alfonso  XI :  «  Et  porque  D.  Juan  avia 
muchas  villas  ct  muchos  castiellos  ct  muchas  heredades  en  muchas  partes  del 
regno,  entre  tanto  que  el  Rey  iba  a  tomar  lo  uno  enviaba  los  sus  oficiales  ct  los 
de  su  casa  que  entrasen  et  tomasen  lo  otro  en  su  voz  et  para  él.  Et  aviendo  envia- 
do por  esto  á  algunos  logares  á  Garcilaso  de  la  Vega,  que  era  su  Merino  mayor  en 
Castiella,  este  Garcilaso  pasó  por  un  monesterio  que  dicen  Perales,  que  es  mones- 
terio  de  .Monjas,  et  falló  y  á  D.'  María Et  Garcilaso  entróla  á  ver  en  aquel  mo- 
nesterio, como  quier  que  el  Rey  non  ge  lo  oviese  mandado:  pero  él  por  servir  al 
Rey  su  Señor  fabló  con  ella  et  traxo  con  manera  porque  ella  le  vendió  para  el  Rey 
el  señorío  de  Vizcaya,  et  fizo  la  carta  dende.  Et  el  Rey  envió  caballeros  de  su  casa 
con  las  cartas  que  entregasen,  et  tomasen  el  señorío  de  la  tierra.  En  dende  ade- 
lante llamóse  el  Rey  grand  tiempo  en  sus  cartas  Señor  de  Vizcaya  et  de  .Molina.» 


46  I  VIZCAYA 


declaró  en  contra  de  D.  Alfonso.  Acudió  éste  á  Vizcaya,  se  le 
presentaron  en  Orduña  los  de  la  tierra  de  Ayala  y  de  las  Encar- 
taciones, á  prestarle  homenaje,  como  señor;  fué  á  Bilbao,  donde 
permaneció  unos  días ;  siguió  á  Bermeo,  cuyos  moradores  le 
suplicaron  no  se  dañasen  sus  haciendas,  ofreciéndoselo  el  rey; 
recibiéronle  por  señor  otras  villas  y  tierras  llanas,  le  juraron  en 
Guernica,  y  dejando  defensa  en  Bermeo  cercó  el  castillo  de  San 
Juan  de  la  Peña,  ó  de  Gaztelugache,  casi  rodeado  por  el  mar, 
sin  que  al  cabo  de  30  días  de  asedio  lograse  rendirle,  como  no 
pudo  rendir  ninguna  de  las  fortalezas  que  estaban  por  D,^  María. 
Considerando  larga  la  empresa  y  temiendo  que  en  su  ausencia 
se  combinasen  en  su  contra  el  hijo  del  infante  D.  Manuel,  Don 
Juan  Alfonso  de  Haro  y  otros,  dejó  parte  de  sus  huestes  para 
que  se  apoderasen  de  aquella  fortaleza  y  regresó  á  Burgos. 
Cayó  después  sobre  algunos  de  los  pueblos  que  en  Castilla  per- 
tenecían á  D.  Juan  Núñez,  mediaron  tratos  entre  éste  y  el  rey, 
y  al  fin  se  concertó  que  éste  dejase  libre  á  D.  Juan  el  señorío 
de  Vizcaya,  ofreciendo  servirle  bien,  leal  y  verdaderamente  <  así 
como  debe  servir  vasallo  leal  á  su  señor » .  Se  cambiaron  rehe- 
nes y  se  ajustó  la  paz. 

No  duró  mucho:  vióse  á  poco  en  guerra  á  D.  Juan  Núñez 
con  el  rey,  servir  aquél  al  de  Portugal;  pero  cercado  en  Lerma, 
la  necesidad  le  obligó  á  rendirse  á  D.  Alfonso,  pidiéndole  <  mer- 
ced que  le  non  quisiere  matar,  et  que  le  quisiese  para  su  servi- 
cio á  él  et  á  los  que  eran  con  él,  et  que  saldrian  todos  á  la  su 
merced » .  Dio  en  rehenes  al  rey  los  castillos  y  torres  de  Vizca- 
ya, salvando  el  resto  del  señorío,  mostrándose  D.  Juan  tan  agra- 
decido al  perdón,  que  él  y  los  que  le  acompañaban  « siempre 
serian  tenidos  de  le  servir  et  morir  en  su  servicio  » .  D.  Alfonso  le 
nombró  su  alférez  mayor  dispensándole  otras  muchas  mercedes. 
Ya  en  quieta  posesión  del  señorío  D.  Juan  y  su  esposa,  otorga- 
ron  privilegio  de  fundación  de  la  villa  de  Haro,  hoy  Villaro.  — 
Ayudó  eficazmente  al  valioso  triunfo  del  Salado,  que  muy 
bien  lidiara,  hiriendo  de  corazón,   como  dice  la   Crónica  rima- 


VIZCAYA  465 


da  (1),  al  frente  de  la  caballería  y  de  los  vascongados,  con  los  que 
asistió  también  á  las  conquistas  de  Alcalá  de  Benzaide  y  Algeciras 
y  al  sitio  de  Gibraltar.  —  Llegó  á  adquirir  tal  prestigio,  que  en 
peligro  la  vida  del  rey  D.  Pedro  que  acababa  de  heredar  el 
reino,  pensóse  en  D.  Juan  para  sucederle  en  el  trono  de  Castilla. 
Dos  años  tenía  D.  Ñuño  de  Lara  cuando  murió  su  padre 
(1350);  y  su  aya,  temiendo  las  iras  del  rey  D.  Pedro,  desde 
Paredes  de  Nava  donde  se  le  criaba,  le  llevó  á  Vizcaya.  Fué  en 
su  seguimiento  el  rey,  le  detuvo  en  Puentelarrá  la  rotura  de  un 
arco  del  puente,  lo  cual  aumentó  su  saña  contra  el  niño  y  sus 
salvadores  que  le  guarecieron  en  Bermeo ;  y  aunque  regresó  el 
rey  á  Burgos,  envió  fuerzas  á  Orozco  contra  las  propiedades 
del  aya  D.'^  Mencía  y  de  su  familia,  y  otras  contra  las  Encarta- 
ciones. Defendieron  los  vizcaínos  á  su  infantil  señor ;  pero  los 
defensores  de  la  casa  fuerte  de  Orozco  no  pudieron  resistir  un 
asedio  de  más  de  dos  meses,  combatida  con  bombardas  y  otros 
ingenios  que  arrojaban  bolas  de  piedra  de  gran  peso,  y  capitu- 
laron, obteniendo  su  libertad.  No  pudieron  las  fuerzas  reales 
obtener  el  mismo  triunfo  en  la  Torre  de  Unzueta,  defendida  por 
el  hijo  de  D.'^  Mencía;  sí  rindieron  en  las  Encartaciones  el  cas- 
tillo de  Aranguti;  mas  acudió  gran  número  de  vizcaínos,  que 
si  no  pudieron  recobrar  el  castillo,  murado  y  bien  guarnecido, 
hicieron  huir  de  las  Encartaciones  á  Fernán  Pérez  de  Ayala  que 


(i)     y  añade: 


I  740     Bien  así  los  (;ibdadanos 

Facían  gran  cauallería, 

Fijos  dalgo  castellanos, 

Leuauan  la  mejoría. 
I  7  SO      Lioneses,  asturianos, 

Gallegos,  portugaleses, 

Biscaynos,  guipuscanos, 

E  de  la  montanna  e  alaueses 
1731     Cada  vnos  bien  lidiauan. 

Que  siempre  será  fasanna, 

E  la  mejoría  dauan 

Al  muy  noble  rrey  de  Espanna.» 

Poema  d¿  Alfonso  XI. 

59 


466  VIZCAYA 


mandaba  la  hueste  invasora,  vengándose  de  la  retirada  con  abra- 
sar y  destruir  cuánto  en  Gordejuela  hubo  á  mano. 

El  niño  D.  Ñuño,  guarecido  en  Bermeo,  murió  en  Agosto 
de  este  año  ( 1352)  recayendo  el  señorío  en  su  hermana  mayor 
D.'*  Juana  de  Lara,  á  la  cual  y  á  su  hermana  D.^  Isabel  retuvo 
el  rey  en  su  poder  juntamente  con  el  gobierno  y  señorío  de  Viz- 
caya. El  matrimonio  de  D.''^  Juana  con  D.  Tello,  hermano  del 
rey,  la  puso  en  posesión  del  señorío  y  todos  sus  bienes;  ofendido 
D.  Tello  se  unió  á  los  enemigos  de  D."^  María  de  Padilla,  y  ene- 
mistóse con  D.  Pedro,  quien  para  quitarle  el  señorío  casó  á  doña 
Isabel  con  D.  Juan  infante  de  Aragón,  haciendo  se  titulase  señor 
de  Vizcaya.  Para  que  de  ella  tomase  posesión  le  auxilió  con 
fuerzas  acometiendo  unas  por  las  Encartaciones  y  otras  por 
Ochandiano.  Hízolas  frente  D.  Tello  ayudado  por  Juan  de  Aven- 
daño,  destrozándolas  completamente. 

Parecía  natural  la  venganza  deD.  Pedro;  pero  apeló  á  otros 
medios,  ayudándole  por  el  pronto  la  actitud  de  Avendaño  y 
otros  que  deseaban  la  concordia  de  aquellos  hermanos,  por  lo 
que  con  ello  ganaba  el  señorío,  en  cuyo  sentido  escribió  al  rey; 
reuniéronse  además  en  Bilbao  representantes  de  algunas  villas 
y  otros  particulares  que  deseaban  la  paz,  aunque  se  ha  dicho 
que  servían  en  esto  los  intereses  de  D.  Pedro,  que  obraba  con 
intencionada  sagacidad;  mas  el  resultado  fué  que  suscribieron 
con  D.  Tello  y  su  mujer  (21  Junio  1356)  un  compromiso  en  que 
se  estipulaba  que  si  D.  Tello  desirviese  al  rey,  los  vizcaínos  no 
le  acogerían  ni  ayudarían  en  Vizcaya ;  que  si  le  desirviese  Don 
Tello  y  no  D.'^  Juana  ésta  quedaría  por  señora  y  obedecerían 
las  cartas  y  mandamientos  del  rey  con  tal  de  que  se  les  guar- 
dasen sus  fueros ;  y  que  si  le  desirviesen  ambos,  reconocerían 
por  su  señor  al  rey  siempre  que  éste  les  jurase  previamente  sus 
fueros. 

Enemistados  de  nuevo  aquellos  hermanos  que  parecían  con- 
trariados cuando  en  paz  estaban,  se  propuso  el  rey  matar  á  Don 
Tello ;  corrió  á  sorprenderle  en   Aguilar   de  Campóo  donde  es- 


VIZCAYA  467 


taba  cazando;  sabedor  de  la  aproximación  de  su  hermano  se 
guareció  en  Vizcaya,  contando  con  el  ayuda  de  los  vizcaínos; 
pero  éstos  se  la  negaron,  aceptando  como  suyo  el  compromiso 
de  algunos  hecho  en  Bilbao,  alegando  que  D.  Tello  comprome- 
tía á  Vizcaya  faltando  á  sus  deberes  señoriales,  mezclándose  en 
cuestiones  agenas  al  señorío,  puramente  personales  y  de  fami- 
lia; por  lo  cual,  viéndose  perdido  L).  Tello,  corrió  á  Bermeo, 
siguióle  D.  Pedro  aún  por  el  mar  hasta  Lequeitio 

«  y  saben  allí  que  al  alba 
huyóse  á  Francia  i).  Tello  >  (i). 

Este  marchó  á  San  Juan  de  Luz  y  el  rey  volvió  á  Bermeo. 
Convocó  junta  general  so  el  árbol  de  Guernica,  ya  porque  no 
le  pareciera  conveniente  imponer  señor  á  Vizcaya,  ó  porque 
contara  con  que  no  aceptasen  al  infante,  y  aun  para  ello,  según 
es  fama,  predispusiera  los  ánimos;  lo  cierto  es  que,  al  manifestar 
D.  Pedro  que  según  el  compromiso  de  Bilbao  había  perdido 
D.  Tello  el  señorío  por  deservirle  y  huido  al  extranjero,  y  que  eli- 
giesen en  su  reemplazo  al  infante  D.Juan,  á  quien  le  correspondía 
como  esposo  de  D.'^  Isabel,  los  vizcaínos  contestaron  que  no 
querían  otro  señor  en  Vizcaya  que  el  rey  de  Castilla,  «  y  que 
querían  ser  de  la  su  corona  del  y  de  los  reyes  que  después  del 
reinasen  en  Castilla,  y  que  no  les  hablase  hombre  del  mundo 
en  cosa  contraria  »  (2). 

Lisonjeado  ó  conformándose  aquel  altivo  monarca  con  esta 
respuesta  dijo  al  infante  que  ya  veía  que  los  vizcaínos  no  le  ad- 
mitían por  señor,  lo  cual  no  era  culpa  suya ;  mas  puesto  que  le 
había  ofrecido  apoyar  su  pretensión,  iba  á  hacerlo  en  Bilbao. 
Hospedóse  en  la  antigua  torre  de  Zubialdea;  á  ella  acudió  el  in- 
fante confiando  en  el  cumplimiento  de  la  promesa  de  D.  Pedro, 


(i)  La  Quincena  de  D.  Pedro,  leyenda  histórica  por  D.  Nicanor  de  Zuricalday, 
premiada  en  el  certamen  literario  celebrado  en  Bilbao  con  motivo  de  la  Exposi- 
ción provincial  de  1882. 

(2)     Crónica  del  rey  D.  Pedro. 


468  VIZCAYA 


y  según  algunos  con  más  siniestra  intención ;  pero  fué  muerto 
por  orden  del  rey  y  arrojado  su  cadáver  á  la  plaza  llena  de  gen- 
te, á  la  que  dijo  D.  Pedro  asomándose  á  una  ventana:  catad  ahí 
el  vuestro  señor  de  Vizcaya  que  vos  pedía. 

La  reina  D.^  Leonor,  madre  del  infante,  y  D.^  Isabel  su  mujer, 
sufrieron  la  misma  suerte  envenenadas. 

A  la  muerte  de  D.  Pedro  (i),  recobró  D.  Tello  el  señorío, 
haciendo  creer  á  los  vizcaínos  que  vivía  aún  su  mujer  D.^  Juana, 
envenenada  por  D.  Pedro,  á  la  que  sustituyó  con  otra  á  ella  pa- 
recida, cuya  superchería  sostuvo  hasta  su  muerte. 

Accidentado  en  verdad  fué  el  señorío  de  D,  Tello,  que  no  se 
distinguió  por  muy  heroicas  acciones,  y  sí  por  prestarse  con  fa- 
cilidad á  actos  de  feroz  venganza,  que  parecían  caracterizar  á 
aquellos  grandes  señores.  Cuéntase  que,  aficionado  á  correr  ja- 
balíes, teniendo  algunos  en  Albia  los  echó  en  un  cercado  que 
mandó  construir  al  efecto  en  la  plaza  de  Bilbao.  « Cabalgando 
un  brioso  caballo,  metióse  en  el  cercado  para  perseguir  los  puer- 
cos monteses,  como  las  crónicas  les  llaman,  y  no  lograba  darles 
alcance.  D.  Juan  de  Abendaño  que  como  otros  caballeros  prin- 
cipales asistía  al  espectáculo  y  era  hombre  galán,  diestro,  va- 
liente y  audaz,  dijo  entonces  á  D.  Tello;  — Señor,  dejadme  ca- 
balgar en  ese  caballo,  que  yo  le  haré  saltar  por  sobre  los  puer- 
cos.—  Accedió  D.  Tello  á  esta  demanda  y  arremetiendo  D.  Juan 
á  los  jabalíes,  el  caballo  dio  tan  violento  salto  que  cayó  al  suelo 
sin  que  perdiera  la  silla  el  caballero.  Hízole  éste  levantar  y  saltó 
con  la  mayor  agilidad  y  gallardía  por  encima  de  los  jabalíes  en 
medio  de  los  aplausos  de  los  espectadores  y  del  mismo  D.  Tello. 
Engreído  D.  Juan  con  su  triunfo,  dijo  á  D.  Tello  chanceramente: 


(i)  «Cuando  D.  Pedro  vino  ayudado  de  los  ingleses  á  recobrar  su  reino,  ofre- 
ció al  príncipe  de  Gales  dicho  señorío;  y  en  efecto,  vencedor  en  la  batalla  de 
Nájera,  envió  á  Fernán  Pérez  de  Ayala  con  los  procuradores  ó  apoderados  del 
príncipe  á  tomar  posesión  por  éste  ;  mas  los  vizcaínos  se  levantaron  contra  tal  pre- 
tensión, diciendo  que  no  querían  conocer  dominio  de  príncipe  extranjero.  Tornó 
D.  Pedro  á  jurar  á  aquél  que  lo  pondría  en  posesión  del  estado,  pero  en  venci- 
miento y  ente.»  (Diccionario  Histórico,  etc.,  por  la  Academia.) 


VIZCAYA  469 

—  «Aunque  ruin  malandante,  yo  fuera  para  señor  de  Vizcaya,» 
es  decir,  aunque  mal  cabalgador,  sirvo  para  hacer  las  veces  del 
señor  de  Vizcaya.  Retiróse  D.  Tello  á  comer,  acompañándole 
en  la  mesa  Pedro  Ruiz  de  Lezama.  Era  este  un  caballero  de 
pocos  bríos  que  odiaba  á  Juan  de  Abendaño,  porque  éste  galan- 
teaba á  su  mujer,  que  era  muy  hermosa,  y  aprovechó  la  oca- 
sión para  airar  á  D.  Tello  con  D.  Juan,  diciéndole  que  Aben- 
daño  le  había  insultado  públicamente  con  las  palabras  que  le 
dirigió  y  no  debía  dejarle  sin  castigo.  D.  Tello  se  fué  enojado 
de  tal  modo  con  aquella  malquistación,  que  concluyó  por  llamar 
á  Abendaño,  y  al  llegar  éste  á  su  presencia,  le  hizo  matar  y 
arrojar  su  cadáver  por  aquella  misma  ventana  por  donde  más 
tarde  hizo  arrojar  D.  Pedro  el  del  infante,  sin  duda  recordando 
la  acción  de  su  hermano  bastardo  D.  Tello»  (i). 

Muerto  éste  (1370)  pasó  el  señorío  á  la  corona  de  Castilla 
por  recaer  en  D."  Juana  Manuel,  mujer  del  rey  D.  Enrique  la 
sucesión  de  las  casas  de  Haro,  Lara  y  Villena ;  y  aunque  esta 
señora  renunció  el  señorío  en  su  primogénito  el  infante  D.  Juan, 
que  fué  reconocido  y  jurado  con  arreglo  á  fuero,  se  incorporó 
definitivamente  á  la  monarquía  cuando  D.  Juan  ascendió  al 
trono. 

Gestionó  el  señorío  D.^  María  Díaz  de  Lara  como  tercera 
hermana  de  D.  Juan  Núñez;  mas  como  estaba  casada  en  Fran- 
cia con  el  conde  de  Estampes,  y  el  rey  puso  por  condición  para 
concederle  á  uno  de  los  hijos  de  aquella  señora,  que  viniese  á 
ser  vasallo  de  Castilla,  no  consintió  ninguno  en  esto  por  agra- 
darles más  vivir  en  Francia. 


(1)     Trueka. 


CAPITULO   II  r 


Importancia   política  del.  señorío. 

Hermandades.— D.  Enrique  III  en 

Vizcaya. — Anteiglesias  y  villas 


I 

AN  breve  reseña  de  los  se- 
ñores de  Vizcaya,  contiene 
la  historia  del  país  de  su  tiempo: 
algunos  de  aquellos  señores  ocu- 
pan además  muchas  é  impor- 
tantes páginas  de  la  historia  de 
España,  por  la  influencia  que 
tuvieron  en  los  asuntos  generales 
de  la  nación.  Las  casas  de  Haro 
y  de  Lara  tuvieron  representan- 
tes ejerciendo  los  más  altos  des- 
tinos de  la  nación  á  la  vez  que  el 
señorío  de  Vizcaya,  llegando  al- 
guno como  D.  Lope  de  Haro  á  influir  tanto  en  el  ánimo  del  rey, 
y  de  un  rey  como  D.  Sancho  el  Bravo,  que,  como  dice  Lafuente, 
«todo  el  vigor,  toda  la  bravura,  toda  la  energía  de  carácter  que 
había  desplegado  D.  Sancho  así  en  las  relaciones  exteriores  co- 


472  VIZCAYA 

mo  en  los  negocios  interiores  del  reino,  así  cuando  era  príncipe 
como  después  de  ser  rey,  desaparecía  en  tratándose  deD.  Lope 
de  Haro,  señor  de  Vizcaya,  que  parecía  ejercer  sobre  el  ánimo 
del  monarca  una  especie  de  influjo  mágico.  Á  pesar  de  la  acti- 
tud semi-hostil  que  el  de  Haro  había  tomado  desde  la  retirada 
de  Sevilla,  ni  pedía  al  rey  gracia  que  no  le  otorgara,  ni  había 
honor,  título  ni  poder  que  D.  Lope  no  apeteciera.  Habiendo  fa- 
llecido en  Valladolid  D.  Pedro  Álvarez,  mayordomo  del  rey 
(1286),  solicitó  el  de  Haro  que  le  nombrase  su  mayordomo  y 
alférez  mayor,  y  que  le  hiciese  conde  además  con  todas  las  fun- 
ciones y  toda  la  autoridad  que  en  lo  antiguo  los  condes  habían 
tenido,  con  lo  cual,  decía,  se  aseguraría  la  tranquilidad  del  rei- 
no, y  acrecerían  cada  año  las  rentas  del  tesoro.  Concedióselo 
todo  el  rey;  mas  no  satisfecho  todavía  con  esto  D,  Lope,  atre- 
vióse á  proponerle,  que  para  seguridad  de  que  no  le  revocaría 
estos  oficios,  le  diese  en  rehenes  todas  las  fortalezas  de  Castilla 
para  sí,  y  para  su  hijo  D.  Diego  si  él  muriese.  D.  Sancho  con 
una  condescendencia  que  maravilla  y  se  comprende  difícilmente 
en  su  carácter,  accedió  también  á  esto,  y  así  se  consignó  y  pu- 
blicó en  cartas  signadas  y  selladas,  obligándose  por  su  parte 
D.  Lope  y  su  hijo  D.  Diego  á  no  apartarse  jamás  del  servicio 
del  rey  y  de  su  hijo  y  heredero  el  infante  D.  Fernando.  En  el 
mismo  día  que  tales  mercedes  fueron  concedidas,  dio  el  rey  el 
adelantamiento  de  la  frontera  á  otro  D.  Diego  hermano  de 
D.  Lope,  á  título  hereditario  (Enero  1287).  Dio  además  al  se- 
ñor de  Vizcaya  una  llave  en  su  cancillería.  De  modo  que  la  fa- 
milia de  Haro,  emparentada  ya  con  el  rey  y  con  el  infante 
D.  Juan,  teniendo  en  su  mano  los  castillos,  el  mando  de  la  fron- 
tera, el  del  ejército,  y  la  mayordomía  de  la  casa  real,  no  sólo 
quedaba  la  más  poderosa  del  reino  sino  que  tenía  como  supedi- 
tada á  sí  la  corona.  Crecieron  con  esto  las  exigencias  del  orgu- 
lloso D.  Lope,  y  habiendo  pedido  que  fuese  despedida  de  pala- 
cio la  nodriza  de  la  infanta  D.^  Isabel,  tampoco  se  lo  negó  el 
monarca,  y  el  aya  y  todos  los  que  suponía  ser  de  su  partido 


VIZCAYA  473 


fueron  expulsados  de  la  real  casa  con  gran  sentimiento  de  la 
reina.  Esto  era  precisamente  ló  que  buscaba  D.  Lope,  indispo- 
ner á  los  regios  consortes,  con  el  pensamiento  y  designio,  si  el 
matrimonio  se  disolvía  ó  anulaba,  de  casar  al  rey  con  una  so- 
brina suya,  hija  del  conde  D.  Gastón  de  Bearne.  Penetrábalo 
todo  la  reina,  que  era  señora  de  gran  entendimiento ;  pero  disi- 
mulaba y  esperaba  en  silencio  la  ocasión  de  que  el  rey  conocie- 
ra la  mengua  que  con  la  excesiva  privanza  del  de  Vizcaja  pade- 
cían él  y  el  reino. » 

La  consecuencia  era  lógica  y  ha  solido  ser  en  política  natu 
ral.  Podía  ser  D.  Lope  digno  de  tantas  distinciones  y  de  tan  ex 
traordinario  encumbramiento;  pero  se  desvaneció  á  tanta  altura 
le  ofuscó  su  ambición;  no  sólo  se  atrevió  contra  la  reina  sino  con 
tra  el  prelado  de  Astorga  á  quien  después  de  insultar  impía 
mente,  le  dijo:  marav¿¿¿of)ze  cómo  no  os  saco  el  alma  á  estocadas 
Lo  que  al  principio  produjo  envidias  y  rivalidades,  convirtióse 
en  alteraciones  y  alzamientos  de  los  ricos-hombres  y  señores, 
acabando  con  la  muerte  del  favorito  (i). 

El  deseo  de  venganza  llevó  al  hijo  de  D.  Lope  á  proclamar 
por  rey  y  señor  de  Castilla  á  D.  Alfonso  de  la  Cerda,  produ- 
ciéndose una  guerra  tan  desastrosa  para  el  reino ;  pues  de  tales 
disturbios  se  aprovechaban  los  magnates  para  enriquecerse  á 
costa  de  la  nación  y  ensanchar  su  poder  enflaqueciendo  el  del 
monarca. 

Es  verdad  que  los  señores  de  Vizcaya  ejercían  más  influen- 
cia por  tener  mayor  poder  que  los  demás  señores  del  reino,  por 
la  situación  de  la  provincia  donde  dominaban,  á  un  extremo  de 
la  península,  fácil  de  defenderse  por  lo  quebrado  de  su  suelo  y 


(i)  Al  encontrarse  presos  en  palacio  D.  Juan  y  D.  Lope.  «  ¿  cd;;¡o  .'— exclamó 
el  conde  —¿presos  ?  ¡  Hd  de  los  vitos. '  V  echando  mano  á  un  gran  cuchillo  fue'sc  el 
brazo  levantado  derecho  al  rey.  .Mas  acudiendo  á  protegerle  dos  de  sus  caballeros 
dieron  tan  fuerte  mandoble  con  su  espada  al  osado  conde,  que  cayó  su  mano  cor- 
tada al  suelo  con  el  cuchillo  empuñado  :  luego  golpeándole,  sin  orden  del  rey.  con 
una  maza  en  la  cabeza,  acabaron  de  quitarle  la  vida.  »  — Lafiente  :  Historia  de 
España.. 

6o 


474  VIZCAYA 


por  el  valor  siempre  acreditado  de  sus  naturales.  Así  era  la  pro- 
vincia de  Vizcaya,  como  se  ha  dicho,  alhaja  preciosa  en  todos 
tiempos,  deseada  por  los  reyes  de  Navarra  y  de  Castilla  en  dife- 
rentes ocasiones;  y  aun  después  de  unida  á  esta  corona,  ambicio- 
nada su  posesión  por  los  magnates  de  la  monarquía,  vino  á  ser 
ocasión  de  grandes  turbulencias  entre  ellos,  é  influyó  poderosa- 
mente en  los  demás  sucesos  del  Estado  en  general.  Los  reyes 
mismos  no  contentos  con  el  alto  dominio  que  allí  conservaban, 
procuraban  apropiarse  el  señorío  inmediato  de  aquellos  pueblos, 
gloriarse  después  de  conseguido  con  ese  dictado,  y  contar  su 
goce  como  una  de  las  más  preciadas  joyas  de  su  diadema.  «  En 
todos  estos  acontecimientos  fué  preciso  siempre  á  los  que  tenían 
la  posesión  tener  contentos  á  sus  subditos  para  que  les  defen- 
dieran en  ella,  y  á  los  que  pretendían  subrogarse  en  lugar  de 
aquellos,  prometer  para  lo  subcesivo  aun  mas  lisonjeras  espe- 
ranzas. He  ahí  el  origen  de  tantos  privilegios,  fueros  y  liberta- 
des como  ha  disfrutado  y  aun  disfruta  aquel  noble  señorío,  y 
que  concedidos  en  distintos  tiempos  y  lugares,  llegaron  á  for- 
mar con  el  tiempo  una  especie  de  código  constitucional  suma- 
mente útil  y  glorioso  para  aquellos  habitantes»  (i). 


II 


En  tiempo  de  D.  Enrique  II  tomaron  parte  los  vizcaínos  en 
la  guerra  de  Castilla  con  Navarra ;  pues  si  el  navarro  llamó  en 
su  auxilio  á  los  ingleses  á  quienes  dio  algunas  plazas  de  su  reí- 
no,  el  castellano  envió  á  su  hijo  el  infante  D.  Juan  con  4,000 
lanzas  y  buen  golpe  de  ballesteros  vascongados,  con  los  cuales 
penetró  hasta  las  murallas  de  Pamplona,  devastó  la  comarca, 
tomó  algunos  lugares  y  conquistó  á  Viana. 


(i)     González  Arnao. 


V   I   Z   C  AYA  ^7^ 

No  sólo  en  la  anterior  guerra,  sino  en  cuantas  importantes 
hubo  en  la  península,  figuran  los  vizcaínos  acreditando  en  todos 
sus  hechos  el  elevado  y  merecido  concepto  que  de  ellos  se  ha 
tenido  siempre  :  hasta  por  sí  mismos,  igualmente  que  Guipúzcoa 
en  sus  cuestiones  marítimas  con  Inglaterra,  concertaban  con 
esta  nación  tratados  de  paz  y  amistad,  como  el  firmado  en 
Fuenterrabía  (21  Diciembre  1353)  entre  los  apoderados  de  Ba- 
yona y  Biarritz,  entonces  de  los  ingleses,  de  una  parte  y  de  la 
otra  los  de  las  villas  marítimas  de  Vizcaya :  aprobado  todo  por 
el  rey  de  Castilla,  con  estas  frases :  c  A  lo  que  me  pidieron  por 
merced  en  razón  de  la  tregua  que  fué  puesta  entre  el  rey  de  In- 
glaterra é  los  de  las  marismas  de  Castilla,  de  Guipúzcoa  é  de 
las  villas  de  Vizcaya,  que  me  pluguiese  ende:  á  esto  respondo 
que  me  place  é  que  lo  tengo  por  bien.» 

No  era  tan  bonancible  la  situación  interior  de  Vizcaya,  pre- 
cisando apelar  á  las  hermandades  para  hacer  frente  á  los  crimi- 
nales y  á  los  bandos  que  la  destrozaban.  Se  acordaron  en  junta 
general  las  ordenanzas  que  sometieron  á  la  aprobación  de 
D.  Enrique  III,  como  señor  de  la  provincia;  pero,  escrupuloso 
guardador  éste  de  los  fueros,  envió  al  Dr.  Gonzalo  Moro  para 
preguntar  á  los  vizcaínos,  reunidos  en  efecto  en  Guernica,  si  al- 
guno de  los  capítulos  de  la  hermandad  era  contra-fuco.  No 
sólo  declararon  que  á  él  no  se  oponían  dichos  capitu^.s  sino  que 
le  mejoraban ;  por  lo  que  el  monarca  aprobó  y  sancionó  tales 
ordenanzas,  añadiendo  «que  cuando  quier  que  dijese  Vizcaya  ó 
la  T'*":-yor  parte  de  ella  que  en  este  dicho  cuaderno  habia  algún 
capítulo  que  fuese  contra  fuero  de  lo  quitar  é  tirar  dende  é  lo 
dar  por  ninguno. » 

Estas  mismas  hermandades,  en  observancia  extricta  de  los 
fueros,  pidieron  que  el  rey,  como  señor,  acudiera  á  jurarlos,  ne 
gándose  á  pagar  en  tanto  los  pedidos ;  y  el  rey,  mientras  las 
Cortes  se  reunían,  determinó  ir  para  tomar  á  la  vez  personal- 
mente posesión  del  señorío  que  acababa  de  heredar  de  su  padre. 
Exigían  los  fueros  la  presencia  del  rey  y  su  juramento  en  los 


47^  VIZCAYA 

lugares  y  con  las  formalidades  de  costumbre,  para  poderse  titu 
lar  señor  de  Vizcaya:  se  dirigió  á  Bilbao  desde  donde  convocó 
la  junta  (i);  juró  D.  Enrique  sucesivamente  en  Larrabezua,  en 
Bermeo  y  só  el  árbol  de  Guernica,  guardar  los  fueros,  privile- 
gios y  costumbres  según  que  les  fueron  guardados  por  sus  su- 
cesores, y  cuenta  la  Crónica  que  al  presentarle  los  bermeanos 
tres  arcas,  empeñándose  en  que  jurara  guardarles  todos  los 
privilegios  en  ellas  contenidos,  el  rey  contestó  que  él  confirma- 
ba todos  los  privilegios  que  tenían,  según  les  habían  sido  guar- 
dados por  sus  predecesores  ;  mas  en  cuanto  á  los  de  las  arcas, 
no  podía  hacerlo  sin  saber  lo  que  contenían ;  de  lo  cual  no  que- 
daron muy  satisfechos  los  de  aquella  villa  (2). 

No  rigiendo  en  Vizcaya  el  derecho  del  reto  ó  desafío,  como 
en  Castilla,  le  concedió  á  petición  de  la  mayoría  de  los  congre- 
gados, que  consideraban  se  evitarían  así  muchas  muertes  y  ma- 
les. Otorgó  algunas  peticiones  más,  y  con  mayor  entereza  que 
á  la  que  á  sus  pocos  años  correspondía,  pues  apenas  había  cum- 
plido catorce,  negó  demandas  que  le  parecieron  injustas,  como 
la  de  condonar  rentas  atrasadas,  respondiendo  á  otras  que  to- 
maría su  acuerdo  y  consejo,  y  resolvería  lo  que  fuese  más  en 
pro  de  su  servicio  y  de  Vizcaya.  Así  lo  hizo  respecto  á  perdonar 
delitos  antes  cometidos  (3). 

Aquella  provincia  iba  acreciendo  su  importancia.  En  un 
principio  no  tuvo  más  que  anteiglesias,  llamadas  así  porque  en 
las  mañanas  de  los  días  festivos,  cuando  se  juntaban  los  feligre- 
ses para  oir  misa,  daban  poderes,  elegían  fieles  y  otorgaban  es- 
crituras;  y  como  en  la  antigüedad  no  había  conjunto  de  casas, 
ni  edificios  concejiles,  sino  unas  caserías  esparramadas,  escribía 


(i)  En  Arechabala  halló  á  los  vascongados  que,  como  enemistados  entre  sí, 
estaban  apartados  con  sus  compañas.  «  E  en  otra  parte  falló  muchas  compañas 
que  se  llamaban  la  Hermandad  que  desque  el  regnara  eran  puestos  en  hermandad 
por  rescelo  de  los  mayorales  de  la  tierra  si  quisiesen  atreverse  á  facer  algún  daño 
para  non  gelo  consentir.»  —  Crónica  de  D.  Enrique  III. 

(2)  Ayala. —Crdw. 

(3)  Consultó  el  rey  con  los  de  su  Consejo  é  con  los  mayores  de  Vizcaya,  acor- 
dando se  hiciese  justicia  con  los  malhechores. 


VIZCAYA  477 

el  notario:  «en  la  anteiglesia  de  tal  parte»,  como  si  dijese:  en 
la  puerta  de  tal  iglesia;  esto  es:  eleze  ateac^  según  los  vizcaínos; 
en  Guipúzcoa  se  dice :  elizaco-atia. 

Para  aumentar  la  población,  y  por  consiguiente  la  renta  de 
los  señores  se  fueron  fundando  villas  en  terrenos  que  pertene- 
cían ó  habían  pertenecido  á  las  anteiglesias,  y  á  fin  de  favorecer 
el  desenvolvimiento  de  aquellas  nuevas  poblaciones,  los  reyes  y 
señores  hacían  concesiones,  muy  á  disgusto  de  aquellas,  origi- 
nándose no  pocas  turbulencias,  viéndose  obligadas  las  villas  de 
buen  ó  mal  grado  á  reducirse  á  los  más  estrechos  límites.  Así 
sucedía  á  Guernica,  á  pesar  de  su  importancia  foral,  que  no  te- 
nía más  terreno  que  el  que  ocupaban  las  casas,  pues  la  misma 
iglesia  parroquial,  el  edificio  de  las  juntas  y  hasta  el  famoso  ro- 
ble de  Guernica,  están  en  terreno  de  Luno  (i).  Bilbao,  la  flore- 
ciente capital  de  la  provincia,  estaba  encerrada  en  un  verdadero 
lecho  de  Procusto,  impidiendo  su  crecimiento  las  anteiglesias  de 
Begoña,  Deusto  y  Abando,  hasta  que  se  legisló  su  ensanche 
en  18Ó5. 

Las  grandes  desavenencias  entre  las  anteiglesias  y  las  villas, 
produjeron  además  ruidosos  pleitos,  terminados  el  año  1630 
con  una  concordia  por  la  cual  vinieron  á  ser  elegibles  los  veci- 
nos de  las  villas,  que  antes  no  lo  eran,  y  se  hizo  aún  en  otros 
puntos  menos  desigual  la  condición  de  los  pobladores  de  las  vi- 
llas, bajo  cierto  aspecto,  porque  en  cuanto  á  privilegios,  los  te- 
nían grandes:  sólo  así  adquirieron  gran  desenvolvimiento  y  pro- 
greso (2). 

Es  indudable  que  el  estado  social  de  Vizcaya  ha  sufrido 
alguna  transformación,  aunque  no  tan  grande  como  la  que  otros 


(  i)  Hace  tres  años  que  el  autor  de  estas  líneas  realizó  la  fuxión  de  la  anteigle- 
sia de  Luno  con  la  villa  de  Guernica,  decretada  por  las  Cortes  Á  propuesta  de 
nuestro  malogrado  amigo  el  diputado  por  aquel  distrito  D.  Ángel  Allende  Salazar. 

(2)  «  Hay  en  Vizcaya  unas  800  casas  labradoriegas  tributarias  ó  censuarlas  al 
señor,  que  tuvieron  principio  en  la  elección  de  Jaun  Zuria,  año  de  870,  y  desde 
dicho  año  hasta  el  de  1480  se  fundaron  las  más  anteiglesias  de  Vizcaya.  Anterior 
al  año  870  apenas  había  en  Vizcaya  una  docena  de  parroquias.»— Trleba. 


478  VIZCAYA 


pueblos  han  experimentado ;  porque  el  país,  las  costumbres  y 
el  idioma,  aunque  no  en  toda  la  provincia  se  hable  el  vascuen- 
ce, han  sido  valladares,  sino  insuperables,  algo  poderosos  para 
mantener  á  los  vizcaínos  en  cierto  aislamiento  que  les  agrada- 
ba, aun  cuando  con  él  sufriese  su  prosperidad  y  riqueza.  Allí, 
como  en  ninguna  otra  parte  de  España,  los  segundones  nobles 
ó  hidalgos,  como  si  temieran  la  nostalgia,  consumían  su  inteli- 
gencia y  ejercitaban  su  valor  y  su  fuerza  en  aumentar  las  desdi- 
chas de  su  país.  Los  solares  infanzones  de  Vizcaya,  llamados  de 
parientes  mayores,  son  la  cuna  de  los  infanzones  labradoriegos, 
por  ser  fundados  por  los  hijos  segundones  de  estas  casas  princi- 
pales; y  Trueba  dice  que,  «cuando  se  fundaban  las  iglesias  pa- 
rroquiales tomaban  denominación  de  las  casas  por  ser  erigidas 
junto  á  ellas.»  Eran  por  consiguiente  estas  casas  más  antiguas 
que  las  parroquias  de  Vizcaya. 

Experimentara  en  lo  antiguo  poca  ó  mucha  variación  el  es- 
tado social  de  Vizcaya,  su  forma  de  ser,  su  gobierno,  ya  fuese 
republicano,  patriarcal  ó  como  quiera  que  fuese  en  la  esencia  y 
en  la  forma,  en  su  prestigio  ó  poder,  tenía  necesariamente  que 
transformarse  al  contacto  de  otra  civilización,  porque  ésta  no 
podía  menos  de  afectar,  como  afectó,  á  los  hombres  y  á  las  cos- 
tumbres, á  sus  leyes,  á  todo  el  modo  de  ser  de  la  sociedad  vas- 
congada, que  no  había  de  permanecer  inalterable,  como  petrifi- 
cada, á  ese  impulso  regenerador  que  ha  removido  y  remueve 
hasta  en  sus  cimientos  las  instituciones  seculares. 


CAPITULO    IV 


JL,>_        Guerra  de  linajes. — Horribles  venganzas.  —  Ferocidad. 
;'  D.  Lope  García  de  Salazar.  —  Retos. —  Severidad 

de  la  justicia. —  El  Clero 


I 


^v  A  considerado  un  ¡lustrado  escritor  alavés,  como  un  ele- 
'-*— ^mento  nuevo  que  venía  desarrollándose  lentamente,  sin  per- 
der nunca  su  carácter  democrático,  el  de  las  casas  solariegas  lla- 
madas de  parientes  mayores,  y  dice:  «Soldados  godos  españoles 
de  los  que  se  refugiaron  en  estas  montañas :  hijos  de  la  tierra 
que  siguieron  á  los  reyes  en  sus  empresas  contra  los  moros; 
quizás  algunos  de  los  más  beneméritos  servidores  del  país,  tal 
fué  sin  duda  el  origen  de  esta  clase  social.»  Pudo  serlo;  pero 
vemos  muy  claro  que  en  aquella  continua  lucha  de  bandos  y 
linajes  no  se  peleaba  por  ninguna  idea  que  beneficiara  al  pueblo 
ni  al  país.  Inspirados  todos  en  un  ardiente  y  nunca  satisfecho 
deseo  de  venganza  y  de  predominio,  en  pos  de  aquellas  huestes 


480  VIZCAYA 


no  quedaba  más  que  sangre,  ruinas  y  cenizas,  que  no  son  segu- 
ramente elementos  civilizadores  cuando  no  fueron  producidos 
tales  desastres  por  la  defensa  de  una  idea  ó  de  un  principio 
civilizador.  Antes  por  el  contrario,  se  conculcaban  los  deberes 
más  sagrados,  los  principios  más  humanitarios,  los  respetos 
más  santos;  porque  ni  los  vínculos  de  la  familia  ni  del  paren- 
tesco, ni  la  ancianidad,  la  niñez,  ni  el  sexo,  ni  aun  los  templos 
consagrados  á  Dios  se  respetaban.  ¡Tristes  páginas  de  la  histo- 
ria de  Vizcaya  escribieron  los  linajes,  los  parientes  mayores, 
los  gamboinos  y  oñacinos,  y  desde  bien  remotos  tiempos ! 

Si  en  1390  se  levantaron  las  hermandades  con  el  corregidor 
Moro;  años  después  (141  5)  se  alzaron  en  su  contra  porque  em- 
barcaba trigo  para  Asturias  por  mandado  del  rey.  Tenían  esto 
por  desaforamiento,  juntaron  unos  y  otros  fuerzas,  y  no  queda- 
ron bien  parados  los  de  la  hermandad,  que  poderosos  vizcaínos 
ayudaron  al  corregidor  (i);  en  general,  podían  más  las  rivalida- 
des de  familia  que  los  intereses  del  país.  Abundaba  el  odio  y 
faltaba  el  patriotismo. 

En  todos  los  encuentros  de  aquella  tan  sostenida  lucha  fra- 
tricida se  ve  saña,   ferocidad  en  la   pelea   (2);   en    ninguno  esa 


(i)  Los  levantados  en  su  contra  «cercáronle  en  la  villa  de  Guefnica,  en  las 
casas  que  había  junto  á  la  iglesia  de  arriba,  salió  de  ella  por  pleitería,  se  fué  á  Zor- 
noza  y  llamó  á  todos  los  vasallos  del  Rey  de  Vizcaya  y  Encartación,  y  con  ellos 
Juan  de  Abendaño  y  Ochoa  de  Salazar;  en  la  villa  de  Larrabezua,  juntáronse  los  de 
la  hermandad  de  Vizcaya  y  Encartaciones,  y  estando  á  punto  de  pelear,  el  Dr.  Moro 
tuvo  maña  porque  se  fuesen  los  de  la  Encartación,  y  los  de  Villela  viendo  aquello 
se  retrageron  á  Erandio,  y  por  consejo  de  Martin  Ortiz  de  Martiarto,  que  era  gober- 
nador mayor,  y  con  él  los  alcaldes  de  Busturia  ibancaronse  allí;  llegó  el  Dr.  Gon- 
zalo Moro  con  toda  la  gente  y  Juan  de  Abendaño  con  todos  los  parientes  según  la 
voluntad,  como  á  contra  del  enemigo,  dio  el  primero  encima  de  un  caballo  en 
ellos  y  todos  los  basallos  con  el  dicho  Doctor,  y  como  era  comu'nidad  fueron  todos 
desbaratados,  murieron  Martin  Ortiz  de  Martiarto,  un  alcalde  de  Busturia  y 
otros  58  hombres  entre  heridos  y  ahogados  en  el  pasage  de  Luchana. —  Iturriza. 

(2)  Entre  los  infinitos  ejemplos  que  podríamos  presentar  y  aun  presentare- 
mos, de  bárbara  crueldad,  no  debemos  omitir  que  en  la  empeñada  lucha  de  los 
de  Durango  con  sus  vecinos  los  de  Zaldivar,  en  la  que  también  tomp  parte  Elorrio 
(1468),  reuniéronse  en  los  campos  de  esta  villaalgunos  miles  de  hombres,  pues 
sólo  de  los  que  acudieron  contra  ella,  oayuntáronse  en  Comna  de  Durango  fasta 
cuatro  mil  omes  mucho  armados,  e  ochenta  de  caballo  con  los  de  Zarate,  que  ve- 
nicron  diez  de  caballo,  e  fueron  derechamente  á  la  villa  de  Elorrio.  por  la  cercar 


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VIZCAYA  481 


elevada  humanidad  y  nobleza  que  enaltece  al  hombre;  más  que 
guerra  entre  cristianos,  parecía  serlo  entre  salvajes.  Así  la  historia 
no  lamenta  el  trágico  fin  de  casi  todos  aquellos  que  se  llamaban 
nobles  y  caballeros;  y  el  mismo  García  de  Salazar,  refiriendo  la 
muerte  de  algunos  de  éstos  dice:  «E  así  fenecieron los  cua- 
les lebantaron  todas  estas  guerras  e  fueron  causadores  de  todas 
estas  cosas  e  omecidas  que  fasta  aquí  se  ficieron.  E  de  todas 
las  otras  que  después  se  fisieron  e  farán  de  aquí  adelante  en  el 
dicho  señorio  de  Vizcaya  e  de  la  Encartación,  e  aun  algunos 
de  Burgos  abajo.  E  fesieron  ir  muchas  almas  al  otro  mundo  á 
dar  cuenta  de  todos  sus  fechos.  E  después  fueron  ellos  en  pos  de 
ellos,  á  dar  cuenta  de  los  suyos  ante  el  juicio  de  Dios.» 

La  mala  semilla  por  ellos  sembrada  no  podía  menos  de  fruc- 
tificar. Cuando  se  carecía  de  fuerzas  propias  se  apelaba  á  las 
agenas;  y  entró  en  Vizcaya  el  conde  Diego  Gómez  Sarmiento 
con  gente  de  á  caballo  á  sueldo,  por  llamamiento  de  Pedro  de 
Avendaño  y  sus  parientes,  quemando  y  robando  cuánto  de  los 
gamboinos  encontraron  á  su  paso  desde  Ochandiano  á  Duran- 
go,  Guernica  y  Bermeo;  peleándose  con  tal  encono,  que  los  de 
Zaldivar  prefirieron  quemar  su  casa  antes  que  se  apoderaran  de 
ella  sus  enemigos,  é  hicieron  lo  mismo  con  otras. 


c  combatir  con  las  Lombardas  de  Santander,  que  llevaba  Juan  Alonso,  que  era 
mucho  buena,  e  grande,  con  grand  soberbia,  no  consenticndo  pleitesías  ningu- 
nas...» Llegaron  hasta  600  hombres  que  llevaban  el  cargo  de  asentar  las  lombar- 
das, y  los  que  habían  quedado  atrás  con  Juan  Alonso,  no  sabiendo  si  por  traición 
ó  por  misterio  de  Dios,  huyeron  «derrancadamentc.  echando  los  pabcses  en  tierra 
á  una  hora,  mas  de  tres  mil  quinientos  omes.» 

Las  de  la  villa  trabaron  entonces  la  pelea  «e  como  'lonzalo  de  Salazar  se  vio 
ferido  por  la  cara  de  una  lanza,  dejó  el  pabcs  e  tomó  la  espada  en  la  mano,  ca  era 
el  mas  valiente  ome  de  su  cuerpo,  é  esforzado,  que  se  tallaba  entre  los  omes,  c 
pribado  en  muchos  logares,  e  dio  con  la  espada  al  caballo  de  Juan  de  .\vendaño 
en  el  pescuezo,  que  gelo  echó  en  tierra  con  la  cabeza,  e  cayó  el  caballo  en  tierra. 
Juan  de  Avendaño  delante  del,  e  como  le  vio  en  tierra  caido.  le  lebar  la  cabeza 
por  so  el  capacete  que  tenia  atacado,  e  dióle  sobre  la  visera  del  que  entró  la  espa- 
da mucho  por  él,  e  en  esto  lo  cargaron  de  golpes  en  la  cabeza,  quel  háblese  alzado 
la  barreta,  e  en  los  muslos,  que  fué  luego  muerto,  e  morieron  con  él,  de  los 
suyos...»  De  los  dos  prisioneros,  que  heridos  y  contra  lo  acostumbrado  llevaban  á 
la  villa,  mataron  á  uno  á  la  puerta  de  ella  y  murió  sofocado  el  otro,  como  otros  mu- 
chos, pues  «lastimaban  de  feridas  á  los  que  yacian  afogados  e  muertos,  e  desnu- 
dábanlos sino  los  paños  menores.» 

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482  VIZCAYA 

Para  atajar  tantos  males  fué  á  Vizcaya  por  virrey  de  ella, 
con  poderes  del  monarca,  el  conde  D.  Pedro  de  Velasco,  pedido 
también  por  los  mercaderes  de  Burgos  y  por  las  villas  del  se- 
ñorío, cuyos  habitantes  no  estaban  seguros  ni  aun  por  el  mar, 
que  en  todas  partes  les  robaban,  y  si  alguno  de  aquellos  hidalgos 
bandoleros  no  robaba,  tomaba,  «como  Lope  Hurtado,  la  tercia 
parte  de  lo  que  otros  robaban,  dando  gelo  ellos.»  Y  fué  tam- 
bién el  conde  de  Haro  con  poderosa  hueste,  que  le  permitió 
ejecutar  severos  castigos,  colgando  á  unos  y  desterrando  á 
otros. 

Todo  este  rigor  era  necesario,  porque  constantemente  se 
cometían  los  más  feroces  asesinatos  y  traidoramente.  «En  el 
año  de  i  330,  según  García  de  Salazar,  convidaron  los  escuderos 
de  Ibarguen  á  comer  á  Juan  Ruiz  de  Zaldivar,  y  cuando  se  sen- 
taron á  comer  pidieron  sal,  y  salieron  de  una  cámara  50  hom- 
bres que  hacian  escondidos  y  mataron  á  dicho  Juan  Ruiz  de 
Zaldivar  y  á  los  15  hombres,  y  quedó  por  refrán  que  cuando 
alguno  pide  sal  que  digan  no  sea  lo  de  Ibarguen. » —  «En  el  año 
del  Señor  de  1370  años  salió  Juan  López  de  Gamboa,  el  viejo, 
abuelo  de  Fernando  de  Gamboa,  con  poderosa  gente  de  los 
Gamboynos,  con  la  luna,  e  amanecióle  en  Marquina,  e  quemó  á 
Gonzalo  Iñiguez  de  Marquina,  e  á  dos  fijos  e  otros  ocho  omes 
de  los  suyos  dentro  de  su  casa,  e  derribáronla  por  el  suelo.» 

Más  de  veinte  años  duró  la  sangrienta  guerra  emprendida 
por  los  del  linaje  de  Leguizamón  con  los  de  Zurbarán;  y  en 
medio  de  estas  luchas  se  promovían  otras  y  nuevas  discordias. 

El  Dr.  Gonzalo  Mora,  corregidor  de  Vizcaya,  casado  con 
D.'^  María  Urtiz  de  Ibarguen,  además  de  estos  vínculos  de 
parentesco,  tenía  derechos  á  la  gratitud  de  los  vizcaínos  por 
los  beneficios  que  les  prestó  en  la  larga  duración  de  su  corregi- 
miento, por  haber  reedificado  y  ampliado  la  ermita  juradera  de 
Santa  María  la  Antigua  de  Guernica,  donde  yace  sepultado, 
por  las  muchas  pruebas  que  dio  de  su  amor  á  la  provincia. 
¡Cuan  poco  le   hubieran  valido   todos  éstos  méritos  si  buenos 


VIZCAYA  48^ 


vizcaínos  no  le  hubieran  ayudado  en  las  luchas  que  tuvo  que 
sostener! 

Por  este  tiempo,  convocando  D.  Pedro  de  Avendaño  toda 
su  parentela  á  voz  de  justicia,  acompañado  del  Prestamero 
Ochoa  Sánchez  de  Guinea,  fué  á  Ochandiano,  donde  quemó  las 
casas  fuertes  de  Butrón,  20  más  en  Aramayona,  de  las  cuales 
eran  14  de  Juan  de  Mendiola,  que  corrió  á  tomar  venganza  (i). 

Iturriza  refiere  que  hacia  1438  fué  Pedro  Avendaño  á  la 
villa  de  Munguía  con  300  hombres  y  una  bombarda,  comba- 
tiendo con  ella  la  casa  de  Bertiquiz,  de  Gómez  González,  «tirán- 
dole noches  y  dias  y  pasándola  de  parte  á  parte  por  ser  de 
madera  y  paredes  delgadas,  púsole  en  mucho  aprieto;  vino 
Gómez  González  con  todos  sus  parientes,  y  no  la  pudo  socorrer, 
porque  la  combatian  y  derribaban  de  dentro  de  la  villa  con  la 
bombarda,  y  porque  Pedro  de  Avendaño  no  queria  salir  de  ella, 
convinieron  que  Gómez  González  derribase  totalmente  la  dicha 
casa  de  Bertiquiz,  y  que  Avendaño  por  consiguiente  deshiciese 
una  buena  casa  que  tenia  en  Zornoza  y  hiciese  treguas.» 

De  estos  odios  de  linajes  participaban  las  mujeres,  quizá 
con  mayor  pasión.  Cabeza  del  linaje  de  los  Vélaseos  D.^  San- 
cha de  Carrillo,  cuyo  esposo  había  muerto  en  una  de  las  bata- 
llas con  los  Salazares  y  Calderones,  anhelaba  venganza  y  la 
inspiraba  á  su  hijo  de  pocos  años;  pero  estaba  dividido  el  linaje 
de  los  Vélaseos,  al  que  se  propuso  reconciliar  y  unir,  cual  lo 
consiguió,  uno  de  sus  principales  miembros,  Diego  el  Gallardo; 


(1)  «Como  el  de  Mendiola  no  les  hallase  fué  buscándolos  y  topó  con  uno  de 
Arratia  que  yba  diciendo  á  voces:  balda,  balda;  y  como  le  vio  arrojóle  una  lanza 
que  en  las  manos  llevaba  diciendo  :  fcaia  emenbera y  la  cotalaUa.  que  quiere  de- 
cir:  pues  aquí  también  debe  haber  otro  como  tú:  y  del  golpe  quedó  muerto  el 
Arratiano,  y  pasando  adelante  topó  con  Gasto  Apala  que  andaba  recogiendo  los 
suyos,  los  quales  andaban  sin  orden  robando  la  tierra,  y  como  le  vio  le  arrojo  un 
dardo  con  que  le  hirió  y  se  asieron  y  el  de  Mendiola  le  asió  de  los  cabellos  y  arras- 
tró y  mató  queriéndole  quemar;  acudieron  unas  mugeres  del  diciéndole  que  fuese 
á  defender  la  tierra  de  los  vivos,  que  ya  aquel  no  tenia  mas  mal.— Asi  fué  contra 
el  Prestamero  y  Pedro  de  Abendaño.  que  se  iban  cargados  del  robo  hecho  por  el 
paso  de  Aratondo  á  los  que  andaban  robando,  y  después  de  haber  bien  peleado 
vencieron  los  de  .Aramayona.»— Mendieta,  M.  S. 


484  VIZCAYA 


y  como  sólo  un  pariente  s^  negara  á  la  concordia,  obligóle  so 
pena  de  muerte  á  llevar  un  cencerro  al  cuello,  «para  que  fuese 
conocido  do  quiera  que  ándase.»  «Un  día  estaba  D.^  Sancha 
Carrillo  con  los  suyos  orilla  del  Ebro,  junto  á  Oña,  y  el  del 
cencerro  se  le  escapó  pasando  á  nado  el  río.  D.^  Sancha  soltó 
en  pos  de  él  sus  perros  alanos,  que  le  alcanzaron  y  sujetaron 
hasta  que  pasó  á  allá  Pedro  Ruiz  de  Barcena  y  le  cortó  la 
cabeza  por  encargo  de  D.^  Sancha  (i).» 

Alentando  ésta  á  los  suyos,  no  perdonando  medio  ni  fatiga 
para  lastimar  á  sus  contrarios,  obtuvo  del  rey  D.  Alfonso  que 
depositara  en  ella  la  justicia  y  fuera  por  Adelantado  Fernán 
Pérez  de  la  Orden,  quien  juntando  fuerzas  acometió  á  Sancho 
de  Salazar  al  que  cortó  la  cabeza  Fernán  Pérez.  Era  tío  del  de- 
capitado, Lope  García,  el  de  los  ciento  veintidós  hijos,  y  con 
40  de  ellos  y  hasta  más  de  300  de  á  pié  y  á  caballo  corrió  á 
vengar  á  su  sobrino  y  á  socorrer  á  dos  de  sus  hijos  y  algunos 
criados  á  quienes  se  pretendía  quemar  dentro  de  la  casa  en  la 
que  estaban  cercados:  interpúsose  el  Cadagua  entre  ambas 
huestes,  Lope  alentó  á  las  suyas,  remitiéndose  á  su  decisión; 
ninguno  respondió  embargados  ante  el  peligro,  hasta  que  uno 
de  sus  hijos  bastardos,  dijo:  ■ —  «  Señor,  allí  tenéis  dos  hijos  de..., 
y  aunque  vos  maten  aquellos,  vos  quedamos  otros  ochenta ;  pero 
tenedes  allí  también  doce  criados  que  los  criasteis  de  pequeños, 
y  si  aquellos  habéis  de  ver  morir  delante  de  vuestros  ojos, 
malo  fué  el  dia  que  vos  nacisteis  é  mas  vos  valiera  morir  una 
muerte  é  no  dos  ó  más.  Por  ende,  vayamos  lo  mismo  en  esta 
ocasión  que  en  otras,  á  los  enemigos,  é  matémonos  con  ellos,  é 
con  la  gracia  de  Dios  yo  mataré  con  esta  lanza  cinco,  é  con  esta 
espada  otros  cinco,  é  otros  cinco  con  esta  daga,  é  á  dentadas 
otros  cinco  despedazaré.  Vamos  á  ellos,  é  haga  cada  uno  de  vos 
así.  >  —  Espoleó  á  su  caballo,  lanzóse  al  río,  le  esguazó,  siguié- 
ronle los   demás,  arremetieron  á   los   enemigos  que  se  vieron 

(i)     Trueba. 


VIZCAYA  485 


también  acometidos  por  la  espalda  |)or  los  cercados,  mató  Juan 
López  por  su  propia  mano  más  del  número  que  ofreciera,  incluso 
al  Adelantado  la  Orden  (i);  admiraron  amigos  y  enemigos 
sus  heroicas  proezas,  y  al  fin  después  de  mucho  derramamiento 
de  sangre  triunfó  el  de  Salazar,  muriendo  unos  i  20  de  los  Vé- 
laseos. Entre  los  prisioneros  se  contó  D.'^  Sancha,  que  debió 
quedar  pronto  en  libertad,  porque,  «continuándose  la  guerra 
entre  estos  Vélaseos  é  Ángulos  é  Salazares,  esta  D."  Sancha 
Carrillo  de  Velasco  derribó  la  casa  é  palacios  de  Salazar  que 
eran  de  Lope  García,  é  tomó  las  maderas  é  tejas,  é  escrituras, 
é  salió  á  un  campo  para  hacer  con  ello  unos  palacios  é  casa.  E 
como  lo  supo  Lope  García,  tomó  consigo  50  de  á  caballo  é  200 
hombres  de  á  pié  é  salió  una  noche  de  Nograro  con  la  luna  é 
amanecióle  en  Salazar.  É  como  los  vieron  todos  los  vecinos  é 
carpinteros  echaron  á  huir  hacia  el  monte  que  es  cerca;  é  como 
él  los  vio  así  ir  huyendo,  llamólos  diciéndoles: —  «Tornad  acá 
mis  naturales  é  parientes,  que  no  tenedes  culpa.  >  — E  torna- 
dos, dióles  de  comer  allí  con  los  suyos,  é  dio  fuego  á  las  made- 
ras por  cuatro  lugares  é  también  á  la  teja.  É  asi  quemado,  dí- 
joles:  Ahora  parientes  é  naturales,  quedadvos  á  Dios,  que  nunca 
mas  aquí  me  veredes;  pero  D.'^  Sancha  ni  los  de  Velasco  nunca 
harán  casa  ni  palacio  con  lo  que  mis  antecesores  dejaron  ». 

Si  en  este  hecho  mostró  Lope  García  sentimientos  de  hu- 
manidad no  acostumbrados,  su  bastardo  Juan  López  creyóse 
obligado  á  ser  hidalgo  y  á  arriesgar  su  vida  aun  en  defensa  de 
criminales.  Seis  de  estos,  perseguidos  por  la  justicia  se  entraron 
en  su  casa  de  San  Pelayo  cuando  estaba  comiendo.  Pedro  Nú- 
ñez  de  Avellaneda,  merino  y  prestamero  de  las  Encartaciones 
por  el  señor  de  Vizcaya,  pidió  amparo  á  Juan  López,  que  con- 
testó que  aunque  le  pesaba  verlos  en  su  casa,  no  los  desampa- 


(i)  Como  una  prueba  de  la  saña  con  que  se  combatía,  cuenta  la  Crónica  que 
Lope  García  cortó  la  cabeza  á  la  Orden,  ya  muerto,  y  dándose  golpes  con  ella,  gri- 
taba :  «¡Oh  sobrino  Sancho  Salazar,  qué  mal  trueco  tomo  yo  en  esta  cabeza  por  la 
tuya  que  él  cortó  malamente !» 


486  VIZCAYA 

raría.  Acudió  entonces  el  n^rino  con  su  gente;  aprestó  López 
diez  jinetes  y  50  peones  que  aun  en  tiempo  de  paz  tenía  para 
su  defensa;  le  requirieron  dos  alcaldes  y  escribanos  para  que 
entregase  á  la  justicia  aquellos  malhechores,  y  contestó:  que 
sentía  hubiesen  entrado  en  su  casa  aquellos  hombres,  que  ni 
sabía  quiénes  eran,  « por  lo  que  les  ruego  é  pido  con  mucha  gra- 
cia que  pues  con  el  temor  de  la  muerte  entraron  cuidando  es- 
capar de  él  con  mi  esfuerzo,  por  honra  mia  é  del  mi  linaje  no 
quieran  dar  tal  baldón  é  amenguamento  á  mi  casa  é  persona.» 
Insistió  uno  en  que  había  de  dar  á  los  acotados  ó  él  entraría 
por  ellos.  —  Otra  vez  respondió  López:  «  decid  al  caballero  de 
Avellaneda  que  no  me  quiera  poner  en  tal  prueba  é  será  cosa 
que  yo  mucho  se  lo  agradeceré.  >  No  atendiendo  el  merino  Ave- 
llaneda á  más  razones,  mandó  cercar  la  casa,  lanzóse  López 
fuera  con  su  gente,  y  como  la  del  merino  sólo  estaba  armada 
con  ballestas  y  lanzas,  y  eran  gente  de  comunidad  que  no  ca- 
taban uno  de  otro,  mató  25  y  prendió  100,  cuyas  vidas  respetó. 

No  fué  muy  agradecida  esta  generosidad,  ni  se  tuvo  á  sus 
canas  el  respeto  y  consideración  debida,  que  veinte  años  después, 
contando  López  ya  ochenta,  obtuvo  Pedro  Fernández  de  Velas- 
co  un  albalá  del  rey  D.  Pedro  para  matar  á  López.  No  atre- 
viéndose á  acometerle  de  frente,  usó  de  astucia,  invitándole  á 
que  le  ayudase  á  la  toma  de  Arceniega,  á  lo  cual  accedió  acu- 
diendo con  20  caballeros  y  700  peones.  Aun  cuando  Velasco 
tenía  mayores  fuerzas  no  se  atrevió  con  las  de  López,  y  le  con- 
vidó á  comer  con  él  en  Villasana,  dejándose  la  gente.  En  vano 
le  advirtieron  sus  parientes  que  iba  á  buscarla  muerte;  les  recha- 
zó diciéndoles  que  no  era  Pedro  Fernández  de  Velasco  caballero 
capaz  de  una  alevosía,  y  sólo  le  acompañó  uno  de  sus  hijos,  de 
18  años. 

Al  entrar  á  comer  en  Villasana,  quitáronle  la  espada,  daga 
y  manto  para  que  se  sentase.  Terminada  la  comida,  retiraron 
los  cuchillos  y  diez  hombres  armados  le  prendieron  y  á  su  hijo. 
Al  punto  dijo  á  su  mozo  de  espuelas  corriera  á  Arceniega  «é  di 


VIZCAYA  487 


á  los  mios  que  curen  de  sí  que  lo  mió  hecho  es  » . —  « É  el  mozo 
tiró  á  poder  de  cabalgadura  é  fuese  haciendo  grandes  llantos.» 
Atado  y  sobre  una  muía  con  un  hombre  á  las  ancas  llevá- 
ronse á  Juan  López  á  la  puente  de  Caniego,  donde  le  preguntó 
Velasco  en  qué  sitio  murió  López  de  la  Orden,  y  respondió:  ■ — 
€  Aquí,  aquí  le  corté  la  cabeza  con  la  mi  espada  y  á  otros 
muchos  de  vuestro  linage.  La  vida  me  quitáis,  pero  no  podéis 
quitarme  80  años  que  yo  he  vivido  ensangrentando  las  mis 
armas  é  las  mis  manos  en  los  vuestros,  no  con  alevosía,  mas  si 
en  plaza  é  como  todo  hijo-dalgo  debe  hacer.  La  muerte  que  me 
dais,  en  los  tiempos  del  mundo  que  de  ella  habrá  memoria  vos 
será  retraida  por  aleve  á  vos  é  á  vuestra  generación  é  á  estos 
mis  enemigos  que  son  con  vos  en  ella». 

Aquel  hombre   que  así   respondía   á   su   enemigo   en   cuyo 
poder  estaba,  que  tantas  veces  había  arrostrado  la  muerte  y  pro- 
ducídola,  que  jamás  la  temió,  entristecióse,  y  dicela  Crónica  tque 
fué  un  rato  callando  é  llorando.»  Lejos  de  respetar  su  desgra- 
cia insultáronle  sus  apresadores,  instando  á  Velasco  le  acabase 
pronto  empozándole,   que  sino   le  acabarían  ellos;  diéronle  un 
clérigo  y  otro  á  su  hijo,    empozaron   á  éste  antes  para  dar  al 
padre  mayor  pena,  y  sin  que  éste  acabara  de  confesarse,  echá- 
ronle en  el  pozo  del  río,  «étan  esforzado  se  mostró,  que  cuando 
salia  mostraba  la  cara  alegre.  Como  el  agua  era  asaz  pequeña, 
quedaba  con  los  pies  metidos  en  ella  é  salia  la  cabeza  sobre  el 
agua  é  le  daban  los    enemigos   en   ella   con   los  cuentos  de  las 
lanzas  é   algunos  con   los   fierros,  é  cada   vez  que  así  salia  é  le 
daban  les  decia: — Dad,  dad  hijos  de  p...,  que  si  como  tengo  una 
alma  en  mi  cuerpo  tuviera  cien,  no  vos  podríades  vengar  de  mí, 
que  yo  he  sido  tal  en  sacar  sangre  del  vuestro  linage,  que  no  lo 
podríades  vengar  en  otros  trescientos  tales  como  yo.  Dad  cuanto 
pudierades,  hijos  de  p...!»    Así  acabaron  con  aquel  anciano  de 
tanta  fuerza  y  bríos  como  espíritu. 

Sin  aplacar  estas  muertes  los  vengativos  deseos  de  Velasco, 
que  obtuvo  del  rey  D.  Enrique  el  favor  que  D.  Pedro  le  dispen- 


^88  VIZCAYA 


sara,  derribó  37  casas  fuertes  del  linaje  Salazar,  y  no  pudiendo 
hacer  lo  mismo  con  la  de  la  Cerca,  defendida  por  dos  hermanos, 
obligó  á  éstos  á  encerrarse  en  la  pegante  iglesia  de  .Santa  Ma- 
ría, por  considerarse  seguros  en  aquel  lugar  sagrado;  pero  ni 
esto  detenía  al  vengativo  Velasco,  que  creyendo  acallar  los  es- 
crúpulos de  su  conciencia  encomendando  á  otros  su  venganza, 
llamó  á  unos  judíos  para  acometer  la  iglesia,  los  cuales  la  de- 
rribaron, cogieron  á  los  Salazares,  los  de  Velasco  y  les  corta- 
ron la  cabeza  junto  á  la  iglesia  de  Medina  de  Pomar. 

No  impedía  todo  esto  que  continuara  la  lucha  encarnizada 
de  linajes  y  bandos  en  Vizcaya,  llevándola  á  Álava  y  Guipúz- 
coa, como  vimos  al  referir  la  expedición  en  1420  de  Fernando 
de  Gamboa  el  Ladrón  de  Balda  con  todo  el  poder  de  los  gam- 
boinos  contra  Lezcano. 

No  fué  sola  D.^  Sancha  la  que  de  su  sexo  se  mezcló  en 
aquellas  contiendas  tomando  una  parte  activa  en  ellas;  pues 
cuando  entró  Avendaño  con  gran  golpe  de  gente  en  Bermeo, 
( 1440)  cercó  á  Arbolancha  en  su  torre  y  trabóse  pelea,  acudió 
D.^  María  Alonso,  mujer  de  Butrón,  en  su  socorro  y  recrude- 
cióse el  combate. 

Dos  años  después,  siendo  corregidor  de  Vizcaya  y  de  toda 
Guipúzcoa  Gonzalo  Muñoz  de  Castañeda  «  y  habiendo  hecho  á 
muchos  entre  linages  de  Bilbao  prisioneros  por  sus  barbaridades 
y  omicidios  y  dejando  allí  su  teniente  se  fué  á  Guipúzcoa  lle- 
vando consigo  á  Juan  Marroquin  de  Salcedo,  a  Martin  Saenz  de 
Aun-cibay  y  otros  de  sus  linages  y  entró  en  la  villa  de  Mondra- 
gon  y  recrecióse  nudo  entre  los  que  llevó  el  corregidor  con  los 
del  bando  de  la  villa,  y  habiendo  peleado  entre  ambas  partes 
murieron  Juan  Marroquin  de  Salcedo  y  Martin  Saenz  de  Aun- 
cibay  y  otros  también  algunos  de  dicha  villa  de  Mondragon  >  (i). 

En  este  mismo  año,  según  Garibay  al  que  sigue  Soraluce, 
para  que  nada  faltase   de  infausto  recuerdo,  Fray  Alonso  de 


(i)     Itupriza. — M.5. 


VIZCAYA 


489 


Mella  tuvo  la  osadía  de  predicar  en  Durango  y  otros  pueblos 
inmediatos  la  comunidad  de  mujeres.  No  parece  sino  que  ade- 
más de  los  ánimos,  estaban  perturbadas  las  creencias  religiosas 
y  hasta  las  nociones  de  toda  moral,  los  principios  más  vulgares 
de  derecho,  de  respeto  y  aun  de  consideración  mutua.  Pero  aún 
no  hemos  terminado  la  narración  de  horrores,  increíbles  á  no 
consignarlos  escritores  autorizados  y  especialmente  uno  que  fué 
además  de  narrador,  testigo  y  actor  en  muchos  de  ellos. 


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Castillo    df.   Muñatones 


D.  Lope  García  de  Salazar,  á  quien  ya  hemos  citado,  que 
además  de  la  Crónica  de  Vizcaya,  escribió  el  precioso  libro  de 
las  Bienandanzas  ¿fortunas ,  cuando,  como  se  ha  dicho  oportu- 
namente, por  su  mala  andanza  y  peor  fortuna  se  hallaba  preso 
en  la  torre  de  San  Martín  de  Muñatones  por  su  ingrato  y  des- 
naturalizado hijo,  es  una  de  las  más  notables  figuras  de  Vizcaya. 

Niño  aún  D.  Lope  peleó  en  los  campos  de  Santullán  con  los 
Marroquines  de  Samano,  con  quienes  por  tercera  vez  guerreaba 
su  linaje,  y  al  año  siguiente  fué  con  siete  de  los  suyos  á  sor- 
prender á  Lope  Ochoa  de  Mendieta,  y  lo  consiguió,  atravesán- 
dole de  parte  á  parte  con  su  ballesta.  Siguió  interesándose  en 
peleas  sucesivas,  constituyendo  la  guerra  su  más  predilecta  ocu- 
pación, pues  si  alguna  vez  daba  tregua   al  pelear  era  para  es- 


J<)0  VIZCAYA 


cribir  sus  crónicas:  heredó  á  su  padre  en  la  jefatura  y  cabeza 
de  su  linaje  y  bando;  declaró  la  cuarta  guerra  á  los  Marroquí 
nes,  á  los  que  se  pasaron  sus  sobrinos  del  solar  de  Alcedo, 
dándole  con  esto  uno  de  los  mayores  sentimientos  que  tuvo  en 
su  vida;  otros  parientes  siguieron  el  ejemplo  de  aquellos,  dicien- 
do Salazar  que  por  su  falta  de  corazón  se  le  tornaron  enemigos; 
no  le  desanimó  esto  ni  disminuyó  sus  bríos,  que  emplearlos  supo 
en  repetidos  combates  en  los  que  puso  á  sus  contrarios  en  tal 
aprieto  que  de  nuevo  pidieron  ayuda  al  conde  de  Haro,  dicién- 
dole  que  si  no  les  ayudaba  se  verían  obligados  á  pasarse  á  los 
Salazares ;  y  aun  con  la  ayuda  que  el  conde  les  envió,  lejos  de 
arredrarse  García  de  Salazar,  convocó  todos  sus  parientes  y 
aliados,  resistiendo  con  ellos  tan  valerosamente  que  desesperan- 
zados sus  enemigos  de  vencerle,  abandonaron  las  Encartaciones 
dejando  en  pos  de  sus  huellas  el  incendio. 

Durante  aquella  constante  lucha  murió  Juan  de  Salcedo,  y 
un  hijo  de  García  de  Salazar  solicitó  la  mano  de  la  hermosa  y 
rica  viuda  de  Juan,  y  como  se  le  negara,  se  apoderó  de  noche 
por  fuerza  de  la  torre  del  difunto  y  de  la  viuda,  y  acompañando 
le  un  clérigo  se  efectuó  violentamente  el  casamiento.  Produjo 
este  escandaloso  hecho  terrible  guerra,  y  no  menos  terribles  de- 
sastres. Por  una  sopa  de  pan  que  había  comido  en  la  caldera 
uno  de  los  linajes  de  los  Galochas  con  los  de  la  Sierra  se  produ- 
jo «mucha  guerra  é  muertes,  é  omecidos,  é  salieron  todos  mu- 
cho guerreros,  é  profiosos,  é  perversos  por  ser  omes  comu- 
nes »  (i). 

No  era  seguramente  muy  distinguido  ni  muy  honroso  el 
origen  de  la  mayor  parte  de  aquella  civil  guerra,  que  á  partir 
del  siglo  XII  ensangrentó  á  Vizcaya,  Guipúzcoa  y  Álava ;  pues 
aun  haciendo  caso  omiso  de  ciertos  y  no  comprobados  incestos, 
aunque  otros  son  evidentes  (2),  la  feroz  lucha  entre  las  casas 


(i)     Salazar. 

(2)     En  pugna  los  linajes  de  Mendoza  y  Guevara  en  Álava,  sobre  quién  valía 
más,  se  realizó,  como  prenda  de  unión,  el  casamiento  de  D.  íñigo  de  Guevara  con 


VIZCAYA  49 1 

(Je  Mendoza  y  de  Mendivil,  procedía  del  rapto  de  una  hija  de 
aquél ;  la  producida  entre  Ochoa  de  Butrón  é  íñigo  Ortiz  de 
Ibargijen  su  primo,  comenzó  en  vida  de  sus  padres,  que  eran 
hermanos,  sobre  cuál  valía  más;  la  persecución  de  un  jabalí,  el 
levantamiento  de  una  casa  de  madera,  un  dicho  jactancioso  y 
aun  menores  motivos  lo  eran  para  matarse  mucha  gente  y  aso- 
lar una  comarca.  Transmitíanse  los  rencores  no  sólo  en  el  mismo 
linaje  sino  en  los  de  los  parientes  y  amigos.  Era  así  constante 
el  pelear  sin  que  arredraran  las  muertes  que  cada  combate  pro- 
ducía, ni  aun  tratándose  de  los  principales,  como  en  la  pelea  de 
Altamira  (1425), 

La  enemistad  entre  los  'de  Butrón  y  los  de  Zamudio  les  lle- 
vaba á  no  respetar  ni  las  treguas  (i);  bien  es  verdad  que  nada 
se  respetaba,  ni  el  regazo  de  la  madre  para  matar  sobre  él  al 
hijo  del  enemigo,  ni  el  encontrar  á  éste  solo  é  inerme,  como  hi- 
cieron los  de  Zarriaga  y  de  Martierto  con  Diego  Pérez  de  Le- 
guizamón,  que  viéndole  solo  en  la  cuesta  de  Castrejana,  le  cor- 
taron la  cabeza  huyendo  los  asesinos :  ni  se  reparaba  en  herir  á 
traición  y  por  la  espalda;  centenares  de  muertes  las  califican  los 
cronistas  de  malamente  hechas.  Veinte  años  más  tarde,  los  hijos 
del  degollado  quemaron  á  uno  de  los  Martierto  dentro  de  su 
casa  con  15  hombres  más,  y  algún  tiempo  después  «los  de  Mar- 
tierto e  los  Zamudianos  con  los  alcaldes  de  la  hermandad,  que- 
maron á  los  hijos  de  Diego  Pérez  de  Leguizamon,  e  a  sesenta 
omes  e  catorce  mugeres  de  su  linage,  e  escapó  Sancho  Diaz  su 


la  hermana  de  D.  Lope  González  de  Mendoza,  la  cual,  al  poco  tiempo  querellóse  á 
su  hermano  de  «quel  su  marido  yantaba  é  cenaba  con  ella,  e  se  iba  acostar  con 
una  manceba  que  tenia,  e  por  esta  causa  creció  tanto  desamor,  quel  dicho  D.  Lope 
González,  por  le  dar  baldón,  dormió  con  la  dicha  su  hermana,  c  después  buscó 
achaque  sobre  la  demanda  de  los  bienes  quel  D.  Íñigo  habia  lebado  con  ella  para 
que  los  tornase,  pus  quel  la  habia  dejado.» 

Devolvió  los  bienes,  excepto  una  bocina  de  cuerno,  y  ésta  fué  la  causa  de  la 
guerra  entre  ambos  linajes  que  á  tantos  costó  la  vida,  incluso  á  sus  jefes,  siendo 
unos  gamboinos  y  otros  oñacinos.  Fué  sangrienta  la  batalla  dada  en  la  sierra  de 
Arvato.  en  Álava. 

(i)  «Por  las  treguas  de  Butrón 

No  dejes  el  Larogón.» 


492  VIZCAYA 

nieto,  que  era  de  diez  años,  en  la  torre  vieja  de  Leguizamon.  E 
escondiólo  so  las  aldas  una  su  ama,  ferido  de  dos  saetas.  E  de- 
rribaron la  dicha  Torre. »  Se  preparaban  celadas  para  cazar 
hombres  como  si  se  tratara  de  fieras.  Porque  Zaldivar  contra- 
riaba á  los  Avendaños  en  el  mando  de  la  tierra,  le  mataron  en 
una  celada  cerca  de  Durango. 

Por  muerte  del  Dr.  González  de  Santo  Domingo  (1451)  dio 
el  rey  el  corregimiento  de  Vizcaya  á  D.  Juan  Hurtado  de  Men- 
doza, Prestamero  del  Señorío.  Antes  de  ir  á  Guernica  á  tomar 
posesión  y  prestar  el  acostumbrado  juramento,  comunicó  su  nom- 
bramiento á  todos  los  nobles  y  escuderos,  convocándolos  para 
dicho  acto,  obteniendo  respuestas  satisfactorias,  excepto  de  Gar- 
cía de  Salazar,  á  pesar  de  ser  deudo  de  Mendoza,  al  que  contes- 
tó que  si  el  rey  le  hubiera  dado  villas  y  lugares  y  señoríos  en 
Castilla,  placiérale  mucho  y  le  ayudara  con  su  cuerpo  y  hacien- 
da; pero  le  pesaba  tal  nombramiento  «ca  es  perdición  de  mi  li- 
bertad é  de  todo  el  condado  é  señorío  de  Vizcaya  é  de  la  En- 
cartación, é  cosa  que  es  en  daño  de  la  tierra  non  me  puede 
placer.»  La  merced  hecha  á  Mendoza  la  consideró  Salazar  como 
desafuero,  porque  el  prestamero  que  era  ejecutor,  no  podía  ser 
corregidor,  que  era  á  la  vez  juez;  y  como  era  libertad  de  Vizcaya 
que  el  rey  había  de  dar  á  los  vizcaínos  corregidor  por  vida  y 
pagado  por  sus  dineros,  sin  tomarlos  por  sentencia  civil  ni  crimi- 
nal, y  había  de  ser  letrado  del  Ebro  arriba  para  que  no  fuera 
parcial,  ya  que  no  podía  remediar  se  hiciera  junta  en  Guernica, 
por  ser  cabeza  de  Vizcaya,  ¡ría  allá  á  decir  la  verdad  á  los  que 
consintieran  el  desafuero. 

Antes,  convocó  García  de  Salazar  junta  general  en  Avella- 
neda, y  exponiendo  su  opinión  todos  los  caballeros  de  las  En- 
cartaciones juraron  morir  primero  que  consentir  que  Vizcaya  ad- 
mitiese por  corregidor  á  Mendoza. 

No  pensaban  lo  mismo  los  de  las  villas,  cuya  cooperación  no 
consiguió,  respondiendo  que  pues  ellos  tenían  buenos  alcaldes, 
y  el  rey  no  les  hacía  agravio,  no  querían  mezclarse  en  la  cues- 


VIZCAYA  103 


tión,  máxime  cuando  Mendoza  no  era  su  prestamero  ni  ejecutor, 
como  lo  era  de  la  tierra  llana  y  de  las  Encartaciones.  Estos 
mandaron  procuradores  al  rey,  suplicándole  revocase  el  nombra- 
miento de  Mendoza,  á  lo  cual  no  accedió  ni  quiso  oírlos,  expi- 
diendo hasta  tres  cartas  confirmatorias  que  fueron  obedecidas  y 
710  cumplidas. 

Alentado  Mendoza  con  la  confianza  del  rey  obtuvo  albalá 
para  prender  á  Salazar  en  las  juntas  de  Guernica,  si  insistía  en 
su  propósito  ;  pero  no  era  aquél  de  los  que  cedían ;  y  á  pesar  de 
aconsejarle  sus  amigos  que  no  fuese  á  ella,  temeroso  de  que  en 
su  ausencia  se  admitiese  al  corregidor,  se  negó  á  faltar  á  la  jun- 
ta, creyéndose  por  su  posición  más  obligado  que  otro  á  defen- 
der las  libertades  de  Vizcaya,  y  que  si  ésta  le  desamparaba  en 
vez  de  ayudarle,  acudiría  personalmente  al  rey. 

Al  frente  de  3,000  hombres  se  presentó  Salazar  en  Guerni- 
ca, lo  cual  visto  por  Mendoza,  consideró  prudente  marchar  á  Bil- 
bao. Los  reunidos  acordaron  entonces  fuesen  Mugica  y  García 
de  Salazar  á  defender  ante  el  rey  los  fueros  del  señorío.  Murió  el 
rey  D,  Juan  antes  que  partiesen,  y  su  hijo  D.  Enrique  les  dio 
«provisiones  para  sus  libertades. > 

Grandes  alardes  de  virilidad  mostraban  los  vizcaínos;  pero 
generalmente  los  empleaban  en  contra  de  ellos  mismos,  en  des- 
trozarse y  la  tierra.  ¿Qué  producían  estas  guerras  ó  más  bien 
qué  las  sostenían  ?  Originadas  por  el  orgullo,  la  vanidad  ó  la 
ambición,  nadie  quería  ser  menos  fuerte  ni  menos  poderoso; 
para  conseguirlo  se  ahogaba  toda  clase  de  afecciones  y  de  sen- 
timientos, toda  noción  de  humanidad;  se  producían  incendios, 
se  cometían  los  más  repugnantes  asesinatos,  los  crímenes  más 
nefandos;  no  había  escrúpulos  en  escoger  los  medios  de  ven- 
ganza. Ofuscados  unos  y  otros  contendientes  con  la  sangre  que 
derramaban,  no  se  saciaban  de  ella,  uniéndose  á  la  terquedad 
de  carácter,  mucho  del  espíritu  aventurero  de  la  época  y  no 
poco  de  la  belicosa  ferocidad  de  las  costumbres. 

Apenas  se  hallará  anteiglesia  ni  villa  en  Vizcaya  que  dejara 


494  VIZCAYA 

de  ser  teatro  de  las  funestas  escenas  que  tanto  abundan  en 
aquella  fratricida  lucha:  no  había  linaje,  ni  familia  que  no  tuvie- 
se que  llorar  la  pérdida  de  más  de  uno  de  sus  esclarecidos 
miembros.  Así  es  una  larga  serie  de  crímenes  y  horrores  la  na- 
rración de  las  peleas  entre  los  linajes,  de  los  Yarzas  con  los 
Arancibias,  de  los  Mugicas  con  los  Butrones,  de  los  López  Ibá- 
ñez  con  los  Barroetas,  y  los  Lezamas,  Zugastis,  Leguizamones, 
Urquizus,  Zangronis,  Asuas,  Luzunagas,  Ochoas,  Salazares  y 
cuántos  tenían  poder  alguno,  casa  fuerte  ó  á  su  disposición  gen- 
tes, quienes,  si  no  luchaban  por  sí,  peleaban  en  bandos  de  pa- 
rientes ó  amigos;  que  á  ninguno  faltaba  pequeña  ofensa  que 
vengar  ó  medio  de  satisfacer  su  deseo  de  combatir,  demostrar 
su  valor,  que  parecía  ser  la  ejecutoria  más  preciada.  De  aquí  el 
que  se  apelara  á  la  fuerza  no  á  la  justicia,  que  no  estaba  segu- 
ramente ensalzada. 

Para  evitar  muchos  de  estos  males  se  pidió  el  derecho  del 
reto  ó  desafío;  porque  de  esta  manera,  había  que  acudir  ante  el 
rey  á  formar  el  proceso;  pero  esto  pareció  dilatorio  á  muchos 
que  querían  tomarse  la  justicia  por  su  mano  prontamente  y  se 
hacían  jueces  á  sí  mismo  de  su  honra  ó  de  su  agravio.  Si  no  de- 
generada, estaba  perturbada  la  raza  humana;  mas  no  solamente 
en  Vizcaya. 

¡Qué  severidad  se  usaba  al  hacer  justicia!  No  bastaba  sólo 
castigar  el  delito ;  á  los  mozos  azotados  y  sus  mancebas  que  pe- 
dían viandas  por  las  caserías  «  por  la  primera  vez  que  el  tal 
mozo  ó  la  tal  manceba  sean  traídos  publicamente  desnudos 
como  nacieron,  é  con  una  soga  á  la  garganta  é  las  manos  atadas 
atrás  por  la  villa  más  cercana  de  la  Merindad  donde  los  tales 
fuesen  tomados,  é  les  corten  la  una  de  las  orejas  en  raiz  del 
casco,  en  la  puerta  de  la  tal  villa...  é  por  la  segunda  que  fueren 
hallados  que  les  corten  ambas  orejas  á  raiz  del  casco,  é  la  ter- 
cera vez  que  mueran  por  ello. »  — Á  testigo  falso,  «que  le  qui- 
ten los  dientes,  sacándole  de  la  boca  en  pública  plaza  de  cinco 
dientes  uno.» — Contra  los  peones  lanceros  que  se  desmandaban 


VIZCAYA  495 


como  villanos  del  condado  de  Vizcaya,  se  les  imponía  la  pena 
de  la  horca,  de  la  que  no  se  les  había  de  descolgar.  —  Un  alcal- 
de de  Hermandad  degolló  por  su  mano  en  la  plaza  de  Bilbao 
(141  7)  á  Sancho  López  de  Marquina  y  á  Ochoa  de  Landaburu 
c  por  causa  de  haber  escondido  los  de  Leguizamon  el  sayón 
berdugo.  »  Se  derribaban  también  las  casas  fuertes  si  al  guare- 
cerse en  ellas  los  azotados  y  banderizos,  no  se  les  entregaban ; 
pero  ya  vimos  que  cuando  el  dueño  déla  casa  tenía  fuerzas  para 
resistir  hacía- lo  que  dijimos  hizo  García  de  Salazar. 

De  extrañar  es  qué  una  clase  de  natural  y  legítima  influen- 
cia, no  la  hubiera  tenido  entonces  para  intervenir  atenuando  si 
apaciguar  no  podía  aquellas  luchas  que  tenían  tanto  de  inhuma- 
nas como  de  anti-cristianas :  nos  referimos  al  clero;  pero  vemos 
que  participaba  de  las  pasiones  y  de  los  vicios  de  la  época.  El 
mismo  P.  Mariana  refiere  la  ignorancia  que  se  apoderara  de  los 
eclesiásticos  en  España  en  tanto  grado,  « que  muy  pocos  se  ha- 
llaban que  supiesen  latin,  dados  de  ordinario  á  la  gula  y  desho- 
nestidad, y  los  menos  mal  á  las  armas.  La  avaricia  se  apodera- 
ba de  la  Iglesia,  y  con  sus  manos  robadoras  lo  tenia  todo 
estragado:  comprar  los  beneficios  en  otro  tiempo  se  tenia  por 
simonía,  en  este  por  grangería  ;  no  entendían  los  príncipes  cie- 
gos y  los  prelados  que  esta  sacrilega  manera  de  contratación 
mucho  enoja  y  ofende  á  Dios,  así  bien  el  disimulallo  como  el 
hacello  »  (i).  Si  esta  era  la  situación  del  clero  en  España,  no 
hemos  de  pedir  mayores  virtudes  al  de  Vizcaya.  Permitiéndose 
á  los  clérigos  casarse,  y  que  ellos  y  los  legos  tuvieran  cuantas 
concubinas  pudieran  sustentar,  cuidándose  más  de  las  cosas  del 
mundo  que  de  las  de  Dios,  tomando  parteen  aquellas  luchas,  se 
enagenaron  las  simpatías  de  muchos  y  el  respeto  de  casi  todos. 
Así  vemos  que  « estando  los  vizcaínos  hechos  al  cebo  de  estos 
Arciprestes  cuando  los  tiempos  corrieron  más  ¡lustrados  y  blan- 
dos y  habían  de  venir  á  manos  de  Obispos,  concibieron  contra 


(i)     Libro  2^.— Cap.  XVIII. 


^<)b  V  I  Z  C  A  Y  A 


ellos  tal  odio  que  ni  su  nombre  podían  sufrir,  ni  quisieron  que 
les  viese  ni  les  oyese,  sobre  que  ordenaron  en  su  fuero  viejo 
del  año  1452  una  ley  que  es  la  226  que  antes  estaba  en  uso, 
en  la  cual  se  dice:  Que  á  los  vicarios  y  fiscales  que  por  vengan- 
zas habian  llevado  algunos  parientes  mayores  é  linages,  lo  cual 
se  consideraba  en  usurpación  de  la  jurisdicción  de  nuestro  señor 
el  Rey  é  de  las  sus  justicias:  é  otro  sí  en  quebrantamiento  de 
los  fueros,  usos  é  costumbres  de  Vizcaya,  é  otro  sí  en  escanda- 
lizamiento  de  los  fijos-dalgo-escuradores  de  ella,  buscando  en 
los  tales  procesos  é  pleitos  el  dicho  fiscal  achaques  para  cohe- 
char é  llevar  dineros  seyendo  su  final  conclusión  del  dicho  vica- 
rio. »  Por  esto  el  prohibirse  se  diera  favor  á  los  vicarios  ó  fiscales, 
comisarios  ó  presentadores  de  cartas  del  Obispo,  y  si  «  fuesen 
muertos  ó  feridos  por  algunos  de  los  vizcaínos  por  ser  quebran- 
tadores  del  dicho  fuero,  que  los  tales  no  hayan  pena  alguna,  > 
ni  los  puedan  prender,  etc.,  etc.,  (i).  Continuó  esta  mal  queren- 
cia ó  entredicho  con  tal  decisión,  que  cuando  D.  Fernando  el 
Católico  fué  á  Vizcaya  á  jurar  los  fueros,  tuvo  que  despedir  al 
Obispo  de  Pamplona  D.  Alonso  Carrillo  que  le  acompañaba, 
por  no  permitírsele  la  entrada  en  Vizcaya  (1476);  y  hasta  el 
año  de  1545  que  fué  el  prelado  de  Calahorra,  siendo  ya  mejor 
regidas  las  cosas  de  la  iglesia,  no  había  entrado  obispo  alguno. 

Para  tomar  posesión  del  Señorío,  jurar  sus  fueros  y  poner 
algún  orden  en  Vizcaya  fué  á  ella  el  rey  D.  Enrique  IV  (1456). 
Mandó  derribar  muchas  casas  principales,  impuso  castigos  y 
desterró  á  « todos  los  mejores  desta  tierra  de  Vizcaya  é  de  la 
Encartación»    (2). 

Uno  de  los  desterrados  fué  Lope  García  de  Salazar,  y  ado- 
leciendo en  Sevilla  de  tercianas,  le  manifestaron  los  médicos 
que  sólo  se  recobraría  la  salud  y  aun  salvaría  la  vida  con  los 
aires  de  la  tierra  natal :  se  fué  á  ella  enviando  á  su  hijo  á  decir 


( 1 )  M.  S.,  existente  en  la  Biblioteca  de  Caridad  de  Bilbao,  folios  4q8  á  494. 

(2)  Sai.azak. 


VIZCAYA  107 

al  rey,  que  estaba  en  Jaén,  lo  que  le  obligaba  á  ir  á  Vizcaya, 
pidiéndole  por  merced  no  se  enojase.  En  cuanto  supieron  su  lle- 
gada los  corregidores  de  Vizcaya  y  de  Guipúzcoa,  acudieron 
con  las  respectivas  hermandades,  y  aun  otros  colindantes  de 
Santander,  á  Somorrostro.  No  se  movió  Salazar,  ya  muy  mejo- 
rado de  su  dolencia;  demostró  no  proponerse  hacer  resistencia 
á  la  justicia,  poniendo  sólo  100  hombres  para  la  guarda  de  su 
casa;  pero  pidiósela  el  rey  y  que  se  entregara  á  su  merced;  así 
lo  hizo  con  sus  hijos,  y  anduvo  tres  años  cumpliendo  su  destie- 
rro por  donde  le  plugo  fuera  de  Vizcaya  y  de  las  Encartaciones 
hasta  que  fué  perdonado  con  los  otros  desterrados. 

Cuenta  la  Crónica  qué  durante  este  tiempo  se  vio  muy  per- 
seguido por  causas  criminales  y  civiles,  ante  el  rey,  la  Chanci- 
llería,  los  obispos  de  Burgos  y  de  Calahorra,  por  el  corregidor 
y  hermandad  de  Vizcaya  y  de  la  Encartación,  ocupándole  su  casa 
y  bienes  y  ocasionándole  muchos  gastos.  No  tuvo  en  esto  poca 
parte  el  prestamero  Mendoza,  en  odio  á  haberse  opuesto  á  que 
fuera  corregidor  de  Vizcaya. 

Cuando  Salazar,  cumplido  su  destierro  volvió  á  su  casa,  aun- 
que no  se  la  habían  entregado,  « llamáronlo  á  la  Cadena  con 
700  ornes,  parientes  de  los  suyos,  por  la  fuerza  de  la  muger  que 
fuera  de  Juan  de  Salcedo,  que  tomara  Fernando  de  Salazar  su 
fijo...  condenándolos  a  muerte  sino  se  presentasen  a  la  dicha 
Cadena,  e  fueron  mucho  fatigados  por  el  Corregidor  e  por  Men- 
doza. »  Querellóse  Salazar,  fué  privado  Ruiz  de  Ulloa  del  corre- 
gimiento, y  se  hizo  justicia  á  Salazar  tornándole  su  casa. 

Mucho  se  trabajó  por  las  autoridades  para  restablecer  com- 
pletamente el  orden;  propúsose  conseguirlo  el  corregidor  Juan 
García  de  acuerdo  con  los  alcaldes  de  la  Hermandad;  hacía  jus- 
ticia <  é  derecho  á  todos;»  pero  no  satisfacía  esto  á  aquellos 
orgullosos  y  mal  apaciguados  banderizos,  quienes  no  pudiendo 
por  sí  combatir  el  poder  del  corregidor  y  el  de  la  Hermandad, 
acudieron  al  conde  de  Haro,  cuyo  hijo,  de  acuerdo  con  varios 
nobles  del  Señorío  fué  á  él  á  quitar  el  corregimiento  á  García, 


4g8  VIZCAYA 


poniendo  en  su  lugar  al  Dr.  López  de  Burgos  (1465)  que  había 
obtenido  del  rey,  á  mucho  precio,  dicho  nombramiento.  Entraron 
en  Valmaseda  á  prender  á  García ;  mas  no  estaba  éste  en  áni- 
mo de  entregarse,  ni  los  que  le  seguían  en  el  de  consentirlo, 
ofendidos  desde  luego  con  la  invasión ;  armóse  gran  pelea  que 
duró  dos  días  con  sus  noches,  sin  que  se  dirimiera  la  contienda; 
continuó  por  el  contrario  con  no  poca  saña,  se  incendiaron  casas 
y  Terrerías;  excedióse  el  hijo  del  conde  de  las  instrucciones  que 
llevaba,  lo  cual  pesó  mucho  á  su  padre,  y  quizá  contribuyó  á 
que  terminara  por  el  pronto  esta  cuestión,  sufriendo  el  país 
las  funestas  consecuencias  de  antiguos  odios  y  enemistades. 

Continuaron  éstas  con  tanto  ó  mayor  furor  que  antes,  espe- 
cialmente entre  gamboinos  y  oñacinos;  pues  si  algunas  veces 
se  concertaban  treguas,  rompíanse  antes  que  espirase  su  tér- 
mino. Hubo  combates  sangrientos,  como  el  librado  en  los  cam- 
pos de  Elorrio,  teatro  de  muchos  en  años  anteriores,  y  en  el 
que  nos  ocupa  murieron  45  hijos  y  nietos  de  Lope  García  Sala- 
zar,  (i)  que  se  opuso  á  aquella  lucha  fundándose  en  que  si  bien 
estaban  obligados  los  de  su  linaje  á  defender  el  solar  de  Butrón 
y  de  Mugica,  no  había  razón  ni  causa  para  ir  contra  Avendaño, 
que  esto  nunca  lo  hicieron  sus  antecesores.  No  bastaron  estas 
consideraciones  ni  aun  la  maldición  de  su  padre  y  pariente,  para 
realizar  aquella  campaña,  reuniendo  en  Durango  hasta  4,000 
hombres;  pero  3,000  de  éstos  estando  ya  al  frente  de  Elorrio, 
huyeron  desordenadamente  arrojando  los  paveses ;  y  al  notar 
aquel  inesperado  suceso  los  de  Avendaño  salieron  de  la  villa, 
dieron  sobre  los  que  quedaron  sin  saber  la  huida  de  sus  compa- 
ñeros, asentando  el  real  y  las  bombardas ;  resistieron  valerosa- 
mente; pero  sucumbieron.  De  los  fugitivos  perecieron  muchos 
ahogados  de  calor  y  sed,  y  á  golpes  de  los  contrarios  que  les 
alcanzaron.  No  sólo  fué  importante  la  pérdida  por  el  número  de 
los  que  murieron,  sino  por  la  calidad.  Para  cuantos  sabían  la 


(i)    Aún  le  quedaban  8=;  hijos  }■  nietos,  legítimos  y  bastardos. 


VIZCAYA 


49Q 


oposición  de  García  Salazar  á  aquella  lucha,  fué  providencial  el 
desastre,  como  consideraron  misteriosa  la  retirada  de  los  3,000 
que  guiaba  Juan  Alonso  de  Mugica. 


CAPITULO   V 


San  Martín  de  Muñatones. — Disturbios. — Jura  los  fueros  Isabel  la  Católica. 

Ordenanzas  de  Chinchilla. — Justicia 


I 


/^N  el  año  1467,  Fernando  Sánchez  y  otros  considerándose 
^^-^dueños  de  Santander,  la  vendieron  al  marqués  de  Santillana 
por  dineros  y  vasallos;  opusiéronse  á  tal  venta  la  mayor  parte  de 
los  santanderinos  que  no  querían  dejara  de  pertenecer  la  villa  á 
la  corona  real,  acudieron  en  su  ayuda  hombres  esforzados  de 
toda  la  costa  hasta  Fuenterrabía,  pelearon  con  denuedo  en  las 
mismas  calles,  pusieron  navios  en  la  mar,  fueron  en  su  socorro 
los  Mugicas  con  todos  sus  parientes,  Gonzalo  de  Salazar,  Agüe- 
ro y  otros  vizcaínos  « porque  Santander  les  daba  sueldo  del,  o 
del  Rey,  o  porque  les  pesaba  de  tal  merced  fecha,  aposentaron- 


502  VIZCAYA 

se  varreados  encima  de  la  Villa,  por  donde  los  del  Marques  ha- 
bian  de  venir;  e  llegados  los  del  Marques  a  la  puente,  darse,  e 
no  se  atreviendo  venir  el  término  complido,  combatieron  la  Villa, 
e  entráronlo  por  fuerza,  e  posieron  a  sacamano  a  los  que  en  ella 
estaban,  ca  eran  tres  mil  ornes  escogidos  de  solares,  e  de  cada 
Villa,  e  mucho  armados,  e  entrados,  derribaron  las  casas  de  los 
susodichos  que  la  vendieron,  e  tomados  sus  bienes  por  señia,  e 
quedó  por  Corregidor  e  defensor  de  la  dicha  Villa,  Gonzalo  de 
Salazar  por  un  año  e  medio,  e  asi  se  quedó  por  del  Rey,  e  con 
todos  sus  términos  e  libertades  cuando  el  la  dejó.  Después  dio 
el  Rey  encomienda  de  la  dicha  Villa  al  dicho  Marques,  e  queda- 
ron libres  por  el  Rey  fasta  agora  »  (i). 

Como  si  á  García  de  Salazar  no  le  bastaran  las  contrarie- 
dades y  sinsabores  que  experimentara  en  su  ancianidad,  que  por 
otra  parte  sabía  sobrellevarla  (2);  tuvo  uno  de  los  mayores  do- 
lores que  puede  tener  un  padre;  el  de  verse  despojado  de  sus 
bienes  y  sitiado  en  la  torre  de  San  Martín  por  uno  de  sus  hijos, 
que  díscolo  y  ambicioso,  pretendía  el  mayorazgo  que  correspon- 
día á  los  hijos  de  su  hermano  mayor  muerto  en  Elorrio. 

Durante  esta  forzosa  reclusión  (1471)  y  en  el  mes  de  Julio, 
fué  cuando  García  de  Salazar  compuso  y  escribió  su  famoso 
Libro  de  las  Buenas  andanzas  ¿fortunas,  en  el  que  relata  las 
guerras  que  asolaron  á  Vizcaya.  Puro  y  copioso  manantial  al 
que  con  frecuencia  hemos  acudido;  que  de  él  no  puede  prescin- 
dir el  que  se  haya  de  ocupar  de  la  historia  de  Vizcaya,  aun 
cuando  lo  haga  tan  en  bosquejo  como  lo  hacemos. 


(i)     Salazak. 

(2)  «En  1469  perdió  Lope  á  su  mujer  D."  María  Alonso  Mugica,  con  quien  ha- 
bía casado  en  1425  y  de  quién  había  tenido  seis  hijos  y  tres  hijas.  Y  á  propósito 
de  hijos,  debernos  notar  una  circunstancia.  Sin  duda  para  consolarse  de  la  pérdida 
de  sus  hijos  y  de  su  mujer,  que  á  la  verdad  debió  apenarle  mucho  en  su  avanzada 
edad  de  setenta  años,  Lope  pidió  al  amor  sus  consuelos  y  el  amor  se  los  dio  dán- 
dole unos  cuantos  hijos  bastardos,  porque  en  punto  á  fecundidad,  como  en  punto 
á  valor,  Lope  García  tampoco  negaba  la  casta,  como  hubiera  dicho  el  hidalgo  de 
la  Cerca ».  —  Trueba. 


V    I   Z  o   A    Y   A  503 

Obligado  á  rendirse  á  su  descastado  hijo  á  los  pocos  meses 
que  éste  le  sitiara,  falleció  años  después. 

Aun  cuando  la  casa  ó  torre  de  San  Martín,  que  subsiste 
como  representa  el  grabado,  no  tuviera  otro  mérito  que  el  haber 
sido  construida  por  García  de  Salazar,  haberla  habitado  y  escri- 
to en  ella  el  anterior  libro,  debiendo  suponerse  fuese  también 
en  ella  enterrado,  merece  algún  más  respeto  del  que  se  le  tiene, 
pues  su  estado  es  ruinoso,  y  estuvo  á  punto  de  desaparecer  por 
completo  cuando  en  sus  inmediaciones  se  efectuaron,  en  1874, 
las  inolvidables  batallas  de  Somorrostro,  no  menos  sangrientas 
y  en  civil  lucha  también,  como  las  de  la  Edad  Media  en  aquellos 
mismos  sitios. 

La  torre  de  San  Martín  de  Muñatones,  cuánto  desde  su  fun- 
dación con  ella  se  relaciona  y  la  tierra  que  la  rodea,  se  prestan 
á  muy  extensas  é  importantes  reflexiones,  que  las  vemos  con- 
densadas  en  estos  elevados  y  exactos  pensamientos  :  «  Tenemos 
tal  afición  los  españoles,  desde  que  el  mundo  es  mundo,  á  rom- 
pernos unos  á  otros  la  crisma  (sin  perjuicio  de  rompérsela  tam- 
bién al  vecino,  y  al  no  vecino,  tan  luego  como  criamos  una  poca 
sangre  ó  reunimos  un  poco  dinero),  que  todos  los  sucesos  algo 
dramáticos  ocurridos  en  nuestro  país,  en  que  pueden  aprove- 
charse los  aficionados  á  composiciones  históricas,  resultan  coe- 
táneos ó  dependientes  de  alguna  guerra  civil^  ya  sea  entre 
magnates  y  magnates,  ya  entre  los  magnates  y  el  rey,  ya  entre 
el  rey  y  las  comunidades  ó  municipios,  ya  entre  los  varios  rei- 
nos en  que  casi  siempre  ha  estado  dividida  la  Península  espa- 
ñola, ya  entre  moros  y  cristianos,  ya  entre  inquisidores  y  here- 
jes, ya  entre  absolutistas  y  liberales,  ya  entre  monárquicos  y 
republicanos,  ya  entre  republicanos  y  federales,  ya  entre  fede- 
rales y  petroleros.  —  Dijérase  que  los  nacidos  en  esta  tierra  de 
garbanzos  somos  capaces  de  todas  las  virtudes  cívicas  y  de 
todos  los  afectos  privados,  de  todas  las  grandezas  y  de  todos 
los  heroísmos,  excepto  del  amor  fraternal  »  (i). 


(i)  D.  Pedro  Antonio  de  Alarcón. 


$04  VIZCAYA 


II 


Los  trascendentales  sucesos  que  conturbaron  el  ánimo  de  to- 
dos los  españoles  en  los  últimos  años  del  reinado  y  vida  de  D.  En- 
rique IV,  afectaron  como  no  podían  menos  de  afectar  á  los  viz- 
caínos, obligándoles  á  tomar  en  ellos  una  parte  más  activa  que  la 
que  hasta  entonces  tomaron.  Representaron  en  unión  con  los  gui- 
puzcoanos,  y  muy  enérgicamente  al  rey  contra  la  boda  ajustada 
con  Francia  (1470)  del  duque  de  Guiena,  hermano  de  Luís  XI 
con  la  princesa  D.^  Juana  (la  Beltraneja),  declarándose  además 
partidarios  de  D.^  Isabel,  hasta  el  punto  de  elegirla  por  Señora 
desconociendo  la  autoridad  del  rey  su  hermano  que  no  pareció 
muy  respetuoso  de  los  fueros  que  jurara;  la  mayor  ofensa  que 
á  los  vizcaínos  pudiera  hacerse.  Este  desgraciado  rey  se  había 
anulado  de  tal  manera,  que  la  mayor  parte  del  reino  se  sepa- 
raba de  su  obediencia  sometiéndose  gustoso  á  la  de  aquella 
ilustre  princesa  cuyas  virtudes  y  cualidades  excelentes  ponían  más 
en  evidencia  los  vicios  y  la  ineptitud  de  su  hermano.  A  pesar  de 
la  oposición  de  D.^  Isabel  á  ejercer  soberanía  alguna,  mientras 
viviera  su  hermano,  y  como  si  no  existiera  la  desgraciada  niña 
D.^  Juana,  no  tuvo  escrúpulo  en  aceptar  el  señorío,  quizá  por 
evitar  mayores  males. 

No  eran  pequeños  los  que  Vizcaya  experimentaba  á  la  sazón, 
aumentados  con  los  graves  disturbios  entre  los  condes  de  Tre- 
viño  y  de  Haro,  virrey  éste  de  Guipúzcoa  y  Vizcaya.  Originaba 
la  enemistad  cuestiones  mujeriles,  ó  desdenes  que  el  de  Treviño 
recibiera  de  la  de  Haro  y  trataba  de  vengar  con  las  armas. 
Aprovechando  esta  ocasión  algunos  vizcaínos  desterrados  por 
el  de  Haro,  se  confederaron  con  el  de  Treviño,  como  lo  habían 
hecho  ya  con  Pedro  López  de  Padilla,  adelantado  de  Castilla, 
que  era  fácil  entonces  á   los  descontentos  hallar  toda  clase  de 


VIZCAYA  505 

alianzas,  por  lo  perturbada  que  la   nación  estaba,  reuniéndose 
todos  en  Vizcaya. 

Para  desbaratar  el  conde  de  Haro  aquella  formidable  co- 
alición y  recuperar  el  señorío  para  el  rey,  trasladóse  á  Burgos, 
juntó  sus  gentes  con  las  del  conde  de  Salinas,  las  de  D.  Luís  y 
D.  Sancho  de  Velasco  sus  hermanos  y  otros,  dirigiéndose  á  Viz- 
caya con  poderoso  ejército  especialmente  de  caballería,  y  cinco 
millones.  Topáronse  unas  y  otras  fuerzas  en  Munguía  (27  Abril 
de  147  I ),  se  bregó  todo  el  día  con  encarnizamiento,  y  quedó  el 
triunfo  por  los  vizcaínos,  perdiendo  sus  contrarios  más  de  mil 
hombres  (i). 

Las  ventajas  que  para  el  país  se  obtenían  en  victorias  sobre 
enemigos  extraños,  las  esterilizaban  intestinas  discordias,  cuan- 
do no  sobrevenía  la  pérdida  de  las  cosechas,  produciendo  hambres 
como  la  de  1474  (2).  No  disminuía  esto  el  belicoso  espíritu  de 
aquellos  guerreros,  que  por  no  desmerecer  de  sus  antepasados, 
militaban  por  necesidad  y  peleaban  por  costumbre ;  hasta  que 
ocupando  el  trono  los  Reyes  Católicos  se  propusieron  acabar  de 
una  vez  con  las  malas  pasiones  que  impulsaban  á  la  grandeza  á 
destruirse  y  destruir  el  reino,  terminar  sus  discordias,  atajar  su 
ambición  y  dar  paz  al  país.  Acudió  el  mismo  rey  á  Vizcaya,  rin- 
dió la  torre  de  San  Martín  donde  se  defendía  el  ambicioso  y  mal 
hijo  Juan  de  Salazar,  el  Moro,  y  mostróse  severo  con  los  dísco- 
los y  amoroso  con  los  obedientes,  restableciendo  definitivamente 
la  paz. 

Para  mejor  restablecerla  y  asegurarla,  comisionaron  los  re- 


(i)     De  este  hecho  data  este  cantar: 

«Esta  es  \'izcaya  Esta  es  \'izcaya 

Buen  conde  de  Haro,  Que  no  Belorado.» 

(2)  En  \izcaya  y  en  Guipúzcoa  la  fanega  detrigo  llevado  de  Inglaterra  y  Fran- 
cia se  pagó  á  corona  de  oro  ó  á  quintal  de  fierro. 

Como  se  infringieron  las  leyes  del  reino  sacando  de  el  oro,  plata  é  moneda 
amonedada  para  comprar  con  ella  cereales,  los  reyes  perdonaron  esta  infracción  á 
Bilbao,  a  petición  de  la  villa,  según  carta  real  otorgada  en  Tordesillas  a  4  de  Mar- 
zo de  I  476. 

64 


S06  VIZCAYA 


yes  al  licenciado  García  Lope  de  Chinchilla,  que  de  acuerdo 
con  las  autoridades  y  vecinos  de  Bilbao  dieran  las  ordenanzas 
que  mejor  cumplieran  á  su  servicio,  t  é  á  la  paz  é  sosiego  é  bien 
común  de  la  dicha  villa».  Chinchilla  propuso  las  ordenanzas 
dadas  poco  antes  por  el  rey  á  Vitoria,  con  el  mismo  objeto  de 
tranquilizar  los  bandos;  las  aceptaron,  y  aprobaron  unánimes 
los  bilbaínos,  las  juraron  y  quedaron  establecidas.  Por  enton- 
ces (  1483)  fué  D.'^  Isabel  la  Católica  á  jurar  los  fueros  so  el  ár- 
bol de  Guernica,  como  años  antes  lo  hizo  su  marido. 

Reemplazó  á  Chinchilla  en  el  corregimiento  el  licenciado 
Logroño,  á  cuya  admisión  se  opusieron  los  vizcaínos,  y  no  sien- 
do á  propósito  para  el  establecimiento  de  las  ordenanzas  en  toda 
Vizcaya,  volvió  Chinchilla,  formó  ordenanzas  más  fuertes  que 
las  anteriores,  porque  los  males  se  reproducían  y  no  toleraban 
los  reyes  en  su  amor  á  la  justicia  y  al  orden,  continuase  en  aque- 
lla tierra  la  anarquía;  reclamaron  contra  ellas  los  vizcaínos;  au- 
torizóse á  Chinchilla  para  que  en  unión  de  los  representantes 
de  las  villas,  adoptasen  lo  conveniente  para  concluir  con  las  di- 
sensiones y  falta  de  administración  de  justicia  que  se  observaba, 
y  reunidos  acordaron  quince  ordenanzas,  «  que  no  puede  negar- 
se suspendieron  por  algún  tiempo  los  más  preciosos  derechos  y 
libertades  de  las  villas  de  Vizcaya,  pero  que  cayeron  en  desuso 
inmediatamente  que  desaparecieron  las  causas  que  las  motiva- 
ron, y  más  principalmente  después  de  la  muerte  de  los  Reyes 
Católicos,  que  llamados  á  regenerar  en  cierto  modo  el  estado 
anárquico  de  la  monarquía,  trataron  á  las  Provincias  Vasconga- 
das con  algo  de  rigor,  suspendiendo  ya  que  fio  conculcando,  al- 
gunos de  los  fueros  y  libertades  que  de  inmemorial  disfrutaban, 
y  que  con  levísimas  excepciones  respetaron  todos  los  reyes  pre- 
cedentes. La  población  las  admitió  sin  repugnancia,  cansada 
de  los  desórdenes,  inseguridad  y  sobresalto  en  que  los  bandos 
la  tenían  sumida»  (i). 


(i)     Historia  de  Lx  Legislaciíjn.ctz., -por  \o?,  señores  Mariciialar  y  Manrique. 


V    I    /    (■    \    N     A  507 

Porque  á  virtud  de  tales  ordenanzas,  Chinchilla,  *  hobo  su 
información,  é  fizo  ciertos  procesos,  y  pronunció  ciertas  senten- 
cias contra  los  que  halló  en  culpa,  condenando  á  unos  á  pena  de 
muerte,  y  á  otros  á  destierro,  y  á  otros  á  perdimiento  de  bienes 
y  derribamiento  de  sus  casas,  y  á  otros  á  penas  pecuniarias 
para  la  guerra  contra  los  moros  » . 

Había  en  las  ordenanzas  un  artículo,  el  8.",  mandando  « que 
en  ninguna  junta  general  ni  particular  no  se  juzgue  ni  se  den 
por  desaforadas  las  cartas  de  sus  Altezas,  firmadas  de  sus  nom- 
bres ó  de  los  de  su  muy  alto  Consejo  ú  Oidores  de  su  Audien 
cía,  ni  de  otros  sus  jueces  que  son  superiores  del  condado  de 
Vizcaya,  pues  para  ello  ho  tienen  jurisdicción  ni  autoridad,  ni 
facultad  ni  privilegio  alguno ;  y  es  ofensa  de  la  magestad  real, 
usurpación  y  perjuicio  de  su  jurisdicción  y  preeminencia,  y  mala, 
damnada,  detestable  y  muy  escandalosa  costumbre  é  corruptela 
que  sobre  esto  querian  introducir  algunos  en  Vizcaya,  queriendo 
juzgar  y  determinar  los  subditos  sobre  el  juicio  de  su  rey  ó 
reina;  sopeña  que  cualquier  procurador  de  juntas,  y  sus  jue- 
ces y  diputados  que  lo  contrario  ficieren,  mueran  por  ello ;  y  así 
mismo  los  letrados  que  tal  consejo  dieren,  y  la  parte  que  pidie- 
re se  dé  la  cart«  por  desaforada ;  y  el  escribano  que  signase  la 
escritura  ó  diere  fé  de  ella,  pierda  el  oficio  y  le  corten  la  mano  » ... 

Estas  ordenanzas  se  mandaron  guardar  en  el  arca  de  sus 
privilegios,  con  carta  de  los  reyes,  porque  lo  en  ella  contenido 
fuera  mejor  cumplido  y  guardado  en  todo  tiempo. 

Prescindiendo  de  estas  ordenanzas,  la  junta  de  Guernica 
(i  49  i)  se  quejó  á  los  Reyes  Católicos  del  licenciado  Toro,  juez  y 
pesquisidor  de  Vizcaya,  por  haber  mandado  degollar  sin  las  for- 
malidades de  derecho  á  tres  vizcaínos,  y  fué  atendida  la  queja, 
sustituyendo  á  Toro  con  el  licenciado  Castillo.  No  es  de  extra- 
ñar, pues,  que  se  considerasen  en  desuso  las  Ordenanzas  y  se 
eliminaran  de  la  compilación  de  15 26;  pero  no  podía  negarse 
su  utilidad  porque,  merced  á  ellas,  se  extinguieron  las  constan- 
tes disputas  y  pleitos  entre  las  villas  y  las  anteiglesias.  No  con- 


$08  VIZCAYA 


siderando  Carlos  III  revocadas  las  tales  Ordenanzas,  mandó 
en  1773  «se  imprimiese  é  incorporase  literalmente  á  los  fueros 
del  Señorío  el  capitulado  de  Chinchilla,  para  que  según  y  como 
estaba  prevenido,  se  tuviese  por  parte  de  ellos»  (i). 

El  grande  empeño  que  pusieron  los  Reyes  Católicos  en  paci- 
ficar á  Vizcaya  y  hacer  que  imperase  en  ella  su  autoridad,  le 
consiguieron  al  fin;  pues  desde  el  principio  de  su  reinado  para 
conseguirlo  trabajaron.  Ya  se  exponían  ante  el  trono  las  quejas, 
ninguna  desoída  (2) ;  eran  atendidos  los  intereses  de  Vizcaya,  á 
donde  se  enviaban  comisionados  para  que  se  labraran  en  las 
Terrerías  armas  necesarias  para  proveer  las  fortalezas  de  Si- 
cilia y  la  armada  contra  el  Turco;  se  daba  comisión  á  los  co- 
rregidores en  favor  de  los  labradores  vizcaínos  (1483)  para  que 
averiguaran  los  montes  y  exidos  que  estuviesen  usurpados  por 
poderosos  y  caballeros,  cuya  influencia  inutilizaba  el  cumpli- 
miento de  la  justicia,  y  mermaba  las  rentas  reales;  «por  cuanto 
los  dichos  montes  son  de  nuestro  patrimonio  real,  é  les  fueron 
dados  é  dotados  con  sus  solares  labradoriegos,  é  si  los  montes 
que  así  les  pertenescen  les  hobiesen  de  estar  entrados  é  toma- 


(2)  Como  no  se  cumpliera  este  mandato,  el  Supremo  Consejo  de  Castilla  expi- 
dió una  real  provisión,  é  hizo  insertar  en  ella  el  capitulado,  remitiéndola  al  Corre- 
gidor de  Vizcaya  en  abundante  número  de  ejemplares,  para  que  se  comunicase  á 
todos  los  pueblos,  mandando  guardar  el  capitulado  y  la  resolución  real  de  1771 
á  consulta  del  Consejo,  y  que  uno  y  otro  documento  se  incorporasen  á  los  fueros 
como  parte  de  ellos,  cuando  se  reimprimiesen,  para  su  cumplimiento  porla  Dipu- 
tación y  demás  á  quienes  correspondiese,  sin  permitir  lo  contrario  bajo  ningún 
pretexto. 

Al  reimprimirse  los  fueros  se  excluyó  otra  vez  el  capitulado,  decretando  la  Junta 
general  de  Guernica  de  19  Febrero  de  1789,  que  el  capitulado  de  Chinchilla  se 
reputase  contra  fuero  atendida  su  inobservancia. 

(2)  .Martín  de  Ochoa,  vecino  de  Bermeo,  como  procurador  de  la  Orduña,  etc., 
expuso  á  la  reina  que  sobre  los  alborotos,  talas,  quemas,  robos,  muertes,  prisio- 
nes, etc.,  que  en  tiempos  pasados  se  hicieron  entre  los  solares  de  Butrón,  Mugica, 
Urquizo,  Arteaga  y  otros;  entrada  de  los  condes  de  Haro,  Treviño,  Salinas,  alia- 
dos y  parciales,  trataron  nuevamente  de  querellarse  criminalmente  los  unos  contra 
los  otros;  y  para  impedir  se  renovasen  causas  ya  sobreseídas,  facultó  al  corregi- 
dor y  cuatro  diputados  especiales  elegidos  por  los  cuatro  consejos  contendientes 
entiendan  con  los  elegidos  también  por  los  cuatro  solares  querellosos,  conozcan 
en  las  causas  y  las  fallen,  sin  que  hubiese  que  acudir  á  justicias  algunas  criminal- 
mente. 


1:: 


< 

> 


$10  VIZCAYA 

dos  que  nos  non  podrian  dar  ni  pagar  el  pedido  é  otros  dere- 
chos que  nos  son  tenidos  á  dar  en  cada  un  año  » .  Autorizó  á  dos 
vecinos  de  Burgos  y  otro  de  Segovia  para  abrir  y  labrar  mine- 
ros de  cobre,  plomo  con  plata  y  estaño  en  las  provincias  vas- 
cas (1484);  amparó  á  los  judíos  de  Valmaseda  para  que  la 
justicia  los  dejase  vivir  en  la  villa  y  no  los  maltratase  (1486); 
facultó  á  Chinchilla  para  que  averiguase  los  repartimientos  he- 
chos sin  licencia  real,  por  quién,  por  qué  causas,  en  qué  cuantía, 
por  quién  se  habían  gastado,  etc.,  etc.,  para  proveer  como 
cumplía  al  real  servicio  y  á  la  buena  gobernación  y  regimiento 
del  condado ;  declaró  libre  el  aprovechamiento  de  la  vena  de 
Somorrostro  (1487);  castigó  á  los  que  debiendo  ser  guarda- 
dores de  la  fe  pública,  la  vendían;  proveyó  á  las  necesidades 
délos  pueblos,  dirimiendo  sus  contiendas  domésticas,  nombrando 
alcaldes;  y  procurando  hacer  siempre  justicia,  se  inauguró  en 
Vizcaya  un  período  de  prosperidad. 

No  parecían  estar  muy  avenidos  con  ella  algunos  vecinos  de 
Lequeitio  y  de  sus  inmediaciones,  que  obligaron  á  los  Reyes  Ca- 
tólicos á  enviar  á  Chinchilla  y  al  corregidor  á  hacer  pesquisa  y 
juzgar  á  los  que  tomaron  parte  en  la  pelea  entre  los  del  Solar 
de  Arteaga  y  Cenearra  ó  Zubieta  (i)  en  la  que  hubo  muertos  y 
heridos ;  y  después  de  saber  quiénes  apellidaron  la  tierra,  man- 
daron tocar  las  campanas,  salieron  al  ruido,  favorecieron  los  ban- 
dos, fueron  causadores  é  principiadores  del  ruido  é  feridores  é 
matadores,  procediera  brevemente  contra  los  que  hallase  culpa- 
bles y  contra  los  vecinos  de  Lequeitio  que  quebrantaron  la  co- 
munidad de  Hermandad. 

Á  la  vez  que  los  reyes  empleaban  el  rigor  contra  los  per- 
turbadores del  orden  en  Lequeitio,  hacían  justicia  á  los  mismos 
lequeitianos  que  se  quejaban  de  que  habiendo  en  su  iglesia  doce 
clérigos  de  misa  las  decían  todas  juntas  quedándose  sin  oiría  los 
que  á  aquella  hora  no  podían  ir;  por  lo  cual,   aquellos  católicos 


(1)    La  carta  real  dice:  Artoanga  é  Cenniera. 


VIZCAYA  S  '  I 

monarcas  mandaron  al  Arcipreste  que  se  repartieran  las  misas 
comenzando  desde  la  mañana  hasta  la  misa  mayor,  para  que 
todos  los  vecinos  puedan  oir  misa,  «  cuando  buenamente  las 
puedan  oir, »  y  *  que  la  dicha  iglesia  sea  bien  servida  á  sus 
tiempos  convenibles  » .  Esto  *  so  pena  de  la  nuestra  merced  é  de 
perder  las  naturalezas  é  temporalidades  que  en  estos  nuestros 
Reynos  habedes  é  tenedes  é  de  ser  habidos  por  ágenos  y  ex- 
traños dellos,  etc.» 

Como  si  en  algunos  puntos  de  Vizcaya  estuvieran  mal  ave- 
nidos con  la  paz,  si  no  podían  perturbarla,  trataban  de  proteger 
á  los  perseguidos  por  la  justicia,  hasta  que  los  Reyes  Católicos 
mandaron  en  1494  que  dé  allí  adelante  y  para  siempre  no  se 
nombrasen  parentelas  ni  parcialidades  por  vía  de  bando  en  las 
Encartaciones  ni  en  su  tierra,  mandando  hacer  juramento  de 
así  lo  guardar,  y  de  que  ni  pública  ni  secretamente  ayudaran 
por  vía  de  bando  á  caballeros  ni  escuderos,  ciudades  ni  villas, 
ni  que  por  bandos  acudiesen  á  misas  nuevas  ni  á  bodas,  bajo  la 
pena  de  perder  la  cuarta  parte  de  sus  bienes  y  cualquier  oficio 
que  por  merced  del  rey  tuviera,  ser  condenados  á  dos  años  de 
destierro  por  la  primera  vez,  por  la  segunda  extrañados  del 
reino,  y  á  la  pena  de  muerte  por  la  tercera.  Esta  ley  se  hizo 
después  extensiva  á  toda  Vizcaya,  Álava  y  Guipúzcoa. 


>/*« 


X 


CAPITULO  VI 


Bondad  del  pueblo. — Camino  de  Orduña. 

Milicia.— Servicio  de  millones. —Impuesto  sobre 

la  sal. — Motín  popular 


I 


'lEMPOS  bonancibles  y  aun  de  glo- 
ria siguieron  para  Vizcaya  termi- 
nadas sus  guerras  de  banderías.  Ter- 
cios vizcaínos  tomaron  parte  en  la 
conquista  de  Granada  y  en  triunfos 
tan  valiosos  como  el  obtenido  en  Pa- 
vía. A  ser  aquel  país  más  atendido 
por  sus  señores,  mayor  fuera  su  pros- 
peridad. Hace  nueve  siglos  tenía  Viz- 
caya más  extensión  hacia  Álava  y 
Guipúzcoa,  llegando  por  esta  parte 
hasta  Deva.  Hubo  desmembraciones  por  el  señalamiento  y  res- 
tauración de  términos   del  obispado  de  Pamplona  que  hizo  el 

6S 


514  VIZCAYA 

rey  D.  Sancho  el  Mayor.  El  valle  de  Aramayona  había  sido 
de  Vizcaya,  de  cuyos  fueros  gozaba,  así  como  los  de  Llodio, 
Oquendo  y  tierra  de  Ayala ;  y  posteriormente  el  de  Mena  y  la 
villa  de  Castro  Urdíales.  Es  verdad  que  Llodio  había  pertene- 
cido antiguamente  á  la  Cofradía  de  Arriaga. 

Aun  con  los  privilegios  de  la  tierra,  si  los  señores  no  eran 
feudales,  eran  tiranos,  y  admira  la  paciencia  de  los  vizcaínos  so- 
portándoles, y  aun  matándose  por  ellos  de  grado  ó  por  fuerza. 
Si  no  parece  admisible,  aunque  esté  consignado,  que  hubo  seño- 
res que  enviaban  á  las  anteiglesias  sus  perros  para  que  los  man- 
tuviesen y  sus  criados  para  que  los  gobernasen,  es  evidente  el 
bandolerismo  y  la  incalificable  conducta  de  los  que  tan  mal  tra- 
taban á  los  vizcaínos,  que  hasta  desmembraban  su  territorio, 
cediendo  porciones  de  él  como  si  se  tratara  de  bienes  muebles. 
Sólo  podían  tener  yeguas  en  Vizcaya  la  abadía  de  Cenarruza  y 
la  casa  solar  de  Iturretajauregui. 

"  Oponíanse  á  su  engrandecimiento  las  otras  provincias  her- 
manas. Al  comenzarse  en  tiempo  de  Carlos  I  la  construcción  del 
camino  carretil  de  Bilbao  para  Castilla  por  la  peña  de  Orduña, 
se  opusieron  Álava,  Guipúzcoa  y  Navarra,  la  primera  « con 
fuerza  de  armas  deshaciendo  cuánto  se  trabajaba,  llegando  á 
tanto  extremo  que  fué  preciso  que  el  señorío  pusiese  gente  ar- 
mada para  impedir  semejante  atrevimiento;  la  segunda,  y  Na- 
varra molestando  con  pleitos  continuos » ,  resultando  que  aquel 
monarca  absoluto  mandara  (1553)  suspender  la  apertura  de 
dicho  camino.  Muchos  años  después  se  enviaron  diputados  á 
Madrid,  y  á  pesar  de  la  oposición  de  Álava  y  Santander,  no  se 
imitó  el  arbitrario  y  absurdo  proceder  de  D.  Carlos,  y  se  dierpn 
cédulas  para  que  el  señorío  con  la  villa  de  Bilbao  y  su  consu- 
lado, á  terceras  partes,  hicieran  construir  (1770)  el  camino 
nuevo  por  Arrigorrjaga  á  Orduña,  á  su  elevada  peña  y  Berbe- 
rana  hasta  Pancorbo  :  14  leguas  terminadas  en  1 775.  Es  verdad 
que  el  buen  rey  no  era  tan  despótico  ni  tirano  como  el  primero 
de  su  nombre ;  trataba  más  paternalmente  á  los  pueblos  y  en 


VIZCAYA  515 

cuestión  de  caminos  á  él  se   deben  los  primeros  de   España. 

Tanto  en  tiempo  del  Emperador  como  en  el  de  su  hijo  Don 
Felipe  II,  para  nutrir  los  ejércitos  eran  necesarias  constantes 
levas  en  las  que  se  cometían  atropellos  y  desmanes;  y  al  llegar 
hasta  el  rey  las  quejas  por  las  molestias,  agravios  y  vejaciones 
que  recibían  sus  subditos,  con  aquel  motivo,  de  parte  de  los  co- 
misarios, capitanes,  oficiales,  soldados,  etc.,  trató  con  su  consejo 
de  poner  el  debido  remedio,  y  se  acordó  establecer  una  milicia 
de  60,000  infantes,  con  las  libertades  y  exenciones  que  se  con- 
signaron;  dirigióse  el  rey  para  su  cumplimiento  al  señorío  de 
Vizcaya,  Encartaciones  y  tierra  llana;  por  la  novedad  que  en- 
trañaba en  los  privilegios  de  que  gozaba  aquella  tierra,  fué  obe- 
decido el  regio  mandato  pero  no  cumplido,  produciendo  además 
protestas  y  reclamaciones  en  las  juntas  de  Guernica;  mostró  el 
rey  grande  extrañeza  y  disgusto  de  que  no  se  cumpliera  lo  por 
él  mandado,  ordenó  con  apremio  se  ejecutase  sin  demora;  no 
obtuvo  este  segundo  mandamiento  mejor  éxito,  y  aquella  indo- 
mable, absoluta  y  despótica  voluntad  hubo  de  ceder  ante  la 
tenaz  negativa  de  quienes  se  amparaban  en  los  fueros  y  exen- 
ciones por  los  mismos  monarcas  concedidos. 

Hallándose  Felipe  II  en  Portugal,  pretendieron  sus  ministros 
imponer  en  Vizcaya  un  real  por  el  consumo  de  cada  fanega  de 
sal,  acudieron  en  queja  al  rey,  como  contrafuero,  y  atendióles 
el  monarca,  al  cual  no  molestaban  tanto  las  libertades  de  Viz- 
caya como   las  de  Aragón. 

Al  servicio  de  millones,  que  tuvo  que  pordiosear  D.  Feli- 
pe III  de  ciudad  en  ciudad,  se  mandó  que  contribuyesen  todas 
las  ciudades,  villas  y  lugares  del  reino  <  esentos  y  no  esentos 
sin  perjuicio  de  sus  privilegios  y  libertades;  >  mas  también  lo 
consideraron  como  un  atropello  á  sus  fueros,  juntáronse  los  viz- 
caínos só  el  árbol  de  Guernica,  y  dirigieron  al  rey  una  exposi- 
ción diciendo  en  ella  entre  otras  cosas :  *  Hallamos  que  querien- 
do usar  V.  M.  de  tanta  riguridad  con  nosotros,  y  quebrantar 
nuestros  honrados  privilegios,  y  la  authoridad  que  nuestros  hon- 


5l6  VIZCAYA 


rados  padres  han  tenido;  que  debíamos  suplicar  y  pedir  humil- 
demente á  V.  M.  sea  servido  de  mandar,  que  se  borre,  teste,  y 
atilde  de  sus  Pragmáticas  Reales,  lo  que  á  nosotros  toca,  pues 
es  justicia  loque  pedimos,  y  suplicamos  á  V,  M.  no  hubiese 
lugar  de  hacernos,  nosotros  quedamos  obligados  á  defender 
nuestra  muy  querida,  é  amada  Patria,  hasta  ver  quemada  y  aso- 
lada esta  Señoría,  y  muertos  mujeres,  é  hijos,  y  familia,  é  bus- 
car quien  nos  ampare  y  trate  bien  » .  En  vez  de  ofender  al  rey 
aquella  amenazadora  y  valiente  actitud  de  los  vizcaínos,  accedió 
á  lo  que  le  pedían.  Al  año  siguiente  (1602)  aprobó  y  confirmó 
D.  Felipe  todos  los  fueros,  privilegios  y  libertades  del  señorío. 

Había  declarado  la  diputación  vizcaína  ( 1631)  libre  la  venta 
de  la  sal,  y  al  año  siguiente  se  pregonó  por  mandado  del  Corre- 
gidor que  pagase  cada  fanega  una  cantidad  para  el  rey,  á  lo  cual 
se  opusieron  como  contrario  á  sus  fueros,  representando  al  mo- 
narca en  este  sentido;  mas  no  fué  tan  atendida  esta  exposición 
como  las  anteriores,  resolviéndose  que  el  señorío  debía  obede- 
cer y  cumplir  lo  mandado,  exigiéndose  sin  remisión  un  tributo 
por  cada  fanega  de  sal  que  entrase  en  el  señorío.  Para  su  cum- 
plimiento se  prescindió  de  las  autoridades  forales ;  se  amotinó  el 
pueblo;  reuniéronse  los  diputados  y  síndicos,  suplicando  al  co- 
rregidor interino  Calderón  de  la  Barca,  suspendiese  la  ejecución 
del  bando ;  negóse  á  ello ;  aumentó  el  tumulto  que  en  vano  tra- 
taron de  apaciguar  el  alcalde  y  regidores  de  Bilbao,  hasta  que 
no  se  halló  otro  medio  de  contenerle  que  suspender  la  ejecución 
del  bando  publicando  otro  en  tal  sentido. 

No  duró  mucho  esta  tranquilidad :  había  interesados  en  per- 
turbarla y  en  fomentar  gran  desorden.  Circuló  entre  las  masas 
la  especie  de  que  algunos  vizcaínos  habían  aconsejado  el  im- 
puesto é  insistido  en  su  exacción :  se  les  calificó  de  traidores  y 
enemigos  del  fuero:  amotinado  el  pueblo  se  entregó  furioso  al 
asesinato  y  al  incendio,  cometiéndose  por  el  populacho  ultrajes 
indignos,  actos  vituperables  de  venganza  personal,  de  pillaje  y 
devastación,  derramándose  sangre  inocente. 


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$l8  VIZCAYA 


Inquieto  y  suspicaz  el  pueblo,  sublevado  por  predicaciones 
apasionadas,  no  exentas  de  particulares  intereses,  desbordada 
su  cólera,  desconoció  inconscientemente  insignes  virtudes  y 
grandes  merecimientos  por  no  menores  servicios  á  la  patria;  y 
ésta  en  último  resultado  era  la  que  más  sufría,  porque  es  en  la 
que  influyen  siempre  así  las  torpezas  de  sus  malos  gobernantes 
como  las  deplorables  consecuencias  de  motines  impulsados  por 
mezquinos  propósitos. 

Reuniéronse  en  el  Ayuntamiento  las  autoridades  y  cuánto  de 
notable  residía  en  Bilbao,  cuya  villa  contaba  á  la  sazón  unos  7 ,000 
habitantes,  y  convinieron  unánimes  en  ordenar  ciertas  medidas 
administrativas  respecto  á  derechos  sobre  los  paños  de  Castilla, 
lanasyvinos,  sin  ocuparse  absolutamente  de  la  cuestión  de  la  sal. 

Perseguidas  por  los  amotinados  algunas  de  las  principales 
personas  de  Bilbao,  no  podía  tener  el  motín  el  carácter  de  ge- 
neral y  tampoco  lo  era,  sino  impulsado  por  D.  Agustín  de  Mor- 
ga  y  Saravia,  de  quien  eran  principales  instrumentos,  Juan  de 
la  Puente  y  Ortusaústegui,  Martín  Ochoa  de  Ayorabide  y  un 
escribano  revoltoso  é  intrigante,  conocido  por  el  mote  de  Amu- 
zuri;  cuyos  cuatro  individuos  fueron  ajusticiados  con  otros  dos 
el  24  de  Mayo  de  1634:  los  tres  primeros,  como  personas  de 
calidad  é  importancia,  garrotados  dentro  de  la  cárcel,  y  los  otros 
tres  ahorcados  en  la  plaza  pública,  en  medio  del  silencio  pro- 
fundo y  espantoso  de  la  población,  inmóvil  y  aterrada,  que  con- 
templaba  de   lejos  el  siniestro  espectáculo. 

Antes  de  esto,  al  llegar  á  oídos  del  rey  la  noticia  de  los  re- 
feridos sucesos,  no  faltaron  quienes  aconsejaran  medidas  de  ri- 
gor; pero  se  procuró  saber  antes  la  verdad,  cual  cumple  á  pru- 
dente monarca,  y  ordenó  lo  conveniente  á  D.  Lope  Morales  y  al 
duque  de  Ciudad-Real,  para  que  éste  como  vizcaíno  tratase  de 
pacificar  á  sus  paisanos  y  auxiliar  al  corregidor  en  el  castigo  de 
los  delincuentes,  y  á  las  anteiglesias  del  infanzonado  para  que 
informasen  á  Su  Majestad,  pasando  después  todo  al  Supremo 
Consejo  de  Castilla. 


VIZCAYA  519 


El  señorío  envió  como  diputado  en  Corte  al  que  lo  era  ge- 
neral D.  Gonzalo  de  ligarte  y  Mallea,  á  implorar  del  rey  el  pleno 
reintegro  de  la  inmunidad,  la  piedad  en  la  corrección  ó  castigo 
de  las  principales  cabezas  del  motín  y  el  indulto  á  los  demás. 
Expuso  Ugarte  la  evidente  infracción  del  fuero  y  el  proceder  que 
hubo  en  la  ejecución  de  la  Real  orden,  cuyo  proceder  poco  co- 
rrecto originó  las  turbulencias.  El  Consejo  informó  y  el  rey 
mandó  que,  «atendiendo  á  los  seiíalados  servicios  que  tiene  he- 
chos ese  Señorío,  y  de  presente  hace  y  espera  harán  en  adelan- 
te, como  tan  fieles  y  leales  vasallos,  he  tenido  por  bien  de  man- 
dar... que  ese  Señorío  goce  de  la  paz  y  gobierno  con  que  se  ha 
gobernado  y  gobernaba  antes  que  se  enviasen  las  nuevas  Órde- 
nes, cerca  de  lo  tocante  á  la  Sal,  de  3  de  Enero  de  631,  las 
quales,  y  las  que  después  acá  se  han  dado,  tocantes  á  ella...  que 
cesen,  y  que  no  se  use  de  ellas  en  manera  alguna.  > 

Concedido  un  amplío  indulto,  se  exceptuó  sólo  á  unas  cuan- 
tas personas. 

Así  terminaron  aquellas  tristes  y  funestas  turbulencias,  pro- 
vocadas por  la  insensatez  de  un  ministro  y  la  facilidad  de  un 
pueblo  en  acoger  interesadas  y  malas  sugestiones. 

Se  ha  culpado,  y  en  recientes  publicaciones,  de  no  pocas 
desgracias  y  desastres  de  Vizcaya,  particularmente  en  los  si- 
glos XVI  y  XVII  á  los  escribanos,  por  el  gran  número  de  ellos ;  y 
como  testimonio  de  mayor  excepción,  el  mismo  cronista  de  aque- 
lla provincia  dice  que  «quizás  las  ruidosas  y  lamentables  cues- 
tiones habidas  por  tanto  tiempo  entre  la  tierra  llana  y  las  villas 
y  ciudad,  se  debieron  en  grandísima  parte  á  los  escribanos,  que 
eran  los  que  parecían  tener  el  monopolio  de  la  cosa  pública. 
Asómbrase  el  que  lee  y  estudia  los  acuerdos  y  cuentas  del  Se- 
ñorío al  ver  á  los  escribanos  mezclados  en  todos  los  asuntos  y 
monopolizando  todas  las  comisiones,  todas  las  diligencias  y  to- 
dos los  oficios.»  Llegó  á  formar  un  verdadero  batallón  de  unas 
700  plazas,  esta  gente  armada  de  pluma ;  no  pudiendo  menos 
de  ser  exacto  «que  la  sangre  de  los  pobres  se  empleara  sólo  en 


520  VIZCAYA 


engordar  á  los  curiales.»  Pero  ¿qué  clase  social  se  veía  entonces 
libre  de  merecer  los  más  severos  cargos  y  más  fuertes  censu- 
ras? Lo  mismo  que  los  tiempos,  han  vanado  las  clases  y  las 
personas,  mejorando  en  sus  costumbres  y  condiciones,  que  ex- 
celencia es  de  la  civilización  de  nuestros  tiempos  la  condenación 
de  la  rudeza  de  los  antiguos  y  la  desaparición  de  privilegios  de 
castas  y  clases,  á  los  cuales  más  que  á  su  propio  valer  y  mere- 
cimientos debían  su  poderío  y  prepotencia,  empleados  general- 
mente contra  el  débil ;  de  lo  cual  no  se  vio  exenta  Vizcaya,  como 
no  se  veía  ningún  pueblo  de  España.  Podrá,  como  creen  algu- 
nos apasionados  aún  por  lo  antiguo,  haber  variado  la  forma  de 
aquella  preponderancia;  pero  sobre  no  haber  distinción  de  cla- 
ses, y  siendo  igual  la  justicia  para  todos,  es  hoy  penable  lo  que 
antes  era  privilegiado. 


^JMÉá 


CAPITULO  VII 


Nuevos  motines. — Sublevación. — Excesos.— Castigos. — Generosidad 


I 

/]  N  los  años  de  paz  que  disfrutó  Vizcaya  prosperaba  su  co- 
^'-^mercio  y  acrecentaba  su  riqueza,  adquiriendo  así  tanta  con- 
sideración y  respeto  que  en  la  paz  de  Utrech  entre  España  é 
Inglaterra  (17 13)  se  consignó  «y  porque  por  parte  de  España  se 
insta  sobre  que  á  los  vizcaínos  y  otros  subditos  de  S.  M.  C.  les 
pertenece  cierto  derecho  de  pescar  en  la  isla  de  Terranova;  con- 
siente y  conviene  S.  M.  Británica  que  á  los  vizcaínos  y  otros 
pueblos  de  España  se  conserven  ilesos  todos  los  privilegios  que 
puedan  con  derecho  reclamar.»   En  el  convenio  de  arreglo  de 

aranceles  para  el  tratado  de  comercio,  entre  los  mismos  monar- 

60 


522  VIZCAYA 


cas  celebrado  también  en  Utrech,  se  exceptúa  de  los  derechos 
de  entrada  y  salida,  á  los  puertos  de  Guipúzcoa  y  Vizcaya,  ú 
otros  no  sujetos  á  las  leyes  de  Castilla. 

Nuevas  turbulencias  vienen  á  poco  á  dañar  los  sagrados  in- 
tereses que  con  la  paz  florecían. 

Al  disgusto  que  causó  á  los  vizcaínos  la  trasladación  de  la 
Aduana  de  Orduña  á  Bilbao,  se  añadió  el  que  produjo  la  incon- 
veniente conducta  del  administrador  de  la  misma  «  y  del  codi- 
cioso é  indecoroso  modo  de  sus  guardas  que  daba  motivo  á  que 
mis  hijos  habitadores  de  mi  tierra  llana  del  infanzonado  se  ma- 
nifiesten ofendidos  de  que  sus  mujeres  é  hijas  inmodestamente 
atropelladas  con  el  pretexto  de  ser  registradas  á  la  entrada  y 
salida  en  mi  villa  de  Bilbao  con  sus  verduras  y  demás  viandas 
que  diariamente  traen  á  vender  á  la  plaza  para  el  abasto.»  Así 
decía  el  corregidor  de  Vizcaya  al  dar  cuenta  al  rey  de  aquellos 
sucesos,  implorando  su  piedad  y  justicia  «no  debiendo  persua- 
dirse que  el  Real  ánimo  de  S.  M.  fuese  exterminar  vasallos  tan 
leales.» 

A  la  vez  que  se  denunciaban  los  anteriores  hechos,  excita- 
dos los  bilbaínos  con  el  proceder  de  los  aduaneros  quienes  aun- 
que cumplieran  con  su  deber,  quizá  se  excedieron  en  él,  faltán- 
doles la  prudencia  necesaria  en  tales  casos,  produjeron  riñas^ 
pendencias,  heridas,  muertes  y  tumultos,  que  ya  no  se  contu- 
vieron en  cuestiones  aisladas  los  exasperados  vizcaínos.  Eí 
tumulto  produjo  incendios  (i)  y  excesos  graves,  que  pocas  ve- 
ces se  contiene  una  conmoción  popular,  aun  siendo  justa,  en  los 
límites  de  la  justicia.  Las  pasiones  desbordadas  son  como  las 
inundaciones;  pero  sin  dejar  como  estas  el  limo  que  fertiliza  los 
campos. 

Mal  avenidos,  pues,  los  vizcaínos  con  el  planteamiento  de 
las  aduanas,  como  contrario  á  sus  fueros,  aunque  favorable  á 


(i)     .\ntes  quemaron  los  bermeanos  el   barco  destinado  á  la  guarda  de  la 
Aduana. 


VIZCAYA  523 


SU  industria  y  riqueza,  y  no  bastándoles  las  anteriores  escenas, 
se  propusieron  sublevar  el  país.  Para  alentar  á  los  bilbaínos, 
acudió  á  la  villa  tumultuosamente  la  república  de  Begofia;  no  ha- 
llando al  diputado  general,  que  huyó  por  los  tejados,  saquearon 
su  casa,  robando  alhajas,  quemando  papeles  y  cuánto  encontra- 
ron;  ejecutaron  lo  mismo  en  otras  casas  principales;  viéronse 
las  autoridades  desamparadas  y  sin  fuerza,  alentó  esto  á  los  re- 
voltosos para  mayores  excesos;  ni  los  jesuítas  eran  respetados; 
se  sacó  en  procesión  el  Santísimo  Sacramento  para  ver  de  apla- 
car la  ferocidad  de  aquellos  desalmados,  alentados  por  iracun* 
das  mujerzuelas;  mas  ni  esto  les  contuvo,  «atropellaron  con 
implacable  furor  y  con  tal  desenfreno  al  P.  Rector  que  tenía  el 
Santísimo  Sacramento,  que  sin  duda  hubiera  sufrido  un  sacrile- 
gio y  espantoso  desacato  á  no  haberse  retirado  y  en  comunidad 
con  el  desconsuelo  que  se  deja  ver»  (i).  Lo  mismo  sucedió  á 
los  PP.  Agustinos;  más  afortunados  los  franciscanos  impidieron 
algunos  incendios,  aunque  no  los  actos  de  barbarie  ejecutados 
en  las  personas  de  respetables  clérigos,  y  sólo  la  noche  dio  va- 
gar á  aquellos  incendiarios,  aun  cuando  no  necesitaban  la  oscu- 
ridad para  guardar  lo  robado.  Sirvió  esto  sin  duda  de  aliciente 
á  otras  repúblicas  inmediatas  y  aun  de  la  marina,  para  volver  á 
Bilbao  el  día  siguiente  (5  Setiembre)  cometiendo  no  menos  ex- 
cesos y  horrores  que  el  anterior,  y  crueles  asesinatos,  cebándose 
con  inhumana  furia  en  el  dignísimo  é  inocente  diputado  general 
D.  Enrique  de  Arana,  al  que  asesinaron  lenta  y  villanamente 
después  de  haberle  hecho  salir  del  convento  la  multitud  ofre- 
ciendo respetar  su  vida.  Ni  el  sagrado  de  la  iglesia  era  respeta- 
do por  aquellas  furias  que  dentro  de  la  capilla  de  San  Patricio 
del  Convento  de  San  Agustín  arrastraron  á  D.  Carlos  Aguirre, 
que  yacía  mal  herido,  «y  á  un  religioso,  que  por  amor  les  pedia 
que  le  dejasen  hasta  el  umbral  de  la  puerta,  para  arrojarle  á  la 


(i)  Relación  de  los  sucesos  que  tuvieron  lugar  en  la  villa  de  Bilbao  y  otros 
pueblos  en  1718,  á  consecuencia  de  tumulto  comunmente  llamado  Machinada 
para  la  extinción  de  las  Aduanas. 


524  VIZCAYA 


ria.»  Se  intentó  por  cuatro  veces  incendiar  á  San  Agustín,  se 
allanaron  y  robaron  conventos,  sin  respetar  el  que  fuera  de  re- 
ligiosas, y  al  irse  retirando  muchos  aldeanos  terminado  el  día, 
incendiaron  muchos  caseríos  y  posesiones  inmediatas  ala  villa  (i). 

Empezaron  entonces  á  armarse  algunos  vecinos ;  volvió  en 
sí  el  Ayuntamiento,  y  si  bien  eran  ya  muchos  los  daños  causa- 
dos, pudieron  evitarse  mayores,  porque  era  el  plan  de  los  aldea- 
nos para  el  día  6,  saqueo  general  é  incendiar  á  Bilbao  por  cua- 
tro partes  y  por  el  centro ;  pero  les  impuso  la  actitud  de  los 
bilbaínos  armados  :  sólo  se  permitieron  algunos  robar  tal  ó  cual 
casa  é  incendiarla. 

Se  formaron  numerosas  guardias  en  todas  las  bocas  calles, 
avenidas  y  puertas,  se  colocó  artillería  en  algunos  puntos,  y  esto 
impuso. 

En  Portugalete  robaron  y  quemaron  las  casas  de  algunos 
vecinos;  los  de  Busturia,  Mundaca  y  otros,  cometieron  actos  de 


(i)  En  un  papel  de  aquellos  días  que  tenemos  á  la  vista,  dirigido  por  D.  Carlos- 
de  Soracoiz  y  Ayala  á  D.  Nicolás  de  Ubilla,  refiriéndose  á  lo  sucedido  en  Vizcaya 
se  dice  :  «han  entrado  en  conventos  de  monjas  á  quienes  han  atropellado  y  han 
sacado  refugiados  de  ellas  y  los  han  muerto  alevosamente,  y  asimismo  ha  habido- 
hombres  de  estos  asimilados  á  los  gentiles  que  al  P.  Rector  de  la  Compañía  que 
llevaba  el  Santísimo  le  atropellaron  y  porque  no  se  cayera  el  copón  fué  preciso 
que  el  compañero  del  Rector  tomase  en  sus  manos  dicho  copón,  y  finalmente  son 
tantos  los  casos  que  es  menester  una  resma  de  papel  para  relatarlos.  En  cuanto  á 
lo  que  me  dice  Vmd.  es  tratarlo  y  mirar  á  este  señorío  con  mucha  honra  y  esa  me- 
rindad  se  porta  con  ella  por  estar  prevenidos  para  esperar  á  todos  los  malvados- 
que  tuviesen  atrevimiento  de  arrimarse  y  me  parece  muy  bien  que  los  esperen 
con  fusilazos  porque  de  otra  suerte  no  se  logrará  nada  con  ellos,  como  consta  de 
la  experiencia  que  tenemos  en  esta  villa,  pues  el  día  4  y  5  del  corriente  hicieron 
lo  que  quisieron  profanando  templos  y  casas  de  santas  religiosas,  y  el  dia  6  salí 
de  San  Francisco  y  toda  la  gente  de  orden  de  esta  villa  tomó  las  armas  formando 
en  cada  calle  su  compañía  y  desde  entonces  no  se  han  atrevido  á-ejecutarinsolen- 
cias  como  los  dos  dias  antecedentes,  que  si  no  hubiera  tomado  esta  resolución 
toda  la  gente  honrada  conmigo  á  la  hora  de  aora  estuviera  quemada  toda  la  villa, 
que  ojalá  el  primer  dia  se  hubiera  tomado  esta  determinación,  como  yo  lo  vocea- 
ba y  invitaba  el  dia  4  por  la  tarde  en  la  lonja  de  la  compañía  y  ha  vista  de  que  no- 
querían  seguirme  me  refugié  en  el  colegio  de  la  compañía  y  de  allí  me  fui  á  San 
Francisco  donde  capitulé  que  habla  de  salir  con  mi  fusil  como  todos  los  demás  y 
habiendo  salido  se  remedió  lo  que  arriba  he  referido.  Vmd.  me  mande  lo  que  se  le 
ofreciere  con  la  seguridad  de  que  será  obedecido  con  la  mayor  puntualidad.  Guar- 
de Dios  á  Vmd.  muchos  años.  Bilbao  y  Setiembre  i  2  de  i  7  1  8. 


VIZCAYA  525 

feroz  vandalismo  en  Guernica,  hasta  en  el  convento  de  religio- 
sas de  Santa  Clara;  corrieron  después  á  Bermeo,  donde  em- 
plearon su  cruel  saña  y  aun  en  una  señora  que  murió  abrazada 
á  su  marido,  arrojando  sus  cadáveres  por  la  ventana,  y  arras- 
trando otros. 

Penetró  la  sublevación  en  Guipúzcoa  cometiendo  no  menos 
punibles  excesos,  y  con  las  armas  de  Eibar  y  de  otros  pueblos 
se  armaron  muchas  gentes  decididas  á  oponerse  á  las  tropas 
reales  que  avanzaban. 

A  castigar  tamaños  excesos  acudió  el  general  Loya  con 
unos  3000  hombres,  llevando  fiscal  y  juez  (i),  que  sentenciaron 
á  pena  de  muerte,  sufriendo  la  de  garrote  en  la  cárcel  ló  reos, 
cuyas  cabezas  se  colocaron  en  varios  pueblos. 

Estas  justicias  no  terminaron  aquella  situación  verdadera- 
mente violenta  para  la  provincia,  hasta  que  al  fin,  buscando  los 
medios  de  una  avenencia  equitativa,  en  junta  general  (1726)  se 
transigieron  todas  las  pretensiones  que  sobre  intereses  tenían 
contra  los  causantes  y  complicados  en  las  turbulencias  las  perso- 
nas que  daños  sufrieron,  y  se  pidió  al  rey  el  indulto  (2)  que  con- 
cedió, aprobando  además  los  capítulos  estipulados  en  la  junta; 
quedando  así  satisfechos  los  que  habían  sufrido  daños  en  el  tu- 
multo, los  delincuentes  perdonados  y  en  libertad  de  volver  á 
sus  casas,  el  señorío  repuesto  en  sus  fueros,  libertades  y  exen- 


(i)  Temiendo  el  señorío  las  consecuencias,  representó  al  rey  suspendiera  la 
ejecución  de  su  real  mandato  y  encomendara  al  mismo  señorío  el  restablecimien- 
to del  orden  y  el  castigo  de  los  delincuentes. 

(2)  Se  elevó  una  reverente  súplica  á  S.  M.  diciéndole  el  señorío  entre  otras 
cosas,  que  era  importante  acabaran  de  extinguirse  los  recuerdos  y  centellas  de 
las  infaustas  turbaciones,  que  no  pudieran  renacer  con  los  sollozos  y  continuas 
lágrimas  de  los  que  no  podían  dejar  de  estar  bien  castigados  y  escarmentados  con 
muy  cerca  de  ocho  años  que  padecían  la  pena  de  presidio,  galeras  y  destierro,  y 
el  rubor  de  la  fuga,  desperdicio  y  abandono  de  sus  casas  y  familias,  con  el  temido 
amago  y  continuo  sobresalto  de  la  prisión  y  del  castigo  :  se  volvía  á  implorar  la 
piedad  del  rey,  remitiendo  los  desmerecidos  ultrajes  que  tan  indebidamente  pa- 
decieron, y  condonando  los  crecidos  intereses  de  bienes  incendiados;  que  aten- 
diera las  penalidades  con  que  los  lastimados  habían  satisfecho  a  la  suprema  real 
autoridad  y  severa  justicia  de  S.  M.  y  se  habían  habilitado  para  soberana  clemen- 
cia y  real  gratitud  del  piadoso  indulto  que  esperaban. 


526 


VIZCAYA 


clones,  y  aun  cuando  algunos  de  aquellos  fueran  más  perjudi- 
ciales que  beneficiosos  para  el  bien  común,  como  al  fin  lo  han 
comprendido  en  lo  relativo  á  esta  cuestión  de  aduanas. 


\^vf^"^ 


CAPITULO  VIII 


Vizcaya  ante  los  franceses.  —  Puerto  de  la  Paz. — Zamácola. 

Lucha  entre  el  señorío  y  Bilbao.  —  Nueva   sublevación   y  nuevos  excesos. 

Enemiga  de  Godoy.  —  Invasión  francesa. — Patriotismo  y  desconcierto. 

Excesos  de  los  franceses  guerrilleros. — Guerra  civil 


I 


V  T  L  dominar  los  franceses  en  el  pasado  siglo  la  provincia  de 
j-*^Guipúzcoa,  quisieron  enseñorearse  también  de  la  de  Vizcaya, 
cuya  Diputación  acudió  al  rey  en  i6  de  Agosto  (1719),  el  cual 
contestó  á  los  cuatro  días  desde  Inojosa,  por  medio  de  D.  Mi- 
guel Fernández  Duran,  que  le  extrañaba  mucho  la  conducta  del 
mariscal  imputando  la  guerra  á  caprichos  del  Ministerio,  lo  cual 
hacía  apartar  á  S.  M,  de  su  libre  y  soberano  arbitrio ;  que  era 
acusación  injusta  el  que  se  mandara  despóticamente  en  España 
cuando  era  notorio  en  el  mundo  la  constancia  de  S.  M.  en  de- 
fender lo  justo  y  conveniente  á  sus  vasallos,  exponiendo  su  real 
persona  á  los  peligros  y  descomodidades  de  las  campañas  en 
defensa    de    su   justa    causa ;    que    también    había   extrañado 


528  VIZCAYA 


á  S.  M.  que  el  Mariscal  hubiese  hecho  llamar  á  uno  de  la  Di- 
putación para  tratar  con  él  de  los  intereses  de  la  provincia, 
amenazando  con  las  calamidades  de  la  guerra  si  no  condescen- 
día la  Diputación,  lo  que  se  consideraba  asimismo  contra  todas 
las  reglas  y  prácticas  de  la  buena  guerra,  pues  nadie  podía  ig- 
norar que  una  provincia,  donde  el  enemigo  no  tenía  plazas  ni 
tropas  establecidas,  ni  podía,  ni  debía  darle  la  obediencia,  ni 
enviar  diputado  ni  otro  individuo  á  tratar  con  los  enemigos  de 
su  legítimo  soberano ;  y  aun  cuando  llegase  el  caso  de  que  en- 
trasen en  ellas  algunas  partidas  ó  destacamentos  amenazando 
con  hostilidades  ó  practicando  algo  para  atemorizar,  debía  saber 
el  Mariscal  que  tampoco  bastaba  esto  para  que  una  provincia 
abandonase  á  su  soberano  y  se  entregase  á  otro  dueño,  y  sí 
sólo  para  que  los  lugares  más  expuestos  á  la  extorsión  se  com- 
pusieran violenta  y  temporalmente  con  los  jefes  militares  ó  con 
el  intendente  del  ejército  enemigo  mediante  alguna  moderada 
contribución  ó  en  otra  forma,  como  quien  se  sujeta  á  padecer 
algún  daño  para  evitar  otro  mayor,  todo  lo  cual  no  podía  igno- 
rarlo el  Mariscal  sabiendo  que  deben  excusarse  las  hostilidades 
á  los  pueblos  cuando  éstos  no  cometen  acción  que  pueda  justa- 
mente excitar  la  ira  á  los  enemigos;  que  si  á  pesar  de  esto  ex- 
perimentase Vizcaya  las  extorsiones  con  que  se  les  amenazaba, 
tomaría  S.  M.  las  resoluciones  convenientes  para  el  desagravio 
de  sus  vasallos  por  medio  de  las  represalias  y  otros  actos  que 
no  se  podría  negar  la  justicia  de  S,  M.  aunque  los  había  de  sus- 
pender y  prohibir  hasta  entonces  sin  permitir  se  hiciera  á  los 
pueblos  de  Francia  daño  alguno  ni  por  mar  ni  por  tierra,  no 
obstante  la  injusta  y  sangrienta  que  le  hacía  el  Duque  Regente; 
antes  bien  les  había  dejado  el  libre  comercio  en  sus  dominios  por 
el  amor  que  S.  M.  conservaba  á  la  nación  francesa,  facilitando 
sus  conveniencias  en  todo  aquello  que  no  se  opusieran  á  las  de 
sus  fieles  vasallos  que  merecían  siempre  la  primera  atención 
de  S.  M.:  de  todo  lo  cual  deducía  que  eran  remotos  los  motivos 
que  pudiesen  obligar  á  la  Diputación  á  obedecer  á  los  enemigos 


VIZCAYA  529 


y  que  por  consecuencia  tampoco  debía  enviar  diputado  ni  otra 
persona  alguna  á  tratar  con  ellos;  que  al  tener  el  Mariscal  pre- 
sentes los  mencionados  motivos  así  como  el  celo  y  la  constante 
fidelidad  de  la  Diputación  á  su  dueño  legítimo,  hubiera  excusa- 
do el  Mariscal  su  solicitud,  sabiendo  además  el  amor  y  confian- 
za que  debía  Vizcaya  á  S.  M. 

No  consta  que  se  sometiera  esta  provincia  como  se  some- 
tieron las  de  Guipúzcoa  y  Álava. 

Decretado  por  las  juntas  generales  que  se  construyese  un 
puerto  libre  en  la  anteiglesia  de  Abando,  se  opusieron  tenaz- 
mente Bilbao  y  el  consulado  de  comercio,  suscitándose  un  rui- 
doso pleito,  defendiendo  los  de  Abando  los  derechos  del  seño- 
río y  las  atribuciones  de  sus  juntas,  y  sosteniendo  los  bilbaínos 
los  intereses  de  la  villa,  que  consideraban  destruidos  por  los  de 
la  república  vecina. 

No  se  esgrimieron  seguramente  en  este  asunto  armas  de 
buena  ley;  porque  nombrado  por  el  gobierno  del  señorío  para 
que  le  representara  en  la  corte  y  le  defendiese  á  D.  Simón  Ber- 
nardo de  Zamácola,  alcalde  del  fuero  de  la  merindad  de  Arra- 
tia,  de  talento  y  patriotismo,  tales  intrigas  contra  él  se  tramaron 
que  al  llegar  á  Madrid  fué  encerrado  en  la  cárcel  por  secreta 
delación,  incomunicado  y  sin  la  menor  noticia  de  su  proceso. 
Prendióse  también  á  algunos  de  sus  amigos  de  Bilbao,  acusados 
todos  de  que  en  una  posada  de  Orduña  ó  inmediata  habían  re- 
cibido, al  ir  Zamácola  á  Madrid,  importantes  pliegos  de  D.  Ma- 
riano Luís  de  Urquijo,  para  darles  el  curso  que  en  la  delación 
suponían ;  pero  como  Zamácola  ni  había  recibido  tales  plie- 
gos ni  pasado  por  Orduña,  pues  fué  por  el  valle  de  Arratia  á 
Ochandiano,  se  probó  la  falsedad  de  la  acusación  y  la  inocencia 
del  acusado  (i). 


(i)  Aunque  se  mandó  la  averiguación  del  falso  delator,  se  opuso  el  noble 
Zamácola,  que  al  presentarle  la  delación  exclamó  suspirando:  «¡Ah!...  yo  le  per- 
dono... ha  sido  amigo  mío...  le  he  querido  mucho...  demasiado  tendrá  que  sufrir 
con  los  remordimientos  de  su  conciencia,  pero  cortaré  todo  trato  con  él.» 

67 


530  VIZCAYA 

La  injusta  persecución  sufrida  por  Zamácola  le  granjeó  las 
simpatías  del  gobierno  y  favoreció  la  causa  que  defendía,  que 
no  informaban  en  favor  de  la  contraria  los  malos  indicios  que 
algunos  al  menos  empleaban.  El  puerto  de  la  Paz,  que  así  se 
bautizó  el  que  debía  construirse  en  Abando,  con  absoluta  inde- 
pendencia de  Bilbao  y  de  su  consulado,  se  decidió  por  el  Con- 
cejo de  Castilla  en  pleno  y  aprobación  del  rey. 

No  podían  conformarse  los  bilbaínos  con  esta  resolución 
que  suponían  arruinaba  su  querida  villa;  agitáronse  aún  más  los 
ánimos,  acudieron  con  nuevas  súplicas  al  soberano,  obtuvieron  se 
mandase  reconocer  por  otras  personas  facultativas  los  planos  del 
nuevo  puerto;  el  Señorío  se  opuso  á  esta  suspensión  de  la  obra 
exponiendo  al  rey  los  inconvenientes  que  producía,  no  siendo  el 
menor  el  desprestigio  en  que  quedaban  las  juntas  forales  y  los 
derechos  del  Señorío;  mas  impacientes  sus  contrarios,  antes  de 
que  llegara  la  contestación  de  Madrid  apelaron  al  supremo  y 
funesto  recurso  de  las  revueltas.  Vecinos  de  Abando  y  Begoña, 
aunque  arrendatarios  de  los  de  Bilbao,  bajaron  en  tropel  y  como 
impetuoso  torrente  (i6  Agosto  1804)  á  Bilbao,  gritando  «mue- 
ra Zamácola,  el  corregidor,  el  consultor,  los  diputados  genera- 
les, todos  los  zamacolistas!»  No  había  ejemplo  de  sublevación 
parecida,  de  tamaño  desacato  á  sus  principales  autoridades  fo- 
rales, á  los  padres  de  provincia.  A  estas  turbas  se  juntaron  los 
de  Bilbao  y  algunos  de  Deusto  y  Baracaldo;  fueron  en  busca 
de  Zamácola  que  pudo  huir  á  Dima ,  su  pueblo,  y  por  no  com- 
prometer á  los  arratianos,  resueltos  á  defenderle,  se  marchó  á 
Echarriaranaz,  Navarra:  corrieron  los  sublevados  á  Dima,  y  no 
hallándole  allanaron  su  casa,  recogieron  sus  alhajas  y  efectos,  y 
lo  entregaron  todo  en  Guernica  á  la  junta  revolucionaria  allí 
constituida. 

Como  si  no  bastaran  los  gritos  que  sirvieron  de  bandera  á 
aquella  sublevación,  se  amplió  su  objeto  «á  castigar  á  todos  los 
que  habían  dispuesto  en  las  juntas  generales  armar  á  todo  el 
país,  y,  convertido  en  compañías  de  soldados,  entregarlo  á  los 


VIZCAYA  531 

generales  de  los  ejércitos  del  rey.»  Arrestaron  al  corregidor 
Pereyra,  á  los  diputados  generales,  al  secretario  general  del  Se- 
ñorío, maltrataron  al  consultor  Aranguren  y  á  su  segundo  Albo- 
niga,  prendieron  á  otros,  allanaron  varias  casas  y  se  entregó 
aquel  desenfrenado  populacho  á  los  más  criminales  y  punibles 
excesos,  entretenido  en  ellos  algunos  días. 

El  gobierno  acudió  á  remediar  aquel  desorden,  enviando  á 
Bilbao  un  ministro  togado  del  Consejo  real  con  tropas.  Su  ines- 
perada presencia  en  la  villa  aterró  á  los  sublevados.  Así  pudo 
más  fácilmente  restablecer  el  orden  é  imponer  severos  castigos, 
que  se  cumplieron.  Entre  otros  fueron  condenados  á  extraña- 
miento de  Vizcaya  el  ex  ministro  Urquijo,  y  Mazarredo,  capitán 
general  de  Marina. 

Empeñado  Zamácola  en  su  propósito  que  consideraba  be- 
neficioso para  los  intereses  de  Vizcaya,  aunque  no  tanto  para 
los  de  Bilbao,  á  pesar  de  que  pudieran  armonizarse,  volvió  á 
Madrid  acompañado  del  consultor  Aranguren,  á  fin  de  obrar  de 
consuno  para  vencer  los  obstáculos  que  se  oponían  á  la  ejecu- 
ción del  puerto  de  la  Paz;  pero,  ya  se  ha  dicho,  aquellos  parti- 
darios ardientes  de  la  libertad  de  Vizcaya,  pudieron  ver  con  sus 
propios  ojos  que  en  la  corrompida  corte  de  Carlos  IV  no  se  tra- 
taba ya  tanto  de  llevar  á  efecto  la  ejecución  del  puerto  de  Aban- 
do,  como  de  arrancar  de  cuajo  el  árbol  secular  de  las  libertades 
vascongadas.  «Los  trabajos  y  desvelos  de  estos  dos  buenos  pa- 
tricios y  las  aflicciones  que  con  tal  motivo  sufrieron,  no  se  pue- 
den referir».  Mostróse  infatigable,  sobretodo  para  desvanecer 
en  Godoy  las  prevenciones  que  tenía  contra  las  provincias  vas- 
congadas y  muy  especialmente  contra  Vizcaya  ;  por  saber  que 
algunos  y  muy  importantes  vizcaínos  simpatizaban  con  los  fran- 
ceses y  habíanseles  mostrado  muy  amigos  en  la  campaña 
de  1795  (i). 


(i)  Así  pudo  escribir  Monsey  que  «las  poblaciones  de  Vizcaya  y  Álava  habían 
recibido  á  sus  soldados  como  á  verdaderos  hermanos  y  amigos,  observándose 
que  prestaban  sus  servicios  con  lealtad  y  franqueza.» 


532  VIZCAYA 


Esmerábase  Zamácola  en  desvirtuar  estas  prevenciones, 
que  eran  mayores  que  sus  constantes  y  celosos  afanes,  y  al  ver 
la  poca  eficacia  de  estos,  es  fama  que  al  volver  desalentado  á 
su  casa,  dejábase  caer  exclamando:  «  Vizcaya,  ya  acabaron  tus 
días.  Tus  mismos  hijos  te  dan  la  muerte.  Yo  no  quiero  sobrevi- 
vir á  tu  desgracia  > .  Y  no  sobrevivió  mucho  tiempo :  trastornada 
á  veces  su  razón,  enfermo,  no  pudo  ocuparse  más  de  su  desea- 
do puerto  de  la  Paz,  del  que  apenas  volvió  á  hablarse. 


II 


El  triunfo  obtenido  por  las  armas  españolas  en  Bailen  alen- 
tó á  los  mal  avenidos  con  la  dominación  francesa  en  Vizcaya, 
alborotóse  el  pueblo,  se  impuso,  se  adhirió  Bilbao  con  entusias- 
mo á  la  causa  nacional,  se  constituyó  una  junta  suprema  de 
Gobierno,  que  estimuló  el  armamento  general ;  pero  se  compo- 
nía aquella  corporación  de  elementos  algo  heterogéneos,  dis- 
traíanla de  sus  patrióticas  ocupaciones  las  inconvenientes  exi- 
gencias de  los  partidarios  de  que  se  restituyese  á  la  Diputación 
foral  el  pleno  de  sus  atribuciones,  produjo  todo  choques  y  de- 
fecciones, y  tuvo  que  restablecerse  á  poco  la  Diputación  en  sus 
funciones  normales,  á  pesar  de  la  fuerte  oposición  que  hicieron, 
fundados  en  justos  y  patrióticos  motivos  políticos  y  militares,  al- 
gunos vocales  de  la  Junta,  además  del  comisario  inglés  que  se 
había  presentado  con  una  escuadrilla,  conduciendo  abundantes 
armas,  municiones  y  recursos  para  proteger  y  secundar  la  organi- 
zación de  la  defensa;  todo  fué  inútil.  La  Diputación,  aunque  ani- 
mada de  los  mejores  deseos,  había  producido  ya  lamentables 
divisiones;  obró  con  precipitación,  aturdimiento  y  desconcierto ; 
en  el  cuartel   general  de  Orozco,  donde  habían  de  reunirse  los 


VIZCAYA  533 

14,000  hombres  alistados,  no  se  establecía  la  organización,  ni 
la  disciplina;  conocía  la  Diputación  lo  falso  de  su  posición;  pero 
confiaba  en  el  apoyo  del  ejército  de  Asturias  y  Galicia. 

José  Napoleón,  en  tanto,  había  llegado  á  Miranda  de  Ebro; 
el  movimiento  de  Bilbao  le  apenó  y  contrarió  (i);  dictó  ordenes 
enérgicas  para  sofocarlo  á  todo  trance,  marchó  á  conseguirlo 
una  división  francesa,  venció  en  el  Puente  Nuevo  la  valerosa 
pero  mal  organizada  resistencia  de  los  bilbaínos,  y  la  entrada 
de  los  vencedores  en  la  villa  ( 16  Agosto)  fué  un  día  de  saqueo, 
de  sangre,  de  horrible  duelo.  El  rey  José  dijo  en  su  parte  que 
Bilbao  «había  recibido  una  terrible  lección,  costándole  su  rebel- 
día la  sangre  de  1200  personas».  Con  tal  y  tan  cruel  saña  pro- 
cedieron los  franceses.  No  se  había  dado  motivo  para  cometer 
tamaños  excesos;  pero  la  imprudencia  de  un  patriota  de  poco 
juicio  excitó  la  cólera  y  el  espíritu  de  venganza  del  general 
francés. 

Reunida  en  Bilbao  la  Junta  general  del  Señorío  bajo  la  pre- 
sidencia del  general  Mazarredo,  que  había  acudido  solícito  á  la 
villa,  á  remediar  los  males  posibles,  ofreció  en  nombre  del  nuevo 
rey  libertad  de  las  industrias  terrestres  y  marítimas,  y  otras  liber- 
tades, que  se  concedían  á  la  vez  á  toda  la  nación,  pues  no  había 
de  consentir  en  España  la  existencia  de  tiranías,  abusos  y  ver- 
güenzas políticas  y  aun  sociales  que  humillaban  al  individuo  sin 
enaltecer  á  sus  dominadores,  y  juraron  todos  los  diputados  viz- 
caínos amor,  obediencia  y  fidelidad  al  rey  José  Napoleón,  jurán- 
dole como  su  señor. 

Desalojada  al  mes  la  corta  guarnición  francesa  de  Bilbao  por 
la  división  del  marqués  del  Portazgo,  tuvo  ésta  que  seguir  á 
poco  el  movimiento  general  de  retirada,  abandonando  la  villa 
que  ocupó  con  poderoso  ejército  el  mariscal  Ney,  encontrando 
vacío  el  pueblo,  cuyos  vecinos  temiendo  la  repetición  de  los  ho- 


(i)  Confiaba,  según  le  habían  asegurado  los  vizcaínos,  el  general  D.  José  Do- 
mingo Mazarredo  y  D.  Mariano  Huiz  de  Urquijo.  ambos  ministros  del  nuevo  rey, 
en  que  Vizcaya  permanecería  adicta  ó  sumisa  á  los  franceses. 


534  VIZCAYA 


rribles  excesos  anteriores,  huyeron  despavoridos.  Para  que  re- 
gresaran, publicó  Ney  un  bando  en  el  que  daba  24  horas  de 
término  para  que  los  vecinos  volvieran  á  sus  casas,  amenazan- 
do en  caso  de  negativa  con  el  saqueo  de  la  villa.  Volvieron 
muchos  y  se  abrieron  la  mayor  parte  de  las  tiendas. 

Simultáneamente  ocupada  Bilbao  por  franceses  ó  españoles, 
derrotados  estos  en  Zornoza,  y  aquellos  poco  después  en  los 
campos  de  Valmaseda,  dejó  de  ser  Vizcaya  teatro  de  operacio- 
nes de  considerables  ejércitos  para  serlo  de  hazañas  de  guerri- 
lleros, como  el  desgraciado  Echavarri,  D.  Juan  de  Aróstegui, 
jefe  de  los  bocamorteros  con  los  que  alcanzó  grande  y  merecida 
fama,  y  algunos  otros  que  guiaban  paisanos  ó  francos,  cuyo 
cuerpo  no  llegó  á  reglamentarse  por  completo. 

Llegó  á  instalarse  en  Vizcaya  la  Junta  patriótica,  reunién- 
dose en  Orduña,  formáronse  tres  batallones  de  i  200  hombres 
cada  uno,  mandados  por  D.  Mariano  Renovales,  se  formaron 
nuevos  focos  de  insurrección,  operóse  con  éxito  ayudando  al- 
gunas fuerzas  marítimas  inglesas,  conquistó  Jáuregui  (el  Pastor) 
la  villa  de  Lequeitio,  obtuvo  Longa  otros  triunfos,  y  el  avance  de 
Porlier  obligó  á  los  franceses  á  evacuar  á  Bilbao,  volviendo  á 
ocuparle  después  de  los  rudos  y  encarnizados  combates  soste- 
nidos en  Bolueta:  el  interés  de  los  invasores  de  atender  á  San- 
toña  les  hizo  abandonar  de  nuevo  á  Bilbao,  que  celebró  con 
grandes  regocijos  su  libertad,  reunió  sus  juntas,  publicó  con 
toda  pompa  la  Constitución  y  se  atendió  á  cuánto  la  defensa  del 
país  exigía,  encomendada  con  la  presidencia  á  D.  Gabriel  Men- 
dizábal,  general  en  jefe  del  séptimo  ejército. 

No  pudo  impedir  que  otra  vez  ocuparan  los  franceses  á  Bil- 
bao, constantemente  asediada  desde  entonces  por  los  vizcaínos, 
y  aun  invadida  momentáneamente  como  lo  fué  el  8  de  Enero  y 
10  de  Mayo  (18 13);  hubo  reñidos  encuentros  en  Ceberio, 
Marquina  y  Guernica,  y  cuando  se  iba  organizando  tenaz  y  bien 
combinada  resistencia,  abandonaron  los  franceses  la  provincia  y 
España. 


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5  ^0  VIZCAYA 


III 


El  año  de  1833  inauguró  uno  de  los  períodos  más  intere- 
santes y  más  sangrientos  de  la  historia  contemporánea  de  Viz- 
caya. Lo  que  fué  en  un  principio  una  lucha  de  localidad,  de  ri- 
validad personal,  se  convirtió  en  una  cuestión  de  partido  político, 
en  guerra  de  pasiones,  que  hizo  estallar  la  muerte  de  Fernan- 
do VII. 

Se  propusieron  organizar  la  insurrección  el  brigadier  dipu- 
tado Zavala  y  el  comandante  de  voluntarios  Novia,  para  lo  que 
invitaron  al  marqués  de  Valde-Espina  que  vivía  en  Ermua  y  acu- 
dió presuroso  al  llamamiento.  Formó  parte  de  la  nueva  Diputa- 
ción que  publicó  un  manifiesto  proclam.ando  á  D.  Carlos,  se 
reunieron  cerca  de  tres  millones  de  reales  de  los  fondos  públi- 
cos, contribución  impuesta  al  vecindario  y  de  fuertes  sumas  exi- 
gidas á  los  liberales;  ayudó  poderosamente  el  clero  secular  y 
regular  ejerciendo  poderosa  coacción  en  los  sencillos  aldeanos; 
con  grande  abnegación  se  prestaban  muchos  á  sacrificar  su  vida 
en  obsequio  de  la  causa  que  aclamaban,  llegando  á  originarse 
serias  desavenencias  por  cuestiones  de  celos;  pero  puestos  todos 
de  acuerdo,  se  llamó  á  las  armas  á  los  voluntarios  realistas  de 
toda  la  provincia,  se  invitó  á  los  demás  á  que  secundaran  el  al- 
zamiento, y  se  formaron  columnas  para  recorrer  el  país,  reclutar 
gente  y  proclamar  á  la  vez  á  D.  Carlos  en  todos  los  pueblos  de 
su  tránsito.  Así  se  ejecutó  en  Begoña,  Abando,  Baracaldo,  Por- 
tugalete,  Somorrostro,  Sopuerta,  Valmaseda  y  en  cuantos  pue- 
blos visitaron  hasta  el  valle  de  Mena. 

Dirigiéronse  algunas  fuerzas  á  Guipúzcoa  para  apoyar  otros 
movimientos,  y  los  resultados  no  pudieron  ser  más  favorables. 
Realistas  y  paisanos  corrían  á  alistarse  bajo  los  pendones  de 
D.  Carlos;  el  fuego  de  la  insurrección  se  propagó  á  todo  el  país 


VIZCAYA  537 


vascongado,  á  Navarra  y  á  la  Rioja,  aprovechando  en  todas 
partes  la  impericia  del  gobierno,  que  trató  á  poco  de  recuperar 
el  tiempo  perdido,  mas  lo  hizo  de  mala  manera. 

El  general  Sarsfield  arrollando  á  todos  los  realistas  de  Cas- 
tilla la  Vieja  que  mandaba  el  cura  Merino,  haciendo  huir  des- 
pavoridos á  los  alaveses,  posesionándose  fácilmente  de  Vitoria, 
en  la  que  se  detuvo  sin  necesidad  dos  días,  siguió  á  Bilbao  por 
Durango,  para  acabar  con  la  insurrección  en  Vizcaya  con  la 
misma  facilidad  que  en  Álava. 

La  junta  carlista  de  Vizcaya  mandó  temerosa  reconcentrar 
las  fuerzas  á  las  inmediaciones  de  Bilbao,  saliendo  de  la  villa 
Zabala  á  ponerse  á  la  cabeza  de  los  carlistas  para  infundirles  la 
confianza  que  ya  perdían,  desertando  unos  en  pelotones,  reti- 
rándose otros  á  ocultarse  al  abrigo  de  las  montañas,  ó  á  escon- 
derse en  los  barrancos,  siendo  tal  el  pánico  que  se  introdujo, 
que  en  vano  apelaron  Zabala  y  la  Junta  á  todos  los  medios  po- 
sibles, invocando  los  fueros  y  la  religión,  palabras  que  les  llena- 
ban antes  de  entusiasmo.  Todo  fué  en  vano;  el  desaliento  era 
profundo,  general  el  desorden.  Rotaeche  y  Urquiju  no  secunda- 
ron los  denodados  esfuerzos  de  Zabala,  que,  incansable,  comi- 
sionó á  varios  oficiales  para  que  al  frente  de  los  menos  temero- 
sos, reclutaran  jóvenes,  recogieran  las  escondidas  armas  y 
reanimaran  el  espíritu  público.  Sólo  unos  200  hombres  perma- 
necieron en  Ermua  y  sus  inmediaciones  retenidos  por  su  honor. 

Los  tres  batallones  que  quedaron  en  Bilbao  la  abandonaron 
en  cuanto  supieron  la  aproximación  de  Sarsfield,  que  entró  al 
día  siguiente  concediendo  indulto  general  á  los  que  en  el  tér- 
mino de  1 5  días  depusieran  las  armas. 

El  jefe  liberal  obtuvo  fácilmente  un  triunfo  no  disputado. 
Destruyó  en  su  paseo  triunfal  desde  el  Ebro  al  Nervión  los  prin- 
cipales focos  del  carlismo;  pero  parecía  que  lo  que  á  su  frente 
se  destruía,  anhelaba  se  organizase  á  su  espalda,  pues  al  entrar 
en  Durango,  el  alcalde  á  quien  entregaron  muchos  carlistas  sus 
fusiles  le  preguntó: 

68 


5^8  VIZCAYA 


•    — ¿Qué  hago,  general,  con  estos  fusiles? 

— Cuidarlos — le  contestó. 

— No  tengo  tropa :  le  ruego  me  deje  un  batallón  para  guar- 
necer la  plaza. 

— No,  ni  una  compañía — le  replicó  Sarsfield. 

Quedaron  allí  abandonadas  las  armas;  otras  las  escondieron 
sus  dueños ;  así  que,  cuando  Sarsfield  regresó  de  Vizcaya,  vol- 
vieron muchos  á  empuñarlas,  se  obligó  á  que  lo  hicieran  otros, 
se  puso  la  Diputación  de  acuerdo  con  Zumalacarregui  que  ya 
empezaba  á  distinguirse  en  Navarra  y  se  fué  organizando  la 
guerra  civil  que  duró  7  años.  No  ayudaron  poco  los  desaciertos 
del  gobierno  y  la  impericia  de  algunos  generales.  Narrados  es- 
tán estos  hechos,  que  ni  aun  en  extracto  podemos  presentar 
aquí,  porque  excedería  su  narración  á  los  límites  de  que  dispo- 
ner podemos,  y  á  su  historia  nos  remitimos.  Sólo  diremos  res- 
pecto á  Vizcaya,  que  fué  teatro  de  muy  reñidos  encuentros,  que 
su  capital  sostuvo  tres  sitios,  inmortalizándola  el  último  del  que 
la  salvó  su  constancia  y  Espartero  en  la  memorable  batalla  de 
Luchana.  Es  tanto  más  de  admirar  el  heroísmo  de  los  bilbaínos, 
cuanto  que  basta  ver  la  posición  que  ocupa  Bilbao,  rodeada  de 
montañas,  en  las  dos  terceras  partes  de  su  perímetro,  para  com- 
prender hasta  qué  punto  tuvieron  que  emplear  aquella  virtud, 
tanta  constancia,  tanta  privación,  tanto  sufrimiento  para  que  los 
carlistas  no  se  apoderaran  de  la  invicta  villa  por  ellos  tan  codiciada. 

Nuevas  vicisitudes  producidas  por  cuestiones  políticas,  expe- 
rimentó después  de  terminada  la  guerra  civil ;  emprendió  otra 
en  1872,  concluida  á  poco  por  el  tratado  de  Amorevieta;  de 
este  mal  apagado  incendio  renació  el  fuego  de  la  última  lucha, 
que  si  no  duró  tanto  como  la  primera,  no  fué  menos  considera- 
ble é  imponente:  volvió  su  suelo  á  ensangrentarse;  las  lade- 
ras del  Ciérvana,  del  Montano,  de  las  Carreras  y  de  Abanto, 
presenciaron  los  combates  más  sangrientos  que  se  han  librado 
en  toda  la  guerra ;  también  Bilbao  sostuvo  empeñado  sitio  y  te- 
rrible bombardeo,  sufrido  con  la  ya  proverbial  constancia  y  pa- 


VIZCAYA 


539 


triotismo  de  sus  liberales  habitantes;  y  el  restablecimiento  de  la 
paz  restauró  las  ruinas,  y  devolvió  ala  invicta  villa  el  movimien- 
to comercial  que  la  distingue  y  la  honra,  que  la  coloca  en  un 
lugar  preeminente  y  merecido,  como  he  tenido  ocasión  de  cono- 
cerlo, apreciarlo  y  admirarlo. 


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CAPITULO  TX 

Vizcaya  artística.  —  Bilbao.  —  Iglesias ,  ediñclos  civiles ,  paseos. 

El  Puerto  y  la  Ría 


I 


/\^  primer  deseo  del  viajero  que  llega  á  Bilbao,  es  el  de  ir  á 
^^-^las  Arenas,  á  Portugalete  y  á  las  minas.  El  trayecto  á  cual- 
quiera de  estos  sitios  no  puede  ser  más  encantador. 

En  el  pequeño  espacio  que  media  de  Bilbao  á  las  Arenas 
(unos  14  kilómetros),  recréase  la  vista  con  los  más  bellos  pano- 
ramas, y  aliméntase  la  imaginación  con  los  más  interesantes  he- 
chos históricos  y  novelescos. 

Antes  de  salir  de  la  invicta  villa,  junto  al  hermoso  y  aban- 
donado palacio  de  Quintana,  existió  el  convento  de  San  Agus- 
tín, que  conquistó  imperecedero  nombre  en  la  guerra  de  los  siete 


542 


VIZCAYA 


años,  en  la  cual  adquirieron  no  menor  celebridad  el  puente  y 
campo  de  Luchana,  los  altos  de  San  Pablo,  de  Cabras,  de  Ban- 
deras y  de  Aspe;  y  muchos  de  los  caseríos,  en  los  que  apenas 
repara  el  viajero,  han  sido  teatro  de  conmovedoras  y  dramáticas 
escenas. 


BILBAO.  —  Palacio  de  Quintana 


El  Arenal,  que  así  se  llama  uno  de  los  más  cómodos  y  her- 
mosos paseos  de  Bilbao,  era  en  lo  antiguo,  como  su  nombre 
indica,  un  campo  de  arena,  erial  ó  más  bien  fangoso,  cubierto 
por  las  aguas  de  pleamar,  que  hasta  la  villa  y  más  allá  llegaba 
y  llega  la  creciente.  El  casco  de  Bilbao  era  pequeño  y  murado, 
y  fuera  de  las  murallas  formáronse  los  barrios  de  Ascao  y  San 
Nicolás,  no  habiendo  noticias  de  que  se  edificara  en  lo  que  es 
hoy  paseo,  sino  que  encauzadas  las  aguas  del  Nervión  quedó  li- 
bre de  la  inundación  de  las  mareas  ese  extenso  espacio  que  se 
convirtió  después  en  alameda,   sufriendo  no  pocas  variaciones  y 


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7. 


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•544 


VIZCAYA 


un  espantoso  huracán  en  Julio  de  1851.  Ese  bello  paseo  es  un 
gran  respiro  para  los  apiñados  pobladores  de  la  villa,  que  en  la 
mayor  parte  de  sus  calles  carecen  de  luz  y  de  aire ;  de  lo  que 
puede  convencerse  el  que  recorra  por  la  calle  de  la  Ronda,  los 
Cantones,  etc.  El  gran  salón,  en  un  tiempo  alumbrado  con  luz 
eléctrica,  los  corpulentos  árboles  que  le  adornan  y  forman  her- 


BILBAC— Campo  de  Volantín 


mosas  calles,  cubiertas  con  las  ramas  de  los  árboles  que  se  en- 
lazan, las  lindas  plazas  circulares,  teniendo  una  en  medio  un  pre- 
cioso estanque  con  caprichosos  surtidores,  que  elevan  el  agua 
á  20  pies  de  altura,  y  otra  un  kiosco  para  música,  la  cual  ame- 
niza á  veces  las  horas  de  paseo,  la  variedad  de  arbustos  y  flores 
que  adornan  y  matizan  este  predilecto  sitio  de  los  bilbaínos,  jus- 
tifican la  fama  del  Arenal.  Lleno  de  cómodos  asientos,  hacen  allí 
agradable  la  estancia  y  muy  entretenida  en  la  calle  paralela  al 
río,  frente  á  la  cual  atracan  los  vapores  que  navegan  de  Bilbao 


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á  Santander  y  vice-versa,  y  la  mayor  parte  de  los  buques  que 
conducen  mercancías. 

El  campo  de  Volantín  es  otro  paseo,  grande  y  hermoso  á 
orilla  de  la  ría,  con  vistas  encantadoras.  En  su  principio,  ostenta, 
como  se  ve  en  la  lámina,  una  serie  de  elegantísimos  hoteles,  con 
jardín  por  delante,  formando  una  de  las  calles  más  lindas  de 
Bilbao,  por  la  que  pasa  el  tranvía  á  las  Arenas;  y  entre  esta 
calle  y  la  ría,  corpulentos  y  altísimos  árboles  trazan  frondosas 
alamedas,  en  algunas  de  las  cuales  impiden  penetren  los  rayos 
del  sol  las  entrelazadas  ramas  de  las  hayas,  álamos,  robles,  fres- 
nos, arces,  acacias  y  tilos. 

A  continuación  de  estas  alamedas  hay  lindos  jardines  á  la 
inglesa,  extensos  parterres  y  frondosas  arboledas,  formando 
todo  un  paseo  que  empieza  en  el  Arenal  y  acaba  en  la  Salve; 
unos  dos  kilómetros. 

Dando  frente  al  salón  del  Arenal,  se  ve  la  poco  artística  fa- 
chada de  la  iglesia  parroquial  de  San  Nicolás  de  Bari,  erigida  á 
fines  del  siglo  xv  sobre  las  ruinas  de  la  ermita  que  bajo  la  mis- 
ma advocación  de  aquel  santo  existió  en  el  propio  sitio  para  que 
no  carecieran  de  culto  los  marineros  y  pescadores  que  poblaban 
el  arrabal  de  San  Nicolás,  extramuros  de  la  villa. 

Mucho  sufría  ésta  con  las  inundaciones;  fué  memorable  la 
del  año  1553,  que  arrasando  las  casas  de  calles  enteras,  causó 
grandes  desperfectos  en  este  templo,  que  se  hubiera  cerrado  al 
culto  sin  los  donativos  del  acaudalado  comerciante  Juan  de  Ben- 
gochea,  enterrado  entre  el  altar  mayor  y  el  colateral  del  lado 
del  Evangelio;  pero  mal  restaurado  y  amenazando  inminente 
ruina,  hubo  al  fin  de  cerrarse  al  culto  en  1740,  por  carecer 
el  Municipio  de  fondos  para  las  grandes  reparaciones  que  el 
templo  exigía,  hasta  que  por  acuerdo  general  los  dineros  que 
se  habían  reunido  para  construir  una  Casa  de  Misericordia  de 
que  se  carecía  siendo  tan  indispensable,  se  dedicaron  á  la  recons- 
trucción de  San  Nicolás,  ayudando  los  capitales  que  á  censo  te- 
nía. No  bastando  aún  lo  que  á  los  pobres  se  quitaba,  se  crea- 


VIZCAYA 


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ron  arbitrios  sobre  los  necesarios  artículos  de  comer  y  beber  (i); 
se  dispuso  de  rentas  municipales,  y  se  reunieron  así  recursos 
bastantes  para  levantar  un  templo  que  demostraba  indudable- 


BILBAC  — San  Nicolás 


mente  la  gran  piedad  de  sus  autores,  pero  no  benéfica  caridad, 
por  aquello  de  que  primero  es  el  precepto  positivo  que  el  nega- 
tivo, como  dicen  los  teólogos. 


(i)    El  Gobierno,  que  se  oponía  á  esta  concesión  por  lo  que  gravaba  al  pueblo, 
sólo  los  concedió  al  Ayuntamiento  hasta  el  29  de  Julio  de  i  746,  por  3  años. 


548 


VIZCAYA 


Después  de  citar  á  concurso  á  todos  los  maestros  de  obras 
de  Vizcaya,  Álava,  Guipúzcoa  y  la  Montaña,  no  estuvo  muy  acer- 
tado el  municipio  en  la  elección  de  las  personas  que  designó  para 


BILBAO. — Portada  de  Santiago 


hacer  los  proyectos,  ni  en  el  que  escogió.  Destruido  el  anterior 
templo  se  puso  la  primera  piedra  del  actual  el  6  de  Diciembre 
de  1743:  después  de  algunas  vicisitudes  y  variaciones  en  la  fa- 
chada, haciéndose  una  torre  más  y  entre  ambas  una  espadaña 
que  ocultara  el  tejado  del  coro,  cuya  vista  ofrecía  gran  fealdad, 
y  sin  terminarse  completamente   las  obras,  el   11   de  Agosto 


VIZCAYA 


BILBAO.— Puerta  lateral  de  Santiago 


550  VIZCAYA 


de  1756  se  trasladó  con  gran  pompa  el  Santísimo  Sacramento 
desde  la  iglesia  de  Santiago,  quedando  la  de  San  Nicolás  abier- 
ta para  el  culto  público.  Concedió  el  Gobierno  se  celebraran  en 
la  plaza  principal  corridas  de  toros  de  Castilla  y  Salamanca,  en 
los  días  19,  20  y  21  del  mismo  mes  de  Agosto,  con  otros  fes- 
tejos verdaderamente  espléndidos,  que  á  presenciarlos  llevaron 
á  Bilbao  multitud  de  forasteros,  y  cuando  todo  terminó,  el  pue- 
blo cantaba  por  las  calles  unas  canciones  que  terminaban  con 
este  estribillo: 


Adiós,  toros  y  toreros, 
adiós,  fiestas  sin  igual , 
ya  no  queda  más  recuerdo 
que  la  Plaza  y  Arenal. 


En  este  templo  se  celebraron  las  famosas  juntas  generales 
extraordinarias  (181  2)  en  medio  del  mayor  entusiasmo,  no  bas- 
tando su  capacidad  al  público  que  ansiaba  presenciar  las  delibe- 
raciones, y  que  recibió  con  el  mayor  entusiasmo  la  proclamación 
del  Código  Gaditano. 

Durante  las  dos  guerras  civiles  sirvió  San  Nicolás  de  parque 
de  artillería  y  almacén  de  pólvora  y  proyectiles,  hasta  que 
en  1879  se  construyó  el  Parque  en  San  Francisco,  se  devolvió 
la  iglesia,  sufriendo  importantes  reparaciones,  y  se  abrió  al  culto 
con  gran  solemnidad  el  21  de  Enero  de  188 1. 

Fundada  Bilbao  el  año  de  1300,  no  se  hallan  en  ella  monu- 
mentos anteriores  á  aquella  fecha,  y  los  de  la  posterior  no  son 
notables  sino  por  los  recuerdos  históricos  de  algunos. 

Debemos  hacer  una  excepción  á  favor  de  la  iglesia  de  San- 
tiago, cuya  existencia  se  supone  antes  de  la  fundación  de  la  vi- 
lla, porque  de  ella,  así  como  del  puente  viejo  de  San  Antón,  se 
habla  en  antiguos  documentos.  Mucho  dice  en  favor  de  aquel 
templo  el  gótico  purísimo  de  la  construcción  que  se  tiene  por 
primitiva;  pero  se  amplió  hacia  1379,  el  incendio  de  1571  que- 


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552  VIZCAYA 


mó  sus  naves  laterales,  quedando  sólo  en  pié  la  principal  y  la 
torre  délas  campanas;  en  1650  se  le  añadió  una  malísima  fa- 
chada de  cuatro  columnas  dóricas  de  mármol. de  Mañana;  se 
efectuaron  después  otras  construcciones  ó  reparaciones;  se  edi- 
ficaron en  el  siglo  pasado  el  coro  y  el  presbiterio,  y  en  medio 
de  la  mescolanza  de  estilos  que  ostenta  el  templo,  se  distingue 
la  pureza  y  elegancia  de  las  columnas,  de  los  andenes  y  ojivas 
de  la  obra  antigua  que  armonizan  mal  con  las  pesadas  pilastras 
y  follajes  de  la  moderna. 

Las  tres  espaciosas  naves  de  que  consta  esta  iglesia  están 
sostenidas  por  seis  pilares:  muchas  de  sus  trece  capillas  osten- 
tan hornacinas  góticas.  El  frontal  y  el  tabernáculo  son  de  plata; 
la  custodia  rica  por  la  profusión  de  pedrería,  notable  por  su  al- 
tura, 6  pies,  es  obra  preciosa  y  de  gran  paciencia. 

La  iglesia  de  S.Antonio  Abad  se  construyó  sobre  los  cimien- 
tos del  antiguo  alcázar  de  Bilbao,  á  principios  del  siglo  xv.  Es 
graciosa  y  elegante  la  decoración  de  la  puerta  dé  ingreso,  del 
renacimiento;  faltan  algunas  estatuas  y  no  pocos  detalles,  bár- 
baramente destruidos. 

La  parroquia  de  los  Santos  Juanes,  colegio  antes  de  jesuítas, 
sin  ser  una  obra  notable,  está  bien  entendida.  Su  fachada  de 
cuatro  columnas  dóricas,  de  piedra,  empotradas  con  su  corres- 
pondiente cornisamento,  hace  buen  efecto. 

Si  nada  más  hay  que  admirar  respecto  á  templos  en  la 
invicta  villa,  aunque  admiración  no  cause,  es  más  que  nota- 
ble el  Hospital  civil,  por  lo  suntuoso  de  su  fábrica,  de  piedra 
sillería,  si  bien,  higiénicamente  considerada  su  distribución, 
deja  mucho  que  desear.  Hospicio  de  peregrinos  en  el  siglo  xv, 
se  amplió  y  mejoró  á  principios  del  xvi,  y  se  hizo  de  nuevo 
en  el  presente  bajo  la  dirección  y  planos  de  D.  Gabriel  Benito 
de  Orbegozo,  á  costa  del  vecindario,  siempre  generoso  y  cari- 
tativo. 

Constituyen  la  fachada  principal  cuatro  columnas  dóricas  de 


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3  2  pies  de  altura,  con  su  cornisamento  (i),  y  por  remate  el  escudo 
de  armas  de  la  villa.  El  edificio  consta  de  cuatro  cuerpos,  que  le 
dan  un  aspecto  extraño.  Su  capacidad  es  grande  y  los  enfermos 
reciben  esmerada  asistencia. 

El  Instituto,  situado  donde  estuvo  el  antiguo  convento  de  la 
Cruz,  regalado  por  la  reina  á  la  provincia,  empezó  á  construirse 
en  1844.  Su  fachada  de  orden  jónico,  es  severa  y  elegante  á  la 
vez.  Para  obviar  los  inconvenientes  del  terreno,  da  acceso  al 
edificio  una  gran  escalera,  que  se  divide  en  dos  anchos  tramos, 
que  van  á  concluir  en  una  plataforma  con  su  barandillaje  de 
piedra.  Desde  esta  meseta  se  penetra  en  el  Instituto,  en  el  que 
hay  un  elegante  salón  de  actos.  Todas  sus  dependencias  están 
bien  distribuidas.  En  la  planta  baja  hay  la  capilla,  museo  de 
pinturas,  biblioteca,  escuela  pública,  etc.,  y  en  la  principal  las 
cátedras,  gabinetes  de  física  é  historia  natural,  sala  de  recepción 
y  oficinas.  En  una  extensa  huerta,  hay  jardines,  gimnasio,  juego 
de  pelota  y  otros. 

La  plaza  Nueva  y  los  tres  puentes  son  las  construcciones 
más  notables  de  Bilbao,  que  carece  de  grandes  edificios  públicos. 
Adornada  la  primera  con  bellos  jardines,  en  los  que  crecen 
lozanas  y  corpulentas  magnolias,  hermosos  naranjos,  grandes 
acacias  de  bola  y  variedad  de  plantas,  ocupa  el  centro  una  mag- 
nífica fuente  de  juegos  de  aguas,  con  18  surtidores  y  uno  más 
en  la  cúspide,  que  arroja  aquella  á  25  pies  de  altura;  reco- 
giéndose todas  las  aguas  en  un  tazón  superior  que  formando 
un  hermoso  fanal,  las  deja  caer  sobre  otro  mayor,  desde  el  que 
se  desprenden  al  gran  receptáculo  inferior. 

Ocupa  toda  la  plaza  un  espacio  de  234  pies  de  largo  por  196 
de  ancho.  Rodéanla  anchos  y  por  la  noche  bien  alumbrados  so- 
portales compuestos  de  64  arcos  con  66  columnas  dóricas.  Todo 
el  caserío  está  construido  con  hermosa  piedra  sillería.  Se  comen- 
zó á  edificar  la  Plaza  el  31  de  Diciembre  1829  y  se  terminó  el 

( I )     Encima  se  ostenta  un  tarjetón  con  estos  versos  : 

Enfermos  que  gemís  en  la  indigencia 
aquí  hallaréis  solícita  asistencia 


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VIZCAYA 


mismo  día  de  1849.  En  ella  se  han  celebrado  vistosas  fiestas,  y 
cuando  la  visita  á  Bilbao  del  rey  D.  Amadeo  en  1872,  se  convir- 
tió la  plaza  en  un  estanque,  surcado  con  góndolas  á  la  veneciana. 


BILBAO.  — Plaza  Nueva 


En  el  centro  de  uno  de  sus  lados,  armonizando  con  las  casas, 
está  la  de  la  Diputación  general,  que  no  se  distingue  segura- 
mente por  sus  proporciones  artísticas,  ni  por  su  comodidad  in- 
terior; y  aunque  el  salón  de  sesiones  es  elegante,  no  corresponde 
sin  embargo  á  la  importancia  de  la  corporación  provincial. 

Su  fachada,  como  representa  la  lámina,  la  forman  cuatro 
pilastras  jónicas,  sosteniendo  su  correspondiente  cornisamento 
ático,  en  cuyo  centro  hay  un  buen  reloj  de  esfera  transparente. 
Sobre  el  sotabanco  que  corona  el  frente  descansa  el  escudo  de 
armas  de  Vizcaya. 

Reconocida  por  la  Diputación  la  deficiencia  de  este  edificio, 
va  á  construir  otro  en  el  ensanche. 


VIZCAYA 


BILBAO.  —  Diputación 


55^  VIZCAYA 


Respecto  á  puentes  desapareció  el  llamado  Viejo  unido  á  la 
torre  de  la  iglesia  de  San  Antonio  Abad,  y  se  construyó  el 
Puente  nuevo  de  San  Antón,  que  hemos  presentado  más  ade- 
lante. 

Al  arquitecto  D.  Antonio  de  Goicoechea  se  debe  el  puente 
colgante  que  vivió  22  años  sin  alteración  sensible,  hasta  que 
en  1 85  I  fué  sustituido  con  uno  de  alambre,  que  ya  no  existe. 

El  actual  de  Isabel  II  ha  sustituido  también  á  otro  del  mismo 
nombre.  Autor  del  proyecto  y  director  de  la  obra  el  ingeniero 
de  caminos  D.  Adolfo  de  Ibarreta;  la  belleza  de  la  misma,  lo 
atrevido  de  sus  arcos  y  lo  magnífico  del  conjunto  revelan  la  in- 
teligencia y  el  buen  gusto  de  su  distinguido  autor. 

El  no  menos  ilustrado  ingeniero  D.  Pablo  Alzóla  proyectó 
y  construyó  el  elegante  de  San  Francisco,  de  hierro,  á  cuyo 
puente  sirve  de  acceso  por  la  parte  de  la  Ribera  una  bonita  es- 
calinata de  dos  tramos,  lo  cual  impide  sirva  para  el  paso  de 
caballerías  y  carruajes. 

El  antiguo  convento  de  frailes,  titulado  de  San  Mames,  si- 
tuado en  una  bellísima  altura  á  la  izquierda  de  la  ría,  y  desde 
cuya  eminencia  se  dominan  las  hermosas  vegas  de  Abando, 
Deusto  y  dilatado  espacio,  sirve  hoy  de  Asilo  de  pobres  ó  casa 
de  Misericordia.  Sin  otros  bienes  que  la  generosa  y  espléndida 
caridad  del  vecindario,  sostiene  á  cerca  de  quinientos  asilados  y 
ascienden  sus  gastos  anuales  á  más  de  200,000  pesetas. 

En  Bilbao,  sin  embargo,  todo  es  secundario  ante  el  puerto 
y  su  ría.  Fundada  la  villa  en  una  pequeña  barriada  de  la  ante- 
iglesia de  Begoña,  á  orilla  del  Nervión,  á  14  kilómetros  del 
mar,  reunía  siempre  excelentes  condiciones  para  ser  un  puerto 
productivo  y  seguro.  Ya  se  llamaba  puerto  de  Bilbao  al  otorgar 
el  de  Haro  su  carta  puebla,  en  la  que  consignó  que  ni  su  puer- 
to de  Portugalete,  «nin  en  la  barra,  nin  en  toda  la  canal  que 
non  haia  precio  ninguno  de  nabe,  nin  de  bagel  que  vengan  ó 
salan  del  Logar,  cargados  con  sus  mercaderías  et  mostrando 
recabdos  que  vienen  á  esa  villa  de  Bilbao  ó  van  de  ella.» 


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VIZCAYA 


La  barra  y  la  falta  de  encauzamiento  de  la  ría  eran  un 
grande  obstáculo  para  la  navegación ,  que  procuró  ir  facilitando 
el  Consulado  de  Comercio,  el  cual  adquirió  importancia  y  crédito 
en  tiempo  de  los  Reyes  Católicos.  Se  proyectaron  muchas  obras, 
se  hicieron  algunas,  inclusos  los  muelles  de   Portugalete  y  las 


BILBAO.— San  Mames 

Arenas;  pero  no  remediaba  esto  el  mal  estado  de  la  barra  y  de  la 
ría,  que  sobre  dificultar  la  navegación  causaban  averías  y  desgra- 
cias. Se  crearon  arbitrios  para  atender  á  las  obras  necesarias,  y 
aquel  Consulado,  años  antes  modelo,  evidenció  en  ocasiones,  tener 
una  organización  administrativa  deplorable;  sólo  dedicaba  para 
aquel  importante  objeto  poco  más  de  un  6°/^,  mientras  que  en 
salarios  de  jueces,  escribanos,  tesorero,  procuradores,  agentes, 
misas,  etc.,  etc.,  se  invertía  lo  restante  (i).   Fueron  remedián- 


(i)  «En  los  expresados  i  7  años  (1613  a  1630)  los  arbitrios  que  recaudó  el 
Consulado  produjeron  un  total  de  9.437,'í03  mrs.  y  lo  que  de  ello  se  separó  para 
atender  á  las  obras  de  la  ría  y  barra  fué  591,006  mrs.»  (Memoria  sobre  las  obras 
de  la  ría,  etc.,  por  el  Sr.  Churruca.) 


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562  VIZCAYA 


dose  estos  vicios  de  administración;  al  mejorar  ésta  se  atendía 
más  á  las  importantes  obras  que  tanto  afectaban  al  comercio  de 
Bilbao  y  á  la  construcción  de  buques,  en  la  que  tanto  se  distin- 
guían los  constructores  bilbaínos;  se  fueron  prolongando  los  mue- 
lles de  Portugalete  y  las  Arenas  (Mojijonera),  que  daban  admi- 
rables resultados,  se  acometió  en  i  753  la  grande  obra  del  muelle 
de  la  Benedicta   y  el    correspondiente  de  la  margen   derecha, 
cada   uno  de   los   cuales   pasa  de    2,400   metros   de  longitud; 
en  1 804  se  empezó  la  construcción  del  Puerto  de  la  Paz^  en  el 
que  estaba  tan  empeñado  Zamácola,  como  vimos,  pretendiendo 
con  él  «librar  á  Vizcaya  de  la  presión  que  á  su  juicio  ejercían  el 
Consulado  y  municipio  de  Bilbao  en  el  resto  del  Señorío»;  sien- 
do esto  causa  de  las  turbulencias  que  dejamos  narradas;  en  1844 
dejó  de  existir  el  Consulado  pasando  el  servicio  de  las  obras  á 
la  Dirección  general  de  las  públicas,  la  que  después  de  orde- 
nar nuevos  estudios   en  la  ría   y  la  barra,  determinó  (1856)  á 
virtud  de  un  proyecto  del  ingeniero  Peironcely,  que  se  limitaba 
á  la  mejora  de  la  ría  desde  Bilbao  á  Portugalete,  que  se  hiciera 
otro  que  «comprendiera  las  obras  necesarias  en  el  puerto  y  ría, 
á  fin  de  hacer  una  entrada  fácil  y  segura  y  que  se  pueda  practi- 
car á  todas  horas  la   navegación   hasta  Bilbao   con  buques  de 
gran  porte»;  ni  de  este  ni  de  otros  proyectos  resultó  nada  prác- 
tico, no  llevándose  á  efecto  ninguna  de  las  obras  proyectadas, 
con  muy  contadas  excepciones;  presentaron  distinguidos  planos 
los  ingenieros  Lázaro,  Orense,  Alzóla  y  otros  extranjeros,  pero 
hacía  falta  más  que  proyectos ;   la  importancia  del  puerto  y  el 
colosal  desarrollo  de  la  industria  minera,  motivaron  que  la  junta 
de  Comercio  de  Bilbao  solicitara  del  gobierno  la  creación  de  una 
junta    de    Obras    del   Puerto,  viendo   conseguidos   sus  deseos 
en  1877,  impidiendo  la  guerra  civil  lo  fueran  antes. 

Nombrado  director  facultativo  de  las  obras  el  tan  modesto 
como  ilustrado  y  eminente  ingeniero  D.  Evaristo  Churruca,  y 
arbitrados  recursos,  han  recibido  aquellas  grande  impulso,  á  la 
vez  que  se  ven  en  la  barra  los  resultados  que  se  venían  buscan- 
do hace  siglos. 


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VIZCAYA 


Verdaderamente  grandiosos  los   trabajos  que  se  han  reali 
zado  y  se  están  realizando  desde  Bilbao,  es  evidente  además  su 
utilidad,  porque   aquella   barra  que  en  la  baja  mar  equinoccial 
de  1878  se  sondeaba  1   metro    14  centímetros,    después   de   lo 
construido  prolongando  el  muelle  de  Portugalete  en  800  metros, 


BILBAO.  —  El    Desierto 


de  los  que  haj^  concluidos  600,  ha  aumentado  hasta  tal  punto 
la  profundidad  que  ya  en  las  mismas  anteriores  circunstancias, 
en  1884,  daba  la  sonda  mínima  en  el  talweg  de  la  barra  4  me- 
tros y  1 5  centímetros;  así  que,  considerándose  antes  casi  como 
un  prodigio  el  que  salvaran  aquel  peligroso  y  movedizo  obs- 
táculo buques  de  poco  más  de  600  toneladas,  hoy  se  balan- 
cean sobre  sus  crespadas  olas  vapores  de  3,000  y  llegan 
hasta  los  muelles  de  Bilbao  buques  que  no  podían  salvar  el 
paso  ó  canal  de  los  Churros.  De  aquí  que  se  halla  multiplicado 
el  comercio  de  aquella  importante  plaza  cuya  aduana  es  la  ter- 
cera y  á  veces  la  segunda  en  productos. 


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$66  V   1   Z  C  A   Y   A 

En  cuanto  á  exportación,  el  principal  artículo  es  la  vena  de 
hierro,  acercándose  á  cuatro  millones  de  toneladas ,  arrancadas 
de  los  ricos  criaderos  de  la  César,  la  Orconera,  Galdames  y 
Somorrostro.  Esto  es  lo  que  constituye  la  gran  riqueza  de  Viz- 
caya, y  uno  de  los  espectáculos  más  asombrosos  para  el  viajero 
la  visita  á  las  minas,  á  las  que  se  va  cómodamente  en  ferro-carril 
que  penetra  en  la  mina  César. 

Ya  que  las  minas  citamos,  no  creemos  ociosos  ciertos  re- 
cuerdos históricos  importantes,  con  ellas  relacionados. 

Las  cortes  de  Valladolid  de  1537  dijeron  al  rey  en  la  peti- 
ción 58  de  su  cuaderno:  «El  metal  mas  necesario  que  hay  en 
estos  reinos  es  el  hierro;  y  en  Vizcaya  y  en  las  montañas  donde 
hay  la  mayor  abundancia  dello,  se  van  acabando  los  mineros 
porque  se  saca  mucha  vena  para  los  reinos  de  Francia  y  de 
otras  partes,  en  tanto  grado,  que  si  no  se  remedia,  dentro  de 
diez  años  se  acabarán  los  mineros  y  valdría  mucho  dinero  el 
hierro  y  el  acero,  y  no  se  podría  haber  sin  dificultad,  y  por  sa- 
carse la  vena  se  dejaran  de  m.antener  muchos  naturales  de  los 
reinos  que  se  sostienen  de  labrarla  y  hacer  carbón  para  este 
trato,  y  se  siguen  otros  daños ;  y  ejt  el  fuero  de  Vizcaya  confir- 
mado por  S.  M.  se  proveyó  que  no  se  saque  de  estos  reinos. 
Suplicamos  á  S.  M.,  porque  la  guarda  de  esto  es  muy  conve- 
niente y  necesaria,  mande  que  se  guarde  el  Fuero  de  Vizcaya 
en  el  capítulo  que  desto  habla  y  poner  mayores  penas  contra 
los  transgresores  del  (i).» 


(i)  En  efecto,  la  ley  i  7  délos  Fueros  y  'privilegios  de  Vizcaya  áic&aíSi:  «Otrosí, 
dixeron:  Que  havian  de  Fuero,  Franqueza,  y  Libertad,  y  establecían  por  Ley,  que 
ningún  natural  ni  extraño,  assi  del  dicho  Señorío  de  Vizcaya,  como  de  todo  el 
Reyno  de  España,  ni  de  fuera  de  ellos,  no  puedan  sacar  á  fuera  de  este  dicho  Se- 
ñorío para  Reynos  estraños,  Vena,  ni  otro  metal  alguno  para  labrar  Fierro  ó  Aze- 
ro:  Sopeña,  que  la  Persona  que  lo  sacare  pierda  la  mitad  de  sus  bienes,  y  sea 
desterrado  perpetuamente  de  estos  Reinos;  é  la  Nao,  ó  Baxel,  ó  otra  cualquier 
otra  cosa,  en  que  la  sacare,  é  la  Mercadería  que  en  ella  llevare,  pierda,  é  sea  todo 
ello,  é  la  dicha  mitad  de  bienes,  la  tercia  parte  para  los  reparos  de  los  caminos  de 
este  dicho  Señorío,  é  la  otra  tercia  parte  para  el  Acusador,  y  la  otra  tercia  parte 
para  la  Justicia  que  lo  executare.» 


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$68  VIZCAYA 


Ya  antes,  en  1499,  expuso  el  Señorío  que  debía  el  aumen- 
to de  su  población  y  de  su  riqueza  á  la  industria  de  labrar  el 
hierro  y  el  acero  que  se  exportaba  labrado  con  gran  provecho 
del  vecindario  y  aprovechamiento  de  las  rentas  reales,  habién- 
dose al  efecto  prohibido  la  extracción  de  vena ;  pero  teniendo 
algunas  personas  el  privilegio  de  sacarla  fuera  del  reino,  «donde 
lo  vuelven  con  otra  vena,  é  diz  que  labran  dello  fierro  ó  acero, 
á  cuya  causa  los  estrangeros  que  solían  venir  á  comprar  é  lle- 
var el  dicho  hierro  é  acero...  non  vienen  por  ello,  por  lo  tener 
dentro  de  sus  tierras,  é  que  las  ferrerías  se  pierden  é  dejan  de 
labrar,  etc.,»  pedían  no  se  sacase  vena  bajo  grandes  penas,  y 
así  lo  mandaron  los  Reyes  Católicos. 

No  debió  cumplirse  este  mandato  cuando  se  reprodujo 
en  1503;  y  á  pesar  de  esto,  Ochoa  de  Salazar,  preboste  de  Por- 
tugalete,  exportaba  vena  en  gran  cantidad  para  Francia,  auto- 
rizado para  ello  por  real  carta:  reclamó  Guipúzcoa  y  se  anuló  la 
autorización  dada  al  preboste, 

Al  mediar  el  siglo  .xvi  había  en  Vizcaya  y  en  Guipúzcoa 
unas  300  ferrerías  en  las  que  se  labraban  anualmente  300,000 
quintales  de  fierro  y  acero:  un  siglo  después,  en  1644,  existían 
sólo  en  Vizcaya  152  ferrerías  mayores  y  menores:  14  años 
después,  177.  En  las  mayores  se  fundían  las  mazas  que  llama- 
ban agoas,  de  i  2  y  16  arrobas,  y  con  cada  agoa  hacían  4  to- 
chos á  manera  de  unas  barras  de  á  vara  de  largo,  y  en  las 
menores  reducían  á  barras  largas  como  las  que  se  usan  ahora. 
Desde  fines  del  siglo  xvii  dieron  en  hacerlas  de  una  misma 
clase,  fundiendo  mazas  de  5  arrobas  y  tirando  las  barras  de 
proporción  regular  en  el  yunque  y  martinete;  dejando  el  mode- 
lo antiguo  de  labrar  tocho,  porque  el  fierro  no  salía  tan  refinado 
como  después.  La  rutina  por  un  lado,  la  falta  de  estímulo  por 
otro,  carencia  de  emulación  y  sobra  de  conformidad,  pocas  ne- 
cesidades, mucha  indolencia  y  adormecido  el  amor  propio,  ni  el 
hombre  se  enaltecía  ni  la  industria  adelantaba.  Y  eso  que 
en  1775  prohibió  Carlos  III  la  introducción  de  fierro  de  Suecia 


VIZCAYA  569 


ó  de  otro  reino,  á  instancia  de  los  caballeros  y  Terreros  de  las 
Provincias  Vascongadas,  por  el  escaso  consumo  y  poca  estima 
ción  que  tenía  el  que  en  ellas  se  labraba,  vendiéndole  los  sue- 
cos á  70  reales  el  quintal,  no  pudiendo  producirle  los  vasconga- 
dos menos  de  80.  A  su  virtud  llegó  á  venderse  en  Bilbao 
á  110  reales,  y  pocos  años  después  contaba  Vizcaya  con  154 
ferrerías,  inclusas  unas  8  sarteneras,  labrándose  más  de  100,000 
quintales  de  fierro,  aunque  muchos  artefactos  dejaban  de  fun- 
cionar algunas  temporadas  por  falta  de  agua  y  carbón ;  y  dice 
un  cronista  vizcaíno:  «en  lo  sucesivo  me  parece  que  no  se  labra- 
rá tanto  porque  los  montazgos  se  van  minorando  considerable- 
mente por  razón  de  reducir  los  terrenos  á  heredades  de  pan 
sembrar  y  omisión  de  varias  repúblicas  y  caseros  en  no  plantar 
cagigos,  por  cuya  causa  sin  duda  se  acordó  en  Junta  general 
de  6  de  Junio  de  1642  que  se  dividieran  entre  los  vecinos  de 
las  repúblicas  los  ejidos  y  montes  concejiles  poniendo  mojones 
y  límites  para  que  cada  uno  plantase  la  porción  que  le  cupiese, 
pero  no  se  efectuó  aquella  determinación. > 

Explotábanse  las  minas  de  la  manera  que  la  ignorancia  de 
los  tiempos  permitía:  mas  no  se  apreciaba  debidamente  la  gran- 
de importancia  de  tan  colosal  riqueza. 

Es  verdad  que  la  invención  de  la  pólvora  fué  un  terrible 
golpe  para  las  ferrerías  vascongadas,  empezando  entonces  á 
disminuir  las  que  se  dedicaban  á  labrar  armas  para  la  guerra;  y 
á  fines  del  siglo  pasado,  se  dijo,  hablando  de  la  disminución  de 
ferrerías,  que  fué  « de  tal  suerte  que  al  presente  no  existe  nin 
guna  en  Vizcaya. »  Pero  no  mató  la  pólvora  la  industria  armera, 
pues  la  disminución  del  arma  blanca  estaba  compensada  con  la 
construcción  de  mosquetes  y  cañones;  y  aun  creemos  que,  si 
por  el  pronto  padeció  la  industria  armera,  fué  esto  momentáneo, 
porque  es  sabido  que  en  tiempo  de  Felipe  II  se  construían  bas- 
tantes armas  de  fuego  en  las  provincias  vascongadas  y  no  se  que- 
daría rezagada  Vizcaya  seguramente.  Con  posterioridad  se  acudía 

á  aquellas  provincias  por  armas. 

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$70  VIZCAYA 


De  todas  maneras,  poseyendo  Vizcaya  montañas  de  hierro, 
mal  explotadas,  víctimas  de  absurdas  ideas  económicas,  exis- 
tían las  bases  de  una  gran  riqueza  y  colosal  industria  que  el 
progreso  de  los  tiempos  había  de  desenvolver  en  la  forma  pro- 
digiosa que  actualmente  se  desenvuelve,  pudiendo  considerar 
hoy  nosotros  asombrados,  cómo  á  la  pesada  carreta  que  trans- 
portaba el  mineral  ha  sustituido  el  ferro-carril;  é  importando 
poco  los  elevados  montes  y  los  profundos  barrancos ,  vías 
aéreas  llevan  como  por  magia  el  pesado  mineral  de  la  mina  al 
barco,  dejando  absorto  nuestro  ánimo  y  asombrada  nuestra  in- 
teligencia. 

Millares  de  obreros  deben  su  subsistencia  á  esta  industria  y 
miles  de  colosales  naves  llevan  á  todas  las  partes  del  mundo 
los  despedazados  montes  para  convertirlos  en  variados  objetos, 
que  así  se  fabrica  con  ese  mineral  la  poderosa  locomotora,  el 
colosal  cañón  ,  el  gigantesco  edificio ,  como  la  pequeñísima 
aguja. 

No  todo  el  mineral  que  se  arranca  va  al  extranjero;  grandes 
fábricas  con  altos  hornos  funden  el  mineral  y  elaboran  objetos, 
distinguiéndose  muy  especialmente  la  de  Bolueta,  la  de  los  se- 
ñores Ibarra,  en  la  que  se  acaba  de  montar  la  fabricación  de 
acero,  primera  que  lo  hace  en  España,  y  la  del  marqués  de 
Múdela,  y  ya  está  funcionando  otra.  La  Vizcaya^  con  dos  altos 
hornos. 

Existen  además  en  la  provincia  las  fábricas  de  Astepe 
en  Zornoza,  de  los  Sres.  Jáuregui,  y  en  Galdácano  la  de  D.  Fer- 
nando Campos,  en  las  cuales  se  construyen  efectos  de  hierro. 

También  en  Galdácano  acaba  de  instalarse  una  fábrica  de 
productos  químicos,  con  los  que  se  confeccionan  las  primeras 
materias  para  la  dinamita,  cuyos  productos  se  traían  antes  del 
extranjero,  y  otra  de  abonos  artificiales  en  la  que  antes  era  de 
harinas. 

Conociendo  los  verdaderos  industriales  sus  intereses,  que  son 
también  los  de  la  provincia,  irán  disminuyendo  la  exportación  de 


VIZCAYA  571 


la  vena  y  aumentando  la  de  los  productos  con  ella  fabricados, 
aun  cuando  sólo  llevaran  lingotes  á  las  grandes  fábricas  de  Ale- 
mania, Inglaterra  y  Francia,  en  vez  del  mineral  que  van  á  bus- 
car á  Bilbao  sus  grandes  vapores. 

En  el  sitio  denominado  El  Desierto^  á  la  orilla  de!  Nervión, 
frente  al  histórico  puente  de  Luchana,  y  á  los  célebres  Monte 
de  Cabras  y  alto  de  Banderas,  que  tan  belicosos  recuerdos  evo- 
can, toda  aquella  fértil  comarca  de  Baracaldo ,  que  hoy  atravie- 
san ferro-carriles  y  tranvías,  no  hace  muchos  años  que  apenas 
veía  interrumpido  el  silencio  de  sus  campos  y  de  sus  aislados 
caseríos  por  otros  vehículos  que  la  chillona  y  pesada  carreta: 
en  el  Desierto  se  ostentaba  antes  silencioso  convento;  hoy  se  ve 
poblado  de  bulliciosas  fábricas ,  y  en  vez  de  las  gruesas  y  pesa- 
das torres,  cuyas  campanas  llamaban  al  recogimiento,  se  ven 
ahora  elegantes,  esbeltas  y  enhiestadas  chimeneas  que  anuncian 
los  progresos  de  la  industria  y  los  milagros  de  la  inteligencia; 
y  aquellas  blancas  y  perennes  nubes  de  vapor  que  hienden  los 
aires,  parecen  coronar  en  el  cielo  los  admirables  destellos  de  la 
inteligencia  humana,  que  no  pretende,  locamente,  como  los  tita- 
nes de  la  fábula,  escalar  el  cielo,  sino  ponerse  en  inmediata  co- 
municación con  Dios  por  ser  su  instrumento  en  la  tierra,  derra- 
mando en  ella  dones  de  sabiduría  que  producen  veneros  de 
riqueza. 

La  civilización  se  mide  hoy  por  los  progresos  de  los  pue- 
blos. ¡Desgraciados  los  que  la  desatienden!  los  que  apegados  á 
añejas  costumbres  se  quedan  rezagados  en  la  marcha  de  la  hu- 
manidad !  El  hombre  no  se  pertenece  á  sí  mismo ;  esto  sería  la 
apoteosis  del  egoísmo.  La  inteligencia  humana  tiene  mucho 
campo  en  qué  obrar,  y  si  no  refleja  sobre  los  demás,  sobre  la 
humanidad  toda,  será  estéril,  infecunda,  inútil.  Es  también  la 
inteligencia  humana  como  el  sol  que  para  todos  luce,  á  todos 
alumbra,  á  todas  partes  lleva  el  vivificante  ardor  de  sus  esplén- 
didos rayos. 

¡Qué  aspecto   tan   diferente  el   de  aquellos  campos  hoy  al 


572  VIZCAYA 


que  presentaban  durante  las  guerras  civiles!  Allí  reina  la  paz, 
antítesis  de  la  guerra ;  allí  se  rinde  culto  al  trabajo  que  produ- 
ce, que  enaltece  al  obrero,  más  útil  que  el  guerrero,  pues  si 
aquél  construye,  éste  destruye  y  deja  en  pos  de  su  terrible 
huella  montones  de  ruinas  y  cenizas,  arroyos  de  sangre,  char- 
cos de  lágrimas,  luto  y  orfandad,  vergüenza  y  miseria. 

Así  presenta  Bilbao  la  magnífica  perspectiva,  el  encantador 
panorama,  del  que  dan  idea  las  láminas;  y  poco  más  adelan- 
te, á  la  izquierda  de  la  ría,  los  muelles  de  todas  las  sociedades 
mineras,  que  descargan  el  mineral  conducido  por  ferrocarriles 
en  los  mismos  buques.  La  lámina  que  representa  los  muelles 
de  la  sociedad  franco-belga,  hace  concebir  en  parte  el  gran 
movimiento  de  vapores  y  de  caminos  de  hierro,  dedicado  todo 
exclusivamente  al  transporte  del  mineral,  venero  de  tanta  ri- 
queza. 


Vizcaya  artística. — Durango. 
ídolo  de  Miqueldi.  —  San  Miguel  de 
Arrechinaga. 
Sepulcros  de  Elorrio  ó  Arguineta. — Guernica. — 
palacio  de  Arteaga. 
Lequeitio. — Romerías  y  diversiones. — Fin 


Torre 


""1^  A  antigua  Villanueva  de  Tavira,  Durango,  cabeza 
^-1-*1  del  Duranguesado,  que  se  separó  de  la  provincia 
á  mediados  del  siglo  ix,  tiene  en  su  recinto  con  la  ad- 
vocación de  San  Pedro  de  Tavira,  un  templo  conside- 
rado como  el  primero  de  la  religión  cristiana  en  Vizcaya. 
Conserva  poco  de  su  fundación  por  los  reparos  que  ha 
sufrido :  frente  á  la  puerta  de  ingreso  se  ve  del  lado 
del  evangelio  en  su  parte  baja  un  trozo  de  gótico  purísimo, 
ejecutado  en  tabla ;  tienen  mérito  también  cuatro  pequeñas  es- 
tatuas de  madera  colocadas  sobre  otros  tantos  tizones  que  so- 
bresalen de  las  paredes  laterales,  y  que  se  supone  fundadamente 
fueron  en  un  tiempo  peanas  de  estatuas  de  piedra.  Un  sepulcro 
de  la  misma  materia,  que  se  cree  guarda  ó  guardó  los  restos 


S74 


VIZCAYA 


convertidos  en  esqueletos  ó  momias  de  Sancho  Estiquiz  y  Dalda 
su  mujer,  fallecidos  á  fines  del  siglo  ix,  no  ha  sido  conservado 
como  por  la  tradición  y  la  historia  merecía ;  bien  es  verdad  que 
tampoco  lo  ha  sido  el  templo,  próximo  á  desaparecer. 


DUKANGO. — Pórtico  de  Santa  María  de  Uribarri 


Entre  las  pocas  obras  del  renacimiento  que  hay  en  Vizcaya, 
sobresale  el  coro  de  la  iglesia  de  Santa  María  de  Uribarri,  en 
Durango.  Esta  es  más  antigua,  y  reedificada  y  ampliada  á  fines 
del  siglo  XVI,  debe  ser  de  esta  época  el  coro,  formado  de  un 
atrevido  arco  escarzano,  en  bóveda,  sostenido  por  cuatro  lindí- 
simas columnas  empotradas  en  las  primeras  pilastras  de  la  igle- 
sia, todo  recamado  de  una  rica  ornamentación,  cuyo  frontis 
representa  el  firmamento  tachonado  de  estrellas,  con  el  sol  y  la 
luna  en  sus  extremos.  De  buena  talla  la  sillería  del  coro,  sobre- 
sale como  verdadera  obra  de  arte  el  grandioso  marco  tallado  y 
dorado  de  un  cuadro  representando  á  Nuestra  Señora  de  Gua- 
dalupe de  Méjico,  regalado   por  el   durangués  D.  Antonio  de 


VIZCAYA  575 


Meabe.  Hay  en  la  sacristía  é  iglesia  algunos  otros  objetos  no- 
tables, aunque  nada  llama  tanto  la  atención  como  el  pórtico  de 
este  templo,  formado  de  atrevidos  arcos  de  madera.  Pueden 
cobijarse  en  este  pórtico  más  de  dos  mil  personas,  y  sirve  de 
mercado  y  de  paseo  en  los  días  lluviosos. 

Se  concede  mérito  á  la  cruz  de  piedra  que  se  conserva  en  el 
barrio  de  Crutriaga,  junto  al  antiquísimo  humilladero  de  la  Ve- 
racruz.  Están  esculpidos  en  ella  personajes  y  escenas  del  Pa- 
raíso y  del  Evangelio,  atribuyéndose  esta  obra  correcta  á  los 
siglos  XIV  y  XV.  —  La  cruz  de  Goigo-errota,  también  es  notable. 

Durango,  que  en  el  siglo  xv  tenía  su  caserío  todo  de  tablas, 
hoy  tiene  buenos  edificios  y  la  torre  de  Lariz,  que  albergaba  á 
los  reyes  en  sus  visitas  á  la  villa. 


II 


Después  de  lo  mucho  que  se  ha  escrito  y  cuestionado  refe- 
rente al  ídolo  de  Miqueldi  (i),  que,  como  se  ha  dicho,  está  muy 
lejos  de  ser  despreciable  para  el  discreto  arqueólogo,  y  no  es 
deshonroso  ni  indigno  del  pueblo  á  que  es  debido,  y  convinien- 
do en  su  significación  histórica,  el  Sr.  Delmas,  libre  de  las  pre- 


(i)  Según  el  Sr.  Trueba,  «la  escultura  de  Miqueldi  no  es  monumento  de  car- 
tagineses, ni  romanos,  ni  ningún  otro  pueblo  extranjero  y  mucho  menos  monu- 
mento religioso;»  y  añade:  «Sabido  es  porque  lo  atestiguan  aún  muchos  monu- 
mentos, que  en  la  Edad  media  se  adornaban  los  edificios  más  suntuosos  con 
esculturas,  algunas  extravagantísimas,  que  representaban  animales,  escenas  pu- 
ramente fantásticas  ó  alegóricas  y  pasajes  de  la  Historia  Sagrada  y  profana.  En  los 
terribles  incendios  que  redujeron  casi  completamente  á  cenizas  la  villa  de  Duran- 
go en  los  años  de  1^54  y  i  Ó7  2,  desaparecieron  edificios  muy  notables,  en  los 
que,  si  existieran  aún,  llamarían  la  atencién  del  viajero  las  caprichosas  esculturas 
á  que  aludo,  pues  se  ven  en  el  día  en  una  de  las  pocas  casas  que  no  desaparecieron 
en  los  incendios  ó  inundaciones  que  también  han  desolado  á  la  villa.» 

Conviene  sin  embargo  en  que  «la  escultura  de  Miqueldi,  prescindiendo  de  que 
tuviese  ó  no  el  origen  y  la  significación  que  le  habían  atribuido  Otálora  y  Flórez, 
era  ya  un  objeto  curioso  y  digno  de  ser  conservado  por  el  solo  hecho  de  haber 
servido  de  tema  por  espacio  de  más  de  dos  siglos  á  tantas  suposiciones  y  contro- 
versias». 


570  VIZCAYA 


ocupaciones  que  empequeñecen  á  los  pueblos  y  no  subliman  á 
los  hombres,  nada  ha  visto  de  ofensivo  y  denigrante  en  que  tal 
ídolo  pertenezca,  cual  monumento  positivo,  á  uno  de  los  pue- 
blos idólatras  que  en  la  antigüedad  penetraron  en  el  suelo  vasco. 
Se  han  recogido  tradiciones  idolátricas  en  las  colinas  de  San 
Adrián  de  Arguinetas,  vestigios  de  antigüedad  gentílica  y  lápi- 
das latinas  en  Ochandiano,  Meacáur  de  Morga  y  Gentrubi ;  han 
mencionado  geógrafos  griegos  y  romanos  ciertas  poblaciones 
idólatras  en  el  litoral  vizcaíno,  dando  origen  á  la  intrincada  con- 
troversia sobre  la  colonia  de  jfuliobriga^  y  consta,  como  afirma 
Amador  de  los  Ríos,  de  un  modo  que  sería  temeridad  descono- 
cer, el  hecho  histórico  de  que  los  pueblos  vascos  de  una  y  otra 
vertiente  del  Pirineo  dieron  culto  á  no  escaso  número  de  ídolos. 
Los  nombres,  añade,  de  Bopian,  Munso^  Ele^  Lixo^  Bihoscin^ 
Artahé^  Abelioni^  Leherem^  Ilhimb,  Lahé^  Bensosia,  conservados 
en  lápidas  votivas,  que  guardan  los  museos  de  Cominges  y  de 
Tolosa,  nombres  son  de  divinidades  vascas ;  y  con  los  de  mu- 
chas otras  deidades  de  igual  índole  y  naturaleza,  han  convencido 
sin  duda  al  Sr.  Delmas,  y  tiene  razón,  de  que  lejos  de  ser  el  pue- 
blo éuscaro  una  horda,  desposeída  de  todo  sentimiento  religioso, 
como  resultaría  de  la  insostenible  imposición  de  sus  irreflexivos 
encomiadores,  pagó  antes  de  ser  cristiano,  semejante  á  los  de- 
más pueblos  de  la  tierra,  el  tributo  de  su  respeto  y  de  su  ado- 
ración á  todas  las  fuerzas  protectoras  de  la  naturaleza,  como  lo 
pagó  también  á  la  idealización  que  exaltaba  y  santificaba  las 
humanas  virtudes. 

Convengamos  pues  en  que  el  ídolo  de  Miqueldi  lejos  de  ser 
un  mamarracho^  ofrece  todos  los  caracteres  de  un  monumento 
arqueológico ;  que  en  vez  de  ser  ofensiva  su  existencia  para  el 
pueblo  vizcaíno,  por  arrojar  sobre  él  la  supuesta  mancha  de  la 
idolatría,  puede  contribuir  á  ilustrar  la  historia,  enlazándose  de 
una  manera  más  eficaz  con  los  monumentos  ya  felizmente  cono- 
cidos, los  cuales  nos  revelan  una  parte  no  indiferente  de  las 
creencias  religiosas,  profesadas  desde  la  más  remota  antigüedad 


V  I  Z  C  A  V  A 


Cruz  de  piedra  en  Durango 


57^  VIZCAYA 

por  la  raza  pobladora  de  las  vertientes  occidentales  del  Pirineo; 
que  persistiendo  á  uno  y  otro  lado  en  esta  idolatría,  hasta  el 
siglo  X,  según  testifica  la  predicación  y  el  martirio  de  San  León, 
fundador  de  la  Sede  de  Bayona,  como  sobrevivió  también  en 
otras  comarcas  de  España  hasta  la  invasión  mahometana,  y  re- 
presentando las  divinidades  vascas  fuerzas  y  atributos  de  la 
naturaleza,  y  aun  la  naturaleza  misma,  sobre  no  repugnar  á  la 
sana  razón  el  que  simbolice  alguno  de  estos  atributos  ó  se  enla- 
ce el  ídolo  de  Miqueldi^  más  ó  menos  directamente,  con  los  he- 
chos relativos  á  la  historia  religiosa  del  pueblo  vizcaíno,  no  sólo 
ha  podido  ser  fruto  de  muy  remota  edad,  sino  también  de 
tiempos  más  cercanos  al  citado  siglo  x,  reducidos,  por  su  mismo 
aislamiento  y  amor  á  la  independencia,  aquellos  moradores  de 
la  montaña  á  un  invencible  estado  de  primitiva  y  embrionaria 
cultura;  y  finalmente  que  no  es  necesario,  para  explicar  allí  la 
presencia  del  Idolo^  el  suponer  determinadas  y  triunfantes  inva- 
siones de  pueblos  extraños,  pues  que,  fuera  de  las  que  sólo  po- 
drían comprobarse  con  un  gran  desarrollo  de  las  investigacio- 
nes prehistóricas,  conviene  repetir  que  después  de  la  constitución 
definitiva  del  pueblo  éuscaro,  debida  á  la  irrupción  de  los  celtas, 
no  han  sospechado  siquiera  los  historiadores  más  diligentes  de 
la  antigüedad  invasión  alguna  que  penetre,  arraigue  y  fructifi- 
que en  el  suelo  vasco. 


III 


En  la  merindad  de  Marquina  y  anteiglesia  de  Jemein,  entre 
las  cinco  ermitas  antiguas  que  allí  existen,  se  distingue  la  de 
San  Miguel  de  Arrechinaga,  construcción  del  pasado  siglo.  For- 
mando su  planta  un  exágono  regular,  ofrece  en  su  interior  el 
peregrino  espectáculo  de  levantarse  en  medio  de  aquella  cons- 
trucción religiosa  (que  mide  en  cada  uno  de  sus  seis  chaflanes 
41   pies,   recibiendo  una  cúpula  de   28  en  su  mayor  desarrollo 


VIZCAYA 


S79 


horizontal )  tres  grandes  rocas,  que  describiendo  cierta  especie 
de  pirámide,  se  sostienen  mutuamente,  ocupando  un  espacio  de 


_r    -  ^ 

MAHQUINA.- San  Miguel  de  Arreciunaga 

1 1 0  pies  de  circunferencia.  €  Las  tres  se  apoyan  sobre  piedra  ca- 
liza, que  sobresale  del  pavimento  por  partes  un  pié  y  por  otras 
hasta  seis;  la  que  está  hacia  el  Norte  tiene  i8  pies  de  altura 
y  6i  de  circunferencia;  su  figura  es  irregular  y  toca  ala  piedra 


580  \     I    Z   C   A    Y    A 

caliza,  y  sirve  á  todas  tres  de  base  por  un  espacio  de  18  pies 
de  circunferencia.  Entre  mediodía  y  poniente  está  la  otra  de 
46  pies  de  circunferencia  y  1 4  de  altura,  tocando  á  la  base  porun 
espacio  que  apenas  tendrá  dos  de  circunferencia:  la  tercera  está 
entre  mediodía  y  levante  y  tiene  292  pies  de  alto,  siendo  su  cir- 
cunferencia de  10  por  donde  toca  á  la  base  de  44  á  dos  varas 
del  pavimento  y  de  87  en  la  cima,  donde  se  engancha  con  las 
otras  dos,  formando  con  ellas  como  tres  grutas,  en  las  cuales 
hay  otros  tantos  altares.  De  estos  el  principal  se  halla  en  el 
centro  de  la  ermita,  frente  á  su  puerta,  y  en  él  hay  una  hermo- 
sa escultura  de  San  Miguel,  que  sustituyó  á  la  antigua,  á  la 
que  el  pueblo  tiene  mucha  devoción.  En  uno  de  los  otros  dos 
hay  un  dosel  formado  naturalmente,  que  no  lo  haría  mejor  la 
mano  del  hombre.  A  toda  la  mole  cubre  una  media  naranja  á 
vuelta  de  cordel  de  28  pies  de  radio,  y  todo  el  edificio  que  se 
concluyó  el  año  de  1741  es  de  buena  arquitectura»  (i). 

Préstase  indudablemente  la  reseñada  ermita  á  profundas  re- 
flexiones y  no  creemos  ocioso  exponer  las  de  los  que,  como  el 
Sr.  Amador  de  los  Ríos,  la  han  estudiado.  Así  pregunta:  «¿Era 
sin  embargo  la  colocación  de  aquellas  piedras  resultado  fortuito 
de  algún  sacudimiento  de  la  naturaleza,  ó  respondía  más  bien  á 
un  designio  especial,  siendo  por  tanto  fruto  de  los  esfuerzos 
y  de  la  industria  de  los  hombres,  y  como  tal,  un  verdadero  mo- 
numento? ¿A  qué  estado  de  cultura  pertenecía  este,  en  el  se- 
gundo caso,  y  qué  pudo  significar,  levantado  en  el  centro  de  un 
valle  por  todas  partes  cerrado  y  sin  correspondencia  alguna 
con  otro  agrupamiento  de  rocas  análogas?  ¿Porqué  había  llega- 
do aquel  monumento  misterioso  hasta  la  primera  mitad  del 
siglo  xviii,  cobijado  por  las  alas  de  la  religión,  no  desdeñándose 
los  católicos  vizcaínos  de  consagrarlo  de  nuevo  con  renaciente 
devoción,  y  no  sin  alguna  magnificencia,  en  1741?» 

El  Sr.  Amador  nada  resuelve  de  una  manera  definitiva,  si  bien 


(i)     D.  J.  E.  Delmas. 


VIZCAYA  ;8i 

se  inclina  á  creer  que  las  tres  piedras  de  San  Miguel  de  Arre- 
chinaga,  formaron  en  realidad  una  construcción  megalítica,  agena 
del  pueblo  celta,  aunque  celtas  parecieran,  cuya  nómada  planta 
jamás  llegó  á  penetrar  hasta  el  valle  de  aquella  merindad;  y 
muéstrase  tentado  á  admitir  la  hipótesis  de  que  hubieron  de 
componer  estas  colosales  rocas  un  7nenhir  (i),  por  más  que  este 
linaje  de  monumentos,  propios  de  la  Edad  de  piedra  bruñida, 
según  quieren  hoy  los  apóstoles  de  la  ciencia  nueva,  rara  vez 
ofrecieron  agrupamiento  análogo. 

Hablan,  en  efecto,  historiadores  de  antiguas  razas,  de  nota- 
bilísimas pirá^nides  de  cinco  á  diez  metros  de  alto  sobre  tres 
de  base ,  colocadas  en  cerrados  valles  y  estrechas  gargantas, 
aisladas  unas  de  otras,  aunque  pareadas  á  veces,  construidas 
de  piedra  sin  labra  alguna  y  con  muy  escaso  cemento,  y  osten- 
tando en  su  frente  á  la  altura  de  tres  metros,  profundos  nichos 
ú  hornacinas;  deduciéndose  de  aquí,  que  no  vacilaran  los  más 
distinguidos  arqueólogos  considerarlas  como  fundidas  sobre  el 
tipo  del  prehistórico  mc7ihir,  <  vinculando  por  tanto  la  antigua 
tradición  religiosa  de  un  modo  tan  vividero  que  no  puede  causar 
maravilla,  á  quien  conozca  semejantes  monumentos,  el  hecho, 
tomado  ya  en  cuenta,  de  que  llega  la  idolatría,  dentro  del  pue- 
blo vasco,  hasta  los  primeros  días  del  siglo  x». 

Créese,  pues,  en  la  existencia  de  un  adoratorio  semejante 
á  los  que  habían  servido,  al  otro  lado  del  Pirineo,  de  tipo  y  mo- 
delo á  las  construcciones  vasco-romanas,  á  la  veneración  de 
ídolos  vascos,  trazada,  después  de  abrazada  la  religión  cristiana 
por  aquellos  indígenas,  por  la  veneración  al  arcángel  San  Miguel. 

« De  esta  manera,  testigo  é  intérprete  á  la  vez  de  la  varia 


(i)  Consagrados  los  me;j/i/Ves  por  el  supersticioso  respeto  de  los  primitivos 
hombres  á  la  memoria  de  los  muertos,  llegaron  luego  á  ser  objeto  de  cierto  culto 
religioso,  como  eran  también  el  punto  obligado  donde  se  congregaban  aquellos, 
en  determinados  días,  para  sus  grandes  festividades;  y  en  estos  hechos,  pro- 
clamados recientemente  por  los  más  hábiles  cultivadores  de  la  ciencia  prehistó- 
rica, parécele  al  señor  Amador  vislumbrar  ya  la  primera  luz,  que  empieza  á 
iluminar  las  rocas  de  San  Miguel  de  Arrechinaga. 


582  VIZCAYA 


y  sucesiva  cultura  de  tantas  generaciones,  aparece  á  nuestra 
vista  el  monumento  megalítico  de  San  Miguel  de  Arrechinaga, 
cual  misterioso  lazo  que  uniendo,  dentro  del  suelo  vasco,  en  in- 
destructible cadena,  las  edades  prehistóricas  con  los  tiempos 
históricos,  perpetúa  y  transmite  hasta  nuestros  días  la  memoria 
de  aquellos  hombres,  á  quienes  fué  dado  acaso  el  asentar  su 
planta  por  vez  primera  en  sus  encrespados  valles  y  monta- 
ñas »  (i). 

Un  escritor  vascongado,  el  Sr.  Velasco,  no  admitiendo  la 
dominación  de  celtas ,  fenicios,  ni  cartagineses,  cree  pueda 
atribuirse  el  monumento  á  los  indígenas  ó  éuscaros  para  con- 
signar con  él  algún  hecho  ó  recuerdo;  y  pregunta:  « ¿Acaso  los 
ibero-éuscaros  eran  menos  rudos  que  los  celtas?  ;No  tenían 
ambos  pueblos  en  la  manifestación  de  sus  recuerdos  ó  sucesos, 
las  rocas  y  sus  fornidos  brazos  para  arrastrarlas?  — Es  necesa- 
rio un  esfuerzo  violento  de  imaginación  para  colocar  cual  ae- 
reolito  caído  del  cielo  un  supuesto  monumento  celta  en  aque- 
llas montañas,  sin  poderlo  clasificar  ó  eslabonarlo  con  otro 
vestigio  ó  huella;  en  tanto  es  más  natural  y  sencillo  ver  en 
aquellas  tres  rocas,  la  expresión  de  una  obra  de  los  primeros 
hombres  del  país.  He  dicho,  me  inclinaba  á  creer  que  las  pie- 
dras de  Arrechinaga  eran  un  capricho  de  la  naturaleza». 

No  es  el  único  que  de  esta  manera  piensa  (2). 


(i)     Amador  de  los  Ríos. 

(2)  «Siendo  el  éuscaro  lengua  antiquísima  y  fundándose  los  nombres  éusca- 
ros en  las  condiciones  de  la  localidad  ó  del  objeto  que  designan,  no  es  posible 
dejar  de  ver  si  el  nombre  de  Arrechinaga  da  alguna  luz  con  cuya  ayuda  podamos 
penetrar  en  la  oscuridad  que  rodea  el  origen  del  Santuario  de  que  nos  ocupamos. 
Arrechinaga,  ó  Arrichinaga,  ó  Arruchinaga.  pues  de  todas  estas  maneras  he  visto 
escrito  este  nombre  y  le  he  oído  pronunciar,  significa  sitio  de  piedras  suspendidas 
de  arrió  arria-a^  piedra,  j'  echinóeuchin,  cosa  suspendida  ó  en  suspensión,  y  aga 
nota  de  localidad.  Nadie  que  tenga  el  más  vulgar  conocimiento  de  la  lengua  vas- 
congada dudará  de  que  ésta  sea  la  significación  de  Arrechinaga.  Es  indudable, 
pues,  que  este  nombre  es  descriptivo  del  fenómeno  que  tanto  llama  la  atención 
en  aquella  localidad,  y  este  fenómeno  está  descrito  con  la  precisión  que  se  admira 
^  todos  los  nombres  primitivos  éuscaros.  La  palabra  arri  arri-a  con  el  artículo 
positivo  significa  precisamente  piedra  ó  roca  suelta,  pues  para  designar  la  roca 
viva  ó  nacidiza,  el  éuscaro  emplea  en  el  dialecto  vizcaíno  la  palabra  ach  acha-a  y 
en  el  guipuzcoano  ailz  a/Zz-a».— Trueba. 


VIZCAYA 


S«J 


IV 


Si  llamaron  la  atención  de  algunos  arqueólogos  y  de  cuan- 
tas personas  las  han  visitado  las  antiguas  sepulturas  de  Audí- 
cana  y  de  Sobrón,  no  son  comparables  con  las  de  Elorrio  ó  Ar- 
guineta. 


Sepulcros  de  Euorrio  ó  Akguineta 


Entre  las  muchas  ermitas,  unas  20,  que  se  encuentran  en 
los  alrededores  de  Elorrio,  y  las  hay  como  la  de  San  José  con 
columnas  monolíticas  en  su  pórtico,  la  de  Ntra.  Sra.  de  Gáseta, 
con    su  imagen   bizantina,  la  de  Santa  Marina  de  Menaya  (i), 


(1)  Según  documentos  antiguos,  se  denominaba  parroquia  monasterial,  y  exis- 
tía en  sus  paredes  una  piedra  con  caracteres  romanos,  que  se  empotró  en  las  de  la 
ermita  de  San  Roque. 


584 


VIZCAYA 


que  es  fama  albergó  á  los  templarios  que  se  instalaron  después 
en  la  antigua  iglesia  de  San  Agustín  y  alguna  otra,  ninguna  tan 
notable  como  la  de  San  Adrián  de  Arguineta  que  en  vascuence 
significa  sitio  de  luz. 


ELORRIO. — Ek.MiTA  de  San  Agustín 


En  sus  inmediaciones  se  encontraron  hace  tiempo  muchos 
sepulcros  y  lápidas  fijnerarias,  de  piedra ;  habiéndolos  de  la 
misma  clase  cerca  de  algunas  de  las  ermitas  que  hemos  citado, 
en  la  de  Santo  Tomás  de  Mendraca,  de  San  Esteban  de  Berrio: 
Iturriza  habla  de  «la  muy  grandísima  infinidad  de  sepulcros 
que  solia  haber»  en  derredor  de  la  iglesia  de  Santa  Lucía  de 
Garay,  de  remota  antigüedad,  hoy  ermita  :  se  han  visto  en  otros 
puntos  y  casi  junto  al  mar;  pero  á  ningunos  se  ha  dado  la  im- 
portancia que  á  los  de  Arguineta,  pues  aunque  parecen  perte- 
necer á  la  misma  época,  y  quizá  á  los  mismos  hombres,  es  dife- 
rente su  construcción,  conteniendo  signos  que  caracterizan  la 
religión  y  la  fecha  en  que  se  labraron. 


VIZCAYA 


S85 


Escritores  vascongados  antiguos  y  modernos  se  han  ocupa- 
do de  estos  sepulcros  copiando  sus  inscripciones  (i). 

Esparcidas  estas  sepulturas,  algunas  de  ellas  á  muy  larga 
distancia,  fueron  recogidas  unas  23    y  colocadas  formando  tres 


Paisaje  de  Elokrio  á  Düuango 


lados  de  un  cuadrado,  con  unos  discos  de  piedra  bastante  curio- 
sos, é  iguales  al  que  hay  en  el  pórtico  de  la  iglesia  parroquial 
de  Arrigorriaga  delante   de  una   sepultura  que  se  ha  atribuido 


(I) 


Nariates  de  Ibater  XVII  Kalend. 
AvGuSTi.  Era  DXDXXI. 


ó  sea:  Nariates  de  Ibater,  16  Julio.  Año  883. 

En  otra : 

In  Dei  Nomine  in  Corpore  Vi- 
VENS  Fecit.  In  Era  DCCCCXXXI. 

HiC  DORMIT. 

En  el  nombre  de  Dios.  Hizo  Munio  esta  sepultura  viviendo  en  cl  cuerpo. 
Año  893.  Aquí  duerme. 

Tenían  estas  sepulturas  cruces  de  alfa  y  omega,  y  la  letra  T.  el  Tau.  sigjno  que 
los  cristianos  ponían  contra  el  arrianismo. 

Estas  inscripciones  han  desaparecido. 

74 


1)86  VIZCAYA 


sin  mucho  fundamento  al  infante  D.  Ordoño,  hijo  de  D.Alfonso 
el  Magno  de  León,  muerto  en  la  batalla  de  Padura  ó  Arrigo- 
rriaga. 

Se  han  atribuido  también  estos  sepulcros  á  los  llamados 
conditorios  de  los  primeros  siglos  de  la  iglesia ;  y  su  orientación, 
mirando  los  discos  y  los  sepulcros  á  Oriente,  era  común  á  todos 
los  monumentos  consagrados  al  culto  católico  desde  sus  prime- 
ros días;  atribuyéndose  su  origen  á  los  refugiados  en  el  país 
vascongado  que  al  derramarse  por  los  valles  de  Álava  penetra- 
rían desde  el  de  Aramayona  en  el  territorio  vizcaíno  por  Elo- 
rrio.  Así  el  Sr.  Velasco  los  considera  casi  contemporáneos  á  los 
de  Audícana  y  Sobrón,  fundándose  para  ello  en  que  si  estos  de- 
ben atribuirse  á  los  primeros  tiempos  de  los  refugiados,  desde 
que  llegaron  al  país  en  la  última  mitad  del  siglo  viii,  los  de  Ar- 
guineta  corresponden,  como  hemos  visto,  á  los  años  883  y  893. 


V 


Para  los  fueristas  ha  sido  siempre  Guernica  la  verdadera 
capital  de  Vizcaya,  políticamente  considerada;  y  tenían  razón. 
Residencia  de  su  Congreso,  símbolo  del  Código  foral,  crecía  allí 
el  roble  bendecido  y  adorado,  el  signo  de  las  libertades  viz- 
caínas, 

«  á  cuya  sombra  entre  infanzones  fieros 
reyes  juraban  populares  fueros.» 

Allí,  en  la  campa,  se  celebraban  en  lo  antiguo,  después  de  ser 
convocados  por  las  bocinas  de  los  Merinos,  las  primitivas  juntas 
para  la  población  rural,  llamada  tierra  llana  ó  Infanzonado,  con 
objeto  de  reunir  los  esfuerzos  individuales  contra  los  malhecho- 
res que  no  dejaban  en  paz  á  los  aislados  habitantes  de  los  cam- 
pos y  organizar  su  persecución ;  apropiándose  después  atribu- 
ciones más  generales  para  la   defensa  de  sus  privilegios  y  liber- 


V  I  Z  C  A  ^  A 


GUEHXICA.  — AuBOL  viejo 


S88 


VIZCAYA 


tades,  de  sus  fueros,  buenos  usos  y  costumbres.  Allí,  en  Santa 
María  de  la  Antigua,  reedificada  á  principios  del  siglo  xv  por  el 
corregidor  Moro,  se  eligió  el  recinto  de  la  ermita  para  la  cele- 
bración de  las  juntas  generales  en  sustitución  del  campo  raso  que 


GUERXICA.  —  Árbol  nuevo 

á  su  frente  sé  extendía.  En  ió86  se  construyó  en  su  parte  za- 
guera una  sacristía  para  que  sirviese  de  archivo ;  en  1 700  se 
pusieron  bancos  de  madera  con  respaldos  para  los  representan- 
tes de  los  pueblos,  y  decretada  su  demolición  en  1826,  le  susti- 
tuyó el  edificio  que  se  alzó  sobre  sus  antiguos  cimientos  y  re- 
presenta la  lámina  la  parte  construida,  porque  debe  constar  de 
cuatro  fachadas. 


V  I  Z  C  A  Y  A 


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ÜL'ERMCA.  — Portada  de  ua  igi  i-.sia 


590 


VIZCAYA 


La  principal  al  poniente  consiste  en  tres  pabellones,  forman- 
do en  su  centro  un  martillo  de  dos  columnas  y  dos  machones  en 
los  extremos,  con  sus  lápidas  en  los  vacíos  y  su  cornisamento: 
la  del  mediodía  sirve  de  archivo ;  coronan  estas  dos  fachadas 
dos  hermosos  escudos  de  armas  de  Vizcaya,   y   por  el  costado 


GUERWICA.  —  Palacio  de  las  Juntas 

del  N.  descuella  sobre  el  cuerpo  de  los  pórticos,  un  ático  en  for- 
ma de  rotunda,  cuya  planta  es  un  elipse  sin  casquetes,  forman- 
do anfiteatro  á  su  alrededor  cuatro  hileras  de  bancos  de  piedra 
forrados  de  madera  con  respaldos  de  hierro,  y  encima  una  có- 
moda galería  para  el  público :  en  la  parte  inferior  más  inmedia- 
ta á  la  testera,  los  bancos  para  los  padres  de  provincia,  y  en  la 
testera  el  altar  con  una  buena  imagen  de  la  Concepción.  En  él 
se  dice  misa  los  días  de  sesiones  y  se  cubre  durante  las  juntas 
generales.  Banderas  y  armas,  recuerdo  de  la  guerra  de  África  y 
una  colección  de  retratos  de  los  señores  de  Vizcaya,  excepto 
las  señoras,  aun  cuando  alguno  como  el  infante  D.  Juan,  hijo  de 


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59-  VIZCAYA 


D.  Alfonso  XI,  y  D.  Tello,  hermano  del  rey  D,  Pedro,  lo  fue- 
ron, el  primero  por  su  matrimonio  con  D.^  María  Díaz  de  Haro 
y  el  segundo  por  marido  de  D.^  Juana,  tenían  indisputable  de- 
recho para  estar  allí  retratados.  También  se  ve  un  cuadro  al 
óleo  representando  la  jura  de  los  fueros  por  D.  Fernando  el 
Católico,  rodeado  de  ilustres  vizcaínos,  de  damas  y  del  pueblo. 
«Bajo  el  árbol  de  Guernica  y  delante  del  salón  de  juntas, 
sobre  un  estrado  cubierto  de  losas  y  circuido  de  una  elegante 
verja  de  hierro,  se  eleva  un  pequeño  solio  de  piedra  de  22  co- 
lumnas corintias  de  10  pies  de  altura  con  su  cornisamento  y 
frontispicio.  Frente  á  este  solio  hay  dos  tribunas  cercadas  de 
balcones,  en  una  de  las  cuales  se  sitúa  el  secretario  de  la  Dipu- 
tación en  los  días  de  juntas  para  proceder  al  llamamiento  de 
los  apoderados  de  los  pueblos,  que  van  dejando  sus  poderes 
respectivos  á  medida  que  se  les  nombra,  sobre  una  gran  mesa 
de  jaspe,  fija  y  preparada  al  intento.  Recogidos  los  poderes,  en- 
tra la  diputación  en  el  santuario  congreso,  y  los  apoderados  pe- 
netran también  en  él  después  de  ser  llamados  nuevamente  por 
el  secretario  desde  el  umbral  de  la  puerta.  Las  sesiones  duran 
generalmente  tres  ó  cuatro  horas,  desde  las  9  y  media  ó  10  de  la 
mañana  hasta  la  i  ó  2  de  la  tarde,  si  bien  suelen  celebrarse  alguna 
vez  de  noche  y  cuando  las  necesidades  lo  exigen,  en  cuyo  caso 
se  ilumina  la  magnífica  araña  que  cuelga  desde  el  techo  del  sa 
lón.  El  aspecto  que  presenta  una  de  estas  asambleas  es  por  de- 
más curioso:  allí  la  antigua  anguarina  vizcaína,  el  calzón  corto  y 
la  montera  ó  el  cónico  sombrero  campesino,  lucen  su  vetustez  al 
lado  del  aristocrático  frac,  del  elegante  pantalón  y  del  apretado 
guante:  la  espesa  melena  del  echecojaiina  y  el  ancho  cuello  de  la 
camisa  que  cubre  la  mitad  de  la  espalda  del  rústico  aldeano,  se 
confunde  con  el  esmerado  traje  del  habitante  de  la  villa ;  y  como 
en  todo  lo  que  se  relaciona  con  estas  populares  asambleas,  rei 
na  el  más  perfecto  principio  de  igualdad,  los  discursos  en  vas- 
cuence y  en  castellano  alternan,  ó  se  confunden,  empero  guar- 
dándose siempre  el  mayor  respeto  á  la  más  leve  advertencia  del 


V   I  /  C  A   Y  A  $93 

presidente  corregidor,  que  es  el  representante  de  la  corona  en  la 
noble  tierra  solariega.  Excusado  parece  decir  que  durante  los 
diez  ó  doce  días  que  permanece  abierta  la  asamblea,  reina  en  la 
villa  el  movimiento  y  alegría  más  completos.  Y  esto  no  es  ex- 
traño, teniendo  en  cuenta  que  en  tales  días  se  reúnen  en  ella, 
además  de  la  Diputación  y  casi  todos  sus  empleados,  más  de  250 
representantes  de  los  pueblos,  las  personas  que  tienen  negocios 
que  ventilar  en  las  sesiones,  los  padres  de  provincia,  los  candi- 
datos á  diferentes  oficios  del  gobierno  que  se  eligen  cada  dos 
años  y  los  naturales  y  forasteros  á  quienes  la  curiosidad,  ó  el 
interés,  ó  la  distracción,  traslada  al  santuario  de  las  leyes  fora- 
les  á  presenciar  las  cuestiones  que  en  la  lengua  vascongada  y 
castellana  se  debaten  públicamente  (i).» 

Esto  sucedía  en  efecto,  y  eran  estas  juntas  motivo  de  gran- 
des comidas  y  festejos  que  se  celebraban  en  Guernica,  llevando 
á  ella  gran  concurrencia  de  toda  la  provincia,  atraída  por  la  fa- 
ma de  las  celebradas  fiestas;  pero  ya  no  ha  quedado  de  todo 
ello  más  que  el  recuerdo  y  el  edificio.  El  mismo  roble  ha  sido  y 
sigue  siendo  sustituido  por  retoños  del  antiguo.  A  la  Diputación 
foral  ha  reemplazado  la  provincial  que  se  rige  por  la  misma  ley 
que  las  demás  de  España,  excepto  en  la  parte  relativa  á  conta- 
bilidad, disfrutando  así  de  una  autonomía  tan  necesaria  como 
conveniente,  por  lo  que  contribuye  al  mayor  desenvolvimiento  de 
la  prosperidad  de  la  provincia. 


VI 


Cerca  de  Guernica,  en  la  anteiglesia  de  Gautéguiz  de  Artea- 
ga,  cuyo  origen  proviene  de  haber  construido  allí  Gonzalo  Fuer- 
te de  Noreña  y  su  hijo  Fortún  Ordóñez  en  798,  una  casa  fuerte 
con  el  nombre  de   Gautéguiz,   y   en   914,   García  de  Noreña  y 


(1)     D.  J.  E.  Delmas. 

75 


594  VIZCAYA 


Gautéguiz  otra  semejante  denominada  Arteaga,  reuniéndose 
ambos  nombres  para  dársele  al  pueblo,  se  ostenta  la  casa  fuerte 
de  Arteaga  que  absorbió  el  nombre  de  la  anterior.  Reedificada 
por  Fortún  García,  muerto  alevosamente  de  orden  del  rey  Don 
Pedro  de  Castilla  en  Villareal  de  Álava  en  1398,  fué  demolida 
por  los  Mugicas  y  Avendaños  enemigos  de  Arteaga  en  1468; 
volvió  á  reedificarla  á  poco  el  sucesor  de  Fortún,  más  sólidamen- 
te y  con  arreglo  al  arte  militar  de  la  época  dotándola  de  artille 
ría,  construyendo  un  espeso  muro  almenado  formando  cuadro, 
con  sólidos  torreones  ó  cubos  en  sus  cuatro  ángulos,  y  dentro  y 
casi  en  el  centro,  una  altísima  torre  aislada,  coronada  de  saete- 
ras y  de  almenas. 

Despertaba,  como  no  podía  menos,  la  curiosidad  del  viaje- 
ro, porque  excepto  la  torre  de  San  Martín  de  Muñatones  y  la 
de  Butrón,  ninguna  conservaba  en  Vizcaya  los  restos  que  la  de 
Arteaga,  lamentándose  cuantos  la  veían  de  que  no  se  reparase, 
pudiendo  hacerlo  su  opulenta  dueña  Eugenia  de  Montijo;  pero 
llegó  á  ocupar  el  trono  de  Francia,  y  teniendo  en  cuenta  la  Di- 
putación de  Vizcaya,  que  la  Emperatriz  era  propietaria  en  el 
país,  en  las  juntas  celebradas  en  Guernica  en  1856  declararon 
vizcaíno  originario  al  príncipe  Napoleón  por  la  procedencia  de 
su  madre. 

Lisonjeada  ésta  con  tal  acuerdo  en  favor  de  su  hijo,  encar- 
gó á  su  arquitecto  Mr.  Couvrechef,  la  reparación  de  la  torre,  re- 
formarla ó  construirla  de  nuevo;  para  esto  último  levantó  pla- 
nos, siguiendo  las  inspiraciones  de  la  misma  señora,  y  al  año 
siguiente  (1857)  se  comenzaron  las  obras  sobre  los  cimientos 
de  la  antigua  torre,  conservándose  toda  la  parte  sólida  de  las 
murallas  ó  recinto,  y  dos  de  sus  cubos,  quedando  como  repre- 
senta la  lámina  (i). 

Fabricado  todo   este  hermoso  edificio  con  mármol  de  dife- 


(i)  Habiendo  muerto  Mr.  Couvrechef,  antes  de  terminada  la  obra,  le  reempla- 
zó y  la  concluyó  el  también  joven  arquitecto  francés  Mr.  Ancelet,  rectificando  al- 
gún tanto  el  proyecto  de  su  antecesor. 


VIZCAYA 


505 


rentes  colores  de  las  abundantes  canteras  de  Ereño  y  Gautéguiz, 
si  llama  justamente  la  atención  el  exterior,  los  trozos  ó  hilada 
primera  de  la  torre,  de  la  escalera  exterior  y  las  de  los  cubos, 
no  es  menos  notable  el  interior,  en  cuyas  principales  habitacio- 
nes se  ostentan  frisos  de  roble  negro,  techo  tallado  de  la  misma 


Torre-palacio  ds  Arteaga 


materia,  paredes  vestidas  de  rica  tapicería,  altas  chimeneas  de 
mármol  con  coronamiento  de  roble  tallado,  capilla  con  magnífica 
ventana  de  vidrios  de  colores  y  una  soberbia  escalera  espiral, 
verdadera  obra  de  arte,  que  arranca  desde  el  suelo  hasta  la 
azotea  del  edificio,  y  desde  cuya  azotea  se  descubre  uno  de  los 
más  bellísimos  panoramas  de  Vizcaya. 

La  corta  distancia  que  hay  de  Arteaga  á  Lequeitio  merece 
recorrerse  y  Lequeitio  visitarse  por  su  hermosa  posición  á  orilla 
del  mar. 

Su  mejor  monumento  es  la  iglesia  parroquial    consagrada  á 


596  VIZCAYA 

Nuestra  Señora  de  la  Asunción.  Se  ha  supuesto  su  fundación  en 
el  siglo  VIII :  pero  no  merece  completa  fe  el  documento  en  que 
esto  se  apoya;  ni  que  fuese  consagrada  en  1287,  quemada 
en  1442,  y  terminada  su  reconstrucción  en  1508;  consérvanse 
del  siglo  XIII  dos  sepulturas  notables,  en  el  suelo,  cubiertas 
con  chapas  de  bronce.  Cinceladas  con  raro  mérito,  representa 
la  una,  dos  figuras  hombre  y  mujer  en  traje  de  la  época;  (i)  la 
otra  un  guerrero  con  escudo  y  una  mujer  al  lado  (2). 

« Estos  monumentos  respetables,  por  su  raro  mérito,  por  su 
venerable  antigüedad,  serían  en  otros  países  objeto  de  especial 
cuidado.  Se  habrían  sacado  calcos,  grabados,  figurarían  en  los 
museos...  no  pedimos  tanto...  pero  ¿porqué  una  barandilla  de 
madera  no  los  preserva  al  menos  de  la  destrucción? »  (3). 

La  señora  de  Vizcaya  D.'^  María  Díaz  de  Haro  señaló  tér- 
minos á  Lequeitio  y  la  dio  el  fuero  de  Logroño,  el  año  1325: 
seis  después,  para  que  se  pudiera  mejor  poblar,  c  mandó  que 
todos  aquellos  que  han  poblado  casas  en  la  dicha  villa,  et  non 
son  idos  de  morada  a  ellas  que  baian  de  pies  et  de  cabeza  a 
morar,  a  las  dichas  sus  casas,  et  facer  Vecindad  fasta  el  dia  de 
Carrestoliendas  primero  que  viene  » . 

D.  Alfonso  XI  concedió  á  Lequeitio  los  mismos  fueros  y  pri- 
vilegios que  disfrutaban  los  de  Bermeo  en  tierra  de  Castilla, 
disponiendo  después  que  no  fuese  nunca  la  villa  incorporada  á 
la  corona,  señalando  el  tributo  que  debía  recibir.  A  la  vez  man- 
dó construir  murallas  de  seis  pies  de  espesor,  de  las  cuales  se 
conservan  algunos  restos. 


(i)     Con  estas  inscripciones:  Aquí  yace  Joiian  Pérez  de  Omaegui  difunto  que 

Dios  PERDONE  QUE  FINÓ  Á...  de...  EN  la  ERA  DE  MCCCXX  ANOS.  ROGAD  POR  LA  SO 
ALMA. 

Aquí  yace  doña  Auria  Martínez  de  Ceranga  so  moger  que  Dios  perdone  que 

FINÓ  Á  I  3  días  andados  DE  NOVIEMBRE  EN  LA  ERA  MCCCXIX  ANOS.  KOGAD  POR  LA  SO 
ALMA. 

(2)  La  inscripción  de  este  sepulcro  del  guerrero,  que  formaba  la  orla  de  la 
chapa  no  existe.  La  mitad  correspondiente á  su  mujer,  dice:  Aquí  yace  doña  Mary 

IbAÑEZ  de  UrIBARREN  so  moger    FINADA    QUE  DiOS  PERDONE  QUE  FINÓ...  Á  DEL    MES 
DE...  ANO  M  É  CCC  ANOS.  QUE  DiOS  HAYA  SO  ALMA. 

(3)  Lequeitio  en  i8)j,  por  D.  Antonio  C/.vanilles. 


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LEQL'EITIO. —Fachada  de  la  h.lesia  de  la  Aslnción 


598 


VIZCAYA 


La  iglesia  de  la  Asunción,  que  hemos  citado,  era  suntuosa; 
hoy  lo  es  más  por  las  grandiosas  obras  que  en  ella  se  han  eje- 
cutado costeadas  con  esplendidez  por  la  generosa  piedad  de  los 
Sres.  Uribarren  y  Abaroa.  Hay  en  ella  obras  de  verdadero 
mérito. 


LEQUEITIO.— Exterior  de  la  iglesia  de  la  Asunción 

Merecen  también  visitarse  las  regias  moradas  de  los  seño- 
res Adán  de  Yarza  y  del  conde  de  Torregrosa,  ésta  á  la  orilla 
del  mar,  aquella  en  las  afueras  de  la  villa,  en  Zubieta,  donde 
estuvo  en  lo  antiguo  la  torre  de  Ondarra. 

Aun  cuando  no  hay  en  Vizcaya  templos  como  los  que  se  ad- 
miran en  la  mayor  parte  de  España,  no  faltan  notables,  y  en 
casi  todas  las  anteiglesias  y  pequeñas  villas  se  ostentan  iglesias 
que  exceden  á  las  erigidas  en  más  considerables  poblaciones  del 
resto  de  la  península. 

No  carecen  tampoco  de  historia  algunos  templos,  y  enojosa 
tarea  sería  la  nuestra  si  á  referirla  nos  entretuviéramos,  máxi- 


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i^Éi^&K^M^^ÉÉÍ&dBMiNI 


BILBAO.  —  Nuestra  Señora  de  Begoña 


6oO  ■VIZCAYA 

me  ofreciendo  sólo  una  enseñanza,  en  general  poco  fructuosa, 
aunque  abundante  en  guerras  é  incendios.  No  ha  mermado  esto 
sin  embargo  la  piedad  de  los  vizcaínos,  de  lo  que  es  buen  ejem- 
plo, entre  los  muchos  que  pudiéramos  citar,  la  iglesia  de  Santa 
María  de  Begoña,  admirablemente  situada  en  una  eminencia  que 
domina  á  Bilbao,  como  si  le  tuviera  á  sus  pies  y  al  encantador 
valle  del  Ibaizabal,  con  las  repúblicas  de  Abando,  Deusto  y 
Olaveaga.  Allí  se  ostenta  un  templo  que  tiene  algo  de  gótico  y 
poco  de  notable,  artísticamente  considerado. 

Reedificado  y  ampliado  en  el  siglo  xvi,  consta  de  tres  naves 
con  bóvedas  sostenidas  por  diez  columnas,  tres  altares,  capillas, 
coro,  gran  retablo  de  plata  que  circuye  á  la  imagen  de  la  Virgen 
elevada  sobre  el  tabernáculo,  y  presbiterio ;  y  cuya  Virgen,  rica 
en  ornamentos  y  alhajas,  es  objeto  de  grande  veneración,  con- 
siderándola los  marinos  como  su  protectora.  Se  le  atribuyen 
muchos  milagros,  y  á  su  historia  consagró  Fray  Tomás  Granda 
un  libro  publicado  en   1796. 

La  posición  que  ocupa  la  iglesia  de  Begoña  y  su  proximidad 
á  Bilbao  ha  contribuido  á  aumentar  su  fama  histórica,  pues  en 
los  sitios  que  sufrió  la  invicta  villa  en  las  dos  guerras  civiles  úl- 
timas, fué  medio  destruida,  reedificándose  diferentes  veces,  es 
pecialmente  su  fachada  principal,  especie  de  atalaya  religiosa  de 
toda  una  gran  comarca.  Algunas  cosas,  sin  embargo,  han  des- 
aparecido, porque  el  retablo  de  madera  y  los  seis  altares  pe- 
gados á  sus  paredes  laterales,  con  soberbias  estatuas  atribuidas 
á  Juan  de  Mena,  sirvieron  para  calentar  los  ranchos  á  las  tropas 
que  guarnecían  la  iglesia. 

No  debemos  omitir,  aunque  de  bastantes  santuarios  pres- 
cindamos á  nuestro  pesar,  el  de  Nuestra  Sra.  de  la  Antigua  en 
las  inmediaciones  de  Orduña,  asentado  sobre  una  escarpada 
meseta,  al  pié  de  la  famosa  Peña  de  Orduña,  como  si  aquella 
pequeña  eminencia  sirviera  de  primer  escalón  de  la  enhiestada 
Peña.  Es  la  ermita  un  monumento  moderno,  bien  acabado,  da- 
tando su  construcción  de  1782. 


VIZCAYA  6oi 


El  enorme  tiesto  que  se  ve  al  lado,  contiene  un  vastago, 
árbol  robusto  ya,  de  la  morera  en  que  la  tradición  asegura  se 
apareció  la  Virgen. 

Hace  3  años  se  celebró  una  concurrida  peregrinación,  y  el 
8  de  mayo  de  cada  año  se  festeja  á  la  Virgen,  concurriendo 
procesionalmente  el  vecindario  del  valle  de  Arrastaria,  con  el 
ayuntamiento  á  la  cabeza,  y  precedido  de  estandartes  y  cruces, 
efectuándose  actos  tan  originales  como  corteses. 


VII 


La  afición  que  hay  en  Vizcaya  á  las  romerías  y  fiestas  reli- 
giosas, es  antigua:  si  entonces  eran  motivo  de  escándalo  y  de 
crímenes,  apenas  se  cuenta  hoy  uno  en  tales  actos,  lo  cual 
prueba  cuánto  han  mejorado  las  costumbres  en  Vizcaya,  á  pesar 
de  todo  lo  que  se  esfuerzan  en  repetir  diariamente  los  aferrados 
á  añejas  instituciones,  defendidas  por  ellos  más  por  tradición  y 
odio  á  lo  presente,  que  por  conocimiento  de  aquellos  usos  y 
costumbres.  No  lo  decimos  nosotros:  escritores  antiguos  de  co- 
nocida religiosidad  lo  consignan,  c  Hasta  ahora  33  años  (i) 
había  tanto  desorden  en  las  fiestas  de  parroquias  y  hermitas  que 
hera  compasión  ver  tanto  ebrio  tendido  en  el  suelo,  entre  ellos 
muchos  postulantes  pordioseros ;  y  otros  descalabrados  y  en- 
sangrentados, á  causa  de  las  rehiertas,  y  fuertes  palizas,  que 
precedian  antes  de  separarse  unos  de  otros  para  sus  casas;  por 
cuyo  motivo  y  ebitar  inconvenientes  y  gastos  superfluos  se  ban 
suprimiendo  las  fiestas  de  varias  Hermitas  y  arruinando  lasque 
estaban  en  despoblado  y  en  eminencias.  En  la  anteiglesia  de 
Cenarruza  determinaron  el  año  de  i  763  que  no  hubiese  funcio- 
nes en  los  ermitorios  de  San  Pedro  de  Asta,  San  Lorenzo  de 
Elorriaga  y  Santa  María  Magdalena   de   Mendivitarte  y   en  la 


(i)    Historici  de  Vizcaya,  manuscrito  del  siglo  pasado. 

76 


bü2 


VIZCAYA 


parroquia  de  Santo  Tomás  de  Bolibar  la  que  se  celebraba  el 
dia  4  de  Julio  por  la  traslación  de  las  reliquias  de  San  Martin 
Obispo  de  Tours  en  Francia. 

>  Acabadas  las  danzas  á  las  Aves  Marias,  se  retiran  los  con- 
currentes  á  sus  casas  con  acelerados  pasos  y  confusa  gritería 


ORDUNA.  —  Santuario  de  la  Antigua 


por  tener  que  andar  muchos  de  ellos  una  legua,  relinchando  de 
rato  en  rato  como  las  yeguas,  y  algunos  de  los  relinchos  que 
regularmente  llaman  ijuijac  y  Zauzuac^  suelen  ser  de  desafío  á 
palos  para  acreditarse  de  valientes;  sin  duda  costumbre  anti- 
quísima originada  como  escribe  Juan  Iñiguez  de  Ibargüen,  en  el 
Quaderno  65  de  la  Crónica  general  Española  y  sumario  de  la 
Casa  de  Vizcaya  citando  al  Dr.  García  Fernandez  Cachopín,  de 
los  centinelas  quesolian  estar  en  guardia  en  los  oteros,  y  eminen- 
cias, etc.,  etc.  > 


VIZCAYA  (Jü3 


¡De  cuan  distinta  manera  se  celebran  hoy  estas  fiestas!  Ex- 
traordinariamente concurridas,  apenas  tiene  que  intervenir  la 
autoridad,  respetada  siempre. 

Otra  de  las  diversiones  favoritas  de  los  vizcaínos,  sino  la 
principal,  es  el  juego  de  pelota,  en  el  que  se  atraviesan  grandes 
cantidades,  se  celebra  también  con  el  mayor  orden.  La  gran 
afluencia  de  gentes  á  este  espectáculo  y  el  beneficio  que  redun- 
da al  pueblo  en  que  se  efectúa,  ha  hecho  que  algunos  constru- 
yan y>'í7;¿/¿';/^5'  de  piedra  verdaderamente  notables,  como  el  de 
Durango,  el  de  Abando  y  algún  otro. 

Las  novilladas  son  también  otra  de  las  diversiones  que  tie- 
nen apasionados,  y  con  frecuencia  se  contentan  con  correr  no- 
villos de  cuerda  ó  atados,  que  los  capean  por  las  calles.  Pero 
respecto  á  novilladas  se  lleva  la  primacía  Valmaseda.  Desde  muy 
antiguo  gozan  de  merecida  fama.  Por  morir  en  1599  de  la  peste 
700  personas  no  se  celebraron  toros  según  costumbre  los  días 
de  San  Juan  y  San  Pedro ;  pero  se  corrieron  el  día  de  San  Se- 
verino  «  no  obstante  la  mortandad  y  ser  tan  grande  la  miseria 
pública,  que  para  remediarla  en  parte  hubo  de  empeñarse  hasta 
la  cruz  de  plata  de  la  iglesia  » .  Acompañan  á  estas  corridas  otras 
fiestas  que  evidencian  la  cultura  de  los  habitantes  de  una  de  las 
más  lindas  poblaciones  de  Vizcaya,  pues  Valmaseda  merece 
ocupar  el  lugar  que  en  la  historia,  la  industria  y  la  riqueza  pú- 
blica ha  ocupado  en  para  ella  mejores  tiempos. 

Los  juegos  de  la  barra  y  de  bolos  son  comunes,  y  lo  era, 
como  diversión  absurda  é  interesada  por  las  apuestas  que  se 
hacían,  la  prueba  de  fuerza  de  las  yuntas  de  bueyes,  que  he  te- 
nido la  satisfacción  de  haber  concluido  con  ella,  obligando  á 
destruir  las  grandes  moles  de  piedra  á  la  que  se  ataba  la  pareja 
para  ver  lo  que  la  movían  á  fuerza  de  aguijonear  á  los  anima- 
les, prorrumpiendo  los  que  lo  hacían  en  los  mayores  denuestos. 
Más  que  prueba  de  fuerzas,  era  destrucción  de  las  mismas. 

Aunque  todos  los  domingos  y  días  de  fiesta  se  baila  en  la 
plaza  pública,  en  los  días  solemnes  ó  de  romería  reviste  el  baile 


604  VIZCAYA 

el  aspecto  de  un  espectáculo  oficial.  En  el  campo  ó  en  la  plaza 
donde  se  haya  de  bailar  el  zorzico  se  coloca  un  banco  destinado 
á  la  autoridad  local :  delante  se  hinca  en  el  suelo  uno  ó  dos  es- 
petones ó  chuzos,  atributo  de  los  antiguos  alcaldes  pedáneos, 
respetados  aquellos  por  el  pueblo  como  si  fuese  el  mismo  alcal- 
de, pues  cuando  éste  deja  desierto  el  banco  se  observa  la  misma 
respetuosa  compostura.  La  autoridad  que  preside  el  baile  desig- 
na su  principio  y  conclusión. 

En  estas  fiestas  es  indispensable  el  zorzico,  que  quiere  decir 
ocho,  porque  en  rigor  debía  bailarse  entre  cuatro  parejas;  pero 
es  indefinido  el  número.  El  alguacil  hace  plaza,  y  una  hilera  de 
hombres  agarrados  de  las  manos,  pasea  gravemente  el  recinto, 
siguiendo  al  tamboril  y  al  pito.  De  rato  en  rato,  el  que  va  á  la 
cabeza,  aurresco^  baila  el  contrapás  dando  saltos  y  piruetas  á 
compás,  que  obtienen  nutridos  aplausos;  porque  tanto  el  au- 
rresco  como  el  atzeco,  el  último,  son  bailadores.  Después  de  esta 
especie  de  prólogo,  sale  de  la  hilera  una  comisión  á  buscar  la 
pareja  para  el  primer  bailarín,  y  como  ninguna  joven  se  niega 
á  este  honor,  la  conducen  con  el  mayor  respeto  sombrero  ó 
boina  en  mano,  paseándola  por  delante  de  todos  los  del  zorzico 
para  saber  si  es  aceptable.  En  seguida  se  paran  delante  del 
aurresco^  quien  después  de  saludar  á  la  dama,  arroja  á  sus 
pies  la  boina,  baila  un  rato  como  celebrando  la  elección  y  ha- 
ciendo méritos,  termina  con  una  reverencia  á  la  que  contesta 
con  otra  la  dama  y  se  coloca  ésta  á  la  izquierda  del  hombre. 
Con  la  misma  solemnidad  conducen  la  segunda  pareja,  ó  sea  la 
del  atzeco^  último  de  la  hilera,  que  repítelo  que  el  primero;  bai- 
lan estos  también  uno  enfrente  del  otro:  las  parejas  restantes 
van  todas  de  una  vez  sin  que  al  recibirlas  se  baile  delante  de 
ellas.  Agarrados  todos  de  las  manos,  y  algunas  veces  de  pa- 
ñuelos, se  forman  arcos  pasando  por  debajo  hombres  y  mujeres; 
y  terminada  esta  primera  parte,  la  más  grave  y  vistosa  y  segu- 
ramente la  más  antigua,  sigue  el  fandango,  terminando  con  el 
arin,  arin^  que  significa  ligero,  ligero. 


VIZCAYA  605 

En  grandes  solemnidades  tomaban  parte  en  estos  zorzicos 
las  primeras  autoridades  )•  personas  más  caracterizadas  de  uno 
y  otro  sexo. 

La  espata  danza  es  un  baile  guerrero  con  espadas,  que  se 
bailaba  de  tres  en  tres  y  ha  caído  en  desuso. 

Hoy  se  baila  en  las  romerías  vascongadas  mucha  polka  y 
mucho  vals,  que  los  prohiben  algunos  mal  humorados  alcaldes, 
por  no  creerlos  tan  honestos  como  las  antiguas  danzas  del  país. 


VIII 


Vizcaya,  que  merced  á  sus  ferrocarriles,  á  su  gran  comer- 
cio y  floreciente  industria,  á  su  red  de  carreteras  que  facilita  la 
comunicación  de  todos  sus  pueblos  entre  sí  (i),  y  á  la  laboriosi- 
dad de  sus  habitantes,  sale  como  por  encanto  del  aislamiento 
en  que  ha  vivido,  renace  á  nueva  vida  vigorosa  y  lozana ,  y  bo- 
rrará definitivamente  hasta  las  huellas  de  funestos  aconteci- 
mientos. 

No  há  mucho  que  aún  parecía  querer  perpetuar  el  recuerdo 
de  sus  discordias,  de  los  deplorables  bandos  y  parcialidades, 
condenados  expresamente  por  el  capitulado  de  Chinchilla.  Ade- 
más de  haber  sido  inútil  y  hasta  repugnante  que  la  Diputación 
conservase  los  nombres  de  los  antiguos  bandos  de  oñacinos  y 
gamboinos,  era  una  falta,  una  transgresión  latente  contra  las 
regias  disposiciones,  que  no  ponía  en  muy  buen  lugar  á  una 
corporación  de  tan  alta  importancia,  que  tantas  pruebas  de 
lealtad  había  dado,  y  que  podía  dudarse  de  ella  y  quizá  de  sus 
intenciones,  cuando  desde  su  nacimiento  en  cada  bienio  salía 
manchada  con  el  pecado  original  de  su  oposición  á  todo  gobier- 
no y  aun  al  mismo  fuero,  la  escritura  de  Chinchilla. 

De  origen  menos  distinguido   la   tierra    llana   que  las  villas 


(i)    y  la  facilitará  más  cuando  desaparezcan  las  cadenas,  ó  portazgos, que  sólo 
existen  en  las  Provincias  vascongadas. 


bob  VIZCAYA 

fundadas  con  fueros  castellanos,  monopolizó,  sin  embargo,  la 
representación  que,  á  pesar  de  las  innumerables  alteraciones  que 
por  distintas  causas  había  sufrido,  era  viciosa  hasta  el  punto  de 
que,  de  192  apoderados  y  67  suplentes  de  que  constaba  la  junta 
de  Guernica,  designados  unos  y  otros  por  los  ayuntamientos 
respectivos,  sólo  tocaban  33  de  los  primeros  y  21  délos  segun- 
dos á  las  villas  y  ciudad ,  repartiéndose  los  demás  entre  las  an- 
teiglesias, valles  y  concejos.  Población  había  que  nombraba  dos 
representantes  por  menos  de  300  habitantes,  y  otras  con  más 
de  600  sólo  enviaba  uno.  También  había  pueblos  sin  este  dere- 
cho. No  se  aviene  con  nuestras  actuales  costumbres,  ni  con  la 
equidad  el  que  se  dé  mayor  intervención  y  mando  á  los  menos 
que  á  los  más.  Era  muy  frecuente  verse  sin  representantes  la 
propiedad,  el  comercio,  el  talento,  la  industria,  cuando  en  aque- 
llas juntas  se  llegaban  á  discutir  asuntos  de  verdadera  impor- 
tancia administrativa  y  política  y  se  tomaban  acuerdos  de  tras- 
cendencia. 

Vizcaya,  pues,  al  experimentar  la  grande  transformación 
que  está  experimentando,  creciendo  su  población  considerable- 
mente, dada  la  honradez,  laboriosidad  é  ilustración  de  sus  habi- 
tantes, no  llegará  á  ser,  sino  que  es  ya  una  de  las  provin- 
cias predilectas  de  España. 

Antiguo  viajero  yo  por  las  vascongadas,  á  la  vez  que  las 
admiraba,  compadecía  siempre  los  extravíos  de  los  hombres 
que  ultrajaban  la  riente  naturaleza  de  aquel  suelo,  haciéndole 
teatro  de  sangrientas  escenas  ;  interrumpiendo  la  preciada  paz 
de  sus  campos  con  el  rencoroso  grito  de  guerra;  talando  sus 
bellas  montañas,  pobladas  de  seculares  hayas,  fuertes  robles  y 
fértiles  castaños,  devastando  los  preciosos  valles,  ensangrentan- 
do los  cristalinos  arroyos,  incendiando  los  enhiestados  caseríos, 
y  llevando  la  desolación  y  el  exterminio  á  donde  antes  reinara 
la  paz  y  el  amor. 

¡Parece  imposible  que  donde  tanto  se  ama  el  trabajo  se 
abandonara  por  la  destrucción !  ¡  donde  tan  preciada  es  la  inde- 


VIZCAYA  607 

pendencia  individual,  se  trocara  por  la  disciplina  militar!  ¡donde 
tanto  se  respeta  el  individuo  se  gozara  con  el  derramamiento 
de  sangre  fraternal! 

He  procurado  estudiar  estas  aberraciones  y  sólo  me  las  he 
explicado  por  la  servil  docilidad  que  hace  del  honrado  aldeano 
y  del  obediente  joven,  el  inconsciente  instrumento  de  los  que 
saben  explotar  esa  docilidad  y  obediencia  paraproducir  con  ellas 
la  ruina  del  país. 

Pero  hemos  dicho  que  Vizcaya  experimenta  una  gran  trans- 
formación, y  lo  ha  demostrado  de  una  manera  tan  honrosa 
como  evidente  en  la  exposición  provincial  que  há  tres  años  ce- 
lebró, protestando  con  este  certamen  que  representa  la  civi- 
lización moderna,  de  las  antiguas  luchas.  En  éstas  emulan  los 
más  nobles  y  elevados  pensamientos ;  en  aquella  las  malas  pa- 
siones: en  la  guerra  todo  conspira  á  destruir;  en  esta  liza  de  la 
inteligencia  y  del  trabajo  compiten  todos  en  crear;  pretendiendo 
demostrar  unos  que  no  se  ha  extinguido  la  fratricida  raza  de 
Caín,  ostentan  otros  su  amor  á  la  humanidad  empleando  su  in- 
teligencia en  obras  útiles  ó  amenas,  cumpliendo  así  mejor  la 
misión  del  hombre  en  la  tierra.  El  individuo  lucha  por  la  exis- 
tencia, los  pueblos  por  su  prosperidad.  La  exposición  á  que  nos 
referimos  evidencia  los  grandes  elementos  con  que  Vizcaya 
cuenta  para  conseguirla.  En  ella  lució  la  inteligencia,  ese  des- 
tello de  la  divinidad  :  en  ella  se  vio  ese  afán  de  todos  por  el 
perfeccionamiento  de  la  humanidad ;  por  crear  ó  perfeccionar 
esos  grandes  inventos  que  contribuyen  á  enaltecer  al  hombre,  á 
facilitar  sus  relaciones,  á  hacer  frecuente  su  trato,  á  estrechar 
los  vínculos  sociales,  á  que  fraternicen  los  hombres;  y  hasta  la 
invención  de  esas  poderosas  máquinas  de  guerra,  si  no  acaba 
con  esas  luchas  á  que  parece  estar  condenada  la  humanidad, 
las  abrevia.  El  tiempo  es  hoy  un  gran  factor  en  la  vida  humana. 
No  podía  suceder  otra  cosa  cuando  nos  comunicamos  instan- 
táneamente de  polo  á  polo,  cuando  los  mares  que  parecían  ser 
límites  del  mundo  son  el  medio  de  rápida  y  económica   comuni- 


6o8  VIZCAYA 

cación.  Intérprete  el  hombre,  aunque  limitado,  de  la  sabiduría 
divina,  penetra  su  imaginación  en  los  arcanos  de  la  naturaleza, 
avanza  de  maravilla  en  maravilla,  se  apodera  del  rayo  para  di- 
rigirle á  su  antojo,  lleva  la  escritura  y  aun  el  sonido  á  través  de 
los  mares,  y  hace  que  un  pequeño  carbón  reproduzca  por  la 
noche  la  clara  luz  del  día.  Asombran  los  estudios  cósmicos,  y 
hay  que  agradecer  á  la  ciencia  su  constante  empeño  de  poner 
al  alcance  de  todas  las  inteligencias,  tantas  maravillas  desco- 
nocidas antes,  y  hoy  patrimonio  del  vulgo. 

No  sólo  la  Exposición  vizcaína  ha  evidenciado  el  progreso 
de  aquel  país,  sino  que  ha  ayudado  á  ello  su  prensa  que  además 
de  numerosa,  es  ilustrada ;  contribuyendo  así  todos  de  con- 
suno á  ese  perfeccionamiento  relativo  que  busca  anhelante  la 
ciencia  así  en  política  como  en  todos  los  múltiples  ramos  del 
saber  humano.  El  trabajo,  ó  más  bien  la  existencia  del  jornale- 
ro, el  mejoramiento  del  proletario,  la  beneficencia,  deber  del 
Estado,  todo  se  estudia,  todo  se  mejora,  y  lo  mismo  contribuye 
al  bien  público  el  modesto  trabajador  que  crea  ó  perfecciona  un 
aparato  que  produce  economía  en  el  uso  doméstico,  afina  y 
abarata  una  tela  ó  pone  á  disposición  de  todas  las  fortunas 
lo  que  antes  estaba  sólo  al  alcance  de  los  poderosos,  que  el  que 
populariza  los  estudios  astronómicos,  el  que  halla  nuevos  reme- 
dios á  inveterados  males,  y  arrebata  á  la  muerte  desgraciados 
seres,  que,  si  no  eran  sacrificados  á  la  ignorancia,  eran  víctimas 
del  atraso  de  las  ideas  y  de  los  tiempos. 

La  paz,  don  del  cielo,  elemento  de  riqueza  pública,  en  pocas 
partes  es  más  necesaria  que  en  las  Provincias  vascongadas  ;  pu- 
diendo  suponerse  cuál  sería  hoy  su  riqueza,  si  no  hubiera  derro- 
chado en  las  guerras  civiles  tantos  millones  de  reales.  Vizcaya 
sola  gastó  más  de  doscientos,  é  inmoló  miles  de  hombres ;  y 
esto  sin  tener  en  cuenta  lo  que  dejó  de  producir,  lo  que  perdió 
el  comercio,  la  industria,  la  agricultura,  todas  las  artes,  todos 
los  oficios,  porque  ni  éstos  se  ejercían:  del  extranjero  se  lle- 
vaban, generalmente,  vestuarios,  armas  y  municiones. 


VIZCAYA  609 

La  distinguida  provincia  de  Vizcaya,  que  no  carece  de 
timbres  de  gloria,  no  podía  verse  privada  del  que  adquirió  con 
su  notable  Exposición.  Era  una  necesidad  si  no  había  de  ir  á  la 
raza  de  pueblos  de  muchísima  menos  importancia ;  y  la  invicta 
villa,  familiarizada  con  el  heroísmo,  no  podía  menos  de  estarlo 
con  la  civilización,  poseyendo  los  poderosos  elementos  de  la 
riqueza,  de  la  ilustración  y  del  trabajo. 

Hay  en  Vizcaya  hombres  de  grande  ingenio;  pero  pocos  es- 
critores. Más  lucrativo  el  comercio,  tiene  éste  la  preferencia. 
Entre  los  publicistas  que  se  han  distinguido  debemos  citar  al  tan 
conocido  D.  Antonio  Trueba,  al  erudito  profundo  D.  Camilo 
Villavaso,  al  gran  pensador  D.  Vicente  Arana,  los  laureados 
poetas  éuscaros  Sres.  Zuricalday  y  Arrese,  á  los  distinguidos 
escritores  D.  José  M.^  Lizama,  D.  Fidel  Sagarminaga,  D.  Juan 
Delmas,  Artiñano,  y  otros  que  no  por  dedicarse  á  los  rudos  y 
anónimos  trabajos  del  periodismo,  dejan  de  merecer  un  lugar 
eminente  entre  los  pensadores  y  literatos  de  Vizcaya. 


Finsr 


77 


APÉNDICES 


I^díD-  \ 


Álava.  —  Pág.  9 : 


Escritura  de  la  incorporación  de  Álava  á  Castilla  en  el  año  de  1332 


£^^  N  el  nombre  de  Dios  Padre,  e  Fijo,  e  Espiritu  Santo,  que  son  tres  per- 
€  I  sonas  e  un  solo  Dios  verdadero  que  vive  e  reina  por  siempre  jamás,  e  de 
vía  bienaventurada  Virgen  Señora  Santa  Maria  su  madre,  á  quien  Nos  te- 
nemos por  Señora  e  por  abogada  de  todos  nuestros  fechos,  e  a  honra  e  a  ser- 
vicio de  Dios,  e  a  todos  los  Santos  de  la  Corte  celestial :  porque  es  natural 
cosa  que  todo  home  que  bien  face  quiere  que  lo  lleven  adelante,  e  que  se  non 
mengüe  e  se  pierda,  que  como  quierque  crece  e  mengua  el  curso  de  la  vida  de 
este  mundo,  aquello  es  lo  que  finca  en  remembranza  por  el  mundo,  e  este  bien 
es  guiador  de  la  su  alma  ante  Dios,  e  por  no  caer  en  olvido  lo  mandaron  los 
Reyes  poner  en  escrito  en  sus  privillejos,  porque  los  otros  que  reinasen  des- 
pués dellos,  e  tuviesen  su  lugar  fuesen  temidos  de  guardar  aquello,  e  de  lo  le- 
var adelante  confirmándolo  por  sus  privilegios  :  Por  ende  Nos  catando  esto 
queremos,  que  sepan  por  este  nuestro  previlegio  todos  los  homes  que  agora  son 
o  serán  de  aquí  adelante,  como  Nos  Don  Alfonso  por  la  gracia  de  Dios,  Rey  de 
Castilla,  de  Toledo,  de  León,  de  Galicia,  de  Sevilla,  de  Córdoba,  de  Murcia, 
de  Jaén,  del  Algarve,  de  Algecira,  e  Señor  de  Vizcaya,  e  de  Molina,  en  uno  con 
la  Reina  Doña  Maria  mi  mujer,  e  porque  Don  Lope  de  Mendoza,  e  Don  Bel- 
tran  Yañez  de  Guevara,  señor  de  Oñate,  e  Juan  Furtado  de  Mendoza,  e  Fer- 
nand  Ruiz,  Arcediano  de  Calahorra,  e  Rui  López,  fijo  de  Don  Lope  de  Men- 
doza e  Ladrón  de  Guevara  fijo  del  dicho  Don  Beltran  Yañez,  e  Diego  Furtado 


6l2  APÉNDICES 


de  Mendoza,  e  Fernán  Pérez  de  Ayala,  e  Fernant  Sanchas  de  Velasco,  e  Gon- 
zalo Yañez  de  Mendoza,  e  Furtado  Díaz  su  hermano,  e  Lope  García  de  Sala- 
zar,  e  Rui  Diaz  de  Torres  fijo  de  Rui  Sanches,  e  todos  los  otros  fijosdalgo,  co- 
mo otros  cualesquier  cofrades  que  solian  ser  de  la  cofradía  de  Álava,  nos 
otorgaron  la  dicha  tierra  de  Álava  que  hobiesemos  ende  el  señorío,  e  fuese  rea- 
lenga, e  la  pusieron  en  la  corona  de  los  reinos  nuestros,  e  para  Nos  e  para  los 
que  reinasen  después  de  Nos  en  Castilla  e  en  León,  e  renunciaron  e  se  partie- 
ron de  nunca  haber  cofradía  ni  ayuntamiento  en  el  campo  de  Arriaga  ni  en 
otro  lugar  ninguno  á  voz  de  cofradía,  ni  que  se  llamen  cofrades,  e  renunciaron 
fuero,  e  uso  e  costumbre  que  habían  en  esta  razón  para  agora  e  para  siempre 
jamás,  e  sobre  esto  ficiéronnos  sus  peticiones. 

L — E  primeramente  pidiéronnos  por  merced,  que  no  diésemos  la  dicha  tie- 
rra de  Álava  nin  la  enagenasemos  á  ninguna  villa,  nin  á  otro  ninguno,  mas  que 
finque  para  siempre  en  la  Corona  Real  de  los  nuestros  Reinos  de  Castilla  e  de 
León :  por  el  conocimiento  del  gran  servicio  que  los  dichos  fijosdalgo  de  Álava 
nos  ficieron  como  dicho  es,  tenérnoslo  por  bien ;  pero  que  retenemos  en  Nos 
lo  de  las  Aldeas  sobre  que  contienden  con  los  de  Salvatierra,  para  facer  dello 
lo  que  la  nuestra  merced  fuere. 

II. — Otrosí,  á  los  que  Nos  pidieron  por  merced  los  dichos  fijosdalgo,  que 
les  otorgásemos  que  sean  francos,  e  libres,  e  quitos,  e  esemptos  de  todo  pecho 
e  servidumbre  con  cuanto  han  e  pedieren  ganar  de  aquí  adelante,  según  que  lo 
fueron  siempre  fasta  aquí  ;  otorgamos  á  todos  los  fijosdalgos  de  Álava,  e  tene- 
mos por  bien  que  sean  libres  e  quitos  de  todo  pecho  ellos  e  los  sus  bienes  que 
han  e  hobieren  de  aquí  adelante  en  Álava. 

III.— Otrosí,  nos  pidieron  por  merced,  que  los  Monesteríos  e  los  Collazos 
que  fueron  de  siempre  acá  de  los  fijosdalgo,  que  los  hayan  según  que  los  ho- 
bieron  fasta  aquí,  por  doquiera  quellos  fueren  ;  e  si  por  aventura  los  Collazos 
desampararen  las  casas  ó  los  solares  de  sus  señores,  que  los  puedan  tomar  los 
cuerpos  doquier  que  los  fallaren,  e  que  les  entren  las  heredades  que  hobieren; 
tenemos  por  bien  e  otorgamos,  que  los  dichos  fijosdalgo  hayan  los  Monesteríos 
e  los  Collazos  segund  que  los  hobieren  e  los  deben  haber ;  pero  que  retenemos 
en  ellos  para  Nos  el  Señorío  Real  e  la  justicia. 

IV. — Otrosí,  que  sea  guardado  á  las  Aldeas  que  há  Vitoria  la  sentencia  que 
fué  dada  entre  ellos  en  esta  razón. 

V. — Otrosí,  nos  pidieron  que  los  labradores  que  moraren  en  los  suelos  de 
los  fijosdalgo  que  sean  suyos  según  que  lo  fueron  fasta  aquí,  en  cuanto  moraren 
en  ellos;  tenemos  por  bien  e  otorgamos,  que  los  fijosdalgo  de  Álava  hayan  en 
los  homes  que  moraren  en  los  sus  suelos,  aquel  derecho  que  solian  e  deben  ha- 
ber; pero  que  retenemos  en  ellos  para  Nos  el  Semoyo  e  el  Buey  de  Marzo,  e 
el  Señorío  Real  e  la  Justicia. 

VI. — Otrosí,  nos  pidieron  por  merced,  que  los  homecíllos  e  las  colonias  que 
acaescíesen  de  los  dichos  Collazos  e  labradores,  que  los  hayan  los  Señores  de 
los  Collazos  e  de  los  solares  o  moraren  los  labradores:  tenemos  por  bien  e 
otorgamos  que  los  fijosdalgo  hayan  las  colonias  e  los  homecíllos  cada  uno  de 
ellos  de  los  sus  Collazos  e  de  los  homes  que  moraren  en  los  sus  suelos  segund 
que  los  solian  e  deben  haber  :  pero  que  retenemos  en  ellos  para  Nos  el  derecho 
si  alguno  hi  habían  los  Señores  que  solian  ser  de  la  cofradía  de  Álava. 


APÉNDICES  613 


VII. — Otrosí,  nos  pidieron  por  merced,  que  otorgásemos  á  los  fijosdalgo  y 
á  todos  los  otros  de  la  tierra  el  fuero  e  los  privilegios  que  há  Portilla  Dibda  :  á 
esto  respondemos  que  otorgamos  e  tenemos  por  bien  que  los  fijosdalgo  hayan 
el  fuero  de  Soportiella  para  ser  libres  e  quitos  ellos  e  sus  bienes  de  pecho:  e 
cuanto  en  los  otros  pleitos  e  en  la  justicia  tenemos  por  bien  que  ellos  t-  todos 
los  otros  de  Álava  hayan  el  Fuero  da  las  Icj-cs. 

VIII. — Otrosi,  nos  pidieron  por  merced,  que  les  diésemos  Alcaldes  fijosdal- 
go naturales  de  Álava,  e  si  alguno  se  alzare  dellos,  que  sea  la  alzada  para  ante 
los  Alcaldes  fijosdalgo  que  fueren  en  la  nuestra  Corte  :  tenemos  por  bien  e 
otorgamos,  que  los  fijosdalgo  de  Álava,  que  hayan  Alcalde  ó  Alcaldes  fijosdal- 
gos  de  Álava  e  que  ge  los  damos  assi,  e  que  hayan  la  alzada  para  nuestra 
Corte. 

IX. — Otrosi,  nos  pidieron  por  merced  que  les  otorgásemos,  que  el  Merino  ó 
justicia  que  hobieremos  de  poner  en  Álava,  que  sea  fijodalgo,  natural  e  here- 
dado e  raigado  en  Álava,  e  non  de  las  Villas;  e  que  non  puede  redimir  por 
pago  á  ninguno,  ni  prender  ni  matar  á  ninguno,  sin  querelloso  e  sin  juicio  de 
Alcalde,  salvo  ende  si  fuere  encartado,  e  si  alguno  fuere  preso  con  querelloso, 
que  dando  fiadores  migados  de  cumplir  de  fuero,  que  sea  luego  suelto  :  leñé- 
moslo por  bien  e  otorgamoslo ;  pero  que  si  alguno  ficiere  maleficio  atal  porque 
merezca  pena  en  el  cuerpo,  tenemos  por  bien  que  lo  pueda  prender  el  Merino, 
y  no  sea  sacado  por  fiadores. 

X. — Otrosi,  nos  pidieron  por  merced  que  les  otorgásemos,  que  cuando  Nos 
ó  los  que  reinaren  después  de  Nos,  hobieramos  á  echar  pecho  en  Álava,  que 
los  que  fueren  moradores  en  los  Monesterios  e  los  Collazos,  e  los  moradores 
que  moraren  en  los  suelos  de  los  fijosdalgo,  que  sean  quitos  de  todo  pecho  e 
de  pedido,  salvo  del  pecho  aforado  que  habemos  en  ellos  que  es  el  Buey  de 
Marzo  e  el  Semoyo,  e  esto  que  lo  pechen  en  la  manera  que  lo  pecharon  siem- 
pre fasta  aqui :  tenérnoslo  por  bien  e  otorgamoslo,  salvo  cuando  nos  fuere  otor- 
gado de  sus  señores. 

XI. — Otrosi,  nos  pidieron  por  merced,  que  les  otorgásemos  que  los  labrado- 
res que  morasen  en  los  Palacios  de  los  fijosdalgo,  e  los  amos  que  criaren  los 
fijos  de  los  Caballeros,  que  sean  quitos  de  pecho,  según  que  lo  fueron  fasta 
aqui :  tenérnoslo  por  bien  e  otorgamos,  que  los  que  moraren  en  sus  palacios  que 
sean  quitos  de  pecho,  e  que  sea  uno  el  morador  e  no  mas. 

XII. — Otrosi,  que  los  amos  que  criaren  los  fijos  legítimos  de  los  Caballeros, 
que  sean  quitos  de  pecho  en  cuanto  los  criaren,  e  que  sea  á  Nos  guardado  el 
derecho  que  en  ellos  habemos. 

XIII. — Otrosi,  nos  pidieron  por  merced,  que  les  otorgásemos  que  los  fijos- 
dalgo que  moraron  ó  moraren  en  las  aldeas  que  dimos  á  \'itoria,  que  hayan  el 
fuero  que  dimos  á  los  fijosdalgo  de  Álava,  e  que  sean  librados  ellos  e  lo  que 
ellos  hobieren  por  los  Alcaldes  que  Nos  dieremos  en  Álava  :  tenemos  por  bien 
e  otorgamos,  que  esto  pase  segund  que  se  contiene  en  la  sentencia  que  fué  dada 
entre  ellos,  e  los  de  Vitoria. 

XIV. — Otrosi,  nos  pidieron  por  merced,  que  les  otorgásemos  que  los  mon- 
tes, e  seles,  e  prados  que  hobieran  facto  aqui  los  fijosdalgo,  que  los  hayan  se- 
guro que  los  hobieren  facta  aqui,  como  dicho  es,  e  que  los  ganados  de  los  fijos- 
dalgo que  puedan  andar  en  cada  lugar,  o  quier  que  los  fijosdalgo  fueren  devi- 


6i4 


APÉNDICES 


seros  e  hobieren  calas  e  solares,  e  todos  los  otros  de  la  tierra  que  pascan  según 
que  lo  hobieren  de  uso  e  de  costumbre  fasta  aquí  :  tenemos  por  bien  e  otorga- 
mos que  los  montes,  e  seles,  e  prados  que  hayan  cada  uno  dellos  lo  suyo,  e  que 
puedan  pascer  con  sus  ganados  en  los  pastos  de  los  lugares  donde  fueren  devi- 
seros, e  los  ganados  de  los  labradores  e  de  los  otros  que  puedan  pascer,  e  usar 
e  cortar  libremente. 

XV. — Otrosí,  nos  pidieron  por  merced,  que  si  alguno  matare  a  home  fijodal- 
go,  que  peche  a  Nos,  quinientos  sueldos  por  el  homecillo,  e  si  alguno  firiere  ó 
deshonrare  a  algún  home  fijodalgo,  o  fijodalgo  que  peche  quinientos  sueldos  á 
aquel  que  rescibiere  la  deshonra  :  tenérnoslo  por  bien  e  otorgamoslo. 

XVI. — Otrosi,  nos  pidieron  por  merced,  que  les  otorgásemos  que  Nos,  ni 
otro  por  Nos  que  no  pongamos  ferrerias  en  Álava  porque  los  montes  no  se  yer- 
men ni  se  astraguen  :  tenemoslo  por  bien  y  otorgamoslo. 

XVII.— Otrosi,  nos  pidieron  por  merced,  que  defendiésemos  que  ninguno 
non  faga  casa  fuera  de  las  barreras  :  tenemos  por  bien  e  otorgamos  que  esto 
pase  según  que  pasó  fasta  aqui. 

XVIII. — Otrosi,  nos  pidieron  por  merced,  que  les  otorgásemos  que  las  com- 
pras e  vendidas,  e  donaciones  e  fiadurias,  e  posturas  e  contratos  que  fueren  fe- 
chos, e  otrosi  los  pleitos  que  fueren  librados  e  los  que  son  comenzados  fasta 
aqui,  que  pasen  por  el  fuero  que  fasta  aqui  hobieren:  tenemoslo  por  bien  e 
otorgamoslo. 

XIX. — Otrosi,  nos  pidieron  por  merced,  que  les  otorgásemos  que  si  a  algunt 
fijodalgo  fuere  demandado  pecho,  que  faciéndose  fijodalgo  segund  fuero  de 
Castilla,  que  sea  libre  e  quito  de  todo  pecho:  tenemoslo  por  bien  e  otorga- 
moslo. 

XX. — Otrosi,  nos  pidieron  por  merced,  que  les  otorgásemos  que  ningún 
fijodalgo  natural  de  Álava  no  sea  desafiado  salvo  mostrando  a  los  Alcaldes  que 
dieremos  en  Álava,  razón  derecha  porque  non  deba  haber  enemistad  e  que 
dando  fiadores  e  cumpliendo  cuanto  mandaren  los  Alcaldes,  que  le  non  desa- 
fien, e  si  lo  desafiaren,  que  el  nuestro  Merino  que  lo  faga  afiar :  tenemoslo  por 
bien  e  otorgamoslo. 

XXI. — Otrosi,  nos  pidieron  por  merced,  que  les  otorgásemos  que  los  que 
vienen  de  solares  de  Piedrola  e  de  Mendoza,  e  de  Guevara,  e  los  otros  Caballe- 
ros de  Álava,  no  hayan  los  sesteros  e  deviseros  en  los  logares  do  hobieren  de- 
visa, según  que  lo  hobieren  fasta  aqui,  e  porque  esto  fuese  mejor  guardado, 
que  les  otorgásemos  de  non  facer  puebla  nueva  en  Álava  :  tenemos  por  bien  e 
otorgamos  que  los  fijosdalgo  non  hayan  sesteros  nin  devisas  de  aqui  adelante 
en  Álava. 

XXII. — Otrosi,  nos  pidieron  por  merced,  que  las  aldeas  de  Mendoza  e  de 
Mendivil  que  sean  libres  e  quitos  de  pecho  e  que  sean  al  fuero  que  fueron  fasta 
aqui :  tenemoslo  por  bien  por  les  facer  merced,  e  otorgamos  que  sean  quitos 
los  de  las  dichas  aldeas  de  pecho,  pero  que  retenemos  para  Nos  el  Señorio 
Real. 

XXIII. — Otrosi,  nos  pidieron  por  merced,  que  les  otorgásemos  que  la  aldea 
de  Guevara  onde  Don  Beltran  lleva  la  voz,  que  sea  escusada  de  pecho,  e  de  Se- 
moyo,  e  de  Buey  de  Marzo,  segunt  que  fue  puesto  e  otorgado  por  junta  otro 
tiempo  :  tenemoslo  por  bien  por  le  facer  merced  e  otorgamos  que  la  dicha  al- 


APÉNDICES  6l$ 


dea  sea  quita  de  pecho,  según  dicho  es,  pero  que  retenemos  en  Nos  el  Señorío 
Real  e  la  Justicia. 

E  sobre  esto  mandamos  e  defendemos  firmemente  que  ninguno  ni  ningunos 
nos  sean  osados  de  ir  nin  de  pasar  contra  esto  que  dicho  es,  en  ningún  tiempo 
por  alguna  manera,  si  non  cualquier  ó  cualesquier  que  lo  ficiesen,  habrá  la 
nuestra  ira,  y  demás  pecharnos  hi  han  en  penas  mil  maravedís  de  oro  para  la 
nuestra  Cámara,  e  si  alguno  e  algunos  contra  ello  quisieren  ir  ó  pasar,  manda- 
mos á  los  Alcaldes  e  al  que  fuere  justicia  por  Nos,  agora  e  de  aqui  adelante  en 
tierra  de  Álava,  que  ge  lo  non  consientan  e  que  los  prendan  por  la  dicha  pena, 
e  los  guarden  para  facer  dellos  lo  que  Nos  manderemos.  E  non  fagan  ende  al, 
so  la  dicha  pena  :  e  demás  a  ellos  e  a  lo  que  hobiesen  nos  tornaríamos  por  ello. 
E  desto  mandamos  dar  a  los  fijosdalgo  de  Álava  este  nuestro  previlegio  rodado 
e  sellado  con  nuestro  sello  de  plomo.  Fecho  el  previlegio  en  Vitoria  dos  días 
de  Abril.  Era  de  mil  e  trescientos  e  setenta  años.  E  nos  el  sobredicho  Rey  Don 
Alfonso,  reinante  en  uno  con  la  Reina  Doña  María  mi  muger  en  Castilla,  en 
Toledo,  en  León,  en  Galicia,  en  Sevilla,  en  Córdoba,  en  Murcia,  en  Jaén,  en 
Baeza,  en  Badajoz,  en  el  Algarve,  en  Vizcaya  y  en  Molina  otorgamos  este  pre- 
vilegio e  confirmamoslo. — Juan  Pérez,  Tesorero  de  la  Iglesia  de  San  Juan,  te- 
niente lugar  por  Fernán  Rodríguez,  Camarero  del  Rey  lo  mandó  facer  por  man- 
dado del  dicho  Señor  Rey  en  el  veinte  e  un  años  que  el  sobredicho  Rey  Don 
Alfonso  reinó. — Yo  Hernán  Ruiz  lo  escribí.  (Siguen  numerosas  firmas  de  con- 
firmantes.) 

E  agora  los  fijosdalgo  de  Álava  con  este  nuestro  previlegio,  enviáronnos 
pedir  por  merced  en  estas  Cortes  que  ficieramos  en  Burgos,  que  les  confirmá- 
semos e  mandásemos  guardar  el  dicho  previlegio  en  todo  bien  e  cumplidamen- 
te según  que  en  él  se  contiene  :  e  Nos  el  sobre  dicho  Rey  Don  Juan,  por  facer 
bien  e  merced  á  los  dichos  fijosdalgo  de  Álava,  confirmamosvos  el  dicho  pre- 
vilegio, e  mandamos  que  vos  vala  e  vos  sea  guardado  e  todo  bien  e  cumplida- 
mente según  que  mejor  e  mas  cumplidamente  vos  fue  guardado  en  tiempo  del 
Rey  Don  Alfonso  nuestro  abuelo,  e  del  dicho  Rey  Don  Enrique  nuestro  Padre, 
que  Dios  perdone,  e  en  el  nuestro  fasta  aqui  e  defendemos  firmemente  por  este 
nuestro  previlegio  ó  por  el  traslado  del,  signado  de  Escribano  publico  que  al- 
guno ni  algunos,  no  sean  osados  de  los  ir  ni  pasar  el  dicho  previlegio  del  Rey 
Don  Alfonso  nuestro  abuelo,  que  Dios  perdone,  agora  ni  de  aqui  adelante  en 
ningún  tiempo,  ni  por  alguna  manera  e  cualquier  que  contra  ello  vos  fuere  e 
pasare,  habrá  nuestra  ira  e  demás  pecharnos,  y  ha  en  pena  mil  maravedís  desta 
moneda  usual,  por  cada  vegada  que  contra  ello  vos  fuere  ó  pasare,  e  a  vos  los 
dichos  fijosdalgo  o  a  quien  la  vuestra  voz  tuviese,  todo  el  daño  e  menoscabo 
que  por  ende  rescibiesedes  doblado  :  e  desto  mandamos  dar  a  vos  los  dichos 
fijosdalgo  de  Álava  este  nuestro  previlegio  rodado  e  sellado  con  nuestro  sello 
de  plomo  colgado  :  fecho  el  previlegio  en  las  Cortes  que  Nos  fecimos  en  la  muy 
noble  ciudad  de  Burgos  á  trece  dias  de  Agosto.  Era  de  mil  e  quatro  cientos  e 
diez  y  siete  años. — Don  Pedro,  Obispo  de  Plasencia,  Notario  mayor  de  los  pre- 
vilegios  rodados  lo  mandó  faser  por  mandado  del  Rey,  en  el  año  primero  que 
el  sobre  dicho  Rey  Don  Juan  reinó,  se  coronó  e  armó  caballero. — Yo  Diego 
Fernandez  Escribano  del  Rey  lo  fice  escribir. — Gonzalo  Fernandez. — Vista 
Juan  Fernandez  Alvar  Martínez. — Alfonso  Martínez. 


6l6  APÉNDICES 


E  agora  los  fijosdalgo  de  Álava  enviáronme  pedir  merced  que  les  confir- 
mase el  dicho  privilegio  e  ge  lo  mandase  guardar  e  cumplir.  Yo  el  sobredicho 
Rey  Don  Enrique,  con  acuerdo  de  los  del  mi  Consejo,  e  por  facer  bien  e  merced 
á  los  dichos  fijosdalgo,  tóvelo  por  bien  e  confirmóles  dicho  privilegio  e  las  mer- 
cedes en  el  contenidas  e  mando  que  les  vala  e  sea  guardado,  según  que  mejor 
e  mas  cumplidamente  les  valió  e  les  fué  guardado  en  tiempo  del  Rey  Don  Enri- 
que mi  abuelo  e  del  Rey  Don  Juan  mi  padre  e  mi  Señor,  que  Dios  perdone,  ó  en 
el  tiempo  de  cualquier  dellos  en  que  mejor  les  valió  e  les  fué  guardado,  en  el 
mismo  fasta  aquí;  e  defiende  firmemente  que  ninguno  sea  osado  de  les  ir  ni 
pasar  contra  el  dicho  privilegio,  confirmado  en  la  manera  que  dicho  es,  ni  con- 
tra lo  en  el  contenido,  ni  contra  parte  dello,  para  que  lo  quebrantar  ni  men- 
guar en  algún  tiempo,  por  alguna  manera,  que  cualquier  que  lo  ficiese  habrá  la 
nuestra  ira  e  pecharme  y  há  la  pena  contenida  en  dicho  privilegio,  e  á  los 
dichos  fijosdalgo  o  a  quien  su  voz  toviere,  todas  las  costas  e  dagnos  e  menos- 
cabos que  por  ende  recibiesedes  doblados:  e  demás  mando  a  todas  las  Justicias 
e  oficiales  de  los  mis  Reinos  do  esto  acaesciere,  asi  á  los  que  agora  son  como 
á  los  que  serán  de  aqui  adelante  e  a  cada  uno  dellos,  que  ge  lo  non  consientan, 
mas  que  los  defiendan  e  amparen  con  la  dicha  merced  en  la  manera  que  dicho 
es,  e  que  prendan  en  los  bienes  de  aquellos  que  contra  ello  fueren  por  la  dicha 
pena,  e  guarden  para  faser  dellos  lo  que  la  mi  merced  fuere,  e  que  enmienden 
e  fagan  enmendar  á  los  dichos  fijosdalgo  de  Álava  o  a  quien  su  voz  toviere,  de 
todas  las  costas,  e  daños,  e  menoscabos  que  rescibieren,  doblados,  como  dicho 
es,  e  ademas  por  cualquier  e  cualesquier  por  quien  fincare  de  lo  asi  faser  e 
cumplir,  mando  al  home  que  este  privilegio  les  mostrare  o  el  treslado  del,  sig- 
nado de  Escrivano  público,  sacado  con  autoridad  de  Justicia  ó  Alcalde,  que 
los  emplace  que  parezcan  ante  Mi  en  la  mi  Corte  del  dia  que  los  emplazare  a 
quince  dias  primeros  siguientes,  so  la  dicha  pena  a  cada  uno  a  decir  porque 
razón  no  cumplen  mi  mandado;  e  mando  so  la  dicha  pena  a  cualquier  Escri- 
vano público  que  para  esto  fuere  llamado,  que  dé  ende  al  que  vos  la  mostrare 
testimonio  signado  con  su  signo ;  e  de  esto  les  mandé  dar  este  mi  privilegio 
escrito  en  pergamino  de  cuero  e  rodeado  e  sellado  mi  sello  de  plomo  pendien- 
te: el  privilegio  leido  dadgelo.  Dado  en  las  Cortes  que  yo  mandé  faser  en  la 
villa  de  Madrid  a  veinte  dias  de  Abril  año  del  nacimiento  de  nuestro  Salvador 
Jesucristo  de  mil  e  trescientos  e  noventa  un  años.  — El  Infante  Don  Fernando 
hermano  del  Rey,  Señor  de  Lara,  Duque  de  Peñafiel,  Señor  de  Mayorga  con 
firma,  etc.  (Siguen  numerosas  confirmaciones.) 

Concuerda  con  el  registro  que  está  en  los  libros  de  mercedes  y  privilegios; 
con  otro  que  obra  en  las  Contadurías  generales,  núm.  21 56,  y  con  un  testimo- 
nio auténtico  que  está  entre  los  papeles  de  la  Secretaria  de  Hacienda. 

A  excepción  de  levísimas  variantes  de  copia,  pero  no  sustanciales  en  el 
fondo,  excepto  en  la  cláusula  vii  que  es  vi  en  la  de  Vitoria,  concuerda  esta 
copia  del  Archivo  de  Simancas  con  el  original  que  existe  en  el  de  la  provincia 
de  Álava.  El  privilegio  está  confirmado  por  el  Rey  D.  Pedro  en  i363;  D.  Enri- 
que II  en  ¡374;  D.  Juan  I  en  1 1  de  Agosto  de  1379;  D.  Enrique  III,  20 
Abril  I  39 1,  cuando  se  hallaba  celebrando  Cortes  en  Madrid  la  Reina  regen- 
te D.»  Catalina,  durante  la  minoría  de  D.  Juan  II,  5  Abril  141  3,  y  luego  el  Rey 
1 5  Marzo  1420;  D.  Enrique  IV  en  2  de  Abril  de  1455  ;  los  Reyes  Católicos  en 


APÉNDICES 


617 


20  Setiembre  de  1483  y  i5  de  Fehrero  de  1484;  el  Emperador  I).  Carlos 
en  1524;  D.  Felipe  II  en  3o  Agosto  de  i56o,  mencionándose  en  esta  confirma- 
ción la  de  su  padre  el  Emperador  y  la  de  su  abuela  la  Reina  D.«  Juana;  D.  Fe- 
lipe III  el  4  de  Marzo  de  1602;  D.  Felipe  IV  en  28  Enero  de  i63i;  D.  Carlos  II 
en  26  Marzo  1G80;  D.  Felipe  V  en  1 1  Julio  de  1701  ;  D.  Fernando  VI  en  5  Ju- 
nio de  1748;  D.  Carlos  III  en  6  de  Febrero  de  1760;  D.  Carlos  IV  en  20  Octu- 
bre de  1789;  D.  Fernando  VII  8  de  Setiembre  de  1814. 


Guipúzcoa.  —  Pág.  248 


.-^'^  oÑA  Juana,  por  la  gracia  de  Dios,  Reyna  de  Castilla,  de  León,  de  Gua- 
I  W  dalajara,  de  Toledo,  de  Galicia,  de  Sevilla,  de  Córdoba,  de  Murcia,  de 
Jaén,  de  los  Algarbes,  de  Algecira,  de  Gibraltar,  de  las  Islas  de  Cana- 
rias, de  las  Islas,  Indias  é  Tierra  Firme  del  mar  Occeano,  Princesa  de  Aragón, 
de  las  dos  Sicilias,  de  Jerusalen,  de  Navarra,  Archiduquesa  de  Austria,  Du- 
quesa de  Borgoña  e  de  Bravante,  Condesa  de  Flandes  é  de  Tirol,  Señora  de 
Vizcaya  é  de  Molina.  Por  cuanto  á  mi,  é  a  todos  es  público  é  notorio,  que  en 
el  mes  de  Diciembre  del  año  pasado  de  mil  quinientos  y  doce,  al  tiempo  que 
el  Exército  de  los  Franceses,  autores  y  favorecedores  de  la  Cisma,  en  que  habia 
mucho  numero  de  Alemanes,  é  otras  Naciones,  alzaron  el  Cerco  de  sobre  la 
Ciudad  de  Pamplona,  que  es  en  el  nuestro  Reyno  de  Navarra,  los  Fijos-Dalgo 
Vecinos  é  moradores  de  la  mi  M.  N.  y  M.  L.  Provincia  de  Guipúzcoa  que  á  la 
sazón  se  fallaron  en  la  Tierra,  aunque  la  mayor  parte  de  los  Hombres  de  Gue- 
rra de  la  dicha  Provincia,  andaban  fuera  de  ella  en  mi  Servicio,  especialmente 
en  dos  armadas  de  Mar,  la  una  mia,  y  la  otra  de  los  Ingleses,  que  yo  mandé 
proveer,  y  en  otras  Armadas  de  Mar  y  de  tierra  se  levantaron  esforzadamente, 
é  salieron  á  ponerse  en  la  delantera  de  los  dichos  Franceses,  é  los  fallaron  en 
el  Lugar  llamado  Veíate,  e  Leyzondo,  que  son  en  dicho  Reyno  de  Navarra, 
donde  varonilmente  pelearon  con  ellos,  é  desbaratándolos,  é  matando  muchos 
de  ellos,  les  tomaron  por  fuerza  de  armas  toda  el  Artilleria  que  llevaban,  que 
eran  doce  Piezas  de  metal,  conque  valieron  y  combatieron  á  la  dicha  Ciudad 
de  Pamplona,  á  la  cual  los  dichos  Guipuzcoanos,  que  asi  ganaron  la  dicha  Ar- 
tillería, la  levaron  á  su  costa,  y  con  la  gente  que  la  ganó  y  la  entregaron  al 
Duque  de  Alva,  nuestro  Capitán  General,  que  alli  estaba,  para  que  aquella  Ar- 
tillería, que  primero  le  ofendió  y  le  tuvo  cercado  en  la  dicha  Ciudad,  fuese 
dende  en  adelante  en  su  favor,  é  de  ella,  é  quedase,  como  quedó,  para  nos,  é 

78 


6i8 


APÉNDICES 


Armas  de  Guipúzcoa 


para  nuestro  servicio.  Y  porque  es  razón,  que  de  tan  señalado  servicio  quede 
perpetua  memoria,  y  entre  las  otras  honras  y  mercedes,  que  por  ello  la  dicha 
Provincia  merece,  tenga  la  dicha  Artillería  por  Armas.  Por  la  presente  acatan- 
do lo  suso  dicho,  e  porque   á  la  dicha  Provincia  quede  perpetua  memoria  de 

ello,  y  los  que  ahora  son  y  serán  de 
aqui  adelante  tengan  voluntad  de 
guardar  y  acrecentar  su  honra  en  los 
fechos  de  Armas,  que  se  recrecieren, 
y  otros  tomen  ejemplo,  y  se  esfuercen 
a  facer  semejantes  cosas  ;  doy  por 
Armas  á  la  dicha  Provincia  las  dichas 
doce  piezas  de  Artillería,  y  les  doy 
poder  é  facultad  para  que  juntamente 
con  las  armas  que  ahora  tiene,  que 
es  un  Rey  asentado  sobre  la  Mar  con 
una  Espada  en  la  mano,  puedan  poner 
la  dicha  Artillería  en  sus  Escudos, 
Armas  y  Sellos,  Vanderas  y  obras,  é 
otras  cosas,  en  que  se  hubieren  de 
poner  sus  Armas,  las  quales  han  de 
ser  de  la  manera  que  en  este  Escu- 
do van  pintadas,  é  mando  al  Ilustrisimo  Principe  Don  Carlos,  mi  muy  caro  é 
muy  amado  Fijo,  é  á  los  Infantes,  perlados.  Duques,  Marqueses,  Condes,  Ri- 
cos-Homes,  Maestres  de  las  Ordenes  é  á  los  del  mi  Consejo,  Oydores  de  las 
mis  Audiencias,  Alcaldes,  Alguaciles  de  la  mi  Casa  y  Corte,  é  Chancillerias,  é 
á  los  Priores,  Comendadores,  Subcomendadores,  Alcaydes  de  los  Castillos, 
Casas  Fuertes  é  Llanas,  é  á  todos  los  Consejos,  Justicias,  Regidores,  Caballe- 
ros, Escuderos,  Oficiales,  é  Homes  Buenos  de  todas  las  Ciudades  é  Villas  é 
Lugares  délos  mis  Reynos  é  Seiíorios,  así  á  los  que  ahora  son,  como  á  los  que 
serán  de  aqui  adelante,  é  á  cada  uno,  é  qualquíer  de  ellos,  que  guarden  é  cum- 
plan, é  fagan  guardar  esta  mi  carta  de  privilegio  en  todo  lo  en  ella  contenido, 
é  que  en  ello  ni  en  parte  de  ello  no  pongan,  ni  consientan  poner  embarazo,  ni 
impedimento  alguno  ahora,  ni  en  algún  tiempo,  ni  por  alguna  manera,  so  pena 
de  la  mi  merced  é  de  mil  doblas  de  oro  para  la  mí  Cámara  é  Fisco  á  cada  uno 
que  lo  contrario  ficíese,  é  demás  mando  al  Home,  que  les  esta  mi  Carta  mos- 
trase que  los  emplace,  que  parezcan  ante  mi  en  la  mí  Corte,  do  quier  que  yo 
sea,  del  día  que  los  emplazare  fasta  quince  días  primeros  siguientes,  so  la  dicha 
pena;  só  la  qual  mando  á  qualquíer  Escribano  público,  que  para  ello  fuere  lla- 
mado, que  dé  al  que  ge  la  mostrare  Testimonio  signado  con  su  Signo,  porque 
Yo  sepa  en  como  se  cumple  mi  mando.  Dada  en  la  Villa  de  Medina  del  Campo 
á  veinte  y  ocho  días  delxnes  de  Febrero,  año  del  Nacimiento  de  nuestro  Señor 
Salvador  Jesu-Cristo  de  mil  quinientos  y  trece  años. — Yo  el  Rey.  —  Yo  Lope 
Couchillos,  Secretario  de  la  Reyna  nuestra  Señora,  lo  fice  escribir  por  manda- 
do del  Rey  su  Padre. 


A  p  i:  N  ü  1  c  E  s  619 


I^dCD. 


Guipúzcoa.  —  Pág.  370 


^>^  ERENÍsiMO  Señor :  —  Don  José  Antonio  de  Yarza,  Diputado  General  de 
v^^  esta  M.  N.  y  M.  R.  Provincia  de  Guipúzcoa,  Don  Miguel  de  Aramburu. 
/"^^  Don  Juan  Felipe  de  Murguia  Idiazquez  y  Don  Antonio  de  Iriarte  Eli- 
salde  todos  cuatro  con  el  secretario  de  la  dicha  Provincia,  Diputados  por  ella, 
para  prestar  su  obediencia  en  manos  de  V.  A.  al  señor  Rey  cristianísimo  que 
Dios  conserve,  en  virtud  de  lo  que  ayer,  quando  se  sirvió  V.  A.  admitir  benig- 
namente este  acto,  les  ordeno,  proponen  á  la  clemencia  de  V.  A.  que  esta  pro- 
vincia, desde  su  primitiva  población,  se  mantubo  siempre  libre  hasta  el  año  de 
mil  y  docientos,  en  que  voluntariamente  se  unió  á  la  corona  de  Castilla  con  la 
misma  livertad  y  fuero  particular,  usos  y  costumbres,  que  los  señores  Reyes 
Católicos  han  mantenido,  añadiendo  su  Real  generosidad  y  fortificación  diver- 
sos privilegios  y  confirmando  según  los  tiempos  leyes  y  ordenanzas  especiales 
con  las  cuales  se  ha  governado  la  Provincia  con  el  aprecio  y  provecho  que  es 
publico  en  el  Mundo. 

Estos  fueron  leyes,  ordenanzas  y  privilegios,  practicados  y  observados  in- 
concusamente por  los  señores  Reyes  Católicos  sus  predecesores  los  confirmo 
el  presente  Rey  de  España  el  señor  Don  Felipe  5.«  especifica  y  literalmente  en 
Providencia  Real  de  28  Febrero  de  1704 y  están  impresos  en  el  libro  separado; 
lo  que  los  suplicantes  en  nombre  de  esta  providencia  deven  pedir  al  señor  Rey 
Cristianisimo  y  que  V.  A.  en  su  Real  nombre,  es  que  se  digne  declarar  que  la 
obediencia  prestada  por  la  Provincia  en  manos  de  V.  A.  se  entiende  por  su 
soverana  piedad  debajo  de  la  calidad  de  guardarle  todos  sus  fueros,  privile- 
gios, leyes,  usos  y  costumbres,  en  la  misma  forma  que  están  impresos  y  de 
guardarla  tamvien  como  á  sus  ciudades,  villas  y  lugares,  los  demás  particulares 
privilegios,  honores,  gracias,  mercedes,  facultades  y  arvitrios  que  gozan  para 
su  govierno  y  subsistencia  en  servicio  del  Rey,  sirviéndose  V.  A.  conceder  á  la 
Provincia  su  declaración  y  providencias,  de  modo  que  la  aseguren  en  el  honor 
y  en  el  consuelo  de  la  futura  observancia  de  su  natiba  livertad,  fueros,  privile- 
gios y  franquezas,  que  quedan  referidos. 

Proponen  á  V.  A.  que  en  la  esterilidad  de  este  terreno  como  resulta  de  los 
fueros,  los  medios  casi  únicos  de  mantener  á  sus  habitadores,  han  sido  el  co- 
mercio franco,  de  libre  empleo  del  fierro  y  de  los  pocos  puntos  propios,  la 
Introducción  y  abasto  de  los  estraños,  y  la  fábrica  de  Bajeles  y  de  Armas,  para 


620  APÉNDICES 


que  es  acomodada  la  situación  de  la  Provincia,  y  lo  facilita  el  genio  de  los  ha- 
bitadores de  ella  y  piden  á  V.  A.  se  sirba  recibir  y  florecer  con  las  probiden- 
cias  y  órdenes  más  prontas  de  S.  M.  estos  medios  como  precisos  para  que  estos 
naturales  no  abandonen  por  la  pobreza  el  País  y  puedan  ser  de  servicio 
á  S.  M.  como  lo  desean. 

Proponen  á  V.  A.  que  una  parte  esempcial  del  Comercio  de  esta  Provincia 
ha  sido  la  libre  pesca  del  Bacalao  en  los  puertos  de  Plasencia  y  Terranoba  de 
que  los  hijos  de  esta  Provincia  fueron  los  primeros  descubridores,  resultando 
de  esta  nabegacion,  un  especial  beneficio  de  la  Monarquía  en  la  abundancia  de 
este  necesario  mantenimiento,  y  la  crianza  de  numerosa  y  diestra  marinería  y 
porque  sobre  la  libertad  de  esta  pesca  pactada  en  el  tratado  de  la  paz  de  Utrech 
á  nuestro  favor  tiene  la  Provincia  debajo  del  Real  amparo,  instancias  pendien- 
tes en  la  Corte  de  Inglaterra,  suplican  á  V.  A.  sus  oficios  para  que  S.  M.  se 
interese  eficazmente  desde  luego  con  el  señor  Rey  Británico  en  el  cumplimien- 
to de  lo  pactado  en  favor  de  la  Provincia  y  de  sus  habitadores,  para  que  así 
reciba  y  asegure  en  su  alibio  esta  ventaja  de  Comercio,  que  hasta  estos  últimos 
tiempos  han  continuado  sin  contradicion.  Proponen  á  V.  A.  también  que  los 
señores  Reyes  Católicos  en  fuerza  de  la  Natural  Nobleza  y  libertad  de  esta 
Provincia,  nunca  la  han  grabado  con  alojamiento  de  soldados,  ni  cuando  se 
han  ofrecido  tránsitos,  sino  con  el  solo  simple  cubierto  y  que  esta  exempcion 
se  la  observo  también  S.  M.  quando  pasaron  sus  auxiliares  tropas  el  año  de  mil 
setecientos  y  cuatro,  formándose  con  sus  Ministros  y  por  la  Provincia,  regla- 
mento particular  con  el  posible  alivio  y  comodidad  de  los  soldados,  y  por  algu- 
nos desórdenes  que  á  principios  de  este  presente  año  se  han  esperimentado  y 
aprobado  por  el  Señor  Rey  Católico  el  reglamento  general  de  que  ponen  una 
copia  en  manos  de  V.  A.  y  piden  á  V.  A.  sus  órdenes  para  que  observe  perpe- 
tuamente como  providencia  competente  á  la  nobleza  y  livertad  de  la  Provincia, 
y  precisa  en  su  esterilidad  para  la  conserbacion  de  sus  habitadores:  Todo  lo 
esperan  los  suplicantes,  de  la  magnanimidad  y  justificación  de  S,  M.  y  de  los 
favorables  benignos  oficios  de  V.  A.  y  lo  firmamos  en  este  Campo  Real  de  San 
Sebastian  á  5  de  Agosto  de  1719  :  —  Don  José  Antonio  de  Yarza —  Don  Miguel 
de  Aramburu — Don  Juan  Felipe  de  Murguia  Idiaquez — Don  Antonio  de  Iriarte 
y  Elizalde. —  Por  la  M.  N.  y  M.  L.  Provincia  de  Guipúzcoa,  —  Don  Felipe  de 
Aguirre,  Secretario. 

Por  las  noticias  que  tengo  de  las  Reales  intenciones  del  Rey  cristianísimo 
mi  amo  (que  Dios  guarde)  y  de  las  de  su  Alteza  Real  el  Señor  Duque  de  Orleans 
Regente  del  Reino,  en  favorecer  á  los  pueblos  de  la  Provincia  de  Guipúzcoa 
recientemente  conquistada,  acepto  en  el  Real  nombre  de  S.  M.  las  muy  humil- 
des representaciones  insertas  en  las  cartas  que  me  dieron  los  Diputados  de 
dicha  Provincia  los  quales  se  havian  juntado  en  Tolosa,  y  la  copia  de  dicha 
carta  esta  antes  de  este  decreto,  y  porque  no  quede  alguna  dificultad  sobre  los 
capítulos  que  han  contenidos  en  dicha  carta  he  convenido  con  los  dichos  Di- 
putados: 1.0  Que  no  se  dará  ningún  toque  á  los  fueros,  privilegios,  leyes,  usos, 
costumbres,  honores,  gracias,  mercedes,  facultades  y  arbitrios  de  que  goza  la 
dicha  Provincia  de  Guipúzcoa  para  su  govierno  y  subsistencia  de  los  cuales 
les  concedo  desde  luego  la  confirmación  como  á  sus  ciudades,  villas,  Pueblos 
y  Lugares,  de  suerte  que  gozen  de  ellos  coníorme  han  sido  confirmados  por 


APÉNDICES  621 


los  Señores  Reyes  Católicos,  y  en  estos  últimos  tiempos  por  el  Rey  Don  Fe- 
lipe 5.»  que  Dios  guarde,  sin  innobar  cosa  alguna,  prometiendo  á  la  dicha  Pro- 
vincia y  á  sus  havitadores  y  moradores  de  procurarles  un  decreto  de  S.  M.  mi 
Amo  si  fuere  necesario.  2."  Que  los  habitadores  de  la  dicha  Provincia,  siendo 
ahora  sugetos  del  Rey  mi  Amo,  tendrán  el  comercio  libre,  no  solamente  en  los 
puertos  del  Reyno  del  Rey  mi  Amo,  mas  tamvien  en  los  de  sus  confederados, 
y  amigos  de  S.  M.,  en  la  conformidad  que  le  tienen  sus  Basallos,  y  de  la  suerte 
que  les  pareciere  el  mas  útil  para  subsistencia  y  conveniencia  de  los  pueblos  y 
conforme  se  practicaba  antes  de  la  declaración  de  la  guerra.  3."  Haré  mis  ofi- 
cios con  el  Señor  Stanhope,  Ministros  y  plenipotenciarios  de  Inglaterra  en  lo 
que  toca  al  libre  comercio  y  pesca  de  vacallao  en  Plasencia  y  en  los  demás 
Puertos  de  Terranova.  4.0  que  no  será  innobado  cosa  alguna  en  lo  que  toca  al 
transito  y  alojamiento  de  las  tropas  en  las  tierras  de  la  dicha  Provincia,  sea  en 
lo  que  puede  concernir  los  presidios,  sea  en  lo  que  tocare  las  tropas  que  tran- 
sitaren por  los  lugares  del  territorio,  conforme  al  cap.  6."  del  título  24  del  libro 
de  la  recopillacion  de  los  fueros  de  la  Provincia,  el  cual  capítulo  trata  de  las 
lebantadas  y  cosas  de  guerra,  y  dice  que  los  comisarios  de  guerra  del  Rey, 
conduciendo  las  tropas  las  remitirán  y  entregarán  á  los  comisarios  nombrados 
por  la  Provincia  para  que  los  dichos  comisarios  los  conduzcan  en  sus  tránsitos 
hasta  los  lugares  á  donde  deven  llegar;  y  por  evitar  todos  géneros  de  desórde- 
nes se  hará  en  reglamentos  sobre  este  Capitulo  entre  el  señor  intendente  el 
Ejercito  el  Rey  mi  amo  y  los  Diputados  de  la  Provincia  dado  en  el  campo  de 
San  Sevastian  Agosto  7  de  1719. — Berwick. — Don  Pedro  de  Merville. 


Il^DIG^ 


PÁGINAS. 

Prólogo .  v 

Capítulo  primero. — Primitivos  pobladores  de  Álava. — Vestigios  pre- 
históricos.— Monumentos  celtas. — Dominación  romana. — Restos  de 
monumentos  romanos 47 

Cap.  II. — Siglo  v. — Los  godos  en  España. — Dominación  de  los  Reyes 
de  Asturias. — Formación  del  condado  de  Álava. — Guerras  entre  los 
reyes  de  Navarra  y  Castilla. — Conquista  de  Álava  por  D.  Alfonso 
de  Castilla.     .       ., 63 

Cap.  III. — Unión  de  Álava  con  Castilla. — Célebre  cofradía  de^Arriaga. 
— Fueros,  privilegios  y  exenciones  concedidos  á  Vitoria  y  Álava  por 
varios  monarcas '.         87 

Cap.  IV. — Estado  social. — Orden  de  la  Banda. — Servicios  de  los  alave- 
ses.— El  conde  de  Salvatierra  y  los  comuneros. — Pero  López  de 
Ayala, — Ordenanzas 99 

Cap.  V. — Álava  antigua. — Basílica  de  Armentia. — Santuarios  de  Nues- 
tra Señora  de  Ayala  y  de  Estibaliz. — Monumentos  antiguos  de  Vi- 
toria.— Santa  María. — ^an  Vicente. — San  Pedro. — Casas  de  la  Cu- 
chillería.— Casa  de  los  Álavas 119 

Cap.  VI. — Disensiones  civiles. — Deplorable  situación  del  pueblo. — Des- 
potismo de  los  magnates ,. iSg 

Cap.  VII. — Apuntes  de  la  historia  moderna  de  Álava. — Señoríos. — Des- 
población.— Aduanas.— Sumisión  á  Francia. — Patriotismo  de  los 
alaveses.  —  El  general  Álava 149 

Cap.  VIII.— Fueros 161 

Cap.  IX. — Álava  moderna. — Ediíicios  públicos  de  Vitoria. — Aspecto  de 

la  población. — Paseos 169 

GI-XJi:PtJZOO.A. 

Capítulo  primero. — Investigaciones  históricas. — Señores  en  Guipúzcoa. 
— Cambios  de  dominio. — Su  voluntaria  unión  á  Castilla. — Lealtad  y 

nobleza  de  ambas. — Cuestiones  exteriores 189 

Cap.  II. — Guerras  y  tratados  de  Guipúzcoa  con  Inglaterra 2o3 

Cap.  III. — Beotivar. — Servicios  y  mercedes. — Los  guipuzcoanos  en  Ca- 
narias  211 

Cap.  IV. — Luchas  por  mar  y  tierra. — Parientes  mayores. — Oñacinos  y 

gamboinos. — Desastres. — Hermandad 221 

Cap.  V. — Entrevista  regia. — Muerte  de  Gaón  en  Tolosa. — Mala  adminis- 
tración de  justicia. — Ingleses  y  guipuzcoanos. — Rivalidades  de  pue- 
blos.— Invasión  francesa.  — Servicios  marítimos  y  terrestres  de  los 
guipuzcoanos. — Complemento  al  escudo  de  armas  de  Guipúzcoa. — 
Capitulación  de  Fuenterrabía. — Valerosos  guipuzcoanos. — Recupe- 
ración de  Fuenterrabía 289 

Cap.  VI. — Los  comuneros  y  los  guipuzcoanos. — Francisco  I  y  Carlos  V 

en  San  Sebastián 255 

Cap.  VII. — Glorias  marítimas  de  Guipúzcoa. — La  monja  alférez.       .       .       259 

Cap.  VIII. — Antigüedades  artísticas  de  Guipúzcoa 269 

Cap.  IX. — Viajes  regios. — Armamentos. — Nuevas  armas. — D.  Felipe  IV 

en  San  Sebastián 3o3 


ÍNDICE  623 


PXCINAS. 

Cap.  X. — Conspiraciones. —  Piratería  inglesa. — Segregaciones.  —  Los  gui- 
puzcoanos  en  Terranova  y  en  Spitzberg. — Rivalidad  de  los  ingleses. 

— Marina  pesquera  de  San  Sebastián 309 

Cap.  XI. — Sitio  y  gloriosa  defensa  de  Fuenterrabía 317 

Cap.  XII. — Servicios  de  la  provincia. — Isla  de  los  Faisanes. — Paz  de  los 
Pirineos. — Reyes  de  P'rancia  y  de  España. — Incidentes. — Tratados  y 

proyecto  de  repartición  de  lispaña 341 

Cap.  XIII.  —  Principios  del  reinado  de  Felipe  V. — Aduanas. — Nueva  gue- 
rra con  Francia. —  Defensa  y  sumisión  de  Guipúzcoa 35 1 

Cap.  XIV. — Compañía  de  Caracas. — Presas. — Penaflorida  y  la  Sociedad 
Vascongada  de  Amigos  del  País. — Disturbios. — Comercio  con  Ma- 
rruecos  371 

Cap.  XV.— Oñate 379 

Cap.  XVI. — Guipúzcoa  ante  la  república  francesa. — Actitud  de  Godoy 
para  con  los  vascongados. — Heroísmo  de  José  Goicoa. — Saqueo  é 

incendio  de  San  Sebastián .' 385 

Cap.  XVII. — Industria  antigua  y  moderna 393 

Cap.  XVIII. — Guerras  civiles 401 

Cap.  XIX. — San  Sebastián  moderno. — Edificios  notables.  —  Paseos. — 
Puerto. — El  Casino.  —  Motrico. — Mondragón. — Leyendas  y  tradicio- 
nes.— Escritores  guipuzcoanos  contemporáneos 4o3 

Capítulo  primero. — El  país  y  sus  habitantes. — Su  antigüedad.    .       .       .      433 

Cap.  II. — Señores  de  Vizcaya 453 

Cap.  III. — Importancia  política  del  señorío. — Hermandades. — D.  Enri- 
que III  en  Vizcaya. — Anteiglesias  y  villas 471 

Cap.  IV. — Guerra  de  linajes. — Horribles  venganzas. — Ferocidad. — Don 
Lope  García  de  Salazar. — Retos. — Severidad  de  la  justicia.  —  El 
clero 479 

Cap.  V. — San  Martín  de  Muñatones. — Disturbios. — Jura  los  fueros  Isa- 
bel la  Católica. — Ordenanzas  de  Chinchilla. — Justicia 5oi 

Cap.  VL — Bondad  del  pueblo. — Camino  de  Orduña. — Milicia. — Servi- 
cio de  millones. — Impuesto  sobre  la  sal. — Motín  popular.     .       .       .       5i3 

Cap.  vil — Nuevos  motines. — Sublevación. — Excesos.  —  Castigos. —  Ge- 
nerosidad  521 

Cap.  VIII. — Vizcaya  ante  los  franceses. — Puerto  de  la  Paz. — Zamácola. 
— Lucha  entre  el  señorío  y  Bilbao. — Nueva  sublevación  y  nuevos 
excesos. — Enemiga  de  Godoy. — Invasión  francesa. — Patriotismo  y 
desconcierto. — Excesos  de  los  franceses  guerrilleros. — Guerra  civil.       527 

Cap.  IX. — Vizcaya  artística. — Bilbao. — Iglesias,  edificios  civiles,  paseos. 

— El  Puerto  y  la  Ría.        .       .       .       .^ 541 

Cap.  X. — Vizcaya  artística. — Durango. — ídolo  de  Miq^ueldi. — San  Miguel 
de  Arrechinaga. — Sepulcros  de  Elorrio  ó  Arguineta. — Guernica. — 
Torre-palacio  de  Arteaga. — Lequeitio.  —  Romerías  y  diversiones. 
—Fin 573 

Apéndices 611 

PL.\NTILL.\  PÁR.\  LA  COLOCICIÓN  DE  LAS  LÁ^IIMS 

ÁLAVA Vitoria. — San  Vicente i34 

»                       »          Paseo  de  la  Florida 182 

GUIPÚZCOA.     Santuario  de  Loyola. 298 

»                OÑATE. — Fachada  de  la  Universidad 3S2 

»  Campesino  de  las  cercanías  de  San  Sebastián.  .       .       .  424 

VIZCAYA.  .  .  .     Aldeana  de  Alonsótegui 442 

»                Castillo  de  Zaldua 480 

»                Ría  de  Bilbao. — La  Orconera 566 


ERRATAS 


Páginas.     Línea. 


Dice. 


Dibe  decir. 


XIII 

20 

á  la  Iberia. 

á  Iberia. 

XVIII 

2 

(durísimos  robles  y  más  durísi- 
\    mas  hayas. 

^durísimas  y  más  durísimos  ro- 
t     bles. 

XXVII 

3 

hay  una  tradición. 

hay  tradición. 

XXIX 

18 

Babilonia. 

Babel. 

48 

27 

cosecha  de  toda. 

cosecha  toda. 

62 

i3 

y  que  no. 

y  no. 

160 

2 

obra  iba. 

obra  que  iba. 

160 

3 

que  se  suspendió. 

se  suspendió. 

3o8 

8 

alumbrando. 

alum.brado. 

344 

7 

como. 

cual. 

399 

3o 

Felipe. 

Felipa. 

408 

6 

conjunto. 

edificio. 

DP 
22- 

.E77 

Whitehill 

V.16 

IMS 


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